Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

lunes, 27 de septiembre de 2010

12.- Venid, benditos de mi Padre


Amig@, te juro que estas sentencias de Jesús de Nazareth, me han soliviantado toda mi vida. Desde bien pequeño veía, me daba cuenta de que el común de la gente que profesamos la religión católica, nos conformamos con ir a misa los domingos, comulgar de vez en cuando, confesar cada veinte años (es un decir que significa muy de tarde en tarde, caso de seguir practicando la confesión), y poco más. No patear demasiado la tripa del vecino, poner la equis en la declaración de la renta en apoyo a la Iglesia, suscribirse a una ONG (que desgrava a Hacienda), y poco más.
En todas esas prácticas de los que se consideran católicos practicantes, he visto, a parte de una actitud indolente y casi farisaica, una distancia abismal entre lo que escuchamos y leemos en el Evangelio, y nuestra forma de vivir. Pero como con estas actitudes de “cumplo” y “miento”, todavía los templos se llenan en misa de una, pues hasta parece como si la Iglesia diocesana lo viese con ojos, al menos tolerantes, como un “más vale esto que nada”, aunque sea conformarse con la fe del joven rico, nuestro secular mundo “no da pa más”.
Pero la pregunta sobre cómo responder al “tuve hambre y me disteis de comer”, para mí ha quedado en la neblina del “tampoco hay que ponerse extremista”, que con no pisarnos los callos unos a otros, estamos justificados ante el Señor.
Y evidentemente, cuando uno busca, al final llega la respuesta si la búsqueda es sincera. Le dijo una vez Monseñor Casimiro Morcillo a Kiko Argüello, cuando él se estaba planteando cómo canalizar su llamada, que “la opción más segura es la opción de los pobres”. Y creo recordar, por lo que leí en su momento, que se lanzó al Pozo del Tío Raimundo, y allí comenzó su aventura, que ha generado el movimiento que él viene liderando desde entonces.
“La opción más segura es la opción de los pobres”. Es una de las bases de la Teología Moral.
Me ha sido concedida la Gracia divina de casarme con una mujer que sentía lo mismo que yo, y aunque hemos tenido nuestros hijos, y durante treinta años de casados nos hemos dedicado a su educación y a nuestro trabajo como profesionales de la Sanidad, jamás hemos perdido la esperanza de poder embarcarnos en “la aventura de los pobres”, aquella donde sin descuentos, se vive el mensaje evangélico “… y me disteis de comer”.
Estar abiertos a este tipo de posibilidades, de alternativas de vida, nos ha hecho ser conducidos por los caminos de la donación en diferentes escenarios; con nuestra familia, como pareja viviendo intensamente el matrimonio. Hemos tenido la suerte divina de poder expandir este carisma del sacramento del matrimonio con otros muchos a través de varios movimientos cristianos, Encuentro matrimonial, Oasis y Cursillos de Cristiandad, en los que venimos participando desde hace bastantes años.
Ya hablaré de ellos más en detalle.
Ahora, quiero centrarme en un acontecimiento que ha sido el que nos ha puesto a Paloma, mi esposa, y a mí en el disparadero de un nuevo paradigma de vida.
Ha sido la vivencia de Honduras.
Hemos tenido mi esposa Paloma y yo la oportunidad de permanecer tan solamente un mes en aquel país en junio de este verano de 2001, como voluntarios de PROCLADE, la ONGD de los claretianos. Vivir aquella realidad, donde más de la mitad de la población vive bajo el umbral de la pobreza, y un porcentaje nada despreciable malvive en la miseria, me ha hecho darme cuenta de lo que significa la frase “porque tuve hambre y me distes de comer, estuve enfermo y me asististe”.
Hemos conocido personas formidables, como Yola, como Miguel Ángel , nuestros jóvenes laicos voluntarios que nos acogieron allí, y que se están dejando los mejores años de sus vidas, en un ambiente tremendamente violento, San Pedro Sula, la segunda ciudad más violenta del mundo, después de Ciudad Juárez, por porcentaje de muertes violentas; y en una barriada que es la más violenta de San Pedro Sula, la Rivera Hernández. O Bélgica, Reina margarita y Jarizel, nuestras adorables religiosas franciscanas con las que compartimos aquellos maravillosos días de Junio. O más cerca de aquí, Nacho Pereda, una de las personas más maravillosas que hemos conocido, que a sus veinte y pocos años, literalmente lo deja todo, y se entrega en cuerpo y alma a los pobres de Granada, creando la Fundación Escuela Solidaridad en Villa Elvira.
Allí vive gente que huye de la miseria rural, para tener que conformarse con la miseria urbana (y no sé yo qué es peor). Gente que no puede permitirse el lujo de ir al médico porque las 25 lempiras que simbólicamente es el precio de nuestro dispensario, le son necesarias para cubrir otras necesidades más prioritarias para ellos que la propia salud.
Es en suma un panorama desolador, donde la buena gente que vive atenazada por esa situación, cuando te ve que has renunciado a tus vacaciones para darles un poco de cariño, se desvive contigo en atenciones y amor, tanto que se te saltan las lágrimas y quisieras no separarte de ellos nunca.
En este episodio de nuestro mes en Honduras, no hemos sido mucho más que meros espectadores de una devastadora situación, aunque nos hemos comprometido a participar activamente en un proyecto de creación de una Red de Agentes Comunitarios de Salud, para paliar en algo el abandono sanitario que sufre aquella gente de la Rivera Hernández. Pero una cosa si es cierta. Desde que hemos vuelto de aquel país, no somos los mismos. Algo se ha roto en nuestro interior; algo nos ha colocado suspendidos entre el Cielo y la Tierra. Algo ha cerrado nuestro horizonte vital hasta no poder intuir qué será de nosotros en los próximos meses, y mucho menos somos ya capaces de hacer planes de futuro.
Dios nos ha hecho caminar de nuevo, y esta vez con bastante intensidad, por cañadas oscuras, donde sólo nos queda decir “hágase tu voluntad”.
Solamente treinta días han bastado para pasar de sentirnos acomodados urbanitas practicantes de misa de una, y colaboradores de movimientos cristianos, a vivir como ciudadanos del mundo, donde la llamada de los pobres es ya una realidad. Aunque es una realidad que no sabemos cómo podremos materializar, porque levantar un sueldo a fin en este país que es España, supone el 80% de tu tiempo útil.
Pero en esto radica lo sorprendente de los cambios de paradigmas.
Cuando metidos en harina, buceando en las entrañas del mundo de la cooperación y del voluntariado te encuentras con gente de carne y hueso como Yolanda Seco  y Miguel Ángel Vázquez  (nuestros compañeros de aventura en Honduras), o lees a Teresa de Calcuta [], o a Vicente Ferrer , o el testimonio de Jaume Sanllorente  (Sonrisas de Bombay), o Nacho Pereda y tantos otros misioneros consagrados y laicos, voluntarios y cooperantes, que siendo personas normales, en un momento dado de sus vidas sintieron cómo Algo o Alguien les llamó al corazón y les dijo “te ha tocao”; y sobre todo, ves que treinta días al año puede que no sea una misión imposible, empiezas a ver la respuesta a tus preguntas de toda la vida…
¿Cómo puedo traspasar el umbral que jamás se atrevió a cruzar el joven rico?
Poder leer a aquellos que nos han precedido en sus opciones de entrega total, en mi caso Teresa de Calcuta, Vicente Ferrer, Jaume Sanllorente; poder hablar, compartir casa con aquellos que están entregando ahora lo mejor de sus vidas a los pobres, en nuestro caso Yolanda y Miguel Ángel, nos ha hecho caer en la cuenta de que el miedo a perder nuestras seguridades nos atenaza, nos paraliza, y nos convierte en reclusos en cárceles de cinco estrellas, que es nuestra vida de ciudadanos del Primer Mundo.
Hemos perdido nuestra libertad. Somos ridículos siervos del dinero que hemos de levantar todos los meses para pagar nuestras hipotecas, nuestros gastos fijos y todo el cúmulo de caprichos que a fuerza de no saber renunciar a ellos, hemos terminado por creer que necesitamos desesperadamente, como son toda la cacharrería electrónica que inunda nuestros hogares, o la descomunal cantidad de bolsos, vestidos y zapatos que acumulamos, hasta desesperarnos por no saber qué ponernos (sobre todo en el caso de vosotras las chicas). Hasta tal punto estamos esclavizados y comprometidos con este modo de vivir, que más vale que sigamos consumiendo lo más posible, porque si no, el dinero no circula, la economía se resiente, el empleo disminuye, los bancos no dan crédito y luego vienen las crisis y esas cosas.
Es decir, estamos dramáticamente atados a una forma de vivir, de la que no podemos escapar, a riesgo de que el gigante con pies de barro que es Occidente tiemble y se resienta en sus cimientos, que están anclados en el egoísmo más absoluto, lo que no están dispuestos a consentir los príncipes de este mundo, como no lo consintieron los de aquel tiempo cuando Jesús empezó a decir tonterías tales como “vende todo lo que tiene y dáselo a los pobres”. Por eso le crucificaron.
Y todo esto nos obliga a declinar cualquier tipo de oportunidad de amar, más allá de lo que de amor tenga o pueda tener darle una limosna a un pobre en la boca del metro o en la parada del autobús.
Tras nuestra breve experiencia en Honduras como médico y como enfermera, pero sobre todo como atemorizados cristianos que como Simón Pedro cuando Jesús le instó a caminar por las aguas, sentía que se hundía, empezamos a intuir que no todo lo que hemos estado haciendo aquí ha sido en vano. Nuestros años acompañando a parejas en Encuentro Matrimonial, o los años compartiendo espiritualidad en el Movimiento Oasis o en Cursillos de Cristiandad de Coslada, no ha sido intrascendente, todo lo contrario.
Ha sido un madurar en comunidad de fe con otros; un ayudarnos unos a otros caminando juntos, ayudando a caminar a otros. Ha sido un participar de la Comunión de los Santos, un abrir horizontes, en espera de que un día el Maestro nos diga, “amigo te ha tocado, es tu turno de demostrar lo que te ha sido dado”.
Y así hemos ido experimentando el gran cambio de paradigma que supone pasar de una fe de joven rico, de urbanita acomodado, de simple católico practicante, a la fe de cristianos que poco a poco van soltando los mandos de sus naves para dejarle el gobierno a Aquel que le va a acompañar en su camino “por cañadas oscuras”, y sabe a dónde hemos de dirigirnos.
Todo lo que queda por vivir no son caminos exteriores, sino interiores. Son sendas que discurren por las intimidades más profunda de nuestro ser, lo que vive María; y que, eso sí, se proyectará en el exterior, a través de lo que vive Marta, expresado en un cambio radical de proyección de vida hacia los demás, los que necesitan de nosotros, sea porque tienen hambre, sed, están enfermos, o están aislados, postergados, marginados, se sienten solos, viven oprimidos, manipulados, etc.
En estas categorías de personas, no sólo están los pobres de Honduras, o de Bolivia, o de la India o de Sierra Leona, sino nuestros amigos, vecinos, compañeros de trabajo, nuestros hijos, nuestro esposo/a, y hasta uno mismo.
La vida empieza a adquirir nuevo sentido, el que recibimos a través del calor de la mano que nos ofrece Aquel al que le dejamos caminar a nuestro lado.

11.-… y me disteis de comer



26 Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.» 27 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, 28 porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. (Mt 26, 26-28) (Mc 14, 22-24) (Lc 22, 19-20)
3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. (Jn 13, 4-5)
Estas palabras pronunciadas por Jesús en la última cena, suponen las frases claves en el rito de la consagración, por el que los cristianos, y más concretamente los católicos, creemos que el pan se transforma en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. Y todo ello constituye en misterio central de nuestra fe, el “sacramento de nuestra fe” como proclama el sacerdote tras la consagración.
Tal y como nos manda el Magisterio, nos centramos en ese momento mágico y sublime de la transformación del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesús.
Sin embargo, Juan, el evangelista Juan, que estuvo con Jesús en la última cena, y presenció tan sublime momento, no hace referencia alguna a él, y sin embargo se centra en un aspecto más doméstico, más servil, el lavatorio de los pies. Es como si no hubiera concedido al momento de la fracción del pan la importancia trascendental que le dieron los otros tres evangelistas; como si dijera: no nos vamos a repetir en contar lo mismo en lo que serán los cuatro evangelios (cosa que supongo Juan desconocía que fueran al final cuatro, de todos los evangelios que se escribieron). Juan, que se caracteriza por ser de escritura más mística que los otros tres, no refiere nada de la fracción del pan, y se centra en el hecho de lavar los pies Jesús a los discípulos.
Líbreme Dios de entrar en un análisis teológico, doctrinal, hermenéutico y exegético de este hecho, que para eso hay sabios y entendidos con estudios. Yo me quiero central aquí en tal y como yo lo siento, con independencia de que esté en línea con la doctrina o no, a propósito del título de la entrada, continuación de la anterior “porque tuve hambre”. A mí, este pasaje del Evangelio me dice…
“Lo que tengo, es decir, mis bienes (mi pan y mi vino), y hasta mí mismo (mi cuerpo y mi sangre), he de compartirlo con los demás, porque en ese acto de compartir “partir – con”, me he de ofrecer a mí mismo, como Él  ofreció su vida a mí y a todos nosotros, todos los seres humanos que en el mundo han sido, incluso, hasta dar la vida entera, hasta entregarla en redención de nuestros pecados. Haz esto en memoria mía, me dice, porque así seré redimido de mis pecados, que no son otros que mi falta de amor, mi egoísmo de reservar para mí mis bienes y hasta mi propia vida.
Y en el pasaje de Juan, Jesús me añade, “como sé que eres cortito de mente, para que me entiendas, ¿ves que me arrodillé para lavar los pies a mis discípulos?”, ve y haz tú lo  mismo.
Y concluye advirtiendo, “que sepas que te va la vida en ello, incluso con el riesgo de perderla, porque los príncipes de este mundo (que lo son a costa del sudor, las lágrimas y la sangre de los pobres), no va a ver con buenos ojos que por el amor desaparezcan los pobres de la Tierra, así que te perseguirán y tratarán incluso de matarte… como hicieron conmigo”.
En estos gestos que se produjeron secuencialmente en el mismo acto de la Cena, y que los cristianos hemos convertido en sacramento el primero de ellos, pero no el segundo. Para mí tiene tanto valor el primero como el segundo, porque con ellos, Jesús transforma totalmente la Ley, le da un giro copernicano porque hace lo siguiente: Pasa de un “Ama al prójimo como a ti mismo”, a un… “Amate a ti mismo como amas a tu prójimo”.
Es pasar de “primero yo y después tú”, a un “primero tú y después yo”. De ahí que cuando te piden una túnica, le des el manto, si te piden caminar una milla, camina dos, si te abofetean en una mejilla, ponles también la otra… (Mt, 5 38-48, fragmento del Sermón de la Montaña).
A continuación adjunto las referencias que la Ley antigua hace al mandato que hasta que Jesús puso todo patas arriba, era considerado sagrado: “ama al prójimo como a ti mismo”.
18 No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh. (Lev 19,18)
34 Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo, Yahveh, vuestro Dios. (Lev 19,34)
15 Juzga al prójimo como a ti mismo, y en todo asunto actúa con reflexión. (Eclo 31,15)
19 = honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.» = 20 Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?» (Mt 19,19)
36 «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» 37 El le dijo: = «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. = 38 Este es el mayor y el primer mandamiento. 39 El segundo es semejante a éste: = Amarás a tu prójimo como a ti mismo. = (Mt 22, 36-39) (Mc 12, 29-31) (Lc 10, 27 “el buen samaritano”)

Es decir, Jesús pone la ley del revés sintetizándolo todo en un amaos los unos a los otros como yo os he amado.
Jesús siempre criticaba la actitud de aquellos que aportaban a los pobres de lo que les sobraba.
1 Alzando la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; 2 vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, 3 y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. 4 Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir.» (Lc 21, 1-4)
El problema que tiene el mensaje de Jesús, es que es ilógico, no tiene sentido, supera la capacidad de comprensión del ser humano. La ética se basa en una ley como la del Antiguo Testamento, primero yo, después tú; ojo por ojo; no hagas a los demás lo que no quieres que a ti te hagan; no hagas mal a nadie, haz el bien, sé ecuánime, respeta la libertad del otro.
El ser humano es capaz de comprender esto, y todas las culturas y sistemas filosóficos de Oriente y Occidente aceptan estos sagrados principios, esta Ley de Dios, que constituyen el punto de encuentro de todas las culturas, con independencia de tradiciones y de creencias, aunque con matices, pues cada cultura tiene aspectos diferenciadores que hacen que lo que es inadmisible en el código ético de unas, sea admisible en el de otras, como por ejemplo, las castas hindúes, o el sometimiento total de la mujer al hombre en el islam.
Pero lo que dice y manda Jesús, “ama a tu enemigo”, “bendice al que te persigue”, “vende todo lo que tienes, toma tu cruz y me sigues”, sólo los contadísimos iluminados por la Luz de Dios que en el mundo han sido, han podido intuir estos principios evangélicos.
Esta es la razón que yo veo a aquello de muchos llamados, pero pocos elegidos, porque aceptar el desafío de vida que supone seguir a Jesús es una opción de locos de atar, de gente que no está en sus cabales… o de personas que han sabido o  han querido ver la Divina realidad ante sus ojos.
Aceptar el desafío de vida de Jesús supone un salto tan descomunal en nuestros planteamientos, en nuestra visión de la vida, como ha supuesto el salto de la Física convencional a la Física cuántica. Y digo esto como un burdo símil, que comentaré en próximas entradas.

jueves, 23 de septiembre de 2010

10.- Porque tuve hambre...

¿De qué tenemos hambre los seres humanos?
¿Cuál es el catálogo de nuestras necesidades?

 
Hay muy diversas formas de responder a esta pregunta; y obtener una respuesta adecuada o correcta es sumamente importante, porque vamos a ser evaluados al final de nuestra vida, exclusivamente por cómo nos hayamos comportado respecto de este asunto.
Lo demás, todo lo demás, es valor añadido, inclusive las ceremonias y prácticas religiosas a las que los creyentes damos tanta importancia. Al menos eso es lo que se deriva de las sentencias de Jesús de Nazareth que hemos visto en las entradas anteriores, especialmente la 9.- La parábola de los ateos.
Alguien podrá decir indignado que estoy muy equivocado; que “amarás a Dios sobre todas las cosas” es el mandamiento supremo. “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Y luego está el amar al prójimo como uno mismo.
Esta percepción de la Ley divina es, a mi entender, y puedo estar equivocado, lo que ha hecho que el común de las gentes haya dado mucha más importancia a los rituales de culto, que a la misericordia y el amor al hermano, ya que puede, hayamos entendido que amar a Dios se resume en montarse unas ceremonias sublimes, con mucho incienso, muchas plegarias y muchos aspavientos. Luego, al salir del templo, santificados nosotros con la ceremonia, con dar una limosna al pobre, podemos volver a nuestros asuntos, tomar unas cervezas en el bar y comer la paella oficial de los domingos en paz y armonía.
Aquí, creo yo que tenemos el común de las gentes un “cacao maravillao” pero de los grandes.
Separamos de un modo completamente artificial a Dios por una parte, al que expresamos nuestro amor con ritos litúrgicos y acaso algún que otro sacrificio, y al prójimo por otra, al que satisfacemos con obras de misericordia, en su caso, siempre bajo el imperio del derecho imperfecto, a este sí, pero a ese no, que si no, no me llega para las cañas del bar. Ahora paz y después gloria.
Esto es lo que pasa cuando uno se aprende el catecismo de memoria y tratamos de aplicar sus sentencias aprendidas, que está bien, pero no entramos en las moradas internas de nuestro corazón donde Dios habita.
Es decir, es lo que pasa cuando sólo somos Marta, pero nos olvidamos de María. Es lo que pasa cuando de la religión hacemos algo “exotérico”, es decir externo a nosotros, pero no la transformamos en algo “esotérico”, es decir, interno, vivido desde lo más profundo de nuestro ser.
Así las cosas, la ceremonia religiosa que es en buena ley la sincera manifestación externa con gestos simbólicos y expresiones comunitarias de lo que se lleva dentro; la manifestación exotérica de lo esotérico, si no hay “na que rascar” en nuestro interior, resulta ser un teatro de guiñol, o cualquier otro teatro máscaras.
Es por eso, que el camino de regreso a Casa está soportado por dos vías paralelas, una la que recorre el alma en su búsqueda personal de Dios (la actitud de María), y la que recorre en su búsqueda personal “del otro”, también llamado prójimo (la actitud de Marta).
La actitud de alguien que sólo sea Marta, puede estar plagadita de buenas obras y de muchos rezos y liturgias, pero en cada acto de misericordia (bueno en sí mismo), falta el encuentro de las almas en torno a la Divina realidad. No son uno en Él.
Cuando Marta incorpora la actitud de María, toma conciencia profunda de todo lo que hace, es consciente de que lo que está haciendo con “el otro”, con el prójimo que le necesita, es una fusión de corazones, un derribar barreras, hasta transformarse ambos en uno, con Él.
Recuerdo una vez, que asistí después de una misa dominical a una exposición al Santísimo. La gente estaba muy recogida ella, ante un momento tan solemne; cantamos el pange lingua y todo eso. Al terminar, tras tan sobrecogedor momento, salimos del templo, y como siempre, estaba el pobre de turno pidiendo limosna. Me di cuenta de cómo la gente, aún absorta, supongo, del sublime acto de la Exposición, salía ignorando por completo la presencia del mendigo.
Yo le comenté minutos después a mi esposa, Paloma, el contrasentido de lo vivido. Éxtasis ante el Santísimo, e indiferencia ante el mendigo. Y le decía, “el día que los cristianos sepamos ver en cada persona un Sagrario vivo, donde Dios, donde Jesús habita con toda su realidad, ese día podremos decir que tenemos algo de fe”.
Quizás el mendigo, el pobre de solemnidad, el “homeless”, el sin techo, es el paradigma del pobre evangélico, aquel que tiene hambre, sed, frio, etc. La imagen, el arquetipo del pobre es aquel que carece de lo mínimo necesario para satisfacer sus necesidades físicas. Pero este colectivo de ciudadanos, flagelado por la adversidad en su extremo más severo, sólo suponen la pobreza efectiva más aparente, la que salta a la vista, la que supone el reflejo de las injusticias sociales, tanto en nuestra opulenta sociedad occidental, lo que constituye el Cuarto Mundo, como en los países eufemísticamente denominados “en vías de desarrollo”, o sea, en los países pobres, en el Tercer Mundo. De esta pobreza trataré largo y tendido en próximas entradas.
Pero también hay que fijarse en otros tipos de pobreza, en otras clases de necesidades. Para ver todo esto en su conjunto, voy a acudir a la socorrida Pirámide de Maslow.

 
Abraham Maslow, psicólogo estadounidense (1908-1970), propuso su pirámide de jerarquía de necesidades en 1943, estableciendo cinco niveles de necesidades, desde las fisiológicas (hambre-sed-descanso-sexo), hasta las de autorrealización.
La jerarquía que presenta es algo engañosa, porque parece como si las básicas fueran más importantes que las de la punta. En realidad la idea es que, si uno no come o no bebe, como que le va a importar bastante poco la creatividad y la falta de prejuicios.
Esto en una primera instancia, pero sí que es verdad que el hecho de que uno las pase canutas para sobrevivir, no implica que no tenga también necesidad de amistad, afecto y confianza. Claro, que darle afecto a alguien que está a punto de desmayarse de hambre o de morir congelado por falta de abrigo parece bastante hipócrita. ¿Qué afecto?
En el fondo, el planteamiento de la Teología de la Liberación va en este sentido; es indecente, grotesco, asqueroso, indigno, hipócrita decirle a alguien que no tiene qué llevarse a la boca, que no se preocupe de esas tonterías como comer y beber, que lo importante es salvar el alma con rezos y plegarias. Con estas cosas uno a veces no sabe a qué carta quedarse. Pero en fin, dejemos este enojoso asunto para otra ocasión.

 
Dejando estas incoherencias aparte, lo que la Pirámide nos muestra es cómo el ser humano, por naturaleza tiene un conjunto de necesidades básicas, ninguna más importante que las demás, que ha de satisfacer, bien por sí mismo, bien con ayuda de los demás para sentirse simplemente “un ser humano en paz y en armonía consigo mismo y con los demás”. Y es aquí donde surge como por arte de magia una palabra tan utilizada como manoseada por todo el mundo, hablamos del “amor”.
Cuando nosotros sentimos cualquiera de estas necesidades “al descubierto”, literalmente vivimos en este aspecto una situación de pobreza. Somos pobres porque necesitamos, porque carecemos de un recurso básico, fisiológico o afectivo.

 
28 Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.» 29 Dijo Dios: «Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. 30 Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les doy de alimento.» Y así fue. 31 Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardecío y amaneció: día sexto. (Gen 1- 28-31)

 
Este fue el mandato de Yaveh a Adán y Eva, es decir, a los seres humanos. Dominar la tierra para que fuera fuente de alimento para ellos. La alegoría habla, como siempre del alimento material, pero no debería ser muy complicado entender que ese mandato es extensivo a todas las necesidades del hombre como especie.
De tal modo han sucedido las cosas que al final se ha cumplido todo menos lo mandado, cada cual tiene que buscarse la vida para ventilársela como pueda. Y así nos va. Los que más pueden más tienen, y los que menos, a aguantarse toca.
Y esto sucede en todos los sentidos.
Por eso un pobre no es solo el que tiene hambre o sed, o frio o está enfermo y no tiene recursos para curarse.

 
Un pobre es aquel carente de afecto, ignorado, que vive en soledad, aislado, apartado, oprimido, prisionero en situaciones sin salida, amargado, triste, abatido, despreciado, reprimido, subestimado, y etc., etc., etc.
Los psicólogos, que de esto saben mucho, han resumido estas necesidades básicas afectivas en cuatro grandes grupos.
El primero es la necesidad de sentirse valorado por los demás. Es decir, ser reconocido por los demás en tu persona y en tu trabajo. El resultado de su carencia es el sentirse despreciado, subestimado.
El segundo es la necesidad de sentirse en pertenencia. Es la necesidad de verse acogido y en sintonía con el grupo, con la comunidad. Su carencia comporta sentirse ignorado, no tenido en cuenta.
El tercero es la necesidad de sentirse autónomo. Es la necesidad de sentirse uno mismo, con libertad y autonomía. Su carencia supone sentirse dominado, limitado en tu libertad, oprimido, sin capacidad para decidir por uno mismo, sometido a la voluntad de otro o de otros.
El cuarto es la necesidad de sentirse amado. Es en el fondo, la necesidad fundamental del ser humano, la más profunda, su mayor añoranza, y la más difícil de satisfacer, porque supone sentirse uno con los demás, en simbiosis, como una sola entidad, como un solo corazón. Su carencia supone sentirse solo; simplemente eso, solo. No existes para el otro, o quedas relegado a un objeto de uso.

 
Podríamos decir, en el fondo, que las tres primeras necesidades básicas son expresiones concretas de la cuarta, mientras que la cuarta es en esencia la expresión de la vivencia de la unidad. Si amas al otro, entonces le valoras, le acoges, respetas su autonomía, le haces sentirse en sintonía contigo, con el grupo. Si no amas al otro, que se sienta valorado, en pertenencia o autónomo, puede que sea una sensación falsa generada por algo extremadamente dañino en las relaciones humanas, que es “la segunda intención”, es decir, mostrar una actitud aparentemente positiva, cercana, amable, que oculta una segunda intención dirigida a utilizar al otro para fines inconfesables. Y esta actitud de segunda intención genera la más demoledora de las reacciones en las relaciones humanas, “la desconfianza”. En actuar por segunda intención son unos maestros consumados los políticos, porque para ellos, usar el método de segundas intenciones es vital para mantenerse en el sangrienta arena del circo de la política. Si un político no actúa por segunda intención, los tiburones le verán el plumero en seguida, y se lo zamparán a la primera de cambio.
El amor exige siempre actuar por primera intención, sincera y abiertamente, porque es la única forma de que los demás vean en ti “alguien en quien confiar”, de lo contrario, la desconfianza empozoñará las relaciones humanas (que es lo que lamentablemente sucede en realidad), y convierte a cada persona en “algo” aislado de los demás mediante una barrera de defensa, obligando a una actitud de vigilancia permanente frente las amenazas externas.
Esta es la triste realidad de nuestro mundo, un mundo basado totalmente en la desconfianza entre unos y otros, donde cada cual se las tiene que ventilar como pueda, y donde “todo el mundo va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío”.

 
Así, nos convertimos todos de una u otra forma en pobres los unos para los otros, donde nuestra hambre, nuestras necesidades físicas y afectivas, difícilmente son saciadas, porque una barrera de desconfianza nos aísla los unos de los otros. Y los que tienen hambre, difícilmente son atendidos.

lunes, 20 de septiembre de 2010

9.- Marta y María


La opción “C”, la tercera vía, aunque desde el punto de vista de la epistemología no se contemple, en no pocas ocasiones es la forma de salir de un atolladero irresoluble. Es eso que diría aquel de que no soy ni de izquierdas ni de derechas, yo soy de centro, o algo así, ni economía capitalista ni socialista, sino economía social de mercado. Y como estos ejemplos, los que se te puedan ocurrir.

La tercera vía a la que nos obliga la situación que he expuesto en la entrada anterior, la parábola de los ateos, es la que genera la necesidad de encontrar una vía directa al mensaje de Jesús, en el caso de los cristianos, mediante un baypass a todos los requisitos y normativas de las instituciones religiosas.
En el fondo, es lo que buscaron los fundadores de las primitivas órdenes religiosas, cuando veían el desastre en el que se había convertido la fe de las gentes y la organización eclesiástica. Es muy interesante profundizar en las razones que motivaron a San Francisco, a San Benito o a San Bruno, para fundar sus comunidades de monjes, como forma de buscar vías directas a Dios, que la situación de la Iglesia de entonces les ocultaba, no les permitía, o les entorpecía.
En el fondo estamos ante las mismas circunstancias. No hay nada nuevo bajo el sol. Somos gente harta de mediocridades que buscamos una salida, pero esta vez, en el seno de la Iglesia, o incluso si fuera necesario, fuera de ella, tal y como están las cosas.
En primer lugar voy a traer a colación a dos personajes del Evangelio, Marta y María. Refiero aquí las quejas que le da Marta al maestro sobre el comportamiento de María.
38 Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. 39 Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, 40 mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» 41 Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; 42 y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.» (Lucas 10, 38.42)

Marta atareada con las cosas de la casa; María escuchando embobada las enseñanzas de Jesús, y Jesús aconsejando a Marta que no se angustie por las cosas de la casa. María ha escogido la mejor parte.
En segundo lugar voy a hacer una referencia al último capítulo de un libro de teresa de Jesús, una de las más grandes místicas cristianas de todos los tiempos, que ya adelanto que junto a San Juan de la Cruz, han sido y son mis referentes en lo que ya podemos empezar a denominar como la vía directa hacia Dios.
Se trata del libro de las moradas del castillo interior. Dice así.
[13] No queramos ir por caminos no andados, que  nos perderemos. Marta y María han de caminar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo ¿Cómo le daría de comer María a Jesús si Marta no preparara la comida?

Las actitudes de Marta, la activa, la emprendedora, y la de María, la contemplativa, la mística, no son actitudes antagónicas, sino complementarias. Volvemos al principio del Yin y el Yang, de los opuestos complementarios.
Marta es la que ve a Jesús en el hermano, en el necesitado, en el que tiene hambre, y le da de comer.
María es la que ve a Jesús cara a cara, de frente, en todo lo que sucede y le experimenta en lo más profundo de su ser y de su corazón. Es la contemplativa.
Teresa de Calcuta se denominaba a sí misma y a sus hermanas, las misioneras de la caridad como “contemplativas de acción”.
Luego no estamos ante el dilema de elegir entre la actitud de Marta o la actitud de María, sino ante la síntesis, ante la integración de ambas en una sola entidad. No es o “A” o “B”, sino “A y B”.

Pero Marta y María pueden terminar siendo una burda caricatura de lo que refleja el Evangelio.
La caricatura de Marta representa en la vida real a la persona activa, entregada a los demás, incluso sin fe, incluso atea. Es de las que no sabe que dando de comer al pobre lo está haciendo al propio Jesús.
La caricatura de María representa en la vida real a la persona practicante, de misa dominical o incluso diaria, muy piadosa ella. Pero en lo relativo al prójimo, le tiene algo bastante descuidado. 

Por lo que dice Jesús, la caricatura de Marta lo tiene mejor que la caricatura de María el día del juicio final. Pero por otra parte, Jesús le dice a Marta que María ha escogido la mejor parte, y no se le será arrebatada.
La razón la explica Teresa de Jesús, y es que uno, por vocación personal, incluso por sentido común, puede entender, haciendo un buen uso de la ética y de la justicia, que no hay derecho que yo tenga cien y tú tan sólo diez que apenas te llegue para subsistir. Salvo los tarados mentales o los ambiciosos compulsivos, cualquier persona en su sano juicio consigue darse cuenta de las injusticias que hay en el mundo, y que algo debemos hacer. Pero como somos jóvenes ricos, tras hacer un ligero gesto de disconformidad, echamos una limosna en un cepillo, o damos una aportación a alguna ONG y asunto concluido, que tenemos muchas cosas que hacer. Pero dicho esto, a continuación hay que afirmar que tan sólo con nuestro buen corazón podemos hacer bien poco. Nos falta algo.
En realidad, el hecho de que tras ver unas imágenes impactantes de niños famélicos se nos atragante la comida, significa que algo dentro de nosotros nos hace pupa.
Cuando una persona, pasa de tener buen corazón a actuar decididamente, algo dentro de ella está operando, y le está revolviendo las tripas, y sin saber por qué, le mueve a lanzarse a cualquier aventura extraña, incluso arriesgada; a vender al menos algo de lo que tiene, y dárselo a los pobres.
Ese sentir algo dentro de ti, que no sabes lo que es, pero que te está sacudiendo y no te deja en paz no es ni más ni menos que el mismo Dios, la Divina Realidad que trata de ponerse en contacto contigo.
Puede que lo identifiques como tal o no, pero el hecho es que si actúa dentro de ti, fíjate, aunque seas ateo, o creas y digas que lo eres, estás dejando que Dios actúe en ti. Porque…
Dios está y vive dentro de ti, lo quieras o no, le sientas o no. Eres su misma esencia, imagen y semejanza. Cada obra buena que haces a lo largo del día, es la voluntad de Dios que actúa en ti.
Así que no es cuestión de buscar a Dios, sino de descubrirle en lo más íntimo de ti. Por eso, María, que contemplaba a Jesús, había escogido la mejor parte. Mejor dicho, como diría Santa Teresa, antes que nada, busca a Dios en tu castillo interior; al encontrarle, como la que halló la perla escondida en su propia casa, serás capaz de vender todo lo que tengas, dárselo a los pobres y seguirle.
Es decir, para que tu vida cambie realmente te hacen falta dos condiciones, la primera de todas, descubrirle en lo más íntimo de tu ser, ser consciente de que siempre, siempre está contigo, y hacerle presente en todos los momentos de tu vida. En otras palabras, es pasar de una vida reflexiva a una vida contemplativa. Esta es la auténtica actitud que representa la figura de María, embelesada ante Jesús.
Pero para que tu vida no se quede en un misticismo tan inflado como sin contenido, y por eso mismo falso (tan falso como imposible), has de saber descubrir a ese mismo Jesús que sabes, eres consciente que llevas dentro de ti, en cualquier persona que se cruce en tú camino, y tanto más si en ella identificas a un pobre de lo que sea, de hambre, de sed, de ropa, o de afecto. En otras palabras, se trata de aprender a detectar las necesidades básicas de los demás, tanto físicas como afectivas; tan importante es alimentar al hambriento, como valorar al que se siente despreciado, acoger al que se siente solo, amar al que se siente olvidado, respetar al que se siente despreciado.
Son tantas las necesidades que existen a nuestro alrededor, que la lista se hace interminable. Las tangibles son muchas y las conocemos todos, un 80% de la Humanidad sumida en la pobreza o en la miseria. Pero también están las intangibles, un 80% de la  Humanidad sumida en el desprecio, en la explotación, en el aislamiento, en la soledad.

La opción “C”, que es la síntesis de Marta y María, tiene en sus atributos una cosa más. El atributo es la universalidad. Es decir, ¿sólo los cristianos pueden tener el privilegio de recorrer la vía directa hacia Dios? En otras palabras, ¿es Jesús una exclusiva de los cristianos?


Creo honestamente que la respuesta es “no”.


Hay muchas razones por las que Jesús de Nazareth es, tiene que ser patrimonio de toda la Humanidad, o estamos hablando de una farsa montada por los cristianos, y Jesús es tan sólo el fundador de una religión más, muy sabio y revolucionario él, pero nada más.
Si Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, el avatar de Dios, la Encarnación del Padre, su mensaje no se puede haber convertido en un objeto de culto envasado al vacío, sólo disfrutable por aquellos que hemos tenido la suerte de nacer en un entorno cristiano, y por ello con partida de bautismo y excluyendo a todos aquellos que no han podido ser bautizados por vivir en países ajenos a la influencia católica.
Existen muchas culturas, muchos pueblos en el mundo en los que la imposición de las tradiciones católicas, se da de tortas con su idiosincrasia. Digo bien, las tradiciones, que no el mensaje de Jesús. Es como una vez que me contaron de los misioneros en Laponia, que querían que los esquimales proclamaran alabanzas al “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, cuando no habían visto un cordero en su vida. Al final, no sin una cierta oposición, tuvieron que aceptar que Cristo  fuera “la Foca de Dios que quita los pecados del mundo”. Lo bueno del cambio de animal es que en lenguaje inuit, para nosotros casi ni se nota.
Pues como esta anécdota, que tiene todos los visos de ser real, hay otras muchas cosas que hacen que para un indio, o un chino, muchas de las tradiciones y creencias cristianas sean como poco extrañas. Igual que lo es para un Occidental admitir que las vacas son animales sagrados, o tener que venerar una deidad con cara de elefante.
En realidad todo esto es mera superficie, que además de dividir, genera y ha generado multitud de conflictos y hasta de guerras cruentas. Un mundo dividido por un mismo Dios.

En el fondo de todo está la experiencia del espíritu, que sí es común a cualquier pueblo, raza y nación de la Tierra. Se denomina la Filosofía perenne. Acuñada por Leibniz la Filosofía perenne es un término metafísico que reconoce una divina realidad en el mundo de las cosas, vidas y mentes. En el campo de la Psicología, se encuentra en el alma esa divina Realidad. Para la Ética, pone la última finalidad del hombre en el conocimiento de la Base inmanente y trascendente de todo ser.
El mensaje de Jesús, en el fondo es la expresión más sublime de esa Filosofía de vida, donde el principio de la Trinidad se hace realidad en el ser humano.
Con independencia de los derroteros que han tomado cada una de las religiones y sistemas de pensamiento, hay un punto de encuentro entre ellas, donde se encuentran los que quieren acudir. Es como las montañas y los valles.

Dicen que los valles unen y las montañas separan. Los cabreros dicen todo lo contrario, que las montañas unen y los valles separan, porque en las montañas ellos se encuentran con sus rebaños, con los cabreros del valle de al lado, mientras que los ríos, siempre son un obstáculo físico que hay que salvar mediante la construcción de puentes. Y además ellos mismos, los ríos, son fuente de conflictos, pues generan rivalidad al competir los pueblos de ambas márgenes por la misma agua.
De la misma forma, las religiones están separadas por los ríos, que son las demarcaciones arbitrarias que establecen los dogmas y las creencias, pero en las altas montañas, el aire puro domina, y los pasos permiten el encuentro con los del otro lado. En las montañas habita el espíritu de Dios, y a ellas se atreven a subir los místicos, los que viven el espíritu de María, la hermana de Marta.
El mensaje de Jesús, como el de Buda o el de Mahoma, Lao Tse o el de Shankara, habita en las montañas, las de los grandes sermones, la de los grandes horizontes. En el valle, la gente se ha dedicado a edificar templos y palacios para los líderes religiosos y demás.
 
Si todo esto es cierto, y no estoy desvariando, entonces la opción “A”, Dios, versus “B”, el dinero, sería cierta, como afirma Jesús. De no ser así, de vernos obligados a buscar una tercera vía, una opción “C”, es porque ni la poción “A”, ni la “B”, son químicamente puras, es decir, los “A”, son “A” pero menos, es decir, participan de los vicios de “B”, y estos, los “B”, quieren comprar su parcela de cielo con ritos y liturgias. O sea, que haya que incluir un tercero es porque ni el “A” ni el “B” vivido por los hombres son puros, sino ambiguos. Esto convierte el mundo de la religión en algo bastante farisaico, razón por la que muchos la abandonan y optan por la opción del escepticismo.

Pero seremos juzgados sin medias tintas, o “A”, o “B”, pero puros. O me distes de comer o no lo hiciste.
Yo que tú, amigo, me preocuparía. Por lo menos a mí, el tema viene perturbándome el sueño desde mi juventud.

8.- La parábola de los ateos


Permíteme que te presente un pasaje del Evangelio de Mateo, que concretamente para mí supuso que se me cayera la venda de los ojos, y me convirtió en un cristiano sin fronteras, en alguien que logra comprender que Jesús de Nazareth es patrimonio de la Humanidad y no es una exclusiva de los cristianos, y mucho menos, de los católicos.
Se trata del pasaje del juicio final, que está relatado en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo.
Dice así:
31 «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. 32 Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. 33 Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
34 Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; 36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.”
37 Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?”
40 Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.”
41 Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. 42 Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; 43 era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.”
44 Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”
45 Y él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.”
Mateo (25, 31-45)

Este pasaje los cristianos lo habremos escuchados un montón de veces, y los que solemos acudir a misa los domingos, mucho más, pero como ocurre de vez en cuando, sucede que habiéndolo escuchado y sabiéndotelo de memoria, en una ocasión determinada, te resuena como una gran campanada y te hace ver con claridad lo que antes fue el rutinario recitar de un pasaje archiconocido.
Fue tras escuchar la homilía a propósito de este pasaje, dada por un buen amigo nuestro, sacerdote, que nos lo refirió como “la parábola de los ateos”. Me llamó la atención este calificativo, y desde esa frase presté la atención que no solía poner a las habituales homilías que siempre dicen lo mismo.
Este (la parábola de los ateos) no es un concepto nuevo, después lo he visto reflejado en varios textos y páginas web, pero para mí aquella fue la primera vez que lo escuché. La clave de este pasaje estriba en comprender que seremos juzgados por el amor que hayamos podido derramar a los demás. Seremos juzgados, o mejor, nos juzgaremos nosotros mismos, por la actitud de unidad con nuestros hermanos los hombres, con todo aquel que carece de lo que a mí me sobra o al menos tengo. Si es así, seremos recibidos en el Reino de los Cielos, pero cosa curiosa, los que así han vivido le preguntan a Jesús… ¿y cuándo te vimos hambriento y  te asistimos? Es como si no hubieran sabido que en esos menesterosos, en esos pobres está Jesús encarnado. O sea, o no se habían aprendido el catecismo, o acaso ni siquiera han sabido jamás de un tal Jesús. En otras palabras, hasta podrían haber sido ateos en vida, que si al ver a un necesitado de amor y recursos, le hubieran asistido, mira por dónde, lo van a tener fácil, aunque no hayan acudido a misa los domingos.
En el otro extremo están aquellos que ignoraron las necesidades de los que les rodeaban, centrándose en sus asuntos y negocios. Estos, que parece iban sobrados en conocimientos, le preguntan extrañados a Jesús… ¿y cuándo te vimos hambriento y no te dimos de comer? En otras palabras, podían haber sido ateos en vida, razón por la que no sabían que Jesús estaba en cada pobre con los que se cruzaban; pero también podrían haber sido de comunión diaria, gente para los que la caridad cristiana tiene un límite. Mira por donde, lo llevan chungo.
Esto por un lado.
Por otro lado, dice Jesús…
23 Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, 24 deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. (Mateo 5, 23- 24)

Lo que ratifica una postura de Jesús, recelosa del que antepone los ritos y las liturgias a vivir su vida amando a los demás, de la forma tan simple como relata en el pasaje del juicio final. Deja tu ofrenda, reconcíliate, haz lo que tienes que hacer a favor de tus pobres, y luego vienes a celebrarlo. Pero no antes.
Y por otro lado, Jesús contesta así a los que, envidiosos de que otros hagan buenas obras en Su nombre, pretenden quitarles el derecho a amar…

49 Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros.» 50 Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros.» (Lucas 9, 49-50)

Esto lo refiero, porque en más de una ocasión, he escuchado de sacerdotes y de gente piadosa ella, y hasta recientemente de obispos, la famosa y creo que triste frase “no hay salvación fuera de la Iglesia”. Así que aquellos que no hayan tenido la suerte de nacer en el seno de una familia o de un país más o menos de tradición católica, va a ser que lo tienen crudo, porque aún atendiendo a las necesidades de sus hermanos pobres, si no están bautizados y no van a misa los domingos, “pues va a ser  que no”.
Y para rematar la faena, Jesús advierte a los piadosos ellos, acaso gente de comunión diaria…
20 Así que por sus frutos los reconoceréis. 21 «No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. 22 Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” 23 Y entonces les declararé: “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!” (Mateo 7, 20-23)

Esto es por si acaso a alguno se le ocurre que tan sólo la práctica religiosa (muchas misas, muchos rezos y muchos rosarios), le proporciona el pase a la final, porque si se cree que con esta actitud, que es la del joven rico, va a entrar sin despeinarse, que se dice, puede que reciba un corte de mangas por parte del Altísimo, y le lance un exabrupto nada agradable…
“Jamás te conocí; apártate de mí, agente de injusticia e iniquidad”.
Que tras toda una vida, creyendo que con rezar y cumplir con las prácticas religiosas que mandan los que saben, al final recibas de Dios semejante bofetón, porque en realidad, y a pesar de haber sido de comunión diaria, tu vida se ha centrado en tus negocios y en tus asuntos, a pesar de haberle dado alguna que otra limosna al pobre del metro (por aquello del derecho imperfecto), o de haber puesto la equis en la declaración de la Renta para la Iglesia, es para que te quedes con la sonrisa profidén, completamente congelada.
Así que te ves o en el purgatorio, donde parece que se pasa malamente muchísimos años, o en el infierno, lo que es ya un supremo castigo, o como creen los orientales, repitiendo curso, con una nueva reencarnación, que debido a tu mal karma, te va a tocar ser un intocable hindú, o un perro callejero, o vaya usted a saber qué tipo de castigo es el que te espera.
Y te preguntarás, caso de que esta fuera tu situación. Alguien me ha engañado. Y los curas te dirán que ellos no han sido, porque bien que te han dado la murga con las prédicas dominicales, donde estos pasajes lo habrás escuchado una y otra vez, bien es verdad que como el que oye llover. En otras palabras, te dirán “mira que te lo advertimos”. O sea, que la culpa es tuya, caso cerrado.

Abul-Ala-al-Maari, poeta y filósofo árabe del siglo XI, decía que la fe de los frany (los cruzados), era una fe tan sincera como ingenua; era la fe de unas gentes que guiadas por esa sincera pero ingenua fe, enarbolaron la Cruz de Cristo, desde su condición de pueblos bárbaros recientemente bautizados y se embarcaron en unas cruzadas que supusieron la espoleta de lo que ahora nos lamentamos en Occidente, el integrismo y radicalismo de los musulmanes. Es la visión de las cruzadas vistas por los árabes, pero que creo que encierra grandes verdades que los occidentales hemos ignorado, o querido ignorar. [enlace con el libro]. Del mismo autor es la polémica frase: “Los habitantes de la tierra se dividen en dos, los que tienen cerebro pero no religión, y los que tienen religión, pero no cerebro”. 
Con independencia de que estemos o no de acuerdo con la forma de pensar, no demasiado ortodoxa por cierto de este poeta árabe, lo que sí merece la pena reflexionar es si acaso, no hemos sido educados en una fe tan sincera (porque lo es), como ingenua, porque me temo que también lo es, al menos para el común de las gentes, educadas en una práctica sencilla basada en la supremacía de la litúrgica y en un código de buenas costumbres, para no pisarnos los callos los unos a los otros al menos demasiado; algo así como un “vive y deja vivir”, que con eso vamos sobrados.
Conozco a muchísima gente que ha abandonado la práctica religiosa, porque llegan a la conclusión de que la frase de al-Maari de la incompatibilidad cerebro y religión, es rigurosamente cierta, lo que desemboca en que los franys (o sea los católicos practicantes) vivamos una fe tan sincera como ingenua, y además consentida por la Iglesia, en tanto se cubra la cuota de asistentes a las misa de una de los domingos, que es el indicador de que “la cosa va bien”.
Y cuando concluyes, leyendo literalmente el Evangelio, que hasta los ateos que han sabido dar alimento al hambriento, nos adelantarán en el Reino de los Cielos, entonces te paras y te dices, “algo aquí no funciona; para mí, que me han tomado el pelo”.
Y llegas a una encrucijada dramática. 1.- lo dejo y me paso a otra religión o al grupo de los desengañados y escépticos de la religión, ó 2.- me lobotomizo, no me planteo nada y sigo al tran tran con las costumbres y tradiciones que me han enseñado, sin cuestionarme nada, o sea, la fe del carbonero.
Pero resulta que la opción número dos para los que nos hemos dedicado a pensar es bastante complicada, por no decir imposible.
Lo de pasarse a otra religión, en el fondo es pasar de Málaga a Malagón, es decir, más de lo mismo, porque todas te encorsetan en torno a dogmas, ritos y creencias que son sólo valor añadido a lo realmente importante, que es vivir el amor.
Y lo de pasarse al grupo de los escépticos y desencantados, es un triste final para todo aquel para el que Dios supuso algo en su vida.
Cuando ninguna de las dos opciones convencen, hay que empezar a pensar en saltarse a la torera el principio filosófico del “tercero excluido” de Aristóteles, principio por el que, la disyunción de una afirmación y su negación es siempre verdadera, es decir, o “A” o “B”, pero no es posible una opción “C”.
Este principio lo aplica Jesús clarísimamente al proclamar que no se puede servir a dos señores:

«Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.» (Lucas 16, 13)

Lo que sucede es que en nuestro caso abrazar una religión o no abrazarla, lo que cumple el principio del tercero excluido, viene con truco, pues si fuera cierto la afirmación de al-Maari, de “tan sincera como ingenua”, entonces lo que hacemos habitualmente es “abrazar oficialmente una religión”, pero de “aquella manera”, es decir, sí pero no, o sea, la fe del joven rico.
Esta fe está amplísimamente difundida en el Occidente cristiano. Esto hace  que acaso los mismos que acuden a los templos, acaso contribuyan al menos por omisión a precipitar las crisis económicas (por ejemplo, quien esté libre de pecado en el desastre del ladrillo en España que tire la primera piedra); o miren para otro lado ante las hambrunas del Tercer Mundo. Es decir, nos montamos una especie de pacto de compromiso, que en absoluto está en la dirección del mensaje de Jesús; de la misma forma que no me creo que el integrismo musulmán esté en la dirección real del mensaje del Profeta.

Es por eso, que al final, al menos yo, he llegado a una conclusión,
1.- o bien la fe que profesamos y practicamos es una fe descafeinada, tan sincera como ingenua, con lo cual no sirve nada más que para llenar las iglesias y seguir a los curas con cirios en las procesiones, lo que obliga a replantearnos las bases sobre las que se sustenta, …
2.- o si esta es la religión oficial con todo su oropel, pompa y circunstancia, entonces hay que romper el principio del tercero excluido, afirmando que tiene que existir una tercera vía, un tercer camino que libere el mensaje de Jesús de la jaula en la que se le ha encorsetado durante veinte siglos, para proclamarle “patrimonio de toda la Humanidad”.

Y la cosa es bien simple, “venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer”… ya seáis cristianos, musulmanes, judíos, budistas o ateos. E “iros a freír espárragos, malditos, porque tuve hambre y no me disteis de comer”… ya seáis católicos de comunión diaria, musulmanes recalcitrantes, hinduistas piadosísimos, budistas o ateos.

No quiero con estas manifestaciones que nadie crea que ataco a la Iglesia católica, entendiendo como tal, al clero y a los fieles. Ataco a las circunstancias, con independencia de sus responsables, que han convertido a la fe en algo descafeinado, baboso, neutro, farisaico, y por todo ello, condenada a extinguirse, como se extinguieron los dinosaurios.

domingo, 19 de septiembre de 2010

7.- En el principio

En el principio, “estaban desnudos el hombre y la mujer, y no sentían vergüenza el uno del otro” Génesis 2, 25
Luego viene lo de la serpiente y la puñetera manzana, y lo de que si fue él o ella.
Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores. Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín. Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.»” Génesis 3, 7-10
Lo de estar desnudos y no sentir vergüenza, creo que de siempre nos lo han interpretado nuestros catequistas de un modo erótico. Algo así como que se miraban sus partes pudendas y no se avergonzaban.
¡Menuda chorrada!
Es la forma más estúpida de interpretar algo esencial en nuestra naturaleza, que “todos somos uno”.
Todos somos uno. Yo y tú que me estás leyendo somos la misma esencia. Básicamente nada debería separarnos, pero algo ha sucedido en nosotros que ha hecho que levantemos barreras que nos separan, que nos han obligado a coser hojas de higuera y hacernos ceñidores para ocultar “quienes somos en realidad”.
Luego viene Dios, “que se paseaba en el jardín a la hora de la brisa”, es decir, que vivía con nosotros, que era nuestra misma esencia, y ese algo que nos obligó a ocultarnos el uno del otro, también nos obliga a ocultarnos a la vista de Dios, y ante su pregunta “¿Dónde estás?”, le respondemos “Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí”.
Y desde entonces me he perdido a mí mismo.
La alegoría de Adán y Eva y el desaguisado del Paraíso nos viene a decir algo fundamental, que la tradición cristiana nos ha ocultado mediante los adornos interpretativos para niño pequeño, de todos conocidos; que nuestra auténtica naturaleza, nuestra pura realidad es la misma que la Divina realidad que nos creó, que Él y nosotros somos la misma esencia. Y que en ese estado, nada nos separa los unos de los otros; así que el uso de los bienes materiales que se nos ofrece, debería estar repartido bajo un perfecto criterio de equidad y de autonomía.
Pero una cosa es saber que soy carne de la carne de mis padres, y otra bien distinta es que a penas haya desarrollado esa toma de conciencia al inicio casi de mi pubertad, les diga que “hasta luego Lucas, dame mi herencia que me las piro, vampiro”.
Y es lo que al parecer hemos hecho.
Ahora, ni tú ni yo, sabemos muy bien quiénes somos en realidad. Y lo peor es que nos separa una sutil barrera de hojas de parra que nos aísla dentro de nuestro “yo” y hace que en vez de cooperar y disfrutar de los bienes de este mundo “amándonos el uno al otro”, es decir, mirarnos tú que lees y yo que escribo esto, desnudos y no sentir vergüenza, tengamos envidia yo de lo que tienes tú, y tú de lo que tengo yo, y nos comportemos como la segunda alegoría, la de Caín y Abel. De modo que en el mejor de los casos, cada uno a lo suyo, y en el peor (que es lo que sucede), que el 20% de la Humanidad, disfrute del 80% de la riqueza, y deje para el 80% de la Humanidad restante, tan sólo el 20% de las sobras.
De resultas de todo este follón, aparece una figura bíblica trascen-dental, “el pobre”, el que carece de lo esencial para vivir.
“Vende lo que tienes y dáselo a los pobres”, aconsejaba Jesús al jo-ven rico. Es decir, abre tu corazón y comparte tu riqueza, lo que te ha sido dado, con aquellos que por tu egoísmo, carecen de lo necesario para vivir.
“…¡Y unas narices!” Pensó el joven rico… “voy a compartir mis bienes con esos harapientos”.
El pobre es la consecuencia de mi pecado, de mi egoísmo, del querer vivir yo para mí y tú para ti. Es la consecuencia de que en este mundo todo el mundo vaya a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío.
El pobre es la señal de alarma de que estamos alejados de la Divina Realidad, o de espaldas a ella; que sentimos su presencia, tenemos miedo y nos escondemos.
Y lo peor, que nos escondemos de nuestra auténtica realidad, para elaborar con hojas de parra una figura  extraña y esperpéntica a la que denominamos “yo”. Es más, hasta se nos jalea para que nos ocultemos de los demás, que ocultemos nuestra auténtica realidad a los demás, porque parece como si fuera vergonzante enseñarla.
Algunos piensan que la solución es ir en pelotas por la calle, para que se nos quite la vergüenza. Volvemos a las interpretaciones infantiles de nuestra peor tragedia.
Y así, la educación que nos ha sido dada, nos ha obligado a elaborar de nosotros mismos una máscara, un pastiche de lo que creemos son nuestras mejores galas, nuestras virtudes, para ser aceptados por los demás, para ocultar nuestras vergüenzas. De tal modo que ya no nos conformamos con cubrirnos con hojas de parra, sino con complejas armaduras y trajes, que además ¡son carísimos!, nos ha costado una pasta gansa elaborar, y que nos ha terminado encerrando en una cárcel psicológica y económica de la que “ya no podemos salir”.
Esas máscaras que hemos elaborado, consumen el 80% de la riqueza del Planeta, de modo que al pobre, le dejamos sin tener que llevarse a la boca, ni para cubrirse él también, de modo que él, mira por dónde, vive desnudo, qué remedio. Y lo más curioso, ha terminado por no sentir vergüenza.
De ahí aquello que dijo Jesús: “bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los cielos; los que lloráis, porque reiréis” Lc 6.
El pobre es el objetivo de todo el mensaje de Jesús de Nazareth. El pobre es el resultado de mi egoísmo, y el pobre es la puerta de mi liberación, porque… “venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer”.
En resumen…
Por una parte estoy “yo”, algo extraño, que me miro al espejo y no me reconozco a sí mismo, porque estoy cubierto de hojas de parra, armaduras, trajes y riquezas absurdas, que han terminado por recluirme en una jaula de oro, de la que no puedo salir, porque “no-sé-quién-soy-realmente”.
De otra parte, estás tú, un pobre de Dios, a quien te he arrebatado el mínimo derecho a comer y vestirte, y mira por donde, eres un bienaventurado, porque te ves obligado a carecer de esa jaula de oro que yo me he elaborado a tu costa.
El hecho de que tú seas pobre a costa mía, es la prueba de mi delito, de mi egoísmo.
Y si yo no soy capaz de aproximarme a ti, y saciar tu hambre, o tu sed, o tu frio, significa que elijo conscientemente vivir en mi jaula de oro, seguir cubriendo mis supuestas vergüenzas, y seguir viviendo en mi pequeño mundo.
Cada vez que un pobre se me cruza en mi camino, véase, un pordiosero que me pide unos centavos en un semáforo, o en la salida del metro, o las imágenes de una población hambrienta en las noticias de la 1, se me está ofreciendo una salida a mi pequeño mundo, a mi jaula de oro, que ahora me puede parecer confortable y maravillosa, con mi coche, mi “home cinema”, mi sofá reclinable para echar la siesta cómodamente, mi trabajo, mis estudios, mis, mis, mis…
No me doy cuenta de que todos mis “mis”, son simple y llanamente… mi infierno. Porque en esta situación, “yo y mis cosas” constituyen “todo para mi”, y de paso me separan, me aíslan, me destierran de “lo demás”; convierten el aire confinado en un globo, o sea “yo”, en un fósil, del que ese aire confinado, o sea “yo”, jamás podrá salir, aunque quiera.
Además, esto es como la droga, cuanto más tienes, más te cuesta conseguir mantener todo lo que tienes. Las hipotecas están por las nubes…, y la cuota del club, ya ni te cuento; y el seguro del coche, y los gastos de la casa de la playa, y etc., etc…
Al final, nadie te habrá juzgado, tú mismo has elegido tu triste destino, el de quedarte tú, con tus cosas. El juicio final no es sino el final de todos los juicios.
Las leyes que nos administran han creado dos figuras jurídicas para acallar nuestras conciencias. Una figura (o como se diga), es el derecho perfecto, aquel regido por unas leyes que te obligan sí o sí a cumplirlas, como por ejemplo, pagar a hacienda, o cumplir las normas de tráfico. Otra figura es el derecho imperfecto, aquel que no te obliga, aunque te sugiere la conveniencia de cumplirlo, que es por ejemplo, dar una limosna a un pobre; unas veces sí y otras no, y nadie te puede demandar por ello.
En conclusión, este es el escenario.
Soy un hijo pródigo que no sé muy bien por qué, decidí salir escopetado de la casa de mi padre (del paraíso) y creer que yo me las ventilo por mí mismo sin necesidad de ayuda.
Esto ha generado que yo me elabore por una parte una imagen de mí mismo, que hace que me mire al espejo y lo que veo es un extraño al que no conozco.
Por otra parte, me he aislado poco a poco de todo lo que me rodea, al construirme para mí, una jaula de la que cada vez me es más difícil salir, y por parte, ¡extraña paradoja!, me cuesta un triunfo mantener, tanto que a consecuencia de los gastos de inversión y mantenimiento de mi jaula… hipotecas, préstamos, seguros, intereses bancarios, etc…
… Por otra parte hay pobres, que carecen de lo que a mí, realmente me sobra.
Y por otra, resulta que una vez agotada mi herencia, el amor (la capacidad de amar) que me dio mi Padre, me he quedado literalmente “solo”, “aislado”, tanto que compito con los cerdos por llevarme unas cuantas algarrobas a la boca, esto es, me he aislado tanto dentro de mí mismo, que ni sé quién soy, ni comparto nada con los demás, ni “nadie se digna en compartir un mínimo de afecto conmigo”.
Queda para terminar un pequeño detalle sobre la alegoría de Adán y Eva. La interpretación literal ampliamente aceptada por las religiones judeocristianas y musulmana es que ella, la mujer tuvo la culpa del desaguisado, razón por  la que recibió de Dios la maldición gitana de parir con dolor y de quedar sometida al hombre (Gen 3, 16), lo que los hombres masculinos, hemos interpretado al mismísimo pie de la letra, faltaría más. Razón por la que las mujeres femeninas venís estando pero bien jodidas (perdón la expresión) desde que el mundo es mundo, ya que se os acusa directamente de todo este desaguisado.

Peero…

A ver si va a ser que lo de Adán y Eva es como lo del Yin y el Yang del taoísmo, los opuestos que viven “dentro del interior del ser humano”. Es decir, dentro de nosotros mismos existen fuerzas antagónicas que ciertamente equilibradas, hacen que nuestra vida transcurra en régimen estable. Dentro de nosotros hay un componente afectivo y otro racional, un componente primario, de reacciones instantáneas u otro secundario, que apela a la reflexión. Dentro de nosotros hay una tendencia al riesgo, al atrevimiento y otra a la prudencia, y dentro de nosotros existe una dualidad esencial, la espiritual o Cielo, y la material o Tierra.
Al loro, porque el Cielo tiene género masculino y la Tierra tiene género femenino.
A ver si va a ser que nuestra naturaleza terrenal (femenina, vaya por Dios) es nuestra “Eva”, y nuestra naturaleza espiritual (masculina, mira tú por dónde), es nuestro Adán.
Si esto fuera así, entonces el mito de Adán y Eva no es sino la lectura judeocristiana del resto de los mitos de la creación de las otras religiones que en el mundo han sido. Es decir, todo es lo mismo.
Queda lo de la serpiente. O sea, el diablo. O sea, la tendencia innata del ser humano a creerse el rey del mambo, con derecho a ser más que los demás, a ser “algo” distinto del otro.
Aquí está el misterio. Tenemos dos opciones, creernos que se trata de una entidad con cuernos y ojos inyectados en sangre, ángel caído envidioso de Dios que le ha querido fastidiar su negocio al crear el mundo, tentándonos con la manzanita de marras, o “algo” absolutamente innato a todo lo creado material, es decir, las leyes del Universo, que se manifiesta en todo lo que existe en el mundo físico, el aroma de una flor y las consecuencias devastadoras de un volcán, así como en el instinto maternal de los animales y de los humanos así como en la acción depredadora de los leones sobre las gacelas, o de los ejércitos conquistadores sobre las poblaciones conquistadas.
De igual, que da lo mismo, porque las consecuencias son idénticas.
Y así mismo, desde el principio, Dios advierte a “esa tendencia disgregadora del hombre que… ”Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.”
La tradición cristiana ve en este versículo la primera referencia a María y su linaje, Jesús, el Cristo, es decir, la primera promesa mesiánica (o al menos así me lo enseñaron en el cole).
Siguiendo la meditación, podríamos decir que si de la naturaleza in-nata del ser humano nace todo este desaguisado que hemos monta-do, de su misma naturaleza innata puede nacer su vía de solución.
¿Por qué?
Porque Dios está presente dentro de nosotros “con toda su realidad” desde el principio de los tiempos, desde que recibimos el primer hálito de vida. Porque todos y cada uno de nosotros, así seamos los mayores santos o los mayores pecadores de este mundo, llevamos a Dios con nosotros, en lo más íntimo de nuestro ser. Porque Jesús es la encarnación de Dios en nuestra alma, en nosotros mismos. Porque el Jesús histórico nos vino a demostrar esta maravillosa realidad, y nos dejó en nuestro corazón su propio Espíritu, para que desde nuestra propia naturaleza humana, desde nuestra Tierra (desde nuestro femenino representado en la figura de María, la madre de Jesús), podamos volar hacia nuestro Cielo.
Porque “no estamos muertos”, porque el ya ha descendido a nuestros infiernos para tendernos su mano, traspasadas por nuestro egoísmo, y nos ofrece que resucitemos con Él.

Visto esto, la Biblia es ni más ni menos que una antropología para Dios, como decía el teólogo Congar, un "a ver cómo les explico yo a estos, de qué va lo del reino de los cielos, para que me entiendan". 
Cada cual, que se quede con la interpretación que más le guste, o para los católicos, con la interpretación que de la Biblia ha elaborado el Magisterio de la Iglesia, que para eso lleva veinte siglo estudiándola.

Este es el gran mensaje que Jesús, Dios encarnado, lanzó urbi et orbe. Pero, pequeño problema, me da la sensación de que ese mensaje lo hemos convertido los humanos en una religión más, con sus ritos y sus creencias y particulares tradiciones. En vez de ser un mensaje transmitido a todos los habitantes de este Planeta, sin necesidad de tener que perturbar sus mitos y tradiciones, se les ha obligado a que renuncien a sus ritos y tradiciones (consideradas por los cristianos como malas), para imponer las nuestras propias (que son lógicamente las buenas).
Hemos vuelto a utilizar a Dios para dividir este mundo. Y ahora nos damos golpes de pecho por la que hemos armado.
Acaso es así como ha tenido que ser.
Porque en realidad, ni una hoja de un árbol se mueve sin que nuestro Padre Celestial lo consienta.
Todo lo que ha sucedido ha sido lo que tenía que suceder.
Todo lo que sucede, es lo que tiene que suceder.
Todo lo que sucederá es lo que ha de suceder.
Qué contradicción, y a la vez, qué maravilla.

sábado, 18 de septiembre de 2010

6.- Del Camino de regreso a casa

A partir de esta entrada, voy a dirigir el contenido de este blog, hacia lo que denomino "El Camino de regreso a casa".
Este título no es, que digamos, demasiado original, pues de ello consiste el contenido de todas las religiones que en el mundo han sido, y todos los intentos del ser humano por descubrir que hay más allá de lo que ven nuestros ojos en la cumbre de nuestra vida, de nuestro particular Lion's mound en nuestro personal Waterloo que es nuestra propia vida.
Uno decide regresar a casa, cuando siente que donde está no es su sitio, que si se fue de casa pegando un portazo, como que reconoce "haberla cagado" y con más miedo que vergüenza, decide regresar, a ver si su padre no le infla a tortas.
Te voy acontar una historia para que me entiendas.

El otro día me encontré con un amigo mío. Llevaba mucho tiempo fastidiado por problemas con los hijos; ya se sabe… Pero el otro día sorprendentemente le vi muy animado. ¡Paco!, le dije, ¿Qué te pasa, que te veo tan alegre? Mi sorpresa no era para menos, porque, como digo, llevaba, que recuerde, un par de años pero bien jodido. Resulta que el pequeño de sus hijos -tiene tres, chico, chica y chico-, llevaba ya dos años que se había ido de casa con tan sólo dieciocho años. No quiso estudiar, y cuando cumplió la mayoría de edad le sorprende con que se va de casa, arrampla con la cartilla que año tras año habían ido ahorrando, metiéndole dinerillo –tenía un pico-, y simplemente se fue con sus amigos. Durante dos años; creo se fue allá por el verano de 2004, Paco no tuvo ni noticia del chaval. Como se había ido por su cuenta y riesgo, no cabía llamar a la policía. Pero tanto él como Amalia, su mujer, estaban desolados. Hasta que, como digo, el otro día, viene y me dice loco de contento que Tomás ha vuelto. Y ¿cómo ha sido?, cuenta, le dije. Y me contó. Pues verás, el viernes pasado (hará unas dos semanas), recibo una llamada de teléfono suya. Papá, soy Tomás. Al principio me quedé extrañado. Pero al instante reconocí su voz. ¡Hijo! ¿Cómo estás? Bien, estoy bien, papá. ¿Pero, cuéntame, dónde estás, estás bien? Mis palabras se atropellaban. Él se mantuvo callado mientras yo no hacía más que preguntar por él. Hasta que me dijo. Papá, sé que te he hecho mucho daño al irme de casa, y me arrepiento por ello. Las he pasado putas, muchas veces he pensado en llamaros pero temía que me colgarais el teléfono. No merezco que me mires a la cara, ni que me recibas en casa, ni que me trates como a un hijo, porque os he hecho sufrir mucho, pero he pensado que si me contratas como jardinero o en tu taller como mecánico, yo no te molestaría, dormiría en el cobertizo…
Calla, idiota. Cómo dices esas cosas. Ven en seguida, o mejor, dime donde estás que salgo ahora mismo a buscarte. Total, que al final quedamos en un punto neutral, pues no quería que viese dónde había pasado todo este tiempo. Luego me enteré que vivió como un puerco en una comuna, se drogó, pordioseó y vivió como un desgraciado. Pero mira, chico, cuando le ví, a pesar de que estaba irreconocible, me di cuenta de la gran tristeza que cubría su cara sucia y oculta tras una barba de cien años de soledad. Salí del coche en la estación del Pinar de las Rozas y me tiré a su cuello. Jamás me he sentido más feliz. No sé cuanto tiempo pasamos abrazados. Cuando llegamos a casa, Amalia tenida preparada una cena acojonante. Reímos, charlamos, gastamos toneladas de gel y champú para asearle, y cuando estábamos en lo más feliz de la cena, viene Alfredo, el mayor, nos ve, y qué te crees que hizo. Nos miró con desprecio, se dio media vuelta y se fue. ¡Alfredo! Grité, qué haces. Salí del comedor y le agarré por el brazo, y me dice. No te entiendo papá, siempre a tu lado y nunca te has dignado a dejarme la casa para que vengan mis amigos, simplemente a cenar o a ver la tele. Y viene ese cabrón de tu hijo después de lo que os ha hecho sufrir y en vez de partirle la cara, coges y montas una fiesta por todo lo alto. No sabes lo que dices, Alfredo. Ni te imaginas la alegría de tus padres al ver que nuestro hijo, tu hermano ha vuelto. Sabes que te quiero, eres un chaval excelente, y nunca he dudado de ti, pero ni te imaginas las calamidades que Tomás ha pasado, quizás por su inexperiencia, porque siempre ha sido un rebelde, pero creo que el calvario que ha pasado le ha hecho madurar y darse cuenta del error. Anda ven y pasa, y dale un abrazo. Con lo que os queríais cuando erais pequeños. Anda, pasa. Y ¡mira!, me dijo Paco. Se vieron, se miraron, nos miramos, hasta que tímidamente se acercaron… Y ¡final feliz!.

Amigo, si eres cristianos, o ha oído hablar de Jesús de Nazareth, te recordará esta historia a una de las parábolas más representativas del mensaje de Jesús, la parábola del hijo pródigo. Está en el Evangelio de Lucas, capítulo 15, 11-32. Échale un vistazo, está bastante bien.

Pero claro, después de que el hijo regresa a su casa, que ya le costó tomar la decisión, no todo fue para él tan bonito. De tanto tiempo que pasó pordioseando por ahí, venía hecho una mierda.
La parábola de San Lucas dice lo siguiente:
El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.”
Pero el padre dijo a sus siervos: “Traed aprisa el mejor vestido y vestidle,  ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies”.
Lc 15, 21-22

Estamos ante la situación similar en la que Jesús describe a los invitados a la boda, a la fiesta.
Han de vestir el traje de ceremonias. Peeero….
Resulta que el hijo pródigo venía de aquella manera. De modo que, su padre, una vez concluido los besos y los abrazos, le diría….
Hijo, ¿tú te has visto como estás?
-Mírate al espejo.
El chaval, viéndose en el espejo y reconociendo no llevar las mejores galas precisamente,  exclamaría algo así como…
-¡Joooder!, menuda pinta.
Y el Padre, a continuación le explicaría el plan de ataque…
-Chaval, estás hecho un desastre. Reconocerás que hueles que tiras de espalda, estás lleno de harapos, tienes heridas infectadas por todo el cuerpo, y más mierda que un jamón.
-Antes de ponerte el traje de fiesta, te va a tocar quitarte esa ropa vieja y asquerosa que llevas, quemarla, quedarte desnudo y que mis criados te ayuden a bañarte, restregarte con cepillo de cerdas para quitarte toda la mugre que llevas encima, y te aseguro que duele; y si conseguimos que no mueras en el intento de arrancarte la porquería acumulada de no lavarte en cinco años, trataremos de curarte esas heridas, pero aviso que el alcohol escuece…
-Porque no creerás que te vas a vestir de gala con esa pinta. Antes del vestido de fiesta, te vamos a tener que purificar.
-Así que, marchando…
Todo esto, dicho con un lenguaje ciertamente desenfadado, pero que encierra una realidad tremenda.
Cuando uno reconoce haberla cagado con su vida, y descubre que ha desperdiciado tantos años de su vida en intentar lograr pequeñas parcelas de éxito y de riqueza material, y que nunca antes había caído en la cuenta de que el auténtico sentido de la vida es "amar a los demás como Alguien nos dijo una vez, que nos había amado", que la vida no tiene más sentido que la de entregarla al servicio de aquellos que se cruzan en nuestro camino, lo que nos queda por vivir, no va a ser un camino de rosas precisamente, porque a poco que uno sea algo sagaz, podrá comprender, qué significa la descripción del harapiento hijo.
Es la descripción del pecado, y cómo afea el aspecto del alma.
Y la preparación para ponerse el traje de fiesta, es el duro proceso de purificación del alma. San Juan de la Cruz lo denomina “la subida al Monte Carmelo y la noche oscura”.
Así que el resto de nuestra vida, una vez que caemos del guindo, no es ni más ni menos que eso. Aunque cada uno lo viva de un modo diferente.
Jesús en varias ocasiones habla de los invitados a la boda, y de cómo el que osa entrar sin el vestido de ceremonias, lo tiene chungo, porque no puede vestirse de gala estando hecho un adefesio maloliente.
El proceso de unión del alma con Dios es precisamente este, así que respiremos hondo, y al tajo, que queda mucho que currar….

Esto es lo que te quisiera mostrar a partir de ahora.

Aviso: no quiero ir por la vida de listillo. No soy ningún experto teólogo ni tengo estudios de exégesis ni de hermenéutica. Hablo de mi experiencia personal, eso sí, de más de cuarenta años, tratando de caminar por cañadas oscuras. Y todo esto, con debido respeto a los doctores de todas las teologías y doctrinas con los que, lógicamente,no pretendo competir en sabiduría.
Lo que pretendo compartir es mucho más sencillo.
Te dejo con el Salmo 23, que expresa claramente mi sentir.
1 El Señor es mi pastor, nada me falta.
2 Por verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas, 
3 y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre.
4 Aunque camine por cañadas oscuras, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, me sosiegan.
5 Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, y mi copa rebosa.
6 Su, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi  morada será la casa de mi Señor por todos los días de mi vida.