Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

lunes, 25 de abril de 2011

100.- Resurrección



Hechos bajo la sombra de la duda


Las comunidades cristianas celebran este día, su fiesta mayor, la más grande del calendario litúrgico, en la que conmemoramos el extraordinario suceso de la resurrección de Jesús de Nazareth.


Este es un hecho que cambió el curso de los acontecimientos, porque fue el que transformó la historia de un total fracaso, en un total triunfo.


La cuestión radica en que mientras que el fracaso de la misión de Jesús fue un hecho objetivo, ya que a todas luces tras su prendimiento en Getsemaní, todos sus seguidores huyeron despavoridos a esconderse, y el Jesús sufrió solo el castigo por su insolencia, y el pueblo al unísono gritaba a Pilatos "crucifícalo", incluso ante las dudas razonables que Pilatos tenía sobre su culpabilidad, el suceso de la resurrección fue un acontecimiento oculto, no manifestado de forma espectacular, ni siquiera con ayuda de ángeles trompeteros, como pintan los artistas clásicos en sus lienzos.


La resurrección fue manifestada en el corazón exclusivamente de sus discípulos. A nadie más que a ellos les fue dado a conocer el hecho. Dios no acudió a desplegar una traca de efectos especiales para que todo el mundo creyera que habían cometido, no una injusticia con Él, sino que se podían ir preparando los culpables por el desaguisado.


De nuevo, la Divinidad opta por desplegar una fenomenología esotérica, no exotérica.Objetivamente, la resurrección consiste ante los ojos de un tercero, en un sepulcro vacío. Lo que da pie a pensar que "alguien o algunos se hay llevado el cuerpo y lo han ocultado en algún otro lugar, y así conseguir que surja la leyenda, "ha resucitado".


De nuevo Dios nos pone en el disparadero de obligarnos al dilema entre creer o no creer. No muestra sus cartas a las claras, simplemente, utiliza la fe, y unas supuestas y determinadas evidencias de sus apariciones, recogidas por sus propios seguidores, para hacer ver que ha resucitado.


En otras palabras, la resurrección de Jesús no es un hecho histórico, constatable por los historiadores, sino un suceso vivido exclusivamente por sus seguidores, quienes fueron los que lo dejaron por escrito en los evangelios.


De nuevo, creer o no creer. Y como Pablo decía, "si Jesús no ha resucitado, vana es nuestra fe". Osea, estamos haciendo un pan como unas tortas.


Así que si uno ve como plausible lo del robo del cuerpo y la difusión del bulo de que ha resucitado, hasta convertir a Jesús el Cristo en un personaje legendario y posteriormente un objeto de culto, tenemos todos los ingredientes para sospechar de que todo lo posterior ha sido una perfecta estratagema de sus seguidores, para organizarse en comunidades y desplegar una nueva religión. Esta es más o menos la visión atea del asunto.


Hechos bajo el signo de la Fe


Lo que celebramos en la liturgia de la Vigilia Pascual, nos muestra los acontecimientos bajo el signo de la fe. Jesús resucita calladamente. No hay ángeles trompeteros que desplieguen ningún tipo de efectos especiales, y los discípulos, que ven el sepulcro vacío, que reciben la aparición de los ángeles que les preguntan a las mujeres "¿por qué buscáis al que vive?", que caminando hacia Emaús sienten cómo arde en su corazón cuando el forastero les explica las escrituras y le reconocen al partir el pan, y otras tantas denominadas "apariciones" fugaces, les hace todo ello, comprender que realmente ha resucitado.


Sólo se manifiesta tras la resurrección en aquellos que creyeron en Él. Y les dice, "no tengáis miedo", "yo estaré con vosotros hasta el in del mundo".


Total, que entre un acontecimiento no demostrable mediante pruebas digamos "arqueológicas" y ese mismo acontecimiento demostrable mediante el testimonio exclusivo de aquellos que creyeron en Él, los cristianos celebramos hoy, el acontecimiento por antonomasia que fue capaz de cambiar el curso de la Historia.


Pero para que realmente esto haya sido así, y sobre todo, para que siga siendo así, la condición imprescindible es "la fe". "Sí, creo".


Lo sutil de Dios es que, dándote todos los argumentos objetivos para no creer, pues lo más lógico es lo que dijeron los judíos, "robaron el cuerpo para hacernos creer que había resucitado", te da energía interior para encender la llama de tu corazón y creer que...


Jesús está presente en medio de nosotros aquí  ahora, con toda su realidad


Créetelo o no, es tu problema.


La resurrección según la doctrina católica


Recordando lo que yo aprendí en catequesis, incluso si aceptamos la Resurrección bajo el signo de la fe, la inquietante pregunta es "¿Y.....?"


Vale, Jesús ha resucitado, la Iglesia y sus doctores nos dice que con su muerte y resurrección hemos sido liberados de las ataduras del pecado, pero sólo si, a partir de ahora, la cosa para nosotros hacemos lo siguiente...


1º.- Recibir el bautismo para convertirnos en hijos de Dios. Si no somos bautizados pues va a ser que no somos hijos de Dios. O sea, chungo.


2º.- Nos formarnos en las catequesis para aceptar la doctrina de la Iglesia cumplirla.


3º.- Vivir en el seno de la Iglesia, que es la exclusiva comunidad de los hijos de Dios, haciendo buenas obras y practicando los sacramentos que son los que nos dan la fuerza para no cometer demasiados desaguisados, y si caemos en ellos, el sacramento de la confesión lava nuestras culpas, para volver a empezar.


4º.- Morir en gracia de Dios. Si no es así nos espera un tiempo indeterminadamente largo en el purgatorio, o incluso, nos vamos a freír espárragos al infierno.


5º.- Esperar en el sepulcro el día del juicio, a ver si con un poco de suerte y una ayudita de la Virgen (ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, amén), pasamos el examen, y entonces sí, resucitar del sepulcro en cuerpo (lo siento por los bajitos, feos y gordos)  y alma, para entrar en el Reino de los cielos.



Hablamos y celebramos en las festividades de la Pascua cristiana sobre la Resurrección de Cristo. La nuestra queda aplazada a algún momento de la Historia una vez hayamos muerto, en el que se den en nosotros estos cinco requisitos. Si no se dan, la cosa pinta fatal.



La Resurrección de Jesús es algo que termina como un recuerdo jubiloso cuando toca, de que Jesús murió y resucitó para abrirme las puertas del Cielo, y con mucha suerte, a lo mejor, si todo dale bien, en su día... vaya usted a saber cuando... a lo mejor me toca la lotería y también resucito tras aburrirme como una ostra en el cementerio vaya usted a saber cuántos cientos o miles de años. 

Así las cosas, las Pascuas terminan siendo una anualmente repetida catársis para tratar de sentir lo que sintió Él durante su pasión, muerte y regocijarnos finalmente con "su" resurrección, para terminar el asunto con una taza de chocolate con churros tras la vigilia Pascual.

Luego viene la pena de volver a nuestros asuntos cotidianos, donde la vida siegue siendo tan "puta" como siempre, y después de una semana, la cosa queda en un recuerdo bonito, mientras duró. Luego viene las apariciones, la ascensión, pentecostés, en un intento de mantener vivo en nuestras conciencias y en nuestras mentes lo que sucedió. Y vuelta a empezar con el Adviento.

Así es, al menos como nos enseña a vivirlo nuestra santa madre la Iglesia, haciendo buenas obras y practicando los sacramentos dentro de una sana práctica de la liturgia.

Pero si la celebración litúrgica de la Pascua queda en la vivencia emocional de los hechos acontecidos, sintiéndonos pecadores que por nuestra culta llevamos a Jesús al Calvario, y luego, por su inmenso amor, resucita y con ello, se nos perdonan nuestros pecados, estamos en las mismas que cuando comulgamos, incluso diariamente, pero luego nosotros, nuestro ser no se transforma literalmente en Eucaristía viva para los demás.


Mi resurrección, o mi sepulcro vacío




Personalmente yo no puedo vivir así.


Para mí, la Resurrección de Jesús es "mi resurrección". Y mi resurrección requiere algo tan poco vistoso y tan poco exuberante en sentimientos como "mi sepulcro vacío"


Resucitar es simplemente, dejar mi sepulcro vacío. 


¿Y dónde quedo yo?


En ninguna parte. Mi yo individual, simplemente murió en la cruz de mi vida. simplemente "no queda nadie en casa", como dice David Carse en su libro "Perfecta y brillante quietud".


Salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegado.
Cesó todo y quedeme, entre las azucenas olvidado.




Tal y como vivo, pero sobre todo, tal y como es mi filosofía de vida, de una forma tan heterodoxa, creo que tengo todas las papeletas para que según los doctores de la Iglesia, mis posibilidades de resucitar sean bastante escasas.


Mi esposa y yo, llevamos ocho años con este, viviendo la Pascua en Villa Paz, un albergue de jóvenes, en un pueblo de Jaén, El Centenillo. El albergue pertenece al movimiento Oasis. Ver enlaces en este blog. 


En estas pascuas, vividas como un ejercicio de crisis personal, la Resurrección es como nuestro "antelucano", el anuncio de nuestra propia resurrección, en la medida en que seamos capaces de dejar...


Nuestro sepulcro vacío


Porque a el alma, la Resurrección de Jesús en lo más profundo del corazón nos dice lo siguiente:


Resurrección es el fruto de mi vacío interior. 
Resurrección es el fruto de mi muerte como "yo individual".
Resurrección en en mí el fruto de mi nada.
Resurrección es el fruto de mi crisis de fe superada.
Resurrección es comprender que "todo es Consciencia", que "Todo es Él".
Resurrección es ser consciente de que nada existe que no sea Él.
Resurrección es la simple, brillante y perfecta quietud de mi alma.
Resurrección es el simple silencio, 
Resurrección es la simple contemplación de mi vida, sin juicios, sin críticas.
Resurrección es el elogio de la Humildad.
Resurrección es el elogio de la misericordia.
Resurrección es el elogio de la escucha callada.
Resurrección es el elogio de la entereza
Resurrección es el elogio de la pobreza de espíritu.
Resurrección es el elogio de la mansedumbre.
Resurrección es el fruto de la FE, es decir, de la confianza ciega en Él.
Resurrección es el elogio del amor a mi esposa y a mis hijos.
Resurrección es mi donación total a los demás.
Resurrección es el elogio del amor.
Resurrección es saber dejarme llevar por cañadas oscuras...


Resurrección es vivir...


En una noche oscura
con ansias en amores inflamada.
oh, dichosa ventura
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.


Resurrección, en suma es "fiat lux", hágase la luz en mí, hasta ser consciente de que Dios habita en mí, ha habitado en mí siempre, con toda su realidad. 


Resurrección es ser consciente de que cuanto menos haya de mí en mí, más habrá de Dios en mí... hasta dejar mi sepulcro vacío.


Y Dios se manifiesta en su Hijo resucitado, si yo le acepto en mí como resucitado, hecho fuera de mí "mi reino", para que "venga a mí su Reino".


Y todo eso, tanto si soy consciente de los hechos acaecidos en aquel tiempo, y transmitido por la Iglesia en la difusión planetaria del Evangelio, como si no.


Porque si sólo tuviera la suerte de vivir todo esto, en la medida en que hubiera nacido en un país católico, en el seno de una familia católica, o de conocer a alguien que me hubiera explicado la doctrina y me hubiera bautizado, entonces, resulta que la resurrección sólo aplica a un pequeño porcentaje de élite, en relación a toda la humanidad. No creo que supere el 10 o 15% de los seres humanos que han existido y existen.


Es decir, Jesús, o ha resucitado para toda la humanidad, sepa o no de aquello, o no ha resucitado para nadie.


Jesús ha resucitado para "Todos los Santos de Dios" que han vivido en este Planeta desde que el homínido Moonwatcher y su chica, Adán y Eva para los amigos, se dio cuenta de que podía matar cerdos con el fémur de otro cerdo.


Pero esto son sólo reflexiones de alguien que como yo, no acepta un encorsetamiento doctrinal estricto que obliga a creer que la resurrección aplica a los que cumplan los cinco principios doctrinales anteriormente citados.


*



sábado, 23 de abril de 2011

99.- Descendió a los infiernos


Hay una frase del Credo católico que repetimos cada vez que lo rezamos, y que nadie, ningún cura me ha sabido explicar, salvo que es el tiempo entre que murió Jesús y resucitó, que bajó a los infiernos para sacar a las almas que antes de Él, habían muerto en Gracia, pero como el Cielo estaba cerrado desde el desaguisado de Adán y Eva, no podían entrar. Clara visión sujeta al confinador espacio tiempo, pues Cristo baja a un Dónde, durante un Tiempo, mientras se cumplía el momento de resucitar.


Como escena para una catequesis, está bien. Y si no hay preguntas tras la explicación, pues mejor que mejor.


Pero, ahora y de verdad, ¿Qué significa esta frase del Credo católico, que además, no aparece referenciada en la Biblia, que yo sepa?


Esta frase es de las más misteriosas e inquietantes que ocupan el acerbo doctrinal del Cristianismo.


Son de esas, que al menos a mí, la mire por donde la mire, me deja preocupado, porque si lo piensas un poco, es como cuando has logrado sintonizar un canal de televisión, y parecer haber conseguido verlo bien, de repente vuelves a perder imagen y se te vuelve todo a convertir en bruma o niebla.


El catecismo de la Iglesia católica, por si te sirve, dice lo siguiente:



CRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS


632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos.


633 La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham". "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos". 
Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido.


634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva..." (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo, pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos 605 los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención. 


635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte para "que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan". Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15), aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud" (Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte y del Hades" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).
Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos ... En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. 
Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él ... Y, tomándolo de la mano, lo levanta diciéndole: "Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo". Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti ... 
Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto".[500]



Lamento decirte que esta frase y su explicación, me dejan en terreno de nadie,  suspendido entre la nada y la nada, inquieto, obligado a aceptar, en su caso, una explicación, que no dudo que esté basada en argumentos exegéticos, o como se llame, de gran peso intelectual, pero es como si me introdujera en zona peligrosa, desconocida, oscura, incierta, donde nada es seguro, donde todo es una amenaza.


No sé cómo explicar esta sensación. Es como si todo en lo que crees quedara suspendido de un fino hilo quebradizo. Porque resulta que desde que el hombre pisó este Planeta, nadie, ningún ser humano antes del año 26 DC, pudo entrar en el Cielo, antes de que Jesús muriese en la Cruz. El Cielo vacío de almas hasta que Jesús no murió. Después supongo que todas las que tuvieran derecho a entrar entrarían a mogollón.


De nuevo una teología sujeta al continuo espacio tiempo.


¿Tiene todo esto algún sentido?


Es un terreno de arenas movedizas.


Como me decía un buen amigo mío... "no pienses tanto, que te va a castigar Dios".


*

98.- En tus manos encomiendo mi espíritu



Tras muchas y largas jornadas, meses, años de camino; tras atravesar bosques umbríos, valles, mesetas áridas, montañas, desfiladeros, ríos, y experimentar todo tipo de situaciones buenas y malas, caídas y recuperaciones; tras sentirte que en realidad eres un pobre siervo de la Providencia; pero sobre todo, tras llegar a la conclusión de que por mucho que reflexiones, no puedes incrementar un sólo codo a tu estatura, ni un sólo minuto a tu vida, ni entender lo que no se puede entender, al final, o lo tomas o lo dejas.

Si lo dejas, pues “tú mismo con tu mecanismo”. Allá tú. Sigue sólo, realmente solo. Porque los seres humanos, por muy rodeados que estemos de seres queridos, de personas allegadas, de amigos y confidentes, al final, de verdad, la Vida Interior, es decir, tu más pura realidad, sólo la puedes compartir con la almohada. Y la almohada jamás dice una palabra, nunca se manifiesta, porque simplemente es un objeto inerte, sin vida; es como lanzar botellas con mensaje a un pozo profundo, que nadie leerá jamás. Sólo tú contigo mismo.

Si se opta por esto, habiendo experimentado a Dios en algún momento de la vida, la sensación de soledad puede llegar a ser absolutamente aterradora. Si no es así, es señal de que lo vivido ha sido un “counterfeit”, una falsificación de algo supuestamente real. Y doy fe de ello, porque cada vez que por indolencia, por tibieza, he pasado temporadas “¿alejado?” (más bien atontado por mis asuntos, “no nos dejes caer en la atontación”), el vacío que he experimentado ha sido tan abrumador, que no he podido hacer otra cosa que decir “lo siento, Señor, perdóname”.

Los que no tienen recuerdo de lo que es vivir a Dios, experimentarle dentro de sí, acaso estén más ajenos de su propia desgracia, enredados en sus trajines. E incluso es bastante probable que les vaya mejor que a nosotros, porque “los hijos de este mundo suelen ser más astutos que los hijos de la Luz” (Lc 16, 8).

Cuando cruzas el ecuador de la vida, y te vas aproximando lenta pero inexora-blemente hacia las edades de la madurez y te vas convirtiendo en un respetable señor/a provecto/a y casi sin darte cuenta te ves en la senectud, echas cuenta y te das cuenta de que de todos tus ideales para este mundo, para tu vida aquí, en el Confinador, se han quedado en la mitad de la mitad de lo que eran tus aspiraciones juveniles, cuando saliste de la Facultad o de la escuela dispuesto a comerte el mundo, y lo que realmente ha pasado es que el mundo te ha comido a ti, y se ha aprovechado de ti para seguir su inexorable rumbo hacia no sé dónde. En-tonces, o te deprimes o te lo tomas con filosofía, porque en realidad llegas a ser consciente de que nada de lo que hayas hecho para tu propia hacienda y bienes pecuniarios tiene realmente valor (el orín los corroe) y tan sólo sirve para que tus descendientes se peleen a dentelladas por la herencia.

Si has tenido la gran suerte de haber sido tocado por el Altísimo, y la inteligencia de haber sabido responder a ese “sentir algo dentro de ti, que no sabes lo que es”, entonces comprendes que tanto los éxitos (pocos) como los fracasos (mu-chos) tienen todo el sentido del mundo; que la cotidianeidad de las horas y los días caminando por las planicies castellanas del Camino, no han sido en vano, como no lo fue para el pueblo de Israel caminar por el desierto. Caes en la cuen-ta de que incluso los largos años de aburrida y rutinaria vida cotidiana, cobran todo el significado, y que realmente has vivido (aunque en más de una ocasión lo hayas maldecido) la vida que debías vivir… según Su Voluntad. ¿Por qué? Sólo Él lo sabe. ¿Has sabido guardar todo esto en tu corazón? Entonces, habrás compro-bado que la Paz de Dios ha inundado tu alma, has amado a manos llenas, y en el fondo has sido feliz y has contribuido decididamente a hacer este mundo, este Confinador, habitable. ¿No has sabido guardarlo? Entonces te habrás pasado la vida quejándote como egoísta guiñapo de que el mundo no te ha hecho feliz (lo que al mundo le importa un pimiento, porque siempre va a su bola). Peor para ti, porque no habrás conseguido nada a cambio de tus berrinches, salvo amargura que habrás repartido en pequeñas dosis a los demás, con lo que habrás contri-buido decididamente a que este mundo, el Confinador, ser un lugar donde no hay quien pueda vivir en paz.

Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.» 18 «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. 19 Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. 20 Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán.
Jn 15, 17-20


Es lo único que importa. Y de eso, si eres sincero, te darás cuenta, más tarde o más temprano lo único que importa es el amor que hayas derramado hacia los demás, porque es lo único que realmente te puede dar la paz de espíritu que todos necesitamos.

Quiero deciros algo a todos vosotros, que os habéis convertido en parte de mi vida.
El color y la belleza que habéis puesto dentro de mí, se ha convertido en un canto que quiero entonar para siempre.

Hay una fuerza en nosotros que hace que las cosas tengan sentido, cuando el camino de otros se cruza con nuestro camino.
Nosotros debemos estar allí para que estas cosas ocurran.
Cuando la hora de nuestro ocaso llegue, nuestros bienes y actividades tendrán verdaderamente poco valor.
Pero la generosidad y el cariño con que hayamos amado a los demás hablarán con fuerza del gran regalo de vida que nos ha sido dado a cada uno.


Este es un fragmento de “La Canción de Ruth”, un bello poema donde dos esposos se entregan en un al otro sin condiciones. Y ambos se confiesan mutuamente el pasaje de Ruth a Noemí: “donde tú vayas, iré yo, donde tú vivas, yo viviré, tus amigos serán mis amigos y tu Dios será mi Dios” etc (Ruth 1, 16-17). Se recita como canción en el Fin de Semana de Encuentro Matrimonial, movimiento con el que mi esposa Paloma y yo venimos trabajando durante bastantes años. Y tiene el gran valor de ensalzar lo único que realmente importa, el Amor.
Es decir… “FÍAT VOLUNTAS TUA”



Porque no sé si somos conscientes de que en cualquier caso, en cualquier oca-sión y lugar y circunstancia, amar significa única y exclusivamente “Fíat voluntas tua”, hágase, hacer, la voluntad de Dios. Por eso, al final Jesús, sólo nos dio un mandamiento, sólo uno, amarnos los unos a los otros como Él nos enseñó a amar, porque amarnos es hacer la voluntad del Padre.

Bienaventurado el que sepa darse cuenta de esto, porque habrá ganado su Vida entera, eso sí a cambio de perder su vida (esa ilusión llena de ridículas expectativas tales como llegar a ser el rey del mambo, algo así como ser director general de la empresa, o ganar un millón de dólares).

Ahora sí, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han cono-cido a tu Salvador, porque me has iluminado con esa luz que viene de lo alto; porque por fin mi Marta que llevo dentro se conciliará con la María que también soy y Tú has educado y formado para que aprendan a vivir, como proclama Teresa de Jesús en la Séptima Morada de su libro, “que Marta y María sean una”.

Ahora sí, Señor, soy consciente de que “en tus manos encomiendo mi espíritu”, (Lc 23, 46) porque ya he dejado de pertenecer a este mundo, la séptima puerta del Confinador está abierta, y puedo vislumbrar lo que hay más allá de las cosas.

Esta exclamación la dijo Jesús en el instante mismo de morir.
Y por fin la muerte.
Pero ¿qué es realmente la muerte?
*

97.- Todo está cumplido



“Bimadisiwin”: vivir la vida.

A ti he confiado mi alma.
Mi amor ha anidado en ti
Toco la piedra que me curó
Siento a mi madre cerca.
Pongo los dones que una vez
Me fueron otorgados
En el seno de tu dulce abrazo
Siento las alas del gavilán
Dar vueltas alrededor de mi vacío.
A ti he confiado mis sueños
Mis metas, mis esperanzas y mis miedos.
Siento tu poder que me llena.
Te bendigo con mis lágrimas.
A ti he confiado mi ser.
Mis recuerdos de los días pasados.
Te doy gracias por abrirme tus brazos.
Tú me das alas para volar.
El tambor de sanación


Ref: Lobo negro y Gina Jones. El tambor de sanación. Océano ambar. Barcelona 2000. Proverbios de sabiduría de los indígenas americanos. Los poéticos e inspirados pensamientos de ""Lobo Negro"" (Mukaday Waymaengun, de antepasados ojibway) y su esposa Gina (de antepasados mohawk) enseñan el camino de profundo conocimiento de los indios norteamericanos. Sus enseñanzas aportan una nueva luz en la relación que mantenemos con la naturaleza, tan importante hoy en día, e inspiradas reflexiones para el autoconocimiento y la armonía interior. Este libro recoge la gran energía del movimiento ""Listen to the Drum" relacionado con la cultura, ceremonias, costumbres y técnicas de curación y realización personal que ha despertado un inusitado interés en Norteamérica.

Los humanos que tomamos la opción de contraer matrimonio y formar una familia, tras muchos años de verles a nuestros hijos nacer, crecer, educarles y darles un medio de vida, cuando les vemos ya autónomos, con capacidad para valerse por ellos mismos, y que a lo sumo para los que podemos serles útil es para mal-criar a los nietos (porque ya se sabe que nietos y abuelos son aliados naturales), podemos exclamar a Dios una frase similar a la que el anciano Simeón pronunció cuando María y José presentaron a Jesús en el templo, “Señor ya puedes dejar a estos padres irse en paz, porque ya todo está cumplido”. Cuando a ellos les hemos entregado todo lo que teníamos y les vemos salir de casa, un sentimiento de satisfacción nos embarga, por el deber cumplido, para, a partir de entonces ponernos en la cola de Caronte, el barquero de Hades, en espera de que nos lle-gue la hora de cruzar el Aqueronte, el río de la muerte.

Aprende la lección de la bellota.
¿Cómo sabe la bellota convertirse en un roble?
Porque se entrega a sí misma, se acepta,
Transformándose ella misma,
Para poder vivir su propia experiencia.


El tambor de sanación

Si nos preguntaran cuándo pensamos que “todo está cumplido para nosotros” en esta vida, no sabríamos qué decir. Lo más habitual suele ser que, tras el pase a retiro por edad, a eso de los 65 años -cuando la Sociedad nos define oficialmente con el certificado de jubilación que entramos en las “clases pasivas”-, algo nos dice que prácticamente, salvo atender a los nietos, ya “todo está cumplido”.

Esta frase que Jesús pronunció en la cruz (Jn 19, 30), marca el final de su misión en la Tierra. Pero la pronunció apenas unos segundos antes de expirar.
Stricto sensu, sólo en el instante antes de morir también podremos nosotros decir, “todo está cumplido”, porque hasta entonces, todavía queda mucho por hacer.

Es lo que tantas veces nos preguntamos sobre el por qué a alguien que está en plena vorágine de actividad y buen rendimiento, y a edad temprana, digamos 30, 40 o 50 años, de pronto, le sobreviene un cáncer, o cualquier otra enfermedad aguda, o sufre un accidente mortal, y su vida queda sesgada con todo medio hacer. ¿Por qué, nos preguntamos, una madre se muere con todos sus hijos a medio criar, o un padre en la misma situación? Lo preguntamos porque según nuestras cuentas todavía no todo está cumplido, queda mucho por hacer. Y sin embargo vemos cómo las residencias de tercera edad están repletas de ancianos medio demenciados, para los que “todo está ya cumplido” hace ya muchos años, y sin embargo ahí están, con incontinencia de esfínteres, y perdida de juicio, llenos de escaras de declive, suponiendo una importante carga social.

Siempre es lo mismo; no entendemos por qué se producen muertes prematuras y vidas extremadamente longevas. Y no entendemos porque según nuestro criterio, nuestra voluntad, los primeros deberían seguir viviendo y los segundos debe-rían haber muerto cuando ya dejaron de servir y habían vendido ya todo su pescado.

En esto se ve, como quizás en ningún otro acontecimiento de la vida, que nuestros pensamientos o nuestras decisiones sobre cómo deben ser las cosas, no son Sus pensamientos ni Sus decisiones.  Porque en realidad, aunque pensemos que en este mundo se está realizando la voluntad de los seres humanos, en realidad sucede más o menos lo siguiente:

Escenas domésticas

Escena 1: Madre que deja a su hijito metido en su corralito para que juegue con un juego de meter bolas en una caja. El niño se esmera en meter la estrella en el agujero con forma de estrella, la bola en el agujero redondo, el cubo en el cuadrado, etc. Cuando todavía le quedan varias piezas por encajar, la madre le agarra, le saca del corralito, le cambia los pañales y le coloca en el cochecito para salir a la calle. Nos podremos imaginar la perra que monta el niño, tan ensimis-mado como estaba con su juguete.

Escena 2: Comienza como en la escena 1, es decir, madre que deja a su hijito metido en su corralito para que juegue con un juego de meter bolas en una caja. El niño se esmera en meter la estrella en el agujero con forma de estrella, la bola en el agujero redondo, el cubo en el cuadrado, etc. Hasta que lo termina. Entonces una vez que no tiene nada que hacer, y no sabe abrir la caja para sacar las piezas y empezar de nuevo, comienza a ponerse nervioso, porque se aburre y quiere salir, pero su madre todavía no está arreglada para salir a la calle, de modo que le toca esperar una eternidad. También nos podremos imaginar la perra que coge el niño y el incordio para su otro hermano recién nacido, que se despierta y comienza a hacer compañía a su hermano en un llanto a dúo ensordecedor.

Pues más o menos eso nos pasa a los humanos. No somos conscientes de que el corralito de nuestros bebés es el Confinador en el que estamos colocados por nuestro Padre que está en los Cielos. Los que mueren prematuramente les sucede como al niño de la escena 1. Los que se eternizan en la extrema ancianidad son como el niño de la escena 2. Nadie está contento.

En las escenas domésticas que hemos imaginado, los acontecimientos importantes, los que marcan las pautas de la historia de ese día no son lógicamente los juegos que nuestros niños realicen en el corralito para entretenerse (esto dicho con sumo cuidado, porque en realidad sí tienen importancia educativa), sino las cosas que la madre tiene que hacer. Es decir, lo que marca el devenir de los acontecimientos son las decisiones de la madre, no la de los niños. Pues en la vida real, lo mismo; el devenir de nuestras vidas no lo marcan nuestras decisiones, sino las Suyas. Otra cosa es que estemos tan absortos en nuestros juegos de corral, que “creamos” que lo importante son los juegos que nos montamos en el corralito, en el Confinador.
Jesús, cuando se encarnó en María y estuvo entre nosotros en este mundo, lo que hizo fue meterse en el corralito para enseñarnos a meter las piezas en la caja, pero nosotros, que somos muy chulos, nos enfadamos tanto con Él que le dejamos la cara como un ecce homo, llena de arañazos. ¡A mí me vas a decir tú cómo tengo que meter las piezas en la caja!

Todo está bien

Volvemos a la teoría del Confinador, que ha subyacido a lo largo de todo este libro. No sucede lo que nosotros decidimos, aunque lo parezca; siempre acontece su voluntad. Otra cosa es que queramos ignorarlo, pero realmente “todo está bien”, sucede lo que ha de suceder.

Gandhi, en un encendido alegato a favor de la no violencia (ahimsa), afirmaba que:


 “La ley que rige la Humanidad es el amor. Si la violencia nos hubiera regido, nos habríamos extinguido hace muchísimo tiempo”.

Efectivamente, en este mundo, aunque parezca lo contrario, impera sobre todas las cosas el amor. Allá donde una pequeña margarita crece en medio de la tem-pestad, un lirio sobre la ciénaga, allí está nuestro Padre que está en los Cielos aportando su luz y su paz.

Allí donde una madre está amamantando a su hijito, allí está Dios.

Allí donde un padre le está quitando la caca a su hijita para luego bañarla y dejarla limpia y perfumada, allí está Dios.

Allí donde unos esposos se acarician tiernamente y se funden en un solo cuerpo y un solo corazón, allí está Dios.

Allí donde un padre va a buscar al colegio a su hijo pequeño para llevarle a casa y darle de merendar, allí está Dios.

Allí donde unos abuelos se quedan con su nietecito para que su hija pueda salir con su marido a distraerse un poco, allí está Dios.

Allí donde uno al salir del metro ve a un mendigo con el cacillo y le aporta cin-cuenta céntimos, allí está Dios.

Allí donde un empleado va a por tres cafés y se los ofrece a sus compañeros con una sonrisa, allí está Dios cumpliendo su voluntad.

Cuando vi la película Crash (Colisión) , me pude dar cuenta cómo los seres humanos no somos ni buenos ni malos, simplemente en unos momentos podemos comportarnos como auténticos seres despreciables, y al día siguiente como auténticos héroes; y en general, nos comportamos, como afirma Gandhi, como personas normales regidos por una ética que proyecta amor y hace de este mundo algo posible. Porque ese buen padre que se esmera quitándole la caca a su hijita, puede ser el mismo que sirva los tres cafés a sus compañeros, para al día siguiente dejarles mangados en un trabajo a medio hacer, o se pelee como un verdulero por un puñado de dólares con su cuñado a propósito de la herencia de los padres de su mujer. Esto sucede en escenas normales de la vida diaria, o como en la película, el policía de Los Ángeles que intenta abusar sexualmente de una ciudadana de color para a los pocos días, salvar a esa misma persona de morir abrasada en un accidente de tráfico, con riesgo de su vida, o cuida  a su padre con cáncer de próstata con una abnegación digna de todos los elogios.

Quiénes somos realmente?

¿Quiénes somos realmente? ¿Los que hacemos actos buenos o los que hacemos actos malos? En esto los militares, son muy conscientes de que en una operación militar, el soldado que dispara contra ellos desde las líneas enemigas, no es realmente un enemigo, sino alguien que como él ha recibido la orden de abrir fuego, y en estas circunstancias, o le mato yo primero o me mata él a mí. Pero en el caso bastante probable de que alguien caiga prisionero, salvo por la histeria y el estrés de combate que hace despertar en nosotros todos nuestros más bajos instintos, en general un prisionero de guerra suele ser tratado (o al menos debe serlo) con bastante respeto; así lo avala la Convención de Ginebra, al menos, porque en el fondo todos sabemos, los unos y los otros, que somos peones de los auténticos enemigos, los políticos, los Poncios Pilatos de la vida.

Así que en el Confinador en el que estamos metidos, todos estos acontecimientos, unos buenos la inmensa mayoría, otros malos la minoría, aunque con efecto resonador bastante escandaloso por sus efectos deletéreos, conforman el devenir de nuestra historia.

¿Por qué estamos aquí? Es la gran pregunta. Con lo tranquilo que, suponemos, estaríamos en el limbo de ninguna parte antes de nacer, ¿por qué el Señor se ha tomado la molestia de crearnos, sobre todo para esto, para arrastrarnos como cucarachas en este valle de lágrimas? O como afirmó una vez Stephen Hawking, ¿Por qué se tomó el Universo la molestia de existir?  Para aquellos que recuer-den la serie infantil de los años ochenta y noventa, Fraggle Rock© (que conseguía hipnotizar a nuestros hijos al venir del cole durante media hora), en ese micro-mundo coexistían varios personajes, los Fraggles, los Curris y los Goris y el tío Matt. Los Fraggles  eran pequeñas criaturas humanoides, de unos 50 centímetros de alto, de una amplia variedad de colores y poseían colas con un pequeño penacho de pelo en la punta. Una segunda especie de pequeñas criaturas humanoides, de color verde y trabajadores como hormigas, eran los Curris. De pie alcan-zaban los 15 cms. de alto, eran como unos anti-Fraggles, con sus vidas dedicadas al trabajo y la industria. Los Curris pasaban gran parte de su tiempo construyendo todo tipo de estructuras inútiles por todo Fraggle Rock, haciendo uso de herramientas de construcción en miniatura y llevando cascos y botas de obrero. Como la materia prima con la que los Curris construían era como el caramelo, que volvía locos a los Fraggles, la vida transcurría con los Curris construyendo esas estructuras inútiles y los Fraggles comiéndoselas. Pero si los Fraggles no hicieran eso, lo que en cualquier caso los Curris lo sentían como una agresión permanente de los Fraggles hacia su trabajo (algo malo), las cuevas de Fraggle Rock terminarían totalmente ocupadas por esas estructuras aparentemente inútiles, de modo que para que realmente en esas cueva la vida sea posible, alguien tiene que construir, para que alguien pueda destruir y de paso alimentarse. Es lo que se llama, alcanzar el estado estable, algo en esencia bueno que se consigue gracias a actos considerados malos para unos, pero buenos para otros, y vice-versa. Los zorros se comen a los conejos para sobrevivir, y si no lo hicieran, los conejos arrasarían como una plaga los campos y se desequilibraría el ecosistema. Lo mismo ocurre con los leones y las gacelas, aunque al ver nosotros la escena de cómo un león mata a una gacela, nos pueda impresionar de dramática (que lo es), y hasta mala. Ya podría haber ideado Dios otra forma de que los animales comieran y se alimentaran, pensamos.

En nuestro propio cuerpo suceden cosas así, unas células, por ejemplo los osteoblastos, son como los Curris, que se “curran” la formación de hueso, mientras otras, los osteoclastos, son como los Fraggles, que les encanta los osteocitos formados por los osteoblastos, y no hacen más que devorarlos. En nuestra fase de crecimiento, los osteoblastos van más deprisa que los osteoclastos, y crean más hueso que el que destruyen los clastos. Cuando alcanzamos nuestra estatura final, ambos, blastos y clastos se ponen de acuerdo para crear hueso al mismo ritmo que es destruido. Y en nuestra vejez, los clastos ganan por goleada, y ya se sabe lo que ocurre. Pregunta. ¿Los blastos son los buenos y los clastos son los malos? No, lógicamente, ambos hacen su trabajo, para que nuestro cuerpo al-cance el clímax de estabilidad y no nos convirtamos en monstruos inviables llenos de hueso por todas partes, como le sucedió al pobre  Joseph Merrick, el co-nocido hombre elefante, que padeció el caso más severo de lo que se conoce como Síndrome de Proteus, enfermedad congénita que genera un desarrollo anormalmente excesivo de los huesos, entre otras dolencias.

La vida en este mundo hay que comprenderla. Con eso vamos ya sobrados, mucho antes de tratar de comprender la lógica de Dios, como para saber cuándo en nuestra vida “todo está cumplido”.

La vida, una lucha contra el caos

La vida es una permanente lucha contra el caos, en términos expresados por Lluis Miravitlles, divulgador científico español de los años sesenta . Esto significa que en realidad, todos nosotros participamos en una permanente vida cíclica, regida por la Ley de las fuerzas antagónicas o tercera Ley de Newton (acción reacción), donde a una fuerza en un sentido se opone siempre otra fuerza en sentido opuesto; lo que genera al final un comportamiento ondulatorio de la práctica mayoría de las variables que garantizan la vida en la Tierra y en el Universo. El caos se produce cuando una de las dos fuerzas de esa gran cantidad de pares que gobiernan nuestra existencia se desborda y domina el sistema en el que influye, pues ese predominio, genera lo que los físicos llaman “entropía”, que si no es compensado por la reacción de la otra fuerza, hará que determinadas variables crezcan o decrezcan exponencialmente, hasta la destrucción final del sistema en cuestión. La enfermedad es un fiel exponente de este caos, de esta entropía. Lo que sucede es que depende del nivel de agregación de las estructuras sistémicas del organismo, eso se percibirá como bueno o como malo. Es decir, para el cáncer, el crecimiento de las poblaciones celulares tumorales es bueno. Para el resto de las estructuras será algo incluso desconocido e indiferente, en la medida en que no les afecte, hasta que el secuestro de materia y energía provocado por el cáncer les comience a provocar desnutrición y amenace sus vidas celulares. Sólo el organismo en su conjunto es el que se preocupa a los primeros síntomas, y trata de iniciar la reacción inmunitaria para intentar detener el avance del mal. Esto es así porque a lo largo de nuestra vida, intentos de sublevación cancerígena las tenemos a patadas, lo que sucede que el “organismo” las identifica rápidamente, y rápidamente las neutraliza.
Nuestra vida es así. Nosotros somos como una célula social, donde mientras en nuestro pequeño mundo no nos afecten los desequilibrios sociales, nos sentimos protegidos. Nos preocupamos cuando los vemos venir, y tomamos medidas, a veces demasiado tarde, cuando tenemos el huracán encima (rezamos a Santa Bárbara, sólo cuando truena). Así que con una perspectiva exclusivamente miope y cortoplacista, el mal del mundo resulta ser el mal que a mí me afecta. Si no tuviéramos los medios de comunicación social de que disponemos, mientras no-sotros no tuviéramos problemas económicos, ya podría morirse el otro lado del mundo de hambre y sequía, que para nosotros eso no nos afectaría.


Esta sería como la primera fase del cáncer. Otro ejemplo; en el pulmón se está empezando a desarrollar un carcinoma, pero no creo que eso le afecte de momento demasiado a una célula muscular del dedo gordo del pie derecho. Pasa el tiempo, y llegan noticias del problema de la sequía. Mientras eso no se refleje en escasez en las estanterías de mi supermercado, tranquilos podemos estar. El problema empieza cuando suben los precios, o no encontramos pollos para nuestras pae-llas. Cuando sucede esto, significa lo mismo que cuando la despreocupada célula del dedo gordo del pie, comienza a notar que no le llegan suficientes nutrientes para llevar a cabo su función contráctil, porque el metastásico carcinoma se zampa todo lo que llega. Sólo los altos responsables de Agricultura o de Economía o los meteorólogos detectan el problema tempranamente .

Pues en el conjunto de nuestra vida, de donde formamos parte como individuos, como células sociales, el único que sabe y comprende el por qué de todos los cientos o miles de billones de acontecimientos que suceden diariamente, anualmente y a lo largo de toda la Historia es Nuestro Padre Celestial que está en los Cielos. Sólo Él sabe realmente por qué suceden las cosas, de la misma forma que sólo la madre comprende por qué deja al niño en el corralito con un juguete para que se entretenga y luego le coge para llevárselo a la calle. El niño sólo sabe que tiene un juguete para jugar y luego, sin venir a cuento, se lo quita su madre, le saca del corral, le arregla, le sienta en la sillita, le saca a la calle con el frío que hace… El niño no comprende nada. Y en realidad, ni tiene por qué comprender. Sólo le queda tener tanta fe, tanta confianza en su madre, que se deja llevar sin preguntar por qué, “vivir sin un por qué”, parafraseando a Eckhart. Al principio, a cada contradicción a su incipiente voluntad, monta una perra que su madre trata de calmar con un chupete o con un azote en el culo. Hasta que, aunque sea por la vía de la costumbre, el niño acepte que casi nunca se hace su voluntad, sino la de su madre, y así lo acepte, aunque no lo comprenda.
Sólo una visión global y eterna de la existencia puede llegar a hacernos com-prender las cosas.


Esa visión global de la vida se denomina “contemplación”.

Sólo la actitud contemplativa de la vida permite, si no comprender, al menos aceptar el hecho de que por alguna razón que sólo Dios sabe, se han producido a lo largo de la Historia tantas guerras como han acontecido. Sólo la actitud contemplativa permite, si no comprender, al menos aceptar la Segunda Guerra Mundial. ¿Dónde estaba Dios en los campos de concentración y exterminio de Alemania? La respuesta es en la soledad de todos y cada uno de los judíos que fueron confinados y asesinados. Sólo así, con una actitud contemplativa de la vida, se comprenden las bienaventuranzas.

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acerca-ron. 2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque  ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira to-da clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Mt 5, 1-12


La voluntad del Padre se expresa en esta vida a través de un delicado balance entre lo que nos parece bueno y lo que nos parece malo, entre lo que entendemos como “el bien” y lo que entendemos como “el mal”. Y nos parece que si se cumpliera realmente la voluntad de Dios, todo lo que aconteciera deberíamos percibirlo como “bueno”. De modo que el hecho de que sucedan tantas cosas que interpretamos como “malas” hace que pensemos que en realidad Dios está perdiendo la batalla contra el mal. Sólo la actitud contemplativa de la vida puede hacernos comprender que todo se debe, primero a nuestra comprensible miopía respecto de la interpretación de los acontecimientos, y segundo, porque somos adoradores de Cronos, el tiempo, porque para nosotros todo se basa y se sustenta en la línea temporal del devenir de las cosas, cuando realmente, ni el pasado ni el futuro existen, sólo existe el presente, es decir, el momento eterno en el que Dios es; y además, no tenemos fe, no tenemos confianza.

La tradición judeocristiana mediante la Biblia nos ha tratado de dar una interpretación de todo esto a través de la lucha establecida entre el Bien y el Mal desde aquello de la serpiente y la manzana de Adán descrito en el Génesis. Es todo una alegoría, una impresionante y sublime parábola como las que empleaba Jesús para hacernos comprender qué es el Reino de los Cielos. Como decía Kongar en su libro “el ateísmo contemporáneo” , la Biblia, más que una teología para los humanos, es una antropología para Dios; es un intento de “a ver cómo les explico a estos, de qué va lo del Reino de los Cielos”. Entonces, para que nos entendamos y se nos meta en la cabeza, el Reino de los Cielos es como una película donde hay buenos y malos, los malos capitaneados por un despreciable líder, tratan de putear a los buenos, y los buenos, capitaneados por el héroe de la aventura, librando una sin par y desigual batalla contra el malo, para al final y sólo al final, no sin sufrir innumerables bajas y casi perder la guerra, conseguir ganarla al son de las trompetas del Juicio final arrojando a la Bestia definitivamente al Averno, junto con todos sus secuaces y desgraciados que se dejaron engañar por sus tentaciones. Porque en el imaginarium de los humanos, el bien siempre tiene que vencer al mal, y, como en las películas, el bueno debe termi-nar siempre matando al malo y casándose con la chica (porque siempre hay una chica, no olvidemos eso del eterno femenino). Si no, Hollywood no sería lo que es. Porque los humanos somos así, Dios tiene que bajar a nuestro nivel de en-tendederas, para hacernos comprender mínimamente lo que en realidad escapa absolutamente a nuestra capacidad de asimilación.


Pues de igual forma pasa con las acechanzas del demonio, que como no deja de referir Santa Teresa, no deja de enredar y de tentarnos de mil formas para apartarnos de Nuestro Señor. Es la forma más sencilla de explicarle a un niño, cómo es esto del bien y el mal, cuando en realidad, la realidad revela un hecho mucho más profundo que sólo podemos siquiera intuir en actitud contemplativa, con-templando la vida en su totalidad, abarcando todo el devenir de la Historia en un instante eterno. Sólo así, desde la mente de Dios todo tiene sentido y realmente comprenderíamos que en todo momento se está cumpliendo su voluntad. Y nuestra vida individual no es sino un brevísimo período de aprendizaje donde nuestra única responsabilidad se reduce a “aprender a ser” a través del desarro-llo de los talentos que nos han sido dado, y de la fe; pero no la de cómo acepta-ción y adhesión a creencias dogmáticas, sino a la voluntad de Dios.

Creer es confiar. Creer es permitir. Creer, sobre todo es adherirse, entregarse. En una palabra, creer es amar. ¿Qué vale un silogismo intelectual si no alcanza ni comprende la vida? Es como una partitura sin melodía.

[…] La fe bíblica es eso: adhesión a Dios mismo. La fe no indica preferencia princi-palmente a dogmas y verdades sobre Dios. Es un entregarse a su voluntad. No es, pues, un proceso intelectual, un saltar de premisas a conclusiones, un hacer combi-naciones lógicas barajando unos cuantos conceptos o presupuestos mentales. Prin-cipalmente es una actitud vital. Concretamente se trata, repetimos, de una ad-hesión existencial a la persona de Dios y a su voluntad. Cuando existe esta ad-hesión integral al misterio de Dios, las verdades y dogmas referentes a Dios se aceptan con toda naturalidad y no se producen conflictos intelectuales.
Ignacio Larrañaga, El silencio de María de I. Larrañaga


De ahí que en realidad lo que une a las religiones del mundo es esto, la adhesión a Dios en lo más profundo de su esencia, es decir prácticamente digamos el 95% de los requisitos. Y lo que las separa son los dogmas que cada una ha elaborado para comprender las obras de Dios, según las propias tradiciones y la propia historia e idiosincrasia de cada pueblo, defendidas a fuego y bayoneta.

La doctrina católica, a lo mejor sin pretenderlo explícitamente, ha impresionado a efectos prácticos de maniquea, con ese enfoque de la lucha del bien representado por la Santísima Trinidad y sus ángeles buenos, y el mal representado por Lucifer y sus ángeles caídos. Esto puede ser acaso heredado desde el devenir de la propia historia de las culturas y de las civilizaciones, como otras muchas cosas, asumidas como cristianas pero que proceden de ritos y mitos ancestrales, por ejemplo, el pasaje del diluvio en la Biblia y en Gilgamesh es tan similar, que para el autor bíblico, con sólo cortar y pegar del pasaje de Gilsamesh, y cambiarle el nombre a los personajes, habría escrito la historia de Noe. Los maniqueos -a semejanza de los gnósticos, mandeos y mazdeístas- eran dualistas: creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el Bien y el Mal, que eran asociados a la Luz (Zurván) y las Tinieblas (Ahrimán) y, por tanto, consideraban que el espíritu del hombre es de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio . Si entramos en detalles, la doctrina católica no le ha hecho ascos a este planteamiento, por cuanto se nos ha educado en el sentido de que nuestra carne, nuestro cuerpo, junto con el demonio y el mundo son nuestros principales enemigos. Y de hecho, el planteamiento general de la vida del cristiano, desde siempre e incluso hoy día, es una permanente súplica a Dios y a la Virgen de que no seamos arrebatados por el príncipe de las tinieblas, del Reino de los Cielos.

Sin entrar más en estos temas, que resultan tremendamente escabrosos y sólo aptos para las mentes más doctas en materia teológica, el hecho cierto es que al final estamos frente al planteamiento de Abelardo, con la teoría de la intención, y el de Bernardo de Claraval, con su “ira de Dios”.

La fe, según la describe Larrañaga, no es capaz de sobrevivir entre las acechanzas del demonio por un lado y la ira de Dios por otro. ¡Así no hay quien viva, sobresaltados a cada paso por las tentaciones demoníacas, mundanas y de ¡nuestro propio cuerpo! y por el mal carácter de un Dios iracundo que lleva cuentas del mal a no ser que nos confesemos con el cura a cada paso mal dado (o sea, casi todos los días). Falsa imagen de Dios, inculcada sin mala intención por los formadores en la fe, y que obedece a un no saber realmente cómo es Dios, o acaso por tratar de comprender lo que simplemente contemplando se puede evidenciar.

Napoleón decía que el gran mérito de Mahoma era haber fundado una religión sin infierno. Aunque no se yo, los musulmanes no hacen otra cosa que hablar del "mármol del infierno". Cada cual lo tome como quiera.


¿Todo está cumplido?

Con nuestra fe materializada en amor, sí. Hoy, ahora, todo está cumplido. Yo puedo morir ya, ahora mismo, si mi fe es amor, y si Mi Señor considera que ya mi misión ha terminado, aunque según yo (mi ego, mi yo), crea que me quedan muchas cosas por hacer. Si un anciano decrépito sigue con vida, si un oligofrénico sigue con vida a sus setenta años, es sin el menor género de duda, porque su misión en este mundo aún no ha terminado, aunque les consideremos un estorbo social (siempre desde la perspectiva de nuestro particular egoísmo).

miércoles, 20 de abril de 2011

96.- Getsemaní




Sobre Getsemaní se puede escribir mucho, sobre su contenido teológico, sobre las interpretaciones de los textos evangélicos, sobre el aspecto humano de un Jesús totalmente triturado por el fracaso de su misión. O podríamos pensar que como era Dios, y se sabía todo el guión de la película, pues la cosa no pasaría del miedo lógico al sufrimiento físico que le iba producir el martirio.

Los católicos nos sumergimos en estos días en una entristecedora secuencia de celebraciones donde toca estar mustios y flagelarnos por el hecho de ser los culpables de la pasión que tuvo que padecer el buen Jesús para redimirnos de nuestros pecados.

Todos los años es lo mismo. Lágrimas de Jueves Santo, pena amarga en Viernes Santo y alegría el Domingo de Resurrección. Todo esto, mientras en el ámbito profano, la gente aprovecha los días para descansar de la faena cotidiana. Incluso algunos piensan que tanta procesión es muestra de tradiciones atávicas de una sociedad que no ha evolucionado.

Cada cual se lo puede montar a su manera.

Pero mientras unos rezan plegarias, otros asisten a procesiones y otros critican todas estas manifestaciones de piedad popular, lo que realmente rememoramos en estos días es en definitiva “La Gran Decisión”.

La Gran Decisión

Getsemaní lo recordamos como la última oración de Jesús al Padre, desde la angustia de lo que sabía se avecinaba. Pero hay una frase que pasará toda nuestra vida y no habremos sabido experimentar, contemplar, saborear, meditar lo suficiente.

Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.» Mt 26, 39.

Jesús en ese momento fue realmente un hombre aterrorizado, muerto de miedo. Si por él hubiera sido, habría salido de allí, ocultándose entre los arbustos, en la oscuridad, para, con más calma, alejado de Jerusalem, haberse planteado una nueva estrategia.

Pero Él sabía que la suerte estaba echada, y huir suponía el fracaso total de la misión para la que había venido a este mundo.

Toda esta escena se puede enredar en más y más comentarios y meditaciones, pero prefiero en esta ocasión respetar el momento con silencio.

Oleadas de agonía

Cómo describir las oleadas de agonía que experimentó Jesús.

Se me ocurre que una buena forma es mediante la música.

Preparando la hora Santa para esta Pascua, os propongo, quien quiera, hacer lo siguiente.

Escuchar en silencio absoluto el tercer movimiento de la quinta sinfonía de Dimitri Shostakovich. e imaginar las escenas de la agonía al compás de la música.



Es un movimiento “largo”, un adagio lamentoso de unos quince minutos de duración, muy lento, prácticamente con sólo la cuerda, que de este modo evoluciona en sucesivos crescendos como olas que se acercan a la playa y rompen. En concreto, yo he identificado tres oleadas a lo largo de todo el tercer movimiento, cada una más intensa que la anterior, hasta que llega la tercera oleada de angustia, terror, de pánico, donde se alcanza el clímax de intensidad sonora máxima. Es el momento en el que Jesús no puede más y ruega al Padre, aparte de Él el cáliz que ha de beber. Pero no obstante, se haga su voluntad. Tras lo cual, la intensidad musical va desvaneciéndose hasta el final del movimiento, en el que se percibe una resignada aceptación, donde el la lucha deja paso al silencio y a la paz. Una paz tensa, por lo que ha de llegar. La Paz que resulta de la Gran Decisión, por la que Jesús comprende que no es posible volver a la vida, sin perderla primero.

37 «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. 38 El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. 39 El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Mt 10, 37-39

Lo que Él predicó en su momento, debía materializarlo él mismo con su propia inmolación, y eso hizo, aunque le costara, como hombre que era, sangre, sudor y lágrimas.

Gracias a esa Gran Decisión de Getsemaní, todo fue cumplido.

Fue una decisión que coronaba tres años de predicación que, vistos desde una perspectiva pragmática de coste beneficio, hasta ese momento fue un completo desastre.

La lógica de Dios vuelve a ser desconcertante (ver la entrada 61). La gran misión de Dios hecho hombre impresionaba haber terminado en un completo fracaso. Nadie le entendió y al final salvo unos atemorizados discípulos que muertos de miedo se escondieron en sus madrigueras, nadie le defendió ante los acusadores.

Desde la perspectiva humana, todo quedó en nada. Sólo el extraño fenómeno de la resurrección es lo que pudo alterar el curso de los acontecimientos.

¿Por qué Dios nos somete, somete al alma a morder el polvo del fracaso, de la noche oscura, para luego elevarla a los cielos?

Es un tema de meditación profunda, que Jesús, en el huerto también se cuestionó, mientras sudaba gotas de sangre.

Los soldados podían ya prender a Jesús, porque del pobre de Nazareth, ya no quedaba nada sino el recuerdo, porque lo que fue apresado era Dios mismo, la Divina Majestad residente en un cuerpo dispuesto al más severo de los suplicios.


La Paz


Desde este momento, hasta que el Pobre de Nazareth muere en la cruz, no encontraremos en los Anales de la historia del mundo un espectáculo de grandeza y belleza semejantes; no descubriremos en Él ningún rictus de amargura, ninguna respuesta brusca, ninguna reacción violenta, ninguna mirada hostil, ningún nerviosismo o agitación interior… ¡nada!

Vestido de una paz inalterable y de una belleza desconocida, que sólo podía venirle de otro lado, el Pobre de Nazareth fue avanzando serenamente en la peregrinación del dolor y del amor… hasta el final. 
(Ignacio Larrañaga. El Pobre de Nazareth. Ed. San Pablo. Pag. 318)

*

95.- Como Yo os he amado...


2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, 3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Jn 13, 2-5

En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. Jn 13, 30

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.» Jn 13, 34-35

Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Jn 15, 12-13

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.» 27 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, 28 porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. Mt 26, 26-28 (Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20)


 
Amaos como yo os he amado
En este acto de la última Cena, Jesús resume toda su filosofía de vida, todo su mensaje.

Si no me equivoco en la secuencia final, en el cenáculo ocurre lo siguiente.

Primero, Jesús lava los pies a todos sus discípulos, incluido Judas. Les muestra la total actitud de servicio y de amor a todo los seres humanos (incluido a los enemigos, a los traidores, pues Judas aún estaba con ellos)

Segundo, manifiesta con tristeza el anuncio de la traición. Judas toma el bocado mojado en vino y se va. Era de noche, apunta San Juan (porque el traidor actúa protegido por la oscuridad, para no ser visto).

Tercero, les da el mandamiento nuevo: 
“amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Cuarto y final, les hace entrega del símbolo por antonomasia de su propia persona, el pan y el vino, como símbolo de su cuerpo y sangre que será entregado y morirá por todos ellos.

En esta secuencia Jesús resume todo su mensaje, servicio a todos, el que quiera ser primero, que sea el último; el que quiera ganar su vida, ha de perderla.

Todo es un contrasentido, un fracaso total. Nadie ha entendido una sola palabra de lo que Él trató de decir.

La palabra acampó entre nosotros y ninguno fuimos capaces de comprenderle.

9 La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. 10 En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. 11 Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Jn 1, 9-11

La historia de Jesús de Nazareth es la historia de un fracaso total. Cuando Él sabía que quedaban pocas horas para que fuera sacrificado, porque el mundo se negaba “explícitamente” a recibirle, es cuando expresa en dos actos, el lavatorio de pies y la consagración del pan y el vino, todo su mensaje. Y anuncia un solo mandamiento. Amaos como yo os he amado.

Y los discípulos viendo todo aquello estupefactos, como lo veríamos nosotros, pensando “por lo bajini” que “este está como un cencerro”.

Jesús tiene ante los suyos, sus íntimos una actitud como si fuera el último mono, el siervo más bajo de todos, en vez de tener una actitud de gran gurú al que todos respetan y sirven.

Todo puesto del revés. Todo cabeza abajo. Todo sin sentido. Todo un perfecto desastre.

Y encima, da su cuerpo y su sangre a comer y beber…

Este está como una chota…

Dios no es un mensaje para la mente, sino para el corazón, para el alma.

Dios no se comprende con la mente, se experimenta con el espíritu.


No existe mente humana que pueda entender el mensaje de Jesús. Y por eso la mente lo rechaza, no lo entiende, y al no entenderlo, no lo admite, es más lo ve como peligroso, porque pone en peligro la propia organización mental de nuestro mundo, la propia cordura. 

Mi individualidad amenazada

El mensaje de Jesús pone en peligro mi individualidad, de dos formas, la primera destrozando la escala de poder, la jerarquía de mando.

¿Se vería con buenos ojos que un rey o presidente de gobierno fuera el que sirviera la mesa a sus invitados en una cena de gala?

¿Se vería con buenos ojos que fuera el obispo el que se pusiera a repartir el vino en las copas de sus invitados en el palacio episcopal?

La segunda forma de poner en peligro mi individualidad es tomando conciencia de que “mi vida no me pertenece”, que yo estoy aquí para hacer una donación total de mí mismo a todo aquel que necesite de mí.

¿De qué me sirve ser de comunión diaria si después antepongo mis prioridades a las prioridades de los que me necesitan?

Por eso, la última cena es el paradigma de la “no dualidad”, la materialización de “todos somos Uno en Él”… si hacemos, si vivimos, como Él nos enseñó y nos mostró en ese último acto.

El acto de partir el pan es la actitud  de repartirme a mí mismo entre los que me necesitan; de entregar mi propia vida entre aquellos que tienen hambre, sed, están desnudos y no tienen techo… o simplemente precisan una palabra de aliento, de ánimo, necesitan simplemente sentirse escuchados, saber que soy de fiar, que pueden confiar en mi, que no les voy a fallar, o al menos trataré de no fallarles, y si les fallo, les pediré perdón.

Pero como no nos enteramos de la misa, la media, la rutina, la tediosa rutina de una aburrida práctica religiosa, ha convertido el símbolo del más sublime acto de amor que un ser humano haya experimentado..., en simplemente recibir la comunión, echar unos rezos, y ya está. Salgamos rápido que nos espera la ración de bravas y la cerveza en el bar, al salir de misa. Pero eso sí, démosle veinte céntimos al pobre de la puerta de misa, “la caridad ante todo”.

Seguimos siendo los discípulos que miraban atónitos a un extraño ser que, considerado maestro, se ponía a lavarles los pies, o decía que el pan y el vino era su cuerpo y su sangre…

La historia del fracaso de Jesús en este mundo se repite, no cada vez que alguien hace daño al otro (eso siempre), sino cada vez que los que supuestamente debíamos haber tomado auténtica conciencia de lo que significó todo aquello, y ser nosotros, nuestra vida la auténtica Eu-Caristía (buena – gracia), la reducimos al rito litúrgico de la misa, a la mera práctica religiosa.

¡¡Por Dios, que nadie me tome estas palabras torcidamente!! No tengo nada en contra de la misa, todo lo contrario, es la expresión comunitaria de ese sublime momento. Pero si tras ella, nuestra vida no se convierte en el auténtico sacramente de la “buena gracia”, del amor y donación total a los demás, entonces desaparece completamente su valor, para convertirse en una burla, un sarcasmo, una soez impostura, que le hacía a mi padre advertirnos…

“Hijo, no te fíes de ese, que ¡es de comunión diaria!”.

Porque él sufrió en sus propias carnes el zarpazo feroz de personas de comunión diaria que en la España de los años cincuenta, de un modo blasfemo se ensañaron con los demás haciéndoles sufrir, pero eso sí, comulgaban todos los días.

Como yo os he amado. De la misma forma exclamad… “Os doy mi vida entera”.

Sólo así, en aquellos que realmente vivan, vivamos así, tiene sentido la vida y la muerte de Jesús de Nazareth.

La auténtica Eu-caristía

Porque el auténtico sacramento de la Eucaristía es “mi vida entera puesta al servicio de los que me necesitan”. 

O dicho de otra forma “vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, toma tu cruz y me sigues”.

Pero al joven rico, como a nosotros, esto como que jode bastante. Así que, nos quedamos mejor con la misa del domingo, con el cumplo y miento, mientras "yo sigo con lo mío y cada cual con lo suyo", para recordar así el por qué del fracaso de Jesús en este mundo.

Los que con esta actitud individualista no le ven sentido a la misa, son bastante más coherentes con su ególatra filosofía de vida. 

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