Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

lunes, 27 de junio de 2011

110.- El Dharma y la Sabiduría




El Dharma es la responsabilidad esencial que cada uno le debe a la sociedad de seres sensibles dentro de la que nace, al medio ambiente y por último, a nuestro  “Ser” interior más alto.
El Dharma es lo que le debemos a la Vida, la Vida no nos debe nada, ya que ¡nos ha regalado la vida misma! Somos nosotros los que estamos comprometidos con ella con la finalidad de favorecer la evolución del grupo y el desarrollo personal por el solo acto de estar vivos.

Este es el planteamiento vital del hinduismo, por el que cada ser existe por alguna razón, los pájaros para volar, los peces para nadar y ser alimento de otros peces y en el extremo del ser humano, el agua existe para fluir y ser el continente de los peces, las rocas para soportar el peso de las cosas materiales y que la tierra no se hunda bajo nuestros pies; y así todos los seres vivos. Todos tienen un destino, una responsabilidad. De no tener ningún dharma, su existencia sería estúpida, inútil, absurda, todo lo cual no es posible, pues la Inteligencia Universal, o sea, Dios, no hace nada que no tenga sentido.

¿Y el hombre, y el ser humano? ¿cuál es su dharma? El hinduismo afirma que el dharma del ser humano es la unión con la Divina Realidad. El ser humano no tiene otra misión en la Tierra que caminar hacia su origen, porque su destino es su mismo origen, el Eterno.

Es claro que este mensaje, emanado, no sé si de la mente humana o revelado por Dios, tresmil años antes de Cristo, es en esencia el mismo que el aportado por la Biblia.

Y no teniendo ninguna gana de volver a plantear el manido, sobeteado (de sobar) y nunca bien comprendido problema del mal y esas cosas, lo que parece estar claro es que desde los cuatro puntos cardinales de la Tierra, al menos los sabios sabían de qué iba este negocio de la existencia que los humanos tenemos entre manos.

Problema; el común de los mortales no hemos hecho "ni puto caso" (y perdón por la expresión) a ninguno de los sabios que en el mundo han sido. Y así nos ha ido, nos está yendo y nos va a ir. Es decir, cada vez peor.

Porque esto ya no tiene solución.

Mientras los desaguisados que podía provocar el ser humano en este mundo no pasaran de tener efectos locales, o regionales, o a lo sumo continentales, todavía había esperanza de recomenzar. El último desaguisado que casi tuvo efectos continentales y genocidas, pero no llegaron a ser planetarios (en el sentido de provocar una catástrofe global e irreversible, y siempre que cincuenta millones de muertos no se considere una catástrofe planetaria), fue la Segunda Mundial. A partir de entonces, los humanos en nuestra carrera desenfrenada hacia "ninguna parte", hemos estado jugando con fuego, y especialmente con el fuego nuclear, que este sí, de habérsenos ido de las manos, habría tenido efectos planetarios e irreversibles.

En todo este desenfrenado avance hacia ningún sitio, hacia ningún objetivo, y siempre en dirección opuesta a nuestro dharma, las múltiples religiones que han brotado en el mundo como setas, si algo han hecho ha sido enredar más aún la cuestión; pues lejos de pacificar, han supuesto un motivo decidido para incitar al conflicto y a la lucha desenfrenada por dominar las mentes y las conciencias. Y de este empeño no podría exculpar a ninguna, sobre todo a ninguna de las grandes religiones monoteístas, pues se ha matado en nombre de Dios mucho más que en nombre del diablo.

Todas aquellas religiones que han sido proclamadas a bombo y platillo como las únicas verdaderas, despreciando a las demás como falsas, han hecho un flaco favor a la Humanidad, pues la ha fragmentado en comunidades irreconciliables entre sí. A mí, por ejemplo me da por saco cada vez que en la misa, en primer lugar en las preces se pide por la Iglesia para que sea "todo lo que se quiera", después por el Papa, los obispos, los curas y los feligreses. Al resto del mundo que le den... A la Humanidad en su conjunto, que la follen, como realmente está sucediendo.

Me da aún más por saco los grupos fundamentalistas, católicos recalcitrantes, que no dejan pasar un mosquito (seguidores de la más rancia y estricta ortodoxia doctrinal católica) y se comen auténticos bueyes de sibilina y santa corrupción, eso sí, con santa desvergüenza (Camino, Carácter 44), santa coacción y santa intransigencia... (y no quiero mencionar a ninguno en especial).

Y todavía me da aún más por saco aquellos que en aras de su dios, consideran infiel a todo aquel que no abraza su religión, y son capaces desplegar todo tipo de atentados y de actos terroristas.

Todo esto, lo único que demuestra es que tras muchos siglos de caminar por este mundo, los seres humanos (y por supuesto los líderes religiosos) no nos hemos enterados de la misa, la media.

La Humanidad en su conjunto requiere una nueva fundación, necesita ser refundada bajo otros pilares, con otros cimientos. Mejor dicho, necesita que sean destruidos la práctica totalidad de los edificios doctrinales que se han levantado sobre los sólidos cimientos que sus fundadores, los sabios santos de Dios que supieron ver y transmitir la Verdad, nos regalaron, y que nosotros hemos hecho añicos con nuestras tontunas, con nuestras ambiciones.

En el fondo las revelaciones, las profecías "findelmundistas", lo que tratan de hacernos ver es que ningún imperio levantado sobre la mentira, sobre la ambición, la egolatría, donde el dinero del mundo y la religión (como gran aliada para el control de masas) se unen para conseguir el mismo fin de ambicionar el poder por el poder, puede pervivir indefinidamente.

Los imperios siempre se han levantado como islas en medio de océanos de miseria, donde los palacios de los emperadores (llámeseles reyes o presidentes de gobierno) y de los líderes religiosos contrastan con la miseria de los desheredados de la Tierra.

Es claro que el Dharma original del ser humano ha sido enterrado bajo millones de toneladas de avaricia y de soberbia. Y ninguna de las estructuras creadas por el hombre para reconducir este desastre, ha dado resultado. Es por eso que Jesús de Nazareth es sombrío en este punto, pues en la parábola del trigo y la cizaña, ya advierte cómo entre una inmensa mies de gente de buena voluntad y sincero corazón, el maligno no deja de esparcir la cizaña de la ambición, la codicia y el odio, incluso ponzoñando la voluntad de los que deberían ser los pastores y guías hacia el Eterno.

No queda más remedio que comenzar de nuevo. Nada de lo que existe como "medio para" sirve para conseguir el fin, el Dharma de la Humanidad. Así que debemos ser sometidos a una dolorosa depuración, a un severo tratamiento de la enfermedad humana por antonomasia, la egolatría. Y ni siquiera sirven ya los montajes mediáticos que intentan congregar centenares de miles de personas en torno a los líderes religiosos.

El teólogo Karl Ranner afirmaba hace muchos años ya, que el cristiano del siglo XXI o es un místico, alguien que experimente a Dios en su vida (de verdad), o no será nada. Como esto no tiene visos de ser posible, los católicos terminaremos siendo simplemente "nada"... los que queden, salvo una reducida minoría sociológica que sí experimente a Dios. Lo mismo he de decir de los musulmanes que experimenten a Dios, y los hindues, y el resto de personas que sepan romper las fronteras de sus correspondientes religiones.

El camino del Dharma queda demostrado que no es el trazado por las religiones convencionales, sino por la Sabiduría, la que nos trasmitieron los Sabios, las encarnaciones de Dios, y a los que nadie ha hecho caso, ni siquiera sus seguidores, salvo honrosas excepciones.

Este es el sentido de la frase que se muestra en la presentación de este Blog:

Al místico se le oye como se perciben ciertos gritos de pájaros, sólo en el silencio de la noche; por eso, con suma frecuencia un místico no adquiere importancia en  medio del bullicio de su ambiente, sino mucho tiempo después, en el silencio de la Historia, para las almas afines a la suya, y que le escuchan.”
Kierkegaard, Diario íntimo.

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sábado, 25 de junio de 2011

109.- Corpus




19 Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo
mío.»
20 De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es
la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.
Lc 22, 19-20

Nosotros, los católicos hemos entendido este gesto de Jesús como un símbolo de la donación de su vida por nosotros y por toda la humanidad. Y así lo hemos instituido, como una ceremonia, donde el sacerdote, pronunciando una fórmula, consagra el pan y el vino, que luego se lo da a comer a los fieles, que tras un rato de recogimiento, al terminar la misa, vuelve cada uno a sus asuntos, hasta otra ocasión.

Luego está lo de las procesiones del Corpus y todo eso, que como tradición popular, pues está bien.

Si esto es lo que manda la Santa Madre Iglesia, sea. No tengo nada que objetar, ni tampoco tengo potestad para ello.

Pero qué pasa si lo que nos quiso decir es lo siguiente.

"Amigo, mira, este trozo de pan y esta copa de vino soy yo. Al recibirla tu, y comerla, tú te transformas en mi cuerpo y en mi sangre; de modo que tú te haces uno conmigo, eres también "Corpus Christi", con todas las consecuencias, pues tú también tienes que entregar tu vida y derramar tu sangre, en su caso, para el perdón de los pecados de la Humanidad".

De esto me di cuenta cuando estuvimos mi esposa y yo en Honduras, compartiendo vida con los más desfavorecidos de la tierra, aunque sólo fuera por un mes, el de nuestras vacaciones de verano, que dedicamos en irnos allí. Aunque sólo fuera por treinta días, me vi entregando mi cuerpo y mi sangre a aquella gente. Fue sólo un gesto, pero lo suficientemente significativo como para comprender en lo más profundo de mí qué significó el momento de la Eucaristía en la Ultima Cena.

Desde entonces, ya he dejado de ver la Eucaristía como un sacramento litúrgico, como un acto litúrgico basado en una fórmula, en una invocación, que cuanto más se repita, mejor.

Para mí, la Eucaristía "Buena Gracia, brillante resplandor", es ante todo una actitud de vida, es "yo", brillando ante el mundo, con la luz que desde lo alto se refleja a los seres humanos a mi través. Eucaristía soy yo, como Cuerpo y Sangre de Cristo actuando en este mundo. Eucaristía es el mismísimo Jesús encarnado en mí. Eucaristía soy yo, el ávatar, actuando en este mundo cómo Él actuó entonces, y así, Él sigue actuando en el mundo a través mía.

Así que el Sacramento de la Eucaristía, es mucho más que el cura consagrando la hostia y el vino. Eso es sólo una fórmula, un acto litúrgico cuyo objetivo es transformarme a mi en Él. Siendo así, entonces, Eucaristía soy yo, es decir, Él encarnado en mí, en el mundo.

Lo que digo en primera persona del singular, lo hago extensivo al plural, como es lógico.

Esto es igual que el sacramento del matrimonio, que todos creemos que es el momento de la boda, cuando en realidad esa ceremonia es sólo el pistoletazo de salida de una vida en pareja que ha de reflejar a través del amor de la pareja, el amor de Dios al mundo.

De igual modo, la "comunión", que decimos, es tan sólo un acto litúrgico que simboliza la transformación interior que nos convierte el verdaderos "Cuerpos de Cristo", a través de los que Dios obra y actúa en este mundo.

El cuadro de Leonardo lo traigo a colación, para significar la ausencia de copas y de pan, porque es el Propio Jesús el pan y el vino. Somos nosotros el pan y el vino.
Sé feliz.

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domingo, 19 de junio de 2011

108.- Trinidad





Los cristianos celebramos hoy la Santísima Trinidad, un sólo Dios verdadero y tres personas distintas, rezamos en el catecismo. La doctrina al respecto se puede consultar en el Catecismo de la Iglesia católica entre los epígrafes 232 a 256. Ahí se explica aquello de que el Espíritu Santo procede "del Padre y del Hijo" (filioque), lo que provocó el cisma de Oriente, al no ponerse de acuerdo los teólogos del Este y del Oeste en si el Espíritu venía del Padre, del Hijo, del Padre y el Hijo, o del Hijo y del Padre, o del Padre pero sin el Hijo o del Hijo pero sin el Padre o de ninguno de los dos. La cosa resultó ser pero bien chunga, pues el desacuerdo separó a los dos grandes bloques de la Iglesia..., quería decir, del Imperio Romano. A uno le queda la duda de si el desaguisado trinitario fue simplemente un pretexto para la independencia de Bizancio respecto de Roma (que parece lo más probable), la primera emergente y la segunda bastante tocada por la presión externa de los bárbaros, y la presión interna de la degradación moral de un imperio carcomido desde sus entrañas por la ambición y la codicia.

El caso es que, más allá de las batallas dialécticas sobre su naturaleza incomprensible, habitualmente los cristianos y sobre todo los católicos, siempre hemos visto en la Santísima Trinidad un dogma de fe insondable, incomprensible, pero que hemos de aceptar, según las recomendaciones de los santos padres. Así que ahí están las tres personas, a las que debemos adoración y satisfacción a través de la liturgia y de las buenas obras, en la medida en que nos encomendemos a su intercesión, ayuda, mediación, o como se diga.

El domingo pasado, que fue el de Pentecostés, el propio cura de la misa del domingo, reconocía que en la iglesia no se había dado el necesario protagonismo al Espíritu Santo, de modo que los católicos, solemos verle como una paloma que revolotea por encima de nuestras cabezas, infundiéndonos, digo yo, algo parecido a fuerza, don de lenguas, y coraje para trasmitir el mensaje de Jesús, o algo así.

Este domingo, el mismo cura, en la misma misa a decir verdad, a parte de confirmar que no se puede comprender, el mensaje al común de las gentes es que debemos el culto de adoración, y a través de ese culto, rezar para que la trinidad nos ilumine para amar a los demás, dejando de darnos zancadillas los unos a los otros. Todo esto dicho con piadosísimas palabras. Y ahora paz y después gloria.

Y poco más hay que decir, salvo releer la doctrina de la fe, y reflexionar sobre la incomprensibilidad del misterio. Jamás  recibí de un sacerdote ni en misa de una, ni en la convivencias a las que he asistido, una reflexión sobre la Santísima Trinidad que esta de que es un misterio insondable y que debemos el culto de adoración.

El que quiera encontrarle otro sentido a este hecho de la Trinidad, se las tiene que buscar por su cuenta, e ir más allá de lo que doctrinalmente expone el catecismo; lo que no deja de ser un atrevimiento por parte del feligrés.

Una reflexión heterodoxa

Así, que volviéndome a atrever a meterme en camisa de once varas o de sacar los pies del plato, propongo la siguiente reflexión "no doctrinal".

¿Qué pasa si la Trinidad no es sino la manifestación de Dios bajo tres figuras, tres naturalezas? La primera, la del Dios trascendente, Aquel que Es, la Consciencia pura, Aquello, la Energía del Universo, lo que Baña toda la existencia.

¿Qué pasa si la segunda es la encarnación de Dios en un ser humano, un ávatar, el Cristo, y como tal convive entre nosotros, y como nosotros siente, padece y nos acompaña, nos guía y es capaz de dar su propia vida por todos nosotros, de una forma tanto simbólica como física y real?

¿Qué pasa si el Espíritu Santo es el Dios inmanente, el que habita en lo más profundo de nuestro corazón, la razón de nuestra existencia, el motor de nuestro espíritu, el que está presente en todo los momentos de nuestra vida, querámoslo o no, le dejemos actuar o no?

Esta exposición, propia de la Filosofía Perenne, a mí por lo menos me aporta todo el sentido vital de ese misterio insondable que proclama la Iglesia. Porque bajo este enfoque, bajo esta perspectiva, la Trinidad no necesita ser comprendida con la mente, sino experimentada, vivida desde el espíritu.

La visión convencional y tradicional de la Iglesia, la que al menos como feligreses hemos recibido, y que ha solido dar preferencia de culto al Padre y al Hijo, es la del Espíritu Santo como esa graciosa palomilla que revolotea y que recibimos cuando el obispo nos impone las manos en la confirmación, por la que somos ungidos con el oleo, el crisma, como apóstoles, igual que ellos (los apóstoles) fueron ungidos el día de Pentecostés. (si no nos confirmamos, no parece que recibamos el Espíritu Santo).  Así que cuando un católico recibe la comunión, pero no ha sido aún confirmado, que tiene dentro de sí, ¿a Cristo, al Espíritu?, ¿a Cristo pero no al Espíritu? En fin, un lio.

Este tipo de preguntas, me las he hecho desde bien niño, y como ningún cura me ha dado una explicación razonable, sino que siempre me redirigen al "misterio", pues asunto concluido. Así que cuando me pongo a rezar, no sé a quien dirigirme, si al Padre, al Hijo o al Espíritu, o a los tres a la vez, no sea que le haga un feo a los otros a los que no me dirijo.

Enredados en estos vericuetos doctrinales, los cristianos pasamos nuestra vida olvidándonos de lo más importante, la presencia de Dios en nuestras vidas, con toda su realidad. Y además, querámoslo o no.

La cosa es bien sencilla. Cualquier cosa, cualquier acto, cualquier actitud que tiende a unirme a los demás, a cercarme a los demás, a colaborar con los demás, a formar comunidad, a mostrar misericordia, a confiar, a ser prudente, a luchar por la justicia, a ser paciente, a tomar la decisión de amar, a no estar apegado a los bienes materiales, a respetar la autonomía del otro, a ser ecuánime en mis decisiones, a ser veraz, etc., es simple y llanamente expresión de Dios en nosotros, en mi vida, porque Él es el que hace que yo proceda así. Esto es vivir el Cielo en la Tierra. Porque tuve hambre... y me disteis de comer.

En el otro extremo, la negación de estas actitudes, es decir, el egoísmo, la insolidaridad, el desprecio, la desconfianza, la imprudencia, el traspasar la ley, el apego a los bienes materiales, la envidia, la soberbia, el no respetar el derecho del otro a su autonomía, faltar a la verdad, la avaricia, etc., lo único que expresa es la prioridad de mis intereses particulares, ególatras, al bien común, la actitud de levantar barreras entre yo y lo que me rodea, es simplemente la expresión de mi "yo" individual en mi vida, porque mi "yo" es el que hace que proceda así. Esto es vivir el Infierno en la Tierra. Porque tuve hambre... y no me disteis de comer.

Así que mucho más allá de consideraciones doctrinales y litúrgicas, lo de la Trinidad resulta ser algo mucho más vivencial, experiencial, que doctrinal. Siempre he pensado que lo de la doctrina está pensado en el extremo de mínimos, para que el común de las gentes abracen el ABC de la fe, sin cuestionarse absolutamente nada. Y en el extremo de máximos, para que los teólogos desarrollen tesis doctorales que posiblemente no entenderán ni ellos mismos, pero quedan muy monas una vez encuadernadas. En medio quedamos aquellos que nos da por pensar y sólo conseguimos darnos de bruces con un muro de silencio impenetrable, que además traspasarlo tampoco es demasiado útil, pues nos hacemos preguntas que más bien impresionan de puras herejías, por el simple hecho de formularlas.

No pienses mucho, Alfonso, que te va a castigar Dios - me decía un buen intencionado amigo mío a propósito de que me viera dándole vueltas a estos y otros temas -.

Todas estas figuras teológicas, como la Trinidad, sólo tienen sentido si más allá de consideraciones doctrinales, se evidencian en la Vida Interior de la persona. Porque ¿de qué me sirve creer a pies juntillas que Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo si al final, el que gobierna mi vida es mi "ego", mi "yo individual". ¿Acaso el que crea en la sentencia "filioque" tiene más probabilidades de salvarse que el que no acepte esta sentencia?

¿Y qué más dará, digo yo? Si de Dios la mente apenas puede intuir nada.

Además, lo de la Trinidad no es un invento cristiano. Desde los tiempos arcanos de los primeros Vedas, el hinduismo tenía como pilar fundamental de su fe la Trinidad, la Trimurti o "tres formas".


 
La Trinidad hindú está compuesta de tres aspectos del mismo “principio” -al que los occidentales llamarí­amos “Dios”, aunque no se trata en el hinduismo de una persona sino del Principio de Todo, que trasciende infinitamente la consciencia humana. Los aspectos son algo así como ropajes que la Deidad, Îsvara, se pone en diferentes momentos; disfraces que adopta para cumplir sus propósitos. Cuando crea, es Brahma (o Dios trascendente); cuando destruye, Shiva (o Dios inmanente), cuando preserva lo existente, Vishnu (o Dios encarnado). Esta división permite, entre otras cosas, señalar algo que la idea de “un solo Dios” oculta: crear no es lo mismo que mantener. De hecho, es justamente lo contrario, en un sentido -así­ como destruir es su opuesto en otro-. Ref: http://psicologiaenpositivo.com/?p=191

Para mayor parecido al cristianismo, a Vishnu, se le asocia con Krishna, el ávatar. Es así que, como muchos investigadores suponen, las ideas de Oriente y de Occidente (media luna fértil), en los siglos precedentes a Jesús de Nazareth, no estaban desconectadas. La interesante novela de Gore Vidal "Creación" muestra como en el lapso de 150 años coexistieron y se intercambiaron las ideas de Zoroastro, Buda, Confucio, Lao Tse, Sócrates y Herodoto; toda una pléyade increíble de genios del mundo antiguo, que fueron capaces de transformarlo, de hacer la primera revolución mundial.

Es por ello, que muchas de las ideas que podemos ver al leer la Biblia y el nuevo Testamento, son sorprendentemente similares a las mismas ideas de las culturas orientales. Así tenemos la misma idea de la Trinidad, de la virgen madre de un dios dando a luz a los héroes mitológicos, y otras, que no procede explicar aquí.

El hecho no es otro que sólo desprendiéndonos de los apegos doctrinales (las doctrinas también generan apegos tremendos capaces de provocar guerras sangrientas), podemos ser capaces de volar hacia la más profunda naturaleza de Dios, bien sea bajo la metáfora de Dios Padre, o del Principio de Todo. A fin de cuentas la cuestión es cómo puede ser más metabolizable por el ser humano la idea, la intuición de Dios. Jesús de Nazareth nos propuso la idea de Dios como Padre... pues sea. No hay problema.

Porque todo se reduce a sentir, a experimentar, a vivir la Presencia del Padre, de la Energía, del Todo, de Aquello, de Dios, de Îsvara - Brahma, en nuestro más profundo interior.

La cosa ya no es una cuestión religiosa o doctrinal. Ya da igual. La cuestión estriba en que, al habernos enredados durante siglos en minucias doctrinales, hemos dejado de lado lo más importante (líderes religiosos, muy solemnes ellos, incluidos), experimentar la Presencia, salvo honrosas excepciones, los místicos de cualquier religión. Hemos buscado a Dios en templos, religiones, ritos, preceptos y liturgias, y nos hemos inflado a discusiones bizantinas (y nunca mejor dicho) que, como no podía ser de otra forma, no han conducido absolutamente a nada; tan sólo nos han mantenido en la creencia de que abrazar esta o aquella religión era la solución a los problemas de la humanidad. No has sido así, y jamás lo será, mientras esta actitud haga que el mundo permanezca alejado de la divinidad y lo que es peor, dividido, separado, enemistado por un mismo dios, mientras nuestro Planeta, destrozado por la ambición humana, está en un tris de cobrarse su justa venganza, metiéndonos en tiempos apocalípticos.

Las viejas religiones ya no sirven. Las viejas creencias organizadas por las castas sacerdotales ya están de más. Con el poco tiempo que le queda a la Humanidad para lanzar la moneda de nuestro futuro, ya a cara o cruz, buena sería la actitud de los líderes religiosos de renunciar a las viejas creencias y volver a los orígenes de los grandes principios que han regido los seres humanos, aquellos que fueron expuestos por los grandes maestros, por los grandes avatares de Dios de todos los tiempos.

Ya le valdría al Vaticano resumir toda la doctrina que ha enredado a los cristianos en un sin fin de cuestiones sin demasiado valor postal, y volver a releer el Evangelio, a ver qué nos quiso decir realmente Jesús de Nazareth.

Si esto fuera así, aunque como dice la canción "antes muerta que sensilla", antes muertos que dar su brazo a torcer, los seres humanos podríamos darnos quizás cuenta de que "todos somos uno", igual que la Trinidad es Una.

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domingo, 12 de junio de 2011

107.- Pentecostés



El cristianismo celebra hoy la festividad de Pentecostés. No sé si en todas las confesiones cristianas se celebra con el mismo entusiasmo y veneración, pero con independencia de cómo se lo tome cada una, la venida del Espíritu Santo es     un acontecimiento trascendental en la vida de las Iglesia cristianas, pues se considera "el día de la Fundación de la Iglesia". Es cuando los discípulos se caen del guindo, dejan sus tontunas y temores y toman conciencia de una profunda realidad, que Dios, a través del Espíritu Santo habita en sus corazones, y les aporta la fuerza y la energía para transmitir el mensaje de Jesús a todo el que se le ponga por delante.

No voy a comentar aquí el pasaje de los Hechos de los apóstoles, 2, 1-11, aunque sí apunto el detalle de la alegoría de las lenguas de fuego sobre sus cabezas.
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Mi reflexión es "no oficial", "no doctrinal", porque la doctrina la puedes encontrar en el catecismo, sobre la que no tengo nada que alegar como católico, como no podía ser de otra forma.
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La reflexión que quiero exponer es sobre la temporalidad de los acontecimientos, sobre quién aplica, y sobre lo que significa o puede significar en la práctica la venida del Espíritu Santo.
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Respecto de la temporalidad del acontecimiento, es importante detenerse en la secuencia de los hechos, que ya comenté en otra ocasión, en la entrada 46.- Egolatría o el síndrome de Adán y Eva, y de cómo la interpretación literal de los textos sagrados desemboca casi en el absurdo.
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"Sctricto sensu" y de modo catequéticamente literal, el Espíritu Santo no tuvo ninguna aplicación a los seres humanos hasta Pentecostés. Si existía, cosa que nadie duda, estaba "por ahí" revoloteando, pero sin ningún efecto práctico sobre los seres humanos. En Pentecostés es cuando se manifiesta y comienza a obrar sobre los humanos. Hasta entonces la Humanidad tenía que aguantarse sin Espíritu Santo, así que se las tuvo que apañar para más o menos imaginarse su relación con Dios, excepto los judíos que fueron llevados por Yaveh, el imponente del Sinaí, con brazo de hierro, hasta que nació Jesucristo. El resto de los humanos no cuenta en todo este negocio de la salvación, así que los pobres, abandonados del Dios verdadero, se inventaron sucedáneos de la auténtica fe, tal como el hinduismo, el Tao, el animismo, el zoroastrismo, etc. Adoradores de dioses paganos sin derecho a la salvación.
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Esto es lo que a mi me enseñaron en el colegio, y jamás logré entender. Ha sido siempre como un defecto en la Teoría que no logra explicar la realidad. Porque las doctrinas teológicas, igual que las escuelas filosóficas tratan de exponer una visión del mundo, de la existencia, donde el modelo elaborado permita comprender, más o menos, el mundo, la existencia. Pero como siempre existen aspectos que no encajan, que quedan sin una explicación convincente, esa es la razón por la que el pensamiento humano evoluciona y se adapta a los nuevos escenarios. Sin embargo esto no suele ocurrir con las doctrinas teológicas. Son inmutables, porque se supone que son directamente dictadas por Dios. Pero esta inmutabilidad del modelo, pero sobre todo la temporalidad de los acontecimientos conducen a callejones sin salida que se tratan de ocultar al común de las gentes que asisten a misa de una. Quizás estén guardados celosamente en los archivos secretos del Vaticano, que por cierto, el simple hecho de que una organización religiosa como el Vaticano mantenga un descomunal archivo secreto me da mala espina, porque esto significa que hay verdades auténticas que no deben salir a la luz porque pondrían en peligro la misma esencia futuro de la Iglesia católica. A saber qué nos tratan de ocultar que nadie debe saber. Esto no es jugar limpio. Es como la Ley de secretos oficiales, que garantizan que ciertas cosas no salgan a la luz a riesgo de poner en peligro la seguridad del Estado. ¿Qué verdades, si se conocieran pondrían en serio peligro la misma existencia de la Iglesia, razón por la que están celosamente guardadas? Esto da para varios cientos de novelas del tipo "El código Da Vinci". Que no se quejen si la imaginación del novelista le da por cuestionarse cosas.
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Recuerdo a este respecto cómo cuando escuché del jesuita D. Juan García Pérez la interpretación de la Resurrección como la presencia de Jesús en medio de nosotros y en nosotros "con toda su realidad", sin hacer demasiadas referencias a los hechos físicos de la digamos, resurrección biológica, le pregunté al salir de clase "oiga, padre, esto no lo dirá usted en misa de una..."; a lo que me contestó, "ni se me ocurriría". Porque algo así puede hacer perder la fe de las gentes que se creen que la resurrección es literalmente la vuelta a la vida del cuerpo biológico de Cristo tras su muerte.
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Y como estas reflexiones, hay muchas otras, que se caen por su propio peso, que la Iglesia no puede difundir, porque compromete su soberanía religiosa.
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A eso vamos.
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Un instante eterno
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El primer aspecto en cuestión es la temporalidad del acontecimiento de Pentecostés. Digamos cincuenta días después de la Resurrección en el año 26 de nuestra era. Antes el hombre se las apañó como pudo sin Espíritu Santo y después, qué maravilla, el Espíritu Santo empieza a influir en los humanos, pero solamente en los bautizados. Los que no lo hayan sido, que les den, aunque sean personas intachables en conducta y fe.
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Como fanáticos adoradores del Tiempo, los humanos no podemos elaborar modelos de realidad no dinámicos. Todo modelo de realidad tiene el tiempo como una variable independiente e inexorable. Todo evento sucede en un momento concreto entre un antes y un después. No existe en el humano conciencia alguna de eternidad; ni se la imagina, y si lo hace, lo interpreta como un mogollón de años sin fin, de cualquier cifra imaginable o superior. Total, un aburrimiento.
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Cuando Yaveh se presentó a Moisés como "El que Es", esto supone que Dios no ha sido ni será, sino que Es, siempre Es. Es el eterno presente. Pero eso a los humanos no nos cabe en la cabeza. Quiero decir con esto que habiendo sido históricamente Pentecostés un evento en T(n), es decir en un momento "n" de la variable de tiempo T (digamos el domingo 8 de mayo del año 26 a las 12:00, en la hora sexta, la meridiana, suponiendo el nacimiento de Cristo el año -7 y la Pascua judía de aquel año y la Resurrección en la semana del 14 de Nisán o marzo), sin embargo el acontecimiento espiritual de la "evidencia" del Espíritu en el alma humana, es algo fuera del tiempo y del espacio, es un instante eterno. Ya sé que es difícil de entender. Pero esta interpretación atemporal permite comprender otras muchas cosas que la temporalidad del hecho deja sin comprensión.
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Iluminación o la comprensión de "otras lenguas"
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El proceso de recibir el Espíritu Santo, el pasaje de Hechos de los apóstoles, se describe como una situación tras la cual...
Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
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Más allá del detalle de la "glosolalia" (que como anécdota no deja de ser curiosa), lo que realmente sucede en el alma es una conmoción tras la cual  es como si la inteligencia o el propio alma despertara de su noche oscura, quedara liberada de su ceguera, de su ignorancia, de sus temores, y una Energía impetuosa (en forma de lengua de fuego) se posara sobre el séptimo chacra, el situado en la coronilla de la cabeza, y la persona quedara plenamente iluminada por el Espíritu Sagrado, por el Espíritu Santo y pudiera así comprender y expresarse en "otras lenguas", de otro modo jamás imaginado por ella hasta entonces, porque esas "otras lenguas" no es ni más ni menos que lo que la Filosofía perenne y las Teologías denominan "Sabiduría".
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Este proceso de iluminación, es el proceso por el que el alma humana toma plena conciencia de su identidad con lo divino. Hasta entonces la persona evoluciona en su proceso de perfección espiritual, pero desde sus propias fuerzas, por su propia y además limitada capacidad de comprensión. El instante de la iluminación marca efectivamente un antes y un después en la existencia del alma, de la persona, que queda liberada de la variable tiempo, de lo temporal, para entrar en el terreno de la eternidad, momento en el que el alma se reconoce a sí misma como la misma esencia que su Creador. Es la unión del alma con Dios, la entrada en la séptima morada, el matrimonio espiritual, la cima del Monte Carmelo, la perfecta quietud del alma, el momento en el que el alma se da cuenta de que ya no ella la que vive, sino Dios quien vive en ella y por ella.
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La Iglesia habla de las tres Pascuas, la Navidad, la Resurrección y Pentecostés. La Navidad es la puerta de entrada, el deseo de la persona de entrar por la senda estrecha. Y así comienza un proceso nada fácil de formación y de depuración espiritual. Es el paso del desierto, la aridez de épocas de sequedad que permiten fortalecer la voluntad y la fe. La segunda Pascua es la Resurrección, el momento de la "mortificación", de morir a uno mismo, de entregarlo todo, de despojarse de los frutos de las obras, de no esperar nada de esta vida, salvo lo dispuesto por su majestad, y así comprender que es necesario morir antes de morir, para comprender que la muerte no existe, y así poder saltar a una nueva vida, resucitar. Y la tercera Pascua es Pentecostés, la plenitud del Espíritu de Dios en el alma hasta ser una misma esencia consciente.
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Pero este proceso no es exclusivo del cristianismo. Si uno estudia el Tao te king, el Bhagavad Gita o Canto del Señor, o el Dhammapada o camino de rectitud de Buda, se da cuenta de que la Iluminación es un hecho experimentado por los Santos de Dios de todas las épocas y culturas, en la medida en que han sabido tomar conciencia de que la Divina Realidad habita en sus corazones.
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En otras palabras, el Espíritu de Dios no viene de lejos para posarse en el alma humana como la alegoría de la paloma, sino que habita en el corazón del ser humano sí o sí. No puede ser de otra forma. La diferencia entre el iluminado y el que no lo está es la "toma de conciencia" de este hecho, de que Dios habita en nosotros queramos o no, pues somos su misma esencia; somos inseparables de Él. Otra cosa es que esa fábrica de sueños que es nuestro elaborado intelectual que denominamos "yo", "ego", eso que vemos cuando nos miramos al espejo, se empeñe en tomar las riendas de nuestra vida y trate de hacer lo que le "salga de las pelotas" sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. Este es el síndrome de Adán y Eva, fuente de nuestros males, como comenté en la entrada 46.
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En la pedagogía del amor (ver la página "Os doy mi vida entera" de este blog), suceden cuatro fases a saber:
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1.- Saber que Dios nos ama.
2.- Ser conscientes de que Dios nos ama.
3.- Dejarnos amar por Él.
4.- Amar a los demás como Él nos ama.
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La iluminación es el paso de saber que Él nos ama a ser plenamente consciente de esa realidad, lo que sin solución de continuidad permite soltar los mandos de nuestra vida para dejarnos amar por Él y a continuación o en paralelo, comenzar a amar a los demás como Él nos ama.
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Así que de los cuatro pasos, el que nos cuesta casi toda nuestra vida es esa toma de conciencia de la Plenitud; es la que exige el proceso ascético de penitencia y de mortificación de los sentidos, o las tres sendas del Bhagavad Gita, la primera de las obras, la segunda de la devoción para cruzar el umbral de la tercera senda, la de la Sabiduría.
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Conclusión heterodoxa

 
La conclusión heterodoxa es que el Espíritu de Dios ha cubierto la faz de la Tierra desde siempre, y desde que el hombre habita este Planeta. El Espíritu Sagrado ha sido percibido por todos los Santos de Dios que en el mundo han sido y han evolucionado espiritualmente hasta dejarse ser iluminados por Él. Es Patrimonio de toda la Humanidad.
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Cuando uno es capaz de romper los límites de la diócesis y del catecismo, y es capaz de abrir sus ojos al resto de la Humanidad y del Universo, las cosas se ven de muy distinta manera que cuando nos obstinamos en mantener las orejeras de burro y sólo nos limitamos a ver lo que quieren los demás que veamos.
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Esto, creo yo, es lo que nos trató de decir Jesús de Nazareth, que el Espíritu de Dios habita en el corazón del hombre; que no hay que buscarlo en los templos ni en las liturgias ceremoniosas, sino en lo más profundo de tu corazón, allí en lo escondido, donde Él habita desde que fuiste concebido en algún momento de la Historia, vaya usted a saber si hace los años que tienes o muchos más tras varias o muchas vidas anteriores...
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¿Quien se atreve a saberlo realmente?
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jueves, 9 de junio de 2011

106.- Revelaciones




What’s next?

Adrian Berry escribió en 1973 un libro de asombroso título, “los próximos diez mil años”. El título resulta algo visionario y sin duda va más allá que el propio contenido del texto, aparte de ser de una osadía insólita. El mundo actual es tan imprevisible y complejo, su evolución futura tan indescifrable, que no es fácil que nadie se atreva a hacer profecías no ya a diez mil años vista, sino tan siquiera a diez mil horas. Puede visualizarse, dentro de unos interesantes límites de probabilidad, la evolución del mundo de aquí al año 2050 o 2060, pero remontarse mucho más allá es un ejercicio que roza la frivolidad intelectual. No obstante, cuando se publicó Los próximos diez mil años corría el año 1973, y eran otros tiempos, tiempos arrogantes en el ámbito tecnológico y aeroespacial y de gran euforia respecto al porvenir inmediato y lejano. Era una época marcada por el entusiasmo de 1969, y que se sentía totalmente embalada hacia el futuro.


Sólo en una época así podía aparecer un libro tan (racionalmente) visionario como este.  Sin embargo, el libro hablaba fundamentalmente del desarrollo tecnológico, en una época en la que todos nos creíamos a pies juntillas las profecías de Arthur Clark, viéndonos en 2001 en plena odisea espacial. Todo esto fue antes de que el Club de Roma publicase el trabajo de Jay Forrester sobre los límites del crecimiento, y con ello, se nos echase un gélido jarro de agua fría y se nos lanzara una muy seria advertencia sobre cuál era el riesgo de seguir embelesados en la aventura tecnológica… y consumista, sin tener en cuenta los peligros que ello implicaba para la estabilidad planetaria.

Con esto quiero indicar cómo cualquier intento de predecir qué será de nosotros, es como poco presuntuoso. Sin embargo, como decía Woody Allen, “me importa el futuro porque es donde voy a vivir a partir de ahora”. Y por ello, los humanos tenemos la tendencia a acudir a los oráculos, para saber qué pasará. Bien mediante el horóscopo, echada de cartas, tarot, carta astral, bola de cristal, lectura de profecías como las de Nostradamus o San Malaquías o las de las sectas milenaristas, o bien con complejos programas de simulación dinámica y estudios de prospectiva, sea como sea, necesitamos ver a través de la niebla del tiempo para intuir qué será de nosotros.


Lo que se viene desvelando e intuyendo en los diferentes estudios prospectivos que se vienen llevando a cabo no dejan lugar al optimismo. En el último cuarto de siglo, los técnicos se enfrascaron en una encendida polémica sobre el cambio climático, la contaminación ambiental, los riesgos de conflicto nuclear, epidemias planetarias, hambruna descontrolada, etc. Desde que comenzó este siglo, que es el futuro para nosotros cuando vivíamos en el Siglo XX, las intuiciones se están convirtiendo en evidencias de que tenemos un futuro nada prometedor, sobre todo desde el 11S y los evidentes signos de cambio climático que estamos ya percibiendo y en muchos lugares sufriendo, y que Al Gore ha resumido en su libro y película “una verdad incómoda”.


Por tanto, podríamos enfocar el tema del futuro de la humanidad desde varios puntos de vista.


El primero podría ser el geológico. Para la Tierra, la Humanidad es un susto de repente, y sólo eso, dentro de una longeva vida de unos doce mil millones de años, más o menos, los 4000 que ya han pasado y los 8000 que todavía le quedan, a tenor de los datos que tenemos de la vida del Sol, con permiso de los neutrinos, y antes de que se convierta en una gigante roja y engulla los planetas menores. 10.000 años de Humanidad son 8*10-7% (0,0000008%) de la vida de la Tierra. Es decir “nada”. Cuando los seres humanos hayamos abandonado este planeta, a la Tierra le quedará una larguísima vida por delante, se recuperará de las heridas que los hombres le hayamos provocado, y seguirá su curso, quien sabe si con otra civilización más civilizada que la nuestra unos cuantos centenares de millones de años más allá.


El segundo podría ser el social. Desde el Mayo francés de 1968, se viene discutiendo sobre un tema crucial, cual es el de los límites del crecimiento. Fueron los expertos del Club de Roma, tras el estudio encargado a Forrester, los que dieron la señal de alerta, en relación a los peligros que podría suponer, embarcarnos en una carrera de crecimiento económico, que siempre sería de los países ricos frente a los pobres. Pestel y Mesarovic, en el segundo informe al Club de Roma  hablaron en 1974 de una diabólica encrucijada con tres grandes y preocupantes brechas, la brecha Norte/Sur (ricos y pobres), la brecha Este/Oeste, (OTAN y Pacto de Varsovia) y Hombre/Naturaleza, apuntando al problema del cambio climático. 


De estas tres brechas la única que ha variado ha sido la brecha Este/Oeste. Pero no ha desaparecido, sino que han cambiado sus términos, pues ahora, tras el fin de la Guerra Fría, el conflicto está planteado entre Occidente y el Islam en primer lugar, y entre otros diversos agentes, tales como los movimientos independentistas, las nuevas dictaduras, el lobby judío contra todo aquello que lo considere una amenaza, Corea del Norte, China y no dejemos a un lado Rusia. Y todo esto no es una guerra fría, sino conflictos, hasta la fecha localizados, sobre todo en Oriente Medio y África, que están provocando centenares de miles de muertos, en algo que se ha empezado a denominar la Cuarta guerra mundial.


La brecha Norte/Sur se ha pretendido edulcorar con el fenómeno de la Globalización. Pero esto es sólo un espejismo, desde punto y hora que Occidente depende totalmente de lar riquezas del tercer Mundo, no puede permitir que el desarrollo económico y social de estos países sea demasiado, ya que lo que ellos consuman, lo necesita Occidente para seguir funcionando como hasta ahora. Ya se les están despendolando Brasil, India, y sobre todo China, país este último dispuesto a competir en su corta Este con los estándares de vida de los Estados Unidos, lo que está provocando que un porcentaje superior al 30% del crudo lo esté comprando. Luego está el problema del agua y de las hambrunas periódicas. Y con todo ello, el problema de la emigración de los pobres hacia los países ricos, huyendo de la miseria.


La brecha Hombre/Naturaleza se llama “Cambio climático”. Negado obsesivamente por unos y proclamado por otros, el clima por causas humanas está cambiando, y lo peor es que nos va a afectar de lleno; primero con extremos meteorológicos y segundo con la peligrosa aparición de nuevas enfermedades transmisibles, a tenor de los cambios en los ecosistemas.
Si unimos todas estas amenazas, se puede concluir que algo nada favorable va a producirse en la primera mitad del Siglo XXI. Los peligros son tantos, que casi va a ser un milagro que no se produzca una grave crisis global, desde una o varias de las tres brechas. Yo la denomino “el día de la ira” (dies irae), que pudiendo durar algunos años, será el equivalente de la nueva Gran Tribulación de que habla el Apocalipsis. Nostradamus también apunta a esta situación. Por lo que se deduce de la lectura de sus últimas cuartetas, que parecen referirse a la primera mitad del Siglo XXI, esta época va a estar salpicadas de serios conflictos con el mundo islámico. San Malaquías, en sus profecías sobre la lista de papas, resulta que su lista concluye con Pedro II el romano, que justamente va a ser el Papa que suceda a Benedicto XVI.


¿Qué pasará después? (What’s next?).


Con este oscuro panorama, nadie es capaz de predecir en qué condiciones saldrá la Humanidad de esta gran crisis.


El tercer punto de vista es, a propósito de este ensayo, el espiritual y religioso. En este sentido, yo diría que hay dos puntos de vista radicalmente opuestos; el primero proyectado desde las profecías cristianas, que predicen la Gran Tribulación, que terminará con el fin de los tiempos, el juicio final, el fin de la humanidad como tan en este mundo y los buenos al Cielo y los malos al infierno.


El segundo perfilado desde el movimiento mundial de la Nueva Era, plantea una revolución espiritual, en medio de la crisis, y abre la puerta a la posibilidad de que con la llegada de la Era de Acuario, la Humanidad en su conjunto evolucionará hacia nuevas metas de desarrollo espiritual, tanto aquí en la Tierra, como en los planos de vida espiritual, ¿el Cielo? Probablemente. Esta evolución no se plantea en relación a ninguna religión en concreto, sino a la capacidad de amar de los seres humanos, sea cual sea su extracción cultural y religiosa.
Si eliminamos el componente aparentemente exclusivista de las profecías cristianas, por las que sólo los bautizados son dignos de la salvación, y tratamos de interpretar las revelaciones de una forma más global, en el fondo, ambos enfoques dicen lo mismo. Y como parece bastante absurdo que el Cielo esté parcelado en judíos, moros y cristianos, amen de otras confesiones, sino que todos estaremos, probablemente, en el mismo escenario, hay que concluir que, aunque las diferentes revelaciones digan predicciones aparentemente diferentes, salvando los escollos de los tremendos conflictos y catástrofes naturales que nos amenazan, la evolución espiritual de la Humanidad no puede ser otra que el regreso a la casa del Padre, se dibuje de una forma o de otra, y salvando los corsés lógicos de los diferentes enfoques culturales.


Para ilustrar estos planteamientos, vamos a examinar dos enfoques distintos sobre cómo enfocar el futuro de los seres humanos como seres espirituales que transitoriamente vivimos en este mundo. La primera es la que James Redfield expone en su novela “las nueve revelaciones”, y la segunda es el Apocalipsis de San Juan. No son comparables, una es una novela y la otra es un texto sagrado. El valor de la primea viene de una intuición cada vez más generalizada, la de que el futuro de los seres humanos tiene esperanza si, y solamente si, evolucionamos hacia niveles cada vez más expandidos de la conciencia, tanto individual como colectiva, lo que supone que Dios (sin apellidos puestos por las diferentes confesiones) entre definitivamente en nuestras vidas. El valor de la segunda viene del hecho de que es un texto sagrado, es decir, revelación de Dios para un sector significativo de la humanidad, pero sin valor postal para el resto de los seres humanos que no proceden de la cultura cristiana.


Dependiendo de quien pudiera leer este ensayo, le convencerá más una u otra revelación. A los católicos el tema no tiene discusión, las “nueve revelaciones” es sólo una novela de ficción sin valor postal. A los eclécticos, ambas revelaciones pueden tener sentido. A los escépticos, depende; según les de.


Yo parto de una hipótesis de partida, ambas revelaciones son ciertas, ambas dicen lo mismo, ambas apuntan al mismo objetivo final. Las diferencias son de cómo se describe en fin de los días. El las nueve revelaciones no se habla de grandes tribulaciones, aunque se ofrece una lógica distribución al sufrimiento humano, y el Apocalipsis se centra en la gran tribulación, la lucha titánica entre el bien y el mal, y la victoria final.


Yo creo que en un Universo de 42 órdenes de magnitud, con una civilización humana que es literalmente un instante infinitesimal al lado de toda la historia del Cosmos, lo relatado en las nueve revelaciones tiene sentido; el Apocalipsis, también.


Veamos que nos dicen las dos visiones.

Las nueve revelaciones


James Redfield nos obsequia con una medio novela, medio ensayo donde unos avezados investigadores, medio arqueólogos, medio visionarios, están tratando de conseguir un Manuscrito de 2600 años de antigüedad, localizado en las montañas andinas de Perú, que profetizan un cambio total y absoluto de rumbo para la humanidad en la época actual y en sus páginas contiene las nueve revelaciones vitales para comprender y ser capaces de enfrentarnos, más preparados, a los retos que nos surgen.


Es claro que a todos nos ha tocado vivir en un mundo difícil, con muchas exigencias por el ambiente de nuestro entorno, ( el trabajo, la familia, la sociedad..), un mundo en el que la competitividad prevalece sobre todo, en el que el individualismo nos lleva a estar siempre en tensión y a ser más y más insolidarios y a apartarnos de la naturaleza y de los caminos saludables que nos conducen a esta.


Las Nueve Revelaciones nos habla del cambio que ya se está produciendo en la sociedad y nos ha de llevar en primer lugar a una mejora individual, incrementando nuestro propio nivel de energía, y en segundo lugar a un avance de toda la sociedad, producto de la suma de todos estos incrementos de energía individuales.


1ª Revelación. La Masa crítica. 


Estamos volviendo a descubrir que vivimos en un mundo profundamente misterioso, lleno de coincidencias repentinas y encuentros sincronizados que parecen estar predestinados.


Un nuevo despertar espiritual está produciéndose, un despertar generado por una masa crítica de individuos que viven sus vidas como una evolución espiritual, 
un viaje en el que somos conducidos por misteriosas coincidencias.
La cultura humana está recibiendo los efectos de un nuevo despertar espiritual. Un despertar que se origina en una masa crítica de individuos que están experimentando en su vida como una evolución espiritual, un viaje en el que, etapa por etapa, evolucionan en la medida en que comienzan a ver que en la vida no existen las coincidencias, sino que todo tiene sentido. No hay casualidades. Esto supone un renacimiento espiritual, no necesariamente de naturaleza religiosa. Surge cuando los seres humanos comenzamos a tener conciencia de las coincidencias que se dan en nuestra vida. Se dan con más frecuencia, y cuando tomamos conciencia de ello, tenemos la sensación de que son cosas situadas más allá de lo que podría considerarse mera casualidad, como si nuestras vidas estuvieran guiadas por alguna fuerza inexplicable. 


Cada día son más las personas que están tomando conciencia de esta realidad. Sin embargo este hecho no es nuevo. A lo largo de la historia ha habido muchas personas que se han percatado de este hecho. La diferencia entre antes y ahora reside en el número de individuos que al mismo tiempo están notando esta intuición. Según el manuscrito, el número comenzaría a crecer a mediado de la década de los sesenta y alcanzaría una densidad demográfica similar a lo que los físicos denominan la masa crítica, a comienzos del siglo. Que se alcance esta masa crítica, significa que sociológicamente esto comenzará a tomarse en serio.


Que la Sociedad como tal comience a tomarse en serio que la vida humana está en manos de una misteriosa Providencia que “maneja” los hilos de la historia del mundo y la de cada persona en particular, puede suponer un cambio de paradigma total y absoluto, porque supondría un acontecimiento de tal magnitud, que haría saltar por los aires el status quo establecido por los sistemas religiosos y filosóficos. Las religiones oficiales se tendrían que replantear todos sus fundamentos, sobre todo aquellos que han hecho que este mundo haya estado dolorosamente dividido y enfrentado en continuas luchas y guerras, nada menos que por el mismo Dios.


Todo esto supondría dar un salto espectacular en nuestra percepción de lo divino, supondría pasar de “creer en Dios” a “vivir a Dios”; pasar de creer en el sentido de aceptar sin ver, su existencia, a creer en el sentido de confiar en Él, superando definitivamente el tedioso dilema de si existe o no.


2ª Revelación. Un presente más largo.


Cuantos más despertemos a este misterio crearemos un concepto del mundo completamente nuevo redefiniendo el Universo como energético y sagrado.
Este despertar representa la creación de una cosmovisión nueva y más completa, 
que reemplaza la preocupación por la supervivencia y el confort de estos últimos quinientos años.
Este despertar del que habla la primera revelación comporta la creación de una nueva y más compleja concepción del mundo. El estar atento a las coincidencias, a los hechos sincronísticos, nos abre al propósito real de la vida humana sobre la Tierra a la naturaleza real de nuestro universo. La vida cotidiana nos concentra en el corto plazo de los problemas que la vida cotidiana nos plantea, de modo que concebir una dimensión a largo plazo parece ser una cualidad bastante difícil de alcanzar.
La Segunda Revelación indica que la toma de conciencia de que en la vida las casualidades no existen, obliga a ver la vida con una perspectiva mucho más amplia. Habitualmente la vida y el estudio de la historia se centra en la descripción de los acontecimientos, el desarrollo tecnológico, las luchas políticas y las guerras, pero resulta muy complicado encontrar la relación de causalidad, más allá de la intencionalidad política o tendencias sociales de la época. La Historia no sólo es el estudio de esta evolución política, económica o social, sino la evolución del propio pensamiento.
A través de la comprensión de la realidad de las personas que nos han precedido podemos saber por qué miramos el mundo de la forma que lo hacemos, y cuál es nuestra contribución al futuro progreso. La Segunda Revelación tiene como efecto facilitar la clase de perspectiva histórica que sitúe su evolución en un contexto más amplio, de tal modo que los acontecimientos pasen de ser coincidencias al azar a sucesos prácticamente inevitables.


En la Edad Media la realidad de la época era definida por los poderosos clérigos de la Iglesia cristiana, con un inmenso poder y control sobre el pueblo llano. Ese mundo era fundamentalmente espiritual. Generó una realidad basada en su concepción de los planes de Dios para toda la Humanidad. La vida consiste en pasar una prueba espiritual. Los eclesiásticos explican que Dios ha situado la Humanidad en el centro del universo, rodeado por la totalidad del Cosmos, con un único y exclusivo propósito, ganar o perder la salvación de las almas. En este desafío intervienen dos fuerzas antagónicas, dos enemigos irreconciliables, Dios y el demonio, el príncipe de las tinieblas, empeñado en arrancarnos del buen camino. Pero los pobres humanos no están solos en este jamás imaginado combate; ahí están los eclesiásticos, únicos capacitados para interpretar las Escrituras y señalar cada paso del camino que deben recorrer las pobres almas. Si siguen sus instrucciones, la recompensa está asegurada; si no, hay peligro cierto de perecer. Todo lo que sucede en el mundo, desde una buena cosecha hasta la enfermedad de un hijo está trazado bien como premio a las buenas obras o como castigo de Dios a las fechorías y desaguisados de las almas descarriadas y alejadas de la Iglesia; o bien como intervención explícita del diablo para interferirnos en nuestro camino hacia Dios. No existe el concepto de clima, fuerzas geológicas, o enfermedad. El mundo funciona exclusivamente por intervención de fuerzas espirituales.


Esta visión del mundo comienza a deshacerse en los siglos catorce y quince. El pueblo llano comienza a ver que los clérigos no son tan santos como parecían. Violan los votos de castidad y pobreza; aparecen escándalos desde el papado hasta los más alejados centros parroquiales. Miran para otro lado cuando los gobiernos violan las propias leyes a cambio de pingües beneficios en los donativos para construir las catedrales y basílicas cristianas. Estos escándalos causas una creciente alarma social, en tanto que la gente creía que su única conexión con Dios eran esos eclesiásticos que ahora resultan ser incluso más pecadores que las personas a las que hacían sentirse despreciables. Lutero encabeza la primera rebelión manifiesta contra tamaña corrupción en el seno de la iglesia, y rompe con Roma. Se forman nuevas iglesias basadas en la idea de que cada persona debería poder acceder por sí misma a las sagradas escrituras e interpretarlas según su conciencia, sin intermediarios. Los eclesiásticos comienzan a retroceder; aquellos que han definido la realidad durante siglos empiezan a perder credibilidad. El mundo entero es puesto en tela de juicio. La visión del mundo expresada según el magisterio de la iglesia se hace añicos, aunque en su caída consigue enviar a la hoguera a no pocos científicos de la época. 


Entra en escena ahora una “nueva religión”, la Ciencia. Y es ella la que poco a poco, lentamente consigue construir la visión del mundo que tenemos en la actualidad, pasando la Tierra de ser el centro del Universo a un alejado y remoto grano de “nada” dentro de un descomunal Cosmos en el que las distancias hay que medirlas en millones de años luz. De este modo, los acontecimientos que nos afectan, tales como las cosechas, la enfermedad, la suerte o mala suerte, ya no son imputables a la voluntad de Dios o a la intromisión de Satanás, sino a las fuerzas de la naturaleza que actúan de una determinada manera, beneficiándonos unas veces y perjudicándonos otras.


Y así comienza la Edad Moderna, con un creciente espíritu democrático que duda y rechaza de que el poder del rey venga de Dios. La gente comienza a liberarse de la dictadura del clero, que ya no rige la vida de las gentes. Se ha perdido la certidumbre absoluta. Las gentes ya no quieren tener ningún grupo de control.
La Iglesia católica responde tachando que lo que sucede es un ataque feroz del modernismo hacia la Iglesia que nunca ha dejado de indicar el camino hacia Dios. El modernismo es calificado como la ambición de eliminar a Dios de la vida social. El término fue utilizado por la jerarquía eclesiástica para designar a un conjunto heterogéneo de escritores católicos, que querían hacer compatible su fe con los avances del conocimiento científico natural e histórico, invitando a reinterpretar las escrituras de una forma no literal.


Era necesario un método que generase consenso, una manera de sistematizar el nuevo mundo que teníamos delante de nosotros. Este ha sido el papel del Método Científico y del racionalismo filosófico. Con estas herramientas intelectuales, salieron una gran cantidad de exploradores que saldrían a este nuevo universo, con una misión histórica encomendada, la de descubrir cómo es el mundo que nos rodea, y qué sentido tiene el hecho de que nosotros, los seres humanos estemos vivos aquí. Una vez perdida la certeza del mundo regido por Dios, también se ha perdido la certeza de la propia naturaleza de Dios, pero parece existir la intuición de que los nuevos métodos de exploración van a conseguir explicarlo todo.


Pero esos exploradores que salieron para encontrar respuestas, han comenzado a volver con las manos no demasiado llenas de soluciones a los interrogantes planteados. Respecto del mundo material parece que saben bastante, pero del otro mundo a penas han conseguido nada. No han sido capaces de dar con la naturaleza de Dios; muchos incluso han concluido que eso de Dios ha sido una invención humana para resolver los problemas cuando no sabíamos nada del mundo físico, pero ahora, todo indica que es una quimera. Todo es mundo físico, no hay más allá.


Mientras tanto los exploradores buscaban respuestas, las gentes se dijeron ¿qué hacemos? Debemos acampar aquí y tratar de que nuestra estancia en este Planeta sea lo más confortable posible, así que “viva el desarrollo”, “viva la tecnología que nos facilite la vida”. Así que hace cuatrocientos años, los hombres decidieron quitarse de encima la sensación de estar aquí perdidos, para hacerse cargo de sus cosas aquí abajo. Y se lanzaron a conquistar definitivamente la Tierra. Pero este planteamiento ha comenzado a plantearnos nuevos interrogantes. Sustituida por una seguridad económica y laica la seguridad espiritual, la incógnita sobre por qué estamos aquí, y qué pasa después de la muerte ha tratado de ser ignorado, pero no se ha conseguido erradicar como fuente importante y seria de preocupación. La respuesta de que después de la muerte no hay nada, en el fondo no termina de convencer a casi nadie.
La Segunda revelación amplia la perspectiva histórica, pasando de lo que es el escenario de nuestra vida a lo que ha sido el milenio entero, haciendo comprender que los estadios por los que ha pasado la vida humana han sido necesarios para comprender el momento en el que nos encontramos en la actualidad. Una vez perfectamente instalados en este mundo (al menos el primer mundo a costa de los otros tres mundos sumidos en el subdesarrollo), es hora de volver a despertar los grandes interrogantes a los que ni los exploradores del mundo ni la gente corriente ha dado respuesta, y las respuesta de las religiones no son del todo convincentes. Además, tanto hemos estrujado al Planeta, que este ahora nos amenaza seriamente de que ya no puede más. Un más que probable cambio climático está amenazando nuestro modo de vida.


En suma, la Segunda revelación nos ofrece una perspectiva histórica comprensiva respecto de la evolución del pensamiento humano, y nos sitúa en una encrucijada en la que la Humanidad tiene que volver a replantearse de nuevo los grandes interrogantes.


La Segunda revelación supone la comprensión del Presente.


3ª Revelación. El problema de la energía.


Descubriremos que todo a nuestro alrededor, toda la materia, está formada de una energía que se origina y se combina de una forma que estamos empezando a ver y a comprender.


Ahora sentimos que no vivimos en un universo material sino en un universo de energía dinámica. Todo lo existente es un campo de energía sagrada que podemos sentir e intuir.


Vivimos en un Universo formado por energía dinámica. Todos nosotros y las cosas de nuestro entorno son pura energía, que podemos sentir e intuir. Es más, si somos capaces de concentrarnos en la dirección deseada podemos proyectar nuestra energía, es decir podemos influir en otros sistemas de energía e incrementar en nuestra vida la posibilidad de recibir coincidencias.


La Tercera revelación describe un nuevo concepto del mundo físico. Dice que los seres humanos aprenderán a percibir lo que anteriormente era un tipo de energía invisible.


Tras la caída de la concepción medieval del mundo, los occidentales nos dimos cuenta de que vivíamos en un mundo desconocido. Pero aprendimos, en el proceso de adquisición del conocimiento, a separar los hechos tangibles de la superstición. La Ciencia asumió la actitud de escepticismo científico que exige el soporte de evidencia sólida tras la afirmación de cualquier aserto sobre cómo funciona el mundo. Esto ha servido para la comprensión de lo que existe en la esfera material. Así hemos establecido las leyes de la naturaleza. Así se erradicó todo lo problemático y esotérico. Fieles al pensamiento de Newton, el mundo funciona siempre de una manera predecible, como una enorme máquina, porque durante mucho tiempo esto es lo único que ha podido demostrarse. Lo que no obedecía a esta predicción fue considerado “azar”.


Sin embargo, el advenimiento de la mecánica cuántica y de la Relatividad ha obligado a reconsiderar esa tranquila sensación de sólido fundamento de la Ciencia. Einstein nos mostró que lo que percibimos como materia cósmica dura es en su mayor parte espacio vacío por cuyo interior circula una forma de energía. Esto nos incluye a nosotros. Y lo que Plank nos ha venido a demostrar es que cuando miramos esas formas de energía a niveles subatómicos vemos resultados asombrosos. A nivel de partículas elementales, tratar de observar cómo operan influye en el comportamiento de esas partículas. El observador influye en lo observado, lo que explicó Werner Heisenberg en el principio de incertidumbre. Las partículas se ven alteradas por lo que espera o piensa el observador.


Esto supone que el ingrediente básico del Universo se parece a un determinado tipo de energía que es maleable a la intención y a las expectativas humanas, de una forma que desafía nuestro viejo modelo mecanicista. Es como si nuestras expectativas  provocasen que nuestra energía fluyese hacia el mundo y afectase a otros sistemas de energía.


Esto es lo que intenta evidenciar la Tercera revelación.


La existencia de esta energía se conoce desde hace milenios. Los maestros orientales conocen una energía Chi, fundamental, responsable de las azañas imposibles de los karatekas y maestros de kung fu. El Reiki, el modelo de los chakras, la acupuntura y demás técnicas de curación oriental se basan en la captación y canalización de esa energía universal.


Todo es energía. El escepticismo científico radica en que a día de hoy no es mensurable, y como afirmaba Kelvin, lo que no se puede medir no es científicamente aceptable. Pero estamos asistiendo en la actualidad a una auténtica revolución científica que está haciendo templar los cimientos de la física que todos hemos estudiado. Esto nos hace preguntarnos si acaso el Universo es mucho más dinámico de lo que conocemos o suponemos. 


¿Pueden las plantas crecer mucho más deprisa y con más fuerza si se las mima, si hablamos con ellas? ¿Podemos hacer que el agua cristalice según formas diferentes dependiendo de los pensamientos que lancemos hacia ella, tal y como demuestra Masaru Emoto? ¿Puede el Universo en su conjunto responder de una manera sutil a la energía que lanzamos hacia él? ¿Y viceversa, la energía del universo influye en nosotros?


Leer a Stephen Hodgkin hace pensar que algo se nos escapa en nuestro mundo, que las cosas materiales están empezando a perder la evidencia de lo conocido, y que existe la sólida sospecha de que acaso hayamos descubierto y conocido la punta del iceberg de un Universo que todo él nos está por descubrir.



4ª Revelación. La lucha por el poder.


Desde esta perspectiva podemos ver que los humanos siempre se han sentido inseguros y desconectados de esta fuente sagrada y han intentado nutrirse de energía dominándose unos a otros. Esta pugna es la causante de todos los conflictos humanos. 


Con frecuencia, los hombres se apartan de la fuente mayor de esta energía y se sienten entonces débiles e inseguros. Para obtener energía tratamos de manipular o forzar a los demás a prestarnos atención y por ende, energía. Cuando logramos dominar a otros de esta forma, nos sentimos más fuertes, pero ellos quedan debilitados y a menudo se resisten.


Cuando el ser humano rompe la conexión que le une con la energía del Universo, que es la fuente principal de esta energía, nos sentimos débiles e inseguros. Entonces tendemos a obtener la energía que nos hace falta de las otras personas de nuestro entorno. Adoptamos un rol manipulador que nos permite absorber la energía de los otros.


Esta competencia por la energía es la fuente de los conflictos entre personas.
Existe una tendencia innata a someter o dominar a nuestros semejantes. Es algo inconsciente; cuando entablamos una conversación con otra persona pueden ocurrir dos cosas, que nos alejemos con sentimiento agradable de una sutil fortaleza o de una sutil o manifiesta debilidad, lo que genera un sentimiento desagrable que va desde el enfado hasta la leve contrariedad. Depende de cómo haya sido la interacción. La razón estriba en que los humanos tenemos la natural tendencia de adoptar una actitud manipuladora respecto del otro, a fin de convencerle de nuestras tesis. Si esto es así, salimos victoriosos de lo que en el fondo ha sido un taimado combate dialéctico. No importa el tema, pero salir de ella sin tener razón, como que “jode”. En resumen, siempre tratamos “a ver quién mea más lejos”, quién se sale con la suya, quien prevalece sobre el otro. Esta es la causa de los conflictos humanos, tanto a nivel personal como a nivel social o entre naciones.


El deporte y los concursos son una forma de canalizar civilizadamente ese deseo de competir con el prójimo, bien sea por meter una pelota en una portería o en una carrera de marathón, o en un concurso de belleza, o de poesía. La cuestión es ser el ganador, y evitar quedar en un puesto mediocre y bajo ningún concepto bajar de división o categoría. ¡Qué humillación!


En términos de flujo energía lo que sucede en esta interacción consiste en que cada cual está tratando de absorber la energía del otro, para al final, cuando la confrontación concluye, el ganador ha absorbido casi toda la energía del perdedor, que dale tremendamente debilitado (triste, impotente, cabizbajo, fastidiado, en fin, derrotado). Cuando controlamos a otro ser humano, recibimos su energía. Nos llenamos a tope, a expensas del otro.


La cuestión radica en que hasta donde alcanza nuestro raciocinio, no hemos aprendido a obtener la energía de otra fuente superior a la que creemos tener más cerca, que son nuestros semejantes. 


Hablamos de necesidades humanas, unas físicas y otras afectivas; es la pirámide de Maslow, conjunto de necesidades que tratamos de cubrir acosta de los demás. Necesitamos que nos quieran, que nos valoren, que reconozcan nuestros méritos, necesitamos ser unos triunfadores, o al menos no ser unos perdedores. Pero alimentar nuestras necesidades afectivas a costa de que los demás nos den su energía siempre da más sed, como el agua del pozo de la samaritana.
Digamos que absolutamente todas las cosas de nuestra vida material, por la que luchamos denodadamente, nos hacen buscar nuestra energía en pozos que se agotan, y sobre todo, siempre nos da más sed. Buscamos la felicidad a costa de los demás.

5ª Revelación. El mensaje de los místicos.


 La inseguridad y la violencia terminan cuando experimentamos una conexión interior con la energía divina interna, una conexión descrita por los místicos de todas las tradiciones.


Si somos capaces de conectar internamente con la energía de nuestro entorno, la energía del Universo, veremos como la inseguridad y la violencia desaparece.
Es la experiencia mística. Muy pocas personas la han experimentado, pero algunos de los que la han vivido han dejado sus legados de vivencia para mostrarnos el auténtico camino que a la Humanidad le puede permitir salir del marasmo y del fango espiritual en el que está sumida.


La energía del Universo  es una misma esencia que lo envuelve todo. Unos la denominan simplemente Energía, otros “Lo Eterno”, otros “Aquello”, otros “el Ser”, lo que Es, “el Gran espíritu”. Mil dioses pero una sola esencia, un mismo Ser que es el fundamento de todo. Los místicos han sabido atravesar el umbral que separa nuestro yo externo (el que se ocupa de la vida diaria, lo que creemos ser cuando nos miramos al espejo, lo que creemos que somos al pensar), de nuestra Alma, de nosotros mismos, de nuestra verdadera esencia trascendente, inmortal, de aquella que comparte naturaleza a imagen y semejanza del Eterno.
El mensaje de los místicos demuestra que existe otra realidad ajena a este mundo, que resulta ser la verdadera, la que nos nutre definitivamente de una energía que no se agota jamás, que la podemos recibir a raudales y darla a raudales.


La experiencia de los místicos vivida por los seres humanos es la clave de la desaparición de los conflictos humanos. No hay otra opción. Pero esto supone un cambio de paradigma tan asombroso, que sólo alcanzando y superando esa masa crítica, es posible que esta visión de la realidad deje de ser un desiderátum de unos pocos, para convertirse en una megatendencia social. Convertir la mística en una megatendencia social, más allá del concepto “moda al uso”, será la más importante revolución de la Humanidad de todos los tiempos, y posiblemente su única vía de escape de la extinción como especie.

6ª Revelación. Clarificar nuestro pasado.


Cuanto más tiempo estamos conectados, más conscientes somos de los momentos en que perdemos la conexión... generalmente cuando estamos estresados. En esos momentos, podemos ver nuestra forma particular de robar energía a los demás.


La tendencia a obtener energía de los otros, que comenta la 4ª revelación, la aprendemos desde pequeños, es un hábito que desarrollamos con nosotros. En el momento que analizamos este hábito y tomamos conciencia de nuestra forma propia e individual de ejercer el control sobre los demás, descubrimos nuestra personalidad más elevada, más noble, nuestra identidad más evolutiva.
Es bastante aceptada en psicología y psiquiatría la influencia que tiene en el desarrollo psicológico y emocional de las personas, la influencia del entorno familiar y social (colegio, amistades) en la personalidad y en el patrón de comportamiento del futuro adulto. Conocer nuestro pasado se considera fundamental para comprender cómo somos ahora. En este sentido descubrir que valoraban de nosotros de pequeño y qué reprobaban es crítico para comprender de qué forma hemos construido nuestro “yo externo”, el que mostramos a los demás para que nos valoren y acepten, pero que al final, también nos mostramos a nosotros mismos cada vez que nos miramos al espejo, hasta el punto de que terminamos creyéndonos lo que nuestro pensamiento ha elaborado de nosotros. De este modo, nuestro yo real queda sepultado en un celda profunda de nuestro castillo interior.


En terminología de las nueve revelaciones, este proceso se denomina como la elaboración de nuestras “farsas de control”, que actúan diariamente, a cada momento; moldean nuestra forma de ser y de comportarnos, y que es necesario sublimarlas hasta hacerlas plenamente conscientes, para dejar de dejarnos arrastrar por ellas.


Cada uno de nosotros debe retroceder a su pasado, volver a los inicios de su vida familiar y ver cómo se formaron sus hábitos. Viendo sus comienzos, no resulta difícil ser conscientes de nuestra manera de ejercer el control a los demás.
Cada uno de los miembros de nuestra familia representaba una farsa de control destinada a extraer la energía de sus propios hijos. Para defendernos del “ataque” de nuestros padres en busca de nuestra energía infantil, los niños hemos tenido que desarrollar nuestras propias defensas, nuestras correspondientes “farsas de control”, una estrategia para recuperar esa energía que nustros propios padres nos arrebataban. Así, el desarrollo de nuestras farsas particulares guarda siempre relación con nuestra vida familiar desde niños. 

Cuando se descubren nuestras farsas, entonces uno es capaz de comprender lo que realmente estaba pasando en nuestra vida familiar. Es decir, toda persona debe reinterpretar su experiencia familiar desde el punto de vista evolutivo, que es el punto de vista espiritual, para descubrir quién es realmente. Una vez hecho esto, nuestra farsa de control desaparece, y nuestra vida ya puede cambiar de rumbo.

Hay cuatro farsas de control fundamentales, “el intimidador”, “el interrogador”, “el pobre de mí” y “el reservado”.


Tal y como lo expone el Manuscrito, todo el mundo el mundo manipula a los demás para obtener su energía, según afirma la cuarta revelación. Bien lo hace agresivamente, forzando a los demás a que le presten atención, bien pasivamente, actuando sobre la simpatía o la curiosidad de la gente para atraer aquella atención. Así, si alguien nos amenaza verbal o físicamente, nos vemos obligados por miedo a que nos ocurra algo malo, a prestarle atención, y en consecuencia, a cederle energía. La persona que nos amenaza nos estará arrastrando al género de farsa más agresivo, lo que se denomina “la farsa del intimidador”.


Si por otra parte alguien nos cuenta las cosas horribles que le suceden, dando a entender quizás, que nosotros somos los responsables, y que si nos negamos a ayudarle continuarán ocurriéndole esas cosas horribles, entonces esa persona pretende controlarnos al nivel más pasivo, lo que se manifiesta como la “farsa pobre de mí”. Caroline Myss lo describe muy bien como el arquetipo de las personas que casi se vanaglorian de que sufren más que los demás, con el fin de conseguir la comprensión y compasión (¿tú sufres? No te quejes, que lo mío sí que es sufrir). Es decir, aquí no estamos a ver quién puede más, a ver quién mea más lejos, sino a ver quién gana en sufrimiento. Esto es la manipulación, en vez de por la vía de la victoria, por la de la derrota, del sufrimiento, de la compasión. Es la “heridalogía”, o tratado de la manipulación de los demás por las heridas que nos infringe la vida. Los que desarrollan eta farsa, tratan de que los demás se sientan de alguna forma culpables de su desgracia. Egoístas guiñapos que no hacen otra cosa que lamentarse de que el mundo no les hace felices, en palabras de Bernard Shaw.


La farsa de cada cual puede ser examinada de acuerdo con el lugar que ocupa en el espectro entre lo agresivo y lo pasivo. Si una persona es sutil en sus agresiones, si encuentra defectos y socava nuestro mundo con el fin de conquistar nuestra energía, entonces esta persona sería un “interrogador”, el tercer tipo de farsa. Es un género de persona que usa este procedimiento concreto para obtener energía, construir una farsa en la que hacer preguntas y sondea el mundo de otra persona con la intención específica de encontrar algo censurable. Cuando lo ha encontrado critica este aspecto de la vida del otro. Si la estrategia funciona, la persona criticada es incorporada a la farsa. Luego, de súbito, dicha persona se siente cohibida, tímida; se mueve en torno al interrogador y presta atención a cuanto éste hace y piensa, con objeto de no hacer nada que el interrogador pueda notar y criticar. Esta deferencia psíquica suministra al interrogador la energía que este necesita extraer del interrogado.


Por último está el tipo de persona para la que su manera de controlar a los otros y las situaciones, con el fin de conseguir la energía que necesitan es crear en su mente la farsa del “reservado”, durante la cual se aparta y parece misterioso  lleno de secretos. Se dice de sí mismo que obra de este modo por cautela, pero lo que realmente hace es confiar en que alguien será atraído por esa farsa e intentará deducir que es lo que le pasa. Cuando alguien lo intenta, el reservado sigue siendo impreciso, indefinido, forzando a la otra persona a intuir, a indagar, a escudriñar para discernir cuáles son sus verdaderos sentimientos. Mientras el otro actúa así, le está dedicando al reservado su atención, y esto proyecta su energía al reservado. Cuanto más tiempo le mantiene interesado y desconcertado, mayor es la energía que el reservado recibe. Pero esto para el reservado tiene un coste, y es que su vida evoluciona muy lentamente, puesto que está repitiendo sin parar la misma escena.


La respuesta infantil a las farsas de control es muy variada. Si a un niño alguien le extrae la energía mediante amenazas físicas, entonces elaborar el arquetipo de reservado no le va a servir de mucho. No puede forzar al intimidador a que le devuelva la energía robada tomando el rol de persona tímida y reservada. Al otro le mantiene sin cuidado lo que pase en el interior del niño; actúa con demasiada fuerza. En consecuencia, el niño se ve obligado a ser más pasivo aún y poner en funcionamiento la farsa pobre de mí, apelando a la compasión de la otra persona, en su caso, para conseguir que se sienta culpable de lo que le está haciendo. Si tampoco funciona, entonces la criatura aguanta mientras es niño, hasta ser lo bastante mayor para rebelarse contra la violencia recibida, convirtiéndose el, ya de mayor en un agresor, un intimidador. Violencia con violencia se combate, parece ser la conclusión penosa de todo esto. De esta forma, la farsa se trasmite de padres a hijos. 


Al interrogador le pasa algo similar. Se desarrolla en un escenario de abandono, donde los miembros de su familia a penas le hacían caso de pequeño, liados con el trabajo y las tareas domésticas. En un ambiente de abandono afectivo, ser reservado no sirve de mucho, pues no atraería la atención de los padres y hermanos mayores. La reacción es entonces la de indagar, curiosear, hasta finalmente descubrir algo incorrecto en los miembros de su familia, todos ellos reservados para el niño, de modo que al criticarles, atrajera su atención y así extraerles un poco de energía. Así se crea un interrogador.


Las personas reservadas generan hijos interrogadores. Y los padres interrogadores generan hijos reservados. Y los intimidadores crean “pobres de mí”. Y estos generan intimidadores por la exasperación que provocan al obligarles a sentirse culpables.


Son bucles reforzadores, círculos viciosos que perpetúan una cultura del robo de energía los unos a los otros.


Así que la idea madre de esta revelación hunde sus raíces en el hecho de que los seres humanos no han encontrado otra forma de conseguir la energía vital que a través de la que puedan extraer de sus semejantes.


Es una original forma de interpretar el mito del pecado original que ha armado el desaguisado que ha sido hasta ahora la historia de los seres humanos.

7ª Revelación. Unirse al flujo.


Conocer nuestra misión personal aumenta aun más el flujo de coincidencias misteriosas, al tiempo que somos guiados hacia nuestros destinos. Primero tenemos una pregunta, y luego los sueños, los ensueños y las intuiciones nos conducen hacia las respuestas, que en general nos son dadas en forma sincrónica por la sabiduría de otro ser humano.


La evolución personal nos ha de llevar a conocer nuestra misión personal, y esto intensifica el flujo de coincidencias que nos guían hacia nuestro destino.
Los sueños y las intuiciones nos conducen a las respuestas de las preguntas que nos planteamos.


En este estadio de nuestra evolución tenemos que estar atentos a las coincidencias, a los procesos de sincronicidad.


El desconocimiento de cómo ganar energía hace que sigamos buscándola inconscientemente en los demás. Lo primero consiste en enfocar el ambiente que nos rodea; después, tratar de recordar el aspecto que tiene todo cuando se está pletórico de energía. Se consigue esto evocando la presencia que todas las cosas despliegan, la belleza y la forma particulares de cada una de ellas, especialmente las plantas, así como la manera en que los colores parecen adquirir un mayor brillo. A continuación hay que procurar experimentar esa especial sensación de cercanía de que por muy lejos que esté determinada cosa, yo puedo tocarla, conectar con ella; y luego aspiro dentro de mí.


Aquí entra en escena un elemento fundamental, la respiración. Los orientales afirman que con la respiración se adquiere el “prana”. Prana es una palabra en sánscrito que hace referencia a "lo vital", la fuerza de las cosas vivas y la energía vital en el proceso natural del universo. De forma práctica, se puede explicar de diferentes formas, como por ejemplo, los sentimientos fisiológicos de hambre, sed, calor o frío. Todos los sentimientos o energías que aparecen o fluyen en el cuerpo, pueden ser interpretadas como una evidencia de que el prana está ahí, ya que es lo que distingue a un cuerpo vivo de uno muerto. Cuando un ser vivo muere, el prana o fuerza vital escapa por sus orificios y poros. El término sánscrito prānāyama designa los ejercicios respiratorios del yoga que conducen a la concentración del prana (energía contenida en la respiración dentro del organismo).


Cuando visualizamos que cada inspiración introduce energía en nosotros y nos llena como globos, realmente adquirimos más vigor y nos sentimos mucho más ligeros y eufóricos. Una vez se ha aspirado la energía, comprobamos si tengo la emoción adecuada, que es la auténtica prueba de estar conectado.
Si esta reflexión se quedase exclusivamente en lo descriptivo de este ejercicio de incorporación de energía, todo podría parecer un ejercicio de superstición. Pero en realidad este ejercicio no es otra cosa que un “sacramento”, no al estilo católico, pero sacramento al fin y al cabo. ¿Por qué?, porque se utiliza un elemento físico que es el aire que nos rodea y que aspiramos en la respiración para simbolizar que a través de él estamos inspirando la “energía universal”. Es el mismo símbolo que el agua para el bautismo. Con el bautismo, un agua bendecida, se derrama en la cabeza del recién nacido (antiguamente el bautizando se sumergía en el agua plenamente), simbolizando así el efecto lavador de las culpas y pecados, en especial, el pecado original.
Bien, al inspirar el aire de la forma descrita, simbolizamos como sí la energía universal ingresa en nosotros físicamente, inunda todos nuestros poros y se hace una con nuestra esencia. Cambiemos el nombre de “energía universal” por Amor, y estaremos representando, simbolizando la forma, el sacramento por el que dejamos que el Eterno, el Todo, Aquello, Dios, entra en nosotros y nos eleva a un nivel de conexión con toda la Creación, de modo que sentimos cómo todos somos uno en Él.


El Amor, según el manuscrito no es un concepto intelectual ni un imperativo moral, ni nada parecido. Es una emoción de fondo que existe cuando uno está conectado con la energía disponible en el Universo. Esta es una forma metafórica de decir que el Amor es el estado del Alma que esta experimenta cuando está en presencia de Dios, cuando se siente unida a Él, cuando deja que Él viva y obre en ella.


Cuando esto ocurre, las ideas y pensamientos que nos vienen a la mente en un intento de controlar lógicamente los acontecimientos, desaparecen, abandonando así la farsa de control o arquetipo de comportamiento habitual. A medida que se llena de energía interior (el Amor inunda el Alma), entra en la mente otro género de pensamiento procedente de la propia Conciencia interior, del Alma. Son las intuiciones (la voz de la conciencia). Tienen un cariz diferente. Aparecen simplemente en el fondo de la mente, a veces en una especia de sueño, ensueño o minivisión, y pasan a dirigirle, a guiar a la persona. Es decir, cuando la Energía inunda el ser, la persona está preparada para comprometerse conscientemente en la evolución, para hacer que empiece a fluir y a generar las coincidencias que le impulsarán hacia delante. La persona se incorpora a la evolución de una manera específica, primero acumulando la energía necesaria; luego recuerda el problema básico de su vida, el que le legaron sus padres, porque este problema aporta el contexto completo para su evolución como ser humano. Acto seguido se centra en el camino descubriendo los otros problemas inmediatos, los de menor importancia, a los que normalmente se enfrenta en la vida. Estos problemas siempre conciernen al problema más importante del individuo, y definen en qué punto se encuentra de la indagación que durante toda su vida llevará a efecto.


Una vez se es consciente de los problemas activos en ese momento, recibirá siempre una especie de dirección intuitiva sobre lo que debe hacer y sobre el punto adonde debe ir. Tiene el presentimiento de cuál será el próximo paso. Siempre. La única ocasión en que esto no ocurre es cuando la persona tiene en mente un problema equivocado, el que no corresponde. Lo difícil en la vida no es recibir respuesta a nuestras preguntas reales; lo difícil es identificar las preguntas reales, las preguntas que son efectivas. Identificadas las preguntas reales, las respuestas llegan siempre.


Tras haber tenido una intuición de lo que es posible que ocurra a continuación, el siguiente paso es mantenerse despierto y alerta. Tarde o temprano se producirán otras coincidencias que le empujarán en la dirección indicada por la intuición.
Reconectar con la energía es una actividad que debe ser diaria, casi constante. O lo que es lo mismo, orar debe ser un hábito permanente. Porque en el fondo, la conexión con la energía, los cristianos lo denominan “oración”. Las diferencias sólo de carácter semántico.


La conexión con la Energía (el estado de oración) supone estar siempre en plenitud, en estado de Amor. Cuando esto se alcanza, ya nada ni nadie conseguirá extraer de usted más energía de la que pueda reponer. Nunca se agota la reserva.


La Séptima revelación trata de la evolución consciente de uno mismo, de estar alerta a todas las coincidencias, a todas las respuestas que el Universo le reserva.


La conexión permanente con la verdadera fuente de Energía es la clave para iniciar esta evolución consciente de uno mismo.


A esto se denomina “fluir”.

8ª Revelación. La ética interpersonal.


Podemos aumentar la frecuencia de las coincidencias guías, elevando a cada persona que entra en nuestras vidas. Debemos cuidar de no perder nuestra conexión interna en relaciones románticas.


La Octava Revelación habla de cómo aprendemos los seres humanos a relacionarnos los unos con los otros y como proyectar la energía a los demás y evitar la adición a las personas. Se supone que muestra los fundamentos del comportamiento humano desde la Ética y el Conocimiento profundo de la realidad humana.


Incide en que establecer una relación dependiente con otra persona nos lleva a perder la conexión con la energía del Universo porque tendemos a destinar toda la atención hacia aquella otra persona.


La Octava Revelación comienza con la relación de los adultos con los niños, a quienes debemos verlos como punta de lanza de nuestra propia evolución. Para que puedan aprender de verdad, necesitan sentir cómo nuestra energía se derrama sobre ellos de un modo incondicional y constante. Lo peor que se le puede hacer a un niño es drenar, derramar su energía mientras le reprendemos. Esto es lo que crea en ellos las farsas de control. Esto se evita si sabemos transmitirles la energía que necesitan. Es por ello que se les debe incorporar progresivamente en las conversaciones de los adultos, para evitar que en ellos se origine creencias infundadas de cómo piensan los mayores y no se sientan segregados por razón de la edad. En otras palabras, se debe ser lo más transparentes posibles con ellos.


Otro tema de importancia capital es que no se debe asumir responsabilidades de crianza y educación sobre más niños de los que los padres puedan realmente prestar la atención que precisan. La tradición católica proclama que se deben tener todos los hijos que espontáneamente vengan al mundo, sin ningún tipo de limitación. Pero la capacidad de atención de los padres no es ilimitada. Cierto es que hay familias numerosas que son modélicas en su comportamiento con sus numerosos hijos, pero realmente esto es una excepción. Tanto más cuanto la vida actual donde los dos padres han de trabajar para traer dinero a casa hace imposible un proyecto de familia cuyo número de hijos supere los cuatro. Puede haber más, pero la capacidad de atención decrece exponencialmente. Así que, a pesar de las tradiciones religiosas, es prudente asumir un número de hijos reducido, a quienes se pueda educar con responsabilidad.


Según el Manuscrito este es un problema más importante de lo que la gente cree. En las familias numerosas, los niños se abren al mundo a través de otros niños, sus hermanos, cuando deberían hacerlo a través de sus padres. En Sudamérica el resultado de las familias numerosas, originadas en las creencias y tradiciones son los “niños de la calle”, criaturas a las que los padres no pueden atender y les dejan sueltos para que sea la calle la que los eduque… Hay cientos de miles, que luego son presa fácil del narcotráfico.
Cada hijo que viene al mundo tiene que disponer de padres capaces de prestarle absolutamente toda su atención.


Al niño hay que decirle siempre la verdad en el lenguaje que él pueda entender. Hay que evitar respuestas fantasiosas y leyendas o caprichosas. Como por ejemplo lo de la cigüeña. Los niños deben saber discriminar entre lo que es fantasía y lo que no lo es. No son tan tontos como nos pensamos.
Es muy importante que sean conscientes de que en sus primeros años la Energía la reciben de los adultos, padres y gente cercana, pero poco a poco deben aprender a obtenerla ellos mismos del Universo.


La Octava Revelación tiene una segunda parte, que trata sobre la adicción a las personas. La evolución personal puede verse súbitamente frenada por la repentina adicción a una determinada persona. La idea de una adicción explica por qué en las relaciones sentimentales surgen pugnas por el poder. Siempre nos hemos preguntado qué provoca el fin del idilio amoroso, para dejar paso a un rosario de conflictos que puede dar al traste a lo que un día fue un bello romance.


La Octava Revelación lo explica. Es el resultado del complejo flujo de energía que se establece entrambos. Cuando nace el amor, los dos se están dando energía inconscientemente, y ambos se sienten vigorosos y exultantes. Este fabuloso nivel de energía compartida se percibe como “estar enamorados”. Los dos se habitúan a recibir la energía del otro, hasta olvidarse de que la principal fuente de energía procede del Universo, y se olvidan de ella, de modo que las necesidades de energía se toman cada vez más del otro, sólo que llega un momento en que a ambos se le agotan las reservas, hasta que el flujo cae por debajo de mínimos, de modo que emergen las farsas de control para conseguir, inconscientemente, secuestrar la energía del otro para sí. Esto es lo que se llama, tendencia a controlarse mutuamente. Cesa la donación desinteresada, para exigir del otro la energía que no se encuentra de otro modo. Se extrae la energía sin reciprocidad.


Y como siempre, el problema empieza en la familia de origen, porque en el seno familiar es donde se genera la competencia por la energía. De esta forma casi nadie es capaz de madurar psicológica y afectivamente en un ambiente familiar desequilibrado, de modo que no aprendemos a integrar nuestro opuesto lado sexual.
El hombre ha de integrar su lado femenino y la mujer su lado masculino.
La adicción a una persona del sexo opuesto resulta de no haber aprendido a acceder a la energía del sexo opuesto por nosotros mismos. La Energía mística es dual, masculina y femenina a la vez. El proceso de integración requiere tiempo. Si se conecta prematuramente con una fuente humana para obtener nuestra energía, femenina o masculina, cerramos el paso a la fuente universal.


En una familia ideal, el hijo recibirá su primera energía de los adultos que forman parte de su vida. Tienden a identificarse con el progenitor del mismo sexo. Pero recibir la energía del otro progenitor puede ser más difícil.


La primera vez que un niño/a intenta integrar su lado femenino/masculino lo siente como atracción al progenitor del sexo opuesto (complejo de Edipo/Electra). Lo que según el manuscrito, el niño/a quiere es la energía masculina. Cree que sólo recibirá energía de su otro progenitor si le posee físicamente cerca. Cree que su progenitor es mágico y prefecto, capaz de satisfacer todos sus caprichos. Se configuran farsas a medida.


En la familia ideal, el padre (madre) debe mantenerse al margen de la competición. Seguirá suministrando energía a su hija, aunque no pueda ni deba hacer todo lo que ella (el) desea. Es importante que los padres se muestran como seres de carne y hueso, evitando que los hijos elaboren una imagen irreal, que al final cae y se rompe en mil pedazos. 


Una vez tiene lugar este proceso, el hijo entrará en una rápida transición que le llevará de recibir de su progenitor opuesto la energía del sexo contrario a recibirla como parte de la energía total que existe en la inmensidad del Universo.
Pero los padres, inconscientemente compiten por la energía de sus hijos. Justo todo lo contrario que lo deseable. En vez de querer a sus hijos, pretenden extraer el amor de ellos. Y compiten entre los dos.


En términos de nuestra evolución personal, estamos ante una situación crítica, pues el amor de pareja no debe ser para nosotros “la única” fuente de energía que imaginemos obtener. El “para mí tú lo eres todo” es una trampa mortal, primero porque no es cierto; todos podemos sobrevivir a la ausencia repentina de nuestra pareja, y segundo nos convierte en dependientes totales de la otra persona, lo que conduce a que el amor – donación se convierta en obsesión posesiva. Cambio de amar a querer. Lo de “querer”, que en español es un término ampliamente empleado para expresar que amamos a otra persona “le quiero”, en el fondo deja traslucir una actitud posesiva “le quiero para mí”.
Si vamos hacia la relación de pareja como personas incompletas, siempre estaremos dependientes del otro para abastecernos de nuestro complemento. Se dice tradicionalmente que en el matrimonio cada uno ha de aportar el cincuenta por ciento. Fifty/fifty. Error. Cada cual ha de aportar el cien por cien, para conseguir el cien. No es una ecuación matemática esto, como claramente se puede comprobar.


Esto significa que deberíamos antes de entablar relaciones de pareja, aprender a estabilizar nuestra comunicación con el Universo. Si esto se consigue, la pareja alcanza lo que el manuscrito denomina una “relación culminante”, sin que cada cual se salga de su camino individual.


La relación de pareja es una relación de pertenencia y autonomía, no de posesión y dependencia. Esto es terrorífico, y siempre termina mal.


La Octava revelación afirma que nuestro modo de aproximarnos a otras personas determina cuán rápidamente evolucionamos, cuan rápidamente encontramos respuestas a los interrogantes de nuestra vida.


Siempre que una persona se cruza en nuestro camino, lo hace con un mensaje para nosotros. Del mismo modo que nosotros tenemos un mensaje para ella.
Los encuentros superfluos no existen, aunque parezcan fortuitos. La forma que reaccionamos al encuentro indica si somos capaces de recibir el mensaje. Si después del encuentro, no somos conscientes del mensaje recibido, significa que nos lo hemos perdido. La forma de no perderlo, es ser conscientes de que de una forma o de otra, el mensaje existe. Sólo hay que saberlo ver e interiorizar.
Dios habla a través de todos nosotros.


La forma en que respondemos a los encuentros determina si somos capaces o si estamos en condiciones de recibir los mensajes. Si sostenemos una conversación con alguien que ha entrado en nuestra vida y luego no vemos ningún mensaje que corresponda a nuestros problemas en ese momento, ello no significa que no hubiera tal mensaje, sólo que por alguna razón lo hemos perdido. Lo que debemos hacer en una ocasión así es interrumpir toda actividad, no importa la que sea y descubrir el mensaje que tenemos para aquella persona y el que ella tiene para nosotros. De esta forma nuestra interacción se retardará, tendrá un propósito más claro, más intencional. Para ello, el mismo principio sobre cómo debemos proyectar y captar la energía del entorno es válido para las personas.


Cuando apreciamos el aspecto y el porte de una persona, cuando nos concentramos verdaderamente en ella hasta que su figura y sus rasgos empiezan a destacar y a tener más presencia, entonces podemos enviarle energía, podemos elevarla a un plano superior. Por supuesto es prioritario mantener un elevado nivel de energía en nosotros. Para entonces, que se establezca el flujo hacia el otro. Cuanto más apreciamos su integridad, su belleza interior, más fluirá hacia ella la energía, y viceversa, más fluirá hacia nosotros de retorno. A mayor amor y aprecio a los demás, mayor nivel de energía conseguimos. Así que amar al prójimo es la conducta que más nos beneficia a nosotros mismos.
Dos o mas personas que hagan esto juntas pueden llegar a alturas increíbles. Pero esta conexión es completamente distinta de la mutua dependencia. La mutua dependencia empieza igual, pero al faltar la energía, porque no se recibe de lo Alto, las actitudes dejan de ser de donación para pasar a ser de control y posesión, pues el otro se convierte en nuestra única fuente de energía. Luego hay una intencionalidad en la relación, la que el otro me aporte la energía que yo necesito, robándosela y no devolviéndole la que el también requiere.


Cuando este tipo de comportamientos se producen, que es lo habitual, emergen los arquetipos de farsas de control, aquella que se forjó en la infancia en relación con otras farsas. Cada farsa necesita de otra que concuerde con ella para que se pueda manifestar. Así, lo que un intimidador necesita para obtener energía es encontrarse con un “pobre de mí” o bien otro intimidador. Cuando así sucede, el encuentro termina bien con una victoria/humillación, o bien con violencia. La respuesta inteligente ante una agresión verbal procedente de un intimidador es poner en evidencia la farsa que él representa, porque todas las farsas no son sino la forma, la estrategia disimulada para conseguir energía. Preguntas como “¿por qué está usted tan enfadado?”, deja en evidencia la farsa del intimidador. Las manipulaciones disimuladas en pos de energía no pueden existir si el otro las trae al ámbito de la consciencia. Lo disimulado se hace evidente, y se descubre el farol. El método no tiene la menor complicación y se consigue que el intimidador se vea obligado a mostrar sus cartas. Si el enfado está justificado, sea, y reconozcamos nuestra parte de responsabilidad o culpa; pero si es un farol sin fundamento, su postura quedará en entredicho y el humillado será él.


En condiciones de buena relación, la Octava Revelación hace referencia a la “sensación de reconocimiento”, es decir un encuentro entre personas que parece como si se conocieran de antes, a pesar de ser conscientes de que es la primera vez que se ven, un “deja vi”. No está claro por qué se produce este reconocimiento pero es como si con determinadas personas formamos parte de un mismo grupo de opinión, de un mismo sentir, de una misma o similar forma de pensar y de ver las cosas. Los grupos de opinión evolucionan siguiendo las mismas líneas de intereses. Al pensar igual o similar, crean la misma apariencia externa y expresión. A los miembros de nuestro mismo grupo de opinión les reconocemos fácilmente al poco de cruzar varias frases, y en muy fácil que nos intercambiemos mensajes que despiertan nuestro interés. Incluso, cuando una persona aprecia a otra a nivel profundo, puede ver su auténtica identidad por muchas fachadas que la otra persona levante. Si realmente enfoca a ese nivel, captará lo que la persona piensa a través de sutiles cambios de expresión de la cara, que se producen siempre. Algunos lo llaman “telepatía”, pero no es tan misterioso como eso.

La Octava Revelación es la más extensa, porque habla del modelo ideal de comportamiento entre seres humanos. Se dedica también a enseñar cómo interactuar conscientemente cuando se está en grupo. Mientras los miembros de un grupo hablan, sólo uno tendrá la idea más potente en cada momento determinado. Los otros componentes del grupo, si están atentos, pueden notar quién se dispone a hablar, y entonces enfocan conscientemente su energía sobre esa persona, ayudándole a expresar su idea con la máxima claridad. A medida que la conversación continua, será otra persona la que tenga la idea más potente, después otra y así sucesivamente. Cuando le llegue el turno a uno, este se sentirá impulsado a expresarla, ayudado por los demás.

Hay personas que se retraen y que a pesar de percibir la potencia de una idea, no se arriesgan a expresarla. Cuando esto ocurre, el grupo se fragmenta y sus miembros no obtienen el beneficio de la totalidad de los mensajes. Lo mismo ocurre cuando algunos de los miembros del grupo no son aceptados por los otros componentes. La manera en que se producen estas exclusiones es importante. Cuando alguien nos desagrada, o cuando nos sentimos amenazados por alguien, la tendencia natural es enfocar algo que en aquella persona nos disguste especialmente, algo que nos irrite. Al hacer esto, an lugar de admirar la belleza del otro y darle energía, se la arrebatamos y le hacemos daño. Lo único que la persona nota es que repentinamente se siente menos bella y menos dispuesta a la confidencia, cosa que se debe a que hemos desgastado, si no agotado, su reserva de energía. Por eso los seres humanos se consumen, envejecen con un permanente sentimiento de enfrentamiento, de conflicto, de humillación, de venganza transitoria, de amargura, en suma.

Cuando un grupo es funcional (es decir, funciona como grupo), el campo de energía se funde con los de todos los demás y pasa a constituir un fondo común de energía, un bien común, como si fueran uno solo.

Esta es la “persona superior” en conexión con la relación sentimental hombre – mujer, aunque cualquier grupo funcional puede formarla igualmente.

El punto de destino de la Octava Revelación supone vivir de modo que seamos uno, que obremos como si fuéramos realmente uno, rodeados de la misma Energía que nos acoge, nos alimenta y nos permite vivir.

9ª Revelación. La cultura emergente
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A medida que evolucionamos hacia la realización de nuestras misiones espirituales, los medios tecnológicos de supervivencia se automatizarán completamente y los seres humanos se concentrarán totalmente en estados sincrónicos de energía.

Esto nos hará más espirituales y cerrará el círculo de nacimiento y muerte.
A estas nueve revelaciones le siguen una décima y una undécima que desarrolla el mismo autor en libros posteriores.

El autor huye en todo momento de caer en lo que podríamos denominar un sectarismo o a incitar a creer en una religión concreta. El objetivo final es guiar la evolución personal de cada uno, y en esta evolución tienen cabida, prácticas de las diferentes religiones como la cristina, la budista, etc. La meditación, la visualización, etc son herramientas muy importantes en el desarrollo personal.

La Novena habla de la energía de los bosques viejos.

Explica de qué manera cambiará la cultura humana en el próximo milenio como resultado de la evolución consciente. Describe un género de vida completamente distinto al que conocemos. Entre otras cosas, la deceleración del crecimiento demográfico hasta alcanzar tasas viables de sostenibilidad, de modo que podremos vivir en los lugares más bellos y energéticos del planeta. Se dejarán los árboles crecer, y serán ancianos venerables. La vida transcurrirá entre árboles centenarios y jardines pulcramente cuidados, armonizados con poblaciones y zonas urbanas de increíble brujería tecnológica. Recursos naturales reciclados y sostenibles.

Guiados por intuiciones, todos sabrán lo que se ha de hacer y cuándo hacerlo, y lo que hagan encajará armoniosamente con las acciones de los otros. Nadie consumirá en exceso porque nos habremos librado de la necesidad de poseer y de ejercer el control para estar seguros.

Nuestro sentido de la utilidad, de alcanzar objetivos o propósitos quedarán satisfechos por la emoción de nuestra propia evolución. Cada cual habrá aflojado el ritmo y estará más alerta vigilando el siguiente encuentro que está al caer.
Los encuentros entre dos personas que se viesen por primera vez, sería de tal modo que en el primer contacto, sabrían percibir la energía que emana de la otra, desenmascarando cualquier manipulación, de modo que ambas compartirán conscientemente sus vidas.

Es el final de un proceso que ha durado dos mil años. Hasta la Edad Media, la humanidad vivió un mundo sencillo, basado en el bien y el mal, tal y como definieron los eclesiásticos. El Renacimiento nos liberó de ese arquetipo, intuyendo que en relación con la situación del hombre en el Universo (ese de 42 órdenes de magnitud) tenía que haber muchas otras cosas que los eclesiásticos no podían ni imaginar. No todo estaba en la Biblia. Y queríamos saberlo.
Entonces, tal y como describe la Segunda Revelación, encomendamos a la Ciencia la tarea de descubrir nuestra verdadera situación, pero cuando este esfuerzo no produjo las respuestas esperadas que necesitábamos, decidimos establecernos en el escepticismo y convertimos nuestra moderna ética del trabajo en una preocupación que secularizó la realidad y exprimió el mundo para extraerle su misterio.  Pero esto tiene un lado positivo. Podemos ver que la auténtica razón de que dedicáramos cinco siglos a crear soportes materiales para la vida no era sino preparar el escenario para algo más, una manera de vivir que devuelve el misterio de la existencia.

Esto es lo que hoy revela el método científico, que la humanidad está en este planeta para evolucionar conscientemente. Esto hará del mundo una realidad más fácil de predecir.

Una vez alcanzada la masa crítica, cuando las revelaciones lleguen a producirse a escala global, la especie humana conocerá primero un periodo de intensa introspección. Percibiremos cuan espiritual y bello es el mundo natural. Veremos los ríos, mares y bosques como templos de gran poder que hay que conservar con reverencia y admiración. Ello forma parte del primer gran desplazamiento que se va a producir y que consistirá en un espectacular traslado de individuos de unas ocupaciones a otras; porque cuando las personas empiezan a recibir intuiciones claras de quiénes son realmente y qué se supone deberían estar haciendo, con mucha frecuencia descubren que se han equivocado de oficio, y tienen que saltar a otros, con el fin de ir prosperando. La gente cambiará de profesión varias veces en su vida.

El siguiente desplazamiento será la automatización de la producción de bienes y servicios. Esto permitirá que las personas puedan seguir más fácilmente sus intuiciones, pues muchos trabajos repetitivos básicos estarán totalmente automatizados.

A medida que descubramos los misterios de la dinámica energética del universo, veremos qué ocurre realmente cuando damos algo a alguien. Hasta ahora la idea de la donación espiritual era el diezmo religioso. Dar es el principio universal del apoyo mutuo, no sólo a las iglesias, sino a todos. De la misma forma que la donación de energía, aun dejándonos vacíos de ella, nos permite recargarnos de la Energía infinita, el dinero funciona igual; cuanto más donemos, más recibiremos. Porque compartir, genera riqueza, como demostró Jesús de Nazareth en el milagro de la multiplicación de los panes y peces, que no fue otra cosa que la capacidad de compartir de todos con todos. 

Hoy ya somos capaces de comprender hacia dónde caminamos. Hasta ahora, no hemos sido capaces de salvar el entorno natural ni democratizar el planeta, ni alimentar a los pobres, porque durante mucho tiempo hemos sido incapaces de superar nuestro temor a la escasez y nuestra necesidad de controlarlo todo, así que poco o nada podíamos dar a los demás. No nos era posible cambiar de conducta porque  no teníamos una visión de la vida que ofreciera otra alternativa. Pero ahora sí la tenemos. Estamos muy cerca de disponer a nivel comercial de fuentes baratas de energía. La fusión nuclear, la energía solar, la maremotriz, la superconductividad, etc. Aunque estemos en estos momentos inmersos en la última crisis del petróleo, casi estamos a punto de zanjar este desagradable problema.

Ahora comenzamos a darnos cuenta de que estamos en este planeta, no para edificar imperios personales ni colectivos de control, sino para evolucionar como especie. En el extremo, el dinero dejará de ser necesario, si aprendemos a utilizar lo que nos hace falta y sólo eso.

Todas y cada una de las ocho revelaciones anteriores terminan por integrarse en una conciencia colectiva que le da a cada uno la más aguda sensación de alerta, de expectativa y de agudeza mental. La Novena Revelación describe la meta de la evolución. Nos conecta directamente con Dios.

La Novena Revelación, como síntesis y final de las ocho anteriores, explica y da carta de naturaleza nada menos que al Principio Antrópico.
"Si en el Universo se deben verificar ciertas condiciones para nuestra existencia dichas condiciones se verifican ya que nosotros existimos".

"Vemos el Universo en la forma que es porque nosotros existimos" (S. Hawking)
Cualquier mínima variación en las condiciones primigenias del Universo, habría dado al traste con la evolución humana, de  modo que el hecho de que nosotros estemos aquí se debe a que ha sucedido lo que ha tenido que suceder, de la forma que lo ha hecho.

Nuestro destino es continuar aumentando nuestro nivel de energía. Y a medida que aumente, aumentará el nivel de vibración molecular de los átomos de nuestro cuerpo. Esto significa que nos volveremos más ligeros, más livianos, más puramente espirituales. Y ocurrirán cosas asombrosas. Grupos enteros de personas, tras alcanzar determinado nivel, se harán súbitamente invisibles para quienes estén vibrando en niveles inferiores. Podrán levitar, como lo hicieron nuestros místicos. Estaremos atravesando la barrera entre esta vida y el otro mundo del cual venimos, y al que regresaremos tras nuestra muerte física. Este tránsito consciente es la senda que nos mostró Jesús de Nazareth. El se abrió de tal modo a la energía que  llegó a ser tan liviano como para caminar sobre las aguas. Sobrepasó la muerte aquí, en la Tierra, y fue el primero en trascender, en expandir el mundo físico dentro del espiritual, en resucitar. Su vida demostró cómo hay que hacerlo. Y nosotros podemos recorrer el mismo camino.

La Novena Revelación explica el Cielo, en la Tierra y más allá. Explica el destino de la Humanidad, un destino en el que el mal y la muerte que conocemos y hemos sufrido desde que hemos sido colocados en la superficie de este Planeta habrán sido superados gracias al total asentamiento de la Energía en nosotros.

A la Energía, se le ha llamado comúnmente “Amor”.


Apocalipsis


Siete iglesias. Siete cartas. Siete sellos. Siete trompetas. Siete ángeles. Siete copas. Exactamente ciento cuarenta y cuatro mil marcados, doce mil por cada tribu de Israel. La mujer y el dragón. El Cordero. Las dos bestias. La Victoria final tras la gran batalla, tras el Armagedón.

Cómo último libro de la Biblia, su título, el del Apocalipsis  también significa “revelación”. Y ese pretende ser su contenido, la revelación de Dios para iluminar la difícil situación que sufre su pueblo en un momento dado de la historia.
Este es un libro absolutamente críptico, misterioso, lleno de alegorías y sucesos imposibles en la vida real. Es una fábula que presenta la Creación y la Historia como una descomunal guerra entre el Bien y el Mal, donde los correspondientes generales moradores del otro mundo, eligen la Tierra y sus habitantes como escenario de sus batallas. Es algo así como la epopeya de “El Señor de loa Anillos”, una visión totalmente dicotómica y maniquea de la existencia. La eterna lucha entre los buenos y los malos.

Antes de seguir comentando y reflexionando sobre este relato, vamos a resumir brevemente su contenido.

El relato

Por las notas recogidas en la versión de la Biblia en la que leí el Apocalipsis, el autor de la obra no es un profeta, sino un vidente. Describe una imagen, un escenario. Todo ello lo hace mediante símbolos, voces, apariciones celestiales, cifras misteriosas, cabalísticas. Pretende revelar un futuro próximo y lejano. Advierte de la llegada de una nueva era y de los acontecimientos que la preparan. Quiere dar luz sobre el verdadero alcance del presente. Pretende animar el espíritu abatido y perseguido de los creyentes, revelar el triunfo final de Dios. Es una manera de perseverar en la fidelidad, a pesar de los malos augurios. Avisa que el triunfo final es seguro, a pesar de las victorias parciales del mal en el mundo actual.

Parece centrar la escena de los acontecimientos en la época del final del Imperio Romano. Un grupo floreciente de ciudades al Oeste de la actual Turquía, formaban la provincia romana de Asia. Gracias a Pablo, el cristianismo había arraigado en esa región, cosa que no sucede en la actualidad, ya que en Éfeso, Corintio, Tarso y demás ciudades evangelizadas por Pablo, apenas quedan cristianos. En aquel entonces, esas ciudades sufrieron la persecución, sobre todo de Nerón, Domiciano y Diocleciano. El culto al emperador era muy importante en Asia, unida por la federación “Común de Asia”. La negativa de los cristianos a adorar al emperador, desencadenó una feroz persecución en el año 95.

En este escenario brutal, en el que cualquier cristiano estaba en peligro de ser condenado a muerte por haber abrazado la Fe de Jesús, es en el que se escribe el Apocalipsis, tratando de aportar un mensaje alentador. Juan, autor de la obra, el vidente, envía su escrito a las ciudades de Asia en forma de carta circular, por lo que el Apocalipsis comienza y termina con los saludos acostumbrados de las cartas. El alma del libro es la victoria definitiva del Bien sobre el Mal; un bien personificado por Dios y su Hijo Jesucristo, y el mal personificado en Lucifer y su brazo ejecutor, el poder político del Imperio Romano.

El Apocalipsis es una alegoría, un relato totalmente simbólico, mitológico, donde las escenas son literalmente imposibles, pero permiten imaginar el escenario de la Batalla Final del bien contra el mal.

Para el autor, Juan (no se sabe bien si el mismo que el del cuarto Evangelio), la Resurrección ha inaugurado ya el mundo nuevo anunciado y esperado por los apocalipsis judíos. El día de Pentecostés, fue el día del comienzo de los “últimos tiempos”. Lo que los cristianos aguardan es que esos comienzos lleguen a su plenitud. Es un tratado escatológico, en tanto revela el final de los tiempos, mediante la Segunda venida.

El desarrollo del libro tiene una introducción, dos partes y una conclusión. En la primera parte, describe por boca de Jesucristo, la situación de las iglesias cristianas de aquel tiempo y les exhorta a convertirse y perseverar.

Para cada una de las iglesias, Jesucristo tiene una exhortación. Para Éfeso le reprocha haber abandonado el amor primero. A Esmirna, que sea fiel hasta la muerte. A Pérgamo, “a ver si te arrepientes…”. A Tiatira, basta que se queden con lo que tienen. A Sardes, “guarda mis palabras y arrepiéntete”. A Philadelfia (la actual Amman) le dice que llega en seguida y que mantenga lo que tiene. Y a Laodicea, que compre oro refinado en el fuego. Y para todas concluye con la tradicional frase de advertencia “el que tenga oídos, que oiga”.

En la segunda parte, el autor revela el sentido profundo de lo que va a suceder. Describe la persecución. En los primero nueve capítulos, describe el momento clave de la historia. En los siguientes, describe la lucha final.

Dios, decide entregar el poder de su Reino al Cordero inmolado por nosotros, en forma de un documento cerrado por siete sellos, que el Cordero recibe en mano. Al abrir uno a uno cada sello, con su apertura una desgracia sucede, a la vez que anuncia la proximidad  del gran momento de la Historia.

Los cuatro primeros sellos propician la salida de cuatro jinetes (los famosos cuatro jinetes del Apocalipsis: guerra, hambre, peste y muerte). El quinto sello da salida a los mártires, las almas de los asesinados por proclamar la palabra de Dios, pidiendo, clamando justicia y venganza. La apertura del sexto sello provoca un gran terremoto, el sol se torna negro, la luna de sangre y las estrellas del cielo cayendo sobre la Tierra. Esto hace que los poderosos de la Tierra huyan de espanto y se escondan en cuevas.

Después de lo acontecido tras la apertura del sexto sello, se ven cuatro ángeles, plantados en cada uno de los cuatro puntos cardinales, para que ningún viento soplase, y otro ángel grita que no se dañe a la tierra, hasta que no sean marcados en la frente los siervos de Dios. Se marcaron ciento cuarenta y cuatro mil, doce mil por cada tribu de Israel. Y después una muchedumbre inmensa proclamando la Gloria del Cordero. Son los que provienen de la gran tribulación.
Con la suelta del séptimo sello, se hace el silencio en el Cielo.

Una vez abierto cada sello, siete trompetas  anuncian la realización del Plan de Dios, haciendo caer una plaga a los adoradores de ídolos.

El primer toque de trompeta provocó granizo y centellas mezclados con sangre. Un tercio de la Tierra quedó abrasada.

El segundo toque lanzó al mar un enorme bólido incandescente. Un tercio de los seres vivos desaparecieron y un tercio de las naves naufragaron.
La tercera trompeta desprendió del cielo un gran cometa, que ardía como una antorcha, y secó un tercio de los ríos y manantiales.

La cuarta trompeta afectó a un tercio del sol, de la luna y de las estrellas, de modo que la luz en la Tierra quedó reducida a un tercio, y la noche a un tercio también. Y un águila que volaba se lamentaba por lo que todavía quedaba por venir.

La quinta trompeta provoca la caída de una estrella y abre un pozo en el abismo, de donde salió humo que oscureció el sol, y el aire. Del humo surgieron langostas y a los escorpiones se les dio ponzoña. A las langostas y escorpiones se les ordenó no hacer daño a la hierba y animales, ni a los marcados por Dios en la frente. Al resto de los hombres no se les permitió matarlos, sino sólo atormentarlos durante cinco meses. El suplicio era tal, que los picados buscaban la muerte como alivio, pero no la encontraban.

La sexta trompeta soltó cuatro ángeles atados junto al gran río Éufrates. Quedaron sueltos para matar en tal hora, día, mes y año a la tercera parte de la humanidad, mediante una gran caballería infernal de doscientos millones de jinetes. El resto de los hombres que no murieron, no se arrepintieron.

Un ángel baja del cielo con un librito. Y una voz le dice al autor, Juan, que se coma el libro. Lo hace, y con ello recibe la orden de profetizar a muchos pueblos.
El séptimo toque anuncia el restablecimiento del Reino de Dios, con el nacimiento del Mesías entronizado a la derecha del Padre, y Satanás, arrojado a la Tierra.
Al séptimo toque se oyen aclamaciones. Veinticuatro ancianos se postran en tierra ante el Mesías. Se abre el Cielo y aparece el Arca de la Alianza entre estruendos y relámpagos.

Después, el Apocalipsis narra un pasaje bastante conocido porque se lee en varias celebraciones eucarísticas durante el año litúrgico. Es el capítulo 12 que refiere: 

“1 Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; 2 está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. 3 Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. 4 Su cola arrastra la tercera parte de  las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra.  El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. 5 La mujer  dio a luz un  Hijo varón, el que ha de  regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. 6 Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días.

El dragón rojo representa Satanás, la serpiente primordial del Edén.
Se desata la batalla entre Miguel y sus ángeles, contra el dragón, que fue derrotado y expulsado del cielo, y enviado a la Tierra. Satanás se pone a perseguir a la madre del varón. Pero no lo consiguió, pues a la mujer la pusieron alas para que huyera al desierto.

El dragón se detiene en la arena del mar, y una bestia de diez cuernos sale de las profundidades del océano y recibe el poder del dragón y una boca grandilocuente y blasfema. Se trata del Emperador romano, que solía volver por mar de sus victorias. Otra bestia sale de la tierra que consigue que el mundo entero venere a la fiera del mar. Se atribuye al Común de Asia (también se refiere como “falso profeta”), donde los gobernadores propagaban el culto imperial. La bestia tiene una cifra que le define, 666, la total imperfección pues falta tres veces la unidad para llegar a siete (la perfección sería 777). Por otra parte, con el valor numérico que tienen las letras en griego y hebreo, Nerón y César obtienen el número 666.
Este escenario parece responder al que se produce durante las persecuciones de los cristianos por los emperadores romanos. Satanás incita al emperador Romano y al “Común de Asia”, organismo civil y religioso puesto al servicio del culto al emperador, para forzar a los cristianos a que le den culto. La persecución dura tres años y medio.

El autor dedica seis capítulos, del 14 al 19, a dar aliento a los amenazados. Las alegorías se entienden ahora mejor desde la perspectiva del juicio, la mies y la vendimia.

El desenlace es el juicio de Jesucristo, con premio a los que se mantuvieron fieles y castigo a los adoradores del imperio romano, con su capital y las fieras que promovieron su culto. La Iglesia sobrevivirá a los ataques de los enemigos. Los bienaventurados llevan en la frente la señal de Dios, siguen al Cordero, dan testimonio sin mentira y ofrecen primicias antes de la mies.
Pero las calamidades no han terminado…

Tres ángeles llaman a todos los hombres, el primero a la conversión; el segundo anuncia la caída de Roma, la capital perseguidora (que en adelante la denomina como la gran Babilonia) y a los adoradores de la fiera; el tercero fortalece a los que se mantienen fieles al Señor.

Y sobreviene la siega, que representa la recompensa reservada a los que se mantuvieron fieles, que en el capítulo 20.4 se representa como la resurrección final.

Por otra parte se describe la vendimia como castigo a la idolatría con siete plagas como las de Egipto, y la caída final de Babilonia (Roma). Y después aparece la imagen de la prensa de uvas, como la sangre de los mártires, semilla de cristianos.

Un último grupo de siete elementos representa la batalla final, las siete copas de la cólera de Dios.

Siete ángeles llevan siete copas, cada una contiene una plaga. La primera copa derrama tierra y de ella surge una llaga maligna en los hombres que llevaban la marca de la fiera. La segunda copa se derrama sobre el mar, que se convirtió en sangre de muerto. La tercera se derrama sobre los ríos, que también se convierten en sangre. La cuarta se derrama sobre el sol, que provocó que los hombres se quemaran con su ardor. La quinta copa derrama su contenido sobre el trono de la fiera (el Imperio), y éste quedó en tinieblas. La sexta se derrama sobre el Éufrates y quedó seco, permitiendo la entrada de los reyes de Oriente.
De la boca del dragón y de las dos fieras salen tres espíritus inmundos en forma de rana, con poder para convocar a los reyes de la Tierra para la gran batalla contra Dios, en un lugar llamado Harmaguedón.

La séptima copa derramó su contenido en el aire, que se trasformó en una potente voz que decía “es un hecho”. Entre estruendos enloquecedores y estampidos, la Ciudad quedó partida en tres pedazos y los capitanes de las naciones se derrumbaron. La gran Babilonia bebió finalmente el furor de la cólera de Dios. Cayeron granizos como adoquines sobre los hombres, que maldecían a Dios por el daño que les hacía.

Babilonia es el término que emplea el autor para referirse a un mundo enemigo de Dios y de los hombres.

A continuación de estos relatos, surge la enigmática gran puta, o gran meretriz, sentada al borde del océano. Con ella han fornicado los reyes de la Tierra y se han emborrachado los hombres. Es otra alegoría de la gran Babilonia, la Roma de entonces, la de las siete colinas. Su poder corrompe a todo el mundo. Pero finalmente, baja un ángel del cielo y con gran autoridad proclama la caída final de la Gran Babilonia, convertida ya en morada de demonios, la puta, queda despojada de sus abalorios y finas telas, así, desnuda, su carne corrompida es pasto de las alimañas, pues el vino venenoso de la fornicación la intoxicó finalmente, lo bebieron todas las naciones, los reyes follaron con ella y los mercaderes se hicieron ricos con un lujo desaforado. Pero el tóxico de la corrupción finalmente afectó a todos.

Y una voz decía, “Pueblo mío, sal de ella para no haceros cómplices de sus pecados, ni víctimas de sus plagas”

Ahora, todos los reyes de la Tierra se lamentan y lloran; los que se dieron al lujo y las riquezas, ahora lloran, porque su mercadería ya no la compra nadie. La ciudad que rebosaba riqueza y placeres, en una hora quedó totalmente arrasada por la cólera de Dios.

Llegan las bodas del Cordero. Los que se mantuvieron firmes en la fe, son invitados y cantan himnos inspirados de alabanza.

No obstante el dragón no deja de incordiar, así que Jesús sigue capitaneando ejércitos de reluciente espada dando mandobles aquí allá y a cuyá. Y un ángel exhorta a las aves a que coman carne de generales. Capturan al dragón y a la fiera y los mandan a un lago de azufre, a ver si de una vez dejan de dar la lata.
Un ángel baja del Cielo con la llave del abismo; agarra al dragón (Satanás) y lo encadena durante mil años. La historia continúa, con reinado pacífico de Jesucristo durante esos mil años.

Los hombres que no habían rendido honores a la bestia y murieron bajo su bota, resucitaron durante mil años. Es lo que se denomina primera resurrección. El resto de los muertos no vuelve a la vida hasta pasado esos mil años. Los primeros reinaron con Cristo durante los mil años.

Pasado este tiempo de relativa tranquilidad, parece ser que vuelven a soltar al demonio de nuevo para que incordie un poco más, pero sólo un poco. Tratará de engañar a la Tierra, a Gog y Magog. Reclutará un ejército tan numeroso como los granos de la arena de la playa. Trataron de rodear y asediar el campamento de los santos, pero ya sin contemplaciones, un rayo del Cielo les devoró. El diablo se fue definitivamente al diablo, al lago de fuego y azufre, junto con la bestia y el falso profeta. Y esto ya para siempre, por los siglos de los siglos.

Después de esta sin par y desigual batalla, viene el juicio a los muertos por sus obras.  Dios sentado en su trono ordena abrir el libro de la vida, y por él, los muertos son juzgados según sus obras. Los que no estaban inscritos en el libro de la vida, fueron arrojados al lago de fuego y azufre.

Y por fin, el nuevo Cielo y la nueva Tierra, la morada de Dios con los hombres. La Gloria de Dios ilumina todo. Ya no habrá noche ni oscuridad. El ángel del Señor muestra el río de agua viva. Es la Jerusalén del Cielo.

El Apocalipsis termina reafirmando la veracidad de estos acontecimientos, inspirados y revelados por Dios, para mostrar a sus siervos lo que ha de pasar muy pronto.

Discusión

En términos doctrinales, al creyente católico no le está permitido ningún tipo de discusión en relación a los textos sagrados. Así que lo que relata el Apocalipsis, como el resto de libros sagrados, sólo puede ser comentado por personal autorizado por el Vaticano y aceptado humildemente por los fieles.

Esto significa que lo que escriba a continuación puede ser objeto de la más contundente condena por parte de los exégetas y hermeneutas de la Iglesia.
En términos generales, la visión del mundo, de la existencia que se trasluce de la lectura de los textos bíblicos es la de un mundo creado por Dios para su gloria y alabanza, para que sus criaturas le alabaran y le glorifiquen, pero algo salió mal. Un sector de los ángeles se creyeron los reyes del mambo, y se revelaron contra la autoridad de Dios, de modo que le declararon la guerra. El arcángel San Miguel les expulsa del paraíso celestial, y se rompen las hostilidades.

En esto que se le ocurre a Dios crear al hombre, y le hace más feliz que una perdiz, en el paraíso terrenal. Y he te aquí que Satanás, el ángel caído, ve la oportunidad de cabrear profundamente a Dios y no se le ocurre mejor forma que tentando a los incautos Adán y Eva, induciéndoles a que también se crean los reyes del mambo. El resto de la historia la conocemos todos, siglos y siglos salpicados de guerras entre los hombres, miserias, hambre, y un sector privilegiado, el político, el de los reyes y poderosos, que viven a costa del pueblo llano. Y todo esto es fruto del pecado, la tendencia que Satanás introdujo en el espíritu humano para fastidiar a Dios y para luchar contra Él. Miles de años de malos contra malos, de buenos contra malos y de gente humilde sufriendo lo que no está escrito a consecuencia de semejante desaguisado celestial. Para solucionar el problema, Dios manda a su hijo para que nos muestre el camino de la salvación, pero los hijos de las tinieblas le rechazan y le matan. Pero resucita e inaugura una nueva era en los marcados en la frente por el Cordero. Pero la historia sigue su curso, batalla tras batalla, trompeta tras trompeta, sello tras sello, copa tras copa, catástrofe tras catástrofe, hasta el Harmaguedón. Luego mil años de tregua, una última suelta de la fiera, y por fin el fin del mundo, el juicio y la derrota definitiva de los malos y el triunfo de los buenos. Esta epopeya, pasada al cine deja en ridículo a “El Señor de los Anillos”.

Está claro que como fábula, los relatos bíblicos son fantásticos; como historias para no dormir, también, y como alegoría del misterio de la existencia, pues tampoco está nada mal. Pero más allá de estos calificativos cualquier reflexión “al pie de la letra”, por muy hermenéutica y exégeta que sea, conduce directamente al mundo de la fantasía, de Phantasos, el hijo servidor del Sueño, encargado de producir las visiones en el ensueño.

Con esto no estoy subestimando y despreciando el texto bíblico, sino la tendencia doctrinal a tomarlo “al pie de la letra”. Está claro que el Apocalipsis se escribió para unas gentes que estaban aterrorizadas por la cruel persecución a la que el Imperio Romano sometió a los cristianos. El mensaje diáfano era el siguiente, no os preocupéis, que el Señor saldrá victorioso y con Él todos los que os mantengáis fieles, y el Imperio será sometido y destruido. Y efectivamente así fue. Roma cayó y se desmembró.

No obstante, pequeño detalle, el diablo, personificado en la fiera del mar, en el emperador romano, según el relato, fue bastante inteligente y pensó, al ver que no podía con la expansión del cristianismo, “si no puedes luchar contra tu enemigo, únete a él”. Así que Constantino, viendo en el cristianismo una fuente de cohesión del imperio, se convirtió y, cosas de la vida, entregó el testigo del Imperio nada menos que a los papas, que de facto, se erigieron en los sucesores del emperador. Así que el concilio de Nicea puede haber sido un pacto tácito para perpetuar los poderes del imperio con la bendición del papado, porque desde entonces, los papas se convirtieron de facto y de iure en los hombres más poderosos de la tierra, compitiendo en autoridad con reyes y emperadores, con los mismos que han venido follando con la gran puta del Apocalipsis. Se diría que se produjo un cambio de paradigma, el Imperio al servicio del dragón, pasó a estar al servicio de Dios, o algo parecido. Lo que pasa es que los imperios, ni se levantan ni se sostienen haciendo obras de caridad.

Si uno visita Roma, se cae de nalgas al ver la fastuosidad de los edificios imperiales de la Iglesia católica, y uno se pregunta donde estarán los auténticos herederos de aquél que no tenía donde reclinar la cabeza.

En resumen, casi que uno, para no tentar más al diablo y caer en herejía, podría resumir la fábula del Apocalipsis cristiano de la siguiente forma:

Estamos de alguna forma condenados a convivir los buenos con los malos, y esto será así hasta el fin de los tiempos. Hay ciento cuarenta y cuatro mil marcados por el Señor, es decir, una barbaridad, cualquier cifra imaginable o superior de benditos hombres y mujeres de buena voluntad, que le son fieles. Hay otra gran cantidad de almas en pena, que engañados por la gran puta, se les podría denominar como “los hijos de la gran puta”, han caído en lo más bajo de la condición humana y no hacen más que fastidiar al resto de la humanidad.
Lo que sí sabemos es que esto tendrá consecuencias. Las estamos viviendo ya con todo tipo de desgracias naturales y fruto de los conflictos armados.
Por otra parte tenemos a la Tierra, acosada por los hombres y que herida seriamente está mostrando signos de rebeldía y de venganza en lo que ya se muestra como las consecuencias del cambio climático.

En suma, el Apocalipsis es un relato fantástico que muestra la cruda realidad de las consecuencias que ha tenido, tiene y tendrá para el hombre, vivir en el pecado. Afortunadamente, como en los guiones de Hollywood, los buenos terminan ganando, y siempre aparece el superhéroe (Jesucristo) que salva al mundo de las garras de los malvados.

El Catecismo de la iglesia Católica dice en su epígrafe 387 lo siguiente:
387 La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.

De modo que el tema del mal se enfoca desde la iglesia católica del siguiente modo:

391 Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali" ("El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos") (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 800).

392 La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta "caída" consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44).

393 Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (S. Juan Damasceno, f.o. 2,4: PG 94, 877C).

394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.

395 Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física - en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28).

Y ya está, caso cerrado. La Humanidad y el planeta Tierra como campo de batalla de la eterna guerra entre el bien y el mal.

Esta ha sido y es una imagen arcana, sugerente para guiones de novelas y de películas, que pudo ser válida en los tiempos en los que fueron escritos los textos sagrados donde en el imaginario de las gentes, existían dragones, bestias fantásticas, quimeras, caballeros con reluciente espada salvadores de damiselas y menesterosos, pero que resulta demasiado, no sé cómo decirlo, épica en un Universo de 42 potencias de diez, donde salvo que se quiera estirar hasta el infinito el principio antrópico (sólo un planeta habitado por seres inteligentes en el Universo, la Tierra), nuestro planeta es virtualmente “nada” respecto de la prácticamente ilimitada inmensidad del Cosmos; donde la idea de Dios, deja de ser la de un soberano de todo lo creado, para ser algo mucho más intangible y misterioso y desconocido, donde tan sólo muy contados sabios han sabido darnos una ligera aproximación de la intimidad de Dios y su amor a los hombres.
Es por eso, que como revelación, el Apocalipsis, en su faceta de alegoría de tiempos heroicos en los que para que la gente entendiera el brazo omnipotente de Dios había que acudir a “parábolas” que narraran un “la victoria de nuestro Dios será como si… un caballero de reluciente armadura abriera un libro de siete sellos y etc., etc.” puede servir para indicarnos que la flecha del tiempo de los seres humanos no es otra que la de la Plenitud, desde un largo proceso de esfuerzo espiritual, quedando la maldad reducida a la nada, sepultada en un lago de fuego y azufre.

Pero el Apocalipsis sólo dice eso, que el futuro requiere la lucha en el crecimiento espiritual y la promesa de una eternidad feliz, así como la advertencia de que el mal causado consciente y voluntariamente, tendrá serias consecuencias para los responsables.

Todo lo demás son consideraciones para que los teólogos, exégetas y hermeneutas se entretengan y pasen unos cuantos años ocupados en tratar de desentrañar los tres pies del gato de esos oráculos tan retorcidos.
Estoy casi convencido que lo que he plasmado en esta discusión es motivo de la más enérgica condena eclesiástica.

Pero eso no creo que tenga importancia práctica. Y casi que a Dios, tampoco creo que le importe demasiado.

Bearing point

Dicen que las comparaciones son odiosas, porque a no ser que los dos elementos de comparación se parezcan como dos gotas de agua, uno siempre será elegido como mejor que otro. En nuestro caso, la comparación se centra en los dos enfoques sobre las revelaciones, el primero el referido en primer lugar, basado en la novela de Redfield, “Las Nueve revelaciones” y el segundo el Apocalipsis de San Juan. Resulta en principio bastante atrevido comparar ambas “revelaciones”, primero porque es comparar un texto escrito por un hombre con otro revelado por Dios, según la tradición y doctrina cristiana – católica. En segundo lugar porque el primero es sólo una novela y el segundo es un texto sagrado, que integra nada menos que el compendio bíblico.

Lo malo de ser creyente de una determinada confesión religiosa es que tienes que aceptar como rigurosamente cierto todo lo que proceda de la doctrina de tu fe, así intuyas que no está demasiado claro, y en el otro extremo, rechazar como rigurosamente falso todo lo que proceda de fuera si entra en conflicto con la primera, así intuyas que tiene razonables visos de verosimilitud.
Y esto es lo que pasa con los dos textos en cuestión, que el primero, procedente de fuera de la fe católica tiene para mí razonables visos de verosimilitud y el Apocalipsis resulta tener evidentes visos de ser un texto mitológico, salvo que se le descafeíne de todo lo que tiene de fantástico y arcano.

Las Nueve Revelaciones es una novela cuyo argumento es el descubrimiento de nueve manuscritos que se supone fueron redactados por sabios de una cultura ya desaparecida en el Perú, ¿los incas?, y que vaticinan cómo evolucionará la humanidad y hacia dónde se dirige. Pero resulta que además de ser un best seller, ha sido, al parecer, uno de los libros clave de la New Age. Evidentemente que sepamos, ninguna civilización, ni la incaica ni la azteca ni la comanche ha escrito semejantes revelaciones, sino que todo sale de la mente de Redfield. Pero lo importante aquí, y es lo que ha hecho que la novela impacte tanto, es que en versión novelada de ficción, el autor presenta una teoría sobre el desarrollo evolutivo del espíritu humano, basado en el concepto de la Energía del Universo, también llamada “amor” en otros muchos contextos. Y explica cómo la historia de la humanidad no ha sido una lucha del bien contra el mal (o al revés), sino un proceso evolutivo, que parece entroncar bastante bien con las corrientes de pensamiento orientales. No hay demonios, dragones, mazmorras ni caballeros superhéroes blandiendo reluciente espada contra las bestias infernales. Hay simplemente y nada menos, que una evolución fisiológica y psicológica desde nuestros ancestros, los animales hasta un estado de desarrollo espiritual y de perfección que nos catapulta desde nuestros orígenes hasta nuestro “bearing point”, nuestro punto de destino, que es la fusión con el Eterno. Entre medias, todo un larguísimo proceso de aprendizaje que habrá costado miles de millones de muertos prematura y violentamente por guerras, hambres y calamidades, el precio de nuestro aprendizaje, hasta ser conscientes de que el uso de nuestra libertad no puede ser ilimitado y a costa de la vida de los demás.

Si uno estudia detenidamente la evolución de la Humanidad, lo que describen estas revelaciones tiene sentido, así como la capacidad del ser humano, de poder evolucionar hacia su destino final, siempre que se dé cuenta de dónde ha de coger la energía, del Eterno, de Dios. La figura de Dios está presente en todo momento en las nueve revelaciones, aunque cada cual le puede llamar como quiera, pero Él es la única fuente de la “energía” que puede permitir al ser humano salir del barrizal en el que se ha metido, o en el que surgió. También Jesús de Nazareth tiene espacio en este escenario, como el gran mensajero que nos muestra el camino para reorientar nuestros pasos. Y también caben Buda, y Lao Tse y Mahoma, y todos los sabios que en el mundo han sido. ¿Por qué no? 

Las nueve revelaciones no es un texto excluyente de ninguna tendencia de pensamiento o religiosa, todo lo contrario, excluye sólo una actitud negativa, egoísta, venga de donde venga. Los marcados en la frente por Dios son aquellos que “se dan cuenta” de que Dios, La Energía, se manifiesta en los acontecimientos humanos, que todo tiene sentido, que las cosas no suceden por casualidad, que hay un Ser Eterno que cuida de nosotros, aún en medio de las mayores penurias, que nos da la bienvenida en el Reino de los Cielos, sin juicio final, porque lo único que nos impedirá entrar en su gloria será nuestra propia actitud; porque si uno desea entrar en el Reino de los Cielos lo primero que hace o intenta hacer es amar, y si no le interesa entrar simplemente no amará, y se quedará en el lugar donde no se ama y todo es egoísmo y avaricia, es decir, el infierno. En otras palabras, el juicio y juez de nuestras obras es nuestra propia actitud, porque donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón, y allí nos quedaremos.

Este planteamiento es contrario a la doctrina de la Iglesia católica, según lo expresado en el párrafo, anteriormente referido 387:

 Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc.

Para la Iglesia católica, nuestros problemas no residen en un defecto de crecimiento, sino en la acción directa de los ángeles caídos en nuestros corazones, previo consentimiento consciente de nosotros. Es decir, nuestra maldad es cosa de un tercero que no hace más que jodernos, eso sí, con nuestro consentimiento.

Yo creo, sinceramente, que en el fondo da lo mismo. Qué más da que el origen de nuestras debilidades sea por un proceso evolutivo, o por un puteo de los malos espíritus, si al final, está en nosotros el esfuerzo de caminar y superar esas debilidades. La diferencia entre los dos planteamientos, el evolutivo y el dicotómico (¿creacionista?) es que el primero es científica, lógica y espiritualmente más comprensible que el segundo, que se basa casi en una leyenda arcana, acaso la única forma que lo entendieran los judíos y cristianos de los primeros tiempos del cristianismo.

Dicho esto, viendo el demonio quien quiera verlo y donde quiera verlo, el hecho cierto es que la Historia de la Humanidad revela que sea cual sea el origen del mal (llamémoslo así para entendernos), el devenir de los humanos ha pasado, está pasando y seguirá pasando por un rosario de conflictos de guerra, enfermedades y hambre generadores de una sobretasa de mortalidad y sufrimiento, que coincide exactamente con los cuatro primeros jinetes que salieron de los primeros cuatro sellos. Si a estos añadimos el quinto sello con las víctimas de la avaricia de los poderosos y el sexto, la venganza de la Tierra en forma de catástrofes naturales, tenemos el escenario del Apocalipsis en un presente continuo de la Historia de la Humanidad. Ahí están los siete sellos.
Las siete trompetas anuncian las calamidades naturales y humanas que sufrirá la Humanidad por causa de los adoradores de ídolos. Esto, así dicho puede parecer a una acción de venganza divina, cuando en realidad es la consecuencia lógica de hacer mal las cosas. Desde una perspectiva más racional, todas las calamidades descritas en el Apocalipsis están provocadas de una forma o de otra por el ser humano y su afán de dominar sobre los otros, por ansia de poder político y militar, de hecho, en la actualidad una quinta parte de la Humanidad vive a costa de la miseria de las otras cuatro quintas partes. Y huelga ahondar más en este tema porque no viene al caso. Sin embargo, las catástrofes naturales podría parecer que con castigo directo de Dios. Nada más lejos. La naturaleza siempre ha actuado de forma espontánea. No tiene la culpa de que en las faldas de un volcán se hayan establecido comunidades humanas, o a lo largo de las fallas tectónicas, o en zona de huracanes. El hombre no le puede achacar a nadie que la violencia de la Naturaleza azote sus vidas. Es así, ha sido así siempre y así seguirá siendo.

No obstante, tenemos un riesgo sobreañadido de que si hay indicios razonables para pensar que nosotros tenemos algo que ver. Y es la amenaza del cambio climático. James Lovelook en su libro “la venganza de la Tierra” lo afirma taxativamente, no podemos ya hablar de desarrollo sostenible, sino de retirada sostenible, porque el nivel de explotación al que ha llegado el Planeta no da para más. Los trastornos del clima planetario que están provocando una meteorología totalmente impredecible y extrema ya ni siquiera es atribuible a la propia naturaleza, sino a la enfermedad que el hombre ha provocado en ella.

Así pues, entre los riesgos inherentes a la locura conflictiva de los hombres, que ya ha provocado dos guerras mundiales y una guerra fría, así como interminables conflictos locales y a su locura consumista que ha trastornado el ecosistema planetario, tenemos razones para estar bastante preocupados por nuestro futuro inmediato. Quien quiera ver en estos acontecimientos las siete trompetas y las siete copas del Apocalipsis, que las vea, y quien sólo pretenda ver el lógico devenir de los acontecimientos a tenor del comportamiento egoísta de los seres humanos, que lo vea. El resultado en cualquier caso va a ser el mismo.
Pero estos acontecimientos que bien pueden dar al traste con un tercio o más de la humanidad actual, no constituirán el final. Lo puede ser de la vida humana en este Planeta, pero no de los seres humanos. El sufrimiento, en cualquier caso, tiene sentido. Los actos obscenos y egoístas tienen consecuencias y el amor siempre sobreabundará sobre la malicia.

Ninguna tragedia, ninguna tribulación puede separar al ser humano de su destino final, de su “bearing point”, su puerto definitivo en unión con el Eterno. Porque la cuestión no estriba en conseguir un mundo feliz aquí, sino allá donde el Espíritu de Dios abarque la faz del horizonte.

La vida real es un instante eterno, un presente ilimitado. Todas nuestras angustias se centran en el escenario material de nuestra vida cotidiana. Nuestro “bearing point” es alcanzar nuestra verdadera identidad en unión con Él. Así seremos bienvenidos al Reino de los Cielos.

Pero nos queda un punto de incertidumbre. El Apocalipsis da este mundo por perdido, y cifra su esperanza en la promesa del Cielo.  Las nueve revelaciones abren una puerta a la esperanza de que la humanidad logre superar su interminable crisis ética, incorporando definitivamente a Dios (la Energía) en su vida.

Que tras cinco mil años de civilización belicosa, en unos pocos años se pueda conseguir el ansiado giro copernicano, nos sitúa al borde de un abismo de extinción. En el mejor de los casos de que en unos pocos años podamos superar las ancestrales tragedias derivadas del comportamiento humano (el pecado), contrasta con los peligros inminentes que nos sitúan al borde de una hecatombe planetaria, por hambre, por enfermedades, por guerras y por catástrofes naturales.

Podríamos conseguirlo, con ayuda de Dios y de nuestra sensatez, si tuviéramos el tiempo necesario y suficiente para madurar.

Pero ¿Cuánto tiempo le queda al mundo?


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