Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

miércoles, 31 de julio de 2013

173.- La tempestad





-Ves, el hielo se extiende hasta donde se pierde la vista, no hay hierba ni matorral. La fuerza del viento ha arreciado. Nieve y tempestad. Mal tiempo para la caza. Sin embargo, tenemos que salir a buscar comida a diario.

-¿Por qué ha de haber tormentas que nos impiden encontrar la carne para alimentar a nuestros hijos? Los cazadores llegaron hace una hora sin encontrar nada. ¿Por qué?

-Mis niños permanecen acurrucados ateridos de frío, protegidos tan sólo con esta manta. ¿Por qué?

-Mi hermana está en ese catre enferma, sin posibilidad de que la vea un curandero o uno de vuestros médicos. Se morirá entes de una semana ¿por qué? ¿Por qué ha de padecer dolores y sufrir esa pobre mujer que no ha hecho mal a nadie?

- Tampoco tú puedes responder a la pregunta de por qué es así la vida. Y así debe ser. Nuestras costumbres proceden de la vida, y están encauzadas cara a la vida. No hallamos explicación ni creemos en esto o en aquello. La respuesta está en lo que acabo de mostrarte. Tenemos miedo… mucho miedo. Por eso nuestros antepasados aprendieron a defenderse con todas aquellas armas y medidas que encontraron, y desarrollaron habilidades y costumbres que se han transmitido a través de generaciones enteras, hasta nosotros. No comprendemos muy bien el por qué de muchas de ellas, pero  las observamos para poder vivir en paz.

- Sin embargo, y a pesar de nuestros angacoqs (chamanes), nuestro saber es tan escaso, que tenemos miedo de todo.

Kurt Seeberger

Mil dioses y un Cielo



Tenemos miedo de todo



Con este párrafo que es parte de la cita que inserté en la entrada anterior, comienzo la presente, porque quiero expresar que la vida, además de estar envuelta en zona de niebla y oscuridad, sufre un permanente estado de agitación, de turbulencias; donde realmente tenemos miedo de todo.

Lo que solemos hacer los humanos es exorcizar ese miedo a base de crearnos recursos para vivir asegurados, donde tengamos todos los riesgos previstos.

Pero esto es pura fantasía.

La vida da miedo, y una, por no decir la fundamental, tarea a la que nos enfrentamos los humanos para madurar, es conseguir gestionar ese miedo.

De la misma forma que una de las mejores frases de Buda es esta que dice “el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”, hay otra, que no se si es de él, y que escuché en la reciente película “After Earth”, del actor Will Smith y su hijo, que dice: “el riesgo es real, pero el miedo es una opción”.

Y sí es cierto, vivimos en un mundo peligroso, lleno de incertidumbres y de peligros, pero el miedo es la actitud con la que afrontamos ese riesgo.

Tres tipos de miedo

Como habitualmente planteo estas cosas en el blog, mis postulados no tienen valor postal desde un punto de vista académico, sino tan sólo desde la propia experiencia, que es personal y no directamente extrapolable a terceros, salvo que alguno se sienta identificado. Ni compito, ni quiero competir con los sabios doctores que saben mucho más que yo de estas cuestiones, “porque tienen estudios”, que yo no tengo. Pero si planteo estas cosas desde lo que yo personalmente he experimentado y experimento; desde mi propia experiencia.

Dicho esto, sobre todo para los que seáis estrictos y ortodoxos católicos, en la vida existen tres tipos fundamentales de miedos, el primero sobre los riesgos e incertidumbres que nos plantea la vida diaria. El segundo es el miedo es el que genera nuestros particulares sentimientos de culpa en relación al pecado, y el tercero es el miedo trascendente, el que plantea lo que pudiera haber en el más allá, lo que la Iglesia denomina “novísimos”, íntimamente relacionado con los sentimientos de culpabilidad debido a nuestras grandísimas culpas.

Para afrontar el primer tipo, necesitamos una buena dosis de inteligencia, de entendimiento, para tener bajo control nuestro sufrimiento y nuestro miedo, haciendo de ellos una opción, y no algo inevitable.

Para afrontar el segundo tenemos que neutralizar nuestros complejos de culpabilidad, salvo que tengan base real, y no por habérnoslos sido inyectado en lo más profundo de nuestras conciencias por la vía de la educación, en este caso religiosa.

Para afrontar el tercero, necesitamos una buena dosis de fe, dado que aquí la inteligencia supone un estorbo y lo complica todo.

Definición útil de inteligencia

Hay muchas definiciones de inteligencia, aunque siempre se ha entendido como la capacidad de pensar, aprender y comprender. Propongo esta última que creo, es muy buena y sorprendente:

“La inteligencia es la capacidad de manejar y gestionar la incertidumbre”.

Esta definición, que no sé de quién es, pero está en la base de la moderna “inteligencia emocional” de Daniel Goleman, permite comprender por qué las preocupaciones y los miedos de una persona deficiente o de pocas luces son mucho mayores que las de una persona razonablemente inteligente (y astuta) como un político. Saber manejar la incertidumbre significa no sólo saber escenificar las situaciones, comprender las causas del proceso de desarrollo del problema y sus consecuencias; imaginar las diferentes alternativas de solución y sus correspondientes repercusiones a corto, medio y largo plazo, sino poseer un al menos relativo control sobre los resortes que permiten tomar decisiones. Cuando se posee esto, uno puede triangular su posición respecto del mundo que le rodea, y saber perfectamente donde está y a dónde ha de ir. Y si tiene restricciones a la decisión, al menos sabe cuáles son y hasta dónde alcanza su responsabilidad en todo el problema. Esto tranquiliza al menos y te permite mediante puntos de referencia absolutos, conocer tu posición relativa respecto de todo lo demás. Esto minimiza extraordinariamente la incertidumbre y con ello su manifestación subjetiva, el miedo, el desasosiego y la preocupación. Y en el extremo, si la cosa sale mal y se cosecha un fracaso, la percepción subjetiva estará filtrada por el razonamiento que permite poner las cosas en su sitio y calibrar tu nivel de responsabilidad y de inocencia. Y la vida sigue. Pero si no se tiene esta capacidad, o uno se ofusca en exceso, las cosas pierden su evidencia y surgen en nosotros multitud de fantasmas, los molinos se convierten en gigantes y nos montamos una película de la de Dios. Lo real se distorsiona en fantasías obsesiones y distorsiones de la percepción con lo que nos montamos un mundo paralelo con pocas conexiones con lo real. Desconectamos de la realidad y juzgamos lo que pasa según el guión de la película de terror que nos hemos montado. Nos sentimos perseguidos, cuando no es así; nos sentimos subestimados, cuando no es así; nos sentimos despreciados, cuando no; nos sentimos no válidos, cuando no. Y nos defendemos… este es un hijo puta, cuando no; el otro es un mal nacido, cuando no… Etc.

En suma, todo se cuece en nuestro interior, y en nuestra capacidad de metabolizar los “inputs” que nos llegan continuamente.

Según la Teoría del comportamiento, los seres humanos estamos enredados en un bucle afectivo, “siento – pienso – me comporto” Y ese comportamiento puede atenuar o reavivar el sentimiento que me produce la situación.

Pero entre el siento y me comporto, el “pensamiento” que incorporamos puede ser objetivo o subjetivo. En el pensamiento subjetivo fundamentalmente emitimos juicios de valor que tratan de exculparnos y echar las culpas a otros. En el pensamiento objetivo (muy raro, por cierto) de lo que se trata es de saber qué necesidades tenemos nosotros mismos al descubierto.

Ahora bien, todas estas reflexiones no dejan de ser “toreo de salón” por muy compungidos que estemos por nuestros fracasos e incertidumbres cuando la realidad supera todas nuestras expectativas de terror ante noticias como las que he escuchado ahora mismo, 25 de julio, sobre el descarrilamiento del tren de alta velocidad Madrid-Santiago de Compostela, en el que hasta el momento han muerto 72 pasajeros.

En estas circunstancias, ¿quién no clama al Cielo y le pregunta al mismo Dios “por qué”?

Saber gestionar todo esto, mis fracasos, mis miedos y mis tragedias –o las de los demás-, o no, es la diferencia de enfrentarnos a la vida preparados o desprotegidos.

Es la diferencia entre afrontar una tempestad en medio del mar teniendo preparado el buque “a son de mar”, o sin haber tomado las debidas medidas de seguridad para enfrentarnos a la tormenta.

Preparar el buque a son de mar


Cuando yo era médico naval y pertenecía a la tripulación del buque en el que navegué durante un par de años, me tocó navegar en toda condición de tiempo en la mar. Recuerdo que cuando tocaba atravesar una zona de tempestad, por megafonía escuchábamos la voz del oficial de guardia en el puente que decía: “Martín Álvarez (nombre del buque), preparar el buque a son de mar”. A la orden, cada cual tenía que acudir a su destino, yo a mi enfermería, y trincar todo para que los objetos no salieran despedidos a cada envite de las olas, porque se avecinaba atravesar lo que llamamos “un maretón”, una zona de marejada, mar gruesa o incluso mar arbolada, y esos barcos se movían y cimbreaban que daba miedo.

Mutatis mutandi, preparar nuestra nave “a son de mar”, supone preparar todos nuestros recursos psicológicos y espirituales para recibir los envites de la vida, que cuando nos dice “aquí estoy yo”, raro es el guapo que en el extremo “no se caga en los pantalones” cuando la realidad nos enseña sus dientes y nos pone a prueba en todas nuestras capacidades para campear el temporal.

Abordemos primero los temporales que nos plantea la vida de aquí abajo.

Para afrontar los envites de la vida diaria, los psicólogos que saben mucho, porque tienen muchos estudios, se presentan ante la sociedad como consumados especialistas en eso del apoyo psicológico a las víctimas y familiares, como lo deben estar haciendo en estos momentos que escribo estas líneas en el accidente ferroviario de Santiago de Compostela (que por cierto se produce justo el día de la festividad del santo patrón).

Se habla en estos casos de adversidades, de conceptos como “la pérdida de control o de autoestima”, de la nostalgia tóxica o recuerdos del pasado que nos atenazan y condicionan nuestro vivir; la falta de control personal, las actitudes destructivas, la falta de responsabilidad, y de cómo todas estas debilidades se pueden aprender a afrontar con lo que se denomina “resiliencia”, concepto extraído de la ingeniería y de la Física, que refiere a la capacidad de resistencia de los materiales al impacto y su capacidad de recuperar la forma original. Extrapolado el término a lo psicológico la resiliencia es la capacidad de reacción humana ante la adversidad.

En un seminario al que asistí hace unos meses sobre el tema, la ponente, la mexicana Rosa Argentina Rivas, apuntaba las actitudes y habilidades personales que hacían de una persona alguien con buena resiliencia. Refería diez más una características. Las diez primeras suponían capacidades humanas: 1.- saber comunicarnos, 2.- mejorar la autoestima, 3.- la autonomía, 4.- la responsabilidad, 5.- el sentido del humor, 6.- la inteligencia, 7.- saber perdonar, 8.- la madurez, 9.- saber prestar apoyo social o empatía, y 10.- una buena dosis de optimismo.

La decimo primera, o la décima más uno, era la espiritualidad. Separo este último, porque la espiritualidad supone el arma definitiva para afrontar los miedos tanto de esta vida, como de la trascendencia y del más allá.

Las diez capacidades se pueden mejorar leyendo, reflexionando, practicando, haciendo caso al psicólogo a lo largo de las interminables sesiones de psicoterapia, etc. Los humanos no sabemos de lo que el ser humano es capaz si se lo propone.

La espiritualidad es como habitualmente se dice, “harina de otro costal”.

La espiritualidad

Quiero traer aquí a colación unos ramilletes de un precioso libro de Krisnamurty, “A los pies del Maestro”, libro que leí a mi temprana edad de 17 años, tras un viaje a San Francisco en 1973, y que me regalaron los Hare Krisna. Este libro me abrió la mente a algo que no fuera exclusivamente la ortodoxia católica. Me indujo la peligrosa manía de pensar, y de darme cuenta de que había “algo más”, más allá de los límites marcados por en cura de la parroquia.

Krisnamurty indicaba que para afrontar el sendero de la espiritualidad, eran necesarios cuatro requisitos: el discernimiento, la ausencia de deseo, la recta conducta y el Amor. De estos requisitos, extraigo unas cuantas frases, por si al lector le atrajera leer más, para que te des cuenta de que todos los místicos apuntan básicamente a la misma espiritualidad.

Sobre el discernimiento, se expresa en estos términos:

El primero de estos requisitos es el discernimiento; por lo cual entendemos, generalmente, la facultad de distinguir entre lo real y lo irreal, que conduce a los hombres a entrar en el Sendero.

Estudia profundamente las leyes de la naturaleza y cuando las hayas conocido adapta tu vida a ellas, empleando siempre la razón y el sentido común.

Debes distinguir entre lo importante y lo no importante. Firme como una roca cuando se trate de la rectitud o de la maldad, cede siempre en las cosas que no tengan importancia. Porque habrás de ser siempre afable y bondadoso, razonable y condescendiente; dejando a otros la misma plena libertad que a ti te es necesaria.

Sobre la ausencia de deseo

Hay muchas personas para quienes la "Carencia de deseos", es una cualidad difícil de adquirir, por que sienten que sus deseos SON su ser mismo; que si los deseos que les son peculiares, si sus agrados y desagrados fuesen eliminados, nada de sí mismos quedaría.

Pero estos son solamente los que no han visto al Maestro; a la luz de Su sacra presencia, todo deseo se extingue, excepto el de ser como Él.

Sin embargo, antes de tener la alegría de encontrarlo frente a frente, podrás conseguir la ausencia de deseo si así lo quieres.

Sobre la recta conducta.

El Maestro especifica así las seis reglas de Conducta que son especialmente requeridas:

 1-Dominio de sí mismo por lo que atañe a la mente.

 2-Dominio de sí en la Acción.

 3-Tolerancia.
 4-Contentamiento y alegría.

 5-Finalidad única.

 6-Confianza.

Con frecuencia se la interpreta como un intenso deseo por la liberación de la rueda de nacimientos y muertes, y por la unión con Dios. Pero tal interpretación da cabida al egoísmo y expresa sólo parte de su significado.

Y sobre el Amor

De todas las cualidades requeridas, la más importante es el AMOR, porque si el amor está suficientemente desarrollado en un ser, le obliga a adquirir todas las demás; y todas ellas, sin amor, jamás serían suficientes.

No es tanto deseo como VOLUNTAD, resolución, determinación. Para que produzca su resultado, esta resolución deberá compenetrar tu naturaleza entera, de suerte que no quede lugar para cualquier otro sentimiento.

Efectivamente, es la Voluntad de ser uno con Dios, no para escapar del cansancio y sufrimiento, sino a fin de poder actuar con Él y como Él a causa de tu profundo amor por Él.



Rosa Rivas, en el seminario que asistí, apuntaba cómo con independencia de la religión que profese cada uno, la vivencia de la espiritualidad exige la de una serie de valores, que son los siguientes:

Primero la oración o meditación.

Segundo el desapego.

Tercero vivir la ética.

Cuarto cultivar la sabiduría.

Quinto aprender a amar.

Sexto la esperanza lúcida.

Y séptimo, la fe o relación con lo trascendente.

Y no se necesitan los ritos, que sólo son signos externos de una espiritualidad profunda, pero que sin esta, no tienen ningún sentido por sí mismos.

El pecado y los novísimos


Pasamos ahora a las tempestades espirituales que provocan las incertidumbres trascendentes, sobre el espinoso tema del pecado y sus consecuencias más allá de la muerte, y donde las religiones suelen hincar la gran mordida del miedo en sus feligreses, para mantenernos bien sujetos y dentro del rebaño.

Todo lo relacionado con el pecado supone (al menos en mi experiencia), lo más parecido a una película de terror. La doctrina católica plantea un escenario en el que la probabilidad de que los humanos pequemos mortalmente es virtualmente del 100% en algún momento de nuestra vida. Si no tenemos un cura a mano para confesarnos y nos sorprende la muerte, de nada nos sirve ni la muerte de Cristo, ni la redención, ni el bautismo, ni la confirmación, ni las misas, ni nada. Estamos condenados al fuego eterno. En este sentido el catecismo de Pio V (Ripalda y Astate) y el moderno de Juan Pablo II, dicen lo mismo, sólo que éste con un lenguaje más actual.

Yo casi con seguridad que según el código canónico, debo estar perfectamente condenado, porque de seguro que he cometido faltas, según el referido código que son pecados mortales. La simple vida matrimonial, si uno no acepta cargarse de hijos, casi te obliga a poner medios de control los cuales, prácticamente todos suponen cometer pecados mortales en la pareja.

Según este planteamiento, Dios amarnos nos amará, pero si no nos confesamos con un cura, y no morimos en gracia de Dios, Houston, tenemos un grave problema.

El planteamiento eclesiástico, en mi dudoso entendimiento de las cosas, cuestiona comportamientos inherentes a la propia naturaleza humana, porque hay muchas actitudes que muestran que somos débiles, lleno de faltas y de torpezas, y esas debilidades se consideran pecaminosas.

¿Cuántas de las pobres víctimas mortales del accidente de Santiago se habrán salvado, es decir, habrán muerto sin pecado mortal? No lo sé y me da pavor imaginármelo, si nos atenemos a las exigencias eclesiásticas. ¿De qué sirven nuestras oraciones para aquellos fallecidos que ya están quemándose en el fuego eterno?

Un planteamiento de vida así es demoledor. Y sin embargo, si uno lee el catecismo católico, la cuestión es que no tiene vuelta de hoja. Es el tema de los novísimos.

Cada vez que abordo el tema de los novísimos en la fe católica se me ponen los pelos como escarpias. Regresan viejos temas aterradores que nos dejaban ateridos de pánico a los pobres catecúmenos de los años sesenta. Es además un tema que ha neurotizado a multitud de generaciones educadas a la antigua usanza preconciliar, donde el objetivo en la vida es “no pecar”, pero no en el sentido de no matar, no cometer adulterio o no provocar masacres genocidas, sino evitar a toda costa pensamientos impuros, tratar de no cargarse de hijos (gravísimo problema para las parejas católicas), la maledicencia, etc.

Y la cuestión no es que sea una aberración luchar contra todo esto, sino el concepto “castigo eterno”, infierno. La infinitud, la eternidad es algo incomprensible para la mente humana y el terror que se infunde con un castigo “para siempre” es tan desolador, que lejos de estimular hacer el bien, resulta ser paralizante, frustrante y sobre todo “contranatura”.

La fe católica, como los grandes palacios medievales tiene dos caras. Una amable que promete el Cielo para los que cumplen la ley de Dios, y el reverso tenebroso, equivalente a las mazmorras y cámaras de tortura, que promete aterradores y eternos suplicios para los que no cumplen la divina Ley.

El problema es que se juzga con el mismo rasero al que comete un sólo pecado mortal, por ejemplo, usar preservativo incluso dentro del matrimonio, como al que vive enriquecido gracias al tráfico de drogas.

Os comparto una experiencia que viví hace algunos años y que reavivó esta profunda herida con la Iglesia. Bien es verdad que este tema lo tenía bastante olvidado, y la Iglesia en los encuentros mediáticos del Papa no los menciona, porque sería de un efecto social muy negativo para la feligresía. Pero ahí está agazapado. No lo expresan claramente, pero tampoco dicen taxativamente que la otra vida no es tan terrorífica.

No sé, pero a mí, que me considero débil y limitado me tiene bastante preocupado. Aunque desde que escuché en el Fin de Semana de Encuentro Matrimonial “Dios no hace basura”, empecé a creer que Dios es bastante más misericordioso de lo que nos habían enseñado.

Pues resulta que va a ser que no. Al menos esto es lo que dice la Virgen de Fátima a través de Lucía.

El tema se me reabrió durante el V Encuentro Internacional de la Familia, allá en julio de 2006 en Valencia.

Me produjo tal impacto emocional, que decidí plantear abiertamente la cuestión a mis amigos sacerdotes.

Les escribí el siguiente mensaje, con una carta en la que les expliqué el problema que me suscitó la lectura del opúsculo de Lucía sobre las revelaciones de Fátima.

Queridos amigos sacerdotes…

En aquella hora del Rosario en la playa de la Malvarosa me sucedió algo que ya creía haber olvidado.

Cayó en mis manos una propaganda sobre la Virgen de Fátima que tenía un opúsculo sobre las declaraciones de Lucía. Es un opúsculo titulado “El mensaje de Fátima”, “habla Lucía”, editado en 1997 con censura eclesiástica.

Durante la hora y media de espera antes del Rosario, me dediqué a leer completamente el folletito. A medida que lo iba leyendo, comenzaban a regresar a mi memoria los viejos fantasmas que atenazaron mi niñez y juventud, de un modo progresivamente violento; hasta generar en mí no sé si indignación, si estupor, si renovado pánico. En cualquier caso, la lectura del texto generó en mí un auténtico sentimiento de “terror”.

No podía creer que “otra vez”, la tradicional dialéctica utilizada por la Iglesia de terror al infierno, volviese a difundirse de nuevo entre los creyentes.

A modo de ejemplo, reflejo literalmente los siguientes fragmentos del texto:

De la primera aparición:


-Pregunté entonces: ¿Yo iré al cielo?, - preguntó Lucía a la Señora-.
-"Si irás"
-¿Y Jacinta?
-"ira también"
-¿Y Francisco?
-"También ira, pero tiene que rezar antes muchos rosarios"

Entonces me acordé de dos amigas de mi hermana que habían muerto hacia poco.
-¿Está María de las Nieves en el cielo?
-"Sí, está"
-¿y Amelia? de 18 ó 20 años
-"estará en el purgatorio hasta el fin del mundo".

Y de la tercera aparición:


Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos. El reflejo de la luz parecía penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas trasparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevada por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor.

Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero trasparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista a nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:

-"Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzara otra peor".

Me pregunto qué habrá podido hacer el pequeño Francisco para estar amenazado de pasar varios cientos de años en el purgatorio a sus doce añitos, más o menos, salvo que se líe a rezar tres rosarios diarios como poco. Y la otra pobre Amelia, a sus 18 años, para quedarse el ese enigmático lugar cientos, miles, o millones de años, hasta el fin del mundo, o del Planeta…, vaya usted a saber.

Demonios, infiernos, sufrimientos eternos y horribles…  Todo el cortejo de imaginarios que han salpicado las creencias de aterrorizados católicos como método disuasorio empleado desde tiempos inmemoriales por la Iglesia para evitar la comisión de pecados. Es decir, mientras en los grandes encuentros mediáticos del Papa se proclama la misericordia del Señor, como en las J.M.J. como la actual en Río de Janeiro, por otro lado Fátima advierte que como “te muevas un pelo, no sales en la foto celestial”. Y no por cometer genocidios ni crímenes de lesa humanidad, sino pecados tan ridículos como faltar sin justificación a misa un domingo, o unos malos pensamientos, o tocamientos, o usar el preservativo, como método de planificación familiar para no cargarte de hijos. Etc.

Desde pequeño esta ambigüedad de la doctrina me ha atormentado. Cómo es posible que Dios nos ame como  “abba” a sus hijitos pequeños y por otro lado un mal pensamiento o faltar a misa un domingo fuera motivo de condenación eterna. Es como si te condenaran al corredor de la muerte tanto por cometer el atentado del 11-M como por robar un Chupachups de una tienda de frutos secos. Aunque creo que el castigo divino no tiene comparación por ser eterno. Al menos eso interpretábamos los pobres catecúmenos allá por los años sesenta al estudiar el catecismo Ripalda (que creía superado, pero veo que no), que a la vista de las revelaciones de Fátima no iba demasiado descaminado respecto de la justicia divina.

¿Qué he hecho para sobrevivir? Olvidar esta aterradora imagen de Dios y de la eternidad, y entender que “no es posible semejante barbaridad escatológica”. Que Dios no puede hacer una basura tan despreciable como nuestros pobres corazones. Lo que no implica que el pecado quede sin castigo. Etc. Etc. Es decir, he vivido tratando de ser una buena persona, y esperar a qué Dios no sea demasiado severo contra mis debilidades y limitaciones, que no “grandísimas culpas” cometidas con dolo,  alevosía y ensañamiento como se me obliga a reconocer en el “yo pecador”.

Bueno, pues resulta las palabras de la Virgen de Fátima, por lo que cuenta Lucía, son verdad. A poco que te desvíes de la senda del Rosario te arriesgas, como poco, a pasarte una prolongada temporada en el purgatorio (cientos o miles de años sufriendo no sé qué tormento, con la única esperanza de que al final serás salvo… ¡menos mal!).

Y los salmos proclaman “dichoso el que teme al Señor”, es decir, el que vive aterrorizado por la sola ida de morir sin estado de Gracia porque el castigo es indescriptible e inimaginable, tanto si es temporal como eterno.

Perdonad, queridos sacerdotes, pero yo no he podido ni puedo soportar esta permanente amenaza a mi integridad como persona y como ser inmortal que soy. He luchado durante los últimos treinta años por borrar esta lúgubre imagen de mis novísimos, porque me es imposible vivir en la permanente angustia de una condenación eterna por el hecho de caer en debilidades inherentes, por otra parte a mi naturaleza humana, de la que no puedo deshacerme, aunque trate cada mañana de luchar para crecer, aprender y ser cada día mejor.

Si esta visión escatológica del ser humano es la que sostiene la Iglesia Católica, lo siento pero percibo como mucho más natural la visión oriental basada en la reencarnación, donde el hombre tiene un largo camino que recorrer hacia Dios, a través de una sucesión de vidas en este mundo y periodos en el plano espiritual donde aprender es un horizonte continuo.

Yo creía que en estos últimos años esta visión aterradora del futuro del ser humano se había suavizado bastante, entre otras cosas porque es el mensaje que “parece se da” urbi et orbi. Pero estos textos marianos como el de Fátima, con censura eclesiástica de 1997, afirman todo lo contrario. Al Cielo a través del terror al infierno, no incitando a hacer el bien, sino a no hacer el mal y a mortificarse con latigazos, silicios y castigos corporales de corte medieval (a los que también hace referencia el opúsculo de Lucía) para dominar el demonio que llevamos dentro, y etc, etc.

Si esto es cierto, yo no puedo vivir así, sintiéndome en el corredor de la muerte. Si lo que escribe Lucía, la Iglesia lo acepta como cierto, como palabras salidas de la boca de la Virgen María, yo no puedo vivir así.

No tengáis miedo… dice el Señor.



Jn. 14, 27 Os dejo la paz, mi propia paz. Una paz que no es la que el mundo da. No estéis angustiados, no tengáis miedo.

No tengo miedo, estoy aterrorizado. Parece mentira, ¿verdad? Pues a la luz de lo que he leído, vuelvo a tener miedo, porque soy un ser humano cansado de confesarme y reconocer debilidades y defectos por los que según Fátima debo estar irremisiblemente condenado al fuego eterno. Pero si el pobre pastorcillo Francisco casi se eterniza en el purgatorio, imaginaos yo!!! Y cualquier otro ser humano en este Planeta a poco que tenga un par de defectos y debilidades humanas. Y os aseguro que no he matado, robado, injuriado, desobedecido, violado, ni agredido a nadie en mi vida. O al menos no soy consciente de ello. Y cuando he ofendido a alguien he tratado de pedirle perdón, antes de presentar mi ofrenda ante el altar

Todo esto, así contado suena a chiste, casi es ridículo que tengamos este discurso en 2006. Pero tratándose de la eternidad no tiene ni pizca de gracia.

Yo no tengo miedo de que me caigan 30 años de cárcel por saltarme un semáforo rojo. Sé que me pueden poner una multa o quitarme puntos del carné de conducir, pero en ningún caso me puede caer 30 años de cárcel.

El otro día vi un documento en Power Point sobre cómo los musulmanes castigaban a un niño de doce años por robar una pieza de fruta de un mercado (tendría hambre el pobre), aplastándole el brazo con la rueda de un camión. ¡Qué salvajada! Exclamamos los civilizados cristianos occidentales. Pues lo siento, las declaraciones de la Virgen de Fátima me parecen mucho más salvajes, tal y como se expresan en el documento escrito por Lucía, testigo directo de las apariciones.

Y ahora viene vuestra interpretación, la exégesis y hermenéutica eclesiástica combinada para explicar que “si  pero no”, “no pero sí”, “ni sí ni no”, “depende”, “es el lenguaje de la época”, para salir airosos de una pregunta tremenda que os hago a vosotros, sacerdotes católicos, y para la que sé no tenéis respuesta.

¿Son ciertas las palabras de la Virgen que os he referido?

Si es que sí, entonces creo honestamente que por una razón u otra, el 99% de católicos lo tenemos bastante crudo, pues vivimos en el corredor de la muerte casi con seguridad a tenor del código moral que plantea Fátima -salvo que nos pasemos el día entero rezando rosarios-, por el hecho de ser seres humanos llenos de debilidades inherentes a nuestra naturaleza, al defecto de fábrica con el que hemos nacido todos. Y no quiero ni pensar en el resto de la Humanidad.

Si es que no (que creo es lo más probable), entonces la Iglesia Católica está sosteniendo una gran mentira.

Y no veo posible ninguna media tinta, queridos amigos.

O sí o no. No vale un no pero sí, un sí pero no, un ni sí ni no…, como la Iglesia acostumbra a resbalarse como una anguila de cuestiones comprometidas.

Y argumentar la respuesta con texto teológico de quinientas páginas no vale para el común de los mortales.

Yo creo que al final, por simple higiene mental y espiritual, al común de la gente estos temas les importan un carajo, salvo personas santísimas que sepan cumplir perfectamente el código de Fátima o mortales como yo que tratamos de ver inútilmente una coherencia lógica en el sistema de creencias que nos han enseñado, y/o tienen la puñetera manía de pensar, defecto imperdonable para un buen creyente.

Termino.

Quisiera, desearía no sentir lo que siento, ni expresar lo que expreso, y centrarme exclusivamente en el mensaje de amor, paz y esperanza que el Papa Benedicto XVI nos ha transmitido en el V Encuentro Mundial de las familias, y que Juan Pablo II no se cansaba de lanzar, pero la lectura del secreto de Fátima el viernes por la noche me ha relanzado a mis cincuenta años (¡!) a los peores años de mi infancia, cuando no pasaba semana que no me confesara de los mismos pecados veniales y mortales que un chiquillo de once años ¿puede cometer?, ni día que no rezara el rosario con mi madre para purgar mis atrocidades, como las del pobre Francisco (por las que era según la Virgen merecedor de pasarse unos cuantos cientos de años en el purgatorio).

Hasta que dije “¡basta ya!”. Y dejé de rezar el rosario y de confesarme. Ya ni me acuerdo cuando fue la última vez que me confesé hace ya muchos años.

No podía, no puedo vivir así, sintiéndome permanentemente amenazado en el corredor de la muerte. Y esto me plantea un serio problema de fe, que yo creía superado cuando leí y escuché “Dios no hace basura”. Esta fue mi Redención  (gracias a la que derramé muchas lágrimas a Dios y a vosotros –sacerdotes y parejas de Encuentro Matrimonial- de agradecimiento y transformé mis miedos en esperanza), a la que la Virgen de Fátima parece negarse. No sé si la Virgen del Carmen o la de Guadalupe pensarán lo mismo o serán más condescendientes con las debilidades humanas, vaya usted a saber.

Y más allá de todo esto, amo profundamente a María de Nazareth. Os lo aseguro.

Qué el Cielo me juzgue en la hora de mi muerte.

Como veis, la reflexión que os expongo parece sacada de un debate trentino o decimonónico. Me parece tan ridículo hablar de estas cosas, pero ahí está el folletito de la Virgen de Fátima… Con estos temas está en juego la eternidad de la gente, y la mía personalmente ¿Qué hacemos? ¿Ni caso? ¿De verdad que ni caso? ¿Empezamos a darle las escatológicas, teológicas y hermenéuticas vueltas para que al final lo que es no sea y lo que no es, sea? ¿Soy un extremista intransigente con las creencias? ¿Soy un pecador que pretendo justificarme? ¿Estaré perdiendo mi fe con estas cosas? O como me decía un buen amigo mío “no pienses Alfonso, que te va a castigar Dios…”

Sé que os pongo en un incómodo compromiso que sin vuestras hermenéuticas armas no podéis responder.

La respuesta de los sacerdotes a quien escribí fue un amable encogimiento de hombros, en definitiva un no sabe, no contesta, concluyendo en un “Dios es Amor”, como la primera encíclica de Ratzinger. Un ni sí ni no, sino todo lo contrario. Es decir, que lo que pone el catecismo, es decir, lo que dice Fátima es cierto.

Esta es, para mí y en mi experiencia, la gran tempestad en mi Vida interior.

Para un católico al que le da por pensar en todo esto, el tema es simplemente terrorífico; porque es muy difícil zafarse del moldeado que a uno le hacen en su más tierna infancia.

Luego uno descubre cosas interesantes, como por ejemplo que en el Antiguo Testamento, Yaveh se venga de los humanos, no con el fuego eterno, sino con matanzas “de proporciones bíblicas”, como habitualmente se dice. Que los israelitas se ponen a adorar a Baal, pues mueren como castigo en una batalla contra los filisteos noventa mil (pongo por caso). O manda el diluvio, o azufre del cielo, o la división de lenguas, pero Yaveh, que yo sepa no envió a nadie al infierno, al fuego eterno. Esto es una novedad ni siquiera neotestamentaria, sino de la doctrina de la Iglesia.

Lógicamente algo hará Dios con los que han convertido esta vida en un infierno (que haberlos haylos y muchos), pero de ahí a que el destino sea sí o sí el fuego eterno… ¿quién lo sabe?

Teresa de Jesús, cuando recibió la visión del infierno, que relata en el capítulo 32 del “libro de la vida”, efectivamente vio un escenario demoledor y asqueroso, pero… “no vio a nadie en él”. Yo al menos lo he leído y no refiere en él criatura alguna.

Conclusión

Para poner tu nave a son de mar, y saber soportar los terribles envites de las incertidumbres que plantea la vida presente y la futura, sólo cabe una opción. La fe, es decir, Confiar en Aquel que es imposible lleve cuenta de todas tus debilidades.

Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿Quién podrá resistir?, pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto. (Salmo 129, 3)

El modelo doctrinal estándar de la Iglesia ha tratado de envasar al vacío el mensaje de Jesús. A través de un destilado doctrinal de dos mil años, los padres de la Iglesia han tratado de racionalizar y codificar para las gentes sencillas (el común de las gentes), lo que nos quiso transmitir Jesús de Nazareth. Y el elaborado es un código doctrinal que lo tiene todo, la esperanza de la Gloria y el terror de las mazmorras infernales. Y en medio nosotros, pobres mortales, que no tenemos nada que hacer si no tenemos un cura al lado capaz de lavar nuestros repugnantes delitos, tales como usar un preservativo, o tener un mal pensamiento.

Este tema es para mí, y para mucha gente obsesivo, y me malicio que es o puede ser al menos en parte, fuente de la principal diáspora que sufre la Iglesia católica en la actualidad. Porque este planteamiento como el expuesto por Fátima, simplemente no puede ser verdad, porque excluye simplemente a toda la Humanidad. Lo pone dificilísimo para los creyentes católicos, imaginémonos cómo lo tendrán de crudo los cristianos separados, y por supuesto los no cristianos. Este planteamiento literal condena al 99% de la humanidad al infierno.

Y ahora viene la Gran Paradoja.

Si Dios sabía esto, por qué se tomó la molestia de crearnos, para al final, su Creación terminar en un completo y absoluto desastre. Porque si no lo sabía, entonces no estamos hablando de Dios.

La respuesta canónica, o como se llame, tomada con pinzas para las cejas es lo del libre albedrío.

La única forma de liberarse de esta tempestad es simplemente olvidarte de ella, olvidar los terrores infernales y plantarle cara a la vida con la confianza de que Él te guiará afrontando todas las dificultades, ganando barlovento, navegando a fil de roda, afrontando peligros y adversidades, y teniendo plena confianza en Dios, en Jesús, y en todo ese mundo sutil que nos acoge con amor y no con odio ni venganza demoníaca, aceptar todo lo que nos pueda suceder en esta vida, viviendo como personas de buena voluntad y sincero corazón.

¿Que tienes debilidades y pecados? Por supuesto. El que esté libre que tire la primera piedra, pero una cosa es afrontar el proceso de rehabilitación moral con la alegría del Padre que te acoje, que con el pánico de que como no lo hagas, como no te portes bien, ese mismo Padre misericordioso, te puede mandar al carajo infernal por un solo mal pensamiento justo antes de morir sin confesarte.

Respecto de los seres humanos que realmente viven haciendo daño a los demás, nadie es capaz ni tiene el derecho a juzgar qué tiene Dios deparado para ellos. Que si pecados mortales o veniales… ¿Y tú qué sabrás, necio?

Creemos saber y conocer el comportamiento de Dios. Imbéciles, idiotas, ingenuos, soberbios, altaneros, déspotas manipuladores de conciencias.

Bastantes dramas y adversidades nos regala la vida, para que también tengamos que estar obsesionados por un “quítame allá esas pajas”.

La paz del alma jamás puede venir aceptando tamaña versión de los hechos infernales. No pueden pretender incrementar el Pueblo de Dios amenazando con los terrores de Fátima a las pobres ovejas.

La clave de todo se llama confianza.

“Si ante una adversidad la aceptas como lo mejor que te puede pasar, entonces, y sólo entonces, podrás afirmar que tienes algo de fe”, dice Consuelo Martín.

Esto significa que la fe consiste en confiar en que, te suceda lo que te suceda, todo tiene un sentido, un para qué; que ahora no comprendes, pero que guardándolo en tu corazón, en algún momento podrás comprender. Porque tienes plena confianza de que Él te guía por cañadas oscuras, pero también te conduce hacia fuentes tranquilas y verdes pastos.

Pero no puedes estar obsesionado con los abismos infernales, porque el miedo terrible sólo consigue paralizarte. No puedes revisar al caer la noche, cuántos pecados mortales has cometido hoy, como recomienda el catecismo Ripalda, porque la angustia, el pánico que esta obsesión provoca te paraliza, te atrofia, y sólo te permite demenciarte y en el extremo fanatizarte y obligarte a confesar tus terroríficos pecados casi todos los días.

Lo cual es absurdo.

Vive la vida con la alegría del perdón por tus debilidades, como también tú sabrás perdonar las debilidades de los demás, y no con el pánico infernal que destroza las conciencias.

Sólo reconoce que tienes un serio problema si consideras que tú estás contribuyendo con tu actitud de vida a que este mundo sea un infierno.

Pero si eres una persona de buena voluntad y sincero corazón, ¡¡adelante!!, pon tu barco proa a la tempestad, a fil de roda, ganando barlovento, que la mano que te guía, te sacará de la mar enorme, para conducirte hacia mares de suave brisa y vientos favorables.

lunes, 22 de julio de 2013

172.- Zona de oscuridad





Crepúsculo

Los seres humanos vivimos en una permanente ansia por despejar las múltiples incertidumbres que nos plantea la vida en todo momento. A penas tenemos certeza de los que nos sucede en el momento presente. Tanto lo pasado como lo futuro está envuelto en una espesa nube dentro de una densa oscuridad. No estamos seguros ni de qué pasó, ni de qué sucederá, y ni tan siquiera qué está sucediendo en estos momentos.

La Ciencia, incluso, ha entrado en el resbaladizo mundo de la mecánica cuántica donde nada empieza a ser lo que parece.

Einstein en su metáfora del reloj, explica cómo la realidad es como un reloj, del que vemos la esfera con sus manecillas, separada de nosotros por el cristal. Al ver cómo se comportan las manecillas, marcando el paso de las horas y de los minutos, el físico trata de imaginar cómo será el mecanismo que, detrás de la esfera, hace posible que las manecillas se comporte de esa determinada manera. La física de Newton al menos nos permitía establecer este tipo de modelos “deterministas” que nos aportaron la relativa seguridad de que la realidad es lo que ven y demuestran nuestros ojos y nuestra mente, y de paso colocar un la sonda Curiosity en la superficie de Marte. Pero con la mecánica cuántica, rama de la Física a la que la comunidad científica se vio abocada a entrar tras las demostraciones de Plank, pasamos de un mundo determinable a la de un mundo donde las cosas no existen, sino que “tienden a existir”, dentro de una razonable probabilidad, donde las partículas subatómicas existen en la medida en que nosotros pensemos que pueden existir como ha sido el caso del famoso Bosón de Higgs. Ecuaciones matemáticas que predecían su existencia y fiándonos de ellas, cuarenta años y la construcción del CERN de Ginebra, que ha costado demostrar que Higgs tenía razón.

Vivimos por tanto en un mundo en el que para que algo exista, y se pueda determinar sus propiedades, el observador ha de entrar en escena de un modo decisivo. La formulación de Copenhague elaborada entre los físicos más relevante de los años veinte, los que se reunían en Bruselas en las conferencias de Solvay (Einstein, Plank, Bohr, Pauli, Heisenberg, Schrödinger, Marie Curie, etc) dice más o menos lo siguiente: “No importa a qué se refiere la mecánica cuántica; lo importante es que funciona”. Es decir, hasta lo real, lo tangible, lo perfectamente determinado, se desvanece y está entrando de la mano del modelo estándar de la Física de partículas y la resbaladiza teoría de cuerdas y supercuerdas en mundos de más de cuatro dimensiones, hasta once. Hasta hay voces que proclaman que en realidad la Física no es otra cosa que un estudio lo más objetivo posible de estados de la consciencia que “imagina” cosas que se comportan “como si…”, y en la medida en que los modelos “parece que funcionan”, se aceptan al menos cautelarmente,  aunque esos modelos nos describan universos inimaginables para nuestra mente.

Siguiendo la tesis de Fritjof Capra, autor del maravilloso libro “El Tao de la Física”, el desarrollo actual del Conocimiento está obligando a derribar la muralla existente entre el mundo sutil y el mundo físico, dado que cuando se introduce en ambos escenarios, al final se encuentra ante algo tan inimaginable como la consciencia en estado puro. Quizás el mundo determinista de Newton, en el que todos creemos que desarrollamos nuestra vida diaria, supone un muy estrecho margen de visibilidad, como el rango de luz visible supone respecto de todo el espectro electromagnético. Filosofía, física, biología, religión, espiritualidad, arte, al final todo es simplemente manifestaciones de la consciencia, y de cómo esa consciencia crea el mundo en el que cree que vive. Nada es completamente real ni completamente falso, todo es una cuestión de probabilidad. Y acaso, todo lo creado no es otra cosa que un entramado matricial de “-branas” y cuerdas vibrando en un espacio de once dimensiones donde la consciencia de cada cual no es sino una ilusión perfectamente diseñada para ser interpretada “como si…” fuese real. Pero ¿qué es lo real? Nadie lo sabe.

Quizás para el común de las gentes este tipo de planteamientos no aplica en sus vidas. Ven lo que ven, creen en lo que creen, o no, pero realmente son simples “no pensadores”, y por ello, estas incertidumbres no plantean un serio problema, porque los planteamientos filosóficos, existenciales y científicos preocupan a los humanos que Paul Radin, antropólogo estadounidense de comienzos de Siglo XX denomina “hombres pensadores”. Porque por otra parte están los “no pensadores”, que en realidad constituyen la mayoría de la Humanidad.

Cuentan que Knud Rasmussen, célebre explorador groenlandés de finales del XIX y comienzos del XX, en una de sus exploraciones árticas, conoció a una tribu de  inuits (esquimales) en Alaska. De una conversación con el anciano de la tribu, llamado Aua, reproducimos el siguiente fragmento:

“-A los hombres no les gusta pensar –explicaba Aua-. Les molesta ocuparse de lo que resulta difícil de comprender. Quizás sea este el motivo de que separamos tan poco sobre el cielo y la tierra, el origen del hombre y los animales. Porque cuesta trabajo entender por qué nos formamos y a dónde iremos a parar cuando ya no vivamos. El principio y el fin están envueltos en la oscuridad ¿Cómo podríamos averiguar más sobre todo esto tan importante que nos rodea y sobre ese ser que definimos como “hombre” y sobre los animales, pájaros y peces de todos los países y ríos y mares?

-Nadie sabe con certeza el principio de la vida. Sin embargo quien tiene los ojos y los oídos abiertos y recuerda los relatos de nuestros antepasados, siempre se entera de algo con que llenar el vacío de nuestros pensamientos. Por eso, a todos nos gusta escuchar a nuestros sabios ancianos, que nos hablan de lo que dijeron nuestros antepasados ya muertos. Porque nuestras creencias y nuestros mitos son las palabras de los muertos.

-Ves, el hielo se extiende hasta donde se pierde la vista, no hay hierba ni matorral. La fuerza del viento ha arreciado. Nieve y tempestad. Mal tiempo para la caza. Sin embargo, tenemos que salir a buscar comida a diario.

-¿Por qué ha de haber tormentas que nos impiden encontrar la carne para alimentar a nuestros hijos? Los cazadores llegaron hace una hora sin encontrar nada. ¿Por qué?

-Mis niños permanecen acurrucados ateridos de frío, protegidos tan sólo con esta manta. ¿Por qué?

-Mi hermana está en ese catre enferma, sin posibilidad de que la vea un curandero o uno de vuestros médicos. Se morirá entes de una semana ¿por qué? ¿Por qué ha de padecer dolores y sufrir esa pobre mujer que no ha hecho mal a nadie?

- Tampoco tú puedes responder a la pregunta de por qué es así la vida. Y así debe ser. Nuestras costumbres proceden de la vida, y están encauzadas cara a la vida. No hallamos explicación ni creemos en esto o en aquello. La respuesta está en lo que acabo de mostrarte. Tenemos miedo… mucho miedo. Por eso nuestros antepasados aprendieron a defenderse con todas aquellas armas y medidas que encontraron, y desarrollaron habilidades y costumbres que se han transmitido a través de generaciones enteras, hasta nosotros. No comprendemos muy bien el por qué de muchas de ellas, pero  las observamos para poder vivir en paz.

- Sin embargo, y a pesar de nuestros angacoqs (chamanes), nuestro saber es tan escaso, que tenemos miedo de todo.

Kurt Seeberger

Mil dioses y un Cielo



Tenemos miedo de todo

Esta frase del esquimal Aua lo encierra todo. “tenemos miedo de todo”. Y para exorcizar el miedo, nada mejor que aferrarse a unas creencias concretas, dictadas por las autoridades, que jamás deben ser cuestionadas.

Hay una parábola muy conocida, que explica bastante bien todo esto. Es la vieja y conocida parábola del elefante, que dice más o menos así. En un país de ciegos, donde todos eran ciegos, y todos estaban perfectamente organizados en medio de su ceguera, llega a las inmediaciones de la ciudad reino, amurallada con una empalizada, un mercader que viajaba con un elefante. Como quiera que estuviera cansado, decidió descansar durante un rato. El elefante al caer y tumbarse provocó un espantoso estruendo que hizo templar toda la ciudad. Los ciegos se asustaron tanto que decidieron enviar una patrulla de reconocimiento para ver qué era lo que había provocado el temblor de tierra. Un comando de ciegos llegó a las cercanías del animal, y con mucho temor, uno tocó la pezuña. Se retiró en seguida e informó que lo que había causado en temblor era un ser duro como una piedra, que impresionaba de muy poderoso, por lo que la ciudad corría un gran peligro. No seguros del dictamen de la primera patrulla, mandan a una segunda, y el explorador se topa con una oreja, que impresionaba de peluda y blanda. El diagnóstico era justamente el contrario. No parecía que lo que fuera pudiera ser peligroso. Una tercera patrulla se topó con la trompa y recibió el consabido trompazo. Salieron huyendo despavoridos y se enrocaron en la ciudad. Se organizó entonces un gran batallón para salir a combatir el monstruoso ser. Pero cuando salieron, el mercader ya se había ido con su elefante, no sin antes dejar los obligados excrementos y emunciones, de proporciones jamás imaginadas por aquellos habitantes. El comando de exploración no podía encontrar una explicación racional a todo aquello, por lo que se convocaron múltiples concursos de ideas para embarcar a las mentes más preclaras en investigar las posibles causas, efectos y consecuencias a largo plazo de aquel fenómeno provocado por tan quimérica criatura, y convertido en descomunal cantidad de excrementos. A raíz de aquello se crearon una serie de mitos y leyendas, todas, por supuesto falsas, que atemorizaron a toda la ciudad, de generación en generación, lo que por cierto, la casta de chamanes, siempre solícita en eso de proteger a los indefensos fieles de los malos espíritus, aprovechó para convertir aquello en infundado temor que sólo ellos, podían exorcizar, y en ningún caso desmontar, a través de lo que podríamos denominar “un modelo doctrinal estándar” para conjurar la oscuridad y el miedo, a lo que los fieles estaban totalmente volcados en apoyar con numerosos y generosos donativos. 

Diseñando un modelo doctrinal estándar

El modelo estándar de la doctrina católica, sin entrar en temas filosóficos espesos como los que te planea la teología tomista, escolástica, que es cosas de entendidos; para gente soez, sin estudios y de baja ralea como somos todos los parroquianos de a pie la cuestión religiosa se reduce a algo muy sencillo, esto es creer, es decir a aceptar toda la dogmática católica, frecuentar los sacramentos y no putear al vecino, y si lo haces, pues te confiesas y listo, eso sí, con propósito de la enmienda. Si mueres en Gracia de Dios, vas al Cielo, aunque el perdón no exime de cumplir una condena de aburrimiento prolongado en algo que se ha dado en llamar purgatorio, que nadie sabe lo que es, pero que al parecer sirve para purgar las faltas cometidas, es decir, que aunque el cura te dé la absolución, no obstante el Eterno te la tiene jurada, y condenarte al infierno no te condenará, pero te va a fastidiar unos cuantos cientos o miles de años hasta que purgues todos tus desaguisados. Pero si no mueres en Gracia de Dios, porque algún pecado mortal se te ha pasado por alto, entonces lo llevas claro, colega.

Esto es como tener una cuenta abierta, con el debe (pecados y cuentas que saldar), y un haber (o Gracia que obtienes con la confesión). Un pecado mortal tiene que ser la repera, una deuda infinita, que merece un castigo infinito;  y la cosa va desde acostarte con tu novia sin pasar por la vicaría hasta cometer un genocidio como el del holocausto nazi, el castigo es igual de demoledor y eterno. Mientras no sea así, el balance entre el debe (saldo de cuenta con efectos retroactivo) y el haber (cantidad de Gracia acumulada por las confesiones) determinará si al morir te queda que pasar una buena temporada en el purgatorio o entras en el paraíso con permiso de San Pedro, el guardián de las llaves.

De esta forma, al menos como a mí me lo explicaron en el colegio, se establece la vida del buen católico, teniendo pleno conocimiento del balance entre el debe y el haber. Si detrás de esto hay una teología así de grande que explica el detalle, la verdad es que a mí ni lo sé ni me importa, porque seguro que las consideraciones filosóficas para gente ignorante como yo, me producirían continuos dolores de cabeza, y paso.

Os juro que si esta visión te la tomas en serio, como yo he hecho desde que era un tierno infante, te pasas toda la vida temiendo lo peor, y preguntándote si no estarás en el corredor de la muerte por vaya usted a saber qué pecados veniales o mortales sin confesar que hayas cometido y de los que no te hayas confesado. Y lo peor es que no tienes forma de ver y comprobar tu estado de cuentas con Dios, como hacemos con nuestras cuentas bancarias por Internet. Esto es un sin vivir, lo que parece que no preocupa a la clerecía.

Sea como sea, uno vive, salvo que esté literalmente obsesionado por su cuenta de pecados inconfesos sumergido en una película de terror. Y si por un casual pones en duda alguno de los 199 dogmas, entonces, como esto impresiona de herejía, y supongo que es condenable al infierno, pues apaga y vámonos.

Tienes tres opciones, la primera que esto te importe; entonces te ves impulsado a un comportamiento totalmente obsesivo y fanático, vigilando cualquiera de tus actos no sea que la vayas a fastidiar, te disminuya tu haber de Gracia y aumente tu debe de culpas y deudas, y hagas como me contó una vez un buen amigo, que creyendo había cometido un pecado mortal, estaba tan desesperado, que vio en la otra acera de la calle un sacerdote con sotana por supuesto, así que cruzó sin mirar, se acercó al cura y le rogó que allí mismo le confesara inmediatamente porque no podía vivir con esa culpa a sus espaldas, no fuera que se muriera allí mismo, y a pesar de que Jesús había muerto y resucitado por él, y había llevado siempre una vida digna de elogio y moralmente intachable, por un solo pecado supuestamente mortal, se fuera derechito al infierno.

La segunda supone considerar este planteamiento absurdo e insostenible, y como la Iglesia no muestra a la feligresía otra alternativa que esta, pues simplemente abandonar la práctica religiosa y confiar (que no creer), que Dios no puede haber planteado la vida de fe de esta forma tan angustiosa, y convertirte en un escéptico, agnóstico, o incluso en un ateo si llegas a la conclusión de que un Dios así no puede existir.

La tercera es haber tenido la suerte de haberte encontrado con Dios “de otra forma”, de haberte encontrado con Jesús en “modo nativo”, es decir, abrazando lo que Él nos comunica con su vida y su mensaje, o haber leído alguna obra sobre mística o hablado con algún santo de Dios sobre la vía directa del camino del alma hacia Dios. Si tienes semejante grado de suerte, puedes darte por bienaventurado, porque Jesús te ofrece la alternativa que le dio al joven rico.

Vivir el cristianismo “en modo nativo” es abrazar a Jesús tal cual, no prestando demasiada atención al edificio doctrinal que por la vía jerárquica la Iglesia católica ha desarrollado a lo largo de dos mil años. Ahora bien, esto tiene un precio, el de ser simplemente cristiano, sin segundo apellido, lo que te excluye de todas las confesiones cristianas que de un modo u otro se basan en facciones religiosas basadas en Jesús, pero con interpretaciones significativamente diferentes del Misterio de la Redención, siendo la católica, la confesión principal y de más larga tradición y de dogmática más elaborada y más barroca.

Es decir, te conviertes en un cristiano sin mayores atributos, y sin filiación con ninguna iglesia, es decir, simplemente eres cristiano, es decir, literalmente “nada”. Y por ello todas las confesiones cristianas te relegan a una profunda soledad y a un profundo vacío. Renuncias a la religiosidad de las iglesias para abrazar la espiritualidad del Evangelio. En ese ámbito no sé si hay alguien en este planeta. Te introduce en una profunda noche, en una profunda oscuridad. Eres un pájaro que trina en lo más profundo de la noche, y cuyo canto nadie escucha, porque unos están inmersos en el bullicio de este mundo y otros obsesionados con salvarse.

Este atrevimiento de ser coherente con uno mismo y tomar la decisión de adentrarse en las profundidades de una oscuridad impenetrable, la oscuridad de Dios, lo ilustra el sufismo (rama mística del Islam) con una bella alegoría, escrita por Niffari  el egipcio.

Hay naves en el mar que transportan viajeros; son las sectas y religiones, los dogmas y las organizaciones religiosas. Las naves naufragan y sus restos (las tablas) se hunden; es decir, incluso las buenas obras que no llegan a la abnegación total y toda fe que no es el conocimiento unitivo de Dios. La liberación hacia la eternidad es el acto de lanzarse al mar, a riesgo, de poner en peligro la propia vida. Porque “el mar” es el Océano de Dios.

Esta decisión de lanzarse al Mar es exactamente la de aceptar entrar por la puerta estrecha que menciona Jesús de Nazareth.

Pero este riesgo sólo es posible asumirlo, y el pavor que puede provocar “lanzarse al mar desde la supuesta seguridad” del barco doctrinal, sólo es posible, si se adquiere conciencia de la “no dualidad”, de aprehender, de comprender, de experimentar, que Dios y el alma humana es una sola cosa.

Este concepto de no dualidad no entra en el modelo doctrinal estándar de la Iglesia católica, porque todo se basa en una relación entre “yo” y otro distinto de mi, que me ama, pero que finalmente no le temblará el pulso para condenarme si no he sabido cumplir todas las normas de compromiso impuestas para entrar en el Cielo. 

Entrando en la zona de oscuridad.



San Juan de la Cruz calificaba la fe como oscura. No en el sentido literal de la palabra, sino en el hecho de que la luz de la razón no sirve para nada a efectos de discernir los pasos que hemos de dar para seguir la senda. En este mismo sentido, es en el que el anónimo autor inglés del Siglo XIV se refería en su conocido libro “la nube del desconocer” también llamado la nube del no saber. Básicamente afirman los dos el hecho de que entre el ser humano y Dios está establecida una densa nube que el razonamiento no puede penetrar. Y en los mismos términos establece Meister Eckhart al afirmar que cualquier idea que nos forjemos de Dios es rigurosamente falsa, dado que al Dios no se le puede alcanzar por la vía del raciocinio.

Es a la conclusión que llegó Tomás de Aquino, que tras haber escrito la Summa theológica, se dio cuenta tras recibir la iluminación, de la estupidez que había hecho con tantas tomos de palabrería teológica y de tantas disquisiciones sobre Dios; y el problema es que la cristiandad las había tomado en serio. Tras convencerse de lo inútil de su esfuerzo, parece ser que no volvió a escribir una sola línea más.

A Dios se le alcanza por la vía del “no saber”, es decir, del reconocimiento de que es absolutamente necesario anular todas nuestras potencias, y tal y como afirma San Juan de la Cruz, transformar nuestro entendimiento en “fe”, nuestra memoria en “esperanza” y nuestra voluntad en “amor”.

Y aún dice una cosa más el anónimo autor de la nube del desconocer. El alma debe situarse en medio de dos nubes, la primera, la del desconocer, entre ella y Dios, pero la segunda es la “nube del olvido”, entre ella y las cosas creadas.

El buen Jesús, no obstante ya explicaba estas cosas con otras palabras. Respecto de la nube del desconocer y el inútil esfuerzo de acceder a Dios mediante el intelecto, con aquello de que “nadie puede ganar un solo codo a su estatura a base de discursos”, y la segunda, la del desapego de las cosas creadas, con aquello de “vende todo cuanto tienes y dáselo a los pobres”.

Del cero al Infinito

En el fondo, todo este proceso de renuncia a poseer lo de abajo, y a poseer con nuestras entendederas lo de Arriba, es el proceso de no dualidad al que hemos de ser sometidos, para ser Uno con el Todo. Pero para ello debemos terminar siendo el cero frente al Infinito.

En la actualidad de nuestra vida somos un infinitésimo (todo lo grande que nos creamos ser), frente al Infinito. Ese infinitésimo es nuestro “yo”, el elaborado de nuestro pensamiento, que nos hace creer que somos lo que creemos ser y lo que valemos, podemos y sabemos por nuestro propio esfuerzo.

Efectivamente Dios nos da talentos, pero no son cualidades propias ni para uso y disfrute en lo que nosotros queramos. Los talentos recibidos son capacidades que Él nos da justamente para que ahondemos en ese proceso de renuncia a nosotros mismos, para quedar reducidos a cero, a la nada. Porque sólo así, ese Pocoyo (yo pero poco, del famoso muñeco de la tele), puede darse cuenta de que es pura invención, lo que creyeron ser Adán y Eva, y que jamás han sido salvo muñecos de trapo (según el catolicismo manejado por el maligno y todo eso del pecado).

Dios nos necesita vacíos de nosotros mismos para que Él pueda ser Uno con cada uno de nosotros, para que cada uno de nosotros dejemos de serlo, para, siendo literalmente cero, nada, realmente seamos la misma Unidad y Consciencia, esa no dualidad, ese uno sin segundo, base de la mística, que supone la unión total y absoluta del alma con Dios, objetivo final del Camino de Perfección de Teresa de Jesús, o de la Subida al Monte Carmelo o del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz.

Más allá del sentido teológico de la muerte de Jesús en la Cruz, en mi vida personal, su pasión y muerte es reflejo de mi pasión y muerte. Pasión que supone anularme completamente, anular ese infinitésimo que soy hasta hacerme cero, hasta morir… antes de morir para comprobar que realmente la muerte no existe.

Preparar el buque a son de mar

Todo lo dicho aquí, en realidad no es sino pura reflexión.

Porque frente a la incompetencia de la mente para imaginar a Dios, la alternativa única de que dispone el ser humano para perforar la nube del desconocer se denomina “contemplación”.

La contemplación es el grado sumo de oración universal, aquella en la que la mente ha de estar completamente en vacío, silencio y soledad con el Eterno, con el Infinito.

El vacío, el silencio y la soledad, lejos de ser una situación de paz y quietud, supone el descomunal desafío de afrontar una fabulosa tormenta, un desatado huracán, que es el que se establece entre yo y yo mismo, entre lo que creo que soy y me domina, mente, cuerpo y afectividad, y lo que soy en realidad, la misma esencia con Dios. Entre lo que nunca debí dejar de ser (de no ser por la torpeza de Adán y Eva de creerse los reyes del mambo, o por una Evolución biológica inconclusa), y lo que aspiro a ser, “espíritu” Uno con el Todo.

La vía directa hacia Dios es un sendero que nada tiene que ver con las bucólicas imágenes de los poster y maravillosas presentaciones que nos envían por Internet con reflexiones maravillosas donde todo es paz y felicidad.

Los místicos hablan de zonas de niebla, oscuridad, noche oscura del alma, turbulencias y desiertos. Y muy de vez en cuando un oasis donde aplacar la sed. Porque Dios conoce nuestra flaqueza y sabe que, aun siendo la tempestad y la aridez, el silencio el vacío y la soledad, la única forma de humillarnos totalmente hasta dejarnos a “cero”, en el más perfecto vacío, también sabe que nuestras fuerzas son muy limitadas, y necesitamos descansar y reponer fuerzas. Fuego y espada frente a paz y consuelo. Delicado balance este que sólo Él sabe administrar.

En toda esta aventura, ¿quién sería capaz de mantener su nave a fil de roda? ¿quién sabría mantener la caña de su timón firme sin perder la virada? Es por eso que sólo si cedemos los mando de nuestra nave en sus manos, esta aventura tiene algunos visos de llegar a buen puerto.