Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

lunes, 26 de agosto de 2013

177.- Ciencia y Espiritualidad




"Cuando las personas creían que la Tierra era plana, estaban equivocadas. Cuando creían que la Tierra era esférica, estaban equivocadas. Pero si crees que considerar la tierra esférica es tan equivocado como creer que la Tierra es plana, entonces tus ideas están más equivocadas que las dos ideas anteriores juntas" (Isaac Asimov)
“El absoluto convencimiento es más peligroso para la verdad, que la propia mentira”. Friedrich Wilhelm Nietzsche

Voy a abordar un tema que, para aquellos que hayáis leído algunas entradas de este blog, aparece con alguna periodicidad.
Me refiero a la relación entre Ciencia y fe o Ciencia y espiritualidad.
No abordo el tema Ciencia y Religión, porque en mi torpe entender, creo que son dos ámbitos que históricamente, al menos en el Occidente no se han llevado demasiado bien, por no decir que se han llevado fatal. En realidad la relación entre Ciencia y religión yo no la veo por ninguna parte. Históricamente han tenido actitudes antagónicas. La Ciencia ha considerado los dogmas y creencias como mitos sin fundamento, y las religiones han visto a la Ciencia como estrategia del maligno para apartar a las ovejas de la auténtica verdad revelada por Dios en los libros sagrados.
Así las cosas, y en el ámbito católico, convencer a la Iglesia de que Adán y Eva son personajes mitológicos, no merece ni la pena ni el esfuerzo. Puede que en el fuero interno de los doctores de la iglesia, así sean considerados, como mitos, como alegorías de un desastroso inicio de la historia humana, porque no me puedo creer que sus eminencias sigan creyendo que fueron personajes históricos y los primeros homos sapiens-sapiens sobre la tierra. Y convencer a los científicos que Dios creó el mundo, pues tampoco, aunque allá cada uno. Aún y con todo, la radicalidad y convicción absoluta que sostiene la religión no tiene nada que ver con la mentalidad científica; son métodos de  que siempre somete al principio de duda metódica cualquier afirmación, cualquier hipótesis y cualquier teoría. A la cerrazón de la primera se opone en general (aunque siempre han habido excepciones) la apertura de miras y al permanente deseo de aprender y descubrir de la segunda. Son posturas antagónicas que hacen inútil cualquier intento de diálogo, sobre todo con las autoridades religiosas, enrocadas en sus inamovibles creencias.
Ciencia y religión han seguido caminos divergentes, la primera dedicada al conocimiento de lo material y la segunda al conocimiento de lo espiritual. A lo largo de la Historia se ha establecido una barrera insalvable, o eso al menos es lo que me parece, de modo tal que es como si lo primero no tuviera ninguna relación con lo segundo, como si casi fueran enemigos.
El antropólogo francés Pascal Boyer afirma que “La mente humana exige explicaciones, el corazón humano busca consuelo, la sociedad humana requiere orden, y el intelecto humano tiende a la ilusión”. La Ciencia lo hace de una forma y la religión de otra, pero existe una permanente nube de incertidumbre que hace que la gente busque desesperadamente algo en lo que creer. En su libro “Y el hombre creó a los dioses”, Boyer expone los descubrimientos más recientes de la psicología cognitiva, la antropología, la lingüistica y la biología evolutiva para venir a decir que las creencias religiosas y los comportamientos religiosos no son un misterio insondable, tienen una explicación: todo se debe a la manera como funciona nuestro cerebro. Como resultado de la evolución, nuestro cerebro tiene la capacidad para adquirir cierto tipo de ideas religiosas, en especial con la muerte, la moral y los ritos. La fuerza de estas ideas es tal que lleva a los hombres a entregarse a ellas y, en casos extremos, a la intolerancia y el fanatismo.
Este es un ejemplo de cómo ciencia y religión se tiran puyas continuamente, la religión negando las evidencias científicas, y la ciencia negando las creencias religiosas. Yo al menos así lo he vivido a lo largo de mi vida profesional como médico y como hombre de ciencia,  y a pesar de todo creyente.
Por eso, tratar de que sus eminencias y los premios Nobel de Física se den la mano es tarea de necios. Cada uno que se vaya por su lado. Es tan absurdo como que un musulmán o un ultra católico acepten las creencias de los respectivos infieles como legítimas.
Por eso titulo esta entrada Ciencia y espiritualidad, porque sinceramente creo que si cada una se queda en su más estricta esencia, pueden convivir y colaborar juntas.
 No es tan difícil que espiritualidad y Ciencia puedan entenderse, ya que constituyen dos formas complementarias de ver, de contemplar la misma realidad. Mientras la religión se monta sus particulares modelos basados en creencias y dogmas sin base real, salvo lo que de real tenga la revelación o lo entendido como tal, y lo expuesto en los libros sagrados, la espiritualidad (sin apellidos) no elabora ningún modelo, lo que hace es contemplar la realidad sin cuestionarme nada, sin juzgar, y experimentar la relación con el Todo.
Ciencia y espiritualidad abordan el desafío del conocimiento cada uno con un hemisferio cerebral, la Ciencia con el izquierdo lógico, racional, masculino; la espiritualidad con el derecho, intuitivo, místico, femenino.
Ambos juntos, aportan una visión integral de la existencia, coherente, sincera, autocritica, capaz de evolucionar (esto es extremadamente importante), sin la dualidad espíritu y materia, alma y cuerpo. Todo constituye el todo bajó el espíritu del Todo.
Dicho esto, para ser justos hay que ser conscientes que entre Oriente y Occidente hay culturalmente una diferencia muy importante respecto del abordaje de lo religioso y lo espiritual. Mientras la mentalidad occidental es básicamente racional en lo científico, dogmática y doctrinal en lo religioso y con una impronta de lo espiritual y místico muy reducida,  la mentalidad oriental, es básicamente espiritual, mística, lo que no le impide desarrollar el conocimiento científico racional y también elaborar su imaginarium popular de creencias y de mitologías.
Estas características del pensamiento en Oriente y en Occidente ha fraguado en una visión  mecanicista en Occidente y orgánica en Oriente; una proyección lineal de la historia en Occidente frente a una visión cíclica en Oriente.
Fritjof Capra, eminente físico teórico austriaco del Siglo pasado (Viena 1939), escribió un libro en 1975 que supuso una auténtica revolución editorial, titulado "el Tao de la Física". Era la primera vez que un científico abordaba ámbitos tan aparente o culturalmente opuestos como la Ciencia y la espiritualidad, encontrando en ambos dos enfoques no opuestos sino íntimamente relacionados.
Especialmente familiarizado con la cultura y espiritualidad oriental, encontró cómo la filosofía del Tao te king y la moderna Física cuántica cada vez tenían más elementos de convergencia. Sentado en la orilla del mar o en la cumbre de los montes sentía cómo la contemplación mística y la meditación que los físicos desarrollan para poder intuir argumentos como "las cosas no existen, sino que tienden a existir", podían en el fondo tener la misma base contemplativa de la realidad.
Desde el Tao de la Física, la Ciencia ha evolucionado en el desarrollo del conocimiento por derroteros cada vez más resbaladizos. Como refiero en la entrada 88. Modelos de realidad, desde que Rutherford, Bohr y Plank empezaron a desentrañar el nanomundo del interior del átomo, donde rige la mecánica cuántica, donde el principio de incertidumbre de Heisenberg nos hacen dudar de la existencia real de las cosas, sino de la probabilidad de que las cosas existan o no, donde las leyes que rigen lo infinitamente pequeño son incompatibles con las leyes que rigen lo infinitamente grande, mecánica cuántica versus teoría e la relatividad, la Física ha entrado en un terreno no determinista, que obliga a ver la realidad desde otra perspectiva, menos racional, menos materialista y más intuitiva, más probabilista, más mística. Es una física de lo no evidente, de lo no tangible, de lo real, pero no material.
Por otro lado, el conocimiento del Universo desde lo infinitamente grande nos ha sumergido en el principio copernicano, que dice más o menos que a medida que ampliamos nuestro conocimiento del Universo, la posición del hombre en él es cada vez menos relevante.
Cuando la tierra era plana y Dios creó el mundo en siete días, hace cinco mil años, el hombre era el centro del Universo, el rey de la Creación; todo perfecto según la Biblia. La tierra esférica aportaba para la fe la duda razonable de sí el hombre estaba boca arriba o boca abajo en la esfera terrestre, cosa que no venía en la Biblia y ya fastidiaba a los doctores de la Iglesia. Copérnico nos dio la primera gran bofetada al colocar a la Tierra en torno al sol, que se constituía en el centro del Universo, dando con ello la razón al Dios Horus egipcio. Shapley en 1920 sitúa el sol en los arrabales de la Galaxia, a 25.000 años luz del centro ocupado por un agujero negro. Y Hubble, sitúa nuestra galaxia como una entre miles de millones con distancias de cientos de millones de años luz de distancia, y la Tierra como algo menos que una brizna de polvo. Este panorama dista millones de años luz de aquel descrito por la Biblia en el que se situaba al hombre como el rey de la creación. Y finalmente Stephen Hawking, plantea un universo al que no le hizo falta un dios para ser creado de la nada.
Y todavía aún más, la probabilidad de que existan civilizaciones extraterrestres, según la ecuación de Drake, resulta ser extremadamente alta.
Y ahora se nos acumulan para sus eminencias eclesiásticos algunas grandes preguntas, ¿un solo cielo para nosotros y otros tantos para los ET que pudieran existir? ¿Una o muchas Vírgenes María, uno o muchos y Cristos? ¿Lo de la manzana, los Adanes y las Evas y la serpiente parlanchina aplica sólo a la tierra o también a los demás mundos habitados? Todas estas preguntas caen en el ámbito de lo ridículo, pero a buen seguro plantean grandes dilemas y dolores de cabeza a sus eminencias. Demasiados desplantes para que a religión lo acepte sin más. Por eso religión y ciencia son incompatibles. Por eso, el debate entre el Sr. Obispo y el premio Nobel de Física carece sentido. Así que uno a Boston y el otro a California, como siempre; y cada cual a lo suyo.
Pero el problema no lo tiene el Sr. Obispo, enredado en sus dogmas de hace dos mil años; el problema lo tenemos los que necesitamos compatibilizar ambos ámbitos. Así que si la religión no tiene respuesta a las evidencias científicas, excepto negarlas, no nos queda otra que cambiar religión pos espiritualidad.
La espiritualidad es otra cosa. No hay ninguna dificultad para percibir a Dios entre las galaxias o entre las irregularidades de las partículas subatómicas, ni siquiera entre las once dimensiones de las cuerdas o de las -branas. Es más, cuanto más avanza la Ciencia en el resbaladizo mundo de las altas energías, de las descomunales distancias o de las rugosidades cuánticas, más puede el alma darse cuenta de que "está en casa", de que el Universo que empezamos a conocer es tan solo un plano de la realidad, una realidad que oculta muchos otros, otras muchas dimensiones, y que quizás, Dios y el Universo en el fondo sea todo Uno. Esta es una de las sentencias de Jesús en el Evangelio de Tomás:
77. Dijo Jesús: «Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el Universo: el universo ha surgido de mí y ha llegado hasta mí. Partid un leño y allí estoy yo; levantad una piedra y allí me encontraréis».
La religiosa dicotomía mente cuerpo, cuerpo espíritu, mundo y alma, y demás artificios dogmáticos, son sólo una forma muy primitiva de intentar entender "todo lo que existe" desde la más asombrosa de las ignorancias en las que el ser humanó se encontraba hace miles de años, cuando las religiones actuales fueron configuradas.
Hay que insistir en el error antes de reconocer que estamos equivocados, dicen los políticos y también parecen afirmar sus eminencias los obispos.
Pero la vida sigue, y la Ciencia seguirá avanzando, y con ella la espiritualidad, mientras que las religiones quedarán relegadas a un puñado de fieles incondicionales empecinados en creencias atávicas y en anacronismos absolutamente insoportables para el ser humano del SigloXXI.
Soy consciente de que los avances científicos ponen a las creencias religiosas en el límite de lo ridículo. Ese no es un problema para nadie salvo para los creyentes a ultranza en la literalidad de libros simbólicos, escritos hace miles de años. Lo siento por ellos.
Sin embargo, la espiritualidad es libre, no tiene ataduras, no depende de que sea verdad o no un supuesto dogmático. Puede evolucionar, puede crecer, puede superar montañas y océanos, desiertos y tempestades.
Porque Dios siempre estará ahí, vistiendo de hermosura "todo lo que existe". Porque lo que ven nuestros ojos del cuerpo e interpreta nuestra mente entra dentro del Plan de Dios en su plan de exaltación del ser humano.
Sólo así, el alma puede volar hacia algo más allá de los conceptos encapsulados por la raquítica mente humana. Pues esta mente está poco a poco aprendiendo a contemplar la realidad sin las limitaciones que el uso exclusivo que el hemisferio izquierdo le impone.
La Física de Newton, esencialmente determinista nos había anclado demasiado en el materialismo de lo predecible por las ecuaciones. La Física cuántica y relativista suponen ambas un cambio absoluto de paradigma que nos encamina hacia una teoría final de Todo (a la que aspira la moderna teoría de cuerdas), donde lo exacto deja paso a lo probable. Por eso el Tao y la Física empiezan a darse la mano, hasta que lleguen no tardando a darse un entrañable abrazo.
Pena me da que en esta apasionante aventura, sus reverendísimas eminencias permanezcan a su bola mirando para otro lado… y perdiendo cada vez más parroquia.



domingo, 18 de agosto de 2013

176.- Oasis





27 La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.  Jn 14,27

El oasis es un lugar de paz y con agua y alimento que, situado en medio del desierto, permite al viajero descansar y reponer fuerzas para seguir adelante. No es el final del camino, sino un avituallamiento temporal necesario para poder continuar, pero un espejismo si pretendemos quedarnos en él.
En el camino espiritual, el oasis no es sino un símil de esos cortos episodios en los que la Divina Providencia permite nos tomemos un leve descanso para reponer esas fuerzas necesarias. El en otro extremo, en el símil marinero que también hemos utilizado, esta situación de lugar de descanso y frondosidad en medio del desierto, lo constituye esas etapas donde el viento favorable empuja nuestra nave en empopada, lo que nos permite descansar del cansado esfuerzo de tener que ceñir continuamente al viento.
Pero no son en cualquier caso más que ejemplos, símiles para poder torpemente imaginarnos esos momentos de gozo y consolación con los que Dios le regala al alma para reponer fuerzas.
La subida al Monte Carmelo
Si bien el desierto, las tempestades, la oscuridad y demás avatares son lo normal en la vida de los seres humanos, a veces uno se encuentra con momentos de paz.
La respuesta del común de las gentes ante estas pruebas a las que Dios nos somete a todos, primero de todo es no entender de qué va el asunto, tanto más cuanto que la propaganda religiosa te induce a pensar que Dios nos quiere felices, y si no lo somos es por nuestra culpa, nuestros pecados, lo que nos obliga a pasar por el confesionario con bastante frecuencia, porque, como mencioné en entradas anteriores, todo consiste hacer buenas obras y frecuentar los sacramentos (Eucaristía y confesión) para estar en Gracia de Dios. Así que una persona en Gracia de Dios tiene que ser sí o sí una persona feliz y “de colores”; una persona en pecado, es una persona apesadumbrada, amargada e infeliz, dado que tiene que soportar el peso de sus grandísimas culpas en su conciencia. Pero para eso está el cura, para deshacer el entuerto.
Asociar el estado de ánimo con estar en Gracia o en pecado es algo que muy a pesar de ser una verdad doctrinal, te lo tienes que quitar de la cabeza, dado que te hace relacionar el sufrimiento con el pecado, o como forma de purgar nuestros pecados, a imagen y semejanza de Jesucristo Nuestro Señor.
“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional” dice Buda.
No cabe la menor duda que toda nuestra vida constituye un proceso de maduración espiritual que se puede recorrer de dos formas, consciente o inconscientemente.
Si se recorre de una forma inconsciente, como se dice habitualmente, la vida nos da bofetadas hasta en el carné de identidad, no entendemos nada, y respondemos de un modo directo “estímulo respuesta”, dolor-búsqueda de analgesia como sea y de la forma que sea. La teoría pecado-gracia divina es una forma bastante simple de aliviar las conciencias de las gentes y evitar que piensen en algo que no sea lo que les dice el cura. El sufrimiento dicen ellos, es consustancial a la vida, y así purgamos nuestras atrocidades, y por otra parte, como la Iglesia católica proclama que sólo los curas tienen autoridad para entender de estas cosas, nosotros, pobres discípulos, no nos queda otra que padecer sin entender nada. Si no hay sufrimiento, no hay premio.
Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente: los seglares sólo pueden ser discípulos, dice Escrivá. Lo que nos anula la capacidad y derecho a poder pensar.
La otra alternativa es recorrer este proceso conscientemente. Entonces y sólo entonces, uno se da cuenta de que primero, este proceso es universal y bajo ningún concepto exclusivo de una religión específica, segundo, que el tema no va de purgar nuestras grandísimas culpas, sino de “evolución” hacia estados más avanzados de la propia consciencia y tercero que está estrechamente ligado a una visión holística de la existencia, donde todo está relacionado con todo, donde nuestras individualidades son un mero espejismo promocionado incluso por las propias doctrinas religiosas a las que una visión no dual va en contra de sus intereses como organización.
Estas tres condiciones, proceso universal, la evolución del espíritu y la íntima interconexión de todos con todos suponen la transformación del entendimiento en fe, de la memoria en esperanza y de la voluntad en amor.
En la medida en que nuestra alma va respondiendo de esta manera y permite ser transformada de esta forma, es en la medida en que a los largos periodos de aridez y de desierto, se van intercalando momentos cada vez más prolongados de consuelo, gozo y paz.
Como referencia indiscutible sobre el desarrollo de este proceso de evolución espiritual tenemos dos obras absolutas, las Moradas de Santa Teresa, que podéis consultar en la página “Las moradas del Castillo interior”, y la Subida al Monte Carmelo y Noche Oscura de San Juan de la Cruz, que también podéis consultar un resumen extenso en la página “Noche oscura”.
Para lo que quisiera exponer ahora, S. Juan de la Cruz en el libro “La subida” (con sus tres partes) se centra en el dominio de los apetitos. Habla de sus efectos deletéreos en el alma, y de cómo es absolutamente imprescindible lograr dominarlos. Que traducido al lenguaje actual, diría que es básicamente el proceso de purificación del alma, el desprendimiento de apetitos y de apegos, y el cambio del centro de gravedad de nuestra vida desde el “yo” al “nosotros”, siendo nosotros literalmente toda la Humanidad y en general todo lo creado.
La situación del alma cuando decide decir “sí” a la llamada es lamentable. Es como la pinta que traería el hijo pródigo cuando regresó de aquel país, de aquella manera, maloliente, con harapos, sucio y lleno de llagas; y con unos vicios adquiridos que le imposibilitaban poder vestirse con el traje de fiesta. Así que el padre, tras los abrazos y los besos, le haría ver que debía someterse a una limpieza integra de todo su cuerpo, hasta que no quedara una mota de suciedad, porque una novia o un novio, no se puede poner el traje de la boda con su amado/a si está sucio y hediondo.
Y el proceso de limpieza es doloroso. Primero tiene que decidir quitarse él mismo los harapos que lleva puesto, hasta quedarse desnudo del todo. Pero luego, su cuerpo desnudo está tan sucio que precisa que los mayordomos y sirvientes del padre le restrieguen bien con cepillos de cerdas para quitarle toda la porquería. Por último, el propio padre se encargará de curarles las heridas y pústulas que cubren su cuerpo, con alcohol y desinfectante, lo que escuece bastante y duele. Esto responde a lo explicado en las anteriores entradas en relación a las experiencias de vacío, silencio y soledad.
Este es el efecto de nuestras humanas debilidades como especie biológica en la que emerge la consciencia), y de cómo afea el alma hasta el extremo de dejarla irreconocible.
San Juan repasa todo lo relativo a los apetitos y aprehensiones del alma, como esa suciedad que impiden acceder al banquete. Es absolutamente necesario desnudarse de todos los apetitos, quitarse los harapos. Y este es un esfuerzo personal. Es la noche activa de los sentidos. Y de todo esto trata la Subida en su libro primero.
En los libros segundo y tercero de la Subida San Juan acomete la purgación o purificación de algo mucho más íntimo si cabe a nosotros, que son las potencias: el entendimiento, la memoria y la voluntad. Es la noche oscura de las potencias, esto es, de nuestros talentos, de las capacidades que Dios nos ha dado y que tenemos que negociar con ellas para sacarle rentabilidad y poder ofrecerle beneficios.
Todas las habilidades y recursos de que dispone el ser humano, tanto sirven para hacer el bien, como para hacer el mal. Con el entendimiento podemos levantar una gran empresa que permita mejorar las condiciones de vida de nuestra comunidad, con obras de ingeniería maravillosas, o con implantaciones de sistemas de financiación que hagan llegar la prosperidad a una ciudad o un país, o componer una obra de arte, pintura, música, poesía; o podemos usar ese mismo entendimiento para el enriquecimiento personal, o para atacar militarmente a una población indefensa, o componer y realizar pornografía por poner un ejemplo de creaciones deleznables. Con la memoria, podemos recordar e imaginar los acontecimientos con el fin de mejorar, de concebir otro mundo posible, de perdonar, de amar, o podemos albergar el rencor, el resentimiento y el deseo de venganza y de codiciar lo que no nos corresponde. Y con la voluntad podemos hacer realidad con nuestro esfuerzo tanto lo imaginado y pensado como bueno, como lo imaginado y concebido como malo.
Es por ello que, nuestras potencias, que por sí mismas no son ni buenas ni malas, dependiendo de la intencionalidad, adquieren una moralidad positiva o negativa. El alma que da el paso hacia la cumbre del Monte Carmelo, ha de someter sus potencias a un proceso de transformación total, de modo que sean transformadas en absoluta virtud.
Virtud es una palabra que deriva del latín “vir”, hombre, de donde viene también viril y virilidad, y que expresa los dones  atributos de los hombres libres y poderosos, frente al “homo”, referido al siervo y esclavo. Con el paso de los siglos, se ha ido consolidando como referencia a las cualidades del ser humano.
Pues bien, San Juan de la Cruz despliega en el segundo y tercer libro el proceso de transformación de las tres potencias del alma en su correspondiente virtud. Así transforma el entendimiento en fe, la memoria en esperanza y la voluntad en amor.
El proceso de transformación del entendimiento en fe pasa por aceptar el tránsito entre la luz aparente de la inteligencia, a la oscuridad de la fe, a la nube del no saber. Esto supone una renuncia capital al uso del atributo más importante del ser humano como especie inteligente, que es su capacidad de razonar, a cambio de un progresivo sometimiento a la fe en Alguien que aceptamos nos guíe por cañadas oscuras. En este proceso, el alma pasa de la noche, donde aún se puede ver algo con las pupilas totalmente midriáticas, a la oscuridad, donde es imposible ver absolutamente nada. Y aún así caminar confiando en la mano invisible de nuestro guía.
El proceso de transformación de la memoria en esperanza supone pasar de recordar lo pasado, como lastre en cuanto recuerdos tóxicos y negativos, llenos de juicios y de rencor, o imaginar el futuro como proyección de deseos también negativos, o sentidos como positivos, pero llenos de imperfecciones, en pura esperanza, que es una proyección de la fe en el futuro. Bástele a cada día su afán y confiar en que el Espíritu de Dios nos conducirá por cañadas oscuras hacia verdes praderas y fuentes de agua cristalina.
El proceso de transformación de la voluntad en amor es el paso total de nuestro reino al Reino de los Cielos, de tratar de que se haga nuestra voluntad a dejar que se cumpla Su voluntad. Es materializar la sublime declaración “fiat voluntas tua”. Pero este proceso sigue basándose en el desapego a todo lo nuestro, a los bienes sensibles, a los gozos, a los bienes espirituales y sobrenaturales; en suma, consiste en despegarnos de todo lo que supone adhesión a cualquier cosa que no sea Dios.
Destellos de Verdad
Básicamente estos son los tres ejes de la transformación del ser humano. A medida que el alma se deja someter a él, es en la medida en que poco a poco comienzan a suceder destellos de Verdad. Es decir, momentos en los que la impenetrable oscuridad y niebla de la nube del desconocer, del no saber, parece como si se desvaneciera e intuyes a ver un rayo de una descomunal luz que te muestra un contenido tan increíble, que no aciertas a asimilar. Santa Teresa refiere en el capítulo cuarto de las moradas sextas este destello de Verdad comparándolo a lo que le sucedió cuando fue invitada por la duquesa de Alba a su palacio. Al entrar en una de las cámaras del palacio que contenía un número absolutamente espectacular de joyas y de objetos recubiertos de oro y piedras preciosas, el impacto visual que recibió fue tal, que luego no acertó a describir qué había visto, salvo que su contenido en artículos de un lujo asiático era cualquier cifra imaginable o superior.
Básicamente sucede de esta forma cuando Dios tiene a bien mostrarte un infinitésimo de sí. Te quedas anonadado, o simplemente sin saber qué decir, salvo la absoluta convicción de que has tocado con las yemas de tus dedos “la Verdad”.
En mi experiencia personal no he experimentado nunca ninguno de esos arrebatos ni nada que se salga de una vida rigurosamente normal, pero lo que sí he experimentado es esa convicción de saber que soy dirigido camino de la Verdad.
En la entrada 165 traté el tema de la verdad, siendo la mentira uno de los más importantes problemas al que nos enfrentamos los seres humanos.
La Iglesia católica proclama que el último enemigo que será vencido será la muerte, tras el apocalipsis, pero yo creo que en realidad el gran enemigo del ser humano no es la muerte, ya que no existe como tal, excluyendo el circunstancial fenómeno de la muerte física del cuerpo que realmente a efectos existenciales no deja de ser un simple tránsito de estado, un éxitus o salida. El verdadero enemigo del ser humano, del alma es la mentira.
La falsedad, la mentira ha convertido este mundo en un estercolero, en el auténtico infierno. Y la mentira es la madre de la ignorancia, la mayor lacra de los pueblos de la Tierra, la causa del subdesarrollo y de la pobreza.
Si nos damos cuenta, pasamos nuestras vidas, como referí en la entrada 165, permanentemente bajo la fundada sospecha de que nos están mintiendo; no tenemos casi en nadie en quien confiar. El binomio confianza – escucha, que es el que hace posible el diálogo entre seres humanos, empezando por la pareja hombre-mujer, padres-hijos, amigos, compañeros y demás personas con las que convivimos, para terminar con las autoridades políticas y religiosas, es imprescindible. Si este binomio se rompe porque no te sientes escuchado y por ello no puedes confiar, el recelo se instaura y todo sucede bajo la sospecha de la duda que imaginas oculta la perversa intención de que te hagan daño.
Así no es posible la vida.
De este modo, cuando en tu evolución espiritual, tras una larga travesía en el desierto de tu vida, tras la penosa escalada del Monte Carmelo, atisbas el primer rayo de luz, aunque sea muy fugaz, esto te da una fuerza increíble para seguir adelante; pero sobre todo te enseña a discriminar a los escribas, fariseos y sumos sacerdotes de los auténticos Santos de Dios.
Y te das cuenta de que la fe ya no es un conjunto de normativa doctrinal que te obliga a creer con el entendimiento como ciertas una infinidad de dogmas y articulado canónigo, sino la simple confianza en Aquel que te va sacando poco a poco de la incertidumbre.
Te das cuenta de que la esperanza no consiste en la memoria necesaria para esa memorización retahílica de todas esas cosas, que por incomprensibles son intelectualmente casi inaceptables, sino que de la mano de la fe – confianza, te aporta la paz de espíritu necesaria para que el desasosiego de la mentira que te rodea por todas partes empiece a dejar de hacer mella en tu corazón.
Y por último y no menos importante, tu voluntad, trasformada en amor genera la mayor de las metamorfosis imaginables. Tus proyectos de vida quedan sin validez, sin utilidad, de modo el mañana es el ahora y lo que disponga la Divina Providencia.

Todo lo creado
Esto lo estoy experimentando yo en esta etapa de mi vida, que a poco más de tres años de pasar a la situación de reserva (una especie de prejubilación tres años antes de cumplir la edad de 65 años), considero que todos mis planes en este mundo o bien han sido realizados, y los que no, tampoco los considero demasiado importantes (no debió ser), de modo que no sé que sucederá mañana, ni tampoco me importa lo más mínimo. Lo que sea, será. Pero aún hay algo mucho más importante, que es la toma de conciencia de hasta qué punto yo formo parte de un Todo indivisible, donde todos formamos parte de la misma esencia, de la misma divina entidad. Donde todos estamos tan íntimamente interconexionados que nada de lo que cada uno de nosotros hacemos es baladí, insustancial o intrascendente. Es el tránsito desde la individualidad de  “yo”, un ego separado del resto de las criaturas, a un “yo” absolutamente integrado de una entidad superior que es literalmente el Todo y todo lo creado.
Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, mas no todos los miembros tienen un mismo oficio, [5] así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo, siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros. Romanos 12, 4-5
Esta exposición del Cuerpo Místico es ciertamente de una clarividencia nunca antes manifestada; supone la toma de conciencia de que todas las criaturas están relacionadas entre sí, y todas juntas, integradas, conectadas, constituyen una sola entidad, una sola esencia en torno a la Divina Realidad, encarnada en la figura de Jesús. La Creación es un todo en el Todo que constituye la divina realidad. Es una conexión cósmica total y absoluta.
Luego la Iglesia le puso cotos a esta divina intuición de San Pablo para reducirla a tan sólo los bautizados, dejando fuera al conjunto de la Creación y de la humanidad. Esta es una interpretación tan miope como interesada.
Pero cuando recibes esos destellos de Verdad, que son inefables, te das cuenta de hasta qué puntos estamos afectados por una miopía de tal calibre, que lo único que hacemos es elaborar modelos de realidad en base a nuestros intereses particulares.
Nada de esto tiene ya importancia, una vez descubres la Verdad que hay detrás de esa oscuridad. Porque la Verdad no se basa en un modelo forjado por la mente, sino que es la Realidad misma. Es una Verdad que no puedes alcanzar a comprender, ni falta que hace, pues sólo has de saber que está ahí y que te será dada a conocer según la Divina Providencia lo crea conveniente; pero ya está, sabes que está ahí y esa realidad ya nadie, ni el mismísimo sumo pontífice te puede convencer de lo contrario.
Sin embargo, esta convicción profunda no te convierte en un talibán ultra fundamentalista ni en un legionario de Cristo, ni en un “Neocate” avanzado, sino todo lo contrario. Te abre el corazón a las infinitas manifestaciones de la Realidad y de la Verdad que jamás pueden pretenderse sean encorsetadas en los ridículos confines del ideario mental ni doctrinal de una religión ni de un movimiento religioso; ni siquiera de un sistema filosófico. Y esto va necesariamente asociado a la propia humildad y a la tolerancia con los demás. No tienes que convencer a nadie de lo que has experimentado; la Verdad se manifiesta como quiere y en quien quiere, así que tú no eres el que tiene que imponer ningún criterio, porque el único criterio válido no es el de los discursos, sino el del comportamiento. Por sus obras les reconoceréis. Y lamentablemente, “hay mucho hijo de puta de comunión diaria”, lo que reduce a cero absoluto el valor de sus discursos y de sus creencias.
Contemplación
Así que alejado del barullo mental que constituyen todos estos modelos de realidad tanto del mundo presente como del espiritual, el espíritu empieza a quedar cada vez más en un estado de silencio y quietud, donde sólo tiene relevancia una actitud, “la contemplación”, y un comportamiento, “el amor”..
En la página de este blog sobre la Contemplación hago referencia a un libro genial de la Doctora Consuelo Martín, “El arte de la contemplación”, que explica soberbiamente este estado del alma.

La contemplación es un estado del ser, ni fácil, ni difícil de alcanzar.
Es simplemente sencillo, si se sabe cuál es su fundamento.
Consiste en atravesar la barrera del silencio y escuchar.
Contemplar es vivir el presente eterno, vivir el momento que nos ha sido dado, bastándole cada día su afán1, aceptando humildemente la gracia de disponer del pan de cada día.
Contemplar es no estar encadenado ni a experiencias del pasado, ni a proyectos de futuro.
Contemplar es simplemente ver sin emitir juicios, ni razonamientos, ni elaborar modelos mentales para tratar de comprender.
Contemplar es observar sin emitir criterios de realidad.
Contemplar es ver sin influir en lo observado, sin elaborar fantasías.
Contemplar supone amar lo que es.
Contemplar supone renunciar al uso del pensamiento para acceder a Aquel que da soporte a nuestra existencia.
Como Moisés sacó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y le condujo por el desierto, también nuestro pensamiento tiene que dar el primer paso y ser consciente de sacarnos de la vida cotidiana, conducirnos por el desierto.
Pero ha de saber que con él no podemos entrar en la Tierra prometida, en el centro de nosotros mismos, donde Dios habita, por nosotros mismos.
Existe una Puerta que no podemos abrir nosotros.
Más allá de esa Puerta, está el Océano de Dios.
Ver esta realidad ante la vida es simplemente sobrecogedor, te deja sin habla. Sólo aciertas a ver “cómo caen las hojas de los árboles” sin juzgar, sin tratar de comprender con la mente, que se ha convertido a estas alturas en un insoportable estorbo.
Entras de lleno en “otra lógica”, por llamarla de alguna manera, para lograr afrontar la vida. Pero es desde la contemplación que se te da la capacidad de comprender lo que no cabe en cabeza humana, que ya no eres tú, sino que formas una unidad con el Todo. Las denominaciones de panteísmo, sincretismos y demás “ismos” son sólo conceptos, elaborados mentales que los eminentes “… ologos” diseñan para envasar al vacío o encapsular en un frasco todo el Océano. Pero todas esas disquisiciones ya dejan de tener la más mínima importancia.
De modo que abres los ojos y vuelves a contemplar la vida desde la Verdad. Y lo que menos experimentas es esa sensación de poderío que se siente cuando te ves cargadito de razón frente a los demás necios que no saben de qué están hablando. Primero, tú no tienes ningún mérito en esto, no es logro tuyo, te ha sido otorgado un muy leve fogonazo de luz que, además de dejarte flasheado y cegado (como decía Sta. Teresa en el ejemplo de la duquesa de alba), de modo que no sabrías describir lo que se te ha mostrado, sólo ter permite tomar conciencia de que algo marvilloso has experimentado, dejándote los labios balbucienco con la mandíbula batiente.
En realidad saber, saber, no sabes nada. Pero sí sabes que has experimentado la Verdad, y lo más importante, cómo puedes contribuir a que la Verdad se sepa, cómo puedes ser testigo de la Verdad, que no consiste en elaborar ningún ideario, ninguna doctrina, ninguna norma, ninguna técnica de relajación. Simplemente consiste en ser consciente de que formas una inseparable unidad con todo lo creado, lo que expresarás, como he referido, con dos actitudes, la contemplativa como forma de ver la realidad humana y trascendente, y el amor o la actitud ante la vida de los bienaventurados.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.  
Estas actitudes, tanto la contemplativa como simple oración y la vivencia de las bienaventuranzas como actitud de amor ante la vida, pone en evidencia hasta qué punto has dejado de ser alguien individual, para fusionarte con la Unidad en Dios y por ello, nada de lo que sucede a tu alrededor te es ajeno.
En todo esto ya no dependes ni de tu entendimiento, ni de tu memoria ni de tu voluntad. Todo queda, o comienza a quedar anulado para ser transformado en auténtica fe, auténtica esperanza y autentico amor.
El final de la búsqueda
En la entrada 37 hago referencia a este término, “el final de la búsqueda”, en relación a una convivencia que tuvimos mi esposa y yo con Consuelo Martín en el Monasterio de San Juan de la Cruz en Segovia.
Al referirme a esta situación en la que crees que has encontrado lo que buscabas, esto es un craso error, porque en este negocio nadie es capaz de intuir qué está buscando, porque cualquier cosa que imagine que busca es un elaborado de la mente, y por tanto rigurosamente falso. No eres tú el que determina que has encontrado lo que buscabas, porque simplemente jamás has tenido ni idea de lo que estabas buscando, sino que se te es otorgado el don de tomar conciencia de que simplemente “no hay nada más allá”, porque lo que experimentas es el Todo. Y el Todo excluye la nada, que la constituyen todas las cosas de tu propia vida hasta entonces. Razón por la cual en tu travesía por el desierto te has visto obligado a soltar todo el lastre con el que ibas tirando, si querías llegar con vida al puerto de destino.
Oasis
El oasis en el que Dios te introduce es simplemente un leve rayo de luz, un tan fugaz como súbito resplandor de luz que te muestra dónde está la Verdad.
Santa Teresa refiere que el alma recibe progresivamente ligeros episodios de consuelo y de gozo.
Es un estado este en el que no experimentas en esencia sentimientos exuberantes, ni grandes emociones, salvo el asombro de verte ante la inmensidad del Océano de Dios. Pero es una sensación que Teresa describe como de “dulce dolor y triste alegría”. Esta ambivalencia expresada en tan singular oxímoron, del que yo personalmente puedo dar fe, no está originada por otra cosa que por la alegría de contemplar la Verdad, y la tristeza de saberte aún en este mundo, enredado en los trajines de la vida cotidiana. Sientes ese deseo de “construir tres tiendas” y quedarte por lo bien que se está. Es el “muero porque no muero”.
Porque experimentar el oasis es simplemente un leve  episodio de intimidad con Dios, no necesariamente acompañado de experiencias sobrenaturales como describen los místicos, sino simplemente la extraña paz que se experimenta al sentir en la piel de tu alma la brisa de Dios, suave, silenciosa, refrescante.
Y punto. Nada más hay que decir, salvo que estas experiencias te dejan absolutamente consolado y fortalecido para seguir por el desierto de la vida. Porque llegar, lo que se dice llegar, no has llegado. La vida sigue, hay que seguir que pagando impuestos, soportar las manías del jefe y trayendo el pan a casa.
La vida diaria no cambia en absoluto, tendrás incidentes, accidentes, alegrías y penas, salud y enfermedad, dolor y alegrías. Todo igual.
Pero cambia algo trascendental. Has aprendido una cosa, que ya no eres el tú que creías ser, para quedar transformado en “otra cosa”, en un elemento esencial del Todo, conectado, relacionado con todo, lo que te insta a que en ti convivan Marta y María. Marta es la que se ocupa de las responsabilidades de esta vida consciente de esa estrecha interrelación que se traduce en que “nada sucede, ni se mueve una sola hoja de un árbol, sin que lo permita vuestro Padre Celestial”, y por tanto todo sucede tal y como ha de ser. Encontrarle significado no determinista ni de predestinación, es algo extremadamente difícil de comprender para la mente, pero que el espíritu vacío de sí entiende perfectamente.
Y por otra parte está María, la que contempla al Maestro, la que se extasía ante su Palabra, la que empieza a ser capaz de ver más allá en las profundidades del misterio oceánico de Dios.
Esta transformación de las potencias, entendimiento, memoria y voluntad en fe, esperanza y amor significadas en las actitudes de Marta y de María es una forma de cómo el propio cerebro deja de ser generador de la consciencia, para ser su receptor. Así la actitud de Marta se afinca en el hemisferio derecho y la de María en el izquierdo. El que antes era sede de lo racional es ahora receptor de la fe de Marta. El que antes era la sede de la intuición se convierte ahora en receptor de la contemplación de María.
Pero la vida sigue. Habrá más momentos de oasis intercalados con desierto. Nada es definitivo hasta el tránsito final. Y seguirá habiendo lucha entre yo y yo, de yo conmigo mismo, dado que mis orígenes naturales se resistirán abandonarme mientras yo siga aquí. Algunos asocian esto al pecado.
Pero es totalmente lógico.
*

jueves, 15 de agosto de 2013

175.- La travesía del desierto



Marathon
Recuerdo que durante mis dos últimos años de la carrera de Medicina, años 1978 y 1979, pude participar en las dos primeras ediciones de la Maratón popular de Madrid, organizado por MAPOMA. Por aquel entonces, el trazado del recorrido era bastante diferente al actual. Saliendo del Paseo de Coches del Retiro, nos dirigíamos por la Calle Alcalá hasta Sol, de ahí por Mayor hacia Plaza de España y Príncipe Pio, y bajando por Virgen del Puerto, cruzando el Manzanares, nos metíamos en la Casa de Campo, atravesándola hasta la puerta del Batán, y de ahí, tomábamos el Paseo de Extremadura hasta llegar a la M30 de entonces, que abandonábamos en la salida por la Avenida del Mediterráneo, de allí hasta Atocha, de Atocha por el Paseo del Prado y Castellana hasta Raimundo Fernández Villaverde, que tomábamos hasta Príncipe de Vergara y rectos hasta O´Donnell y el Retiro donde estaba la meta, tras 42.195 metros de calvario.
Para un corredor de fondo aficionado y mal entrenado como yo, los primeros veinte kilómetros se soportaban bastante bien; del veinte al treinta… “ya te vale, colega”, pero del treinta al cuarenta, aquello, al menos para mí resultó ser una auténtica tortura, tanto más cuanto que justamente te tocaba atravesar la M30 antigua, en la ribera del Manzanares, y aquello resultó ser insoportable. Las rodillas, ardiendo, los pies llenos de ampollas, con las uñas a punto de caerse todas; los músculos electrocutados de calambres, las reservas de energía bajo mínimos, y bajo un sol de justicia de un 15 de mayo, aquello para mí resultó ser como la penosa travesía del desierto, donde por mucho que corrieras o caminaras, aquello no parecía tener fin, ni tú sentías que estabas avanzando, era como caminar por una pista estática indefinidamente. No pude correr, así que me limité a andar rápido hasta llegar al kilómetro 40 que estaba nada más tomar Príncipe de Vergara (no sé si entonces aún se llamaba General Mola). Entonces a falta de dos kilómetros, el sólo deseo de terminar de una puñetera vez, me hizo volar de nuevo y bajar “a todo dar” hacia el Retiro y cruzar la meta en el extragaláctico tiempo de 4:30 horas “¡nada menos!”.

Tras cruzar la meta y habiendo sufrido lo sufrido, la sensación que experimenté fue literalmente de Gloria celestial y de victoria. No he vuelto a sentir nada igual desde entonces. Por cierto que perdí las diez uñas de los dedos de los pies.
Este podría ser un símil de lo que supone la larga travesía del desierto de la vida. De igual forma, lo explico en el texto de la página del blog sobre el Camino de Santiago, al referirme a las etapas de las llanuras castellanas, con etapas de 35 a 40 kilómetros absolutamente llanas, sin ningún accidente geográfico a la vista y bajo un sol abrasador.
Y así cada cual podría poner su propio ejemplo de a qué comparar la travesía del desierto. En todos ellos, las tres características esenciales son la de ser larga, monótona y penosa.

Lo que define al desierto
En unas convivencias de Pascua en 2004, que tuvimos en El Centenillo, con el Movimiento Oasis, nos dieron un pequeño papel donde se explicaba sobre el desierto lo siguiente:
“El desierto es un lugar de soledad, de vacío, de infertilidad. Un lugar donde falta lo más elemental para vivir, como es el agua, los frutos de la vegetación, la compañía de otras personas, el calor de un amigo. En el desierto falta todo.
En la historia del pueblo de Israel, encontramos que el desierto es un lugar de prueba, de tentación. En el Éxodo, caminando por el desierto los israelitas alabaron a Dios, pero también dudaron de Él (hicieron ídolos). Es un lugar donde se pone a prueba la fe en Dios; el pueblo de Israel confió en Él y les mandó el maná.
El desierto es un vacío inmenso donde no se encuentra nada, donde todo está detrás, más allá… Por eso es soledad, sin nada ni nadie.
Ese es el desierto, el que vemos en las grandes superficies de nuestra geografía.
Algunos caminan por esos desiertos buscando otra tierra, un hogar, una mano amiga que le espera en la otra orilla.
El desierto, paso a paso, tiene su encanto… y su tragedia. Seduce y angustia. Es un reto ante la vida y ante la muerte.
El desierto pues es una situación desnuda, transitoria, pero extensa, árida y oscura.
El desierto es una situación de paso y de prueba. Porque el desierto no es un lugar, es el alma sola, vacía, en aridez y sequedad. El desierto es una situación del hombre, una vivencia del corazón, un cerco que me rodea y me separa del calor y de la vida. Es tu vida cuando te sientes desgajado del grupo, separado de todos.
Desierto es soledad, frente a frente conmigo mismo, con mi realidad desnuda, sin paliativos, con la cruda realidad de mi persona en su individualidad.
Desierto es coger mi vida en peso, en su destino concreto, en su situación vital.
Mi destino aparece más vivo en el desierto. Es un lugar donde aparece más al descubierto.
Y en mi desierto, en mi soledad sola, vacío, sin hojarasca, sin apariencia, sin falsos apegos ni alicientes… en el desierto me descubro radical, único en mi ser, en mi destino.
No obstante, dentro del desierto debe haber en nosotros una rendija de esperanza, porque a pesar de que no se ve nada, no se oye nada…, en cualquier parte si queremos hay un poco.
Al desierto no debemos ir con la idea de que Dios nos tiene que hablar, de que es necesario encontrarse con Él. No debemos forzar el encuentro, sino que nuestra actitud debe ser de espera, de confianza, de poner todo en sus manos.
El desierto, en suma, es lo que define nuestro más profundo estado de intimidad, eliminadas de nuestro horizonte “todas las cosas de nuestra vida”, absolutamente todas. Es la situación absoluta de vacío, silencio y soledad. Esto como situación. Si a ello añadimos el factor tiempo que puede alcanzar dimensiones cercanas en ocasiones a un número muy significativo de años, décadas inclusive, tendremos el conjunto de factores que hacen del desierto la prueba más dura que un ser humano podría soportar a lo largo de su vida.
El factor tiempo
De todos estos factores el que más afecta a la capacidad de resistencia humana es el tiempo. Podemos atravesar malas rachas, situaciones difíciles, o incluso situaciones de auténtica parálisis, sin que ocurra nada relevante. Esto es soportable, pero lo que no lo es, es la dilatación en el tiempo de estas situaciones. Esto es como la cárcel; el problema no es estar en la cárcel (aunque no sea nada agradable siquiera pisarla y estar privado de libertad), sino estar muchos años o incluso la perpetua. Esta larga duración es la que hace insoportable la situación. Es por eso que cuando nos viene una mala racha, nos consolamos recordando aquel refrán que dice “no hay mal –ni bien-, que cien años dure”. El problema es entonces que cien años dure, es decir, no saber cuándo acabará la tortura, el vacío, el silencio, la soledad, la estasis.

Las tormentas, las fases de oscuridad, la niebla, todo es soportable si el factor tiempo es limitado, si sabemos que en algún momento acabará, pero la indefinición en el tiempo, incluso si vivimos una situación apacible, se convierte en una tortura, un aburrimiento insufrible. Es por ello que si uno lo piensa bien, el “más allá” para toda la eternidad, tanto en lo malo, el infierno, como incluso en lo bueno el Cielo, al ser humano se le antoja ilógico, y casi inaceptable. Si imaginarnos un infierno de fuego “para siempre” resulta aterrador, pero en el otro extremo, imaginarnos un Cielo “para siempre” también, tocando con el arpa cánticos inspirados de alabanza a Dios en los bellos y paradisíacos jardines celestiales, al final impresiona de sumamente aburrido. ¿Por qué? Porque el ser humano es un ser esencialmente dinámico, adorador del tiempo (ver la entrada 29.- El culto a Cronos). En el confinador vital en el que vivimos, imaginarnos cosas eternas es completamente impensable, puesto que nuestra torpe aproximación al problema es algo así como “para siempre”, es decir, cientos, miles, millones, decenas de miles de millones de años, y mucho más. En fin, una locura.
Así que en una escala nanoscópica como nuestra vida, una situación de desierto que dure por ejemplo diez años, veinte años, se nos antoja absolutamente insufrible, como para cortarse las venas.
La aventura del éxodo judío desde Egipto podía haber durado unas pocas semanas, dado que la distancia que requiere atravesar el Sinaí, no supera los quinientos kilómetros. Sin embargo, el pueblo de Israel se tiró cuarenta años dando bandazos, perdidos en un desierto cruel y hostil.
La llevaré al desierto…
Cuando uno lee la Biblia como mensaje místico y no desde la infantil literalidad, no desde la interpretación histórica, sino desde el significado profundo de su mensaje, y sobre todo, en primera persona, se descubren cosas maravillosas.
A continuación, os pongo el Capítulo 2 de Oseas, que aunque algo largo, creo que es importante fijarnos en varios versículos:
8 … «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.»
14.-… Arrasaré su viñedo y su higuera, de los que decía: «Ellos son mi salario, que me han dado mis amantes»; en matorral los convertiré, y la bestia del campo los devorará.
16 Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.
21 Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión,

Oseas 2
1 El número de los hijos de Israel será como la arena del mar, que no se mide ni se cuenta. Y en el lugar mismo donde se les decía «No-mipueblo», se les dirá: «Hijos-de-Dios-vivo.» 2 Se juntarán los hijos de Judá y los hijos de Israel en uno, se pondrán un solo jefe, y desbordarán de la tierra, porque será grande el día de Yizreel.
3 Decid a vuestros hermanos: «Mi pueblo», y a vuestras hermanas: «Compadecida».
4 ¡Pleitead con vuestra madre, pleitead, porque ella ya no es mi mujer, y yo no soy su marido! ¡Que quite de su rostro sus prostituciones y de entre sus pechos sus adulterios; 5 no sea que yo la desnude toda entera, y la deje como el día en que nació, la ponga hecha un desierto, la reduzca a tierra árida, y la haga morir de sed!
6 Ni de sus hijos me compadeceré, porque son hijos de prostitución. 7 Pues su madre se ha prostituido, se ha deshonrado la que los concibió, cuando decía: «Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas.»
8 Por eso, yo cercaré su camino con espinos, la cercaré con seto y no encontrará más sus senderos; 9 perseguirá a sus amantes y no los alcanzará, los buscará y no los hallará. Entonces dirá: «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.»
10 No había conocido ella que era yo quien le daba el trigo, el mosto y el aceite virgen, ¡la plata yo se la multiplicaba, y el oro lo empleaban en Baal!
11 Por eso volveré a tomar mi trigo a su tiempo y mi mosto a su estación, retiraré mi lana y mi lino que habían de cubrir su desnudez.
12 Y ahora descubriré su vergüenza a los ojos de sus amantes, y nadie la librará de mi mano.
13 Haré cesar todo su regocijo, sus fiestas, sus novilunios, sus sábados, y todas sus solemnidades.
14 Arrasaré su viñedo y su higuera, de los que decía: «Ellos son mi salario, que me han dado mis amantes»; en matorral los convertiré, y la bestia del campo los devorará.
15 La visitaré por los días de los Baales, cuando les quemaba incienso, cuando se adornaba con su anillo y su collar y se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí, - oráculo de Yahveh.
16 Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.
17 Allí le daré sus viñas, el valle de Akor lo haré puerta de esperanza; y ella responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. 18 Y sucederá aquel día - oráculo de Yahveh - que ella me llamará: «Marido mío», y no me llamará más: «Baal mío.»
19 Yo quitaré de su boca los nombres de los Baales, y no se mentarán más por su nombre. 20 Haré en su favor un pacto el día aquel con la bestia del campo, con el ave del cielo, con el reptil del suelo; arco, espada y guerra los quebraré lejos de esta tierra, y haré que ellos reposen en seguro.
21 Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión, 22 te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh.
23 Y sucederá aquel día que yo responderé - oráculo de Yahveh - responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra; 24 la tierra responderá al trigo, al mosto y al aceite virgen, y ellos responderán a Yizreel.
25 Yo la sembraré para mí en esta tierra, me compadeceré de «Nocompadecida », y diré a «No-mi-pueblo»: Tú «Mi pueblo», y él dirá: «¡Mi Dios!»

Este capítulo describe sintéticamente el proceso del camino de perfección, y con él, toda la mística, y cómo obra Dios en el alma, hasta transformarla en pureza.
Oseas describe al pueblo de Israel (el alma), que la hace hija suya, pero su deslealtad la lleva a adorar a los Baales, y a entregarse a la prostitución y malos hábitos. Pero incluso en sus peores momentos Dios estaba allí…
10 No había conocido ella que era yo quien le daba el trigo, el mosto y el aceite virgen, ¡la plata yo se la multiplicaba, y el oro lo empleaban en Baal!
Era Dios el que le daba el trigo y el oro que empleaba en sus vicios.
Y le genera todo tipo de dificultades… “yo cercaré su camino con espinos, la cercaré con seto y no encontrará más sus senderos”.
Es decir, Dios no tiene otra opción que chafarle los planes al alma que vive disolutamente, para hacerle entender que “lo tiene súper chungo”.
Y ahora viene eso del libre albedrío, y el alma se lo piensa mejor y dice «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.». Porque tonta no es, y se da cuenta que la ha fastidiado pero a base de bien. Le pasa lo mismo que en la parábola de hijo pródigo, que echa cuentas y se la tiene que envainar y volver a la casa de su padre.
Aquí hay una importante diferencia con el otro conocido personaje, el joven rico. En este caso al colega le iban razonablemente bien sus negocios y evaluando su coste de oportunidad, su libre albedrío le decía que estaban bien las cosas así, de modo que pasa de entrar por la senda estrecha. Es decir, Dios te llama, pero depende de ti aceptar o no.
Pero siguiendo con Oseas, tras la decisión de volver a su anterior marido, con quien le iban mejor las cosas, el asunto no va a ser fácil, y todo tiene un coste.
Haré cesar todo su regocijo, sus fiestas, sus novilunios, sus sábados, y todas sus solemnidades.
Arrasaré su viñedo y su higuera, de los que decía: «Ellos son mi salario,..
Hay que desmontar toda la fábrica construida en torno a la vida pasada. Nada de lo que tenía el alma sirve ahora. Nada de aquello en lo que ponía su interés sirve ya. Nada que pudiera suponer apegos es útil. Por tanto, antes de construir el nuevo edificio, hay que demoler el antiguo, dado que el solar es el mismo, y en él no caben las viejas construcciones y la nueva.
Es decir, “vende todo lo que tienes, toma tu cruz y sígueme”.
Como dice el Maestro Eckhart, “cuanto hay más de mí en mí, menos de Dios hay en mí” (más o menos). En conclusión, que la transformación del alma desde su estado original, recluida en el confinador de este mundo hasta el estado de perfección supone, y esto aparece en todo proceso místico hasta la saciedad, el vacío absoluto de uno mismo y de todo en lo que basa su vida, para dejar el templo vacío (no solo de las mercaderías ilegales del templo, sino también de los puestos de palomas –Juan 2,16).
Pero lo más difícil de todo este proceso no es el conjunto de adversidades que el alma ha de experimentar para ser  limpiada de todo apego material, sino el crucial hecho de “caer en la cuenta”, ser consciente de este proceso, tomar conciencia de él. Por eso no queda otro remedio que experimentar el desierto.
16 Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.
El aspecto fundamental de todo este proceso es situar al alma en un estado de silencio, vacío y soledad, de modo tal que no existan interferencias que impidan el diálogo entre Dios y el alma. Este estado es el de desierto.

En el desierto el alma se encuentra sola, desvalida, vacía, en silencio, sin apoyos externos, ni siquiera le vale sus propias fuerzas, salvo la voluntad de soportar y seguir adelante. Y tanto más intenso y prolongado es el desierto cuanto de más apegos sea necesario que se desprenda el alma hasta quedarse absolutamente desnuda, incluso, desnuda de sí misma.
En principio esto parece un sádico proceso, pero si uno lo piensa un poco, la lógica que Dios emplea en nosotros no dista mucho de la que un médico ha de utilizar para extirpar quirúrgicamente un tumor o un oncólogo aplicando la muy desagradable quimioterapia, o cualquier otra terapia que requiere grandes sacrificios y paciencia.
… Y le hablaré a su corazón
Cuando el alma se encuentra en esa situación de desierto, de silencio, vacío y soledad, está rendida, sin defensas, sin capacidad para articular palabras, ni siquiera una súplica. Todo pierde sentido, suspendida entre el cielo y la tierra, no le satisface ni encuentra gusto en nada, ni de arriba ni de abajo.
Antes, al menos sentía consuelo en sus rezos, en sus celebraciones, en los ritos y liturgias, en sus manifestaciones exotéricas, pero ahora, en el desierto, todo ese barullo, incluso el de las ceremonias y los cánticos queda atrás, para establecerse el más profundo de los silencios, el más desolador de los vacíos y la más aterradora soledad, pero sobre todo, lo que más asusta al alma es no sentir a Dios, no experimentar ese estado “de colores” que creía sentir cuando cantaba con su comunidad cánticos de alabanza en las coloristas celebraciones. Se acuerda en cierto modo de las ollas de cebollas de Egipto, entendiendo por las “ollas de cebolla” tanto las diversiones mundanas como las religiosas. Aquello era divertido, se sentía “de colores”. Pero Dios parece castigarle con la eliminación de todo aquello.
13.- Haré cesar todo su regocijo, sus fiestas, sus novilunios, sus sábados, y todas sus solemnidades.
Incluso, participar de aquellas celebraciones le produce hastío y desconsuelo, porque por no sentir ni siquiera siente a Dios dentro de sí, hasta exclamar el desgarrador grito de San Juan de la Cruz.

A dónde te escondiste
Amado y me dejaste con gemido
Como el ciervo huiste
Dejándome herido
Salí tras ti clamando y eras ido.
Es en esta situación de total y absoluta derrota de uno mismo cuando se dan las condiciones adecuadas para que Dios pueda hablarle al alma al corazón. Cuando todos los intentos de gritar han fracasado, cuando todas las súplicas parece que han sido inútiles, cuando el alma queda en silencio, allí en lo escondido, es entonces cuando todo su ser está capacitado para escuchar lo que Dios tiene que decirle. Antes no, pues las interferencias internas y externas generan un ruido de fondo tan atronador, que resulta imposible escuchar el mensaje de Dios al corazón.

Parábola de las campanas del templo sumergido

Chris había oído hablar en muchas ocasiones a su maestro del misterio del Templo de las Mil Campanas. Hace mucho, mucho tiempo, en las islas orientales, un hermoso templo budista alegraba a sus vecinos con el hermoso sonido de mil campanas. Con el paso de los años, el océano terminó por engullir en sus aguas ese hermoso lugar. Cuentan que, desde lo profundo del mar, las campanas del Templo siguen tañendo todos los días. Para poder ser testigos de tal espectáculo, el silencio tenía que reinar en el corazón.
Ahí estaba ella, de pie en la playa, lejos de su hogar. Había sido una dura decisión; pedir días en su trabajo, renunciar a sus ahorros, despedirse de sus seres queridos… Ahora, después de un viaje cansado, había llegado a su destino. Su corazón latía con fuerza; ¡había soñado tantas veces con este momento! Era el atardecer y el aire se había echado… Se sentó para escuchar con atención… pero sólo oyó olas. Ninguna campana, sólo el ruido del mar. “Será el cansancio del viaje”, pensó. Después de dormir todo lo que su cuerpo le pidió, desayunar con ganas, situarse en el precioso pueblo pescador, hablar con los ancianos del lugar para cerciorarse de que era la playa justa para escuchar las campanas… se sentó de nuevo en la orilla. Fijó su atención y estuvo durante mucho tiempo escuchando olas, gaviotas, viento, algún que otro niño… pero ninguna campana. Intentó, como había aprendido en su escuela de yoga, traspasar los ruidos para hacer silencio, pero estuvo ese día más de siete horas escuchando el ruido del mar. Cansada se fue a su pensión. Un par de ancianos la miraron sonrientes al verla volver con cara triste. Y así transcurrió toda una semana, un día tras otro, sin dejar de estar todo el tiempo que pudo en la playa. ¡Todo en vano! No  escuchó ninguna campana. Estaba agotada y muy triste. Había fracasado. No pudo cumplir su sueño. Primero pensó que era una pretenciosa occidental, que piensa que sabe hacerlo todo muy bien, pero que no es capaz de albergar ningún silencio en su corazón. Acabó por sentir que su maestro la había engañado y que no había ningún templo sumergido. Llegó el último día. Quiso despedirse del pueblo y de la playa.

Saludó amable a las personas que encontró en su camino, disfrutó por primera vez de la hermosura humilde de unas casas de tablones pintados de colores, comprobó que la selva casi se metía en las casas y que desde las calles se veían hermosos pájaros tropicales. Llegó a la playa, la misma playa de siempre y se sentó mirando el mar, queriendo mirar más hondo de lo que veía. Al poco rato se echó en la arena y vio un hermoso cielo azul. Las aves volaban con soltura casi sin mover las alas. Sintió la frescura de la brisa y el calor del sol que acariciaba su piel. Para disfrutar más del momento, cerró los ojos…
Se dejó llevar por primera vez del rumor pausado de las olas y estuvo escuchándolo sin la menor resistencia. Se sentía como suspendida en el mar, pero un mar de arena, viento y olas… No sabe cuánto tiempo pasó, pero, de pronto, escuchó una campana… ¡Sí, desde el fondo del mar! Y luego una esquila más aguda… y dos campanas grandotas y graves… y otra, y otra… Sin abrir los ojos pudo escuchar ese concierto armónico de mil campanas… Y su corazón se llenó de luz y alegría.
Cuando dejamos de exigir con preguntas, llegan las respuestas.
Cuando el deseo se duerme, despierta la realidad.
Ese es el efecto del desierto en el alma, conseguir su rendición total y absoluta a la acción de Dios. Pero so sólo es posible cuando al alma no le queda ni un solo Julio de energía, cuando el “yo” termina totalmente agotado y ya no puede más por sí mismo.
El objetivo de todo este proceso, el para qué de este calvario de silencio, vacío y soledad, no es otro que el duro aprendizaje del alma en cómo permitir su relación con Dios. Y esa relación íntima y rendida a Dios es lo que se denomina “oración”.
Los trabajos del hortelano.
En la entrada “65.- Los trabajos del hortelano”, hago referencia a cómo describe Santa Teresa las fases de la oración, desde la etapa de la oración verbal, pasando por la mental para terminar por la oración contemplativa. Las primeras fases son de fábrica humana, peticiones, súplicas, oraciones estereotipadas, litúrgicas, colectivas, con mucho artificio y mucho esfuerzo personal. Es como el hortelano que para traer agua al huerto tiene que cavar un pozo y sacar de él agua con polea, o bien desde el arroyo montar un conducto de arcaduces para verter el agua en las plantaciones, o montar el riego tendido, hasta que al final dice Dios, para, que el agua te la proporciono yo con la suave lluvia, y el huerto recibe el agua necesaria sin que el hortelano tenga que trabajar.

Y es que todo el proceso de desierto consiste de cómo hacer ver al alma que ella no tiene por qué hacer nada salvo “hágase en mí según tu palabra”. Lo demás corre de cuenta de Él.
«Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.»
Esto es lo único que Dios pedía del alma, que se dé cuenta de que con Él estaba mejor que ahora.

Conclusión
El desierto, una vez el alma se da cuenta de qué va el asunto, no es un estado tan desolador. Es más, al final se convierte en tu propia casa, donde pasas la mayor parte de tu vida. En él, y con el paso del tiempo te acostumbras a sus inclemencias y rigores, como los beduinos se han adaptado al desierto del Sahara. Uno se hace a ello, y renunciando a los “contentos” afectivos que te proporcionan las criaturas, como dice Santa Teresa, disfrutas mucho más de esa “extraña paz”, ese gozo, que finalmente experimentas en el silencio, en el vacío y en la aparente soledad. Casi que te resulta extraño esos regalos de Dios que de vez en cuando te ofrece, esas “consolaciones”, que el alma sedienta recibe con regocijo cuando alguien le ofrece un vaso de agua.
Y no hay más que decir, porque podría seguir escribiendo páginas y páginas de qué se experimenta en esta noche oscura, en este vacío profundo, en este desierto del alma, pero todo lo que pudiera seguir escribiendo supone tan sólo un infinitésimo de lo que el alma experimenta si es capaz de decir “sí, hágase tu voluntad”, y está dispuesta a renunciar tanto a las mundanas como a las religiosas “ollas de Egipto”.
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