Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

martes, 21 de enero de 2014

187.- Mientras su gente dormía









24 Otra parábola les propuso, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. 25 Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. 26 Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. 27 Los siervos del amo se acercaron a decirle: “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” 28 El les contestó: “Algún enemigo ha hecho esto.” Dícenle los siervos: “¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?” 29 Díceles: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. 30 Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.”» Mt 13.

Mientras su gente dormía.
Lo primero que uno lee en la parábola de la cizaña, tras haber sembrado el hombre buena semilla es “mientras su gente dormía”.
Se apunta una actitud de indolencia importante en la gente que supuestamente había recibido la responsabilidad de custodiar el campo sembrado. De no haber estado dormida, se supone que la acción dolosa del enemigo no se habría producido. Pero lo estaba, y entonces el enemigo aprovechó la ocasión y sembró la cizaña y se fue; y lo hizo sólo para fastidiar al vecino, porque la cizaña no tiene otra misión que la de fastidiar la cosecha, no la de crecer en vez del trigo. Es un simple acto de venganza.
De la cizaña he tratado en varias ocasiones, especialmente en la entrada 160.- La poda de la vid, desmundanizar la Iglesia. Así que no quiero en esta ocasión ahondar en este aspecto de la parábola que el lector puede leer en esta entrada.
Me quiero centrar ahora en algo que en lo personal es muy importante, y es lo que podemos hacer cada cual para convivir con esta ceremonia de la confusión que es el desarrollo de nuestra vida entre trigo y cizaña, o en otras palabras, de quién nos podemos fiar; dónde están los peligros y cómo desandar caminos que puede nos hayan llevado a ninguna parte.
Y de todo esto, como de todo lo demás que escribo en este blog, lo hago desde mi experiencia personal. Vuelvo a repetir que no soy un experto intelectual de esos que dan conferencias por aquí y por allá, y llenan salones de actos y publican constantemente, ni un destacado teólogo. Soy un anónimo ser humano empeñado en descubrir a Dios en mi vida, en seguir los pasos del Maestro, se le llame como se le llame y con independencia de las tradiciones religiosas. Por eso sólo puedo alegar en defensa de lo que escribo, en lo que yo mismo vengo experimentando en este camino plagado de espinas que es la vida terrestre que me ha tocado vivir ahora y no en mis conocimientos hermenéuticos y exegéticos, que por tener, no tengo ninguno. Esta mi posición de inculto teológico tiene como contrapartida la ventaja de que manifiesto una visión de hombre de la calle, que ve e interpreta según su buen saber y entender (que es poco), lo que otros más cultos le han transmitido, y lo que ve con sus propios ojos, pero que es el que le vale a él, con lo que se queda y lo que vive. Que estaré teológicamente equivocado, puede, pero que es con esto con lo que me quedo y expreso, eso también es verdad. Y si yo fuese eclesiástico, no me tomaría a broma interpretaciones como la que voy a exponer, por mucho que sean formalmente incorrectas.
Veamos. Al hablar de la Iglesia católica uno lo primero que recibe como mensaje es el mensaje evangélico de Jesús de Nazareth. Esto no tiene discusión, en él todo está dicho y el camino hacia el Padre perfectamente descrito.
Luego viene la interpretación que del Evangelio hace la Iglesia, que en esencia es correcta, pero…
Están los dogmas, que son verdades (o asertos considerados como verdades absolutas), a lo que estamos obligados a creer. Y no sólo son los del Credo, porque por haber, yo he contado en torno a 222 dogmas o verdades de fe que se pueden encontrar en la página web:
Y aviso a navegantes, son sentencias con certidumbre teológica, sin discusión alguna. No creer o no aceptar alguna de ellas nos pone en riesgos de condenación eterna, o al menos una buena época en el purgatorio (miles de años, quizás hasta que sea perdonado nuestro escepticismo).
Todas estas verdades de fe no están en el Evangelio de Jesús, son incorporaciones posteriores que como fardos nos obligan a arrastrar sí o sí nuestros pastores. Pero en fin, aceptemos que todas son indiscutibles, aunque algunas ponen los pelos como escarpias, pero bueno…
La segunda constancia que uno recibe desde la Iglesia es que en realidad hay por un lado dos iglesias y el mogollón de infieles por otro. Una Iglesia es la de primera división, formada por los curas y las monjas, después están los laicos, de segunda división, que sólo desde el Concilio Vaticano II se les ha dado una tentativa de carta de naturaleza más allá de ser la fábrica de nuevos cristianos. Y luego queda el resto de la Humanidad no católica (o sea, actualmente casi el 85% de los seres humanos), que esa no cuenta en los planes de Dios, a no ser que se convierta y sea bautizada según el rito católico para formar parte de la catolicidad.
Y uno ve cómo en general la normativa eclesiástica está hecha para la Iglesia de primera división, quedando para el pueblo llano un código moral de buenas costumbres (que en lo relativo a la sexualidad es un antinatural calvario) y la obligación de frecuentar los sacramentos (lo dijo Rouco un año al hablar de la preparación para la Navidad: hacer buenas obras y frecuentar los sacramentos, y ya está). A los no católicos, o se convierten, o “que les den”.
Y la tercera constancia es la que no hay día en la que se destape un nuevo escándalo en el seno del Vaticano. Es decir, que los santos prelados dejan de serlo cuando pasan por sus manos millones de dólares, o cuando sienten la tentación de la carne, por poner sólo dos ejemplos de perversión que generan tremendos escándalos mediáticos.
Ante este panorama, yo personalmente me he sentido tremendamente mal, angustiado y desorientado a lo largo de mi vida. Resumiendo todo esto, digamos que en el mensaje de la Iglesia católica hay dos componentes, uno el evangélico, que va siempre por delante en el discurso católico y el otro, el de la evidencia de las otras dos constancias, los fardos dogmáticos y las corrupciones internas, a las que me he referido, y de la que la Iglesia trata de no hablar, incluso lo niega, no sea que se le ahuyente el rebaño.
Si uno sólo ve el discurso evangélico y no ve o no quiere ver el segundo, entra en el círculo de los muy católicos que vitorean al papa al paso del papamóvil.
Si uno ve o se malicia el segundo, y le da predicamento, entonces casi con seguridad que abandonará el seno de la Iglesia y se convertirá en un agnóstico, escéptico o como queramos llamar a los alejados.
Pero si uno ve los dos y les da la importancia que tienen, es entonces cuando comprueba la veracidad de la parábola del trigo y la cizaña, y se ve en la obligación de tomar una actitud coherente con ambos discursos que, por cierto, son diametralmente antagónicos, pero (quitando la corrupción, que se sale completamente de madre), también han sido complementarios durante estos dos mil años, si de pastorear se trataba a gente inculta. El problema es que la gente ya no lo es tanto, y aparecen los problemas cuando dejamos de chuparnos el dedo.
Mientras la gente dormía (el común de los católicos), ha sido posible sembrar la cizaña de la confusión, con verdades teológicas incomprensible a veces y sin demasiada utilidad cara a afrontar el regreso del hijo pródigo. Un peso tan grande como el que los sumos sacerdotes y fariseos imponían al pueblo de Israel, y que Jesús denunció (entre otras cosas le mataron por eso).
Pero la gente ahora está empezando a despertar, y ya no es tan fácil engañar a los bobos. Merece la pena leer el manifiesto de Bertran Roussell titulado “por qué no soy cristiano”. Aunque no comparto sus tesis en general, hay planteamientos que hace, que sinceramente no le puedo quitar la razón.
¿Cómo es que tiene cizaña?
¿Cómo es que el mensaje de la Iglesia tiene cizaña? Nos preguntamos.
Algún enemigo lo ha hecho, responde el amo.
Aquí, la respuesta da para todos los gustos. Para los curas, la cizaña la planta el diablo, el mundo, el pecado; siempre alguien de fuera que se mete dentro, y en esto la Iglesia tiene toda la razón. Pero una vez metido dentro el problema es que “lo está”, es decir, entra a formar parte de la propia Iglesia, como un topo, en su calidad de infiltrado, de agente doble, aparentemente como uno de los nuestros. Y si lleva dos mil años infiltrado, está claro que se ha mimetizado completamente con el trigo y es casi imposible diferenciar a los buenos de los malos dentro del seno de la Iglesia, sobre todo si a los malos les da por medrar y alcanzar las más altas cotas de poder en el Vaticano, que para eso se han metido, y no sólo para ser curas de pueblo. Entonces podemos estar (y estamos) desde hace siglos, con una curia donde están perfectamente mezclados el buen trigo y la mala yerba. Y esto induce inevitablemente a la desconfianza total ante el colegio cardenalicio, que además ha dado razones suficientes a lo largo de la historia para desconfiar de ellos, protagonistas, como han sido de no pocas páginas oscuras.
A las pobres gentes incultas y sencillas (dormidas), o a los grandes intelectuales que sólo confían en su inteligencia (también dormidos), la cizaña ha podido engañarles hasta ahora, en los primeros creyéndose los cuentos de hadas que se les ha contado y en los segundos creyéndose sólo lo que ellos son capaces de comprender. Pero desde que a los cristianos católicos les dio por pensar tras el Renacimiento, cada vez han sido más las voces de librepensadores (término maldito para la Iglesia), que se han cuestionado lo que antes era impensable cuestionarse. Esto lo ha interpretado la Iglesia como ataques del maligno, y ha tratado de emplear todos los medios posibles para neutralizar esa emergente tendencia al cuestionamiento de su doctrina. En el Siglo XVIII, la ilustración, en el XIX el modernismo y en el XX, reventadas todas las defensas, los cuestionamientos prácticos y filosóficos han llevado a la Iglesia a una situación en la que es muy difícil sostener asertos que sólo son aceptables para gente que sigue creyendo que los niños vienen de París o que los Reyes magos existen de verdad; más o menos las pobres viejecitas octogenarias de misa diaria.
Y el gran problema es que la Iglesia es esclava y presa de sus propias palabras. ¿Cómo puede entenderse que algo que ha sido pecado mortal, a partir de una decisión del colegio cardenalicio, deje de serlo?. ¿Qué pasa con los condenados al infierno por ese pecado mortal que ya no lo es? ¿Se les saca del infierno? ¿Estaba en el infierno Galileo por decir que la Tierra giraba hasta que Juan Pablo II decidió que eso no era motivo de condenación eterna y entonces se le sacó del infierno?
No parece serio.
¿Qué es la cizaña?
La naturaleza de la cizaña no es otra que “la mentira”, en oposición a “la verdad”. Estos dos conceptos diametralmente antagónicos están obligados a convivir mientras el hombre camine por la faz de la tierra. Esta dualidad es inherente a la naturaleza humana temporal. Reconocer, diferenciar la verdad entre la mentira supone saber identificar el trigo entre la cizaña.
Yo creo que esta es la auténtica tragedia del ser humano, no saber diferenciar la una de la otra.
Hace años leí una frase en un libro de Consuelo Martín que decía:
“La verdad une, la mentira separa”.
Que traducido a lenguaje más concreto podría decir así:
“El amor une, el egoísmo, separa”
En este sentido, la cizaña se difunde por sí misma en tres niveles de agregación.
El primer nivel es el individual, el que afecta a cada uno de nosotros, donde aplica el egoísmo personal o el amor que sepamos derramar en los demás. Nuestra vida personal se desarrolla bajo el torbellino de la mezcla perfecta de verdad y mentira, de trigo y cizaña implantada desde nuestra niñez por el proceso educativo. Nos inyectan ideales, principios, aspiraciones, normas de comportamiento y compromiso que se supone son las propias de la tribu, de la comunidad, de la familia en la que crecemos. Una buena educación nos permite ser aceptados por los demás, nos convierte en buenos ciudadanos, buenos feligreses, buenos trabajadores, perfectamente integrados en el tejido social. Todo ello mientras “no pensemos, que nos va a castigar Dios”. En el extremo, esto aplica a lo que dice Escrivá en su libro Camino, la Biblia del Opus: “61. Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente: los seglares sólo pueden ser discípulos”. Es decir, ningún seglar puede levantar la voz para hablar, pues no está cualificado para ello, salvo de sus pequeñas cosas, o siempre que esté supervisado muy de cerca por un cura. Si esto lo dijo Escrivá, declarado oficialmente santo por la Iglesia, significa que esta es la postura de la propia Iglesia, supongo.
De esta forma la sordina puesta en nuestra mente y nuestros labios trata de convertirnos en fieles obedientes y sumisos a la clase sacerdotal. Es decir, nos convierte en almas dormidas, obligadas a aceptar todo lo que se nos imponga, porque la ovejas no pueden caminar sin pastor.
El segundo nivel es el de grupo o de movimiento colectivo, el que se origina cuando se constituyen las sectas, o las organizaciones y movimientos. Y ya lo advertía San Pablo.
4 Cuando dice uno «Yo soy de Pablo», y otro «Yo soy de Apolo», ¿no procedéis al modo humano? 5 ¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo?... ¡Servidores, por medio de los cuales habéis creído!, y cada uno según lo que el Señor le dio. 1 Cor. 3. 4-5
Pero hay veces en las que la excesiva adhesión a un determinado movimiento católico, convierte a sus seguidores en fanáticos defensores de lo propio, versus el resto, que ¡hasta ahí podíamos llegar! comparar el Opus con los neocates o estos con los cursillistas, o estos con los focolares, o estos con… y así, etc., etc. Donde cada cual defiende lo propio como lo mejor de lo mejor, hasta llegar a mirar con recelo a los demás. Esto es aplicable al resto de religiones, donde las diferentes facciones pueden llegar a desenvainar la espada del odio, como los chiíes y sunnies musulmanes, o como los protestantes y católicos del Ulster. Estas actitudes demuestran hasta qué punto los movimientos religiosos están impregnado de cizaña en cantidades extremas a veces.
El tercer nivel que es la Comunidad global, la Iglesia como garante de una determinada confesión religiosa, de una religión. En los tres niveles funciona el egoísmo (o mentira) y el amor (o verdad).
Aquí también aplica el separatismo del resto. Por ejemplo, en las preces de la misa de los domingos, jamás (y digo “jamás”) he escuchado que en primer lugar se pida a Dios “por la Humanidad entera”; no señor, primero se pide por la Iglesia católica por supuesto, a la que pertenece a penas el 17% de la Humanidad, al resto de seres humanos “que les den”, no son hijos de Dios, ni naturales, ni adoptivos, ni de ninguna clase. Después se pide por el Papa, los cardenales, los arzobispos, los obispos, los sacerdotes, los curas, los diáconos, los subdiáconos, los seminaristas, las monjas y por fin por el resto de feligreses.
En esta actitud que impresiona, aunque se proclame lo contrario, de predominio absoluto de la casta sacerdotal, donde todo está hecho para regir sus vidas, y mantener a los fieles adecuadamente adoctrinados con normas que van mucho más allá de lo que Jesús nos enseñó, el trigo está adecuadamente mezclado con la cizaña, de modo que no se pueda diferenciar por la gente “mientras permanezca dormida”.
Este planteamiento colisiona con un principio fundamental para entender todo este embrollo, el Único Mandamiento Universal:
34 “Un solo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. 35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.» Jn. 13, 34-35
Este es el principio de la Verdad, todo lo que no se manifiesta en amor, por exclusión es fruto de la mentira, es decir, del egoísmo. Y todo lo demás que se legisla, se codifica, se normaliza, si no está orientado a hacer efectivo ese amor de los unos a los otros es rigurosa mentira.
Y si la aplicación de esas normas que siempre serán “de valor añadido” y nunca esenciales, si generan separación entre los seres humanos, son fruto de la mentira, y si los unen, son fruto de la verdad.
Esto creo que no es negociable.
Otra cosa bien distinta es que la Verdad se vea como un peligro para los que se aprovechan de la mentira para conservar su statu quo, en cuyo caso:
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Mt. 5, 11
Y por otro lado, como casi absolutamente todos proclaman estar en posesión de la verdad, y el resto estar equivocados, se termina con ello el deletéreo principio de exclusión mutua que convierte esta vida en un auténtico infierno para los buscadores de la Verdad, decepcionados con la supuesta verdad que les han enseñado.
Se confunde Verdad con opinión, con creencias, con doctrinas, con dogmas, con normativas. Todo es una mezcla indigerible de conceptos, de argumentos mutuamente antagónicos, que tienen el mismo efecto desorientador como lo tendrían unas señales de tráfico que apuntasen en distintas direcciones hacia un mismo lugar de destino; ¿cuál sería la señal correcta y cuáles las falsas? El que no conozca el camino está perdido.
¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?
El primer impulso que a uno le surge ante semejante pandemónium es arrancar la cizaña.
Pero el amo se niega a hacer esto,
“No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo”.
Esto va a colación de un hecho extremadamente importante; nadie es capaz en primera instancia de diferenciar el trigo de la cizaña (la Verdad de la mentira)… si vive dormido, si está dormido. Es más, en un violento ataque de ira, en la creencia de creer saber diferenciarlos, puede empezar a cortar indiscriminadamente tanto el trigo como la cizaña.
Y como no hemos hecho caso al amo, y hemos tratado de arrancar lo que nosotros consideramos (a nuestro juicio) que es la cizaña, al final esto desemboca en los conocidos radicalismos, integrismos, fanatismos, intolerancia religiosa y en fin, en la aplicación indiscriminada del referido principio de mutua exclusión, donde sólo si el otro se arrodilla a mis tesis, soy capaz de aceptarle y perdonarle.
La semana del 12 al 25 de enero es la dedicada a la oración por la unidad de los cristianos. De sobra es sabido que esa unidad, para la Iglesia católica, solo será posible si los demás cristianos (lógicamente equivocados), aceptan la única verdad de la que ella es garante. Lo demás no será nada más que un brindis de buenas intenciones.
Así que:
Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega
Es decir, no temáis porque ambos, trigo y cizaña convivan juntos. Que en realidad es lo que sucede, que la Verdad está mezclada con la mentira. A lo que nosotros no hacemos más que recriminarle a Dios “¿por qué consientes el mal en el mundo?”
Pues esta es la razón, porque somos incapaces como seres humanos de discriminar el mal del bien, para conservar el bien y erradicar el mal. Jesús nos lo enseñó, pero parece que no le hemos hecho caso.
Porque estamos dormidos. Y estando dormidos, vivimos nuestro particular sueño, nuestra particular realidad en nuestra particular matriz espacio temporal, en nuestro confinador, en nuestro modelo de realidad elaborado por nuestro pensamiento. Y eso a los tres niveles antes mencionados, el personal, el de grupo y el de comunidad global.
Desobedecer la recomendación del amo ha convertido el escenario político y religioso en el mundo en el germen de las guerras y conflictos más devastadores que ha conocido la Humanidad. Ha prevalecido el principio de mutua exclusión.
PRINCIPIO DE EXCLUSIÓN MUTUA
Se define así: “yo tengo razón, tú no la tienes”. Y el otro dice exactamente lo mismo.
Esta actitud se basa en dos actitudes: no-escucha y no-confianza.
La no escucha nos impide tomar en consideración los argumentos del otro, en la medida en que al menos “pudieran estar en lo cierto en todo o en parte”. Y la no confianza impide considerar siquiera la posibilidad de que el otro pueda aceptar nuestras tesis, y mucho menos, confiarle nuestro bien, nuestra persona.
Entre el recelo y la ancestral sordera se desarrolla nuestra vida, donde todo parece dar vuelta en torno a nosotros mismos. Es aceptar como cierto “el mundo según yo”, pero sobre todo pretender que los demás acepten que “el mundo es también según yo”, lo que supone una actitud de (perdónenme la expresión), gilipollas.
Así, desde que el homínido de 2001 una odisea en el espacio (Moonwatcher) tomó conciencia del poder que le generaba blandir el fémur de una cebra, es decir, desde Adán y Eva, nos hemos forjado cada cual un mundo según yo, rechazando los múltiples mundos según los demás. Y eso mutuamente.
 
La guerra quedó servida desde ese mismo instante en todos sus niveles, desde el conflicto con uno mismo, trifurcas matrimoniales, familiares, grupales, nacionales, e internacionales, lo que dio lugar a los ejércitos (que cada uno existe porque existen otros que le pueden amenazar), y a las religiones, donde cada una de ellas parece existir en contraposición a las demás que también existen y a las que se considera “infieles”.
El principio de exclusión mutua, no rige entre el trigo y la cizaña, sino entre diferentes tipos de cizañas, que compiten entre sí por prevalecer sobre las demás. El trigo sabe que es trigo, pero la cizaña puede llegar a creerse, estar convencida de que es trigo, y como dice Friedrich Nietzsche…
“La convicción absoluta es más peligrosa para la verdad, que la propia mentira.”
Al tiempo de la siega
Diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.
Por eso es necesario esperar al tiempo de la siega, donde sabremos ver y discriminar el trigo para almacenarlo y la cizaña para quemarla; la Verdad para vivirla y la mentira para desterrarla de nuestras vidas.
La creencia general sobre el tiempo de la siega es la del día del juicio, con grandes signos cósmicos y trompetería angélica y querubínica incluida. Donde parece ser que despertaremos de nuestro largo letargo (“mientras su gente dormía”), y veremos con claridad.
Respecto a esta cuestión, creo que hay que significar una visión alternativa a esta generalizada y doctrinal creencia.
¿Qué es la siega?
Yo juraría a riesgo de equivocarme, que la siega es el hecho del despertar, y a dos niveles, el individual en el que la persona es iluminada con la Verdad, y el colectivo en el que la Humanidad empiece a ver la claridad de la Verdad, a salir de su letargo (no sé si con efectos especiales incluidos o no; esta es otra cuestión que ahora no interesa).
Desde nuestros ancestros los homínidos, los humanos hemos vivido en la noche oscura de los sentidos y de la mente, y no digamos del espíritu, creyendo sólo en lo que ven nuestros ojos y entiende nuestra inteligencia, que para lo cotidiano está bien, pero totalmente inútil para sondear la Verdad.
En ese tiempo que es literalmente toda la historia de la Humanidad, han sido necesario pastores que supuestamente conocían la verdad, para conducir a los fieles por el verdadero camino. Es el papel que han cumplido las religiones en su conjunto. El único problema es que no ha sido del todo así, pues al convivir trigo con cizaña, incluso los pastores no han tenido claro la diferencia entre ambos, y han conducido al rebaño con verdades a medias. A fin de cuenta, los pastores no han sido ni son seres beatíficos ni iluminados (salvo excepciones), sino gente normal que ha estudiado teología y tras aprobar los exámenes y pasar de curso, se han puesto a predicar con licencia eclesiástica a sus parroquias, y más o menos las parroquias les ha hecho caso, “mientras vivían dormidas”.
Muy de vez en cuando han aparecido entre las gentes personas que por alguna razón han sido despertadas, y han sabido ver la Verdad. Algunas han sabido transmitir su vivencia y han generado movimientos espirituales extremadamente importantes a lo largo de la Historia, como por ejemplo Gaitama Sidharta (el iluminado o el Buda en las lenguas orientales), Confucio, Lao Tse, Sankara, Rumi, Moisés, Isaías, Zarathustra, Mohamed (Mahoma para los occidentales) y Jesús de Nazareth (el ungido, el Cristo). La mayoría de ellos terminaron sus vidas malamente, por revelarse de alguna forma contra el status quo imperante, gobernado por castas de chamanes y sacerdotes contaminados con cizaña, y afincados en un estado de poder al filo de la tiranía espiritual, económica y política, que no podía consentir que semejantes personajes alteraran el estado de las cosas, basado en mantener a la gente dormida. Me viene a la mente aquel calificativo que dio Karl Marx a la religión.
Y luego ha habido seguidores de estos últimos, que también en estado de iluminación han sabido descubrir la Verdad, o ésta les ha sido revelada. Se trata de los místicos, habitualmente confinados convenientemente en monasterios, a ser posible de clausura, no sea que soliviantasen a las gentes sencillas.
Y así ha caminado la Humanidad entre el Cielo de la Verdad y la Tierra de la mentira, entre la defensa a ultranza de asertos calificados de verdad y por ello con carácter estático e incuestionable, y el deseo de buscar esa verdad que a poco que el alma se desperece, empieza a cuestionarse la veracidad de lo que le han hecho creer. El problema es que en ese proceso de desengaño uno arrampla tanto con la cizaña como con el trigo, y rechaza tanto lo que es mentira, como lo que es realmente verdad. De ahí surgen los agnósticos, escépticos y ateos, tras un proceso doloroso de desengaño más lesivo aún que el hecho de permanecer dormido. Por eso el Maestro recomienda no cortar la cizaña mientras vivimos dormidos, porque el remedio va a ser peor que la enfermedad; porque no vamos a saber qué es lo que vamos a cortar.
Cada ser humano que ha sido iluminado por Dios, ha despertado de su letargo, invitado a entrar por la puerta estrecha, ha cruzado el umbral entre una práctica religiosa de “joven rico” (de cumplo y miento), para dejarlo todo y seguirle.
Es aquí donde Jesús de Nazareth muestra su diferencia entre los demás seres humanos, en que Él se revela como el Camino, la Verdad y la Vida. No es un hombre que recibió la iluminación, la lucidez, es la luz, la lucidez; no es un hombre que encontró el camino, Él es el Camino; no es un hombre que supo encontrar la Verdad, Él es la Verdad; y no es un hombre que renació a la Vida, Él es la Vida. Él no es uno más, es el Mesías y por definición, patrimonio de toda la Humanidad;  que ha sido confinado por los dirigentes de la Iglesia en los estrechos confines de una religión más entre otras muchas, en vez de presentarlo al mundo como culminación de lo manifestado por Dios a toda la Humanidad, con independencia de religiones, o incluso dando un paso trascendental, que es el de superar el estado de lo religioso (estado del joven rico), para entrar en el camino espiritual (déjalo todo y sígueme). Lo dijo Jesús bien clarito, pero no parece de verdad de la buena, que se le haya hecho el menor caso.
Todos los que han experimentado siguiendo sus pasos, la unión con la Divina Realidad, han experimentado, han vivido la Verdad, y han sabido distinguir entre el trigo y la cizaña. Y justamente por haber recibido este don, han sido vistos como ectópicos dentro de una tribu sumisa y obediente, gobernada por una casta que en un porcentaje significativo ha estado a lo largo de la Historia contaminada por la cizaña que el “enemigo sembró”, incapaz de distinguir lo uno de lo otro. Estas personas se adelantaron al tiempo de la siega, o simplemente vivieron el tiempo de la siega, es decir, el tiempo de la lucidez. Claro ejemplo lo tenemos en Meister Eckhart, que en el Siglo XIII fue uno de los místicos más importantes de la Iglesia, y que por sus sermones, de una profundidad espiritual inigualable, fue condenado por el Vaticano, bajo el argumento de que “confundía a las gentes sencillas”.
Una de las peculiaridades de Dios es que parece comportarse de modo contradictorio, porque por una parte nos muestra el camino, pero por otra no impide que el enemigo contamine su propia obra con cizaña, y nos obliga a caminar como ovejas en medio de lobos, siendo los lobos personas no de fuera de la Iglesia, que también, sino de dentro, enrocadas sagazmente en el mismo seno de la Comunidad.
Esta situación confusa y peligrosa, que nos obliga a estar en guardia, “velar y orar”, convierte esta vida en un arriesgado experimento, del que encima, se nos acusa a todos los seres humanos de ser los culpables por aquello del pecado original que cometió Moonwatcher (el homínido de 2001) y su pareja (o sea, Adán y Eva), desde el momento que se vio a sí mismo con el poder de ir por ahí dando mandobles a los tapires.
Pero en la actualidad, algo está sucediendo en el mundo, de lo que no parecen darse cuenta las organizaciones religiosas, centradas como están en sus cosas, dormidas como están, al punto casi de roncar (a efectos de lucidez), dedicadas a sus asuntos, que son los necesarios para mantener la estructura montada, manteniendo a ultranza el principio de exclusión mutua.
Las organizaciones religiosas centran todo su enfoque hacia el común de las gentes en “la práctica religiosa”. Muestran un programa que cumplir, unos mandamientos que guardar, un código de comportamiento, pero se guardan lo más importante, “la visión de la vida”, que es lo que Jesús nos transmitió con su palabra y con su vida. Todo se centra en la práctica, lo que uno con sus pocas luces puede hacer, y rogando a Dios una ayudita y a la Virgen que interceda ante su hijo el intercesor ante el irascible Padre. Pero saben (o acaso no lo sepan salvo los que lo han experimentado), que no se puede entrar por la senda estrecha por voluntad propia (para el hombre salvarse es imposible, dice Jesús), sino dejando que Dios abra la puerta de esa senda, te tome de la mano y tú aceptes ser introducido en ella. Es como los monjes tibetanos, que llegan a los lamasterios con el deseo de entrar, pero encontrarán la puerta cerrada; sólo desde dentro la puerta será abierta, en la medida en que el monje haya mostrado paciencia en saber esperar hasta que se abra.
Así que mientras la actitud de los seres humanos en su relación con Dios se centre en un “yo puedo, yo valgo y yo sé”, la puerta de entrada estará cerrada. Y como uno se cansa de esperar, regresamos a la actitud de joven rico, a nuestra zona de confort, que aunque aburrida, al menos sabemos que si cumplimos con los preceptos, los sacerdotes nos garantizan un trato de favor en la hora de nuestra muerte, amén.
Nuestra zona de confort
La zona de confort es un estado de comportamiento en el que la persona actúa y vive en una condición de algo parecido a un estado de “tensión neutral”, donde consigue un adecuado rendimiento en sus actividades sin experimentar un especial sentido de riesgo. Todo esto según lo explica la Psicología en los términos expresados por Alasdair K. White en su libro “From Confort Zone to performance management” publicado en 2009. Es una teoría en boga en el ámbito del coaching, tan actual en las escuelas de negocios, como forma de sofronizar al personal para que rinda más pagándole menos, que de eso se trata.
Dice Wikipedia que en el coaching, zona de confort es el conjunto de límites que, sutilmente, la persona acaba por confundir con el marco de su íntima existencia. Define muy gráficamente el acomodo de aquellas personas que han renunciado a tomar iniciativas que les permitan gobernar sus vidas, dado que el sólo intento de plantearse esos retos, les produce una tensión emocional (un estrés, para entendernos) insoportable.
En la zona de confort el individuo se siente cómodo a pesar de que el jefe sea un cabronazo, la mujer se la esté pegando con su mejor amigo, tenga que recorrer cuarenta kilómetros desde su casa al trabajo todos los días soportando un monumental atasco todas las mañana, cobre una miseria, pero eso sí, puede ver el futbol todos los fines de semana tomarse unas cañas con los amigos y, mira por donde, su equipo va el primero en la liga (pan y circo, que decían los romanos).
Trasladando esta exposición a lo que nos ocupa, zona de confort es la que vive todo cristiano que practica, como está mandado por la Iglesia, la fe del joven rico, ir a misa los domingos, no putear demasiado al vecino, y por supuesto marcar la equis de la Iglesia católica en la declaración de la renta. Con ese perfil de feligrés Rouco estaría encantado de la vida; ya lo dijo él (hacer buenas obras y frecuentar los sacramentos),  echar algunos rezos de vez en cuando y seguir los pasos de Semana Santa con un cirio en la mano.
Claro está que esto es “de facto”, aunque no “de iure”, porque en este sentido, siempre se pondrá en el púlpito de las homilías como ideal de vida el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. La diferencia abismal entre un cristianismo de iure (evangélico) y un cristianismo de facto (practicante), es tal, que obliga al feligrés a entrar por la senda estrecha. Pero a eso no se nos ha enseñado, porque nos obliga a salir de nuestra zona de confort a una zona, primero de aprendizaje, de exploración, de búsqueda, y en último extremo entrar en la zona de riesgo, donde nuestras capacidades son absolutamente inútiles para avanzar (para el hombre es imposible salvarse, pero para Dios, todo es posible), y esta zona de riesgo es la que se plasma en la mística universal, explicada para nuestro entorno cultural y religioso por los místicos cristianos, especialmente San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Y eso es tela marinera, a parte de que el cura, a no ser que se tenga la extraordinaria suerte de dar con un cura místico, se convierte más en un estorbo que en una ayuda, porque la mística no se puede aprender en los libros; hay que vivirla, experimentarla. Y ese tipo de personas se cuentan con los dedos de una mano.
Pero eso implica el ferviente deseo de despertar, o mejor dicho, de ser despertado del letargo en el que personal, grupal y colectivamente hemos vivido el común de los cristianos durante dos mil años.
Pero con todo lo expuesto, sin embargo “todo está bien”, que es lo curioso. Lo expuesto parece una maldición gitana, con perdón de los gitanos, pero está bien, está previsto y así ha de ser. Estos son los planes de Dios; Él sabrá por qué.
Esto es lo que nos trae de cabeza a los creyentes. Ya podría haberle Dios quitado de la cabeza a una sola persona, al Kaiser y a Hitler, la locura de meternos cada uno en una Guerra Mundial. Y sin embargo no lo hizo.
Y así ha debido ser.
Cizaña y trigo han de convivir juntos. Y así ha de ser.
Ha de llover sobre justos e injustos. Y así ha de ser.
No tengo más que decir.