24 Otra parábola les propuso,
diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena
semilla en su campo. 25 Pero, mientras su gente dormía, vino su
enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. 26 Cuando
brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. 27
Los siervos del amo se acercaron a decirle: “Señor, ¿no sembraste semilla buena
en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” 28 El les contestó: “Algún
enemigo ha hecho esto.” Dícenle los siervos: “¿Quieres, pues, que vayamos a
recogerla?” 29 Díceles: “No, no sea que, al recoger la cizaña,
arranquéis a la vez el trigo. 30 Dejad que ambos crezcan juntos
hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero
la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi
granero.”» Mt 13.
Mientras su gente dormía.
Lo primero que uno lee en la parábola de la
cizaña, tras haber sembrado el hombre buena semilla es “mientras su gente
dormía”.
Se apunta una actitud de indolencia importante
en la gente que supuestamente había recibido la responsabilidad de custodiar el
campo sembrado. De no haber estado dormida, se supone que la acción dolosa del
enemigo no se habría producido. Pero lo estaba, y entonces el enemigo aprovechó
la ocasión y sembró la cizaña y se fue; y lo hizo sólo para fastidiar al
vecino, porque la cizaña no tiene otra misión que la de fastidiar la cosecha,
no la de crecer en vez del trigo. Es un simple acto de venganza.
De la cizaña he tratado en varias ocasiones,
especialmente en la entrada 160.- La poda de la vid, desmundanizar la Iglesia.
Así que no quiero en esta ocasión ahondar en este aspecto de la parábola que el
lector puede leer en esta entrada.
Me quiero centrar ahora en algo que en lo
personal es muy importante, y es lo que podemos hacer cada cual para convivir
con esta ceremonia de la confusión que es el desarrollo de nuestra vida entre
trigo y cizaña, o en otras palabras, de quién nos podemos fiar; dónde están los
peligros y cómo desandar caminos que puede nos hayan llevado a ninguna parte.
Y de todo esto, como de todo lo demás que
escribo en este blog, lo hago desde mi experiencia personal. Vuelvo a repetir
que no soy un experto intelectual de esos que dan conferencias por aquí y por
allá, y llenan salones de actos y publican constantemente, ni un destacado
teólogo. Soy un anónimo ser humano empeñado en descubrir a Dios en mi vida, en
seguir los pasos del Maestro, se le llame como se le llame y con independencia
de las tradiciones religiosas. Por eso sólo puedo alegar en defensa de lo que
escribo, en lo que yo mismo vengo experimentando en este camino plagado de espinas
que es la vida terrestre que me ha tocado vivir ahora y no en mis conocimientos
hermenéuticos y exegéticos, que por tener, no tengo ninguno. Esta mi posición
de inculto teológico tiene como contrapartida la ventaja de que manifiesto una
visión de hombre de la calle, que ve e interpreta según su buen saber y
entender (que es poco), lo que otros más cultos le han transmitido, y lo que ve
con sus propios ojos, pero que es el que le vale a él, con lo que se queda y lo
que vive. Que estaré teológicamente equivocado, puede, pero que es con esto con
lo que me quedo y expreso, eso también es verdad. Y si yo fuese eclesiástico,
no me tomaría a broma interpretaciones como la que voy a exponer, por mucho que
sean formalmente incorrectas.
Veamos. Al hablar de la Iglesia católica uno
lo primero que recibe como mensaje es el mensaje evangélico de Jesús de
Nazareth. Esto no tiene discusión, en él todo está dicho y el camino hacia el Padre
perfectamente descrito.
Luego viene la interpretación que del
Evangelio hace la Iglesia, que en esencia es correcta, pero…
Están los dogmas, que son verdades (o asertos
considerados como verdades absolutas), a lo que estamos obligados a creer. Y no
sólo son los del Credo, porque por haber, yo he contado en torno a 222 dogmas o
verdades de fe que se pueden encontrar en la página web:
Y aviso a navegantes, son sentencias con
certidumbre teológica, sin discusión alguna. No creer o no aceptar alguna de
ellas nos pone en riesgos de condenación eterna, o al menos una buena época en
el purgatorio (miles de años, quizás hasta que sea perdonado nuestro
escepticismo).
Todas estas verdades de fe no están en el
Evangelio de Jesús, son incorporaciones posteriores que como fardos nos obligan
a arrastrar sí o sí nuestros pastores. Pero en fin, aceptemos que todas son
indiscutibles, aunque algunas ponen los pelos como escarpias, pero bueno…
La segunda constancia que uno recibe desde la
Iglesia es que en realidad hay por un lado dos iglesias y el mogollón de
infieles por otro. Una Iglesia es la de primera división, formada por los curas
y las monjas, después están los laicos, de segunda división, que sólo desde el
Concilio Vaticano II se les ha dado una tentativa de carta de naturaleza más
allá de ser la fábrica de nuevos cristianos. Y luego queda el resto de la
Humanidad no católica (o sea, actualmente casi el 85% de los seres humanos),
que esa no cuenta en los planes de Dios, a no ser que se convierta y sea
bautizada según el rito católico para formar parte de la catolicidad.
Y uno ve cómo en general la normativa
eclesiástica está hecha para la Iglesia de primera división, quedando para el
pueblo llano un código moral de buenas costumbres (que en lo relativo a la
sexualidad es un antinatural calvario) y la obligación de frecuentar los
sacramentos (lo dijo Rouco un año al hablar de la preparación para la Navidad:
hacer buenas obras y frecuentar los sacramentos, y ya está). A los no
católicos, o se convierten, o “que les den”.
Y la tercera constancia es la que no hay día
en la que se destape un nuevo escándalo en el seno del Vaticano. Es decir, que
los santos prelados dejan de serlo cuando pasan por sus manos millones de
dólares, o cuando sienten la tentación de la carne, por poner sólo dos ejemplos
de perversión que generan tremendos escándalos mediáticos.
Ante este panorama, yo personalmente me he
sentido tremendamente mal, angustiado y desorientado a lo largo de mi vida.
Resumiendo todo esto, digamos que en el mensaje de la Iglesia católica hay dos
componentes, uno el evangélico, que va siempre por delante en el discurso
católico y el otro, el de la evidencia de las otras dos constancias, los fardos
dogmáticos y las corrupciones internas, a las que me he referido, y de la que
la Iglesia trata de no hablar, incluso lo niega, no sea que se le ahuyente el
rebaño.
Si uno sólo ve el discurso evangélico y no ve
o no quiere ver el segundo, entra en el círculo de los muy católicos que
vitorean al papa al paso del papamóvil.
Si uno ve o se malicia el segundo, y le da
predicamento, entonces casi con seguridad que abandonará el seno de la Iglesia
y se convertirá en un agnóstico, escéptico o como queramos llamar a los
alejados.
Pero si uno ve los dos y les da la importancia
que tienen, es entonces cuando comprueba la veracidad de la parábola del trigo
y la cizaña, y se ve en la obligación de tomar una actitud coherente con ambos
discursos que, por cierto, son diametralmente antagónicos, pero (quitando la
corrupción, que se sale completamente de madre), también han sido
complementarios durante estos dos mil años, si de pastorear se trataba a gente
inculta. El problema es que la gente ya no lo es tanto, y aparecen los
problemas cuando dejamos de chuparnos el dedo.
Mientras la gente dormía (el común de los
católicos), ha sido posible sembrar la cizaña de la confusión, con verdades
teológicas incomprensible a veces y sin demasiada utilidad cara a afrontar el
regreso del hijo pródigo. Un peso tan grande como el que los sumos sacerdotes y
fariseos imponían al pueblo de Israel, y que Jesús denunció (entre otras cosas
le mataron por eso).
Pero la gente ahora está empezando a
despertar, y ya no es tan fácil engañar a los bobos. Merece la pena leer el
manifiesto de Bertran Roussell titulado “por qué no soy cristiano”. Aunque no comparto
sus tesis en general, hay planteamientos que hace, que sinceramente no le puedo
quitar la razón.
¿Cómo es que tiene cizaña?
¿Cómo es que el mensaje de la Iglesia tiene
cizaña? Nos preguntamos.
Algún enemigo lo ha hecho, responde el amo.
Aquí, la respuesta da para todos los gustos.
Para los curas, la cizaña la planta el diablo, el mundo, el pecado; siempre
alguien de fuera que se mete dentro, y en esto la Iglesia tiene toda la razón.
Pero una vez metido dentro el problema es que “lo está”, es decir, entra a
formar parte de la propia Iglesia, como un topo, en su calidad de infiltrado,
de agente doble, aparentemente como uno de los nuestros. Y si lleva dos mil
años infiltrado, está claro que se ha mimetizado completamente con el trigo y
es casi imposible diferenciar a los buenos de los malos dentro del seno de la
Iglesia, sobre todo si a los malos les da por medrar y alcanzar las más altas
cotas de poder en el Vaticano, que para eso se han metido, y no sólo para ser
curas de pueblo. Entonces podemos estar (y estamos) desde hace siglos, con una
curia donde están perfectamente mezclados el buen trigo y la mala yerba. Y esto
induce inevitablemente a la desconfianza total ante el colegio cardenalicio,
que además ha dado razones suficientes a lo largo de la historia para
desconfiar de ellos, protagonistas, como han sido de no pocas páginas oscuras.
A las pobres gentes incultas y sencillas
(dormidas), o a los grandes intelectuales que sólo confían en su inteligencia
(también dormidos), la cizaña ha podido engañarles hasta ahora, en los primeros
creyéndose los cuentos de hadas que se les ha contado y en los segundos
creyéndose sólo lo que ellos son capaces de comprender. Pero desde que a los
cristianos católicos les dio por pensar tras el Renacimiento, cada vez han sido
más las voces de librepensadores (término maldito para la Iglesia), que se han
cuestionado lo que antes era impensable cuestionarse. Esto lo ha interpretado
la Iglesia como ataques del maligno, y ha tratado de emplear todos los medios
posibles para neutralizar esa emergente tendencia al cuestionamiento de su
doctrina. En el Siglo XVIII, la ilustración, en el XIX el modernismo y en el
XX, reventadas todas las defensas, los cuestionamientos prácticos y filosóficos
han llevado a la Iglesia a una situación en la que es muy difícil sostener
asertos que sólo son aceptables para gente que sigue creyendo que los niños
vienen de París o que los Reyes magos existen de verdad; más o menos las pobres
viejecitas octogenarias de misa diaria.
Y el gran problema es que la Iglesia es
esclava y presa de sus propias palabras. ¿Cómo puede entenderse que algo que ha
sido pecado mortal, a partir de una decisión del colegio cardenalicio, deje de
serlo?. ¿Qué pasa con los condenados al infierno por ese pecado mortal que ya no
lo es? ¿Se les saca del infierno? ¿Estaba en el infierno Galileo por decir que
la Tierra giraba hasta que Juan Pablo II decidió que eso no era motivo de
condenación eterna y entonces se le sacó del infierno?
No parece serio.
¿Qué es la cizaña?
La naturaleza de la cizaña no es otra que “la
mentira”, en oposición a “la verdad”. Estos dos conceptos diametralmente
antagónicos están obligados a convivir mientras el hombre camine por la faz de
la tierra. Esta dualidad es inherente a la naturaleza humana temporal.
Reconocer, diferenciar la verdad entre la mentira supone saber identificar el
trigo entre la cizaña.
Yo creo que esta es la auténtica tragedia del
ser humano, no saber diferenciar la una de la otra.
Hace años leí una frase en un libro de
Consuelo Martín que decía:
“La verdad une, la mentira separa”.
Que traducido a lenguaje más concreto podría
decir así:
“El amor une, el egoísmo, separa”
En este sentido, la cizaña se difunde por sí
misma en tres niveles de agregación.
El
primer nivel es el individual, el que afecta a cada
uno de nosotros, donde aplica el egoísmo personal o el amor que sepamos
derramar en los demás. Nuestra vida personal se desarrolla bajo el torbellino
de la mezcla perfecta de verdad y mentira, de trigo y cizaña implantada desde
nuestra niñez por el proceso educativo. Nos inyectan ideales, principios,
aspiraciones, normas de comportamiento y compromiso que se supone son las
propias de la tribu, de la comunidad, de la familia en la que crecemos. Una
buena educación nos permite ser aceptados por los demás, nos convierte en
buenos ciudadanos, buenos feligreses, buenos trabajadores, perfectamente
integrados en el tejido social. Todo ello mientras “no pensemos, que nos va a
castigar Dios”. En el extremo, esto aplica a lo que dice Escrivá en su libro
Camino, la Biblia del Opus: “61. Cuando
un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente: los seglares
sólo pueden ser discípulos”. Es decir, ningún seglar puede levantar la voz
para hablar, pues no está cualificado para ello, salvo de sus pequeñas cosas, o
siempre que esté supervisado muy de cerca por un cura. Si esto lo dijo Escrivá,
declarado oficialmente santo por la Iglesia, significa que esta es la postura
de la propia Iglesia, supongo.
De esta forma la sordina puesta en nuestra
mente y nuestros labios trata de convertirnos en fieles obedientes y sumisos a
la clase sacerdotal. Es decir, nos convierte en almas dormidas, obligadas a aceptar
todo lo que se nos imponga, porque la ovejas no pueden caminar sin pastor.
El
segundo nivel es el de grupo o de movimiento colectivo,
el que se origina cuando se constituyen las sectas, o las organizaciones y movimientos.
Y ya lo advertía San Pablo.
4 Cuando dice uno «Yo soy de Pablo», y otro «Yo soy de Apolo», ¿no
procedéis al modo humano? 5 ¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo?...
¡Servidores, por medio de los cuales habéis creído!, y cada uno según lo que el
Señor le dio. 1 Cor. 3. 4-5
Pero hay veces en las que la excesiva adhesión
a un determinado movimiento católico, convierte a sus seguidores en fanáticos
defensores de lo propio, versus el resto, que ¡hasta ahí podíamos llegar! comparar
el Opus con los neocates o estos con los cursillistas, o estos con los
focolares, o estos con… y así, etc., etc. Donde cada cual defiende lo propio
como lo mejor de lo mejor, hasta llegar a mirar con recelo a los demás. Esto es
aplicable al resto de religiones, donde las diferentes facciones pueden llegar
a desenvainar la espada del odio, como los chiíes y sunnies musulmanes, o como
los protestantes y católicos del Ulster. Estas actitudes demuestran hasta qué
punto los movimientos religiosos están impregnado de cizaña en cantidades
extremas a veces.
El tercer
nivel que es la Comunidad global, la Iglesia como
garante de una determinada confesión religiosa, de una religión. En los tres niveles
funciona el egoísmo (o mentira) y el amor (o verdad).
Aquí también aplica el separatismo del resto.
Por ejemplo, en las preces de la misa de los domingos, jamás (y digo “jamás”)
he escuchado que en primer lugar se pida a Dios “por la Humanidad entera”; no
señor, primero se pide por la Iglesia católica por supuesto, a la que pertenece
a penas el 17% de la Humanidad, al resto de seres humanos “que les den”, no son
hijos de Dios, ni naturales, ni adoptivos, ni de ninguna clase. Después se pide
por el Papa, los cardenales, los arzobispos, los obispos, los sacerdotes, los
curas, los diáconos, los subdiáconos, los seminaristas, las monjas y por fin
por el resto de feligreses.
En esta actitud que impresiona, aunque se
proclame lo contrario, de predominio absoluto de la casta sacerdotal, donde
todo está hecho para regir sus vidas, y mantener a los fieles adecuadamente
adoctrinados con normas que van mucho más allá de lo que Jesús nos enseñó, el
trigo está adecuadamente mezclado con la cizaña, de modo que no se pueda
diferenciar por la gente “mientras permanezca dormida”.
Este planteamiento colisiona con un principio
fundamental para entender todo este embrollo, el Único Mandamiento Universal:
34 “Un solo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros. Que,
como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. 35
En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a
los otros.» Jn. 13, 34-35
Este es el principio de la Verdad, todo lo que
no se manifiesta en amor, por exclusión es fruto de la mentira, es decir, del
egoísmo. Y todo lo demás que se legisla, se codifica, se normaliza, si no está
orientado a hacer efectivo ese amor de los unos a los otros es rigurosa
mentira.
Y si la aplicación de esas normas que siempre
serán “de valor añadido” y nunca esenciales, si generan separación entre los
seres humanos, son fruto de la mentira, y si los unen, son fruto de la verdad.
Esto creo que no es negociable.
Otra cosa bien distinta es que la Verdad se
vea como un peligro para los que se aprovechan de la mentira para conservar su
statu quo, en cuyo caso:
Bienaventurados
seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal
contra vosotros por mi causa. Mt. 5, 11
Y por otro lado, como casi absolutamente todos
proclaman estar en posesión de la verdad, y el resto estar equivocados, se
termina con ello el deletéreo principio
de exclusión mutua que convierte esta vida en un auténtico infierno
para los buscadores de la Verdad, decepcionados con la supuesta verdad que les
han enseñado.
Se confunde Verdad con opinión, con creencias,
con doctrinas, con dogmas, con normativas. Todo es una mezcla indigerible de
conceptos, de argumentos mutuamente antagónicos, que tienen el mismo efecto
desorientador como lo tendrían unas señales de tráfico que apuntasen en
distintas direcciones hacia un mismo lugar de destino; ¿cuál sería la señal
correcta y cuáles las falsas? El que no conozca el camino está perdido.
¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?
El primer impulso que a uno le surge ante
semejante pandemónium es arrancar la cizaña.
Pero el amo se niega a hacer esto,
“No,
no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo”.
Esto va a colación de un hecho
extremadamente importante; nadie es capaz en primera instancia de diferenciar
el trigo de la cizaña (la Verdad de la mentira)… si vive dormido, si está
dormido. Es más, en un violento ataque de ira, en la creencia de creer saber
diferenciarlos, puede empezar a cortar indiscriminadamente tanto el trigo como
la cizaña.
Y como no hemos hecho caso al amo, y
hemos tratado de arrancar lo que nosotros consideramos (a nuestro juicio) que
es la cizaña, al final esto desemboca en los conocidos radicalismos,
integrismos, fanatismos, intolerancia religiosa y en fin, en la aplicación
indiscriminada del referido principio de mutua exclusión, donde sólo si el otro
se arrodilla a mis tesis, soy capaz de aceptarle y perdonarle.
La semana del 12 al 25 de enero es la
dedicada a la oración por la unidad de los cristianos. De sobra es sabido que
esa unidad, para la Iglesia católica, solo será posible si los demás cristianos
(lógicamente equivocados), aceptan la única verdad de la que ella es garante.
Lo demás no será nada más que un brindis de buenas intenciones.
Así que:
Dejad que ambos crezcan juntos hasta la
siega
Es decir, no temáis porque ambos, trigo y
cizaña convivan juntos. Que en realidad es lo que sucede, que la Verdad está
mezclada con la mentira. A lo que nosotros no hacemos más que recriminarle a Dios
“¿por qué consientes el mal en el mundo?”
Pues esta es la razón, porque somos incapaces como
seres humanos de discriminar el mal del bien, para conservar el bien y
erradicar el mal. Jesús nos lo enseñó, pero parece que no le hemos hecho caso.
Porque estamos dormidos. Y estando dormidos,
vivimos nuestro particular sueño, nuestra particular realidad en nuestra
particular matriz espacio temporal, en nuestro confinador, en nuestro modelo de
realidad elaborado por nuestro pensamiento. Y eso a los tres niveles antes
mencionados, el personal, el de grupo y el de comunidad global.
Desobedecer la recomendación del amo ha
convertido el escenario político y religioso en el mundo en el germen de las
guerras y conflictos más devastadores que ha conocido la Humanidad. Ha
prevalecido el principio de mutua exclusión.
PRINCIPIO DE EXCLUSIÓN MUTUA
Se define así: “yo tengo razón, tú no la
tienes”. Y el otro dice exactamente lo mismo.
Esta actitud se basa en dos actitudes:
no-escucha y no-confianza.
La no escucha nos impide tomar en
consideración los argumentos del otro, en la medida en que al menos “pudieran
estar en lo cierto en todo o en parte”. Y la no confianza impide considerar
siquiera la posibilidad de que el otro pueda aceptar nuestras tesis, y mucho
menos, confiarle nuestro bien, nuestra persona.
Entre el recelo y la ancestral sordera se
desarrolla nuestra vida, donde todo parece dar vuelta en torno a nosotros
mismos. Es aceptar como cierto “el mundo según yo”, pero sobre todo pretender
que los demás acepten que “el mundo es también según yo”, lo que supone una
actitud de (perdónenme la expresión), gilipollas.
Así, desde que el homínido de 2001 una odisea
en el espacio (Moonwatcher) tomó conciencia del poder que le generaba blandir
el fémur de una cebra, es decir, desde Adán y Eva, nos hemos forjado cada cual
un mundo según yo, rechazando los múltiples mundos según los demás. Y eso
mutuamente.
La guerra quedó servida desde ese mismo
instante en todos sus niveles, desde el conflicto con uno mismo, trifurcas matrimoniales,
familiares, grupales, nacionales, e internacionales, lo que dio lugar a los
ejércitos (que cada uno existe porque existen otros que le pueden amenazar), y
a las religiones, donde cada una de ellas parece existir en contraposición a
las demás que también existen y a las que se considera “infieles”.
El principio de exclusión mutua, no rige
entre el trigo y la cizaña, sino entre diferentes
tipos de cizañas, que compiten entre sí por prevalecer sobre las demás. El
trigo sabe que es trigo, pero la cizaña puede llegar a creerse, estar
convencida de que es trigo, y como dice Friedrich Nietzsche…
“La convicción absoluta es más peligrosa para la verdad,
que la propia mentira.”
Al tiempo de la siega
Diré
a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla,
y el trigo recogedlo en mi granero.
Por eso es necesario esperar al tiempo de la
siega, donde sabremos ver y discriminar el trigo para almacenarlo y la cizaña
para quemarla; la Verdad para vivirla y la mentira para desterrarla de nuestras
vidas.
La creencia general sobre el tiempo de la
siega es la del día del juicio, con grandes signos cósmicos y trompetería
angélica y querubínica incluida. Donde parece ser que despertaremos de nuestro
largo letargo (“mientras su gente dormía”), y veremos con claridad.
Respecto a esta cuestión, creo que hay que
significar una visión alternativa a esta generalizada y doctrinal creencia.
¿Qué es la siega?
Yo juraría a riesgo de equivocarme, que la
siega es el hecho del despertar, y a dos niveles, el individual en el que la
persona es iluminada con la Verdad, y el colectivo en el que la Humanidad
empiece a ver la claridad de la Verdad, a salir de su letargo (no sé si con
efectos especiales incluidos o no; esta es otra cuestión que ahora no
interesa).
Desde nuestros ancestros los homínidos, los
humanos hemos vivido en la noche oscura de los sentidos y de la mente, y no
digamos del espíritu, creyendo sólo en lo que ven nuestros ojos y entiende
nuestra inteligencia, que para lo cotidiano está bien, pero totalmente inútil
para sondear la Verdad.
En ese tiempo que es literalmente toda la
historia de la Humanidad, han sido necesario pastores que supuestamente
conocían la verdad, para conducir a los fieles por el verdadero camino. Es el
papel que han cumplido las religiones en su conjunto. El único problema es que
no ha sido del todo así, pues al convivir trigo con cizaña, incluso los
pastores no han tenido claro la diferencia entre ambos, y han conducido al
rebaño con verdades a medias. A fin de cuenta, los pastores no han sido ni son
seres beatíficos ni iluminados (salvo excepciones), sino gente normal que ha
estudiado teología y tras aprobar los exámenes y pasar de curso, se han puesto
a predicar con licencia eclesiástica a sus parroquias, y más o menos las parroquias
les ha hecho caso, “mientras vivían dormidas”.
Muy de vez en cuando han aparecido entre las
gentes personas que por alguna razón han sido despertadas, y han sabido ver la
Verdad. Algunas han sabido transmitir su vivencia y han generado movimientos
espirituales extremadamente importantes a lo largo de la Historia, como por
ejemplo Gaitama Sidharta (el iluminado o el Buda en las lenguas orientales),
Confucio, Lao Tse, Sankara, Rumi, Moisés, Isaías, Zarathustra, Mohamed (Mahoma
para los occidentales) y Jesús de Nazareth (el ungido, el Cristo). La mayoría
de ellos terminaron sus vidas malamente, por revelarse de alguna forma contra
el status quo imperante, gobernado por castas de chamanes y sacerdotes
contaminados con cizaña, y afincados en un estado de poder al filo de la
tiranía espiritual, económica y política, que no podía consentir que semejantes
personajes alteraran el estado de las cosas, basado en mantener a la gente
dormida. Me viene a la mente aquel calificativo que dio Karl Marx a la
religión.
Y luego ha habido seguidores de estos últimos,
que también en estado de iluminación han sabido descubrir la Verdad, o ésta les
ha sido revelada. Se trata de los místicos, habitualmente confinados
convenientemente en monasterios, a ser posible de clausura, no sea que
soliviantasen a las gentes sencillas.
Y así ha caminado la Humanidad entre el Cielo
de la Verdad y la Tierra de la mentira, entre la defensa a ultranza de asertos
calificados de verdad y por ello con carácter estático e incuestionable, y el
deseo de buscar esa verdad que a poco que el alma se desperece, empieza a
cuestionarse la veracidad de lo que le han hecho creer. El problema es que en
ese proceso de desengaño uno arrampla tanto con la cizaña como con el trigo, y
rechaza tanto lo que es mentira, como lo que es realmente verdad. De ahí surgen
los agnósticos, escépticos y ateos, tras un proceso doloroso de desengaño más
lesivo aún que el hecho de permanecer dormido. Por eso el Maestro recomienda no
cortar la cizaña mientras vivimos dormidos, porque el remedio va a ser peor que
la enfermedad; porque no vamos a saber qué es lo que vamos a cortar.
Cada ser humano que ha sido iluminado por
Dios, ha despertado de su letargo, invitado a entrar por la puerta estrecha, ha
cruzado el umbral entre una práctica religiosa de “joven rico” (de cumplo y
miento), para dejarlo todo y seguirle.
Es aquí donde Jesús de Nazareth muestra su
diferencia entre los demás seres humanos, en que Él se revela como el Camino,
la Verdad y la Vida. No es un hombre que recibió la iluminación, la lucidez, es
la luz, la lucidez; no es un hombre que encontró el camino, Él es el Camino; no
es un hombre que supo encontrar la Verdad, Él es la Verdad; y no es un hombre
que renació a la Vida, Él es la Vida. Él no es uno más, es el Mesías y por
definición, patrimonio de toda la Humanidad; que ha sido confinado por los dirigentes de la
Iglesia en los estrechos confines de una religión más entre otras muchas, en
vez de presentarlo al mundo como culminación de lo manifestado por Dios a toda
la Humanidad, con independencia de religiones, o incluso dando un paso
trascendental, que es el de superar el estado de lo religioso (estado del joven
rico), para entrar en el camino espiritual (déjalo todo y sígueme). Lo dijo
Jesús bien clarito, pero no parece de verdad de la buena, que se le haya hecho
el menor caso.
Todos los que han experimentado siguiendo sus
pasos, la unión con la Divina Realidad, han experimentado, han vivido la
Verdad, y han sabido distinguir entre el trigo y la cizaña. Y justamente por haber
recibido este don, han sido vistos como ectópicos dentro de una tribu sumisa y
obediente, gobernada por una casta que en un porcentaje significativo ha estado
a lo largo de la Historia contaminada por la cizaña que el “enemigo sembró”,
incapaz de distinguir lo uno de lo otro. Estas personas se adelantaron al
tiempo de la siega, o simplemente vivieron el tiempo de la siega, es decir, el
tiempo de la lucidez. Claro ejemplo lo tenemos en Meister Eckhart, que en el
Siglo XIII fue uno de los místicos más importantes de la Iglesia, y que por sus
sermones, de una profundidad espiritual inigualable, fue condenado por el
Vaticano, bajo el argumento de que “confundía a las gentes sencillas”.
Una de las peculiaridades de Dios es que
parece comportarse de modo contradictorio, porque por una parte nos muestra el
camino, pero por otra no impide que el enemigo contamine su propia obra con
cizaña, y nos obliga a caminar como ovejas en medio de lobos, siendo los lobos
personas no de fuera de la Iglesia, que también, sino de dentro, enrocadas
sagazmente en el mismo seno de la Comunidad.
Esta situación confusa y peligrosa, que nos
obliga a estar en guardia, “velar y orar”, convierte esta vida en un arriesgado
experimento, del que encima, se nos acusa a todos los seres humanos de ser los
culpables por aquello del pecado original que cometió Moonwatcher (el homínido
de 2001) y su pareja (o sea, Adán y Eva), desde el momento que se vio a sí
mismo con el poder de ir por ahí dando mandobles a los tapires.
Pero en la actualidad, algo está sucediendo en
el mundo, de lo que no parecen darse cuenta las organizaciones religiosas, centradas
como están en sus cosas, dormidas como están, al punto casi de roncar (a
efectos de lucidez), dedicadas a sus asuntos, que son los necesarios para mantener
la estructura montada, manteniendo a ultranza el principio de exclusión mutua.
Las organizaciones religiosas centran todo su
enfoque hacia el común de las gentes en “la práctica religiosa”. Muestran un
programa que cumplir, unos mandamientos que guardar, un código de
comportamiento, pero se guardan lo más importante, “la visión de la vida”, que
es lo que Jesús nos transmitió con su palabra y con su vida. Todo se centra en
la práctica, lo que uno con sus pocas luces puede hacer, y rogando a Dios una
ayudita y a la Virgen que interceda ante su hijo el intercesor ante el
irascible Padre. Pero saben (o acaso no lo sepan salvo los que lo han
experimentado), que no se puede entrar por la senda estrecha por voluntad
propia (para el hombre salvarse es imposible, dice Jesús), sino dejando que
Dios abra la puerta de esa senda, te tome de la mano y tú aceptes ser
introducido en ella. Es como los monjes tibetanos, que llegan a los lamasterios
con el deseo de entrar, pero encontrarán la puerta cerrada; sólo desde dentro
la puerta será abierta, en la medida en que el monje haya mostrado paciencia en
saber esperar hasta que se abra.
Así que mientras la actitud de los seres
humanos en su relación con Dios se centre en un “yo puedo, yo valgo y yo sé”,
la puerta de entrada estará cerrada. Y como uno se cansa de esperar, regresamos
a la actitud de joven rico, a nuestra zona de confort, que aunque
aburrida, al menos sabemos que si cumplimos con los preceptos, los sacerdotes
nos garantizan un trato de favor en la hora de nuestra muerte, amén.
Nuestra
zona de confort
La zona de confort es un estado de
comportamiento en el que la persona actúa y vive en una condición de algo
parecido a un estado de “tensión neutral”, donde consigue un adecuado
rendimiento en sus actividades sin experimentar un especial sentido de riesgo.
Todo esto según lo explica la Psicología en los términos expresados por
Alasdair K. White en su libro “From Confort Zone to performance management”
publicado en 2009. Es una teoría en boga en el ámbito del coaching, tan actual
en las escuelas de negocios, como forma de sofronizar al personal para que
rinda más pagándole menos, que de eso se trata.
Dice Wikipedia que en el coaching, zona de
confort es el conjunto de límites que, sutilmente, la persona acaba por
confundir con el marco de su íntima existencia. Define muy gráficamente el
acomodo de aquellas personas que han renunciado a tomar iniciativas que les permitan
gobernar sus vidas, dado que el sólo intento de plantearse esos retos, les
produce una tensión emocional (un estrés, para entendernos) insoportable.
En la zona de confort el individuo se siente
cómodo a pesar de que el jefe sea un cabronazo, la mujer se la esté pegando con
su mejor amigo, tenga que recorrer cuarenta kilómetros desde su casa al trabajo
todos los días soportando un monumental atasco todas las mañana, cobre una
miseria, pero eso sí, puede ver el futbol todos los fines de semana tomarse
unas cañas con los amigos y, mira por donde, su equipo va el primero en la liga
(pan y circo, que decían los romanos).
Trasladando esta exposición a lo que nos
ocupa, zona de confort es la que vive todo cristiano que practica, como está
mandado por la Iglesia, la fe del joven rico, ir a misa los domingos, no putear
demasiado al vecino, y por supuesto marcar la equis de la Iglesia católica en
la declaración de la renta. Con ese perfil de feligrés Rouco estaría encantado
de la vida; ya lo dijo él (hacer buenas obras y frecuentar los
sacramentos), echar algunos rezos de vez
en cuando y seguir los pasos de Semana Santa con un cirio en la mano.
Claro está que esto es “de facto”, aunque no “de
iure”, porque en este sentido, siempre se pondrá en el púlpito de las homilías como
ideal de vida el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. La diferencia abismal
entre un cristianismo de iure (evangélico) y un cristianismo de facto
(practicante), es tal, que obliga al feligrés a entrar por la senda estrecha.
Pero a eso no se nos ha enseñado, porque nos obliga a salir de nuestra zona de
confort a una zona, primero de aprendizaje, de exploración, de búsqueda, y en
último extremo entrar en la zona de riesgo, donde nuestras capacidades son
absolutamente inútiles para avanzar (para el hombre es imposible salvarse, pero
para Dios, todo es posible), y esta zona de riesgo es la que se plasma en la
mística universal, explicada para nuestro entorno cultural y religioso por los
místicos cristianos, especialmente San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.
Y eso es tela marinera, a parte de que el cura, a no ser que se tenga la
extraordinaria suerte de dar con un cura místico, se convierte más en un
estorbo que en una ayuda, porque la mística no se puede aprender en los libros;
hay que vivirla, experimentarla. Y ese tipo de personas se cuentan con los
dedos de una mano.
Pero eso implica el ferviente deseo de
despertar, o mejor dicho, de ser despertado del letargo en el que personal,
grupal y colectivamente hemos vivido el común de los cristianos durante dos mil
años.
Pero con todo lo expuesto, sin embargo “todo
está bien”, que es lo curioso. Lo expuesto parece una maldición gitana, con
perdón de los gitanos, pero está bien, está previsto y así ha de ser. Estos son
los planes de Dios; Él sabrá por qué.
Esto es lo que nos trae de cabeza a los
creyentes. Ya podría haberle Dios quitado de la cabeza a una sola persona, al
Kaiser y a Hitler, la locura de meternos cada uno en una Guerra Mundial. Y sin
embargo no lo hizo.
Y así ha debido ser.
Cizaña y trigo han de convivir juntos. Y así
ha de ser.
Ha de llover sobre justos e injustos. Y así ha
de ser.
No tengo más que decir.