Esta entrada confieso que supone un giro en el discurso que vengo sosteniendo e lo largo de este blog.
Me quiero detener aquí en una realidad del mundo a la que no podemos ser ajenos, ni siquiera tratando de elevarnos al séptimo cielo de la séptima morada, al nirvana o a la perfecta y brillante quietud de la no dualidad vedanta.
Me refiero a que nos ha tocado vivir una época absolutamente distorsionadora de cualquier parámetro de normalidad.
Desde los felices años sesenta, en que parecía que el “american way of life” marcaba un espléndido para la Humanidad, o al menos para el Primer Mundo, donde los límites al crecimiento parecían no existir, hemos vivido en nuestro acomodado mundo Occidental una especie de tregua de prosperidad que parece como si se estuviera descomponiendo cada vez con más celeridad.
Yo estudié mi carrera en los años setenta, me licencié y doctoré en Medicina, conseguí mi trabajo, me casé, hemos tenido mi esposa y yo tres preciosos hijos, y sin motivos para tirar cohetes de despilfarro, no nos podemos quejar de nuestro nivel económico de vida. Trabajamos los dos y gracias a Dios no tenemos deudas. Pero… nuestros hijos son otra cosa. Han estudiado, han sacado sus carreras y estudios, pero ya quisieran llegar a ser algún día mileuristas, porque en realidad el fantasma del paro se cierne sobre ellos casi todos los días.
Stéphane Hessel en su reciente librito “indignaos”, recuerda a nuestros jóvenes que corremos el riesgo de perder muchísimas de las conquistas sociales ganadas con tanto esfuerzo durante el siglo XX. Él y sus compañeros de resistencia pudieron organizarse contra el enemigo común que era la Alemania nazi de Hitler. ¿Pero y ahora? ¿Contra quién o contra qué se puede organizar una resistencia?
Pero sobre todo, ¿con qué armas morales nos podemos organizar contra quién?
¿Contra los políticos? Esos son simples marionetas al servicio del Emperador de este mundo.
¿Y quién es el Emperador de este mundo? Daniel Estulin, en su libro “El Imperio invisible” habla de una auténtica conspiración del gobierno mundial en la sombra. Habla del Club Bilderberg.
Andrew Hitchcock, en su libro “The money changers” describe la historia del clan Rothschild, auténticos dueños de la Reserva Federal de los Estados Unidos, y dueños de más de medio mundo.
En el último Siglo, el mundo ha vivido tres Guerras mundiales, la Primera 1914-1918, la Segunda 1939-1945, la Tercera (la Guerra Fría) desde 1950, más o menos hasta 1991.
Pero ahora estamos viviendo desde el final de la Guerra fría un proceso bastante extraño, que en principio no se debería catalogar de guerra, pero lo es, y además tiene un carácter planetario.
Lo que expongo, lógicamente es muy discutible, y lo hago utilizando el condicional “que pasaría si…”
¿Qué pasaría si desde 1991, fecha en que se produjo la Primera Guerra del Golfo y la descomposición de la Unión Soviética, el Mundo hubiera entrado en una vorágine de conflicto aparentemente locales (muchos de ellos propiciados por el descomunal mercado negro que surgió del astronómico excedente bélico inútil ya, tras el fin de la Guerra fría, y que cayó en manos de los señores de la Guerra y del tráfico ilegal de armas, dispuestos a forrarse hasta el infinito vendiendo este excedente al mejor postor?
¿Qué pasaría si tras el ominoso suceso planetario que fue la llegada a la presidencia de Estados Unidos de George W. Bush, el 11 S y la supuesta guerra contra el terrorismo, la industria de la “inseguridad” se hubiera convertido en uno de los grandes motores de la economía sumergida y oficial?
¿Qué pasaría si cada terremoto bursátil como el de 2008-2011, de esos que se achacan a los supuestos “ciclos económicos” no fueran otra cosa que ataques planetarios de aspirantes a emperadores mundiales, tales como USA, Japón, China o vaya usted a saber.
¿Qué pasaría si estuviéramos viviendo la Cuarta Guerra Mundial, como conjunto heterogéneo de múltiples conflictos asimétricos, de esos que se denominan de cuarta generación y convulsiones financieras de ámbito planetario, donde las víctimas no son muertos sino millones de parados sin futuro, como nuestros hijos?
¿Y si estuviéramos siendo víctimas de ataques con armas silenciosas de una Guerra planetaria, de aspecto tranquilo, al menos en el primer mundo?
Quien sepa inglés, que repase este documento:
Silent weapons for quiet wars.
Todo esto sin tener en cuenta la degradación del medio ambiente y la cada vez más extrema pobreza del Tercer Mundo, que terminará pasándonos una severa factura.
En el Apocalipsis de San Juan, Babilonia es el término que emplea el autor para referirse a un mundo enemigo de Dios y de los hombres.
En el relato surge la enigmática gran puta, o gran meretriz, sentada al borde del océano. Con ella han fornicado los reyes de la Tierra y se han emborrachado los hombres. Es otra alegoría de la gran Babilonia, la Roma de entonces, la de las siete colinas. Su poder corrompe a todo el mundo. Pero finalmente, baja un ángel del cielo y con gran autoridad proclama la caída final de la Gran Babilonia, convertida ya en morada de demonios, la puta, queda despojada de sus abalorios y finas telas, así, desnuda, su carne corrompida es pasto de las alimañas, pues el vino venenoso de la fornicación la intoxicó finalmente, lo bebieron todas las naciones, los reyes follaron con ella y los mercaderes se hicieron ricos con un lujo desaforado. Pero el tóxico de la corrupción finalmente afectó a todos.
No pretendo ser apocalíptico, pero tengo la extraña sensación de que nuestros hijos de ninguna forma van a vivir la bonanza económica y social de la que hemos “disfrutado” la generación que tenemos ahora cincuenta años o más y cuyo final ya el Mayo de 1968 comenzó a barruntar.
En otras palabras, concluyo con la sospecha de que “Lucifer ha caído sobre este mundo”. O al menos eso parece.
Acaso sea una percepción negativa, como acusan los optimistas tecnológicos a los pesimistas malthusianos.
Ponle al Emperador de este mundo el rostro que quieras (hasta el de la Guerra de las Galaxias), pero tal y como se están desarrollando los acontecimientos, donde todos somos víctimas de poderosas “armas de distracción masiva” como son todos los medios de comunicación, donde la Verdad sencillamente no existe, existen dos alternativas, la primera encabronarse y promover conflictos sociales de cada vez mayor magnitud. Esto va a suceder sí o sí. La otra alternativa, por la que optarán muy pocos, es tratar de evidenciar el resultado que ha supuesto vivir de espaldas a la Divina Realidad.
Y no se trata de vivir rezando rosarios o asistiendo a misas diarias. Es simplemente, tomar consciencia (cada cual desde su raíz étnica, social o religiosa) de lo que jamás hemos admitido el común de los seres humanos, que somos creaturas de Dios. Y considerar si aún queda tiempo para reflexionar antes de lo inevitable, que ni siquiera sabemos lo que puede ser; ni lo que vendrá después, ni quienes heredarán la Tierra.
Me quiero detener aquí en una realidad del mundo a la que no podemos ser ajenos, ni siquiera tratando de elevarnos al séptimo cielo de la séptima morada, al nirvana o a la perfecta y brillante quietud de la no dualidad vedanta.
Me refiero a que nos ha tocado vivir una época absolutamente distorsionadora de cualquier parámetro de normalidad.
Desde los felices años sesenta, en que parecía que el “american way of life” marcaba un espléndido para la Humanidad, o al menos para el Primer Mundo, donde los límites al crecimiento parecían no existir, hemos vivido en nuestro acomodado mundo Occidental una especie de tregua de prosperidad que parece como si se estuviera descomponiendo cada vez con más celeridad.
Yo estudié mi carrera en los años setenta, me licencié y doctoré en Medicina, conseguí mi trabajo, me casé, hemos tenido mi esposa y yo tres preciosos hijos, y sin motivos para tirar cohetes de despilfarro, no nos podemos quejar de nuestro nivel económico de vida. Trabajamos los dos y gracias a Dios no tenemos deudas. Pero… nuestros hijos son otra cosa. Han estudiado, han sacado sus carreras y estudios, pero ya quisieran llegar a ser algún día mileuristas, porque en realidad el fantasma del paro se cierne sobre ellos casi todos los días.
Stéphane Hessel en su reciente librito “indignaos”, recuerda a nuestros jóvenes que corremos el riesgo de perder muchísimas de las conquistas sociales ganadas con tanto esfuerzo durante el siglo XX. Él y sus compañeros de resistencia pudieron organizarse contra el enemigo común que era la Alemania nazi de Hitler. ¿Pero y ahora? ¿Contra quién o contra qué se puede organizar una resistencia?
Pero sobre todo, ¿con qué armas morales nos podemos organizar contra quién?
¿Contra los políticos? Esos son simples marionetas al servicio del Emperador de este mundo.
¿Y quién es el Emperador de este mundo? Daniel Estulin, en su libro “El Imperio invisible” habla de una auténtica conspiración del gobierno mundial en la sombra. Habla del Club Bilderberg.
Andrew Hitchcock, en su libro “The money changers” describe la historia del clan Rothschild, auténticos dueños de la Reserva Federal de los Estados Unidos, y dueños de más de medio mundo.
En el último Siglo, el mundo ha vivido tres Guerras mundiales, la Primera 1914-1918, la Segunda 1939-1945, la Tercera (la Guerra Fría) desde 1950, más o menos hasta 1991.
Pero ahora estamos viviendo desde el final de la Guerra fría un proceso bastante extraño, que en principio no se debería catalogar de guerra, pero lo es, y además tiene un carácter planetario.
Lo que expongo, lógicamente es muy discutible, y lo hago utilizando el condicional “que pasaría si…”
¿Qué pasaría si desde 1991, fecha en que se produjo la Primera Guerra del Golfo y la descomposición de la Unión Soviética, el Mundo hubiera entrado en una vorágine de conflicto aparentemente locales (muchos de ellos propiciados por el descomunal mercado negro que surgió del astronómico excedente bélico inútil ya, tras el fin de la Guerra fría, y que cayó en manos de los señores de la Guerra y del tráfico ilegal de armas, dispuestos a forrarse hasta el infinito vendiendo este excedente al mejor postor?
¿Qué pasaría si tras el ominoso suceso planetario que fue la llegada a la presidencia de Estados Unidos de George W. Bush, el 11 S y la supuesta guerra contra el terrorismo, la industria de la “inseguridad” se hubiera convertido en uno de los grandes motores de la economía sumergida y oficial?
¿Qué pasaría si cada terremoto bursátil como el de 2008-2011, de esos que se achacan a los supuestos “ciclos económicos” no fueran otra cosa que ataques planetarios de aspirantes a emperadores mundiales, tales como USA, Japón, China o vaya usted a saber.
¿Qué pasaría si estuviéramos viviendo la Cuarta Guerra Mundial, como conjunto heterogéneo de múltiples conflictos asimétricos, de esos que se denominan de cuarta generación y convulsiones financieras de ámbito planetario, donde las víctimas no son muertos sino millones de parados sin futuro, como nuestros hijos?
¿Y si estuviéramos siendo víctimas de ataques con armas silenciosas de una Guerra planetaria, de aspecto tranquilo, al menos en el primer mundo?
Quien sepa inglés, que repase este documento:
Silent weapons for quiet wars.
Todo esto sin tener en cuenta la degradación del medio ambiente y la cada vez más extrema pobreza del Tercer Mundo, que terminará pasándonos una severa factura.
En el Apocalipsis de San Juan, Babilonia es el término que emplea el autor para referirse a un mundo enemigo de Dios y de los hombres.
En el relato surge la enigmática gran puta, o gran meretriz, sentada al borde del océano. Con ella han fornicado los reyes de la Tierra y se han emborrachado los hombres. Es otra alegoría de la gran Babilonia, la Roma de entonces, la de las siete colinas. Su poder corrompe a todo el mundo. Pero finalmente, baja un ángel del cielo y con gran autoridad proclama la caída final de la Gran Babilonia, convertida ya en morada de demonios, la puta, queda despojada de sus abalorios y finas telas, así, desnuda, su carne corrompida es pasto de las alimañas, pues el vino venenoso de la fornicación la intoxicó finalmente, lo bebieron todas las naciones, los reyes follaron con ella y los mercaderes se hicieron ricos con un lujo desaforado. Pero el tóxico de la corrupción finalmente afectó a todos.
No pretendo ser apocalíptico, pero tengo la extraña sensación de que nuestros hijos de ninguna forma van a vivir la bonanza económica y social de la que hemos “disfrutado” la generación que tenemos ahora cincuenta años o más y cuyo final ya el Mayo de 1968 comenzó a barruntar.
En otras palabras, concluyo con la sospecha de que “Lucifer ha caído sobre este mundo”. O al menos eso parece.
Acaso sea una percepción negativa, como acusan los optimistas tecnológicos a los pesimistas malthusianos.
Ponle al Emperador de este mundo el rostro que quieras (hasta el de la Guerra de las Galaxias), pero tal y como se están desarrollando los acontecimientos, donde todos somos víctimas de poderosas “armas de distracción masiva” como son todos los medios de comunicación, donde la Verdad sencillamente no existe, existen dos alternativas, la primera encabronarse y promover conflictos sociales de cada vez mayor magnitud. Esto va a suceder sí o sí. La otra alternativa, por la que optarán muy pocos, es tratar de evidenciar el resultado que ha supuesto vivir de espaldas a la Divina Realidad.
Y no se trata de vivir rezando rosarios o asistiendo a misas diarias. Es simplemente, tomar consciencia (cada cual desde su raíz étnica, social o religiosa) de lo que jamás hemos admitido el común de los seres humanos, que somos creaturas de Dios. Y considerar si aún queda tiempo para reflexionar antes de lo inevitable, que ni siquiera sabemos lo que puede ser; ni lo que vendrá después, ni quienes heredarán la Tierra.
El que tenga oídos, si queda alguien en este mundo con capacidad para escuchar, que oiga.
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