Entramos los cristianos en la semana central de nuestra fe, la de la Pasión de Jesús de Nazareth.
Ya hemos abordado en resumen las causas en primera instancia que provocaron el estallido de odio de los lobbies judíos, tanto religioso como económico, contra Jesús, que le llevaron a la cruz.
Pero existen razones más profundas que el odio de cambistas y fariseos.
Empecemos, pero advierto que estas reflexiones no son necesariamente doctrinales, lo digo por si alguien se asombra de algo que pueda leer aquí:
Este tema es de los que ha venido apareciendo persistentemente, de una forma o de otra, a lo largo de este blog. Y siempre que se aborda surgen nuevos matices y nuevas razones para que los recalcitrantes de la ortodoxia doctrinal se rasguen las vestiduras.
Veamos varias cosas, que a parte de llevar a Jesús al Calvario, acaso nos sugieran exclamar un “¡qué curioso!
El Amor de Dios entre nosotros restablece la Unidad entre los seres humanos.
Cuando somos conscientes de que los seres humanos todos somos Uno, esta es la tesis central de Eckhart, la realidad que ven nuestros ojos y nuestra alma sufre un cambio radical. Hasta tanto, la Unidad es tan sólo un ideal borroso y voluntarioso y además, contracorriente, porque en la Naturaleza, sometida al Yin y el Yang se da un delicado equilibrio estable entre el individualismo y la colectividad. Es un instinto de separación que es escalable. Es decir, puede sentirlo y desearlo un individuo respecto de su entorno, o una parte del individuo respecto de él. El primer caso, la Filosofía perenne lo cataloga de impulso, pasión, pecado. En segundo caso es una enfermedad, un cáncer. En realidad el fenómeno es similar y las consecuencias igualmente lesivas, es decir, el sufrimiento. Recordemos que en el proceso de la Evolución biológica, los seres pluricelulares suponen un triunfo de la Comunidad respecto de la individualidad.
Una extraña sensación se experimenta cuando en nuestro interior logramos intuir que en el fondo, toda la Humanidad, desde la aparición del primer ser humano sobre la Tierra hace millones de años hasta el último bebé nacido hace sólo un milisegundo, pertenecen a una sola entidad, denominada “Ser Humano”, que ha recorrido un largo camino desde que nació hace varios millones de años, hasta ahora mismo.
Dios no ha redimido a los seres humanos, sino al Ser Humano, donde todos y cada uno de nosotros está integrado como una sola entidad.
Ya hemos abordado en resumen las causas en primera instancia que provocaron el estallido de odio de los lobbies judíos, tanto religioso como económico, contra Jesús, que le llevaron a la cruz.
Pero existen razones más profundas que el odio de cambistas y fariseos.
Empecemos, pero advierto que estas reflexiones no son necesariamente doctrinales, lo digo por si alguien se asombra de algo que pueda leer aquí:
…para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. (Jn 17, 21)
Este tema es de los que ha venido apareciendo persistentemente, de una forma o de otra, a lo largo de este blog. Y siempre que se aborda surgen nuevos matices y nuevas razones para que los recalcitrantes de la ortodoxia doctrinal se rasguen las vestiduras.
Veamos varias cosas, que a parte de llevar a Jesús al Calvario, acaso nos sugieran exclamar un “¡qué curioso!
El Amor de Dios entre nosotros restablece la Unidad entre los seres humanos.
Cuando somos conscientes de que los seres humanos todos somos Uno, esta es la tesis central de Eckhart, la realidad que ven nuestros ojos y nuestra alma sufre un cambio radical. Hasta tanto, la Unidad es tan sólo un ideal borroso y voluntarioso y además, contracorriente, porque en la Naturaleza, sometida al Yin y el Yang se da un delicado equilibrio estable entre el individualismo y la colectividad. Es un instinto de separación que es escalable. Es decir, puede sentirlo y desearlo un individuo respecto de su entorno, o una parte del individuo respecto de él. El primer caso, la Filosofía perenne lo cataloga de impulso, pasión, pecado. En segundo caso es una enfermedad, un cáncer. En realidad el fenómeno es similar y las consecuencias igualmente lesivas, es decir, el sufrimiento. Recordemos que en el proceso de la Evolución biológica, los seres pluricelulares suponen un triunfo de la Comunidad respecto de la individualidad.
Una extraña sensación se experimenta cuando en nuestro interior logramos intuir que en el fondo, toda la Humanidad, desde la aparición del primer ser humano sobre la Tierra hace millones de años hasta el último bebé nacido hace sólo un milisegundo, pertenecen a una sola entidad, denominada “Ser Humano”, que ha recorrido un largo camino desde que nació hace varios millones de años, hasta ahora mismo.
Dios no ha redimido a los seres humanos, sino al Ser Humano, donde todos y cada uno de nosotros está integrado como una sola entidad.
Esta es una sentencia que dudo sea aceptada por las autoridades religiosas. La pongo por si alguien tiene la suficiente apertura de mente como para decirse a sí mismo "¡qué curioso!".
Todos somos uno es una afirmación que tradicionalmente no ha sido bien vista por la Iglesia católica. Al Maestro Eckhart (Siglo XIV) le costó la condena de la Inquisición, tachado como fue de monista. El monismo (o no-dualidad) "advaita" es una doctrina filosófica procedente del Oriente, que afirma, el Universo está constituido por un sólo principio o sustancia primaria. Así, según los monismos materialistas, todo se reduce, en última instancia, a materia, (el Hidrógeno de las estrellas), mientras que para los espiritualistas o para el idealismo (especialmente, el idealismo hegeliano), ese principio único sería el espíritu. La doctrina más alineada en este sentido es el monismo advaita, antigua corriente vedanta que data del Siglo VI AC y predicada por Adi Shankara (Siglo VIII DC). Filósofos monistas han sido Parménides, Heráclito, Anaximandro, Demócrito, Spinoza, Berkeley, Leibniz, Hume, Hegel, y Aldous Huxley.
Cuando uno se desprende de los prejuicios sobre si una doctrina procede de un lugar o de otro, si es de un filósofo cristiano o indio o chino, y comprende la esencia del mensaje, las posturas partidarias de unos o de otros dejan de tener sentido. Y si además las autoridades eclesiásticas ya no tienen el poder, gracias a Dios que antaño tenía la Inquisición, se puede hacer caso de la voz de la propia conciencia, que es en último extremo, la voz de Dios. Aunque esto, entre paréntesis, para los católicos no debería aplicar, pues según el dogma, el Papa prevalece a la propia conciencia.
Así que la afirmación de “todos somos Uno”, aparte de salir de la boca del mismísimo Jesús de Nazareth, es la apoteosis de la espiritualidad universal, la única que puede existir, aunque unos y otros la pretendan envasar en los herméticos recipientes de las doctrinas religiosas, que hacen que la Humanidad esté separada por un mismo Dios manipulado por códigos y disciplinas rituales.
La Verdad une, la mentira separa, frase muy fuerte que afirma Consuelo Martín. Y la Verdad además de unir, hace libres. La Verdad despoja a Dios de los apellidos que le hemos adjudicado los seres humanos, tales como el Dios de los judíos, de los egipcios, de los hindúes, de los cristianos, etc.
Para cualquier sistema religioso, la pretensión de ser garante de la única verdad tira por tierra todo lo bueno que pudiera tener la visión religiosa de la vida.
Es una pena.
Por eso, renunciar a tener la exclusiva es condición sinequanon para poder seguir dialogando con el resto de seres humanos “que no pertenezcan a nuestra tribu”.
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