Si tuviéramos que resumir todo el mensaje de Jesús de Nazareth en una sola palabra; si tuviéramos que resumir el mensaje de todos los hombres de Dios que en el mundo han sido, si tuviéramos que resumir todo el mensaje del mismísimo Dios a los seres humanos, y que indicara el camino, la vía directa hacia Él, el camino de regreso a casa, esa palabra sería “humildad”.
El rigurosamente cierto que el fondo de todo, la esencia de las cosas, la manifestación de la Divina Realidad es el Amor, pero no menos cierto es que el camino hacia el Amor se llama “humildad”.
La humildad no es un fin en sí misma, sino el método, el camino que hay que recorrer para alcanzar el Amor.
La Humildad es el Camino, el Amor es la esencia del Ser.
No sé si teológicamente esto es del todo correcto, porque, repito, no soy teólogo por la Gracia de Dios, pero en la práctica, en mi práctica que es de lo que yo puedo hablar, en el día a día de la vida interior, que se manifiesta en lo exterior con gestos y actitudes de Amor, ser humilde, vivir la humildad es simplemente imprescindible. La antítesis de la Humildad, la soberbia, el engreimiento, ya sabemos a qué conducen.
Así que, aunque sólo sea por defecto, como ausencia de la soberbia, la Humildad es la virtud de las virtudes, y es la virtud que predicó Jesús en sus años felices como profeta, como predicador en Galilea.
Jesús era de ascendiente humilde, de una familia, que apenas tenía para mantenerse día a día. Su oficio de carpintero, y más que de carpintero, de “remiendos y chapuzas en general” , apenas le daría para sobrevivir, y eso vagando de aldea en aldea, haciendo una mesa para uno, reparando el tejado de paja en otro pueblo, encolando unas sillas, o las patas de una cama, o reparando el polipasto para sacar agua del pozo. Jesús sabía lo que era ganar el pan con el sudor de su frente.
De la misma forma era consciente de las apreturas económicas a las que los recaudadores de impuestos al servicio de Herodes Antipas, sometían a los pobres aldeanos, para costear las suntuosas construcciones de las nuevas ciudades de Seforis y Tiberíades. Jesús era un hombre de campo, de pueblo, trabajador manual, que convivió durante treinta años con los pobres, como uno más, sin significarse en nada de ninguno de ellos, salvo por su soltería, que provocó no pocas críticas de sus paisanos, y su especial querencia por la soledad del desierto, al que acudía a orar con gran frecuencia.
Siendo como era pobre material, experimentó progresivamente la pobreza espiritual, la pobreza afectiva, el abandono, el desapego por las cosas materiales. Abandono en manos de la Providencia y desapego de todo lo que nos ata a este mundo, constituyen la clave de su mensaje. Porque todo lo demás, gravita entre estos dos polos, como una esfera que gira en torno a su eje Norte y Sur; en el Norte, el abandono a la Providencia, para ser transportado por la fuerza del Espíritu Santo hacia las Alturas, y el desapego, como polo Sur.
Somos como globos cautivos. Tenemos la fuerza interior para volar, tenemos aire caliente, Hidrógeno, Helio, capacidad para abandonarnos al Padre del Cielo, para ascender. Nos ha sido dada desde que nacemos, pero estamos anclados a tierra, por nuestros apegos, por nuestras debilidades, nuestras apetencias, nuestros deseos, que nos incitan a desear, a buscar vínculos con lo de aquí. Cada vínculo es una amarra a tierra, que nos impide volar.
Esto lo tenía Jesús clarísimo, de modo que todo su discurso está centrado en ambos sentidos de una misma dirección Sur – Norte, desapego y abandono, que permite volar y relacionarnos con los demás para repartir la fuerza que emana de esa libertad que surge de la vivencia de ambas virtudes, el desapego y el abandono. Ambas se resumen en la palabra “humildad”, o como Él la define magistralmente, "pobreza de espíritu".
Toda su predicación gravita entre el desapego de las cosas de este mundo, y el abandono en manos de la Providencia. Lo explica con palabras en sus sermones, tanto explícitamente, como en el Sermón de la montaña, como implícitamente, con ejemplo, en sus parábolas, o ejemplos sencillos extraídos de la vida diaria, para que la gente sencilla, para que sus pobres, lo puedan entender. Y lo demuestra con sus obras y milagros, y con su propia vida, la que le costó entregar en manos de la muerte, al provocar con sus planteamientos un miedo visceral en los poderosos, porque veían en Él una grave amenaza a sus intereses.
La humildad según Teresa de Jesús
El rigurosamente cierto que el fondo de todo, la esencia de las cosas, la manifestación de la Divina Realidad es el Amor, pero no menos cierto es que el camino hacia el Amor se llama “humildad”.
La humildad no es un fin en sí misma, sino el método, el camino que hay que recorrer para alcanzar el Amor.
La Humildad es el Camino, el Amor es la esencia del Ser.
No sé si teológicamente esto es del todo correcto, porque, repito, no soy teólogo por la Gracia de Dios, pero en la práctica, en mi práctica que es de lo que yo puedo hablar, en el día a día de la vida interior, que se manifiesta en lo exterior con gestos y actitudes de Amor, ser humilde, vivir la humildad es simplemente imprescindible. La antítesis de la Humildad, la soberbia, el engreimiento, ya sabemos a qué conducen.
Así que, aunque sólo sea por defecto, como ausencia de la soberbia, la Humildad es la virtud de las virtudes, y es la virtud que predicó Jesús en sus años felices como profeta, como predicador en Galilea.
Jesús era de ascendiente humilde, de una familia, que apenas tenía para mantenerse día a día. Su oficio de carpintero, y más que de carpintero, de “remiendos y chapuzas en general” , apenas le daría para sobrevivir, y eso vagando de aldea en aldea, haciendo una mesa para uno, reparando el tejado de paja en otro pueblo, encolando unas sillas, o las patas de una cama, o reparando el polipasto para sacar agua del pozo. Jesús sabía lo que era ganar el pan con el sudor de su frente.
De la misma forma era consciente de las apreturas económicas a las que los recaudadores de impuestos al servicio de Herodes Antipas, sometían a los pobres aldeanos, para costear las suntuosas construcciones de las nuevas ciudades de Seforis y Tiberíades. Jesús era un hombre de campo, de pueblo, trabajador manual, que convivió durante treinta años con los pobres, como uno más, sin significarse en nada de ninguno de ellos, salvo por su soltería, que provocó no pocas críticas de sus paisanos, y su especial querencia por la soledad del desierto, al que acudía a orar con gran frecuencia.
Siendo como era pobre material, experimentó progresivamente la pobreza espiritual, la pobreza afectiva, el abandono, el desapego por las cosas materiales. Abandono en manos de la Providencia y desapego de todo lo que nos ata a este mundo, constituyen la clave de su mensaje. Porque todo lo demás, gravita entre estos dos polos, como una esfera que gira en torno a su eje Norte y Sur; en el Norte, el abandono a la Providencia, para ser transportado por la fuerza del Espíritu Santo hacia las Alturas, y el desapego, como polo Sur.
Somos como globos cautivos. Tenemos la fuerza interior para volar, tenemos aire caliente, Hidrógeno, Helio, capacidad para abandonarnos al Padre del Cielo, para ascender. Nos ha sido dada desde que nacemos, pero estamos anclados a tierra, por nuestros apegos, por nuestras debilidades, nuestras apetencias, nuestros deseos, que nos incitan a desear, a buscar vínculos con lo de aquí. Cada vínculo es una amarra a tierra, que nos impide volar.
Esto lo tenía Jesús clarísimo, de modo que todo su discurso está centrado en ambos sentidos de una misma dirección Sur – Norte, desapego y abandono, que permite volar y relacionarnos con los demás para repartir la fuerza que emana de esa libertad que surge de la vivencia de ambas virtudes, el desapego y el abandono. Ambas se resumen en la palabra “humildad”, o como Él la define magistralmente, "pobreza de espíritu".
Toda su predicación gravita entre el desapego de las cosas de este mundo, y el abandono en manos de la Providencia. Lo explica con palabras en sus sermones, tanto explícitamente, como en el Sermón de la montaña, como implícitamente, con ejemplo, en sus parábolas, o ejemplos sencillos extraídos de la vida diaria, para que la gente sencilla, para que sus pobres, lo puedan entender. Y lo demuestra con sus obras y milagros, y con su propia vida, la que le costó entregar en manos de la muerte, al provocar con sus planteamientos un miedo visceral en los poderosos, porque veían en Él una grave amenaza a sus intereses.
La humildad según Teresa de Jesús
Pocas personas han sabido reflejar en su pensamiento la esencia de la humildad predicada, expuesta y demostrada por Jesús de Nazareth, como Teresa de Jesús. Tanto en el libro de su vida, como en sus libros “las Moradas del Castillo Interior”, en “Camino de Perfección” o en “Conceptos del Amor de Dios”, Teresa explica de una forma auténticamente magistral la esencia de la humildad, como la virtud esencial para poder ascender en el camino de perfección, por las sendas de la Vida Interior. De sus escritos, os presento una reflexión basada en su filosofía de vida a continuación, más algun que otro chascarrillo de mi cosecha.
La humildad es una virtud delicadísima, tan frágil como la porcelana china, como una pompa de jabón, cualquier trato brusco la puede quebrar, cualquier tentación la puede hacer añicos, cualquier pensamiento basta para romperla. Es tan recatada que se esconde del que la posee, y tan secreta que no se deja descubrir por el malicioso. Es tan frágil y tan etérea como el aire caliente. Por eso es capaz de volar hacia las alturas. Y dentro de un globo es capaz de impulsarlo con fuerza irreprimible hacia las más altas cotas. Pero deben ser cortadas esas amarras que la condenan a estar anclada al suelo.
La humildad suele entenderse muy mal. Es una virtud que suele asociarse con el desprecio de uno mismo, con la auto abyección. Se la asocia erróneamente con la timidez, con el ser apocado, indeciso, con la auto descalificación, con el “no puedo”, “no sé”, “no valgo”, con ese no reconocer los dones que nos han sido dados. Todo lo cual oculta, un por cierto comodísimo “no puedo porque no quiero”, un quitarse de en medio, que se vive más tranquilo sin responsabilidades.
Asociar la humildad a la abulia , al pasotismo, a la pasividad supone asociarla literal y etimológicamente a la “idiotez”. La palabra idiota se toma como sinónimo de imbécil, tonto, anormal y cualquier otra denominación aplicable a una persona con pocas luces. Pero la palabra “idiota” viene del griego (idio (propio) > idiotez) que era el término por el cual los antiguos griegos llamaban a los ciudadanos que, como tales, poseían derechos, pero que no se ocupaban de la política de su polis, es decir, personas aisladas que ignoraban los asuntos públicos, sin nada que ofrecer a los demás y obsesionados por las pequeñeces de su casa y sus intereses privados. En términos más cercanos a nosotros, un idiota es un egoísta, un ambicioso, un avaricioso, un político corrupto, alguien que sólo piensa en su propio interés; y todo esto cubierto por el común de los pecados, la soberbia, o creencia de que el “yo” es mucho más de lo que realmente es, un “yo apañao” para vivir en su pequeño mundo.
El honor a la Verdad
La humildad es todo menos eso. Teresa de Jesús se refiere a ella en las Moradas del Castillo interior como el elogio de la Verdad, el honor a la Verdad sobre nosotros mismos. Ser humilde es simplemente ser auténtico, porque el fundamento de la humildad es comprender y asumir plenamente quiénes somos, con todo lo bueno y todo lo malo. Es reconocer que somos frágiles, sí, pero frente a la perfección y misericordia de Dios. Pero es también reconocer que nos han sido dados muchos dones, muchos talentos y que esos talentos tienen una finalidad muy concreta, colaborar a la construcción del Reino.
La humildad consiste en sabernos ver en nuestro sitio. No debemos pensar ni que somos los últimos, pero tampoco los primeros ante los hombres. La humildad nos pide reconocer nuestra total dependencia y confianza en Dios, porque de Él recibimos todas nuestras virtudes, todas nuestras relativas superioridades ante los hombres. La humildad no es no reconocer mis virtudes, sino aceptarlas como unas encomiendas que me han sido confiadas, lo que me prohíbe desaparecer, quitarme de en medio.
Humildad es saber estar donde debo estar, sabiendo, siendo plenamente consciente de lo que soy capaz y por ello, de la responsabilidad que tengo ante Dios y ante los hombres. Es lo que Jesús nos quiso transmitir con la parábola de los talentos (Mt, 25 14ss). La humildad nos hace reconocer nuestros talentos, y que los tenemos para ponerlos a plena disponibilidad del Plan de Dios, frente a la obra de Él, que hemos de realizar.
Humildad es el reconocimiento de una grave responsabilidad ante aquellos que necesitan de nosotros. Es saberse mensajero, artífice, testigo de Dios en este mundo. Pero para eso, antes tenemos que ser conscientes de que por nosotros mismos no tenemos nada.
No hay ejemplo más claro sobre lo que es la humildad, que la relación de un padre con su hijo estudiante. Los estudios cuestan dinero; el hijo no tiene capacidad para costearse los estudios, luego no puede jactarse de “poder estudiar” por sí mismo; necesita del dinero del padre para poder estudiar. El padre le va a pagar los estudios, de modo que si el hijo puede estudiar es porque el padre le paga todo, matrícula, libros, manutención, vestido, etc. Pero el hijo tiene una grave responsabilidad para con su padre y consigo mismo. Tiene la grave responsabilidad de aprovechar la oportunidad que se le brinda de sacar sus cursos y finalmente su carrera.
Otro ejemplo es el de cualquiera de nosotros, que en nuestro trabajo, se nos confía un presupuesto económico para sacar adelante nuestra responsabilidad como empleado. Utilizamos el dinero de nuestra empresa, que se nos pone a nuestra disposición, no para nuestro disfrute, sino para el bien común que es sacar el negocio, la actividad de la organización adelante. El trabajador no tiene los miles o millones de euros para acometer unas obras, pero se le confía ese dinero a su capacidad profesional, para realizarlas, teniendo que dar cuenta de lo que hace, al final del ejercicio fiscal.
Equilibrio inestable
La humildad es una virtud que siempre vive en un delicado y frágil equilibrio entre el auto desprecio y la vanidad. Si el desprecio de uno mismo es una actitud negativa que conduce a la pasividad, en el otro extremo está la vanidad, o la creencia de que deberíamos ser admirados por esas mismas capacidades. Basta un pensamiento de autocomplacencia para hacer añicos la humildad. Basta olvidarnos de que somos meros administradores de unos bienes que nos han sido dados para ponerlos al servicio de la comunidad, para que la preciada humildad se esfume. Teresa de Jesús afirma que aquel que tiene una saludable autoestima, no necesita de alabanzas de terceros, porque va tras otros tesoros, porque su corazón está vacío de sí mismo.
Es por eso que la humildad es una virtud tan secreta, que no se deja descubrir por el malicioso, dice la Santa de Ávila. Porque el malicioso tiende a pensar mal de todo el mundo, hasta del que obra con pureza, tachándole de engreído. ¡Ay de aquellos que compiten por ser más santos y virtuosos que los demás! ¡Ay de aquellos que no hacen más que compararse en virtud con los otros!, como si la humildad y la virtud fuese una competición al estilo “ a ver quien mea más lejos”. Estos han echado a perder toda la belleza y pureza del regalo que les fue concedido, convirtiéndolo en un inmerecido trofeo de caza, sin ningún valor. La humildad así adulterada se convierte en “falsa modestia”, en hipocresía, en pura soberbia, deseosa de ser admirada por sí misma.
La persona verdaderamente humilde no entra en competencia con nadie, porque en todos ve a gente honesta que trata de cumplir la voluntad de Dios, de modo que se reconoce tan frágil, tan débil y tan fuerte como cualquiera. Y sobre todo, el humilde no juzga a nadie, ni se dedica a escudriñar en el ojo ajeno en busca de una brizna que criticar, porque sabe bien, la viga que tiene en el suyo.
El humilde es alguien que duda de sí mismo, porque su propia virtud de esconde de él, justamente para que no se lo crea. Es por eso que la humildad es tan inestable como el equilibrio de un funanbulista, siempre entre el auto desprecio y la vana gloria.
Pero Teresa de Jesús nos exhorta a que nos guiemos con un termómetro que nunca falla, nuestra propia conciencia, ya que nos muestra la meta que nos atrae, lo que nos impulsa. Nos dice si estamos obrando para glorificar a Dios con nuestros actos, para santificar su nombre, o el nuestro. Recordemos la frase del Padrenuestro, “santificado sea tu nombre”. ¿A quién pretendemos santificar con nuestras obras, a Dios o a nosotros mismos? La conciencia nunca nos miente, aunque nos podamos auto sugestionar de lo contrario.
¿Cuál es nuestra intención al hacer un acto de amor?
“Tú en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha” (Mt 6, 3)
No te pongas en los primeros puestos de la iglesia para que todos te vean lo santo y piadoso que eres. En cambio, ocúltate en su estancia, y allí en lo escondido, ora al Padre celestial, que sabe ver lo escondido y te recompensará. (Mt 6, 5-6)
La pureza de intención es “tramar el bien”, exclama Teresa de Jesús. Es ser conscientes de que el objetivo de nuestros actos es mostrar a Dios, con toda su realidad en medio de los seres humanos.
Si así fuera, Dios sería una verdad tan evidente para los seres humanos, como lo es la luz del sol. De modo que si no lo es, se debe a que los que sí sabemos que está aquí, no lo reflejamos con nuestra propia vida, porque anteponemos nuestro propio interés.
Dios se manifiesta explícitamente en este mundo cada vez que una persona realiza un acto de amor hacia otra persona, aunque no sea consciente de ello. Pero el acto no es de amor por sí mismo, no es la acción la que manifiesta el amor, sino la actitud de donación, de entrega por cuenta de un Tercero, no por uno mismo. Ese es el valor de la humildad, que el que recibe la donación sea consciente que la recibe, no de la persona que la realiza, sino de Dios mismo a través de ella. Cuando esto es así, cuando el donante no se atribuye los méritos, es cuando transmite ese acto de amor en "estado puro", sin la malicia de la autocomplacencia y de la egolatría. Da gratis lo que gratis recibió.
Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. (Mt 10, 8)
El duro camino hacia la humildad
Para todos nosotros, lo descrito por Teresa de Jesús y por “Jesús de Teresa”, como la santa refiere una vez que Jesús se le presentó, la humildad así vivida es un bello desiderátum, una añoranza casi imposible de alcanzar, porque estamos anclados al suelo con muchísimas ataduras que impiden que la etérea humildad pueda alzar el vuelo y elevarnos por encima de las cosas.
El camino de perfección descrito por Jesús, por los hombres y mujeres de Dios que en este mundo han sido, es el camino de la humildad.
La mejor forma de explicar esto es mediante la etimología de la palabra “humildad”. Humildad viene de “humus”, suelo. Es en el suelo, en el terreno, donde se echa la semilla para que crezca la planta. Pero todo agricultor sabe que antes de sembrar, hay que roturar y limpiar la tierra de los abrojos, piedras y malas hierbas silvestres, que pueden ahogar la nueva semilla y arrebatarle los nutrientes y el agua que necesita para poder crecer fuerte y dar fruto. Es decir, antes de sembrar la buena semilla, hay que limpiar el suelo, hay que “humillar”. Así que al acto, a la tarea de humillar, la llamamos “humillación”.
La jerga popular ha convertido estas palabra en sinónimo de desprecio. La propia Real Academia de la Lengua española, admite este significado:
1. tr. Inclinar o doblar una parte del cuerpo, como la cabeza o la rodilla, especialmente en señal de sumisión y acatamiento.
2. tr. Abatir el orgullo y altivez de alguien.
3. tr. Herir el amor propio o la dignidad de alguien.
4. tr. Taurom. Dicho de un toro: Bajar la cabeza para embestir, o como precaución defensiva. U. t. c. intr.
5. prnl. Hacer actos de humildad.
6. prnl. Dicho de una persona: Pasar por una situación en la que su dignidad sufra algún menoscabo.
7. prnl. ant. Arrodillarse o hacer adoración.
No aparece por ningún lado el significado espiritual de la palabra, que no es otro que el de limpiar y purificar la tierra, para que la buena simiente pueda crecer sin impedimento alguno. Es una lástima, y de paso es comprensible que asociemos todo lo relativo a la humildad al desprecio de uno mismo, y a una actitud indigna de las buenas relaciones entre las personas.
En un principio, reconocernos débiles y con más defectos que una escopeta de feria, no tiene que ir parejo con un sentimiento amargo y de auto desprecio. Soy así, de naturaleza débil y ególatra. Saberlo es una gran noticia para mí, porque de esta forma sé, soy consciente de mi enfermedad, y podré acercarme a mi médico del alma, para que me pueda poner el tratamiento.
A la pregunta ¿qué he de hacer para alcanzar la humildad, para limpiar mi alma de los abrojos, para romper las ataduras que me ligan a esta tierra árida?
La respuesta de Jesús es simplemente esta…
El Sermón de la montaña
Mateo 5
1 Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. 2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
4 Bienaventurados los mansos , porque ellos poseerán en herencia la tierra.
5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
13 «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. 14 «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. 15 Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. 16 Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
17 «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. 18 Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. 19 Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.
20 «Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
21 «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. 22 Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil”, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será reo de la gehenna de fuego.
23 Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, 24 deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. 25 Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26 Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.
27 «Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. 28 Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
29 Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.
31 «También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio.
32 Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio.
33 «Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. 34 Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo , porque es el trono de Dios, 35 ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. 36 Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. 37 Sea vuestro lenguaje: “Sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno.
38 «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. 39 Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: 40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; 41 y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. 42 A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.
43 «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. 44 Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, 45 para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? 47 Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? 48 Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.
Mateo 6
1 «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. 2 Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. 3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; 4 así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
5 «Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. 6 Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 7 Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. 8 No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.
9 «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; 10 venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. 11 Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; 12 y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; 13 y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
14 «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; 15 pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.
16 «Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. 17 Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, 18 para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
19 «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. 20 Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. 21 Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
22 «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; 23 pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!
24 Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.
25 «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26 Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
27 Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? 28 Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. 29 Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. 30 Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
31 No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? 32 Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. 33 Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
34 Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.
Mateo 7
1 «No juzguéis, para que no seáis juzgados. 2 Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá.
3 ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? 4 ¿O cómo vas a decir a tu hermano: “Deja que te saque la brizna del ojo”, teniendo la viga en el tuyo? 5 Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano.
6 «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen.
7 «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. 8 Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 9 ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; 10 o si le pide un pez, le dé una culebra? 11 Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!
12 «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas.
13 «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; 14 mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran.
15 «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? 17 Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. 18 Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego.
20 Así que por sus frutos los reconoceréis.
21 «No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. 22 Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” 23 Y entonces les declararé: “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!”
24 «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: 25 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. 26 Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: 27 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»
28 Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; 29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.
Abandono a la Providencia y desapego de las cosas de este mundo…
Y podrás volar hacia las alturas.
La Paz esté contigo, amigo.
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