Hablar del Mal, con mayúsculas es un tema que despierta nuestros más oscuros fantasmas del miedo. Es un tema sobre el que nadie, en su sano juicio, se atrevería a hablar en plan jocoso. Porque mal es todo lo que percibimos como algo que nos hace daño, pero sobre todo como algo que tiene intención, a conciencia, de hacernos daño, pero no tanto el daño físico, el que mata la vida física, sino el que mata el espíritu y le introduce en el Averno, la morada de los demonios.
Los efectos del ciclón Yesi, que fueron catastróficos, con centenares de muertos, y con poblaciones totalmente devastadas, ha causado la desesperación de muchas familias, tras haberlo perdido todo, tanto desde lo material, como muchos de sus seres queridos. Una auténtica tragedia. Pero ahora bien, ¿Han sufrido el ataque del Mal?, ¿o lo sufrido ha sido una violentísima consecuencia de las perturbaciones meteorológicas originadas por el fenómeno oceánico de “La Niña”?
Imaginarium popular
Los efectos del ciclón Yesi, que fueron catastróficos, con centenares de muertos, y con poblaciones totalmente devastadas, ha causado la desesperación de muchas familias, tras haberlo perdido todo, tanto desde lo material, como muchos de sus seres queridos. Una auténtica tragedia. Pero ahora bien, ¿Han sufrido el ataque del Mal?, ¿o lo sufrido ha sido una violentísima consecuencia de las perturbaciones meteorológicas originadas por el fenómeno oceánico de “La Niña”?
Imaginarium popular
El Mal procede de un ser inteligente que pretende hacernos daño, vernos sufrir, ensañarse con nosotros.
Por tanto, cualquier catástrofe natural supone una tragedia, a veces de proporciones bíblicas, pero el “Mal” no ha tenido nada que ver
La guerra, con su cortejo de horror y violencia, es también una tragedia, donde soldados de uno y otro bando cumplen con su misión, y de paso (o de frente), tienen que atacar poblaciones civiles, con el reguero de muertos que eso supone. La mente inteligente que realmente ha montado el conflicto, es alguien que probablemente vivirá a cientos o miles de kilómetros de distancia, que irá a cenar con su mujer, dará un beso a sus hijos antes de dormir, y se acordará de regalarle a su esposa un ramo de flores mientras elabora la directiva que despliegue las operaciones de castigo contra el enemigo, y que producirá centenares o miles de muertos inocentes. Aunque los efectos de su decisión sean deletéreos, tampoco esta persona, este jefe, este presidente, personifica el Mal en estado puro.
El navajero que por robar un móvil a un transeúnte le asesta cuatro puñaladas, con tan mala suerte que le atraviesa el corazón y deja viuda y huérfanos en una situación familiar, social y económica calamitosa, tampoco personifica el Mal en estado puro.
El banquero que, con información privilegiada se lía a vender acciones de bolsa, crea el pánico vendedor, con la ruina de muchos, para luego hacer una compra masiva para quedarse con el control de muchas empresas. Ese, que ha generado una guerra tranquila, causando miles de parados y desempleados, probablemente ese tiene más culpa que los demás, muestra una ambición desmedida, y acaso, algo de maldad en estado puro tenga, pero no personifica el Mal.
La mejor idea de “el Mal” que yo me he hecho siempre ha sido la que yo podría experimentar caminando en una noche oscura, por un bosque, a lo largo de un camino, si pensara que alguna alimaña podría atacarme. Nos pasó a Paloma y a mí, durante el Camino de Santiago, al salir del monasterio de San Juan de Ortega, en dirección a Burgos. Salimos a las cuatro de la mañana, de noche cerrada. A algún gracioso se le ocurrió contar que había lobos por esa zona, lo que nos metió ese miedo atávico en el cuerpo, hasta llegar a Atapuerca, al amanecer. El Mal es alguien dispuesto a robarte, no la vida, sino el alma.
La asociación del Mal con Lucifer, el príncipe de las tinieblas, el mayor depredador de almas imaginable, ha construido en el imaginarium popular un miedo escalofriante a la muerte, y a lo que está por venir. Con este mal de ojo, echado por los entendidos en religión a los pobres feligreses, casi es preferible pensar y creer que tras esta vida no hay nada. Te mueres, y se acabó; no gozarás de la felicidad eterna, ni falta que hace, si a cambio evitas, a costa de no alcanzar la gloria, caer en las llamas del infierno; simplemente dejo de existir, y punto.
Como diría Alberto Cortez en su precioso poema “¡Qué suerte he tenido de nacer!”, el miedo al Mal, va inequívocamente asociado a un “terror ancestral a la sotana y a la victoria final de Lucifer”. Es decir al cura amenazándote con tormentos eternos por un quítame allá esas pajas, si no te arrepientes y te confiesas las grandísimas culpas (que decimos en el “yo pecador”), y a un Lucifer, babeando sangre, dispuesto a devorarte si te mueres sin haber ido a misa el domingo pasado y no haberlo confesado.
Como quiera que esta visión popular del Mal tiene además la cualidad de venderse muy bien, la industria del cine, siempre dispuesta a darle al público lo que desea, no repara en gastos para efectos especiales, en películas llenas de sangre y casquería, como la serie “Saw”, cuyo éxito estriba en generar oleadas de pánico en el público, mientras experimenta esa espectacular catarsis con los protagonistas despedazados en cachitos por el sádico asesino. Y etc., etc.
Así, vende pero que muy bien la idea de que desde tiempos inmemoriales, es como si se hubiese desatado una simpar y desigual batalla de proporciones cósmicas entre el Bien y el Mal. Y en esas estamos. Ángeles contra demonios, Cristo contra Satanás. Y a propósito, Hollywood y novelistas haciendo su agosto con sus best seller de 1500 páginas cada uno, alucinando a propios y extraños con sus fantasías apocalípticas.
Como dice Karen Blixen, No creo en el mal, creo sólo en el horror. En la naturaleza no existe el mal, sólo la abundancia de horror: las plagas, los males, las hormigas, los gusanos, y películas de terror.
Y líbranos del mal
¿Realmente es de ese mal, del que le pedimos a Jesús que nos libre?
Veamos un episodio de un conocido sabio del siglo XX, cuando era estudiante:
Un profesor universitario retó a sus alumnos con esta pregunta: ¿Dios creó todo lo que existe? Un estudiante contestó: Sí. ¿Dios creó todo? Sí señor, respondió el joven. El profesor contestó: Si Dios creó todo, entonces Dios hizo el mal, pues el mal existe, y si las obras son un reflejo de quien las hace, entonces Dios es malo.
El estudiante se quedó callado ante esa respuesta. El profesor se jactaba de haber probado una vez más que la fe cristiana era un mito.
Otro estudiante levantó la mano y dijo: ¿Puedo hacer una pregunta, profesor? Por supuesto, respondió. El joven se puso de pie y dijo: ¿Cree usted que existe el frío? ¿Qué pregunta es esa? Por supuesto que existe. ¿Acaso usted no ha tenido frío? El muchacho siguió: De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío en realidad es ausencia de calor. Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, y el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los cuerpos se vuelven inertes, pero el frío en realidad no existe. Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor.
Continuó el estudiante: ¿Y existe la oscuridad? El profesor respondió: Por supuesto. El estudiante contestó: Pienso que la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el prisma de Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que está compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber lo oscuro que está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio. Oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente.
Finalmente, el joven preguntó al profesor: ¿Existe el mal?. El profesor respondió: Por supuesto que existe, como lo mencioné al principio, vemos violaciones, crímenes y violencia en todo el mundo, esas cosas son manifestaciones del mal. El estudiante respondió: El mal no existe por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia del bien debido, y es, al igual que los casos anteriores, un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia. Dios no creó el mal. No es como la fe o el amor, que existen como existe el calor y la luz. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz. El profesor se quedo callado.
El joven se llamaba: Albert Einstein
Líbrame de mí, Señor
Sin acudir a imaginaciones calenturientas, por las que lo que hacemos es echar balones fuera, para acusar a otro de mis problemas, a otro que me tienta y chincha para hacerme caer a mí, pobrecito yo, que no tengo culpa alguna…, pensemos por un momento, qué pasaría si en realidad el Mal es la situación en la que puedo vivir si voluntariamente, destierro a Dios de mi vida, no quiero verle, no quiero contar con él; como si no existiera, como si no tuviera ninguna influencia sobre mi; en resumidas cuentas, como si yo fuese de verdad dueño de mi destino, y me bastara y me sobrara para hacer y deshacer, sin contar con nadie ni con nada.
¿Quién tomó la decisión que instó al hijo pródigo a salir de la casa de su padre? ¿El hijo? ¿El demonio? Si te quedas más tranquilo creyendo que es un tercero con muy mala intención, pues vale. Si consideras que es el hijo el que voluntariamente tomó la decisión, pues también vale. Porque el hecho es como si el hijo decidiera irse de cada. Y se fue.
En nuestro interior, ya tenemos suficientes personajes, suficiente ganadería de reses bravas, lagartos, vacas, fantasmas, enanos gruñones, guerreros samuráis, princesas, brujas, y demás zoológico mental, como para incorporar a Lucifer en este camarote de los hermanos Marxs, que es nuestra mente.
Llámales como quieras. Los efectos son los mismos. La oscuridad de una vida carente de amor.
Buda afirma que es uno mismo el que hace el mal, uno mismo lo sufre; uno mismo se aparta del mal, uno mismo se purifica. Pureza e impureza son cosas de uno mismo, nadie puede purificar a otro.
Por otra parte, como dice Konrad Lorenz, sería una buena medida de higiene mental prescindir de la personificación del mal, debido a que conduce, con demasiada facilidad, al tipo más peligroso de guerra: la guerra religiosa.
Si consiguiéramos convencernos de que el mal, del que rogamos a Dios nos libere, es el que sale de nosotros mismos…
Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. (Mc 7, 15)
Esta es una alusión, referida por otros evangelistas, que va en este sentido. No es malo lo que entra por la boca del hombre, sino lo que sale de ella. El Mal está en mí mismo, cuando le vuelvo la espalda a Dios. A partir de ese momento, yo me convierto en un arma letal para mis hermanos los hombres, porque puedo ser capaz de cometer los crímenes más atroces que nos podamos imaginar. Y si no es así. Si, no obstante creer que Dios en mi vida no cuenta, si amo a mis hermanos, si doy pan al que tiene hambre, si atiendo al que me necesita, entonces, aunque crea y me sienta ateo, Dios está dentro de mí, y actúa, quiera o no quiera, porque sus efectos en mi corazón, su Amor, salen fuera de mi, y se derrama en mis hermanos.
Por eso, ateo no es el que quiere serlo, sino el que puede serlo a base de renegar conscientemente de Dios, pero no de palabra, sino a través de sus obras, enfocadas exclusivamente en su propio egoísmo y ambición, provocando el daño con ensañamiento a los demás. Y esto incluso, acudiendo farisaicamente a misa y cumpliendo con los preceptos "supuestamente religiosos".
Por eso, "por sus obras les conoceréis".
Si no tengo amor
Si no tengo amor, puedo ensañarme con el otro hasta hacerle vomitar de dolor.
Si no tengo amor, puedo comprar mercenarios para atacar aldeas indefensas, puedo montar el lucrativo negocio de la droga o la prostitución.
Si no tengo amor, puedo intrigar en mi empresa para que me nombren a mí, jefe de sección antes que fulanito que sé, es mejor que yo y se lo merece.
Si no tengo amor, puedo llegar a la conclusión de que la vida humana vale menos que un teléfono móvil hasta disparar a su propietario si no me lo da.
Y así, etc, etc, etc.
Es decir, ...
Y así, etc, etc, etc.
Es decir, ...
Si no tengo amor, yo soy la personificación del Mal con mayúsculas en este mundo.
Porque si no tengo amor, Dios no cuenta en mi vida, y estoy perdido,
Tan simple como eso, en mayor o menor escala; depende de la mala …stia que se me ponga.
Si no tengo amor, estoy perdido, estoy condenado a vivir en el infierno de vida que yo solito he creado a mi alrededor, para mí y para los que tengan la desgracia de verse obligados a convivir conmigo y los que tengan la mala suerte de cruzarse en mi camino. Y al morir, a lo único que tengo derecho es a seguir viviendo de la forma que he vivido, en otro plano de la realidad, es decir, en el infierno, en mi infierno, hasta que me de la puñetera gana de darme cuenta de lo imbécil y mala persona que he sido, es decir, hasta que me dé cuenta de que lo único que he hecho ha sido dilapidar mi hacienda, para terminar rebozarme en el barro con los cerdos por unas cuantas algarrobas, hasta que se me ocurra decidir volver a la casa de mi Padre.
Pasar de “señorita yo no he sido, ha sido fulanito”, es decir, de echarle la culpa a Lucifer, a “soy responsable de mi vida”, y de lo que voy a hacer con ella, supone un salto cuántico espectacular. Porque acto seguido de tomar conciencia de esa responsabilidad, viene la lucidez de comprender que sólo si vivo el amor, puedo empezar a cambiar las cosas.
Si no tengo amor, estoy perdido, estoy condenado a vivir en el infierno de vida que yo solito he creado a mi alrededor, para mí y para los que tengan la desgracia de verse obligados a convivir conmigo y los que tengan la mala suerte de cruzarse en mi camino. Y al morir, a lo único que tengo derecho es a seguir viviendo de la forma que he vivido, en otro plano de la realidad, es decir, en el infierno, en mi infierno, hasta que me de la puñetera gana de darme cuenta de lo imbécil y mala persona que he sido, es decir, hasta que me dé cuenta de que lo único que he hecho ha sido dilapidar mi hacienda, para terminar rebozarme en el barro con los cerdos por unas cuantas algarrobas, hasta que se me ocurra decidir volver a la casa de mi Padre.
Pasar de “señorita yo no he sido, ha sido fulanito”, es decir, de echarle la culpa a Lucifer, a “soy responsable de mi vida”, y de lo que voy a hacer con ella, supone un salto cuántico espectacular. Porque acto seguido de tomar conciencia de esa responsabilidad, viene la lucidez de comprender que sólo si vivo el amor, puedo empezar a cambiar las cosas.
Cada uno de nosotros somos cada uno de los millones de puntos de luz de esta esfera de luz. Lo que vemos es una lámpara de salón formada por un foco central y miles de fibras de vidrio, que conforman la esfera. Si nos creemos tan chulos como para despreciar la fibra que nos une con la Luz central, nuestro punto de luz deja de alumbrar, y contribuirá decididamente a bloquear la luz en el mundo, quedando nosotros también a oscuras.
Si aceptamos que formamos parte del Todo, de donde emana la Luz Universal, la gente verá en nosotros el reflejo de la Luz, y seremos testigos de esa luz que lo baña todo.
Si aceptamos que formamos parte del Todo, de donde emana la Luz Universal, la gente verá en nosotros el reflejo de la Luz, y seremos testigos de esa luz que lo baña todo.
Líbranos del mal, no es otra cosa que rogarle a nuestro Padre celestial, que nos libre de nosotros, de nuestro reino raquítico, egoísta, ególatra, ambicioso y necio. Líbrame de mí, Señor, de mis tonterías, de mis creencias, de mis imaginaciones, de mis fantasmas, de mis escrúpulos, de mis aprehensiones, de mis miedos atávicos, así hayan sido inyectados en mi adoctrinamiento infantil.
Líbrame Señor de todo aquello que me bloquea, que me atenaza en el pánico cerval a los terrores infernales.
Sálvame, Señor de las estupideces que he tenido que soportar escuchar durante tantos años de creencias absurdas, que me han impedido volar hacia ti.
Amigo. Esto es una oferta, que sólo tú puedes aceptar o rechazar. No te sientas obligado ni a aceptarla, ni a rechazarla. Sé tú mismo; siéntete en paz contigo, haz silencio, el tiempo que te haga falta, y espera la respuesta. Dios te va a querer igual, tanto si te lo montas a lo “combate contra lo diabólico” o a lo “si no tengo amor, nada soy”.
Líbrame Señor de todo aquello que me bloquea, que me atenaza en el pánico cerval a los terrores infernales.
Sálvame, Señor de las estupideces que he tenido que soportar escuchar durante tantos años de creencias absurdas, que me han impedido volar hacia ti.
Amigo. Esto es una oferta, que sólo tú puedes aceptar o rechazar. No te sientas obligado ni a aceptarla, ni a rechazarla. Sé tú mismo; siéntete en paz contigo, haz silencio, el tiempo que te haga falta, y espera la respuesta. Dios te va a querer igual, tanto si te lo montas a lo “combate contra lo diabólico” o a lo “si no tengo amor, nada soy”.
Por lo demás, ten ánimo, amigo, y considérate afortunado por haber nacido en los brazos de Dios, y descansa en su misericordia. ¿Cual será en la agonía tu balance? Ni tú ni nadie lo sabe. Nadie estuvo de los vivos en ese trance. Pero no te espante ese terror ancestral que te inyectaron, ante un Dios iracundo que de tal forma te inculcaron, que no te deja dormir. Ese Dios no existe.
Queda apaciguado en brazos del Ser auténtico que te creó y que te ama infinitamente.
¡Qué suerte has tenido de nacer!
Escucha este precioso poema de Alberto Cortez. Lo dice todo.
La Paz esté contigo, porque ya sabes con estas sencillas frases que nos enseñó Jesús de Nazareth, cómo tienes que orar al Padre, qué pedirle y suplicarle.
Ya sabes cómo elevar tu espíritu a las alturas.
Amen
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