Pompas de jabón
¿Qué es una pompa de jabón?
Casi nada.
Tiene una consistencia tan liviana, tan etérea, que cualquier roce, cualquier contacto con una superficie provocaría su ruptura y su total desaparición. Lo que hoy es, o parece que es, en un instante se esfuma como por encanto. Se acabó. Todas las ilusiones sobre su belleza, porque eso sí, una pompa de jabón es increíblemente bella, simplemente se desvanecen.
Posiblemente, mi camino (es un decir) hacia la Lucidez comenzó de una forma consciente, cuando estudié por mi cuenta, Astronomía. La lectura de mi primer libro de Isaac Asimov, “El Universo”, me hizo descubrir una realidad pasmosa, un Universo de proporciones absolutamente inconmensurable, donde nosotros, La Tierra, somos literalmente nada respecto de del Universo que nos rodea. Para hacernos una idea de lo que estoy diciendo, si la Tierra fuese del tamaño de un grano de mijo, Júpiter sería como un balón de futbol, y en relación a la distancia que nos separa, si el grano de mijo estuviera en la Puerta del Sol de Madrid, el balón de futbol, estaría en la entrada al edificio del Empire State de Nueva York. El diámetro de la Vía Láctea es algo así como treinta mil años luz… ¡treinta mil años luz! Nos separa de una de las galaxias más cercanas a la nuestra Andrómeda, dos millones de años luz. Y así podríamos seguir, hasta llegar a lo que se consideran los confines del Universo a unos quince o veinte mil años luz.
El Universo que vemos en una noche estrellada ¡¡no existe!! Porque lo que vemos es la luz que salió de las estrellas hace como poco 4,3 años luz (Alpha centauro), 7,7 (Wolf), o 8,7 (Sirio), 11,4 (Procion), y así hasta distancias desde las que la luz salió bastante antes de que el hombre caminase erguido sobre la superficie del Planeta. Es decir, lo que vemos del Universo es una vista del pasado profundo. En un radio de 5000 años luz hay 600 millones de estrellas. Una estrella que esté a 5000 años luz de nosotros, su luz, la que vemos, salió de ella cuando se estaban levantando las pirámides de Egipto.
De este modo, nuestra visión del Universo es una distorsión temporo-espacial que hace que nuestra percepción sea una vista tan sólo al pasado. No sabemos si esas estrellas, esas galaxias están “ahora” ahí, o han desaparecido, o están en otra parte, etc.
Nos comportamos como si siguieran ahí, fijas, inmóviles, pero en realidad no sabemos nada y jamás podremos saber cómo es el Universo en un instante dado.
Y si nos vamos de lo infinitamente grande a lo infinitamente pequeño, resulta que lo que entendemos como un átomo es literalmente “nada”, una capa de electrones que no sabemos donde están (principio de incertidumbre de Heisenberg), que rodean a un núcleo, que es lo que se puede jactar de tener “algo de masa” (si supiéramos lo que es la masa), en una proporción relativa de tamaño como una mosca (el núcleo) respecto de una esfera del tamaño de la catedral de Colonia. O sea, casi “nada”. Y entre medias, “nada”, vacío total.
Así que, si nos centramos en el reino de lo visible, los humanos estamos situados entre dos abismos literalmente descomunales. Si nosotros, nuestro tamaño ronda el metro de longitud (más o menos), es decir, 10 elevado a cero, por encima de nosotros, está un Universo de 26 potencias de 10 de tamaño. Es decir 1 seguido de 26 ceros. Pero por debajo de nosotros, existe un Universo de 10 elevado a menos 16 ceros, es decir 1 partido entre 1 seguido de 16 ceros. Y teniendo en cuenta que entre el núcleo que es casi “nada”, y la corteza electrónica hay una distancia de unos cien metros (en la comparación de la mosca y la catedral), si alguien se cree que lo que ven sus ojos es real, que levante la mano.
Cuando nos movíamos en un Universo de cinco potencias de diez, la dimensión del mundo conocido, podríamos creernos los reyes de la Creación y a los Papas se les podía perdonar su infantil atrevimiento de creer que podían pontificar sobre lo divino y lo humano; pero con este escenario literalmente demoledor, no sé a dónde puede haberse ido a parar lo poco que, honestamente, nos puede (y les debería) quedar de esa vanidad.
Cuando uno toma conciencia de esta apabullante realidad, se cuestiona muchas cosas. La primera de todas es la pequeñez casi infinita de uno mismo, la debilidad, la nulidad. Uno despierta como de un sueño donde se creía algo, para reconocer que es menos que una pompa de jabón. Este ejercicio de nulidad, de nihilismo, para el común de los mortales es tremendamente costoso, porque uno no puede llegarse a creer que lo que está viendo con sus ojos casi es “nada”, literalmente “nada”. Y él mismo, formar parte de esa “nada”.
Por otra parte lo que ven mis ojos, ni siquiera es real en sí mismo, sino que es la construcción mental que mi cerebro elabora, a partir de las señales visuales que nuestros sentidos “creen captar” del mundo exterior. Es decir, dependemos de nuestra capacidad de percepción.
¿Qué ves en esta imagen? ¿Una anciana o una joven? Porque ambas están dibujadas. Depende de lo que tu quieras ver, o creas que estás viendo.
Nada es lo que parece. Todo es un elaborado mental. El mundo es como lo quieres ver. No es consistente en sí mismo, de verdad. No lo es.
Y tú, formas parte de esa inconsistencia, tan frágil como una pompa de jabón. Así que no hace falta adherirse a ninguna creencia religiosa para empezar a vislumbrar que este mundo es menos real de lo que parece. Porque no lo es.
Los pilares de la Física clásica, la que nos permite desarrollar el tecnológico mundo que conocemos, y colocar un satélite artificial en órbita alrededor de Marte, se está desmoronando a pasos agigantados tras los avances de la mecánica cuántica. ¿Qué nos queda? Una descomunal masa oscura, que parece ser es la que rellena el Universo, pero que es indetectable por los instrumentos de los astrónomos.
Cuando uno llega a este tipo de evidencias, se da cuenta de que comienza a removerse la tierra que tiene bajo sus pies, y sinceramente, el miedo empieza a apoderarse de nosotros. Porque la sensación de ser literalmente “una pompa de jabón” se adueña de nosotros y nos surge una pregunta que jamás quisiéramos plantearnos. ¿Quién soy yo? O peor aún ¿qué soy yo?
No dualidad
La filosofía advaita vedanta, la rama más evolucionada del hinduismo, que afirma la naturaleza “no dual” de la existencia, nos dice que este mundo que vemos, es simplemente un sueño elaborado por nuestro cerebro, una unidad de Carbono, que imagina cosas tan etéreas como pompas de jabón, y que realmente lo único que es, es la existencia de un ser unido a la totalidad de seres existentes, hasta tal punto que no puede hablarse de relación entre los distintos seres, sino de unidad total. Es la unión entre el sujeto que percibe y lo percibido. Es la falsa apariencia de ser múltiples individualidades, lo que nos hace conformar la existencia tal y como la vemos. Ya lo he referido en anteriores entradas. El mundo en el que nos movemos es algo parecido a “Matrix”. Todos creemos que esto es real, cuando realmente no lo es. Sólo muy contadas personas como Neo, en la película, que reciben la merced de “despertar” del sueño, son capaces de tomar conciencia de esta insufrible levedad, al borde de la nada, que es lo que denominamos “la Creación”.
Lo que realmente existe es la Consciencia, a la que solemos ponerle el nombre consensuado de “Dios” (en el caso de los occidentales), o Alá, o Yavhé, o Aura Mazda, o Brahma, etc. “Uno solo existe, que los sabios llaman con diferentes nombres”, afirma un viejo proverbio veda. Nosotros somos las creaturas (criaturas), resultado de ese constructo divino, de ese Matrix, que es “lo manifestado”.
El pecado original de la tradición judeo cristiana viene a ser la tendencia a aferrarse al concepto de individualidad frente al de no dualidad. El primero, la individualidad, te sumerge en el sueño irreal en el que “tú crees que eres alguien separado del resto de lo manifestado”. Y en este virtual sueño de individualidades, “cada cual va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío”. Y así nos va en Matrix, dándonos de tortas por un puñado de dólares, los unos con los otros.
La ley de la Gravedad
A día de hoy, uno de los grandes problemas no resueltos en Física está relacionado con la fuerza de la Gravedad, y de cómo incorporarla en la teoría de la gran unificación, que buscan desesperadamente los físicos. La Gravedad sabemos cómo se comporta, pero realmente no sabemos “lo que es”. Que los planetas giran alrededor del Sol, de una forma estable y periódica, y aportan al Sistema Solar rasgos de entidad por sí misma, es un hecho, pero qué es lo que les mantiene unidos respecto del Sol, es algo que ya quisiéramos saber.
El Amor es el otro gran problema no resuelto por el ser humano. Sabemos (más o menos, cómo se comporta), pero realmente no sabemos “lo que es”. Esto se debe a una cosa muy simple. El Amor es “Lo Que Es”. Simplemente eso, “Lo Que Es”. Pura Consciencia. Se manifiesta en todo lo que percibimos como cohesión, solidaridad, cercanía, comprensión, esperanza, en todo lo que nos acerca los seres humanos, lo que derriba barreras, lo que se expresa en la belleza, en la paz, en la felicidad, en la luz. Pero no sabemos “Lo Que Es”.
En resumen, lo que imaginamos como Dios, es “Lo Que Es”. No sabemos lo que es, pero se expresa, se manifiesta en algo que nos hemos puesto de acuerdo en denominar “Amor”.
El Amor, ilumina lo manifestado y percibido por nuestras correspondientes unidades de Carbono (mente/cuerpo), como algo que aporta armonía, cohesión, un proceso asintótico hacia la “no dualidad”, que es lo Real.
Los astrofísicos de la escuela de Fred Hoyle, partidarios del Universo pulsante, afirman que tras el Big Bang, el Universo llegará un momento en el que se equilibrarán las fuerzas de repulsión (que en la actualidad hacen que las galaxias se alejen unas de otras, “corrimiento al rojo” del espectro), y la de atracción (la Gravedad). Si la masa total del Universo supera un cierto límite, la Gravedad terminará ganando la batalla, y el Universo comenzará un proceso de contracción (corrimiento hacia el azul del espectro), finalizando la vida del actual Universo en un Big Crunch, que dará nacimiento a un nuevo Big Bang. Y vuelta a empezar.
Como teoría es atrayente. Pero la traigo a colación, para indicar, cómo sería un bello símil de ese proceso de retorno a nuestros orígenes (nuestro Universo unitario) al lado, unido, hecho Uno con “Lo Que Es”, que estalló en millones de pedazos (Big Bang) por aquel pecado original, que nos aleja los unos de los otros, que nos hace duales.
La nada y el infinito
Para terminar el, llamémosle, razonamiento de este sin sentido que es nuestro pequeño mundo, pensemos por un momento en el concepto de infinito.
¿Qué es el infinito? ¿Algo muy grande, descomunalmente grande, interminablemente grande? Cualquier calificativo grandioso que apliquemos al concepto “infinito” es literalmente “nada” respecto del “infinito”. En número podríamos decir que es algo así como 10 elevado a 1000. ¿Un uno seguido de mil ceros? O ¿Un uno seguido de 10.000 ceros, o de 100.000 ceros?
¿Y lo infinitamente pequeño? ¿Se aproximaría a lo infinitamente pequeño uno partido entre 1 elevado a 100.000 ceros? ¿Por qué no 1 partido entre uno elevado a un millón de ceros?
Cuántos números existen entre 3,1416 (número Pi) y 3,1417? La respuesta es “infinitos”.
Dicen que Georg Cantor, matemático ruso que investigó (o trató de investigar) matemáticamente el concepto de infinito, tras declarar la existencia de los números transfinitos, al final, se volvió como un cencerro, enloqueció. Porque no hay mente humana que pueda trascender y comprender el “infinito”, ni siquiera matemáticamente.
Así que cualquier objeto, concepto, idea generada en este mundo natural es literalmente “nada” respecto de la “inmensidad” (sin-medida). Una Galaxia de 30.000 años luz de diámetro es “nada” en relación al infinito.
Si a la in-mensidad, si al In-finito (sin-fin) le denominamos Consciencia, y a la Consciencia, le damos el nombre de Dios, Alá, Brahma, etc, tenemos al menos un “algo” al que referirnos cuando hablamos de Lo Que Es.
“Lo Que Es” se manifiesta
Todos los grandes maestros espirituales de la Historia coinciden más o menos en este planteamiento.
Luego, sus seguidores, se lo montan a su modo, configurando sistemas religiosos para darle visos de realidad (en este mundo) a los mensajes universales de los maestros. Y de resultas, tenemos las religiones, con su mayor o menor carga de ritualismo, útil tan sólo para las personas (el común de las gentes), que viven toda su vida inmersos en el sueño de Matrix, y que les aporta una cierta esperanza de que “mañana será mejor”, y cuidado con sacar los pies del plato. Y además, se pelean unos santones con otros, unos líderes con otros de otras religiones, empeñados en “a ver quién mea más lejos”, y quién está en lo cierto, respecto de los conceptos religiosos (dogmas) que ellos han elaborado sobre la dudosa base captada de los grandes Maestros.
Unos de los grandes Maestros de todos los tiempos, Jesús de Nazareth, aportó una idea bastante útil para el caminar de las gentes sencillas hacia “Lo Que Es”. Fue la idea de “Padre”, lo que aportó una cercanía, y un nivel asombroso de algo absolutamente imprescindible para que el ser humano se decida a abandonar Matrix, y la idea de su “yo individual”. Ese algo se llama “Confianza”, o también “Fe”.
“Lo Que Es”, la pura Consciencia, se manifiesta a sus hijos que ha colocado en el Confinador, como “Padre”, expresión más cercana y más doméstica del Amor. Se manifiesta en Alguien en quien confiar, como un hijo pequeño confía en su padre o en su madre.
Supongo que la idea de Dios Padre es una forma de que los humanos podamos aproximarnos a “Lo Infinito” sin el pavor que supone asomarse a un abismo absolutamente inconmensurable. Dios, “Lo Que Es”, apiadándose de sus creaturas virtuales de este mundo, ofrece la imagen de Padre amoroso en el que confiar, como un niño se abandona a dormir en brazos de su padre o de su madre.
La fe es sólo eso, y nada menos que eso. Confiar en un Padre que sabemos nos va a guiar hacia la Lucidez de comprehender que esto es sólo un sueño, un simulador de la vida, una escuela de aprendizaje.
25 Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. 26 Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. 27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis.» 28 Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» 29 «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. 30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» 31 Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Mt 14, 25-31
Por tanto, la fe no es la creencia en la existencia o no de Dios. Esto no es negociable. La fe es la plena confianza en que Dios está en mí, que “yo”, literalmente no existo, no soy nada, como nada es cualquier cosa que imaginemos respecto del Infinito.
Nuestros problemas de esta vida pueden ser pequeños o grandes, si las coordenadas de referencia se sitúan entre cero y +100 y -100 (porcentajes, que decimos). Mostrando las cifras en un gráfico, veremos que fluctúan, como los valores de la bolsa. Pero si las referencias de las coordenadas se sitúan entre, pongamos +100.000 y -100.000, ¿qué valor puede ofrecer una variación de 0,5 arriba o abajo?
Todo es cuestión de perspectiva.
Confiar
San Juan de la Cruz dice que el proceso de perfección consiste en transformar las potencias del alma en pura virtud.
Las potencias del alma son clásicamente tres, la memoria, el entendimiento y la voluntad.
El proceso de transformación del entendimiento en fe pasa por aceptar el tránsito entre la luz aparente de la inteligencia, a la oscuridad de la fe. Esto supone una renuncia capital al uso del atributo más importante del ser humano como especie inteligente, que es su capacidad de razonar, a cambio de un progresivo sometimiento a la fe en Alguien que aceptamos nos guíe por cañadas oscuras. En este proceso, el alma pasa de la noche, donde aún se puede ver algo con las pupilas totalmente midriáticas, a la oscuridad, donde es imposible ver absolutamente nada. Y aún así caminar confiando en la mano invisible de nuestro guía.
En la subida al Monte Carmelo (que podéis consultar en la página de este blog), San Juan de la Cruz describe en los capítulos 1 a 5 del Libro segundo, el proceso de transformación del entendimiento en fe (confianza) de esta manera:
A oscuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡ oh dichosa ventura !,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada ;
Comienza la descripción de esta segunda canción. Comienza así:
En esta segunda canción canta el alma la dichosa ventura que tuvo en desnudar el espíritu de todas las imperfecciones espirituales y apetitos de propiedad en lo espiritual... sólo estribando en pura fe y subiendo por ella a Dios. Que por eso la llama aquí escala y secreta... porque escala y penetra hasta lo profundo de Dios.
El alma va disfrazada, porque ya ni el mundo, ni el demonio ni la carne la pueden reconocer. Y va segura, porque sale vestida con la armadura de la fe, una fe ciega en aquel en quien confía plenamente y sabe que la conducirá por el largo camino de subida.
Pero va a oscuras, porque si en la noche, por muy profunda que sea, aún se pudiera ver algo, en la oscuridad no puede verse absolutamente nada. En la noche del sentido, aún el alma puede ver por sí misma algo. En la del espíritu, no puede ver nada, porque sólo la fe puede guiarla, como un ciego es guiado por su lazarillo. Y como el lazarillo es tal Señor, el alma se siente segura, a pesar de no saber ni qué le ocurre, ni qué le ocurrirá, porque su excelso guía sabe a dónde ha de conducirla.
Es por ello que es evidente el aserto de que Dios no es un mensaje para la mente sino para el corazón.
Tras los ímpetus de los primeros tiempos, “con ansias en amores inflamada”, el alma se sosiega, “quedando ya su casa sosegada”, porque para entrar en la noche del espíritu, todas las potencias han de quedar en calma, negando el gusto y el apetito, incluso por lo espiritual.
El alma ha de quedar desnuda, totalmente, en pura fe, sencillez y humildad, con el suelo totalmente humillado, para que la nueva simiente pueda fructificar sin riesgo de que ningún abrojo dificulte su crecimiento.
A oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
Por venir a gustarlo todo, saberlo todo, serlo todo, no quieras tener gusto en nada, saber algo en nada, ser algo en nada (I,13) .
Eso se acerca al mensaje que Margarita Porete nos ha dejado en su principal obra: "El Espejo de las almas sencillas y aniquiladas".
Este es el valor de la fe, de la confianza. “Nada”, se entrega a Lo Que Es, para literalmente desaparecer, extinguirse y renacer como El Todo.
La mística es lo que tiene, que al final, el mensaje de Jesús y el Vedanta es exactamente lo mismo. Otra cosa son las interpretaciones de los sabios y pontífices de este mundo, que se lo montan a su manera.
Por eso, amigo mío, da igual la religión que profeses, si es que profesas alguna. Lo importante es esto. Tú, yo, no existimos, sólo somos una ensoñación de nuestra unidad de Carbono denominada (mente cuerpo). La cuestión es ser consciente de esta Realidad, caer en la cuenta de que Todo es Consciencia, de que el Padre y yo, somos Uno. Lo que decía Jesús, lo dice San Pablo. “Yo no soy el que vive, sino Cristo quien vive en mí”.
El Padre y yo, somos Uno. Jn 10, 30
Dios está en ti. Es algo que tu yo individual puede resistirse a creerlo, puede negarlo, pero no lo puede evitar. Puedes vivir de espalda a esta Realidad, pero simplemente te estarás aferrando a un sueño. Es algo superior a ti.
Sin embargo, confía, estás en buenas manos, para poder salir de este sueño, que la tradición judeocristiana ha dado en denominar "pecado original", o egolatría.
Esta es la "no dualidad" predicada por la filosofía perenne.
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