15 Sirven ellos para que la gente haga fuego. Echan mano de ellos para calentarse. O encienden lumbre para cocer pan. O hacen un dios, al que se adora, un ídolo para inclinarse ante él. 16 Quema uno la mitad y sobre las brasas asa carne y come el asado hasta hartarse. También se calienta y dice: «¡ Ah! ¡me caliento mientras contemplo el resplandor!» 17 Y con el resto hace un dios, su ídolo, ante el que se inclina, le adora y le suplica, diciendo: «¡Sálvame, pues tú eres mi dios!» 18 No saben ni entienden, sus ojos están pegados y no ven; su corazón no comprende. 19 No reflexionan, no tienen ciencia ni entendimiento para decirse: «He quemado una mitad, he cocido pan sobre las brasas; he asado carne y la he comido; y ¡voy a hacer con lo restante algo abominable! ¡voy a inclinarme ante un trozo de madera!
Is 44, 15-19
Is 44, 15-19
Sálvame
¿De qué hemos de ser salvados?
Las respuestas son de muy diferente tipo. Deseamos ser salvados de este valle de lágrimas, del demonio que me quiere arrebatar de la vida eterna, de este perro mundo, de la muerte eterna, y así, de un largo etc.
La religión nos infunde un pequeño rayo de esperanza, de que, si nos portamos bien, cumplimos con las prácticas religiosas, con todos los preceptos y no puteamos demasiado al vecino, puede que en el juicio final, el Todopoderoso, oídas todas las partes, el fiscal, la acusación particular y la defensa, puede que tenga a bien perdonarnos nuestras fechorías y pecados y en un gesto supremo de magnanimidad y misericordia dejarnos entrar en su súper paraíso por toda la eternidad. Y si el juez está dubitativo sobre si sí o si no, unos rezos a la virgen de nuestra devoción, puede que ablande con sus femeninas artes, el duro corazón del juez supremo.
Pero para que este perdón pueda ser posible, el buen Jesús tuvo que ser crucificado, muerto y sepultado. Si no llega a ser por aquel desaguisado que hicieron con Él, eso de la salvación estaría bastante chungo para el género humano.
Jamás comprendí tal relación causa efecto. Pero como dicen que los misterios no hay por qué comprenderlos, se aceptan y listo.
Sálvame (II)
Ahora, hablando en serio, lo que esta expresión de auxilio parece indicar es que, de alguna forma el alma humana vive en un sin vivir, en constante peligro de algo. Hasta los que mejor se lo pasan en este mundo, cuando tras la multiplicidad de fiestas y diversiones se le congela la risa a propósito de una adversidad o de una tragedia, o un simple revés por algo que no les ha salido a su gusto, puede que lleguen a reconocer que este no es el estado ideal del ser humano, que debe existir otra forma de vida, otro mundo donde la cosa debiera pintar mucho mejor.
Los hay necios que piensan que ese mundo mejor debe ser aquel en el que todos nademos en la abundancia. Pero ni siquiera eso convence, porque incluso aquí abajo, cuando todo sale a pedir de boca, y no hay nada por lo que luchar, por lo que esforzarse, un serio peligro se cierne sobre nosotros, el aburrimiento. Necesitamos vidilla, retos, metas que lograr, algo por lo que justificar que nos levantemos por la mañana. La prueba está en el mundo del famoseo, de los que lo tienen todo. Necesitan tralla, aunque sea a base de sexo, alcohol o drogas, hasta terminar por destruir sus idilios, matrimonios y hasta sus propias vidas y haciendas.
Nadie puede imaginar un mundo mejor. Lo único que saben es que este mundo “no mola”.
El largo caminar de los buscadores
Los más inconformistas con este mundo, un buen día se lían la manta a la cabeza, cogen su macuto, y deciden iniciar el largo camino hacia “el dorado” (llamemos así al mundo ideal donde reine la felicidad, la paz y el amor).
Esta búsqueda es de lo más curioso. Como para buscar algo, antes hay que imaginárselo, cada cual se monta su propia idea sobre lo que buscar. Unos lo cifran en una persona ideal, y buscan el “amor de su vida”, y se dedican a catar de todos los pastelitos que se les ponen al paso en una actitud de razonable promiscuidad, en busca de aquel (aquella) con el / la que conseguir el orgasmo perfecto. Otros centran su búsqueda en un lugar, pero un lugar físico. Los hay que se van a las remotas islas del Pacífico y se asientan en una de ellas y allí creen haber encontrado la felicidad. Luego viene un ciclón y les lamina la casa, pero esto entra dentro del guión de la “peli”. Otros centran su búsqueda en las técnicas de relajación y de bienestar físico y se pegan largas panzadas de ejercicio y de prácticas antiestress a medias entre entrenadores fitness y profesores de yoga. Otros centran su búsqueda en lo religioso, y se afanan en ritos y liturgias, buscando la comunidad que le sea afín a sus ideas, donde sentirse a gusto, dentro de un espectro que va desde el radicalismo y dogmatismo más salvaje, hasta comunidades de fe light “lite”, ligera.
Por otra parte están los buscadores de la transpersonalización, los que, deslumbrados por las megatendencias orientales se ponen manos a la obra con eso de la meditación trascendental jaleada por la Nueva Era, a ver si consiguen un viaje astral a módico precio pagado a sus instructores en estos menesteres, y así, abandonan su “yo” y logran un nirvana apañao, y así dejar de sufrir este sin vivir, al ritmo del “om”, mientras de paso adelgazan unos kilitos para lucir figurín este verano en las playas de moda.
Un selecto grupo de estos entusiastas de la transpersonalización se lo toman más en serio y van directo a las fuentes del saber perenne, y acuden a los grandes maestros que han existidos, leyendo sus obras, cosa que hemos hecho todos los que estamos en este negocio del Camino de perfección. Son aquellos para los que Buda, Lao Tse, Sankara, Isaías, Jesús de Nazareth o Rumi son los grandes avatares del Eterno, iluminados que han sabido indicar el camino de la Verdad. Algunos más, tienen la suerte de recibir enseñanzas directas de los grandes maestros actuales, tales como Ramana Maharshi, Huxley, Krisnamurti, Wuei Wu Wuei, Nissargadatta Maharaj, Roger de Taize, Larrañaga o Ghandi.
Estos últimos tienen alguna posibilidad de “dar en el clavo”. Pero acertarán si logran convencerse de una cosa, de dejar de buscar. Porque no hay nada que buscar. Es absurdo. Porque no hay nada en ninguna parte que no esté en el interior de nosotros mismos.
Si nos damos cuenta, el relato de buscadores coincide con lo que expuse en varias de las entradas a este blog que curiosamente han sido de las más visitadas, a saber, la 27.- Teoría del Confinador, la 29.- Fiat homo: el culto a Cronos, 31.- Fiat homo: puertas de emergencia y la 32.- La séptima puerta.
El factor común de todos los buscadores de todas las culturas, de todas las religiones es que lo que se supone que buscan es algo que hemos denominado “Dios”, y que las religiones han institucionalizado como objeto de culto. El gran problema es que tanto Dios, como Cristo, como el Tao, como Alá y todo lo que rodea a esto de lo trascendente son ideas, conceptos, elaborados de la mente, de algo que surge de nuestra Unidad de Carbono (mente-cuerpo). Lo que significa que es rigurosamente falso, o al menos, no es cierto.
Os recomiendo que leáis un libro asombroso, que yo estoy terminando de leer, que se titula “Perfecta Brillante quietud”. Después del Evangelio de Jesús, la Noche Oscura de San Juan de la Cruz, del Tao Te King de Lao Tse y de la Filosofía perenne de Aldous Huxley, es lo mejor que he leído respecto de la Iluminación. Está escrito por un desconocido David Carse, un hombre corriente que digamos, experimentó lo que se suele denominar “el despertar”. No se puede explicar lo que dice, porque lo que expresa en el libro no es de este mundo, no es razonable. Es más, es un escándalo para las mentes consideradas inteligentes o que emplean la inteligencia para comprender. Sólo sé que dice la Verdad con mayúsculas. Porque su gran mensaje que él mismo ha experimentado es “¡para de buscar! No sirve de nada buscar, porque no hay nada que buscar, porque jamás encontrarás algo que no tienes ni idea de lo que es.
Porque lo que estás buscando eres Tú mismo, si pudieras deshacerte de ti mismo.
Para, por favor, para.
Para de hablar, para de objetar. Deja que haya silencio, aunque sólo sea por un momento.
Date cuenta de que tú no puedes hacerlo, de que no puedes lograr que eso ocurra. Date cuenta de que las objeciones y los juicios y las resistencias seguirán brotando en tanto que sigan brotando.
Déjalo estar. Deja ser al silencio, a la quietud.
Date cuenta de que casi cada pensamiento que tienes es un pensamiento “yo” o un pensamiento “mi”. Casi todos tus pensamientos tienen que ver con “yo” o se refieren a “mi” o a lo “mío”. Lo que yo siento… lo que me parece… lo que es para mí, según mi experiencia…, de donde yo vengo…, y así sucesivamente. Y aún en ocasiones en que no empleas tales palabras, pensar sigue siendo importante para ti, porque tú piensas que es tu pensamiento, tu opinión. Lo que tú sientes sobre ti mismo, sobre tu realidad. Abandónalo ya.
David Carse. Perfecta, brillante quietud. Gaia Ediciones 2009.
Para de hablar, para de objetar. Deja que haya silencio, aunque sólo sea por un momento.
Date cuenta de que tú no puedes hacerlo, de que no puedes lograr que eso ocurra. Date cuenta de que las objeciones y los juicios y las resistencias seguirán brotando en tanto que sigan brotando.
Déjalo estar. Deja ser al silencio, a la quietud.
Date cuenta de que casi cada pensamiento que tienes es un pensamiento “yo” o un pensamiento “mi”. Casi todos tus pensamientos tienen que ver con “yo” o se refieren a “mi” o a lo “mío”. Lo que yo siento… lo que me parece… lo que es para mí, según mi experiencia…, de donde yo vengo…, y así sucesivamente. Y aún en ocasiones en que no empleas tales palabras, pensar sigue siendo importante para ti, porque tú piensas que es tu pensamiento, tu opinión. Lo que tú sientes sobre ti mismo, sobre tu realidad. Abandónalo ya.
David Carse. Perfecta, brillante quietud. Gaia Ediciones 2009.
David Carse son de esas personas que muy de tarde en tarde son capaces de “caer en la cuenta”, de comprehender que esto que ven nuestros ojos en el espejo y todo lo que nos rodea, es una ensoñación, y que nosotros mismos formamos parte de ese sueño. Han experimentado “el despertar”, aunque como él mismo dice, en el fondo nadie despierta de nada, porque no hay nadie aquí. Solo existe la Consciencia, Lo Que Es, manifestada en un Universo del que nos hemos dedicado a escudriñar sus secretos, para darnos cuenta de que incluso el mismo Universo, que forma parte del sueño, es tan descomunalmente grande, que es una estupidez, tratar de abarcarlo con algo tan limitado como es la mente humana.
Os aconsejo leer este libro (que una vez más, agradezco a Fidel Delgado que me lo mostrara), aunque advierto que os chocaréis con el sin sentido de tratar de comprender por medio del lenguaje y del razonamiento, lo que es incomprensible. Nadie va a añadir un codo a su estatura a base de discursos, de pensamientos, como ya advertía Jesús de Nazareth, así que como él (David Carse, o la cosa David, como se hace llamar), lo único que se puede hacer con el libro de David Carse es leer sin emitir juicios de valor, y tratar de parar máquinas, aquietarse.
Aquietarse no significa dejar de mover el cuerpo. Aquietarse no significa tratar de impedir que aparezcan pensamientos o sentimientos. Siempre seguirán apareciendo pensamientos y sentimientos. Aquietarse significa soltar el nivel secundario del pensamiento: las opiniones, los juicios, los comentarios. Eso es lo que significa pararse.
Ningún pensamiento que hayas tenido jamás, es verdad. Ninguna opinión que hayas mantenido nunca es correcta. Suéltala…
Si te paras, sucede algo asombroso. El individuo deja de estar involucrado, deja de actuar; y para el mayor de los asombros, todo sigue sucediendo. Sin que tú lo hagas. Porque ¡oh sorpresa!, tú jamás hiciste nada.
Ningún pensamiento que hayas tenido jamás, es verdad. Ninguna opinión que hayas mantenido nunca es correcta. Suéltala…
Si te paras, sucede algo asombroso. El individuo deja de estar involucrado, deja de actuar; y para el mayor de los asombros, todo sigue sucediendo. Sin que tú lo hagas. Porque ¡oh sorpresa!, tú jamás hiciste nada.
¿Dónde he escuchado esto mismo antes?
¡Ah, sí!, ya me acuerdo…
25 «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26 Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? 27 Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? 28 Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. 29 Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. 30 Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? 31 No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? 32 Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. 33 Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Mt 6, 23-33
¡Para!, deja de buscar, porque lo que estás buscando es lo que tienes delante de tus ojos, ¿lo ves? No, no puedes verlo, porque entre la Realidad que tienes delante de ti y Tú mismo está tu “yo” que razona, piensa, interpreta, conforma modelos de realidad según captan tus sentidos, todo lo que constituye la gran nube del desconocer que te mantiene en tinieblas, en las tinieblas de un profundo sueño en el que quedaste sumido desde que naciste, y lo peor, tus mayores te enseñaron algo tremendo, que tus modelos de realidad es lo único que existe, “todo lo que existe” (consulta la entrada 20.- Fiat homo: todo lo que existe).
Y cuando Alguien te invita a que dejes todo lo que tienes, todo lo que eres, tomes tu cruz y le sigas, lo piensas una vez más y “no te fías”, así que prefieres volver a tu sueño, porque en tu sueño, al menos tienes dónde reclinar la cabeza. Recordando la película Matrix, tomas la cápsula azul, que Morpheo ofrece a Neo, en vez de arriesgarte, confiar y tomar la roja.
El incómodo estadio intermedio
¿Quién puede afirmar que ha recibido la iluminación? En este punto, David Carse advierte que adquirir el estado de aniquilación del “yo” individual no es algo que pueda alcanzarse con esfuerzo personal. Ya puedes tirarte toda tu vida haciendo oración contemplativa, yoga o meditación trascendental, que no por eso lograrás alcanzar ese estado de lucidez. No es algo que esté a nuestro alcance.
La Lucidez nos es dada gratuitamente.
Mientras tanto, los humanos que deseamos abrirnos al infinito, vivimos en una tensa espera.
7 «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. 8 Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al llama, se le abrirá. Mt 7, 7-8
Esperanza viene de “esperar” que algo bueno suceda.
Esperanza es ese estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. Desde la religión, hablamos de la virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido.
A los doctrinos se nos educa en el valor de la esperanza, de modo que debemos rogar a Dios nos ayude para lograr llevar una vida santa y recta. Pero todo está dentro de los límites del sueño, del Confinador. En ningún caso se nos indica que el único camino es el abandono de nosotros, la rendición de uno mismo, la negación de nuestra “aparente identidad”, que es la que creemos es la verdadera, nuestro “yo individual”. Todo en este mundo, tanto desde la perspectiva profana, como religiosa se basa en el “yo individual”, el que nos hace individuos, separados del resto. Así que la esperanza que se nos infunde es la que corresponde a “la otra vida”, una vez hayamos muerto físicamente y si superamos el examen final, entonces la cosa será de fábula.
No creo que esto fuera lo que Jesús vino a decir.
Jesús proclamó bienaventurados los pobres de espíritu, los que se han abandonado a sí mismos. Bienaventurados los que sufren, es decir, los que son conscientes de que el sufrimiento es fruto de esta actitud egoica ante la vida, y por eso mismo no ambicionan aquello que provoca sufrimiento. Y continua…
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Mt 5, 9-11
La paz es quietud del alma, silencio interior; la justicia es la “no dualidad”, la que derriba las barreras del individualismo. Y por todo ello, nos injuriarán y perseguirán. Empezando por nuestro propio “yo individual”, que se negará a admitir esta sarta de gilipolleces.
Así que lo tenemos crudo los que estamos en ese estadio intermedio entre el cielo ansiado y la tierra que nos ata a una vida de la que quisiéramos librarnos.
Renunciar a Cronos
Sabernos en un estadio intermedio, es ser conscientes de que estamos en proceso, en evolución entre un estado inferior con un “yo individual” que nos putea y uno superior donde somos Uno con el Eterno.
Todo el mundo comprende que una simple gota se funde con el Océano.
Pero sólo uno entre un millón comprende que el Océano se funde con una simple gota.
Rumi.
Pero sólo uno entre un millón comprende que el Océano se funde con una simple gota.
Rumi.
Lo que sucede, si es que sucediera algo, no es que yo me fundo con el Eterno hasta ser Uno con Él, sino que Él se funde conmigo. Y eso sucede fuera del tiempo y del espacio.
La espera es una incómoda actitud sujeta al paso del tiempo. La espera hace uso de la memoria que recuerda el tiempo transcurrido desde que empezó todo, y se imagina lo que puede quedar. Y eso provoca desasosiego, in-quietud, juicios de valor, molestia, impaciencia si vemos que lo esperado tarda o no llega. No sabemos ni el día ni la hora.
40 Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; 41 dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. 42 «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. 43 Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. 44 Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre. Mt 24, 40-44
La espera está sujeta al tiempo, a la memoria. La esperanza transforma la in-quietud en quietud, en paz, en confianza. Ya llegará el momento, cuando sea conveniente.
La esperanza nos libera del tiempo, nos introduce suavemente en los dominios de la Eternidad, donde nada sucede, para que nada quede sin hacer.
Olvido de mi
San Juan de la Cruz, en su obra “Subida al Monte Carmelo”, tras referirse a la transformación del entendimiento en fe, continua abordando la transformación de la memoria en esperanza.
Así, expone los grandes impedimentos que en todo este proceso supone la memoria.
El Capítulo 3 del libro tercero, señala tres inconvenientes que se producen cuando el alma utiliza los conocimientos que ha memorizado. Primero, hay el de caer en muchos errores, juicios inadecuados y pérdidas de tiempo. Luego, los conocimientos de la memoria engendran apetitos, temores, esperanzas, gozos vanos... de todos los cuales daños no habrá quien bien se libre, si no es cegando y oscureciendo la memoria acerca de todas las cosas... y mejor se vence todo de una vez negando la memoria en todo.
El tercer inconveniente es que el uso de la memoria impide la unión divina. Total, mejor es aprender a poner las potencias en silencio y callando para que hable Dios... Aquí a todas las cosas cerramos la memoria, haciendo que quede callada y muda, y sólo el oído del espíritu en silencio a Dios, diciendo con el profeta : "Habla, Senor, que tu siervo oye" (1R 3,10) .
Estése, pues, cerrado sin cuidado y pena... No pierda el alma cuidado de orar y espere en desnudez y vacío, que no tardará su bien.
El siguiente Capítulo (4) trata del daño que puede causar el demonio por la vuelta de los conocimientos memorizados. Esta referencia al demonio, frecuente en la época de Juan de la Cruz, tiene de hecho el fin de mostrar cuantas tristezas, aflicciones y vanos gozos pueden nacer para los espirituales de un uso inmoderado de los recuerdos, y la disipación que puede entonces producirse, haciéndolos también grandemente distraer del sumo recogimiento, que consiste en poner toda el alma, según sus potencias, en sólo el bien incomprehensible.
El siguiente Capítulo (5) trata del daño privativo que constituye el uso de la memoria en cuanto al bien moral y al bien espiritual. El bien moral consiste a controlar las pasiones y los apetitos. Ahora bien, si se dejan los recuerdos, nunca le nacen al alma turbaciones de la memoria, porque, olvidadas todas las cosas, no hay cosa que perturbe la paz ni que muevan los apetitos, pues, como dicen, lo que el ojo no ve, el corazón no lo desea. Por otra parte, si este bien moral, esta moderación de las pasiones falta, el alma es incapaz del bien espiritual, que no se imprime sino en el alma moderada y pacificada.
Fuera de eso, si el alma retiene y hace caso de las aprehensiones de la memoria, visto que no puede ser atentiva sino a una cosa a la vez, no es posible que sea libre por el incomprehensible que es Dios.
Así, la virtud de la esperanza no es otra cosa que el olvido de mí y la carencia de todo deseo, lo que contrasta con lo que habitualmente atribuimos como esperanza, y repito lo que es académica e incluso religiosamente aceptado:
Esperanza es ese estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos (RAE). Desde la religión, hablamos de la virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido.
La Esperanza es simplemente contemplar pacientemente el paso de los días y de las horas sin desear que nada suceda, porque nada tiene que suceder fuera de lo que sucede. Esperanza es contemplación; es ver cómo caen las hojas de los árboles, el paso de las estaciones, el paso de la vida, una vida cada vez más extraña, como extraño es un sueño cuando vivimos en vigilia. Esperanza es no esperar que suceda nada extraordinario, ni siquiera que se produzca el fenómeno del despertar, porque en ese estado de esperanza, ya se está produciendo en nuestro interior lo que ha de ser, la aniquilación, la rendición de nuestra individualidad.
Esperanza es dejar que el Océano se fusione con mi gota de agua.
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