La misericordia es texturalmente, etimológicamente, la capacidad de sentir la desdicha, el sufrimiento de los demás. Viene de “miser”: desdicha, miseria y “cordis: corazón. Es decir tener un corazón que siente la desdicha, corazón desdichado. Un corazón capaz de “padecer – con”, de experimentar la “con – pasión”
Experimentar este, llamémosle de momento, "sentimiento", podríamos decir que es consecuencia directa de un apercibimiento de la realidad no dual, “no-dos”. Me explico. Si la causa del sufrimiento humano es la egolatría de cada cual, el individualismo, la ambición de competir por los recursos de modo que a mí no me importa que otros no tengan con tal de que yo sí, la solución es como resolver una ecuación de equilibrio de masas, donde tanto fluye en un sentido como en otro, hasta llegar al estado estable en el que el balance entre ambas expresiones algebraicas igual a cero, (más o menos).
Para que experimentemos esta sensación, algo en nuestro interior ha de cambiar. Esto es, la toma de conciencia de que yo y el otro es todo un espejismo. Ni yo ni el otro existimos como tales entidades, sino que ambos somos uno, o como proclama la filosofía advaita, somos “no-dos”. Es decir, es necesario que lleguemos a percibir la existencia como no dual. Si percibimos el mundo, todo lo que existe como un conjunto de entidades, unas relacionadas e incluso otras muchas con apariencia de no estar relacionadas, esto es fruto de una percepción ilusoria de una realidad que en realidad no es real.
La misericordia no es tanto el resultado de aceptar dar al otro que no tiene lo que necesita, algo de lo que yo tengo, sino el resultado de experimentar como propio el sufrimiento de él, hasta conseguir que la barrera de individualismo que nos separa desaparezca. Yo soy él, y él es yo, no somos dos; ni tan siquiera somos uno, sino que solo existe el Uno, el Ser. Y ser consciente de esa Realidad es lo que hace que nuestras acciones en este simulador de la vida que es este mundo, el Confinador, resulten como gestos, acciones, decisiones que permiten aliviar o remediar las necesidades tanto físicas como afectivas de los pobres de este mundo, de los que tienen necesidad de los otros.
De este modo, la misericordia es el fruto de la percepción no-dual de la vida, y esta percepción termina en ser, bien causa, bien consecuencia de lo que denominamos “Amor”.
No entender esta percepción de la realidad “no-dual” hace que el término caridad haya degenerado hacia un componente ciertamente despectivo o de beneficencia (ser caritativo supone hacer obras de caridad con los menesterosos que pordiosean un poco de caridad). Es decir, la palabra “caridad”, tanto en inglés como en español se ha convertido en la acción de aportar limosna, una mínima parte de lo que me sobra, lo que supone que tengo mucho más de lo que necesito, y por tanto yo mismo contribuyo a las desigualdades. Y se sabe que esta acción caritativa se basa en el derecho imperfecto, que no obliga legalmente a hacer obras de caridad o misericordia. Así caridad se ha terminado asociándola a la acción de atender las necesidades de los pobres de solemnidad. Así que el concepto “amor” tiene que llenar todos los huecos del espectro, desde lo más carnal como es realizar el acto sexual (con afectividad o sin él, da lo mismo, al coito se le llama “hacer el amor”), hasta la entrega total hasta dar la vida por los demás, o la actitud contemplativa de los místicos. Esto sirve a propósito de una naturaleza humana no regenerada y dividida, para sacar provecho de Dios y del dinero, de Venus y de Marte, de Priapo o del Agapé.
No hay razones para no amar
Los maestros de la vida espiritual distinguen perfectamente lo que es verdaderamente amor, caridad, de aquellos términos que no han hecho sino adulterar el término. Así, para saber si cuando mencionamos “amor”, realmente se aplica al supremo concepto de “caridad”, San Pablo, en su carta magna sobre el amor, no deja lugar a dudas. 1Cor 13...
La primera marca del amor es el desinterés con el que actúa, es decir, el amor no es interesado, no busca la compensación, no espera nada a cambio. El amor no busca ninguna causa. Se ama porque sí. Es el propio fruto y goce.
No hay razones para amar, porque lo fundamental es que no hay razones para no amar.
De todos los movimientos y afectos del alma, el amor es el único mediante el cual tratar con el Creador y devolver algo parecido a lo que recibió, en boca de San Bernardo. El amor no puede sufrir decepción, porque todo, incluso el desamor le ayuda a llevar a cabo su obra.
Kung Chia dice que “si cuando soy calumniado, no abrigo enemistad ni preferencia, entonces nace dentro de mí el poder del amor, y la humildad que nace de lo innato”.
Eckhart dice que "no podemos amar a Dios según nos vayan las cosas, de igual modo que no podemos amar a los demás en función del amor que recibamos de ellos".
"Prevalezca la buena voluntad sin medida. Si un hombre permanece en este estado del espíritu, todo el tiempo que está despierto, se realiza entonces el dicho “aún en este mundo se halló la santidad”. (Metta Sutta)
La misericordia no es un sentimiento
La segunda marca del amor – caridad expresada en misericordia, es que no se trata de un sentimiento de afecto. No es una emoción proactiva que motiva la beneficencia, las obras de misericordia. No es una emoción, como lo es en sus formas inferiores afectivas.
El amor caridad no es un sentimiento, sino un acto de la voluntad y se consuma como un eleusis, un advenimiento puramente espiritual.
Santa Teresa dice que el amor verdadero no son lloros, ni suavidad, ni ternura que anhelamos, ni consuelo. Sino servir a Dios en fortaleza, justicia y humildad. Y servir a Dios no es colmar nuestras vidas de ceremonias, sino de actos de amor, de donación total.
San Juan de la Cruz dice que el amor no es sentir grandes cosas, sino una gran desnudez y padecer por el Amado.
Padecer por el Amado. Lo que experimenta el alma por la Deidad ha de ser exactamente lo mismo que experimente por aquel que sufre, porque aquel que sufre es también la Deidad.
Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” Mt 25, 40
Jesús lo puede decir más alto pero no más claro. Cada uno de nosotros, para el resto de seres humanos, y el resto de seres humanos para cada uno de nosotros, somos Él. No es “como si fuéramos Él”, sino que somos Él.
Afirmar claramente nuestra condición divina, por así decir, puede que a alguien que lea esto le escandalice, pensando que nos hace creer que somos dioses, que yo soy Dios, que tú eres Dios. No nos engañemos, ni tú ni yo somos absolutamente nada, salvo una ilusión un sueño, un “yo apañao” y hasta majete, surgido aquí por obra y gracia de nuestra mente cerebral, con unidad de Carbono incorporada. Nada más; o sea nada. No hay nadie en casa. Sólo cuando tomas conciencia plena de este sueño irreal, de que el "yo" que has creído que siempre eras, realmente no es, no existe, es cuando el apercibimiento de que somos tan inseparables del Todo, como para ser Uno, “para ser perfectos como lo es nuestro Padre Celestial”, hace que reconocer nuestra condición de criaturas unidas inseparablemente de Dios, deje de ser un engreimiento, una expresión de soberbia y egolatría suprema, para convertirse en un acto de suprema humillación, de "la nada" frente al Infinito.
Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.» Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.» (Gen 3, 3-5)
El gran error cometido por el hombre fue la tentación de creer que lo que tenía delante del espejo era como Dios. Dios le advirtió de no comer del árbol de la vida, porque de hacerlo moriría. Lo que significa que el hombre se pasó de listo, y quiso ser él por sí mismo, lo que sólo puede recibir de modo gratuito de Dios, la lucidez, la consciencia, la bienaventuranza. Quiso prescindir, cortar amarras, valerse por sí mismo. Quiso ver el rostro de Dios por su propia voluntad y capacidad. Y su vida se convirtió en un sueño, en una fantasía, que cree que es cierta. Se convirtió en nada, absolutamente en nada, salvo las ilusiones de su propio pensamiento. Y en estas estamos.
En medio de esta ilusión, vemos a los otros separados, distintos de nosotros en un mundo que convertido en nada más lejos de un Edén, nos muestra la cruda realidad de tener que compartir o competir por unos recursos escasos, y a veces muy escasos.
A través de esta ilusión, el hombre trata de imaginar cómo serían las cosas de otro modo. Como otro mundo podría ser posible.
De este anhelo, surge la misericordia. Pero la misericordia es la expresión activa de un corazón que experimenta la no-dualidad, la no separación del resto de congéneres. Es la expresión activa del Amor, que sabe no ver, sino contemplar a los otros como constitutivos de una misma entidad conmigo mismo.
Shankara, en su Viveka-Chadamani dice que entre los instrumentos de emancipación, es la devoción (amor) el supremo. La contemplación de la verdadera forma del Yo Real, el atman idéntico a Brahm, es la devoción. “De-votio: dedicación, consagración a…”. Yo, que ya sé que no-soy, vivo para los demás, que tampoco-son, porque nadie sino el Ser existe; de modo que el primer mandamiento "amarás a Dios sobre todas las cosas", es en el fondo, lo único que se puede amar, porque amando a Dios, todo tu ser se diluye en el Todo, y en este pequeño mundo de fantasía, actúa dándose plenamente.
El medio del amor supremo es la negación del yo en pensamiento, sentimiento y acción; abandono del deseo, desprendimiento y santa indiferencia; alegre aceptación de la aflicción, sin lástima de sí mismo, ni pensamiento de lejana venganza (ojo por ojo) y una total atención a la divinidad tanto trascendente como inmanente en todos los que nos rodean.
Esta transformación del alma, este estado de lucidez, deseado pero recibido gratuitamente, es lo que permite en el Confinador, que los seres humanos puedan “unir sus manos” y compartir.
Jesús de Nazareth, más que un místico que se fuera por las alturas de la contemplación, fue realmente alguien que nos puso los puntos sobre las ies, sobre cómo actuar "aqui y ahora". No fue muy explícito respecto de la no dualidad, que se logra intuir sobre todo en el Evangelio de San Juan, pero sí fue muy prosaico, muy pragmático a la horas de indicarnos cómo hacer este mundo bastante más habitable, tomando iniciativas radicales de donación y entrega total para aliviar el puro sufrimiento físico.
Porque nadie puede creerse estar pleno de lucidez, si en el tangible mundo material, donde todos entienden que es pan y qué es vino, observan actitudes completamente alejadas de la solidaridad y la misericordia.
Y es en este tangible mundo, donde mil niños mueren a la hora de hambre.
Y así, o surgen de nuestro interior las iniciativas concretas del amor y de la misericordia, iniciativas concretas que hacen de nosotros bienaventurados, o todo es una farsa. Porque sólo viviendo la misericordia con los que no tienen nada, alcanzaremos la misericordia de Dios.
Así se escribe la historia, fundamentada en la regla de oro, “haz con los otros, lo que tú deseas que hagan contigo”.
Experimentar este, llamémosle de momento, "sentimiento", podríamos decir que es consecuencia directa de un apercibimiento de la realidad no dual, “no-dos”. Me explico. Si la causa del sufrimiento humano es la egolatría de cada cual, el individualismo, la ambición de competir por los recursos de modo que a mí no me importa que otros no tengan con tal de que yo sí, la solución es como resolver una ecuación de equilibrio de masas, donde tanto fluye en un sentido como en otro, hasta llegar al estado estable en el que el balance entre ambas expresiones algebraicas igual a cero, (más o menos).
Para que experimentemos esta sensación, algo en nuestro interior ha de cambiar. Esto es, la toma de conciencia de que yo y el otro es todo un espejismo. Ni yo ni el otro existimos como tales entidades, sino que ambos somos uno, o como proclama la filosofía advaita, somos “no-dos”. Es decir, es necesario que lleguemos a percibir la existencia como no dual. Si percibimos el mundo, todo lo que existe como un conjunto de entidades, unas relacionadas e incluso otras muchas con apariencia de no estar relacionadas, esto es fruto de una percepción ilusoria de una realidad que en realidad no es real.
La misericordia no es tanto el resultado de aceptar dar al otro que no tiene lo que necesita, algo de lo que yo tengo, sino el resultado de experimentar como propio el sufrimiento de él, hasta conseguir que la barrera de individualismo que nos separa desaparezca. Yo soy él, y él es yo, no somos dos; ni tan siquiera somos uno, sino que solo existe el Uno, el Ser. Y ser consciente de esa Realidad es lo que hace que nuestras acciones en este simulador de la vida que es este mundo, el Confinador, resulten como gestos, acciones, decisiones que permiten aliviar o remediar las necesidades tanto físicas como afectivas de los pobres de este mundo, de los que tienen necesidad de los otros.
De este modo, la misericordia es el fruto de la percepción no-dual de la vida, y esta percepción termina en ser, bien causa, bien consecuencia de lo que denominamos “Amor”.
No entender esta percepción de la realidad “no-dual” hace que el término caridad haya degenerado hacia un componente ciertamente despectivo o de beneficencia (ser caritativo supone hacer obras de caridad con los menesterosos que pordiosean un poco de caridad). Es decir, la palabra “caridad”, tanto en inglés como en español se ha convertido en la acción de aportar limosna, una mínima parte de lo que me sobra, lo que supone que tengo mucho más de lo que necesito, y por tanto yo mismo contribuyo a las desigualdades. Y se sabe que esta acción caritativa se basa en el derecho imperfecto, que no obliga legalmente a hacer obras de caridad o misericordia. Así caridad se ha terminado asociándola a la acción de atender las necesidades de los pobres de solemnidad. Así que el concepto “amor” tiene que llenar todos los huecos del espectro, desde lo más carnal como es realizar el acto sexual (con afectividad o sin él, da lo mismo, al coito se le llama “hacer el amor”), hasta la entrega total hasta dar la vida por los demás, o la actitud contemplativa de los místicos. Esto sirve a propósito de una naturaleza humana no regenerada y dividida, para sacar provecho de Dios y del dinero, de Venus y de Marte, de Priapo o del Agapé.
No hay razones para no amar
Los maestros de la vida espiritual distinguen perfectamente lo que es verdaderamente amor, caridad, de aquellos términos que no han hecho sino adulterar el término. Así, para saber si cuando mencionamos “amor”, realmente se aplica al supremo concepto de “caridad”, San Pablo, en su carta magna sobre el amor, no deja lugar a dudas. 1Cor 13...
La primera marca del amor es el desinterés con el que actúa, es decir, el amor no es interesado, no busca la compensación, no espera nada a cambio. El amor no busca ninguna causa. Se ama porque sí. Es el propio fruto y goce.
No hay razones para amar, porque lo fundamental es que no hay razones para no amar.
De todos los movimientos y afectos del alma, el amor es el único mediante el cual tratar con el Creador y devolver algo parecido a lo que recibió, en boca de San Bernardo. El amor no puede sufrir decepción, porque todo, incluso el desamor le ayuda a llevar a cabo su obra.
Kung Chia dice que “si cuando soy calumniado, no abrigo enemistad ni preferencia, entonces nace dentro de mí el poder del amor, y la humildad que nace de lo innato”.
Eckhart dice que "no podemos amar a Dios según nos vayan las cosas, de igual modo que no podemos amar a los demás en función del amor que recibamos de ellos".
"Prevalezca la buena voluntad sin medida. Si un hombre permanece en este estado del espíritu, todo el tiempo que está despierto, se realiza entonces el dicho “aún en este mundo se halló la santidad”. (Metta Sutta)
La misericordia no es un sentimiento
La segunda marca del amor – caridad expresada en misericordia, es que no se trata de un sentimiento de afecto. No es una emoción proactiva que motiva la beneficencia, las obras de misericordia. No es una emoción, como lo es en sus formas inferiores afectivas.
El amor caridad no es un sentimiento, sino un acto de la voluntad y se consuma como un eleusis, un advenimiento puramente espiritual.
Santa Teresa dice que el amor verdadero no son lloros, ni suavidad, ni ternura que anhelamos, ni consuelo. Sino servir a Dios en fortaleza, justicia y humildad. Y servir a Dios no es colmar nuestras vidas de ceremonias, sino de actos de amor, de donación total.
San Juan de la Cruz dice que el amor no es sentir grandes cosas, sino una gran desnudez y padecer por el Amado.
Padecer por el Amado. Lo que experimenta el alma por la Deidad ha de ser exactamente lo mismo que experimente por aquel que sufre, porque aquel que sufre es también la Deidad.
Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” Mt 25, 40
Jesús lo puede decir más alto pero no más claro. Cada uno de nosotros, para el resto de seres humanos, y el resto de seres humanos para cada uno de nosotros, somos Él. No es “como si fuéramos Él”, sino que somos Él.
Afirmar claramente nuestra condición divina, por así decir, puede que a alguien que lea esto le escandalice, pensando que nos hace creer que somos dioses, que yo soy Dios, que tú eres Dios. No nos engañemos, ni tú ni yo somos absolutamente nada, salvo una ilusión un sueño, un “yo apañao” y hasta majete, surgido aquí por obra y gracia de nuestra mente cerebral, con unidad de Carbono incorporada. Nada más; o sea nada. No hay nadie en casa. Sólo cuando tomas conciencia plena de este sueño irreal, de que el "yo" que has creído que siempre eras, realmente no es, no existe, es cuando el apercibimiento de que somos tan inseparables del Todo, como para ser Uno, “para ser perfectos como lo es nuestro Padre Celestial”, hace que reconocer nuestra condición de criaturas unidas inseparablemente de Dios, deje de ser un engreimiento, una expresión de soberbia y egolatría suprema, para convertirse en un acto de suprema humillación, de "la nada" frente al Infinito.
Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.» Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.» (Gen 3, 3-5)
El gran error cometido por el hombre fue la tentación de creer que lo que tenía delante del espejo era como Dios. Dios le advirtió de no comer del árbol de la vida, porque de hacerlo moriría. Lo que significa que el hombre se pasó de listo, y quiso ser él por sí mismo, lo que sólo puede recibir de modo gratuito de Dios, la lucidez, la consciencia, la bienaventuranza. Quiso prescindir, cortar amarras, valerse por sí mismo. Quiso ver el rostro de Dios por su propia voluntad y capacidad. Y su vida se convirtió en un sueño, en una fantasía, que cree que es cierta. Se convirtió en nada, absolutamente en nada, salvo las ilusiones de su propio pensamiento. Y en estas estamos.
En medio de esta ilusión, vemos a los otros separados, distintos de nosotros en un mundo que convertido en nada más lejos de un Edén, nos muestra la cruda realidad de tener que compartir o competir por unos recursos escasos, y a veces muy escasos.
A través de esta ilusión, el hombre trata de imaginar cómo serían las cosas de otro modo. Como otro mundo podría ser posible.
De este anhelo, surge la misericordia. Pero la misericordia es la expresión activa de un corazón que experimenta la no-dualidad, la no separación del resto de congéneres. Es la expresión activa del Amor, que sabe no ver, sino contemplar a los otros como constitutivos de una misma entidad conmigo mismo.
Shankara, en su Viveka-Chadamani dice que entre los instrumentos de emancipación, es la devoción (amor) el supremo. La contemplación de la verdadera forma del Yo Real, el atman idéntico a Brahm, es la devoción. “De-votio: dedicación, consagración a…”. Yo, que ya sé que no-soy, vivo para los demás, que tampoco-son, porque nadie sino el Ser existe; de modo que el primer mandamiento "amarás a Dios sobre todas las cosas", es en el fondo, lo único que se puede amar, porque amando a Dios, todo tu ser se diluye en el Todo, y en este pequeño mundo de fantasía, actúa dándose plenamente.
El medio del amor supremo es la negación del yo en pensamiento, sentimiento y acción; abandono del deseo, desprendimiento y santa indiferencia; alegre aceptación de la aflicción, sin lástima de sí mismo, ni pensamiento de lejana venganza (ojo por ojo) y una total atención a la divinidad tanto trascendente como inmanente en todos los que nos rodean.
Esta transformación del alma, este estado de lucidez, deseado pero recibido gratuitamente, es lo que permite en el Confinador, que los seres humanos puedan “unir sus manos” y compartir.
Jesús de Nazareth, más que un místico que se fuera por las alturas de la contemplación, fue realmente alguien que nos puso los puntos sobre las ies, sobre cómo actuar "aqui y ahora". No fue muy explícito respecto de la no dualidad, que se logra intuir sobre todo en el Evangelio de San Juan, pero sí fue muy prosaico, muy pragmático a la horas de indicarnos cómo hacer este mundo bastante más habitable, tomando iniciativas radicales de donación y entrega total para aliviar el puro sufrimiento físico.
Porque nadie puede creerse estar pleno de lucidez, si en el tangible mundo material, donde todos entienden que es pan y qué es vino, observan actitudes completamente alejadas de la solidaridad y la misericordia.
Y es en este tangible mundo, donde mil niños mueren a la hora de hambre.
Y así, o surgen de nuestro interior las iniciativas concretas del amor y de la misericordia, iniciativas concretas que hacen de nosotros bienaventurados, o todo es una farsa. Porque sólo viviendo la misericordia con los que no tienen nada, alcanzaremos la misericordia de Dios.
Así se escribe la historia, fundamentada en la regla de oro, “haz con los otros, lo que tú deseas que hagan contigo”.
Parece justo...
Manos Unidas
Hoy se celebra la jornada mundial de Manos Unidas, la ONGD católica que lleva más de cincuenta años tratando de vivir la misericordia con el Tercer Mundo. Quiero tener para ellos, con quienes yo he participado en bastantes iniciativas, a través de colaboraciones en revistas, monográficos y conferencias, un emotivo recocimiento.
Cincuenta años luchando contra el hambre, fruto de un mundo separado por el individualismo y la egolatría, bien vale un reconocimiento explícito, el elogio de la Misericordia expresada en miles de proyectos financiados con la colaboración de miles y miles de personas que de forma desinteresada aportan su tiempo y su dinero para paliar algo de esta espantosa lacra que supone que cada hora mueran, como hemos dicho, mil personas en el mundo por causa del hambre.
Como diría Teresa de Calcuta, no podemos ser tan sólo contemplativos, sino contemplativos de acción.
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