Navidad significa nueva vida, aunque en la práctica significa comida, regalos, turrones y polvorones, pero sobre todo regalos que nos hacemos unos a otros y los mayores a los niños por mandato comercial de un mercado, que de otra forma, cerraría el ejercicio fiscal con pérdidas. Para eso se nos da la paga extra de Navidad, para que la devolvamos con intereses a través de las compras navideñas. No hay libre albedrío en nada de lo que hacemos. Todo está perfectamente pensado para mantener el sistema funcionando.
Por eso, ¿qué pasaría si todos fuésemos una panda de iluminados que hubiésemos descubierto los planes ocultos que nos mantienen como simples consumidores e productos comerciales y de servicios, eso sí, envueltos en atractivos envoltorios de regalo? El mundo no sería lo que es, lógicamente. Así que para que la cosa funcione, el 99,99% de los mortales hemos de ser adoradores navideños de Santa Claus.
Hasta la Iglesia no se pasa, no va más allá en sus recomendaciones de adviento para los católicos (esto se lo escuché a todo un obispo estos días), de la práctica de los sacramentos y de las buenas obras, lo cual está bien, pero tampoco hay que pasarse, no sea que se nos hunda el negocio navideño. Hay que aprender a servir a dos señores, a Santa Claus (o sea a las compras navideñas, o sea, al dinero) y a Cristo (o sea, la práctica de los sacramentos y las buenas obras). Y así todo está bien, ahora paz y después Gloria (se supone).
De este modo, pasados estos días, tras dejar nuestros bolsillos temblando y con telarañas, cada cual que vuelva a sus asuntos, a ocupar el lugar que le corresponde en la compleja trama productiva, que hay que hacer funcionar para mantener el sistema. Y por si nos quedara algún chavo en el bolsillo, no nos preocupemos, que luego vienen las rebajas de Enero, para rebañar lo poco que nos quede en las laminadas arcas de nuestra economía. Y vuelta a empezar un año más.
Y así, el niño dios habrá nacido una vez más ante el mayor de los abandonos y de la ignorancia de las gentes que en realidad celebra estar viva un año más y que puede inflarse a langostinos y demás viandas un año más.
¿Qué significa entonces la Navidad?
He aquí vino uno a él y le dijo: —Maestro, ¿qué cosa buena haré para tener la vida eterna?
Él le dijo: —¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Hay uno solo que es bueno. Pero si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.
Le dijo: —¿Cuáles? Jesús respondió: —No cometerás homicidio, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.
El joven le dijo: —Todo esto he guardado. ¿Qué más me falta?
Le dijo Jesús: —Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes y dalo a los pobres; y tendrás tesoro en el cielo. Y ven; sígueme.
Pero cuando el joven oyó la palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: —De cierto os digo, que difícilmente entrará el rico en el reino de los cielos.
Lc 18, 18:24
Él le dijo: —¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Hay uno solo que es bueno. Pero si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.
Le dijo: —¿Cuáles? Jesús respondió: —No cometerás homicidio, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.
El joven le dijo: —Todo esto he guardado. ¿Qué más me falta?
Le dijo Jesús: —Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes y dalo a los pobres; y tendrás tesoro en el cielo. Y ven; sígueme.
Pero cuando el joven oyó la palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: —De cierto os digo, que difícilmente entrará el rico en el reino de los cielos.
Lc 18, 18:24
Vuelvo a traer ahora lo expuesto en la entrada nº 4 “La fe del joven rico”, para hacer ver que la nueva vida que Jesús le ofrece al joven es cruzar el umbral de la puerta estrecha, dejando todo lo que tiene a los pobres.
Nosotros diríamos como el joven… “pero si practicamos los sacramentos y hacemos buenas obras, como nos recomienda nuestro obispo”, o sea, si vamos a misa los domingos y damos una limosna al pobre de la boca del metro… y hasta ponemos una equis en la declaración de la renta… ¿qué más quieres de nosotros Señor?
-Que renuncies a tu propia vida, que te abandones a mí, que lo dejes todo y me sigas, sabiendo que “no tendrás donde poder reclinar la cabeza”.
A lo que nosotros, echando cuentas veríamos que tenemos tanto que perder, que abandonar, que con el trabajo que nos ha costado lo que tenemos, la casa, el coche, el chalet en la sierra o el apartamento en la playa, la hipoteca y etc, etc, etc. No nos trae cuenta.
Jesús, al vernos echar cuenta del coste de la operación, teniendo claro lo que hemos de perder y no teniendo claro lo que vamos a ganar, terminaría por decirnos con tristeza…
- Olvídalo, chaval -nos dice Jesús-, vuelve por donde has venido, porque está claro que mi mensaje no es para ti. Ínflate a polvorones y langostinos esta navidad, asiste a la misa de Navidad y esas cosas para desengrasar, que no das para más.
La Navidad, un dilema coste de oportunidad
Los humanos tenemos un gran problema con todo esto de la religión. Nadie nos ha explicado en qué consiste realmente lo que denominamos religión. A lo largo de dos mil años de historia, se ha afincado tan firmemente en nosotros que decir “religión” consiste en respetar un conjunto de prácticas litúrgicas, y sacramentales, así como tratar de no putear demasiado a nuestro vecino, que el gran objetivo del perfecto católico es ser “católico practicante”.
Probablemente no es recomendable incitar a las gentes a ir más allá, no sea que se resiente la maquinaria económica de nuestra sociedad.
La aventura de la fe, lejos de reducirse a una sana práctica religiosa, es una experiencia dramática, sin paliativos.
Ignacio Larrañaga explica mediante los textos bíblicos, cómo la aventura de la fe supone abandonar un escenario de vida lleno de contrastes –esclavitud, pero con una olla de cebollas para comer- (Egipto), para adentrarse en un terreno desértico (el Sinaí), lleno de peligros, de incertidumbres, de problemas, de pruebas inexplicables, donde la adhesión a Dios es probada casi salvajemente, todo bajo la promesa de llegar a una tierra que “mana leche y miel”, y que al llegar tras un rosario de adhesiones y maldiciones, tras un Masá y Meribá (Ex 17, 7), donde el pueblo de Israel le plantó cara a Dios, y las dudas alcanzaron su cota más elevada, consiguen llegar, cruzar el Jordán, y… ni leche ni miel, sino unos pueblos hostiles a los que había que conquistar con sangre, sudor y lágrimas.
Y uno se pregunta si realmente la aventura de la fe, la aventura de la Vida Interior, proclamada por las religiones, y por las filosofías orientales es “coste oportuna”, en términos puramente económicos, es decir, a qué tengo que renunciar con tal de conseguir lo que se me promete.
El coste de oportunidad es virtualmente infinito o cero, según se mire. Depende de tu fe, de tu confianza en un Ser supremo que es bastante impredecible, y sobre todo, que tiene una lógica que no es ni de lejos la nuestra. Hay dificultades intelectuales, como las que se interponen tras haber superado la Ciencia la necesidad que tuviera el hombre de Dios por razón de mantener apaciguada una naturaleza indómita y desconocida. No superar esta dificultad ha llevado a una ideología radical que sólo admite lo profano, lo material; Larrañaga lo denomina “horizontalismo”, una ideología que debilita la fe, viniendo a decir que cualquier esfuerzo aplicado a lo que no pertenece a este mundo es “alienación”. Se han aceptado como criterios de vida la inmediatez, la eficiencia y la rapidez. La vida tranquila es un idílico desiderátum un lujo asiático que uno no puede permitirse, si desea llegar a fin de mes. Hay encomiables deseos de desafiar la velocidad, como el “movimiento Slow” de Carl Honoré, pero sólo eso; la era del furor nos arrolla sin piedad.
Embarcarse en una aventura hacia lo desconocido es lógico hacerla si se pretende encontrar un gran tesoro, un nuevo continente, como el viaje de Colón, o si uno se ve obligado a escapar de la pobreza extrema y embarcarse en un cayuco desde las villas miseria de África hacia las Canarias. O muy mal estoy aquí (caso tradicional en el budismo respecto del sufrimiento), o muy bien espero estar allí. En cualquier caso, un viaje así se emprende si el diferencial entre el presente y el futuro impresiona de astronómico.
Se nos ha enseñado desde pequeño aquello del pecado original y lo de la redención y salvación de las almas, siendo esta la justificación de ponernos en camino hacia Dios. Mientras la autoridad de la Iglesia no era discutible, toda la sociedad gravitaba entorno a su doctrina, que no tenía discusión. Cuando empezó el hombre a ponerle peros a este argumento prínceps, se dio cuenta de que aquí – en el europeo mundo civilizado - no se estaba tan mal, así que se perdió la sensación de ser esclavos de los egipcios, al menos en parte, lo que coincidió con el advenimiento del desarrollo industrial, social y tecnológico, eso sí, con dos guerras mundiales por medio, pero al final llegar a poder sacar dinero del cajero y descargarse de Internet música rock en nuestro móvil y jugar a las videoconsolas y todo eso. Y aunque fluctúe la Bolsa, o nos quedemos en paro temporalmente, la verdad es que en este mundo los occidentales no vivimos del todo mal.
Así que los actuales Moiseses que proclaman nuestra salida de Egipto para meternos en el desierto de la fe, hacia una hipotética vida eterna donde seremos felices como perdices tocando el arpa, como que no tiene demasiado éxito. Es más, se les critica cuando se dirigen a los que lo pasan mal, para que se aguanten pensando en que mañana será mejor, pues de esta forma los “alienan” y engañan para que no molesten demasiado a los poderosos con sus reivindicaciones sociales. (Ver la entrada 16.- descender a los infiernos (segunda parte)).
En un libro que leí, titulado “fabricantes de miseria” de tres autores entre los que está Álvaro Vargas Llosa, a la Iglesia en Latinoamérica se la hace responsable, en parte, de este problema, junto con otros agentes sociales, como los gobiernos, el ejército, los intelectuales, la guerrilla y otros. Es una opinión de los autores, que antes de que fuéramos Paloma y yo a Honduras y viésemos el panorama real de aquella gente, podríamos dudar de su veracidad, ahora, tras comprender el maquiavélico Plan Rockeffeler, no nos cabe duda de que es así..
Así las cosas, realmente, el argumento tradicional esgrimido por la Iglesia para motivar al personal del Siglo XXI a que entre en el redil, parece como que se queda sin fuerzas, se le ha ido la fuerza por la boca. Hay que pensar en otro. Aquí entran ya los filósofos y teólogos, esgrimiendo argumentos más sutiles, más trascendentes, tales como el vacío que dejan los placeres terrenales, la insatisfacción la eterna nostalgia por “algo” que podríamos ser y no somos, y que hace de este mundo, en el fondo, un lugar lleno de inconvenientes, de contratiempos, y en el extremo, también de tragedias.
Leyendo a Ignacio Larrañaga se comprende cómo la Biblia es la historia que describe lo cerril que ha estado el ser humano hasta que se enteró de qué iba esto. Como siempre estuvo el pueblo de Israel acosado por los pueblos vecinos, y cuando no eran unos los invasores, eran otros, en realidad siempre creyó que la misión mesiánica era la que conseguiría restaurar definitivamente el Reino de Israel, en este mundo, que salvo el paréntesis de David y Salomón, siempre estuvo bajo la bota de un tercero. Así que llega Jesús diciendo tonterías como lo del Reino de los Cielos, y claro, le crucificaron. Incluso ni siquiera sus discípulos se enteraron de la misa la media hasta que por fin, en Pentecostés recibieron en sus almas el Espíritu de Dios, y se hizo en ellos la Luz, “Fíat lux”. Y por fin comprendieron el argumento de toda la película que comenzó en el Génesis.
La cosa no va de reinar en este mundo. La cosa no va de respetar unas leyes y unos preceptos religiosos para que nos vaya bonito en este mundo, o lo menos mal posible a fuerza de jaculatorias, oraciones aprendidas, ganar unas cuantas indulgencias y asegurarnos un pisito en el Paraíso al módico precio de una misa dominical, una confesión cada tres meses y poner una equis en la declaración de la renta.
Amigo, si te tenías que desengañar, más vale que lo hagas ya, porque la Navidad, la Gran Odisea del espíritu, es incompatible con este tipo de creencias sobre la vida presente y futura.
Es por eso que argumentos “tan sinceros como ingenuos” para motivar al personal a que inicie el camino de regreso a casa tienen cada vez menos fuerza. De la misma forma que ya sabemos que los niños no vienen de París, y que los Reyes Magos son los padres, nos maliciamos que muchas creencias tomadas literalmente, han perdido su evidencia, para al final, tenernos que enfrentar sin anestesia al dolor y el temor que inspira el misterio insoldable de la existencia humana. Realmente no basta con cumplir los preceptos del joven rico, porque esa es una actitud tan sincera como ingenua. O cambia tu vida totalmente o más vale que sigas dedicándote a tus asuntos, celebrando la Navidad como marcan los cánones comerciales, y respetando las leyes para que no te multen o te metan en la cárcel, pues eso es un incordio y se pasa mal.
¿De qué va el negocio, pues?
El asunto, de la Navidad, de una nueva vida para el alma, de la Gran Odisea de la Vida Interior va más o menos de esto:
Yahvé Dios al anciano Abram le dice a sus ochenta años que salga de Ur, su tierra, a un lugar que le indicará, y que tendrá un hijo de su mujer, también octogenaria. Sale de su tierra, donde era un personaje y estaba cómodamente instalado, y se pone de camino. Es el hazmerreír de todos, por lo del anuncio de su hijo, que no llega, pero confía hasta que a la edad de cien años lo tiene. Y Yahvé le dice que tendrá una descendencia como las estrellas del cielo. Pero antes le dice que mate a su hijo en sacrificio. Y él, aún con los ojos a cuadros, obedece ante tan descabellado mandato y casi le mata, menos mal que un ángel le detuvo en el último momento. En fin, en resumidas cuentas, entrar en nuestra propia Vida Interior es abandonar nuestra vida normal, un no saber hacia dónde vamos, donde lo único que puede soportar las incertidumbres del Camino es nuestra total y absoluta adhesión y confianza en Él, y en lo que Él haga con nosotros, así sea lo más inimaginable y descabellado. Es un cambio total de paradigma, un ponerlo todo del revés.
Visto así, ¿qué puede impulsar al hombre a salir de su vida y meterse en el berenjenal de la fe?
Es algo mucho más profundo de lo que te enseñan literalmente en el catecismo. Por eso, porque no entra por los ojos, porque no es nada evidente la necesidad de salir de nuestra tierra para adentrarnos en unas profundidades desconocidas, es por lo que las gentes a poco que piensen, abandonan la senda marcada y siguen viviendo en Ur, o en Egipto, tras abandonarse al desánimo de Masá y Meribá, o el susto de infarto vivido en el país de Moria. No obstante, late en todos nuestros corazones una profunda insatisfacción que en principio no sabemos a qué es debida, pero que ahí está, dejándonos un regusto de amargura tras todos los intentos de ser felices en este mundo.
Somos ovejas perdidas que por alguna razón nos hemos perdido (cuentan que por aquello del pecado original, o por simple naturaleza humana o defecto de fábrica). El hecho cierto es que estamos aquí con la sensación de estar completamente despistados, por no decir perdidos, pero algo muy profundo en nosotros nos dice que somos víctimas de una situación que no hemos creado, y que Algo o Alguien está deseando echarnos una mano para volver a casa.
Así que decir sí a una oferta hecha por Dios de una nueva vida para nosotros, de una Navidad, absolutamente nada tiene que ver con santa Claus y sus regalos navideños, aunque tengamos que respetar al común de las gentes en su empecinado hábito consumista imposible de erradicar por razones macroeconómicas.
La Gran Odisea del alma
San Juan de la Cruz supo resumir magistralmente el objetivo final de la Gran Odisea del alma, en su proceso de fusión íntima con Dios.
Transformar las potencias del alma en virtud:
Transformar el entendimiento en fe, la memoria en esperanza y la voluntad en amor.
Esta frase, que tiene bemoles, nos ocupará todo lo que queda de blog, hasta que Dios quiera. Acuérdate de esto: "transformar mi "yo" en Él". Pero eso es imposible para el hombre, más no para Dios, como le dijo Jesús a sus discípulos al ver alejarse al joven rico. (Mt 19, 26)
En un libro que leí, titulado “fabricantes de miseria” de tres autores entre los que está Álvaro Vargas Llosa, a la Iglesia en Latinoamérica se la hace responsable, en parte, de este problema, junto con otros agentes sociales, como los gobiernos, el ejército, los intelectuales, la guerrilla y otros. Es una opinión de los autores, que antes de que fuéramos Paloma y yo a Honduras y viésemos el panorama real de aquella gente, podríamos dudar de su veracidad, ahora, tras comprender el maquiavélico Plan Rockeffeler, no nos cabe duda de que es así..
Así las cosas, realmente, el argumento tradicional esgrimido por la Iglesia para motivar al personal del Siglo XXI a que entre en el redil, parece como que se queda sin fuerzas, se le ha ido la fuerza por la boca. Hay que pensar en otro. Aquí entran ya los filósofos y teólogos, esgrimiendo argumentos más sutiles, más trascendentes, tales como el vacío que dejan los placeres terrenales, la insatisfacción la eterna nostalgia por “algo” que podríamos ser y no somos, y que hace de este mundo, en el fondo, un lugar lleno de inconvenientes, de contratiempos, y en el extremo, también de tragedias.
Leyendo a Ignacio Larrañaga se comprende cómo la Biblia es la historia que describe lo cerril que ha estado el ser humano hasta que se enteró de qué iba esto. Como siempre estuvo el pueblo de Israel acosado por los pueblos vecinos, y cuando no eran unos los invasores, eran otros, en realidad siempre creyó que la misión mesiánica era la que conseguiría restaurar definitivamente el Reino de Israel, en este mundo, que salvo el paréntesis de David y Salomón, siempre estuvo bajo la bota de un tercero. Así que llega Jesús diciendo tonterías como lo del Reino de los Cielos, y claro, le crucificaron. Incluso ni siquiera sus discípulos se enteraron de la misa la media hasta que por fin, en Pentecostés recibieron en sus almas el Espíritu de Dios, y se hizo en ellos la Luz, “Fíat lux”. Y por fin comprendieron el argumento de toda la película que comenzó en el Génesis.
La cosa no va de reinar en este mundo. La cosa no va de respetar unas leyes y unos preceptos religiosos para que nos vaya bonito en este mundo, o lo menos mal posible a fuerza de jaculatorias, oraciones aprendidas, ganar unas cuantas indulgencias y asegurarnos un pisito en el Paraíso al módico precio de una misa dominical, una confesión cada tres meses y poner una equis en la declaración de la renta.
Amigo, si te tenías que desengañar, más vale que lo hagas ya, porque la Navidad, la Gran Odisea del espíritu, es incompatible con este tipo de creencias sobre la vida presente y futura.
Es por eso que argumentos “tan sinceros como ingenuos” para motivar al personal a que inicie el camino de regreso a casa tienen cada vez menos fuerza. De la misma forma que ya sabemos que los niños no vienen de París, y que los Reyes Magos son los padres, nos maliciamos que muchas creencias tomadas literalmente, han perdido su evidencia, para al final, tenernos que enfrentar sin anestesia al dolor y el temor que inspira el misterio insoldable de la existencia humana. Realmente no basta con cumplir los preceptos del joven rico, porque esa es una actitud tan sincera como ingenua. O cambia tu vida totalmente o más vale que sigas dedicándote a tus asuntos, celebrando la Navidad como marcan los cánones comerciales, y respetando las leyes para que no te multen o te metan en la cárcel, pues eso es un incordio y se pasa mal.
¿De qué va el negocio, pues?
El asunto, de la Navidad, de una nueva vida para el alma, de la Gran Odisea de la Vida Interior va más o menos de esto:
Yahvé Dios al anciano Abram le dice a sus ochenta años que salga de Ur, su tierra, a un lugar que le indicará, y que tendrá un hijo de su mujer, también octogenaria. Sale de su tierra, donde era un personaje y estaba cómodamente instalado, y se pone de camino. Es el hazmerreír de todos, por lo del anuncio de su hijo, que no llega, pero confía hasta que a la edad de cien años lo tiene. Y Yahvé le dice que tendrá una descendencia como las estrellas del cielo. Pero antes le dice que mate a su hijo en sacrificio. Y él, aún con los ojos a cuadros, obedece ante tan descabellado mandato y casi le mata, menos mal que un ángel le detuvo en el último momento. En fin, en resumidas cuentas, entrar en nuestra propia Vida Interior es abandonar nuestra vida normal, un no saber hacia dónde vamos, donde lo único que puede soportar las incertidumbres del Camino es nuestra total y absoluta adhesión y confianza en Él, y en lo que Él haga con nosotros, así sea lo más inimaginable y descabellado. Es un cambio total de paradigma, un ponerlo todo del revés.
Visto así, ¿qué puede impulsar al hombre a salir de su vida y meterse en el berenjenal de la fe?
Es algo mucho más profundo de lo que te enseñan literalmente en el catecismo. Por eso, porque no entra por los ojos, porque no es nada evidente la necesidad de salir de nuestra tierra para adentrarnos en unas profundidades desconocidas, es por lo que las gentes a poco que piensen, abandonan la senda marcada y siguen viviendo en Ur, o en Egipto, tras abandonarse al desánimo de Masá y Meribá, o el susto de infarto vivido en el país de Moria. No obstante, late en todos nuestros corazones una profunda insatisfacción que en principio no sabemos a qué es debida, pero que ahí está, dejándonos un regusto de amargura tras todos los intentos de ser felices en este mundo.
Somos ovejas perdidas que por alguna razón nos hemos perdido (cuentan que por aquello del pecado original, o por simple naturaleza humana o defecto de fábrica). El hecho cierto es que estamos aquí con la sensación de estar completamente despistados, por no decir perdidos, pero algo muy profundo en nosotros nos dice que somos víctimas de una situación que no hemos creado, y que Algo o Alguien está deseando echarnos una mano para volver a casa.
Así que decir sí a una oferta hecha por Dios de una nueva vida para nosotros, de una Navidad, absolutamente nada tiene que ver con santa Claus y sus regalos navideños, aunque tengamos que respetar al común de las gentes en su empecinado hábito consumista imposible de erradicar por razones macroeconómicas.
La Gran Odisea del alma
San Juan de la Cruz supo resumir magistralmente el objetivo final de la Gran Odisea del alma, en su proceso de fusión íntima con Dios.
Transformar las potencias del alma en virtud:
Transformar el entendimiento en fe, la memoria en esperanza y la voluntad en amor.
Esta frase, que tiene bemoles, nos ocupará todo lo que queda de blog, hasta que Dios quiera. Acuérdate de esto: "transformar mi "yo" en Él". Pero eso es imposible para el hombre, más no para Dios, como le dijo Jesús a sus discípulos al ver alejarse al joven rico. (Mt 19, 26)
Es decir morir a nosotros mismos y a nuestras capacidades, para transformarnos en Él. Vaciarnos de todo lo que pertenezca a nuestro reino para que venga a nosotros su Reino.
La gran pregunta es cómo se consigue eso, porque desde luego a fuerza de misas y de rosarios, no vamos a salir de ser jóvenes ricos practicantes de una fe tan sincera como ingenua.
Esto que digo, en otras épocas podía ser constitutivo de delito doctrinal penado acaso con la excomunión. Si se enterasen los curas ahora, no sé qué me harían.
El método, la vía directa hacia Dios recibe un nombre: ORACIÓN.
La Oración, devaluada por la práctica religiosa en simplemente hacer unos rezos de vez en cuando, un rosario por aquí y una jaculatoria mañanera por allá, sin dejar de englobar también a estos rezos, no es una práctica religiosa, es un estado del alma.
La Oración no es una práctica religiosa; es un estado del alma, una presencia absoluta de Dios en nuestro interior. Es una vivencia consciente de Dios en nosotros, sin paliativos.
Aquí también el mercado ha metido sus narices. Está muy de moda ahora todo lo relacionado con la meditación oriental, con las prácticas de control mental, de quietud, de mindfulness, de yoga, de todo tipo de técnicas de transpersonalización, con el fin de despertar ese noventa por ciento de cerebro y capacidad mental. Si todas estas técnicas venidas de Oriente se toman, no como abandono del alma a la Divina Realidad, como predica la Filosofía Perenne, sino como esfuerzo para desarrollar nuestro “poco yo” en más y más “yo”, olvídense, será más de lo mismo. Estas técnicas de desarrollo y dominio personal, no son más que técnicas de desarrollo del “super yo”. Son más de nosotros mismos.
La filosofía oriental, el Tao, el Zen, en monismo Advaita, y la mística cristiana van justamente en sentido contrario, van hacia la disolución del “yo”, para que Él, el Absoluto tome posesión de nosotros, para transformarnos en Él. Las técnicas New Age, que son técnicas milenarias arrancadas de su esencia para convertirlas en objeto de mercado, no tienen nada que ver, y además son carísimas. Nos engañan, pues nos ofrecen una escapatoria del Confinador por la cuarta puerta, no por la séptima (Ver entrada 31.- Puertas de emergencia).
Meister Eckhart dice una frase total: “Cuanto más hay de mí en mí, menos hay de Dios en mí”.
Es decir, Dios no es compatible con mi Yo. Mi yo tiene unos planes que son opuestos a los suyos. “No se haga mi voluntad, sino la tuya”, ruega Jesús al Padre, cuando es tentado de abandonar.
La Oración va de eso, un proceso muy lento y paulatino en el que a fuerza de centrar todos nuestros sentidos en Dios, poco a poco se va desvaneciendo nuestra propia identidad temporal, para transformarse en nuestra auténtica realidad, una realidad que se expresará a través de la muerte de nuestra temporalidad.
La Oración consiste en saber “morir antes de morir, para comprender que la muerte no existe”, como refiere Eckhart Tolle en su libro “El poder del ahora”.
La Oración consiste en un proceso de “mortificación”, “mortis facere”, de hacer muerte. Es un aprender a vivir el morir. Y este proceso nos deja en una situación tremendamente comprometida, pues cuando uno se mete en profundidades con Dios, termina por no saber dónde reclinar la cabeza, es decir, no se siente ni de este mundo ni del otro. Nada le place de aquí abajo, pierde el gusto por todo, pero no alcanza a gustar de las delicias celestiales, porque la Oración es un proceso en sí mismo doloroso.
La Oración es un proceso por el cual el alma, su auténtica protagonista tiene que ser sometida a desprenderse nada menos que de su “yo”, que es lo que vemos cuando nos miramos al espejo.
La Oración es un proceso por el que lo vas a perder todo… para ganarlo Todo.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. (Mt 10, 39)
El proceso de Oración es como una gestación, como un embarazo, que primero nos produce alegría, como alegría y regocijo sintió María tras la Anunciación. Luego viene unos largos nueve meses, donde no todo es de color de rosa para la embarazada, pues requiere sacrificio, higiene, dieta sana, y puede haber complicaciones tales como gestosis gravídica, para al final sobrevenir el temido y doloroso parto.
Póngase el ejemplo que se quiera (la mente humana no da para más que para burdos símiles, por eso Jesús hablaba en parábolas), en resumen la Oración es el núcleo del camino de transformación del alma hacia Dios.
En este blog, están colocadas dos páginas en el menú de inicio, donde se describe este proceso, a través de nuestros dos místicos fundamentales, Santa Teresa de Jesús (en Las moradas del Castillo Interior), y San Juan de la Cruz (La noche oscura del alma).
De ahora en adelante, nos introduciremos en este sendero desconocido, a veces brutal, a veces tranquilo, pero siempre con un sentido muy parecido a un proceso terapéutico. Estamos enfermos, y hemos de ser curados. Y todos sabemos que cuando eso ocurre, los tratamientos suelen ser cuando menos incómodos. Hay una disciplina en tomar la medicación a determinadas horas; hay una disciplina en la alimentación, en la práctica de ejercicio físico o de rehabilitación. Hay tratamientos quirúrgicos tremendamente invasivos, que suponen una penosa convalecencia. Yo estoy enfermo, y sé lo que supone someterte a un régimen de vida estricto, la fuerza de voluntad que hay que tener para no mandarlo todo a paseo, a riesgo de saber que puedes dejarte morir en poco tiempo.
Si alguien quiere poner rostro en alguien que haya vivido todo esto, el rostro, ya lo presenté en la entrada anterior, se llama "María".
Pero el horizonte que se sitúa tras el proceso de tratamiento es la salud recuperada. Lo mismo sucede en el Alma, que sabe que tras la Noche oscura, tras el proceso de tratamiento de su enfermedad, está la recuperación de su salud, la unión total y completa con su Creador, vivir en el Paraíso.
Y ese Paraíso recibe el nombre de Amor. No es ningún lugar, es un estado en el que el Alma ha sido despojada de todas las barreras que le separaban de las demás Almas y de su Creador. Es un proceso paralelo, el de depuración de alma y el de fusión paulatina con la Comunidad. No es un proceso aislado, en el que sólo está el alma con Dios. El alma y Dios, sin la proyección hacia el prójimo es una pérdida de tiempo. Lo dice Pablo de Tarso en 1 Corintios 13, “ya podría yo hacer auténticas maravillas, si no tengo amor…”. Ya podría estar yo meditando cuatro horas haciendo una asana tras otra (de yoga), si al terminar no veo al otro como mi auténtico hermano y no atiendo sus necesidades, de nada me sirve lo primero.
Por eso, Jesús, en un gesto sublime de pragmatismo nos dice: “olvídate, amigo, si me ves con hambre y no me das de comer, ya puedes inflarte a misas y a rosarios, que de nada te va a servir”. Y viceversa “aunque no seas muy practicante, si atiendes mi hambre y mi sed, tienes conmigo un lugar en el Paraíso”.
La cosa queda redonda si además de misas y rosarios, atendemos a las necesidades del que tenemos a nuestro lado. Que en el fondo es lo que decía el Señor Obispo (en realidad, el Cardenal Rouco de Madrid) en la entrevista radiofónica que escuché mientras iba en el coche al trabajo, “frecuentar los sacramentos (esto es: práctica religiosa), y hacer buenas obras”.
Alguien podría interpretar que mi estilo de decir las cosas esconde una oculta crítica hacia la Iglesia católica (los curas y los obispos en concreto). Es verdad que reconozco ser un poco mordaz, pero en realidad hacia lo que oriento toda mi artillería es hacia una religión vivida de apariencias y convencionalismos, hacia el cumplo y miento del común de las gentes, que sólo ven en la Navidad el momento de los regalos y los polvorones. Ataco en suma, la fe del joven rico, el que se retira ¿triste? ante la invitación de Jesús de dejarlo todo. Ataco el considerar oración a los rezos y jaculatorias dichas como papagayos y que ningún docto eclesiástico termine por explicar de verdad qué significa el estado de Oración.
La gran pregunta es cómo se consigue eso, porque desde luego a fuerza de misas y de rosarios, no vamos a salir de ser jóvenes ricos practicantes de una fe tan sincera como ingenua.
Esto que digo, en otras épocas podía ser constitutivo de delito doctrinal penado acaso con la excomunión. Si se enterasen los curas ahora, no sé qué me harían.
El método, la vía directa hacia Dios recibe un nombre: ORACIÓN.
La Oración, devaluada por la práctica religiosa en simplemente hacer unos rezos de vez en cuando, un rosario por aquí y una jaculatoria mañanera por allá, sin dejar de englobar también a estos rezos, no es una práctica religiosa, es un estado del alma.
La Oración no es una práctica religiosa; es un estado del alma, una presencia absoluta de Dios en nuestro interior. Es una vivencia consciente de Dios en nosotros, sin paliativos.
Aquí también el mercado ha metido sus narices. Está muy de moda ahora todo lo relacionado con la meditación oriental, con las prácticas de control mental, de quietud, de mindfulness, de yoga, de todo tipo de técnicas de transpersonalización, con el fin de despertar ese noventa por ciento de cerebro y capacidad mental. Si todas estas técnicas venidas de Oriente se toman, no como abandono del alma a la Divina Realidad, como predica la Filosofía Perenne, sino como esfuerzo para desarrollar nuestro “poco yo” en más y más “yo”, olvídense, será más de lo mismo. Estas técnicas de desarrollo y dominio personal, no son más que técnicas de desarrollo del “super yo”. Son más de nosotros mismos.
La filosofía oriental, el Tao, el Zen, en monismo Advaita, y la mística cristiana van justamente en sentido contrario, van hacia la disolución del “yo”, para que Él, el Absoluto tome posesión de nosotros, para transformarnos en Él. Las técnicas New Age, que son técnicas milenarias arrancadas de su esencia para convertirlas en objeto de mercado, no tienen nada que ver, y además son carísimas. Nos engañan, pues nos ofrecen una escapatoria del Confinador por la cuarta puerta, no por la séptima (Ver entrada 31.- Puertas de emergencia).
Meister Eckhart dice una frase total: “Cuanto más hay de mí en mí, menos hay de Dios en mí”.
Es decir, Dios no es compatible con mi Yo. Mi yo tiene unos planes que son opuestos a los suyos. “No se haga mi voluntad, sino la tuya”, ruega Jesús al Padre, cuando es tentado de abandonar.
La Oración va de eso, un proceso muy lento y paulatino en el que a fuerza de centrar todos nuestros sentidos en Dios, poco a poco se va desvaneciendo nuestra propia identidad temporal, para transformarse en nuestra auténtica realidad, una realidad que se expresará a través de la muerte de nuestra temporalidad.
La Oración consiste en saber “morir antes de morir, para comprender que la muerte no existe”, como refiere Eckhart Tolle en su libro “El poder del ahora”.
La Oración consiste en un proceso de “mortificación”, “mortis facere”, de hacer muerte. Es un aprender a vivir el morir. Y este proceso nos deja en una situación tremendamente comprometida, pues cuando uno se mete en profundidades con Dios, termina por no saber dónde reclinar la cabeza, es decir, no se siente ni de este mundo ni del otro. Nada le place de aquí abajo, pierde el gusto por todo, pero no alcanza a gustar de las delicias celestiales, porque la Oración es un proceso en sí mismo doloroso.
La Oración es un proceso por el cual el alma, su auténtica protagonista tiene que ser sometida a desprenderse nada menos que de su “yo”, que es lo que vemos cuando nos miramos al espejo.
La Oración es un proceso por el que lo vas a perder todo… para ganarlo Todo.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. (Mt 10, 39)
El proceso de Oración es como una gestación, como un embarazo, que primero nos produce alegría, como alegría y regocijo sintió María tras la Anunciación. Luego viene unos largos nueve meses, donde no todo es de color de rosa para la embarazada, pues requiere sacrificio, higiene, dieta sana, y puede haber complicaciones tales como gestosis gravídica, para al final sobrevenir el temido y doloroso parto.
Póngase el ejemplo que se quiera (la mente humana no da para más que para burdos símiles, por eso Jesús hablaba en parábolas), en resumen la Oración es el núcleo del camino de transformación del alma hacia Dios.
En este blog, están colocadas dos páginas en el menú de inicio, donde se describe este proceso, a través de nuestros dos místicos fundamentales, Santa Teresa de Jesús (en Las moradas del Castillo Interior), y San Juan de la Cruz (La noche oscura del alma).
De ahora en adelante, nos introduciremos en este sendero desconocido, a veces brutal, a veces tranquilo, pero siempre con un sentido muy parecido a un proceso terapéutico. Estamos enfermos, y hemos de ser curados. Y todos sabemos que cuando eso ocurre, los tratamientos suelen ser cuando menos incómodos. Hay una disciplina en tomar la medicación a determinadas horas; hay una disciplina en la alimentación, en la práctica de ejercicio físico o de rehabilitación. Hay tratamientos quirúrgicos tremendamente invasivos, que suponen una penosa convalecencia. Yo estoy enfermo, y sé lo que supone someterte a un régimen de vida estricto, la fuerza de voluntad que hay que tener para no mandarlo todo a paseo, a riesgo de saber que puedes dejarte morir en poco tiempo.
Si alguien quiere poner rostro en alguien que haya vivido todo esto, el rostro, ya lo presenté en la entrada anterior, se llama "María".
Pero el horizonte que se sitúa tras el proceso de tratamiento es la salud recuperada. Lo mismo sucede en el Alma, que sabe que tras la Noche oscura, tras el proceso de tratamiento de su enfermedad, está la recuperación de su salud, la unión total y completa con su Creador, vivir en el Paraíso.
Y ese Paraíso recibe el nombre de Amor. No es ningún lugar, es un estado en el que el Alma ha sido despojada de todas las barreras que le separaban de las demás Almas y de su Creador. Es un proceso paralelo, el de depuración de alma y el de fusión paulatina con la Comunidad. No es un proceso aislado, en el que sólo está el alma con Dios. El alma y Dios, sin la proyección hacia el prójimo es una pérdida de tiempo. Lo dice Pablo de Tarso en 1 Corintios 13, “ya podría yo hacer auténticas maravillas, si no tengo amor…”. Ya podría estar yo meditando cuatro horas haciendo una asana tras otra (de yoga), si al terminar no veo al otro como mi auténtico hermano y no atiendo sus necesidades, de nada me sirve lo primero.
Por eso, Jesús, en un gesto sublime de pragmatismo nos dice: “olvídate, amigo, si me ves con hambre y no me das de comer, ya puedes inflarte a misas y a rosarios, que de nada te va a servir”. Y viceversa “aunque no seas muy practicante, si atiendes mi hambre y mi sed, tienes conmigo un lugar en el Paraíso”.
La cosa queda redonda si además de misas y rosarios, atendemos a las necesidades del que tenemos a nuestro lado. Que en el fondo es lo que decía el Señor Obispo (en realidad, el Cardenal Rouco de Madrid) en la entrevista radiofónica que escuché mientras iba en el coche al trabajo, “frecuentar los sacramentos (esto es: práctica religiosa), y hacer buenas obras”.
Alguien podría interpretar que mi estilo de decir las cosas esconde una oculta crítica hacia la Iglesia católica (los curas y los obispos en concreto). Es verdad que reconozco ser un poco mordaz, pero en realidad hacia lo que oriento toda mi artillería es hacia una religión vivida de apariencias y convencionalismos, hacia el cumplo y miento del común de las gentes, que sólo ven en la Navidad el momento de los regalos y los polvorones. Ataco en suma, la fe del joven rico, el que se retira ¿triste? ante la invitación de Jesús de dejarlo todo. Ataco el considerar oración a los rezos y jaculatorias dichas como papagayos y que ningún docto eclesiástico termine por explicar de verdad qué significa el estado de Oración.
Al Maestro Eckhart, dominico alemán del Siglo XIII se le ocurrió predicar la mística a las gentes sencillas, con sus sermones “RdU” (“pláticas formativas” en alemán), impartidas en este idioma, siglo y medio antes de Lutero, donde explicaba los procesos de relación del alma con Dios, de un modo tan personal que creó grandes recelos entre la curia, que le procesó en tiempos de Juan XXII con el Acta “In agro dominico” que advierte contra el peligro de una falsa comprensión de la doctrina católica y de la confusión que ello podría llevar a las gentes sencillas. Eckhart murió en 1328 en Avignon en espera de la resolución, que al final resultó condenatoria para él y su pensamiento. Por eso me cae tan bien. Porque me siento con este blog en su pellejo.
Es decir, estas cosas a un cura no se les ocurre decirlas en misa de una, porque el común de las gentes no las entiende. Es por eso, que al final los católicos nos conformamos con una religión de mínimos, con un cumplir aunque mintamos, para que la rueda del mundo siga girando.
Todo esto, con independencia de desearte unas felices fiestas de navidad, y que os traigan muchas cosas los reyes magos o Papa Noel. Contribuir a que las empresas y comercios cierren saneadamente el ejercicio fiscal es también ayudar al prójimo en sus necesidades, a las familias que viven de las ventas de navidad, si a eso vamos.
Con mis mejores deseos, amigo...
que tengáis tú, tu familia y seres queridos...
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