Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

sábado, 18 de diciembre de 2010

47.- Egolatría o Síndrome de Adán y Eva



Vamos a describir nuestra débil  naturaleza en términos clínicos, como si se tratara de una enfermedad denominada “egolatría” o relación inversamente proporcional entre el tamaño de mi ego y mi valor como ser humano, como persona; el Síndrome de Adán y Eva, enfermedad congénita, trasmitida por nuestro genotipo y potenciada por el fenotipo, es decir, el medio ambiente donde somos educados y crecemos hasta hacernos adultos. Vamos e estudiar  sus síntomas, sus causas originales, su diagnóstico y su tratamiento. No deja de ser una parábola del misterio de la naturaleza del ser humano, pero creo que puede valer.

Sintomatología de la “egolatría” o Síndrome de Adán y Eva

“Si yo quiero ser bueno, pero es que no me sale…”


-Niño malo-



Esta frase, dicha por un chaval, por cierto más malo que la quina, de seis añitos, suena tierna y te dan ganas de darle un achuchón, no sin antes haberle arrancado las orejas de un tirón como reprimenda al desaguisado que hubiera montado.



Por cierto a este niño yo le conocí cuando yo tenía su misma edad, en Peña Redondela, Collado Villalba, en la Sierra de Madrid, en un verano, el del 1961, yo con cinco años y él con uno más, que se metía conmigo y no me dejaba en paz. Mi mamá, harta de él, no hacía más que quejarse a la suya, y cuando le pedíamos explicaciones de por qué se metía conmigo, eso es lo que respondía, muy apretado él… “es que no me sale”.



¿Será verdad?



¿Será verdad que los seres humanos queremos ser buenos, solemos tener buena voluntad, pero es que no nos sale?



Está claro que somos pecadores empedernidos, y que, como afirma James Lovelock, el padre de la teoría de Gaia, incluso con nuestra mejor intención, cuando nos enfrentamos a problemas muy complejos, estamos perdidos, la fastidiamos prácticamente siempre. Los problemas yatrógenos (los que originamos nosotros mismos al querer solucionar las cosas) son casi diría yo que los más frecuentes. Queremos resolver algo, y desde nuestro pensamiento lineal, que no ve más allá de un proceso causa efecto de dos pasos a lo sumo, y desde nuestro síndrome del corto plazo, por el que sólo atacamos los síntomas a corto pero no las soluciones a largo, lo único que hacemos es fastidiarla. De estos las familias, empresas y los gobiernos de los países, tienen ejemplos todos los días

Esto por parte de la gente de buena fe, que somos la mayoría. Luego están los que van por la vida con auténtica mala fe, puteando al personal a base de bien; a base de (como dice Krishnamurty), maledicencia, maleficencia –crueldad-, y superstición (creencia disfrazada de conocimiento).



Tan malos somos, que desde los orígenes de la Civilización, los seres humanos nos hemos tenido que proteger para garantizar mínimamente la convivencia, con códigos legales. El primero del que se tiene noticia es el código de Ur-Nammu, de Caldea (la tierra de Abrám) datado en 2050 AdC, aunque el más famoso fue el de Hamurabi, de 1692 AdC, en la antigua Mesopotamia, que supuso un salto espectacular como norma de convivencia, promulgando su ley basada en el “ojo por ojo y diente por diente”. Y es que hasta entonces la ley era vida por ojo y vida por diente, es decir, no me digas qué  bonitos ojos tengo, que te atravieso con mi sable y te corto la cabeza. Y para hacer ver a la gente lo importante que era la Ley, en el antiguo Imperio Persa, que estaba subdividido por provincias o satrapías, cuando moría un sátrapa o gobernador, antes de elegir el rey al siguiente, dejaba a la provincia durante varios días, quizás semanas, sin gobernador, para que la gente supiera “lo que vale un peine” y pidiera a gritos un nuevo sátrapa que impusiera la ley y el orden.



Tan malos somos, que no nos han dolido prendas desenvainar las espadas y resolver a base de guerras y de saqueos nuestras diferencias con nuestros vecinos. Así que desde que el hombre es hombre, venimos sufriendo en nuestras propias carnes la mala leche que llevamos dentro, puteándonos a base de bien unos a otros, tanto desde nuestra “bona fides”, fastidiándola con toda nuestra buena fe, o desde nuestra “mala fides”, siendo crueles, tendenciosos, egoístas y avasalladores con los demás.



Sin llegar al nivel de la sangre, por el que nos matamos unos a otros “en un quítame allá esas pajas”, “por un quítame allá esas pajas” , en el terreno de la pacífica convivencia se desarrolla como hongos todo un sistema de putaditas, que como zancudos o mosquitos trompeteros, no hacen más que picarnos y no nos dejan vivir en paz.



(Esta expresión coloquial, “por un quítame allá esas pajas”, es todavía muy utilizada en el léxico popular de nuestro idioma, es sinónimo de brevedad en la realización de un acto o en la finalización de un trabajo determinado, pues viene a indicar la facilidad con la que puede o ha podido realizarse. Análoga a esta locución, aunque con diferente sentido, es la expresada en la forma “por un quítame allá esas pajas” que viene a significar la escasa importancia de un hecho acaecido por una causa baladí, sin fundamento ni razón alguna provoca una tormenta o un conflicto)



De todo esto podríamos dar ejemplos en nuestra vida diaria, todos los días. Frutos del egoísmo, de la soberbia, de la “mala follá”, diariamente nos tocamos unos a otros las narices con murmuraciones, broncas, desafíos absurdos del tipo “a ver quién mea más lejos”, etc.



De la misma forma que para evitar los grandes males los humanos nos hemos protegido con las leyes, para evitar los males menores (que sumados llegan a ser grandes), los humanos hemos desarrollado los códigos de convivencia entre personas, también denominados códigos éticos. La Ética, desde el punto de vista filosófico define qué es bueno o correcto, frente a lo que es malo o incorrecto, desde el nivel llano de la convivencia, de la manera de ser de los humanos. Se basa en cuatro principios (ver entrada de bienvenida al blog), la no maledicencia (no hacer daño), la beneficencia (hacer el bien), la ecuanimidad (ser justos en el reparto de los bienes) y la libertad de acción (respetar la autonomía de los demás).



El respeto de las normas legales y de las normas éticas ofrece un pequeño pero importante matiz. La Ley se basa en el derecho perfecto, es decir, en su el obligado cumplimiento, so pena de ser multado o ir a la cárcel. La ética se basa en el derecho imperfecto, es decir, que el no cumplimiento de las normas éticas no es constitutivo ni de falta ni de delito, por lo que la justicia no irá contra nosotros, aunque las consecuencias sociales y de convivencia se ven a las claras. Por atracar un banco puedo ir a la cárcel, pero por criticar a sus espaldas a una persona y ponerla de vuelta y media nadie me puede denunciar, aunque el daño moral y el descrédito sean importantes. Por cierto que esto lo hacemos todos, todos los días, y además con saña, es probable que sea éste nuestro mayor pecado “este es un mal nacido”, “aquel es un indolente”, el otro es un “borracho y un comilón”, así que entre mal nacidos e indolentes, para nosotros poca gente hay buena, según parece… Ya lo decía Pascal en uno de sus pensamientos, “si una persona supiera lo que sus amigos dicen de él a sus espaldas, no habría dos amigos en el mundo”.



Y es que como en general todos estamos hechos del mismo paño, y nos herimos unos a otros, por el efecto acción reacción, si una persona me hace daño de una forma o de otra, yo respondo, al menos hablando mal de ella, y si me vuelve a hacer daño, como no sea yo un santo varón, terminaré respondiéndole primero con un exabrupto, y a la tercera con una reacción similar, y yo también caeré en la tentación de hacerle otra putada. Y así nos va, que al final Hamurabi tiene razón, sea nuestro límite el “ojo por ojo” pero no más, que parece ser una ley natural de los humanos para no superar el límite de la barbarie.



Entre ética y moral no existe en principio diferencia alguna, desde el punto de vista filosófico, pero desde el momento que pasó el vocablo del griego al latín, la Iglesia católica se apropió el término para referirse a las normas de comportamiento de carácter religioso. Así, mientras la ética no tiene acepción de creencia religiosa, la moral suele estar referida a las normas de conducta según un sistema religioso concreto. De esta forma, la ética tiene visos de ser universal, y se podría denominar una ley natural, mientras que la moral es en sí misma una érica condicionada a un conjunto de normas de conducta, muy asociadas a un dogma religioso y a las costumbres de la tribu o sociedad que la profesa, así la moral católica tiene diferencias muy significativas respecto de la moral islámica, y esta de la judía y esta de la hinduista, por poner ejemplos, porque se enraízan en creencias y tradiciones, donde lo que es bueno y agradable a Dios en una moral, es deleznable (sorprendente al mismo Dios) en otra, por ejemplo la poligamia (agrada a Alá y deleznable para el Dios católico).



Pues bien, hemos hecho un planteamiento general del problema sobre cómo somos, es decir, las manifestaciones externas, los signos y síntomas de nuestra enfermedad hereditaria que vamos a denominar (por hacerlo de alguna forma que nos entendamos) egolatría exacerbada o “Síndrome de Adán y Eva”. La cuestión ahora es examinar con cierto detalle, por qué somos así.


Etiología del Síndrome, o por qué somos así

Responder a esta pregunta no es fácil, porque estamos ante un misterio tan tremendo, como para la Física constituye la fuerza de la gravedad. La Gravedad es una fuerza que el hombre conoce perfectamente. Por la mecánica celeste de Newton, hemos aprendido a saber cómo se comporta la Gravedad, hasta el punto de que sabemos lanzar vehículos espaciales al cosmos y dirigirlos a cualquier punto del sistema Solar, y más allá, y hacerles llegar a sus destino con precisión milimétrica, y en ocasiones, hasta volver a la Tierra con tripulantes a bordo. Pero ¿qué es la Gravedad? Por qué se atraen los cuerpos celestes es algo que vaya usted a saber, porque a día de hoy no se ha podido detectar nada físico (partícula u onda) que relacione un cuerpo celeste con otro y genere y justifique un efecto de atracción directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Esperemos que la mecánica cuántica y Teoría del campo unificado lo terminen por fraguar, aunque parece que ni siquiera la Teoría M va a ser capaz de ello.



Pues bien, sabemos cómo somos y qué efectos tiene nuestro comportamiento, pero lo de por qué somos así tiene las más variopintas interpretaciones.



Para ser un poco rigurosos y no caer en el discurso tendencioso, vamos a sistematizar un poco los planteamientos.



Básicamente en todo esto hay dos interpretaciones, a día de hoy, hasta ahora, incompatibles entre sí. La primera es la interpretación somática y la segunda es la interpretación esotérica. Y luego, dentro de esta última, cada sistema de creencias se lo monta a su manera. La cuestión es, una vez que examinemos ambas interpretaciones, tratar de llegar a una teoría unificada que dé sentido tanto a lo somático como a lo sutil, y nos deje razonablemente tranquilos sobre nuestro pasado, y sobre todo, nos dé luz sobre nuestro futuro.

La cosa no va a ser fácil.



#1 Teoría somática


Llamemos teoría somática la que explica cómo somos desde la Evolución y la fisiología, lo que no deja de ser importante, y tendríamos que tomárnoslo algo en serio, porque nuestro sistema vegetativo, nuestros neurotransmisores y nuestros neuro-péptidos están ahí, y sí o sí, son el soporte físico y el vehículo de nuestras emociones. Desde la teoría somática, el por qué de nuestro comportamiento se explica por las tres capas del encéfalo, que conviven y son fruto de una evolución biológica de 600 millones de años. Esto lo hemos revisado en anteriores entradas, la 40 y 41 (sobre vacas, lagartijas y demás fauna cerebral), y en la entrada anterior al dibujar sucintamente el Síndrome de Adán y Eva.



Empecemos por el protoencéfalo o paleocortex (el reino de nuestra lagartija), con estructuras tales como el tálamo, hipotálamo, hipófisis y amígdala cerebelosa, donde residen las reacciones instintivas que regulan las reacciones de ataque y defensa, unidas a todo el sistema endocrino, muy ligado a estas estructuras que lo regulan sobre la base del vertido a la sangre de neuro péptidos tales como la ACTH, la FSH, la TSH y la somatostatina.



Sigamos por el mesencéfalo o estructura media que se desarrolló considerablemente con las aves y los mamíferos y que permitió que los animales no sólo supieran atacar y defenderse, sino cuidar de sus crías y tener “¿conciencia?” de familia y prole. (Hablamos del reino de nuestra vaca pastando apaciblemente).



Y terminemos por el telencéfalo, neocortex o corteza cerebral que es lo que caracteriza a los humanos, a su capacidad de aprender (aunque también las aves y mamíferos tienen alguna capacidad de aprender), de comprender, de imaginar y de amar, aunque también de odiar.



Visto así, la cosa no tiene mayor secreto. Somos el fruto de la Evolución y nuestra vida se desarrolla entre el Cielo (que imaginamos) y la Tierra (de la que procedemos). El gran paso adelante del ser humano es que puede imaginar un objetivo de vida mejor. Es capaz de comprender que no es bueno hacer daño y que es bueno tener una actitud positiva y cooperadora. Pero se ve atrapado entre sus ilusiones y sus realidades.



Todo esto se explica sin tener que acudir a terceros agentes maléficos ajenos a nosotros.



En conclusión, la Ciencia da explicación al por qué somos así. No hay nada raro en ello, y además da esperanza de que mediante el esfuerzo personal y la voluntad, sepamos mejorar nuestro comportamiento a través del refinamiento y mejora del lóbulo frontal, que nos posibilita el control de todo nuestro ser, donde reside la voluntad.



Extendernos más en la teoría somática supone entrar en detalles sobre la anatomía y la fisiología, lo que abundaría en detalles anatomo fisiológicos, que no aportan en este discurso demasiado valor añadido.



Sin embargo, antes de pasar a la teoría espiritual, no quiero dejar de hacer referencia del planteamiento sistémico.



Las leyes sistémicas permiten comprender nuestra interacción con el entorno y cómo, fruto de esa interacción, se generan arquetipos de comportamiento sobre la base de bucles de retroalimentación, reforzadores o compensadores, entrelazados entre sí. Estas leyes explican cómo la vida y el universo está diseñado sobre la base de la estabilidad general entre fuerzas antagónicas y cómo las oscilaciones naturales se producen por el predominio alternativo de ellas, y cómo la una no puede existir sin la otra.



En suma, la teoría sistémica explica la trama de la vida, acudiendo al diseño de modelos formales, muchas veces bajando al extremo de la formulación matemática. Estos modelos, conjuntamente con los modelos físicos de la mecánica clásica, de la mecánicas relativistas (para lo macro) y de la mecánica cuántica (para lo subatómico) ofrecen una casi completa representación formal del mundo visible.

Y todo tiene explicación, al nivel de comprender por qué somos así.



Y esta explicación tiene dos lecturas, la primera comprendiendo cómo se comporta la fisiología y la mente humana en condiciones normales. Porque en situación de estabilidad suceden también acontecimientos que los sentimos como buenos o como adversos. Pero en el otro extremo está la patología, las inestabilidades que generan comportamientos anormales, excesivos, inhibidos, lo que provoca inestabilidades en el sistema de relaciones humanas que pueden conducir incluso a la extrema violencia con atributos de gran crueldad y ensañamiento, con figuras patológicas como son los psicópatas y los sociópatas. Pero todo esto, lo normal y lo que entra dentro de los valores normales de convivencia (que no es la paz absoluta, sino el día a día con sus problemas y sus recompensas), hasta lo patológico que entra dentro de la histeria colectiva y las tragedias (el hombre lobo para el hombre) e incluso la guerra, es explicable desde un enfoque evolutivo, fisiológico y psicológico. No hay fantasmas ni fuerzas ajenas a nosotros mismos que nos impulsen a hacer el mal. Son las fuerzas de la Creación impresas en nuestro interior las que condicionan nuestro comportamiento. Esto nos imprime una importante tasa de responsabilidad desde nosotros mismos, y también nos da una gran Esperanza de que mañana, la Humanidad podría ser mejor, porque también desde los niveles somáticos y mentales los fisiólogos y psicólogos han puesto en evidencia la ingente capacidad que tiene el ser humano de forjar su propio destino y mejorar sus capacidades.



Esta es la razón por la que muchos científicos son agnósticos o incluso ateos, porque casi nada de lo comprensible queda fuera del alcance de la Ciencia. Al menos aparentemente.



#2.- Teoría esotérica


La teoría esotérica se enfrenta a los problemas humanos desde otra perspectiva completamente diferente. No se plantea el por qué los humanos hacemos cosas buenas o malas, no se plantea el por qué de los actos buenos o malos, sino en sus causas últimas desde la idea de el Bien y el Mal.



El Bien produce actos buenos. El Mal produce actos malos, todo según nuestra particular percepción de los hechos.



Total, según esta versión, los humanos estamos en el extremo motivados por dos poderosas fuerzas antagónicas, el Bien (que procede de Dios) y el Mal (que procede del Maligno).



Este planteamiento es general de todas las religiones oficiales.



El origen de este escenario supone que en el principio de los tiempos, “algo salió mal”, dentro de la corte celestial, algunos ángeles se pusieron chulos y se creyeron tan guapos y listos como Dios. Y se enfrentaron a Él, de modo que Dios les expulsó del Paraíso. Algo así como un “golpe de estado en el Cielo afortunadamente frustrado”. Peeero… siempre hay un pero, al ser expulsados del Cielo, fueron desterrados al Averno. El Averno era el nombre antiguo que se le daba, tanto por griegos como por romanos, a un cráter cerca de Cumas (primera colonia griega en Italia), Campania. Se creía que era la entrada al inframundo. Posteriormente, la palabra pasó a ser simplemente un nombre alternativo para el infierno.



Pues bien, con este relato, los humanos nos imaginamos que en el más allá, desde tiempos inmemoriales se viene librando una descomunal, sin par y desigual batalla entre el Bien y el Mal, donde Dios y sus ángeles vienen librando una desaforada guerra contra Lucifer y sus huestes que, suponemos, al final (pero sólo al final) Dios saldrá victorioso, el Mal definitivamente derrotado, y suponemos extinguido, exterminado, masacrado, laminado, muerto, fulminado, o simplemente desterrado a un lugar de donde no será posible volver y a donde irán condenadas todas las almas que se hayan aliado con el Mal, etc.; de modo que ya no será posible una nueva guerra y en el Cielo reinará definitivamente la paz para toda la eternidad.



Esta imagen del Bien y del Mal la tenemos tan profundamente grabada en nuestra mente, que en cualquier imaginario religioso, social y tradicional, no se concibe la cosa de otra forma. Todos los días, a todas horas, esta imagen es la que se nos representa. La literatura y el cine son un medio fantástico para reforzar esta idea. Drácula y sus vampiros, héroes que luchan contra la bestia del 666, fantasmas de ultratumba reclutados por el mariscal de Leviatán, embrujadas contra el Averno, etc.



La imaginación humana, jaleada por las penurias y las adversidades, se hace constantemente preguntas como estas:



Si Dios es bueno, ¿de dónde surgió el mal? ¿Por qué creó Dios al hombre capaz de pecar? Y, en todo caso, ¿por qué fue tentado el hombre? ¿Es el mal coeterno con el bien? ¿Hay quizá dos deidades, como afirma el Zoroastrismo, que son eternas, una buena y otra mala, en eterna lucha entre sí? En todo caso, si el mal tuvo un origen, en la caída de Lucifer o Satanás, ¿qué produjo esta caída? ¿Qué es lo que originó su caída y la primera entrada de mal en la creación de Dios? Y si es así, ¿por qué Dios lo permitió?

Se pueden añadir algunas preguntas más. También: ¿Por qué decidió Dios crear? ¿Acaso Dios se encontraba en soledad? O como diría Stephen Hawking, ¿Por qué el Universo se tomó la molestia de existir?



Y voy a transcribir literalmente la interpretación que da la Iglesia Evangélica al problema a través de una documentación colocada en Internet:



Esto nos lleva a considerar los siguientes puntos: 
http://www.sedin.org/propesp/origenml.htm


1) Dios, en su Tri-Personalidad en un solo Ser, está totalmente autosatisfecho. No precisa de ningún ser fuera de Sí mismo para gozar de un grado infinito de amor, comunicación y comunión, por cuanto las Personas que subsisten en el seno de la única Deidad gozan de una tripartita satisfacción de amor y de comunión entre sí. Dios «no estaba solo», y más aun, su gozo y comunión eran plenamente satisfactorias en el seno de la Deidad (cp. Juan 1:1; 17:5).

2) La decisión divina de crear fue, así, totalmente libre, fruto de una voluntad divina no condicionada por ninguna clase de necesidad. Él, el Infinito Personal Absoluto, quiso crear muchos seres, necesariamente finitos, pero a Su imagen y semejanza, para que tuvieran relación y comunión con Él. Cosa hecha posible también al dotarlos con el don del lenguaje, un reflejo de la naturaleza misma eterna de la Deidad (Juan 1:1).

3) Como ya se ha indicado más arriba, era totalmente necesario que las criaturas, angélicas o humanas, poseyeran la capacidad de amar. Pero la genuina capacidad de amar exige, por su misma naturaleza, que sea un acto libre. Una libre adhesión. No olvidemos que en el caso del amor del ser creado hacia el Creador no se trata de un amor de igual a igual, sino del amor de un ser contingente y dependiente hacia el Creador absoluto y autoexistente.

4) Pasemos al hecho mismo de la Caída. El Mal no debe ser considerado como una entidad positiva, como ya se ha indicado más arriba. No. Se trata de una deficiencia, y que por la naturaleza misma de las cosas ha de ser necesariamente posible (pues en caso contrario no habría un amor y adhesión verdaderos y libremente dados). Esta deficiencia tiene lugar en una actitud que pasa de la complacencia en Dios a la desconfianza, a la incredulidad, a la enemistad.

Sabemos cómo se generó en el hombre la desconfianza en Dios (Génesis 3). No lo sabemos tan claramente en el caso de Satanás, aunque en la Escritura se nos indica que surgió el pecado, es decir, la deficiencia, en el Querubín Protector. Sabemos, sin embargo, que hubo un principio en el pecado de Satanás, un pecado en el que él tiene toda la responsabilidad moral. Y que esta caída no fue generada por el mismo Dios, aunque Dios ciertamente dejó abierta dicha posibilidad, a fin de que no fuera imposible la manifestación del amor y de la adhesión de este amor, que son naturales en una criatura contingente hacia la fuente de vida abundante, llena de gozo, en la que el mismo Dios es el objeto de un amor que se olvida de sí mismo y que se llena de un gozo inenarrable en la contemplación del objeto de su amor.


Y Etc. Etc.



Esta es la tradición cristiana sobre el mal. Satanás.



Y la repercusión en la especie humana fue la caída de Adán y Eva, lo del árbol y la manzana puñetera (o lo del gorro de mago que se quiso poner Mickey, el aprendiz de brujo –entrada 39.- El aprendiz).



Si te apetece repasar las diferentes doctrinas filosóficas sobre este asunto, sigue leyendo lo que sigue, si no, o temes sumirte en el sopor profundo de la metafísica, pasa de largo hasta el apartado #3.- Teorías orientales.



Pero aunque pueda parecer que lo de la lucha entre el bien y el mal es originaria del Génesis, y de la cultura judía, en realidad es Zoroastro el primero que apunta esta posibilidad. Quizás ninguna otra doctrina como el Zoroastrianismo es tan famosa por su “Doctrina del Bien y el Mal.” También es la más entendida y la más mal percibida. Esto es quizás lógico, porque no sólo es  la primera doctrina religiosa claramente ética en la historia, pero fue y quizás es la que dio la respuesta más satisfactoria a lo que es conocido como el “problema de mal.”

Para algunas religiones, la maldad es considerada un misterio. Se cree que la vida y sus reglas son “gobernadas” por una benevolencia innata y el comportamiento que contradice directamente la “bondad natural” no es comprensible en términos morales y racionales. La maldad caracteriza y describe aspectos del ser humano desviados de la naturaleza del amor, la justicia y lo social.

Las visiones sobre cómo están definidos el bien y el mal yacen en dos extremos. El absolutismo moral sostiene que el bien y el mal son conceptos fijos establecidos por Dios, la Naturaleza o alguna otra forma de autoridad. El relativismo moral sostiene que los estándares del bien y el mal son sólo productos de la cultura local o prejuicios.

Sin importar la fuente de sus definiciones, todas las culturas humanas poseen una serie de “creencias naturales” sobre qué cosas son malvadas. Las maldades naturales generalmente incluyen la muerte accidental, las enfermedades, el quebranto de la hacienda, una catástrofe natural y otras desgracias. Las maldades morales generalmente incluyen la violencia, la traición y otros comportamientos destructivos hacia otros, aunque el mismo comportamiento hacia personas ajenas a un grupo puede ser considerado bueno.
Las religiones judeo-cristianas junto con el islam y otras, se centran en gran medida en los conceptos del bien y el mal y esto ha sido causa de numerosos debates religiosos. Muchas culturas y mitologías personifican el mal, como Satanás en el cristianismo. Otros describen a los espíritus y demonios malvados como los incitadores de los actos de maldad.

En general, las interpretaciones religiosas se basan en el principio de dualidad, donde el bien compete al espíritu y el mal a la materia, al cuerpo. Se llama dualismo (del latín duo, dualis: dos, dual) a la doctrina que afirma la existencia de dos principios supremos, increados, contornos, independientes, irreductibles y antagónicos, uno del bien y otro del mal, por cuya acción se explica el origen y evolución del mundo.

Los gnósticos (conjunto de corrientes sincréticas filosófico-religiosas que llegaron a mimetizarse con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era, convirtiéndose finalmente en un pensamiento declarado herético), muestran  un carácter dualista. Por esa razón no podía existir salvación alguna en la materia ni en el cuerpo. El ser humano sólo podía acceder a la salvación a través de la pequeña chispa de divinidad que era el alma o espíritu. Sólo a través de la conciencia de la propia alma, de su carácter divino y de su acceso introspectivo a las verdades trascendentes sobre su propia naturaleza podía el alma liberarse y salvarse. Esta experimentación casi empírica de lo divino era la gnosis, una experiencia interna del alma. Aquí se puede ver en el platonismo un antecedente claro del gnosticismo, tanto en su dualismo materia-espíritu, como en su forma instrospectiva de acceder al conocimiento superior, siendo la gnosis una versión religiosa de la mayéutica de Platón. Este dualismo también prefigura el futuro maniqueísmo. (ver Gnosticismo en Wikipedia)

Los Maniqueos (secta fundada por el sabio persa Mani en 275 dc) creen que el espíritu del hombre es de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio. En el hombre, el espíritu o luz se encuentra cautivo por causa de la materia corporal; por lo tanto, creen que es necesario practicar un estricto ascetismo para iniciar el proceso de liberación de la luz atrapada. Desprecian por eso la materia, incluso el cuerpo. Los «oyentes» aspiraban a reencarnarse como «elegidos», los cuales ya no necesitarían reencarnarse más.
Según Leibniz, Dios, aunque haya deseado crear el mejor mundo posible, y de hecho haya creado el mejor mundo que era posible “in se”, no pudo crear mónadas (Término atribuido originariamente a Platón aplicado a las Ideas, y posteriormente por Jordán Bruno, Van Helmont y Enrique More para referirse a los elementos físicos o psíquicos simples que componen el universo) que fueran todas perfectas, cada una en su género. Dios no tenía necesidad por su propia naturaleza, pero, por así decirlo, fue obligado por las condiciones del problema, a lograr la perfección pasando por varios grados de imperfección (http://ec.aciprensa.com/l/leibniz.htm). Leibniz distingue entre mal metafísico, que es mera finitud o imperfección en general, mal físico, que consiste en el sufrimiento, y mal moral, que es el pecado. Dios permite su existencia pues la naturaleza del Universo exige variedad y gradación, pero los reduce a su mínima expresión, y las utiliza para servir un propósito superior: la belleza y la armonía de la creación en su totalidad. Leibniz enfrenta resueltamente el problema de reconciliar la existencia del mal con la bondad y la omnipotencia de Dios. Nos recuerda que nosotros vemos solamente una parte de la creación de Dios, la parte más cercana a nosotros mismos y que, por lo mismo, nos exige el mayor grado de simpatía. Deberíamos aprender, dice Leibniz, a ver más allá de lo que nos rodea inmediatamente, a observar el mundo más grande y más perfecto que está sobre nosotros.


Etc, etc, etc…



Y así podríamos repasar todas las filosofías y todas las doctrinas religiosas. En general coinciden en que hay una dualidad bien – mal, lo que implica una lucha titánica entre Dios y Satanás que nos ha pillado en medio.



Y como no es cuestión de convertir este ensayo en un soporífero tratado de filosofía ético – moral, dejémoslo aquí.



Como podemos ver estas teorías tratan de exculpar a Dios del desaguisado, de habérsele ido de las manos la Creación con la aparición involuntaria por su parte de auténticos seres perversos y crueles.



Y para solucionar el problema ya desde el Génesis anuncia la llegada de un Mesías que salvará al mundo de la ruina en la que nos metieron Satanás, Adán y Eva.



Con qué facilidad decimos “y Dios se vio obligado a…”.



#3.- Teorías orientales



Nos queda repasar la filosofía oriental al respecto. Veamos que dice el budismo…

http://www.sgi.org/spanish/inicio/quarterly/30/VidaDiaria.html


El bien y el mal a menudo han sido vistos como diametralmente opuestos y mutuamente exclusivos. Pero en un sentido real y práctico, ese modo de pensar tan simplista no resulta satisfactorio. Incluso los más crueles criminales pueden poseer un fuerte sentido de amor o compasión hacia sus padres e hijos. Entonces, ¿es esa persona esencialmente buena o mala?

La sabiduría budista dice que el bien y el mal son aspectos innatos e inseparables de la vida. Esta visión hace imposible rotular a un individuo o grupo particular como “bueno” o “malo”. Cada ser humano individual es capaz de acciones de la más noble bondad, o de la más vil maldad

Además, en el Budismo, el bien y el mal no son vistos como absolutos sino como relativos o relacionales. Lo bueno o malo de una acción es entendido en los términos de su impacto real sobre nuestras vidas y las vidas de los demás, y no en los términos de reglas de conducta abstractas.

Las acciones malvadas son aquellas que están basadas en un egoísmo estrecho, la ilusión de que nuestra vida está fundamentalmente desconectada de la de los demás y que podemos beneficiarnos a sus expensas. El mal ve la vida como un medio a ser usado, no como un fin en sí mismo. El bien es lo que genera la conexión entre nosotros y los demás, remediando y restaurando los vínculos entre las sociedades humanas.

En el contexto del Budismo, el bien es identificado con “la naturaleza fundamental de la iluminación”, o la libertad y felicidad absolutas que resultan del autoconocimiento profundo. El mal indica la “oscuridad fundamental”, o la ilusión innata de la vida que niega el potencial de la iluminación y causa sufrimientos para uno mismo y para los demás. Esta oscuridad interior hace eco con la desesperación de que nuestra vida es deplorable e insignificante; también abre la brecha del temor que divide el corazón de la gente en “nosotros” y “ellos”.
Un Buda es alguien que tiene el coraje para reconocer estos dos aspectos fundamentales de la vida. Como dice Nichiren, “Quien está completamente despierto a la naturaleza del bien y el mal desde sus raíces hasta sus ramas y hojas es llamado Buda”. Los budas aceptan su bondad innata sin arrogancia porque saben que todas las personas comparten la misma naturaleza de Buda. Los budas también reconocen su maldad innata sin desesperación porque saben que tienen el poder para superar y controlar su negatividad.
El desgano para reconocer el potencial tanto para el bien como el mal supremos, surge del hecho de que como individuos somos reacios a vernos sea como muy buenos o como muy malos, escondiéndonos más bien detrás de una mediocridad moral colectiva que no requiere de la responsabilidad del bien pero tampoco de la culpabilidad del mal. Y, tal vez, esta ambigüedad moral interior parezca demandar un juicio rápido de los demás –a quienes sirven a nuestros intereses como “buenas personas” y a aquellos que nos desagradan como “malas personas”– como para compensar con claridad externa esa confusión interior.

Algunos ven el Budismo como una enseñanza de tranquilidad y reposo –e incluso de pasividad– pero en realidad la práctica del Budismo nada tiene que ver con “mantenerse a salvo”. Es una lucha constante por crear valor y transformar el mal en bien a través de nuestros propios esfuerzos por confrontarlo. Nichiren escribe, “Oponerse al bien se llama mal, oponerse al mal se llama bien”.

Si nos falta el coraje para confrontar las malas acciones, o las tendencias hacia el odio y la discriminación, tanto dentro de nosotros como en la sociedad, ellos se propagarán sin obstáculos, como lo muestra la historia. Martin Luther King, h, se lamentaba, “Tendremos que arrepentirnos en esta generación no simplemente por las palabras y acciones llenas de odio de las personas malas sino por el espantoso silencio de las personas buenas”.

Y, finalmente, el mal sobre el cual debemos triunfar es el impulso hacia el odio y la destrucción que reside en todos nosotros. El proceso de reconocer, confrontar y trasformar nuestra propia oscuridad fundamental es el medio por el cual podemos fortalecer el funcionamiento del bien en nuestra vida.



La filosofía Zen dice respecto de este espinoso asunto del mal, que El mal no está tan alejado del bien. Lo que separa estos dos caminos no es evidente al principio. Entonces es más y más difícil cambiar nuestro ángulo de ataque. El camino del bien es el que Cristo enseñó. Él dio todas las indicaciones en oraciones simples tales como ama a tu vecino como a ti mismo, ámense el uno al otro, etc. El amor, sanación del mal.



#4.- Hacia una visión más comprensible


Si uno examina el contenido de lo expuesto en los epígrafes anteriores, se da cuenta de que (dejando aparte de momento la teoría somática), hay dos enfoques radicalmente opuestos.



El primero es el de las teorías esotéricas, que son esencialmente absolutistas y duales, maniqueas. El Bien absoluto (Dios) contra el Mal absoluto (Lucifer), en una descomunal guerra milenaria, que nos pilla a los humanos en medio, como escenario de las batallas. Y en medio del desastre, la llegada de un libertador, un Mesías, que llega al mundo como el séptimo de caballería, gracias al cual podemos ser salvados del completo desastre que sería la vida humana.



El segundo es el de las teorías orientales, que son esencialmente relativistas. No existen los absolutos, sino atributos inseparables de la vida humana. No se entienden como atributos en sí mismos, sino en relación al modo en que afecten a la vida humana. Un terremoto grado 8 en Siberia (por poner un lugar deshabitado) es un fenómeno natural sin mayores consecuencias, pero en la isla de Haití puede suponer una tragedia con centenares de miles de muertos, como hemos podido comprobar. No es malo el terremoto, sino los efectos sobre la vida humana. Y en el sentido más ético de la palabra, lo malo va de la mano de considerar lo demás en mi propio beneficio. No hay batallas descomunales entre el Cielo y el inframundo.



Ahora bien, nos queda ver dónde colocamos la teoría somática respecto de las otras dos, las esotéricas y las orientales. Obviamente, se integran muchísimo mejor la teoría somática con la oriental, y casi se puede decir que son inmiscibles aquella con las teorías esotéricas digamos del Oriente Medio y occidentales. Y teniendo en cuenta que lo que describe la neurofisiología, la psicología y la psiquiatría se basa en la evidencia científica, casi es imposible compatibilizar las reacciones hipotalámicas con las tentaciones de Lucifer. Y sin embargo es bastante comprensible el comportamiento de los neuropéptidos y las redes neuronales con una visión budista del problema.

En suma, tenemos un papelón a nivel de creencias, porque reconocer que la versión judeocristiana (y también islámica) del problema del mal está equivocada tiene consecuencias tremendas para los creyentes. Porque, bajo una interpretación simplista de todo esto, dejaría de tener sentido la misión salvadora del propio Jesucristo y su muerte en la cruz. Y esto es demasiado fuerte como para admitirlo prima facies, así, de primeras. Sin embargo, a la luz de la razón y de la propia filosofía natural, cuesta mucho trabajo hacer compatible las creencias de las gentes del libro con las evidencias científicas sobre el comportamiento humano.



¿Dónde está el problema? O nos han contado una película de indios, o no han sabido contarnos la verdad, o somos demasiado idiotas como para comprender las explicaciones del catecismo.



La Iglesia católica supongo que apuesta claramente por lo tercero; podría reconocer a regañadientes lo segundo y rechazará absolutamente lo primero.



No se le puede pedir a la gente que acepte las cosas como misterios inescrutables, sin comprender, porque esas cosas suponen el centro de nuestras vidas, y el resultado final no es para tomárselo a broma, porque está en juego nuestro futuro dentro del binomio Cielo – infierno. Habrá a quien no le importe, pero a otros, como a mí, nos importa muchísimo.



Necesitamos caminar hacia un horizonte mínimamente comprensible, que nos permita vivir razonablemente tranquilos, que a la mente la deje sosegada, admitiendo que ella no puede ir más allá, para darle protagonismo real a lo espiritual, y sobre todo, para aceptar la figura nada menos que de Dios en nuestras vidas. Porque al no ser así, al maliciarse la gente que sobre lo que nos han contado planea la sospecha de resultar ser una “película de indios”,  Dios empieza a ser una entidad que está desvaneciéndose en la nube del desconocer de los humanos en su calidad de algo tan pesado como inútil para la vida de todos los días, arrinconado en la extrema esquina de las preceptivas prácticas religiosas carentes cada vez más de valor postal a efectos prácticos en nuestra laica y secular sociedad.



Las visiones sobre el origen tienen repercusión en el futuro. Por ejemplo, la Iglesia católica representa a Dios como un padre amoroso pero parece existir una tendencia irreprimible a presentarlo como un juez justiciero y vengativo, a la antigua usanza, en plan veterotestamentario, con una vara de hierro, que ¡cuidado con moverse!, porque el que se mueva no sale en la foto celestial. El código moral católico te mete en el corredor de la muerte por cosas tales como un mal pensamiento, copular fuera del matrimonio canónico, una crítica iracunda, faltar a misa del domingo sin causa justificada, dudar del magisterio de la Iglesia… En la Tierra, un ciudadano sabe que en condiciones normales no hay riesgo de que te metan en la cárcel. No está tan claro que cuando muramos lo hagamos en gracia de Dios. Total, un sin vivir, sentirse permanentemente en el "corredor de la muerte", lo  que se da de bruces con el mensaje de Jesús a los corazones destrozados.



Las consecuencias en el futuro, según los orientales vienen determinadas por el karma. Según esta filosofía al comportarse de acuerdo al karma uno debería tomar conciencia de que la búsqueda de la venganza y el mal traerá graves consecuencias en la vida diaria y en las vidas futuras. Los seres humanos deben comprender que este concepto busca aprender el sufrimiento, dominarlo y sacar provecho de él en términos espirituales para que se llegue al desarrollo de una vida más plena.

Si bien la ‘Ley del Karma’ se refiere a “causa y efecto”, para el budismo, el concepto de karma implica acción mental (pensamientos), verbal (palabras) y física (acciones propiamente dichas, obras).

El karma puede ser explicado como un fenómeno análogo a la inercia, una “inercia natural”. Según esta visión, el individuo genera tendencias a través de sus causas. Un pensamiento, palabra o acción ‘intencional’ determinará una tendencia en el mismo sentido. En el futuro, las causas no necesariamente serían intencionales, sino que estarían influenciadas o inducidas por causas previas. En este sentido, el karma constituye una fuerza inconsciente y condicionante, que hace que los individuos tiendan a un determinado estado de vida, ya sea bajo o elevado. Un mal karma, es resultado de malas causas que conducen al individuo a atravesar repetidamente una situación que provoca sufrimiento. (Ver “Karma” en Wikipedia)

Mediante la práctica budista, las personas pueden escapar del condicionamiento del karma y así liberarse de los cuatro sufrimientos y etapas de la vida fundamentales, nacimiento, vejez, enfermedad y muerte.



Por otra parte hablar de karma es hablar de otro elemento básico de las culturas orientales, la reencarnación, abiertamente rechazada por el cristianismo.



Si dejamos a un lado la lectura interpretativa de la Iglesia católica, y aceptamos el enfoque oriental como más razonable, el que queda fuera de juego es el propio Jesucristo, porque uno puede llegar a concluir que lo de la redención, vaya usted a saber en qué habrá podido quedar.



Y si algo nos negamos lógicamente a aceptar los cristianos es a considerar la figura de Jesús dentro de la fábula y de la fantasía de nuestro imaginarium, algo que no es real, que sólo existe en la imaginación.



Para evitar esta situación hemos de releer la historia de la salvación con otra perspectiva completamente diferente, para, probablemente, terminar por echar en cara a los exegetas y hermeneutas lo mal que acaso nos han interpretado las sagradas escrituras.

Esto obliga, de nuevo, a saber discriminar el grano de la paja, lo importante y lo accesorio.



Para mí lo importante, lo auténticamente importante es saber que Dios está en el fondo de todo. Es el fondo de todo. Es el fondo de las cosas y es el fondo de mí mismo, constituye mis cimientos, de donde procedo y a donde voy, y donde estoy, aunque no me dé cuenta. Esto nadie lo duda, ninguna religión cuestiona esto, ¡gracias a Dios!



Dicho esto, queda el espinoso asunto de casar la Historia de la Salvación con la evolución del Universo, y de la Humanidad.



#5.- De cómo la “literalidad” desemboca casi en el absurdo


No se me enfaden ustedes, los que leen este blog, por el tono desenfadado con el que voy a contar esta historia, porque tras la sonrisa que pueda provocar, en su caso, a poco que lo pensemos, se nos quedará congelada.



Me he pensado detenidamente si incorporar lo que viene a continuación a esta entrada o no, porque cada vez que la leo me parece muy fuerte lo que pongo, sobre todo para aquellas personas que lo puedan leer y jamás se hayan planteado esta cuestión de la literalidad de las Escrituras, pero pongo a Dios por testigo de que lo que escribo a continuación es uno de los argumentos que más me han martilleado como cristiano a lo largo de mi vida, y más me ha puesto contra las cuerdas de caer en el escepticismo más absoluto. Además es el argumento cuyo planteamiento y resolución da razón de ser a este blog y sobre todo a su título “todos los santos de Dios”.



Así que, en la confianza de que sepáis comprender el planteamiento a continuación, vamos a ello. El hecho de que me lean y sigan este blog demuestra que sois gente de mentalidad abierta.



Se trata nada menos que de caer en la cuenta de quiénes son los seres humanos que han tenido y tienen derecho a ser beneficiarios de la misericordia de Dios.



¿Os acordáis de los famosos diálogos de Platón, donde el filósofo relataba los diálogos que Sócrates entablaba con los sofistas (falsos filósofos que con silogismos trampa, trataban de confundir a las gentes con falsos argumentos sobre la vida?



Sócrates empleaba dos métodos que aplicaba de modo sucesivo, secuencial. Primero utilizaba la ironía, para, a base de preguntas no exentas de un estilo mordaz, pero sobre todo, no exentas de humor, iba desmontando poco a poco los argumentos del sofista, hasta hacerle morder el polvo de la vergüenza, demostrándole su error. A continuación utilizaba la mayéutica, para reconstruir el edificio filosófico sobre sólidos cimientos. La consecuencia de esta actitud ante este grupo influyente de pseudofilósofos, no fue otra que su condena a muerte a manos de ellos, haciéndole beber cicuta. En más de una ocasión se ha comparado a Sócrates como precursor de Jesucristo, ya que ambos hicieron básicamente lo mismo, desmontar una filosofía (religión) fundada sobre bases falsas (arcaicas), para abrirnos el camino de la lógica y de un nuevo horizonte en el pensamiento (una nueva visión de Dios como Padre misericordioso).

Sin ánimo de compararme o imitar a Sócrates, voy a más o menos emplear el mismo método. Vamos a ver cómo resulta. Sería algo así como pasar de una explicación empírica basada en creencias extraídas de la literalidad de la Biblia, de la enfermedad del alma, a una explicación científica, extraídas del sentido simbólico que relata la propia historia del alma del ser humano, como individuo y como comunidad.



En la Entrada 25, el derecho a poder pensar, incluyo un gracioso relato de un ciudadano norteamericano, que le preguntaba a la doctora Laura Schlessinger, sobre varias dudas de interpretación de diversos pasajes del Pentateuco, interpretados de modo totalmente literal, lo que derivaba ahora, en el Siglo XXI en conclusiones ridículas.



Vamos a hacer lo mismo. Supongamos que el mismo radioyente le pregunta a la doctora Schlessinger sobre el sentido de la historia relatada en la Biblia.



Comenzaría más o menos así…



Querida Doctora Laura Schlessinger… (o queridos miembros de la curia, que para el caso es lo mismo)

Según la Biblia, y tomada ésta literalmente, al-pie-de-la-letra, Dios a lo largo de la Historia anterior a Cristo, sólo tuvo a bien dirigirse al pueblo Judío, ningún otro ser humano, ni ninguna otra raza, pueblo o nación tuvo noticias de Dios (el verdadero), excepto el pueblo de Israel. Y teniendo en cuenta que el pueblo de Israel no dejó de ser un conjunto de tribus por lo demás poco numerosas, respecto de todos los pueblos de la Media Luna fértil, que fue y es especialmente endogámico, 

PREGUNTA: ¿esto significa que salvo los judíos, los seres humanos no judíos (es decir el 99% de la Humanidad) teóricamente vagaron desde los orígenes del hombre hasta el año cero de nuestra era cristiana, sin rumbo y sin pastor, Dios no se les manifestó de ninguna forma? PREGUNTA:¿Se tuvieron que inventar dioses falsos (paganismo), porque Yahvé Dios, el único, no tuvo a bien dirigirse en ningún momento a ellos, porque toda su atención la puso en los herederos de Abraham? PREGUNTA:¿Esto es claramente una declaración explícita de que a Dios no le importaba demasiado el 99% de los seres humanos (si es que los judíos alcanzaban el 1%, que lo dudo), a los que no prestó atención, y encima, como todos murieron en pecado original, debieron ir directos al infierno (o al purgatorio u otro lugar nada agradable), hicieran lo que hicieran, porque para ellos la salvación les estaba vedada?
En esto, que Dios anuncia a través de los profetas, que va a mandar un Mesías para salvar al pueblo de Israel, que a pesar de las infidelidades que comete hacia Yahvé, Dios insiste en sacarles de la ciénaga de la perdición. Llegado el momento, Dios se encarna en Jesucristo, que cambia de tercio y anuncia la salvación para todos los hombres, y encarga a sus discípulos que difundan su mensaje hasta los confines del orbe. Con Jesús el 99% de la Humanidad ya se puede incorporar al Reino de los Cielos. Y además, tras morir en la cruz acaso aprovechó el rato entre su muerte y resurrección para acordarse de ese 99% de la Humanidad que se estaría preguntando desde el infierno “a ver qué hay de lo mío”.
Pero la cosa se complica, porque sus discípulos constituyen organizaciones religiosas que se presentan como la aduana del Cielo para toda la Humanidad (otra vez); o tienes todos los papeles en regla, o no pasas (“lo que atarais en la Tierra…”). 

PREGUNTA: ¿Esto significa que tienes que tener el certificado de bautismo y cumplir las normas canónicas dictadas por el Vaticano, que ha adquirido a lo largo de dos mil años una práctica asombrosa en eso de atar y desatar cosas,  para poder acceder a la comunidad de salvados? 
PREGUNTA: ¿No hay salvación fuera de la Iglesia católica?
Pero resulta que diez mil años de abandono de Dios al 99% de la Humanidad, hizo que esta se la apañara como fuera para tratar de comprender y también conseguir el favor de los dioses. Así que como Yaveh no les hacía ni caso, no tuvieron más remedio que inventarse a Dios, bajo otras denominaciones, así los pobres se tuvieron que inventar a Isis, Osiris, Zeus, Mazda, Shiva, Krishna, Vamana, Karnala, Zetchoaltz, Chalchiuhtlicue, Tezcatlipoca, Hunab, etc. Un dios para cada cosa y una cosa para cada dios. Y las correspondientes castas sacerdotales, siempre dispuestas a interceder entre los dioses y las pobres gentes. 

PREGUNTA: ¿Qué otra cosa deberían haber hecho?
Por otro lado, según la Biblia, resulta que Yaveh veía con malos ojos el culto pagano a dioses falsos. ¿Pero qué iban a hacer los pobres, si nadie les contó la verdad?
Total, que cuando los misioneros fueron a evangelizar a esas pobres gentes, tras darles una colleja por haber adorado a dioses falsos (“eso”, colleja, “no”, colleja, “se”, colleja, “hace”, colleja), y amenazarles con el infierno si seguían en sus trece, tuvieron a bien enseñarles la auténtica película. ¿Y nosotros qué sabíamos de todo esto? Pensaría más de un salvaje extrañado de esta nueva religión que veía que se les imponía muchas veces por la fuerza de las armas en las guerras de conquista.

Jesucristo era presentado como su salvador, el salvador de sus pecados.
Sí, hombre, del pecado original de Adán y Eva…
¡Anda no fastidies! – le diría el indígena -. Así que por unos tipos llamados Adán y Eva, que ahora es la primera noticia que tenemos, hemos estado condenados al fuego eterno sin saberlo ¡?! Y ahora, gracias a Jesucristo, menos mal que vienes tú y nos dices que tiremos por tierra toda nuestra cultura y adoptemos las normas de alguien que llamáis Papa que vive en no sé dónde, y que es el representante del único Dios (según vosotros) en la Tierra. Y si no hacemos esto, primero, nos pasáis a cuchillo… porque estoy viendo por ahí unos soldados vuestros con cara de pocos amigos, y segundo nos vamos derechitos al infierno, donde según vosotros, están ya todos nuestros antepasados… ¡¿?!
Hum… me lo explique, oiga.
A ver, te lo repito una vez más, o te bautizas o te pasamos a cuchillo y te vas al infierno. ¿Qué parte de la frase no has entendido, cafre?
¡Uy!... Esto se pone chungo. Será mejor bautizarse…
Sin embargo no todos los salvajes paganos fueron tan sumisos como los indios americanos. Los orientales budistas, hindúes y seguidores de la filosofía Tao y demás fueron más duros de roer. Vieron, compararon y dijeron… ¡anda ya!, a otro con ese cuento. Me vas a decir que renuncie a todo el sistema de pensamiento que desde los vedas y Patánjali venimos cultivando para adoptar unas normas foráneas de alguien que no conocemos…
Y para completar la película, en el siglo VI vienen unos beduinos esgrimiendo sables en nombre de Alá y se pasan a cuchillo invocando la Yihad islámica a todo aquel que no se convierta a Mahoma. Antes pasaban a cuchillo, ahora derriban rascacielos, pero en el fondo es lo mismo.
Y cosas así…
Querida doctora Schlessinger, (queridos doctores de la Iglesia) si estoy equivocado en mis planteamientos, le rogaría me corrigiera y me liberase de mi estulticia religiosa.

Fin de la parte irónica de este discurso.



Este relato, contado de esta forma no deja de tener gracia. Podría ser un argumento para el programa de “El club de la comedia”.

Pero qué pasa si justamente esto es lo que yo aprendí en la catequesis de primera comunión, de postcomunión, y en el fondo es el mismo mensaje que escuchas todos los domingos en misa.



Es decir, la historia de la Salvación contada con un poco de gracejo es esta, ni más ni menos. Un Dios que sólo ve por los ojos del pueblo Judío y que prepara la salvación de toda la Humanidad a través de la cultura judía y luego de la nueva Iglesia, que con el tiempo se convertiría en la sucesora del poder terrenal de los emperadores romanos y única puerta de Cielo, enredada siglo tras siglo en todas las intrigas palaciegas de los reyes europeos, y en las guerras que entablaron entre sí.



Es el momento de que la pobre alma humana pregunte, no sin cierta dosis de angustia, ¿qué hay de lo mío? ¿Qué hay de la enfermedad que me devora? ¿Cuál es el tratamiento para mi mal?



¿Cierro los ojos y creo sin cuestionarme nada de lo que me han contado, o asumo el riesgo de poder pensar, a riesgo de que me castigue Dios (y la Iglesia) por mi atrevimiento?



 ¿Simplemente con confesarme los pecados ante el cura, si muero en gracia de Dios me salvo y ya está?



¿O he de renunciar a todo, entregar mi vida a los pobres, tomar mi cruz y seguir a Cristo por la senda estrecha de la Vida Interior?

Lo primero es tan fácil como armarte de valor, tragarte tus vergüenzas y soltar por esa boquita ante el cura tus desaguisados. Lo segundo impresiona de bastante más serio y comprometido.



#6.- Mayéutica o un poco de esperanza


A estas alturas de curso, ya no es cuestión de enfrentar la Ciencia con la Religión, tema este bastante manido ya, del que abiertamente quiero pasar.



Posiblemente para los que sóis jóvenes y habéis tenido la suerte de desconocer este lado oscuro de la catequesis católica, preconciliar (aunque la actual no está exenta del todo de estas amenazas), os suene raro este discurso salpicado de amenazas permanente con las penas del infierno, pero para muchos de los que estamos entrados en años, ha supuesto un auténtico calvario. Razón por la que muchísima gente ha abandonado la fe católica, por insoportable. Ahora parece que el Vaticano recula un poco y no está tan severo como antes, pero no sé yo...



Es cuestión de poner un poco de sentido común a las enseñanzas recibidas.



Es pedir a gritos que no se nos tome por imbéciles en temas tan serios como es nuestra vida espiritual.



La Historia de la Salvación tiene que ser de otro modo. Tiene que significar otra cosa. Como parábola del Reino, para entendernos, está bien, pero como historia al-pie-de-la-letra, plantea serios problemas, a poco que uno piense un poco.



Cuando Consuelo Martín habla en su libro “Lo verdadero y lo falso de la religión” de la necesidad de saber discriminar lo irracional (por absurdo) de lo suprarracional (por elevado y que supera la mente humana), y poder situar lo más posible del contenido religioso en el terreno de lo comprensible, está indicando la necesidad de poner un poco de sentido común a las fantasías religiosas, a las creencias, dogmas y normas de conducta. Porque si no, si piensas un poco, caerás inevitablemente en el escepticismo.



La única forma, en mi opinión, de superar esta crisis, a la que te enfrentas con este planteamiento, es poner un poco de sentido común a todo esto, acudiendo a lo único que no depende de nada ni de nadie, salvo de Él, de Dios. Tú mismo, tu Vida Interior.




Entraríamos así en la fase mayéutica del método de Sócrates.




(Si algún cura leyera esto, me tachará de impertinente, estúpido y renegado. Esto es la misma actitud que en tiempos de Jesús tomaron los escribas y fariseos, que imbuidos de poseer toda la verdad, jamás fueron capaces de reconocer sus excesos doctrinales. Sólo ellos pueden hablar de estas cosas.)

Donde el corazón te lleve

Tomo el título de este epígrafe, del título de la deliciosa novela de Susana Tamaro, publicada en 1994, “Donde el corazón te lleve”. Porque realmente la tenue diferencia entre lo que deseas y lo que realmente deseas, lo que eres y lo que realmente eres, te lo dicta el corazón, que es una forma coloquial de denominarte a ti mismo, a tu conciencia, a ti, como espíritu inmortal, ese que parece dormido, pero que es tu Yo Real.



Mi corazón me lleva a tener que admitir que todas las Sagradas Escrituras están escritas en clave simbólica. No puede ser de otra forma. La historia de la Salvación no es tan sólo un relato histórico, no puede serlo, porque nos conduciría al cuento poco creíble relatado en el epígrafe anterior.



La historia de la Salvación es el relato de un instante eterno.
¡Qué contrasentido!, ¿verdad? Es mi propia historia.



Yo nací a la existencia, quién sabe… En algún momento del mes de agosto de 1955, que fue cuando me concibieron mis padres. O hace cientos o miles de años, llegando a donde estoy ahora, tras no sé cuántas vidas anteriores y sucesivas reencarnaciones.

No lo sé, y casi me da igual.



Mi corazón me lleva a no sentirme culpable de un pecado original cometido por seres mitológicos, que lo único que representan es al corazón humano y esa tendencia a fallar, a ser débil, inherente a la dual naturaleza humana, que depende en su comportamiento tanto de las capas neuronales y de las hormonas hipotalámicas como de la voluntad del alma dormida.



Mi corazón me lleva a reconocer esa lucha entre el bien y el mal, como esa lucha interior por romper las barreras que nos hemos creado (por nuestra dual naturaleza) en torno a nosotros, que nos separan del Dios que nos inunda completamente. Vencer mi egoísmo, mi pereza, mi insolidaridad, mi ceguera espiritual.



Mi corazón me lleva a entender que jamás he salido de la casa del Padre. Lo que pasa es que dada mi naturaleza tiendo a ignorar su presencia, a ser revoltoso e indisciplinado.



Mi corazón me lleva a reconocer que como criatura de Dios, tengo que saber madurar y necesito aprender continuamente, para aumentar el espectro de mi vida hacia los demás.



Mi corazón me lleva a reconocer que estoy enfermo, que necesito ayuda para aprender a amar. Que solo no puedo recorrer ese camino imaginario de maduración y aprendizaje.



Mi corazón me lleva a reconocer que, tras varios milenios, los seres humanos adolecemos de los mismas virtudes y tenemos los mismos defectos.



Mi corazón me lleva a reconocer que a mi alrededor hay mucha gente buena de la que puedo aprender. Que han existido grandes maestros que han sabido hablarnos de Dios.



Mi corazón me lleva a reconocer en Jesús al gran Maestro, al Hijo de Dios Vivo, al Verbo, que cambió radicalmente la visión que de Dios nos habíamos forjado los hombres, de un Dios vengativo, iracundo, por el de un Padre cariñoso con sus revoltosos hijos; nos ha enseñado el camino y con su vida, muerte y resurrección nos ha salvado de nosotros mismos. Pero antes y después de Él  ha habido grandes maestros en la espiritualidad que han sabido conducir a sus pueblos.



Mi corazón me lleva a escuchar de Él palabras de vida eterna, pues nos dice cómo Dios actúa en todos los seres humanos, y que su vida pasión, muerte y resurrección simbolizan ese instante eterno, por el que Dios abraza a cada uno de sus hijos, desde el primer pitecántropus erectus hasta la última criatura nacida hace un segundo en cualquier lugar del mundo.



No puede ser de otra forma.



El pueblo judío no es el “literalmente” el pueblo elegido, sino una parábola de los llamados a ser elegidos, de todos los santos de Dios. Es un símbolo de toda la Humanidad, en aquellos hombres y mujeres de sincero corazón, que buscan su Yo Real, tanto si son judíos, moros, cristianos o indios mapuches.



Mi corazón me lleva a comprender la figura de Jesús como un hombre que por su naturaleza divina, sale del continuo espacio tiempo para hacerse presente con toda su realidad en todos los seres humanos sin excepción, le conozcan como personaje histórico o no. Ese es para mí el sentido de la Resurrección.



Mi corazón me lleva a entender la gehenna de la que habla Jesús, como ese estado del alma que hace oídos sordos a la llamada del amor. Es el estado de un alma carcomida por el egoísmo, el rencor, el odio. Es ese cúmulo de sentimientos negativos, de tristeza, de temor, de cólera, que atenaza las almas de aquellos que no han querido aprender a amar. Porque los que odian porque no saben o no pueden amar (por historia familiar, por problemas mentales, por tragedias y traumas), esos, lejos de merecer la gehenna, son bienaventurados porque sufren. Es el sufrimiento de aquellos que viven con el corazón destrozado, en un permanente estado de angustia y en la permanente y descomunal batalla por sobrevivir en condiciones infrahumanas, y se ven, por ejemplo, obligados a delinquir para conseguir un pedazo de pan que llevarse a la boca.



Mi corazón me lleva a entender el Reino de los Cielos como el estado del alma que ha aprendido a amar, a “darse cuenta” de que ella y Dios son una sola cosa, y que todos somos UNO.



Mi corazón me lleva a darme cuenta de que al final, no hay juicio, sino el abrazo amoroso del Padre que sale a recibir a hijo pródigo sucio y lleno de harapos.



Mi corazón me lleva a creer en la buena fe, en la buena voluntad, como ese instinto natural que, con el apoyo de Dios, nos permite tomar conciencia de nuestro Yo Real y del Amor que inunda toda nuestra vida.



Mi corazón me lleva a ver en Jesús Aquel que me ha mostrado el camino, y además, he tenido la suerte de conocerlo en cuerpo y alma. Pero también muestra el camino al resto de seres humanos, aunque no hayan sido catequizados por la Iglesia católica, porque Jesús de Nazareth es Dios mismo, que ha hablado por boca de Gautama Sidharta, “el Buda”, o de Confucio, o de Lao Tse, o de Mahoma, o de los sabios chamanes de los pueblos indios americanos, etc. Esta es una idea demasiado atrevida para un católico, lo sé, y será mal recibida por los doctores de la Iglesia, pero el Gran Espíritu de los Indios no puede ser algo demasiado distinto de nuestro Dios. Es el mismo Dios, percibido por aquellas almas libres de ataduras mundanas que fueron y son los indios americanos.



Mi corazón me lleva a aceptar que hay muchas vidas y muchos Maestros que nos hablan de Dios a lo largo de ese instante eterno que es la auténtica historia de la Salvación.



Mi corazón me lleva a confiar ante mi muerte, y ver en ella un nuevo amanecer en una nueva vida terrenal o en otra dimensión del espíritu. Nadie me va a condenar si no hay almas que hayan sufrido por mi culpa. Pero si las hay, tendré que seguir caminando, sintiéndome en esa gehenna (el alma triste) para aprender a amar. Una vida no es suficiente. Hay tantos condicionantes que nos interfieren en este camino de regreso a casa…



Mi corazón me lleva a salir de este mundo, a ver todo lo que me rodea como ajeno y provisional. A no estar apegado a las cosas, a no pretender demasiados bienes materiales. A buscar la Presencia constante de Él en mi.



Mi corazón me lleva a comprender las Sagradas Escrituras como una descomunal parábola de mí mismo, de mi propia historia de salvación, de nuestra historia de salvación de nosotros mismos.



Y así, de este modo, puedo volver a aceptar la Biblia, y el Corán, y el Tao te king, como Palabra de Dios.



Y como he nacido en una cultura cristiana, me quedo con la Biblia y en especial con el Nuevo Testamento, como libro de cabecera. Pero tengo a Lao Tse, a Confucio o a Buda como grandes maestros, de los que tengo mucho que aprender también.



Si yo hubiera nacido en la India, creo que sería un buen Budista, o si en China, un buen Confucionista, o si en Arabia, un buen musulmán (aunque sin demasiadas ganas de gresca).



Mi corazón me lleva a reconocerme enfermo de egolatría exacerbada (en palabras de Meister Eckhart: cuanto más hay de mí en mí, menos hay de Dios en mí), del Síndrome de Adán y Eva, enfermo de soberbia, de ambición, de maledicencia, de pecado, de falta de amor, de fe y de esperanza, y por ello en la necesidad de ponerme en manos de un médico de reconocido prestigio para tratar de curarme esta enfermedad.



Su nombre es Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios vivo, el Médico del Alma.


*

No hay comentarios:

Publicar un comentario