Mindfulness
El término mindfulness (y sus relacionados: awareness y consciuosness) no tiene una traducción exacta al español. Puede definirse como una atención y conciencia plena del momento presente. Es decir, se trata de centrarse de un modo activo y reflexivo en el aquí y el ahora, en contraposición a la fantasía o el soñar despierto. El mindfulness es una filosofía de vida procedente del budismo Zen. Es el ideal Zen de vivir en el momento presente. Este concepto ha sido adoptado por las psicoterapias de última generación, tales como la terapia de aceptación y compromiso, la terapia de conducta dialéctica, o la psicoterapia analítica funcional. Los psicólogos neurobiólogos están que alucinan en colores con este nuevo campo.
Para el público en general, y como denominación para buscar literatura en las bibliotecas sobre el tema, podemos decir, sin lugar a dudas, que mindfulness y demás técnicas en origen procedentes de Oriente, se catalogan bajo el término de “autoayuda”, o ¿cómo yo me lo monto para poder dormir por las noches, en un mundo que es un trajín y un sin vivir?
Esto de adoptar términos foráneos para lo que en terminología cristiana es “la llamada” y “la respuesta” tiene en la actualidad un calado tremendo y sobre todo, un serio toque de atención a los líderes religiosos cristianos.
La Psicología moderna está virando a estribor, hacia el Este, muy rápidamente, tomándose bastante en serio las técnicas de meditación trascendental procedentes de Oriente, pues está comprobando que como terapia de tantos y tantos males y neuras de nuestra enloquecida sociedad contemporánea, las técnicas budistas, taoístas y Zen son bastante efectivas. Sólo basta con echar una ojeada a la literatura científica para ver la gran cantidad de técnicas de relajación y concentración, importadas de Oriente, que la Psicología y la Medicina moderna está comenzando a adoptar. Acupuntura, Reiki, programación neurolingüística, control mental (método Silva), medicina energética basada en el sistema de chakras, meditación transcendental, Yoga, Tai Chí, etc., y tantas y tantas otras están inundando las consultas de los terapeutas y todo tipo de “–ólogos”.
En general, todas ellas, unas en mayor medida, otras en menos, van orientadas hacia algo fundamental, “el silencio interior”. Es en el silencio interior, en el sosiego, con la mente quieta, callada, cuando el espíritu puede despertar y “tomar conciencia de sí mismo”. Es el silencio interior el que puede lograr el estado de “mindfulness”, de “conciencia plena”, de “meditación vipassana” (insight meditation) (Ver Página de Referencias 82 y 83). Es en este estado en el que la persona es capaz de dar el gran salto y optar o no por entrar en la “vía directa” hacia… ¿?
¿Hacia dónde? Este es el segundo gran momento, la segunda fase, saber a dónde te vas a dirigir. Aquí está el problema de las técnicas importadas de Oriente y adaptadas a Occidente. Para un Oriental el tema está claro, porque en los sistemas de pensamiento y religiosos de Oriente, el Zen, el Budismo, el Tao, el Vedanta advaita, etc, lo que en terminología de la Filosofía perenne se denomina la Divina Realidad o la Divina Base está presente en todo este proceso de perfección espiritual. Pero en el Occidente profano, estas técnicas se aplican, no para caminar hacia Dios, sino como terapia mental de AUTOAYUDA, para sosegar una psique completamente trastornada por las presiones de la vida diaria. Y prueba de ello es que estas técnicas, estos métodos de relajación mental, están a día de hoy llenando las páginas de las revistas de “salud y belleza”, compartiendo tirada editorial junto con dietas de adelgazamiento, fitness y mejunjes para mantener el cutis terso y radiante.
Cuando uno lee artículos, tanto científicos como de consumo sobre estas técnicas, todas absolutamente están enfocadas a mejorar el dominio de uno mismo, la autoestima, el autocontrol mental y espiritual, al tratamiento de neuras y del estrés. Más allá no parece haber nada, y desde luego, ni rastro de la Divina Realidad. Dios, en Occidente parece estar encorsetado en los ritos religiosos, es cosa de los curas, que para eso tienen estudios, y de ahí no hay quien le saque, entre otras cosas porque no le dejan, porque hay una persona, a la que por otra parte yo aprecio mucho, que es el Papa, que erigido en nada menos que “representante de Dios en la Tierra”, es el único que parece ser tiene en este Planeta autoridad para hablar de Dios.
Por esta razón, en Occidente, una sociedad desacralizada y completamente secular, la idea de Dios que está fijada en las mentes y en los corazones de las gentes está completamente identificada con los curas y los obispos, un código moral muy restrictivo, a riesgo de penas infernales y con la ritualidad de unas prácticas religiosas que siendo expresión de lo sublime, hemos conseguido convertirlas con nuestra tibieza (la nuestra y la de los curas) en rituales bastante aburridos; es decir, con una religión en palabras del teólogo alemán H. Kaufmann, “eclesiastizada”, (Ref./ 84) Meter a Dios en la vida de la gente supone el royo de tener que ir a misa, rezar el rosario y confesar al cura pecados vergonzantes. “Pues va a ser que no”, empieza a decir la gente; es preferible optar por vías alternativas que incluso “molan cantiduvi” y dan un aire exótico a nuestra vida… yoga, Reiki, control mental, chakras, etc.
Y es que por mucho que intentemos, el Budismo, el Zen y el Tao están biunívocamente ligados a una visión de la vida propia de los orientales. Y nosotros, modernos urbanitas occidentales del Siglo XXI, por mucho que lo intentemos, es bastante difícil que cambiemos de mentalidad por el hecho de practicar técnicas de pranayama, pongo por caso. No suele haber conversiones en un occidental al Budismo o al Tao (salvo honrosas excepciones, y alguien diría que se dan más conversiones de lo que parece), sólo hay prácticas de técnicas orientadas a resolver nuestros desatinos mentales. Es pasar de la Fluoxetina o la Paroxetina, al Tai chi o el yoga, a ver si hay suerte, y duermo por las noches sin tener que acudir las benzodiacepinas, que además crean adicción.
Occidente destroza, con su mentalidad estrictamente material y pragmática, todo lo que toca. Es bastante difícil que la civilización que ha metido al Planeta en dos guerras mundiales, creado el Primer Mundo, y colaborado decididamente en el Tercero, la revolución industrial y la economía neoclásica, basada en la ambición sin tasa, de pronto se vuelva espiritual y transcendente. Aquí hay gato encerrado.
Dicho esto, con todas las críticas a Occidente, que es capaz de todo, hasta de vender tu alma al diablo a buen precio, y encima que tengas que pagarlo tú, y con todos mis respetos por religiones y filosofías orientales bastante más antiguas que el cristianismo, y que tienen una base de verdad asombrosa en todo lo espiritual, y que junto con la mística cristiana y el sufí islámico constituyen la base de la Filosofía perenne, dejemos el mindfulness como lucrativo neologismo para los “-ólogos” y los mercaderes del templo, y volvamos a adentrarnos en las profundidades de una palabra que resume la esencia de la Vida Interior del ser humano, el espíritu de “Oración”.
La Oración es la actitud de una persona que ha logrado por fin, tomar “plena conciencia de sí mismo”. No es un tiempo para rezar, ni un rosario, ni una misa, ni una novena. La Oración es simplemente la actitud contemplativa de la Vida.
De pronto todo tiene sentido
Y, ¡oh prodigio! Cuando se vive en actitud de Oración, resulta que la misa, los sacramentos y el rosario, alcanzan pleno sentido y significado, tanto personal como comunitario. Mientras tanto, literalmente, son sólo ritos, una rutina que llega a aburrir hasta a las vacas, al extremo de perder todo su significado. Por eso la gente abandona la práctica religiosa, porque es como tomar sirope de chocolate sin helado, o aceite de oliva, por muy virgen que sea, sin ensalada.
Si un cura lee este blog, le rogaría se lo pensara dos veces antes de abrirme un expediente canónico de excomunión, porque como dijo una vez Karl Rahner, “El cristiano del mañana, será un místico, uno que ha “experimentado algo”, o ya no será nada”… Y yo continúo, “por muchas misas que oiga y muchos rosarios que rece”. Le rogaría además por un momento, que se cuestionara, junto con sus compañeros de Orden, por qué mucha gente piensa así de las prácticas religiosas. Sé de sobra que ellos no pueden equivocarse en los planteamientos religiosos, y que los feligreses siempre estaremos equivocados, porque no tenemos estudios eclesiásticos, pero antes de condenar este blog, por favor, que reflexionen sólo por un instante las razones de este malestar social, causante de un abandono masivo de la fe católica durante décadas.
Afortunadamente no soy cura, y me siento con una razonable libertad para expresarme, cosa que no podía si lo fuera, ya que si así fuera tendría mis palabras sujetas a la disciplina canónica, eclesiástica, o como se llame, y no podría salirse del guión de la peli católica “ni mijita”, a riesgo de que el obispo me llamase a capítulo, por decir cosas improcedentes para la doctrina de la fe.
Estas veladas críticas a la religión oficial no son exclusivas de cristianos heterodoxos como yo. A lo largo de la Historia, los místicos cristianos se han tenido que enfrentar con las autoridades eclesiásticas por acusaciones parecidas. Casos como los de Meister Eckhart, Francisco de Asís, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Francisco de Osuna, Juan de Ávila, Françoise Fenelon o William Law (místico anglicano) son ejemplos de místicos que la tuvieron parda con los tribunales eclesiásticos por salirse del tiesto y afirmar estar experimentando “la vía directa hacia Dios”, ante la mirada y oídos perplejos de jueces y confesores.
No creo que a las autoridades anglicanas les gustara esta afirmación de William Law:
La mayor parte de la Humanidad –mejor dicho, de los cristianos-, se puede decir que está dormida, pudiendo la forma particular de vida que abarca la mente, los pensamientos y acciones de cada ser humano, ser llamada “sus sueños particulares” Semejante nivel de vanidad es visible por igual en cualquier forma de orden de vida. Todos, el erudito y el ignorante, el rico y el pobre, se encuentran en el mismo estado de somnolencia y sopor, con la única diferencia de que cada cual deja pasar su corta vida en un tipo distinto de sueño. Somos extraños para el Cielo, y estamos sin Dios en el mundo, porque nos hemos vaciado del “Espíritu de Oración” que es lo único que puede abrirnos el Cielo. La religión podrá tener muchos moldes y figuras, pero no servirá de mucho si no es entrega a la Acción de Dios uno-trino y santo, que vive dentro del alma y tiene en ella su morada.
William Law (El espíritu de Oración).
La práctica religiosa vivida desde la ensoñación de nuestros sueños particulares, dentro de los límites del Confinador vital, no deja de ser una más de nuestras ensoñaciones, por muy practicantes que seamos, y por muy contentos que tengamos a los curas acudiendo a misa los domingos.
“Fíat lux”. Hágase la luz, supone someterse al proceso de “iluminación”. Es un proceso que tiene bastante de “mindfulness”, pero que va mucho más allá.
El planteamiento de la vida espiritual es diametralmente opuesto a lo que se nos enseña en este mundo. Según nuestras capacidades cognitivas, la vida presente, la de todos los días, con sus problemas y sus alegrías, es la verdadera; y si no, que alguien nos diga que un requerimiento de Hacienda no es verdadero, o un expediente de regulación de empleo que nos deja en la calle no es verdadero, o el accidente de moto de nuestro hijo no es verdadero… Sin embargo, las creencias de la gente, las promesas del Paraíso, y demás temas relacionados con el más allá ¿quién ha estado allí para decir que son ciertas? Pues dicho esto, y siendo evidente lo tangible de la vida material y lo intangible de la vida sutil e inmaterial, como poco impresiona de presuntuoso afirmar, justamente lo contrario, que lo real es lo espiritual, que nadie ve, y lo irreal es lo material, que todo el mundo ve y experimenta. Y sin embargo, la condición sinequanon para abordar la Vida Interior, es justamente negar la mayor de la realidad material, para aceptar la realidad de lo intangible; aceptar, tanto lo transitorio de esta vida, como lo eterno de la otra, que no es “la otra”, sino auténticamente la nuestra.
Así, nuestra vida en este mundo hemos de tomarla como una ensoñación. En ese sueño se elabora una espectacular tragicomedia que es el argumento de nuestros días.
Igual que cuando despertamos del descanso nocturno, permanecemos durante unos instantes en un duermevela que no sabemos dónde estamos, qué día de la semana es, y si lo que pensamos es real o forma parte del sueño que acabamos de imaginar; de igual forma, la persona que trata de abrir los ojos a lo Real, a lo trascendente, comienza por no saber si lo que fluye por su interior sigue formando parte del sueño de este mundo, o pudiera tratarse ya de los primeros rayos de lucidez. Es el estado crepuscular entre el Cielo y la Tierra.
Cuando dejamos que la Luz ilumine nuestros ojos, nos “damos cuenta” que Dios está ahí, delante de nosotros, dando sentido a todo lo que sucede, de modo tal que sólo nos queda rendirnos a la evidencia de que se manifiesta en todo lo que sucede. Ya no hay sucesos buenos o malos, positivos o negativos, sólo existe la manifestación de Dios en nuestra vida, y no nos queda otra que “amar lo que es”, (Red./ 86). Porque lo que sucede no es ni más ni menos que su voluntad. Pero no en el sentido de que Él diga “ahora vas a hacer esto y luego aquello”; no es un manipulador de marionetas que las mueve a su antojo. Simplemente las cosas, los sucesos que acontecen en el Confinador, forman parte de la Creación.
Pero para llegar a alcanzar este nivel de comprensión, de “mindfulness”, el primer paso para comenzar el proceso de despertar a lo Eterno es “ser conscientes” de que no somos nada de lo que creíamos ser.
El sendero de la verdad
Todo lo que creíamos ser, hombre, mujer, marido, esposa, hijo, médico, fontanero, ama de casa, Director General de la empresa, etc., nos lo hemos forjado a lo largo de nuestra vida, estudiando, aprendiendo y luchando denodadamente.
“Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”
Un niño no es nada de lo que con los años aprende a creerse que es. Es simplemente una promesa. Pues esta es la base de la Vida Interior. No soy nada de lo que creo ser.
Hay que renunciar a todo este bagaje de deseos, por muy honesto y bien intencionado que pueda parecernos, porque suponen una seria interferencia entre nosotros y Él, la Divina realidad.
El estado de Oración, que nos introduce en el sendero de la Vida Interior, desemboca en la simple Contemplación de Dios tanto interior como a través de todo lo que sucede. Es el estado del alma en el que ella ha sabido despojarse de su naturaleza terrenal, aunque siga viviendo en la Tierra, para dejar paso a su Creador, para, unida a Él, vivir por Él y para Él.
Haciendo un símil paisajístico, el camino de la contemplación supone iniciar la ascensión desde nuestro valle hasta la cumbre la una alta montaña, y desde allí contemplar la inmensidad del Océano de Dios.
El término mindfulness (y sus relacionados: awareness y consciuosness) no tiene una traducción exacta al español. Puede definirse como una atención y conciencia plena del momento presente. Es decir, se trata de centrarse de un modo activo y reflexivo en el aquí y el ahora, en contraposición a la fantasía o el soñar despierto. El mindfulness es una filosofía de vida procedente del budismo Zen. Es el ideal Zen de vivir en el momento presente. Este concepto ha sido adoptado por las psicoterapias de última generación, tales como la terapia de aceptación y compromiso, la terapia de conducta dialéctica, o la psicoterapia analítica funcional. Los psicólogos neurobiólogos están que alucinan en colores con este nuevo campo.
Para el público en general, y como denominación para buscar literatura en las bibliotecas sobre el tema, podemos decir, sin lugar a dudas, que mindfulness y demás técnicas en origen procedentes de Oriente, se catalogan bajo el término de “autoayuda”, o ¿cómo yo me lo monto para poder dormir por las noches, en un mundo que es un trajín y un sin vivir?
Esto de adoptar términos foráneos para lo que en terminología cristiana es “la llamada” y “la respuesta” tiene en la actualidad un calado tremendo y sobre todo, un serio toque de atención a los líderes religiosos cristianos.
La Psicología moderna está virando a estribor, hacia el Este, muy rápidamente, tomándose bastante en serio las técnicas de meditación trascendental procedentes de Oriente, pues está comprobando que como terapia de tantos y tantos males y neuras de nuestra enloquecida sociedad contemporánea, las técnicas budistas, taoístas y Zen son bastante efectivas. Sólo basta con echar una ojeada a la literatura científica para ver la gran cantidad de técnicas de relajación y concentración, importadas de Oriente, que la Psicología y la Medicina moderna está comenzando a adoptar. Acupuntura, Reiki, programación neurolingüística, control mental (método Silva), medicina energética basada en el sistema de chakras, meditación transcendental, Yoga, Tai Chí, etc., y tantas y tantas otras están inundando las consultas de los terapeutas y todo tipo de “–ólogos”.
En general, todas ellas, unas en mayor medida, otras en menos, van orientadas hacia algo fundamental, “el silencio interior”. Es en el silencio interior, en el sosiego, con la mente quieta, callada, cuando el espíritu puede despertar y “tomar conciencia de sí mismo”. Es el silencio interior el que puede lograr el estado de “mindfulness”, de “conciencia plena”, de “meditación vipassana” (insight meditation) (Ver Página de Referencias 82 y 83). Es en este estado en el que la persona es capaz de dar el gran salto y optar o no por entrar en la “vía directa” hacia… ¿?
¿Hacia dónde? Este es el segundo gran momento, la segunda fase, saber a dónde te vas a dirigir. Aquí está el problema de las técnicas importadas de Oriente y adaptadas a Occidente. Para un Oriental el tema está claro, porque en los sistemas de pensamiento y religiosos de Oriente, el Zen, el Budismo, el Tao, el Vedanta advaita, etc, lo que en terminología de la Filosofía perenne se denomina la Divina Realidad o la Divina Base está presente en todo este proceso de perfección espiritual. Pero en el Occidente profano, estas técnicas se aplican, no para caminar hacia Dios, sino como terapia mental de AUTOAYUDA, para sosegar una psique completamente trastornada por las presiones de la vida diaria. Y prueba de ello es que estas técnicas, estos métodos de relajación mental, están a día de hoy llenando las páginas de las revistas de “salud y belleza”, compartiendo tirada editorial junto con dietas de adelgazamiento, fitness y mejunjes para mantener el cutis terso y radiante.
Cuando uno lee artículos, tanto científicos como de consumo sobre estas técnicas, todas absolutamente están enfocadas a mejorar el dominio de uno mismo, la autoestima, el autocontrol mental y espiritual, al tratamiento de neuras y del estrés. Más allá no parece haber nada, y desde luego, ni rastro de la Divina Realidad. Dios, en Occidente parece estar encorsetado en los ritos religiosos, es cosa de los curas, que para eso tienen estudios, y de ahí no hay quien le saque, entre otras cosas porque no le dejan, porque hay una persona, a la que por otra parte yo aprecio mucho, que es el Papa, que erigido en nada menos que “representante de Dios en la Tierra”, es el único que parece ser tiene en este Planeta autoridad para hablar de Dios.
Por esta razón, en Occidente, una sociedad desacralizada y completamente secular, la idea de Dios que está fijada en las mentes y en los corazones de las gentes está completamente identificada con los curas y los obispos, un código moral muy restrictivo, a riesgo de penas infernales y con la ritualidad de unas prácticas religiosas que siendo expresión de lo sublime, hemos conseguido convertirlas con nuestra tibieza (la nuestra y la de los curas) en rituales bastante aburridos; es decir, con una religión en palabras del teólogo alemán H. Kaufmann, “eclesiastizada”, (Ref./ 84) Meter a Dios en la vida de la gente supone el royo de tener que ir a misa, rezar el rosario y confesar al cura pecados vergonzantes. “Pues va a ser que no”, empieza a decir la gente; es preferible optar por vías alternativas que incluso “molan cantiduvi” y dan un aire exótico a nuestra vida… yoga, Reiki, control mental, chakras, etc.
Y es que por mucho que intentemos, el Budismo, el Zen y el Tao están biunívocamente ligados a una visión de la vida propia de los orientales. Y nosotros, modernos urbanitas occidentales del Siglo XXI, por mucho que lo intentemos, es bastante difícil que cambiemos de mentalidad por el hecho de practicar técnicas de pranayama, pongo por caso. No suele haber conversiones en un occidental al Budismo o al Tao (salvo honrosas excepciones, y alguien diría que se dan más conversiones de lo que parece), sólo hay prácticas de técnicas orientadas a resolver nuestros desatinos mentales. Es pasar de la Fluoxetina o la Paroxetina, al Tai chi o el yoga, a ver si hay suerte, y duermo por las noches sin tener que acudir las benzodiacepinas, que además crean adicción.
Occidente destroza, con su mentalidad estrictamente material y pragmática, todo lo que toca. Es bastante difícil que la civilización que ha metido al Planeta en dos guerras mundiales, creado el Primer Mundo, y colaborado decididamente en el Tercero, la revolución industrial y la economía neoclásica, basada en la ambición sin tasa, de pronto se vuelva espiritual y transcendente. Aquí hay gato encerrado.
Dicho esto, con todas las críticas a Occidente, que es capaz de todo, hasta de vender tu alma al diablo a buen precio, y encima que tengas que pagarlo tú, y con todos mis respetos por religiones y filosofías orientales bastante más antiguas que el cristianismo, y que tienen una base de verdad asombrosa en todo lo espiritual, y que junto con la mística cristiana y el sufí islámico constituyen la base de la Filosofía perenne, dejemos el mindfulness como lucrativo neologismo para los “-ólogos” y los mercaderes del templo, y volvamos a adentrarnos en las profundidades de una palabra que resume la esencia de la Vida Interior del ser humano, el espíritu de “Oración”.
La Oración es la actitud de una persona que ha logrado por fin, tomar “plena conciencia de sí mismo”. No es un tiempo para rezar, ni un rosario, ni una misa, ni una novena. La Oración es simplemente la actitud contemplativa de la Vida.
De pronto todo tiene sentido
Y, ¡oh prodigio! Cuando se vive en actitud de Oración, resulta que la misa, los sacramentos y el rosario, alcanzan pleno sentido y significado, tanto personal como comunitario. Mientras tanto, literalmente, son sólo ritos, una rutina que llega a aburrir hasta a las vacas, al extremo de perder todo su significado. Por eso la gente abandona la práctica religiosa, porque es como tomar sirope de chocolate sin helado, o aceite de oliva, por muy virgen que sea, sin ensalada.
Si un cura lee este blog, le rogaría se lo pensara dos veces antes de abrirme un expediente canónico de excomunión, porque como dijo una vez Karl Rahner, “El cristiano del mañana, será un místico, uno que ha “experimentado algo”, o ya no será nada”… Y yo continúo, “por muchas misas que oiga y muchos rosarios que rece”. Le rogaría además por un momento, que se cuestionara, junto con sus compañeros de Orden, por qué mucha gente piensa así de las prácticas religiosas. Sé de sobra que ellos no pueden equivocarse en los planteamientos religiosos, y que los feligreses siempre estaremos equivocados, porque no tenemos estudios eclesiásticos, pero antes de condenar este blog, por favor, que reflexionen sólo por un instante las razones de este malestar social, causante de un abandono masivo de la fe católica durante décadas.
Afortunadamente no soy cura, y me siento con una razonable libertad para expresarme, cosa que no podía si lo fuera, ya que si así fuera tendría mis palabras sujetas a la disciplina canónica, eclesiástica, o como se llame, y no podría salirse del guión de la peli católica “ni mijita”, a riesgo de que el obispo me llamase a capítulo, por decir cosas improcedentes para la doctrina de la fe.
Estas veladas críticas a la religión oficial no son exclusivas de cristianos heterodoxos como yo. A lo largo de la Historia, los místicos cristianos se han tenido que enfrentar con las autoridades eclesiásticas por acusaciones parecidas. Casos como los de Meister Eckhart, Francisco de Asís, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Francisco de Osuna, Juan de Ávila, Françoise Fenelon o William Law (místico anglicano) son ejemplos de místicos que la tuvieron parda con los tribunales eclesiásticos por salirse del tiesto y afirmar estar experimentando “la vía directa hacia Dios”, ante la mirada y oídos perplejos de jueces y confesores.
No creo que a las autoridades anglicanas les gustara esta afirmación de William Law:
La mayor parte de la Humanidad –mejor dicho, de los cristianos-, se puede decir que está dormida, pudiendo la forma particular de vida que abarca la mente, los pensamientos y acciones de cada ser humano, ser llamada “sus sueños particulares” Semejante nivel de vanidad es visible por igual en cualquier forma de orden de vida. Todos, el erudito y el ignorante, el rico y el pobre, se encuentran en el mismo estado de somnolencia y sopor, con la única diferencia de que cada cual deja pasar su corta vida en un tipo distinto de sueño. Somos extraños para el Cielo, y estamos sin Dios en el mundo, porque nos hemos vaciado del “Espíritu de Oración” que es lo único que puede abrirnos el Cielo. La religión podrá tener muchos moldes y figuras, pero no servirá de mucho si no es entrega a la Acción de Dios uno-trino y santo, que vive dentro del alma y tiene en ella su morada.
William Law (El espíritu de Oración).
La práctica religiosa vivida desde la ensoñación de nuestros sueños particulares, dentro de los límites del Confinador vital, no deja de ser una más de nuestras ensoñaciones, por muy practicantes que seamos, y por muy contentos que tengamos a los curas acudiendo a misa los domingos.
“Fíat lux”. Hágase la luz, supone someterse al proceso de “iluminación”. Es un proceso que tiene bastante de “mindfulness”, pero que va mucho más allá.
El planteamiento de la vida espiritual es diametralmente opuesto a lo que se nos enseña en este mundo. Según nuestras capacidades cognitivas, la vida presente, la de todos los días, con sus problemas y sus alegrías, es la verdadera; y si no, que alguien nos diga que un requerimiento de Hacienda no es verdadero, o un expediente de regulación de empleo que nos deja en la calle no es verdadero, o el accidente de moto de nuestro hijo no es verdadero… Sin embargo, las creencias de la gente, las promesas del Paraíso, y demás temas relacionados con el más allá ¿quién ha estado allí para decir que son ciertas? Pues dicho esto, y siendo evidente lo tangible de la vida material y lo intangible de la vida sutil e inmaterial, como poco impresiona de presuntuoso afirmar, justamente lo contrario, que lo real es lo espiritual, que nadie ve, y lo irreal es lo material, que todo el mundo ve y experimenta. Y sin embargo, la condición sinequanon para abordar la Vida Interior, es justamente negar la mayor de la realidad material, para aceptar la realidad de lo intangible; aceptar, tanto lo transitorio de esta vida, como lo eterno de la otra, que no es “la otra”, sino auténticamente la nuestra.
Así, nuestra vida en este mundo hemos de tomarla como una ensoñación. En ese sueño se elabora una espectacular tragicomedia que es el argumento de nuestros días.
Igual que cuando despertamos del descanso nocturno, permanecemos durante unos instantes en un duermevela que no sabemos dónde estamos, qué día de la semana es, y si lo que pensamos es real o forma parte del sueño que acabamos de imaginar; de igual forma, la persona que trata de abrir los ojos a lo Real, a lo trascendente, comienza por no saber si lo que fluye por su interior sigue formando parte del sueño de este mundo, o pudiera tratarse ya de los primeros rayos de lucidez. Es el estado crepuscular entre el Cielo y la Tierra.
Cuando dejamos que la Luz ilumine nuestros ojos, nos “damos cuenta” que Dios está ahí, delante de nosotros, dando sentido a todo lo que sucede, de modo tal que sólo nos queda rendirnos a la evidencia de que se manifiesta en todo lo que sucede. Ya no hay sucesos buenos o malos, positivos o negativos, sólo existe la manifestación de Dios en nuestra vida, y no nos queda otra que “amar lo que es”, (Red./ 86). Porque lo que sucede no es ni más ni menos que su voluntad. Pero no en el sentido de que Él diga “ahora vas a hacer esto y luego aquello”; no es un manipulador de marionetas que las mueve a su antojo. Simplemente las cosas, los sucesos que acontecen en el Confinador, forman parte de la Creación.
Pero para llegar a alcanzar este nivel de comprensión, de “mindfulness”, el primer paso para comenzar el proceso de despertar a lo Eterno es “ser conscientes” de que no somos nada de lo que creíamos ser.
El sendero de la verdad
Todo lo que creíamos ser, hombre, mujer, marido, esposa, hijo, médico, fontanero, ama de casa, Director General de la empresa, etc., nos lo hemos forjado a lo largo de nuestra vida, estudiando, aprendiendo y luchando denodadamente.
“Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”
Un niño no es nada de lo que con los años aprende a creerse que es. Es simplemente una promesa. Pues esta es la base de la Vida Interior. No soy nada de lo que creo ser.
Hay que renunciar a todo este bagaje de deseos, por muy honesto y bien intencionado que pueda parecernos, porque suponen una seria interferencia entre nosotros y Él, la Divina realidad.
El estado de Oración, que nos introduce en el sendero de la Vida Interior, desemboca en la simple Contemplación de Dios tanto interior como a través de todo lo que sucede. Es el estado del alma en el que ella ha sabido despojarse de su naturaleza terrenal, aunque siga viviendo en la Tierra, para dejar paso a su Creador, para, unida a Él, vivir por Él y para Él.
Haciendo un símil paisajístico, el camino de la contemplación supone iniciar la ascensión desde nuestro valle hasta la cumbre la una alta montaña, y desde allí contemplar la inmensidad del Océano de Dios.
Bienaventurado el que permite que Él le guíe hasta la cima del monte y Ver el Océano.
Sin pretender salir con el pensamiento a ninguna parte, la Contemplación es un estado que surge por sí solo. Es como una Gracia, una inspiración; simplemente viene, sin hacer nada.
Sin embargo, paradójicamente supone más trabajo dejar de hacer que hacer.
De las muchas formas de ejemplificar el proceso de iluminación, recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Robert Fisher, El caballero de la armadura oxidada. Es la historia de todos nosotros. Y su camino para liberarse de ella es, inexorablemente, nuestro camino. Somos caballeros embutidos en armaduras que no nos quitamos ni para dormir, de modo que al mirarnos al espejo, lo que vemos es la visera del casco, que no podemos ya ni levantar, porque las bisagras están tan oxidadas, que ya no se pueden mover.
El primer paso que el caballero dio, al darse cuenta de que tras pasarse la vida “desfaciendo entuertos” y salvando damiselas, al verse al espejo, lo único que veía era una vieja armadura, y que así la cosa pintaba mal, fue gracias a un humilde bufón, Bolsalegre -que tuvo el acierto de insinuarle lo ridículo que pintaba con su armadura oxidada, cuando cruzaba el puente levadizo para iniciar otra cruzada-, fue acudir a Merlín (el del Rey Arturo). Y Merlín le indicó lo que debía hacer. No había otra opción que recorrer el Sendero de la Verdad.
¿Cuándo fue la última vez que sentiste el calor de un beso, la fragancia de una flor? – Ya ni me acuerdo…
Darnos cuenta de que hemos llevado una pesada máscara, una pesada armadura durante tantos años es la condición sine qua non para iniciar el empinado sendero de la Verdad. Es cada vez más empinado. Y hemos de atravesar tres castillos. El primero es el Castillo del Silencio, el segundo el del Conocimiento y el tercero el de la Voluntad y la Osadía.
El Castillo del Silencio supone pasar la prueba de acallar la mente, de hacer silencio interior. El silencio es una situación aterradora para el que no soporta la soledad. El silencio es la antítesis de la mente. La mente no puede dejar de trabajar, de pensar, de recordar sobre el pasado, de programar el futuro, de juzgar, mientras la vida es lo que acontece al tiempo que pensamos en el pasado o en el futuro. Al no hacer silencio, no podemos escuchar a nada ni a nadie.
Sin pretender salir con el pensamiento a ninguna parte, la Contemplación es un estado que surge por sí solo. Es como una Gracia, una inspiración; simplemente viene, sin hacer nada.
Sin embargo, paradójicamente supone más trabajo dejar de hacer que hacer.
De las muchas formas de ejemplificar el proceso de iluminación, recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Robert Fisher, El caballero de la armadura oxidada. Es la historia de todos nosotros. Y su camino para liberarse de ella es, inexorablemente, nuestro camino. Somos caballeros embutidos en armaduras que no nos quitamos ni para dormir, de modo que al mirarnos al espejo, lo que vemos es la visera del casco, que no podemos ya ni levantar, porque las bisagras están tan oxidadas, que ya no se pueden mover.
El primer paso que el caballero dio, al darse cuenta de que tras pasarse la vida “desfaciendo entuertos” y salvando damiselas, al verse al espejo, lo único que veía era una vieja armadura, y que así la cosa pintaba mal, fue gracias a un humilde bufón, Bolsalegre -que tuvo el acierto de insinuarle lo ridículo que pintaba con su armadura oxidada, cuando cruzaba el puente levadizo para iniciar otra cruzada-, fue acudir a Merlín (el del Rey Arturo). Y Merlín le indicó lo que debía hacer. No había otra opción que recorrer el Sendero de la Verdad.
¿Cuándo fue la última vez que sentiste el calor de un beso, la fragancia de una flor? – Ya ni me acuerdo…
Darnos cuenta de que hemos llevado una pesada máscara, una pesada armadura durante tantos años es la condición sine qua non para iniciar el empinado sendero de la Verdad. Es cada vez más empinado. Y hemos de atravesar tres castillos. El primero es el Castillo del Silencio, el segundo el del Conocimiento y el tercero el de la Voluntad y la Osadía.
El Castillo del Silencio supone pasar la prueba de acallar la mente, de hacer silencio interior. El silencio es una situación aterradora para el que no soporta la soledad. El silencio es la antítesis de la mente. La mente no puede dejar de trabajar, de pensar, de recordar sobre el pasado, de programar el futuro, de juzgar, mientras la vida es lo que acontece al tiempo que pensamos en el pasado o en el futuro. Al no hacer silencio, no podemos escuchar a nada ni a nadie.
¿Habremos escuchado alguna vez a nuestro ser amado? ¿Nos habrá escuchado él/ella a nosotros?
Superar el desafío del silencio supone ser capaz de ver cómo caen las hojas de los árboles y escuchar el sonido de la brisa meciendo las ramas. Superar el desafío del silencio es escuchar tu propia voz interior, la que te dice quién eres en realidad. En suma, hacer silencio interior supone “amar lo que es”. Amar al ser amado “tal como es”, no como quieres que sea. Porque la imagen que te has formado de él o de ella es rigurosamente falsa. Amar la vida tal y como se presenta, porque en eso consiste amar a Dios, porque la vida, tal cual es, es el fiel reflejo de la voluntad de Dios.
El siguiente desafío lo presenta el Castillo del Conocimiento. Este es un desafío no menos importante que el primero, y que además, ha de ser superado una vez conseguido superar el desafío del Castillo del Silencio. Porque el Conocimiento con mayúsculas, es el que se adquiere, no por la vía del pensamiento y de la lógica, sino de saber contemplar la realidad tal cual es, aceptándola como viene, sin juzgar, sin prejuzgar, sin poner barreras ni condiciones. El conocimiento de uno mismo requiere dar un nuevo paso en ese proceso de deshacerse de la armadura.
Todos los sistemas de pensamiento afirman una gran verdad, que el amor al otro, a los demás y en definitiva a Dios comienza con el amor hacia uno mismo. La aceptación de yo mismo, tal cual soy, reconocer mi ensueño, mi fábrica de sueños que es mi yo cotidiano, verme al espejo sin armaduras, es condición imprescindible para aceptar a los demás tal cuales son, y es imprescindible para aceptar a Dios en nuestra vida.
Estamos ante algo tremendamente difícil para el adulto, ver la realidad con ojos transparentes y limpieza de corazón. Es lo que sabe hacer un niño, ver con pureza las cosas. Claro, con la que llevamos encima, con los conflictos a los que nos hemos tenido que enfrentar, no estamos para bajar la guardia. Este es el error. De esta forma, estaremos viendo y percibiendo la realidad a través de las ranuras de la visera de nuestra armadura. La imagen que recibimos es tan distorsionada, que en nada se le parece a la que podemos ver si nos quitamos la visera y el casco.
La única condición es desearlo. La única condición es arriesgarse.
El siguiente desafío lo presenta el Castillo de la voluntad y la osadía. Este es el reto definitivo. Consiste en amar, no impulsados por un sentimiento de entrega, sino como una decisión fuerte de la voluntad.
Pero el triunfo de la voluntad requiere saber dominar el miedo de los falsos dragones, que aunque falsos, pueden quemar, o mejor, hacernos creer que nos queman. Eso le pasó al caballero de la armadura, hasta que supo comprender que el dragón era fruto de sus fantasías, de sus miedos.
El miedo es como el veneno.
Es bueno conocer su potencial,
Pero no nos hará ningún daño, si no bebemos de él.
El guerrero dice.
“Si no nos enfrentamos al miedo, tendremos que vivir con él.”
El Tambor de sanación. Sabiduría indígena americana
Es bueno conocer su potencial,
Pero no nos hará ningún daño, si no bebemos de él.
El guerrero dice.
“Si no nos enfrentamos al miedo, tendremos que vivir con él.”
El Tambor de sanación. Sabiduría indígena americana
Y es que superar el Castillo de la voluntad y la osadía supone liberarnos de la otra gran cárcel en la que estamos toda nuestra vida confinados.
Cuando el caballero superó el castillo de la voluntad y la osadía trepó hasta la cumbre, pero no pudo llegar, porque le bloqueaba una gran piedra, y ya estaba tan exhausto que no podía seguir para adelante ni volver. Sólo le quedaba una opción, dejarse caer al profundo abismo… y matarse.
Dejarse caer por el abismo era el último acto de fe en algo o alguien que es capaz de sostenerle; vencer el máximo miedo, el de la muerte.
Si la primera gran cárcel de nuestra vida es nuestro pensamiento, que crea modelos de realidad, incluso crea el modelo de nosotros mismos, crea nuestra propia armadura, la segunda gran cárcel es el tiempo.
“La vida es lo que está sucediendo mientras estamos pensando en el futuro”
A esta frase atribuida a John Lennon le podríamos añadir para dejarla redonda, que la vida es lo que sucede mientras añoramos, nos entristecemos o enfadamos por el pasado y nos asustamos y preocupamos por el futuro.
Todas las religiones y sistemas filosóficos se basan en liberarnos de estas dos cárceles, nuestro “ego” y el tiempo, lo que conduce a saber vivir el presente, que es lo único real, lo que es.
A vivir el presente se le denomina “vivir en presencia” (vivir en presente). Sólo viviendo el presente, se puede vivir plenamente las bases del Amor, la lógica de Dios, en todos los sentidos, la sexualidad, la amistad y la entrega.
Epílogo
En la vida cotidiana nos movemos permanentemente en el continuo espacio tiempo. Nuestro pensamiento construye modelos de realidad continuamente, modelos que nos permiten, a partir de nuestra memoria, rememorar y reconstruir los hechos acaecidos. Estos hechos, que conservamos vivamente en nuestro recuerdo, cada vez que pensamos en ellos lo revivimos y vivimos como si estuvieran sucediendo realmente, cuando en realidad ya no existen; ya pasó y nunca volverán (“todo fluye, nada permanece”, dice Heráclito). En el otro extremo, proyectamos nuestras vivencias hacia el futuro, y nos preocupamos por lo que sucederá.
El recuerdo de lo sucedido nos genera una gran carga de sentimientos, tanto positivos y agradables, como negativos y desagradables.
El futuro nos angustia todavía más. No sabemos qué será de nosotros mañana, si tendremos trabajo, si podremos sacar adelante la hipoteca del piso, o si nuestros hijos encontrarán trabajo y nuestros nietos podrán tener un futuro en este Planeta, al borde de los 7000 millones de habitantes.
Ante este panorama, Jesús de nazareth nos dice:
25 No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
26 Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
27 Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?
28 Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan.
29 Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
30 Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
31 No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?
32 Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
33 Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os
darán por añadidura.
darán por añadidura.
34 Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio afán.
Mateo 6, 25-34
La Oración no es una técnica de autoayuda, ni de control mental. La Oración es vivir a Dios en lo más profundo de tu ser; abandonarte plenamente a Él, que sea Él el que tome las riendas de tu vida.
La Oración no es una técnica de autoayuda, ni de control mental. La Oración es vivir a Dios en lo más profundo de tu ser; abandonarte plenamente a Él, que sea Él el que tome las riendas de tu vida.
Amigo ¿entiendes esto?
Que la Paz esté contigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario