La Gran paradoja
Una paradoja es una idea extraña, que se opone al sentido común, al común del sentir de las gentes. En sí misma es inverosímil, absurda, aunque se presente con apariencia de verdadera. Envuelve al que la escucha en una severa contradicción.
Paradoja viene, etimológicamente hablando del griego “para”, (a parte de…) y “doxos”, (buen juicio), algo apartado del buen juicio, vamos, una gilipollez. Es algo que supone un insulto al sentido común, a la inteligencia; y por supuesto, implica el total rechazo de una mente lógica.
Unas de las paradojas más al uso en nuestro tiempo, razón por la cual es más que dudoso poder viajar hacia atrás (no hacia delante) en el tiempo es ¿qué pasaría, si pudiendo viajar hacia atrás en el tiempo, yo consiguiera matar a mi abuelo, o impedir que se casara con mi abuela? Es la paradoja que plantean las películas Terminator, o de Regreso al Futuro.
Pues bien, teniendo este concepto en nuestra mente, el mensaje de Jesús puede ser considerado una descomunal paradoja, porque ¿cómo puedo unirme a Dios sin renunciar a mi verdadera identidad? ¿Quién soy en realidad, que seguir a Jesús me supone renunciar a mí mismo?
¿Quién quiera salvar su vida, la perderá, y quien la pierda la salvará? (Mt 16, 25)
¿Hemos de morir antes de morir, para comprobar que la muerte no existe?
¿El hombre (varón) tiene que ser virgen y mujer para unirse a Dios?
Una paradoja es una idea extraña, que se opone al sentido común, al común del sentir de las gentes. En sí misma es inverosímil, absurda, aunque se presente con apariencia de verdadera. Envuelve al que la escucha en una severa contradicción.
Paradoja viene, etimológicamente hablando del griego “para”, (a parte de…) y “doxos”, (buen juicio), algo apartado del buen juicio, vamos, una gilipollez. Es algo que supone un insulto al sentido común, a la inteligencia; y por supuesto, implica el total rechazo de una mente lógica.
Unas de las paradojas más al uso en nuestro tiempo, razón por la cual es más que dudoso poder viajar hacia atrás (no hacia delante) en el tiempo es ¿qué pasaría, si pudiendo viajar hacia atrás en el tiempo, yo consiguiera matar a mi abuelo, o impedir que se casara con mi abuela? Es la paradoja que plantean las películas Terminator, o de Regreso al Futuro.
Pues bien, teniendo este concepto en nuestra mente, el mensaje de Jesús puede ser considerado una descomunal paradoja, porque ¿cómo puedo unirme a Dios sin renunciar a mi verdadera identidad? ¿Quién soy en realidad, que seguir a Jesús me supone renunciar a mí mismo?
¿Quién quiera salvar su vida, la perderá, y quien la pierda la salvará? (Mt 16, 25)
¿Hemos de morir antes de morir, para comprobar que la muerte no existe?
¿El hombre (varón) tiene que ser virgen y mujer para unirse a Dios?
Mariconadas ni una. ¿Está claro?
… Así, podríamos enumerar muchos de los mensajes que Jesús nos irá transmitiendo a lo largo de su predicación y de su vida pública.
Pero… ¿qué me estás contando? A otro imbécil con este cuento.
Bienaventurados los pobres, y desdichados los ricos. ¿Habrase visto mayor desatino? ¿Cómo puede un pobre sentirse dichoso si lo está pasando canutas para quitarse el hambre a guantazos y un rico amargado, si tiene todo lo que quiere, a pedir de boca? Pensándolo bien, esta idea, casi que le interesa al rico para que el pobre se crea esta milonga (religión, opio para el pueblo, que diría Marx) y no le dé por saco con sus reivindicaciones. Gracias Jesús por darme una idea para sofronizar a estos idiotas y que no me molesten – le agradece el poderoso a Jesús -, mira por dónde, tu mensaje me viene de perlas para idiotizar a las masas, pues creyendo en un futuro mejor allí arriba, estarán quietecitos y resignados a su suerte mientras se inflan a rezar rosarios.
Entrar en el corazón de Jesús de Nazareth es entrar en el símbolo de la contradicción, del sin sentido, casi de lo absurdo. No tiene lógica, es un dislate, un desatino; su mensaje está lleno de oxímoros, de extremos incompatibles entre sí.
Además, el coste de oportunidad es casi infinito. ¿A qué tengo yo que renunciar para conseguir lo que Jesús me propone? ¿A todo lo que tengo, a todo lo que soy? ¿A cambio de, de momento, no tener dónde reclinar la cabeza?
Decididamente Jesús de Nazareth fue un tipo que estaba como un cencerro. No es extraño que al final, hasta los suyos le abandonasen, y que las autoridades le vieran como un peligro público, porque se corría el riesgo de que convirtiera a la gente en sociópatas alucinados con ideas estrambóticas.
Esta es la razón por la que los hombres que le siguieron, como solución de compromiso entre un mensaje incomprensible, aceptado en la creencia de que procede de Dios mismo, y una realidad humana bien distinta a su mensaje, tirasen por la calle de en medio y fundasen un conjunto de religiones, o de sistemas religiosos que se han dado en llamar religiones cristianas o Cristianismo. Estas religiones han conseguido algo espectacular, que todo un continente, el europeo (y posteriormente América) logren seguir durante dos mil años unas mínimas pautas de comportamiento religioso, basadas en el mensaje de Jesús, en la medida en que el hombre corriente, el común de las gentes, puede aceptar esto, al menos en parte, una parte convertida en ritos, dogmas y códigos morales.
Es decir, que al final el Cristianismo se haya devaluado hasta una tan sincera como ingenua práctica religiosa al estilo del joven rico es lo que ha sucedido, porque no podía haber acontecido de otra forma. El mensaje de Jesús, si uno lo mira con detenimiento y desapasionamiento, es demasiado “heavy”, demasiado duro, para que pueda ser seguido tal cual lo explica Jesús, por el común de las gentes. Esto es así, porque entre otras cosas, el mundo tal y como lo conocemos, no podría haber evolucionado del modo que lo ha hecho; y esto no es por lo malo, guerras, abusos, injusticias y demás, sino por lo bueno, la civilización, el desarrollo científico y técnico.
El mundo sería, si el mensaje de Jesús hubiera prendido, tal cual, en este mundo, algo absolutamente inimaginable. Ninguna mente, por muy aguda que sea, sería capaz de imaginar cómo hubiera sido este Planeta, si el mensaje de Jesús hubiera cuajado de verdad.
Entre el Cielo y la Tierra
Con lo escrito hasta aquí, estamos en disposición de mandar perfectamente a paseo el Evangelio de Jesús, porque es en sí mismo un insulto a la inteligencia humana. No obstante, ya puestos, aceptemos la variante descafeinada en que le han convertido las religiones cristianas, y dejemos las cosas tal y como están, hasta que el cuerpo y las religiones aguanten.
Si, no obstante, tras este chaparrón intelectual, nos queda una brizna de curiosidad sobre por qué Jesús dijo lo que dijo y dejó que sucediera lo que pasó; si aún creemos que Jesús fue un hombre que trató de transmitir un mensaje venido del Cielo y tratamos de hacer caso de lo que dijo. ¿En qué situación nos coloca ese “sí, hágase en mí según tu palabra?
Literalmente nos coloca ente el Cielo y la Tierra. Nos deja en ninguna parte, ni aquí, ni allí. Quedamos suspendidos en medio de la nada, literalmente en ningún sitio donde poder reclinar la cabeza.
Y aquí radica el problema, que siguiéndole a Él, ya no estamos en este mundo, donde no obstante, se tiene que desarrollar nuestra vida hasta que la muerte nos arrebate. Pero tampoco estamos en el otro.
Es todo un jaleo, un follón, una paradoja, un dislate, una total oscuridad.
Uno de los reclamos publicitarios que solemos hacer los cristianos para atraer a las gentes al redil es prometer la felicidad:
“venid a mí los que estáis cargados y fatigados, que yo os aliviaré. … Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt, 11, 28-30)
Esto suena a que si le seguimos, como se suele decir, “ahora paz y después Gloria”.
Por eso, mucha gente se acerca a la Iglesia, o a los sistemas de espiritualidad, atraídos por los cantos de sirenas de paz, relax y armonía. Es aquello de la transpersonalización mediante las técnicas de relajación y control mental, y todo un mix de técnicas antiestrés.
Pero cuando uno descubre que “de eso nada monada”, que seguir a Jesús en realidad es optar por el camino del Calvario, a uno se le rayan las ideas, queda totalmente confundido y exclamando un “¡la madre que te parió!”, queda pensativo y trata de hacer un trato con Dios…
¿Podríamos hacer un apaño, Señor? Voy a misa los domingos, marco una equis en la declaración de la renta, trataré de no putear a mi vecino, y Tú me aplicas alguna de esas indulgencias que la Iglesia nos ofrece a buen precio, de esas que están en oferta, como por ejemplo entrar por la Puerta Santa de la Catedral de Santiago tras hacer el Camino desde Sarria (tampoco hay que pasarse en kilómetros), y Tú me reservas un humilde apartamento en tu Reino para cuando me muera; si con una cocinita y dos habitaciones tengo suficiente. ¿Vale?
Y lo curioso es que sí vale. Con este planteamiento nos venimos apañando desde que el Cristianismo se proclamó religión oficial del Imperio. Y además, parece que funciona. Las celebraciones cristianas, o al menos las católicas, que son las que yo conozco, pueden ser altamente motivadoras para despertar el fervor de las gentes. Sin ir más lejos, la misa a la que he asistido hoy, uno de enero, ha sido “demasiado”; el sacerdote ha dado una homilía francamente impecable. Nos ha hablado del virginal parto de María, Madre de Dios, con unas palabras tan piadosísimas, que un poco más y levitamos de fervor los asistentes. Nuestro espíritu “hervía, burbujeaba” (fervor viene de hervor).
El único problema es que el lunes, cada cual, enredado en sus asuntos, el fervor conseguido el domingo gracias al piadosísimo cura, de nada le va a servir para volver a la lidia con los proveedores, clientes, bancos, acreedores y demás gente de mal vivir, que con una daga entre los dientes, intentarán arañar el máximo de porcentaje de beneficio en las diferentes transacciones financieras, bordeando la legalidad, sin que importe la moralidad, con las que le tocará enfrentarse, pongo por caso.
De nada le va a servir, si lo único que se ha conseguido ha sido una catarsis momentánea. Utilizo el término catarsis en el sentido aristotélico de la palabra: la facultad de la tragedia griega de redimir (o "purificar") al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra. O aplicado al tema que nos ocupa, una exposición tan elevadísima, que te saca del sitio y te transporta al escenario descrito por el cura a propósito de su homilía, y dices o sientes un “¡qué bien, qué bonito, qué palabras más sublimes!”. ¿Y…?
Menos mal que el domingo que viene, más de lo mismo, nuevo subidón espiritual, nueva catarsis momentánea, y “palante, como los de Alicante”. El domingo sirviendo a Dios, y el resto de la semana, sirviendo al dinero con uñas y dientes, entre otras cosas, porque si no lo hago, mi empleo (y con ello los garbanzos de mi familia), peligra; y con los frijoles no se juega.
Es decir, Jesús de Nazareth y su mensaje nos situa en una desagradable encrucijada entre el Cielo y la Tierra. Problema, dos modelos mentales no pueden coexistir en la misma cabecita que Dios nos ha dado. Es imposible. Pero la vida nos obliga a ello, a dar culto a Dios el domingo y a luchar por un puñado de dólares el resto de la semana.
Modelos mentales
Peter Senge, un reconocido experto en Teoría de Sistemas, profesor del MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets), autor de varios libros sobre pensamiento sistémico, refiere en el titulado “la quinta disciplina”, que una organización inteligente se basa en saber desarrollar cinco disciplinas, de las que, para lo que nos ocupa, me voy a referir a dos, la primera es el “dominio personal” y la segunda es el “el modelo mental”.
Dominio personal lo refiere a la disciplina que permite a cada cual saber para qué se levanta todas las mañanas, definida en una visión personal de la vida. Visión que puede ser utópica, no importa, con tal que consiga hacernos caminar todos los días en la dirección fijada por nosotros mismos. Se trata por tanto de ideales personales, que nos dan la fuerza para afrontar nuestros propios problemas, y aquellos de los que nos hacemos copartícipes al trabajar en una organización humana. La visión personal genera una tensión emocional, sobre todo cuando contrastamos nuestras metas con lo que realmente estamos consiguiendo. Y esto a veces nos hace claudicar y rebajar nuestras miras al no sentirnos capaces de lograr lo que queremos. O por el contrario, nos motiva para afrontar nuevos retos.
El modelo mental hace referencia, aunque no nos demos cuenta, al hecho de que todos funcionamos en base a modelos mentales. Son arquetipos internos, que nos hacen comportarnos de determinada forma ante situaciones similares. La cuestión es que permanecen ocultos, y sólo un análisis muy orientado es capaz de sacarlos a la luz.
Cambiar un modelo mental por otro nuevo es tarea extremadamente difícil. Como dice Dee Hook (uno de los padres de los sistemas de tarjetas de crédito), lo difícil no es adoptar un nuevo modelo mental, sino saber deshacerse del antiguo. La razón está en que, al funcionar realmente en base a modelos mentales, aquel que, primero, nos han impuesto por el procedo educativo (recordemos “el sueño del Planeta” Entrada 24), y segundo nos ha servido para bandearnos hasta la fecha por nuestro pequeño mundo, que ahora por un flash de iluminación beatífica, decidamos desecharlo, va a ser tarea bastante complicada, por no decir imposible.
Los que de vosotros estéis en el mundo del management empresarial, sabéis del término “resistencia al cambio”. Las organizaciones viven en función de una dinámica inercial que les obliga a mantener esa inercia indefinidamente. Uno aprende una serie de tareas y funciones (que le habrá costado más o menos esfuerzo aprender), y cuando ya le ha agarrado el tranquillo, que no le vengan con que tiene que cambiar su forma de trabajar. Nuestra naturaleza nos imprime una resistencia, tanto para arrancar si estamos parados, como para parar si estamos en marcha.
Si esto nos sucede en algo tan trivial y prosaico como es el trabajo de todos los días, ¿os imagináis, te imaginas, lo que puede suponer para una persona tomar la decisión de seguir las enseñanzas y el estilo de vida de un tal Jesús de Nazareth, que ya desde los primeros compases de su vida resulta ser el paradigma de la contradicción, de la paradoja y del contrasentido? Si uno se lo toma tal cual Él lo plantea, el dilema puede hacer enloquecer. Y si encima hay una alternativa religiosa, más o menos apañada a base de piadosísimas misas dominicales, que nos permite “no cambiar nuestro modelo mental” el resto de la semana para pelear en la arena de este mundo y así garantizarnos un pedacito de Cielo cuando muramos, eso sí, en Gracia de Dios, para ese viaje no hacen falta estas alforjas. ¿Me queréis decir qué ganamos con tirar toda nuestra vida por la borda, seguirle para no tener dónde reclinar la cabeza, y encima tener que poner la otra mejilla cuando nos inflen a bofetadas en la primera, y etc., etc.?
Si alguno de vosotros, ustedes es un cura o un religioso o religiosa, que no se le ocurra plantear esto en misa de una, que se le dispersa la feligresía…
Pero hablando completamente en serio, con este planteamiento, me da la sensación de que estoy dando el mismo argumento, tanto para abandonar la fe cristiana o católica, como para abrazarla definitivamente.
Me explico.
El gran dilema
Si este planteamiento lo meditamos con nuestra inteligencia, está clara cuál será la decisión. “Hasta luego Lucas”, a otro incauto con esta idea. Jesús es un visionario y está como un cencerro, “para que le encierren”, o para que le crucifiquen, que para el caso es lo mismo. Me vuelvo a Egipto (a mi pequeño mundo, a la Tierra), que al menos allí tenemos cebollas para comer.
Si este planteamiento lo interiorizamos en nuestra alma, también está clara cuál será la decisión. “Señor, hágase en mí, según Tu Palabra”, “llévame contigo”. Tomo el camino del Cielo, aunque sé, me harás caminar por cañadas oscuras; Tú serás mi lazarillo, y me someto a todo lo que creas conveniente, con tal de acurrucarme en tu seno.
Que el mismo planteamiento de vida sirva tanto para abandonar como para aceptar el desafío, es la prueba evidente de que somos nosotros los que vivimos bajo el signo de la contradicción. No es Jesús de Nazareth el que está como un cencerro, no es Jesús el signo de la contradicción, el generador de grandes paradojas. Somos nosotros los que al recibir su mensaje bajo nuestra dualidad, en nuestro interior es donde se genera la paradoja, la contradicción, la ruptura brutal de la lógica. Es en nuestro interior donde se libra la gran batalla, donde la razón lucha contra la sinrazón. Depende quien gane, la fuerza del Espíritu de Dios servirá para alejarnos de Él o para lanzarnos definitivamente a su encuentro.
Este es el gran dilema, quién es el que responde, mi mente o mi corazón; mi inteligencia o mi alma; mi “yo apañao” o “mi Yo real”, el que es Uno con el Padre.
Esta es la lucha, que debemos mantener durante toda nuestra vida, la que nos fatiga, nos cansa y nos agobia.
Esta es la lucha y el cansancio ante el que Jesús nos ofrece:
… Así, podríamos enumerar muchos de los mensajes que Jesús nos irá transmitiendo a lo largo de su predicación y de su vida pública.
Pero… ¿qué me estás contando? A otro imbécil con este cuento.
Bienaventurados los pobres, y desdichados los ricos. ¿Habrase visto mayor desatino? ¿Cómo puede un pobre sentirse dichoso si lo está pasando canutas para quitarse el hambre a guantazos y un rico amargado, si tiene todo lo que quiere, a pedir de boca? Pensándolo bien, esta idea, casi que le interesa al rico para que el pobre se crea esta milonga (religión, opio para el pueblo, que diría Marx) y no le dé por saco con sus reivindicaciones. Gracias Jesús por darme una idea para sofronizar a estos idiotas y que no me molesten – le agradece el poderoso a Jesús -, mira por dónde, tu mensaje me viene de perlas para idiotizar a las masas, pues creyendo en un futuro mejor allí arriba, estarán quietecitos y resignados a su suerte mientras se inflan a rezar rosarios.
Entrar en el corazón de Jesús de Nazareth es entrar en el símbolo de la contradicción, del sin sentido, casi de lo absurdo. No tiene lógica, es un dislate, un desatino; su mensaje está lleno de oxímoros, de extremos incompatibles entre sí.
Además, el coste de oportunidad es casi infinito. ¿A qué tengo yo que renunciar para conseguir lo que Jesús me propone? ¿A todo lo que tengo, a todo lo que soy? ¿A cambio de, de momento, no tener dónde reclinar la cabeza?
Decididamente Jesús de Nazareth fue un tipo que estaba como un cencerro. No es extraño que al final, hasta los suyos le abandonasen, y que las autoridades le vieran como un peligro público, porque se corría el riesgo de que convirtiera a la gente en sociópatas alucinados con ideas estrambóticas.
Esta es la razón por la que los hombres que le siguieron, como solución de compromiso entre un mensaje incomprensible, aceptado en la creencia de que procede de Dios mismo, y una realidad humana bien distinta a su mensaje, tirasen por la calle de en medio y fundasen un conjunto de religiones, o de sistemas religiosos que se han dado en llamar religiones cristianas o Cristianismo. Estas religiones han conseguido algo espectacular, que todo un continente, el europeo (y posteriormente América) logren seguir durante dos mil años unas mínimas pautas de comportamiento religioso, basadas en el mensaje de Jesús, en la medida en que el hombre corriente, el común de las gentes, puede aceptar esto, al menos en parte, una parte convertida en ritos, dogmas y códigos morales.
Es decir, que al final el Cristianismo se haya devaluado hasta una tan sincera como ingenua práctica religiosa al estilo del joven rico es lo que ha sucedido, porque no podía haber acontecido de otra forma. El mensaje de Jesús, si uno lo mira con detenimiento y desapasionamiento, es demasiado “heavy”, demasiado duro, para que pueda ser seguido tal cual lo explica Jesús, por el común de las gentes. Esto es así, porque entre otras cosas, el mundo tal y como lo conocemos, no podría haber evolucionado del modo que lo ha hecho; y esto no es por lo malo, guerras, abusos, injusticias y demás, sino por lo bueno, la civilización, el desarrollo científico y técnico.
El mundo sería, si el mensaje de Jesús hubiera prendido, tal cual, en este mundo, algo absolutamente inimaginable. Ninguna mente, por muy aguda que sea, sería capaz de imaginar cómo hubiera sido este Planeta, si el mensaje de Jesús hubiera cuajado de verdad.
Entre el Cielo y la Tierra
Con lo escrito hasta aquí, estamos en disposición de mandar perfectamente a paseo el Evangelio de Jesús, porque es en sí mismo un insulto a la inteligencia humana. No obstante, ya puestos, aceptemos la variante descafeinada en que le han convertido las religiones cristianas, y dejemos las cosas tal y como están, hasta que el cuerpo y las religiones aguanten.
Si, no obstante, tras este chaparrón intelectual, nos queda una brizna de curiosidad sobre por qué Jesús dijo lo que dijo y dejó que sucediera lo que pasó; si aún creemos que Jesús fue un hombre que trató de transmitir un mensaje venido del Cielo y tratamos de hacer caso de lo que dijo. ¿En qué situación nos coloca ese “sí, hágase en mí según tu palabra?
Literalmente nos coloca ente el Cielo y la Tierra. Nos deja en ninguna parte, ni aquí, ni allí. Quedamos suspendidos en medio de la nada, literalmente en ningún sitio donde poder reclinar la cabeza.
Y aquí radica el problema, que siguiéndole a Él, ya no estamos en este mundo, donde no obstante, se tiene que desarrollar nuestra vida hasta que la muerte nos arrebate. Pero tampoco estamos en el otro.
Es todo un jaleo, un follón, una paradoja, un dislate, una total oscuridad.
Uno de los reclamos publicitarios que solemos hacer los cristianos para atraer a las gentes al redil es prometer la felicidad:
“venid a mí los que estáis cargados y fatigados, que yo os aliviaré. … Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt, 11, 28-30)
Esto suena a que si le seguimos, como se suele decir, “ahora paz y después Gloria”.
Por eso, mucha gente se acerca a la Iglesia, o a los sistemas de espiritualidad, atraídos por los cantos de sirenas de paz, relax y armonía. Es aquello de la transpersonalización mediante las técnicas de relajación y control mental, y todo un mix de técnicas antiestrés.
Pero cuando uno descubre que “de eso nada monada”, que seguir a Jesús en realidad es optar por el camino del Calvario, a uno se le rayan las ideas, queda totalmente confundido y exclamando un “¡la madre que te parió!”, queda pensativo y trata de hacer un trato con Dios…
¿Podríamos hacer un apaño, Señor? Voy a misa los domingos, marco una equis en la declaración de la renta, trataré de no putear a mi vecino, y Tú me aplicas alguna de esas indulgencias que la Iglesia nos ofrece a buen precio, de esas que están en oferta, como por ejemplo entrar por la Puerta Santa de la Catedral de Santiago tras hacer el Camino desde Sarria (tampoco hay que pasarse en kilómetros), y Tú me reservas un humilde apartamento en tu Reino para cuando me muera; si con una cocinita y dos habitaciones tengo suficiente. ¿Vale?
Y lo curioso es que sí vale. Con este planteamiento nos venimos apañando desde que el Cristianismo se proclamó religión oficial del Imperio. Y además, parece que funciona. Las celebraciones cristianas, o al menos las católicas, que son las que yo conozco, pueden ser altamente motivadoras para despertar el fervor de las gentes. Sin ir más lejos, la misa a la que he asistido hoy, uno de enero, ha sido “demasiado”; el sacerdote ha dado una homilía francamente impecable. Nos ha hablado del virginal parto de María, Madre de Dios, con unas palabras tan piadosísimas, que un poco más y levitamos de fervor los asistentes. Nuestro espíritu “hervía, burbujeaba” (fervor viene de hervor).
El único problema es que el lunes, cada cual, enredado en sus asuntos, el fervor conseguido el domingo gracias al piadosísimo cura, de nada le va a servir para volver a la lidia con los proveedores, clientes, bancos, acreedores y demás gente de mal vivir, que con una daga entre los dientes, intentarán arañar el máximo de porcentaje de beneficio en las diferentes transacciones financieras, bordeando la legalidad, sin que importe la moralidad, con las que le tocará enfrentarse, pongo por caso.
De nada le va a servir, si lo único que se ha conseguido ha sido una catarsis momentánea. Utilizo el término catarsis en el sentido aristotélico de la palabra: la facultad de la tragedia griega de redimir (o "purificar") al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra. O aplicado al tema que nos ocupa, una exposición tan elevadísima, que te saca del sitio y te transporta al escenario descrito por el cura a propósito de su homilía, y dices o sientes un “¡qué bien, qué bonito, qué palabras más sublimes!”. ¿Y…?
Menos mal que el domingo que viene, más de lo mismo, nuevo subidón espiritual, nueva catarsis momentánea, y “palante, como los de Alicante”. El domingo sirviendo a Dios, y el resto de la semana, sirviendo al dinero con uñas y dientes, entre otras cosas, porque si no lo hago, mi empleo (y con ello los garbanzos de mi familia), peligra; y con los frijoles no se juega.
Es decir, Jesús de Nazareth y su mensaje nos situa en una desagradable encrucijada entre el Cielo y la Tierra. Problema, dos modelos mentales no pueden coexistir en la misma cabecita que Dios nos ha dado. Es imposible. Pero la vida nos obliga a ello, a dar culto a Dios el domingo y a luchar por un puñado de dólares el resto de la semana.
Modelos mentales
Peter Senge, un reconocido experto en Teoría de Sistemas, profesor del MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets), autor de varios libros sobre pensamiento sistémico, refiere en el titulado “la quinta disciplina”, que una organización inteligente se basa en saber desarrollar cinco disciplinas, de las que, para lo que nos ocupa, me voy a referir a dos, la primera es el “dominio personal” y la segunda es el “el modelo mental”.
Dominio personal lo refiere a la disciplina que permite a cada cual saber para qué se levanta todas las mañanas, definida en una visión personal de la vida. Visión que puede ser utópica, no importa, con tal que consiga hacernos caminar todos los días en la dirección fijada por nosotros mismos. Se trata por tanto de ideales personales, que nos dan la fuerza para afrontar nuestros propios problemas, y aquellos de los que nos hacemos copartícipes al trabajar en una organización humana. La visión personal genera una tensión emocional, sobre todo cuando contrastamos nuestras metas con lo que realmente estamos consiguiendo. Y esto a veces nos hace claudicar y rebajar nuestras miras al no sentirnos capaces de lograr lo que queremos. O por el contrario, nos motiva para afrontar nuevos retos.
El modelo mental hace referencia, aunque no nos demos cuenta, al hecho de que todos funcionamos en base a modelos mentales. Son arquetipos internos, que nos hacen comportarnos de determinada forma ante situaciones similares. La cuestión es que permanecen ocultos, y sólo un análisis muy orientado es capaz de sacarlos a la luz.
Cambiar un modelo mental por otro nuevo es tarea extremadamente difícil. Como dice Dee Hook (uno de los padres de los sistemas de tarjetas de crédito), lo difícil no es adoptar un nuevo modelo mental, sino saber deshacerse del antiguo. La razón está en que, al funcionar realmente en base a modelos mentales, aquel que, primero, nos han impuesto por el procedo educativo (recordemos “el sueño del Planeta” Entrada 24), y segundo nos ha servido para bandearnos hasta la fecha por nuestro pequeño mundo, que ahora por un flash de iluminación beatífica, decidamos desecharlo, va a ser tarea bastante complicada, por no decir imposible.
Los que de vosotros estéis en el mundo del management empresarial, sabéis del término “resistencia al cambio”. Las organizaciones viven en función de una dinámica inercial que les obliga a mantener esa inercia indefinidamente. Uno aprende una serie de tareas y funciones (que le habrá costado más o menos esfuerzo aprender), y cuando ya le ha agarrado el tranquillo, que no le vengan con que tiene que cambiar su forma de trabajar. Nuestra naturaleza nos imprime una resistencia, tanto para arrancar si estamos parados, como para parar si estamos en marcha.
Si esto nos sucede en algo tan trivial y prosaico como es el trabajo de todos los días, ¿os imagináis, te imaginas, lo que puede suponer para una persona tomar la decisión de seguir las enseñanzas y el estilo de vida de un tal Jesús de Nazareth, que ya desde los primeros compases de su vida resulta ser el paradigma de la contradicción, de la paradoja y del contrasentido? Si uno se lo toma tal cual Él lo plantea, el dilema puede hacer enloquecer. Y si encima hay una alternativa religiosa, más o menos apañada a base de piadosísimas misas dominicales, que nos permite “no cambiar nuestro modelo mental” el resto de la semana para pelear en la arena de este mundo y así garantizarnos un pedacito de Cielo cuando muramos, eso sí, en Gracia de Dios, para ese viaje no hacen falta estas alforjas. ¿Me queréis decir qué ganamos con tirar toda nuestra vida por la borda, seguirle para no tener dónde reclinar la cabeza, y encima tener que poner la otra mejilla cuando nos inflen a bofetadas en la primera, y etc., etc.?
Si alguno de vosotros, ustedes es un cura o un religioso o religiosa, que no se le ocurra plantear esto en misa de una, que se le dispersa la feligresía…
Pero hablando completamente en serio, con este planteamiento, me da la sensación de que estoy dando el mismo argumento, tanto para abandonar la fe cristiana o católica, como para abrazarla definitivamente.
Me explico.
El gran dilema
Si este planteamiento lo meditamos con nuestra inteligencia, está clara cuál será la decisión. “Hasta luego Lucas”, a otro incauto con esta idea. Jesús es un visionario y está como un cencerro, “para que le encierren”, o para que le crucifiquen, que para el caso es lo mismo. Me vuelvo a Egipto (a mi pequeño mundo, a la Tierra), que al menos allí tenemos cebollas para comer.
Si este planteamiento lo interiorizamos en nuestra alma, también está clara cuál será la decisión. “Señor, hágase en mí, según Tu Palabra”, “llévame contigo”. Tomo el camino del Cielo, aunque sé, me harás caminar por cañadas oscuras; Tú serás mi lazarillo, y me someto a todo lo que creas conveniente, con tal de acurrucarme en tu seno.
Que el mismo planteamiento de vida sirva tanto para abandonar como para aceptar el desafío, es la prueba evidente de que somos nosotros los que vivimos bajo el signo de la contradicción. No es Jesús de Nazareth el que está como un cencerro, no es Jesús el signo de la contradicción, el generador de grandes paradojas. Somos nosotros los que al recibir su mensaje bajo nuestra dualidad, en nuestro interior es donde se genera la paradoja, la contradicción, la ruptura brutal de la lógica. Es en nuestro interior donde se libra la gran batalla, donde la razón lucha contra la sinrazón. Depende quien gane, la fuerza del Espíritu de Dios servirá para alejarnos de Él o para lanzarnos definitivamente a su encuentro.
Este es el gran dilema, quién es el que responde, mi mente o mi corazón; mi inteligencia o mi alma; mi “yo apañao” o “mi Yo real”, el que es Uno con el Padre.
Esta es la lucha, que debemos mantener durante toda nuestra vida, la que nos fatiga, nos cansa y nos agobia.
Esta es la lucha y el cansancio ante el que Jesús nos ofrece:
“venid a mí los que estáis cargados y fatigados, que yo os aliviaré. … Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt, 11, 28-30)
¿Tras lo que has leído, esta frase cómo te hace sentir; inquieto o aliviado?
Te propongo que en silencio lo medites un rato. Y como siempre, trata de no pensar, de no darle alas a tu imaginación, simplemente calla, haz silencio interior, y espera la respuesta.
Que la Paz esté contigo y te abrace.
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