Siéntense en quietud. Entrarán y descenderán a lugares de simplicidad interior, que no sospechaban que estuvieran allí, áreas de humildad en ustedes que habían olvidado que existían, recuperando vuestra capacidad de ser como niños, confiar dejando de lado todas las demandas y los deseos... No hay atajos, no hay misticismos instantáneos, sino que, cada uno de nosotros, cuenta con el Amor infinito de Dios fluyendo desde su propio corazón; y eso es más que suficiente."
(The Door to Silence)
Esta cita la he extraído del Blog de Gabriel Mercuri, que recién se ha incorporado al grupo de seguidores del blog. Espero que no te importe, amigo. Lo hago, porque esta cita resume mucho de la filosofía de aquellos que de alguna forma intuimos las sendas de la Vida Interior, no de un modo melindroso y piadosísimo, sino con la naturalidad con la que podemos “ver cómo caen las hojas de los árboles”, como dice Consuelo Martín, es decir, desde la sencillez de una vida normal y corriente, sin alharacas, sin aspavientos rituales, sino desde la simplicidad e ilusión con la que un niño nos puede mirar a los ojos.
Gracias, amigo.
Saucadana
Saucadana es un remoto lugar de difícil acceso, salvo con un 4WD, un todo terreno, enclavado en la intimidad de Sierra Nevada, en Granada, España, donde por no haber no hay ni luz eléctrica ni servicios elementales. Es simplemente un refugio de montaña de un buen amigo nuestro, Nacho, que dirige la Fundación Escuela Solidaridad, cuyo blog podéis ver en mi lista de blogs, que nos cedió a mi esposa y a mí un fin de semana de Noviembre. Pero este refugio tiene la bendita virtud de ponerte en contacto inevitablemente con el “Espíritu Sagrado”. Está muy cerca de un templo Budista, de donde se percibe la energía que sus monjes difunden al éter. Es lo más parecido al Reino de los Cielos, como podéis ver en la foto que mi esposa y yo tomamos.
En este indescriptiblemente bello entorno, nos dispusimos a vivir un retiro de silencio y oración contemplativa.
El sábado por la tarde, pensando cómo enfocar nuestra Oración, decidimos meditar el Padrenuestro. Mejor dicho, “contemplar el Padrenuestro”.
El Padrenuestro es una oración que lamentablemente hemos convertido a fuerza de repetirlo miles de veces en un rezo automático, que se tarda en torno a quince segundos en recitar. Y como la imaginación es la loca de la casa, como dice Teresa de Jesús, es muy difícil mantener la atención siquiera una milésima para ser conscientes de lo que encierra.
Señor, enséñanos a orar
Pero resulta que esta oración es la respuesta a la petición de alguno de los que le escuchaban su predicación referida en Mateo 6, “enséñanos a orar”.
La respuesta de Jesús fue el Padrenuestro que los cristianos, o al menos los católicos hemos convertido en una simple y automatizada jaculatoria.
Sin embargo, sus frases encierran absolutamente todo el contenido de lo que ha de ser nuestra súplica al Padre bueno, a “abba”, a papaito. Todo lo que se sale de estas frases son peticiones que de alguna forma rozan o se introducen en nuestros intereses y apegos terrenales. El “pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y hallaréis” está referido a esta oración, porque siendo así, yendo por delante esta sublime oración, lo demás se nos dará por añadidura.
Pues bien, la contemplación del Padrenuestro nos llevó más de cinco horas, todo ese sábado por la tarde, a base de hacer silencio, fijar nuestra mente en una sola de sus frases y… esperar respuesta durante unos veinte minutos a qué nos decía cada una de ellas, mas diez minutos de compartir mutuo.
La experiencia resultó increíble. Os lo aseguramos.
Y comenzamos por el por el principio. “Padre mío”.
En las próximas entradas no me voy a extender más que lo necesario para introducir cada frase. Porque lo que importa es que hagas silencio interior y lo mismo que hicimos nosotros, lo hagas tú. Centrar la mente en una frase durante veinte minutos, o treinta, o una hora (lo que os pida el alma), y en silencio, … esperar respuesta.
Te aseguro que tras esta oración, verás el Padrenuestro con otros ojos, con otra mirada del alma.
Empezaré por la primera de las expresiones “Padre mío”, porque esta vez es una meditación, una contemplación personal, un cara a cara con Adonaí, con “Papá”. Ya tendrás ocasión de proclamarlo en comunidad, pero ahora hazlo a nivel personal, (tú y Dios, nada más)
Padre mío
MI padre murió cuando yo tenía tres años, de modo que jamás he podido comprobar lo que es tener a mi lado a mi padre, pero sí que de alguna forma tengo un lejano recuerdo de cuando mi padre me llevaba al aeropuerto, donde trabajaba, y me montaba en los aviones, y lo que yo disfrutaba con él. Es un recuerdo tan lejano, que, lógicamente no lo recuerdo con la nitidez de otros muchos a edades posteriores. Pero ahí está. Tan vivo, me envuelve, pero a la vez es tan difuminado como si fuese un recuerdo de otra vida pasada.
El gran descubrimiento de Jesús de Nazareth, el que cambió el rumbo de la Historia fue ver, experimentar a Dios, a Yahveh, como Padre. “¡Hay, si le conocierais!”, expresa Ignacio Larrañaga en sus Talleres de Oración y Vida…
A partir de cierta edad, el Jesús adolescente comenzó a sentir a Dios de una forma diferente a como le enseñaron sus padres. Superó la etapa de la adoración espiritual y entró en un auténtico clima de confianza. Fue una transformación absoluta, que le incitó cada vez con más frecuencia a retirarse al monte a orar, a relacionarse con su Padre en silencio; a descender a lugares de simplicidad interior, que nadie sospecharía que estuvieran allí, áreas de humildad en la intimidad, que los humanos habían olvidado que existían, recuperando la capacidad de ser como un niño, confiar dejando de lado todas las demandas y los deseos... (parafraseando “The door of silence”, por eso he tomado la cita)
Jesús descubrió en sus ojos el resplandor de la Eternidad, la presencia inefable y misteriosa de una Divina Realidad jamás imaginada hasta entonces por el ser humano. Se transformó en un joven diferente. Amaba al Padre con un gozo total y recíproco; experimentó vivencias inefables. Dios no era el que le habían explicado, el “formidable del Sinaí”. Él experimentó su presencia como cuando uno se siente en una playa inundada de pleamar. Sintió la presencia del Padre más querido, hasta llegar al convencimiento de que el Primer mandamiento no es “amar a Dios sobre todas las cosas”, sino “dejarse amar por Él”.
Todo es amor en esa relación. Y sólo los amados aman siempre.
¡Si conocieran al Padre del modo que le conozco yo! – se dijo-.
Y tomó la determinación de dar a conocer a Dios, a Adonai, de la forma que Él lo hizo.
Así como mi Padre y yo nos amamos, así os amo yo a vosotros. Y así habéis de amaron los unos a los otros; como yo os he amado.
La Paz esté contigo, amigo.
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