Parábola del usurpador del trono
Imagínate un país en el que el Rey hubiera sido depuesto por la fuerza por un usurpador utilizando la traición y el golpe de Estado, de modo que el Rey legítimo tuviera que refugiarse en la clandestinidad, en el exilio. Tras el derrocamiento por la fuerza, lo que era un reino en el que se respiraba paz y justicia, se impone el desorden, la violencia y la corrupción política, económica y legal en mayor o menor medida. Los ciudadanos de ese país, sometidos a la tiranía del dictador, han de soportar todo tipo de vejaciones y de violaciones de sus derechos, y ven cómo sus rentas menguan hasta rozar el umbral de la pobreza, mientras unos pocos, lameculos del dictador, incrementan sus fortunas de una forma literalmente astronómica. No existe la justicia, la usura se impone en las transacciones comerciales y la vida ha dejado de tener valor, en manos de las bandas callejeras, de maras y de mafiosos que extorsionan a los comerciantes y pequeños y no tan pequeños empresarios a base de astronómicos chantajes a cambio de no destrozar sus negocios. La ley es un lejano recuerdo de lo que ahora es una legislación (por llamarlo de alguna manera), sin ningún tipo de regulación orgánica, donde las leyes se sacan a base de compra de favores, y sus textos normativos chocan frontalmente, contradiciéndose entre sí. Pero da igual, el caso es sacar tajada.
Y etc., etc.
Imagínate cómo en esta situación, las posibilidades que tiene el Rey legítimo de recuperar el trono son prácticamente nulas, si no se desarrolla una resistencia a la dictadura, una quinta columna dentro del corazón del aparato político del impostor.
Esto podría sonar como una parábola del Reino de los Cielos, al estilo “el Reino de los Cielos es como un país en donde un usurpador arrebata por la fuerza la corona al legítimo Rey…”.
En estas circunstancias cualquiera vería absurdo que el legítimo Rey pretendiera gobernar a pachas con el usurpador, y por supuesto, el usurpador, ni de lejos consentiría semejante cohabitación política. Es decir, dos reyes, dos gobernantes, tanto más cuanto que son de signo político opuesto, o por supuesto uno legítimo y otro ilegítimo, pueden gobernar en el mismo país.
Esto, que tiene una lógica aplastante en lo político, es lo que Jesús quiere transmitirnos al proclamar en el Padrenuestro “venga a nosotros tu Reino”. Es el clamor de los habitantes oprimidos de aquel país por el opresor y tirano usurpador del trono, que desea, que claman porque el Rey legítimo recupere su cetro y restaure la cordura, meta en la cárcel a todos los criminales, asesinos y gente corrupta, y la paz y la justicia vuelva a reinar en ese país, devastado por la ambición de unos pocos.
Significado exterior
¿Qué significa para nosotros esta frase? Posiblemente sea el inconsciente anhelo de que reine en este mundo la paz y la igualdad, y cosas así. Que seamos felices como perdices, como los judíos de la época deseaban que llegase el mesías para que capitanease a los ejércitos y así poder expulsar a los romanos de su territorio e implantar de nuevo el Reino de Israel en la zona; algo bastante raquítico, por cierto, que demostraba que los israelitas no se habían enterado ni del NoDo tras todos los avatares vividos en el Antiguo Testamento.
Vivimos en un mundo milenarista, que además nos está dando sobradas muestras de que debemos de estar pero que muy preocupados por las amenazas medioambientales que se ciernen sobre nosotros. El margen de viabilidad de la especie humana es tan ridículo a nivel de presión, humedad y temperatura media, que no somos capaces de imaginar lo cerca que estamos de nuestra propia extinción. Todo esto hace que cada vez haya más voces, millones de voces que claman por una nueva era de paz, amor y espiritualidad, que sea capaz de desechar esta estúpida era de ambición que nos está poniendo al borde de una descomunal catástrofe. Y aprovechando que el Sol va a comenzar a entrar en Acuario, es como si una nueva época mesiánica estuviese emergiendo del corazón de las gentes, aunque no sepamos bien cómo será.
Aspiramos un nuevo Reino para la Humanidad, de modo que cuando venga, por arte de magia, todos nos volvamos justos, solidarios y misericordiosos.
Los católicos nos la montamos de otra forma. Esperamos en la vida eterna, de modo que cuando muramos y vaya usted a saber cuándo sea el juicio final, si morimos en gracia de Dios y si la sentencia es exculpatoria, entraremos entonces, y sólo entonces en el Reino de los Cielos, arpa en mano, para entonar cánticos inspirados para toda la eternidad.
Significado interior
Pero yo diría que Jesús es más prosaico, mucho más concreto. En el Confinador de la vida, los mandatarios son nuestros apegos, nuestras debilidades, nuestros instintos que nos llevan a ambicionar todo lo que vemos y a levantar barreras entre lo mío y lo tuyo, de modo que una feroz competencia por los recursos escasos nos incita a luchar por ellos, y acumular para nosotros, lo que debería ser compartido con los demás. Esto ya lo tenemos claro. Creo. Mientras, el Rey genuino de nuestro ser está exilado en las fronteras de nuestro corazón, o preso, cautivo en nuestra séptima morada, custodiada por una guardia fuertemente armada que impide nuestro acceso; guardia que ha colocado nuestro “yo apañao”, nuestra armadura oxidada, el tirano usurpador que luchará con uñas y dientes por mantenerse en el poder, como todo buen rey ilegítimo que ha logrado el poder por las armas y con violencia, a pesar de que con ello vivamos en la mayor de las amarguras.
Pero casi todos caemos en la estúpida idea de la cohabitación. Parece que a pesar de todo, no se vive del todo mal en el régimen dictatorial impuesto por el usurpador, de modo que es como si, aunque sufrimos las injusticias del tirano, recibimos por otra parte compensaciones, que no son más que trampantojos, suficientes, bien como para no añorar que regrese nuestro Rey legítimo, o al menos para tratar estúpidamente de hacer un apaño y pedirle al Rey legítimo que “regrese su Reino”, pero sin deponer al usurpador; lo que es una de idea propia de imbéciles.
“No se puede servir a dos señores” (Mt 6, 24), nos dice Jesús de Nazareth, porque no queda otra que aborrecer a uno y amar al otro, sea el que sea; el legítimo o el impostor.
Es por eso, que en el Padrenuestro, rogar “venga a nosotros tu Reino”, supone de un modo implícito y “prima facies”, en primer lugar, “váyase de nosotros nuestro reino”, el que hemos implantado para vivir en nuestro pequeño mundo, según las leyes de los hombres. Esto es condición previa, sinecuanon, sin la cual “Su Reino” no puede regresar.
De alguna forma, aunque sea una petición colectiva “venga a nosotros Tu Reino”, en el fondo es una súplica individual “venga a mí Tu Reino”, “váyase de mi corazón el reino que yo me he montado para vivir en este mundo”.
Esta súplica conecta con el mensaje de la parábola del hijo pródigo, para el que resultaba imposible gastar su hacienda en el reino lejano de la perdición y vivir en la casa de su padre.
Surge aquí la idea cada vez más evidente de “retorno a la casa del Padre”, de “abandonar nuestra antigua vida”, de “mortificar nuestro ser”, de “morir antes de morir, para comprobar que la muerte no existe”.
Es decir, la súplica “venga a nosotros tu Reino” es una súplica en el sentido directo de “ayúdame Padre para desterrar al tirano que me domina, al impostor que me engaña en cada vigilia, al usurpador de tu trono”.
No hay magia potagia en esta súplica. Y si creemos en esto, estamos mal de la cabeza. Esta súplica, si es consciente y no una frase hecha recitada a toda velocidad, supone la decisión de abandonar nuestra antigua vida.
Dios necesita nuestro templo vacío. Necesita en el extremo echar a latigazos a los mercaderes del templo, que han convertido nuestra alma, nuestro Corazón en una cueva de ladrones.
Todo conduce de una forma testaruda a una sola idea, que desplegaré en una próxima entrada, la “humillación”, la exaltación de la humildad en el sentido agrícola de la palabra, es decir, limpiar nuestro campo de todo rastrojo, cizaña y mala hierba que impida que la buena simiente pueda crecer sin problema. Te animo a releer la parábola del sembrador (Mt 13, 3-14). Es por eso, que el camino de perfección es una senda que no tiene nada de fácil, aunque está llena de contrastes que la mente no es capaz de comprender.
Ahora, te animo a que te pongas cómodo, cierres los ojos, haz silencio interior y permanece así, con la mente fijada en esta frase “venga a mi corazón tu Reino”, y espera la respuesta.
Que la paz esté contigo.
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