Eleusis
era una pequeña ciudad agrícola productora de trigo y cebada, localizada a unos
30 km al noroeste de Atenas, donde se celebraban los misterios eleusinos.
Los
misterios estaban basados en un mito protagonizado por Deméter. Su hija,
Perséfone, fue secuestrada por Hades, el dios de la muerte y el inframundo.
Deméter era la diosa de la vida, la agricultura y la fertilidad. Descuidó sus
deberes mientras buscaba a su hija, por lo que la Tierra se heló y la gente
pasó hambre: el primer invierno. Durante este tiempo Deméter enseñó los
secretos de la agricultura a Triptólemo. Finalmente Deméter se reunió con su
hija y la tierra volvió a la vida: la primera primavera. Desafortunadamente,
Perséfone no podía permanecer indefinidamente en la tierra de los vivos, pues
había comido unas pocas semillas de una granada que Hades le había dado, y
aquellos que prueban la comida de los muertos ya no pueden regresar. Se llegó a
un acuerdo por el que Perséfone permanecería con Hades durante un tercio del
año (el invierno, puesto que los griegos sólo tenían tres estaciones, omitiendo
el otoño) y con su madre los restantes ocho meses.
Los
misterios eleusinos celebraban el regreso de Perséfone, pues éste era también
el regreso de las plantas y la vida a la tierra. Perséfone había comido
semillas (símbolos de la vida) mientras estuvo en el inframundo (el subsuelo,
como las semillas en invierno) y su renacimiento es, por tanto, un símbolo del
renacimiento de toda la vida vegetal durante la primavera y, por extensión, de
toda la vida sobre la tierra.
(De
“Eleusis” en Wikipedia)
Eleusis, como tal palabra griega significa
algo parecido a “advenimiento”, algo que llega, que está próximo a manifestarse, como un crepúsculo del amanecer, el antelucano, algo similar etimológicamente al adviento cristiano.
Cuando comienzo a escribir una entrada, casi
nunca, por no decir nunca, tengo prefijada la idea sobre la que voy a escribir.
Simplemente comienzo con una semilla que planto en el papel (o en el procesador
de texto, para ser más exacto), que unas veces es el título y otras ni
siquiera, y a partir de ella empiezo a escribir, sin saber muy bien a dónde me
llevará la sucesión de palabras que empiezan a fluir en mi mente y que
transcribo en el procesador.
Luego, cuando termino de escribir, y nunca sé
en que momento he de concluir, hasta que algo me dice que ya está, vuelvo a
leer lo escrito y salvo errores mecanográficos (y siempre me dejo algún gazapo),
casi nunca modifico lo ya escrito; ni siquiera en aras de un refinamiento
literario. Aquel que ya me haya leído, verá que no suelo ser demasiado
remilgado en el estilo, a riesgo a veces de, incluso, parecer algo soez. Pero
creo que para remilgados ya están los expertos. Yo, como no lo soy, expreso lo
primero que me viene a la mente, casi de forma que dejo que ella sea, no la que
elabora las ideas, sino la que las recibe de no sé muy bien dónde, y a través
de las neuronas motoras que mueven mis dedos, pulsar las teclas del teclado.
Así que, en esta ocasión, la semilla de la
entrada es el título, que denomino “Eleusis”, que como he reflejado en esta
cita de Santa Wikipedia, la sabia, es una ciudad pequeña, en los arrabales de
Atenas, donde en tiempos se celebraban los misterios eleusinos.
Por lo que uno puede leer sobre ellos, parece
ser que eran ritos iniciáticos, de tipo místico (místico significa misterio),
en memoria del regreso de Perséfone, y con ella el advenimiento de la
primavera, el despertar de la vida, y con su retorno al Hades, por haber comido
la semillas mientras estuvo en el inframundo, un nuevo ciclo invernal, y vuelta
a empezar.
Yo no soy un entendido en estas cosas, pero
desde que leí la novela Creación, de Gore Vidal (en “Armas, gérmenes y acero”,
de Jared Daimond, también se refiere), me di cuenta de que la Humanidad sobre
todo en Eurasia, ha estado bastante bien conectada, de forma que las ideas
entre el Oeste mediterráneo y el Extremo Oriente asiático, las migraciones de
personas, mercancías e ideas, han sido bastante fluidas, al menos en la
Antigüedad. Saber que en el Siglo VI-AC,
personajes como Zoroastro, Buda, Lao Tse, Confucio y Sócrates casi fueron
contemporáneos y llegaron bien a conocerse o al menos a saber los unos de los
otros, me hace pensar que en realidad, las cuatro ideas fundamentales que
esgrimen cada religión como suyas propias, en el fondo constituyen el factor
común de todas ellas. Así, por ejemplo, al leer en qué consistían los misterios
eleusinos, “mutatis mutandi”, puedo extrapolarlo en la base de su significado
más profundo, con la historia de Adán y Eva. Ya sé que alguien bramará
¡¡herejía!! Y otro experto “…ólogo” dirá que no tengo la menor idea de lo que
digo. Pero da igual. La hija de Démeter es raptada al Hades, come una semilla
(manzana) de la vida, renace, pero luego vuelve a morir, y etc., etc. Dos
incautos, caen en las redes de la serpiente (el Hades), comen una manzana
(semilla de la ciencia, de la vida del bien y del mal, y etc., etc.) y la
fastidian, pero Démeter (Jesucristo) va en busca de Perséfone (los hijos de
Eva), y los salva (la primavera)… Más o menos, con el debido respeto de los
exégetas, hermeneutas y demás sabios con estudios.
Ya sé que esto es coger las comparaciones de
un modo muy forzado, casi con pinzas, y que desde un análisis exegético y
hermenéutico, de esos que sólo los sabios saben hacer, lo que acabo de referir
es una gilipollez. Pero ¿a que suena bien?
La cosa va de que, en el fondo el mundo, la
Humanidad ha desarrollado grandes líneas de pensamiento, que lentamente, y esta
es una hipótesis, parece como si fueran convergiendo, en muy pocas ideas
centrales. Las divergencias han venido de la gran separación física, de la
diversidad de lenguas, del desarrollo de diferentes culturas, y el proceso de
convergencia ha sido y está siendo facilitado por las vías de comunicación y de
intercambio de información entre los grandes pueblos de la Tierra.
Megatendencias
Y así se han ido creando “megatendencias” de
fondo, para luego, y con el tiempo, convertirse en reales megatendencias desde
todos los puntos de vista.
No obstante, siempre aparecen trampantojos (falsas
apariencias) que hacen impresionar de lo contrario. Sucede que en el mundo
actual hay tanta gente, aparentemente tantas tendencias y todo va tan deprisa,
que nadie puede decir en qué dirección concreta camina la Humanidad. Por muy marcada
que sea una tendencia porque millones de personas la siguen, alguien siempre
podrá negar la mayor, justificando a su vez que otros muchos millones de
personas siguen la tendencia contraria. Total, tenemos un Planeta que ha
evolucionado sociológicamente de tal modo que cada cual, si quiere, puede
encontrar su nicho ecológico, y hasta sentirse cómodo. Pero todo es aparente.
Aunque esto se puede ver amplificado por el efecto que los medios de
comunicación provocan. Si en los informativos vemos una noticia en la que,
digamos, dos mil personas se manifestaron en contra del decreto de eliminación
de los rabos para las boinas (pongo por caso), porque queda muy feo, unos
buenos ángulos de cámara y técnicos que sepan manejar el efecto “película de
indios” (por la que diez indios pasando continuamente por la cámara convencen
al espectador que son una ingente multitud) pueden hacernos creer que eran
veinte mil o doscientos, según interese.
Pero si sabemos neutralizar este espejismo de
diversidad, veremos que progresivamente las grandes ideas van convergiendo,
incluso a pesar de los grandes lobbies filosóficos y sobre todo religiosos que
insisten en desmarcarse afirmando que lo suyo es diferente y verdadero, frente
a todo lo demás que además es falso.
Lo de la globalización en las grandes
tendencias de pensamiento, creo que es un fenómeno sin precedentes, creo yo
(aunque siempre los hay, que lo niegan). Se están generando megatendencias.
Una megatendencia
se puede definir como un movimiento de variables del entorno social, económico,
político o tecnológico, que puede hacer cambiar radicalmente el futuro y puede
describirse en escenarios probables; es decir, todo indica que si no se
producen cambios súbitos y radicales, el escenario se presentará. Es el efecto
bola de nieve, basado en bucles reforzadores.
Por ejemplo, como megatendencias están
calificadas las siguientes:
•
Crecimiento rápido de la población mundial en el sur y el envejecimiento en el
norte.
• Creciente diferencia entre países ricos y países pobres.
• Creciente diferencia entre clases sociales.
• Incremento gradual en el agotamiento de los recursos naturales.
• Tendencia a la urbanización.
• Grandes flujos de mano de obra de las “economías calientes” del sur a las “economías frías” del norte.
• Creciente globalización de la economía y transnacionalización de los capitales.
• Creciente diferencia entre países ricos y países pobres.
• Creciente diferencia entre clases sociales.
• Incremento gradual en el agotamiento de los recursos naturales.
• Tendencia a la urbanización.
• Grandes flujos de mano de obra de las “economías calientes” del sur a las “economías frías” del norte.
• Creciente globalización de la economía y transnacionalización de los capitales.
Etc. Lo importante es que todas estas
megatendencias, sí o sí, van a cambiar, están cambiando el escenario humano de
un modo apenas predecible por los más cualificados expertos en prospectiva, y
con consecuencias que tampoco se pueden evaluar, ya no con exactitud, ni tan
siquiera de un modo grosero. Sólo se sabe que, como otras muchas veces se dice “nada volverá a ser como antes”. Así de
severas pueden ser sus consecuencias, tanto en lo positivo como en lo negativo.
La crisis planetaria actual da fe de
ello.
Pues bien, por ahí suena, se oye, se comenta,
que hay una tendencia que parece estar
encaminando lenta pero inexorablemente nuestra sociedad occidental,
hacia un nuevo misticismo, una nueva espiritualidad, cuya principal
característica es la de que no quiere afiliarse a ninguna de las religiones
oficiales. Digamos que se está produciendo una especie de “reforma” religiosa,
de revolución espiritual, no liderada por nadie en concreto, y además que
tampoco desea que nadie la lidere. Aunque el fenómeno sectario siempre estará
ahí, porque son como los hongos, crecen en cuanto hay humedad. Una especie de
anarquismo religioso en un mundo cansado de normas y de imposiciones morales,
pero que ha descubierto, o desea descubrir, porque lo barrunta, su sentido de
la trascendencia.
El Profesor de Sociología de la Universidad
Complutense, Millán Arroyo Menéndez, así lo expone en su interesante artículo
“Religiosidad centrífuga, ¿Un catolicismo sin Iglesia?”. Refiere cómo se está
produciendo un extraño fenómeno, que la denomina “con Dios, pero sin Iglesia”,
lo que se traduce en un constante e inexorable alejamiento de la población
respecto de la Iglesia católica, o para ser más exactos, de la organización
religiosa que la gestiona. Este distanciamiento, digamos del Vaticano y lo que
de poder político y religioso representa, no implica la renuncia de los
ciudadanos a una religiosidad menos encorsetada o mejor aún, liberada del corsé
doctrinal y normativo impuesto por la casta sacerdotal.
La gente sigue creyendo en Dios, sigue
creyendo en la vida eterna, en Algo que dé sentido a todo esto; pero ya hace
tiempo que está dejando de creer en los cuentos de Caperucita roja. Incluso,
como afirma Arroyo, sigue rezando a su manera.
Es más,
pone en evidencia algo que todos los que vivimos de una forma u otra la
religiosidad-espiritualidad, nos venimos dando cuenta, que decir católico o
cristiano no supone referirse a un arquetipo estándar y bien definido de
persona. Desde los ultracatólicos más ortodoxos y radicales (ámbito del Opus
dei y sus movimientos satélites como los Kikos o los legionarios de Cristo) hasta
los cristianos que yo llamo de frontera (entre los que me encuentro), aquellos
con un espíritu abierto y capaces de comulgar con el conjunto de la Humanidad,
existe un amplísimo espectro, todo un arcoíris de posturas frente al fenómeno
religioso, tan grande que entre ambos extremos está terminando por generarse un
abismo casi insalvable. Arroyo los clasifica
en cuatro grupos, los eclesiales, los laxos, los centrífugos y los arreligiosos.
Los eclesiales conforman un 22%; son católicos que confían en la Iglesia y
asisten a misa semanalmente. (Confiar no significa necesariamente estar de
acuerdo en todo, ni mucho menos, pero son el colectivo más próximo a la
institución vaticana). Los laxos
(23%), son católicos que confían en la Iglesia y asisten a misa
sólo ocasionalmente o nunca (20,5%) o católicos que asisten a misa pero no
confían en la Iglesia (2,5%). Los centrífugos
(19%); católicos (en su inmensa mayoría, aunque no todos) que se
sienten personas religiosas, pero que no confían en la Iglesia y que no asisten
regularmente a misa. Y los arreligiosos (35%); son
ciudadanos que no confían en la Iglesia y que no se consideran personas religiosas.
Como siempre estos grupos no son químicamente
puros. Yo no me siento integrante de ninguno de esos grupos, aunque de situarme
obligadamente en uno o entre ellos, me situaría entre los laxos y los
centrífugos. Pero ni eso. Me considero fuera de esos grupos. O me incluyo en el
grupo de los contemplativos (que no son lo que la imaginería popular representa
levitando en éxtasis y rodeados de angelotes), sino personas normales y
corrientes que hemos elegido la vía directa sin ataduras a normas impuestas.
La evolución que muestran los datos en las
últimas tres décadas es hacia una inexorable migración desde el grupo de los
eclesiales a los centrífugos, y siendo el más mayoritario en la actualidad, el
arreligioso.
El factor repelente en este proceso es la
institución católica vaticana, los curas y los obispos para entendernos (o al
menos la parte más radical, que también en la curia hay tendencias a veces
opuestas). Es de ellos de los que se aleja la gente. Es una auténtica fuga
espiritual. No es el avance del materialismo o de la modernidad o la falta de
fe. Es un conflicto abierto entre los valores sociales emergentes (calificados
de anticristos) y la ortodoxia tradicional.
Para botón de muestra, el papel de la igualdad
de género, el papel de la mujer en la Sociedad.
Frente a una sociedad en la que de iure (aunque no de facto), la mujer
está alcanzando o se pretende que alcance, los mismos derechos y posición
social que el varón, la Iglesia católica es una institución que mantiene a
ultranza la prohibición ¿divina? de que la mujer sea algo más que las señoras
de la limpieza. Como dije Juan José Tamayo, en la Iglesia, la mujer no puede
aspirar a nada más que ser las sirvientas de los hombres, o a lo sumo
gobernanta de las sirvientas. El penoso espectáculo que presencié por
televisión en la JMJ en Madrid cuando el Papa Benedicto celebró un encuentro
con siete mil sacerdotes y seminaristas en la catedral de la Almudena, donde no
había una sola mujer, salvo las señoras de la limpieza dispuestas a limpiar la
basílica cuando los hombres abandonasen el templo, da fe de hasta qué punto la
Iglesia está anclada en un anacronismo socialmente intolerable. Puede que los
talibanes sean aún más estrictos que los eclesiásticos católicos, por lo del
burka, pero recordemos que hasta finales de los sesenta, las mujeres estaban
obligadas a llevar velo en misa.
Si uno consulta el santoral, podrá comprobar
lo siguiente. De diez mil santos nueve mil son hombres y mil mujeres. Y por
supuesto, 9990 son curas y monjas y un exiguo uno por mil, laicos. Más o menos
y en cifras redondas.
Todo esto chirria más que las ruedas de un
tres descarrilándose. Y lógicamente, la sociedad ya no está dispuesta a
semejante actitud.
Y otro de los grandes problemas es la
sexualidad. Es cada vez más inadmisible socialmente que el cura se meta en
asuntos de alcoba, que se dice. No se entiende, por mucho que traten de
explicarlo los curas, la razón moral de no poder usar el preservativo, ni tan
siquiera como prevención del SIDA. La libertad sexual es un valor tan
importante, que ya la gente hace oídos sordos a las recomendaciones
sacerdotales. El divorcio, la planificación familiar, incluso el aborto bajo
determinadas circunstancias… todo esto son conquistas sociales, sí o sí. Y la
gente ya no va a dar marcha atrás por recomendación del un obispo o de una
autoridad eclesiástica con cada vez menos impronta social, y mucho menos bajo
la amenaza de castigos infernales. La postura de la Iglesia, me da la sensación
de que es “Lucifer ha caído sobre un mundo sin solución.
Pero la gente (excluyendo los arreligiosos) no
desea apartarse de la espiritualidad; es más la está buscando más que nunca,
pero parece como si en la institución católica encuentra tan sólo una actitud
esclerótica y anacrónica, incompatible con el modo de ver la vida en la
actualidad.
Yo diría, a riesgo de equivocarme, que en este
sentido el mundo está revuelto en un no saber qué hacer.
El grupo de los eclesiales se agarran a bote
salvavidas de la fe católica, no sea verdad que la Iglesia tenga al final
razón. Los demás le echamos un pulso a la vida, a ver qué pasa.
Esto parece un peligroso juego de “bet and
win” or “bet and lose” (ganar o perder).
Y es justamente lo que le quita el sentido a
la vida. Hagan apuestas, señores, a ver quién tiene razón…
¿Se estará Dios partiéndose de risa con todo
esto?
O como se intuye, algo se está transformando
en este mundo y estamos en los albores de una nueva era, que surgirá con
dolores de parto.
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