Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
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Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

Te doy mi vida entera

Concierto para dos alma y un solo corazón


Madrid 13 de Marzo de 2008

Obertura

El sentido trascendente del ser humano supone un largo camino de profundización en nuestro interior, donde Dios habita sin nosotros saberlo o apercibirnos de ello; porque, enredados en nuestra vida diaria, a penas tenemos tiempo para, sosegadamente, ser conscientes de todo lo que fluye por dentro de nuestro ser.


El camino de la Vida Interior, es un duro proceso de renuncia a nuestro “yo”; a todo lo que creemos ser, primero porque lo fabrica nuestro pensa-miento, pero segundo, porque nos ha sido implantado a través del proceso educativo.


Durante este duro caminar hacia nuestra más íntimas simas, podemos descubrir dos cosas muy importantes. La primera, que Dios y el alma humana son una sola esencia. Estamos hechos de la misma naturaleza que Él. La segunda, que el resto de los seres humanos y yo, también somos una misma esencia. Todos somos Uno en Él.


En este segundo aspecto de la Unidad universal, la primera y más elemental aproximación a la que el ser humano tiene acceso, que no sea la relación parento filial, es la relación con la pareja, con la persona amada.


La pareja humana supone una relación donde el amor se manifiesta en los tres ejes fundamentales, ya referidos por Platón y recordado por Ratzinger (Benedicto XVI) en su encíclica “Dios es amor”, la philias o amistad, el eros o sexualidad y el agapé o donación total de uno mismo . 


San Juan dice una frase que no tiene contestación:


Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Con el resto de los seres humanos se puede tener una relación de amor basada en la filias y en el agapé, pero con la pareja, la relación de amor es total y absoluta. Es por eso, que el amor de pareja es, en el escenario humano, el más sublime que puede existir. Tan es así, que los místicos cristianos, sobre todo Santa Teresa y San Juan de la Cruz, asemejan la unión íntima del alma con Dios, como un “matrimonio espiritual”, y en sus poemas, hay determinadas estrofas que son auténticas joyas de la poesía erótica más encendida que uno pueda imaginar.


Es por tanto, que asemejar el amor humano al proceso contemplativo, no es sino trazar un estrecho paralelismo con la vía de la contemplación en el camino hacia Dios, teniendo en cuenta, que si no amamos a nuestra pareja a quien vemos, y por derivada, a nuestros semejantes, a quien también vemos, ¿cómo vamos a amar a Dios a quien no vemos?


Nadie puede amar a Dios si ese amor no pasa por el amor a los otros.


La relación de pareja debería ser el paradigma del amor humano, porque es el más sublime invento de Dios en relación a los hombres. El amor de pareja es reflejo, sacramento del amor de Dios a los seres humanos. Es la mejor parábola que podría Jesús haber narrado, por eso comenzó su vida pública en Caná de Galilea, asistiendo a una boda.


Pero en todos estos asuntos, el planteamiento sobre cómo afrontar la rela-ción de pareja, se puede hacer desde dos enfoques bien distintos, el primero, desde el predominio del “yo”, con todo lo que comporta de luces y de sombras. El segundo es desde el predominio de “Él”, es decir, desde una actitud contemplativa. Incluso, dentro del ámbito del predominio del “yo”, tendríamos como dos estadios, el primero, previo a ser conscientes de que amar es una decisión de la voluntad, y el segundo, una vez somos conscientes de esta realidad. El comportamiento de la relación de pareja cambia radicalmente.


Así pues, vamos a iniciar un recorrido a través de los tres estadios, a modo de concierto para dos almas, que procediendo de mundos diferentes, se convierten en un sólo corazón.


Al primer de los estadios lo denominaremos Allegro. Es el estadio en el que la pareja se conoce y se rige básicamente por las emociones, siendo la capacidad de control de éstas proporcionalmente limitada a su carácter.


El segundo estadio lo denominaremos Andante. Es el estadio en el que la pareja descubre que de las crisis se sale tomando la decisión de amar, lo que supone un nivel de autodominio emocional muy superior al primer estadio.


El tercer estadio lo denominaremos Adagio. Es el estadio en el que la pareja es consciente de que es imagen del amor de Dios a los hombres y adopta una actitud contemplativa en su relación, transfiriendo ambos el control de sus vidas a Su voluntad. Es la vida contemplativa vivida en pareja.



Siendo sensatos, la proporción de parejas que sólo saben interpretar el primer movimiento es prácticamente el 95%. La que son capaces de avanzar hasta el segundo movimiento son digamos que el 5% y podríamos dejar en un infinitésimo 0,1% las que alcanzan a interpretar el tercer movimiento, siendo muy optimistas. Es decir, la realidad de las cosas apunta a que el común de los mortales transcurren sus días y sus años interpretando exclusivamente el primer movimiento.


No es fácil afinar los instrumentos del espíritu para interpretar el segundo movimiento, porque requiere un esfuerzo de “darse cuenta” de la necesidad de poner a trabajar los valores de relación, que son básicamente dos, la escucha y la confianza. Esto es muy difícil aprenderlo por uno mismo. En este sentido, iniciativas como Encuentro Matrimonial son de un valor absolutamente encomiable, puesto que son de las pocas que centran la vida de relación sobre bases de espiritualidad humana (quien quiera ver en ella el Evangelio, que lo vea, y quien quiera ver sólo sentido común, también), pero con la cabeza sobre los hombros, sin pretender elevar a la pareja a alturas místicas, propias de algunos movimientos católicos, que la separan de este mundo a destiempo.


El tercer movimiento, aun calificándolo de actitud contemplativa, supone la plenitud en una pareja que ha sabido trascender, a su debido tiempo la Puerta hacia el océano de Dios. Es la contemplación vivida en pareja. Como tal estatus de plenitud es un ideal, sólo alcanzable desde la vivencia plena de las bienaventuranzas.


Este es pues el proceso de fusión de dos almas en un solo corazón. Es un proceso largo y difícil, toda una vida de aprendizaje en la que la trayectoria del “yo” es desde el “yo mismo” hasta el “nosotros”, sin perder la propia identidad. Y del “nosotros” al “Nosotros” con mayúsculas, ser Uno con Él.
Llámese utopía, llámese ideal, llámese la añoranza de volver al Padre, de regresar a casa, unidos de la mano.


Llámese "te doy mi vida entera".


PRIMER MOVIMIENTO: ALLEGRO

> Audición del primer movimiento de la Sinfonía Nº 6 "Patética" de  Peter Tchaikovsky

El primer movimiento del Concierto podría tener como fondo musical el primer movimiento de la Sinfonía Nº 6 en Si menor “Patética”, Op.74 de Peter Tchaikovsky. Es un movimiento tremendo, con grandes altibajos, con momentos duros alternados con secuencias de una elevada poesía. Todo el espíritu está alterado, sometido a grandes tensiones emocionales, momentos de gran tensión afectiva frente a otros de increíble paz y sosiego, que de repente se ven alterados por  episodios de violencia extrema.


Semejante variedad de momentos lo especifica el compositor con los siguientes tempos:


Adagio – Allegro non troppo – Andante – Moderato mosso – Andante – Moderato assai – Allegro vivo – Andante come prima – Andante mosso.
Los humanos, al entrar en relación afectiva con otra persona, pueden experimentar tres tipos de reacciones, rechazo, tolerancia o aceptación.
La reacción de rechazo es francamente negativa, y supone una seria barrera para la convivencia.


La reacción de tolerancia, abre la puerta a la esperanza de que las personas puedan al menos hablar sin herirse, sin agredirse, sin criticarse. Es el primer paso para la posibilidad de que pueda existir una semilla de amistad.
La reacción de aceptación confirma el camino de la amistad. La aceptación genera empatía, que es la capacidad de una persona de vivenciar la manera en que siente otra persona y de compartir sus sentimientos, lo cual puede llevar a una mejor comprensión de su comportamiento o de su forma de tomar decisiones. Es la habilidad para entender las necesidades, sentimientos y problemas de los demás, poniéndose en su lugar, y responder correctamente a sus reacciones emocionales. 


Si la empatía surge, digamos que se ha establecido el primer lazo de amis-tad, de “philias”. En este nivel de relación, la convivencia comienza a ser fluida, se comparten experiencias, opiniones, se coincide en gustos, en temas de interés. En este nivel de “philias” estamos en los requisitos de mínimos para que la convivencia humana sea posible. Aparecen mutuamente dos actitudes esenciales para la convivencia, la escucha y la confianza. Y surge el diálogo como instrumento de comunicación, razonablemente fluida entrambos.


Nadie sabe a ciencia cierta cómo, porque este es uno de los misterios mejor guardados por la Naturaleza, o por Dios; el caso es que en determinados encuentros y establecimiento de relación interpersonal, entre un hombre y una mujer, surge el componente “eros”, “philias” y “agapé”, más algo más, todo ello manifestado por el fenómeno del enamoramiento. Decimos que surge el amor, ese que hace remover todas las entrañas de él y de ella, que les enloquece, les obsesiona y centra toda su atención en el otro. Nuestra vida no volverá la misma a partir de entonces.


Los psicólogos dicen que cuando se establecen lazos de amistad, se busca personas que compartan contigo tus aficiones y forma de ver la vida; se buscan amigos en personas semejantes a uno mismo. En el amor de pareja, el amor surge del deseo profundo de encontrar alguien que te complemente, que te aporte lo que tú no posees. Es aquello de la media naranja. Aunque otros opinan lo contrario, que todo ser humano está completo, y que no aporta el 50% que se complementa con el otro, sino que ambos aportan el 100%.
Es posible que nunca lleguemos a un acuerdo.


Sea como sea, el amor surge “porque sí”. Se pueden dar muchas explica-ciones, pero ninguna será plenamente explicativa del fenómeno.


Lo que sí es cierto, o al menos vamos a considerarlo como bastante proba-ble, es que las tres cualidades del amor, “eros, philias y agapé”, corresponden a la intervención de los tres planos del cerebro humano.

Los tres atributos del amor.


Eros:  procede, tiene su origen, en la parte más instintiva del cerebro humano, y corresponde a la sexualidad desde lo más fisiológico y genital. En nosotros habita el instinto de supervivencia y de conservación de la especie. Es un pool tan primario, tan arcano, tan profundo, que no lo podemos reprimir fácilmente. De este modo, cuando se produce el acuerdo entrambos, el deseo sexual se expresa con una gradación bastante amplia de explosividad. Es lo que Ortega denomina “embalamiento emocional” .


El embalamiento emocional obsesiona y te domina, y prende la pasión. Ortega denomina a este estado con un calificativo un poco despectivo, una época de estupidez transitoria, en el que el pool emocional domina todas nuestras obras, y todos nuestros pensamientos. Podemos creemos que eso es el amor verdadero, cuando sólo es la espoleta que desencadena todo el proceso de instauración del amor. Es un acontecimiento tan inconsciente como efímero. Todos aquellos que basan sus decisiones sólo en función del arrebato afectivo que produce el enamoramiento, están bajo el riesgo de la posterior desilusión.


La carga erótica es la que predomina; por tanto lo que se siente es funda-mentalmente los efectos de la revolución neuroquímica del embalamiento emocional. Esto es cosa de los neuropéptidos , en concreto intervienen la occitocina y la vasopresina, hormonas ambas de crear sensaciones de excitación y placer, así como elevadas cantidades de endorfinas (que actúan como un fuerte anestésico natural). Decimos esto porque, un ena-morado “colocado” presenta sobreactivadas las mismas áreas cerebrales que los adictos a drogas estimulantes como la cocaína o las anfetaminas. Todo esto es la expresión neuroquímica de los instintos primarios que revolucionan nuestra sexualidad en su faceta más instintiva, la genitalidad.


La pasión sexual eleva las concentraciones en sangre de testosterona y estrógenos, hormonas que provocan niveles elevados de excitación, así como de deseo irreprimible de satisfacer el instinto sexual. Si la pareja se deja llevar de este embalamiento puede que, creyendo que se aman desesperadamente, cometan las mayores insensateces, en aras de satisfacer lo que es únicamente puro instinto sexual.


Dicho así, parece que todo esto es una ilusión tan falsa como efímera, cuando en realidad es lo más maravilloso que puede experimentar el ser humano. Es un destello de Iluminación, el resplandor de Dios por un instante eterno, que vivido en el extremo, la pareja quisiera que no amaneciera; podrían morir así. Es toda la vida en un instante. El problema es que es un instante, o una época demasiado corta como para poder basar toda la vida en esa pasión. Es la llamada de la Naturaleza y del Espíritu al Amor más íntimo y entregado. Pero sólo eso, la llamada, absolutamente imprescindible para lo que vendrá después, el Amor.


Si pasado el despertar del amor, la relación sólo se mantiene sobre la base del poder del “eros”, lo que se ha producido no ha sido amor, sino simple y puro deseo genital, tan efímero como amargo.


Philias:
El segundo atributo del amor, la philias o amistad, suele apare-cer simultáneamente al “eros”. La “philias” procede del sistema límbico, del cerebro de los mamíferos. La “philias” se manifiesta en amistad, o deseo de pertenencia, de formar un núcleo de convivencia, de compartir vida y descendencia. La amistad forma comunidad, manifestada en el deseo de compartir experiencias, recuerdos, aficiones, proyectos en común. La amistad propicia la comunicación, especialmente el diálogo, y canaliza las emociones. Toda la afectividad fluye en este nivel. La amistad convierte el simple instinto genital en una sexualidad vivida como afectividad corporal. No solo se desea la penetración, sino las caricias, las palabras de afecto, la sonrisa, la cercanía, la expresividad manifiesta de aceptación.


Por otro lado, la philias es el atributo más extendido del amor entre los seres humanos, porque es el que permite establecer relaciones de empatía (identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro RALE) y simpatía (inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua RALE). Las relaciones humanas en condición de normalidad discurren desde la philias, con un mayor o menor grado de proximidad afectiva. Es la philias, la que hace que este mundo sea habitable. Es una cualidad plenamente humana, que haciéndose consciente, adorna al ser humano con una de sus más encantadoras cualidades, dado que le permite establecer una familia, cuidar de los hijos, defender su entorno y organizar la convivencia.


Agapé: El tercero de los atributos del amor es el “agapé” o donación de uno mismo. Es el atributo más elevado del amor, lo transforma en plenitud en humano, y hace que los otros dos atributos, el eros y la philias superen el estadio estrictamente genital y gregario, para transformarse en sexualidad y amistad profunda, pero sobre todo, abre el camino hacia el verdadero Amor, con mayúsculas.


El agapé es la donación y entrega de uno mismo al otro o a los demás. Es una donación gratuita, en la que las barreras que separan el ámbito del “yo” de cada cual, se desvanecen, y te permiten ver el “todos somos Uno”, la unidad de corazón, sin renunciar a la propia identidad. Es un atri-buto de frontera entre lo puramente intelectual, aportado por la corteza cerebral, y la consciencia expandida del alma humana, aquella que es capaz de entrar en contacto con lo sutil, lo trascendente; aquella que es capaz de acceder a la contemplación de Dios.


Agapé supone amar al otro, a los demás “como Él nos ha amado”. Los cris-tianos tenemos como referencia del agapé la vida de Jesús de Nazareth o de María. Pero en general, son referentes de agapé todos aquellos seres humanos que han sabido entregarse a los demás de modo desinteresado. Y en el extremo, el matrimonio entre un hombre y una mujer, presidido por la entrega amorosa íntima y responsable del uno en el otro y al producto de ese amor, sus hijos, es el mejor ejemplo de Amor en su más alta expresión en el ser humano.


Agapé significa en griego “comida fraternal”, donde la comida es compartida por los comensales, donde se comparte lo que se tiene entre todos. La expresión máxima que simboliza el ágape cristiano es la Eucaristía, donde Jesús mismo simboliza en el pan y el vino la donación total de sí mismo.
Pues bien, el amor humano comienza a tener visos de verosimilitud cuando aparece el atributo de agapé. Mientras sólo emerge en la relación interpersonal el eros y la philias, estamos ante una relación básicamente dominada por el “yo”, por el “ego”, donde mi “yo” es diferente a tu “yo”, donde entrambos existe una barrera difícil de franquear, por la cual, a lo máximo que se llega es a un relativo compromiso, en esencia contractual, que en el mejor de los casos llega a un acuerdo en los términos de “yo gano, tu ganas”. 


En condiciones normales, impulsado exclusivamente por los sentimientos, el amor humano sólo sabe sustentarse en el eros y la philias. Para empezar está bien. La ilusión del “me cae simpática/o” y “qué cuerpo tiene” puede ser una forma de fijarnos en el otro. Digamos que es el reclamo publicitario, vehiculado por las feromonas que vuelven loco al macho y a la hembra. Que te caiga simpático y tenga un carácter desenfadado, atractivo, etc., es un acicate para gustar de mantener una conversación animada y quedar para salir. Es un buen principio; digamos que es condición necesaria pero en absoluto suficiente para cimentar una relación de amor, al nivel que exige la vida en pareja.


Aquí es donde surgen el principal problema, fruto del esplendor de lo que es sólo una ilusión.


Ilusiones


Una ilusión es definida por la Real Academia de la Lengua bajo tres acepciones, y las tres son aplicables al caso.


1. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.


2. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.


3. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.


Efectivamente, la ilusión es el sentimiento que se experimenta al entablar una relación interpersonal con la otra persona por la que uno se siente atraído, y comprueba que es correspondido. Esto hace surgir la complacencia hacia esa persona, y genera esperanza de que esa relación pueda ir a más. Hasta ahí bien. “Peeero…” no se puede ignorar la primera de las acepciones que es la que tiene más y peores consecuencias. En nuestro caso, creer que se ama a alguien con quien se ha establecido una relación de empatía, y además nos atrae físicamente por tener ciertos encantos anatómicos que nos estimulan y despiertan nuestras fantasías sexuales, es correr el riesgo de sufrir un tremendo desengaño, tanto más desagradable cuanto más ilusión (en el sentido de “esperanza”) teníamos hacia la persona hacia la que estábamos ilusionados (en el sentido de “viva complacencia”).


Amor y egoísmo son extremos antagónicos e incompatibles entre sí.


Esta afirmación, bajo ningún concepto es negociable. Si se duda de ella, podemos dejar este discurso.


Amor y egoísmo son fuerzas antagónicas que conviven en este mundo, como el trigo convive con la cizaña. Y así tiene que ser, aunque parezca un contrasentido, dada la naturaleza humana y su condición.


Quede claro sin embargo, como dice Jesús de Nazareth, no es posible servir a dos señores, a Dios y al dinero; al Amor y al egoísmo.


Egoísmo es, según la Real Academia, “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás”. En otras palabras ego –ismo significa el culto al “yo”.


La Real Academia define, por otro lado, el amor como un “Sentimiento in-tenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”.


Es importante detenernos en el aspecto de “la propia insuficiencia” y del componente de “necesidad”, porque ambos son los motores que inducen a buscar el amor del otro.


Frente al excesivo amor a uno mismo, en que se basa el egoísmo, surge la búsqueda del otro para cubrir las insuficiencias que parece ser que el ser humano sufre. “No es bueno que el hombre esté solo” .


Pues bien, en la búsqueda del amor, la primera aproximación espontánea, que le surge al ser humano es la de desear al otro para satisfacer sus pro-pias necesidades afectivas. Si es esto lo que realmente se busca, entonces lo que se está tratando de conseguir no es establecer una relación de amor, sino una relación de posesión de alguien, para conseguir satisfacer los propios deseos de… placer, seguridad, comida, refugio, sostén económico, afecto, valoración, sentimiento de pertenencia al grupo (la familia), eso si, sin dejar de ser autónomo, si no independiente. Como lógicamente el otro busca lo mismo, al final entre la pareja se establece un pacto de compromiso por el que se produce un intercambio de aportes afectivos y materiales que más o menos, permiten un cierto grado de convivencia, que no es poco. De hecho, la inmensa mayoría de parejas van al matrimonio con el convencimiento de que esto es amar al otro.


Este planteamiento basado en el predominio del “eros” y la “philias”, más una dosis más bien raquítica de agapé, la necesaria y suficiente como para pactar disfrutar de bienes en régimen de gananciales, en su caso, y el uso y entrega de los cuerpos para satisfacer las necesidades sexuales, es el que se hacen en general las parejas que deciden casarse. No obstante muchos acuerdan vivir en régimen de separación de bienes, es decir, lo mío es mío y lo tuyo es tuyo, aunque lo disfrutemos ambos, mientras dure lo que la Real Academia y la psicología general califica de “amor como sentimiento”.


Con este planteamiento se está cimentando la relación sobre terreno de arenas movedizas, pues literalmente todo el edificio de la relación de pareja, conyugal o no,  se soporta en la solidez y permanencia en el tiempo que pueda tener el amor, considerado como sentimiento.


Cimentar la vida en común en una ilusión, que hoy es y mañana puede que desaparezca, agravada por el sólo compromiso de acordar compartir bienes,  afecto, y lo peor, hijos, sobre la base de la satisfacción de las propias necesidades, convierte a los miembros de la pareja en “ilusos”, “personas propensas a ilusionarse”.


Lamentablemente, la educación que se recibe, el testimonio de los padres y los mensajes que lanza la Sociedad a través de los medios de comunicación de masas inducen a plantearse la relación humana entre hombre y mujer, de la forma descrita. 


Una publicidad reciente de un operador telefónico planteaba su reclamo publicitario con esta frase:


“Si no me voy a atar a un tío, menos a un operador de telefonía móvil”


Atarse a un tío, o a una tía. Eso es mantener una relación de pareja, al parecer, según nuestra sociedad post moderna. Con esta imagen, se ve al otro como un perfecto desconocido, que puede llegar a hacerme “tilín”, o ponerme “cachondo/a”, con el que me mola echar de vez en cuando un polvo, pasar un fin de semana de cine, y cuando me o nos  apetezca, hayamos follado como monos y estemos cansados del mismo culo y las mismas tetas, “tú a Boston y yo a California”. Porque… “no estoy dispuesta/o a atarme a un tío/a”.


Pido perdón por lo soez de los términos empleados, pero merece la pena describir la situación tal y como la conciben los que así piensan, que a día de hoy son una gran mayoría de jóvenes.


Es decir, “eros” y como mucho “philias”. Y nada más.


Planteamiento general de las necesidades


Los seres humanos vivimos necesitados de múltiples cosas, desde el aire que respiramos, la comida que comemos, el agua que bebemos, el vestido con que nos protegemos del frío, y del dinero que necesitamos para conseguir todo lo anterior.


La jerarquía de necesidades del ser humano fue definida por Maslow en su conocida “Pirámide de Maslow”. Es una teoría psicológica propuesta por Abraham Maslow en su trabajo de 1943 Una teoría sobre la motivación humana , posteriormente ampliada. Maslow formuló una jerarquía de las necesidades humanas y su teoría defiende que conforme se satisfacen las necesidades básicas, los seres humanos desarrollamos necesidades y deseos más elevados.


La jerarquía de necesidades de Maslow  se describe a menudo como una pirámide que consta de 5 niveles: Los cuatro primeros niveles pueden ser agrupados como necesidades del déficit (Deficit needs); el nivel superior se le denomina como una necesidad del ser o de superavit (being needs). La diferencia estriba en que mientras las necesidades de déficit pueden ser satisfechas, las necesidades del ser son una fuerza impelente continua. La idea básica (y cuestionable) de esta jerarquía es que las necesidades más altas ocupan nuestra atención sólo una vez se han satisfecho necesidades inferiores en la pirámide. Las fuerzas de crecimiento dan lugar a un movimiento hacia arriba en la jerarquía, mientras que las fuerzas regresivas empujan las necesidades prepotentes hacia abajo en la jerarquía. En términos de economía se usaba mucho este método de jerarquización, hasta que se simplificó en una sola "felicidad".


Según la pirámide de Maslow experimentamos los siguientes grupos de necesidades:


Necesidades fisiológicas básicas
.  Son necesidades fisiológicas básicas para mantener la homeostasis, dentro de estas se incluyen la necesidad de respirar,  de beber agua, de dormir,  de regular la homeostasis (ausencia de enfermedad), de comer, de liberar desechos corporales, de satisfacer el impulso sexual. 


Necesidad de seguridad
. Surgen de la necesidad de que la persona se sienta segura y protegida. Dentro de ellas se encuentran: seguridad física, de empleo, de ingresos y recursos, moral y fisiológica, familiar, de salud, contra el crimen de la propiedad personal, de autoestima 


Necesidad de afiliación
. Están relacionadas con el desarrollo afectivo del individuo, son las necesidades de asociación, participación y aceptación. En el grupo de trabajo, entre estas se encuentran: la amistad, el afecto y el amor. Se satisfacen mediante las funciones de servicio a los demás y prestaciones que incluyen actividades de solidaridad y convivencia, tales como deportivas, culturales y recreativas. En una palabra, vida en comunidad y trabajo en equipo.


Necesidad de reconocimiento
. Se refieren a la manera en que se reconoce el trabajo del personal, se relaciona con la autoestima.


Necesidad de autorrealización
. Son las más elevadas, se hallan en la cima de la jerarquía, a través de su satisfacción personal, encuentran un sentido a la vida mediante el desarrollo de su potencial en una actividad.


Maslow definió en su pirámide las necesidades básicas del individuo de una manera jerárquica, colocando las necesidades más básicas o simples en la base de la pirámide y las más relevantes o fundamentales en el ápice de la pirámide, a medida que las necesidades van siendo satisfechas o logradas surgen otras de un nivel superior o mejor. En la última fase se encuentra con la "auto-realización" que no es más que un nivel de plena felicidad o armonía.


Este planteamiento no está exento de críticas, sobre todo por la jerarquización, ya que otras corrientes plantean que las necesidades no son piramidales, es decir, que, salvo las necesidades básicas relacionadas con la supervivencia física del individuo en tiempo real, es decir, respirar, hidratarse, comer y casi poco más, el resto de necesidades las puede expresar el individuo de modo prácticamente simultáneo. Un pobre de solemnidad, no por carecer de lo necesario para vivir, tiene por qué renunciar o no prestar atención a su necesidad de afecto. Es más, los que menos necesitan bienes materiales son a la larga los que más desarrollan esas necesidades afectivas que según Maslow parece que sólo interesan a los que tienen todas sus necesidades materiales resueltas.


Necesidades afectivas según Encuentro Matrimonial

En la relación interpersonal de una pareja que siente los lazos del amor, subyace la necesidad de satisfacer un conjunto muy importante de necesidades de todo tipo. Antiguamente, cuando la mujer no estaba incorporada al mercado laboral, la única forma de garantizar su supervivencia era, o bien meterse monja, o bien casarse con un hombre que aceptara mantenerla, y así cubrir, no sólo sus necesidades afectivas, sino sus necesidades básicas. De igual forma el hombre, si quería tener su casa ordenada y la mesa puesta al llegar de trabajar, así como hijos que garantizasen su descendencia. Así las cosas, el matrimonio tradicional se ha basado en un porcentaje muy elevado de casos en motivos absolutamente prosaicos, centrados en términos de utilidad a efectos de garantía de seguridad. El resquicio para el amor donación, puede que lo hubiera, pero no era la clave del establecimiento de la relación conyugal.


En la actualidad, con la mujer capaz de satisfacer por sí misma sus necesidades básicas, así como el hombre, se puede empezar a hablar que la decisión de establecer la relación puede basarse preferentemente en la satisfacción de las necesidades afectivas.


Encuentro Matrimonial
, movimiento originariamente cristiano (extendido a otras confesiones religiosas) orientado al crecimiento de la relación de la pareja define para el ser humano cuatro necesidades afectivas fundamentales, que son la necesidad de sentirse amado, de ser válido, de pertenencia y la necesidad de ser autónomo.


La necesidad de ser autónomo supone la necesidad de autorrealización, de ser uno mismo, de ser libre, aunque no independiente.


La necesidad de pertenencia supone el deseo de saberse aceptado por el otro, formando parte de su vida, integrado en el grupo, en el núcleo de personas con las que se convive.


La necesidad de ser válido supone el deseo de sentirse aceptado y reconocido por el otro, o los demás, en función de las capacidades, de la valía personal, de la autoridad humana y profesional, del buen hacer, del trabajo solidario con el grupo. En definitiva ser válido es equivalente a satisfacer la autoestima.
La necesidad de ser amado supone el deseo de ser aceptado por el otro o los demás en tanto soy, por quien soy, yo como persona.


Si comparamos con el modelo de Maslow, la autonomía entra dentro de las necesidades de autorrealización, la pertenencia en las de filiación, la de ser válido, claramente en las de reconocimiento, y la de sentirse amado, en realidad no se puede catalogar en ninguna de las tres de modo directo, porque sería casi imposible sentirse amado, pero no ser válido, o no estar en pertenencia, o no sentirse autónomo. No obstante, de tener que establecer una relación de ser amado con los grupos de Maslow, podríamos hacerlo con el de afiliación.


De aquí podemos ver que las necesidades de ser amado y vivir en perte-nencia, ambas dentro de las necesidades de afiliación de Maslow, van tan parejas que pueden realmente agruparse en una sola, ser amado.


Por otro lado, las necesidades de autoestima (ser válido) y autorrealización (autonomía), podrían estar también asociadas bajo un mismo concepto, la validez. 


Como enfoque general, el criterio sostenido en Encuentro Matrimonial sobre la vivencia de los humanos en la búsqueda de la satisfacción de las necesidades afectivas se centra en el hecho de que tendemos a buscar la satisfacción de determinadas necesidades, mientras desatendemos otras. Así, en el planteamiento general de las cuatro necesidades básicas (en realidad dos, sentirse amado y sentirse valorado), la excesiva atención de una supone por desequilibrio desatender la otra. Como quiera que esto supondrá una pérdida de afectividad seria, el sistema no será estable, y la vivencia de esa situación nos reportará un malestar emocional que lejos de neutralizarlo insistiendo en sobrealimentar la que ya de por sí está sobrealimentada, este desequilibrio no podrá ser resuelto mientras no atendamos a la necesidad que está ahí olvidada. Vaya por delante que “atender a nuestras necesidades afectivas” no consiste en “esperar” a que el otro (los demás) nos las cubran, sino en vivir nosotros para que el otro (los demás) se sientan amados y validos, amándoles y valorándoles. Dicho así, esto parece complicado, pero al final lo que viene a decir es que el amor es integral, jamás puede ser parcial. Si deseas que te amen, ama tú primero. Si deseas que te valoren, valora tú primero. Y piensa en cuáles han sido tus carencias afectivas desde bien pequeño, que hacen, busques denodadamente “pordiosear” continuamente un poquito amor o reconocimiento de los demás. Porque la otra necesidad, a fuerza de olvidarla, te llevará a una situación de desamparo afectivo que pasará factura. La está pasando ya.


Marco general de relación


Una vez expuesto el ámbito de las necesidades del ser humano, en el fondo, la base de la relación se establece - en su faceta más íntima, que es la relación de pareja o conyugal -, como consecuencia de la búsqueda de la satisfacción de las necesidades, tanto básicas como afectivas.


Cuando la persona está dispuesta a decir “sí, quiero”, está diciendo estar dispuesta a establecer indefinidamente un compromiso de cooperación mutua, una alianza con la otra persona, por la que juntos, comenzarán una vida en la que cada uno asume la entrega al otro de todo su ser, lo que es, y lo que sabe hacer, a fin de que entre los dos, las necesidades básicas y afectivas de ambos queden cubiertas, lo que según la psicología moderna, se acepta está en la base de la felicidad.


A partir de esta premisa, se establece el marco de relación, de convivencia diaria; algo muy diferente de la relación sostenida en la época de noviazgo, focalizada en citas más o menos frecuentes, cartas durante las ausencias más o menos prolongadas, pero no convivencia doméstica, salvo que decidieran mantener relaciones prematrimoniales, o establecer el status de pareja de hecho, lo que les introduce en la convivencia doméstica por acuerdo particular sin el establecimiento oficial del pacto de convivencia que supone contraer matrimonio, civil o religioso.


Centrados en la convivencia diaria, se activa el proceso de relación conti-nua, así como la dinámica de alimentación de las necesidades de todo tipo.
Las necesidades básicas se supone que están cubiertas mediante el trabajo de uno de los dos o de ambos.


Las necesidades afectivas les sumergen en la vida de relación matrimonial.
En este escenario, van a aparecer uno tras otros los elementos que suponen en soporte de la relación conyugal. De su adecuado desarrollo depende la vida de la pareja y su felicidad.


En primer lugar están los sentimientos o reacciones espontáneas que sur-gen desde el interior de la persona, ante las situaciones que nos plantea la vida diaria, especialmente la de relación.


En segundo lugar están los pensamientos y juicios que se desencadenan en relación los sentimientos. Aquí entra de lleno el “yo”, como fábrica y a la vez producto de nuestra mente, así como los modelos de realidad que cada cual se construye en función de cómo le va en la feria, y el nivel de satisfacción de sus necesidades afectivas.


En tercer lugar están las actitudes y comportamientos que se producen en función, tanto de los sentimientos como de los pensamientos elaborados. Las actitudes y comportamientos van forjando poco a poco los estereotipos de personalidad  o patrones de comportamiento.


En el fondo de estos tres elementos subyace el nivel de satisfacción de nuestras necesidades.


Hay que considerar que la vida de relación de amor es un camino que partiendo de una actitud “ego – ista”, es decir, basada en el “yo”, en el “ego” como centro de mi existencia, se dirige hacia una actitud de “común – unión”, donde el “yo” propio se funde con el “yo” del otro, sin perder la propia identidad. Es pasar de ver al otro como alguien diferente de yo mismo, para verle como parte íntima de mí mismo. Es ni más ni menos que alcanzar ser dos almas y un solo corazón.


La condición “sine qua non” para caminar en la relación conyugal requiere “tomar conciencia”, “ser consciente”, “darse cuenta” de cuál es la esencia de la relación conyugal, y a qué conduce. Es darse cuenta de que se parte como individuo aislado, centrado en sí mismo, con el deseo consciente o inconsciente de satisfacer las propias necesidades, para lograr alcanzar un estatus de relación centrado en la unidad de la pareja, focalizado en la donación a esa nueva entidad que es la pareja, para, manteniendo la propia identidad, llegar a ser un sólo corazón, con vida propia.


Pero para llegar a este estado de plenitud hay que saber cultivar el amor en sus tres vertientes platónicas, el eros, la philias y el agapé.


Para cultivar el eros, la pareja precisa cultivar su relación sexual amplia-mente, sin temores, sin vergüenza, sin reproches. Si no hay sexualidad no hay pareja, no hay matrimonio.


Para cultivar la philias, la pareja precisa vivir el diálogo, la comunicación íntima, expresando todo lo que lleva por dentro, tanto para expresar las alegrías como las penas.


Para cultivar el agapé, la pareja precisa vivir otra dimensión, la espirituali-dad. Precisa ser consciente de la presencia de Dios en nuestras vidas. Y no estamos hablando de ninguna práctica religiosa determinada, sino simplemente de “tomar conciencia” de que somos uno en Él, estar los dos en comunicación con Él y que la donación total no se consigue por nuestras propias fuerzas. El agapé entronca totalmente con la dimensión espiritual del ser humano, y el desarrollo de esa espiritualidad sólo se consigue dejándole a Él obrar en nosotros. Es por eso que para cultivar el agapé, la pareja tiene que vivir la oración.


A estos tres caminos, la sexualidad, el diálogo y la oración Encuentro Matrimonial los denomina “las tres vías de presencia”.


Vivir la relación sólo o preferentemente desde la energía que aporta la sexualidad, por muy romántica que sea, limita el crecimiento de la pareja a lo que puede dar de sí el primer movimiento del concierto, el Allegro.
Vivir la relación desde la sexualidad y el diálogo, permite entrar a interpre-tar el segundo movimiento, el Andante, lo que supone un salto cualitativo espectacular.


Vivir la relación desde las tres vías hace posible pasar a vivir el tercer movimiento, el Adagio, que simboliza la plenitud de la vida en pareja.
En el concierto para dos almas y un sólo corazón, mientras la pareja no es consciente de esta realidad nueva que ambos han creado, estarán interpretando el primer movimiento, cuando lleguen a ser consciente de ella, comenzarán a interpretar el segundo movimiento.


Enfoque en los sentimientos

Los sentimientos son estados afectivos del ánimo, producido por factores internos o externos que lo estimulan. Como tales, son reacciones espontáneas, en principio no premeditadas. Surgen, para entendernos, sin inter-vención de la consciencia. Digamos en una primera aproximación que se dan, y punto. Las causas que los generan pueden ser tanto positivas como negativas, de modo que el sentimiento puede ser agradable o des-agradable.


Es algo parecido a los síntomas y sensaciones físicas. Es agradable la sensación de relax, de confort, de suavidad, cálida si hace frío, o refrescante si hace calor. En el otro extremo, sensaciones de dolor, picor, mareo, nausea, inflamación, hambre, sed, frío si hace frío o calor, si hace calor, son sensaciones negativas. De igual forma los sentimientos agradables son consecuencia de vivir situaciones relajadas, estimulantes, ilusionantes, mientras que las desagradables con consecuencias de vivir problemas ante los que reaccionamos de diferentes formas, bien con preocupación, temor, bien con tristeza, sensación de fracaso, bien con enfado, sensación de irritación.


Los sentimientos se elaboran, como respuesta a la interacción con el entorno, desde las capas inferiores del cerebro. Desde el cerebro reptiliano se suelen desencadenar las sensaciones de miedo y enfado. Desde el me-sencéfalo, se desencadenan las sensaciones de tristeza y de alegría, bási-camente y dicho esto de un modo resumido.


Las situaciones que provocan una reacción emocional de miedo, con una gradación desde el simple temor por una presunta amenaza hasta el pánico por un peligro real y severo, suelen provocar reacciones de defensa, activan la lagartija, y o bien respondemos con la huida o bien con alarma (al arma), y procedemos a defendernos con una reacción de lucha, mezcla de miedo y enfado. Etc.
Las situaciones que provocan tristeza, están más bien asociadas a situaciones de fracaso, de derrota, de “todo salió mal”. Inducen reacciones de abandono, depresivas, de “tirar la toalla”, de incapacidad para dar una respuesta, de resignación.


Los sentimientos, en general no se suelen compartir abiertamente, sino que se expresan por las actitudes que tomamos como respuesta primaria hacia ellos, empezando por el no verbal que expresa nuestro rostro. Dice Daniel Goleman en su libro “Inteligencia emocional” que estas familias de sentimientos son universales porque se expresan en el rostro y son identificables en todas las razas del mundo. Pero en la convivencia diaria de la pareja, como quiera que estos sentimientos suponen el motor de gran carga de nuestro comportamiento, están envueltos en un halo de culpabilidad, sobre todo si la reacción es de ataque o defensa.


Ante este problema, Encuentro Matrimonial avisa, primero de todo de que los sentimientos no tienen moralidad; no son ni buenos ni malos, y nadie tiene por qué sentir vergüenza o culpabilidad por sentirse de una determi-nada forma o manera.


Papel del pensamiento


En el primer estadio de la vida en pareja, los sentimientos son los que do-minan la escena de la relación, tanto más cuanto más fuertes son. Tanto en el sentido positivo como en el negativo.


El pensamiento viene detrás, y no para neutralizar los excesos emocionales de los sentimientos, sino justamente para potenciarlos en ambos sentidos.
Me explico.


En el comienzo de la vida juntos, lo habitual es vivir la primera de las fases del ciclo de relación, que Encuentro Matrimonial lo resume en romance, desilusión y júbilo. 


El romance, como su propio nombre sugiere es un periodo dulce, de senti-mientos amorosos, en el que la pareja va viento en empopada y cree que vuela. El placer y las delicias de una relación romántica plena, eleva a la pareja a los cielos. 


Ciertamente la vivencia del acto sexual es uno de esos momentos en el que la persona siente como se detiene el tiempo, y la mente se aquieta, como tratando de convertir el momento en un instante eterno. Es lo que Maslow denomina, una de esas “experiencias cumbre”. Por un momento volvemos a casa, a nuestro verdadero yo . Los antiguos zoroastrianos en sus templos tenían sacerdotisas meretrices con las que se podía copular, como un acto sagrado, porque se pensaba que el orgasmo era un momento de éxtasis espiritual, en el que se entraba en contacto íntimo con el Creador. 


Es decir, la experiencia sexual puede ser tan intensa que puede ser posible creer que sobre esta experiencia se fundamenta totalmente el amor de la pareja. Si ciertamente es condición necesaria para vivir el Amor, no es suficiente. Es importante vivir este tiempo, primero porque es condición sine qua non para una vida de relación plena y segundo, porque siempre lo recordaremos con especial cariño.


Pero lo recordaremos porque sencillamente el romance basado en el clímax sexual tiene siempre un principio y un final. No hay un romance eterno, visto desde la perspectiva de una situación sostenida exclusivamente por sentimientos positivos originados en el placer de la relación sexual.


Hay un refrán bastante malintencionado, como muchos que la sociedad ha inventado respecto del matrimonio, que dice, “el amor es una enfermedad que se cura con el matrimonio”. Es decir, el amor vivido sólo como romance, como el embalamiento emocional de Ortega, dura lo que dura el noviazgo, y a lo sumo los primeros meses, a lo sumo uno o dos años de vida conyugal. 


El pensamiento en esta fase idílica se cree a pies juntillas que eso es amor y trata de vivirlo con total intensidad. Fabrica un modelo de relación basado en los sentimientos de cercanía y en la atracción sexual, y por consecuencia en el placer y el goce físico y psíquico que provoca el erotismo vivido hasta el paroxismo, en su caso.


Como quiera que la Vida no nos da un manual de instrucciones sobre el matrimonio antes de casarnos, la pareja no le queda más remedio, primero que disfrutar a tope de esos meses o primeros años de placer y romanticismo exacerbado, para luego, aprender que esa es sólo la primera fase del amor, gracias a al cual es posible comenzar la relación. Casi no se concibe una relación que comience por el segundo movimiento, sin antes no haber experimentado el primero. Acaso dos viudos o divorciados, puede que comiencen su relación siendo consciente de todo esto, entre otras cosas porque cayeron como pardillos en su primer amor. 


Los psicólogos dicen que el amor, así entendido, dura a lo sumo cuatro años, tras los cuales sobreviene más tarde o más temprano, la desilusión.


La desilusión supone una dura caída, pues supone sufrir el primer “round” entre el Amor con mayúsculas y el egoísmo.


¿Qué ha pasado? ¿Por qué el deleite se ha difuminado? Primero de todo porque es imposible vivir en éxtasis amoroso demasiado tiempo, segundo porque cuando se comienza a convivir surge algo que de novios no se tuvo en cuenta, la inclinación a satisfacer nuestras necesidades a costa del otro. No todo consiste en el coito, quedan 23 horas más en el día, quince si descontamos las horas de sueño, en las que también se necesita cubrir nuestras necesidades, en un ambiente en el que cada cual comienza a sacar sus manías. Es eso de empezar a notar que el uno ronca y la otra no está tan guapa con los rulos, como cuando salíamos a cenar.


Un buen compañero mío me comentó una vez, que la vida en pareja tiene un punto de inflexión en el momento en el que nos tiramos el primer pedo delante del otro. Es decir, cuando nos damos cuenta de que no nos hemos casado con un ser celestial que es capaz de transportarnos a las más altas cumbres del éxtasis amoroso, sino con alguien que caga y mea como cualquier hijo de vecino, se tira pedos como yo y huele mal cuando suda y no se lava. Eso por no empezar a criticar que se enfada, que me critica, que no me deja en paz, que me obliga a planificarme el tiempo según su gusto, etc. Me siento engañado, desilusionado.


La primera gran desilusión suele ser bastante traumática. La primera pelea, la primera confrontación te obliga a poner los pies en el suelo y reconocer que te enfrentas a convivir con alguien de carne y hueso. Pero lo peor es que descubre que ese alguien ni te quiere como suponías, ni te valora como suponías, ni te sientes tan unido a él o ella como suponías, y encima te tiene cogido por sálvese la parte, con lo que limita continuamente tu autonomía y no te deja ni respirar. Es decir, descubres que tienes todas tus necesidades básicas al descubierto. O ni siquiera lo descubres, pero tu inconsciente lo percibe. De alguna forma todo tu ser reacciona ante la desilusión de ver como el otro ha descuidado lo que tú suponías, era su obligación, hacerte feliz. 


Y surge todo el cortejo de sentimientos negativos, desde la tristeza, de soledad, frustración, incertidumbre, malestar, indignación, irritación. Etc.
Es un trago amargo, más o menos intenso, pero que te induce a pensar que esto no es lo que era, y que te sitúa ante un futuro poco halagüeño.


Y ahora interviene el pensamiento, tratándose de hacer una componenda para situar todos los elementos del nuevo escenario de convivencia.


Sin darnos cuenta, descubrimos que el otro nos ha proyectado una imagen de él, que no es la auténtica, porque creíamos que “no se tiraba pedos” y resulta que se los tira. Es decir, empezamos a descubrir que durante la relación sostenida durante el noviazgo y en los primeros meses o años de relación, ella o él me ha ocultado algo que ahora descubro, si no con horror, sí al menos con preocupación, porque me malicio que no me va a quedar más remedio que aguantar… “hasta que la muerte nos separe”, o se me inflen las narices.


La cosa podría pintar mal.


Lo que sucede es que el pensamiento comienza a elaborar un modelo de realidad. La tiene elaborada ya de antemano sobre mí mismo, y ahora, después del primer incidente de relación, desvanecida la nube del enamoramiento (gracias a Dios), la comienza a elaborar también sobre el otro.


Ahora empezamos a vivir lo que creemos que son realidades, cuando en el fondo siguen siendo sueños, que son, número uno, “yo” soy lo que mi pensamiento ha elaborado sobre mí. Y número dos, “tú” eres lo que mi pensamiento comienza a elaborar sobre ti.


Así las cosas, la diferencia entre el enamoramiento y la desilusión consiste en que cambiamos de un sueño agradable a otro desagradable. Pero el grado de verosimilitud en ambos casos es realmente bajo. Porque ambos son sueños.


La ventana de Johari


Joseph Luft y Harry Ingham han descrito el escenario expuesto, acudiendo a un esquema que facilita la comprensión sobre nuestras dificultades de conocernos en nuestra relación interpersonal .


Como se puede ver, consiste en cuatro cuadrantes donde se representan cuatro posibilidades. 1) Lo que conozco yo sobre mí y además también conocen los demás (o el otro) Es el área libre. 2) Lo que conozco yo de mí, pero el otro desconoce. Es el área oculta. 3) Lo que yo desconozco de mí, pero el otro ha descubierto. Es el área ciega. Y 4), Lo que ni yo ni el otro conocemos sobre mí. Es el área desconocida. Si tomamos las cuatro áreas o cuadrantes en sentido vertical (columnas) o en sentido horizontal (franjas), las dos columnas representan el yo, y las dos franjas representan el grupo. Las informaciones contenidas en dichas franjas y columnas no son estáticas, sino que se desplazan de un cuadrante a otro, en la medida en que varían dentro del grupo el grado de confianza recíproca y el intercambio de «feedback». Como resultado de dicho movimiento, el tamaño y el formato de los respectivos cuadrantes experimentarán otras tantas modificaciones en el interior de la ventana.

En la ventana, el área libre se califica como el área conocida por ambos. En realidad, sería mucho más ajustado a la verdad decir que es el área que creemos conocida por ambos. ¿Por qué? Pues porque lo que percibimos tanto del otro como de mí mismo no es sino información que nuestro pensamiento elabora para forjar un modelo, tanto de nosotros mismos como del otro. Es decir, lo que el pensamiento elabora son “patrones de comportamiento”.


La existencia de las otras tres áreas supone un serio impedimento para el conocimiento mutuo. En mi caso, las áreas ciega y desconocida esconden mi verdadero “yo”. Mi área oculta al otro forma parte de lo que yo volunta-riamente quiero ocultar para no ser descubierto infraganti en mis defectos y debilidades.


Entre las cuatro se estructura el patrón de comportamiento que constituye la respuesta semiinconsciente de nuestro pensamiento ante la interacción con los demás.


El patrón de comportamiento


El patrón de comportamiento es el estereotipo que las personas desarrolla-mos como consecuencia de la interacción  con el entorno, desde que somos conscientes de nosotros mismos. Desde niños estamos permanentemente interaccionando con los demás, primero con nuestra familia, después con nuestros compañeros de colegio, posteriormente con los amigos y con el resto de personas, tales como compañeros de estudios o de trabajo.


En cualquiera de los casos, tratamos de interactuar de modo que seamos aceptados por los demás. Nos esforzamos en presentarnos de esta manera especialmente ante personas que son particularmente importante para nosotros, bien por cercanía afectiva o por relación de amistad o laboral, por miedo a que vean la totalidad de nuestra persona y con ello, la parte que menos nos gusta de nosotros mismos. Lo que oculta nuestra falta de fe en nuestra propia persona. En el fondo aceptamos una actitud huidiza; nos escondemos de nosotros mismos, rechazando aspectos de nuestra personalidad que nos parecen inaceptables, y así mismo, no prestando atención a otras cualidades que poseemos.


Es decir, tratamos de depositar en el área oculta aquello que consciente-mente no nos gusta de nosotros y no queremos que los demás descubran. Pero también dejamos en la zona desconocida una cantidad indeterminadas de nuestra personal que ni siquiera podemos intuir que poseemos. De este modo, reservamos en el área libre aquellas cualidades que creemos estimulan más en los demás su aceptación hacia nosotros; es decir aquellas por las que sentimos que nuestras necesidades básicas son mejor satisfechas.


Esta forma de comportarnos hace que los demás no nos conozcan totalmente, porque sólo mostramos lo que queremos que vean, pues nuestro carácter tratamos de ocultarlo. Así la relación con la gente suele ser superficial e incompleta, porque enseguida nos sale el genio y nuestros defectos, y volvemos otra vez a nuestra forma de ser para que los demás nos quieran.


Encuentro Matrimonial da una extraordinaria importancia al conocimiento de nuestro patrón de comportamiento, porque de él depende nuestra capacidad de generar una relación basada en el autoconocimiento, y no en las ensoñaciones del pensamiento. Es lo primero que debemos explorar para lograr salir de la desilusión que nos produce descubrir que el otro no es como creíamos, de igual forma que el otro descubre que nosotros no somos como él otro pensaba.


Los patrones de comportamiento pueden agruparse en no demasiado estereotipos que se repiten, y que dependen de cómo nos haya ido en la feria de la vida. Pues al final, en lo que desemboca el patrón de comportamiento es en ofrecer al otro o a los demás la mejor de nuestras cualidades exageradas hasta el paroxismo, porque es por la que hemos recibido un feed back más reforzador.


La persona activa. El que siempre está ocupado en hacer cosas. No para un momento. Cuando recibe una persona está nervioso pensando cómo atender mejor. Para esta persona el día parece tener el doble de horas.


El perfeccionista. El que está al tanto del más mínimo detalle en lo que realiza. Siempre le falta un último detalle para terminar las cosas que comienza. Cuando le presentan un trabajo saca siempre un defecto. Le gusta todo a punto y no tolera que un cuadro esté algo ladeado. Da prioridad a matizar algo hecho más que a crear algo nuevo.


El detallista. Jamás se le pasa el santo o el aniversario de un amigo. Vive pendiente del calendario y de la agenda. Piensa que si se le olvida algo perderá el prestigio ante los demás.


El chistoso, cómico, divertido. Siempre va con la sonrisa de lado a lado. Cuenta chistes hasta en los entierros. No concibe que nadie pueda estar serio en un momento determinado. Apenas se trasciende su verdadero estado de ánimo.


El servicial. Siempre dispuesto a ser útil. A diferencia del disponible, que espera que le pidan, éste se ofrece de continuo. Está siempre pendiente de las necesidades de los demás.


El adecuado, discreto, prudente. El que "siempre guarda las formas". Nunca dice nada por miedo a molestar o no ser adecuado. Es capaz de no pedir agua aunque pase sed por no molestar al anfitrión. No se siente libre para expresar lo que lleva dentro.


El que analiza todo, el intelectual
. Puede ser un regalo como pensador lógico, pero es raro que aparezca amable. Aparece, más bien, distante y en un plano intelectual más elevado que la mayoría de nosotros. Es difícil hacerse cercano a él.


El fuerte. La persona que nunca decae, pero que casi nunca muestra sus emociones o sentimientos.


El/la buen ama de casa. Su mayor energía la emplea en que su hogar sea el "palacio" por el que otros le admiren. Más atento a la limpieza, orden que a las personas. No tiene tiempo para ellas. Estas formas de presentarse, y otras que vosotros podáis conocer, no hacen sino reducir la verdadera dimensión de la persona que realmente somos. Al intentar ocultar detrás de ellas nuestros miedos, inseguridades, debilidades o todo lo que no nos gusta de nosotros mismos, inconscientemente no dejamos ver otras cualidades que todos poseemos, como la sensibilidad, la ternura, la bondad, la delicadeza, la comprensión, etc.


Estos patrones son tan universales que no es demasiado difícil que cada uno de nosotros podamos ajustarnos más o menos a uno de ellos.
La ilusión sobreviene cuando creemos que la imagen que damos a los de-más es cierta. En realidad, ni sabemos cómo es el otro, ni sabemos cómo somos nosotros.


El patrón de comportamiento, al final se convierte en una armadura que nos hemos forjado a lo largo de muchos años, que a fuerza de llevarla continuamente y de no quitárnosla ni ante nosotros mismos, al final llegamos a creer que somos la imagen de esa armadura cuando nos miramos al espejo.


El precioso relato de Robert Fisher “El caballero de la armadura oxidada” , es una deliciosa fábula que describe justamente todo lo dicho sobre el patrón de comportamiento, y del duro camino que hemos de recorrer (el que recorre el caballero), para conseguir descubrir quién es él en realidad, su verdadero yo. 


Y como parece que los ejemplos de caballería suelen ser muy adecuados, Encuentro Matrimonial acude a la relación de Don Quijote de la mancha con Aldonza Lorenzo, para convertirla en Dulcinea (según el argumento del musical “El hombre de la Mancha”)


Aldonza Lorenzo


En la novela de Cervantes, el personaje de Aldonza Lorenzo aparece muy de pasada, como aldeana del Toboso, de la que Don Alonso se enamora platónicamente, convirtiéndola en su mente, ya de por sí trastornada, en la sin par Dulcinea del Toboso, cuando en realidad era una simple y sencilla aldeana. A todo esto, Sancho termina de complicar el asunto diciendo a su señor, cuando en el comienzo de la segunda parte se dirigen al Toboso para presentarse a la princesa de sus sueños, que la han encantado y convertido en sucia y descastada aldeana los magos encantadores. Y etc., etc.
En el musical con título original Man of la Mancha, es un musical de Broadway del año 1965 que cuenta la historia de Don Quijote de la Mancha como una obra de teatro dentro de una obra de teatro, representada por Miguel de Cervantes y sus compañeros de prisión mientras espera una audiencia con la Inquisición española. Está basada en el libro del mismo nombre de Dale Wasserman, las letras de las canciones son de Joe Darion, y la música de Mitch Leigh. En esta obra, Aldonza – Dulcinea pasa de ser una casi referencia platónica en el Quijote, a convertirse en el personaje principal. 


Viene a colación la referencia a esta obra, porque para Encuentro Matrimonial, sus personajes, Quijote y Aldonza, representan la base de la comuni-cación de pareja. Don Quijote, cierto que es un viejo loco, que se ha calzado una armadura oxidada, pero Aldonza aparece como una mujer soez y de baja ralea, que se sabe así, a quien Don Quijote no escucha los auto reproches que se hace ella misma.


El fondo del drama radica en que a fuerza de los golpes que recibimos en la vida, terminamos creyendo que somos un auténtico cubo de basura. En la interacción con los demás, en la medida en que las cosas no suceden a nuestra satisfacción, y no es nada raro tener problemas de convivencia, nuestra dinámica de construcción del patrón de comportamiento que nos calzamos todas las mañanas y no nos quitamos hasta que nos acostamos nos obliga a ocultarnos, a escondernos, como Adán se ocultó de Jhaveh en el Paraíso, detrás de una máscara ficticia, que no es precisamente una hoja de parra. Y ni siquiera eso, por una parte nos hace reconocer interiormente el dechado de defectos que arrastramos, mientras intentamos echarlos a la zona oculta de la ventana de Johari, para que los demás no lo vean.


Nos tratamos de presentar a los demás como personas agradables, complacientes, ejecutivas, fuertes, cariñosas, es decir, con aquellas cualidades por las que vemos somos valorados, respetados o admirados; en suma, por las que nos sentimos amados por los demás. En el otro extremo tratamos de ocultar una ciertamente grande cantidad de defectos que, mirándonos al espejo, creemos tenemos y de los que nos avergonzamos; razón por la cual tratamos por todos los medios que los demás no descubran. En este proceso de reconocimiento de nuestras miserias, tiene un papel bastante destacado la religión, en especial la católica que nos obliga todos los domingos a reconocernos seres despreciables, cargados de culpas desde el mismo momento de nuestra concepción. Puede que no sea esa la intención de la Iglesia al invitarnos a que nos reconozcamos pecadores, pero el efecto que consigue en muchos parroquianos es el de nos creamos Aldonzas de la vida, es decir, gente soez y de baja ralea, que no merece la compasión de Dios. Porque aunque luego se nos diga que Dios nos perdona, sí, sí, pero vaya por delante que somos una “cubo de basura pestilente”.


Así que entre todos la mataron y ella sola se murió, nuestra autoestima.


Con esta situación, la relación de pareja puede convertirse, y se convierte de verdad en un auténtico infierno, en una ensoñación rigurosamente falsa en la que dos seres totalmente fabricados por un pensamiento distorsionado y condicionado por las exigencias de la tribu conviven sin conocerse realmente. Es la vida de dos perfectos desconocidos, tanto para el otro como para uno mismo. Son dos infelices que viven enmascarados en sus respectivas armaduras, con las que por una parte se lanzan raudos a deshacer entuertos, matar dragones y liberar damiselas (mostrar sus mejores cualidades que creen tener), pero por otra viven en una cárcel metálica, hermética a las caricias, al cariño; paradójicamente hermética al amor y a la posibilidad de poder saber quiénes somos en realidad.


Vidas independientes


El desconocimiento mutuo, una vez dejada atrás la época del romance e inmersos en el desierto de la desilusión, hace que la pareja trate de encontrar un nuevo estatus de convivencia en el que la vida sea mínimamente soportable, y nuestras necesidades vitales puedan ser, no satisfechas, sino al menos compensadas con otras recompensas que nos hagan soportar una vida conyugal que pasó de rozar el cielo a casi rozar el infierno; y si no tanto, al menos se desparrama en el polvo de la rutina y el cansancio de un vivir sin motivaciones.


A esta deriva en el rumbo de la vida en común, Encuentro Matrimonial lo califica de llevar una vida de casados solteros, es decir, de personas legalmente casadas, pero que adoptan en sus comportamientos actitudes de personas solteras, o sea, cada cual a lo suyo, sin tocarle demasiado las narices al otro. Es una especie de armisticio, de pacto tácito de “como soltar amarras” y consentir en llevar vidas con tendencia a la independencia.


Comienzan a adoptarse actitudes de compensación mediante la proyección de nuestros intereses en lo que a cada cual le apetece; él en sus aficiones, en su música, en su trabajo, en su deporte; ella en los hijos, su trabajo, sus compras, a veces compulsivas. Él se refugia en su círculo de amigos, ella en el suyo de amigas, donde pueden liberarse, cada cual, del corsé de silencio que atenaza la relación, para poder despotricar a calzón o braga quitada con los que se convierten en sus confidentes y cómplices. 


El diálogo entre la pareja se vuelve espeso, cuando no tenso, sobre todo porque descubre que empiezan a existir ciertos temas sobre los que no puede siquiera intentar hablar, dado que cada cual elabora puntos de vista y actitudes francamente opuestas, por ejemplo sobre las finanzas, sobre los hijos, sobre el tiempo libre, sobre la suegra, los cuñados, el trabajo, o la propia sexualidad, cuando el erotismo entregado da paso al egoísmo de cada cual en esta materia. Estos temas son los que Encuentro Matrimonial denomina “áreas de alcance o encuentro mutuo”. Cuando surgen roces en estas áreas, los dos saben que la cosa se pone chunga, y se encuentran en un situación en la que, o bien no saben qué decir, o si dicen algo, están seguro que estallará la pelea. 


Ya depende del carácter de cada cual, coger el toro por los cuernos y enfrentarse el problema a cara descubierta, o derivarlo hacia su correspon-diente grupo o persona de apoyo, o tener confidencias a media noche con su almohada. Depende de lo que resistan en pie de guerra, o traten de llegar a un acuerdo de compromiso para comprar la paz.


Nuestra pirámide de necesidades afectivas se desplaza poco a poco y tras-lada el foco, de la pareja al nicho ecológico de supervivencia que nos creamos, y utilizamos como calmante. El riesgo de encontrar un “otro” alternativo que sustituya a nuestra pareja es tan elevado que como suceda, y tanto más cuanto además haya indicios razonables de atracción sexual, las posibilidades de mantener la pareja puede que desaparezca en un abrir y cerrar de piernas del otro alternativo.


Las posibilidades de que la pareja entre en el vórtice del huracán son muy elevadas. El allegro vivo del primer movimiento de la sinfonía patética, es-talla y hace tronar los oídos.


Niveles de tolerancia


En el escenario descrito, la pareja tiene que adoptar tres caminos alternativos posibles. Se ve obligada a ello, si no quiere morir en el intento de tener que llevar una vida con visos de poder llegar a hacerse insoportable.


Encuentro Matrimonial cataloga las tres actitudes como rechazo, tolerancia o aceptación.


El rechazo es el peor de los escenarios, en el que la pareja concluye que la vida entrambos ha dejado de ser viable, lo que conduce inevitablemente a la separación.
La tolerancia es un escenario mediocre, en el que cada uno acepta seguir con el otro, tolerándole sus defectos, resignándose a vivir una vida a medias y aceptando que de poco en poco tendrán que soportar un altercado que soliviante sus vidas. Pero qué se va a hacer… los hijos, el trabajo, los bienes en común, la familia etc.


La aceptación es el único camino real que conduce a las puertas del se-gundo movimiento. Pero llegar a la aceptación supone un crecimiento per-sonal y de pareja que nada tiene que ver con el escenario vivido hasta ahora.


El destino de un matrimonio convencional es muy variable. En general, los niveles de tolerancia de las situaciones descritas son muy variables. Los hay que no soportan el más mínimo revés, y el rechazo surge casi de inmediato.


Los hay que tienen una capacidad de aguante casi infinita, y convierten sus vidas en un permanente ejercicio de resignación y paciencia. Y los hay, por último que consiguen encontrar un punto de estabilidad razonable, viven y conviven con sus respectivas armaduras, sin sufrir demasiado por ello, aceptan un relativo pacto de convivencia con comportamientos a medias entre casados y solteros, lo que por otra parte suele ser lo normal.

No obstante, de aquí nadie pasa, salvo que sea capaz de tomar conciencia de su propia realidad.


Los niveles de tolerancia son muy grandes, como hemos dicho, desde la resignación casi heroica, hasta un razonable equilibrio marital. Este es el escenario normal del matrimonio actual. Depende de los niveles de egoísmo que cada cual tenga desarrollado, versus su capacidad de tolerar la convivencia con el otro.


Está bien así para el común de los mortales. 


Es el final del movimiento de Tchaikovsky, un adagio razonablemente soportable.


Pasar a la aceptación es otro nivel, que nos introduce en el segundo movi-miento, Andante.



 
SEGUNDO MOVIMIENTO: ANDANTE


>Audición del segundo movimiento de la Sinfonía Nº 5 de Peter Tchaikovsky

Este término viene del verbo italiano “andaré” (andar o, en sentido más estricto, ir). En música clásica, este término indica un tempo moderado, de hasta 150 MM (pulsos por minuto), entre adagio y allegro. Podemos elegir muchos ejemplos de tempo andante, pero siguiendo con el romántico Tchaikovsky, un buen motivo para este segundo movimiento de nuestro Concerto para dos almas y un solo corazón es el Andante de la Sinfonía nº 5 en mi menor Op 64, que transcurre por los siguientes pasajes: andante cantábile, con alcuna licenza, moderato con ánima, andante mosso y allegro non troppo con tempo I. Andante sugiere caminar, como la imagen, que es una instantánea de una pareja, Pablo y Almudena, caminando unida de la mano por el Camino de Santiago, saliendo de Azqueta, al pie del Monte Jurra, entre Estella y Los Arcos.

Primer encuentro conmigo mismo


El paso entre el primer y el segundo movimiento supone un cambio de pa-radigma en todos los aspectos de la relación. En primer lugar supone dar un salto cuántico respecto del propio conocimiento. En segundo lugar supone proyectar este cambio de percepción sobre mí mismo, al otro a través del diálogo. Ya no podemos seguir caminando tan sólo a golpe de viento favorable, hemos de saber ceñir y avanzar contra el viento, que es caprichoso, ganando barlovento, y contra la marea, que es mucho más constante e insidiosa, tanto si es a favor como en contra. Es eso de avanzar contra viento y marea.


El primer gran cambio que ha de dar nuestra relación es respecto de noso-tros mismos. Hemos de vernos al espejo y “darnos cuenta”, “caer en la cuenta”, “ser conscientes” de que la imagen que proyectamos a los demás y la que nos vemos en el espejo es una imagen irreal, como una armadura oxidada que nos hemos calzado para protegernos de un mundo exterior que nos impresiona de hostil. Hemos de profundizar en los aspectos desconocidos de nuestro “yo”, aquellos que están en la columna derecha de la ventana de Johari, lo que yo desconozco de mí, lo que los demás y yo desconocemos de mí mismo. Pero también dar un repaso a lo que yo creo conocer de mí mismo y lo que pretendo ocultar a los demás. Porque todas esas zonas son áreas opacas que me impiden crecer como persona, son negadas al otro, y sobre todo, son sustituidas por imágenes falsas que el pensamiento ha elaborado sobre nosotros mismos.


Es decir: “Yo soy lo que el pensamiento ha elaborado sobre mí”.


Desde el nivel de nuestra consciencia cotidiana, la que nos permite ver y conocer el mundo de lo visible, nosotros somos el producto de una elaboración compleja en la que han intervenido mucha gente, nuestros padres, hermanos, familiares, compañeros de colegio, educadores, catequistas, curas (en el caso de los católicos), amigos, autores de libros leídos, los medios de comunicación, colegas de trabajo; y por último uno mismo, si es que le dejan un poco del pastel de la fabricación del “yo”, que es lo más triste. Ni siquiera en muchas veces somos nosotros mismos los autores de nuestra propia imagen.


Por eso decimos que “yo” soy lo que “el pensamiento” ha elaborado sobre mí. Puede que el pensamiento sea el mío propio, pero en no pocas ocasio-nes el pensamiento es el de terceras personas, todas a parte de las referi-das, que mediante un lento pero constante proceso de feed back, de retroalimentación, nos han inducido a lo largo de nuestra vida pensamientos implantados sobre cómo somos. El continuo proceso estímulo respuesta hace que se establezcan bucles reforzadores de la personalidad, donde al recibir una respuesta agradable y positiva de los demás a nuestra forma de comportarnos, hace en nosotros que reforcemos esas cualidades. Y viceversa, también se establecen ciclos inhibidores, donde a comportamientos no adecuados por los demás, estos responden con actitudes recriminatorias que hacen que poco a poco neutralicemos, inhibamos una parte importante de nuestra personalidad, hasta hacerla desaparecer, porque expresarla hace que nos sintamos criticados, no valorados, apartados y en definitiva, no amados por los demás.


Es por eso que Encuentro Matrimonial comienza su proceso de encuentro con el obligado encuentro con nosotros mismos, haciendo que consideremos cuáles eran las actitudes de nuestra familia, de nuestros amigos en nuestra infancia hacia nosotros. Qué valoraban de nosotros, de la misma forma que nos preguntemos sobre qué actitudes o en qué situaciones reconocemos que no sabemos responder adecuadamente. Explorar situaciones en las que hemos sido recriminados. Al final, se nos pide que sepamos reconocer cómo nos presentamos a los demás, qué cualidades son las que tratamos de ofrecer en esa imagen estereotipada que hemos elaborando a lo largo de nuestra vida.


Al final, la conclusión prácticamente general a la que llegamos es a reconocer que nos hemos convertido en seres casi despreciables, por no decir despreciables del todo. Porque nuestra conciencia frente a nosotros mismos no tiene doblez.  Sin embargo, que nos reconozcamos un dechado de miserias no significa que se nos haya caído la venda de los ojos.


Esto que viene es sumamente importante para seguir adelante. En suma es definitivo para iniciar el camino del Segundo movimiento…


Primero, hemos de reconocer la viga de nuestros ojos, en vez de estar permanentemente viendo la paja en el ojo del otro. Porque esta actitud, recomendada por el propio Jesús , es imprescindible para el primer paso adelante, descubrir que vives dentro de una máscara que oculta tu verdadera identidad, lo que combates echando balones fuera y acusando al otro de tus propios errores.


Segundo, hemos de reconocer que todo lo que el pensamiento ha elaborado sobre nosotros es pura fantasía. La pobre imagen que proyectamos y que creemos tener frente al espejo es una desafortunada ilusión. Somos mucho más. Como dice San pablo “no sabemos que somos santuario de Dios” . Y sigue…


 

Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario. 
¡Nadie se engañe! Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio;  (1 Cor 3, 17-18)

Estas palabras encierran lo que todas las religiones y sistemas filosóficos y de pensamiento predican sobre la naturaleza humana.


Primero, que en este mundo nadie es sabio. Segundo, que tener una pobre imagen de nosotros es ofensivo para el propio Dios, porque como proclama Encuentro Matrimonial, “Dios no hace basura”, Tercero, que hemos de recomenzar, que partir de cero para llegar a la Sabiduría. Todo lo que sabemos es pura elaboración coyuntural para bandearnos en nuestro pequeño mundo, pero supone una carga pesadísima, un lastre que llega a hacerse insoportable para caminar.


Así que descubrir que no somos basura, que tenemos dentro de nosotros al Todo, al Tao, al Ser, al Creador, y que gracias a Él somos un tesoro para nosotros mismos y para los demás, que tienen derecho de compartir, (y el primero de toso, la persona a la que amamos) es el primer paso para comenzar a caminar por la senda de una vida personal y compartida basada en la Verdad. Descubrir que nos han convertido en Aldonza, que nos hemos convertido en Aldonza es muy doloroso, pero al mismo tiempo, el comienzo de nuestro despertar a la vida.


Pero aún hay más. Y este es el misterio del Amor. El otro, sin saberlo, vio en nosotros a Dulcinea. Se enamoró de Dulcinea, enmascarada bajo los harapos del Aldonza. Pero no lo sabía. De igual modo, nosotros nos enamoramos de nuestra Aldonza, vimos en ella (en él) ese tesoro, ese santuario de Dios, que nos cautivó. Luego vino la vida diaria y la máscara terminó ocultando nuestro verdadero yo y el suyo, y nos desilusionamos al ver en nosotros mismos y en el otro a seres despreciables.


Descubrir nuestra armadura, descubrir que nos hemos terminado por creer que esa armadura éramos nosotros, es el primer paso par a nuestra liberación como personas y como pareja.


A partir de este Primer encuentro con nosotros mismos, se abre la primera puerta.


Delante de la Primera Puerta

Ya estamos situados delante de la Primera Puerta que nos abre el camino.
Es un camino de ascesis, de trabajo, de esfuerzo personal y en común. Es un camino de rosas, donde las espinas del sendero se irán convirtiendo en flores de fragancia.


La Puerta se abre cuando somos capaces de reconocer nuestro patrón de comportamiento como símbolo de nuestra armadura de defensa contra todo y contra todos.


Pero no podemos atravesarla mientras no seamos conscientes de otra gran condición que es el gran atributo de una relación basada en el Amor. La condición sine qua non para atravesar la Puerta se denomina “diálogo”.
Pero el diálogo se enfrenta a un tremendo problema que ha de ser superado antes de poder cruzar la Puerta primera.


Para una cantidad inimaginable de seres humanos, el motor de sus vidas es el miedo. Es el eterno problema entre el refuerzo negativo (acción coercitiva y disuasoria de malos actos bajo amenaza de castigo), o el refuerzo positivo (animar a los buenos actos con la promesa del premio). Parece que en niveles culturales bajos funciona más el refuerzo negativo. O funcionaba. Pero cada vez más esta actitud está puesta en entredicho, salvo casos casi imposibles. Pero el hecho cierto es que millones de personas han crecido y han sido educadas, bajo el símbolo del temor. Temor que más allá de las amenazas teológicas que en vez de suavizarse las incrementan los plenipotenciarios cardenales vaticanos con la incorporación de nuevos pecados mortales para asustar al personal, nosotros las fomentamos a placer, porque si no parecemos como el mulo que al no recibir palos no anda. 


Para millones de personas, su vida se pararía si desapareciera la amenaza. Para Doña Paquita (genérica y muy católica ancianita de cabellos canos, de misa y tres rosarios diarios, más jaculatorias, novenas y quinarios a discreción), dejar de invocar la clemencia de Dios a través de “su” virgen y “sus” santos de su devoción, provocaría la parada, el desconcierto total y la descomposición de una vida estructurada en lo espiritual sobre ese sistema de devociones orientados a aplacar la cólera de un Dios “eternamente enojado” como reza la canción de misa de una, “perdona a tu pueblo Señor”. Pero no es necesario acudir a este estereotipo de persona para comprobar cómo el miedo domina sus vidas.


Por qué nos hemos enfundado nuestra particular máscara, nuestra particular armadura. Sencillamente por miedo. Miedo a no ser amados, a no ser valorados, a no pertenecer al grupo, a romper la pareja, incluso a ser nosotros mismos. La armadura da respuesta inconsciente a una pregunta tremenda: ¿cómo he de presentarme ante ti para que me quieras, para que me valores, para que me sienta unido a ti, para sentirme yo mismo (el yo que fabrica mi pensamiento)?


Pues es así, la máscara, la armadura es un producto de nuestros miedos. La vida se escribe para millones de personas con “M” de miedo y de muerte, a pesar de la promesa de una vida eterna, y que nadie tiene en el fondo claro que existan garantías de morir en gracia de Dios, condición sinequanon para entrar en el Reino de los Cielos. Y esa “M” es como un muñeco de cuerda al que todos los días se la damos para recibir nuestra dosis de susto diario, que nos mantiene despiertos y vigilantes, porque no sabemos ni el día ni la hora.


El miedo es el principal obstáculo para que la Primera puerta de nuestra vida de relación se pueda abrir.


¿Dónde nos introdujimos cuando nos enamoramos? ¿Qué puerta se abrió ante nosotros?


Si sólo nos impulsó a unir nuestras vidas nuestra atracción sexual, teñida un poco de romanticismo, eso sólo fue un sueño, un bonito sueño, un imprescindible sueño, la masa crítica de atracción interpersonal que desencadena en su caso la reacción en cadena de la auténtica vida de relación.


Lamentablemente el común de los mortales se desenvuelve en ese estadio, descrito en el primer movimiento, pero sólo puede traspasar la Primera Puerta si aprende a dialogar.


Confía, estás en buenas manos


El diálogo es un proceso de comunicación permanente entre la pareja, que se basa en dos pilares fundamentales, la escucha y la confianza. 


Dialogar significa compartir con el otro lo más íntimo de nosotros. Pero cómo saber lo verdadero de nosotros, si estamos encapsulados en una máscara que no nos deja ver cómo somos. Cómo podemos compartir lo que desconocemos, o en el mejor de los casos, lo que intentamos ocultar por miedo a ser descubiertos en nuestras más deleznables debilidades y defectos.


Todos nuestros problemas, todas nuestras realidades emiten como eco, como vibración hacia nuestra conciencia cotidiana, los sentimientos.


Los sentimientos no son los problemas, pero son señales que dicen que algo está mal, o que algo está bien. Como son inconscientes, no tienen moralidad, no somos responsables de ellos, podríamos compartirlos con el otro, en la confianza de que nos lo aceptaría. Pero claro, tenemos que confiar.


Debemos confiar en tender la mano, en la esperanza, en la confianza de que el otro nos va a agarrar. Es una acción simultánea; no puede suceder la primera sin la segunda.


Comprender, darse cuenta, caer en la cuenta, ser conscientes de que el otro, nuestro ser amado, es a la vez aquel en quien podemos confiar, en quien debemos confiar absolutamente para todo es una actitud que no nace del sentimiento. El sentimiento refleja ciertamente nuestras necesidades, nuestras deficiencias, nuestros anhelos, pero no tiene la capacidad de superar obstáculos, no es capaz de levantarnos tras la caída, tras la desilusión.


Como quiera que las sucesivas desilusiones nos han hecho poco a poco perder la confianza en la relación, es cada vez más difícil creer que se puede relanzar.


Aquí viene el cambio de paradigma. Basar la relación no desde la energía de los sentimientos, sino desde la capacidad de reacción que imprime la voluntad. La voluntad sabe arriesgarse. Los sentimientos si son de temor, de incertidumbre, de tristeza sumen a la persona en una dinámica de involución imposible de neutralizar por sí misma. Y si es de enfado, genera una violencia que termina haciendo añicos todo lo que toca.


La única forma de salir de este vórtice es la voluntad. Es tomar el riesgo de confiar en aquella persona con la que tocamos el Cielo con las manos en aquellos, acaso ya lejanos, momentos de pasión y de amor casi rozando el éxtasis. Ese amor fue como la vivencia de Adán y Eva en el Paraíso. Fue real. El problema surgió cuando nuestro “yo” soberbio comenzó a interferir la relación, emitiendo todo tipo de juicios y de prejuicios sobre todo aquello que no era capaz de alimentar su egoísmo. Que el “yo” domine la situación es equivalente a comer la manzana del árbol, que nos hace creernos autosuficientes para controlar una relación que si en un principio era donación total, los juicios y los prejuicios la han convertido en una búsqueda posesiva de autosatisfacción.


Pero el camino no es fácil. No es fácil ser conscientes de que “estamos en buenas manos”, las manos amorosas del otro, que por cierto vive con la misma incertidumbre. Es un desear entregarse pero no saber cómo, una vez que el “eros” se ha comprobado que aún necesario, no es suficiente.


El Sendero de la Verdad


La historia del Caballero de la Armadura oxidada es la historia de todos nosotros. Y su camino para liberarse de ella es, inexorablemente, nuestro camino .


El primer paso que él dio, fue gracias a un humilde bufón, Bolsalegre, que tuvo el acierto de insinuarle lo ridículo que pintaba con su armadura oxidada, cuando cruzaba el puente levadizo para iniciar otra cruzada. Él le insinuó acudir a Merlín (el del Rey Arturo). Y Merlín le indicó lo que debía hacer. No había otra opción que recorrer el Sendero de la Verdad.


¿Cuándo fue la última vez que sentiste el calor de un beso, la fragancia de una flor? – Ya ni me acuerdo…


Darnos cuenta de que hemos llevado una pesada máscara, una pesada armadura durante tantos años es la condición sine qua non para iniciar el empinado sendero de la Verdad. Es cada vez más empinado. Y hemos de atravesar tres castillos. El primero es el Castillo del Silencio, el segundo el del Conocimiento y el tercero el de la Voluntad y la Osadía.


El Castillo del Silencio supone pasar la prueba de acallar la mente, de hacer silencio interior. El silencio es una situación aterradora para el que no soporta la soledad. El silencio es la antítesis de la mente. La mente no puede dejar de trabajar, de pensar, de recordar sobre el pasado, de programar el futuro, de juzgar, mientras la vida es lo que acontece al tiempo que pensamos en el pasado o en el futuro. Al no hacer silencio, no podemos escuchar a nada ni a nadie. 


¿Habremos escuchado alguna vez a nuestro ser amado? ¿Nos habrá escuchado él/ella a nosotros?


Superar el desafío del silencio supone ser capaz de ver cómo caen las hojas de los árboles y escuchar el sonido de la brisa meciendo las ramas. Superar el desafío del silencio es escuchar tu propia voz interior, la que te dice quién eres en realidad. En suma, hacer silencio interior supone “amar lo que es”. Amar a tu pareja “tal como es”, no como quieres que sea. Porque la imagen que te has formado de él o de ella es rigurosamente falsa.


El amor que explosionaba en vuestra pasión inicial es cierto, es verdadero. Lo que sucede es que se ha apagado a costa de sepultarlo debajo de cientos de juicios y de prejuicios que han contribuido a hacer de nuestro ser amado una verdadera ramera de establo, como Aldonza Lorenzo.


Hacer silencio interior es conseguir ver a nuestra persona amada como Dulcinea, la que (el que) nos deslumbró al caer rendidos por las flechas de Cupido.


Al conseguir verle así, poder dar el paso al frente de confiar, es una actitud consecuente. No es un salto en el vacío. Pero sí es una actitud interior que ha de demostrar nuestra pobreza de espíritu, es decir, asumir nuestra simplicidad, deshacernos de todo el armamentario intelectual que está permanentemente gobernando nuestro sentir y nuestro actuar.


El siguiente desafío lo presenta el Castillo del Conocimiento. Este es un desafío no menos importante que el primero, y que además, ha de ser su-perado una vez conseguido superar el desafío del Castillo del Silencio. Porque el Conocimiento con mayúsculas, es el que se adquiere, no por la vía del pensamiento y de la lógica, sino de saber contemplar la realidad tal cual es, aceptándola como viene, sin juzgar, sin prejuzgar, sin poner barreras ni condiciones. El conocimiento de uno mismo y el conocimiento del otro requiere dar un nuevo paso en ese proceso de deshacerse de la armadura.


En este proceso, hemos de aprender a discernir si nuestra relación hacia el otro ha sido por necesidad o por amor. Cierto es que ambos se necesitan, pero cuando esa necesidad se confunde con la suposición de que es el otro el que me ha de amar, valorar, estimar, reconocer; es el deseo de que el otro me ame, me valore, me estime, me reconozca, me, me, me… Es decir, cuanto más centrada es mi relación hacia mi pareja sobre la base del deseo de que el otro satisfaga mis necesidades, más alejado estoy de que esa relación esté basada en el amor, en la donación, en la entrega.


Ver al otro como la solución a mis necesidades es un planteamiento basado en el egoísmo. Lógicamente, si este es el planteamiento de ambos, la cosa pinta mal, como suele pasar habitualmente.


Ver al otro como mi complemento, sí, pero como la persona a la que quiero donar, entregar mi vida, y de la que me he de ocupar. Comprender y aceptar al otro, y a uno mismo. Este es el verdadero conocimiento.


Todos los sistemas de pensamiento afirman una gran verdad, que el amor al otro comienza con el amor hacia uno mismo. La aceptación de yo mismo, tal cual soy, reconocer mi ensueño, mi fábrica de sueños que es mi yo cotidiano, verme al espejo sin armaduras, es condición imprescindible para aceptar al otro tal cual.


Estamos ante algo tremendamente difícil para el adulto, ver la realidad con ojos transparentes y limpieza de corazón. Es lo que sabe hacer un niño, ver con pureza las cosas. Claro, con la que llevamos encima, con los conflictos a los que nos hemos tenido que enfrentar, no estamos para bajar la guardia. Este es el error. De esta forma, estaremos viendo y percibiendo la realidad a través de las ranuras de la visera de nuestra armadura. La imagen que recibimos es tan distorsionada, que en nada se le parece a la que podemos ver si nos quitamos la visera y el casco.


Este símil representa ver al otro “tal cual”, verme yo, “tal cual”. Amarle a él y amarme a mí.


La única condición es desearlo. La única condición es arriesgarse.


El siguiente desafío lo presenta el Castillo de la voluntad y la osadía. Este es el reto definitivo. Encuentro Matrimonial lo condensa magistralmente en una sola frase: amar es una decisión.


“Amar es una decisión”, es el descubrimiento más importante que podemos hacer en nuestra vida de relación, porque mientras que nosotros pensemos que el amor es el impulso sentimental que nos hace elevarnos y levitar de placer y romanticismo, estamos perdidos. Porque estamos a merced de vientos variables, rachas huracanadas, cizalladuras y calmas absolutas. No, el Amor no puede estar sujeto a los vaivenes de los sentimientos. Es por eso que Encuentro Matrimonial insiste tanto en conocer nuestros sentimientos, saberlos dominar y saberlos compartir, porque es la única forma de ser conscientes, darnos cuenta, tomar conciencia de nuestro “yo” cotidiano y nuestro “yo” Real, el que está por encima de las emociones y es capaz de tomar el control de la vida que le ha sido dada.


Hay una abismal diferencia entre nuestro “yo” cotidiano y nuestro “yo” Real. El primero es el que creemos que somos en nuestro nivel de consciencia normal, el que juzga, despotrica, critica y desconfía. También el que confía, pero a la primera de cambio cede al cansancio y tira la toalla. Etc. Es el “yo” que está a merced de los sentimientos. El “yo” Real es el que tenemos callado, adormecido, en el otro mundo, pero es el que realmente transciende nuestra vida. En la medida en que seamos capaces de deshacernos de nuestra armadura, emergerá con todo vigor nuestro “Yo” Real. Este Yo Real es el que sabe amar realmente, es el que sabe ver en las dos almas, un solo corazón, es el que realmente es consciente de lo que supone Amar. Es decir, es el que realmente sabe ver la Verdad.


Pero el triunfo de la voluntad requiere saber dominar el miedo de los falsos dragones, que aunque falsos, pueden quemar, o mejor, hacernos creer que nos queman. Eso le pasó al caballero de la armadura, hasta que supo comprender que el dragón era fruto de sus fantasías, de sus miedos.


Y es que superar el Castillo de la voluntad y la osadía supone liberarnos de la otra gran cárcel en la que estamos toda nuestra vida confinados.


La cumbre del momento eterno


Cuando el caballero superó el castillo de la voluntad y la osadía trepó hasta la cumbre, pero no pudo llegar, porque le bloqueaba una gran piedra, y ya estaba tan exhausto que no podía seguir para adelante ni volver. Sólo le quedaba una opción, dejarse caer al profundo abismo… y matarse.


“El secreto de la vida es saber morir antes de morir, para comprender que no hay muerte” 


Dejarse caer por el abismo era el último acto de fe en algo o alguien que es capaz de sostenerle; vencer el máximo miedo, el de la muerte.


Si la primera gran cárcel de nuestra vida es nuestro pensamiento, que crea modelos de realidad, incluso crea el modelo de nosotros mismos, crea nuestra propia armadura, la segunda gran cárcel es el tiempo.


“La vida es lo que está sucediendo mientras estamos pensando en el futuro y nos arrepentimos del pasado” 

A esta frase de Lennon le podríamos añadir para dejarla redonda, que la vida es lo que sucede mientras nos entristecemos o enfadamos por el pasado y nos asustamos y preocupamos por el futuro.


Todas las religiones y sistemas filosóficos se basan en liberarnos de estas dos cárceles, nuestro “ego” y el tiempo, lo que conduce a saber vivir el presente, que es lo único real, lo que es.


A vivir el presente se le denomina “vivir en presencia”, que es otro de los grandes pilares de Encuentro Matrimonial. Sólo viviendo el presente, se puede vivir plenamente la sexualidad, la amistad y la entrega.


En la vida cotidiana nos movemos permanentemente en el continuo espacio tiempo. Nuestro pensamiento construye modelos de realidad continuamente, modelos que nos permiten, a partir de nuestra memoria, rememorar y reconstruir los hechos acaecidos. Estos hechos, que conservamos vivamente en nuestro recuerdo, cada vez que pensamos en ellos lo revivimos y vivimos como si estuvieran sucediendo realmente, cuando en realidad ya no existen; ya pasó y nunca volverán (“todo fluye, nada permanece”, dice Heráclito). En el otro extremo, proyectamos nuestras vivencias hacia el futuro, y nos preocupamos por lo que sucederá. El recuerdo de lo sucedido nos genera una gran carga de sentimientos, tanto positivos y agradables, como negativos y desagradables. 


En este punto, el clásico ciclo de lo que Encuentro Matrimonial denomina diálogo profundo, siento – pienso – me comporto, tiene en el origen una espoleta que inconscientemente parte del pensamiento, del recuerdo inevitable de “lo sucedido”. Nos tortura y perpetúa el dolor. Esa creación del cuerpo – dolor, que denomina Tolle a la perpetuación del pasado en nosotros nos atenaza y no nos permite liberarnos de nuestros fantasmas (de nuestras armaduras), que elaboramos para protegernos de ellos. El dolor del recuerdo procede de la falta de aceptación de lo que es, y se proyecta hacia el futuro en forma de sentimientos de temor, de miedo, a veces de pánico.


El recuerdo de lo sufrido conforma un campo increíble de energía negativa que perpetúa la necesidad de llevar nuestra armadura, que proyecta ese recuerdo hacia el futuro, y se monta una película descomunal contra la cual asume que deberá luchar, para forzar el destino sobre la base de una “phantasia” (de phantasos, el hijo servidor del sueño, encargado de producir las visiones oníricas) , un sueño.


Vivimos atenazados por nuestro pasado, y así estamos ya condicionado inevitablemente nuestro futuro, donde han vivido y vivirán dragones terroríficos creados por nosotros, aunque sintamos que son reales.


“Todo se muestra cuando es expuesto a la luz, y lo que queda expuesto a la luz se convierte en luz” , dice San Pablo. (Ef 5, 14)


Cuando esos fantasmas son colocados en el momento presente, en el único instante donde la realidad es, en ese momento, en ese fogonazo de luz podemos ver claramente cómo todo lo que nos atenaza es un cúmulo de fantasías. 


Lo desagradable del momento presente no procede de él, tal cual, sino de nuestros juicios sobre momentos similares vividos en el pasado. Pero si aceptamos lo que es tal cual, sin emitir juicios, el presente se transforma en el aliado de nuestra vida, y la oscuridad se transforma en luz.


Pero para centrar nuestra vida en el momento presente supone ser conscientes, darnos cuenta, caer en la cuenta de que, primero “yo” no soy yo, sino lo que mi pensamiento ha creado sobre mí; y segundo, mi vida trans-curre entre un pasado que ya no existe, un futuro que tampoco existe, y mi presente está ocultado y tristemente condicionado por los condicionantes de un pasado que domina nuestro futuro.


Este constructo es el ante el que se enfrenta nuestro caballero en el mo-mento culminante de su Camino, al dejarse caer al abismo irreal que se forjó dentro de su armadura.


El triunfo fue comprobar que ni tenía ya armadura y además tenía sus pies en la verde pradera de una vida nueva, iluminado por unos ojos limpios, exentos ya de prejuicios que le atenazaron hasta casi asfixiarle.


Este es el proceso de liberación que, en la pareja se produce cuando logramos superar las tenazas de un recuerdo lleno de conflictos, de desilusiones, de un creerme que las cosas serían de un determinado modo cuando en realidad “son como son”. Aceptar abandonar “el mundo según yo”, “mi matrimonio según yo” para aceptar mi vida, mi esposa, mi matrimonio “tal cual es”. Esto es lo mismo que vivir lo que es, sin un “ego” que condicione lo que sucede a su modelo fantasioso y subjetivo de realidad.


Diálogos para la vida


Vivir el segundo movimiento de la vida en pareja gravita en la vivencia permanente del diálogo. Encuentro Matrimonial lo basa en el ejercicio constante de sus dos elementos esenciales, la escucha, o vía aferente, por la cual interiorizamos la vivencia que nos transmite el otro, y la confianza o vía eferente, por la cual nos atrevemos a comunicar al otro nuestra propia vivencia. 


Escuchar no es simplemente oír lo que el otro nos transmite, sino vaciar nuestro interior de esos juicios en el recuerdo que condicionan nuestra capacidad de aceptar sus sentimientos, su expresión no verbal, todo su ser, para dejarnos inundar del otro.


Confiar es saber dar ese salto en vacío que el caballero dio en su momento cumbre, a riesgo de matarse, para comprobar que todo son fantasmas de nuestro cerebro. 


Cuando se consigue escuchar con el corazón y se consigue confiar, en ese momento nuestro ser se inunda del amor del otro y el otro se inunda de nuestro propio ser. Y el otro deja de ser otro, para convertirse en un solo corazón. Ya no hay yo y tú, sino nosotros, una nueva entidad que nace de haber sabido acallar el ego, y de haber podido detener el tiempo y vivir exclusivamente el momento presente, el ahora, y amarlo profundamente.


De alguna forma, en nuestro torpe recuerdo recordamos en el estallido de nuestro amor, cómo cuando prendió la pasión, tenía todo el sentido del mundo las frase de ese bolero que dice “bésame, bésame mucho, como si tuera esta noche la última vez”, porque desearíamos profundamente que no amaneciera; 

“reloj no marques las horas” 

Reloj no marques las horas
porque voy a enloquecer
ella se irá para siempre
cuando amanezca otra vez

Nomás nos queda esta noche
para vivir nuestro amor
y tu tic-tac me recuerda
mi irremediable dolor

Reloj detén tu camino
porque mi vida se apaga
ella es la estrella
que alumbra mi ser
yo sin su amor no soy nada

Detén el tiempo en tus manos
haz esta noche perpetua
para que nunca se vaya de mí
para que nunca amanezca


Ese es nuestro miedo, que el reloj marque las horas, porque estamos sometidos al tiempo y al espacio, cuando Dios nos dice una y otra vez “bástale cada día su afán”, “no os preocupéis del mañana…”


Es duro aceptar todo esto para mentes previsoras, educadas en la previsión de las cosas, y en el binomio estímulo – respuesta. Es duro, cuando con la cabeza sobre los hombros, sabemos que a la cigarra no le fue nada bien con su actitud confiada cuando vino el invierno. A otro tonto con ese cuento, decimos.


Si después de lo expuesto seguimos pensando así, es que no hemos entendido de la misa ni la media. No hemos comprendido nada.


Esto es lo que pasa cuando pretendemos comprender con la mente lo que sólo el espíritu (encarcelado por nuestra mente) es capaz de ver y experimentar.
Esto ya no es cosa de sentido común, es cosa de la Sabiduría que no procede del conocimiento, sino de la experiencia de vida.


Morir a nosotros mismos, vivir el momento presente, vivir el ahora no es cosa de lógica, sino de experiencia de vida.


Cruzar nuestra primera puerta requiere reconocer nuestro propio patrón de comportamiento, es decir, saber quitarnos nuestra pesada armadura. Pero como la armadura forma parte intrínseca de nuestro “yo”, él (nuestro yo) no va a consentir su suicidio. Así que nos hace falta una ayudita.


La figura del Mago Merlín

En la fábula del Caballero de la Armadura oxidada no se relata que él, un buen día se diera cuenta de su problema y decidiese iniciar el camino de la verdad. Un mendigo, Bolsalegre, le indicó que había un mago que podía ayudarle. El caballero se dirige al mago, que resulta ser Merlín, el del Rey Arturo.
Merlín es un personaje muy socorrido, que da mucho juego, porque simboliza al Maestro  de cualquier época.


A nosotros también nos hace falta un Bolsalegre de la vida que nos indique la morada de un mago Merlín que nos puede sacar de nuestro enredo vital, un Mago Merlín que nos ayude a dar el paso decisivo de aprender a confiar, a escuchar y amar desde nuestra voluntad y nuestra osadía.


La razón de que sea imprescindible una sabia ayuda exterior es porque el hombre está absolutamente convencido de que él es la armadura que ve en el espejo; es tan consustancial a él, que no se puede ni imaginar el rostro que oculta la visera. Así que no puede dar el primer paso por sí mismo.


En una primera instancia podemos tener la suerte de encontrarnos con un alma caritativa que nos indique dónde está el supuesto Maestro. En una segunda, encontrarnos con el Maestro, en cualquier caso supone aceptar la necesidad de ayuda, y estar decididos a aceptar la dirección de lo que será nuestro cambio de vida.


Pero tanto Bolsalegre como Merlín son instrumentos en manos del auténtico Maestro, que resulta estar en lo más profundo de nosotros. Es Él el que obra el milagro de rescatarnos de la cárcel del espacio (la armadura) y del tiempo (nuestros miedos).


Bolsalegre puede ser cualquier persona, cualquier pareja que haya vivido el proceso de transformación, y liberada de sus respectivas armaduras, sepan indicar la morada del Mago Merlín.


El Mago Merlín es siempre un hombre o / y mujer de Dios, que viven su amor profundamente, que habitan en el Tercer Movimiento de sus vidas, y son capaces de enseñar su propia experiencia. En Encuentro Matrimonial el Mago Merlín es el Equipo de parejas y sacerdote que imparte la experiencia del Fin de Semana. Estas parejas y este sacerdote no son maestros en sí. Son gente normal, que han aprendido a transmitir su propia experiencia de vida, sus problemas y cómo han sabido salir y recuperar la armonía en sus vidas. En cualquier caso, el modo en que comparten sus vidas tiene un efecto magistral en el corazón y la mente de las parejas que participan en el Fin de Semana, de modo que en 48 horas se produce un choque frontal con sus existencias. Es un tratamiento de choque que paso a paso, castillo a castillo les hace recorrer aceleradamente el sendero de la verdad, hasta llegar a la cumbre donde no hay vuelta atrás y sólo te queda la opción de dejarte caer al abismo y confiar en el otro.


Esta experiencia de impacto protagonizada por el Mago Merlín que en sí mismo constituye el Fin de Semana es sólo el principio donde la pareja percibe como en un fogonazo de luz lo que puede ser su vida si deciden mutuamente recorrer los dos el sendero de la verdad.


Sin embargo, como se puede comprender fácilmente, el Mago Merlín no es sino un instrumento del Gran Maestro de nuestra vida, el que habita en nosotros, y de lo que no nos hemos dado cuenta hasta que un fogonazo de luz deslumbra todo nuestro ser, así hayamos sido fieles parroquianos de misa dominical y buenos practicantes de nuestro culto religioso.


La experiencia del Fin de Semana no supone desprendernos de nuestras armaduras, sino comprender, darnos cuenta de que es posible.


El primer día del resto de nuestra vida significa el primer día de la oportunidad que Dios nos ofrece para poder iniciar el camino de la Verdad. No es el final del camino, sino el principio.


La transfiguración

La experiencia de vivir el Fin de Semana de Encuentro Matrimonial es efectiva en la pareja si llega a ser consciente plenamente de que su relación es algo más que un contrato de convivencia entre dos personas; es algo más que una relación basada en los vaivenes de la vida emocional por muy romántica y por muy conflictiva que haya sido. El impacto que puede tener en la pareja el shock de haber vivido en poco más de 48 horas lo que supone ascender juntos de la mano por el sendero de la verdad es proporcional a “darse cuenta”, “ser conscientes”, “caer en la cuenta” que sus vidas no son sus vidas aisladas, sino que están inexorablemente unidas al Eterno, al Todo, a Dios, o como cada cual quiera llamar a Espíritu creador y redentor que inunda todo el Universo, desde el confín de las galaxias hasta lo más íntimo de nuestro ser.


El descubrimiento de que todo el Océano inabarcable por la vista está encerrado en lo más íntimo de nuestro ser es una experiencia que pone los pelos de punta. Se podría escribir cientos de páginas tratando inútilmente de describir las emociones, los sentimientos que provoca ser conscientes de cómo nuestras humildes vasijas de barro custodian el Espíritu de Dios, que jamás un tercero llegaría a comprender lo que supone experimentar en uno mismo y en la pareja esa increíble visión. Sólo la experiencia de vida es capaz de hacer consciente a Dios dentro del alma humana.


La pareja que vive el Fin de Semana de Encuentro Matrimonial, sólo tiene dos opciones, o experimentar en su corazón (el común a los dos) esta realidad, o no experimentarlo. Si lo primero, se le abre la Primera Puerta ante sus pies. Si lo segundo, jamás podrán experimentar la dicha de ser conscientes de tener a Dios en el castillo interior de sus almas y su corazón.

  Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume,  y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.  Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.»  Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte.» El dijo: «Di, maestro.»  Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta.  Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?»  Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más.» El le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos.  No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies.  No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume.  Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.»  Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados.»  Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?»  Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz.» (Lc 8, 37-50: pasaje de la mujer que enjuga los pies de Jesús con sus cabellos)


La experiencia del encuentro con Dios en pareja, que es lo que proporciona el Fin de Semana es algo mágico, porque ese encuentro no se produce exclusivamente a nivel individual, como puede ser el que se produce al vivir unos ejercicios espirituales, sino que se produce a través del otro. Dios se trasluce, se manifiesta a través de los ojos de tu cónyuge, de tu esposa, de tu esposo. En él ves a Dios en carne y hueso, no con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del alma. Ante él, ante tu esposo/a te arrodillas y reconoces cómo no has sabido vivir el amor incondicional que espontáneamente surge cuando te sientes iluminado por el amor del otro. Y le unges los pies con tus cabellos. Y con inusitada sorpresa descubre que él/ella hace lo mismo contigo, se arrodilla ante ti y llora amargamente por los años desperdiciados entre prejuicios y recelos. Y ambos os postráis ante Jesús, que se hace presente en vuestras vidas “con toda su realidad”.


Aldonza se postra ante Don Quijote para recibir el perdón de su amado y se ve convertida en Dulcinea. Este es el gran momento, el instante eterno en el que la pareja traspasa la Primera Puerta, desde un amor inercial hacia un Amor íntimo y responsable. En ese perdón mutuo Dios mismo obra el gran milagro de la Vida, el resurgir del Amor en todo su esplendor y magnificencia.
La pareja vive un momento eterno. Podría morir allí, porque nada más existe que ellos dos transformados absolutamente por el Amor de Dios que los funde en un sólo corazón. Es justamente en ese momento, cuando sus respectivos “egos” se difuminan durante ese instante, para vivir el esplendor del Océano de Dios en sus vidas y sus almas emergen del letargo vivido en sus anteriores vidas.


La pareja ha vivido simplemente la transfiguración de Dios ante ellos. Se han postrado en tierra. Quisieran ambos parar el tiempo, no por miedo a que amanezca, como reza el bolero, sino por la paz y el sosiego que expe-rimentan al recibir la luz de Dios en sus vidas. 


Dios usa este tipo de tratamiento de choque con el ser humano cuando le quiere despertar de su letargo. En la Biblia tenemos carias referencias, la zarza que arde sin consumirse en el Monte Sinaí ante Moisés, la transfiguración del Monte Tabor, la caída del caballo de San Pablo camino de Damasco. Es decir, cuando con buenas palabras no se consigue, Dios sabe que la única forma de hacernos despertar es a base de un buen choque emocional que nos deje descolocado, que tire por tierra todos nuestros esquemas mentales. Es la forma de aceptar y reconocer nuestra incompetencia total para conducir nuestras propias vidas y aceptar que Él tome el mando.


El Plan de Dios


Surge en el horizonte, entonces, lo que Encuentro Matrimonial denomina el Plan de Dios para el matrimonio. El reconocimiento de haber vivido inconscientemente (porque nadie nos dio el manual de usuario del matrimonio cuando nos casamos), según el plan del mundo, que no es ni bueno ni malo, sino el que al ser humano “motu proprio” se le ocurre según los dictados de su “ego”, hace que el horizonte de la pareja se ensanche y se extienda de un modo jamás imaginado.


Si alguien quiere ver en el plan del mundo, ese que nos hace vivir como casados solteros, la mano de Satanás, que lo vea. Pero eso es en realidad echar balones fuera, porque lo que sucede en realidad es que, encapsulados en nuestras respectivas armaduras, en nuestros patrones de comportamiento, hemos vivido dominados por las apetencias de un “yo” egoísta, que ha basado la relación de pareja en “modo deseo”, en vez de en “modo entrega y donación”.


La pareja es ya capaz de ver las líneas maestras del Plan de Dios en sus vidas, descritas en ese ascenso por el sendero de la Verdad, hasta tal punto de que si esa pareja es cristiana es capaz de comprender, de darse cuenta, de ser consciente de lo que significa ser Sacramento.


Parece una tontería, pero descubrir que el Sacramento del matrimonio no fue el acto de la boda, sino que es la pareja emitiendo con sus vidas su luz a los demás es otra de las grandes tortas que recibe a lo largo del Fin de Semana. Ser conscientes de que ambos, como uno sólo es, probablemente, la única página del Evangelio que muchas personas podrán leer; ser conscientes de que la pareja es imagen Real del Amor de Dios a los hombres, sencillamente hace estremecer, y comprender lo mucho que queda por vivir de verdad y en la Verdad.

  Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna;  al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello.  Le informaron que pasaba Jesús el Nazoreo  y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!»  Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»  Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» El dijo: «¡Señor, que vea!»  Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.»  Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.  (Lc 18, 35-43: El pasaje del ciego de Jericó)


Con este pasaje, que en Encuentro Matrimonial se emplea para representar el proceso que la persona y la pareja experimenta en su proceso de “conversión”, se escenifica primero, cómo el primer paso lo ha de dar la persona que reconoce que está ciega, y aunque más o menos vivía apañao con las limosnas que recibía (casi que estaba resignado a su triste vida), siente la necesidad de ver. Segundo, descubre, le dicen, se entera que hay alguien que le puede ayudar (un mago Merlín), y toma la firme decisión de acudir a Él. El mundo le dice que no moleste, que siga así, es su destino, con el plan de toda la vida. Pero él no se resigna e insiste y grita más fuerte. Hasta que consigue que Jesús se fije en él. Le pregunta que quiere. “Señor, que vea”. Lo tiene claro… Lo tiene claro. Sabe que ha vivido ciego y quiere dejar de serlo, y sabe que sólo Él le puede transformar.


La pareja, transformada, está en disposición de comenzar su segundo movimiento. Está preparada para vivir el Andante.


Presencia


Descubrir la vida transformada supone un cambio absoluto de paradigma. La transformación sufrida, como hemos referido, se fundamenta en dos pilares básicos. El primero, desprenderse de la armadura, del patrón de comportamiento, morir al “yo” egoísta que dominó nuestra vida hasta entonces, y que nos hizo creer que amábamos, cuando en realidad lo que vivimos fue el deseo de satisfacer nuestras necesidades a costa del otro. El segundo es liberarnos del tiempo, vivir el momento presente, el único que de verdad existe, el que realmente nos pertenece. 


A ese vivir el momento, el presente, se denomina formalmente “vivir en presencia”. Es decir, vivir el presente es “ser consciente”, “darse cuenta”, “tomar conciencia” de que el ahora es lo único que importa, lo que cuenta; que el tiempo es un invento del mundo físico, pero no existe en el espíritu.
La vida cotidiana está regida por el reloj que marca las horas y los días. La vida del espíritu está regida por el presente. No hay tiempo, no hay ni pa-sado ni futuro. Lo Real lo llena todo, se encarga de todo.


Esta es una visión que en el momento de la transfiguración, de la conver-sión de la pareja, del paso de la Primera Puerta, tan sólo se puede intuir levemente. La plenitud de esta realidad lo vivirá la pareja al cruzar, en su caso, la Segunda Puerta. 


Al casi finalizar el Fin de Semana, a la pareja se le avisa de que queda un largo camino por recorrer, y que la forma de recorrerlo es “comenzando a vivir” el presente, el afán de cada día. Y el afán de cada día, de cada mo-mento se vive en la relación de la pareja de tres formas, también denominadas, “las tres vías de presencia”, hacer el amor, dialogar y orar personalmente y en pareja.


La primera vía es vivir la sexualidad, cultivar el “eros” como atributo esen-cial del amor conyugal. Ya hemos hablado de él. Es la comunicación corpo-ral, donde la pareja expresa el deseo de entregarse físicamente al otro, más algo más.


La segunda vía es vivir el diálogo, es decir, cultivar la “philias”, como base de la comunicación, donde la pareja lucha por su relación desde la palabra que sale de su corazón, donde ejercita continuamente tanto la escucha como la confianza. En este sentido, Encuentro nos propone el uso de la comunicación escrita, como forma de que la presencia de nuestro cónyuge, no interfiera con sus gestos y actitudes, nuestra expresividad. Lo denomina 10/10, diez minutos mínimo, escribir y diez minutos, máximo dialogar, a efecto de comunicarnos los sentimientos tal cual, sin juicios ni prejuicios.


La tercera vía es vivir la oración, es decir, cultivar el “agapé”, la donación total, la plenitud. Esta oración la expresará la pareja como lo sienta. Quien quiera rezar el Rosario que lo haga. Quien quiera vivir la Eucaristía diaria que lo haga. Pero no es tan importante cómo orar como el fondo de lo que supone la oración. La oración es el medio por el que la persona se pone en contacto con el Eterno, con Dios. Orar es tener presente, hacer presente a Dios en nuestras vidas. Orar es convertir el anhelo, la esperanza de una vida mejor, en un presente pleno, porque como dice Santa Teresa, sólo Dios basta. El poder que da la oración como presencia real de Dios es de tal calibre, que nadie es capaz de imaginarlo hasta que no lo experimenta. 


Orar en pareja no es rezar jaculatorias, o cantar mantras, o avemarías del Rosario. Nada de esto tiene sentido si la persona no es consciente de que está viviendo el presente eterno, donde Dios habita.


Estas tres vías son inseparables. Si se fragmentan, si se vive una independiente de las otras no se está viviendo la presencia.


En Oriente, todo esto que hemos descrito, esta transformación de la pareja se denomina “Tantra”, como fuerza creadora integral que se expresa en el ser humano a través de la sexualidad y la integración de las actitudes masculinas y femeninas de la persona. El Tantra es la principal escuela del budismo tibetano.


Dentro del concierto para dos almas y un solo corazón que es la vida de la pareja, durante el primer movimiento de sus vidas, el allegro, prevalece prácticamente la sexualidad como nexo de unión y relación. La pareja dialoga como buenamente puede con resultados que, según sus respectivos caracteres y personalidades van desde lo aceptable hasta lo insoportable. Ahora, durante su segundo movimiento, Andante, prevalecerá el diálogo junto con la sexualidad. Es un avance espectacular que hará posible comenzar el sendero entre la primera y la segunda Puerta. La tercera vía, como todavía no se entiende bien, según la pareja, su experiencia previa de Dios, sus creencias, miedos y fantasías espirituales, se vivirá con mayor o menor intensidad. En general la gente confunde la oración con la práctica religiosa, con los ritos y las liturgias, por eso mucha gente ve con escepticismo esta tercera vía, porque cree que les obliga a rezar un Padre Nuestro cada vez que hagan el amor, y como que no… Necesita liberarse de todo eso, para entrar en las profundidades de la relación íntima con Dios. Pero tiempo al tiempo. Dios sabe esperar.


La vida cíclica


Y comienza el camino, el auténtico sendero de la Verdad. Lo vivido en el Fin de Semana ha sido un destello de luz que muestra una instantánea de lo que será nuestra vida en pareja, si luchamos por ella, si priorizamos nuestra relación frente a otras facetas de la vida que antes nos dominaban.


Pero la vida es larga. Es un marathón. Hay más días que longanizas. Aun-que salgamos exultantes de gozo, creyendo que ya hemos conseguido el objetivo… qué va. Ahora empieza el camino de la vida Real. Pero bajo otras coordenadas, con otras capacidades. Se quiera  no se quiera aceptar, nuestro “yo” sigue ahí, nuestra armadura no nos la hemos quitado. Sigue unida a nosotros, aunque bien es verdad que hemos sido capaces de vislumbrar nuestros rostros a través de las ranuras de la visera del casco.


Este destello de iluminación nos permitirá vivir un primer romance, como acaso no nos acordábamos desde que nos enamoramos. Y creeremos vivir de nuevo el éxtasis amoroso de una vida plena. Hemos sido consolados (Alguien ha compartido con nosotros nuestra soledad) y esa fuerza nos ha permitido levantarnos, sentirnos perdonados, vernos Dulcinea por el amor del otro y tener reaños para empezar a caminar por el nuevo sendero que se abre ante nuestros ojos.


Pero en realidad estamos ante las puertas del desierto, donde cíclicamente se sucede el día y la noche. Así cíclicamente en nuestra vida se sucederá inexorablemente el día del romance, la noche de la desilusión y el amanecer del júbilo tras haber logrado superar una a una las pruebas que la vida nos envíe para fortalecer nuestra voluntad y así demostrarnos a nosotros mismos que el Amor es la firme decisión de la voluntad de entrega personal al otro.


La vida es cíclica, porque el proceso de liberarnos de nuestro “yo”, de nuestro “ego”, para vivir la libertad del alma, de nuestras dos almas unidas por un sólo corazón, es un largo camino. En este proceso que puede suponer toda nuestra vida a partir de entonces, la pareja aprende poco a poco a vivir su relación, no desde la vida física (que también), sino desde la espiritualidad. La pareja descubre, no sin sorpresa que el Amor no es un simple contrato de convivencia firmado en el Registro civil y adornado con una ceremonia social más o menos colorista, el Amor es una vivencia presencial de dos almas, de dos espíritus unidos en un solo corazón. Hay parejas que esto lo aprenden rápidamente, otras requieren de años, otras de toda la vida y otras jamás lo comprenderán, porque tras las primeras desilusiones, regresan a Egipto para conformarse con las cebollas que le aportan sus compensaciones y sus calmantes, a fin de mantener calladas sus necesidades profundas. Este ciclo vital está en la base del proceso de aprendizaje de la propia existencia y de la existencia compartida.


Amar lo que es


En este proceso, algo necesario que tiene que reencuadrar la pareja es la vivencia de los sentimientos. Empezando por los sentimientos originados en el dolor y el sufrimiento, la pareja ha de comenzar a comprender algo muy duro, pero inevitable. Está siendo lo que ha de ser. Esto supone comenzar a ver en lo que sucede el Plan de Dios en la vida del ser humano, y en concreto, en la pareja. Un proverbio anónimo lo resume de forma magistral, diciendo que:…
“Si pones a Dios en lo que haces, lo encontrarás en todo lo que acontece”
Esto supone que la base, la fortaleza de la pareja para caminar por el de-sierto de la ascesis espiritual, radica en saber que Él nos acompaña, aunque no se le sienta, aunque no se le perciba. Esta condición es la que hace que un porcentaje muy elevado de parejas, aun habiendo vivido el Fin de Semana de Encuentro Matrimonial, abandonen a la primera de cambio este sendero, porque su “ego” es demasiado fuerte y dominante como para renunciar a sí mismos, a ceder el mando de la vida al Espíritu. Es la tristeza del joven rico que se ve con demasiadas riquezas como para dejarlas, asumir sus virtudes y defectos, así como sus circunstancias (su cruz) y seguirle. Pero es que no hay otra, progresar por el sendero del diálogo supone tener presente a Dios. Y no significa esto bailarle el agua a los curas y convertirnos en obedientes parroquianos. Da igual nuestra confesión religiosa, en su caso, se trata de reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas (póngase el apellido que se le ponga), y siendo conscientes de esa presencia, el dolor y el sufrimiento se convierte en experiencias que lejos de vivirse como tragedias, pueden llegar a vivirse como “lo que debía suceder”, y si no se comprende plenamente, aprender a guardarlas en el corazón. Es en suma, reencuadrar el dolor y el sufrimiento como experiencia de aprendizaje, como pasajes de nuestra ascesis.


De igual modo, hemos de reencuadrar la tristeza como esperanza, la ira como fuerza y coraje para hacer frente a la adversidad y saber levantarnos, y el miedo como confianza en “saber que estamos en buenas manos”.
Este cambio de actitud ante la vida es tan brutalmente diferente al vivido antes, que no se consigue de la noche a la mañana. Como hemos dicho, el “yo” cotidiano nuestro se resistirá, y cada vez que tengamos un revés, una desilusión (y la tendremos, una, otra, otra y otra vez) nos repetirá una y otra y otra vez… “no te lo decía…deja de fantasear, que no hay más cera que la que arde. Demasiado Cielo en vuestras mentes, aterrizad y daos cuenta de que esto es lo que hay… ¿Dónde está Dios?” Etc.


Insisto que este cambio de “visión de la vida” no implica comulgar todos los días, rezar el rosario y confesarse una vez al mes. Quien crea que incorporar a Dios en sus vidas consiste tan sólo en la práctica religiosa, está muy equivocado. El que quiera que lo haga, pero la Vida espiritual no se basa en creencias, sino en Fe, una fe que es universal y común al fenómeno religioso allá donde surja, y no especialmente ligado a una determinada religión. Lo que sucede es que en nuestro entorno la Iglesia católica supone el escenario mayoritario de práctica religiosa, y por eso, lo más normal es que en estas circunstancias, la pareja sea preferentemente católica practicante. Pero esto es meramente coyuntural. Gracias a este planteamiento, Encuentro Matrimonial no es exclusivamente un movimiento católico, sino que está abierto a otras confesiones.


Si Jesús de Nazareth, Buda, Confucio o Sankara se extraen de sus raíces étnicas y pudieran contemplarse como patrimonios de la Humanidad entera, ver a Dios en nuestras vidas sería algo más natural y menos mediatizado por el clericalismo, lo que sería un ejercicio tan saludable como imposible en el mundo actual, dado que está dominado como en cualquier época por la eclesiastización  o priorización de los ritos y normas de las organizaciones religiosas respecto de la propia Fe en Dios. Pero este es un debate que no debe influir en nuestro discurso respecto de la vida en pareja.


Pues bien, siendo capaces de in asumiendo el papel esencial que Dios supone en nuestras vidas y en la vida de la pareja, el lento proceso de ascesis, de aprendizaje consiste en aprender a amar lo que es, en el momento que es. Ir desenmascarando nuestro “ego” y liberarnos lentamente, poco a poco de la cárcel del tiempo. De esta forma, la espoleta de los sentimientos que es el recuerdo inconsciente de los prejuicios de nuestro pasado y nuestros miedos, que son la proyección de estos sentimientos, reforzados por nuestros juicios conscientes en el futuro, irá dando paso a la confianza en Dios respecto de nuestro devenir histórico, y la vivencia y disfrute del momento presente a través de esas tres vías de presencia.


A vivir de este modo, desde la humildad de reconocerme tal cual soy, aceptarme así, quererme así, a medida que vaya deshaciéndome de mi armadura, y reconocer al otro tal cual es, quererle así, a medida que vaya deshaciéndose de su armadura y permita verle tal cual es, y sabiendo vivir plenamente el presente, el ahora, dejando nuestro destino confiadamente en Él, aceptando lo que es, porque ha de ser así, esforzándonos en trabajar por mejorar aquello que es posible y dejar fluir aquello que está fuera de nuestro alcance, es lo que Encuentro Matrimonial denomina vivir en pareja la “Espiritualidad Matrimonial”.


En esta travesía del desierto experimentaremos la ascética del esfuerzo, la consolación del sosiego, tendremos a Jesús como reflejo en su pasión de los esfuerzos y sufrimientos, y en su resurrección el reflejo de nuestra esperanza. Y así, tras años de caminar, curtidos en el diálogo y en la aceptación de una vida rica en vivencias y en afán de superación, la pareja irá viendo poco a poco cómo las fluctuaciones en su relación se van apaciguando, fruto de un conocimiento mutuo basado en el Yo Real de cada uno, y de un saber aceptarse mutuamente, amando el presente y lo que el otro es, sin prejuicios ni juicios de valor. Y como coronación de toda su vida, una presencia de Dios cada vez más intensa.


Haciendo un símil muy querido por todos los que somos peregrinos a San-tiago, la pareja habrá atravesado las áridas llanuras castellanas, se habrá adentrado en los montes de León y un buen día se habrá situado el O Ce-breiro, frente a la Segunda Puerta, frente a frente a la senda que les hará adentrarse en las intimidades de Dios. Está lista y dispuesta para vivir su Tercer y último movimiento en este mundo, el Adagio.

TERCER MOVIMIENTO "ADAGIO"


>Audición del segundo movimiento de la Sinfonía Nº 1 de Peter Tchaikovsky

Si por la noche lloras porque no ves el Sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas.  Rabindranah Tagore
 
Cuando aterriza la noche
nacen millones y millones de estrellas
estrellas que brillan arduamente
en la profundidad de los cielos
otras se quedan tristes y oscuras
porque sienten soledad y abandono
Cuando llega la noche y nacen las estrellas
mirare tu rostro en las estrellas que brillan
te enviare mis pensamientos a través del cielo adornado
y tomare un respiro cada vez que nace...
Una nueva estrella brillante
Cuando llega la noche, no llorare,
acompañare en silencio a las estrellas
consolare su soledad y abandono
las enviare haces de esperanza y fe
y las confesare mis secretos deprimidos
Cuando llega la noche
las estrellas murmuraran mis secretos
y lloraran mi angustia y dolor
rezaran por mí y me dirán
amigo de la noche, si los terrenales te abandonan
nosotras te abrazamos y te brindamos
nuestra energía y amor
Cuando llega la noche y nacen las estrellas
habra un nuevo mundo de amistad y amor
sin atropellos ni abandonos
es el amor de las estrellas y yo
Pero cuando llega el día y nazca el sol
volveré a amarte locamente
porque eres la reina de todas las estrellas.

                        Diaznoazules (autor colombiano)

 
El tercer movimiento en la vida de la pareja supone atravesar la Segunda Puerta. 

 
Siguiendo con la representación musical de nuestro concierto, podríamos elegir cualquier adagio, como por ejemplo el tercer movimiento Adagietto de la quinta sinfonía de Malher, o la romanza del Concertino en La de Bacarisse, o para continuar con el romántico Peter Tchaikovsky, vamos a imaginarnos el Agadio de la Sinfonía Nº 1, “Sueños de Invierno”. A gusto del lector. Porque lo que importa es que el Adagio es una pieza musical cuyo tempo es lento, entre 45 y 50 negras por minuto. Lo que intenta reflejar el Adagio en nuestro concertó es que el tercer y último movimiento supone el reposo, el sosiego y la dicha profunda de dos almas unidas para siempre en un sólo corazón.
Según se mire, puede tomarse esta tercera época de la vida como casi un mito, una fantasía espiritual rayando el éxtasis sobrenatural, o simplemente la capacidad de alcanzar la plena madurez en el Amor.

 
La mitología ha situado estas alturas de la relación de Amor como absolu-tamente inaccesible, allá en el más allá, en un Reino de los Cielos lejos de aquí, jamás aquí abajo, donde tan sólo muy pocos santos místicos han logrado el éxtasis de la séptima morada. Nada más lejos ello de la vida prosaica y cotidiana de un matrimonio. Eso es lo que produce distorsionar la relación con Dios y someterla a una serie de estrambóticas imágenes, todas ellas creadas por un pensamiento que no sabe nada sobre lo que pretende imaginar, tanto más si se somete a los recovecos de las altas teologías.

 
Aquí es donde todavía se hace más evidente el proverbio Zen que dice:

 
“Los que saben no hablan y los que hablan no saben”

 
Porque hablar de estas cosas es estar rayando en algo incomprensible para el pensamiento humano, que no tiene nada que hacer en estos niveles de relación.

 
Anochece

 
Una de las paradojas de la vida es el hecho de que cuanto más crece la persona en su camino hacia Dios, más se oscurece el horizonte. Se hace de noche. Pero no es un contrasentido. Lo que sucede en realidad es la percepción del “yo” al tener que renunciar a sí mismo para dejarle paso a Él. La liberación de lo terreno, del tiempo y del espacio. Morir antes de morir para comprobar que la muerte no existe.

 
Pero la noche, aunque oscura está llenita de estrellas. Es un panorama espectacular.

 
Nada de lo que se describe a continuación tiene el menor sentido si la per-sona, la pareja como tal, entiende que esto son cosas de curas y monjas, y que a ellos ni les va ni les viene. En realidad esta opinión será la que muestren aquellos que ni siquiera comprendan pasar la Primera Puerta, la que nos abre el Fin de Semana de Encuentro Matrimonial.

 
Pero aún pasando la Primera Puerta, sólo la experiencia en pareja de vivir la espiritualidad matrimonial, tal y como se ha descrito, permite comprender el significado de llegar a quedar situados ambos ante la Segunda Puerta.
Lo primero de todo es que con el paso del tiempo, viviendo un estilo de vida íntimo y responsable que Dios nos propone en su Plan para el matrimonio, se hace de noche, el ambiente refresca, hasta desvanecerse el último rayo de Sol.
La vida se nos convierte entonces como un conducir de noche. No vemos el paisaje, sólo vemos los treinta metros como mucho que alcanzan los faros de cruce, y los cien que en ocasiones proyectan las largas. En estas circunstancias imaginarnos la luz del Sol, ya quisiéramos; y confiar en que el Sol nos alumbra y guía, como que suena a chiste. El ego nos insiste que no podemos vivir de fantasías.

 
Esta es la forma en que Dios nos prueba en nuestra mutua confianza y en la confianza de ambos en la Providencia. Asusta caminar de noche, como a Pedro le asustaba caminar sobre las aguas, y casi se hunde.

 
… De no ser por Él.

 
En esto consiste la noche del alma, en ser plenamente consciente que nuestras vidas, la de los dos, está en sus manos. Nos cuesta tanto entregarnos a la Providencia, que cuando escuchamos, o decimos “danos hoy nuestro pan de cada día”, algo nos chirria, como si no nos lo creyéramos; es decir, dejar a la Providencia que cada día tenga su afán, sin preocuparnos sobre qué comeré o beberé mañana, cada día su trozo -al uso y costumbre de los pajarillos del campo, que confían en su Padre Celestial-, cuando vivimos en un mundo donde impera la planificación estratégica y la programación operativa, para que nada quede al azar, es algo impensable para una mente racional. 

 
Esta es la prueba, llegar a experimentar hasta que desaparezca el más mínimo atisbo de duda…

 
Ya no soy yo (ya no somos nosotros), es Dios (Cristo) quien vive en nosotros.

 
Juro que decir esto, sin sombra de duda, se las trae. Se dice fácil, pero sólo la Sabiduría de la experiencia de vida es capaz de pronunciarlo con absoluta veracidad.

 
Si vivimos esta frase plenamente y en pareja, y vive Dios que esto no es revelado a la inteligencia humana sino al espíritu, entonces podremos razonablemente afirmar que “ha anochecido”.

 
Entonces se comprende al menos en parte el significado de esta estrofa de San Juan de la Cruz:


En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
 
Estamos ante la Segunda Puerta.


La Segunda Puerta

 
Si la Primera Puerta nos permitió recorrer el sendero de la Verdad, hasta lograr deshacernos de nuestro patrón de Comportamiento, de nuestra ar-madura oxidada, la Segunda Puerta cuando se abra nos permitirá vivir en el abandono absoluto de Dios.

 
Como hemos referido anteriormente, todo lo relacionado con “las grandes alturas” está cubierto de un halo de misterio, de misticismo esotérico, pro-pio de almas iluminadas en el sentido más sublime de la palabra. Pero como dice Consuelo Martín, esto no es ni difícil, ni fácil.

 
Recuerdo una película de marionetas de los años sesenta en la que un tren queda fuera de control, sin poder detenerse, y el protagonista no sabía qué hacer, mientras agarraba con todas sus fuerzas los mandos de la locomotora. Al final, casi cuando se le va a terminar la vía, siendo ya casi el choque inevitable, suelta los mandos para protegerse contra el impacto, y es cuando el tren se detiene. No hacía falta otra cosa que quitar las manos de los mandos.

 
A veces el esfuerzo personal tiene sus límites. Decimos una y otra vez que tenemos que luchar por nuestra relación. Esto nos da una imagen de un combate a tumba abierta contra la rutina, contra la intolerancia, contra los silencios, contra el egoísmo. Y es cierto que en una primera fase del duro caminar que supone cruzar la Primera Puerta es en cierto modo así. La pa-reja tendrá que dialogar asiduamente, confrontarse, saberse escuchar, confiar, poner todos los valores a su alcance para superar los sucesivos conflictos que se les presente.

 
Esta lucha sin cuartel puede durar años; acaso toda la vida. Tanto más durará cuanto más tarde la pareja en vislumbrar el final de la búsqueda del verdadero amor, la donación, el agapé.

 

 
“Dios es Amor”

 
A medida que la pareja va caminando por el sendero de su vida, trabajando la ascesis de una relación cada vez más íntima, es en la medida en que va experimentando el amor desde el sentido pleno de donación total.
Digamos que pensar en este nivel de relación es casi un ideal que resulta inalcanzable, pero el esfuerzo personal, la capacidad de saber pedir perdón y perdonar, la capacidad de estabilizar el equilibrio entre nuestras necesidades, pero sobre todo y fundamentalmente la disposición de espíritu de permitir que Dios tome los mandos de nuestra vida, y ver como paulatinamente nuestro personal esfuerzo se va transformando en la actitud de silencio interior y abandono, nos evidencia cómo la paz y el sosiego va inundando nuestras vidas.

 
Un buen día la pareja comprueba que ya ni recuerda la última vez que dis-cutieron, o que tuvieron que afrontar una confrontación, o ni siquiera un roce. Les resulta difícil recordar una ocasión de desilusión.

 
La mente se rindió. El espíritu personal y el Espíritu de Dios comparten la misma presencia, y el amor que adorna la relación ya no es el resultado del esfuerzo de pensar qué necesito y qué puedo hacer más, sino que surge por sí solo.

 
La pareja ha entrado en el estado de la contemplación.

 
Parafraseando a Consuelo Martín, …

 
La contemplación es un estado del ser, ni fácil, ni difícil de alcanzar. 

 
Es simplemente sencillo, si se sabe cuál es su fundamento. 

 
Consiste en atravesar la barrera del silencio y escuchar. 

 
Contemplar es vivir el presente eterno, vivir el momento que nos ha sido dado, bastándole cada día su afán , aceptando humildemente la gracia de disponer del pan de cada día.

 
Contemplar es no estar encadenado ni a experiencias del pasado, ni a pro-yectos de futuro.

 
Contemplar es simplemente ver sin emitir juicios, ni razonamientos, ni ela-borar modelos mentales para tratar de comprender. 

 
Contemplar es observar sin emitir criterios de realidad. 

 
Contemplar es ver sin influir en lo observado, sin elaborar fantasías.

 
Contemplar supone amar lo que es.

 
Contemplar supone renunciar al uso del pensamiento para acceder a Aquel que da soporte a nuestra existencia.

 
Como Moisés sacó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y le condujo por el desierto, también nuestro pensamiento tiene que dar el primer paso y ser consciente de sacarnos de la vida cotidiana, conducirnos por el desierto. Pero ha de saber que con él no podemos entrar en la Tierra prometida, en el centro de nosotros mismos, donde Dios habita, por nosotros mismos. Existe una Puerta que no podemos abrir nosotros.

 
Más allá de esa Puerta, está el Océano de Dios.


Dice Consuelo Martín en su libro “El arte de la contemplación” , que la contemplación es escurridiza, no soporta estar encorsetada en ninguna definición, porque como Dios, no es nada en concreto y lo es Todo. Es simplemente un estado expandido de la consciencia. Ni siquiera un camino.
 
Pero no es un estado más allá de las cosas. Las personas contemplativas son personas normales, que saben ver la Verdad con los ojos del alma, no de la razón. Son personas que saben vivir el “ahora”, liberados del corsé que supone estar permanentemente prejuzgando con los recuerdos y pre-ocupándose del futuro.

 
No son cigarras insensatas, saben muy bien lo que hacen, porque sobre todo y ante todo, son conscientes de que el Padre Eterno está entre ellos, es Uno con ellos.

 
Estas cosas o se viven o son imposible de poder ser comprendidas.

 
Hablar de este estadio de la relación humana es cuando menos presuntuoso, pues nadie que no lo experimente puede hablar con propiedad. Y los que lo viven, probablemente no tendrán palabras para expresar lo que viven.

 
A caso no tengan que acudir a ninguna frase especial. Simplemente con decir que viven  como cualquier matrimonio, una relación sosegada, fuerte, sin demasiados altibajos, con la obligación de prestarle atención a los quehaceres diarios, a los problemas de convivencia con sus hijos y amigos, a los problemas del trabajo.

 
En la actualidad de un Siglo XXI básicamente urbano, los ermitaños, ascetas y contemplativos están en medio de nosotros. No forman ninguna organización, son gente anónima, ignorados por las estructuras eclesiásticas, pero que hacen brillar su luz en medio de nosotros. No hablan porque saben, pero dan continuo testimonio. Su número crece cada día, no temen la pobreza, pasan su vida en oración, y rechazan en el fondo cualquier jerarquía, aunque saben convivir con los demás en comunidad.  

 
Son una nueva generación de seres humanos, matrimonios en su caso, que son capaces de hablar de Dios con toda naturalidad, sin deseo de ganar adeptos, sino de evangelizar, en el sentido de dar la buena noticia a través de su testimonio, de su Sacramento, de que Él está en medio de nosotros, en los siete mil millones de sagrarios encendidos que conforman todos los seres humanos.

 
Viven el Dios es amor, "Ó theos agape esty"". 

 
Viven el presente, el ahora.

 
Viven las bienaventuranzas, sencillamente, sin levitaciones, sin fenómenos sobrenaturales, con apreturas económicas, pagando religiosamente sus hipotecas, haciendo números para llegar a fin de mes, costeando los estudios de sus hijos, sufriendo por sus enfermedades, por sus problemas amorosos, gozando con sus alegrías, con sus nuevos empleos. Ríen con sus amigos, lloran con sus problemas.

 
Viven una vida rigurosamente normal.

 
La única diferencia radica en que viven su amor integralmente, desde las tres vías de presencia: eros, philias y agapé.

 
No hay nada sobrenatural en sus vidas, salvo lo más maravilloso, Dios – Cristo en medio de ellos “con toda su realidad”.

 
La Tercera Puerta, el tránsito a la Vida

 
Y así vivirán hasta que la muerte les separe.
La muerte ya no supone la tragedia de la pérdida, porque ellos, al morir a sí mismos antes de morir, han experimentado la gran verdad, la muerte no existe. Es simplemente un tránsito hacia otro estadio del ser.
Nadie les podrá evitar el dolor de la pérdida, dolor que es el último vestigio que todavía recuerda que viven aquí, sujetos a un cuerpo y una mente todavía activos. Pero son plenamente conscientes de que la muerte es una etapa más de la Vida. Es cruzar la Tercera Puerta

 
Es pasar de vivir la muerte con “M” de miedo, a experimentarla con “V” de vida nueva.

 
Por eso, la plegaria final hacia el cónyuge yaciente, hacia un hijo o un pa-dre, o un amigo, sería esta:

 
Amor mío, hijo mío, padre / madre mía, amigo.
Eres totalmente inocente
Tu vida ha sido válida para mucha más gente de la que imaginas.
Confía: el amor universal cuidará de todos los que dejas.
Siente perdón y gratitud hacia los seres que han pasado por tu vida.
Suelta el pasado. Ábrete al Gran Amanecer.
Siente las oleadas de paz que te van llenando.
El supremo amor te envuelve y te recibe.
Abandónate a la Inteligencia Universal, a Dios, que te guía en este viaje.
Los seres queridos que te precedieron te esperan y te cuidan.
Sigue la Luz; estás volviendo a Casa.
Todo es fácil y muy sencillo.
Todo está bien. Todo es perfecto. Estás a salvo.
Los recuerdos se disuelven y fluyen hacia delante.
Confía: el camino es fácil y la Fuerza está contigo.
Ábrete al Ser Supremo que todo lo ilumina.
Retorna al Espíritu Resplandeciente que siempre fuiste.
Eres luz, océano de consciencia que siempre ha existido y siempre existirá.
Siente la alegría del reencuentro con el Amor infinito que abre sus brazos de par en par para ti.
Fluye hacia la luz .
A Dios, amor mío.
Nos vemos.



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