Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
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Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

Sendas de vida interior: 1.-Fiat Homo

SENDAS DE VIDA INTERIOR: PRIMERA PARTE.

 

Introducción: las ovejas perdidas de Dios
PRIMERA PARTE
I. Fíat homo
1.           Todo lo que existe
2.           El común de las gentes
3.           El Sueño del Planeta
4.           Me gusta que los planes salgan bien
5.           Cuando las cosas pierden su evidencia
6.           Teoría del Confinador
7.           El culto a Cronos
8.           La vida en el Confinador
9.           Ideas sobre la Divina Realidad
10.        El soma y lo sutil en ser humano
11.        La Gran añoranza
12.        Puertas de emergencia
13.        La séptima puerta
14.        Aquí no hay quien viva
15.        Yo puedo
16.        El libre albedrío
17.        Y vio Dios que todo era muy bueno
18.        La primera parte del Camino.

 

Introducción: las ovejas perdidas de Dios

“Fíat, hágase”.
Esta es la exclamación que diferencia a las dos categorías más importantes de seres humanos, los que reconocen y experimentan una Divina Realidad en la vida, los acontecimientos y las mentes, y los que no. Es la diferencia entre lo sagrado y lo profano, entre los que viven su vida como una experiencia sagrada y los que la viven como una experiencia profana. La diferencia entre unos y otros es absolutamente abismal. Los primeros son conscientes de su Vida Interior, su auténtica realidad. Los segundos, simplemente tratan de vivir en su pequeño mundo, dedicados a sus asuntos.
Confieso que por la razón que sea, desde joven he tenido una visión espiritual y trascendente de la vida. A otros no les sucede, a mí sí. ¿Por qué? No lo sé, nadie lo puede saber. La fe o la visión trascendente de la existencia no es un atributo que se pueda razonar para tenerlo o rechazarlo. Se siente, se experimenta, o no. No existen razones ni para lo uno, ni para lo otro. Sólo podemos decir que hay personas que sienten algo dentro de sí, que no saben lo que es, y otras que acaso, ya quisieran, pero no sienten nada, no perciben ninguna voz desde su interior... o no son capaces de escucharla, porque tienen el volumen de los asuntos de su vida a todo dar, y así no hay quien oiga nada que no sean los ruidos de este mundo a 140 decibelios. La Divinidad suele hablar por debajo de los 10 decibelios (la brisa del campo). Así, ¿quién puede percibir lo sutil de esta llamada?
Educado en un ambiente cristiano, me he mantenido fiel a la Iglesia, pero también reconozco haber atravesado, digamos, diferentes “estados de ánimo”, y reconozco haber sido bastante crítico ante muchas cosas, actitudes y comportamientos que me han sorprendido y desanimado. No ha sido nada divertido luchar entre los dictados de mi conciencia y los dictados del Magisterio, a veces casi vividos como antagónicos. Ha sido para mí un calvario personal, pues me he pasado toda mi vida preguntándome y cuestionándome demasiadas cosas. Quizás sería más feliz viviendo lo que antiguamente se llamaba “la fe del carbonero”, la de aquel que acepta lo que le enseñan y no se cuestiona nada.
Viví mi adolescencia y juventud entre los años 60 y 70, en la efervescencia del postconcilio. He sido de esos cristianos que recibió con mucha ilusión la apertura que parecía mostrar la Iglesia católica “in illo tempore”, en aquel tiempo. A mí, inocentemente me entusiasmaron los planteamientos del Catecismo Holandés, hasta que me dijeron que era herético, lo que me dejó con los ojos a cuadros. Y de la misma forma que estos planteamientos heterodoxos me hicieron mella, más calado me produjo escuchar a mi madre las poesías de San Juan de la Cruz y leer algunas de las obras de Santa Teresa, a mis quince - veinte años, lo que me permitió descubrir lo que realmente me ha mantenido en la fe, y esto es la vida mística, las sendas de la Vida Interior.
Integrado en la comunidad cristiana, no obstante, siempre me ha intrigado lo que sucede fuera del redil; siempre he pensado que no tenía mucho sentido que Dios sólo se hubiera fijado en las doce tribus de Israel, y se olvidara del resto de la Humanidad, que se hubiera dedicado desde el Génesis a ser el Dios de los ejércitos judíos (y posteriormente, cristianos), contra el resto de los ejércitos del mundo. Porque así nos lo han explicado, o así lo hemos entendido los doctrinos, o al menos yo así lo he entendido. Creo que los católicos de a pie no estamos acostumbrados a pensar, en lo que se refiere a la vida eterna, en los demás seres humanos que no sean católicos (ni siquiera en los otros cristianos), aunque se nos llena la boca de aquello del diálogo interreligioso, y enfocamos la vida de fe “como si” los únicos que tuviéramos derecho a la vida eterna fuéramos los bautizados con partida de bautismo.
En mi más tierna infancia, en la que creía que mi religión era la verdadera, y las demás falsas, tratando de imaginar cómo Dios se lo montaría en el Paraíso, con tantas religiones, pensaba que habría hecho diferentes parcelas en el Cielo. En el centro, estaría el cielo católico, el de cinco estrellas, por supuesto, lleno de palacios, fuentes y frondosos jardines, donde iríamos los bautizados que muriésemos en estado de Gracia. En el Paraíso de cuatro o tres estrellas estarían las demás confesiones cristianas, que son a los ojos de San Pedro, de segunda división (los hermanos separados). En los arrabales como de prestado, en fondas paradisíacas estarían Alá con los suyos en jaimas llenas de la arena del desierto, y Buda con sus correspondientes aún más lejos, los indios Navajos ya ni se sabe… y así el resto de creyentes, que serían admitido en el Cielo de prestado y por pura misericordia. Me imaginaba a San Pedro, dudando de si dejar pasar a un terrícola sin partida de bautismo, a un hindú o a un musulmán. Y por supuesto, el infierno ocupado con prácticamente toda la población mundial, al hilo de las exigencias que son necesarias para acceder al Cielo católico. No podía concebir un final más desastroso para una Creación y una Humanidad de la que vio Dios, “todo era muy bueno”.
Tras darme cuenta de lo ridículo de este planteamiento, empecé a considerar que si tras dos mil años de cristianismo, no es todo el Planeta católico, tiene que deberse a algo más que la negativa de los infieles a bautizarse o nuestra ineptitud en predicar lo que hemos supuesto es el mensaje de Jesús a esos por nosotros considerados, supuestos infieles; y que acaso, el mundo deba ser así; que al Cielo estamos todos los seres humanos llamados, con independencia de nuestra filiación religiosa. Acaso lo que Jesús nos mandó fue difundir el “Amor de Dios” por el mundo, sin meternos en demasiadas estructuras, restricciones y reglamentaciones religiosas y que al hacer esto último, lo que hemos conseguido es fragmentar de nuevo a la Humanidad respecto a Dios, con una nueva religión estructurada y difundida unas veces con amor, pero otras con el uso de la espada. No sé, probablemente esté equivocado, o acaso es como ha tenido que suceder.
Con estos planteamientos, me he convertido en un “cristiano de frontera”, que quisiera ser un “cristiano sin fronteras”, aquel que siéndolo, desearía estrechar lazos de amistad con los que no lo son, y compartir con ellos lo único que es importante, y que nos une a todos, la fe en Dios inmanente y trascendente, y la única ley universal, el Amor. Sería algo así como decía la Madre Teresa de Calcuta, y dicho esto con toda la humildad de aquel que como yo, no se siente digno de desatar las correas de las sandalias a semejante ejemplo de santidad: “amo a todas las religiones, pero estoy enamorada de la mía”[i].
Esta y otras muchas consideraciones, me llegaron a poner en evidencia de hasta qué punto yo, personalmente  he vivido, y conmigo una gran mayoría de cristianos, “una fe tan sincera como ingenua”, como calificaba el poeta musulmán Abul-Ala-al-Maari a la fe de los frany (los cruzados)[ii], gentes que guiadas por esa sincera pero ingenua fe, enarbolaron la cruz de Cristo, desde su condición de pueblos bárbaros recientemente bautizados (como los denominaba Ana Comneno, la primogénita de Alejo I, el Emperador de Bizancio), y que en aras de recuperar los santos lugares para la Cristiandad, cometieron en nombre de Dios los más atroces crímenes, como lo que eran, bárbaros, contra los pueblos que habitaban Palestina en los Siglo XI a XIII.
Descubrir esto me hizo pensar que evidentemente algo extraño había en mi percepción y vivencia de la fe que me enseñaron. Pero dándole vueltas al tema, siempre había algo que me indicaba que en realidad no todos los católicos desencantados podríamos estar equivocados, y que la fe no podría consistir sólo en ir a misa, rezar rosarios, poner una equis en la declaración de la renta y no fastidiar demasiado al vecino, como me habían grabado a fuego mis educadores en la fe preconciliar. Confieso que si no me he apartado de la fe católica ha sido por la increíble suerte de haber experimentado, como decía Karl Rahner “algo dentro de mí”, la Divina realidad desde bien pequeño, gracias a las enseñanzas y testimonio de mi madre, y por recordar los versos de San Juan de la Cruz, agarrándome a ellos como un clavo ardiendo para no perderme en el escepticismo más absoluto, lo que además de un regalo y un privilegio inmerecido, lo vivo como una gran responsabilidad, pues lo que recibí gratis, he de darlo gratis, sin ánimo de convencer a nadie, sino de mostrar alternativas a una fe inercial y asentada en la rutina de las prácticas religiosas por un lado; y por otro, una opción a seguir para aquellos que “sientan algo dentro de sí, pero no sepan lo que es”.
Me pregunto si acaso conservamos esa condición de pueblos bárbaros, para los que la religión es la forma de “mantener a las bestias bajo control”, moderadamente domesticadas.
Descubrir que la fe de tus mayores, y que ves que el común de católicos “practicantes” profesa, es “una fe tan sincera como ingenua” (o infantil, que para el caso es lo mismo) supone un choque psicológico demoledor, que además puede ser muy peligroso, porque te deja literalmente sin terreno firme donde poder pisar con relativa tranquilidad. Realmente no tienes claro si es que debe ser así, si para el común de las gentes, meterse en más profundidades espirituales es complicarles la vida, o se tendría que haber intentado una enseñanza más profunda. El caso es que, la mayoría de los que descubren esto, terminan con una crisis de fe de la que no son capaces de recuperarse. El ejemplo más claro es el de muchos de nuestros hijos, que admiten hacer la Primera Comunión (especialmente porque son niños y les ilusiona los regalos y la comilona), pero se niegan continuar en postcomunión y confirmación, y no vuelven a pisar la iglesia. Han creído inicialmente y sin rechistar en sus creencias aprendidas; pero cuando por la vía del razonamiento ven cómo las cosas pierden su evidencia, terminan por naufragar y abandonar, porque no han encontrado algo más robusto que aquello que le han enseñado en la catequesis de primera comunión, que resulta ser un código credencial y ritual a lo que terminan por no encontrarle sentido alguno, salvo el de respetar los mandamientos que obligan a una descafeinada práctica religiosa bajo amenaza de pecar gravemente. Es decir, una práctica religiosa rutinaria basada en esencia en ritos dominicales, que es con lo que se quedan y que no les aporta valor añadido social ni personal al hecho de ser conscientes de que hay que practicar una ética de convivencia que haga este mundo más o menos habitable, y que además creen, como alternativa, encontrarla en “los valores democráticos”.
Esta nueva ética sociopolítica parece haber suplantado a los valores espirituales, y de paso, aporta pingües beneficios a los políticos en sus campañas electorales. Pero además encierra una peligrosa trampa, la del “noble salvaje” de Rousseau; una sociedad hipócrita que castiga lo definido como tradicionalmente bueno y premia lo definido como tradicionalmente malo, en aras de algo que llaman “progresismo”, hasta conseguir dejar a la gente sin puntos de referencia moral estable, y lo que es peor, nos demuestra a las claras que es una sociedad que no sabe a dónde va, salvo a alcanzar objetivos de lucro de los poderosos, políticos, empresarios y “banksters”, banqueros y “trillonetis” convertidos en los nuevos gangsters del Siglo XXI, sanguijuelas sin alma ni escrúpulos, fuentes de todo mal, para los que el mundo es su particular cortijo.
Con estas mimbres ideológicas, podríamos describir el escenario socio religioso de nuestra opulenta sociedad occidental de la siguiente forma:
El escenario general es el que muestra una sociedad laica en la parece que Dios no pinta un rábano en los asuntos cotidianos. Nada en la vida diaria actual te incita a pensar que Dios esté en el trasfondo. Dios no cuenta en nuestros asuntos, quedando relegado a las prácticas y encuentros que los grupos afiliados a un culto, a un rito religioso, celebramos en nuestros templos y en nuestras reuniones. Vivimos en una sociedad prácticamente “desacralizada”. Sales del templo y parece como si Dios se esfumase de la vida y de las gentes como por encanto. Se ha pasado de una sociedad centrada en lo religioso, a una sociedad centrada en el hombre y sus posibilidades. Y de esto hace ya bastante tiempo.
Respecto a las posturas que la gente adopta frente la Divina realidad, la primera postura es la de los católicos bautizados, que de un modo inercial cumplen con una práctica dominical y poco más, y se llaman católicos practicantes. Este catolicismo inercial está basado en la tradición católica de una vida de fe centrada en la práctica religiosa dominical, vivida más que como devoción, como miedo al castigo de los pecados mortales y esas cosas, pero que al final se está quedando tan vacío de contenido, como vacíos se están quedando los templos. Es una visión de la religión que creo está en vías de extinción, llamada a desaparecer, porque este colectivo que está representado en su mayoría por nuestros mayores (que sí puede que conserven algo de la devoción y tradición de sus ascendientes), y algún que otro adulto que se limita al cumplo y miento de las prácticas convencionales de carácter litúrgico. Este catolicismo inercial terminará extinguiéndose (Dios lo quiera) por cuatro vías. La primera muriendo de vejez, la segunda abandonando la práctica religiosa tarde o temprano, cayendo en la más absoluta tibieza; la tercera buscando respuestas a sus añoranzas en otras alternativas ajenas a la católica (sectas de la esfera protestante), o a la cristiana (filosofía oriental) y la cuarta, consiguiendo despertar a la vivencia personal de Dios, a una nueva y renovada fe, a través de los movimientos cristianos que exigen compromiso tanto de vida exterior como, sobre todo de Vida Interior.
La segunda postura es la de estos últimos católicos que han encontrado en las diferentes iniciativas de la Iglesia una respuesta a esa fe que languidece inexorablemente, y así, se incorporan a movimientos religiosos de seglares, donde tratan de vivir esa renovada fe. Esta es la auténtica esperanza de la Iglesia católica, sinceramente yo no veo otra. Se ha pretendido mantener la parroquia a base de cumplimiento dominical, bajo amenaza de cometer pecado mortal, pero esto ya, afortunadamente, no funciona. Es por ello que son las nuevas comunidades y movimientos de fe, donde tendríamos que poner todas nuestras esperanzas. Han surgido a raíz del final de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo tras el Concilio, para levantar una Europa laminada espiritualmente por la guerra más cruenta jamás imaginada. Aquí hay de todo, desde movimientos absolutamente fieles a la más rigurosa ortodoxia católica, muy vinculados a la jerarquía eclesiástica, hasta movimientos razonablemente abiertos a otras formas de encarar la vida. Cada cual tiene su carisma. Pero sea como sea, el futuro del cristianismo pasa por una vuelta al misticismo y a la Vida Interior, como hemos referido, decía Karl Rahner, “el cristiano del futuro o será un místico, alguien que ha experimentado “algo”, o no será nada”. Dios le oiga.
La tercera postura es la contraria, la de los decepcionados donde no hay lugar para encontrar nada bueno en la práctica religiosa. Para ellos la religión es el opio del pueblo, un cuento chino y hasta un negocio suculento de El Vaticano S.A. que vive y hace su particular agosto a costa de la bondad de sus feligreses. Hablan de la Iglesia como una gran impostora, y la religión como una droga para amansar a los parias. A estos no sé como denominarles. Empezaron como católicos no practicantes, o sea, nada, salvo una soberana estupidez, quizás como despechados, llenos de rencor y permanente indignados por todo lo que venga de la púrpura, y por lo que ellos denominan “las grandes mentiras de la Iglesia”, con una jerarquía que lejos de comportarse como pastores de almas se ha constituido como la clase política, amiga del poder como todo buen político que se precie de serlo, haciendo uso de sus mejores dotes diplomáticas para que parezca lo contrario. Suponen que debería haber en algún lugar un mundo mucho mejor que este, pero han perdido ya toda esperanza. Son los irredentos.
Sé que en este grupo hay mucha gente que ha desarrollado una muy alta sensibilidad a los asuntos religiosos; que están exageradamente rebotados respecto a todo lo que huela a incienso. Es como si hubiera desarrollado una brutal reacción alérgica contra los temas de fe y doctrina, contra los curas o los obispos, por la razón que sea, de modo que hablarles de estos temas es riesgo seguro de provocar una exacerbada reacción antígeno – anticuerpo, que puede tener efectos desastrosos.
La cuarta postura es la de los escépticos. Ven luces y sombras en todo esto de lo espiritual. Ven o pueden aceptar una base de verdad, pero también un cúmulo de errores y de abusos, por lo que en parte o en todo se sienten decepcionados, incluso han tenido experiencias negativas con comunidades religiosas, pero están inquietos, preocupados  por no ver claramente qué camino han de seguir, están en una permanente búsqueda de alternativas.
Todos estos los denomino las almas perdidas, “las ovejas perdidas de Dios”.
Más allá de estas cuatro actitudes, y reconociendo lo acertado de la frase de Ghandi…
“la ley que rige la Humanidad es el amor. Si la violencia nos hubiera regido, nos habríamos extinguido hace muchísimo tiempo” [iii]
… estoy convencido de que hay muchísima más gente de buena voluntad y sincero corazón, que renegados, amargados y gente mal intencionada, aunque esta última haga tanto ruido y sea un verdadero incordio que no deja vivir en paz a los demás y además, hacen sufrir. A toda esa gente buena de sincero corazón, llena de debilidades, que busca y acaso se siente perdida, pero siente algo dentro de sí, que no sabe lo que es, decepcionada de la religión oficial, pero que no se resigna a abandonar la búsqueda de la Verdad; que algo le impulsa a darse, a amar a los demás, a su modo, con todas las meteduras de pata que nos podamos imaginar, y tomándome una licencia en la terminología religiosa convencional, me atrevo a llamarla “todos los santos de Dios”. Son los que contribuyen con su amor incondicional a que este mundo todavía no se haya extinguido. Porque saben dar de comer, de beber, vestido y acogida al que lo necesita, sin saber incluso que lo está haciendo. Porque se quedan extasiados viendo el cielo nocturno lleno de estrellas. Son santos porque ellos no se consideran tales, ni siquiera saben qué es eso; todo lo contrario, se ven como publicanos que no se sienten dignos de nada. Son santos anónimos, nadie los conoce, ni los considera tales, porque cometen faltas y pecados, pero se arrepienten y buscan entre la nube de su ignorancia un punto de luz en sus vidas; punto que o no han sabido identificar o no han sabido enseñarles sus formadores. Son hijos pródigos que una vez le pidieron a su padre la herencia, y la malgastaron en esta vida sin saber muy bien cómo ni por qué, pero dándose cuenta de que algo no funciona, e intuyendo que en algún lugar ha de estar Dios o un Ser supremo, o una Divina realidad, o “Aquello”, deciden al menos investigar qué camino han de iniciar.
Ya sé que el término “Santo” está limitado canónicamente a todos aquellos que la Iglesia católica proclama santo oficialmente. Pero no creo que a Dios le importe demasiado esta pequeña licencia.
Para los que se crean justos de Dios, y estén acostumbrados a ocupar los primeros puestos en las ceremonias, y son adulados por los que esperan algo de ellos, este libro no creo que tenga interés, porque ellos ya lo tienen todo claro, así que el planteamiento de preguntas tales como “¿quién soy yo?”, “¿De dónde vengo y a dónde voy?” ya la estudiaron en su particular proceso de aprendizaje y aprobaron el examen con notable alto, así que ¿qué más pueden aprender en estas páginas que no sepan?
Para mí, el simple hecho de escribir para otros, me cuestiona, si acaso no me estoy comportando de un modo prepotente. Porque mucho más importante que la sabiduría de las palabras es la sabiduría expresada en los actos, en la propia vida vivida con humildad de corazón. Porque como dice Lao Tse, “el que sabe no habla, y el que habla, no sabe”. Y también, “el sabio no enseña con palabras, sino con actos”. Y por último.
Saber que no se sabe, eso es humildad. Pensar que uno sabe lo que no sabe, eso es enfermedad.
Para las ovejas perdidas de Dios este libro puede tener interés, según les dé. Si están cerriles, mal asunto; si están convencidos de que este mundo es lo único que hay, entonces, como le decía Abraham al rico Epulón, ni aunque se les apareciera a sus familiares Moisés en persona, creerían. Pero si les queda algo de duda sobre otro plano de la existencia, acaso estos planteamientos puedan ser útiles.
Por últimos están los doctores en teología, filosofía y psicología, a los que este libro podría resultar molesto, dado que, puede que piensen, me meto en su ámbito de competencia. Ya se sabe, es eso del intrusismo profesional, que se mira con mucho recelo desde cada profesión. O el control de las conciencias. Resulta bastante triste que los temas que ligan al hombre con Dios, tengan que ser tratados por especialistas, académicamente cualificados. Es el paroxismo de la superespecialización, ante lo que un alma sencilla se queda con los ojos a cuadros, como si los temas de su futuro trascendente tuvieran que pasar por la comisión de competencias de los Acuerdos de Bolonia, o algo así.
Con permiso de los sabios de este mundo, diré que siento como La Casa del Padre tiene que ser patrimonio de la Humanidad entera.  Y el camino lo han descrito todos los grandes maestros de la mística que en el mundo han sido. Jesús de Nazareth es patrimonio de la Humanidad, igual que Lao Tse o Buda, y no sólo de sus seguidores oficiales. El que no esté de acuerdo con este argumento, no merece la pena que siga leyendo, porque se va a enfadar bastante.
Descrito someramente este escenario, al menos tal y como lo veo, consecuencia creo, de haber sido educados en una fe tan sincera como ingenua, que ha generado, sino en todo, al menos en parte esta diáspora de creyentes, lo inmediato es preguntarles a los que nos han educado en la fe, ¿pero en qué fe nos habéis educado? Y los padres preguntarnos, ¿qué hemos hecho mal con nuestros hijos?
O vosotros los educadores os explicáis mal o nosotros, los doctrinos, no entendemos nada de lo que nos intentáis trasmitir. O ambas cosas a la vez.
Y la respuesta es, “os hemos / les hemos educado en la fe verdadera”.
Y la siguiente pregunta es entonces: ¿y cómo si es la fe verdadera, resulta que es una fe tan sincera como infantil o ingenua?
Es sincera, porque la fe católica está focalizada en la figura de Jesús de Nazareth y en su mensaje, el hombre en el que Dios se encarnó para indicarnos el Camino de la Verdad y de la Vida. Pero es ingenua o infantil, porque en torno al mensaje de Jesús, los hombres hemos desarrollado, esto es muy importante: para el común de las gentes, un código credencial bastante sencillo, con criterio de mínimos y adaptado a nuestra tan innata como ingenua o infantil visión de la vida.
Lo paradójico es que la doctrina católica encierra toda la verdad del mensaje de Jesús, pero explicado, no sé si para gente simple, de un modo tal, que cuando lo descubres te sientes ingenuamente tratado, y a la vez indignado. Acaso no haya podido ser de otra forma a lo largo de la Historia. Es muy fácil criticar el cómo se ha evangelizado e instituido el cristianismo, y cómo podría haberse hecho, pero creo que habría que haber estado allí, en las grandes aventuras de evangelización, para darnos cuentas de las condiciones en las que la difusión de la fe cristiana se llevó a cabo a lo largo de los siglos, y de cómo la metafísica profunda no es precisamente algo que se entienda fácilmente.
Dios nos somete a muchos dilemas. Hemos de convertirnos en niños para comprender y captar su mensaje, pero no en gente simple ni en teólogos doctorados, porque ninguno de los extremos es capaz de percibir la Luz que viene de lo alto.
Hemos de aprender a ver con los ojos de un niño, no con la inteligencia de un simple. Hay un abismo entre ambos.
Quisiera creer que estas reacciones se deben a que los cristianos somos bastante simples y no entendemos lo que nos explican nuestros doctores en la fe; es decir, que no damos para más en materia de fe y nos tenemos que conformar con un sota, caballo y rey expresado en la sana rutina del buen católico practicante. Cuando a alguien se le ha ocurrido, a lo largo de la Historia, contarle a las gentes sencillas algo que no fuera el sota, caballo y rey de la doctrina oficial, elaborada para esas gentes sencillas, ha sido sistemáticamente silenciado y procesado. Fue el caso del Maestro Eckhart[iv], quien en el Siglo XIII se le ocurrió predicar la mística a las gentes sencillas, con sus sermones “RdU” (“pláticas formativas” en alemán), impartidas en este idioma, siglo y medio antes de Lutero, donde explicaba los procesos de relación del alma con Dios, de un modo tan personal que creó grandes recelos entre la curia, que le procesó en tiempos de Juan XXII con el Acta “In agro dominico” que advierte contra el peligro de una falsa comprensión de la doctrina católica y de la confusión que ello podría llevar a las gentes sencillas. Eckhart murió en 1328 en Avignon en espera de la resolución, que al final resultó condenatoria para él y su pensamiento. Después de él, místicos de la talla de San Juan de la Cruz, Kempis, Tauler, Teresa de Jesús y otros, han vivido y escrito en similares términos la vida íntima del alma con Dios, y sobre todos ellos ha planeado la sombra de la duda y la herejía por parte de la Iglesia.
Esta actitud de difundir una fe, con criterio de mínimos por una parte, y con restricciones severas en otro, a lo largo de la Historia, creo ha tenido efectos negativos en la relación de los cristianos entre sí, y con los pueblos vecinos.
Entre sí, porque a todo aquel que se atreviera a ver y a vivir el mensaje de Jesús (y a ocurrírsele la necia idea de pensar o de vivir de distinta forma a lo que marcan los cánones), y se desviara un ápice del Magisterio, era considerado hereje y, no ya excomulgado, sino en determinadas épocas de claro imperio temporal de la Iglesia católica, condenado a muerte. Los martirios aplicados a los primeros cristianos por defender la fe en Cristo, lo aplicaron posteriormente estos a los que simplemente “pensaban diferente”, argumentando de esta forma la lucha contra las herejías, que nos ha llevado a extremos poco edificantes. Basta con recordar el martirio de Hipatia de Alejandría[v], escenificado recientemente en la película “Agora” de Alejandro Amenábar, descuartizada a comienzos del Siglo IV por una horda de fanáticos cristianos, a los que les era imposible soportar la autoridad moral y científica de una mujer, para comprender hasta qué punto, por ejemplo, el pensamiento científico y la Fe son incompatibles, no por los descubrimientos que haga la Ciencia haciendo retroceder los dogmas de fe, sino por el método que emplean ambas, la primera se basa en la duda metódica, la segunda en la certeza absoluta. La duda como método permite vivir un ambiente de permanente aprendizaje, aceptando el error como avance hacia la verdad (método ensayo error)…
La certeza absoluta, la total convicción, es un enemigo más peligroso para la verdad, que las mentiras, (Nietzche, )
El noble sólo busca la verdad y no se aferra con ciega obstinación a su criterio. (Confucio)
Porque en el extremo la total convicción puede ir acompañada de la total intransigencia (santa intransigencia la llaman algunos), que es defendida a veces incluso con máxima violencia. Aquí el hombre se encuentra entre la espada y la pared, de aceptar las verdades por revelación y dudar de lo que su mente no alcanza a comprender. Sólo aceptar que entre Dios y el hombre reside la nube del desconocer, y el sincero deseo de dejarnos conducir por Alguien del que sólo conocemos que existe y nos ama, que es nuestro principio y nuestro fin y hemos confiar en Él para lograr la meta de la perfección de nuestro ser, hace posible la tolerancia y aceptar convivir con ideas diferentes a las nuestras. Lo contrario provoca lo que siempre han provocado las religiones en las épocas de absolutismo religioso, el enfrentamiento, la persecución y condena contra todo aquel que se atreviese a pensar diferente.
A lo largo de la historia de la Iglesia, las herejías la han salpicado con mucha frecuencia, y  ella se ha visto forzada, en la medida en que tenía autoridad temporal para imponer su ley, a combatirlas, a fin de que el cristianismo no se atomizara en decenas de sectas, como al final ocurrió con la reforma protestante.  En muchas ocasiones los humanos nos vemos ante dilemas duales. O “A” o “B”, o blanco o negro, o centralismo o autonomía, o doctrina única sin posibilidad de discusión, o interpretaciones diferentes de la fe. Esta ha sido una característica de la era de Piscis, el dominio y enfrentamiento de los opuestos. Si un católico se atreve a opinar diferente a lo que el Magisterio expone, stricto sensu se comporta como un luterano. ¿Hasta qué punto yo mismo, católico bautizado, al opinar en ciertas cosas de modo diferente, y exponerlo aquí, no estoy “canónicamente” comportándome como un luterano, como un protestante? Si nos ponemos rígidos en las interpretaciones, puede que me la esté jugando. En el resto de los asuntos de la vida, las cosas no son “blanco” ni “negro”, salvo posturas absolutistas, sino que se comportan como un continuo dentro de la escala de grises basado en las escalas de verdad, desde los argumentos fundados en la lógica, los basados en el sentido común, los opinables, y los indiferentes, razón por la que los fundamentalistas de las ideologías, que defienden el absoluto blanco o el absoluto negro, están a bronca permanente con los adversarios ideológicos. Los orientales tienen resuelto este problema con la aceptación del Yin y el Yang, donde los opuestos son necesarios porque se complementan, y además no son extremos absolutos, sino que en lo blanco hay un punto negro, y viceversa, reconociendo que los absolutos no existen, que siempre hay un punto de luz al final del túnel, y no existe en este mundo la claridad total, ni tampoco la total oscuridad.
Pero también con nuestros pueblos vecinos la intransigencia de creerse en posesión de la verdad total ha tenido efectos devastadores, porque la Iglesia (y en general las grandes religiones monoteístas) ha caído en el error histórico de la visión maniquea de la Humanidad, al dividirla en buenos y malos, fieles e infieles, judíos y gentiles. Los fieles pueden salvarse si acatan el Magisterio, y los infieles, aparte de estar condenados al infierno, simplemente no merecen vivir. Y a tal efecto, se inventaron unas cosa que se llamó Cruzadas cristianas, o Guerras santas (yijad) musulmanas, para recuperar de los infieles los lugares santos, o para difundir a fuego y espada la fe en Alá. Y así va el mundo, pegando bandazos y enredado en una permanente ensalada de tiros y de atentados terroristas de origen religioso (… y de más cosas que no es el caso citar aquí).
En la época colonial, se adoptó como misión evangelizadora, el borrado de las señas de identidad de los pueblos colonizados, en un claro gesto de imperialismo religioso, con el pretexto de eliminar los falsos dioses, que en muchas ocasiones eran el mismo Dios, con diferente nombre.
En resumen, hay que decir, con gran dolor de corazón, que las grandes religiones son mutuamente excluyentes, y arrojan al infierno a todos los que no son sus seguidores, razón por la que el infierno debe ser exotérmico, según la simpática respuesta del alumno de Físicas de la Universidad de Valladolid, de tanta gente como tiene que haber en él[vi], básicamente toda la Humanidad.
¿Somos conscientes del triste espectáculo que damos los creyentes? ¿Nos damos cuenta de por qué tanta gente se aleja? Realmente no hemos contribuido precisamente a dar una imagen atrayente de la religión a los que dudan de que ésta predique el amor de Dios a los hombres, cuando lo que ven es una panda de fanáticos a bronca y navajazos diarios hasta las entrañas, eso sí, no sin antes rezar a la Meca o echarles unos rezos a Santiago matamoros.
Aviso a navegantes…
6 Ay del que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar.
Mt 18, 6
Sin embargo, entre los errores y los aciertos de las religiones, hay que ser bastante comprensivo. Las comunidades de fe la forman seres humanos, que tratan de hacerlo lo mejor posible, aunque metan la pata una y otra vez, o así pueda parecer, cuando en realidad, si uno lo analiza con desapasionamiento, acaso en según qué momento de la Historia, las actitudes no podrían haber sido otras. Todo esto, aparte de la cizaña introducida por los pérfidos que han usado el poder espiritual y la influencia de la Iglesia en los pueblos para enriquecerse de un modo totalmente asqueroso.
Yo soy un cristiano laico de a pie, casado y con tres hijos; no pertenezco a ningún núcleo  importante de reflexión eclesiástica, ni intelectual, donde los expertos debaten el por qué de la situación actual, sus causas y consecuencias, ni estoy capacitado para escribir ningún documento oficial, pero me he pasado cuarenta años viendo lo que sucede a mi alrededor, integrado con mi esposa  siempre en movimientos cristianos. He visto de joven cómo la Iglesia parecía que tenía sincero interés en abrirse al mundo, para luego ver cómo la reacción de los propios católicos y de la sociedad en general parecían amenazar la integridad de la doctrina, empezando por el sensible problema de la planificación familiar, que frente a las tendencias, incluso en el seno de la Iglesia que proponían una relativa flexibilidad en la postura tradicional del Vaticano, Pablo VI no tuvo, según la doctrina católica al uso, otra opción que escribir la “Humanae vitae”. O La respuesta visceral contra la Teología de la liberación o contra el Catecismo Holandés hasta sentenciarlo de anatema. Todo ello en mí, personalmente produjo un completo estado de confusión, mientras veía cómo el orientalismo filosófico se iba colando por todas las rendijas de la sociedad, evolucionando meteóricamente hacia lo que ahora se denomina fenómeno neoerista o “New Age” [vii], auténtico quebradero de cabeza para la iglesia católica.
El Concilio Vaticano II parecía haber abierto una puerta a nuevos tiempos, para una Humanidad que con la que está cayendo en nuestro castigado Planeta, busca cada vez con más inquietud, caminos de vida espiritual alternativos a los tradicionales. ¿Por qué?, ¿qué están buscando que no han logrado encontrar en sus comunidades religiosas de origen? Los movimientos de la Nueva Era, que se expanden al calor de la cada vez más importante impronta de la espiritualidad oriental, la Era de Acuario, un acentuado milenarismo y todo eso, son los signos de los tiempos. El que no quiera verlo, que no lo vea. El que quiera iniciar una cruzada contra el gnosticismo, los nuevos infieles, que la organice. Yo estoy con ellos, con los que son atraídos por la idea de una nueva era, en tanto son las ovejas perdidas de Dios, que desean ir a su encuentro, y no saben bien cómo. Estoy con estos nuevos infieles, con estos nuevos publicanos y pecadores, con los que yomismo compartí danzas y lecturas en los años setenta en San Francisco, ciudad abierta a nuevas ideas donde las haya, porque es muy probable que sean los nuevos invitados a las bodas del Señor (si consiguen no ser engañados por los nuevos mercaderes del templo, de la espiritualidad que se parapetan tras los atractivos de la New Age); aquellos a los que tuvieron que invitar los siervos, tras haberse negado a asistir los que realmente estaban invitados, aunque siempre se encontrarán sujetos que no tengan el traje de boda (los impostores). El texto de Mateo 22, no tiene desperdicio.[viii]
1 Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo: 2 «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. 3 Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. 4 Envió todavía otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: “Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda.” 5 Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; 6 y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. 7 Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. 8 Entonces dice a sus siervos: “La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. 9 Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda.” 10 Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. 11 «Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, 12 le dice: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?” El se quedó callado. 13 Entonces el rey dijo a los sirvientes: “Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.” 14 Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.»
Los que se creen justos y sanos, puede que se molesten porque “otros” estén predicando en el nombre de Jesús. Estos otros son algo así como los grupos y organizaciones, cristianas o no, que bajo el acrónimo NMR, Nuevos Movimientos Religiosos, traen de cabeza a los grandes cancilleres oficiales, porque temen les quiten parroquia. En relación a esto, Jesús dice:
49 Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros.» 50 Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros.»
Lc 9, 49-50
De la misma forma que se indignarían con el Maestro porque frecuentaba ambientes poco edificantes:
31 ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. 32 Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.
Mt 21. 31-32
15 Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. 16 Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?»
Mc 2. 15-16
27 Después de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» 28 El, dejándolo todo, se levantó y le siguió. 29 Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un gran número de publicanos, y de otros que estaban a la mesa con ellos. 30 Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: «¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?»
Lc 5. 27-30
34 Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores.”
Lc 7. 34
Recordemos que Jesús tenía especial predilección hacia a los enfermos frente a los que “se creían” sanos, y hacia los pecadores y prostitutas frente a los que se creían “justos”.  Acoge al hijo pródigo y le prepara un banquete, mientras da a entender el enojo del padre ante el hijo mayor, el justo, por su actitud excluyente, indignado por el agasajo al hermano perdido, cuando a él nunca le había consentido un fiestorro con sus amigos.
Así que deberíamos darles la importancia que tienen, primero porque son una nada despreciable fuerza social, y además porque puede que ellos, las ovejas perdidas de Dios, nos adelanten por la derecha, y en cualquier caso, puede que a través de ellos, el mismo Dios nos esté lanzando una seria advertencia a los que estamos cómodamente afincados en nuestros grupos “estufa”, donde estamos “a gustito”, y nos consideramos justos y sanos. Esta es la razón por la que a todas estas corrientes de espiritualidad no católicas, o no cristianas las tengo un alto respeto, porque resulta que nos están enseñando muchísimas cosas, que acaso nosotros, los cristianos de a pie teníamos olvidadas. Por ejemplo, el propio hecho de la Vida Interior, que ellos experimentan con la meditación vipassana y de la que nosotros no tenemos ni noticia porque cuando rezamos no dejamos hablar a Dios en nuestro corazón, ahogándole entre interminables jaculatorias y letanías.
Cuando el habitante de un país maravilloso, orgulloso de las maravillas que disfruta en su tierra, pasa del orgullo por lo propio al desprecio de lo ajeno, de los demás países, automáticamente pasa de expresar una virtud a expresar una actitud deleznable. Nuestro país, nuestra fe es maravillosa (aunque nosotros hayamos caído en una actitud rutinaria), pero los demás países, los demás enfoques de la espiritualidad universal, como poco merecen un profundo respeto, y nos deberían motivar a tener siempre las antenas abiertas para aprender de ellos. El tiempo en el que nuestras madres y abuelas, cuando llamaban a la puerta los testigos de Jehová, se santiguaban a María Santísima para no pecar escuchándoles y los rechazaban confesándose católicas, apostólicas y romanas, debería ir pasando, para adentrarnos en una sociedad más comprensiva y acogedora ante otras formas aparentemente diferentes de ver la vida. En eso la globalización está ayudando, con las corrientes migratorias de habitantes. Aunque la realidad es tozuda y tiende a negarse a soltar amarras con la tradición.
Todas estas cosas afectan a la estabilidad de la fe, en tanto referente absoluto, tanto que da miedo, pues es como si navegando cómodamente en un barco para cruzar el Estrecho, uno se tirase al agua y pretendiera alcanzar la costa a nado.
Esto lo ilustra el sufismo (rama mística del Islam)[ix] con una bella alegoría, escrita por Niffari  el egipcio.
Hay naves en el mar que transportan viajeros; son las sectas y religiones, los dogmas y las organizaciones religiosas. Las naves naufragan y sus restos (las tablas) se hunden; es decir, incluso las buenas obras que no llegan a la abnegación total y toda fe que no es el conocimiento unitivo de Dios. La liberación hacia la eternidad es el acto de lanzarse al mar, a riesgo, de poner en peligro la propia vida. Porque “el mar” es el Océano de Dios.
Lo primero que uno ve cuando intenta adentrarse en los terrenos de la espiritualidad es que siente como pierde solidez el suelo que pisa. Dentro del barco de la fe que le enseñaron sus padres, se puede estar al menos tranquilo y seguro, si como el joven rico cumple con “la Ley y los profetas”. Pero el paso definitivo hacia la senda estrecha supone un salto en el vacío. Las seguridades eclesiásticas ya no funcionan, o al menos la seguridad que aportan no es tan evidente. Aquí ya no vale con ir a misa y rezar un rosario, o meditar en posición de loto y asistir a clases de yoga. Supone el abandono total en brazos de Alguien que sentimos nos ama. Y eso deja de basarse en una práctica tangible con ritos y ceremonias, para exigirte toda tu vida. Lo que haces, como dice Niffari, es tirarte al agua, cuestionándote ¿me ahogaré? Es el miedo de Pedro al tratar de caminar sobre las aguas como Jesús. Esto es muy importante, es ver como Jesús se acerca a ti, cómodamente instalado en tu barca, y te dice, tírate al agua que caminarás como yo. Tú lo haces, pero como ya sabemos que eso es imposible, el miedo te hace hundirte... ¡sálvame que me hundo!
Y cosa curiosa, cuando estás en el agua palmoteando para no ahogarte, te encuentras que también hay otros del mismo barco o de otros, que también se han tirado. Han decidido hacer lo mismo.
Sobre la New Age voy a referirme en varias ocasiones a lo largo del libro, porque no quisiera malos entendidos, dado que la Nueva Era honestamente puede verse como un nuevo resurgir de la espiritualidad universal, o como un pandemonium, la capital del infierno de John Milton, en su poema “El paraíso perdido”. Muchas de las tendencias filosóficas y metafísicas a las que hago referencia en el libro, que constituyen el cuerpo de conocimiento de la Filosofía perenne y de la mística, están siendo la base de la nueva espiritualidad que subyace en los movimientos de Nueva Era; pero también están siendo utilizadas por los mercaderes del templo, que se están aprovechando del nicho de negocio que Nueva Era, en un Occidente dominado por el mercado, ofrece a los que buscan filones de pingües beneficios, como reclamo publicitario de métodos antiestrés, de relax, paz y amor tántrico. Hablar de metafísica advaita o del Zen es hablar de dos de las corrientes milenarias más importantes de la Filosofía, pero en manos de los nuevos chamanes neoeristas, puede hacer verdaderos estragos, hasta el punto de desestructurar la mente. Es peligroso. Utilizar la meditación Zen para perder unos kilitos es una burla soez (igual que rezar a María Santísima una novena para que nos toque la lotería o el Barça gane la Champions), aparte de que pueden conducir a un estado de confusionismo severo.
Este escenario, donde al ser humano se le ofrece una multitud de alternativas para abordar lo que es el mundo de lo sutil, de lo espiritual, impresiona de ocultar un completo misterio que los hombres, “fiat homo”, con nuestras potencias, en la pretensión de dominarlo, en realidad no hacemos otra cosa que complicarlo, y que necesita ser esclarecido, “fiat lux”, para que al final caigamos en la cuenta de que realmente lo que sucede no es ni más ni menos su voluntad, “fiat voluntas tua”.
Experimentar a Dios es algo tan personal, tan íntimo, que al final, la lectura de los grandes tratados de teología, incluso de mística[x], más o menos orientan, pero no tendrán ningún efecto si no se pasa a la acción de decir “Sí” a la llamada. Para eso, es más útil leer las experiencias personales de la gente. Eso fue lo que hizo Teresa de Jesús con su libro, “El libro de la vida”, donde refleja en primera persona “lo que a ella le sucedió”. Salvando la dificultad de entender el castellano de la época, por lo demás se explica como un libro abierto. Son estos testimonios personales los que realmente tienen utilidad para aquellos que “sienten algo dentro de sí, que no saben lo que es”, y que no lo resuelve saberse de memoria la doctrina oficial. Es como la señora que quiere adelgazar y le ponen como referente a una top model. Creo que lo tendrá bastante chungo. Es mejor que se tope con una amiga o vecina que partiendo de su misma penosa situación excedentaria en peso y carnes, haya conseguido adelgazar unos cuantos kilos. Eso sí le sirve, porque es un modelo que puede seguir e imitar.
Recuerdo, cuando yo era pequeño, años sesenta, que me aficioné a leer unos tebeos que se llamaban “Vidas ejemplares” de Editorial Novaro. Las había de todo tipo, personajes históricos de la cultura, del arte, las ciencias y sobre todo santos. Creo que se publicaron más de 250 números. A mí, personalmente, me llamaba muchísimo más la atención cómo Francisco de Asís, o Ignacio de Loyola llegaron a experimentar su proceso de conversión, que aprenderme las innumerables sentencias del catecismo Ripalda. Es decir, un ejemplo de vida vale mucho más que los asertos doctrinales, porque la fe, o se vive o es menos que nada. Con esto no estoy subestimando el catecismo, o cualquier prontuario doctrinal, sólo digo que el catecismo es a la vida real como un texto legal a la lectura de casos que sientan jurisprudencia. Son necesarios los dos, el primero ¡qué duda cabe!, pero a la hora de aplicarlo a la vida, conocer ejemplos prácticos que poder imitar, es mucho más útil.
Este libro no pretende, lo dije al principio, ser doctrinal, sino vivencial, así que me arriesgo a cometer errores doctrinales. Lo siento. Soy un anónimo hombre de la calle que escribe para anónimos hombres y mujeres de la calle a los que, a lo mejor, “sienten algo dentro de sí, que no saben lo que es”.
Este libro se centra, para enfocar adecuadamente su lectura, y evitar malos entendidos, en tres argumentos principales:
El primer argumento se basa en ser conscientes de que vivimos dentro de un Universo, creado por Dios para que nosotros, sus criaturas supremas, aprendamos a ser. “Fíat homo”.  Y aprender a ser no es otra cosa sino aprender a Amar. Y aprender a Amar no es otra cosa que descubrir nuestra Vida Interior, donde Dios habita, queramos o no, nos demos cuenta o no. En esto, las capacidades de cada cual cuentan y mucho, sobre todo la fuerza de voluntad, para tratar de luchar contra los errores que continuamente cometemos en nuestra vida.
El segundo argumento se centra en cómo la vida de fe se basa en dos pilares, la espiritualidad personal de relación directa del alma con Dios, y la ritualidad, como expresión comunitaria de esa fe, y de cómo, en el común de las gentes, estos dos pilares parecen están invertidos, dándosele bastante más prioridad a los ritos que a la espiritualidad. Al menos eso es lo que me parece, o se percibe desde fuera. Una espiritualidad sin ritualidad es una fe solitaria, que como pájaro enjaulado, no puede expresar toda la alegría que lleva dentro de sí, y que por tanto, puede que termine como una vela que se apaga; pero una ritualidad sin espiritualidad es una fe hueca, vacía, sin contenido, que sólo expresa la algarabía de una barahúnda  bastante escandalosa, aunque pudiera llenar las misas dominicales.
Este argumento lo considero muy importante a fin de no generar confusiones. Todos las críticas que pudiera parecer, hago contra la ritualidad, están dirigidos contra la aburrida rutina en la que hemos convertido nuestra relación con Dios a base de cumplir preceptos sin vivir ni su contenido, ni su significado. En palabras del Padre Carlos Bliekast en su libro “Ser cristiano, esa gran osadía”, que leí allá por los años setenta, “la Iglesia es un gran árbol frondoso, pero que se ha llenado de una inmensa hojarasca de hojas muertas, que impiden ver el tronco verde y vivo”.
El tercer argumento se centra en el camino hacia la Luz. “Fíat lux”. Hágase la luz es el gran acontecimiento de nuestra vida que nos hace tomar conciencia plena de nosotros mismos, de nuestra base divina, de Dios que habita el hondón de nuestro ser, y que desemboca inexorablemente en la plena conciencia de que nuestra vida auténtica se centra en el Amor. A esto, sólo podemos rogar nos sea concedida la gracia de ver esa luz, pero en cualquier caso estamos ante un regalo del Cielo que responde al “pedid y se os dará, buscad y hallaréis, abrid y se os abrirá” (Mt 7,7).
Y Amar significa ser conscientes de que en todo momento, en toda ocasión, tanto lo que sucede a nuestro alrededor, como nuestro propio obrar, es un cántico a Dios en clave “hágase tu voluntad, así en la Tierra como en el Cielo”. “Fíat voluntas tua”. Vivir así se llama “contemplación”, porque tu vida se transforma en un “sí” a la voluntad del Padre, de modo que te haces Uno con Él y todo manifiesta su Divina realidad en este mundo. Es vivir el Cielo en la Tierra.
La conclusión del desarrollo de estos tres argumentos es que, al final, todo tiene sentido. Lo que ha sucedido en la Historia, sucede y sucederá, es lo que ha de ser, porque todo es la voluntad de nuestro Padre que está en los Cielos. No es predestinación ni determinismo ciego, es simplemente ser consciente de que lo que sucede es lo que simplemente “es”, porque lo que es, es lo único que existe. El pasado ya no existe (sólo el recuerdo lo mantiene relativamente vivo en la memoria). Y el futuro, está por llegar, pero tampoco existe; sólo existe el ahora, “carpe diem”, frase de Horacio, el poeta romano, que expresa este pensamiento.
Este estado de iluminación, de lucidez sólo es posible alcanzarlo mediante una actitud espiritual muy concreta. Se denomina Oración. Los orientales lo llaman meditación, aunque existen diferencias, y siempre habrá entendidos que le saquen punta a la dialéctica y a los conceptos, pero en resumen, se trata de la misma actitud de elevación hacia la Divina Realidad que nos envuelve.
La descripción del estado, del espíritu de Oración es la clave del mensaje de Jesús. Y no debía serle demasiado fácil explicarlo, puesto que hablaba en parábolas. Y una parábola o alegoría, o cuento para entendernos, como explica Fidel Delgado[xi] (un buen amigo y consumado maestro de la Filosofía perenne), se asemeja a la función matemática del mismo nombre, que crece primero exponencialmente, para luego suavizarse hasta alcanzar una asíntota. Es una explicación aparentemente sencilla, pero que oculta un asintótico infinito de comprensión, que no se alcanza si no se nos aporta ese plus de comprensión final, “fiat lux”. Pues bien, dentro del limitado léxico que tienen las lenguas occidentales para expresar todo aquello que no sea físico, nos la tenemos que apañar para hacer símiles y comparaciones en lo que es la Vida Interior, con ejemplos tomados de la vida física. Alan Watts[xii], refiere en su libro “El Camino del Zen”, cómo el idioma chino no parece tener el mismo problema, ya que tienen ideogramas para expresar conceptos sutiles, que nosotros hemos de comparar con objetos y situaciones del mundo físico. Así, solemos asociar nuestro paso por esta vida como un camino, un peregrinar, desde no sabemos dónde hasta no sabemos tampoco dónde muy bien. Hablamos de subir, de bajar, de caídas, de dificultades como piedras del camino, de luz y oscuridad, de alturas y profundidades, de lo oculto y lo accesible, de heridas que sanan, de rupturas, de tormentas, de ajetreos, de serenidad, de brisa, etc. Es decir, utilizamos para expresar lo que sucede en nuestro interior, palabras y términos empleados para describir lo que sucede en nuestro exterior, y tratamos de explicarnos diciendo “es como si…”, poniendo ejemplos de la vida física, para expresar cómo nos sentimos, qué nos sucede, por qué época estamos atravesando.
De esta forma, vamos a decorar este libro, todo él, al final de cada una de las tres partes, con un símil físico, la aventura de recorrer un largo camino. Y qué mejor camino, que el Camino de Santiago.
Habitualmente la vida se compara con un largo camino. Y nos imaginamos la mayoría de los humanos lo que se debe experimentar al caminar por un sendero. Nos imaginamos el cansancio, nos imaginamos la sed por el calor, el frío, la lluvia, el sueño, el merecido descanso tras una larga jornada. Pero sólo nos lo imaginamos.
Gracias, o a consecuencia de los medios de transporte actuales, prácticamente nadie se imagina, ni de lejos, qué significa, qué se siente al recorrer un largo camino.
Todos caminamos por esta vida, todos experimentamos el cansancio de las duras jornadas de trabajo, el hambre y la sed, algunas veces, el relax del merecido descanso, las inclemencias de las circunstancias en las que vivimos.
Pero casi nadie puede realmente comparar las vivencias del día a día, con el día a día del físico peregrinar.
La Vida Interior está descrita por los místicos bajo muchas analogías, de las que quiero destacar la que hace referencia al “camino de perfección” de Teresa de Jesús o a la “subida al Monte Carmelo” de Juan de la Cruz. Ambas analogías de la Vida Interior tienen, a mi parecer y experiencia personal, un increíble símbolo físico y vivencial que es el Camino de Santiago. Recorrer los 736 Km del Camino Francés desde Roncesvalles hasta Compostela, etapa tras etapa, nos puede dar una idea muy ajustada de lo que supone eso de dirigir nuestra vida a Dios.
Peregrinar a Santiago es una experiencia asombrosa. Lo vivimos mi esposa Paloma y yo hace algunos años. Cuando lo terminas, cuando nosotros dos lo concluimos, comprendimos que los 736 kilómetros recorridos no supusieron el final, sino casi se podría decir, el principio de un nuevo paradigma para nuestra vida, tanto personal, como de pareja. Ser peregrino a Santiago se convierte, cuando llevas a cabo la peregrinación y la concluyes, en un estilo de vida, en un carácter especial, en un sello muy personal que ves se imprime en tu espíritu que hace que, cuando te ves con el certificado de peregrinación (la compostela) en la mano, te des cuenta de que tu vida ya no volverá a ser la misma a partir de entonces, porque en esos 736 Km, si eres consciente de ello, es como si comprimieras toda tu vida en esas 31 etapas.
Cada etapa, cada momento, te da la opción de recapacitar y de que profundices más allá de las cosas hasta encontrar (para ti) el auténtico significado de lo que experimentas, de lo que vives.
Podríamos poner muchos ejemplos, muchos instantes que se convierten en símbolo para tu vida. Pongo por caso unos cuantos...
Cuando, con permiso de la bruma, eres capaz de ver las múltiples bifurcaciones del camino, la incertidumbre te inunda al no saber qué dirección tomar, hasta tanto no ves la socorrida flecha amarilla, o el hito, que te garantice que vas por la senda correcta, una marca, una indicación, o un buen mapa donde puedas tomar el camino correcto; todo ello son experiencias vividas físicamente que poco a poco van calando en la imagen que tienes de tu propia vida. Y te vas dando cuenta de hasta qué punto cada instante vivido en ese largo caminar que es el Camino, se constituye en un símbolo de tu propia vida, en un “es como si…”.
Cuando en las largas etapas de Castilla, donde el horizonte se torna en una perfecta línea recta horizontal trazada a tiralíneas desde cualquiera de los cuatro puntos cardinales al otro, con el Sol implacable marcando las horas, tu caminar se transforma en un sacramento de tu propia vida que simboliza las largas épocas en las que parece que nada cambia, en las que el paso del tiempo se ralentiza, y no evidencias que estás avanzando, porque el paisaje por el que caminas es todo igual, kilómetros y kilómetros de lo mismo. Representan ese silencio de Dios que te hace a veces desesperar porque nada en tu vida cambia, y de que no le encuentres cuando crees que le necesitas. Pero “Fíat”, hágase Tu voluntad.
Cuando durante un instante te das cuenta de que estás solo, con sólo la compañía de un solitario cuervo y el ulular del viento, sin nadie a tu alrededor, emergen en ti los miedos de la soledad, o la paz del silencio total y absoluto. Acaso en esos momentos puede que sientas cómo la Divina Realidad te envuelve por completo, y una infinita y extraña paz inunda tu alma. Fíat voluntas tua.
Cuando un peregrino de algún lugar lejano, te alcanza y durante unos kilómetros te hace compañía y se entabla una animada conversación sobre lo que sea, te inunda la alegría de compartir con alguien que no conoces las mismas sensaciones y experiencias, e incluso las mismas preocupaciones por un problema común, tal como las ampollas o las rozaduras, o las dudas sobre qué ruta seguir.
Cuando tras coronar una elevada colina, no sin esfuerzo, eres capaz de admirar el grandioso horizonte, con nubes a tus pies, sientes cómo te inunda la alegría del desafío personal superado y la recompensa que supone contemplar la obra de Dios en todo su esplendor. ¡Bendito seas Mi Señor, por habitar en lo más profundo de mí ser y derramar la gracia de tantas cosas bellas como me permites contemplar!
Cuando llegas al albergue tras una larga etapa y en hacinadas salas consigues una humilde litera donde desplomar tus doloridos restos mortales, experimentas la paz del merecido descanso, como cuando tras una dura jornada de trabajo, con la conciencia tranquila de tu sincero buen hacer, te rindes al cansancio y abandonas tu cuerpo y tu espíritu al relax del sillón o de la cama, y ruegas a Dios te proporcione una noche tranquila y una muerte santa. ¡Bendito seas Mi Señor por las fuerzas que me has aportado para superar las dificultades de esta jornada!
Cuando renunciando al remilgado pudor, eres capaz de ponerte en calzoncillos ante una desconocida que por un instante te muestra su lencería íntima antes de calzarse su pijama, o sales de la comunitaria ducha sin más armadura que una toalla, igual que otros y otras, camino a la literas contiguas a la tuya, te das cuenta de cuánta ingenuidad nos han inculcado durante tantos años, y de cómo la convivencia en un albergue, rayando en un inevitable hacinamiento a veces, a pesar de vernos en paños menores, está tan lejos de la lascivia y de la impudicia, que casi parece ridículo siquiera pensar que ver a una mujer en bragas a tu lado sea constitutivo de malos pensamientos. ¡Bendito seas Mi Señor por permitirme superar tantos prejuicios y confusas ideas sobre el pudor, la convivencia y la cercanía con los demás!
Cuando en un alto del camino, te sientas junto a otros peregrinos, a los que a caso no volverás a ver nunca más, y compartes agua, alimento, tiritas y pomadas anti inflamatorias, tímidamente te imaginas qué podría ser eso de compartir y en el extremo, obrar el milagro de los panes y los peces. ¡Bendito seas, Mi Señor por hacerme valorar la virtud de la solidaridad y el compañerismo!
Cuando experimentas el peso del macuto, y reconoces el exceso de  carga que llevas encima, pudiendo ir, como se puede realmente, ligero de equipaje, te das cuenta de hasta qué punto, nos cargamos en la vida de verdaderos fardos absurdos, que no tienen sentido, que suponen un lastre para nuestro caminar y nuestro crecimiento. Reconoces que para vivir no es necesario ni el diez por ciento de los bienes con los que nos atamos de por vida, y que con los años se tornan en pesadas cargas, no sólo económicas, que también, sino sobre todo afectivas (donde está tu tesoro, allí está tu corazón, Mt 6,21), que nos desvían y entorpecen en nuestro crecimiento y aprendizaje personal. ¡Fíat lux!
Cuando sufres una molesta tendinitis, o una rozadura, o una ampolla que hacen las etapas dolorosas e interminables, y tus abrasados y doloridos pies no te responden, pero no obstante sigues adelante, te das cuenta de que los pequeños contratiempos de la vida son como las ampollas y molestias del duro caminar, que Dios nos las regala para que nos demos cuenta de que el amor es una decisión de todo tiempo, todo terreno y toda situación, y no sólo propicio si soplan vientos suaves. Es eso de que sólo cuando comprendes que los avatares y sufrimientos de esta vida es lo mejor que te puede pasar, entonces es cuando comienzas a tener algo de Fe en la Providencia. Fíat voluntas tua, Mi Señor.
Cuando Dios te regala un compañero/a de viaje, y puedes recorrer el Camino al lado de la persona de la que estás enamorado/a, y aunque por causa de la diferente velocidad de paso, uno se adelante en ocasiones respecto del otro, te das cuenta de la inmensa felicidad que supone saberte acompañado, compartiendo en todo momento las mismas sensaciones, las mismas experiencias, las mismas alegrías y penas, la misma salud y enfermedad, contemplando los mismos paisajes, las mismas noches estrelladas, el mismo Sol abrasador, el mismo viento refrescante, las mismas duras literas, el mismo peso en el macuto, el mismo camino, la misma vida. ¡Gracias, Mi Señor por la esposa que me has regalado, por ese alma gemela con la que me he fundido en un solo corazón, hasta que nuestra amiga la muerte nos separe en este mundo!
Cuando, con permiso de la bruma, pudimos divisar desde el Monte del Gozo las agujas de la catedral, nos vinieron a la mente un sin fin de evocaciones de cuál era el significado de ese momento. El más claro y evidente fue para mí, el de mi propia muerte, el tránsito a la Plenitud.
Y finalmente, cuando alcanzas el objetivo, y entras por la puerta del peregrino a la catedral, y te arrodillas ante el Apóstol, cogido de la mano de tu pareja, te das cuenta de que aquello no ha hecho más que comenzar. Que aunque físicamente hayas concluido la peregrinación, y te den un certificado que dé fe de tu hazaña, realmente sabes que lo que has conseguido ha sido levantar un auténtico Sacramento de tu propia vida, donde tu condición de peregrino hacia Dios se ha materializado en una imagen sagrada que en tu memoria quedará para siempre reflejada en cada instante de esos cientos y cientos de kilómetros recorridos día a día, con tu macuto de diez kilos a la espalda y tus sandalias o zapatillas de caminante empedernido, ya desgastadas las pobres. Y comprendes por qué lo has hecho.
Un sacerdote en Nájera nos decía que la pregunta importante no es ¿por qué voy a hacer el Camino?, sino cuando terminas, preguntarte ¿por qué lo he terminado? Al empezar se puede ir por razones muy diversas, motivos religiosos, devoción al Apóstol, desafío personal, interés cultural, deportivo, de ocio, de diversión. Sin embargo, tras cientos de kilómetros a la espalda, al concluir las razones son bien distintas. ¿Qué te ha mantenido firme en la voluntad de seguir y terminar? Sin minorar los motivos originales, salvo que se sea un necio o alguien sin principios humanos, todos, al entrar en la catedral, de algún modo experimentamos la sensación de que algo ha cambiado en nuestra Vida Interior; que acaso no seamos capaces de expresarlos, pero somos otros.
Y no es cuestión de experimentar la alegría de venerar al apóstol, que también. Pero eso no es lo más importante. Lo más importante es la transformación del Camino físico de Santiago en el Sacramento de tu propia vida.
Esa es, al menos para nosotros, mi esposa Paloma y yo, la auténtica dimensión cristiana del Camino de Santiago, transformar las piedras del camino, los innumerables albergues, la lluvia, el viento, el calor, el frío, las ampollas, el sudor, la relación con otros peregrinos, y todo el sinfín de detalles en el Sacramento de tu propia vida.
Y a partir de ahí, saber, que cada instante de tu existencia se te representará como un instante vivido en el Camino.
Pero aún se puede descubrir algo mucho más profundo. La orografía del Camino francés tiene la peculiaridad de mostrar tres fases claramente diferenciadas, que en mi opinión tienen la virtud de asemejarse en términos generales a las tres vías del camino de perfección descrito por nuestros místicos, y en general por la Teología ascética y mística. La vía purgativa, la iluminativa y la unitiva[xiii].
La primera describe los primeros compases del camino de perfección donde el espíritu se lanza a tumba abierta a entrar buscar la senda de la Vida Interior. Es esa búsqueda de una salida al escenario de este mundo. El deseo de un mundo mejor, el esfuerzo sincero por mejorar ética y moralmente. “Fiat homo”. Es costoso, pero al ser los primeros tramos, la persona los recorre pletórico de fuerzas, camina solo, acompaña el paisaje montañoso al principio, y un clima no demasiado caluroso, aunque pronto, los primeros inconvenientes y en realidad la escasa preparación, sólo compensada con el visceral entusiasmo, hace que finalmente el alma sucumba ante las primeras dificultades y tenga que reposar y tratarse las heridas y a veces descomunales ampollas que les han hecho un calzado nuevo y poco trotado. En el Camino esta primera fase se podría equiparar a las seis primeras etapas, Roncesvalles, Zubiri, Pamplona, Puente la Reina, Estella, Los Arcos y Logroño.
La segunda comienza cuando se han superado los primeros obstáculos y el alma comienza a entrar en una fase en la que las primeras alegrías, el viento a favor, el paisaje agradable, dan paso al páramo mesetario. Es la travesía del desierto. Dios hace como que se oculta, y somete al alma a un largo proceso de sequedad, de aridez espiritual en la que quedan atrás las intensas emociones de los primeros tiempos, para dar paso a un caminar hasta cierto punto monótono, donde parece no suceder nada salvo días, meses y años de una monotonía espiritual que puede llegar a hacerse insoportable. San Juan de la Cruz la denomina la Noche del sentido. Esta fase de duro entrenamiento espiritual, donde el alma es probada en su capacidad de resistencia, tiene su símil en las etapas castellanas, desde Logroño en la Rioja hasta prácticamente Astorga. Casi suponen dos tercios del Camino, y son realmente una dura prueba de resistencia, donde las temperaturas extremas, duro calor en verano o duro frío en invierno con perfiles absolutamente llanos, exceptuando los montes de Oca y algún que otro repecho por los terrenos calizos de Castrogeriz, son un escenario perfecto para representar físicamente las sequedades del alma a las que Dios decide someterla. Esta es la dura prueba de humildad a la que se nos somete para merecer (es un decir, porque no merecemos nada), la iluminación, el despertar. Fiat lux.
La tercera vía es la unitiva, y comienza con la aparición en lontananza de la montaña, visible ya en Astorga. Es la subida al Monte Carmelo, donde el alma afronta la larga etapa final de su noche oscura, la noche oscura del espíritu. Cambia el paisaje, se pasa de la monotonía de la árida sequedad a los puertos de montaña, primero Foncebadón y la Cruz de Ferro, después O Cebreiro, la dura bajada a Triacastela y las interminables colinas gallegas que son un continuo tobogán, una infinita montaña rusa de sube y baja, que no te deja descansar, donde la niebla y la lluvia terminan de envolverte en un ambiente fantasmagórico, con larguísimos túneles vegetales propicios para la aparición de todo tipos de meigas y santas compañas. Es la fase final en la que Dios, más cerca que nunca del alma la acompaña de noche y de día hasta la trepada final del Monte del Gozo, pasando por montes y collados, por sotos y espesuras, acompañada del Esposo. Es el “fiat voluntas tua”, donde el alma descubre que ya no es ella quien vive, sino Dios, que la ha inundado absolutamente.
Y llegas al final a la cumbre del Monte Carmelo, del Monte del Gozo, desde donde se puede intuir la Catedral del Cielo. En realidad, la visión desde el Monte del Gozo no es tan idílica, pues la catedral se confunde entre el penacho de edificaciones y las autopistas que tejen una tupida red de cemento, donde en la antigüedad sólo destacaban imponentes las tres agujas. Es el umbral de la muerte, el atrio del Cielo, donde el alma ve cumplida su misión en este mundo, y sólo le restan los cuatro kilómetros del instante final de entregar su vida al Padre y con ello regresar a Casa.
Hay que dejarlo todo, absolutamente todo, nuestro templo ha de quedar vacío, porque el perfecto olvido se alcanza en la región de la pureza; es preciso que cese todo, que se cierne sobre el alma el majestuoso olvido de la muerte para que el alma recline el rostro sobre el Amado y logre el dul­císimo descanso.
Aunque para la Iglesia hay oficialmente siete sacramentos, que fueron reafirmados como tal en el Concilio de Trento (1545-1763), en la vida toda señal, acontecimiento, objeto que evoca lo sagrado, que nos habla de Dios se puede convertir para nosotros en lo que Leonardo Bof denomina un “sacramento de la Vida”[xiv]. San Agustín hablaba de unos 350 sacramentos. Así que una peregrinación como es la de Compostela, vivida más o menos en estos términos o similares (cada cual es cada cual) se puede convertir en un verdadero sacramento de la propia vida. Y esto es muy importante, porque en el fondo el Camino es una parábola del Reino de los cielos. El Movimiento de Cursillos de Cristiandad toma el Camino como paradigma de lo que supone la base de su carisma. Porque realmente, el Reino de los Cielos es como un peregrino que toma su macuto y se pone a caminar hacia… ¿Santiago? No; se pone a caminar hacia el Padre[xv].
Después de esta loa hacia el Camino, tengo que decir que en el fondo es sólo un símbolo. Y lo importante no es el punto físico final de la peregrinación, porque como le decía Jesús a la Samaritana, (Jn 4, 21) ni en Santiago, ni en Roma, ni en Lourdes, ni en Jerusalem adoraremos al Padre, sino que los verdaderos adoradores, adoraremos al Padre en espíritu y verdad.
No se me ocurre mejor ejemplo para representar lo que este libro trata de describir, que vivir el Camino.
El Camino de Santiago, la senda de Vida Interior, tiene una peculiaridad; que lo recorren todo tipo de personas, de cualquier rincón del  mundo, las ovejas perdidas de Dios incluidas, los publicanos y pecadores incluidos. Es un punto de encuentro donde las creencias de cada cual no tienen tanta importancia, porque en lo que todo el mundo está de acuerdo es en el sendero a recorrer, y en el objetivo final, con independencia de raza, pueblo y nación. Aquí descubres cómo si a los humanos se nos despoja de nuestras túnicas, en condiciones de total desnudez física, los cuerpos de hombres y mujeres se verían como iguales. Una reina y una aldeana, desnudas ambas, no muestran diferencias que nos hagan sospechar quién es quién; pero vestidas es otra cosa, la reina con sus galas y la aldeana con sus harapos se diferencian a la legua. El interior, la esencia, une; las túnicas marcan la diferencia. De igual modo, la esencia de la espiritualidad es muy similar entre religiones, la diferencia estriba en las túnicas (dogmas y rituales) que les ponemos a Dios; unos le ponen túnicas naranjas, otros, casullas blancas, verdes o rojas y otros, chilabas. El problema es que en lo religioso, las túnicas no son consideradas simples vestidos, sino parte esencial del mismo cuerpo físico. Es como si tuviéramos una ropa íntimamente adherida a la piel, que fuera imposible quitarla. Ese es el problema que bloquea, entre otras cosas el diálogo interreligioso, porque se ve todo, tanto lo que nos une, como lo que nos separa, como un todo indivisible, lo que hace imposible ningún tipo de diálogo, salvo el diplomático, que es el paradigma de la mentira.
Que nadie pretenda a fuerza de reflexión intelectual tomar conciencia plena de lo que aquí se expone. Aunque lógicamente el texto es un recorrido a través de una reflexión personal puesta a disposición de terceros, yo digo como decía Teresa de Jesús en sus escritos; más o menos que esas cosas las escribía porque se la mandaban escribir sus superiores y confesores, pero que, ¡vamos! entenderlas, lo que se dice entenderlas, si no se viven, es imposible. Por eso, el contenido de este libro es útil sólo si el que lo lea, se dispone a vivir su relación con el Padre Celestial desnudo de todo lo superfluo y accesorio. Si no, si tan sólo se lee con afán de conocimiento, y con mentalidad excluyente, el objetivo quedará raquítico. Como decía Eckhart, a Dios no se llega por la vía del conocimiento, por eso, los textos teológicos con este único fin sólo sirven para redactar tesis doctorales al más puro estilo académico, inútiles para el común de las gentes, pues sólo las leerán mentes igualmente académicas como los que las escriben.
Por muy bien que yo describa el Camino de Santiago, hasta que no lo recorras tú, tan sólo podrás imaginar lejanamente las sensaciones que he tratado de describir a lo largo de estos capítulos. No formará parte de tu vida, sino de tu memoria intelectual, en relación con algo que has leído, pero no has vivido.
Por lo demás, lo que sigue es la descripción de tal y como yo estoy experimentando este proceso de “dejar todo lo que tienes y seguirle” (más o menos), siendo consciente de que ni estoy seguro de vivir plenamente ese abandono y desprendimiento que me exige el Maestro, ni por supuesto me considero digno de dar ninguna lección a nadie. Lo que a mí me ha servido y me sirve, la meditación, la reflexión, y sobre todo el silencio, que a mí me ha dado luz sobre este desafío espiritual,  puede que a otros les sea útil; o no, y resulte totalmente inútil, o incluso improcedente.
Cada cual es cada cual.
Esto es un ofrecimiento. Si te sirve, bien; si no te sirve, también bien. Tú eres tú, y yo soy yo.
En cualquier caso, como dice el Maestro,
33 «Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor.
Lc 11, 33
Por último…
Escribo todo esto en un momento, como he referido, de singular dificultad y desorientación, como el que vive la Sociedad occidental. El Padre Ignacio Larrañaga ya hacía una reflexión sobre este tema en 1979, fecha de la publicación del libro “Muéstrame tu rostro” [xvi] haciendo ver que el problema de desorientación espiritual que vive Occidente no es intelectual, sino de vivencia. Porque la cuestión no es la práctica religiosa, y medir la mayor o menor fe de las gentes según la frecuentación de las misas dominicales. Esto es un planteamiento totalmente infantil.
La cuestión es el nivel de entrega y adhesión incondicional a Dios de las gentes.
La fe es una experiencia dramática, sin paliativos. Larrañaga explica mediante los textos bíblicos, cómo la aventura de la fe supone abandonar un escenario de vida lleno de contrastes –esclavitud, pero con una olla de cebollas para comer- (Egipto), para adentrarse en un terreno desértico (el Sinaí), lleno de peligros, de incertidumbres, de problemas, de pruebas inexplicables, donde la adhesión a Dios es probada casi salvajemente, todo bajo la promesa de llegar a una tierra que “mana leche y miel”, y que al llegar tras un rosario de adhesiones y maldiciones, tras un Masá y Meribá (Ex 17, 7), donde el pueblo de Israel le plantó cara a Dios, y las dudas alcanzaron su cota más elevada, consiguen llegar, cruzar el Jordán, y… ni leche ni miel, sino unos pueblos hostiles a los que había que conquistar con sangre, sudor y lágrimas.
Y uno se pregunta si realmente la aventura de la fe, la aventura de la Vida Interior, proclamada por las religiones, y por las filosofías orientales es “coste oportuna”, en términos puramente económicos, es decir, a qué tengo que renunciar con tal de conseguir lo que se me promete. El coste de oportunidad es virtualmente infinito o cero, según se mire. Depende de tu fe, de tu confianza en un Ser supremo que es bastante impredecible, y sobre todo, que tiene una lógica que no es ni de lejos la nuestra. Hay dificultades intelectuales, como las que se interponen tras haber superado la Ciencia la necesidad que tuviera el hombre de Dios por razón de mantener apaciguada una naturaleza indómita y desconocida. No superar esta dificultad ha llevado a una ideología radical que sólo admite lo profano, lo material; Larrañaga lo denomina “horizontalismo”, una ideología que debilita la fe, viniendo a decir que cualquier esfuerzo aplicado a lo que no pertenece a este mundo es “alienación”. Se han aceptado como criterios de vida la inmediatez, la eficiencia y la rapidez. La vida tranquila es un idílico desiderátum un lujo asiático que uno no puede permitirse, si desea llegar a fin de mes. Hay encomiables deseos de desafiar la velocidad, como el “movimiento Slow” de Carl Honoré[xvii], pero sólo eso; la era del furor nos arrolla sin piedad. Así que embarcarse en una aventura hacia lo desconocido es lógico hacerla si se pretende encontrar un gran tesoro, un nuevo continente, como el viaje de Colón, o si uno se ve obligado a escapar de la pobreza extrema y embarcarse en un cayuco desde las villas miseria de África hacia las Canarias. O muy mal estoy aquí (caso tradicional en el budismo respecto del sufrimiento), o muy bien espero estar allí. En cualquier caso, un viaje así se emprende si el diferencial entre el presente y el futuro impresiona de astronómico.
Se nos ha enseñado desde pequeño aquello del pecado original y lo de la redención y salvación de las almas, siendo esta la justificación de ponernos en camino hacia Dios. Mientras la autoridad de la Iglesia no era discutible, toda la sociedad gravitaba entorno a su doctrina, que no tenía discusión. Cuando empezó el hombre a ponerle peros a este argumento prínceps, se dio cuenta de que aquí – en el europeo mundo civilizado - no se estaba tan mal, así que se perdió la sensación de ser esclavos de los egipcios, al menos en parte, lo que coincidió con el advenimiento del desarrollo industrial, social y tecnológico, eso sí, con dos guerras mundiales por medio, pero al final llegar a poder sacar dinero del cajero y descargarse de Internet música rock en nuestro móvil y jugar a las videoconsolas y todo eso. Y aunque fluctúe la Bolsa, o nos quedemos en paro temporalmente, la verdad es que en este mundo los occidentales no vivimos del todo mal. Así que los actuales Moiseses que proclaman nuestra salida de Egipto para meternos en el desierto de la fe, hacia una hipotética vida eterna donde seremos felices como perdices tocando el arpa, como que no tienen demasiado éxito. Es más, se les critica cuando se dirigen a los que lo pasan mal, para que se aguanten pensando en que mañana será mejor, pues de esta forma los “alienan” y engañan para que no molesten demasiado a los poderosos con sus reivindicaciones sociales. En un libro que leí, titulado “fabricantes de miseria”[xviii], a la Iglesia en Latinoamérica se la hace responsable, en parte, de este problema, junto con otros agentes sociales, como los gobiernos, el ejército, los intelectuales, la guerrilla y otros. Es una opinión de los autores, que como siempre no tendrán toda la razón, pero tampoco están totalmente equivocados.
Así las cosas, realmente, el argumento tradicional esgrimido por la Iglesia para motivar al personal del Siglo XXI a que entre en el redil, parece como que se queda sin fuerzas. Hay que pensar en otro. Aquí entran ya los filósofos y teólogos, esgrimiendo argumentos más sutiles, más trascendentes, tales como el vacío que dejan los placeres terrenales, la insatisfacción la eterna nostalgia por “algo” que podríamos ser y no somos, y que hace de este mundo, en el fondo, un lugar lleno de inconvenientes, de contratiempos, y en el extremo, también de tragedias.
Leyendo a Ignacio Larrañaga se comprende cómo la Biblia es la historia que describe lo cerril que ha estado el ser humano hasta que se enteró de qué iba esto. Como siempre estuvo el pueblo de Israel acosado por los pueblos vecinos, y cuando no eran unos los invasores, eran otros, en realidad siempre creyó que la misión mesiánica era la que conseguiría restaurar definitivamente el Reino de Israel, que salvo el paréntesis de David y Salomón, siempre estuvo bajo la bota de un tercero. Así que llega Jesús diciendo tonterías como lo del Reino de los Cielos, y claro, le crucificaron. Incluso ni siquiera sus discípulos se enteraron de la misa la media hasta que por fin, en Pentecostés recibieron en sus almas el Espíritu de Dios, y se hizo en ellos la Luz, “Fíat lux”. Y por fin comprendieron el argumento de toda la película que comenzó en el Génesis.
La cosa no va de reinar en este mundo. La cosa no va de respetar unas leyes y unos preceptos religiosos para que nos vaya bonito en este mundo, o lo menos mal posible a fuerza de jaculatorias, oraciones aprendidas, ganar unas cuantas indulgencias y asegurarnos un pisito en el Paraíso al módico precio de una misa dominical, una confesión cada tres meses y poner una equis en la declaración de la renta.
Amigo, si te tenías que desengañar, más vale que lo hagas ya, porque el desafío que en este libro se te plantea, es incompatible con este tipo de creencias sobre la vida presente y futura.
Es por eso que argumentos “tan sinceros como ingenuos” para motivar al personal a que inicie el camino de regreso a casa tienen cada vez menos fuerza. De la misma forma que ya sabemos que los niños no vienen de París, y que los Reyes Magos son los padres, nos maliciamos que muchas creencias tomadas literalmente, han perdido su evidencia, para al final, tenernos que enfrentar sin anestesia al dolor y el temor que inspira el misterio insoldable de la existencia humana. Realmente no basta con cumplir los preceptos del joven rico, porque esa es una actitud tan sincera como ingenua. O cambia tu vida totalmente o más vale que sigas dedicándote a tus asuntos, respetando las leyes para que no te multen o te metan en la cárcel, pues eso es un incordio y se pasa mal.
El asunto de la Vida Interior va más o menos de esto: Dios al anciano Abraham le dice a sus ochenta años que salga de Ur, su tierra, a un lugar que le indicará, y que tendrá un hijo de su mujer, también octogenaria. Sale de su tierra, donde era un personaje y estaba cómodamente instalado, y se pone de camino. Es el hazmerreír de todos, por lo del anuncio de su hijo, que no llega, pero confía hasta que a la edad de cien años lo tiene. Y Yahvé le dice que tendrá una descendencia como las estrellas del cielo. Pero antes le dice que mate a su hijo en sacrificio. Y él, aún con los ojos a cuadros, obedece ante tan descabellado mandato y casi le mata, menos mal que un ángel le detuvo en el último momento. En fin, en resumidas cuentas, entrar en nuestra propia Vida Interior es abandonar nuestra vida normal, un no saber hacia dónde vamos, donde lo único que puede soportar las incertidumbres del Camino es nuestra total y absoluta adhesión y confianza en Él, y en lo que Él haga con nosotros, así sea lo más inimaginable y descabellado. Es un cambio total de paradigma, un ponerlo todo del revés.
Visto así, ¿qué puede impulsar al hombre a salir de su vida y meterse en el berenjenal de la fe?
Es algo mucho más profundo de lo que te enseñan literalmente en el catecismo. Por eso, porque no entra por los ojos, porque no es nada evidente la necesidad de salir de nuestra tierra para adentrarnos en unas profundidades desconocidas, es por lo que las gentes a poco que piensen, abandonan la senda marcada y siguen viviendo en Ur, o en Egipto, tras abandonarse al desánimo de Masá y Meribá, o el susto de infarto vivido en el país de Moria. No obstante, late en todos nuestros corazones una profunda insatisfacción que en principio no sabemos a qué es debida, pero que ahí está, dejándonos un regusto de amargura tras todos los intentos de ser felices en este mundo.
Somos ovejas perdidas que por alguna razón nos hemos perdido (cuentan que por aquello del pecado original, o por simple naturaleza humana o defecto de fábrica). El hecho cierto es que estamos aquí con la sensación de estar completamente despistados, por no decir perdidos, pero algo muy profundo en nosotros nos dice que somos víctimas de una situación que no hemos creado, y que Algo o Alguien está deseando echarnos una mano para volver a casa.
No conocemos el guión de nuestra particular película, pero esa Gran añoranza, que simplemente la expreso como una vaga sensación interior de más o menos “sentir algo dentro de nosotros que no sabemos lo que es”, imposible de explicar es lo único que nos puede motivar a recapacitar y preguntarnos si la idea de este libro:
Si experimentas y sientes a Dios en tu vida, lo demás carece de importancia.
Si no experimentas y no sientes a Dios en tu vida, lo demás carece de importancia.
… nos dice algo, o por el contrario no nos dice nada.
Si nos dice algo, si te dice algo esta frase, entonces, amigo, te animo a que leas este libro. Si no te dice nada, si no va contigo, entonces, te deseo que trates de ser feliz, y no precisamente como vulgarmente se dice “como Dios te de a entender”, porque en este caso Dios no contará nada en tu vida. No obstante, que disfrutes de este mundo, si puedes.








I. Fíat homo

Los seres humanos solemos vivir en este mundo, desde que abrimos los ojos, la mente y el corazón, encuadrados dentro de una rejilla de cuatro dimensiones que  es el continuo espacio tiempo. Es una rejilla descomunalmente grande, de 42 potencias de diez, que es la dimensión, que según los científicos, tiene el Universo, desde el tamaño de las partículas subatómicas, hasta los confines del Cosmos, a más de doce mil millones de años luz (aunque para nuestros asuntos, sólo nos basta con cinco órdenes de magnitud, en el espacio y en el tiempo, 10.000 Km y 10.000 años). Sobre esta rejilla se asienta el soporte físico, material de un mundo en el que estamos obligados a aprender conocimientos y habilidades necesarias y suficientes como para poder sobrevivir, y a partir de ahí, poder escalar en la difícil pirámide de crecimiento personal y colectivo hacia metas que a día de hoy, no tenemos nadie nada claro.
Como quiera que las nociones fundamentales de la visión del hombre sobre la vida y la existencia se han asentado en épocas en las que las dimensiones del continuo espacio tiempo eran bastante ridículas, con una mentalidad ptolemaica, los humanos nos hemos planteado la vida como si lo que ven nuestros ojos al desnudo fuera todo lo que existe. Tan sólo con Galileo[xix], en pleno Siglo XVI, los humanos hemos empezado a intuir que en Universo es muchísimo más de lo que pueden ver nuestros ojos, y que nuestro mundo es tan sólo una brizna sin importancia en un remoto lugar de una galaxia perdida entre las aguas cósmicas de un espacio prácticamente ilimitado.
Lo que era “la Creación” y nosotros la especie suprema, resulta ser una cien mil trillonésima parte (o sea, literalmente “nada”) de lo que realmente es la Creación. Pasar nuestro mundo de cinco potencias de diez a 42, está resultando ser un severo golpe bajo a nuestra soberbia, aunque por otra parte, nos hace sospechar que la idea que teníamos de Dios y que todas las religiones han transmitido, va a resultar que no tiene nada que ver con la auténtica realidad, que vuelve a alejarse de nuestra comprensión a distancias inimaginables.
El confinamiento intelectual sobre “todo lo que existe” se ha hecho añicos.


1. Todo lo que existe

Durante el tiempo que pasamos en este Planeta, la imagen que tenemos de la realidad es la que somos capaces de captar con nuestros sentidos. Por ellos nos forjamos modelos de realidad[xx] que nos permiten comprender hasta cierto punto el Universo que nos rodea.
El concepto “modelo” se puede considerar tanto muy antiguo, como moderno. Como tal, un modelo es la representación mental o formal de un sistema. Y un sistema es un conjunto de elementos relacionados entre sí, que contribuyen a un fin concreto. Estos conceptos fundamentan la Teoría General de los Sistemas, de donde podemos extraer un principio fundamental. La realidad está ahí, y nosotros, con nuestros sentidos e inteligencia asociativa, lo único que podemos extraer de ella es la información necesaria y suficiente como para elaborar “modelos de realidad” que residen en nuestra mente. Es decir, manejamos los objetos y nos desplazamos en la matriz espacio temporal, que hace posible nuestra vida diaria, gracias a la capacidad que tiene el cuerpo y la mente humana de captar información, procesarla, almacenarla, asociarla con recuerdos y en función del contraste entre lo que se desea y se conoce, lanzar decisiones ejecutivas.
La cuestión es que según sea nuestro radio de percepción espacio temporal, nos forjamos un modelo del mundo distinto. Así, un cabrero que no salga en toda su vida de su valle de alta montaña, su percepción del mundo no puede ir más allá de los confines de las cumbres que le han tenido rodeado desde que nació. El provinciano que a lo máximo a donde se haya desplazado, haya sido a la capital para hacer una gestión en la Delegación de Hacienda, puede tener una visión del mundo de hasta cien, doscientos kilómetros a la redonda. El que no ha salido de España, pero ha ido a veranear en cuarenta y siete ocasiones a las atestadas playas de Levante, le podemos estirar en su conocimiento personal del mundo hasta unos mil kilómetros, todo lo más, si viviendo en León haya ido alguna vez a Almería. Los hay con suerte y han conseguido sacar los pies del plato, y visitar París en viaje de novios, ¡¡o Praga!! que ahora está de moda. A estos les estiramos hasta los dos mil kilómetros. Y los que hemos cruzado el Charco, nos concedemos el record mundial de los 10.000 Km.
Esto en lo relativo a las distancias.
En lo relativo al tiempo, pues sucede algo similar. El feliz e indocumentado que sólo conoce la historia de su familia, pues llegará todo lo más a remontarse cien años atrás hasta su bisabuelo, el pobre que murió de un reuma al corazón, Dios le tenga en su Gloria. Con un poco más de estudios, llega a tus oídos lo de los Reyes Católicos, Colón y el Cid Campeador, unos 1000 años, y acaso, el Imperio Romano hace 2000 años.
Y no mucho más nos imaginamos, porque más allá de los diez mil años, época en la que los hombres vivían en las cavernas, respecto de nuestro personal horizonte temporal, es demasiado tiempo. Hacemos un “acto de fe” y punto.
Y en lo relativo a qué modelo nos forjamos, pues también tenemos diferencias. Supongamos que estamos en el Valle de Ordesa, en los pirineos oscenses y, habiendo alcanzado la pradera de Soaso, desde donde se tiene una vista espectacular de Monte Perdido, la contemplan un geólogo, un montañero que está recorriendo la senda pirenaica, un excursionista cansado, un poeta y un guarda forestal. El primero estará interesado en los geosinclinales y capas sedimentarias que las fajas laterales del valle dejan al descubierto; el segundo, el montañero, se fijará en la ruta a seguir para llegar al refugio Goriz que está al pie del pico Marboré, por lo que tiene que salvar una pequeña pared casi vertical para ascender a la meseta base. El tercero, el excursionista, estará fijándose en dónde hay un lugar cerca de la cascada de la Cola de Caballo donde tomar el bocadillo y hacer unas fotos. El cuarto, acaso querrá inspirarse en la contemplación del panorama para echar unos versos, y el quinto, el guarda, estará preocupado por los residuos que dejan los visitantes despreocupados del medio ambiente, que él tendrá finalmente que preocuparse de mandar recoger por los servicios de conservación del Parque Nacional. Es decir, mismo escenario para cinco modelos distintos de realidad. Mutatis mutandi, en la vida cotidiana, esto sucede todos los días a todas horas; tantos seres humanos que viven objetivamente una misma realidad, tantos modelos, que nos hacen vivir tantas realidades como seres humanos.
Si tanto en la flecha espacial como en la temporal transformamos los kilómetros y los años en potencias de diez, tenemos que a lo sumo, nuestro mundo abarca 104 Km y 104 años.
En aquel tiempo antiguo, la distancia de la Luna, el Sol y las estrellas  a la Tierra se creía era más o menos de veinte kilómetros. Esto es lo que nos permite ver e intuir la mirada y la imaginación desnuda.
En el Medievo  la idea de la Creación era una Tierra plana, rodeada de una cúpula celestial (Bóveda celeste) de donde colgaban  las luminarias, estrellas, el Sol y la Luna y unas cosas raras que se movían de forma errática por lo que los griegos las llamaban planetas. Sin embargo estos científicos griegos ya en la antigüedad sospechaban que esta visión de la Creación, no era correcta. Los navegantes veían cómo el cielo nocturno cambiaba según se navegase hacia el Norte o hacia el Sur. Alguien pensó que la Tierra podría no ser plana sino cilíndrica. Eratóstenes estaba convencido de que la Tierra era redonda, lo demostró y calculó su diámetro a partir de la triangulación de las sombras entre Alejandría y Assuan en el solsticio de verano, concluyendo que era el equivalente en kilómetros de unos 12.000. Y tras observar los eclipses de Luna, calculó que a juzgar por la sombra de la Tierra sobre la Luna, esta debería estar a unos 300.000 Km más o menos de la Tierra. Y Aristarco de Samos (310 – 239 AC) propuso por primera vez en la Historia el modelo heliocéntrico del Sistema Solar, colocando al Sol y no a la Tierra en el centro del sistema, o sea, del universo conocido. Aristarco argumentó que el Sol, la Luna, y la Tierra forman un triángulo recto en el momento del cuarto creciente o menguante. Estimaba que el ángulo (opuesto al cateto mayor) era de 87°. Usó una correcta geometría, pero datos de observación inexactos, Aristarco concluyó erróneamente que el Sol estaba 20 veces más lejos que la Luna. El Sol está realmente 390 veces más lejos. Y que era 20 veces más grande que la Luna, cuando en realidad es 390 veces mayor. Unos 2000 años más tarde, más o menos, Copérnico redescubre las teorías de Aristarco.
En potencias de diez, Aristarco concibió un Universo entre 6 y 7 órdenes de magnitud (en Kilómetros). Pero tras ese fugaz rayo de lucidez humana, la civilización retornó a una idea del Cosmos mucho más doméstica de 3 potencias (mil kilómetros), aunque la facilidad de paso entre el Este y Oeste en Eurasia, hizo desde bastante antiguo, que el Mediterráneo y la India fuesen viejos conocidos.
En estos órdenes de magnitud el cielo estrellado de la noche es algo muy extraño, pero salvo alguna mente calenturienta nadie se preguntaba qué había allí.
Es lo que se podía ver con la mirada desnuda.
Desde el punto de vista objetivo, es indudable, que la Ciencia ha desarrollado un descomunal avance en el conocimiento del mundo visible. El interesante libro “Potencias de diez” de Philips Morrison [xxi] nos describe cómo en potencias de diez, podemos recorrer el Universo conocido desde 10-16 a 10+26 órdenes de magnitud. Siendo 100, equivalente a un metro. Es decir, el Universo conocido discurre a través de 42 órdenes de magnitud, desde los quarks del núcleo atómico hasta los confines del Universo conocido, es decir, la inquietante mirada al pasado profundo, hace 15.000 millones de años luz.
El proceso de ampliación de los órdenes de magnitud, desde los simples 103 y 10-3 de la más remota antigüedad hasta los 42 órdenes de magnitud actuales ha supuesto un ir pasando nuestro conocimiento de la realidad visible, desde la espesa nube del desconocer a la clara  nitidez del conocimiento. Todo lo que reside en la luz del conocimiento, decimos que se entiende, que es comprensible, explicable, y descansamos tranquilos, pues hemos conseguido desentrañar poco a poco los misterios de la Naturaleza. Todo lo que está en la nube del desconocer[xxii], está envuelto en misterio y temor.
El deseo de saber qué hay más allá de lo que ven nuestros ojos y comprende nuestra inteligencia ha estimulado la imaginación de los seres humanos desde los tiempos de la remota antigüedad. Magia, espiritismo, religión y demás ciencias esotéricas han tratado de abordar el contenido de esa nube, cuyo espesor ha ido reduciéndose en la medida en que la Ciencia ha ido descubriendo cada vez más misterios, y los órdenes de magnitud han ido ampliándose hasta llegar a los 42 actuales.
Como todo tiene sus pros y sus contras, aquellas iniciativas humanas que han basado su utilidad en el desconocimiento de las gentes, han visto con malos ojos el avance de la Ciencia, de modo que a cada avance en el conocimiento del Universo o de la Historia, cada ampliación de los órdenes de magnitud, que hacía retroceder el espesor de la nube del desconocer, siempre había doctos entendidos en lo esotérico que criticaban a los científicos por su atrevimiento, hasta el punto de perseguirles y si venía el caso, condenarles a muerte por decir tonterías científicas que contradecían las sabias doctrinas de los grandes maestros de la antigüedad. En una película sobre Champolión que vi hace tiempo, me sorprendió la actitud de un influyente maestro en Francia, no sé qué título tendría, que estaba muy preocupado por el riesgo de que el arqueólogo descifrador de la piedra Rosetta, al poder descifrar la escritura egipcia, llegase a la conclusión de que documentos o construcciones egipcias, fuesen anteriores al año 2500 antes de Cristo, porque esta fecha era la que se declaraba como la más probable para la creación del mundo. Para los judíos, el mundo, según el Génesis se creó en la semana del 1 al 7 de octubre, domingo (Sabbat  para ellos), del año 3761 a. C, que es cuando comienza su calendario.
Pero esto ha sido siempre así; parece haber más miedo en el conocimiento que en la ignorancia; acaso porque con ello se caen como castillos de naipes creencias sin ningún fundamento, salvo el simbólico.
Pero, estando como estamos en un momento histórico donde nos situamos a las puertas de que los maestros de Wu Li[xxiii] resuelvan el juicio entre relatividad y mecánica cuántica para tocar ya casi con la yema de los dedos la “teoría de la Gran unificación” y conseguir entender por fin qué es la Gravedad Universal, cuando la tecnología es capaz de llevar a cabo auténticas brujerías en ingeniería de todo tipo, y los humanos nos creemos capaces de casi todo, desde destruir el Planeta hasta convertirlo en un Mundo Feliz, la Nube del Desconocer sigue estando ahí, delante de nuestros ojos, desafiante; tan desafiante como desde el principio de los tiempos.
En esencia, la Nube del desconocer apenas se ha reducido desde que el anónimo autor la definió como todo aquello que desconocemos sobre nuestra existencia. Y uno se pregunta si la ampliación en 42 órdenes de magnitud, nuestro conocimiento del Universo ha servido realmente para disminuir de un modo significativo esa nube. Por una parte, esta expansión del conocimiento disminuye la nube, pero por otra la aumenta, al poner al hombre al borde de lo ilimitado, no ya por la parte del mundo espiritual y trascendente, sino por el propio Cosmos. Vivíamos muy a gusto con una bóveda celeste de 17 Km de altura. Ahora, que tiene 1026 metros (imagínate si consigues no marearte, qué es eso…), se nos plantean muchos más enigmas que los que resuelve esta eclosión del espacio.
El ser humano se ha de incardinar en esta tela de araña espacio temporal que es el Universo, un Universo cada vez más extraño, donde cada vez nos sentimos más pequeños, y donde el único consuelo que nos queda es el principio antrópico[xxiv], aquel que dice más o menos que para que nosotros, los humanos,  estemos aquí y nos interroguemos sobre el Universo, la Creación se ha tenido que desarrollar exactamente como lo ha hecho. Una fuerza nuclear fuerte (la que mantiene unido el núcleo de los átomos), una millonésima más débil, y el Cosmos no sería lo que es; ni nosotros tampoco. Hemos de tomar, además, conciencia de “individuos”, seres supuestamente indivisibles, que nos relacionamos con el mundo exterior con el que tenemos que, por una parte integrarnos y por otra competir por unos recursos escasos.
El acerbo cultural de la Humanidad ha estructurado el conocimiento que podemos tener de “todo lo que existe” (aparentemente) en las diferentes materias y disciplinas académicas que todos estudiamos en el colegio y en las que luego nos especializamos en el ambiente universitario y profesional. Para lo que nos ocupa, el conjunto de disciplinas  se suelen dividir en dos grandes grupos, las ciencias y las letras. Las ciencias se ocupan de la investigación y el conocimiento de todo lo positivo, de todo lo tangible y que se puede observar, medir y experimentar. Fundamentan todo en el método científico y en la duda metódica de Descartes. Las letras constituyen un conjunto de áreas de conocimiento más cercano a la intuición, a la apreciación subjetiva, y aunque tiene o trata de tener métodos de razonamiento lo más aproximados a la lógica, emerge de entre sus cuerpos de conocimiento, algo parecido a ideas y percepciones fruto de la reflexión heurística, de la meditación. Las artes, el Derecho y la Filosofía forman parte de este conjunto de saber humano. Y luego están las teologías, que se basan en percepciones sobre lo sobrenatural, supuestamente basadas en especulaciones sobre temas a los que los conocimientos exactos no han podido llegar, y que apela más a las tradiciones en muchos casos ancestrales, y a lo que se denomina revelación, más que a la razón. Se podría decir, con Bertrand Russell, que entre Ciencia y Teología está la Filosofía como entidad de sabiduría humana, que se cuestiona lo intangible sin acudir a la revelación divina, dado que la veracidad de esas revelaciones está reconocida o no, según se profese una fe u otra.
En cualquiera de los casos, ante los ojos sorprendidos del ser humano que contempla este mundo, éste trata de encontrarle descripción y explicación a las cosas. Con la Ciencia ha conseguido sorprendentes avances, pero hay otros temas a los que la demostración científica no ha podido llegar. Bertrand Russell plantea una serie de preguntas que desde la antigüedad han preocupado al hombre pensador:
¿Está dividido el mundo en espíritu y materia? Y suponiendo que así sea, ¿qué es espíritu y qué es materia? ¿Está el espíritu sometido a la materia o se encuentra poseído por fuerzas independientes? ¿Tiene el Universo unidad o finalidad? ¿Está evolucionando hacia una meta? ¿Existen realmente leyes de la Naturaleza, o creemos solamente en ellas por nuestra innata tendencia al orden? ¿Es el hombre lo que le parece al astrónomo, a saber: un minúsculo conjunto de carbono y agua, moviéndose impotente en un planeta diminuto dentro de una descomunal galaxia, diminuta a su vez dentro del descomunal Universo? ¿O es lo que le parece a Hamlet? ¿Acaso las dos cosas a la vez? ¿Existe una noble manera de vivir y otra baja? ¿O son igualmente todos los modos de vida igualmente fútiles? Si hubiera un modo noble de vida ¿en qué consiste y cómo lo realizaremos? ¿Debe ser eterno lo bueno para merecer una valoración, o vale la pena buscarlo, incluso en el caso de que el Universo se moviera inexorablemente hacia la muerte? ¿Existe la Sabiduría o lo que parece tal es solamente un último refinamiento de la locura?
Bertrand Russell,
Historia de la Filosofía, Introducción [xxv]
La Filosofía ha tratado de dar, no digo respuesta, pero sí al menos un enfoque razonablemente sensato como para aliviar en cierto modo la angustia vital que produce en el corazón humano tener estas y otras muchas preguntas de similar calado, sin respuesta. En este sentido, quiero hacer aquí una puntualización que creo es sumamente importante para evitar el confusionismo sobre las referencias que a lo largo de este libro se hacen tanto a la teología y filosofía occidental, y especialmente cristiana, como a las filosofías orientales.
Al referirnos al pensamiento oriental, especialmente al budismo y sus derivados chino y japonés, el Taoísmo y el Zen, y al monismo advaita, no debemos confundirlos con una religión más. El budismo es un sistema de pensamiento metasfísico, que ha estado 2500 años escindido del hinduismo, que sí es una religión, hasta que parece que ahora el hinduismo lo ha aceptado en su seno[xxvi]. Y el vedanta advaita, además de un sistema metafísico, sí que es una rama del hinduismo. Consuelo Martín, en sus libros dedicados a la metafísica vedanta advaita[xxvii], explica cómo esencialmente son sistemas de pensamiento metafísico, con un mismo método de observación y búsqueda de la verdad, asociado biunívocamente con lo incondicionado, lo atemporal. La idea de divinidad no es tan concreta como en el pensamiento cristiano definido en la Biblia, pues se hace referencia, en el caso de la tradición vedanta a “lo Absoluto” (Brahman), a lo “no-dual”, lo inmanifestado, allí donde coinciden el conocer con el ser, el final de la búsqueda, el final del camino del ser humano hacia la Verdad con la fusión del alma “atman” con la divinidad “Brahman”. Sin embargo, el budismo no entiende la divinidad como una entidad, sino como un estado y no como una realidad objetivable; la negación de “todo lo que no es”, la negación de lo cambiante. El nirvana se define de forma negativa  porque es lo no manifestado. En realidad las diferencias entre advaita y budismo son de cómo referirse a lo mismo. En ambos casos, el ser humano, cuando busca lo eterno, está buscando su propia naturaleza real.
El centro de gravedad de la Filosofía perenne, uno de los pilares de este libro, está localizado en el proceso metafísico de encuentro con el Eterno, se llame como se llame. En la metafísica occidental se investiga también sobre la verdad absoluta y las verdades relativas, sobre la base de lo que cambia y permanece. No se pueden mezclar con las categorías cambiantes de Heráclito, con la evocación “de lo que es”, de lo que Parménides se refiere  cuando habla del Ser como “ni lo que era” ni “lo que será”, sino lo que es ahora, inmóvil, infinito, eterno.
Estas ideas, las orientales y las occidentales, han calado en la metafísica cristiana, como veremos, de manos sobre todo de Meister Eckhart, Tauler o Giordano Bruno, y tras ellos, de una forma u otra, en el pensamiento místico, tanto cristiano como islámico, en el sufismo, y de alguna forma también en la cabala judía. Esto es muy importante a fin de que no se confunda la metafísica oriental con el fenómeno New Age. Lo primero supone un conjunto de sistemas milenarios de pensamiento, y lo segundo es una megatendencia de la sociedad actual[xxviii], donde se mezcla un totum revolutum de cosas, unas buenas y honestas, pero otras objeto de suculentos negocios orientados para gente sencilla, que están en riesgo de perderse en un sincretismo filosófico religioso que puede desembocar en situaciones desagradables.
Pero entre estas altas disciplinas científicas y filosófico-metafísicas que nos transportan desde lo casi infinitamente pequeño hasta los confines del Cosmos, por una parte, y por otra las filosofías y teologías que tratan de introducirnos en el mundo de lo sutil, además del mundo físico, está “nuestro pequeño mundo”. Es el mundo que ven nuestros ojos y procesa nuestro pensamiento, donde se sitúan por un lado yo y mi pensamiento, y por otro, todo lo observado que es ajeno a mí. El pensamiento teje lo que consideramos “nuestra vida” dentro de la matriz del tiempo y del espacio.
En nuestro pequeño mundo se desarrolla el 95% de nuestra vida, empeñados en sobrevivir, y en escalar la pirámide del bienestar, a ser posible.
En nuestro pequeño mundo nos levantamos por las mañanas, desayunamos, vamos a trabajar o a tratar de buscar un empleo, colaboramos en nuestra empresa a sacar el negocio adelante, tratando de hacer bien nuestra tarea, nos casamos, formamos una familia, tenemos hijos, pagamos los recibos y la hipoteca del piso, vamos al hipermercado una vez por semana, y tenemos una noche de pasión (más o menos) con nuestra pareja, de vez en cuando. Ah, y en vacaciones, o bien nos vamos a la playa a tostarnos, o a la montaña para respirar aire puro, o nos vamos a hacer un viaje por los Alpes, o quietos en casa, porque la extra no da para más.
Mientras estamos enredados en nuestros asuntos, que dos galaxias colisionen, o que el acelerador CERN de partículas subatómicas haya generado una nueva generación de hadrones, como que nos importa bastante poco. Y que un filósofo nos hable de Filosofía perenne, va a ser que no nos interesa demasiado, si al subir a casa en el buzón encontramos un requerimiento de Hacienda.
En el fondo, realmente para nosotros, “todo lo que existe” es nuestra propia vida, y cómo poder sobrevivir a las sucesivas crisis que se suceden periódicamente. Lo demás, las galaxias por un lado, las partículas subatómicas por otro y las teorías nihilistas de Nietzsche o los tratados de hermenéutica bizantina por otro, si no me ayudan a pagar a Hacienda, como que no me resultan ni útiles ni necesario su conocimiento.
En resumen, al referirme en este capítulo a “todo lo que existe”, me quiero referir a todo lo que llena mi vida, lo que me mueve, me motiva a levantarme por las mañanas, lo que genera mis apegos, mis ilusiones y mis preocupaciones; y en el fondo, lo que da sentido a mi existencia, que son mis pequeñas cosas y a lo mejor también, las preguntas trascendentes, de dónde venimos y a dónde vamos; y cosas así.
Que el Universo tenga 42 o 5 potencias de diez es algo que a mi pequeño mundo no le afecta lo más mínimo, y a mi cuenta corriente ya ni digamos… O a lo mejor sí que me interesa; depende de si me da por pensar, o soy totalmente pragmático y utilitarista.
El planteamiento pragmático y utilitario, es tan práctico y útil para hacerse un hueco en este mundo, como simple y generalizado en la población mundial. Es lo que podríamos denominar, lo que interesa al común de las gentes. Porque decir “todo lo que existe” desde esta perspectiva, es aludir al “Mito o alegoría de la caverna” de Platón, que refleja en su libro “La República”. Este mito describe, en cierto modo, cómo el ser humano vive su propia realidad y se engaña a sí mismo (no intencionadamente). En este caso, el hombre no es capaz de ver más allá de lo que está "delante de sus propios ojos", por lo que la realidad en la que vive o cree vivir, no es en absoluto real. Sólo aquel que es capaz de deshacerse de todo lo que le impide ver más allá, el que es capaz de ver no sólo lo que está a su alrededor, sino lo que rodea a los demás, lo que es el mundo, no sólo su mundo, esa persona se percatará de cómo es la auténtica realidad. Platón refiere el conocimiento de primera instancia al que procede del mundo sensible (conocido a través de los sentidos) mientras que el otro, que procede del uso de la razón, es el mundo inteligible. El mundo que está detrás de todo lo que existe es otro bien distinto al que la mente puede tener acceso.

2. El común de las gentes

Los planteamientos científicos y filosóficos preocupan a los humanos que Paul Radin, antropólogo estadounidense de comienzos de Siglo XX denomina “hombres pensadores”. Porque por otra parte están los “no pensadores”, que en realidad constituyen la mayoría de la Humanidad.
Cuentan que Knud Rasmussen, célebre explorador groenlandés de finales del XIX y comienzos del XX, en una de sus exploraciones árticas, conoció a una tribu de  inuits (esquimales) en Alaska. De una conversación con el anciano de la tribu, llamado Aua, reproducimos el siguiente fragmento:
“-A los hombres no les gusta pensar –explicaba Aua-. Les molesta ocuparse de lo que resulta difícil de comprender. Quizás sea este el motivo de que separamos tan poco sobre el cielo y la tierra, el origen del hombre y los animales. Porque cuesta trabajo entender por qué nos formamos y a dónde iremos a parar cuando ya no vivamos. El principio y el fin están envueltos en la oscuridad ¿Cómo podríamos averiguar más sobre todo esto tan importante que nos rodea y sobre ese ser que definimos como “hombre” y sobre los animales, pájaros y peces de todos los países y ríos y mares?
-Nadie sabe con certeza el principio de la vida. Sin embargo quien tiene los ojos y los oídos abiertos y recuerda los relatos de nuestros antepasados, siempre se entera de algo con que llenar el vacío de nuestros pensamientos. Por eso, a todos nos gusta escuchar a nuestros sabios ancianos, que nos hablan de lo que dijeron nuestros antepasados ya muertos. Porque nuestras creencias y nuestros mitos son las palabras de los muertos.
-Ves, el hielo se extiende hasta donde se pierde la vista, no hay hierba ni matorral. La fuerza del viento ha arreciado. Nieve y tempestad. Mal tiempo para la caza. Sin embargo, tenemos que salir a buscar comida a diario.
-¿Por qué ha de haber tormentas que nos impiden encontrar la carne para alimentar a nuestros hijos? Los cazadores llegaron hace una hora sin encontrar nada. ¿Por qué?
-Mis niños permanecen acurrucados ateridos de frío, protegidos tan sólo con esta manta. ¿Por qué?
-Mi hermana está en ese catre enferma, sin posibilidad de que la vea un curandero o uno de vuestros médicos. Se morirá entes de una semana ¿por qué? ¿Por qué ha de padecer dolores y sufrir esa pobre mujer que no ha hecho mal a nadie?
- Tampoco tú puedes responder a la pregunta de por qué es así la vida. Y así debe ser. Nuestras costumbres proceden de la vida, y están encauzadas cara a la vida. No hallamos explicación ni creemos en esto o en aquello. La respuesta está en lo que acabo de mostrarte. Tenemos miedo… mucho miedo. Por eso nuestros antepasados aprendieron a defenderse con todas aquellas armas y medidas que encontraron, y desarrollaron habilidades y costumbres que se han transmitido a través de generaciones enteras, hasta nosotros. No comprendemos muy bien el por qué de muchas de ellas, pero  las observamos para poder vivir en paz.
- Sin embargo, y a pesar de nuestros angacoqs (chamanes), nuestro saber es tan escaso, que tenemos miedo de todo.
Kurt Seeberger
Mil dioses y un Cielo [xxix]
A este tipo de personas, que son la mayoría de los seres humanos que pueblan y han poblado este mundo, las vamos a denominas aquí “el común de las gentes”, personas sencillas; el hombre y la mujer de la calle, con sus virtudes y sus defectos, de buen obrar, capaces de llegar al extremo del heroísmo, pero también al extremo de la estupidez y la villanía; personas que en general respetan las normas de convivencia, aunque de vez en cuando, sus apegos les incitan a ir más allá de lo que deberían desear, para ambicionar los bienes ajenos, lo que es fuente de injusticias y desigualdades. Son las ovejas de Dios, perdidas o no. La vida les ha hecho así, el pecado les ha hecho así, así vivirán y así morirán, sin saber muy bien para qué han vivido, ni qué les espera tras el tránsito de la muerte.
Por tradición educativa, en prácticamente todas las culturas (aunque en el desacralizado mundo actual esto no está tan claro con una educación centrada en los supuestos valores de la ciudadanía), se nos inculca desde niños la creencia en un plano sutil, espiritual, gobernado por una divinidad, con la que nos podemos poner en relación a través de sabios mediadores, mediante la práctica de un conjunto de ritos que garantiza el mantenimiento de buenas relaciones con el poderoso ser que, a nuestra muerte nos juzgará y decidirá si merecemos seguir viviendo para toda la eternidad en el feliz paraíso, o por el contrario, penar, también eternamente en un desagradable lugar gobernado por los malos espíritus.
Da la sensación de que todo este planteamiento está pensado para este denominado común de las gentes, ocupados desde el orto hasta el ocaso en ganarse el sustento, en competir por los recursos y en centrarse en ideales, amores y desamores, esperanzas y desengaños, deseos y frustraciones a experimentar dentro de la rejilla espacio temporal, además de levantar con sus manos y su inteligencia algo que llamamos “civilización”. Pero en el momento que uno quiere establecer una separación entre el común de las gentes y alguien que realmente se cuestiona estos temas con algo más de seriedad, entonces comienzan a surgir miles de dudas. Supone quitarse las vendas en los ojos que nos han puesto en nuestra infancia para que no nos planteemos nada que no esté totalmente resuelto, atado y bien atado en las normas de convivencia y forma de ver la vida desde el prisma de nuestras creencias, leyes y tradiciones, y empezar a sentir el escalofrío de la autentica esencia de la condición humana, lo que nos lanza a un terreno realmente desconocido. Es abandonar la seguridad del rebaño en el corral, para adentrarse en las umbrías del bosque, donde las ovejas pueden perderse. 
Dentro del redil, además de en la fe y el amor, se nos educa fundamentalmente en la Esperanza, una teología que nos centra en un Reino de Dios allí arriba, inaccesible, del que gozaremos como premio a los esfuerzos de esta vida, si morimos en Gracia y no cometemos demasiados desaguisados; porque si no, nos espera o un infierno terrorífico por siempre jamás, o un purgatorio, que nadie sabe lo que es, pero donde nos aseguran, se pasa malamente mucho tiempo, tanto más cuanto más numerosos sean los pecados que penar. Es un penal espiritual ajustado a la ley de la proporcionalidad (tanto que en tiempos de Lutero, y supongo yo que ahora también, las bulas papales eran y son proporcionales a los donativos, y a las penitencias, y así ahorro de purgatorio…, lo que se da de bruces con una de las características más relevantes de nuestro Padre Dios, que no se ajusta a las proporciones; sólo con ver la parábola de los empleados que recibieron un talento tanto si trabajaron todo el día como una sola hora, para hacernos una idea). Total, que un buen creyente tiene que portarse bien aquí, cumplir con las prácticas religiosas habituales y rezarle a María Santísima que interceda ante el intercesor del Juez Supremo ahora y en la hora de nuestra muerte, amen.
Ahora bien, ¿qué pasa si alguien se atreve a proclamar a las gentes sencillas, que el Reino de Dios está aquí y ahora, y que existe una vía directa a Dios que está en dirección, no a ese Cielo prometido allí arriba tras la muerte física, sino a nuestro más íntimo interior, donde Dios habita en justos e injustos, y que en esa vía directa lo que importa es el abandono total en manos del Padre, la muerte del yo mismo, para que Él inunde todo nuestro ser? Pues parece que a lo largo de la Historia, estas proclamas no son bien recibidas por la curia. Primero porque parece como si creyeran que resta protagonismo a los sacerdotes, dado que la relación del alma con Dios es algo absolutamente íntimo (es la máxima intimidad que uno pueda siquiera imaginar), y segundo, porque en este escenario espiritual se desvanecen las diferencias entre religiones, de modo que mística cristiana y Zen o el sufismo islámico son bastante parecidos, lo que parece como si con ello se perdieran las señas de identidad que hace a las religiones diferentes y mutuamente excluyentes. Por eso, los místicos no han sido bien vistos por sus autoridades, porque son heterodoxos de una fe que parece estar absolutamente reglada por códigos canónicos adaptados al común de las gentes.
Parece que se suele cumplir una ley universal por la que la que en una comunidad de seres vivos, la jerarquía piramidal se cumple siempre, donde la inmensa mayoría son individuos base, relativamente poco especializados, pero dedicados a tareas básicas de producción, frente a una afilada pirámide de seres más especializados y complejos, que regulan la actividad de la línea, hasta llegar a la cúpula de pirámide, donde están la abeja reina, o el presidente de la nación, o el sumo pontífice. Para lo que nos ocupa, el común de las gentes constituye la sociedad base, empleada en sus asuntos, y tan sólo un muy reducido número de elegidos, parece haberse dado cuenta de algo más de lo que le han enseñado los educadores. Y excepcionalmente surgen grandes hombres y mujeres de Dios, habitualmente nacidos en la humilde pobreza, que con su vida, son luz del mundo y nos marcan el camino, para gran enfado del poder establecido por los sumos sacerdotes y escribas del templo. Incluso, a alguno de ellos, terminan crucificándoles por decir tonterías, tales como “Mi Reino no es de este mundo”.

3. El Sueño del Planeta

Los seres humanos soñamos todo el tiempo. Antes de que naciésemos, aquellos que nos precedieron crearon un enorme sueño externo que llamaremos el sueño de la sociedad o el Sueño del Planeta. El Sueño del Planeta es el sueño colectivo hecho de miles de millones de sueños más pequeños, de sueños personales que, unidos, crean un sueño de una familia, un sueño de una comunidad, un sueño de una ciudad, un sueño de un país, y  finalmente, un sueño de toda la Humanidad. El Sueño del Planeta incluye todas las reglas de la sociedad, sus creencias, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y maneras de ser, sus gobiernos, sus escuelas, sus acontecimientos sociales y sus celebraciones.
Nacemos con la capacidad de aprender a soñar, y los seres humanos que nos preceden nos enseñan a soñar de la forma en que lo hace la sociedad. El sueño externo tiene tantas reglas que, cuando nace un niño, captamos su atención para introducir estas reglas en su mente. El sueño externo utiliza a mamá y papá, la escuela y la religión para enseñarnos a soñar.
La atención es la capacidad que tenemos de discernir y centrarnos en aquello que queremos percibir. Percibimos millones de cosas simultáneamente, pero utilizamos nuestra atención para retener en el primer plano de nuestra mente lo que nos interesa. Los adultos que nos rodeaban captaron nuestra atención y, por medio de la repetición, introdujeron información en nuestra mente. Así es como aprendimos todo lo que sabemos
Miguel Ruiz (Los cuatro acuerdos).[xxx]
Esto es lo que los indios toltecas denominaban “el Sueño del Planeta”. Nuestros padres soñaron por nosotros y nos introducen en nuestra mente, todo lo necesario para que a su vez nosotros seamos la correspondiente correa de transmisión a nuestros hijos. Y así, de generación en generación.
De modo que nuestra capacidad de expandir nuestra consciencia está ya condicionada por la asunción por nuestra parte del “Sueño del Planeta” que nos han implantado mediante la educación.
El problema que tenemos es la creencia de que nuestro desarrollo personal consiste en sabernos mover con desparpajo en este mundo, valernos por nosotros mismos, ascender en lo profesional, transmitir a nuestros hijos lo aprendido, vivir lo más confortablemente, y no tocarnos las narices unos a otros demasiado, para que nuestros bajos instintos no se solivianten demasiado, que cuando lo hacen no sabemos responder de nuestros actos, y eso es un incordio.
Es decir, se nos inculca la vocación de saber tapar nuestro propio agujero, hasta conseguir que te reconozcan tu valía.
La naturaleza hace que los hombres nos parezcamos unos a otros y nos juntemos; la educación hace que seamos diferentes y que nos alejemos.
Confucio
Así las cosas, parece como si el objetivo en la vida fuera ser un perfecto idiota”, en el sentido etimológico de la palabra (persona que se dedica, con increíble maestría, a sus propios asuntos, y como valor añadido, algo deja para los demás, y así es reconocida y valorada por la colectividad).
Con este enfoque, se diferencia claramente “Yo” de “Tú”, de “Nosotros”, de “ellos”, etc, o sea, las seis personas gramaticales. Esta compartimentación yo – tú – él – nosotros – vosotros – ellos, es la antítesis de un principio universal de Unidad esgrimido por los místicos de todas las épocas y de todas las culturas. Todos somos Uno… en Él, como sostenía el Maestro Eckhart ante la Inquisición, y por ello le condenaron.
En esto radica lo que Fidel Delgado denomina “la gran alucinación”, transmitida de generación en generación con el Sueño del Planeta. Que yo soy yo, y tú eres tú, etc., pasa de ser una expresión gramatical para entendernos en la vida cotidiana, a un convencimiento metafísico profundo, basado en el origen en la actitud instintiva de satisfacción de necesidades primarias de nuestro cerebro instintivo: “mi casa, teléfono, comida, etc.…” En suma “yo, mis cosas, mis necesidades y deseos”, frente a “tus/sus cosas, tus/sus necesidades, tus/sus deseos”.
El “yo” es como el pecado original. Y no es tanto la propia identidad, como creer que “yo” soy algo independiente, toti potencial y separado del resto de la Creación. Esa creencia, ese sentirnos autosuficientes y separados del resto, pero sobre todo, sentirnos como algo independiente del Todo, de Dios, está en la base de lo que se ha dado en llamar “pecado original”, que se transmite de generación en generación, mediante el Sueño del Planeta, y que se define como “soberbia”.
Esta autoalucinación puede ser tan fuerte que llega en el extremo a creernos dueños de nuestro destino e incluso a convertirnos en kamikazes.
En el mundo de hoy, la alucinación de hacernos absolutamente responsables de nosotros mismos se plasma en la obsesión enfermiza por la seguridad presente y futura. Así, el concepto “aseguramiento” es algo que nos obsesiona. Cualquier cosa que compremos ha de estar mínimamente garantizada y asegurada. Nuestra salud, nuestro trabajo, nuestra casa, nuestra jubilación, nuestro coche, nuestra alfombra persa, nuestro ordenador, los equipos y herramientas con las que trabajamos, nuestros viajes. Absolutamente todo tiene que estar garantizado y asegurado, y pagamos por ello; nos resulta claramente coste - oportuno. Nos hemos convertidos en personas con una enfermiza aversión al riesgo. Lo que aprovecha la industria de la seguridad para vendernos todo habido y por haber en esta materia.
Por eso, nos cuesta tanto entregarnos a la Providencia, y cuando escuchamos, o decimos “danos hoy nuestro pan de cada día”, algo nos chirria, como si no nos lo creyéramos; es decir, dejar a la Providencia que cada día tenga su afán, sin preocuparnos sobre qué comeré o beberé mañana, cada día su trozo -al uso y costumbre de los pajarillos del campo, que confían en su Padre Celestial-, cuando vivimos en un mundo donde impera la planificación estratégica y la programación operativa, para que nada quede al azar, es algo impensable para una mente racional.
La vida es como conducir de noche. No vemos el paisaje, sólo vemos los treinta metros como mucho que alcanzan los faros de cruce, y los cien que en ocasiones proyectan las largas. En estas circunstancias imaginarnos la luz del Sol, ya quisiéramos; y confiar en que el Sol nos alumbra y guía, como que suena a chiste.
No podemos vivir de fantasías, solemos decir con pleno convencimiento y sensatez. Hay lo que hay, tener esperanza es de ilusos, sólo cuenta lo que tenemos y nuestras capacidades; estamos solos. Somos un producto de millones de coincidencias encadenadas, pero coincidencias al fin y al cabo. Esto proclaman los agnósticos, lo que desemboca en que somos algo así como el producto de un teclear caótico de un mono sobre el teclado y que por casualidad le hubiera salido escribir la novela “El idiota” de Fedor Dostoyevski.
Nos han enseñado, por nuestro bien, a ser prudentes, previsores, planificadores, a forjarnos un porvenir, a saber calibrar nuestras fuerzas, a prever contingencias para el viaje, dejar lo menos posible a la improvisación, porque todo lo que no esté planificado, es puro azar. Nos han enseñado la moraleja del cuento de la cigarra y la hormiga; las virtudes de la segunda y lo desastroso del comportamiento de la primera, que en el pecado llevó su penitencia. Así, de esta guisa, es una insensatez confiar en un Padre Celestial que hasta dejó mangado a su propio hijo en la cruz.
No hay nada de malo en ser previsor. Es más, la prudencia es una de las cuatro virtudes cardinales. Lo contrario es ser un bala, un ligero de cascos, un atolondrado, un inconsciente. Con este armamentario mental, vivir como los lirios del campo es lo más parecido a una tontería y una insensatez.
En medio de este mundo que parece resignado a una visión trágica de la vida, con una esperanza que no va más allá de las propias capacidades, las corrientes religiosas proponen una alternativa centrada en un más allá, al cual se podrá acceder después de la muerte si en esta vida se respeta una serie de códigos de conducta orientados a una buena convivencia y sobre todo a rendir culto a los dioses, o a un solo dios con una corte celestial. Esto aplicado al común de las gentes, se materializa en un cuerpo doctrinal y credencial perfectamente codificado, de modo que sea fácil recordarlo y mantenerlo siempre presente en la memoria. Este tipo de sistema de control se comporta como un alucinador.
Puede que a todos, incluido el común de las gentes, nos sea posible pasar toda nuestra vida hipnotizados con las creencias aprendidas a pies juntillas y así admitir como nuestro, el “Sueño del Planeta”.
El sueño externo capta nuestra atención y nos enseña en qué creer, empezando por la lengua que hablamos. El lenguaje es el código que utilizamos los seres humanos para comprendernos y comunicarnos. Cada letra, cada palabra de cada lengua, es un acuerdo. Llamamos a esto una página de un libro; la palabra página es un acuerdo que comprendemos. Una vez entendemos el código, nuestra atención queda atrapada y la energía se transfiere de una persona a otra.
Tú no escogiste tu lengua, ni tu religión ni tus valores morales: ya estaban ahí antes de que nacieras. Nunca tuvimos la oportunidad de elegir en qué creer y en qué no creer. Nunca escogimos ni el más insignificante de estos acuerdos. Ni siquiera elegimos nuestro propio nombre.
De niños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias, pero estuvimos de acuerdo con la información que otros seres humanos nos transmitieron del Sueño del Planeta. La única forma de almacenar información es por acuerdo. El sueño externo capta nuestra atención, pero si no estamos de acuerdo, no almacenaremos esa información. Tan pronto como estamos de acuerdo con algo, nos lo creemos, y a eso lo llamamos «fe». Tener fe es creer incondicionalmente.
Así es como aprendimos cuando éramos niños. Los niños creen todo lo que dicen los adultos. Estábamos de acuerdo con ellos, y nuestra fe era tan fuerte, que el sistema de creencias que se nos había transmitido controlaba totalmente el sueño de nuestra vida. No escogimos estas creencias, y aunque quizás nos rebelamos contra ellas, no éramos lo bastante fuertes para que nuestra rebelión triunfase. El resultado es que nos rendimos a las creencias mediante nuestro acuerdo.
Puede que este planteamiento se considere muy duro respecto al proceso educativo. En realidad, no puede ser de otra forma, porque no existe en este proceso ninguna intención explícita, consciente de domesticar, salvo en regímenes dictatoriales (aplíquese este término tanto en el sentido político como religioso), donde desde las escuelas se imparten planes de estudios orientados con la consciente intención de formar a fervientes seguidores de un determinado régimen político o religioso. El paroxismo de esto se puede encontrar en el régimen talibán.
En nuestro entorno sociológico, el catecismo cumple desde el punto de vista religioso esta función formativa, siendo el compendio resumido de las creencias de la fe de los católicos, que los niños se aprenden sí o sí, como condición “sinequanon” para recibir la primera comunión. El problema está en la obligatoriedad de aprenderlo sí o sí.
1P. Pregunta: Decidme vuestro nombre.
Respuesta: Pedro - Francisco - Mariano - Teresa - Gema - Carmen.
(Recomiéndese a cada uno que tenga devoción al SANTO de su nombre)
2 P. ¿Eres CRISTIANO?
R. Sí, por la GRACIA de Nuestro Señor Jesucristo.
3 P. ¿Qué quiere decir CRISTIANO?
R. Hombre de Cristo, cuya fe profesó en el BAUTISMO.
4 P. ¿Quién es CRISTO?
R. DIOS y Hombre verdadero.
5 P. ¿Cómo es DIOS?
R. Porque es Hijo natural de DIOS vivo.
6 P. ¿Cómo es Hombre?
R. Porque también es Hijo de la VIRGEN María.
7 P. ¿Qué quiere decir JESÚS?
R. SALVADOR.
8 P. ¿De qué nos SALVO?
R. De nuestros PECADOS y del cautiverio del Demonio.
9 P. ¿Por qué se llama CRISTO?
R. Por la unción y plenitud de gracia que tiene sobre todos.
10 P. ¿Es este Cristo el MESIAS verdadero?
R. Es el MESIAS prometido en la Ley y los Profetas.
Jerónimo Ripalda,
Catecismo de la Iglesia Católica.
Siglos XVI (1618) a XX (1980)  [xxxi]

Y así hasta 490 preguntas y respuestas.
Hasta bastantes años después del propio Concilio Vaticano II, el Ripalda o el Astate han sido la base de la formación de los niños de Primera Comunión y de millones de cristianos a lo largo de cuatro siglos. Este catecismo dice todas las verdades de un cristiano. Se diría que es perfecto, por eso ha perdurado tanto tiempo. Sólo tiene un problema, que “había que aprendérselo de memoria”, como cualquier otra asignatura del colegio. El niño que respondiera perfectamente a las 490 preguntas, sacaba un diez en Religión y se le consideraba un niño piadoso. Se había aprendido de memoria el catecismo, era un buen cristiano, además de tener una memoria prodigiosa, casi sobrenatural. El nuevo catecismo ha pasado de 490 a  2985 epígrafes que ya no hay que aprenderse de memoria, pero que en cualquier caso conviene haber estudiado para ser un buen católico, que consiste en conocer, aprender el contenido doctrinal del catolicismo y sus fronteras, a fin de poder discriminar todo aquello que quede fuera de su alcance, que ha de ser rechazado por peligroso.
Mientras el doctrino se comporte aceptando incondicionalmente las verdades del catecismo, y no se haya cuestionado nada, se comportará por una parte como un buen católico practicante, pero si sólo ha hecho eso, memorizar, aprender de memoria, se comportará como un ser humano perfectamente alucinado.
Sabemos que no somos lo que creemos que deberíamos ser, de modo que nos sentimos falsos, frustrados y deshonestos. Intentamos ocultarnos y fingimos ser lo que no somos. El resultado es un sentimiento de falta de autenticidad y una necesidad de utilizar máscaras sociales para evitar que los demás se den cuenta. Nos da mucho miedo que alguien descubra que no somos lo que pretendemos ser. También juzgamos a los demás según nuestra propia imagen de la perfección, y naturalmente no alcanzan nuestras expectativas.
(Op.Cit. Los cuatro acuerdos)
No hay error en aprender las verdades del catecismo. Sí hay error en negarse a cuestionarse los acuerdos que esas verdades llevan implícitas, porque no hay nada de ti mismo, salvo tu propio miedo al castigo, que hayas sido capaz de interiorizar y de hacerlo tuyo, íntimamente tuyo.
Es así que, el primer gran paso que un ser humano, incardinado en una tribu o en una sociedad que le ha inyectado su sueño colectivo en su cerebro a través del proceso educativo, puede y debe dar para comenzar a buscar su verdadera identidad, para aprender a ser, es cuestionarse lo que le han enseñado, y no con ánimo de rechazarlo como falso, sino de hacerlo suyo de verdad, que forme parte de su propia vida por convicción, de su propia experiencia vital, de su propia intimidad, y no sólo de su carga de información almacenada en la memoria, y que se expresa a través de un conjunto de reflejos condicionados como son todos los actos sociales y religiosos de buena práctica.
La diferencia entre llevar a cabo este ejercicio de interiorización de lo aprendido, o no hacerlo, es la misma que existe entre, y esto es sumamente importante, quedarte con una fe infantil, contada a los niños para que lo entiendan, o migrar a una fe, o un conjunto de convicciones, maduradas mediante la reflexión y la meditación. Es la diferencia entre una fe infantil y una fe madura. La fe es la misma, que duda cabe, pero los atributos “infantil” y “madura” suponen un abismo. San Pablo lo dice:
11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.
1 Cor. 13, 11
En la fe aprendida de niño, hay cosas de niño, creencias que se asumen como niños que somos, que han de ser maduradas, y entendidas en su contexto amplio y simbólico. Por ejemplo, la interpretación literal de la Biblia, “al-pie-de-la-letra”, puede desembocar en algo tan gracioso, aunque realmente no tiene ninguna gracia, como esta anécdota:
Laura Schlessinger es una conocida locutora de radio de los Estados Unidos que tiene un programa en el que da consejos en directo a los oyentes que llaman por teléfono.
Recientemente saltó la polémica (y más cuando se mezclan temas de religión y homosexualidad, donde cada persona interpreta lo que dice Dios y la Biblia de una manera distinta), cuando la presentadora atacó a los homosexuales.
Esta locutora ha dicho recientemente que la homosexualidad es una abominación, ya que así lo indica la Biblia en el Levítico, 18, 22, y por tanto no puede ser consentida bajo ninguna circunstancia.
22 No te acostarás con varón como con mujer; es abominación.
Lo que a continuación transcribimos es una carta abierta dirigida a la Dra. Laura escrita por un residente en los Estados Unidos, que ha sido hecha pública en Internet (no tiene desperdicio):
"Querida Dra. Laura:
Gracias por dedicar tantos esfuerzos a educar a la gente en la Ley de Dios.
Yo mismo he aprendido muchísimo de su programa de radio e intento compartir mis conocimientos con todas las personas con las que me es posible. Por ejemplo, cuando alguien intenta defender el estilo de vida homosexual me limito tan sólo a recordarle que el Levítico, en sus versículos 18, 22, establece claramente que la homosexualidad es una abominación. Punto final.
De todas formas, necesito algún consejo adicional de su parte respecto a algunas otras leyes bíblicas en concreto y cómo cumplirlas:
Me gustaría vender a mi hermana como esclava, tal y como indica el Éxodo, 21, 7. En los tiempos que vivimos, ¿qué precio piensa que sería el más adecuado?
7 Si un hombre vende a su hija por esclava, ésta no saldrá de la esclavitud como salen los esclavos.
El Levítico, 25, 44, establece que puedo poseer esclavos, tanto varones como hembras, mientras sean adquiridos en naciones vecinas. Un amigo mío asegura que esto es aplicable a los mejicanos, pero no a los canadienses. ¿Me podría aclarar este punto? ¿Por qué no puedo poseer canadienses?
44 Los siervos y las siervas que tengas, serán de las naciones que os rodean; de ellos podréis adquirir siervos y siervas.
Sé que no estoy autorizado a tener contacto con ninguna mujer mientras esté en su período de impureza menstrual (Lev 15, 19). El problema que se me plantea es el siguiente: ¿cómo puedo saber si lo están o no? He intentado preguntarlo, pero bastantes mujeres se sienten ofendidas.
19 La mujer que tiene flujo, el flujo de sangre de su cuerpo, permanecerá en su impureza por espacio de siete días. Y quien la toque será impuro hasta la tarde.
Tengo un vecino que insiste en trabajar en el sábado. El Éxodo 35, 2, claramente establece que ha de recibir la pena de muerte. ¿Estoy moralmente obligado a matarlo yo mismo? ¿Me podría apañar usted este tema de alguna manera?
2 Durante seis días se trabajará, pero el día séptimo será sagrado para vosotros, día de descanso completo en honor de Yahveh. Cualquiera que trabaje en ese día, morirá.
En el Levítico 21, 20, se establece que uno no puede acercarse al altar de Dios si tiene un defecto en la vista. He de confesar que necesito gafas para leer. ¿Mi agudeza visual tiene que ser del 100%? ¿Se puede relajar un poco esta condición?
16 Yahveh habló a Moisés y dijo: 17 Habla a Aarón y dile: Ninguno de tus descendientes en cualquiera de sus generaciones, si tiene un defecto corporal, podrá acercarse a ofrecer el alimento de su Dios;
La mayoría de mis amigos (varones) llevan el pelo arreglado y bien cortado, incluso en la zona de las sienes a pesar de que esto está expresamente prohibido por el levítico, 19, 27. ¿Cómo han de morir?
27 No rapéis en redondo vuestra cabellera, ni cortes los bordes de tu barba.
Sé gracias al Levítico, 11, 2-8, que tocar la piel de un cerdo muerto me convierte en impuro. Aún así, ¿puedo continuar jugando al fútbol si me pongo guantes?
2 Hablad a los israelitas y decidles: De entre todos los animales terrestres podréis comer estos: […] 4 Pero entre los que rumian o tienen pezuña hendida, no comeréis: camello, pues aunque rumia, no tiene partida la pezuña; será impuro para vosotros; […] 7 ni cerdo, pues aunque tiene la pezuña partida, hendida en mitades, no rumia; será impuro para vosotros. 8 No comeréis su carne ni tocaréis sus cadáveres; serán impuros para vosotros.
Mi tío tiene una granja. Incumple lo que se dice en el Levítico 19:19,
19 Guardad mis preceptos. No aparearás ganado tuyo de diversa especie. No siembres tu campo con dos clases distintas de grano. No uses ropa de dos clases de tejido.
El planta dos cultivos distintos en el mismo campo, y también lo incumple su mujer, ya que lleva prendas hechas de dos tipos de tejido diferentes (algodón y poliéster). Él, además, se pasa el día maldiciendo y blasfemando. ¿Es realmente necesario llevar a cabo el engorroso procedimiento de reunir a todos los habitantes del pueblo para lapidarlos? (Lev 24, 16).
16 Quien blasfeme el Nombre de Yahveh, será muerto; toda la comunidad lo lapidará. Sea forastero o nativo, si blasfema el Nombre, morirá.
¿No podríamos sencillamente quemarlos vivos en una reunión familiar privada, como se hace con la gente que duerme con sus parientes políticos? (Lev 20, 14).
14 Si uno toma por esposas a una mujer y a su madre, es un incesto. Serán quemados tanto él como ellas para que no haya tal incesto en medio de vosotros.

Sé que usted ha estudiado estos asuntos con gran profundidad, así que confío plenamente en su ayuda.”
Gracias de nuevo por recordarnos que la palabra de Dios es eterna e inmutable.
Está tomado de Internet, hace algunos años.
Ver: http://www.emprendedoras.com/article1875.html
Evidentemente, leer esto, tras unos instantes de humor, a uno se le queda la sonrisa congelada al darse cuenta de que se está haciendo una burla de versículos del Pentateuco, que los judeocristianos tomamos como palabra de Dios. Para los ateos y alejados, supone un motivo de hilaridad en una reunión de amigos, pero para un cristiano o para un judío, maldita la gracia que nos hace. Pero lo traigo a colación de cómo, en el extremo es a lo que uno puede llegar si se toma los textos sagrados “Al-pie-de-la-letra”, como aquel que realmente se cortó una mano porque se había hecho malos tocamientos y como penitencia cumplió exactamente lo que manda Jesús, “si tu mano te escandaliza…”
43 Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga.
Mt 9, 43
Y se la cortó.
Esto es tener una fe tan sincera como ingenua, o tan infantil; una fe que no es capaz de interiorizar los mensajes que están escritos de forma simbólica unos, y otros que obedecen a necesidades sociales de otras épocas que ahora ya no tienen ningún sentido, salvo en regímenes teocráticos donde la Ley civil está estrechamente vinculada a la religión, como es el caso de determinados países islámicos.
En el otro extremo, la sociedad civil, tampoco se queda rezagada en incrustar obsesiones en la gente. Ritos mágicos, astrologías, uijas, horóscopos, tarot, supersticiones, algunas tan cibernéticas como esos mensajes que por e.mail te obligan a reenviarlos a otras diez personas bajo amenaza de que algo malo te va a suceder, o algo bueno te va a dejar de suceder. Y la gente cumple escrupulosamente estos mandatos. Yo flipo al ver como personas adultas que te creías suficientemente serias como para no caer en estas niñerías, van y obedecen ciegamente estas encomiendas.
Lo que indican todas estas cosas es que el hombre moderno, del siglo XXI sigue siendo tan supersticioso como nuestros ancestros del paleolítico. Nunca hemos dejado de serlo, bien por la vía de las creencias religiosas, como por las tradiciones populares. Y todo esto forma parte del Sueño del Planeta, que se nos inculca en el proceso educativo, ante lo que el individuo tiene que dar respuesta, a riesgo de quedarse anclado en la infancia espiritual.
Por último, el Sueño del Planeta tiene un regalo envenenado, del que no solemos percatarnos. ¿Qué pasa cuando la tribu te educa en una serie de valores, pero luego ves cómo esos mismos que te han educado, caen en villanías y corrupciones calificadas como tales por aquellos que las cometen? Esto es lo que Rousseau denomina la Teoría del noble salvaje, expuesta en 1762. Rousseau desplego la teoría del noble salvaje del siguiente modo: los seres humanos somos naturalmente buenos hasta que la sociedad nos corrompe. En lo personal diría que los seres humanos somos amorales, y que la sociedad nos impone lo que es bueno y lo que es malo premiando lo primero y sancionando lo segundo: cuando la sociedad dice que una cosa es buena y la castiga, y dice que otra cosa es mala y la premia, con esta anomalía corrompe a sus individuos, quienes con su corrupción reforzarán la corrupción social estableciendo así un círculo vicioso...
Esta contradicción es especialmente devastadora cuando los que hacen lo contrario de lo que predican son las autoridades religiosas. ¿Cuántas almas han dejado de creer a lo largo de la Historia al ver cómo determinados papas, obispos y cardenales, o sacerdotes, han dado sobrados motivos de escándalo al protagonizar corrupciones económicas, políticas o incluso sexuales? Que los políticos cometan todo tipo de villanías, es lo suyo, pues la política es el arte de saber mentir y escandalizar sin que se note demasiado y encima, alucinar al personal para conseguir sus votos, y los ciudadanos ya sabemos que no se puede esperar otra cosa de ellos, pero que una persona consagrada a Dios salga en las noticias como pederasta… El daño que hace a las mentes sencillas puede ser inimaginable. Más les valdría atarse al cuello una rueda de molino y tirarse al mar.
Se han sustituido los valores morales y religiosos, tachados como creencias sin fundamento, por los “valores democráticos”. Estamos encantados con los valores democráticos, de modo que aquel que se atreva a dudar de sus virtudes, inmediatamente será calificado de fascista, que es lo mismo que ser condenado de hereje en otros tiempos. Y con la misma violencia se le perseguirá y castigará.
En esta idea, el político que si alguna virtud tiene es la de ser un consumado “encantador de serpientes”, es capaz de convencer de sus virtudes democráticas a quien se ponga por delante mediante el magistral uso de las denominadas “palabras talismán”, término acuñado por el filósofo Alfonso López Quintas, en su libro “La manipulación del lenguaje”. Nos referimos a palabras tan manoseadas como “libertades”, “derechos de la persona”, “democracia”, “progreso”, “desarrollo”, “igualdad”, “solidaridad”, incluso “amor”. Son palabras que si en origen reflejan lo que el diccionario indica, el uso torticero y políticamente interesado de ellas, hace que metiéndolas en una chistera, el político, como un mago de circo, pueda sacar un discurso cual conejo, completamente alucinador de mentes y anestésico de voluntades, para llevarse de calle a los agradecidos seguidores que serán votantes en su momento.
Es la nueva religión del pueblo llano, que antes pagaba en diezmos y primicias a sus líderes religiosos, lo que ahora paga en impuestos y votos a sus líderes políticos.
Los dioses han cambiado, las actitudes no.  
Antes se entonaban himnos de Gloria al Altísimo, y ahora se entonan himnos de gloria y alabanza a la Champions league, al estilo solemne del Aleluya de Hendel.
La vida sigue igual. Es el Sueño del Planeta, que nos atrae con la misma fuerza que al suelo nos atrae la Gravedad.

4. Me gusta que los planes salgan bien

Uno de los valores que supuestamente la tribu nos debería enseñar es la capacidad de esfuerzo, y sobre todo la capacidad de encajar los contratiempos e incluso los grandes reveses que nos da la vida. Llámese esto fortaleza, o como ahora se ha dado en llamar, “resiliencia”, la capacidad de aceptar y soportar los resultados de nuestras acciones o de las circunstancias de la vida es uno de los elementos fundamentales que hacen de nuestra vida un valle de lágrimas, o un proceso de aprendizaje que de sentido a nuestra vida.
Esta conocida frase “me gusta que los planes salgan bien”, que siempre decía Anibal Smith al final de cada episodio de la serie El Equipo A, fumándose el puro de la victoria, es muy significativa del íntimo deseo que todos tenemos de que nuestros planes, nuestros proyectos e ideales, más o menos vayan saliendo adelante; no sin esfuerzo, no sin trabajo, no sin dificultades, pero que “al final” las cosas salgan adelante, y lo previsto, lo planeado, pueda ser una realidad a su debido tiempo.
Cuando esto no sucede, cuando fracasamos, y los proyectos se van al traste, sufrimos una profunda decepción que pone en cuestión nada más y nada menos que nuestra propia valía, autoestima y consideración de los demás. Porque cuando las cosas no salen, lo primero que se produce es una búsqueda de responsables y de culpables. A poco que uno esté implicado como la gallina con el huevo, o comprometido, como el cerdo con el bacon, de alguna forma le va a salpicar los fracasos de los planes.
El abismo entre nuestros ideales, convertidos en planes y proyectos, y lo que la realidad nos permite, supone una de las más importantes fuentes de frustración y de infelicidad del ser humano.
Cuando la tensión creativa no consigue superar los problemas y se tiene que rendir a la evidencia de que lo deseado es imposible, y por ello, hemos de echar mano de soltar gas en la tensión emocional, de modo que al rebajarla, es decir, al renunciar a la meta, aceptemos la cruda realidad, entonces, nos vemos incapaces de llevar las cosas adelantes, y decimos, “está bien”, renuncio a este o aquel proyecto”. “Reconozco mi incapacidad para superar las dificultades”, “Admito prescindir de los bienes y servicios que habría conseguido de haber poder alcanzado mi objetivo”.
Baja nuestra validez, nuestra autoestima, y nos arrugamos a una realidad hostil. Terminas por dejar de luchar, y que se hunda el mundo a tu alrededor.
Estamos pues ante la gran problemática de la gestión del fracaso.
El fracaso es una de las más importantes fuentes de decepción, sufrimiento  y de angustia, tristeza y apatía que puede soportar el ser humano. Un viejo proverbio bíblico afirma que la sabiduría consiste en saber que es posible y que es imposible y saberlo diferenciar. Luchar por lo posible y aceptar lo que no se puede cambiar. Lo contrario, rendirse ante lo que es posible conseguir, y darse de cabezazos por aquello que es una quimera es de necios. Un necio es aquel que no sabe lo que debería, un terco, un imprudente, un presuntuoso, y alguien que desprecia lo que ignora. La conducta del necio conduce directamente al fracaso. Es la antítesis del sabio y del inteligente.
Pero más allá de comportamientos necios en el extremo, por lo general, nos movemos en un mix de situaciones en las que nos vemos comprometidos con proyectos casi imposibles, pero por causa de nuestra situación laboral o social, no podemos negarnos a trabajar, frente a proyectos que sería tan fácil lograr, pero que por prejuzgar gigantes donde sólo hay molinos, dejamos aparcados, con lo que renunciamos a excelentes oportunidades.
Pero así se escribe la historia.
La palabra “fracaso” es relativamente moderna en nuestra lengua. Se empieza a encontrar un siglo después del descubrimiento de América. No es que antes no se fracasase. Es que al fracaso se le llamaba de otras maneras. La palabra procede del italiano fracassare, que tenía el significado de romperse algo estrepitosamente. Pasó al español para denominar el naufragio (sinc. de navis y frango, frangere fractum) de un barco o de una flota. Fracaso se llamó al destrozo por la tempestad de la Armada Invencible; y siguió significando fracasar, romperse una nave contra los escollos. De ahí pasó por vía de metáfora a significar toda ruina y destrozo irrecuperable. Además del verbo quassare, ahí está el verbo casso, cassare, cassatum, que significa casar (casación), anular, invalidar. En terminología judicial, cassare es anular, casar, invalidar, dejar sin efecto.
Decepción, por otra parte, es la contrariedad o pesar causado por un desengaño. Yo me creía que… pero me he dado cuenta de que…
Citas varias:
- Es raro, muy raro, que nadie caiga en el abismo del desengaño sin haberse acercado voluntariamente a la orilla. Concepción Arenal.
- Un pesimista es un optimista bien informado. Anónimo..
- Un pesimista es un optimista con experiencia. François Truffaut
- Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad; un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad. Winston Churchill.
- El pesimismo es un asunto de la inteligencia; el optimismo, de la voluntad. Antonio Gramsci.
- Una vida en que no cae una lágrima es como uno de esos desiertos en que no cae una gota de agua: sólo engendran serpientes. Emilio Castelar
- "No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta.".(Quino, Mafalda)
Cuando las cosas se tuercen, cuando nos enfrentamos a los primeros reveses en nuestra empresa personal, cuando el cansancio y hasta el agotamiento hacen mella en nosotros, corremos el riesgo de que se asiente en nuestro corazón la decepción. Y cuando esto ocurre, se apodera en nosotros una percepción de la realidad como si la línea de no retorno la hubiéramos ya superado, y entonces, entendemos que nuestra meta es inalcanzable, nos decepcionamos, nos desanimamos y terminamos literalmente “tirando la toalla” y diciendo “¿para qué el esfuerzo? Entonces, la tensión creativa que nos había animado a trabajar deja paso a una tensión emocional que llega a hacerse insoportable. En ese momento, dejamos de luchar, damos la empresa por fracasada y abandonamos.
Lo que realmente duele en el alma no es el significado objetivo que pueda tener el fracaso o el desengaño, que cualquier ser inteligente puede comprender a poco que piense un poco. La cuestión radica en la percepción afectiva del fracaso. Va de sentimientos negativos.
Los sentimientos negativos son un auténtico dolor de muelas, porque te generan un malestar interno muy desagradable, que muchas veces somatizamos en algún órgano diana donde se descargan. Así si es el estómago, la persona termina con una úlcera, si el corazón, con taquicardias y palpitaciones; si las arterias, como es mi caso, con tensión alta; si la cabeza, con jaquecas y cefaleas de tensión, etc. Da igual que el problema sea más o menos grave, la cuestión es cómo se vive.
En una ocasión participé en un comentario sobre si los problemas de una persona deficiente mental son mayores o menores de los que pueda tener un Ministro de Hacienda. Y la respuesta, que parecería obvia, sería que el Ministro las tendrá mucho mayores que el deficiente, pero terminó siendo que acaso, las preocupaciones de éste sean mayores que las del Ministro, y no significa que él no las tenga. Pero la cuestión no es medir el cúmulo de problemas de modo objetivo, en cuyo caso hasta la pregunta hecha resulta absurda, sino la percepción subjetiva. Porque nadie diría que perder una rebeca vieja en la lavandería de la residencia sea más grave que el colapso de Lehman Brothers que afectó a la economía del Planeta. Sin embargo, al deficiente le puede quitar el sueño durante un mes, dónde estará la rebeca, y probablemente, sin minorar la gravedad de la situación, lo más seguro es que al Sr. Ministro el colapso bursátil le haya quitado el sueño bastantes noches, aunque habrá sabido encajar el problema.
El problema que se está empezando a detectar es que el enfado y la preocupación por perder una rebeca en la lavandería no es ya cosa de personas deficientes mentales, sino de jóvenes y adultos perfectamente educados y normales. ¿Quién no ha sorprendido a sus hijos ya mayores, por encima de los veinte años enfadarse y discutir porque uno está viendo el partido del domingo y el otro o la otra quiere ver una película de su actor favorito? ¡Qué preocupación tan espantosa es no poder ver el episodio de la serie televisiva, o un Barça - Sevilla! ¡O no poderse comprar una sudadera de marca, como la compañera de instituto! Son auténticos dramas que casi incitan al suicidio. Parece mentira. Pero yendo a situaciones con más calado, tales como los embarazos no deseados, hacen que la Sociedad responda, para que la mujer no se frustre y se tire por la ventana, promulgando una ley donde el producto de la concepción no se considera un ser humano (ya me dirán qué es si no), y por tanto no hay problema en deshacerse de él. O los soldados occidentales que están en misiones militares, que al ver una explosión de una granada que hiere a un compañero, sufren un estrés post traumático de tal calibre, que con veinte años se quedan totalmente incapacitados para tener una vida normal. ¿Qué hubiera ocurrido si los que vivieron la Segunda Guerra Mundial (generación que levantó posteriormente Europa), hubieran respondido psicológicamente de una forma tan débil, sembrando el continente con millones de zombies autistas?
La Resiliencia (del latín “resilio”, volver atrás, recuperarse tras una tensión deformante), es un concepto de la Ingeniería que se define como una magnitud que cuantifica la cantidad de energía por unidad de volumen que absorbe un material al deformarse elásticamente debido a una tensión aplicada. En otras palabras, la resistencia del material a la presión. Pasado el término a la Psicología, se definiría como la capacidad de aquellas personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollan psicológicamente sanos y exitosos, es decir, la capacidad para resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva.
La Sociedad actual nos ha abrazado en una burbuja de bienestar tan algodonosa, que en general, la capacidad que tenemos de recuperarnos ante la adversidad es bastante pobre; en muchos casos nula. Además, nos indignamos con Dios por permitir todo tipo de males, tales como el seísmo de Sumatra, o que se me pierda el bolígrafo. Porque todo es una tragedia, a día de hoy.
La capacidad de encajar los problemas va en función de la madurez e inteligencia.  Hay muchas definiciones de inteligencia, aunque siempre se ha entendido como la capacidad de pensar, aprender y comprender. Esta última es muy buena y sorprendente: “la capacidad de manejar y gestionar la incertidumbre”.
Esta definición permite comprender por qué las preocupaciones de una persona deficiente o de pocas luces son mucho mayores que las de una persona razonablemente inteligente como un político. Saber manejar la incertidumbre significa no sólo saber escenificar las situaciones, comprender las causas del proceso de desarrollo del problema y sus consecuencias; imaginar las diferentes alternativas de solución y sus correspondientes repercusiones a corto, medio y largo plazo, sino poseer un al menos relativo control sobre los resortes que permiten tomar decisiones. Cuando se posee esto, uno puede triangular su posición respecto del mundo que le rodea, y sabe perfectamente donde está y a dónde ha de ir. Y si tiene restricciones a la decisión, al menos sabe cuáles son y hasta donde alcanza su responsabilidad en todo el problema. Esto tranquiliza al menos y te permite mediante puntos de referencia absolutos, conocer tu posición relativa respecto de todo lo demás. Esto minimiza extraordinariamente la incertidumbre y con ello su manifestación subjetiva, el desasosiego y la preocupación. Y en el extremo, si la cosa sale mal y se cosecha un fracaso, la percepción subjetiva estará filtrada por el razonamiento que permite poner las cosas en su sitio y calibrar tu nivel de responsabilidad y de inocencia. Y la vida sigue. Pero si no se tiene esta capacidad, o uno se ofusca en exceso, las cosas pierden su evidencia y surgen en nosotros multitud de fantasmas, los molinos se convierten en gigantes y nos montamos una película de la de Dios. Lo real se distorsiona en fantasías, obsesiones y distorsiones de la percepción con lo que nos montamos un mundo paralelo con pocas conexiones con lo real. Desconectamos de la realidad y juzgamos lo que pasa según el guión de la película de terror que nos hemos montado. Nos sentimos perseguidos, cuando no es así; nos sentimos subestimados, cuando no es así; nos sentimos despreciados, cuando no; nos sentimos no válidos, cuando no. Y nos defendemos… de “este que es un mal nacido”, cuando no; el otro es un sinvergüenza, cuando no… Etc.
En suma, todo se cuece en nuestro interior, y en nuestra capacidad de metabolizar los “inputs” que nos llegan continuamente.
Y cuando la cosa se escapa de nuestro control, siempre queda gastar el último cartucho; echarle unos rezos a Dios, o a Jesús, o a la Virgen (preferentemente la de mi pueblo, con la que tengo más confianza, porque es la del lugar), o al santo de mi devoción. Estamos ante un Dios que sirve para resolver nuestras cuitas, al que se acude, para conseguir satisfacción de nuestros deseos, tanto los lícitos (no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal, danos el pan de cada día) como nuestros deseos espúreos y antojadizos. Nos hemos aprendido muy bien aquello de “pedid y se os dará”, de modo que la asociación biunívoca de Oración con rezos de súplica es prácticamente generalizada. Es aquello de que nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que no truena.
La gestión de la incertidumbre y del fracaso es una de las potencias más importantes, tanto para encarar la vida de este mundo, como para afrontar la relación con la Divinidad. Porque un planteamiento a nivel de suplicatorio es tan sincero, por una parte, pues arranca de nuestras fatigas en esta vida, como ingenuo, porque revela una fe muy inmadura, muy material, muy centrada en mí y mis problemas. Supone un condicionar la paz interior, y en el extremo, la propia felicidad, a que “nuestros planes salgan bien”. De no ser así, aparte de experimentar la decepción y el desengaño con el mundo, y el enfado porque no nos hace felices, experimentamos la decepción y el desengaño respecto del propio Dios. Es como si Dios rompiera con nuestros contratiempos un pacto tácito de “yo me porto bien, voy a misa, rezo mis oraciones, y Tú me concedes mis peticiones”. Otro ejemplo perfecto de cómo nuestra fe es “tan sincera como ingenua”.
Pero la Vida, que es muy sabia, nos somete con estas cosas a otra dura lección, la que se deriva de ver cómo las cosas pierden su evidencia. Lejos de ser otra guarrada del Altísimo, es lo mejor que nos puede pasar para que dejemos el mundo de la piruleta, donde creemos que las cosas pasan “según yo”, para cuestionarnos las preguntas que nos conducirán, si sabemos ser constantes, a plantearnos la Gran añoranza.

5. Cuando las cosas pierden su evidencia

A medida que vamos avanzando en edad y experiencia, es en la medida en que se suele producir en los humanos un fenómeno paradójico; que lo aparentemente evidente para nosotros en nuestra fase de aprendizaje, resulta empezar a no serlo a medida en que vamos adquiriendo experiencia propia. Es en este sentido en el que los acuerdos que hemos pactado por la educación recibida con la sociedad en la que hemos ido creciendo, en algún momento de nuestra vida, nos vemos impulsados a ponerlos encima de la mesa, y con algo más que la memoria que nos ha permitido archivarlos en nuestra mente, volver a revisarlos para proceder a una toma de conciencia de los mismos, y así ratificarlos o rechazarlos, con pleno conocimiento de causa, cosa que en nuestra adolescencia es muy difícil alcanzar.
Ocurre con muchas cosas. Una de las más llamativas son los ideales de juventud. Suele ser dramático el proceso de desengaño, de decepción que experimentamos cuando lo que creíamos podría ser y podríamos alcanzar, resulta que no, que cuesta mucho más de lo que parecía, y que los apoyos y resortes con los que podríamos contar no existen. Ideales frustrados, desengaños profesionales, decepciones personales frente a amistades que nos han traicionado, metas fijadas que jamás llegarán a alcanzarse, idilios amorosos que terminan con la más amarga de las desilusiones. Y así, podríamos relatar un largo etc. de situaciones que la vida nos plantea, para hacernos ver que acaso vivíamos o creíamos vivir en el mundo de la Sta Pepis, de Barbie y Ken, o en un mundo que resulta ser más extraño, más complejo y más desconocido de lo que parece.
Cuando uno se aprenderse el catecismo de memoria, y con sincero corazón admite todo lo escrito en el, como buen creyente, recibe una dosis muy elevada de seguridad. Todo está ahí, todo está claro, el Cielo es así, la Tierra es así, las normas están claras, y si se cumplen religiosamente, tu salvación está garantizada. ¡Qué más se puede pedir!
Has aceptado todos los acuerdos que te han puesto a la firma. Los has aceptado sin cuestionarte nada, y los has firmado sin leerte la letra pequeña, y ni siquiera sin plantearte el auténtico significado del articulado doctrinal.
Has establecido millares de acuerdos contigo mismo, con otras personas, con el sueño que es tu vida, con Dios, con la sociedad, con tus padres, con tu pareja, con tus hijos; pero los acuerdos más importantes son los que has hecho contigo mismo. En esos acuerdos te has dicho quién eres, qué sientes, qué crees y cómo debes comportarte. El resultado es lo que llamas tu personalidad. En esos acuerdos dices: «Esto es lo que soy. Esto es lo que creo. Soy capaz de hacer ciertas cosas y hay otras que no puedo hacer. Esto es real y lo otro es fantasía; esto es posible y aquello es imposible». Un solo acuerdo no sería un gran problema, pero tenemos muchos acuerdos que nos hacen sufrir, que nos hacen fracasar en la vida. Si quieres vivir con alegría y satisfacción, debes hallar la valentía necesaria para romper esos acuerdos que se basan en el miedo y reclamar tu poder personal. Los acuerdos que surgen del miedo requieren un gran gasto de energía, pero los que surgen del amor nos ayudan a conservar nuestra energía e incluso a aumentarla.
(Op.Cit. Los cuatro acuerdos)
Como refiere Miguel Ruíz en “Los cuatro acuerdos”, cada aceptación de un aserto con alguien, es un acuerdo, un pacto por el que se alcanza además un compromiso de respetarlo. Así consigues ser aceptado y pertenecer a tu tribu, a tu clan, a tu comunidad. Es importante respetar los acuerdos, las normas, las leyes, los principios para que la vida en comunidad esté ordenada y haya paz social.
Pero puede que llegado un momento de nuestra vida, los acuerdos pactados y aceptados, comiencen a hacernos daño, sin saber muy bien por qué. Es algo muy similar a cuando, viendo la televisión, la señal que se recibe empieza a debilitarse y la pantalla comienza a verse mal, desdibujada, con rayas o con un incómodo pixelado en las actuales TDT. Tratamos de ajustar la imagen, pero nada, no se ve, hasta el extremo de perder completamente la señal.
Cuando esto ocurre, cuando algo en nuestro interior nos dice que lo acordado ya no es tan evidente, estamos empezando a entrar en un terreno muy delicado. Por una parte es incómodo, porque estábamos mucho más a gusto cuando desde nuestros adentros había silencio, y no había nada que cuestionarse; por otra parte es desconcertante, porque es como si se desvanecieran lentamente nuestras coordenadas de referencia, como si el camino por donde íbamos, se desdibujase y no supiéramos por dónde continuar. Por otra parte es peligroso, porque más allá de los límites del camino, el terreno es ignoto; alguien pensó por nosotros y nos dijo que no debíamos separarnos del camino acordado, a riesgo de perdernos. Pero por otra parte es lo más maravilloso que nos puede suceder, porque si empezamos a cuestionarnos los acuerdos firmados con la tribu, entonces, y sólo entonces, tendremos una posibilidad de empezar a ser nosotros mismos, y no un ser humano programado por terceros para expresar una determinada conducta.
La fe es experiencia de vida, y no un tema de aprendizaje y memorización, ni de adoptar un código de buenas costumbres morales y religiosas. Ese es el tremendo error, en mi opinión, de este tipo de educación religiosa que los de “mi promoción” hemos recibido, y que parece, por otra parte, ha sido muy bien aceptada desde siempre por las autoridades eclesiásticas, porque se conseguía un nutrido grupo de feligreses bien educados en la fe, para acudir a las parroquias y ayudar a la Iglesia en sus necesidades.
En cuanto el niño comienza a discernir, pregunta y vuelve a preguntar. De momento parece que queda satisfecho con las respuestas que recibe; pero llegado a adulto, sigue el hombre proponiéndose preguntas. Entonces tropieza con la pregunta que excede siempre a cualquier respuesta que se pueda excogitar: ¿quién soy yo? ¿qué es el hombre?... Estas preguntas suponen algo que afecta a la propia vida, a la propia felicidad. Pero ¿no serán preguntas superfluas, para gentes que no tienen otra cosa en qué pensar? Quien se entrega por completo a sus quehaceres, a su trabajo, a su familia, ¿qué más ha de hacer aún?
“Cuando las cosas pierden su evidencia”
Catecismo Holandés. (1969) [xxxii]
Este es el problema, ¿qué pasa cuando las cosas pierden su evidencia? ¿Qué pasa cuando todo lo piadosamente aprendido y memorizado se queda sólo en eso, en recuerdos de una memoria prodigiosa, pero que cuando el niño comienza a discernir y preguntarse, todas las verdades del catecismo se convierten en dudas existenciales? Esto planteaba el Catecismo Holandés, allá a finales de los sesenta, ante la iniciativa del “aggiornamento” propuesto en el Vaticano II.
¿Hemos perdido  la fe, los que nos hemos atrevido a preguntarnos por tantos y tantos interrogantes que deberían estar resueltos si acatáramos a pies juntillas la doctrina expuesta en el catecismo? ¿Hemos sido demasiado osados los que, reflexionando sobre lo aprendido y lo que vivimos en nuestro pequeño mundo, concluimos que hay cosas que no cuadran, que no convencen? ¿Es reprobable llegar a la conclusión de que nos han educado en una fe tan sincera como ingenua? O no hemos entendido nada, o se han explicado mal.
Acudiendo a la Ley de los grandes números, en la campana de Gauss del común de las gentes, eso no ocurre salvo en una cola a la derecha de la campana de más tres desviaciones estándar (medida de la desviación estadística por encima y debajo de la media aritmética); esto es, un escaso 1 a 5% de los casos, que en los últimos años creo que se está incrementando de un modo muy significativo. Para la generalidad, los acuerdos pactados con la tribu sirven para tener una vida razonablemente tranquila. El problema, como digo, es que esa cola de inconformistas con las verdades memorizadas y acordadas con las autoridades sociales y religiosas está creciendo a pasos agigantados, haciendo añicos la Ley de los grandes números. Gracias a Dios, para cada vez más gentes, las cosas pierden su evidencia, y las verdades memorizadas, también la están perdiendo. El problema está en que si tratas de cuestionarte lo que las doctrinas exponen, te puedes quedar sin puntos de referencias, en un vacío existencial sin eje de coordenadas. Y eso es muy peligroso, porque terminas siendo pasto de los buitres que otean el horizonte a la caza de almas desorientadas, ofreciéndoles alternativas inciertas.
En el fondo, vivimos en un sistema humano que a lo largo de miles de años ha evolucionado sobre la base del establecimiento de códigos de conducta, la Ley, y de creencias, las religiones. Según estos códigos, un papel firmado por alguien certifica que estamos muertos (certificado de defunción), o que hemos nacido (certificado de nacimiento). Nuestra vida es un papel. Sin papeles no somos nadie, ni siquiera existimos (diplomas, certificados, contratos, títulos, pasaportes DNI, etc). Papeles que dice que vivimos, que lo hacemos en un sitio, que creemos en tal o cual religión, que estamos enfermos, o sanos, que sabemos, que estamos capacitados. Y la cosa es de tal modo que en nuestro sano juicio a nadie se le ocurre transgredir esas rayas que separan a aquellos que tienen de los que no tienen tal o cual papel que les acreditan para tener tal o cual atributo.
Pero estas reglas las establecen los hombres sobre la base de la creencia de conocer la realidad que tratan de reglamentar.
Hay una parábola muy conocida, que explica bastante bien todo esto. Es la parábola del elefante[xxxiii]. En un país de ciegos, donde todos eran ciegos, y todos estaban perfectamente organizados en medio de su ceguera, llega a las inmediaciones de la ciudad reino, amurallada con una empalizada, un mercader que viajaba con un elefante. Como quiera que estuviera cansado, decidió descansar durante un rato. El elefante al caer y tumbarse provocó un espantoso estruendo que hizo templar toda la ciudad. Los ciegos se asustaron tanto que decidieron enviar una patrulla de reconocimiento para ver qué era lo que había provocado el temblor de tierra. Un comando de ciegos llegó a las cercanías del animal, y con mucho temor, uno tocó la pezuña. Se retiró en seguida e informó que lo que había causado en temblor era un ser duro como una piedra, que impresionaba de muy poderoso, por lo que la ciudad corría un gran peligro. No seguros del dictamen de la primera patrulla, mandan a una segunda, y el explorador se topa con una oreja, que impresionaba de peluda y blanda. El diagnóstico era justamente el contrario. No parecía que lo que fuera pudiera ser peligroso. Una tercera patrulla se topó con la trompa y recibió el consabido trompazo. Salieron huyendo despavoridos y se enrocaron en la ciudad. Se organizó entonces un gran batallón para salir a combatir el monstruoso ser. Pero cuando salieron, el mercader ya se había ido con su elefante, no sin antes dejar los obligados excrementos y emunciones, de proporciones jamás imaginadas por aquellos habitantes. El comando de explOración no podía encontrar una explicación racional a todo aquello, por lo que se convocaron múltiples concursos de ideas para embarcar a las mentes más preclaras en investigar las posibles causas, efectos y consecuencias a largo plazo de aquel fenómeno provocado por tan quimérica criatura, y convertido en descomunal cantidad de excrementos. A raíz de aquello se crearon una serie de mitos y leyendas, todas, por supuesto falsas, que atemorizaron a toda la ciudad, de generación en generación, lo que por cierto, la casta de chamanes, siempre solícita en eso de proteger a los indefensos fieles de los malos espíritus, aprovechó para convertir aquello en infundado temor que sólo ellos, podían exorcizar, y en ningún caso desmontar, a lo que los fieles estaban totalmente volcados en apoyar con numerosos y generosos donativos.
Ninguno de los que investigaron el extraño animal supo describirlo correctamente, aunque cada uno tenía parte de razón. El problema fue que cada cual extrapoló el todo por la parte que tocó. Nadie puede estar en posesión de la verdad: cada uno aporta su propia visión sobre el mundo. Aunque superficialmente pueda parecer que las visiones se contradicen, en realidad forman parte de algo mucho más complejo. La Verdad siempre será infinitamente más compleja que cualquiera de las aproximaciones que pueda intentar el ser humano. Por otra parte, decir que no existe en el mundo una única verdad es admitir la existencia de una verdad absoluta. Es una de esas paradojas a las que el ser humano jamás encontrará una solución, razón por la que salvo aquel que se niegue a pensar, las cosas aprendidas que trasciendan el día a día de nuestra vida cotidiana, terminan perdiendo su evidencia, y nos cuestionan demasiadas cosas como para dejarnos tranquilos. Esto es generador adicional de temor a lo desconocido, pero nos sitúa ante la gran pregunta del ser humano.
¿Qué es este mundo? ¿Por qué el Universo se ha tomado la molestia de existir? Parafraseando a Stephen Hawking, en su “Brevísima historia del tiempo”.

6. Teoría del Confinador

Vivimos confinados en el Universo, condicionados por el continuo espacio – tiempo, en el que transcurre nuestra vida, y del que sólo podemos salir afrontando un viaje hacia el interior de nosotros mismos, donde habita la Divina Realidad.
El mundo que ven nuestros ojos y trata de comprender nuestra mente inteligente, es una rejilla espacio temporal que estructura el Confinador de vida que nos hace creer en primera instancia que “esto es lo que hay”, cuando en realidad es todo un show de Truman[xxxiv], la caverna de Platón, pero a lo grande. Y aunque los sacerdotes nos hablan de “la vida del mundo futuro”, nos sugestionamos que, mientras “eso” está por venir, esto es lo que exige todos los días levantarme, estudiar, trabajar y preocuparme, que bastante tenemos con los problemas de esta vida, como para pensar en los problemas de la otra que, “vaya usted a saber”. El término de “Confinador” lo empleo para entendernos, para denominar a “nuestro pequeño mundo”, donde se desarrollan nuestros días y nuestras obras; pero podríamos emplear cualquier otro, tal como “valle de lágrimas”, “perro mundo”, o “Caverna de Platón”, etc.
Admitir esta hipótesis de trabajo supone reconocer  que este mundo tangible, material no es el real, o no lo es tanto como a primera vista pueda parecer. Con ello entramos en un terreno de arenas movedizas que va a suponer la primera criba a la hora de iniciar los pasos por la senda de la Vida Interior, o quedarnos en la superficialidad de nuestra vida  doméstica y cotidiana.
El planteamiento general que la Teoría del Confinador nos obliga es a empezar a admitir que lo que ven nuestros ojos es simplemente un simulador de la vida, donde hemos sido colocados por el Creador por alguna razón. Y además, que lo que nos parece real no lo es tanto, sino que es un modelo construido por nuestros sentidos y nuestra mente. Y aún más, muchos de esos modelos son ilusorios, los trampantojos que denomina Santa Teresa.
Para entendernos, un trampantojo es una ilusión de algo que no es real, y como mejor ejemplo, este de una pintura hecha en la calle por la que vista desde un ángulo de visión, nos hace creer algo que no es. O la realidad 3D, que vemos cada vez mejor hecha en las películas del cine.
En este sentido, tenemos que aprender a desengañarnos, sin que ello sea una experiencia traumática. Tanto más trauma supone el desengaño, cuanto más hayamos creído en él.
Si no ponemos nuestra ilusión en la ilusión, no hemos de sufrir al descubrir el engaño, ni despreciar lo engañoso, ni creer que es una trampa del maligno. Entre otras cosas porque entonces lo que haríamos sería despreciar esta vida terrena, y volver a considerar que el mundo y la carne son enemigos del alma, cuando en realidad forman parte de la Creación de Dios.
El problema es poner toda nuestra carga de ilusión, todo nuestro corazón en aquello que es un simple teatro de aprendizaje, un simulador vital, que no está puesto para confundirnos, sino para aprender. De la misma forma que un piloto en prácticas, se pone a los mandos de un simulador de vuelo, y practica, y despega, y asciende, y maneja los instrumentos, y hace giros, y aterriza, “como si…” estuviera en un avión real, pero él sabe que está en la cabina de un simulador, de la misma forma, nuestra vida en la tierra es simplemente un simulador de nuestra vida, para aprender. El error que cometemos todos es creer que estamos a los mandos de un avión real, cuando todo es un simulador. Por eso, se nos avisa de que no nos tomemos este mundo demasiado en serio…
19 «No acumuléis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. 20 Acumulad más bien tesoros en el Cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. 21 Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
Mt. 6. 19-21
No consiste, por tanto, en despreciar algo, con tal de conseguir otra cosa. No se trata de sacrificar, de renunciar. El desengaño brota de la verdadera comprensión, de la visión directa de lo verdadero, que permite discriminar lo que no lo es.
Volviendo al ejemplo del simulador, lo que nos pasa es que, desde que nacemos, nadie nos ha dicho que esto es un simulador, un confinador.
Hemos nacido dentro del confinador, y ni siquiera los que nos tenían que haber enseñado la verdad, han sido capaces de hacerlo. En nuestras catequesis se nos cuenta muchas cosas, pero no se nos enseña a posicionarnos delante de la puerta, para ver lo Real, para comprender que todo lo que vemos es un simulador de la Vida.
Lo que se relata en la enternecedora película “El show de Truman” es un buen ejemplo de lo que estamos viendo; un pobre cobaya humano de laboratorio que nace dentro de un simulador de la vida, donde se desarrolla toda su existencia, donde se cree que ese es el mundo real, pero en realidad todo es un reality show, hasta que se malicia lo que pasa, y descubre “la Puerta”, que le conduce al mundo real.
Truman buscó la Puerta, y la encontró. Y su voluntad de cruzarla le permitió hacerlo.
Dentro de la rejilla espacio temporal, los hay que vivimos en la esfera de las religiones oficiales,  vivimos con la conciencia tranquila si cumplimos los acuerdos que aceptamos como forma de pagar el pasaje hacia el más allá, cuando sea. Así, aceptamos y acordamos con la comunidad cumplir los preceptos y rituales establecidos. Y además, no conviene fastidiar demasiado al vecino, cumpliendo los diez mandamientos de la Ley de Dios. Para completar las buenas costumbres, cumpliremos con la buena costumbre de rezar de vez en cuando un rosario o una jaculatoria a propósito de una necesidad o acción de gracias. Y… evitar pecar más de la cuenta, que el código moral es muy severo. Dicen que con eso, se ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo. Detrás de estas prácticas religiosas está un descomunal bosque doctrinal, conformado durante siglos, y sólo comprensible por los doctores de la Iglesia, siempre preocupados por las desviaciones y disidencias, sobre todo en la actualidad, donde tras el Concilio Vaticano II han crecido disidencias como hongos desde todas las partes, dentro y fuera de la Iglesia católica. La web “catholic.net” las explica sobradamente.
Por otra parte, en esta esfera religiosa, las diferentes confesiones definen unos límites para su confinador, de modo que más allá de esos límites, que son límites doctrinales, lo que exista es un error. Lo llaman herejes o infieles; en cualquier caso, no pertenecen a los elegidos. Además, entre ellas constituyen conjuntos disjuntos, es decir, mutuamente excluyentes, de modo que vistos desde fuera los diferentes sub-confinadores definidos por sus doctrinas no comparten nada salvo el recelo mutuo, expresado en demasiados momentos de la Historia por guerras auténticamente sangrientas.
No obstante existen determinados sistemas de pensamiento religioso que no expresan esta intransigencia. Son las ideologías orientales, tales como el budismo o el monismo advaita. Para ellos el confinador es universal, no reconocen tener enemigos y suelen comprenden otras formas de ver la vida.
Otro importante grupo de personas, vive su vida; aprendió en su día todo aquello, para luego desengañarse y olvidarse de practicar nada de lo que ellos descubren como sin sentido. Perdieron la fe, se decepcionaron o simplemente no entendieron nada, ni se ocuparon en meditar sobre todo lo que poco a poco iba perdiendo la evidencia inicial, así que se montan su pequeño mundo, con sus ilusiones y sus retos personales. Se cuestionan si estos rituales llevan a alguna parte; acaso porque en el fondo de algo que hay dentro de ellos, que no saben qué es, algo les dice que todo esto no deja de ser un ritual que no conduce sino a mantener calmadas las conciencias y poco más. En cualquier caso, para los mortales liberados de esta disciplina (los hay de todos los gustos), hay gente que dice vivir feliz sin el compromiso de cumplir los preceptos, pues no le aportan nada a su vida. Otros (en general, todos) han de navegar con sus propias fuerzas, con sus propios recursos en el proceloso mar de esta vida, sorteando las marejadas que nos lanza el mar que tiene el Confinador. Son las ovejas pedidas de Dios.
El número de ovejas pedidas parece ser diametralmente diferente según las cuentas de unos y de otros. Para Jesús sería el 1%; para la Iglesia, en relación al mundo con un escaso 20% de católicos bautizados y muchos menos, practicantes, parece que la proporción se invierte. Es un tema que merece pararse a reflexionar, pero no en este momento.
El propio Confinador que es la rejilla, es en cualquier caso, el que nos confina tanto en lo material y temporal, como en nuestra tímida aproximación a lo que se supone está fuera de él, del Confinador, mediante una serie de “obligaciones” a base de un código ritual y otro código de buenas costumbres.
Como referimos al tratar el capítulo 1 sobre “todo lo que existe”, el tamaño del confinador es tan grande o tan pequeño como cada uno de nosotros quiera; sus límites están definidos por hasta dónde abarcan nuestros apegos y nuestros intereses y preocupaciones, desde gente ordinaria cuya vida se reduce a su casa y su tienda de alimentación como negocio, hasta los grandes ejecutivos que desayunan en Nueva York, almuerzan en Miami y cenan  en París, o los científicos que escudriñan los cielos en busca de quásares y agujeros negros. Cada cual se lo monta como quiere.
Y así transcurren nuestros días y nuestras horas.
Ante este planteamiento de vida, al común de las gentes que se dedica habitualmente a sus asuntos, con esto le basta para mantener su conciencia tranquila, hasta donde se pueda. En realidad, llevamos siglos tratando de hacer nuestro confinador lo más confortable posible, aunque sea a costa de otros muchos que no lo pasan tan bien. Es el Primer Mundo que vive a costa del Tercero.

7. El culto a Cronos

Una de las características del Confinador es que todo se desarrolla en la rejilla de cuatro dimensiones. Una de ellas, la cuarta dimensión es el tiempo.
En realidad no somos otra cosa que adoradores de Cronos, Saturno para los romanos, el dios del tiempo; y nuestras vidas sólo se mueven en la dimensión temporal con unos pocos grados de libertad en el espacio, donde todo comienza y todo acaba.
Nos pasamos la vida luchando en desaforada competencia por conseguir logros que al final quedan en poco más que nada. Podemos incluso tener éxito en nuestros particulares desafíos y conseguir una buena posición social y económica, con una saneada cuenta corriente, inversiones, patrimonio, una familia normal y unas relaciones sociales que hasta nos puede aupar a los estratos más elegantes y potentados. O no, y ser uno de los millones de parias que con menos de mil euros al mes, no nos llega el dinero a fin de mes.
Somos actores o figurantes del gran teatro del mundo. Y poco más.
Es una situación que se puede describir más o menos así: “yo” contra lo que me rodea, en angustiosa competencia por un trozo, aunque sea minúsculo, del pastel de la riqueza. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, ya se sabe.
En el fondo es a lo que nos dedicamos dentro del Confinador, que llega a ser tan raquítico para tantos como somos, que resultan inevitables las colisiones, como en los Confinadores de partículas subatómicas. Es decir, hablamos de los conflictos que surgen entre los humanos, a todos los niveles, familiares, sociales, políticos e internacionales.
Así visto, el mundo es como “una mala noche en una mala posada”, como lo cataloga Teresa de Jesús, donde hay días soleados, donde la cosa hasta parece propicia para buenos augurios y alguna que otra alegría, y otros donde la cosa se pone chunga.
Pero bueno, menos mal que los rituales religiosos nos hacen creer que “mañana será mejor”. Mañana se refiere a la otra vida. Mientras tanto hemos de aguantar las penas y disfrutar, si nos dejan, de las pocas alegrías que nos da este mundo.
De vez en cuando uno se pregunta, como en una ensoñación, qué es eso que le contaron de la redención y la salvación de las almas; qué es eso de la eternidad. Nos cuentan que al morir, nos entierran y resucitaremos el día del juicio. Mientras tanto, parece como si estuviéramos desde que morimos hasta que resucitemos para pasar el examen del juicio final, enterrados, más aburridos que una mona durante vaya usted a saber cuánto tiempo, cientos, miles de años quizás, hasta que este mundo se termine. A ver si se acaba pronto que me estoy aburriendo en la tumba. ¿O no?
No sabemos absolutamente nada. Estamos sujetos al tiempo y al espacio y creemos que el más allá es de igual forma, una eternidad interminable, de años infinitos, donde tampoco está claro qué haremos para no aburrirnos en el Cielo tocando con el arpa cánticos inspirados, o en el infierno, tratando de escapar de las llamas.
Se nos llena la boca de rituales, en los que repetimos como papagayos oraciones prefabricadas sin ser conscientes de ni una sola de las frases, donde se pide ayuda a la divinidad o divinidades (vírgenes y santos), para poder resolver nuestras cuitas y lograr nuestros deseos. Porque parece que en eso se resume rezar, en “pedir para que nos den”, que los dioses nos sean propicios.
Toda nuestra vida gira en torno al tiempo. Somos seres temporales, nos ocupamos de los asuntos temporales. Nacemos, crecemos, nos desarrollamos, envejecemos y por fin morimos. Todo está en función del tiempo. El presente, el ahora, es un instante imperceptible, un milisegundo que es en este instante, y un milisegundo después es ya pasado. La ejecución de nuestros actos es algo instantáneo, mientras que la planificación previa y la reflexión posterior están en el antes y en el después, que no existen en ningún caso.
De jóvenes contemplamos la vida por delante como un panorama lleno de posibilidades, nos marcamos metas e ideales, y proyectamos cómo conseguirlos a través de una preparación intensiva y larga. Nuestra juventud está anclada en el “yo seré”, y para ello me preparo, estudio, me formo. A medida que van pasando los años, nuestro cerebro programado como una máquina heurística concebida para un objetivo final, va contrastando el objetivo con los resultados, de modo que va regulando la intensidad del trabajo y del esfuerzo, hasta llegar a conseguir el fin deseado.
Es decir, funcionamos de un modo cibernético.
El concepto etimológico de Cibernética es muy antiguo. Fue una palabra de uso común en la Grecia clásica que se refiere al gobierno y control de navíos y hombres. Aunque tenga visos de modernidad y de robots, Internet y circuitos electrónicos, Platón en sus diálogos ya utilizaba el término kubernhtikh (kibernetiké) para referirse a la acción del mando y control de las naves, barcos, así como a la de dirigir hombres y gobiernos. Por tanto, la palabra “cibernética” tiene una etimología perfectamente adecuada a lo que Norbert Wiener quería expresar. Si consultamos un diccionario de griego, vemos además de kibernetiké, otras diferentes palabras al respecto: kubernaw, (kibernao) significa en griego clásico dirigir, guiar, pilotar y KubernhsiV, (kibernesis) gobierno de un barco por medio del timón[xxxv].
La palabra “Gobierno” procede directamente de kubernaw (Kibernos).
Esta es la clave de nuestra vida, un avance continuo por un sendero establecido, por el que vamos gobernando nuestra nave (cibernesis) en tanto en cuanto sepamos a dónde queremos llegar, pues como dicen los viejos lobos de mar, parafraseando al propio Séneca…
“Ningún viento es favorable si no se sabe a qué puerto se quiere llegar”.
STOP
Hemos llegado a un punto en el que se nos plantea un tema fundamental.
¿De dónde vengo, a dónde voy?... Lo de siempre.
Y aún más importante… ¿quién gobierna mi nave?
Eckhart Tolle, alemán graduado en Cambridge, y considerado internacionalmente un maestro espiritual contemporáneo, basa la exposición de sus enseñanzas en la importancia de vivir el presente. En su libro “El poder del Ahora” [xxxvi], invita a reflexionar cómo todo lo que sucede en la Vida Interior del ser humano, todo lo que es la espiritualidad es un continuo presente. No existe ni el pasado ni el futuro, sólo existe el ahora. Dios no fue ni será, simplemente “Es”. “Yo soy el que Soy”, le reveló Yaveh a Moisés en el Sinaí. La eternidad es un instante infinito, no un tiempo infinitamente grande, no es un googolplex de años (101000 años), o más. La eternidad simplemente “es”. Este es otra de las constantes en todas las religiones, “bástele cada día su afán”, como dice Jesús de Nazareth. O bien:
No paséis el tiempo soñando con el pasado y con el porvenir; estad listos para vivir el momento presente. (Mahoma)
Pero existe una barrera entre la simplicidad del ser, y nosotros. Y esa barrera se llama pensamiento.
El filósofo Descartes creía que había encontrado la verdad fundamental cuando hizo su famosa aseveración: "Pienso, luego existo". De hecho había dado expresión al error básico: equiparar pensar con Ser e identidad con pensamiento. El pensador compulsivo, lo que quiere decir casi todo el mundo, vive en un estado de separación aparente, en un mundo enfermizamente complejo de problemas y conflictos continuos, un mundo que refleja la creciente fragmentación de la mente.
E. Tolle (El Poder del Ahora)
El pensamiento, don de Dios para desenvolvernos en este mundo, necesita el tiempo para comprender “todo lo que existe”, pero todo lo que existe aquí, en el mundo material, donde hay recuerdos y proyectos de futuro, y no puede ser de otra forma. Todo está bien. Pero si queremos siquiera imaginarnos algo más fuera del Confinador, el pensamiento deja de ser útil para convertirse en un obstáculo, y esto es porque la mente no es capaz de concebir la Eternidad, porque la Eternidad está fuera del espacio y del tiempo. La Eternidad “es”, no fue ni será. Y es en la Eternidad donde se expresa la vida del Espíritu, donde Dios habita.
Nuestra incapacidad natural para siquiera intuir la eternidad nos ha inducido a crear todo un modelo de la existencia basado en el tiempo. El tiempo es un concepto escurridizo, que ni siquiera los científicos lo tienen claro. Nadie tiene ya claro que el Universo haya tenido ni un principio, ni tenga un final, ni siquiera dimensiones que alguna vez se pueda conocer. Quizás sea eterno e ilimitado. ¿Por qué no? Quizás la idea de la creación es un concepto de los “adoradores de Cronos”. La razón estriba en que no podemos desprendernos conscientemente de la línea temporal que gobierna nuestras vidas. Esto hace que tan sólo imaginar la eternidad incluso de este mundo nos lo convierta en algo tan extraño como incomprensible[xxxvii].
Y como estamos sujetos al principio de temporalidad, también caemos en la ingenuidad de que la propia historia de la Redención está también sujeta a la temporalidad. Es decir… Supongamos que teniendo en cuenta de que la fecha probable del nacimiento de Cristo fue en el año 7 AC (esto debido a los errores cometidos por Dionisio el exiguo en sus cálculos sobre el comienzo de la Era cristiana[xxxviii]), por lo que el día de la Pascua, cuando murió fue, digamos un 20 de marzo del año 26 (fecha juliana 1730633.12727), luna llena, a las 15 horas, significaría que antes de ese momento, los que hubieran muerto no estarían redimidos, y los que después, según y cómo. Quizás sea así, tal y como nos explicaron en catequesis, pero me parece más probable que la Redención es una obra de Dios que sobrepasa los límites del tiempo y del espacio.

8. La vida en el Confinador

Nuestra vida, dentro del Confinador, ha pasado por diversas etapas, desde la Antigüedad hasta nuestros días. No siempre hemos tenido la misma conciencia de cuál era nuestra situación, ni de para qué estábamos aquí.
James Redfield, en su libro “Las nueve revelaciones”[xxxix] plantea una hipótesis de trabajo, tan plausible como cualquier otra, pero que a mi parecer, explica razonablemente bien, cómo ha evolucionado, en el común de las gentes, esto es importante, la conciencia de nuestra situación, y el deseo que se ha tenido en las diferentes épocas de permanecer o de salir del Confinador.
Según Redfield, la vida cotidiana nos concentra en el corto plazo de los problemas que la vida cotidiana nos plantea, de modo que concebir una dimensión a largo plazo parece ser una cualidad bastante difícil de alcanzar.
Si tomáramos conciencia de que en la vida las casualidades no existen, esto nos obligaría a ver la vida con una perspectiva mucho más amplia. Habitualmente la vida y el estudio de la Historia se centran en la descripción de los acontecimientos, el desarrollo tecnológico, las luchas políticas y las guerras, pero resulta muy complicado encontrar la relación de causalidad, más allá de la intencionalidad política o tendencias sociales de la época. La Historia no sólo es el estudio de esta evolución política, económica o social, sino la evolución del propio pensamiento.
A través de la comprensión de la realidad de las personas que nos han precedido podemos saber por qué miramos el mundo de la forma que lo hacemos, y cuál es nuestra contribución al futuro progreso. Esta comprensión tiene como efecto facilitar la clase de perspectiva histórica que sitúe su evolución en un contexto más amplio, de tal modo que los acontecimientos pasen de ser coincidencias al azar a sucesos prácticamente inevitables. Es decir, comprender por qué al final “vio Dios que todo era bueno”; que este mundo no es un  valle de lágrimas, sino que “nos parece”, lo vivimos “como si…” fuera un valle de lágrimas.
En la Edad Media la realidad de la época era definida por la Iglesia cristiana, con un inmenso poder y control sobre el pueblo llano. Ese mundo era fundamentalmente espiritual. Generó una realidad basada en su concepción de los planes de Dios para toda la Humanidad. La vida consistía en pasar una prueba espiritual. Los eclesiásticos explicaban que Dios ha situado la Humanidad en el centro del Universo, rodeado por la totalidad del Cosmos, con un único y exclusivo propósito, ganar o perder la salvación de las almas. En este desafío intervienen dos fuerzas antagónicas, dos enemigos irreconciliables, Dios y el demonio, el príncipe de las tinieblas, empeñado en arrancarnos del buen camino. Pero los pobres humanos no están solos en este jamás imaginado combate; ahí están los consagrados al sacerdocio, únicos capacitados para interpretar las Escrituras y señalar cada paso del camino que deben recorrer las pobres almas. Si siguen sus instrucciones, la recompensa está asegurada; si no, hay peligro cierto de perecer. Todo lo que sucede en el mundo, desde una buena cosecha hasta la enfermedad de un hijo está trazado bien como premio a las buenas obras o como castigo de Dios a las fechorías y desaguisados de las almas descarriadas y alejadas de la Iglesia; o bien como intervención explícita del diablo para interferirnos en nuestro camino hacia Dios. No existe el concepto de clima, fuerzas geológicas, o enfermedad. El mundo funciona exclusivamente por intervención de fuerzas espirituales.
Esta visión del mundo comienza a deshacerse en los siglos catorce y quince. El pueblo llano comienza a ver que los clérigos no son tan santos como parecían. Violan los votos de castidad y pobreza; aparecen escándalos desde el papado hasta los más alejados centros parroquiales. Miran para otro lado cuando los gobiernos violan las propias leyes a cambio de pingües beneficios en los donativos para construir las catedrales y basílicas cristianas. Estos escándalos causas una creciente alarma social, en tanto que la gente creía que su única conexión con Dios eran esos eclesiásticos que ahora resultan ser incluso más pecadores que las personas a las que hacían sentirse despreciables. Lutero encabeza la primera rebelión manifiesta contra tamaña corrupción en el seno de la iglesia, y rompe con Roma. Se forman nuevas iglesias basadas en la idea de que cada persona debería poder acceder por sí misma a las sagradas escrituras e interpretarlas según su conciencia, sin intermediarios. Los eclesiásticos comienzan a retroceder; aquellos que han definido la realidad durante siglos empiezan a perder credibilidad. El mundo entero es puesto en tela de juicio. La visión del mundo expresada según el magisterio de la iglesia se hace añicos, aunque en su caída consigue enviar a la hoguera a no pocos científicos de la época.
Entra en escena ahora una “nueva religión”, la Ciencia. Y es ella la que poco a poco, lentamente consigue construir la visión del mundo que tenemos en la actualidad, pasando la Tierra de ser el centro del Universo a un alejado y remoto grano de “nada” dentro de un descomunal Cosmos en el que las distancias hay que medirlas en megaparsecs o en millones de años luz, y las propias galaxias, contadas a millares, con diámetros de decenas de miles de años luz, son a su vez granos de un Universo que escapa a nuestra comprensión. De este modo, los acontecimientos que nos afectan, tales como las cosechas, la enfermedad, la suerte o mala suerte, ya no son imputables a la voluntad de Dios o a la intromisión de Satanás, sino a las fuerzas de la Naturaleza que actúan de una determinada manera, beneficiándonos unas veces y perjudicándonos otras.
Y así comienza la Edad Moderna, con un creciente espíritu democrático que duda y rechaza que el poder del rey venga de Dios. La gente comienza a liberarse de la dictadura del clero, que ya no rige la vida de las gentes. Se ha perdido la certidumbre absoluta. Las gentes ya no quieren tener ningún grupo de control.
La Iglesia católica responde tachando lo que sucede como un ataque feroz del modernismo hacia la Cristiandad que nunca ha dejado de indicar el camino hacia Dios. El modernismo es calificado como la ambición de eliminar a Dios de la vida social (y creo que está teniendo bastante éxito). El término fue utilizado por la jerarquía eclesiástica para designar a un conjunto heterogéneo de escritores católicos, que querían hacer compatible su fe con los avances del conocimiento científico natural e histórico, invitando a reinterpretar las escrituras de una forma no literal.
Era necesario un método que generase consenso, una manera de sistematizar el nuevo mundo que teníamos delante de nosotros. Este ha sido el papel del Método Científico y del racionalismo filosófico. Con estas herramientas intelectuales, salieron una gran cantidad de exploradores que irían a este nuevo universo, con una misión histórica encomendada, la de descubrir cómo es el mundo que nos rodea, y qué sentido tiene el hecho de que nosotros, los seres humanos estemos vivos aquí. Una vez perdida la certeza del mundo regido por Dios, también se ha perdido la certeza de la propia naturaleza de Dios, pero parece existir la intuición de que los nuevos métodos de explOración van a conseguir explicarlo todo.
Pero esos exploradores que salieron para encontrar respuestas, han comenzado a volver con las manos no demasiado llenas de soluciones a los interrogantes planteados. Respecto del mundo material parece que saben bastante, pero del otro mundo a penas han conseguido nada. No han sido capaces de dar con la naturaleza de Dios; muchos incluso han concluido que eso de Dios ha sido una invención humana para resolver los problemas cuando no sabíamos nada del mundo físico, pero ahora, todo indica que es una quimera. Todo es mundo físico, no hay más allá. Dios ha muerto.
Mientras tanto los exploradores buscaban respuestas, las gentes se dijeron ¿qué hacemos? Debemos acampar aquí y tratar de que nuestra estancia en este Planeta sea lo más confortable posible, así que “viva el desarrollo”, “viva la tecnología que nos facilite la vida”. Así que hace cuatrocientos años, los hombres decidieron quitarse de encima la sensación de estar aquí perdidos, para hacerse cargo de sus cosas aquí abajo. Y se lanzaron a conquistar definitivamente la Tierra. Pero este planteamiento ha comenzado a plantearnos nuevos interrogantes. Sustituida por una seguridad económica y laica la seguridad espiritual, la incógnita sobre por qué estamos aquí, y qué pasa después de la muerte ha tratado de ser ignorado, pero no se ha conseguido erradicar como fuente importante y seria de preocupación. La respuesta de que después de la muerte no hay nada, en el fondo no termina de convencer a casi nadie, concluye Redfield.
Tomar conciencia de nuestro Confinador,  amplia la perspectiva histórica, pasando de lo que es el escenario de nuestra vida a lo que ha sido el milenio entero, haciendo comprender que los estadios por los que ha pasado la vida humana han sido necesarios para comprender el momento en el que nos encontramos en la actualidad. Una vez perfectamente instalados en este mundo (al menos el primer mundo a costa del tercero sumido en el subdesarrollo), es hora de volver a despertar los grandes interrogantes a los que ni los exploradores del mundo ni la gente corriente ha dado respuesta, y las respuesta de las religiones no son del todo convincentes. Además, tanto hemos estrujado al Planeta, que este ahora nos amenaza seriamente de que ya no puede más. Un más que probable cambio climático está amenazando nuestro modo de vida.
En los albores del Siglo XXI, inaugurado dramáticamente con el ataque a las Torres Gemelas,  el ser humano se sitúa ante un futuro que como poco impresiona de desconcertante, entre el deseo de evolucionar a cotas más elevadas de paz, pero con un dramático problema medioambiental, y otro no menos dramático, de resolver las raíces de las grandes injusticias que asolan el Planeta. Y todo ello, sin saber muy bien cuál es o será el papel que una resbaladiza divinidad tenga en todo esto, si es que tiene alguno, o simplemente sólo deja que las cosas sucedan mientras que los que creen en ella claman una apocalíptica misericordia.

9. Ideas sobre la Divina Realidad


18 Entonces dijo Moisés: «Déjame ver, por favor, tu gloria.» 19 El le contestó: «Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahveh; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia.» 20 Y añadió: «Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo.» 21 Luego dijo Yahveh: «Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. 22 Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. 23 Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver.»
                                                                                                      Éxodo 33, 18-23
Hablar de la Divina Realidad es hablar de Dios, y como vemos, en el supuesto de que pudiéramos establecer con Él una comunicación tan animada como la que describe el Éxodo, estaríamos ante Algo o Alguien, que dice “mi rostro no se puede ver”, porque de ser posible, el hombre moriría.
Como dice Meister Eckhart, cualquier cosa que nos atrevamos a decir de Dios es falsa, porque lo que decimos es fruto de nuestro pensamiento, y como ratifica Krishnamurti, al pensamiento le es imposible siquiera imaginar a Dios. Lo de falso puede sonar a seco y excesivo, pero no refleja otra cosa que nuestra total incapacidad de siquiera imaginar el más mínimo rasgo identificador o definitorio que Algo que nos supera infinitamente.
Nos enfrentamos por tanto ante una Realidad que supera infinitamente a cualquier ser humano. No obstante, hay ejemplos de sobra que ratifican la necedad de los humanos en su intento de encorsetar a Dios dentro de conceptos intelectuales.
La Divina Realidad es el plano espiritual en sí mismo, fuera del tiempo, fuera del espacio, sin atributos, sin características que nos permitan hacernos una idea siquiera remota sobre lo que estamos hablando.
Pero está ahí, está aquí, nos rodea, nos envuelve y nos invade total y absolutamente.
Los textos sagrados de las religiones utilizan cuentos y fábulas en los que se relatan diálogos muy entretenidos entre el hombre y Dios, donde se expresan emociones y reacciones viscerales de la Divinidad.
La idea de Dios es inherente a la intrínseca añoranza del hombre que, dándose cuenta de que este mundo es un valle de lágrimas, en el que la felicidad es un desiderátum idealizado de paz y placer, que choca contra la violenta realidad agresiva y hostil, no sólo de la Naturaleza hacia el hombre, sino del hombre hacia sí mismo, necesita creer, por pura cuestión de supervivencia emocional que en algún lugar ha de existir un estado de paz donde poder descansar de este trajín que es nuestra vida terrenal. Es por tanto, la idea de Dios un producto del medio en el que vivimos. En este plano de cosas, para darle valor a la idea de Dios, hay que plantearse el concepto de pensar.
Esto es muy importante, porque significa que el hombre, que es “el Universo, la Creación Inteligente”, es capaz de, con sus herramientas intelectuales comprender que Dios tiene que existir. Se lo imagina, piensa sobre Él. Sabe que tiene que existir, aunque en ocasiones, tan mal le van las cosas, que llega a la conclusión de que no existe. Y por otra parte, en la medida que la Ciencia explica los fenómenos naturales, anteriormente no comprendidos, es en la medida en que sospecha que pudiera no existir.
Dentro de este baile de emociones y sentimientos encontrados, el hombre se imagina un Dios con su mismo cortejo de sentimientos; con ira, con paciencia, con misericordia, con actitudes vengativas, de perdón, capitaneando los ejércitos y mandando brutales castigos a los que violan sus leyes, para luego establecer alianzas. En fin, que en primera aproximación, las culturas de la Tierra han elaborado “modelos de Dios” muy variados aunque en el fondo, bastante parecidos.
Si nos pudiésemos abstraer de nuestras convicciones religiosas podríamos ver cómo en todas las religiones Dios es un modelo intelectual elaborado por los hombres, por los autores sagrados. La licencia general está en que cada religión considera que los autores sagrados han recibido para redactar sus escritos, revelación directa del mismo Dios, lo que confiere a sus textos, un valor sagrado en el contexto religioso de cada sistema teológico.
Mircea Elíade, acuñó el término Hierofanía, en su obra Tratado de Historia de las Religiones[xl], del griego hieros (‘ηρος) = sagrado y faneia (φανεια)= manifestar, para explicar el acto de manifestación de lo sagrado.
La hierofanía, según Mircea Eliade refiere una toma de consciencia de la existencia de lo sagrado cuando éste se manifiesta a través de los objetos de nuestro cosmos habitual como algo completamente opuesto al mundo profano. Para traducir el acto de manifestación de lo sagrado, Eliade propone el término Hierofanía, que es preciso, ya que se refiere únicamente a que aquello que corresponde a lo sagrado que se nos muestra. Según explica Eliade,
"Para aquellos que tienen una experiencia religiosa, la Naturaleza en su totalidad es susceptible de revelarse como sacralidad cósmica. El Cosmos en su totalidad puede convertirse en una hierofanía. El hombre de las sociedades arcaicas tiene tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado o en la intimidad de los objetos consagrados. La Sociedad Moderna habita un Mundo desacralizado".
Aceptando las hierofanías como hechos explícitos que dan al hombre manifestación de la Divina Realidad, es el hombre (autor sagrado), a continuación, el que estructura un constructo intelectual sobre Dios mediante un sistema de creencias que constituyen el modelo sagrado que da fundamento a un movimiento religioso, con mayor o menor penetración en la Sociedad y en las tradiciones de los diferentes pueblos de la Tierra.
Probablemente, una de las culturas donde la manifestación de Dios en todo lo creado es más evidente, es en la espiritualidad de las tribus indígenas americanas, desde el Cono Sur, hasta Alaska. Existe una sorprendente coincidencia en este tipo de hierofanías en todos ellos. Afortunadamente, están resurgiendo.
Aunque estemos repartidos a lo largo y ancho del Norte, Centro y Sud América, reflejamos creencias y manifestaciones espirituales básicamente similares que son el testimonio de nuestras raíces comunes.
Nombres, personificaciones y símbolos de lo Sagrado, varían de una Nación a otra, pero coincidimos en que somos Obra del Creador, nuestro Padre en que vivimos gracias a la Madre Tierra que nos alimenta; en respetar a las Plantas y Animales de quienes somos semejantes; en contemplar y reconocer la importancia que tiene en nuestras vidas el Sol, la Luna, las Montañas, el Viento, el Agua, las Estrellas y toda la Obra del Creador quien nos ha enseñado a vivir en armonía con Ellos.
Nuestras ceremonias en algunos casos parecidas y en otros diferentes también coinciden en expresar nuestro a agradecimiento hacia todo lo que nos rodea y al Maestro que las creó.
Esa es nuestra auténtica espiritualidad, la cual siempre ha sido incomprendido por los colonizadores quienes han puesto la Religión India en la clandestinidad para imponernos, de diferentes maneras, las Religiones "Oficiales" de los Estados que, hipócritamente, proclaman en sus constituciones la "libertad de cultos".
         Tupac-Katari[xli]
Hasta donde yo entiendo, probablemente, la visión más humanamente natural de Dios es la de estos pueblos indígenas, en los que Dios se manifiesta en “todo lo que existe”, que es (o era, antes de que los masacraran en masa los colonos cristianos), la propia Naturaleza.
Si no has escuchado nunca una danza de los indígenas norteamericanos, te animo a que escuches la danza denominada “Ly-o-lay-ale loya”, la danza circular del infinito, en la que los indios describen el signo de la cinta de Moebius, al ritmo del eterno tambor de la vida. Se puede ver y escuchar por Internet. Pone los pelos de punta, pues por un momento, si participas en la danza, parece como si fueras transportado fuera de este mundo.
Sumergí mi pincel en la colorida paleta de Lobo Negro, y la belleza de la antigua sabiduría surgía sin esfuerzo en cada toque de mi pincel.
Gina Jones[xlii]
Este es un fragmento de los proverbios de Lobo Negro, en el libro “El tambor de sanación”, donde se expresa cómo el piel roja siempre ha sido un ser humano que ha vivido en presencia de la Divina realidad, desde lo más sencillo que es la pura contemplación de la Naturaleza, y la percepción intensa del pulso de la vida expresado cómo ellos sabían expresarlo, mediante el ritmo del tambor de la vida.
Tú eres el hijo de la madre Tierra.
Escucha su vibración y únete a su pulso,
Pues el tambor habla a través de ella,
A aquellos que desean escuchar.
Toca tu tambor propio y distinto
Y únete a la gran pulsación del Todo.
Ningún tambor es demasiado pequeño
Ningún tañido es demasiado tenue.
Todos contribuyen.
Puede que alguien sea tan imbécil de tachar estas creencias de paganismo. Dios se apiade de él.
Según todos estos modelos de Dios, más o menos cercanos a la Naturaleza, el hombre es capaz de alcanzar un estado de beatitud jamás perturbado. Y para lograr este estado, las religiones diseñan caminos y procesos de perfeccionamiento, cada cual el suyo, que consiste en un control constante de las pasiones y una actitud penitencial frente a los defectos y pecados, considerados como el impedimento para acceder a ese estado de Gracia y beatitud.
En todo este proceso, el patrón sacerdotal o chamánico es importantísimo, ya que el sistema ritual que llevan implícito hace de los sacerdotes, intermediarios insustituibles para alcanzar el estado deseado.
De esta forma, los sistemas religiosos han elaborado un conjunto de creencias basadas en ideas sobre Dios que surgen en una supuesta hierofanía revelada explícitamente por el mismo Dios (es el caso de la Biblia judeo cristiana), o implícitamente a través de la transmisión de los mitos y leyendas que proceden de antepasados de las diferentes tribus, cuyos relatos que se pierden en la noche de los tiempos, para a continuación estructurar un sistema ritual y credencial que, cosa muy importante, posiblemente, lo más importante de todo, sea capaz de ser asumido y seguido por el común de las gentes.
Lo hemos  referido en el capítulo anterior. Los temas de fe son abordados de un modo radicalmente diferente por el común de las gentes, ocupadas por sobrevivir materialmente en este mundo competitivo, que por aquellos, que por la razón que sea, sienten el deseo de experimentar profundamente la Divina Realidad.
Para los primeros, el sistema credencial de su religión ha de ser lo suficientemente sencillo y practicable como para que no les plantee demasiados problemas. Basados en un conjunto codificado de creencias, pautas morales  y rituales religiosos, los creyentes de base (llamémosle así) tienen que tener una guía espiritual necesaria y suficiente como para que cumpliendo los rituales, prácticas y reglas de comportamiento mandados por sus líderes religiosos y respetando un código moral de normas de compromiso, más el conocimiento coercitivo de un código penal moral, practiquen las virtudes humanas necesarias para que los bajos instintos que desatan odios, envidias y actitudes pecaminosas, estén razonablemente controlados. Si a esto añadimos un sistema penitencial que permita lavar las culpas y calmar las conciencias, el objetivo fundamental de los sistemas religiosos está más que cubierto. Así, si la gente vive su vida respetando las normas, sin hacer demasiado daño al vecino, se le da la esperanza de un más allá bueno para los buenos y malo para los malos, y literalmente “ahora” (en este mundo) paz y después (en el otro) gloria.
Para los segundos, el sistema credencial de las religiones, como sistema de mínimos, no es suficiente; como no lo es, ni lo ha sido nunca, para los Grandes maestros. Es la respuesta que Jesús de Nazareth  le dice al joven rico al cual, tras aplaudirle porque cumplía “una fe con criterios de mínimos”, continúa diciéndole, “te falta una cosa, vende todo lo que tienes y me sigues”.
Vender lo que se tiene y seguir… De esto se trata la auténtica fe y la búsqueda de Dios.
A esta pregunta, Krishnamurty en su libro “sobre Dios”[xliii], desmitifica todas las invenciones humanas sobre la Divina Realidad. La búsqueda de Dios por el instrumento intelectual de primera instancia que todos tenemos, requiere que nos hayamos imaginado previamente una idea más o menos estereotipada de ese Dios al que buscamos. La mente busca lo que se imagina, pues funciona en este sentido sobre la base del “reconocimiento de patrones”, por el que se elaboran las líneas básicas de lo que se quiere encontrar, y se comienza la búsqueda mediante un procedimiento de contraste entre lo que se encuentra y lo que se busca hasta que el patrón preestablecido coincide, más o menos con los hallazgos. Y nos impulsa a lo desconocido el hecho de reconocer que lo conocido no nos hace felices. Es el espíritu de la colina que impulsaba a los hombres primitivos a explorar nuevos territorios, el mismo que nos impulsa ahora a “ir más allá”.
Carl Sagan, en su famoso libro de divulgación científica “Cosmos”, que luego se pasó a la Televisión en una serie de bastante éxito en los años ochenta, decía que la Humanidad estaba situada en los albores del Siglo XXI en el “borde del Océano Cósmico”, dando a entender que nos encontramos a un paso de emprender la gran aventura de la exploración del Universo. Su proclama, expresa perfectamente esa añoranza de “ir más allá” de lo conocido y descubrir nuevos mundos, nuevos horizontes, como el slogan de la serie televisiva y cinematográfica “Star treck”, “ir a donde el hombre no ha llegado jamás”.
Lo que los científicos y divulgadores de la Ciencia nos insinúan con la posibilidad, cada vez más cerca, de que podamos embarcarnos en naves espaciales para ir a nuevos mundos, es un juego de niños al lado de la gran aventura de embarcarnos en las manos de Dios y volar a su encuentro.
En esa búsqueda de Dios nos han precedido los Grandes Maestros de la antigüedad, Buda, Sankara, Jesús de Nazareth, Mahoma, Lao Tse, etc. Sobre ellos ya hemos visto que sus seguidores han desarrollado los grandes sistemas religiosos conocidos, que en general, “parecen” haber quedado para guiar a las gentes sencillas, para que el joven rico se sienta tranquilo cumpliendo los preceptos ordenados. Pero cuando nos planteamos el desafío “vende lo que tienes y me sigues”, el ser humano se enfrenta realmente a lo desconocido. No sabe qué hay más allá, porque lo que Jesús de Nazareth explica son parábolas del Reino, para entendernos, pero pide un acto total de confianza hacia un lugar y una situación en la que “no tendremos dónde reclinar la cabeza”, y nos tiende la mano mientras nos pregunta ¿CONFÍAS EN MI? Es decir, nos enfrentamos a lo no conocido. Cualquier intento de la mente por conocer es absurdo. “Nadie puede ganar un solo codo a su estatura a fuerza de discursos” (Mt 6, 27). No se puede encontrar a Dios en la oscuridad de la mente.
Por tanto para experimentar a Dios, hay que eliminar las barreras que mantienen nuestra oscuridad. Y esas barreras son lo que constituyen el descomunal volumen de confusión que es nuestra mente a tenor de este implacable desafío. Buscar lo desconocido con tan asombroso peso de confusión es estúpido.
Hay que quitarse la venda de los ojos para poder ver la luz, pero mientras la llevemos puesta, por mucho que busquemos, no conseguiremos ver nada.
“Cuando la estupidez desaparece, queda la inteligencia. El hombre estúpido que trata de ser inteligente sin tomar conciencia de su estupidez, se vuelve todavía más estúpido.” (Krishnamurty)
 “Sólo hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana, y de la primera no estoy tan seguro”. (Albert Einstein)

La primera cuestión sobre qué es Dios, se puede resumir por tanto en el axioma de Eckhart “Cualquier cosa que digas de Dios es falsa”, porque cualquier cosa que digamos de Dios, fruto de un razonamiento, por muy teológico que sea, es fruto de la mente, y por definición, la mente no puede aproximarse ni de lejos a Dios. Es imposible. Esto no es negociable. Queda, no obstante, el resquicio ampliamente empleado por los autores sagrados, de las verdades reveladas, con el que se trata de obviar este imposible.
La segunda cuestión sobre qué es Dios es que sea lo que sea, lo que el ser humano llegue a percibir, no puede venir de terceras personas, ni de textos sagrados o no sagrados. Porque Dios no es un mensaje  para la mente, sino para el espíritu. Porque los mensajes se captan e interpretan, es decir, interviene la mente, luego esto nos conduce a una vía muerta.
La validez de los textos sagrados, o de cualquier escrito que aborde la vida espiritual, radica en saber escuchar sus mensajes con el Corazón. Aquí “el Corazón” con mayúsculas no es el centro de la emotividad, el corazón con minúscula, sino el centro del Ser, la Espiritualidad, el “hondón del Ser”, donde Dios habita. Sólo desde la escucha a este nivel, los textos sagrados “hablan de Dios”. Un estudio intelectual, y mucho menos una lectura “al-pie-de-la-letra”, que es la vía directa al fanatismo, sólo nos conduce, a efectos prácticos, a una vía muerta, que eso sí, es bastante útil sin embargo para escribir tesis doctorales o para iniciar cruzadas o guerras santas, como la Historia nos ha demostrado.
Según Krishnamurty, si nos dejamos influir intelectualmente por libros y maestros, sólo encontraremos lo que ellos quieren que encontremos. Y lo que encuentras, tarde o tempranos se adapta a tus deseos. Es un crear a Dios en tu mente, según lo que tú deseas, necesitas o a lo que aspiras.
Así que el primer condicionante es tal que la mente ha de quedar “libre de todo deseo” para no aceptar superstición alguna. Porque el deseo impide escuchar todo aquello que sea contrario a lo que desea. Todo el horizonte se centra en el objeto de deseo. Así que reducir a Dios a un objeto de deseo es posiblemente la estupidez más descomunal jamás imaginada.
El deseo está profundamente oculto en nosotros. Pero emerge en deseos conscientes, fácilmente identificables, como por ejemplo todas las ilusiones de nuestra vida, es decir, nuestras aspiraciones materiales, nuestros títulos académicos, nuestros bienes tangibles, nuestros logros profesionales, nuestros éxitos afectivos (mis, mis, mis…).
Identificados todos estos deseos, que constituyen todos nuestros apegos conscientes, hay que ir en busca de nuestros apegos inconscientes, que en realidad son los más importantes, aunque son los primeros, los conscientes, los que parecen ocupar casi el 100% de nuestros asuntos e ideales cotidianos.
El ser humano que sea capaz de comprender esto, puede empezar a pensar que es posible una aproximación a Dios.
Este concepto, muy arraigado en la filosofía oriental, es considerado por ella, la condición sinequanon para la iluminación, el desprendimiento de todos los apegos, que no es otra cosa  la propuesta de Jesús al joven rico. Por cierto, estas similitudes han dado pie a pensar que Jesús en su vida oculta pudo viajar al Oriente, o entrar en contacto con maestros de aquellas tierras.
Con esto llegamos a la tercera cuestión:
A Dios sólo se le puede experimentar. Para ello, la mente tiene que alcanzar un estado de total quietud y contemplación.
Ser consciente de esta evidencia es la condición sinequanon para iniciar la vía directa hacia Dios. Es una vía en la que lo único que ha de hacer la persona es alcanzar la quietud de su mente, abandonarse, soltar los mandos del timón de su vida y confiar (es decir, tener literalmente fe), dejarse hacer por Él, pues la mente es el principal obstáculo para experimentar a Dios.
La mente es “la Nube del desconocer”. La mente tiene que callar, quedar en silencio, dejar de incordiar con sus pensamientos erróneos. Esta es la condición imprescindible para nuestro “camino hacia Dios”, que ya podemos advertir, no es un camino hacia fuera de nosotros, sino hacia lo más profundo de nuestro ser.
Como anticipo, la mente elabora pensamientos, y el pensamiento crea nada menos que el “yo”, lo que creemos ser, lo que parece ser nuestra conciencia; una conciencia que vale para los asuntos domésticos de este mundo, pero que es inútil para elevarnos al plano de lo sutil, de lo espiritual.
Entrar en este terreno de lo sutil, de lo espiritual tiene un peligro, que nos advierte Jesús de Nazareth, “no tendremos dónde reclinar la cabeza”, porque entraremos en las intimidades de Dios sin lo que hasta ahora ha sido nuestra principal herramienta, la más preciada, la mente. Sin ella, sólo nos queda dejarnos llevar por Él, a donde Él quiera. Y este es un viaje a lo absolutamente desconocido, donde Él habita, al interior de nosotros mismos.
No podemos conocer nada de Dios directamente, pero sí podemos experimentar los efectos de su presencia en la vida, en la existencia. Es como saber que aunque no podemos mirar directamente al sol, porque nuestros ojos se quemarían, sí podemos saber que está ahí, iluminando la naturaleza, por la luz que emite, y las formas y colores que la Naturaleza refleja.
El eco, la luz de Dios, que nos revela su presencia y que podemos experimentar, se denomina “Amor”.
Existe en todas las culturas una fortísima asociación entre Dios, la luz y el amor.
La asociación de Dios con la luz del día tiene un origen, tanto intuitivo como etimológico. El origen de la palabra Dios es muy antiguo. Procede de una raíz indoeuropea del sanscrito antiguo “deiwos”, que evoluciona a “Dyeus”, que significa luz y de la que ha derivado “día”. Esta palabra “Dyeus” tiene otra acepción afín a “p’ter”, de la que parece haber derivado la palabra latina “Pater”, padre. Así que Dyeus y p’ter, han evolucionado, por una parte hacia el “Zeus” (ZeuV) griego, cuyo genitivo es Díos (DioV). De aquí tenemos el vocablo griego Teos (JeoV), Dios en genérico, y el latino “Deus”, del que deriva la palabra castellana “Dios”. Por otra parte Dyeus p’ter ha evolucionado a Dyaus Pitar y a Zeus pater, que es el origen de Iu Piter (Júpiter). En lenguas germánicas el origen está en la palabra “gott” (que parece tener como etimología “llamar”, el que llama), de la que ha derivado ghost (espíritu) y God, (dios).
El Amor es otro concepto intangible, que se nos escapa de las manos, pero que sentimos, vivimos y experimentamos en todos los acontecimientos de nuestra vida, como experimentamos la luz del día en nuestro cuerpo y nuestros ojos. Experimentamos Amor en el afecto, en la belleza, en todo lo que nos aporta momentos de felicidad y paz. Pero también podemos percibirlo en los acontecimientos que no son tan agradables. En la adversidad, nuestra tendencia natural es a no ver la acción de Dios. ¿Cómo Dios puede consentir el mal? Pero, en lo profundo de la existencia, Dios se manifiesta en todo lo que acontece. La cuestión es aprender a verle el sentido a las cosas. Este es el gran misterio. Ver los efectos de Dios en todo lo que sucede, en lo bueno y en lo que no nos parece tan bueno.
Todo lo que podemos afirmar de Dios es lo que podemos afirmar del Amor, pero no del amor tal y como lo entendemos por la vía de la afectividad y las relaciones humanas, aunque como símil, como sacramento puede servir. El Amor de Dios es otra cosa, porque es la manifestación de Dios mismo; algo que rompe todos nuestros esquemas.
El Amor como manifestación de Dios, es en sí mismo gratuito, y no se rige por la ley de la proporcionalidad, pero es la mayor y mejor expresión de Dios, dentro y fuera de nosotros mismos. Y lo es, a pesar de que sus efectos a corto plazo no sean todo lo agradable que podamos suponer. Porque es en sí mismo tan necesario, tan imprescindible, como incomprensible en su manifestación.
Aldous Huxley, en su magnífica obra, Filosofía perenne, aporta un tremendo caudal de conocimiento universal sobre la Divina Realidad, que permite ver cómo todas las culturas convergen en lo que es esencialmente lo mismo, la presencia trascendente e inmanente de la Divina Realidad, y en convencimiento vivencial de que Dios inunda toda la existencia. Es toda la existencia.
Dios es un Absoluto que por una parte nos trasciende, trasciende todo lo creado, pero por otra parte es inmanente, es decir, forma parte de nuestra misma esencia[xliv]. Decir esto, supone que el proceso de experiencia de Dios no es un camino hacia Algo externo a nosotros, sino hacia el hondón de nuestro propio ser. Este es un factor común a las grandes religiones, la Trinidad.
En el ámbito hindú, a Dios se le conoce como Brahm. Es el Dios trascendente, el Creador de todo. Pero también se le conoce como Vishnu[xlv], el avatar, y Shiva o dios interior, el inmanente.
En el contexto cristiano, la Trinidad se representa por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es curioso cómo hasta en las creencias, en el fondo todas las religiones se parecen…
La idea es la misma, Dios trascendente creador, Dios encarnado que entrega su esencia a los hombres y Espíritu Santo, inmanente en todos y cada uno de los seres humanos.
Para los budistas, Buda tiene tres cuerpos. Primero el “absoluto” o Dharmajaya (Buda primordial o Mente o Clara Luz en el Vacío). Después está el Sambhogakaya, que es el Isuara o Dios personal de los cristianos, islam y judaísmo. Y después está el Nirmanakaya o cuerpo material en el que el Logos es encarnado, el Buda histórico.
Para los sufíes, Al Haqq es el Real, abismo de la Divinidad en que descansa Alá. Y el profeta Mahoma es la encarnación del Logos. Digamos que para el islam, Cristo y Mahoma son encarnaciones del Logos.
Dios puede ser adorado en cualquiera de sus aspectos, pero no exclusivamente en uno de ellos, porque esto nos arriesga a reducir nuestro acercamiento según una sola idea preconcebida, que conduce sólo a ritos, sacrificios y observaciones legalistas. Dios es aquello inabordable, pero no sólo Aquello, pues nos ceñiría a una religión cósmica. Dios es por otro lado, fuente de moralidad, pero no sólo, porque esto nos reduce a una religión de código de conducta.
Sólo se llega a un culto sincero cuando la idea de Dios es inmanente (es decir, personal) y trascendente a la vez. Un Dios sólo inmanente, lleva a la quietud y abandona el amor a los demás. Un Dios sólo trascendente es inabordable, tan sólo una idea filosófica que tampoco insta al cambio de conciencia. Sólo la dualidad inmanente y trascendente es la que se revela en plenitud.
Según Eckhart, los hombres, para comprender si fuera posible el concepto divino, hemos desgajado de la Divinidad eterna, fuera del espacio y del tiempo, a algo que llamamos Dios, que participa un poco de la temporalidad, evoluciona, tiene planes, cambios de humor, en la batalla va con unos en contra de los otros, muestra ira, misericordia, premia y condena. En una palabra, participa como agente inductor del mundo creado y se relaciona con los hombres, toma partido por unos contra otros, un Dios que tiene unos seres humanos como elegidos, mientras según estos elegidos, no se ocupa (o no tiene por qué ocuparse) del resto de los hombres, etc; utiliza a sus santos para matar a los enemigos, como Santiago matamoros, en los altares cristianos cortando las cabezas de los aterrorizados moros… ¿No es acaso esto una concepción tan infantil como falsa de la fe?
De esta forma, Dios deviene y desdeviene. Este Dios es tan distinto de la Divinidad, como lo es la tierra del Cielo, concluye Eckhart.
Es en suma, el conocimiento inferior de Brahm, de Dios, del Dios personal. Y este conocimiento y devoción, con ser bueno, lo es sólo como paso previo para el auténtico conocimiento de la divinidad eterna, la Unión espiritual con Dios. Este conocimiento es una caricatura de lo auténtico, similar a un cuento de fantasía contado a un niño antes de dormirse, pero que supone la base dogmática de casi todas las religiones cara a sus feligreses.


Aquí se da un Factor Común de la filosofía Advaita Vedanta, la mística cristiana, budismo mahayánico y sufí: la divinidad no tiene atributos.
Esta afirmación nos deja sin posibilidad de reaccionar humanamente ante la realidad de Dios; por eso, aunque metafísicamente sea una licencia imperfecta, el hombre tiene que imaginarse a Dios de alguna forma, porque de lo contrario, sería imposible imaginar siquiera su existencia. Algo tiene que decir, que expresar la mente (que es lo único que tenemos en primera instancia) para imaginar siquiera la existencia de Dios.. Por eso, Jesús nos habla de Dios como “el Padre”, una imagen familiar con la que podremos asociarle. Dios es “como si...” fuera nuestro Padre, aunque esta figura mental y literaria sea una muy burda aproximación a su Realidad totalmente inaccesible para la mente humana.
Dios es la Base de todas las cualidades poseídas por el Dios personal y la encarnación.
Así, la divinidad no es el Absoluto metafísico, sino la perfección absoluta, que ha de ser adorada más que el Dios personal y su encarnación humana, el Cristo. La Divinidad, el Padre, es el Absoluto hacia el que es necesario practicar unas disciplinas arduas, más que las impuestas por cualquier autoridad eclesiástica.
El simple ser de Dios es un Eterno reposo y el de todas las cosas creadas.
Ruysbroeck[xlvi]  
La Santa Luz de Dios es tan pura, que todas nuestras particulares luces son impurezas. La idea que tenemos de Él es un obstáculo para el real conocimiento de la Luz de Dios, según J.J. Olier.[xlvii]   Con todo, estas imágenes imperfectas suponen el inevitable camino para llegar a la visión de Dios. Según Olier, es una locura recomendar el culto al Dios sin forma a personas normales que sólo son accesibles a comprender los aspectos personales encarnados de la Base divina.
Según Dionisio[xlviii], “La visión de Dios precisa lo mismo que ha de hacer el escultor que, de un trozo de roca, esculpe una figura. No lo hace añadiendo roca, sino quitando la roca que oculta la forma. Alabar a Dios consiste en quitar, más que en añadir. Alabar a Dios consiste en apartar de Él todas las cosas, subiendo de los particulares a los universales, para conocer lo que se oculta bajo las cosas que pueden conocerse.”
El lenguaje humano es la mejor herramienta que tenemos para la comprensión del mundo. Pero cuando el objeto de la reflexión es un continuo, la síntesis y el vocabulario resultan inadecuados. La Matemática ha inventado nuevos símbolos y conceptos para superar este problema. Pero la Base divina está fuera del tiempo y del espacio, con lo cual, ni el lenguaje ni las matemáticas tienen recursos para expresar nada de esta Base de modo comprensible. Es por eso que en Filosofía perenne hay que acudir a la paradoja y al simbolismo, a la metáfora y hasta a la blasfemia, según los códigos eclesiásticos estructurados. Pero no existe ningún sistema de expresión humana capaz de representar ni de lejos la naturaleza de la base divina.
Por eso Jesús explicaba en parábolas, “el Reino de Dios es como si…”. Es como un tesoro escondido, es como un sembrador, es como la vid y los sarmientos, es como un hijo pródigo, es como las vírgenes prudentes, es como si…
Jesús trató de hacernos entender a cómo se podía parecer, que pudiésemos reconocer de un modo familiar, “para entendernos”, cómo era el Padre. Es la propia figura de “Padre”, la mejor de las aproximaciones a la idea de Dios. Lo más parecido a lo más cercano a nosotros es a un padre bueno. Y acaso mejor, a una madre buena. La imagen más próxima al amor que un ser humano puede imaginar es el amor de una madre por un hijo y el de un hijo pequeño por una madre. Como tradicionalmente a Dios se le ha asignado el género masculino, lo que es una licencia que nos hemos apropiado los humanos de un modo absolutamente gratuito, lo de Madre no parece irla muy bien, así que, respetando las costumbres al uso, Jesús nos habló del Padre. También en determinados textos místicos, como el Cantar de los cantares, o las obras de Francisco de Osuna, San Juan de la Cruz o Teresa de Jesús, se nos refiere a Dios como el Esposo, y a la relación del alma con Dios, como la relación del Esposo y la amada. Todas estas imágenes no son sino simples formas de “imaginarnos” lo inimaginable. Porque por mucho esfuerzo en concebir a Dios de la forma más hermosa, bella, grandiosa, espectacular, suave, etc., póngasele es calificativo más sublime jamás imaginado, todo eso no es sino un símil para entendernos, “un como sí…”.
Todas estas figuras literarias, imaginativas o mentales son sin embargo, necesarias, porque de algún modo tenemos que concebir lo inconcebible, imaginar lo inimaginable, admirar lo inabarcable, amar con nuestras fuerzas lo que sobrepasa cualquier tasa en cualquier sentido.
Como decía Carlo Carreto, la diferencia entre el hombre y Dios es la misma que entre el cero y el Infinito. Es si cabe más descomunal que la comparación entre un átomo y la distancia temporal del Universo, un Angstrom y los quince mil millones de años luz de distancia máxima (afirman hoy por hoy los  científicos).
La conclusión es pues la de que a Dios no se le puede ni comprender ni imaginar, pero sí se le puede experimentar. Esta es la razón por la que aquel que accede a la fe por la vía del conocimiento intelectual, como mucho podrá escribir una tesis doctoral en teología, pero si no ha experimentado a Dios en su vida, el valor del “cum laude” otorgado a su encomiable labor investigadora, así tenga la extensión de la mismísima “Summa Theologica”, es igual a cero.
Dios se manifiesta, se experimenta a través de los acontecimientos. Ese saber verle, experimentarle a través de los acontecimientos de nuestra vida, de lo que ven nuestros “sentidos” interiores (no los exteriores), es la clave de la sabiduría.
La sabiduría la define la Real Academia de la Lengua como el más alto grado de conocimiento, la conducta prudente en la vida y el conocimiento profundo de las ciencias, artes o letras.
Sin embargo, hay conceptos más prácticos, como el de Confucio:
Saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe; he aquí el verdadero saber.
En un sentido menos académico y más filosófico, la sabiduría es una habilidad que se desarrolla con la aplicación de la inteligencia en la experiencia, obteniendo conclusiones que nos dan un mayor entendimiento de las cosas, que a su vez nos capacitan para reflexionar, sacando conclusiones que nos dan discernimiento de la verdad, lo bueno y lo malo. La sabiduría y la moral se interrelacionan dando como resultado un individuo que actúa con buen juicio. Algunas veces se toma el concepto de sabiduría como una forma especialmente bien desarrollada de sentido común.
Destaca en el sabio el juicio sano basado en conocimiento y entendimiento; la aptitud de valerse del conocimiento con éxito, y el entendimiento para resolver problemas, evitar o impedir peligros, alcanzar ciertas metas, o aconsejar a otros. Se considera lo opuesto a la estulticia, la necedad, la estupidez y la locura, y a menudo se contrasta con éstas.
Estas son digamos, definiciones, aceptadas en el común de las gentes. Pero para la Filosofía perenne, para la Vida Interior, la sabiduría es un atributo de aquellos que han experimentado y reconocido a la Divina Realidad en sus vidas y en los acontecimientos.
“El que tenga oídos que oiga” (Mt 11,15) (Mt 13,9) (Mt 13,43) (Lc 8,8) Etc.
Es decir, el que tenga capacidad para escuchar el significado de las cosas, de los acontecimientos, que oiga. El que sepa ver que vea. Y está claro que Jesús no se refiere a una comprensión intelectual o literal. En otras palabras,  según un viejo proverbio oriental, “la vida no se mide en años, sino en lecciones aprendidas” o “la vida no se mide por las veces que respiras, sino por las que te quedas sin aliento”. Es la capacidad de aprender a ver, a ser consciente, a tomar conciencia de algo más que la fenomenología física y social, la que al hombre la hace tomar conciencia de la Divina Realidad.
Hay otra lectura de todo esto, que es la que la gente saca del simple hecho de vivir la realidad tangible, que se basta y se sobra para dejarte muchas veces sin aliento sin lograr aprender el trasfondo de ese aliento contenido. El sufrimiento común y corriente que experimentamos los humanos ante las frustraciones de nuestros proyectos venidos abajo, de nuestros desengaños personales, sentimentales o profesionales; todo aquello que nos conduce a experimentar el sentimiento trágico de la vida, tras muchos años, nos hacen creer y confesar que “hemos vivido”, pero con el regusto amargo de un descorazonador nihilismo hasta casi concluir que nada tiene sentido. Eso no es vivir, por muchos alientos contenidos que hayamos experimentado, sino morir lentamente en vida, estar de vuelta de las cosas.
Otro proverbio anónimo es aquel que dice, más o menos: “serás tan joven como ilusiones tengas y tan viejo como de recuerdos vivas”. Este es el destino de los sabios de este mundo, vivir de recuerdos cifrados en fracasos y desengaños, y de alguna que otra cosa que haya salido bien. Estos sabios no tienen ni vista ni oído, sino solo recelo y rencor porque el mundo no les ha hecho felices.
La sabiduría perenne es aquella que sabe encontrar el sentido último de las cosas y de los acontecimientos; es la que sabe descubrir la Divina Realidad presente en cada instante, bueno o malo, agradable o desagradable. Es aprender a descubrir que en la vida no existen las coincidencias, que todo tiene un sentido y un significado. No hay casualidades. Cuando tomamos conciencia de ello, tenemos la sensación de que son cosas situadas más allá de lo que podría considerarse mera casualidad, como si nuestras vidas estuvieran guiadas por alguna fuerza inexplicable (James Redfield Op. Cit).
Uno de los libros más interesantes del Antiguo Testamento, la Sabiduría, expone cómo a través de los acontecimientos vividos por el pueblo de Israel, se manifestó la voluntad de Dios. Y no fueron precisamente acontecimientos agradables, ni mucho menos.
Esta es la única forma que tenemos de acercarnos a la Divina Realidad, a través de los acontecimientos que vivimos en primera, segunda o tercera persona. Sabiendo ver, sabiendo oír. Estas son las lecciones aprendidas, las que dejan sin aliento no la mente o los sentimientos, sino el alma. Y dejan sin aliento porque sobrecoge cómo Dios está dentro de cada uno de nosotros obrando en silencio en nuestro interior, o de modo imprevisible, manifestándose claramente en acontecimientos violentos y enérgicos. Porque es imprevisible, porque  hace que los últimos sean los primeros y los primeros los últimos; porque nos pide dejar padre y madre, que los muertos entierren a los muertos, porque nos exige un abandono total de nosotros mismos, perder la vida para ganarla.
Comprehender todo esto es lo que eleva al ser humano a la categoría de sabio. Porque sabio es aquel que es consciente de haber experimentado a Dios, el que transforma su fe en Sabiduría por la experiencia de la Divina Realidad en lo más profundo de sí. Lo demás es ignorancia, aunque sea una ignorancia que nos permita escribir tesis doctorales premiadas “cum laude”.
La voz y el silencio de Dios
De todas estas cosas, hay quien queriendo ser más listo que nadie, se presenta como gran conocedor de la voluntad de Dios, y con un excepcional despliegue de labia y dialéctica, engaña, cual encantador de serpientes, a todo aquel que le escucha. Son los que arremeten contra todo aquel que se oponga a la voluntad de Dios.
Y ¿qué es la voluntad de Dios? Porque para algunos que hablan con Dios, la voluntad de Dios es un genial talismán para convertir la propia como la Suya. “Tengo que cumplir lo que Dios manda”. “Dios me ha dicho que…”. Ya se sabe, el que habla con Dios es un creyente, pero el que oye la voz de Dios es un psicópata (Dr. House, el de la serie de televisión).
¿Pero qué es lo que Dios manda?
Se nos ha pintado a Dios como un anciano que con voz grave y potente nos habla y nos dice qué tenemos que hacer; esto o aquello, comprar o vender, ir allí o acá, elegir esta opción o la otra, trazar líneas estratégicas y de detalle.
Hágase lo que se haga, ha de estar dentro del paraguas de la Ley de Dios, de los mandamientos de la Ley y de la Iglesia, como no podía ser de otra forma.
Los relatos bíblicos están sembrados de pasajes en los que Yaveh habla a sus elegidos, nos imaginamos con voz grave y estentórea, explicándoles lo que debían hacer con pelos y señales. No me cabe duda que esto puede suceder, pues para Dios no hay nada imposible, pero consideremos lo más frecuente, que es el hecho de que en general, Dios no suele ser demasiado prolijo en mensajes de voz. Y además, a día de hoy, con el avance de la psiquiatría, la persona que oye voces divinas en su interior, así tal cual, suelen ser consideradas en primera instancia como enferma psiquiátrica, casi con seguridad.
Lo más próximo a la voluntad de Dios que a mí me explicaron de pequeño es “la voz de mi conciencia”. Esto tiene sentido, pues esa “voz interior”, que no expresa ningún razonamiento intelectual, sino que sale de un estrato tan profundo de nosotros que hasta nos asusta (los psicólogos lo podrían asemejar al subconsciente), es de donde brota realmente la esencia divina que todos somos, sin ser conscientes de ello. Esa voz de la conciencia, sí que nos habla, y sí que nos recrimina cuando no le hacemos caso. Por ahí van los tiros.
Si aceptáramos nuestra absoluta incapacidad de razonar a Dios, veríamos cómo las doctrinas teológicas que las religiones han desarrollado son menos que nada, y más aún, elementos de confusión. ¿De qué ha valido las diferentes teorías que la Iglesia católica ha desarrollado sobre el Cielo y el infierno, el purgatorio, y el limbo que ha existido este último durante unos siglos y ahora resulta que no, salvo para confundir o atemorizar a las gentes sencillas?. Se pueden vender indulgencias para rescatar las almas del purgatorio y ahora resulta que no. De toda la vida el Cielo y el infierno eran lugares; pues ahora resulta que no, han dejado de serlo para ser “estados del alma”. ¿Qué pasa con los que estaban en un lugar que ahora no es? Etc.

10.  El soma y lo sutil en ser humano

Vamos a pasar ahora de las alturas de la Divina Realidad, al terreno de lo humano.
Los seres humanos somos, como individuos, un todo integrado de muchas partes. La complejidad sistémica de nuestro organismo puede ser abrumadora, pero en cualquier caso, en términos generales y para entendernos, podríamos esquematizar todo nuestro ser, lo que supuestamente somos, en un conjunto de matriuscas, esas muñecas rusas que se pueden meter una dentro de otra, según el símil que suele utilizar Fidel Delgado en sus charlas. De fuera a dentro, la matriusca grande, sería nuestro organismo biológico, nuestra anatomía y fisiología.
La segunda matriusca, que cabe en la primera, está íntimamente fusionada con ella, porque resulta ser nuestro sistema nervioso vegetativo. Sería nuestra capa instintiva, que corresponde a las estructuras más primitivas de nuestro cerebro. Es la parte más antigua, el tallo encefálico, que dirige las funciones biológicas básicas, incluyendo los ritmos de la vida, los latidos del corazón y la respiración. Según un concepto provocativo de Paul MacLean[xlix], es la primera fase de la evolución del cerebro de los vertebrados. Coronando el tallo encefálico está el complejo R (reticular), la sede de la agresión, del ritual, de la territorialidad y de la jerarquía social, que evolucionó hace centenares de millones de años en nuestros antepasados reptilianos. En lo profundo de nuestro cerebro hay algo parecido al cerebro de un cocodrilo, que siempre vigila; nunca se ríe; si no pasa nada, se tumba al sol tranquilamente, pero en cuanto se produzca la más mínima señal de alarma, activa todos los recursos de ataque y defensa, e independientemente de que nosotros queramos o no, dispara la reacción adecuada para solucionar la crisis. Es nuestra vida instintiva, muy difícil de controlar, y además, absolutamente necesaria, porque es lo que nos garantiza nuestra supervivencia, viniendo mal dadas.
La tercera matriusca, que cabe en la segunda, sería, según el modelo de Paul McLean, nuestro sistema límbico, rodeando el complejo protoencefálico. Es el cerebro de  los mamíferos, que evolucionó hace decenas de millones de años en antepasados que eran mamíferos pero que todavía no eran primates. Es una fuente importante de nuestros estados de ánimo y emociones, de nuestra preocupación y cuidado por los jóvenes. Digamos que en esta capa del encéfalo se desarrolló el cerebro gregario, y digamos que se nos coloca un cencerro de pertenencia al aprisco, al rebaño.
La cuarta matriusca, que cabe en la tercera, aunque anatómicamente rodea a los cerebros primitivo y límbico, viviendo en una tregua incómoda con los cerebros más primitivos situados debajo, está la corteza cerebral, que evolucionó hace millones de años en nuestros antepasados primates. La corteza cerebral, donde la materia es transformada en consciencia, es el puerto de embarque de todos los viajes cósmicos, tanto físicos como espirituales. Comprende más de las dos terceras partes del cerebro y es el reino de la intuición y del análisis crítico. Es aquí donde tenemos ideas e inspiraciones, donde leemos y escribimos, donde desarrollamos las matemáticas y componemos música, donde oteamos el exterior a nosotros y mediante nuestros sentidos externos elaboramos nuestros modelos de realidad para entender el mundo exterior, pero también donde tenemos la capacidad de hacer introspección “insight”, y enfocar las luces de esas gafas que conforman la inteligencia hacia nosotros mismos y explorar nuestra Vida Interior. La corteza regula nuestras vidas conscientes. Es lo que distingue a nuestra especie, la sede de nuestra humanidad. Como dice Carl Sagan, la civilización es un producto de la corteza cerebral.
Se podría decir que en estas cuatro matriuscas se engloba todo lo que la Ciencia conoce sobre nosotros, porque en ellas reside lo tangible, lo que se puede tocar y medir, incluido el nivel psicológico y la inteligencia, nuestra mente, con todos sus vericuetos. Lo hasta aquí descrito lo estudian todas las “…ologías” que nos podamos imaginar, y las alteraciones del funcionamiento de todas estas estructuras, entran dentro del campo de conocimiento de la Medicina en todas sus ramas. En resumen, hasta aquí, una brevísima descripción del “soma”, del cuerpo somático.
Estas cuatro matriuscas que constituyen la base somática, expresan en el ser humano digamos que algo así a dos tipos de energías, los sentimientos y los pensamientos. Uso el término energía, en su definición básica, como fuerza que genera trabajo. Los sentimientos y el pensamiento son dos poderosas fuerzas que generan ni más ni menos que el trabajo que hace posible nuestra vida consciente, como seres inteligentes, que nos hace ser conscientes de nosotros mismos y de nuestra situación dentro del entorno que nos rodea.
Si uno no cree más que en lo que ven sus ojos, esto es lo que hay. Aquí se acaba el ser humano. No hay más. Somos un conjunto de estructuras anatómicas con un conjunto asombroso de funciones fisiológicas y neurofisiológicas que parece,  explican lo que somos y cómo somos. Haciendo un esquemático resumen bajo un enfoque sistémico, diríamos, con James G. Miller[l], que el individuo es un sistema formado por un primer nivel de subsistemas constituido por los órganos y sus correspondientes redes de transporte de materia, energía e información. Estos se estructuran en tejidos y los tejidos en células, unos 20 billones. Se acabó.
Sin embargo, desde la más lejana antigüedad, los filósofos han comprendido que la realidad del ser humano tiene que exceder y excede una realidad tan encorsetada a lo físico, como es el cuerpo somático, el soma. Para denominar “algo” que somos, pero que entra dentro del terreno de lo intangible, de lo que no se puede medir ni tocar, pero que “está”, que “es”, desde antiguo, los sabios se han referido al “cuerpo sutil”. En Occidente se asemeja esta realidad a “lo espiritual”.
Dentro ya de lo sutil, la quinta matriusca que por aquello de lo sutil, uno la puede colocar casi rodeando al cuerpo somático, estaría la capa de Energía. Este término (bastante emparentado con los anteriores, sentimientos y pensamientos) es algo mucho más sutil, más resbaladizo. Se utiliza el término igualmente en similitud al término físico. La capa energética sutil del ser humano puede ser algo así como la capacidad de proyectar virtud o influencia en el entorno sutil, que sólo un sexto sentido del ser humano es capaz en ocasiones de saber percibir. Se suele asociar con el aura, y se puede fotografiar mediante las cámaras Kirlian[li]. Literalmente, para la ciencia positiva se puede considerar quimera, más no para el pensamiento trascendente. Se dice que todo esto, que entra en el terreno de lo parapsicológico y de las “ciencias ocultas”, es en realidad el eslabón que podría unir (si ambos extremos se dejaran), la Ciencia con la Religión. Iyengar[lii], famoso autor oriental, maestro de yoga, comenta que, estos fenómenos, considerados con escepticismo por los occidentales, forman parte de la vida diaria de los orientales. Posiblemente esta sea una gran diferencia entre ambas culturas.
Si nos atenemos a la hipótesis de base neuroquímica del comportamiento humano, la capa de sentimientos – emociones y el pensamiento se producen gracias a la fisiología del sistema nervioso central. Muerto el organismo biológico, estas funciones también desaparecerían en su totalidad. Y la capa de energía, de existir, no hay razón para pensar que la base física, de tenerla, soportada por algún tipo de radiación eléctrica – electromagnética emitida por el cuerpo, no desaparezca también con el fallecimiento del soma.
Y por último habría una sexta matriusca que ya sin forma definida, sería como una tenue nube que envuelve todo nuestro ser, por fuera o por dentro; en realidad, sin ubicación definida, porque no pertenece a este mundo físico, pero constituye la esencia de nuestra verdadera Realidad, la que transciende a la muerte. Es la consciencia para Oriente, el alma para Occidente. Esta última capa de nuestro ser absolutamente etérea, ya ni con la cámara Kirlian se puede detectar, porque es sencillamente “otra cosa”. No es demostrable, así que para los escépticos es un cuento chino. No hay por qué discutir más, o se acepta o no. Es como un axioma.
El cuerpo sutil interacciona continuamente con el cuerpo somático. Según la tradición Oriental, el cuerpo sutil posee una serie de estructuras a modo de vórtices energéticos, denominados chakras[liii]. Su tarea es la recepción, acumulación, transformación y distribución del prana (‘aire’ dentro del cuerpo, que en Oriente no se considera aire sino una forma de energía invisible e inmensurable). Cada uno de estos centros se asemejaría a una flor abierta y poseería ciertos colores que son más o menos brillantes según el estado evolutivo de la persona.
Pues bien, de modo muy resumido, en esta interacción entre lo físico, mental y espiritual o sutil, emergen dos entidades extremadamente importantes para entender la espiritualidad humana, y el camino del ser humano hacia la Divina Realidad. Es el “yo” o también llamado el “ego”, por un lado, y el “Yo Real” o alma, por otra.
La Psicología define el yo o ego (del latín), como la unidad dinámica que permite que el individuo sea consciente de su propia identidad y de su relación con el medio; es, pues, el punto de referencia de todos los fenómenos físicos.
El yo es un término difícil de definir dadas sus diferentes acepciones. A lo largo de la historia su definición se ha relacionado con otros términos como psique, ser, alma o conciencia. Pero exige precisiones. El estudio del yo puede decirse que abarca, disciplinas de orientación biológica, tanto como disciplinas de corte filosófico y humanista. El término yo desde una aproximación académica se relacionaría con términos como conciencia y cognición.
La pregunta sobre qué es exactamente el yo, es quizá una de las preguntas fundamentales del hombre y no sólo ha sido enunciada en la Ciencia sino en diversos sistemas religiosos y espirituales a lo largo de la historia. El psicólogo Carl Jung[liv], uno de los más importantes expositores de esta teoría, ha definido el Yo como el que es portador de nuestra conciencia consciente de existir, así como el sentimiento permanente de identidad personal. Es el organizador consciente de nuestros pensamientos e intuiciones, de nuestros sentimientos y sensaciones. Es el portador de la personalidad. El Yo surge del sí-mismo y desempeña papeles de crucial importancia. Percibe significados y evalúa valores, actividades que favorecen la supervivencia y hacen que la vida valga la pena vivirse y encontrarle sentido.
Aunque pueda parecer extraño, el “yo”, nuestra propia conciencia es uno de los mayores intangibles del ser humano. No aparece por ninguna parte, ni se ve en radiografías, ni en TAC, ni en resonancias magnéticas, ni en potenciales evocados, ni ninguna otra forma de visualización bien por imagen bien por signos vitales. No hay un núcleo cerebral como el fórnix, el cuerpo mamilar, el putamen o la amígdala donde los científicos hayan identificado la sede del “yo”. La cosa pinta fea, porque no hay consenso a día de hoy. En un artículo reciente, publicado en Investigación y Ciencia[lv], el gran reto consiste en la determinación de los CNC, correlatos neuronales de la conciencia, es decir, la actividad cerebral que corresponde a una experiencia subjetiva. Para uno de los autores, Koch, un grupo de neuronas de regiones cerebrales concretas se activan de modo específico. Para el otro autor, Greenfield, el cerebro se sincroniza en asambleas coordinadas de neuronas que a continuación deshacen el sindicato. Y como ellos, otros autores plantean alternativas diversas. Es decir, no sabemos si en algún momento se logrará identificar física y bioquímicamente el “yo”.  Lo cierto es que el “yo” que “yo” conozco no aparece, pero se comporta como si existiera de verdad… “como si…”. Como dice Fidel Delgado, el “yo” es como un círculo de fuego creado al hacer girar con el brazo una tea ardiendo, que desaparece en el momento que dejamos de girarla.
Sobre esta entidad tan resbaladiza, gravita toda la vida tangible y espiritual de las personas. Los humanos tenemos un “yo” consciente, digamos, de primera instancia, de superficie, encargado de todos los asuntos de nuestra vida, dentro del Confinador. Es una entidad (porque somos nosotros mismos), absolutamente necesaria para pasar por este mundo. Y suponemos que tiene base neurofisiológica, aunque no esté identificada. Pero también tenemos un Yo, en principio dormido, inconsciente, profundo, y que resulta ser, según la tradición, tanto Oriental, como Occidental, el alma humana, nuestra verdadera esencia, que afirmamos, transciende a la muerte. ¿Son dos entidades diferentes o la misma? Parece, según los Orientales como si fueran diferentes, pero en el fondo, podríamos considerarlas como simplemente dos estancias de la misma conciencia, como la muralla y la torre del homenaje del mismo castillo; la primera sirve de defensa y para relacionarse con el exterior, y la segunda, sirve para dar alojamiento a Su Majestad, pero el castillo es el mismo.
El simple hecho de comparar la conciencia con un castillo amurallado, no es un recurso fácil, sino que refleja el desarrollo de todo un conjunto de mecanismos de defensa en el ser humano que le protege psicológicamente de un mundo exterior bastante hostil. Todos nosotros, entre el medio externo que nos rodea y nuestro medio interno, tendemos a crear una capa de protección, una armadura, que evite que las agresiones del medio externo alcance nuestra capa de vulnerabilidad, que es la que fisiológica, neurológica y psicológicamente tenemos que levantar para proteger nuestro propio yo interno, y en el extremo, la torre del homenaje. Uno de los elementos de esta capa de protección es el miedo. Reacciona de modo similar a como reacciona el dolor, como aviso de que nuestro organismo está sufriendo algún tipo de daño o agresión. Visto así, el miedo es fantástico, si sabemos reconocerlo, porque es consustancial con nuestra naturaleza, y gracias a él, no estamos todos muertos todavía, de hecho podríamos decir que sabemos que estamos vivos (físicamente) porque experimentamos miedo y dolor.
De este modo, como parece que vivimos en un permanente estado de vigilia y de zafarrancho de combate, todas nuestras potencias están orientadas a la vigilancia del perímetro. Es como si todos los habitantes del castillo estuvieran dedicados a la defensa de la muralla, y Su Majestad estuviese solo y sin atender en la torre del homenaje. Llega esta situación a tal extremo, que llegamos a olvidar que exista una torre, y mucho menos, que el Rey esté en ella. Todos dedicados a la defensa del castillo, primero contra los enemigos, y segundo en un afán de expandir nuestros dominios, conquistando nuevas tierras y agrediendo las defensas de otros castillos. Y en tercer lugar enfrascado en una pelea entre los defensores del castillo, que son los conflictos internos que tenemos nosotros con nosotros mismos. En resumen, “yo tangible” igual a murallas de defensa; “yo sutil” equivalente a la torre del homenaje. La idea del castillo interior, ya la tuvo Teresa de Jesús al escribir sus “moradas del Castillo interior”.
En el fondo, y tal y como se comportan ambas tradiciones, en Oriente, la teoría del yo tangible y el Yo sutil, se aplica hasta las últimas consecuencias, y sus métodos y prácticas religiosas se basan esencialmente en la meditación, con el fin de alcanzar la iluminación, o el despertar de la Consciencia Real, lo que realmente somos. La tradición cristiana convencional, la que proclama el magisterio oficial, y conduce a la práctica religiosa habitual en la liturgia católica, como dogma, agrega la conciencia humana en una sola entidad, alma humana, que es consciente de todo lo que sucede, y que molestada continuamente por el maligno (que no parece tenga otra cosa que hacer que incitarnos a caer), es tentada a cometer pecados; y tanto es así, que tendrá que rendir cuenta el día del Juicio. Según esto, el “yo tangible” de Oriente, sería para Occidente la expresión pecaminosa del alma. No se produce en la tradición cristiana convencional, o al menos no se explica bien o no en estos términos, el fenómeno de la iluminación, sino el proceso lineal de perfeccionamiento de la moral y actitudes humanas. Salvo que el cristiano se adentre por sí mismo en las profundidades de la mística y lo descubra, la doctrina católica no suele mencionar explícitamente, para el común de las gentes estos procesos de transformación del alma; acaso lo considere terreno demasiado resbaladizo para ser expuesto en misa de una.
Al hilo de esto, hago hincapié en un pequeño detalle, que es trascendental en toda la argumentación de este libro, y en general de todos aquellos planteamientos basados en la teoría del yo. Me he referido a la tradición cristiano–católica convencional, porque dentro del cristianismo, igual que en el Islam, hay una rama mística, que es la que plantea la relación íntima del alma con Dios, por la vía directa. La mística es un elemento integrador en el mundo de las religiones tan fuerte, que si las estructuras oficiales de todas ellas focalizaran la vida de los creyentes desde esta perspectiva, resultaría casi ridículo la existencia de tantas religiones en el mundo. Las diferencias a nivel místico son acaso culturales, de tradición y de imaginarium popular, pero en esencia las bases son las mismas. Esta es la razón que, en opinión de Caroline Myss[lvi], que yo comparto, está generando que, una vez abiertos al mundo los cristianos gracias al Concilio Vaticano II y los Orientales, gracias a la invasión china del Tíbet y el éxodo de una importante cantidad de lamas y monjes que han recalado en Europa y Norteamérica, la espiritualidad de Oriente y Occidente se estén dando la mano, no sin generar una seria preocupación en los guardianes de la pureza doctrinal de los correspondientes sistemas credenciales, ya que a esta aproximación la califican de sincretismo religioso y “gnosis”, uno de los enemigos habituales de la Iglesia católica.
Explicada de esta forma la estructura del ser humano, digamos que todas nuestras cuitas, desventuras y sinsabores de la vida están causadas por el hecho de nacer todos con un importante defecto de fábrica.
En el centro del corazón del Yo existe un agujero que arrastramos toda nuestra vida y que parece ser el origen de todas las incoherencias cuya causa se denomina “idiotez” (las religiones  la  denominan “pecado original”).
La palabra idiota se toma como sinónimo de imbécil, tonto, anormal y cualquier otra denominación aplicable a una persona con pocas luces. Pero la palabra “idiota” viene del griego (idio (propio) > idiotez, ιδιωτης) que era el término por el cual los antiguos griegos llamaban a los ciudadanos que, como tales, poseían derechos, pero que no se ocupaban de la política de su polis, es decir, personas aisladas que ignoraban los asuntos públicos, sin nada que ofrecer a los demás y obsesionados por las pequeñeces de su casa y sus intereses privados. En términos más cercanos a nosotros, un idiota es un egoísta, un ambicioso, un avaricioso, un político corrupto, alguien que sólo piensa en su propio interés; y todo esto cubierto por el común de los pecados, la soberbia, o creencia de que el “yo” es mucho más de lo que realmente es, un “yo apañao” para vivir en su pequeño mundo.
Nuestros asuntos domésticos nos mantienen permanentemente ocupados, (la defensa del castillo) y ni siquiera esos asuntos sabemos gestionarlos adecuadamente. El cómo ando yo con lo mío supone la clave de cómo y con qué prisma enfoco el resto de asuntos a mi alrededor.
Yo y mis asuntos conforman un círculo vicioso del que a duras penas sabemos salir, si es que alguna vez lo hacemos. Pero si queremos escapar de ese sin vivir en un viaje hacia ninguna parte, hemos de tomar el camino de la expansión de la consciencia.  La consciencia se expande cuando abre sus puertas en dos sentidos, hacia el mundo exterior, donde habitan sus hermanos los hombres, y hacia lo sublime. Hablamos de adentrarnos en el terreno de la contemplación, es decir, volviendo los ojos a nuestro interior y tomando conciencia de que nos queda un imponente bastión por conquistar, nuestro propio castillo interior, sus moradas internas, hasta alcanzar la Torre del Homenaje, que encierra algo increíblemente maravilloso.
Nuestra dedicación casi exclusiva a nuestros asuntos domésticos es tan obsesiva, que el resultado final de esta situación es que nos hemos convencido de que la infraestructura que nos hemos montado consiste en una muralla de defensa, armas para repeler ataques del exterior y a su vez atacar a los intrusos, y dentro del castillo, levantar unas cuantas naves donde almacenamos los botines que conseguimos en nuestras incursiones. De las estancias interiores y de sus riquezas, nos hemos olvidado. Desconocemos realmente lo que somos, Vida Interior, porque todas nuestras potencias están orientadas hacia la vida exterior. Aún más, siendo soldados de guarnición, realmente, nos creemos los capitanes de la plaza, y creemos que nos bastamos para aguantar el asedio de un mundo que está incordiándonos continuamente.

11.  La Gran añoranza

La obra de Nietzhe “así habló Zaratustra”, convertida en poema sinfónico por Richard Strauss, habla de una Gran añoranza, que brota de lo más íntimo del ser humano, y que, según el autor, ni ciencia, ni fe, ni filosofías, consiguen realizar. Es una visión bastante nihilista, que deja las preguntas últimas del hombre, sin respuesta.
El gran drama del ser humano radica en que, a pesar de que la sociedad en que vive su tribu, su comunidad de fe, su religión, su grupo, le hayan precedido y ya de antemano le hayan desmenuzado todas y cada una de las interrogantes que la vida le pudiera plantear, y le sean dadas y aprendidas todas las respuestas, para que él no tenga que emplearse en ninguna búsqueda personal (ya lo ha hecho sus antepasados y grandes maestros por él), sino en acatar las verdades que le han sido expuestas e impuestas, sin embargo, nadie puede cruzar por él la última frontera.
Para mayoría de las personas, las enseñanzas y doctrinas recibidas, les son suficientes para vivir una vida razonablemente estable. Han aprendido en quién y en qué creer; han aprendido a quién obedecer, qué camino seguir, qué normas respetar, qué peligros evitar. Y punto. Todo consiste en adherirse al sueño de la comunidad, al Sueño del Planeta, un sueño tanto sagrado como profano, dependiendo del arraigo social y cultural en el que se viva. Todo lo demás es terreno ignoto, proceloso mar lleno de peligros. Más vale cruzarlo en barco, al mando de un capitán que sepa dirigir la nave. La mayoría de las personas que se adhieren a esta visión de la vida, lo aprendido y asumido les es suficiente; incluso conozco muchas que ellas mismas dicen que no quieren preguntarse nada, porque les asusta lo que puedan encontrarse, así que cierran los ojos y siguen ciegamente las instrucciones recibidas. Por el contrario, existen personas para las que este escenario no es suficiente. No es nada inusual que se sientan, si no desengañados de todo este escenario ideológico (que sin embargo, lejos de ser negativo, sirve para mantener al común de las gentes dentro de una esfera de razonable piedad y buen comportamiento), si al menos con una sensación de “no es suficiente, me falta algo”, y comiencen a plantearse si no habrá otra forma de realmente enfocar la existencia, dado los escasos resultados que el modelo tradicional a ellos en concreto les aporta; entendiendo como modelo tradicional, primero lo que les aporta el mundo, es decir, nada, y segundo lo que les aporta la práctica religiosa para ellos de tipo inercial, que tampoco resulta demasiado útil a efectos de iniciar un camino hacia la Realidad.
En aquellos, que inquietos por los límites tan restringidos en los que la realidad doméstica y religiosa que viven, “sienten algo dentro de sí, que no saben lo que es”, y que necesitarían romper tantas barreras, tantas demarcaciones, es en donde la actitud de búsqueda tiene sentido.
Lo primero de todo es tomar conciencia del Confinador y sus límites, y darnos cuenta de que existe la posibilidad de romperlo, de encontrar una vía de escape.
Y empieza la gran búsqueda, dejando atrás el pequeño mundo donde están confinados los trajines de esta vida y el contrapeso religioso convertido en rutina con poco sentido.
Fidel Delgado,  nos decía en uno de sus seminarios, que nuestra vida es como un viaje en avión, siendo el avión el Confinador que nos limita a este pequeño mundo en el que estamos atrapados.
Cuando uno “siente algo dentro de sí que no sabe lo que es”, experimenta la necesidad de salir de esa cabina de pasaje que hemos descubierto, es el Confinador vital, busca puertas de salida, aunque sean de emergencia.
El que descubre que esta vida es un show de Truman, un Confinador, donde hemos sido colocados sin saber muy bien por qué, “siente algo dentro de sí que no sabe lo que es”, y se ve impulsado a iniciar un camino hacia una hipotética salida del Confinador, tiene que saber que va arriesgar muchísimo en esta aventura, pues está a punto de abandonar la ortodoxia social y religiosa, con lo que va a ser calificado de disidente, de inadaptado, de enemigo, de antisistema, y posiblemente de anatema o hereje, en según con qué grupo humano se relacione. Está a punto de abandonar las comodidades de “su casa en el Confinador”, donde todo está claro y legislado; donde sólo tiene que respetar las normas de compromiso que te han enseñado desde pequeño, seguir a los líderes y autoridades sociales y religiosas que ya se han encargado sobradamente de atar y desatar todo lo atable y desatable, y no preocuparse de más, que no sea cumplir lo que está mandado y ordenado, atado y desatado y hacer oídos sordos a todo canto de sirena de aquellos que poseídos por el maligno, tientan a las almas y mentes sencillas para caer en sectas y movimientos antisociales y antirreligiosos. O algo así… supongo.
Y todo a cambio de iniciar un viaje a no se sabe bien dónde.
No se me entienda mal al expresarme así, porque pudiera parecer que la religión oficial no da para más, cuando lo que realmente sucede es que los seres humanos de un lado (feligreses), ni del otro (eclesiásticos) damos para más en la vivencia y el seguimiento de las enseñanzas del Maestro.
La Gran Añoranza es una intuición, que sale de las tripas, de lo más profundo de uno mismo, que le dice “sal de tu tierra, al país que yo te mostraré” (Gen 12, 1).
La respuesta a esta llamada es tan variable como cada persona que la siente. Unos la sienten en su niñez o adolescencia, son jóvenes que ya entonces se han dado cuenta de la realidad en la que viven. Otros la experimentan en su madurez, tras sufrir no pocos desengaños y desilusiones, y otros en su vejez, cuando apenas les quedan fuerzas para iniciar este viaje. También depende de los acuerdos a los que haya llegado con la tribu, y de qué material esté hecha la filosofía de su tribu.
En cualquiera de los casos, el Gran Viaje comienza con dos elementos fundamentales, el primero es aventurarse a un Encuentro consigo mismo, para averiguar quiénes somos en realidad, y el segundo, alcanzar un pacto de acuerdos consigo mismo. Es una revisión de todo lo acordado con la tribu, para pasar de un acuerdo basado en el adoctrinamiento, a un acuerdo basado en una autentica convicción personal; pasar de saber y aceptar, a vivir en plenitud, de ver para creer, a creer para ver. Aquí no empleo el verbo creer como creer a pies juntillas, sino “fiarse”.

12.  Puertas de emergencia

Cuando uno se encuentra en un habitáculo en el que se encuentra incómodo, siente claustrofobia o percibe una situación de peligro, trata de encontrar una puerta por donde salir al mundo exterior, bien para respirar aire puro, huir del peligro, o para dejar de experimentar esa desagradable sensación de ahogo. Cuando nos subimos a un avión, la tripulación, antes de despegar, nos recuerda dónde están situadas las puertas de salida, para, caso de una toma de emergencia, poder abandonar la aeronave lo más rápidamente posible.
El Confinador puede llegar a oprimirnos tanto, con los problemas cotidianos de la vida, económicos, personales, sociales, familiares, etc., que a veces nos gustaría escaparnos hacia espacios abiertos, distraernos, tomar unas vacaciones, que en el fondo, las vacaciones, son un intento de escapar del ahogo cotidiano que la vida de todos los días.
En nuestro instintivo intento de escapar, o al menos de liberar presión, nos hemos montado una serie de puertas de escape, a las que acudimos, a veces para tratar de escapar, o para en el fondo, sentirnos más cómodos aquí dentro.
Fidel Delgado plantea que habitualmente la vida nos ofrece seis puertas de emergencia de nuestro símil de Confinador.
Sería algo así como en un avión, que es nuestro pequeño mundo, dentro del gran Confinador, que es la realidad que vemos con nuestros ojos, el escenario del Show de Truman. Veremos que hay seis puertas de emergencia aparentes, que lo que hacen es sacarnos de nuestra pequeña vida (el avión), para abrirnos las puertas de nuevas posibilidades “dentro del confinador”, pero ampliando sus límites.
La primera puerta, la escotilla de emergencia del ala derecha, es la del conocimiento y el aprendizaje de habilidades. Supone adquirir habilidades, estudios, oficios. Nos embarcamos en aprender nuevos conocimientos, nuevas profesiones, formas de perfeccionamiento profesional. Todo lo necesario para tener la mente ocupada en múltiples ocupaciones… y medrar dentro del Confinador. No es en realidad una puerta de salida, sino una forma de conseguir un mejor asiento en el viaje hacia donde nos lleve el Confinador. O bien, nos abre nuevos horizontes de conocimiento de la realidad tangible, como los que adquiere el que estudio astrofísica, biología, física cuántica, arte, historia. Pero por mucho que ampliemos conocimientos y nos convirtamos en unos expertos en la materia que sea y tengamos una visión del mundo mucho más amplia que la que tiene el común de las gentes, seguimos dentro del Confinador. Porque nuestra vida sigue en él.
La segunda, digamos  que  en el ala izquierda, está de moda con eso de una alimentación sana y práctica de ejercicio físico. Focalizamos en nuestro cuerpo casi el ideal de nuestra vida, mantener un peso adecuado, una piel sin arrugas, una salud envidiable, etc. Es una ayuda, a fin de cuentas el cuerpo es el soporte físico de nuestra existencia aquí abajo, y hemos de cuidarlo. Esta puerta en realidad no es una puerta de salida, sino una forma de ir en un asiento más confortable, con un cuerpo bien entrenado y sano. No está de más mantener el cuerpo sano. Ya se sabe “mens sana in corpore sano”. Pero todo queda en casa. Es un método para permanecer mejor, para sentirnos más cómodos en el Confinador.
La tercera está en la parte posterior del costado derecho del avión; se basa en el control de la vida ordinaria. Por ella tratamos de adquirir más y más habilidades para tener nuestro pequeño mundo bajo control; libros de autoayuda, asistir a seminarios, hacer muchas prácticas de control mental. Cada vez hay más iniciativas sociales orientadas al aprendizaje de habilidades mentales para el dominio y control de uno mismo. No somos tontos, y desde bien antiguo, el ser humano es consciente de sus propios errores, y de que la visceralidad natural que hace que a poco que nos lleven la contraria nos enredamos en conflictos personales y sociales, es mal camino para solucionar realmente las cuestiones. Tenemos muchas guerras a nuestras espaldas, para comprender que la violencia no es la vía de solución de casi nada (aunque no todos están de acuerdo con esta afirmación, sobre todo los perros de la guerra). El hombre ha aprendido él solito, que las cuestiones sociales y políticas, más vale solucionarlas por la vía del diálogo social, que por la vía del enfrentamiento, aunque una buena guerra es un filón de suculentos negocios, primero por la venta de armas, segundo por las tareas de reconstrucción y tercero por el endeudamiento de los países beligerantes. Sólo tenemos que encender la televisión o leer el periódico para ver cómo es más política y socialmente correcto el camino de la negociación y los pactos, que el enfrentamiento. Y aunque los políticos, quizás debido a su baja talla humana, no hacen más que ofrecernos bochornosos espectáculos de enfrentamiento dialéctico, sin embargo, en general, la vida social transcurre dentro de unas razonables buenas formas, y el odio comenzamos a saberlo controlar, liberando nuestra adrenalina los domingos en el fútbol, porque empieza a estar mal visto manchar las calles de sangre. Luego hay que limpiarlas, y es muy engorroso y desagradable…
Del aprendizaje de estas técnicas, está el supermercado comercial llenito de ofertas a cuales más sugerentes, y a veces caras. Tenemos muchos cursos en oferta; por ejemplo, técnicas de coaching, de liderazgo, de gestión de recursos humanos, de resiliencia, de control mental, de psicoterapia, de relajación, de técnicas antiestrés, etc. Todas estas técnicas están basadas en el entrenamiento personal, en sacar lo que uno lleva dentro, en aprender técnicas mediante el aprendizaje de habilidades personales. Las escuelas de negocios están haciendo su particular agosto
Por ahí no es conveniente salir, porque en realidad no salimos del Confinador. Vuelve a ser una puerta falsa, si lo que pretendemos es salir de él, porque sigue quedando todo en casa, como en el caso de las otras dos puertas.
La cuarta está en la parte anterior derecha del avión. Es en el fondo una continuación de la cuarta, pero con un truco añadido. Se centra en el desarrollo de técnicas de meditación.
A ver si me explico y no meto la pata demasiado. Me he referido anteriormente del advenimiento de la Era de Acuario, y de irrupción de la New Age, todo ello relacionado con el fenómeno de la precesión de los equinoccios[lvii].
Según esta creencia, la Era de Acuario marcaría un cambio en la conciencia del ser humano, que ya estaría empezando a notarse y que llevaría asociado un tiempo de prosperidad, paz y abundancia. Es por esta razón que una variedad de corrientes filosóficas y espirituales más nuevas o más antiguas relacionadas con estas ideas, son asociadas a la Nueva Era. Esto a menudo lleva a un confuso sistema de creencias no unificado, un agregado de creencias y de prácticas (sincretismo), a veces mutuamente contradictorias. Las ideas reformuladas por sus partidarios suelen relacionarse con la explOración espiritual, la medicina holística y el misticismo. También se incluyen perspectivas generales en historia, religión, espiritualidad, medicina, estilos de vida y música.
Para las religiones oficiales, la New Age se considera una seria amenaza para ellas, porque aparte de ignorar los dogmas, se presentan ante la sociedad como alternativa espiritual. Y en este sentido está teniendo bastante éxito, porque la gente interesada por esta megatendencia, parece estar encontrando una alternativa espiritual, más acorde con los tiempos que corren que las prédicas tradicionales de la religión oficial. La cara de la moneda es el deseo de una religión a la carta, y en este sentido está duramente denostada por el Vaticano, como camino de falsa luz hacia la perdición.
Es por ello que esta puerta es un poco confusa, pues en ella se hace propaganda de todo un conjunto de técnicas duales entre lo físico y lo espiritual, se potencian las técnicas de relajación, de control mental con fines anti estrés y todo eso. Y en torno a eso se ha desarrollado todo un supermercado de lo espiritual que va desde el uso del aerobic occidental hasta el yoga, tai chi y demás técnicas orientales. Pero entrañan un peligro, no por las técnicas en sí, que son totalmente lícitas, si se asocian a las religiones y sistemas de pensamiento originales, sino porque pueden confundir bastante al personal, en el sentido de que si no se está bien formado en el auténtico significado y finalidad de estas técnicas, podemos perdernos en un laberinto de tendencias sin un fin verdaderamente claro, salvo el pago de la mensualidad de la academia. Sectas y grupos con estricto ánimo de lucro y con fines nada honestos se mueven entre las comunidades de práctica zen, tao o budistas, trigo y cizaña mezclados, desvirtuando y adulterando lo que son filosofías y religiones de tradición milenarias.
Nos hemos referido ya a los dos pilares que según Caroline Myss, han propiciado en fenómeno New Age. La invasión del Tíbet por China y la apertura de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. Esto mezclado con el movimiento hippie, las películas de kung fu, el movimiento contracultural y antibélico anti guerra del Vietnam de la juventud “primavera del 68”, los rebeldes sin causa y demás inconformistas con el stablishment, mézclese en una coctelera con un poco de cocaína y demás drogas delirantes y tenemos el “paz y amor” de la nueva era, amenizado con el mantra “Om” de los hindúes, pero en boca de los hippies y sus nietos postmodernos, y jóvenes antisistema haciendo amor libre y meditación en posición de loto. El espectáculo que uno puede observar con todo esto es bastante lamentable y confuso. Supone una banalización de una metafísica milenaria, sagrada y absolutamente respetable, como es el la filosofía oriental (budismo, zen, tao etc.), en manos de los nuevos mercaderes del templo de Dios, que jalean nuevas tendencias comerciales y espirituales, en el triste y suculento caldo de cultivo de las ovejas perdidas de Dios, ofreciendo un supermercado espiritual sincrético y a mogollón.
Saber diferenciar las iniciativas honestas y fiables, de la legión de falsos profetas en la que parece haberse convertido la new age, es bastante difícil, y depende de la madurez de cada cual, razón por la que las religiones oficiales están seriamente preocupadas. Saber diferenciar de los nuevos invitados a las bodas los que llevan el traje adecuado de los que no, es una tarea bastante complicada.
De todas formas, Jesús da una indicación absoluta.
15 «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? 17 Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. 18 Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. 20 Así que por sus frutos los reconoceréis.
Mt 7, 15-20
Por sus frutos les conoceréis. Esta es la señal inconfundible. Porque el que busca el encuentro sincero con la Divina realidad, primero, eso, no es que sea incompatible con tener un cutis terso, o un peso óptimo, o poder dormir por las noches, pero todo esto son añadiduras. De momento, acercarse a estas técnicas con el objetivo de salud y belleza, eso no tiene nada que ver con entrar en la senda de la Vida Interior. Absolutamente nada, es una burla a lo más sagrado de la vida humana (pero en esto Occidente es un consumado artista). Y el problema es que muchas iniciativas con el sello de “nueva era” están orientadas a una oferta comercial de productos de salud y belleza, amén de sosiego psicológico de esta vida tan trajinada. Hacer pranayama como método con el objetivo de una solución antiarrugas o anticelulitis, pues es simplemente una grotesca burla hacia esa noble práctica oriental que es el yoga.
Las sendas de la Vida Interior es algo mucho más serio y profundo que dar con un método de meditación para quitar los michelines de las caderas. Esto es simplemente asqueroso.
Por eso, “por sus frutos les conoceréis”.
Es por ello que esta puerta es ciertamente peligrosa, pues es la puerta de las sectas tipo dianética o de otras llenas de un aparente misticismo zen. Una secta (del latín: sequi, seguir) es, originalmente un término para referirse a comunidades filosóficas, religiosas o políticas, que a través de sus enseñanzas o sus ritos han roto con su comunidad de origen. Por ejemplo, el cristianismo es una secta surgida del judaísmo. Desde el punto de vista sociológico, es un grupo de personas con afinidades comunes (culturales, religiosas, políticas, esotéricas, etc). Como una de las posibles acepciones del término tiene connotaciones negativas, se ha sugerido el de NMR: nuevos movimientos religiosos.
Los nuevos movimientos religiosos son grupos religiosos, éticos y espirituales de reciente creación que aún no han sido integrados en ninguna de las religiones anteriormente existentes ni tampoco han sido reconocidos con la denominación de Iglesia o cuerpo religioso. Constituyen un auténtico laberinto del fauno, donde si entras puedes encontrarte con desagradables sorpresas, entre otras la de quedar atrapado y no poder salir. En este sentido, hay que ser muy conscientes del peligro que se corre, y es por eso que el recelo de las religiones oficiales, por esta parte, está más que justificado.
Esta cuarta puerta, que roza tangencialmente la espiritualidad profunda, en el fondo puede ser un desagradable espejismo, porque no hay ninguna Divina Realidad en el final del camino, sino creaciones extrañas y peligrosas.
La quinta está en la parte posterior del costado izquierdo del avión, y que corresponde con la inteligencia emocional de Daniel Goleman[lviii]. No está mal, y es un gran avance para muchas personas eso de controlar tus instintos y emociones. La psicología poco a poco ha ido investigando en algo que parecía olvidado a efectos del análisis de la inteligencia, la afectividad.
En psicología se usa el término afectividad para designar la susceptibilidad que el ser humano experimenta ante determinadas alteraciones que se producen en el mundo sexual o en su propio yo. También se conoce como el amor que un ser humano brinda a alguien.
El desarrollo de la afectividad consciente es un primer gran paso que puede dar el ser humano en la búsqueda de su verdadera identidad. Porque la Inteligencia como la capacidad de entender, asimilar, elaborar información y utilizarla adecuadamente, y de procesar información, está íntimamente ligada a otras funciones mentales como la percepción, o la capacidad de recibir dicha información, y la memoria, o capacidad de almacenarla y procesarla. Pero la afectividad supone el desarrollo de la capacidad de amar. Hasta ahora, las puertas anteriores nos  muestran recursos para defendernos y conquistar el entorno del Confinador. No nos permiten salir, sino desarrollar habilidades para actuar adecuadamente dentro de él. Esta cuarta puerta por la que podemos desarrollar la afectividad se comporta como un prolegómeno, un anticipo de lo que podría ser la puerta definitiva. En esta puerta podemos desarrollar, dentro del Confinador, las bases de lo que es el amor humano.
El amor humano se basa, según Platón en tres atributos, el eros o sexualidad, la philias o amistad, y el agapé o donación total. El desarrollo de la afectividad desde lo que son las capacidades humanas, a lo máximo que puede pretender es a desarrollar una sexualidad que no llegue ni a la violencia ni a la humillación, sino que se base en el respeto mutuo. Este primer atributo se basa en lo que en el budismo se denomina “amor afectivo”, es decir, que despierta el afecto, el “me caes bien”, “estoy a gusto contigo”, “hay química”. Este suele ser el detonante de una relación entre dos personas, y que puede desembocar en la atracción física, tradicionalmente entre hombre y mujer, o bien entre personas del mismo sexo. El segundo atributo, que es la amistad sincera tiene como cualidad lo que en el budismo se denomina “amor estimativo”, es un “te amo porque me haces feliz”. Es decir, te necesito, te deseo, porque soy feliz a tu lado. Esto es muy humano y razonable, pero siempre tendrá un componente posesivo, un componente interesado; apego lo llaman. Y por supuesto que una pareja se ama así. ¿Quién puede negar esto? Pero este componente posesivo, a la larga generará una fuente tremenda de intransigencia y de exigencia, que termina en la típica expresión de los esposos que viven un conflicto. El tercer atributo, es la donación total, un “te doy mi vida”, “te amo porque deseo hacerte feliz”. Esto son  palabras mayores para una vida centrada en los trajines del Confinador. Volveremos a entrar en este tema en la Tercera Parte, al hablar de la Lógica de Dios.
En suma, esta quinta puerta supone un buen comienzo; entrar por ella supone darse cuenta de que en el mundo existe algo más que uno mismo. Es un buen aprendizaje, pero no te permite salir del Confinador. Sigues incardinado en la rejilla espacio temporal.
La sexta puerta es la que se centra en la práctica convencional de la religión. Es la religión de mínimos, centrada en prácticas religiosas. Esta sexta puerta puede ser una alternativa válida para salir del Confinador, sí y sólo sí toda esta práctica es consecuencia del descubrimiento de la Vida Interior, que veremos a continuación. De no ser así, tiene francamente un valor relativo, salvo el que hemos dicho, un buen comportamiento religioso y moral, dentro del Confinador, manteniendo la esperanza de que después de la muerte viviremos una vida mejor junto a Dios, si superamos el examen final, que no es poco.
En la sexta puerta podemos aprender intelectualmente, con la mente, con la inteligencia, que “Dios nos ama”.
Sabemos que Dios nos ama, de la misma forma que sabemos que creó el mundo y etc. etc. “Soy amado por Dios” Este hecho es la raíz de todo lo demás que pueda acontecer al alma humana. Bien es verdad que acecha siempre la tentación de creernos protagonistas de nuestra vida de fe y comportarnos como si lo fuéramos. En este caso seguiremos cayendo en el pecado original, la soberbia.
Es la herejía pelagiana[lix], el mundo centrado en mí mismo, en yo, yo y siempre yo. De alguna forma la soberbia de creernos merecedores y artífices de nuestros avances supone el más absoluto freno y bloqueo de cualquier avance de la vida espiritual, dado que por ese camino, la acción de Dios sería tan minorada, que prácticamente llegaría a ser inexistente, que es lo que realmente ha sucedido en la historia de la Humanidad.
La sexta puerta es camino válido, siempre que no se quede en la exclusiva práctica religiosa convencional. La sexta puerta expresa la actitud del aquel (el joven rico), que es verdad, cumplía religiosamente todos los preceptos, pero no ve qué más puede hacer, porque todo está claro y legal en cumplir los mandatos y preceptos religiosos.
Una religión de cumplimiento dominical, está bien, pero no es suficiente si se quiere emprender el viaje de salida del Confinador, al encuentro primero de uno mismo, y segundo, al encuentro real con Dios, en esta vida.
Porque vamos a adelantar la clave principal de este viaje. La salida del Confinador es literalmente “vivir el Reino de Dios en la Tierra”. Esto, habitualmente no se suele explicar en misa dominical, centrada en ser buenos aquí, respetando todo lo respetable, para poder disfrutar de Dios en la vida eterna, minorar en lo posible nuestra estancia en el purgatorio, y que la Virgen Santísima se apiade de nosotros en este valle de lágrimas. Este es al menos el mensaje que percibo domingo tras domingo. Un mensaje de vida más o menos decente, centrada en purgar los pecados, para evitarnos una estancia nada cómoda y prolongada en el purgatorio, que nadie ha sabido explicar en qué consiste, pero parece que se conocen con bastante aproximación las duraciones de su estancia, según un detallado código penal y el catálogo de indultos por medio de las indulgencias
Estas seis puertas son las alternativas habituales que la vida dentro del Confinador nos ofrece para resolver los problemas de claustrofobia que nos provoca vernos, sentirnos confinados a espacios tan ridículos como el de nuestro pequeño mundo. En ninguno de los casos se sale realmente del Confinador; tan sólo en el sexto caso, el camino de salida se intuye, una vez hayamos muerto, pero no antes.
Cuando uno, repasando su vida, observa cómo de buena fe y sincero corazón, ha tratado de vivir una vida recta, cumpliendo la ley de los hombres y los mandamientos de la divina Ley; se ha pasado toda su vida frecuentando los sacramentos, practicando rezos y haciendo prácticas religiosas a todo dar, y no obstante es consciente, barrunta que “algo” le falta; va a los asesores religiosos y por respuesta le dicen que “más de lo mismo”, se interroga sobre ¿qué más se puede hacer? Esta parece ser una pregunta sin respuesta.
En el otro extremo están los desencantados y decepcionados de lo religioso, y creyendo que no creen, dejan y abandonan todo lo que huela a incienso, como si hubiera sido todo un tremendo cuento chino, del que afortunadamente han despertado, hasta convencerse que “esto es lo que hay”, lo que ven mis ojos, y aquí me he de quedar hasta que se nos acabe el royo vital y nos vayamos directo al hoyo de donde nadie saldrá para contarlo. A estos no les falta “algo”, les falta “todo”. ¡La anestesia espiritual hace milagros!
Quiero sin embargo, romper una lanza por la sexta puerta, la de la práctica religiosa convencional. Porque lo de convencional no lo aporta la Iglesia, lo aporta cada uno de nosotros, con un comportamiento ramplón, dado que, obsesionados por nuestros asuntos cotidianos, vemos esta práctica religiosa (sea de la religión que sea, aunque en mi caso, me refiero a la católica) vivida tan sólo como práctica, vacía de Vida Interior, no es que esté mal, pero es poco más que lo que uno se plantea para pagar la cuota del seguro de Vida eterna. No sé si eso sirve de mucho. Por eso, que esta práctica religiosa tenga un sentido más allá del “cumplo” y “miento”, depende realmente de la “respuesta del joven rico al desafío de Jesús”. Todo radica en comprender el significado de “vende todo lo que tienes”.

13.  La séptima puerta

La séptima puerta es diferente a todas las demás. La séptima puerta, entre otras cosas no se puede identificar con ninguna escotilla de emergencia, ni hay que moverse del asiento para acceder a ella.
El rótulo de la séptima puerta, dice así:
“En caso de emergencia, quédense donde están, que es la mejor salida”.
Es decir, la séptima puerta es una puerta hacia el interior, no hacia el exterior del Confinador.
Las otras seis puertas, incluida la sexta que se refiere a la práctica religiosa convencional, son puertas supuestamente hacia el exterior de tu pequeño mundo, una huida de la situación que vives, pero no sales del Confinador; en el fondo sigues en él, porque todo lo exterior a nosotros forma parte del Confinador, porque simplemente forma parte de “todo lo que existe” regido por el continuo espacio-tiempo. La séptima puerta se abre a otra dimensión, fuera del tiempo y del espacio. Se abre al desconocido mundo del interior de nosotros mismos, es la puerta hacia la Vida Interior, donde habita la Divina Realidad, sin que nosotros nos hayamos dado cuenta.
Si nos damos cuenta, las seis salidas son salidas hacia afuera de nosotros, hacia “hacer”, hacia “practicar”, “entrenarnos”, “adquirir habilidades y conocimiento”, “celebrar actos de culto”. Son alternativas “exotéricas”, es decir, de nosotros hacia afuera, para buscar la solución afuera. Hago notar que el cuerpo físico que tratamos de mantener bello y joven está también fuera de nosotros, es la cubierta física, biológica que nos da el soporte físico para deambular por aquí, por el Confinador. Y las capacidades, conocimientos y habilidades, también son recursos para relacionarnos “hacia afuera”. Es “yo” frente a todo lo que me rodea, que es distinto de mí. Incluso la sexta puerta es vivida por el común de las gentes como una puerta hacia afuera, hacia un Dios que está ahí, en el templo, en el sagrario, en una imagen, en un santuario al que hay que peregrinar.
Fijémonos que tradicionalmente a los católicos se nos suele dividir en católicos practicantes y católicos no practicantes. Los primeros son en pocas palabras los bautizados (con partida de bautismo en mano), que van a misas los domingos. Los segundos son los bautizados que no van a misa. Y ya está; nos quedamos tan panchos. Los unos son los buenos y los segundos son los tibios y flojos en la piedad. Aquí está, creo yo, la razón de que el poeta musulmán tuviera razón al decir que los cristianos tenemos una fe tan sincera como ingenua. Inclusive, ser practicante de comunión diaria y al salir de la iglesia bajar al arena del mundo dispuestos a competir con la daga entre los dientes por un puñado de dólares, hace que lo que me advertía una persona muy querida, “hijo, no te fíes de ese que es de comunión diaria”, puede que hasta tenga sentido.
Si la vida de fe se reduce tan sólo a prácticas religiosas basada esencialmente en lo ritual, nos estaremos acercando peligrosamente al significado etimológico de “fanatismo”, que viene del latín “fanum”, templo, que significa, perteneciente al templo. Una excesiva avidez por lo ritual, sin Vida Interior, convierte la vida de fe en ceremonias huecas y vacías de contenido. Al fin y al cabo, el templo, por muy sagrado que sea, es tal sólo un edificio de piedra o ladrillo. La práctica religiosa basada principalmente en ritos, es la canalización de lo sagrado, por muy solemne que sean las ceremonias.
Llegará el día en que ni aquí ni en Jerusalem adoraréis al padre, sino en espíritu y en verdad, le dijo Jesús a la samaritana.
La séptima puerta, que es la que nos introduce directamente en la espiritualidad desnuda de todo, da sentido a todo lo demás, hasta al fitness y a las diversiones de fin de semana.
La séptima puerta es la que da sentido a la propia Vida, y la que nos hace descubrir el sentido profundo que tiene la liturgia.
La gran paradoja que sufrimos los que tratamos de buscar la verdad, radica en que el escenario que se nos muestra ante nuestros ojos es como un holograma, que según se mire, podemos ver una imagen u otra; del mismo modo, la educación y la tradición nos muestra una misma realidad pero con dos caras. A ver si me explico. La primera es la que literalmente se nos muestra en el proceso de aprendizaje, y que trata de transmitir a todo ciudadano que abre sus ojos de niño al mundo, de qué va esto. Y es más o menos como lo hemos descrito, los trajines de la vida diaria y los conocimientos necesarios para competir (honestamente) por un pedazo de pan o un puñado de dólares. “Fíat homo”. Hágase el hombre dentro de un Confinador vital.
Lo que no se nos dice es cómo salir de él, cómo trascender a él. Porque todo está diseñado para pasar nuestros días y nuestras horas dentro de él, lo mejor que se pueda.
Esto que viene a continuación es tremendamente importante:
La aventura de la séptima puerta sorprende nada más descubrir sus características, primero, porque así te desojes buscándola, no la vas a encontrar como podrías encontrar las otras seis. Segundo, si la descubres, sorprende descubrir dónde está, en ti mismo, en tu interior, en lo más profundo de tu ser; por lo que acceder a ella supone no moverte del sitio, seguir viviendo en el Confinador, que es donde el Creador te ha puesto mientras vivas esta vida física, donde has de permanecer, porque tienes una misión que cumplir. Luego la séptima puerta no supone ninguna huida de ninguna parte hacia ninguna parte; vas a seguir viviendo la vida que vives, en las mismas circunstancias que hasta ahora; entre otras cosas, tendrás que seguir pagando impuestos a Hacienda; se siente.
Tercero, sin que nada cambie en tu pequeño mundo (donde seguirás viviendo), la transformación interior que vas a experimentar es absolutamente indescriptible; el plano de la Realidad que se te abre ante tus ojos, es inimaginable.
Y como valor añadido a todo esto, descubrirás que muchas cosas que hasta ahora no tenían sentido, son tan evidentes que te preguntarás “cómo he sido tan ciego”.
Para que todo esto sea Real, el alma ha de experimentar la iluminación, una experiencia de la que se habla poco en la práctica religiosa convencional, porque para una fe ritual no es necesaria, pero para vivir la espiritualidad en plenitud, sí.
Esta es la base de la segunda parte del libro, “fiat lux”.
Pero antes de adentrarnos en los fenómenos relativos a la iluminación, nos queda que tratar algunos asuntillos relacionados con el Confinador y la vida del ser humano en la tierra, “fiat homo”.

14.  Aquí no hay quien viva

Todas las puertas ofrecen un tratamiento sintomático a las penalidades de este mundo, penalidades que sentimos por el hecho de que la vida no nos es propicia, por el hecho de que este mundo no nos hace felices, como decía Bernard Shaw.
Somos egoístas guiñapos que no hacemos otra cosa que lamentarnos porque el mundo no nos hace felices.
Por eso, decimos entre dientes “aquí no hay quien viva”, “Esto es un desastre”, “todo está mal”. Más me valdría no haber nacido, para lo que te toca vivir…
O como dice la simpática Mafalda...
Hay que fastidiarse; con tanta gente como hay en el mundo y ha tenido que tocarme precisamente a mí, ser yo... (Quino)
O Miguelito...
Es inútil, nadie parece darse cuenta de que soy un buen tipo. (Quino)
O Confucio…
No debe afligiros el que los hombres no os conozcan. Lo lamentable es que no seáis dignos de ser conocidos por los hombres.

Esta es la reacción de todos aquellos que no saben ver más allá de sus ojos físicos y de su mente biológica, con la que sienten y piensan, encerrados en su personal cueva de Platón, en su Confinador. Y esta es la reacción, a pesar de cumplir con los preceptos religiosos, y hasta incluso, siendo de comunión diaria.
Esta es la gran paradoja. Decimos que creemos, pero en realidad a lo único que hemos llegado ha sido a aprendernos de memoria y a sugestionarnos sobre una serie de dogmas y principios doctrinales que, ni entendemos, ni los que supuestamente lo deberían entender, saben explicárnoslo, porque no sé hasta qué punto ellos alcanzan a entenderlo. Porque lo que han tratado de hacer ha sido intentar entenderlo intelectualmente hasta creer que comprenden el mismísimo misterio de la Pasión de Cristo. Esto lo explica Consuelo Martín diciendo que las enseñanzas religiosas no las escriben habitualmente los grandes maestros que han experimentado a Dios, sino teólogos y letrados con grandes conocimientos, pero probablemente sin grandes experiencias personales, lo que supone lo mismo que describir un paisaje sin haber estado allí. Es negar rotundamente la famosa frase de Aristóteles, “primum vivere, deinde filosofare”, primero vivir, experimentar, y después reflexionar, filosofar sobre lo vivido; pero si no se vive, si no se experimenta, es imposible predicar esa vida que no se ha vivido, aunque se haya estudiado en la Biblioteca del Vaticano. Si no se experimenta a Dios, si uno no descubre la propia vida interior, nada de lo que se diga puede sonar a veraz. El mundo está lleno de “enteraillos” que jamás han experimentado en su propia vida lo que predican.
Al final, las eternas preguntas siguen sin respuesta convincente, y terminamos enfrentándonos a la tragedia, al desengaño amoroso, a la pérdida del ser amado, a la ruina, a la desesperanza, a la pobreza, a la enfermedad, a la muerte, con nuestras propias fuerzas y con nuestras propias capacidades.
A medida que vamos avanzando en edad, y empezamos a estar de vuelta de las cosas, de los ideales, de las ilusiones; cuando hemos experimentado una y otra vez el fracaso de las aspiraciones frustradas; cuando vemos que la vida se nos va de entre las manos, y haciendo balance de lo que esperábamos de nosotros mismos y lo que hemos conseguido, ese balance muestra un impresentable resultado negativo, y contamos nuestras vivencias en clave de fracasos, con algún que otro alivio de algo que sorprendentemente nos haya salido bien, es en la medida en que los argumentos que sostenían nuestra vida se van desmoronando. Recuerdo que en mi juventud me jactaba de tener las ideas bastante claras, esto es así, lo otro es de la otra manera, sé de dónde vengo, sé a dónde voy…, etc. Mi recién estrenada filosofía de la vida más o menos consiguió estructurar bastante bien el escenario de mi existencia, aunque no siempre la imagen era totalmente nítida. Ahora el conjunto de ideas claras se ha reducido no a cero, pero sí a unas cuantas, muy pocas. Y todas obedecen a algo distinto de mí mismo.
Las distracciones que nos ofrece la sociedad, y hay para aburrir, no son otra cosa que un constante intento de externalizar la tristeza y la soledad, de ahogarlas entre música, espectáculos, hobbies, vicios, vacaciones y entretenimientos variados. Pero por mucho que intentemos acudir a métodos de algarabía, o por el contrario, a métodos de control mental, de sugestión personal, capaces de provocarnos un subidón de nuestra estima a base de convencernos de que “somos formidables”, siempre dejan lo que Teresa de Jesús denomina un “regusto de amargura”, como las aguas del Pozo de Jacob, al que tiene que ir una y otra vez la samaritana para calmar la sed.

15.  Yo puedo

Es el sentimiento trágico de la vida de Unamuno, que nos embarga insensiblemente, cuando sólo tratamos de bastarnos con nuestras fuerzas. Se nos enseña a tener un sueño, “yes, we can”; sí, nosotros podemos; sí, yo puedo, yo controlo, yo soy capaz de controlar mi vida y de alcanzar las metas que me proponga. Se nos convence de que tenemos en uso sólo un 10% de nuestras capacidades. Imaginémonos si tuviéramos disponibles el 100% de nuestra capacidad. Sería fantástico.
Total, que yo puedo, yo soy capaz, y lo que tengo que hacer es transpersonalizarme por la cuarta puerta para convertirme en un superhombre capaz de casi todo. Así seré feliz. Y así, cuando todos seamos superhombres, será feliz el mundo cuando todos seamos la repanocha de inteligentes. Entonces vendrá la paz y la solidaridad entre todos los pueblos de la Tierra, la apoteosis de la Humanidad ella solita. De ilusión también se vive, pero recordemos que el ilusionado es un iluso.
Esto dicho así, suena a chiste, pero es lo que todos ansiamos, que como reza la coral de la 9ª Sinfonía de Beethoven, “que todos los hombres lleguemos a ser hermanos”. Esta es la gran añoranza que todos deseamos, porque estamos llenitos de buenas intenciones, pues en el fondo todos somos buenos, y tenemos buen corazón; lo que sucede es que en las distancias cortas, cuando se trata de mi hacienda frente a la del vecino…, como que nuestra solidaridad y buenos deseos ponen un “pero” que se traduce en último término en que al final “todo el mundo va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío”. Así que un poco de lo mío para mí y un poco de lo tuyo para ti, al final todos contribuimos a que el mundo sea lo que es, un pequeño gran desastre donde en todo como hermanos, pero en el dinero… ya se sabe, como buitres.
¿Realmente yo puedo?
Tres cosas hay destructivas en la vida: la ira, la codicia y la excesiva estima de uno mismo. (Mahoma)
Y es que por mucho que le demos vueltas, tal y como estamos hechos y con las herramientas de que disponemos para ser conscientes de las cosas y sobre todo, de nosotros mismos, Milan Kundera, o Nietzche, tienen razón al hablar de la “insoportable levedad del ser”[lx].
Pero sin meternos en estos recovecos, hay algo mucho más pragmático en todo esto. Es el hecho de que somos un organismo vivo y consciente. De alguna forma, se nos ha colocado aquí con una herramienta biológica de la que somos responsables para vivir. Como a un gerente de una empresa se le confía la buena marcha del negocio, a nosotros se nos confía la buena marcha de nuestro negocio, del que me sospecho no somos dueños, sino meros administradores. De igual forma que al administrador se le aporta una serie de poderes y capacidades, (Alguien los llamó “talentos”), así a nosotros se nos dota de unos recursos para gobernar nuestro propio ser, en la etapa física actual. Somos por lo tanto un “ego”, un “yo”, que dispone de un nuestro organismo (nuestro ser biológico y psíquico completo), con una sola finalidad, aprender a ser.
Cuando el gerente de la empresa termina creyéndose que pasa de ser mero administrador de una vida otorgada en fideicomiso a ser el propietario absoluto (como pasó tras la caída del Telón de Acero en Rusia), y que puede hacer lo que le venga en gana con su vida, la cosa se complica, y se cambian las tornas. El “yo” se cree que el organismo es suyo, y lo pone a su servicio, es decir, (hacer-lo-que-me-apetece). Y no le deja en paz. Empieza a tocar aquí y allí hasta que termina estropeando su propia máquina. Los subsistemas orgánicos ya no hacen lo que tienen que hacer, sino lo que al “yo” le apetece. Pero como el “yo” es por definición etimológica un idiota (en terminología religiosa, un pecador), no hace más que fastidiarla continuamente, porque no deja que el organismo haga lo que tiene que hacer. En este sentido los animales son (o se comportan como si fueran) considerablemente más inteligentes que el homo sapiens sapiens.
Cuando el “ego” deja al organismo en paz, es decir, se deja en paz a sí mismo, y cada subsistema orgánico hace lo que tiene que hacer, el estado estable, el equilibrio se reestablece. Esto recuerda a cuando se nos estropea el coche, sobre todo estos modelos modernos que tienen una tecnología tan complicada, y nos atreviéramos a abrir el capó y meterle mano al motor para solucionar el problema. A parte de terminar de estropear el coche, no conseguiríamos otra cosa, teniendo finalmente que acudir a la grúa para que nos remolque el coche al taller.
Ser consciente de esto es difícil, porque de alguna forma nos hace perder muchos grados de libertad, que suponíamos teníamos y en realidad, no es así. Pero mientras creíamos que éramos dueños de nosotros mismos, nos hemos creído que podíamos hacer lo que quisiéramos. Y así nos ha ido.
“Eres dueño de tu destino”, se nos dice con acordes trompeteros queriéndonos hacer responsables absolutos de nosotros mismos. Es eso de la autoestima y del libre albedrío, que la Psicología lo coloca en la cumbre de la Pirámide de Maslow[lxi]. Sin embargo esta sentencia de plena libertad, lo que hace es estimular hasta el paroxismo el egocentrismo. Yo, yo y solamente yo. Yo hago, yo soy, yo tengo, yo valgo, yo siempre, yo estoy al mando, yo soy responsable de, yo todo. Yo lo tengo todo… tú no tienes nada, yo meo más lejos que tú… Etc.
No quiero, sin embargo, menospreciar el valor que la autoestima tiene, pues en algo está relacionada con un mandamiento de Dios, “ámate a ti mismo”. El amor a lo propio, a uno mismo es condición necesaria para poder amar a los demás. Existe un lenguaje ambiguo en la autovalOración, pues por una parte se nos impulsa desde los púlpitos a auto despreciarnos, a considerarnos pérfidos pecadores, por nuestras “grandísimas culpas”; incluso el Salmo 50 recita el “mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”, etc. Todo lo cual nos insta al menosprecio de uno mismo, pero por otra parte, la moderna psicología de William James, Alfred Adler, Maslow, Jung, Virginia Satir, y tantos otros, han descubierto que sabernos valorar en lo que realmente somos, saca mucho más fruto y partido de nosotros mismos, que el desprecio y la anulación. Los extremos en un sentido y en otro tienen en nosotros y en los demás efectos deletéreos. Un sacerdote, buen amigo mío me decía que la humildad es la virtud de reconocer tanto las virtudes como los defectos, y no el vicio de echarte basura encima.
Parece como si el Ego fuera otro gran error del Creador, ya que si funciona tan mal y de modo tan egoísta (ego – ismo), más habría valido no salir del natural estado animal, donde las leyes sistémicas parecen funcionar a la perfección. Parece como si la Naturaleza, hasta la llegada del ser humano funcionara de fábula, y al aparecer Adán y Eva la cosa se fuera al garete. La tradición judeo cristiana dice que fue todo culpa de Lucifer un ángel mal nacido, salido de no se sabe bien dónde (esto es dogma de fe en el catolicismo).
Pero resulta que Dios ha querido hacer un experimento con nosotros. Él sabrá por qué. Nos da un “yo” que tiene que aprender a ser, a saber quién es y cuál es su función en el profundo misterio de la existencia. Surge el “yo” cada vez que nacemos como elemento de consciencia a nivel terrestre, en el escenario del mundo físico, y tiene que aprender a centrarse y a identificarse con la entidad personal que trasciende este mundo, que está en nosotros, como parte del Eterno, a imagen y semejanza de Él. En el mundo físico tenemos conciencia de nosotros mismos, conciencia que suele ser definida como el conocimiento que el espíritu humano tiene de su propia existencia, de sus estados y de sus actos. Es la conciencia la que nos hace en determinadas ocasiones “ser conscientes” de la situación que vivimos. Y esto es un signo de madurez que enlaza con la teoría del libre albedrío

16.  El libre albedrío

Libre albedrío, si lo interpretamos como capacidad de elegir, lo que se dice tener, tenemos poco. Así que después de sentenciar que el Yo es una ilusión, que no somos nadie, tener a continuación que reconocer que no podemos hacer lo que nos apetezca, como que el asunto irrita bastante. Más de uno se puede cuestionar como inaceptable reconocer nuestro absoluto determinismo.
Pero alma de Dios… quieres decirme, desde que te levantas hasta que te acuestas, ¿cuántos actos realizas con absoluta y total libertad, sin que estén de un modo u otro condicionados por las circunstancias que nos determinan nuestra situación en la vida….? Nos cuestionaba Fidel Delgado en una de sus charlas.
Desayuno… ¿Por qué me da la gana o porque tengo hambre?
Me pongo el vestido o traje que quiero… De entre los que tengo en el armario, porque aquel que vi en la tienda de moda que me gustaba tanto no lo tengo porque no te lo pude comprar… era demasiado caro.
Me meto los dedos en las narices… ¿Por qué me da la gana o porque tengo un moco que me molesta?
Pero si todo lo que nos gusta, o es caro, o es inmoral o engorda… ¿De dónde nos sacamos que podemos hacer lo que queremos y nos viene en gana? Pero si tenemos la agenda llena de compromisos de trabajo, familiares, de amistades, etc. Pero si apenas tenemos tiempo para nosotros…
Pues cuando estoy de vacaciones – decimos- hago lo que quiero ¿De verdad? ¿Me voy a donde quiero o a donde me permite el bolsillo… Con o sin cuñada, suegra o tía que me fastidia las vacaciones?
¿Y los niños…? Cuando son pequeños nos tienen permanentemente atareados con sus cacas y pises, y con siete ojos, para que no les pase nada. Cuando están en la edad del pavo con sus problemas de tonteo y de querer ser mayores y libres. Y cuando son adolescentes ya ni te cuento. Pero si desde que nacen no te dejan en paz hasta que te mueres tú…
Somos esclavos del tiempo, adoradores de Cronos y del “tener que hacer…”. No podemos vivir sin agenda, sin PDA, sin móvil, el 90% de nuestro tiempo está lleno de obligaciones personales, familiares, profesionales y de compromisos con terceras personas. A medida que avanzamos en edad le vamos quitando cada vez más horas al sueño, porque tenemos que hacer…
Hasta el tiempo de ocio es obligado, porque si no estallaríamos en mil pedazos, como suelen hacer los japoneses que mueren por “karoshi” o muerte súbita por sobre presión y estrés laboral.
¿Quién puede decir que somos libres para hacer lo que queramos?
¿Dónde está el libre albedrío? Desde luego en nuestra capacidad de decisión voluntaria en nuestra vida diaria no.
¿Entonces?
Libre albedrío es la capacidad de elegir, entre asumir la responsabilidad total de mi vida, de erigirme yo en el dueño de mi destino y asumir las consecuencias, o reconocer mi incapacidad para gobernar mi propia casa y pedir “conscientemente” ayuda, y también asumir las consecuencias.
Este aserto choca frontalmente con el Sueño del Planeta, que nos zarandea para que seamos conscientes de que somos dueños de nuestra vida y responsable de lo que hagamos aquí, porque lo contrario parece ser propio de los pasotas e irresponsables. En el fondo, este mensaje de auto orgullo, oculta algo inquietante, “dependes de ti mismo, de tus fuerzas”, como mucho del apoyo que te preste la comunidad, pero no hay nadie en el plano espiritual al que acudir. En el fondo es una actitud atea.
En otras palabras, libre albedrío se reduce en decirle a la Divina realidad, a Dios, que se haga presente en tu vida, conscientemente, o negarle la entrada y decidir caminar solo. Es simplemente reconocer que necesitas ayuda para caminar, y suplicar esa ayuda desde lo Alto.

17.  Y vio Dios que todo era muy bueno

Dejemos de refunfuñar por nuestra mala suerte, vamos a serenar un poco nuestra mente y contemplemos un amanecer, una puesta de sol, el canto de los pájaros, la sonrisa de un niño, el beso apasionado de dos adolescentes, las olas del mar, cómo caen las hojas de los árboles en otoño, la serenidad del rostro de un moribundo que ha aceptado su destino, y tantas y tantas cosas bellas como la vida que se nos ha dado nos regala todos los días a todas horas. Y preguntémonos, estando nuestra mente y nuestro espíritu un poco, al menos, sosegados, si cabe la posibilidad de que “todo sea muy bueno”.
31 Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: día sexto. Gen. 1, 31
¡Oh, sorpresa! A pesar de todos estos problemas, estamos hechos de la misma esencia que el Eterno, somos su misma esencia.
Y esto es así entre otras cosas porque si no, no viviríamos.
Tenemos que reconocer que en este teatro que es el mundo, el Confinador, nos ha tocado hacer muchas idioteces, pero hemos de hacerlas dignamente.
Y por supuesto, sonríe, por favor. Que el que hace sonreír, merece el paraíso, en palabras de Mahoma.
Porque tú eres el resultado de millones de años de evolución y estás muy bien hecho.
Esto es lo más serio que se puede decir de nosotros mismos, en palabras de Fidel Delgado.
Dios se expresa en lo que ves. Ahí está. Frótate los ojos y le verás.
Esto se llama revelación y la actitud del que la recibe se llama “contemplación”. Es ser conscientes de que lo único que se te pide es confianza, que los acontecimientos los pone Él. Es lograr creer para poder ver. Y no al revés.
La diferencia entre mirar y ver depende de algo que se nos da, si estamos dispuestos a hacer buen uso de ese don. Se llama luz.
En medio de la noche, podemos desojarnos tratando de mirar por todas partes, pero no conseguimos ver nada, por mucho que nos esforcemos. Si no se hace la luz, nos es imposible ver. Alguien nos tiene que acercar la lámpara ara ver algo, o simplemente, ha de amanecer para que el gran Sol nos bañe con su espléndida luz.
Es tan importante comprender que este mundo en el que hemos sido depositados es donde debemos estar, que el Confinador, o este valle de lágrimas, o nuestro pequeño mundo, o el Planeta, o como cada uno lo quiera denominar (al fin y al cabo lo de Confinador no es ni más ni menos que un símil para entendernos), es el invento de Dios para que nosotros aprendamos a ser; que es condición sinequanon para poder iniciar nuestro viaje hacia nosotros mismos, hacia las moradas interiores, para empezar a descubrir las sendas de nuestra Vida Interior junto a Dios. No tenemos que huir de ninguna parte, porque todo está bien, está siendo lo que tiene que ser, Dios está detrás de todo lo que acontece. Nos parezcan los acontecimientos buenos o malos, Dios está ahí.
Decía François Fenelón, que el séptimo don del Espíritu Santo, el temor de Dios, no significa tener miedo a la ira de Dios, sino el respeto que tiene alguien que depende de un ser superior que le sostiene con sus manos para no caer en el abismo, como un recién nacido descansa en brazos de su padre.
Si no aceptamos esta Divina Realidad en nuestra vida, en nuestro Confinador, no tiene sentido enfocar nuestra vida hacia nuevas sendas de perfección.
El discurso que sigue en el resto del libro, sólo tiene sentido, si para ti la Divina Realidad supone un inquietante interrogante, Algo o Alguien que puede sea consustancial en tu vida. De no ser así, te deseo una feliz estancia en el Confinador, porque quieras o no quieras, lo admitas o no lo admitas, Dios está en lo más profundo de ti, y en tu derecho de hacer uso del libre albedrío, puedes darle la cara o la espalda; pero en cualquier caso, Él siempre está en lo más profundo de tu ser.
Creer que este Mundo es un desastre, es reconocer que a Dios, este invento de la Creación le saló defectuoso; ¡vaya!, mejor hubiera sido no haber creado nada, porque para lo que le ha servido… Lo de un valle de lágrimas, es como echarle en cara a Dios el simple hecho de habernos creado. ¿Para qué, para sufrir? Más nos valdría no haber nacido. Ir predicando el desánimo y la visión trágica de la vida, no sé hasta qué punto no es pecar de escándalo, y “hay quien escandalizare a uno de estos pequeños, más le valdría atarse una rueda de molino al cuello, y tirarse al mar, o más le valdría no haber nacido”, nos dice Jesús.
Nos enseñan desde pequeño y nos repiten en cada homilía de los domingos, que Dios nos ama y que Cristo dio su vida por nosotros. Saber esto está bien, primero porque con ello aprobamos en su día el examen para hacer la primera comunión, y así poder celebrar, además, la fiesta y los regalos que nos hicieron nuestros abuelos y nuestros tíos. La cosa no pasa de ahí, a pesar de las catequesis, a no ser que experimentemos en nuestro interior, que realmente Dios nos ama. Entre saber que Dios nos ama, y ser plenamente conscientes y experimentar cómo Dios nos ama, existe un abismo prácticamente insalvable, a no ser que seamos plenamente conscientes de esta realidad.
Pues bien, la diferencia entre saber que Dios nos ama y experimentar cómo nos Ama Dios, es la diferencia entre considerar este mundo un cenagoso y maloliente valle de lágrimas o la más maravillosa aventura que nos podamos imaginar.
El salto de una a otra situación supone un proceso que tradicionalmente se asemeja a un camino. Es como siempre un símil para entendernos, porque lo que en realidad sucede es una transformación del espíritu, un despertar a la Divina Realidad.

18.  La primera parte del Camino.

Lo expuesto en esta primera parte, “fiat homo”, voy a tratar de asemejarlo a la primera parte del Camino Francés.
A poco que hayamos oído hablar del Camino de Santiago, sabemos que en la actualidad está bastante de moda. Yo conozco a gente de toda condición y creencia, e incluso atea, que se ha animado a hacerlo, por muy diferentes razones. Unos porque esperan rezarle al Apóstol al llegar a Santiago, otros por motivos culturales, pues el Camino es la ruta del Románico español; otros por deporte, otros por diversión o porque está de moda, o porque es una forma barata de pasar las vacaciones y conocer sitios y gente, y otros por tener una experiencia de Vida Interior. Hay peregrinaciones multitudinarias, y otras de grupos y otras individuales. En cualquiera de los casos, para sentir la vivencia del Camino, el espíritu ha de ir en silencio y soledad. Lo demás se parece más a una actividad divertida. No obstante es lícito cantar con guitarras en las noches con otros peregrinos, y tomar unas cervezas en los bares de los pueblos al paso.
En la práctica, todo ser humano, a poco que se interrogue sobre sí mismo, comienza su particular Camino, y en la mayoría de las ocasiones, sin saber muy bien por qué lo hace. El hecho cierto es que en Roncesvalles se reúnen multitud de peregrinos dispuestos a caminar.
¡Adelante peregrinos! Es el grito de arranque que Sebastián Gaya, iniciador de Cursillos de Cristiandad, lanza a todos aquellos que se deciden caminar por la senda de Cristo. ¡Buen Camino! ¡Ultreia! Exclaman otros. Todos los buenos deseos  sean bienvenidos para todos aquellos que se lanzan a tumba abierta a salir de su tierra y caminar por las sendas de la vida en busque de un país que suponen encontrar.
Amigo, por si no te has dado cuenta, el relato a continuación, está escrito en clave totalmente simbólica.
El peregrino en Roncesvalles está dispuesto a todo. No está excluido un cierto temor de no saber si se podrá, pero el entusiasmo supera todos los temores, de modo que habitualmente entre brumas y llovizna se sale en sentido descendente hacia Burguete y Viscarret. Al principio todo fácil hasta que el Camino nos presenta la primera dificultad, el Alto del Erro. Subida moderada, pero gran bajada hacia Zubiri. El resultado es al final una primera etapa literalmente brutal, donde las tendinitis, ampollas y rozaduras hacen su aparición, en algunos casos con violenta intensidad.
Uno siente cómo en estos recorridos iniciales, se las prometía muy feliz, pero nada más empezar surgen las primeras dificultades, las primeras desilusiones.
Acostumbrados como estamos a que las cosas salgan a nuestro deseo, ver como la naturaleza nos hace arrodillarnos ante las primeras de cambio, es duro para nuestro ego.
Es tan frecuente comenzar una aventura de este tipo y creer que tú lo puedes todo, que la gente de poca entereza, en Zubiri, con los pies destrozado de ampollas, se piensa muy mucho seguir. Se creían que iba de farol eso de caminar. Nosotros hemos visto a un número importante de gente, darse media vuelta y volver a casa tras la primera etapa.
Llegar a Zubiri con ampollas como habas y con las rodillas ardiendo, lo que nos dice es que, no podemos dejarnos llevar por el desmedido entusiasmo de haber descubierto el Camino hacia Dios (o hacia donde quieres encaminar tu vida personal), el nuevo estilo de vida que nos han enseñado en cualesquiera experiencia religiosa o espiritual que accedamos vivir.
Tras la primera cura de humildad, que puede verse agravada incluso con tener que dormir en un polideportivo por falta de literas en el albergue, nos queda llegar a Pamplona, y a Zizur menor, que aunque no es tan duro, no deja de suponer una etapa de casi 25 kilómetros.
Ya en esta etapa se producen los primeros abandonos, de peregrinos que ven cómo esto es más duro de lo que parece, y al llegar a Villaba se cogen un taxis para regresar a su antigua vida.
Estas etapas, para cualquiera que no se haya esforzado en el ejercicio del amor con sus múltiples matices, escucha, confianza, voluntad de amar, aceptación, entrega, abnegación etc., no dejan de suponer una muy dura prueba para todo aquel que está acostumbrado a dar tan sólo unos pasos al día con zapatos de tacón o calzado de calle, y sin despeinarse. Las ampollas, las rozaduras y las tendinitis son el Sacramento de nuestras heridas del alma, la humillación que supone la desilusión ante las primeras dificultades, ante la repetición de los conflictos, de las tensiones de la vida diaria, y ver que tus aparentemente grandes fuerzas no son tales.
Pronto Dios nos ofrece un perfecto banco de pruebas para ensayar nuestra capacidad de auto superación. Se trata del Puerto del Perdón, al sur de Pamplona, con una naturaleza que deja atrás ya las frescas umbrías pirenaicas, para anunciar los rigores del duro paisaje castellano. Es un puerto de no demasiada dificultad en el ascenso, si tienes potencia cardio-respiratoria, pero de brutal pendiente de bajada que terminará por llevar a cabo la selección natural entre aquellos que deciden afrontar las durezas del camino, de los que se acuerdan de las comodidades de su hogar, que añadidas a las ya graves lesiones de pies y rodillas, les obligarán en Puente la Reina a cogerse un autobús de vuelta a casa.
Un hecho importante que acaece durante la primera vía es la convergencia de otros caminos. Por ejemplo, en Óbanos se unen el Camino francés y el aragonés, en Logroño se une el que viene de Zaragoza y Barcelona, en Santo Domingo de la Calzada se une el vasco. Y por ellos peregrinos de otros lugares se unen. Esto puede molestar a los ortodoxos de la fe y a los integristas que piensen que el auténtico Camino es el que viene de Roncesvalles. De igual forma, a veces al caminante de esta vida le fastidia que de otras culturas, religiones y tendencias se pretenda incorporarse al camino que marca la ortodoxia católica.
Pensabas que ibas a ir con los tuyos, con los de tus mismas creencias, y mismo idioma, y a duras penas puedes hablar con nadie, porque resulta que estás rodeado de peregrinos de otros países, franceses, alemanes, italianos, polacos, ingleses, japoneses, australianos, etc. Y no necesariamente católicos.
Así termina, al cruzar el Ebro, en Logroño, más o menos la vía purgativa, donde el alma se da cuenta lo que vale un peine, y que no sólo con el inicial entusiasmo es posible caminar. Entiende que es necesario superar la desilusión de las ampollas, rozaduras e incomodidades de los albergues y los madrugones, para recorrer todos los días 25 kilómetros de un camino cada vez más monótono en el paisaje. Esto no es lo que uno se imaginaba. Pensábamos que sería más divertido.
Lo genial del Camino es que mide a todo el mundo por el mismo rasero. Aunque también aquí podemos hacer un Camino a la carta, por ejemplo, alquilando el servicio que nos lleva el macuto de albergue a albergue, o alojándonos en hoteles de tres y cuatro estrellas, en vez de en los incómodos albergues. Y es que algunos pretenden hacer el Camino como la princesa de Éboli vivir en el convento de Pastrana, rodeada de servidumbre.
Esta primera parte, que yo asemejo a la vía purgativa, se denomina así, porque es donde el peregrino purga su soberbia, mientras se fortalece para afrontar la travesía del desierto, que es lo que vivirá en la vía iluminativa.
Santa Teresa de Jesús, asemeja los primeros compases de la experiencia de Vida Interior, como el hortelano que se ve obligado a sacar el agua del pozo con sus propias fuerzas, o al describir las moradas, se refiere a las dos primeras, como aquellas en las que el alma ha de darse cuenta de quién es en realidad. Aquí de lo que se trata es de descubrir que tenemos un alma. Con esto vamos sobrados, porque en realidad, vivimos tan inmersos en nuestros asuntos cotidianos, que ignoramos completamente la existencia de nuestra propia alma.
La vía purgativa tiene como objetivo final, la purificación del alma para llegar a la unión con Dios[lxii], esto es en términos que podamos entender, descubrir nuestro Yo profundo, nuestra Vida Interior, nuestro propio camino. Y para eso, el término “purificación” está perfectamente elegido, porque consiste en iniciar el vaciado de uno mismo, de todas las cosas que son añadiduras. Y vive Dios que el Camino no es fácil, ya lo hemos visto. No son grandes dificultades, para las que se avecinan, pero suficientes como para que nuestra soberbia reciba una descomunal sacudida, tan grande como para que ni se nos ocurra ponernos delante de nadie a decir que somos superiores, ni mucho menos delante de Dios, enorgulleciéndonos de que no somos como esos infelices publicanos.
10 «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. 11 El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. 12 Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.” 13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” 14 Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»
 Lc 18, 12-14
Puesta esta Oración en términos actuales, podríamos decir: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de hombres pecadores e infieles, cumplo con mis prácticas religiosas, pongo una equis en la declaración de Hacienda, y rezo por los infieles que no han sido bautizados. Y etc, etc.
El Camino sólo se puede recorrer con buena voluntad y sincero corazón, pero sobre todo como un sincero encuentro contigo mismo.
En terminología teológica, a los que empiezan en Roncesvalles, se les califica de principiantes o incipientes;
Aquellos que viviendo habitualmente en estado de gracia, tienen algún deseo de perfección, pero aún conservan afecto al pecado venial y están expuestos a caer de vez en cuando en algunas faltas graves.
Tankeray
Teresa de Jesús asocia la vía purgativa con las primeras y segundas moradas.
Si alguna vez atinasen a decir algo con sentido, que no fuera pedir por lo que ellos consideran necesario desde el punto de vista sólo material, entrarían en las primeras piezas; pero con tanta sabandija metida en sus asuntos, están tan ocupados en sus propios negocios, que sólo miran al suelo donde están estos, que no aciertan a levantar la cabeza para contemplar aunque de lejos, la hermosura del Castillo que el Señor les tiene reservados, si quisieran atender en algo a su llamada. Pero el simple hecho de balbucear algún que otro rezo les permiten entrar en la primera morada, y con ello aceptar que tienen Vida Interior y un camino que recorrer hacia Dios.
Teresa de Jesús. Moradas primeras
Seamos conscientes de que empezamos el Camino en el Roncesvalles de nuestra vida (cada cual que lo sitúe donde lo sienta), con un macuto que pesa un horror, arrastrando un peso brutal, que aprenderemos a reconocer que no nos sirve para nada. Comenzamos con tantas cosas encima, con una armadura oxidada por el tiempo, de modo que cuando nos miramos al espejo, eso que vemos no somos nosotros[lxiii]. No hay forma de recorrer la vía purgativa, sin reconocernos débiles, insuficientes, pecadores, en una palabra, sin someternos a una profunda humillación.
Humillar viene de “suelo”, humus, limpiar el suelo de rastrojos, de sabandijas y maleza que impide que la buena semilla pueda crecer. Nuestra fábrica personal, tan sólo es capaz de que crezca monte bajo, con muy poco valor.
La conclusión de esta vía, es terminar siendo conscientes de que somos pobres peregrinos de la vida, que no hacemos más que meter la pata a todas horas, y que necesitamos ayuda. A cada paso, la vida nos enfrenta a cumbres que superar y ríos que cruzar. Y no nos damos cuenta de que las fuerzas que tenemos para subir y bajar, o los puentes que podemos usar para atravesar las aguas, no proceden de nosotros. Alguien los puso allí para cruzar, o alguien colocó multitud de flechas amarillas para no perdernos.
Cruzar el Ebro en Logroño supone aceptar simplemente que “necesitamos ayuda”, lo que supone el primer rayo de auténtica iluminación.



[i] Teresa de Calcuta. Escritos esenciales. Sal Terrae. Santander 2002. La Madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, fue testimonio vivo de amor a Jesucristo por su entrega total a servirle en los "mas pobres entre los pobres". Su ejemplo ha sido un reto a la conciencia de la humanidad. En un tiempo marcado por la rebelión, la Madre Teresa defendió fuertemente la fidelidad al magisterio de la Iglesia, la santidad de la vida humana, la familia y la moral. Nos enseñó la verdadera dignidad de la mujer convirtiéndose en madre de todos. Nos enseñó que la mayor pobreza la encontró no en los arrabales de Calcuta sino en los países más ricos cuando falta el amor, en las sociedades que permiten por ejemplo, el aborto: "Para mí, las naciones que han legalizado el aborto son las más pobres, le tienen miedo a un niño no nacido y el niño tiene que morir"
[ii] Las cruzadas vistas por los árabes. Libro escrito por Amin Maalouf, editado por Alianza Editorial en ediciones sucesivas desde 1989 hasta 2007, donde describe el desarrollo de las cruzadas desde la perspectiva del supuesto enemigo, los árabes. A uno se le saltan las lágrimas de imaginarse las masacres inconcebibles que describen esa gente, hasta entonces pacífica, y que el conflicto generado por los cristianos europeos obligó a que despertase en ellos la violencia de un tigre, que ha llegado hasta nuestros días. Abul-Ala Al-Maari (conocido en el mundo anglosajón como Al-Ma’arri y en el francófono como El-Maari) fue un poeta y filósofo sirio (973-1057). Nació en la ciudad de Maarat, de donde deriva su nombre. Se caracteriza por su originalidad y su visión pesimista. Avanzó ocho siglos el pensamiento atribuido en el mundo occidental a Schopenhauer.
[iii] Mahatma Gandhi. Amor incondicional. Errepar Ediciones. Ante un mundo saturado de odio y falsedad, negador de la compasión y la tolerancia, el amor incondicional sigue siendo el principio básico de convivencia universal y, al mismo tiempo, la más subversiva de las militancias. Esta selección de ideas preclaras, realizada por el poeta Miguel Grinberg, da cuenta de esa voluntad.
Ref: http://www.lsf.com.ar/libros/04/REFLEXIONES-SOBRE-EL-AMOR-INCONDICIONAL2/
[iv] Meister Eckhart de Hochheim O.P. (Tambach, Turingia, 1260Colonia, 1328), más conocido como Meister Eckhart en reconocimiento a los títulos académicos obtenidos durante su estancia en la Universidad de París (Meister significa "maestro" en alemán), fue un monje dominico, conocido por su obra como teólogo y filósofo y por sus visiones místicas.
[v] Hipatia  (355 ó 370 - Alejandría, marzo de 415 ó 416[1] ) fue una filósofa y maestra neoplatónica romana, natural de Egipto,[2] que destacó en los campos de las Matemáticas y la Astronomía,[3] miembro y líder de la Escuela neoplatónica de Alejandría a comienzos del siglo V. Seguidora de Plotino, desdeñaba el misticismo y se centró en estudios lógicos y ciencias exactas, llevando una vida ascética. Educó a una selecta escuela de aristócratas cristianos y paganos que ocuparon altos cargos, destacándose el obispo de Ptolemaida, Sinesio de Cirene, que mantuvo una importante correspondencia con su maestra, Hesiquio el Hebreo y Orestes, que llegaría a ser prefecto imperial de Egipto. Hipatia murió a una edad avanzada, 45 ó 60 años (dependiendo de cuál sea su fecha correcta de nacimiento), horrendamente linchada por una turba de cristianos enfervorecidos, en el marco de la hostilidad cristiana hacia el declinante paganismo y las luchas políticas entre el patriarcado alejandrino y el poder imperial, representado en Egipto por el prefecto Orestes, ex alumno de la filósofa. Wkp.
[vi] ¿El infierno es endotérmico o exotérmico? Anéctota bastante graciosa, que surgió en la facultad de Valladoliz en un examen de Física, donde el profesor puso esta pregunta. La respuesta se puede leer en http://www.enplenitud.com/nota.asp?articuloID=6720
[vii] New Age. La Nueva Era es un fenómeno cultural de proporciones planetarias, que comenzó a manifestarse en la década de los años sesenta, a tenor del fenómeno astronómico denominado “precesión de los equinoccios”, por el que el Sol está comenzando a entrar, en el momento del equinoccio de primavera, el 21 de Abril, en la constelación de Acuario. Según los promotores de la idea, Acuario releva a Piscis (con su filosofía dual de la vida) por una visión más espiritual e integral, donde el monismo (Unidad) configure un sentimiento universal de comunidad. En este sentido el pensamiento advaita está tomando una gran fuerza en el sentir de todos aquellos que piensan que “algo se está moviendo por fin en este mundo”.  Lo que encierra el monismo advaita no es la primera vez que intenta su incursión en Occidente. En el Siglo XVI Giordano Bruno representó la primera reacción monista en Occidente, contra el clericalismo medieval. Su monismo derivó en panteísmo que a su vez influyó en Spinoza (1632 – 1677) En esa época, recordemos, surge una inusitada corriente mística en el seno de la Iglesia, con San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús como principales exponentes, cuyas tesis se aproximan muchísimo a la noción de Dios como absoluto y la fusión del alma con Dios como objetivo del Camino de perfección. Otro exponente importante del monismo cristiano fue el Maestro Eckhart (1260 – 1327). Tanto él como Teresa y Juan de la Cruz fueron perseguidos por la Inquisición, y en concreto, al morir Teresa de Jesús, se iniciaron dos expedientes paralelos, el de excomunión por la Inquisición y el de beatificación por el Vaticano. Ganó, el Vaticano, y ahora Teresa de Jesús es Santa y no una excomulgada más. La Nueva Era, en su perspectiva más constructiva parece generar una iniciativa espiritual de un gran calado. Pero también tiene su lado oscuro, que es el generado por todos aquellos que ven en ella una fabulosa fuente de negocio. La Iglesia católica rechaza de plano este movimiento planetario, advirtiendo a los católicos del peligro que comporta, de deslizarnos sin darnos cuenta hacia uno de los mayores enemigos de la Iglesia, el gnosticismo.
[viii] Textos bíblicos. Tomados de la versión electrónica en PDF de la Biblia de Jerusalem.
[ix] Sufismo o Tasawwuf. ha sido definido como el Camino del Amor o del Corazón. A la palabra 'Sufi" se le han atribuido varios orígenes, entre ellos palabras que significan ' pureza' y ' sabiduría'. El sufi, entonces es alguien que ha descartado todo lo que no pertenece a su esencia más íntima, y que ha cultivado el jardín del corazón, ya que no hay otro lugar para que la sabiduría crezca. Un sufi es un hombre con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo. Un sufí es el equivalente islámico a un místico cristiano.  
Ref: http://www.personarte.com/sufismo.htm
[x] Tankeray. Compendio de teología ascética y mística. Ed. Palabra. Madrid, 2002. Es uno de los más conocidos manuales en esta materia. Adolphe Tankeray fue sacerdote francés (1854-1932), doctorado en teología dogmática. Su recuerdo fundamental se basa en esta obra, que es un referente obligado si se pretende estudiar de un modo sistemático  el legado de los grandes místicos de la cristiandad.
[xi] Fidel Delgado Mateo. Psicólogo clínico que conozco personalmente. Es un gran divulgador de la Filosofía perenne. Básicamente su actividad divulgadora se centra en seminarios y conferencias sobre espiritualidad. Colabora asiduamente con el Centro Tomillo de Madrid. Personalmente para mí ha sido una poderosa fuente de inspiración y reflexión. Desde hace 28 años trabaja con el personal sanitario de hospitales en distintas comunidades autónomas, para entrenarlos en cómo enfrentar la muerte y como incorporar el sentido del humor en su práctica cotidiana. Realiza cursos sobre “Saber vivir el morir” “La risa y el sentido del humor”, etc. Colabora con el Proyecto Hombre. Ha publicado varios libros sobre “El juego consciente”
[xii] Alan Watts, el camino del Zen. Ed, Edhasa. Madrid. El Zen, la variante japonesa del budismo, según muestra Watts en esta obra, tiene mucho que ofrecer al hombre occidental de nuestro tiempo, ya sean propuestas de actitudes vitales o pautas de comportamiento. En este amplio estudio, Watts traza los rasgos principales de esta filosofía de un modo claro, ameno e instructivo, pero también riguroso, y analiza los puntos de contacto del Zen con el Tao y el budismo indio, con lo que, al cabo, consigue dar al lector una imagen clara, concisa y fiel del pensamiento Zen. Esta obra de Alan Watts está considerada en el ámbito académico como una de las más serias y documentadas acerca del Zen.
[xiii] Las tres vías del camino interior. El proceso de perfección del alma humana, según la mística cristiana, pasa esencialmente por tres fases, que los místicos denominan las tres vías de la vida interior. La primera es la vía purgativa, donde el alma trabaja para purgar y eliminar en lo posible sus vicios y defectos. La segunda es la vía iluminativa, un periodo bastante prolongado, en la que es ya Dios el que empieza a someter al alma a pruebas de resistencia, con las denominadas sequedades o periodos de aridez. Es la travesía del desierto. Y por último, la vía unitiva, es el período final en el que el alma, ya purificada, entra en una relación de total unión con Dios, y donde ella ya no trabaja, sino que es Dios el que obra todas las mercedes o pruebas. Se suele denominar también la noche oscura del alma. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz son los dos místicos que mejor han descrito en sus obras este proceso de purificación espiritual.
[xiv] Leonardo Boff. Sacramentos de la Vida. Este es un delicioso librito, escrito por uno de los padres de la Teología de la liberación, donde se explica de una forma muy sencilla el significado de sacramento, más allá de lo que suponen como elementos de culto. Un sacramento de la vida es cualquier cosa que para ti tenga un significado profundo. El camafeo de tu abuela, una foto de tu hijo recién nacido que conservas tras muchos años, el vaso de aluminio en el que bebías cuando hacías excursiones con el colegio. Qué se yo, todo aquello que forma parte de tu vida y que te evoca recuerdos y que ese recuerdo te hace elevaerte por encima de las cosas. Todo aquello que evoca lo que para ti es sagrado.
[xv] Sebastián Gayá. Etapas de un peregrinar. CTR Gráficas, Madrid, 2004. Yo no he conocido al padre Sebastián, murió el 27 de  diciembre de 2007, a los 94 años de edad, dos meses después de vivir el Cursillo al que fui invitado. Por referencias de los que si le han conocido y disfrutado de su presencia, se que ha sido un exponente ejemplar de lo que es el nuevo mensaje de la Iglesia a los jóvenes. Canónigo chantre de la Catedral de Palma de Mallorca, fue el promotor o uno de los iniciadores del movimiento de Cursillos de Cristiandad, en 1947 tras la organización de la primera peregrinación nacional a santiago de Compostela, basa sus enseñanzas en la vida como peregrinar, así que ver la vida como una senda hacia el Padre, tal y como reflejo en este libro, coincide con su enfoque de la vida cristiana.
[xvi] Ignacio Larrañaga. Muéstrame tu rostro. Ed. Paulinas. Madrid 1979. Este es un libro que desvela todo el itinerario hacia Dios, desde los primeros pasos hasta las últimas profundidades de la contemplación. Aborda etapas y dificultades, desde la aridez del desierto, el silencio de Dios, la noche oscura del alma hasta los momentos de consolación. Es un compendio de la mística carmelita de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, amén de lo aportado por otros muchos maestros.
[xvii] Carl Honoré. El elogio de la lentitud. RBA. Barcelona 2004. (Un movimiento mundial que desafía el culto a la velocidad) El movimiento Slow es una corriente cultural que promueve calmar las actividades humanas. El movimiento Slow propone tomar el control del tiempo, más que someterse a su tiranía, y encontrar un equilibrio entre la utilización de la tecnología orientada al ahorro del tiempo y tomarse el tiempo necesario para disfrutar de actividades como dar un paseo o compartir una comida con otras personas. Los ponentes de este movimiento creen que, aunque la tecnología puede acelerar el trabajo, así como la producción y distribución de comida y otras actividades humanas, las cosas más importantes de la vida no deberían acelerarse. El movimiento Slow comenzó cuando, en protesta por la apertura de una tienda de McDonald's en la Piazza di Spagna (Roma), se creó la organización Slow Food. Todavía recientemente en occidente era costumbre tomarse un día de descanso porque todas las tiendas estaban cerradas los domingos. Sin embargo, la actual tendencia a trabajar las 24 horas del día, presente en muchas partes del mundo, ha perturbado esa tradición. En la actualidad, dado que las personas pueden hacer cualquier cosa en cada momento, algunos piensan que deben hacer cosas a todas horas. El movimiento Slow reacciona contra ello mediante la exaltación de los valores de disfrutar y saborear la vida. En contra de algunas tendencias asociadas al término despacio, los partidarios del movimiento Slow animan a la actividad, más que a la pasividad. El enfoque de este movimiento, por lo tanto, está en ser selectivos en la actuación, y en ser plenamente conscientes de cómo invertimos nuestro tiempo. (Wikipedia)
[xviii] Plinio A. Mendoza, Alvaro Vargas Llosa. Fabricantes de Miseria. Plaza y Janés
[xix] Galileo Galilei (Pisa, 15 de febrero de 1564[4] - Florencia, 8 de enero de 1642[1] [5] ), fue un astrónomo, filósofo, matemático y físico que estuvo relacionado estrechamente con la revolución científica. Eminente hombre del Renacimiento, mostró interés por casi todas las ciencias y artes (música, literatura, pintura). Sus logros incluyen la mejora del telescopio, gran variedad de observaciones astronómicas, la primera ley del movimiento y un apoyo determinante para el copernicanismo. Ha sido considerado como el "padre de la astronomía moderna", el "padre de la física moderna"[6] y el "padre de la ciencia". Ref http://es.wikipedia.org/wiki/Galileo_Galilei
[xx] Modelos de realidad. L.W. Bertallanffy. Teoría General de Sistemas. Fondo de cultura económica. Madrid, 1978
[xxi] Philips Morrison. Potencias de Diez. Ed. Prensa Científica. Barcelona 1980
[xxii] La Nube del desconocer, libro anónimo, del que se desconoce su autor y fecha, que trata de los misterios de la ignorancia del espíritu y el proceso de liberación.
[xxiii] Wu Li. Es Física en chino, y el título de un libro sobre el apasionante estado actual de la Física moderna.
[xxiv] Principio antrópico (de anthropos, hombre en griego), Es un principio que se suele enunciar como sigue: El mundo es necesariamente como es porque hay seres humanos que se preguntan por qué es así  En cosmología el principio antrópico establece que cualquier teoría válida sobre el universo tiene que ser consistente con la existencia del ser humano. En otras palabras: "Si en el Universo se deben verificar ciertas condiciones para nuestra existencia dichas condiciones se verifican ya que nosotros existimos". Los diferentes intentos de aplicar este principio al desarrollo de explicaciones científicas sobre la cosmología del Universo han conducido a una gran confusión y elevada controversia. Stephen W. Hawking, en su libro Historia del tiempo, habla del principio antrópico aplicado al tema del origen y formación del universo. Hawking dice: "vemos el universo en la forma que es porque nosotros existimos". Expone que hay dos versiones del principio antrópico: la débil y la fuerte. Sobre el tema de la formación del universo, concluye diciendo que si no fuese como es (o que si no hubiese evolucionado como evolucionó) nosotros no existiríamos y que, por lo tanto, preguntarse cómo es que existimos (o por qué no "no existimos") no tiene sentido. El Principio antrópico cosmológico también es el título de un controvertido libro de John D. Barrow y Frank J. Tipler publicado en el año 1986 en el que se expone la versión más fuerte del principio antrópico la cual implicaría la aparición forzosa de vida inteligente como consecuencia cosmológica de la evolución del Universo. El razonamiento de Barrow y Tipler es para muchos científicos sin embargo un razonamiento puramente tautológico. En efecto, el principio antrópico en su forma más básica se puede considerar casi un truismo ya que indica que cualquier teoría sobre la naturaleza del universo debe permitir nuestra existencia como seres humanos y entes biológicos basados en el carbono en este momento y lugar concretos del universo. (Wikipedia)
[xxv] Bertrand Russell  Filósofo y matemático británico, galardonado con el premio Nobel, cuyo énfasis en el análisis lógico repercutió sobre el curso de la filosofía del siglo XX. Nacido en Trelleck (Gales), el 18 de mayo de 1872, Russell estudió en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Tras graduarse en 1894, viajó a Francia, Alemania y Estados Unidos, y luego fue nombrado miembro del consejo de gobierno del Trinity College. Desde muy joven mostró un acusado sentido de conciencia social; al mismo tiempo se especializó en cuestiones de lógica y matemáticas, áreas de las que dio conferencias en muchas instituciones de todo el mundo. Russell alcanzó el éxito con su primera gran obra Principios de matemáticas (1902), en la que intentó trasladar las matemáticas al área de la filosofía lógica y dotarlas de un marco científico preciso. Colaboró durante ocho años con el filósofo y matemático británico Alfred North Whitehead para elaborar la monumental obra Principia Mathematica Principios Matemáticos (3 volúmenes, 1910-1913), donde se mostraba que esta materia puede ser planteada en los términos conceptuales de la lógica general, como clase y pertenencia a una clase. Este libro se convirtió en una obra maestra del pensamiento racional. Russell y Whitehead demostraron que los números pueden ser definidos como clases de un tipo determinado, y en este proceso desarrollaron conceptos racionales y una anotación que hizo de la lógica simbólica una especialización importante dentro del campo de la filosofía occidental. En su siguiente gran obra, Los problemas de la filosofía (1912), Russell recurrió a la sociología, la psicología, la física y las matemáticas para refutar las doctrinas del idealismo, la escuela filosófica dominante en ese tiempo, que mantenía que todos los objetos y experiencias son fruto del intelecto; Russell, una persona realista, creía que los objetos percibidos por los sentidos poseen una realidad inherente al margen de la mente. Ref. http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2245
[xxvi] Bases históricas de las religiones orientales. En la Era de Aries, entre 2000AC y el nacimiento de Cristo, como consecuencia de la estructuración de los sistemas religiosos, se originó un interesante estrato o casta social, la sacerdotal. La celebración de sacrificio a Dios o a los dioses fue poco a poco aumentando de complejidad, de modo tal que se requería una cierta serie de habilidades y de conocimientos esotéricos para que los rituales tuvieran el efecto deseado. Los rituales celebrados por el sacerdote tenían en todas las religiones establecidas los mismos objetivos. Básicamente cuatro. El primero era el ritual del banquete de comunión y celebración. El segundo los relativos a la rememoración de la alianza entre Dios y su pueblo. El tercero eran ofrendas y holocaustos y hecatombes, como adoración, consagración y acción de gracias. El cuarto eran sacrificios expiatorios de depuración de pecados y culpas.
El sacerdocio se consolidó con el paso a la vida sedentaria y la construcción de asentamientos humanos. Se construyeron templos e instalaciones dedicadas al culto y actividades administrativas. En Israel, Moisés fundó la casta sacerdotal al nombrar a Aarón sumo sacerdote, e instituyó la transmisión hereditaria del cargo.
Con el tiempo, sobre todo cuando la sociedad es, si no teocrática sí al menos tiene una impronta muy fuerte de la jerarquía sacerdotal, esta tiende a acaparar poder y patrimonio. En aquellos pueblos donde la sociedad no dispuso de un sector contestatario que denunciara los abusos a los que necesariamente desembocaba la acumulación de poder de la casta sacerdotal, ésta terminaba degenerando en sórdidas intrigas, negocios y manejos inmorales. Y esto se repite periódicamente.
Los profetas en Israel supusieron un contrapeso importante a la casta sacerdotal, denunciando sus excesos. Y finalmente, el episodio de los mercaderes del templo es un fiel exponente de cómo Jesús es provocado hasta el extremo de montar en cólera y empezar a repartir latigazos y destruir violentamente los tenderetes del mercadillo que los mercaderes sin escrúpulos y con el beneplácito de los sacerdotes de Israel, tenían montado dentro del templo. Todo un ejemplo de la corrupción a la que el colectivo de sacerdotes de cualquier religión puede caer si no tiene elementos sociales de control y denuncia. Al fin y al cabo es un grupo humano de poder sometido a la tentación del propio poder y del dinero.
Este fue el caso del detonante de lo que se podría llamar la Primera Revolución Mundial de carácter cultural y religioso. Se trata de lo acontecido en Eurasia en el Siglo VI. Empezó con el caso de los brahmanes hinduistas. Estos eran los sacerdotes de la religión hindú de los Vedas. Estos versos védicos fueron compilados en forma escrita tras 1000 años de transmisión oral por sacerdotes eruditos. Este colectivo ganó un increíble poder y control social, impidiendo que los sacrificios pudieran hacerse sin su presencia,  intervención y pago de dinero. Crearon la escuela de sacerdotes cantores Udgatar. Se coleccionaron 1225 himnos (el Samaveda). En el año 900AC habían prosperado económicamente tanto, que se les podía identificar por las mansiones en las que vivían y el cortejo que les acompañaba. Eran cultos y cada vez más poderosos.
La progresión de la casta, una vez alcanzado el esplendor material que adquirieron, no podía ser otro que la degradación, que se materializó en la aparición de rituales mágicos, compilados en un cuarto Veda (Atharva veda) o tratado de fórmulas mágicas. Y de ahí a la hechicería, lo que supuso cruzar el límite de tratar de controlar las conciencias de las personas. Siglo VI.
De esta forma comenzó la Primera Revolución Mundial contra el clericalismo hindú. Los sacerdotes iniciaron un peligroso intrusismo en otras castas, tales como los guerreros, entre los que se encontraba Gautama Sidharta Buda (560-480AC), y Mahavira (599-527AC), (fundador del jainismo).
De modo similar sucedió con la dinastía sacerdotal Wu en China, y la respuesta de Confucio (551 a 479AC), y de lao-Tse (Siglo V aC), (fundador del Taoismo).
Y otro tanto en Persia, con Zoroastro. Realmente en Persia se inicia la ola de respuesta al clericalismo salvaje, en este caso de los magos. Zoroastro influyó en Ciro, que derribó el imperio babilónico y permitió el regreso del pueblo de Israel del destierro.
Cien años después surge en Grecia Pitágoras (530AC aprox) y Sócrates (470AC) que introdujeron las nuevas corrientes filosóficas que fueron el comienzo del declive del politeísmo griego.
Y por último y en primer lugar, puede que el origen de este movimiento mundial de entonces se iniciara con los escritos de Isaías 740AC. Y de los otros profetas mayores como Jeremías, Ezequiel o Daniel.
Gore Vidal, en su novela “Creación”, narra y significa cómo en torno a ese siglo, coincidieron en la Historia de estos personajes tan trascendentales en la Historia, tomando como hilo conductor a Ciro Espitama, sobrino de Zoroastro.
Lo importante de este periodo es que en tan sólo cincuenta años nacieron siete religiones o sistemas filosóficos críticos para entender el desarrollo de la Humanidad, a saber, el Zoroastrismo (precursor del maniqueísmo), el Judaísmo como tal religión estructurada en torno a la Torá, el Budismo, el Jainismo, el Confucionismo , el Taoísmo y el monismo Advaita.
El Hinduismo, religión de los brahmanes fue la gran perjudicada de esta revolución en la India. Su respuesta ha sido excomulgar durante 2000 años a esas nuevas religiones indo – chinas. En el Siglo XX, el Hinduismo se lo ha pensado mejor y ha reculado, acogiendo a todas ellas dentro de un paraguas global hinduista.
Los frentes abiertos en la Revolución india se plasmaron pues en los siguientes sistemas y religiones:
Ateísmo. Fue la primera respuesta de los más desencantados. Buda fue el primer paso que dio. Durante un tiempo fue ateo. En el sistema de pensamiento ateo, en ausencia de Dios, el fin de la Humanidad el alcanzar la felicidad haciendo el bien aquí en la Tierra.
Budismo. La base de la felicidad es la ausencia de deseo. En eso consiste el Nirvana. En su primera época el budismo fue un movimiento muy huraño, separándose completamente de la sociedad en una actitud absolutamente ascético – mística.
Eticismo (Jainismo) Liderado por Vadnamana Mahavira, guerrero como Buda, que enfocó su filosofía hacia la búsqueda del bien y el respeto a todo ser vivo. Iniciaron el hábito vegetariano.
Estos tres sistemas conforman la tríada ética de la antigüedad, el deseo de hacer el bien y evitar el mal, con independencia de cualquier doctrina acerca de Dios.
Monismo advaita. Es la forma de pensamiento aparecida en las Upanisads hindúes y que se denomina “doctrina Vedanta”, formulada por Sankara, filósofo hindú. Supone el camino de unión con el Absoluto. Estos escritos aparecidos en los siglos VI a  III AC suponen la versión védica tardía, y acaso la respuesta del hinduismo tras el zarpazo del Budismo. La forma tal y como se conocen actualmente data entre el 400 y 200AC. En los Upanishads, Dios adquiere un nuevo significado. No es un Creador teísta, sino lo Absoluto, el Todo. Dios es el fundamento de todo ser. Todos somos uno. La disciplina que el monismo desarrolló para el crecimiento espiritual y la fusión con el Absoluto se denominó “Yoga”. Su compilador fundamental fue Patanjali, nacido en 256AC, en los textos del “Yoga Sutra”. Aunque el paso a la era de Piscis es astrológicamente en torno a los albores de la Era Cristiana, sin embargo, lo sucedido en el Siglo VI es suficientemente importante como para ser el comienzo de lo que se completó con el nacimiento de Cristo y el inicio de la Era cristiana.
[xxvii] Consuelo Martín. Discernimiento. Estudio y comentario del tratado Drig-Drisya-Viveka de Sankara. Ed. Trotta Paradigmas. Madrid 2006. Consuelo Martín es doctora en filosofía (Madrid) y ha investigado y practicado a lo largo de su vida las experiencias de la filosofía advaita o no-dualidad de la India. La práctica del silencio, la contemplación, la meditación, etc. han sido y son las especialidades de Consuelo Martín para dirigirse hacia la realización personal. Hoy día sigue realizando retiros (cursos) para vivir la verdad en el silencio. Dirige la revista Viveka (discernimiento en sánscrito) y tiene escritos numerosos libros como La vida como inspiración (1997), El silencio creador (1991), El arte de la contemplación (2007), Meditaciones con el Astavakra Samhita (1996), Upanisad (2001), Conciencia y realidad (1998), etc. Es experta en Filosofía perenne.
http://www.sermasyo.es/articulos/autorrealizacion/consuelo-martin-el-silencio-la-no-dualidad/
[xxviii] Megatendencia. Una megatendencia se puede definir como un movimiento de variables del entorno social, económico, político o tecnológico, que puede hacer cambiar radicalmente el futuro y puede describirse en escenarios probables; es decir, todo indica que si no se producen cambios súbitos y radicales, el escenario se presentará. Es el efecto bola de nieve, basado en bucles reforzadores.
Por ejemplo, como megatendencias están calificadas las siguientes: 
• Crecimiento rápido de la población mundial en el sur y el envejecimiento en el norte.
• Creciente diferencia entre países ricos y países pobres.
• Creciente diferencia entre clases sociales.
• Incremento gradual en el agotamiento de los recursos naturales.
• Tendencia a la urbanización. (en el año 2010 se espera que más del 60% de la población mundial viva en ciudades intermedias)
• Grandes flujos de mano de obra de las “economías calientes” del sur a las “economías frías” del norte.
• Creciente globalización de la economía y transnacionalización de los capitales.
Etc. Lo importante es que todas estas megatendencias, sí o sí, van a cambiar, están cambiando el escenario humano de un modo apenas predecible por los más cualificados expertos en prospectiva, y con consecuencias que tampoco se pueden evaluar, ya no con exactitud, ni tan siquiera de un modo grosero. Sólo se sabe que, como otras muchas veces se dice “nada volverá a ser como antes”. Así de severas pueden ser sus consecuencias, tanto en lo positivo como en lo negativo.
[xxix] Kurt Seeberger. Mil dioses y un cielo. Ed. Bruguera, Libro estudio. Barcelona 1972. Libro que expone los orígenes antropológicos de la idea de Dios, a través de un espectacular recorrido por las culturas más primitivas. El hilo conductor de la obra es el hallazgo casual en Oroville, California, a 120 Km al Noreste de San Francisco, en 1911 de un hombre indio, procedente de las montañas de California, que ni él, ni ninguno de los miembros de su tribu ni de sus antepasados había tenido contacto con la civilización. A todos los efectos, por la forma de comportarse y por los utensilios que usaba, era un ser humano que había vivido en la Edad de Piedra. La fotografía de 1914 es de Ishi, perteneciente a la tribu de los Yana. Los antropólogos le han definido como el último nativo americano el cual, jamás antes ni él ni su tribu había entrado en contacto con la civilización occidental. Estrictamente se podría decir que realizó un viaje en el tiempo desde la Edad de Piedra hasta el momento actual (más o menos, comienzos del Siglo XX). El comportamiento de ese fósil viviente (nacido en 1860 y fallecido en 1916), demostró a los científicos cómo fue el despertar de la Humanidad, y en definitiva, por qué es así nuestra visión del mundo y el comportamiento humano. Pero fundamentalmente nos permitió comprender por qué creemos en Dios.
[xxx] Miguel Ruiz, Los cuatro acuerdos, un libro de la sabiduría tolteca. Ediciones Urano, Madrid. Disponible en PDF.  http://www.academic.uprm.edu/dpesante/docs-apicultura/loscuatroacuerdos.PDF. Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur de México como «mujeres y hombres de conocimiento». Los antropólogos han definido a los toltecas como una nación o una raza, pero, de hecho, eran científicos y artistas que formaron una sociedad para estudiar y conservar el conocimiento espiritual y las prácticas de sus antepasados. La conquista europea, unida a un agresivo abuso del poder personal por parte de algunos aprendices, hizo que los naguales se vieran forzados a esconder su sabiduría ancestral y a mantener su existencia en la oscuridad. Por fortuna, el conocimiento esotérico tolteca fue conservado y transmitido de una generación a otra por distintos linajes de naguales.
[xxxi]  Catecismo Ripalda. Se conoce como “catecismo de Ripalda”, al catecismo y exposición breve de la doctrina cristiana, escrito por Jerónimo Martínez de Ripalda con el objetivo de poner al alcance de los niños las bases de la doctrina cristiana. Su autor, Jerónimo Martínez de Ripalda, nació en Teruel, en el reino de Aragón en 1536. En 1551 ingresó a la Compañía de Jesús. Tuvo a su cargo las cátedras de filosofía y teología y fue rector de la Universidad de Salamanca. Se distinguió como orador sagrado. En 1618 publicó el Catecismo y exposición breve de la doctrina cristiana, sobre el que escribimos aquí. También se imprimió su libro Suave coloquio del pecado con Dios. Murió en Toledo en ese mismo año, a los 82 años de edad, sin que haya podido imaginar la gran difusión que tendría su catecismo más allá de los mares y a través de los tiempos.
Ref: http://biblioweb.dgsca.unam.mx/diccionario/htm/articulos/sec_1.htm
[xxxii] Catecismo holandés. El Nuevo  Catecismo de Adultos, llamado comúnmente Catecismo Holandés, data de l966, es decir poco después del Vaticano II. Fruto de un trabajo colectivo y de una serie de intercambios realizados en la Iglesia holandesa, pretende ofrecer un enfoque nuevo de la fe para los adultos, con el fin de poder elaborar después un catecismo para jóvenes.  Sin preguntas ni respuestas, sin tecnicismos filosóficos o teológicos, es una invitación a la reflexión. No pretende dar respuestas definitivas, sino que ofrece más bien una visión histórica del dogma en el lenguaje existencial del hombre moderno.  Su punto de partida es el misterio del hombre y de la existencia humana: ¿Quién soy yo? ¿Qué es el hombre? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tiene este mundo?. Aparece claramente cómo el hombre busca a Dios a través de toda la historia y se enumeran las grandes religiones de la humanidad como caminos de búsqueda de Dios. Destaca el camino del pueblo de Israel que culminará en Cristo. El Hijo del Hombre y la Iglesia como camino de Cristo, constituyen las partes básicas de este Catecismo.  Finalmente un capítulo sobre el término del camino: la vejez, la escatología, y Dios Trinidad.
Ref: http://209.85.229.132/search?q=cache:2RV2AKGsqGYJ:www.mercaba.org/FICHAS/ceiboysur/ser_cristiano_en_america_02.htm+Catecismo+holand%C3%A9s&cd=1&hl=es&ct=clnk&gl=es
[xxxiii] Parábola del elefante. Existe una referencia a la parábola de los seis sabios ciegos y el elefante en el libro El arte de amar de Erich Fromm cuando, en uno de sus capítulos, habla de los objetos amorosos y, más concretamente, cuando compara la lógica aristotélica con la lógica paradójica de las culturas orientales. Fromm reelabora la narración y no ofrece explícitamente las fuentes. El origen de la parábola parece ser que es del  sufí persa Muhammed Jalal al-Din Rumi, del siglo XIII. Existen variadas versiones del mismo relato.
[xxxiv] Show de Trumman.  The Truman Show, conocida también como El show de Truman en España, es una película estadounidense dirigida por Peter Weir y protagonizada por Jim Carrey y Ed Harris. Estrenada en 1998, la película obtuvo tres nominaciones a los Oscar, al mejor director, al mejor actor de reparto (Ed Harris), y al mejor guión original. Es la estrella de un programa de TV... pero no lo sabe. Jim Carrey ha merecido el aplauso del público y de la crítica como el inocente Truman Burbank en esta película sobre un hombre cuya existencia se ha convertido en la serie más popular y duradera de la historia de la pequeña pantalla.

[xxxv] José A. Delgado Gutiérrez. Análisis sistémico, su aplicación a las comunidades humanas. Ed. CIE dossat 2000, Madrid 2002
[xxxvi] Eckhart Tolle. El Poder del Ahora. Gaia Ediciones. Madrid 2009. Eckhart Tolle (nacido el 16 de febrero de 1948) es un escritor y maestro espiritual contemporáneo. Tolle nació como Ulrich Tolle en Alemania. Vivió con su padre en España desde los 13 años (en 1961) hasta que se trasladó a Inglaterra a los 20 años. No recibió una educación formal a partir de los 13 años, aunque sí recibió cursos de idiomas y otras materias. Acudió a la escuela nocturna para cumplir los requisitos de admisión para entrar en las universidades inglesas. Estudió en las Universidades de Londres y Cambridge. A los 29 años, Tolle experimentó lo que él considera una transformación espiritual que marcó el principio de su labor como consejero y maestro espiritual. Desde 1996 Tolle vive en Vancouver, British Columbia, Canada. (Wikipedia)
[xxxvii] Stephen Hawking. Brevísima Historia del tiempo. Ed. Crítica. Barcelona 2005. Ninguna teoría es en rigor cierta, sino que ofrece una forma de interpretar lo que la experimentación y la observación nos muestra. Y mientras los datos experimentales concuerdan con los calculados por las ecuaciones y modelos teóricos, estos se dan por buenos, hasta que un experimento contrasta con la teoría. Entonces, ésta se pone en entredicho. Esto sucede con la teoría de la relatividad y con la teoría cuántica. Resulta que ambas explican lo muy grande la primera, y lo atómico y subatómico la segunda. Pero ambas son incompatibles entre sí. En el fondo, la relatividad es la que más falla. La mecánica cuántica ha podido unificarse con el electromagnetismo. Pero la relatividad va por su cuenta, admitiendo las singularidades, y sobre todo, tiene serios problemas para admitir el principio de incertidumbre de Heiselberg. “Dios no juega a los dados”, según Einstein.
Al final, una tercera teoría, la de las cuerdas, podría resolver el problema, pero sumergiéndonos en el enredado tema de un Universo con al menos 16 dimensiones, de las que sólo vemos y percibimos cuatro, las tres direcciones del espacio y el tiempo, por el principio antrópico, por el que el Universo es lo que es, porque nosotros estamos aquí para verlo. Si no fuese como es, nosotros no estaríamos aquí para contemplarlo.
En resumen, el Universo podría ser autocontenido. El big bang, fue la explosión de la materia y del espacio – tiempo. Todo explosionó de repente, o existió desde siempre. En el fondo, ¿qué es la eternidad?.
Pero la pregunta de ¿por qué se tomó el Universo la molestia de existir? nos devuelve al problema de la Creación, con Dios de telón de fondo.
Tuvo Dios alternativa a las leyes físicas que rigen la dinámica cósmica. Si la fuerza nuclear fuerte hubiera sido una millonésima más intensa o más débil de lo que es en realidad, el Universo no sería ni de lejos lo que es. De ahí el principio antrópico. Si Dios al decidir crear el mundo pensó en unos seres inteligentes que fuesen capaces de contemplar su obra, 12.000 millones de años después del momento de la Creación, no tuvo más remedio de hacer el Universo como es, y no de otra forma.
Pero todo esto queda para la reflexión científica o filosófica, o de ambas disciplinas, porque al final, todo es uno. Y por último, el universo sutil, el de los espíritus. ¿Fue creado igualmente por Dios en el momento de la Creación? Vaya usted a saber.
Lo único que es cierto es el principio de incertidumbre. Nada es seguro. Tanto el conocimiento científico como las creencias en el mundo espiritual se basan en aproximaciones estocásticas en un caso, y en la fe, evidencias empíricas y personales en otro. A todos nos gustaría poseer la seguridad de lo cierto, pero hemos de conformarnos con la incertidumbre de lo probable.
[xxxviii] Dionisio el Exiguo (c. 470 – c. 544), monje erudito y matemático del siglo VI, y el fundador de la era cristiana o Anno Dómini. Un monje en un scriptorium. Manuscrito medieval de los Très Riches Heures du Duc de Berry. Dionisio el Enano inventó el anno dómini (‘año del Señor’) para calcular la fecha de la Pascua. Era originario de la Escitia Menor —en el actual territorio de Dobruja (que queda en Rumania y una porción en Bulgaria)— Era miembro de la comunidad de monjes escitas concentrados en Tomis, la ciudad principal de Escitia. Desde principios del siglo VI vivió en Roma, donde se convirtió en miembro de la Curia Romana. En su «tabla de Pascuas» determinó por vez primera la era llamada Anno Dómini (antes se seguía la llamada Era diocleciana). En el año 525, el papa Juan I (que reinó entre el 523 y el 526) encargó a Dionisio establecer como año primero de la era cristiana, el del nacimiento de Jesús. El problema es que Dionisio se equivocó en unos 4 a 7 años[1] al datar el reinado de Herodes I el Grande, por lo que dedujo que Jesús nació el año 753 a. u. c. desde la fundación de Roma, cuando debió suceder hacia el 748 auc. Dionisio utilizó esta era Anno Dómini para identificar las Pascuas en su tabla de Pascuas, pero no lo usó para datar ningún suceso histórico. Cuando inventó su tabla, los años del calendario juliano se identificaban con los nombres de los cónsules que habían oficiado en ese año. Por ejemplo, declara que el «año actual» es «el consulado de Flavius Probus», el cual sucedió 525 años «después de la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo». No se sabe cómo llegó a ese número. Él inventó un nuevo sistema de numeración de los años para reemplazar los años dioclecianos que se usaban en las viejas tablas de Pascua, porque no quería continuar la memoria de un dictador que había perseguido a los cristianos. Este sistema Anno Dómini se volvió dominante en Europa Occidental sólo después de que lo utilizó el Venerable Beda para fechar los sucesos en su Historia eclesiástica de los ingleses, que completó en el 731. Dionisio el Exiguo no proveyó a nuestra era de un año cero. No es asombroso, porque en la Europa alto-medieval nadie conocía la cifra o el número cero. No obstante, la presencia de la palabra latina nulla en la tercera columna de su tabla de Pascua crea la impresión de que Dionisio el Exiguo conociera ese importante número. Pero no hay nada a partir de lo cual pudiera deducirse que su nulla fuese un cero verdadero (de todas formas, él no lo utilizó en sus cálculos). En Europa se debió esperar hasta el segundo milenio antes de que se pudiera disponer del número cero. Wikipedia
[xxxix] James Redfield. Las Nueve revelaciones. Ed. BSA-byblos. Barcelona 2004. Nacido el 19 de marzo de 1950 cerca de Birmingham, Alabama, en los Estados Unidos, Redfield estudió psicología en la Universidad de Auburn y durante quince años trabajó como terapeuta de niños con problemas en la misma ciudad y, más tarde, en Birmingham. Posteriormente dejo su trabajo para publicar su primara novela que apareció en 1997, Las nueve revelaciones, de la que, a mayo del 2005, se habían vendido más de 20 millones de copias en todo el mundo y ha sido traducida a 34 idiomas y también se ha realizado una película basada en ella. Actualmente vive y escribe en el Sur de los Estados Unidos. Publica un periódico mensual, The Celestine Journal, donde relata sus experiencias y reflexiones sobre el renacimiento espiritual que se está produciendo actualmente en nuestro planeta. Ref: http://elmistico.com.ar/jamesredfield/biografia.htm
[xl] Mircea Eliade. Tratado de Historia de las religiones. Ediciones Cristiandad. Madrid 2000. Nacido en Bucarest, Rumania, 9 de marzo 1907 - Chicago, Estados Unidos, 22 de abril 1986, Mircea Elíade fue un filósofo, historiador de las religiones y novelista rumano. Hablaba y escribía con corrección en ocho lenguas: rumano, francés, alemán, italiano, inglés, hebreo, persa, y sánscrito. Llegó a formar parte del Círculo Eranos. Mircea Eliade es considerado uno de los fundadores de la historia moderna de las religiones. Erudito estudioso de los mitos, Eliade elaboró una visión comparada de las religiones, hallando relaciones de proximidad entre diferentes culturas y momentos históricos. En el centro mismo de la experiencia religiosa, Eliade situó a lo sagrado, como la experiencia primordial del Homo religiosus. Su formación como historiador y filósofo, lo llevó a profundizar en mitos, sueños, visiones, así como también escribió sobre el misticismo y el extasis. En la India, estudió el yoga y leyó directamente en Sánscrito textos clásicos del hinduismo que no habían sido traducidos a lenguas occidentales. Prolífico escritor, su capacidad de síntesis es notable. De sus escritos suele resaltarse el concepto de hierofanía, con el cual Eliade define la manifestación de lo trascendente en un objeto o fenómeno de nuestro cosmos habitual. Hacia finales del siglo XX, los textos de Eliade alimentan intensamente la visión gnoseológica de nuevos movimientos religiosos, surgidos con la contracultura de los años sesenta. (Wikipedia)
[xli] Tupac-Katari Espiritualidad indígena frente al colonialismo religioso. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha manifectado de diferentes maneras las creencias y prácticas de su vida espiritual. Manifestarse espiritualmente ha sido siempre una necesidad interior, al igual que el sueño, el hambre, la sed, etc. Hoy en día, también se hace una necesidad para sobrevivir, pues la auténtica espiritualidad de un pueblo constituye el cimiento más sólido para poder resistir a los vientos constantes y furiosos del colonialismo religioso, cultural y económico. Estos vientos colonialistas venidos del "occidente", continúan incansablemente a soplar, queriendonos derrumbar. Pero, a pesar de siglos, los Pueblos Originarios resistimos de pie, gracias a nuestras Sagradas creencias milenarias y a nuestro modelo de vida comunitario. Aunque estemos repartidos a lo largo y ancho del Norte, Centro y Sud América, reflejamos creencias y manifestaciones espirituales básicamente similares que son el testimonio de nuestras raíces comunes.
 http://www.katari.org/cultural/espiritualidad%20andina.htm
[xlii] Lobo negro y Gina Jones. El tambor de sanación. Océano ambar. Barcelona 2000. Proverbios de sabiduría de los indígenas americanos. Los poéticos e inspirados pensamientos de ""Lobo Negro"" (Mukaday Waymaengun, de antepasados ojibway) y su esposa Gina (de antepasados mohawk) enseñan el camino de profundo conocimiento de los indios norteamericanos. Sus enseñanzas aportan una nueva luz en la relación que mantenemos con la naturaleza, tan importante hoy en día, e inspiradas reflexiones para el autoconocimiento y la armonía interior. Este libro recoge la gran energía del movimiento ""Listen to the Drum" relacionado con la cultura, ceremonias, costumbres y técnicas de curación y realización personal que ha despertado un inusitado interés en Norteamérica.
[xliii] Krishnamurty. Sobre Dios. Ed. Kairos Barcelona 1994. Jiddu Krishnamurti (12 de mayo, 189517 de febrero, 1986), fue un conocido escritor y orador en materia filosófica y espiritual. Sus principales temas incluían: revolución psicológica, el propósito de la meditación, relaciones humanas, la naturaleza de la mente, y como llevar a cabo un cambio positivo en la sociedad global. Krishnamurti nació en la ciudad de Madanapalle, Andhra Pradesh, en la India colonial, y fue descubierto en 1909, cuando aún era un adolescente, por C.W. Leadbeater en las playas privadas del centro de la Sociedad Teosófica de Adyar en Madrás, India. Posteriormente fue adoptado y criado bajo la tutela de Annie Besant y C.W. Leadbeater dentro de la Sociedad Teosófica Mundial, quienes vieron en él a un posible Líder Espiritual. Subsecuentemente se rehusó a ser el mesías de un nuevo credo, hasta que en 1929 disolvió la orden creada para ese fin.[1] Alegaba no tener nacionalidad, ni pertenecer a ninguna religión, clase social, o pensamiento filosófico. Pasó el resto de su vida como conferencista y profesor viajando por el mundo y enseñando sobre la mente humana, tanto a grandes como a pequeños grupos. Fue autor de varios libros, entre ellos Primera y última libertad, La única revolución y Las notas de Krishnamurti. A la edad de 90 años dio una conferencia en la ONU acerca de la paz y la consciencia, y recibió la Medalla de la Paz de la ONU en 1984. Su última conferencia fue dada un mes antes de su muerte en 1986. (Wikipedia)
[xliv] Aldous Huxley. Filosofía perenne. Ed. Edhasa, Madrid, 1997.  
[xlv] Vishnu: Es el dios encargado de preservar la vida y a todos los seres vivos. Es el responsable del destino de los hombres. Se le representa bajo diez encarnaciones distintas -llamadas avatares-, de las cuales las dos más representativas son las de Krishna y Rama, y se le asocia con el amor altruista (lo cual induce a pensar que su culto podría derivar de otro destinado a un antiguo héroe erótico).
[xlvi] Beato Jan Van Ruysbroeck (Llamado el Admirable nació cerca de Bruselas, 1293-abadía de Groenendaal, y murió también cerca de Bruselas, 1381) Teólogo y escritor brabanzón. Es uno de las principales representantes de la mística europea, al que Geert Groote, Tauler y Tomás de Kempis consideraron como su maestro. Fue capellán de Santa Gúdula, en Bruselas (1318). Como reacción frente al iluminismo de su tiempo, se retiró a Groenendaal, donde formó una comunidad (1343) que posteriormente se agregó a los canónigos regulares de San Agustín.
[xlvii] Jean-Jacques Olier (París, 1608- id., 1657) Sacerdote francés. Discípulo de san Vicente de Paúl y ordenado sacerdote en 1633, desempeñó un importante papel en la historia de la Iglesia de Francia como organizador de seminarios, párroco, promotor de la compañía de Montreal y autor espiritual. Fundó el célebre seminario de San Sulpicio. Entre sus obras destacan Catecismo cristiano para la Vida Interior (1656), Introducción a la vida y a las virtudes cristianas (1658) y Cartas espirituales (1672).
[xlviii] Dionisio Areopagita (es el nombre que se dio a sí mismo) se consideraba el único griego que convirtió Pablo de Tarso cuando llegó a Atenas y predicó en su Areópago, como señaló el mismo apóstol de los gentiles, pero en realidad se trata de un anónimo teólogo bizantino que vivió entre los siglos V y VI después de Cristo. Este teólogo bizantino fue quien escribió las cartas de Dionisio (el discípulo del apostol San Pablo), firmándolas con el mismo nombre de Dionisio Areopagita, seguramente para resaltar la autenticidad de las mismas. "Alrededor del siglo sexto aparecieron una serie de volúmenes neoplatónicos cristianos bajo el nombre de Dionisio Areopagita, que fue el primer discípulo de San Pablo en Atenas. Estos volúmenes fueron considerados casi como de valor apostólico, en tanto que Dionisio fue el primer discípulo de San Pablo. De hecho los libros fueron escritos bien al final de siglo V o principios del VI en Siria. El desconocido autor simplemente firmó en ellos con el nombre de Dionisio Areopagita para darles mayor cobertura entre sus contemporáneos. Él era un neoplatónico que había adoptado el cristianismo y que combinaba la doctrina de la filosofía neoplatónica y prácticas del éxtasis con doctrinas cristianas." Por algunos rasgos de sus obras parece proceder de Siria y haber escrito hacia los 20 ó 30 años de edad, situándolo alrededor del 500 después de Cristo. Sus obras, algunas de las cuales aparecen como dirigidas a Timoteo, Tito, Policarpo y aún al mismo apóstol San Juan, fueron ya reputadas apócrifas por un obispo oriental de la primera mitad del siglo VI; pero hasta el siglo XVI no se volvió a discutir sobre este tema, rebautizándose entonces al autor con el nombre de Pseudo Dionisio, con el que desde entonces se le suele conocer.
[xlix] Paul Mclean. Las tres capas del cerebro. Paul D. MacLean (1 de mayo de 191326 de diciembre de 2007) fue un físico norteamericano y neurocientífico quien hizo contribuciones significativas en los campos de la psicología y la psiquiatría : Su teoría evolutiva del cerebro triple propone que el cerebro humano fue en realidad tres cerebros en uno: el reptiliano, el sistema límbico y la neocorteza. Las investigaciones sobre la base neurológica de la emoción se vieron interrumpidas por la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, volvieron a tomar su rumbo en 1949, cuando Paul MacLean recuperó y amplió la teoría de James Papez. De hecho, la teoría de Papez habría desaparecido silenciosamente y hubiera pasado a la historia, si no hubiera constituido la principal fuente de inspiración en la teoría de MacLean. Paul McLean, creador del modelo del cerebro triuno, descubre tres estructuras o sistemas cerebrales: reptil o básico, límbico y neocortex; cada uno es distinto en su estructura física y química, procesan la información que reciben según su propia modalidad. Sistema Reptil: se caracteriza por ser asiento de la inteligencia básica, es la llamada inteligencia de las rutinas, rituales, parámetros. Sus conductas, en la mayoría, son inconscientes y automáticas. Recibe mensaje del límbico y del neocortex. Se hace cargo de su conducta cuando se ve amenazado por la sanción, generando un comportamiento reactivo. Las personas actúan desde esta estructura en atención a sus necesidades vitales. Sistema Límbico: Constituye el asiento de la emociones, de la inteligencia afectiva y motivacional. Trabaja en sintonía con el reptil. Toda información sensorial es filtrada por este sistema antes de pasar al neocortex. Promueve la productividad, la satisfacción en el trabajo y en el aprendizaje. Neocortex: Es el cerebro humano más evolucionado. Sperry, Gazzaniga y Bogen, consideraron su división en dos hemisferios (izquierdo y derecho) con funciones específicas. Su contribución es significativa para la praxis educativa. Hemisferio izquierdo: Asiento de la inteligencia racional, es secuencial, líneal, paso a paso. Posibilidad de razonar y relacionar los pensamientos en forma secuencial y lógica. Hemisferio derecho: Inteligencia asociativa, creativa e intuitiva. Holístico, libre de expresar los sentimientos, se relaciona con el mundo de las sensaciones y emociones más que con los códigos verbalmente lógicos. En el espacio familiar y educacional refuerzan el uso de las tendencias cerebrales, de los hemisferios izquierdo o derecho. Así observamos personas inflexibles o flexibles, rígidas o permisivas, impositivas o participativas. Lo ideal es armonizar ambas estructuras cerebrales como un organizador de ideas que emergen de uno u otro hemisferio y desarrollar los otros sistemas (límbico y reptil).
Ref: Margarita Rojas 2002  Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura Universidad Central de Venezuela.  http://asterion.almadark.com/2007/04/11/el-cerebro-triuno-de-paul-mclean/
[l] James G. Miller The Need for a General Theory of Living Systems. En MILLER J.G. Living Systems. Mc.Graw Hill. N.York 1978 Miller habla en su teoría de los sistemas biológicos de un sistema primordial, de un modelo estándar de sistema de tipo biológico, que salvando las diferencias que presentan los seres vivos y organizaciones humanas, presenta una topología general aplicable a cualquiera de los seres vivos. El uso de este modelo estándar permite la comparabilidad entre seres vivos,  entre sistemas animales, y entre sistemas artificiales con funciones de tipo biológico. Es también posible deducir los comportamientos patológicos por malfuncionamiento del sistema primordial. Plantea siete niveles de complejidad de la vida: la célula, el órgano, el organismo individual, el grupo, la organización, la sociedad nacional y la sociedad planetaria. Y sobre estos niveles de complejidad y agregación, todos los sistemas funcionan sobre la base de 19 subsistemas críticos, agrupados en tres categorías, los que procesan materia y energía: ingestor, distribuidor, convertidor, almacenador de materia y energía, productor de energía, evacuador, motor y soporte. Los que procesan información: las redes neuronales y los sistemas de almacenamiento, asociación y toma de decisiones. Y por último, los subsistemas que procesan materia, energía e información, que son el sistema reproductor y la cubierta defensiva.
[li] Aura Es un campo de energía que emanamos, descubrimos nuestro verdadero estado interior. Podemos saber tanto aquellas cuestiones más materiales como aquellas cuestiones más espirituales, porque el aura está dividida en siete estratos o capas relacionadas directamente con los siete chakras. Cada uno de esos estratos puede tener uno de los once colores del aura. Aquel color que se repita más, será nuestro color básico. Nuestro color básico es permanente en nuestra vida y sólo muta en circunstancias muy específicas. El color básico nos habla de nuestras cualidades más positivas y nuestras cualidades más negativas y deberíamos tenerlo presente por lo tanto en nuestras relaciones con los demás, a la hora de buscar un puesto de trabajo, etc... A mayores, nuestra aura puede estar irradiando otros colores, al margen del básico. Estos colores secundarios nos dan una pista sobre nuestro estado interior momentáneo, o una etapa determinada de nuestra vida. Así podemos saber por ejemplo, cómo estamos reaccionando a algún acontecimiento, qué es lo que más nos inquieta, etc... La cámara Kirlian es un instrumento fabuloso para observar nuestro aura y su evolución, sin embargo no siempre podemos disponer de una foto Kirlian, así que hay otros métodos igual de eficaces para comprobar el estado de nuestro campo energético como el uso del péndulo, la meditación o nuestra propia vista.
[lii] Iyengar BSK. El árbol del yoga. Ed. Kairos. Madrid 2000. En el capítulo que da nombre al libro, describe todas y cada una de la partes que constituyen ese árbol de la disciplina, comenzando por las raíces. Esta parte del árbol representa los yama o principios éticos sobre los que se basa todo, que son: no violencia, verdad, libertad frente a la avaricia, control del placer sensual y no codicia.
El tronco representa los principios de niyama, que son limpieza, contento, deseo de depuración, estudio del sí mismo y devoción en todo cuanto se ejecuta.
Las ramas del árbol simbolizan las posturas o asana, que deben ejecutarse con atención y dedicación.
Las hojas son el pranayama o respiración, que alimenta y ventila al árbol y todas sus células.
La corteza representa el pratyahara o retirada de los sentidos hacia el núcleo del ser, el alma.
La savia, que pretende “llevar la mente dispersa a un estado de control”, es el dharana o concentración o atención completa.
La flor representa el dhyana, o meditación en lo que se hace con la carne, la piel, la mente y el intelecto. Esta meditación debe guiar cada momento activo de la vida.
Y por último está el fruto, que representa la conciencia completa o samadhi, y es el objetivo que debe perseguir todo practicante de yoga.
[liii] Chakras Chakra es una palabra de origen sánscrito que significa círculo, rueda, y designa el disco solar, atributo de Vishnú. En el ser humano existen 7 chakras fundamentales, situados entre el cuerpo etéreo y la envoltura carnal y que les une a los diversos cuerpos (somatico, emocional, mental y etérico) a través de una serie de canales llamados ‘nadis’. La función tanto principal como fundamental de los Chakras es la de absorber la energía universal, metabolizarla alimentando los distintos cuerpos del ser humano para, finalmente, irradiar energía hacia el exterior. La energía discurriría por ellos con movimientos ascendentes y descendentes, formando una especie de espiral, girando, propiamente como se ha citado en su definición, como una rueda. De estos siete chakras, el inferior y el superior son simples, mientras que los cinco restantes están formados por una parte anterior y su correspondiente posterior. Los chakras están representados en forma de flor de loto, diferenciándose en el número de pétalos de que dispongan. Asimismo, existen otras manifestaciones relacionadas con ellos como pueden ser los mantras, notas musicales, yantras o símbolos condensados del Cosmos (muy utilizados para la meditación), dibujos, elementos, letras y colores.
Dentro de ese conjunto de puntos vitales, existen 7 chakras principales, que se distribuyen desde la parte más baja de la columna vertebral (donde se encontraría la “kundalini”, energía enroscada en forma de serpiente) hasta la parte más alta de la cabeza (donde aparecería el halo). Los chakras se describen alineados en una columna ascendiente desde la base de la columna hacia la parte superior de la cabeza. En las prácticas contemporáneas, a cada chakra se le asigna un color y son visualizados como flores de loto con distinta cantidad de pétalos en cada chakra. Se piensa que los chakras vitalizan el cuerpo estando asociados con la naturaleza física, emocional,  mental y espiritual. La función de los chakras es mantener la salud espiritual, física, emocional y mental, equilibradas.
La Medicina tradicional china también se basa en un modelo similar del cuerpo humano como un sistema energético. En la época actual ha surgido un creciente interés por los chakras. En este movimiento, y para aproximar la evidencia de estas estructuras sutiles con el cuerpo físico, se están apuntando unas correspondencias entre la posición y rol de cada chakra y aquellas de las glándulas del sistema neuro endocrino. Los chakras son descritos en los textos tántricos como Sat-Cakra-Nirupana, y el Padaka-Pancaka, como energía que emana de lo espiritual y que gradualmente se hace concreta, creando distintos niveles de chakras, y que eventualmente halla su reposo en el chakra Muladhara. Por lo tanto, son parte de una teoría emanacionista, como aquella del kabbalah judío, o árbol de la vida. Incluso, autores actuales, como Caroline Miss, han elaborado una curiosa correspondencia del modelo de chakras con los siete sacramentos de la doctrina católica. La energía liberada en la creación, llamada Kundalini, yace dormida, entonces, en la base de la espina. Por ende, es el propósito del yoga tántrico o kundalini el manifestar esta energía, y hacerla elevar a través del canal central pasando por los chakras, hasta que la unión con el Absoluto sea lograda en el chakra Sahasrara en la cabeza.
Además de escritos de India, algunos autores occidentales han tratado de describir los chakras. Varios escritores contemporáneos, entre ellos cabe destacar Leadbeater, el descubridor para Occidente de Alcyone (Krisnamurty),  han escrito su opinión acerca de los chakras en gran detalle, incluyendo la razón de su apariencia y función. Se dice que los siete chakras reflejan cómo el sentido humano (el humano inmortal o el alma), es dividido para manejar distintos aspectos de la vida terrenal (cuerpo/instinto/energía vital /emociones/ comunicación/contacto con lo Absoluto).  Los chakras se asocian con diferentes niveles de delicadeza espiritual, con Sahasrara en la posición más alta relacionado con el puro sentido, y Muladhara en la menor posición estando relacionado con la materia. La mención más antigua de chakras se encuentra en el Upanishad (Siglo III aC, aunque algunos autores los remontan hasta el 3000 AC), incluyendo específicamente al Upanishad Brahman y el Upanishad Yogatattva. Estos modelos fueron adaptados en el Budismo Tibetano como la teoría Vajrayana, y en la teoría Tántrica Shakta. Es la teoría shakta de siete chakras principales, a la cual se adhieren en Occidente un gran número de personas, en mayor parte gracias a la traducción de dos textos Hindúes, el Sat-Cakra-Nirupana, y el Padaka-Pancaka, por Sir John Woodroffe, alias Arthur Avalon, en un libro titulado El poder de la Serpiente (The Serpent Power), y también al controvertido C. W. Leadbeater en su libro Los Chakras, que son su propia reflexión sobre el tema. Hay otros varios modelos de chakras en otras tradiciones, incluyendo la Medicina China y el Budismo Tibetano. Y también se pueden hacer interpretaciones del kabbalah judío y el sufismo islámico, y hasta con los sacramentos católicos.
[liv] Carl Gustav Jung (nacido el 26 de julio de 1875 en Kesswil, Cantón de Turgovia, Suiza; fallecido el 6 de junio de 1961 en Küsnacht, Cantón de Zúrich), fue un médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis; posteriormente, fundador de la escuela de Psicología analítica, también llamada Psicología de los complejos y Psicología profunda. Se le relaciona a menudo con Sigmund Freud, de quien fuera colaborador en sus comienzos. Carl Gustav Jung fue un pionero de la psicología profunda y uno de los estudiosos de esta disciplina más ampliamente leídos en el siglo veinte. Su abordaje teórico y clínico enfatizó la conexión funcional entre la estructura de la psique y la de sus productos (es decir, sus manifestaciones culturales). Esto le impulsó a incorporar en su metodología nociones procedentes de la antropología, la alquimia, los sueños, el arte, la mitología, la religión y la filosofía. Jung no fue el primero en dedicarse al estudio de la actividad onírica. No obstante, sus contribuciones al análisis de los sueños fueron extensivas y altamente influyentes. Escribió una prolífica obra. Aunque, durante la mayor parte de su vida, centró su trabajo en la formulación de teorías psicológicas, y en la práctica clínica, también incursionó en otros campos de las humanidades: desde el estudio comparativo de las religiones, la filosofía y la sociología, hasta la crítica del arte y la literatura.
[lv]  Christof Koch, Susan Greenfield. Cómo surge la conciencia. Investigación y Ciencia, Dic. 2007, pag 50
[lvi] Caroline Myss Caroline Myss, que se doctoró en teología por el Mundelein College de Chicago, es autora de los best-séllers Anatomía del espíritu, La medicina de la energía y El contrato sagrado, las siete moradas (visión actual del Castillo Interior de Teresa de Jesús) que han sido traducidos a numerosos idiomas. Myss imparte conferencias y seminarios por todo el mundo. Vive en Chicago, Illinois.
[lvii] La precesión de los equinoccios es el movimiento del polo norte celeste, que describe un círculo de 23º 26' de radio alrededor del polo norte de la eclíptica con un período de 25.780 años. Este movimiento es debido al movimiento de precesión de la Tierra causado por el momento angular ejercido por el Sol sobre la Tierra. Hiparco de Nicea (siglo II AC) fue el primero en dar el valor de la precesión de la Tierra con una aproximación extraordinaria para la época. Según este movimiento, el efecto que tiene sobre la trayectoria de la eclíptica a su paso por el ecuador celeste, es tal, que cada aproximadamente 2000 años, el Sol a su paso por el punto omega, que es el corte con el ecuador en primavera, se va trasladando ligeramente hasta describir una traslación completa en 25.700 años. Más o menos, esto se viene observando desde que los primeros astrónomos se dedicaron a ver el cielo nocturno. El resultado práctico es el siguiente. Paso del Sol en el equinoccio de primavera. Resumiendo, cada dos mil años, más o menos, el Sol cruza el punto Omega en una constelación del Zodíaco diferente, completando lo que se denomina año platónico en unos 25.700 años. A propósito de este comportamiento de la eclíptica y del Sol, los astrólogos han querido interpretarlo como que cada vez que el Sol cruza (más o menos) los límites de la casa de una constelación con la siguiente, ello parece incidir en una nueva era en la Humanidad.
[lviii] Daniel Goleman Daniel Goleman es un psicólogo estadounidense, nacido en Stockton, California, el 7 de marzo de 1947. Adquirió fama mundial a partir de la publicación de su libro Emotional Intelligence (Inteligencia Emocional) en 1995. Daniel Goleman posteriormente también escribió Inteligencia Social, la segunda parte del libro Inteligencia Emocional.
[lix] La herejía pelagiana Surgió como doctrina en el siglo V, siendo condenado por la Iglesia Católica de forma definitiva el año 417. Negaba la existencia del pecado original, falta que habría afectado sólo a Adán, por tanto la humanidad nacía libre de culpa y una de las funciones del bautismo, limpiar ese supuesto pecado, quedaba así sin sentido. Además, defendía que la gracia no tenía ningún papel en la salvación, sólo era importante obrar bien siguiendo el ejemplo de Jesús. Wikipedia.
[lx] La insoportable levedad del ser. novela del escritor checo Milan Kundera, publicada en 1984. Ambientada en Praga en 1968, trata de un hombre y sus dudas existenciales en cuanto a las situaciones de pareja, tanto sexuales como amorosas. El libro relata escenas de la vida cotidiana, pero trazadas con un hondo sentido trascendental.
[lxi] Pirámide de Maslow  es la jerarquía de necesidades del ser humano fue definida por Maslow. Es una teoría psicológica propuesta en su trabajo de 1943 Una teoría sobre la motivación humana, posteriormente ampliada. Maslow formuló una jerarquía de las necesidades humanas y su teoría defiende que conforme se satisfacen las necesidades básicas, los seres humanos desarrollamos necesidades y deseos más elevados. La jerarquía de necesidades de Maslow  se describe a menudo como una pirámide que consta de 5 niveles: Los cuatro primeros niveles pueden ser agrupados como necesidades del déficit (Deficit needs); el nivel superior se le denomina como una necesidad del ser o de superavit (being needs). La diferencia estriba en que mientras las necesidades de déficit pueden ser satisfechas, las necesidades del ser son una fuerza impelente continua. La idea básica (y cuestionable) de esta jerarquía es que las necesidades más altas ocupan nuestra atención sólo una vez se han satisfecho necesidades inferiores en la pirámide. Las fuerzas de crecimiento dan lugar a un movimiento hacia arriba en la jerarquía, mientras que las fuerzas regresivas empujan las necesidades prepotentes hacia abajo en la jerarquía. En términos de economía se usaba mucho este método de jerarquización, hasta que se simplificó en una sola "felicidad". Según la pirámide de Maslow experimentamos los siguientes grupos de necesidades:
Necesidades fisiológicas básicas.  Son necesidades fisiológicas básicas para mantener la homeostasis, dentro de estas se incluyen la necesidad de respirar,  de beber agua, de dormir,  de regular la homeostasis (ausencia de enfermedad), de comer, de liberar desechos corporales, de satisfacer el impulso sexual.
Necesidad de seguridad. Surgen de la necesidad de que la persona se sienta segura y protegida. Dentro de ellas se encuentran: seguridad física, de empleo, de ingresos y recursos, moral y fisiológica, familiar, de salud, contra el crimen de la propiedad personal, de autoestima
Necesidad de afiliación. Están relacionadas con el desarrollo afectivo del individuo, son las necesidades de asociación, participación y aceptación. En el grupo de trabajo, entre estas se encuentran: la amistad, el afecto y el amor. Se satisfacen mediante las funciones de servicio a los demás y prestaciones que incluyen actividades de solidaridad y convivencia, tales como deportivas, culturales y recreativas. En una palabra, vida en comunidad y trabajo en equipo.
Necesidad de reconocimiento. Se refieren a la manera en que se reconoce el trabajo del personal, se relaciona con la autoestima.
Necesidad de autorrealización. Son las más elevadas, se hallan en la cima de la jerarquía, a través de su satisfacción personal, encuentran un sentido a la vida mediante el desarrollo de su potencial en una actividad.
Maslow definió en su pirámide las necesidades básicas del individuo de una manera jerárquica, colocando las necesidades más básicas o simples en la base de la pirámide y las más relevantes o fundamentales en el ápice de la pirámide, a medida que las necesidades van siendo satisfechas o logradas surgen otras de un nivel superior o mejor. En la última fase se encuentra con la "auto-realización" que no es más que un nivel de plena felicidad o armonía.
[lxii] Tankeray. La purificación del alma o vía purgativa. En Teología ascética y mística Pag. 341. Ed. Palabra. Madrid 2002
[lxiii] Robert Fisher. El caballero de la armadura oxidada. Ed. Urano Madrid 2006. Robert Fisher dice: " Nací en Long Beach, California, con el fin de estar cerca de mi madre. Me acuerdo de que fue un martes porque ese día no estaba haciendo nada más". Robert Fisher empezó su carrera a los 19 años. Escribía para Groucho Marx cuando este hacía un programa de radio a nivel nacional. Siguió su carrera escribiendo para cómicos tan legendarios como Bob Hope, George Burns, Alan King, Lucille Ball, Red Skelton y Jack Benny.

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