Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
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Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

Contemplación


Contemplación
José Alfonso Delgado
Madrid, Diciembre de 2007 – Febrero de 2008



Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.
Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.
Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.


Mateo 5, 3-12 Comienzo del Sermón de la Montaña




Contemplar


La contemplación es un estado del ser, ni fácil, ni difícil de alcanzar. 


Es simplemente sencillo, si se sabe cuál es su fundamento.


Consiste en atravesar la barrera del silencio y escuchar. 



Contemplar es vivir el presente eterno, vivir el momento que nos ha sido dado, bastándole cada día su afán , aceptando humildemente la gracia de disponer del pan de cada día.


Contemplar es no estar encadenado ni a experiencias del pasado, ni a proyectos de futuro.


Contemplar es simplemente ver sin emitir juicios, ni razonamientos, ni elaborar modelos mentales para tratar de comprender.
Contemplar es observar sin emitir criterios de realidad.
Contemplar es ver sin influir en lo observado, sin elaborar fantasías.
Contemplar supone amar lo que es.


Contemplar supone renunciar al uso del pensamiento para acceder a Aquel que da soporte a nuestra existencia.


Como Moisés sacó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y le condujo por el desierto, también nuestro pensamiento tiene que dar el primer paso y ser consciente de sacarnos de la vida cotidiana, conducirnos por el desierto. Pero ha de saber que con él no podemos entrar en la Tierra prometida, en el centro de nosotros mismos, donde Dios habita, por nosotros mismos. Existe una Puerta que no podemos abrir nosotros.


Más allá de esa Puerta, está el Océano de Dios.


1.- Yo y el pensamiento


La gran barrera a la contemplación soy yo mismo, el culto al “yo”, también denominado “egoísmo” para el que no haya caído en la cuenta, que se manifiesta a través del pensamiento.


El pensamiento hace que me recrimine por mis errores y fracasos y que trate de ambicionar lo que no soy.


Nos construimos modelos de paja que generan un abismo insalvable entre lo que somos y lo que quisiéramos ser. Y contando tan sólo con nuestras fuerzas, tratamos de recorrer un camino ilusorio, que nos genera conflictos y miedos. Los prejuicios adulteran esa misma realidad que tratamos de construirnos en nuestro interior. Así que nuestra vida transcurre en un mundo de fantasía cargada de tintes oscuros.


Lo que soy, o creo que soy, es simplemente una elaboración mental de mi pensamiento en función de mis años de experiencia. Lo que yo creo que soy, es simplemente un burdo modelo de mi propia realidad. Y como todo modelo, por el simple hecho de serlo, es simple, reducido, inexacto, en el extremo falso o rigurosamente falso. Y en el mejor de los casos, una verdad relativa.
El pensamiento imagina y desea. Eso genera inquietud, lo que supone un descomunal consumo de energía, que no sirve para nada.


Por tanto, el objetivo no es dejar de pensar, sino de creer que somos lo que pensamos, porque la imaginación es el alucinador más efectivo que existe para distorsionar la realidad.


El pensamiento es una facultad superior que nos ha sido dada para comprender, o tratar de comprender el mundo físico. Para solamente eso, la inteligencia biológica funciona bastante bien. Es capaz de aprender, de asociar, de elaborar modelos descriptivos, explicativos y predictivos, hasta lograr que en nuestra memoria y entendimiento alojemos un “el mundo es como si…”. Es capaz de mantener nuestros instintos primarios neutralizados y bajo control. Todo esto es fundamental para la supervivencia y para los trabajos del día a día en este mundo.


El pensamiento es capaz de comprender y elaborar unos sencillos principios éticos y entender que hay que respetar la vida y los bienes de los demás frente a los míos. Es capaz de elaborar códigos de justicia. Es capaz de elaborar normas de convivencia para que esto no sea una barbarie. Es capaz de diseñar y construir las herramientas y los sistemas de ingeniería necesarios para facilitarnos la vida diaria. Es capaz de imaginar un mundo mejor, y de luchar por él. Pero también es capaz de ambicionar los bienes ajenos, de envidiar lo que no es suyo, de urdir venganza en respuesta del daño sufrido, o simplemente por el placer de hacer daño.


En suma, el pensamiento es y ha sido capaz de construir la civilización que ven nuestros ojos y en la que vivimos, con sus luces y con sus sombras. Que no es poco.


Y además, el pensamiento elabora un concepto de nosotros mismos, construye nuestro “yo”, el que se despierta por las mañanas, vive y trabaja y se relaciona con la gente; el que lucha y desea, el que trabaja y se esfuerza, el que se ilusiona y se decepciona, el que sufre y se alegra; el que cuida y desatiende; el que unas veces es capaz de ser abnegado y otras se comporta como un perfecto egoísta.


Quedémonos con esta idea: 


“Yo” soy lo que mi pensamiento ha elaborado sobre mí.


Soy fruto de una elaboración mental. Nada más.


El pensamiento es el artífice supremo de nuestras ilusiones y de nuestro sufrimiento, de nuestros miedos y de nuestras seguridades.


Todo lo que creemos ser, desear, concebir, suponer es obra del pensamiento. Pero hasta ahí llega.


El pensamiento es el artífice de lo que vemos con la óptica y el conjunto de sentidos que nos permite nuestro sistema nervioso y nuestro cerebro. Pero es incapaz de ir más allá.


La mayor parte de lo que nuestro pensamiento elabora está fuertemente condicionado por la educación. Es lo que los toltecas llaman el sueño de la familia, de la sociedad, y en el extremo, el sueño del planeta . Los que nos precedieron desde muchos siglos atrás, han elaborado, generación tras generación, un sueño sobre cómo es esta vida, y nos la han inculcado en nuestra mente a través de la educación, de modo que ni siquiera somos lo que pensamos, sino lo que la humanidad que nos ha precedido ha destilado en nuestra mente y nos ha inculcado a través de la enseñanza. Y aún más, nos ha obligado a aceptar compromisos sobre normas de comportamiento, de creer y de vivir, acorde con “su” sueño, no con el nuestro que ni siquiera lo hemos elaborado conscientemente, y que a poco que no caigamos en la cuenta, ni siquiera seremos capaces de concebir. Es así que cualquiera que se atreva a salirse de los carriles marcados, “delira”, es decir, se sale de la lira del sembrado, y es tratado como inadaptado al sueño de la comunidad, como sociópata, como hereje. 


El pensamiento es también capaz de imaginarse un mundo más allá de esta vida, un mundo sutil, pero ahí se enfrenta con tremendos problemas. La elaboración de los modelos de realidad del mundo físico, con ser un proceso inexacto y limitado, tiene al menos la ventaja de que pueden ser contrastados, y utilizando los métodos de la Ciencia, los modelos pueden ser valorados, refinados y mejorados lenta y progresivamente, porque el mundo físico siempre estará ahí, para ser observado. Pero el mundo de lo espiritual, desde el puro pensamiento, tan sólo puede ser “imaginado”, sin ninguna base sólida o experimental, como en el mundo físico, por eso hay tanto escéptico. De ahí que a lo sumo, de lo que el pensamiento es capaz es de concebir un código de creencias sin base objetiva, y además muy condicionada por las tradiciones y por el sueño de la comunidad en el que uno nace y es educado en la fe correspondiente.


Si el mundo, si la existencia fuera tan sólo lo que ven nuestros ojos a través de los potenciales de acción que van desde la retina o desde la cóclea hasta los núcleos visuales del lóbulo occipital o auditivos del lóbulo temporal, entonces, el pensamiento sería y bastaría como un instrumento necesario y suficiente para vivir aquí.


El que conciba la vida desde el ateísmo, va sobrado con sus potencias mentales. Lo que a continuación se expone, no va con él; puede detener aquí la lectura. Puede seguir viviendo en su pequeño mundo, y ver con su retina y su lóbulo occipital el Universo que se nos ofrece desde el telescopio o desde el microscopio. Con lo que tiene le basta.


El que conciba la vida desde las creencias religiosas, siguiendo únicamente el código moral de su religión, tampoco hace falta que siga leyendo, porque su vida no despegará un palmo del suelo, dado que toda ella quedará encerrada en las cuatro paredes de su pensamiento, adecuadamente moldeado por el proceso de catequesis que su religión haya estructurado para él. Basta con que siga las instrucciones que le den sus directores religiosos para ser una buena, creyente y obediente persona. Al menos no hará daño, y en su caso, se comportará rectamente. Su tribu estará contenta con ella.


Aquel que comprenda que su Reino no es de este mundo, le interesa lo que a continuación sigue.


2.- Abrir los ojos


El planteamiento de la vida espiritual es diametralmente opuesto a lo que se nos enseña en este mundo. Según nuestras capacidades cognitivas, la vida presente, la de todos los días, con sus problemas y sus alegrías, es la verdadera; y si no, que alguien nos diga que un requerimiento de Hacienda no es verdadero, o un expediente de regulación de empleo que nos deja en la calle no es verdadero, o el accidente de moto de nuestro hijo no es verdadero… Sin embargo, las creencias de la gente, las promesas del Paraíso, y demás temas relacionados con el más allá ¿quién ha estado allí para decir que son ciertas? Pues dicho esto, y siendo evidente de lo tangible de la vida material y lo intangible de la vida sutil e inmaterial, como poco impresiona de presuntuoso afirmar, justamente lo contrario, que lo real es lo espiritual, que nadie ve, y lo irreal es lo material, que todo el mundo ve y experimenta. Y sin embargo, la condición sinequanon para abordar la Contemplación, es justamente negar la mayor de la realidad material, para aceptar la realidad de lo intangible. Aceptar, tanto lo transitorio de esta vida, como lo eterno de la otra.


Así, nuestra vida en este mundo hemos de tomarla como una ensoñación. En ese sueño se elabora una espectacular tragicomedia que es el argumento de nuestros días. 


Igual que cuando despertamos del descanso nocturno, permanecemos durante unos instantes que no sabemos dónde estamos, qué día de la semana es, y si lo que pensamos es real o forma parte del sueño que acabamos de imaginar, de igual forma, la persona que trata de abrir los ojos a lo Real, a lo trascendente, comienza por no saber si lo que fluye por su interior sigue formando parte del sueño de este mundo, o pudiera tratarse ya de los primeros rayos de lucidez. Es el estado crepuscular entre el Cielo y la Tierra.
El primer paso para comenzar el proceso de despertar a lo Eterno es “ser conscientes” de que no somos nada de lo que creíamos ser.


Todo lo que creíamos ser, hombre, mujer, marido, esposa, hijo, médico, fontanero, ama de casa, presidente del Gobierno, etc., nos lo hemos forjado a lo largo de nuestra vida, estudiando, aprendiendo y luchando denodadamente.
“Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”  
Un niño no es nada de lo que con los años aprende a creerse que es. Es simplemente una promesa. Pues esta es la base de la contemplación. No soy nada de lo que creo ser.


Hay que renunciar a todo este bagaje de deseos, por muy honesto y bien intencionado que pueda parecernos, porque suponen una seria interferencia entre nosotros y Él.


Llamémosle por su nombre. Estamos hablando de Dios.


La contemplación es el estado del alma en el que ella ha sabido despojarse de su naturaleza terrenal, aunque siga viviendo en la Tierra, para dejar paso a su Creador, para, unida a Él, vivir por Él y para Él.


Haciendo un símil paisajístico, el camino de la contemplación supone iniciar la ascensión desde nuestro valle hasta la cumbre la una alta montaña, y desde allí contemplar la inmensidad del Océano de Dios.


Bienaventurado el que consigue alcanzar la cima. Mejor, bienaventurado el que permite que Él le guíe hasta la cima del monte y Ver el Océano.
Sin pretender salir con el pensamiento a ninguna parte, la contemplación es un estado que surge por sí solo. Es como una Gracia, una inspiración; simplemente viene, sin hacer nada.


La paradoja es que el gran esfuerzo consiste en conseguir dejar de trabajar. Nada en nuestra vida alrededor tiene por qué cambiar, simplemente consiste en ser lo que somos, pero dejar de creer que somos lo que pensamos que somos. Parece un trabalenguas, pero tiene todo el sentido.


De la misma forma que para aceptar una nueva idea, un nuevo modelo mental, hemos de abandonar las viejas ideas, los modelos previos, para aceptar mi nueva realidad, ser lo que soy, primero he de deshacerme de lo que siempre he creído ser.


Por eso, como dice Consuelo Martín en su libro “El arte de la contemplación” , la contemplación es escurridiza, no soporta estar encorsetada en ninguna definición, porque como Dios, no es nada en concreto y lo es Todo. Es simplemente un estado expandido de la consciencia.


No es desde luego, hacer un rato de silencio, es el silencio del alma. Es vivir en silencio.


3.- Silencio interior


Ante la pregunta sobre qué es contemplar, la respuesta más sabia es reconocer que no sabemos lo que es; es reconocer nuestra ignorancia.
En este punto comienza la verdadera Sabiduría.
La contemplación no es un atributo de la persona, en tanto “yo”, “ego”. Sucede muy a su pesar, a sus espaldas. No es una función del pensamiento, por lo que no podemos definirla. A lo sumo, decir que es un estado del Alma en el que es capaz de Ver la Verdad. Pero es imposible definir “Ver la Verdad”.
La contemplación no trata de mejorar nuestra calidad de vida. No busca eso. No busca la libertad, la belleza, la paz, tal y como nuestro pensamiento la entiende. No me va a proporcionar lo que estoy buscando, porque no sé lo que estoy buscando.


El propio hecho de buscar crea un serio conflicto, porque lo más probable es que busquemos en la dirección equivocada. Becquer decía que él era un ansia perpetua de ser algo mejor. Noble aspiración que no conduce a ninguna parte. Porque no sabemos qué es “ser algo mejor”.


El ansia será un fuego interno que nos consumirá mientras no aprendamos a contemplar.


Dentro de los símiles que nos podemos imaginar, digamos que contemplar es algo así como abrir los ojos por primera vez.


Pero para abrir los ojos, tenemos que dejar de soñar. Como cuando despertamos por la mañana de un día normal.


Dejar de soñar significa hacer silencio interior. Y lo primero para conseguirlo es “callar”, apagar los ruidos, hacer silencio exterior.


En un ambiente de silencio físico, me quedo a solas con mis pensamientos, y con mis emociones. Las hago conscientes.


En esa toma de conciencia, tengo que darme cuenta de que si estoy triste es porque algún pensamiento triste me ha embargado. Y si alegre, por lo mismo. Si consigo tomar conciencia de esto, puede que me pueda separar del proceso siento – pienso – me comporto, y detenerlo. Hacer silencio.


Debemos tender a una actitud neutral. Porque las emociones y el pensamiento son procesos de base orgánica. La contemplación es puramente espiritual, como un viaje astral, es el contacto íntimo con el Espíritu de Dios.
Todo cuanto existe en este mundo es relativo según la Ciencia occidental, fenoménico según la filosofía occidental o una ilusión, una maya, según la oriental. Porque todo sucede si hay un observador que se dé cuenta del fenómeno. En la medida en que otorgamos valor postal a lo que procesa nuestra mente, es en la medida en que dejamos que lo incierto nos guíe y nos conduzca.


Contemplar es Ver lo Real, la Verdad.


El Sermón de la Montaña, que es el discurso programático de Jesús de Nazareth, sorprendió a los que le escucharon, nos sorprende a nosotros y nos cuestiona, pero desde el estado de contemplación es simplemente “ser”, “amar”, “vivir”. Es obvio, no tiene vuelta de hoja.


Todo consiste en “darse cuenta”, o alcanzar la “lucidez” o el “discernimiento”.
La contemplación es observación pura, sin interpretación de ningún tipo, sin exégesis, sin hermenéutica alguna. Es lo que hace un niño.
Por eso, en lo relativo a Dios, es absurdo pensar, porque “nadie puede añadir un codo a su estatura a fuerza de discursos” .


Pudiéramos pensar que el consenso de mucha gente nos aproxima a la verdad. Qué equivocación. Nada más sencillo que difundir una idea falsa, si se sabe hacer uso torticero de los medios de comunicación.


Por eso, la contemplación es una llamada a la inocencia, a proyectar sobre las cosas una mirada limpia de corazón, desde la más absoluta pobreza de espíritu, esto es, el reconocimiento de que por nosotros no podemos alcanzar ese estado.


No hay que ajustarse a normas de conductas, a códigos. No hay pecados ni virtudes. No hay juicios… y no seremos juzgados . No hay que presuponer nada. Mirar como si fuera la primera vez, sin la brutal carga de la educación. Ser cándidos como palomas . Lo que no significa ser estúpidos. Es estar abiertos a la sabiduría que viene de lo Alto.


4.- Vivir lo infinito


Lo que somos realmente es ilimitado. Este es el axioma en el que se asienta la vida espiritual. Si se niega, se niega a Dios. No hay más que hablar de momento.


La vida física se mueve en términos de relatividad, de puntos de referencias que marcan coordenadas sobre las que poder orientarnos. La vida espiritual se mueve sobre lo absoluto. Es tan infranqueable el abismo entre lo relativo y lo absoluto, que desde la capacidad humana es imposible acceder a lo absoluto. Pero para Dios todo es posible .


Uno de los atributos del mundo físico es el dolor. Pero esto es también un término relativo. El sufrimiento se perpetúa por el deseo de eliminarlo, de la misma forma que sucede si sólo se pretende eliminar los síntomas de una enfermedad, sin acudir a sus causas. Así, el deseo de ser feliz, hace que jamás logremos alcanzarla.


Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme. 
Hemos de vender todas las ilusiones que fabrica nuestro pensamiento, todos nuestros ideales, porque son tan limitados, tan ridículos, que nada tienen que ver con lo que nos espera si abrimos nuestro corazón al Eterno. Y además, el problema es que abrazamos esas ilusiones, esos ideales como si fuera nuestro tesoro más preciado. Y eso nos hace caminar (con nuestra mejor intención) en la dirección equivocada. Lo que salga de nuestro pensamiento, por muy bien intencionado que esté, siempre nos conducirá a ninguna parte, en relación con el Infinito. Podremos hacer buenas obras, qué duda cabe; podremos ayudar a los demás; qué duda cabe. Podremos mejorar nuestra calidad de vida; qué duda cabe. Pero nada de eso nos conducirá de verdad a nuestra realidad trascendente. No habremos levantado un palmo del suelo.


El pecado original se basa en el “ego-ismo” o culto al “yo”. Supone creer que sí podemos llegar a alguna parte por nosotros mismos. El camino de perfección supone, por tanto, desterrar esa idea de nuestro corazón.


El mundo de lo finito, requiere la presencia del observador. Es una matriz que existe en tanto la observamos. Hasta la Física ha llegado a esta conclusión, por cuanto para que una partícula subatómica exista, es necesario un observador. Esto es lo que se ha dado en llamar el principio de incertidumbre, que trata sobre los misterios de la mecánica cuántica. 


Con este armamentario, no es posible acceder a lo infinito. Son mundos que están en dimensiones diferentes. Por eso, para el hombre es imposible salvarse.


Sólo un instante de iluminación es suficiente para rendirse a la evidencia de lo que estamos hablando. Hasta entonces, en eso consiste la Fe, en creer que Dios y yo somos uno, en una dimensión que no es de este mundo. En un Reino que no es de aquí. No puede serlo.



Sólo intuir que Aquello es el Camino, la Verdad y la Vida, es suficiente para soltar amarras y desprenderme de mi fábrica de sueños.


¿Crees en mí? Dichoso si no te hace falta meter los dedos en la llaga . Dichoso si confías en ser guiado a través de la noche del sentido y del espíritu.


5.- Creencias


En el camino de la contemplación nos encontraremos siempre con el fenómeno de las creencias. 


Las creencias están elaboradas por el pensamiento, y como tales son ensoñaciones sobre lo espiritual; pueden ser un apoyo en los primeros tiempos del largo caminar, pero a la larga conducen a la frustración del desengaño.
En las creencias se pone emoción y sobre todo fe, alma corazón y vida. Son una especie de bote salvavidas que nos hacen soñar, no sobre este mundo, sino sobre lo eterno, lo que es aún peor.


Si nuestras limitadas capacidades nos permiten a lo sumo construirnos, elaborar modelos de realidad sobre el mundo físico que tocamos y palpamos (o eso al menos creemos), y ya hemos dejado claro que nuestros modelos son meras aproximaciones a la para nosotros difícilmente alcanzable realidad física que está ahí fuera, y que sólo gracias a nuestros elaborados podemos ver, tocar y admirar, las creencias suponen la elaboración de modelos de la realidad sutil. Es decir, al creer decimos, “el mundo espiritual es como si…” Y no mucho más. Sólo el hecho de añadir a esas creencias el atributo de que han sido elaboradas en el más allá por seres (llámese el propio Dios, la Virgen o los santos y ángeles) que nos han revelado esas verdades, es lo que hacen aceptarlas sin margen para la duda.


Pero no todas las creencias son supuestamente reveladas por divinidades. La mayoría (en realidad, prácticamente todas) proceden de las tradiciones culturales elaboradas y destiladas a lo largo de siglos y fuertemente enraizadas en el subconsciente colectivo y en el imaginarium popular.
Otro de los problemas muy serios que plantean las creencias es que no son universales, sino locales, propias de cada tribu, cada etnia, cada sociedad, cada religión. En el extremo de cada persona. No hay dos seres humanos que crean exactamente lo mismo. Siempre hay matices. Esto separa y a la postre, termina enfrentando. Así, los muy devotos de la Virgen del Escorial creen sin margen de duda todo lo que Amparo Cuevas, la supuesta vidente, dice que le dice la Virgen. Los que no lo sean, lo ven con escepticismo, y para el resto, simplemente aquello es una congregación de fanáticos, si no un suculento negocio investigado por la Fiscalía de Madrid. Es decir, para todos los gustos.
No. Este no es el camino.


Sería inteligente que antes de que nuestra vida física acabe, pudiéramos siquiera intuir de qué va esto, y despertar. Porque al despertar y contemplar la Realidad, ves que todos somos uno. Cuando se vive así, ves que no puede haber separación entre unos y otros; entre lo que creen unos y lo que creen otros. Es tan absurdo como (es doloroso reconocerlo) útil a la casta de los chamanes y sacerdotes, intermediarios interpuestos entre Dios y los hombres.


La lucidez de la contemplación hace añicos todas estas barreras interpuestas, para hacerte ver que “todos somos uno” en Aquel que nos ha creado y del que participamos en su misma naturaleza. Lo dice el Génesis, creados “a imagen y semejanza” . Por tanto, al despertar es absolutamente lógico amar lo que es. Y esto supone, no sólo amar lo que te agrada y a quien te agrada, sino a lo que te desagrada, y hasta a los que te desagradan, para a continuación hacer lo posible por aliviar los problemas, o al menos no agravarlos con actitudes, si no hostiles, sí indiferentes. Este es el sentido de la controvertida frase de Jesús, “amad a vuestros enemigos, rogad por los que os maldicen” , y “perdónales, porque no saben lo que hacen” , porque no saben que somos uno. Démonos cuenta de lo universal de este principio que Gandhi (no cristiano) lo afirma también: “la no violencia comienza partir del instante que amamos a todos los que nos odian” 


Antes de ver la Unidad, puede que haya amor, pero está distorsionado por la separación de creernos distintos unos de otros. Se suele decir que hemos de darnos a los demás. Esta frase presupone la evidencia física de que hay unos y otros. Pero cuando ves, te das cuenta de que eso es una ensoñación, que ya no existo “yo” y “tú”, entonces, el amor fluye sin problema por ese cuerpo místico que todo él conforma una sola entidad.


El riñón no compite con el hígado, salvo que a consecuencia del mortal error del cáncer, las células hepáticas traten de invadir las otras estructuras del organismo. Pero el final de este desastre es, todos lo sabemos, la muerte.
Creernos diferentes a los demás, y sobre esa base, competir por los recursos y situación social es lo más parecido al comportamiento canceroso. Y el final es igual de ominoso. Por eso el amor es similar a la “simbiosis”, asociación de dos o más individuos de la misma o diferentes especies, en la que todos salen beneficiados.


El camino de la contemplación es el camino de la simplicidad, de desmontar todo los edificios conceptuales y credenciales que hemos elaborado. De la misma forma que es una creencia creer en unos y otros, es también una creencia, creer que somos cuerpo, emociones, mente y espíritu. La teoría de las cuatro capas, muy usada en Oriente y expresada en los mudras, sólo es útil si la tomamos como “modelo”, como símil, para entendernos. Con los chakras pasa lo mismo. Es en suma el concepto sistémico de que un sistema es un conjunto de elementos interactuantes, que todos integrados constituyen una nueva entidad. Esa nueva entidad no tiene sentido que se vea como un conjunto de cosas integradas, es una unidad indivisible si pretendemos que tenga entidad por sí misma.


Este concepto de integración y unicidad está en la base del pensamiento místico. 


En Oriente, el más fiel exponente de esta forma de entender la existencia es el pensamiento Advaita .


El Vedanta Advaita es la variante no dualista del Vedanta, una de las seis corrientes principales del pensamiento tradicional de la India. Sus bases se encuentran recogidas en antiguos textos hinduistas (los Upanishads, el Bhagavad Guita...) pero fue Sankara (siglo VIII) quien le dio forma. Se dice de ella que es la vía más directa hacia la Auto-realización (Iluminación, Despertar,...) ya que se centra en la pregunta primordial "¿Qué o quién soy yo? ¿Cuál es mi verdadera naturaleza?", evitando estériles divagaciones metafísicas. Aquí sólo está el individuo buscando dentro de sí mismo su propia Esencia.


El Advaita no es una religión, por lo que no tiene mandamientos, ni sacerdotes, ni templos, ni creencias (aunque existe una orden de suamis seguidores de Sankara en la línea hindú ortodoxa). Negando la existencia real de cualquier cosa diferente del Ser (lo Absoluto inefable, lo sin-atributos), su punto central se resume en la frase sánscrita "Tat tvam asi" (tú eres Aquello) afirmando que la esencia del hombre y del universo no es otra que el Ser. Todo el contenido del mundo fenoménico, desde las galaxias a la mente humana, no es más que un espejismo ontológico (no son permanentes, tuvieron un comienzo y por tanto tendrán un final) por lo que no se le puede atribuir la cualidad de SER: sólo tienen existencia relativa, no absoluta. Ramana Maharshi utilizaba para ilustrar esa idea un símil muy gráfico: lo que llamamos "realidad" es análogo a una proyección de cine. La pantalla es el Ser y la película el mundo fenoménico: mientras dura la proyección, la pantalla no se ve, pero ella es el soporte sobre el que aparecen las imágenes y sin ella no sería posible ver nada. Del mismo modo, nada de lo que sucede en la película afecta al soporte; las escenas con agua no pueden mojarla y las llamas no pueden quemarla... tal es la relación del Ser y el no-ser.


Es importante entender que este planteamiento de ninguna forma plantea problemas de conciencia y moral respecto de la mística cristiana, que desde Jesús de Nazareth hasta los planteamientos de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, así como el Maestro Eckhart, la relación del alma con Dios (el SER), es la de que todos somos uno en Él, y a Él vamos, en un camino que conduce a la perfección de la unión íntima del alma con Dios.


20 No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, 21 para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
“Vosotros sed perfectos como perfecto es vuestro Padre Celestial” 


A partir de estas premisas, que no suponen ningún tipo de sistema de creencias elaboradas desde el pensamiento, el ser humano puede volar hacia su infinito, guiado en volandas por Aquel del que procede y al que está destinado volver.


Muchos libros religiosos están elaborados desde un perfecto desconocimiento de Dios, de lo Real, porque lo que se plantea es un sistema de pensamiento sobre Dios. No tiene ningún sentido.


Cuentan que Santo Tomás de Aquino - autor de la Summa Theológica, perteneciente a la orden de Predicadores, competidora con los dominicos a ver quien se llevaba el gato al agua de ser los más grandes en el Magisterio de la Iglesia-, una vez que concluyó su descomunal obra teológica, debió experimentar la iluminación de la contemplación. Dándose cuenta de lo inútil de su trabajo, no volvió a escribir nada más, aunque ya era demasiado tarde; sus ideas ya estaban empezando a hacer efecto en el pensamiento eclesiástico. 


Y es que, lo que tiene el camino de la contemplación es que todo lo que se escribe sobre él (este mismo ensayo), es una pura y resumida guía turística que si no se va al sitio, sólo sirve tan sólo para saber que existe, pero la Sabiduría radica en la experiencia, no en el conocimiento. Aquí no.
Para concluir con lo relativo a los sistemas de creencias, hay que detenerse un poco en los denominados mandamientos.


En la tradición judeo cristiana, la primera vez que se pone un poco de orden en el sistema credencial judío es con la promulgación de los Diez Mandamientos. El primer mandamiento se basa en la intuición de lo que llaman Yahveh (el que Es), que se presenta bajo una forma tremenda, imagen ancestral de Dios castigador y premiador según los hombres cumplan o no sus preceptos. El resto del código son mandatos de hacer o no hacer, siempre bajo amenaza. Pero en el aquel entonces de los hombres, en la época del ojo por ojo, no podía ser de otra forma.


Pero cuando a través de la contemplación se consigue siquiera un solo y tenue fogonazo de luz de Dios, entonces los mandamientos sobran, y sólo cuenta el Amor. Es ya imposible no amar. 


34 “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. 35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.» 


Jesús pronunció estas palabras tras manifestarse a sus discípulos a través de la Eucaristía. Le vieron, le contemplaron, despertaron. Ya no hacía falta insistir en ningún código de comportamiento. Ellos sabían perfectamente qué debían hacer y cómo vivir a partir de entonces. Lo demás era pasado.


Uno sólo era ya el fundamento de la Fe, una sola era la Esperanza y uno solo el principio de la vida. Ya no eran necesarios ni una religión, ni mandamientos, ni sacerdotes, ni templos, ni creencias. Todo se había cumplido. El hombre era salvado de sí mismo, el Camino allanado, la Puerta abierta.


En esta situación la transmisión del mensaje de Jesús debería haber sido a través de los grandes maestros, sabios desde la experiencia de Dios, no desde el conocimiento. Pero no ha sido así, entre otras cosas porque la realidad cotidiana es bien distinta. Ha sido necesario seguir echando mano de algo tan imperfecto para el camino hacia Dios como son las creencias, pero posiblemente ha sido y es la única forma de arrancar el proceso. El problema es que el sistema credencial religioso se quiera mantener cuando ya no es necesario. Pero esto sociológicamente no es abordable. Sólo cada cual, cada ser humano en su camino de regreso a casa es capaz de comprender en qué momento ya no le resulta de utilidad el código religioso impuesto en la comunidad donde vive, con todo el respeto hacia ese código, que por cierto, le ha ayudado y hecho posible estar donde está y hacia las personas que sí lo necesitan.


Las religiones o los sistemas estructurados y codificados de pensamiento en el camino hacia Dios son como los aviones nodriza que remolcan a los veleros hacia alturas donde las térmicas permiten el vuelo autónomo. Pero un velero no tiene motor para despegar. La cuestión es recorrer el trayecto desde el suelo hasta la zona de térmicas, que en el símil representan la intimidad de Dios, donde el alma (el velero) es llevado en volandas hacia grandes alturas. 


6.- La vida liberada


La vida está concebida como un proceso continuo de aprendizaje. No verla así sino como un fin en sí misma es el mayor de los errores que ha cometido nunca el ser humano. Aprendemos para pasar de la ignorancia a la sabiduría, pero a través del conocimiento procesado por el pensamiento. Así, todo lo que nos sucede tiene como objetivo final nuestro aprendizaje. 


Como el ser humano es inteligente, a cada lección aprendida, se plantea nuevos retos. Es el “espíritu de la colina” que nos hace interrogarnos sobre qué hay más allá e ir hacia allí.


A ese deseo profundo, intimo, irrenunciable de conocer, de saber, de aprender, lo vamos a llamar, según Consuelo Martín (Op. Cit)  “Oración”. En este sentido todos los seres humanos vivimos en permanente oración, aunque bien es verdad que no como se entiende en el contexto religioso.


Pero en este sentido metafísico, según sea nuestra oración, así la vida nos plantea la lección adecuada. A veces la lección es dura de vivir y de entender, tanto más dura cuanto más errónea haya sido formulada nuestra oración. Así es que, aunque nos duela, una buena lección, aunque severa, es lo mejor que nos puede pasar, para avanzar en la expansión de nuestra consciencia en busca de la unión con el Eterno.


El proceso de aprendizaje es individual, pero, como dice Consuelo Martín, solemos fijarnos en los otros, por aquello de “cuando las barbas de tu vecino…”, y así convertir sus deseos en los nuestros. Esto es error muy serio.
Lo primero que hemos de aprender para liberarnos de las limitaciones de este mundo es comprender que por mucho que quisiéramos, jamás estamos alejados de Dios, Él está en nosotros como una unidad indivisible. Lo que sucede es que por nuestras oraciones erróneas, que nos conducen a pretender un proceso de aprendizaje que no nos conduce a ninguna parte, podemos llegar a “sentirnos” alejados de Dios. Mi alejamiento es sólo un sueño. Una fabricación de mi pensamiento. El hijo pródigo jamás se fue del lado de su padre, pero así lo sintió, porque lo que pasó en realidad fue que adoptó una actitud distante, y la vida no tuvo más remedio que enseñarle las consecuencias.


Dentro de la ensoñación en que se convierte nuestra vida doméstica, aceptamos que tenemos virtudes y defectos, una personalidad, unos carismas, unas habilidades.


¿Qué pasa si no me atribuyo ni defectos ni cualidades, y simplemente estoy dispuesto a ver? ver que soy una fábrica de sueños, por cierto, necesaria para desenvolverme aquí abajo. La cuestión está en el peligro de atesorar sueños, porque “donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”
Si enfoco mi tesoro en Dios, en el Eterno, puedo seguir manejando la vida cotidiana, paras vivir cada día, pero lo haré siendo consciente de que esto es un juego, aunque necesario para pasar los días y las horas, y para enseñar a otros a que inicien su camino hacia Él.


De esta forma podemos vivir en este mundo, siendo conscientes de que somos actores del Gran Teatro del Mundo.


Como podremos apreciar, el lenguaje que estoy empleado no es estrictamente católico, aunque prácticamente cada concepto, cada idea, cada expresión está apoyada en una frase de Jesús de Nazareth. La razón de que este lenguaje suene a extraño está en que el discurso catequético utilizado por la Iglesia católica se centra en una enseñanza de primera aproximación, de iniciación cristiana, que consiste en pretender del creyente tan sólo el cumplimiento de un conjunto de preceptos orientados a la lucha contra el pecado y usando un conjunto de elementos de culto y de recursos, como son los sacramentos. Todo ello para conseguir, con la ayuda del Espíritu Santo, por la intercesión de la Virgen María (en sus miles de advocaciones) y de toda una constelación de Santos, cada cual el que más le apetezca, el perdón de Dios, así como por la observancia de todo un código litúrgico que aglutina en torno a los sacerdotes, la vida de los fieles parroquianos. El significado místico del mensaje de Jesús de Nazareth, así como la experiencia compartida por nuestros místicos cristianos, es prácticamente desconocida por los católicos; casi no ha salido de los conventos, para los que parece exclusivamente reservada. El Evangelio y los senderos de la Vida Interior, no se explican desde esta perspectiva al común de los fieles.


Todo este problema lo explica Consuelo Martín en su libro “Lo verdadero y falso de la religión”. 


7.- El Río donde confluyen todos los ríos


El origen del camino exige reconocer que no sabemos quiénes somos. Esta es la fuente del manantial que con el tiempo se convertirá en el río que fluya por nuestro ser hacia el Océano de Dios.


El Génesis explica este desconocimiento desde el momento que Adán tras pecar es preguntado por Dios: 


9 Iahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» 10 Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.» 


Y desde entonces no parece que nos hayamos encontrado.


El propio conocimiento es una vivencia directa. Es necesario un alcance que no dependa del propio pensamiento y del examen de conciencia sobre mis virtudes y defectos, porque todo ello genera una pobre y circunstancial imagen de mi mismo y la elaboración de las correspondientes máscaras de comportamiento para apañar, más o menos nuestro personal desaguisado.
Nuestro personal encuentro no consiste en adquirir nuevos conocimientos sobre nosotros, sino desprendernos de todo lo falso e irreal que sobre nosotros hemos elaborado. No requerimos un psicoanálisis, sino todo lo contrario. Descubrir mi identidad supone un acto de creación. 


Las circunstancias que me llenan de atributos son historia, fueron un instante, son ahora, y luego pasaron y pasarán. Nada circunstancial permanece en mí, aunque me condicione. No es inherente a mí.


Si no vivimos la pasión por la Verdad, no hacemos nada.


Yo no soy la historia que me sucede, aunque me condicione. Lo que sea que soy, trasciende al tiempo y al espacio. Y sin embargo, todos nuestros esfuerzos se focalizan en mejorar nuestros atributos estrictamente históricos, de nuestro paso por la Tierra. Y todo eso, sin contar por el denodado esfuerzo de alcanzar una adecuada posición económica y social (en lo que invertimos una proporción penosamente altísima de nuestro tiempo útil).
Pero cuando se desvanecen los sueños que sobre nosotros nos han elaborado (recordemos el papel de la educación) y nosotros hemos ratificado, consciente o inconscientemente, surge en nosotros el vacío.



¡Oh, problema! “ya no tenemos donde reclinar la cabeza”.


19 Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.» 20 Dícele Jesús: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» 21 Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.» 22 Dícele Jesús: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.»
Quedar, como dice Santa Teresa “suspendidos entre el Cielo y la Tierra” supone una sensación de fragilidad, de impotencia, de vacío profundo, que puede llegar a ser insoportable. Tanto es así, que preferimos regresar a Egipto y, aún admitiendo la esclavitud, al menos alimentarnos de los calderos de cebollas. Al menos eso.


Y sin embargo, descubrir lo que somos es insultantemente sencillo. Cualquier momento es oportuno para nuestro personal descubrimiento. Consiste en observar.


Como dice Consuelo Martín, observo una emoción, y al hacerlo la veo como algo separado hasta que se disuelve. Observo una escena en la que estoy, y si lo normal es captar detalles y atributos para fabricarme un modelo de mi propia realidad, inevitablemente raquítica, por mi raquítica capacidad de percepción, la cuestión consiste en simplemente mirarme sin pretender formarme una opinión, un constructo. Simplemente ver sin mostrar interés especial por nada. Descansando.


Cuando vamos a la montaña y desde un punto elevado logramos contemplar un magnífico paisaje, decimos que desde allí se puede contemplar un bello panorama.


Utilizamos el término contemplar para referirnos a ese momento que quisiéramos fuese eterno en el que empaparnos de la increíble belleza que nos ofrece la Naturaleza. La contemplación nos incita a estar en silencio, a apaciguar nuestro espíritu que parece como si se esponjara, llenando nuestra retina de luz y color, y nuestros oídos del sonido tenue de la brisa, y los pulmones del aire fresco de la montaña.


No nos fijamos en nada concreto, y lo normal es sentir un profundo sentimiento de paz y relajación. Quisiéramos no irnos de allí. Maestro, qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas…


Hemos contemplado, nos hemos esponjado, pero no tardará mucho tiempo antes de que nuestro cerebro se ponga en funcionamiento y “se fije en algo”, se centre en algún detalle, se sorprenda por algo, así que comenzará a pensar y a utilizar el reconocimiento de patrones para identificar cosas. Entonces el paisaje desaparece y lo único que vemos es, por ejemplo y en el ejemplo de la foto tomada del Valle de Chamonix, cómo el glaciar que procede del Mont Blanc está retrocediendo año a año. Esto nos enlaza con el problema del calentamiento global y de lo triste que es ver cómo los glaciares se están derritiendo y las consecuencias que esto puede tener en un clima desequilibrado, y etc. Etc. Total, adiós contemplación del paisaje, y bienvenidas nuestras personales preocupaciones, que en el extremo nos amargarán el día, si nos obsesionamos por el fenómeno. 


Pero hay gente buena que al verte desasosegado, puede acompañarte en tu ceguera y enseñarte como relajar el espíritu y enseñarte a ver y a reconocer en ti, que eses luz del mundo .


Más allá de la retracción del glaciar del Mont Blanc, contemplar es ver y amar el paisaje tal cual es. Incluso tras haberte fijado en el problema, o justamente por haberte fijado en él.


Así, la contemplación es el punto donde convergen todos los caminos, donde desembocan todos los ríos que se dirigen hacia el Océano de Dios.


Y el Amor es la consecuencia, el efecto que produce la contemplación en nosotros mismos, de un modo además, imparable.


8.- La vida en el esplendor de la luz


Consuelo exclama que no hay experiencia más bella que el despertar a la lucidez.


Es un camino que no exige ningún esfuerzo personal, salvo el de saber deshacernos de nuestros modelos domésticos. Dee Hook, padre de los sistemas de las tarjetas de crédito afirma que el problema no es adoptar un nuevo modelo mental, sino saber deshacerte del antiguo. Esto sirve a lo que decimos, en tanto que nuestro esfuerzo para alcanzar la contemplación no consiste en caminar hacia ella. Eso es cosa de Dios. Él nos lleva en brazos, aunque no nos lo creamos. Nuestro esfuerzo consiste en saber soltar amarras, quitar el freno de mano que nos tiene atenazados a este mundo.


Esta es la razón de volvernos como niños, porque un niño, aún no ha aprendido. La cuestión es reconocer que todo el esfuerzo en aprender estaba desviado de lo que realmente importa, así que hemos de olvidarnos de ello, y dejar nuestra mente en blanco y limpia para comenzar a aprender “desde cero”.


Porque absolutamente todos nuestros modelos de realidad son imperfectos, o a lo sumo simples aproximaciones. En el terreno material, el método tiene validez, pero el error es aplicarlo a la vida interior, a lo trascendente. Por eso Tomás de Aquino (parece ser) no volvió a escribir tras su personal iluminación. Cuántas veces no se habrá reído de sí mismo al recordar cómo elaboró las cinco vías para demostrar la existencia de Dios.”Ergo Deus est”
Y desde cero podemos comenzar a apreciar la Verdad, que no es ni mía ni de nadie. La Verdad Es. Es el panorama desde la atalaya de Santa Teresa.
Las disputas sobre la verdad son realmente sobre creencias y opiniones. No van a ninguna parte.


Si uno lo piensa bien, pero de verdad, la clave de la Vida Iluminada por la Luz de Dios consiste simplemente en ser consciente de lo siguiente:


-    Padre mío. Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “padre mío”. No vale pensar.


-    Que estás en el Cielo. Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “que estás en el Cielo”. No vale pensar.


-    Santificado sea tu Nombre. Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “santificado sea tu nombre”. No vale pensar.
-    Venga a mí Tu Reino. Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “venga a mí tu Reino”. No vale pensar.


-    Hágase según tu voluntad. Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “hágase según tu voluntad”. No vale pensar.


-    “Así en la Tierra como en el Cielo” Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “así en la Tierra como en el Cielo”. No vale pensar.


-    “Dame hoy el pan de cada día” Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “dame hoy el pan de cada día”. No vale pensar.


-    “Perdóname mis ofensas” Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “perdóname mis ofensas”. No vale pensar.


-    “Como yo también perdono a los que me ofenden” Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “como yo también perdono a los que me ofenden”. No vale pensar.


-    “No me dejes caer en la tentación” Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “no me dejes caer en la tentación”. No vale pensar.


-    “Y líbrame del mal” Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “y líbrame del mal”. No vale pensar.


-    “Amén”. Quédate en silencio y espera la respuesta de Dios respecto del significado de “amén, así sea”. No vale pensar.


Si tras hacer este ejercicio, realmente eres consciente de que la respuesta no la has elaborado tú, bienaventurado seas.


La Vida en brazos de Dios es inteligencia pura y en acción, porque ya no eres tú el que obra, sino Dios el que habita y vive por ti. Tras la sensación de vértigo de verte “desnudo”, totalmente desnudo de los atributos que la cultura y tú mismo os habéis atribuido, la desnudez de espíritu deja de ser una carencia para convertirse en una fuente inagotable de vida y de riqueza.
La Inteligencia se ocupa de que cada persona tenga cubierta las necesidades adecuadas a lo que está aprendiendo en cada momento. Pasamos así de preocuparnos por conseguir lo que necesitamos, para comprender que los lirios del campo no son más importantes que nosotros.


La iluminación sobreviene en la actitud de no desear actuar para conseguir, lo que no significa que no trabajemos y nos ganemos el pan con el sudor de nuestra frente.


La iluminación supone un abandono absoluto en la confianza, en saber que estamos en buenas manos. En las épocas en las que estamos más “iluminados” percibimos cómo lo que sucede a nuestro alrededor tiene sentido; hasta los contratiempos y los acontecimientos desagradables. No se puede explicar ni cómo ni por qué, pero vemos la mano de Dios en todo lo que sucede. Y no es la nuestra una actitud pasota, como sería la derivada de un psicofármaco. Todo lo contrario, nos ocupamos de las cosas, pero no lo que no hacemos es pre-ocupamos, es decir, sabemos que la Inteligencia obra en la Vida, se ocupa no sé si de los detalles o de las grandes líneas, pero se ocupa.
En las épocas en las que estamos más enredados en nuestro pequeño mundo y creemos que las cosas dependen de nosotros, nos sumimos en un serio conflicto. Primero, la vida no responde a mis cálculos y deseos, pues es dirigida por otros motivos que desconozco, lo que nos induce a pensar que las cosas a veces salen bien y otras mal.


Albert Einstein no sería muy creyente en el sentido religioso - oficial de la palabra, pero dijo algo que ha hecho correr ríos de tinta. “Dios no juega a los dados” . No juega a los dados, ni con el Universo, ni con el hombre. Desde su idea de Dios cósmico (más allá del Dios Naturaleza y del Dios social, al estilo de Spinoza), Dios ha dispuesto el Cosmos con una lógica aplastante. Para aquellos que admitan un Universo de 15.000 millones de años, el “principio antrópico” afirma que su secuencia evolutiva para que aparezca el hombre sobre la Tierra no ha podido ser otra de la que ha sido. Explicar esto llevaría todo un tratado. Vamos a dejarlo aquí, sólo para reforzar la idea de que, incluso desde la siempre escéptica Ciencia, Dios no juega al azar con nosotros, o lo que es lo mismo, “todos los pelos de nuestras cabezas están contados”
Desde la lucidez puedo darme cuenta de que Dios está dentro de todo, en todo lo que sucede, lo comprenda o no. Si lo comprendo bien, si no, hagamos como María, guardemos todo eso en nuestro corazón.


Disfrutar del esplendor de la luz sólo requiere una condición por nuestra parte, la voluntad de poner a Dios en todo lo que hagamos en la vida. Es decirle, “toma Señor mis manos, mis pies mi corazón y mi pensamiento. Tómame como un maestro pintor toma los pinceles para crear un cuadro”. No hay que hacer nada más que desearlo de todo corazón.


Con esta actitud ante Dios y ante la Vida, sucede algo sorprendente. Él se nos manifiesta en todo lo que sucede. Todo es pura manifestación de la Inteligencia.


Cuando creemos que lo que sucede se debe en exclusiva a nuestro esfuerzo y trabajo, y lo que sucede, lejos de corresponder con nuestras previsiones, a veces acontecen como situaciones radicalmente opuestas, caemos en la decepción de nuestra impotencia y pequeñez. Es lo que se denomina habitualmente un baño de humildad, que periódicamente nos viene muy bien.
Pero si no despertamos, la cadena de desengaños será continua e ilimitada, hasta el mismo día de nuestra muerte.


Nada exterior a nosotros nos aporta felicidad, ni la deshace. Somos nosotros los que decidimos, con nuestra actitud ante la vida, ser felices o no.


9.- Saber esperar


No está en nosotros entrar por la Puerta, o iniciar el camino. Pero sí está el desearlo, el está predispuesto. El único esfuerzo que se nos pide es el de predisposición, querer, desear abrirnos al Eterno.


Consuelo Martín (Op. Cit) ilustra esta situación con el ejemplo de los monjes tibetanos, en los que se le obliga a los postulantes a monjes a esperar un indeterminado tiempo delante de la puerta cerrada del lamasterio, hasta que, una vez probada su paciencia, se abre.


Así, comenzamos a profundizar en los senderos de la vida interior, y ciertamente avanzamos, hasta que nos situamos delante de una puerta cerrada, de una barrera. Es el reto de la vida contemplativa, saber esperar y resistir las inclemencias de la espera. Porque todo consiste en un reforzamiento de la voluntad de amar.


No intentemos abrir la puerta. Se abre por dentro, en un momento en el que nuestro espíritu está maduro y fortalecido para la siguiente etapa de nuestro camino.


El paradigma de la paciencia se demuestra al darnos cuenta de que nuestro yo no tiene nada que hacer en el proceso de la Sabiduría. 


Lo que nos detiene en la Puerta es la lucha de nuestro “yo” por prevalecer. Estamos perdidos si cedemos. Porque la Puerta no la abre “yo”. La abre mi verdadera identidad, la que trasciende el tiempo y el espacio y está encapsulada en nuestro pequeño ser terrenal. Se abre cuando dejo de creer lo que he creído que soy.


La cerradura de la Puerta se denomina, una vez más, “pensamiento”.
Mientras crea que soy lo que pienso, la Puerta estará cerrada.


El pensamiento no es vencido a la primera, plantea batalla hasta el mismo día de nuestra muerte, aunque nada que ver de la situación al principio que la del final, lógicamente. Es una fábrica de dividir; hace añicos lo que pilla, porque todo lo analiza, lo escudriña mientras soñamos despiertos.


El pensamiento nos mantiene distraídos. Cuando cesa, experimentamos una extraña sensación de vacío, en medio de ninguna parte. Hay que entender que de una forma u otra, mientras estamos en estado de vigilia fisiológica y psicológica, el pensamiento es el rey y señor de nuestra conciencia. Quitarle de en medio para dar paso a simplemente “nada”, supone experimentar una sensación muy extraña, e incluso hasta desagradable. Es un “no tener dónde reclinar la cabeza”, dónde fijar nuestra atención.


Esta sensación es un poco como la que experimentó Pedro al tratar de caminar sobre las aguas:



27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis.» 28 Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» 29 «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. 30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!»
¿Por qué dudaste?, le preguntó Jesús. En el fondo, Pedro no fue capaz de transferir el control de sus piernas a Jesús. Quiso caminar él por sí mismo sobre las aguas, y lógicamente no pudo y se hundía, hasta que Jesús le echó un cable.


Basta con sentir la necesidad de pensar para huir del vacío que se adueña de nosotros, para que la Puerta se cierre.


Al entrar en los terrenos de la contemplación experimentamos un largo proceso de evolución espiritual. Entramos en sucesivos espacios de conciencia. Atravesamos silencios, lugares de nosotros mismos inexplorados hasta entonces.


Pero hasta entonces, hasta que mi manía de pensar y de regir mi vida cese, he de esperar. ¿Cuánto tiempo? Indeterminado. La vida interior no se mide ni en días ni en años, sino en lecciones aprendidas. La lucidez descansa en la Eternidad.


Cada vez que haga caso a las tentaciones del pensamiento, estaré literalmente cayendo en la tentación de aceptar seguir las capacidades virtuales de mi “ego”. Estaré tentado de volver a las cebollas de Egipto, al alimento de mi mente.


No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre. 


10.- Un nuevo enfoque de las tentaciones


Podemos ver y entender, que con este nuevo enfoque de lo que es nuestra vida interior, resulta que lo que siempre hemos considerado como tentación, que estaba situado en alguien o algo ajeno a nosotros, que nos incitaba al “mal”, en realidad es nuestra natural tendencia a dirigir nuestra propia vida. Esto es muy difícil de entender, y todavía más difícil de aceptar, por cuanto desde pequeño se nos dice que nosotros somos dueños de nuestro propio destino, y responsables de nuestros actos.


Sin embargo, como podemos apreciar, en el camino de la contemplación, el pensamiento es, como dice Santa Teresa, la loca de la casa, la fábrica de sabandijas y trampantojos (o engañabobos), que no nos dejan en paz. Como quiera que nuestro pensamiento es un permanente inductor de errores y confusión, tanto en materia espiritual como de relación con nuestros semejantes, el riesgo de aceptar como válidos nuestros pensamientos, se expresa en el riesgo cierto de hacer daño, y en último extremo, de pecar.


Si el pecado original es simplemente la tendencia a creernos autosuficientes, ricos de espíritu, donde el demonio puede que sólo sea una figura literaria que representa esa tendencia de la naturaleza (la serpiente), a creernos lo que fabrica para nosotros el pensamiento, y el mal, el producto torcido, egoísta  y erróneo de ese pensamiento.

11.- La espera vigilante

Nuestra espera vigilante no es un periodo inútil. Todo lo contrario, es un periodo donde se nos somete a un fortalecimiento de nuestra voluntad.
El cristianismo valora la memoria, el entendimiento y la voluntad como las tres principales potencias del alma. La memoria que nos permite recordar, el entendimiento, comprender, y la voluntad, mantenernos firmes ante una decisión importante. Pues bien, la voluntad es capaz de transformar la experiencia de un simple sentimiento, en una decisión firme de seguir por un determinado sendero. En el amor, la voluntad es absolutamente concluyente. Confundir amor con el embalamiento emocional hacia una persona es el error más grave que se puede cometer en la relación de pareja. De igual forma, confundir el embalamiento emocional de una experiencia espiritual intensa, de una experiencia de Dios, con el Amor a Dios es, de nuevo, un grave error, al que nos induce nuestro pensamiento, pues nos hace creer que una experiencia espiritual intensa es de hecho tocar el Cielo, entrar por la puerta. Y no es así.
En el camino espiritual, las experiencias místicas intensas están puestas para simplemente motivarnos, y recobrar esperanzas de que vamos por el buen camino. Y siempre, tras una experiencia intensa, viene un desplome emocional, una vuelta al tedio cotidiano, una vuelta al desierto, donde se experimenta en mayor o menor medida, largos periodos de lo que Santa Teresa denomina “sequedad”. Donde no sucede nada. Es el periodo de espera delante de la Puerta.

Durante ese periodo, la espera se hace dura y pesada, tanto es así que se llega a desesperar, y a creerse que la cosa va para largo, y para qué vamos a estar esperando…

Es lo que les pasó a las vírgenes necias.

6 Mas a media noche se oyó un grito: “¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!” 7 Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. 8 Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que nuestras  lámparas se apagan.” 

Nuestras lámparas se apagan. No supieron esperar. En los periodos de sequedad se sufre bastante, porque no terminamos de creernos que lo que vivimos es una pura estrategia del Creador para fortalecernos en la voluntad. Dios se fue. Nos ha abandonado.

En el fondo la principal de las tentaciones es creernos abandonados de Dios, que se olvidó de nosotros. Para qué vamos a tener las lámparas encendidas, si total…

Es lo que tiene esta vida, que nos parece muy larga, y nosotros muy impacientes. “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”, como reza una preciosa estrofa de la antología mística de Santa Teresa.
Sin embargo, saber esperar no es un concepto, es una evidencia empírica, un reafirmar la consciencia que sabe en qué consiste la existencia. Cuando se vive así, se experimenta una profunda sensación de dignidad. En ese “darse cuenta” de que a pesar de que no le sintamos, está aquí, en las tradiciones indias se denomina “dharana”, y en la cristiana, Santa Teresa lo llama “consolación”.

12.- El desengaño de las ilusiones

En este proceso, uno de los riesgos más comunes son las ilusiones, los trampantojos de Santa Teresa.

Para entendernos, un trampantojo es una ilusión de algo que no es real, y como mejor ejemplo, este de una pintura hecha en la calle por la que vista desde un ángulo de visión, nos hace creer algo que no es.
En este sentido, tenemos que aprender a desengañarnos, sin que ello sea una experiencia traumática. Tanto más trauma supone el desengaño, cuanto más hayamos creído en él.
Si no ponemos nuestra ilusión en la ilusión, no hemos de sufrir al descubrir el engaño, ni despreciar lo engañoso, ni creer que es una trampa del maligno. Entre otras cosas porque entonces lo que haríamos sería despreciar esta vida terrena, y volver a considerar que el mundo y la carne son enemigos del alma, cuando en realidad forman parte de la Creación de Dios.

El problema es poner toda nuestra carga de ilusión, todo nuestro corazón en aquello que es un simple teatro de aprendizaje, un simulador vital, que no está puesto para confundirnos, sino para aprender. De la misma forma que un piloto en prácticas, se pone a los mandos de un simulador de vuelo, y practica, y despega, y asciende, y maneja los instrumentos, y hace giros, y aterriza, “como si…” estuviera en un avión real, pero él sabe que está en la cabina de un simulador, de la misma forma, nuestra vida en la tierra es simplemente un simulador de nuestra vida, para aprender. El error que cometemos todos es creer que estamos a los mandos de un avión real, cuando todo es un simulador. Por eso, se nos avisa de que no nos tomemos este mundo demasiado en serio…

19 «No acumuléis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. 20 Acumulad más bien tesoros en el Cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. 21 Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. 
 
No consiste, por tanto, en despreciar algo, con tal de conseguir otra cosa. No se trata de sacrificar, de renunciar. El desengaño brota de la verdadera comprensión, de la visión directa de lo verdadero, que permite discriminar lo que no lo es.

Volviendo al ejemplo del simulador, lo que nos pasa es que, desde que nacemos, nadie nos ha dicho que esto es un simulador.

Hemos nacido dentro del simulador, y ni siquiera los que nos tenían que haber enseñado la verdad, han sido capaces de hacerlo. En nuestras catequesis se nos cuenta muchas cosas, pero no se nos enseña a posicionarnos delante de la puerta, para ver lo Real, para comprender que todo lo que vemos es un simulador de la Vida.

Lo que se relata en la enternecedora película “El show de Truman” es un buen ejemplo de lo que estamos viendo; un pobre cobaya humano de laboratorio que nace dentro de un simulador de la vida, donde se desarrolla toda su existencia, donde se cree que ese es el mundo real, pero en realidad todo es un reality show, hasta que se malicia lo que pasa, y descubre “la Puerta”, que le conduce al mundo real.

Truman buscó la Puerta, y la encontró. Y su voluntad de cruzarla le permitió hacerlo.

En otras palabras, el desengaño fruto de la madurez del espíritu supone desactivar la mente de los objetos de la consciencia. La filosofía occidental admite que sólo existe la toma de conciencia respecto de algo en concreto. La filosofía advaita afirma que eso es una dualidad (observador vs observado). Y cuando esto sucede, lo Real no aparece; todo se queda en mera ilusión.
El abandono de las ilusiones termina cuando se produce una identificación con la consciencia pura. Es la fusión íntima con lo Real, es la unión con Dios. Es la apertura de la Puerta a lo Eterno.

La oscuridad no existe por sí misma. Es la falta de luz.

22 «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; 23 pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!
La oscuridad, la noche oscura, del sentido primero y del propio alma después, es el estado en el que la mente intenta poner trabas a la apertura de la Puerta. No deja pasar la luz.

Al despertar de nuestro sueño, al abrirse la puerta, nos encontramos literalmente con “Nada”. Ese es el Nirvana de Buda, que significa extinción, calma, quietud, enfriamiento, cese, soplo (de una lámpara), desaparecer. Es decir, nos encontramos con literalmente “nada” de lo que hasta ahora nuestra mente había pensado e imaginado. Nos encontramos con lo “inimaginable”.
Es por eso, que cuando Santo Tomás “lo vio claro”, le pareció una soberana pérdida de tiempo haber escrito sus 512 cuestiones sobre lo divino y lo humano. Había alucinado a la cristiandad con un descomunal tratado sobre Dios, para concluir que nada de lo que había escrito se aproximaba ni de lejos a lo que Dios era en Realidad. Ya no escribió nada más. Lo malo es que el alucinador teológico estaba ya escrito para enredo de mentes obtusas. Esto no es un desprecio a la obra del Santo, sino el proceso sano de desengaño, del que estamos hablando. Te lees y estudias las 512 cuestiones de la Summa Theológica, distribuidas en doce espléndidos tomos, para darte cuenta de que al abrir la Puerta, lo que te encuentras es con “Nada” de lo estudiado.

13.- Las densidades del alma humana

Como podemos darnos cuenta, los senderos de la Vida Interior suponen aventurarnos a un proceso de evolución espiritual de carácter desconocido para nosotros, donde no hay ni guías ni mapas de ruta. Pero sí que comenzamos a ser conscientes de que se produce un proceso evolutivo. Vamos pasando por estadios, que según qué autores, se denominan de diferentes formas. Veremos más adelante cómo todo este proceso, Santa Teresa lo asemeja al paso sucesivo por las moradas de nuestro castillo interior.

En este proceso evolutivo, el alma experimenta un proceso muy curioso. Lo llamaríamos de levitación, en el sentido de disminución de la densidad, hasta el punto de que la luz pueda pasar con más facilidad, y el peso sea tan liviano que pueda literalmente levitar, separarse del suelo. Tanto más leve se vuelve el alma, cuanto menos interviene el pensamiento en el estado de contemplación. Y tanto más expansiva, a su vez, se vuelve.

En sentido contrario, la involución espiritual es un proceso de “densificación”, de consolidación, de aumento de la densidad, del peso, de la opacidad de la consciencia. Tanto más densa, tanto más espesa se vuelve la consciencia, cuanto más interviene el pensamiento en el estado de contemplación. Y tanto más opaca cuanto menos deja pasar la luz, y más distorsionada se vuelven las formas, hasta que quedan bloqueadas completamente.

Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá.

En oscuridad, Dios está en nosotros, pero la densidad del alma no nos deja contemplarlo, y en su defecto, nos imaginamos cosas, incluso bienintencionadas, escritas en los libros de teología, si cabe. Pero “eso” no es Dios.

Estamos perdidos.

Esperar en la Puerta consiste en haber experimentado, aunque sea levemente, la consistencia de lo sutil. Y aunque sólo sea eso, no tomarlo como una ilusión, como un sueño, sino como los anuncios, el advenimiento de lo Real.
La gran barrera a superar es pues dar un giro copernicano a nuestra percepción de la Realidad, pasar de considerar esta vida como la Real, para aceptarla como nuestro simulador de aprendizaje, y pasar de considerar la Vida Interior como una ensoñación, para tomar consciencia de que es lo Real de nuestra existencia. Sin traumas, sin decepciones, sin rencor hacia los que no han sabido enseñarnos el Camino, y nos han entretenido en  asuntos cotidianos, semana tras semana, domingo tras domingo.

Con esta toma de conciencia, encendamos las lámparas, y aprovisionémonos de aceite suficiente para una larga espera.
Llamar y esperar a que se nos abra la Puerta. 

7 «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. 8 Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 9 ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; 10 o si le pide un pez, le dé una culebra? 11 Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!

14.- Estar a la escucha

Dejar la mirada fija, cerrar los ojos, estar en silencio, abstraerse del entorno que nos rodea; todo ello, aumenta la atención, y desarrolla la capacidad de escucha.

La Puerta se abre entonces a un nuevo estado de paz y de libertad, hasta entonces desconocido imposible de concebir por el pensamiento. Por eso este es inútil. La persona, el “yo” no consigue el acceso a las moradas interiores del castillo, porque el “yo” no es nada en sí mismo, se mueve en el espacio y en el tiempo, pero las moradas del castillo interior están fuera del continuo espacio – tiempo. Esto es fundamental de comprender. La Vida Interior es un proceso expansivo hacia la luz de Dios, hacia el Océano infinito del Creador. No es temporal, es un instante eterno; ni se sitúa en ninguna parte.
Hablar de camino, estar delante de una puerta, esperar tanto tiempo, es sólo una forma de hablar, para entendernos, porque nuestra mente no puede concebir nada de lo que más allá de la puerta sucede.

Cruzar el umbral de la puerta y ver la luz supone un contacto con lo desconocido, fuera del tiempo y del espacio; probar tan sólo una gota del agua que brota de lo alto te cambia la vida…

El pasaje de la samaritana es genial para comprender lo que estamos diciendo. Se acerca Jesús y le pide agua para beber. La mujer se sorprende porque Él es judío, y no estaba bien visto la relación entrambos pueblos. Él le responde que si ella supiera quién es el que le pide, sería ella la que le pediría del agua viva. Ella se sorprende aún más, porque Él no tiene con qué sacar el agua. Piensa con lógica, según la realidad cotidiana y refiriéndose al agua física (H20). No obstante, Jesús le dice que el que beba de esa agua no volverá a tener sed. Ella, aplicando una lógica aplastante le dice que “sea, dame de esa agua, que así me ahorro tener que venir todos los días a por agua”. Vuelve a pensar con verdadero alarde de raciocinio, resplandeciendo una gran dosis de pragmatismo. Jesús, viendo que no se ha enterado ni del NoDo, cambia de táctica y le hace referencia a su vida íntima y al lio de convivencia que tiene montado. Entonces, atenta a lo que Jesús le decía, “se da cuenta” por fin, de que Jesús no le está hablando del agua física, y es ella quien queda iluminada y ve la luz, la verdad. Le refiere los conflictos que las respectivas castas sacerdotales les han generado, sobre dónde se debe adorar a Dios, a lo que Jesús le responde…

“Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre”. 

Y en fin, al comprende todo lo que le ha explicado Jesús de sí mismo, y que a Dios se le adorará en espíritu y verdad. 

Cuando se retorna a la vida cotidiana (como la samaritana volvió), seguiremos viviendo como antes, pero siendo conscientes de que lo real no está aquí.
Aunque sólo se haya entreabierto la puerta un poco, percibiré el aroma, y ello transformará para siempre mi vida entera.

La vivencia de la Sabiduría hace que a medida que se avanza en edad, la Sabiduría, también aumente. Por eso en Oriente los ancianos son las personas con mayor dignidad. En Occidente sucede lo contrario, en una sociedad que no cultiva la Sabiduría sino que sólo promociona el conocimiento y la inteligencia física, tanto mejor, cuanto más agilidad proporcione para los negocios. Como quiera que al avanzar en edad, esas capacidades se van perdiendo, esto hace que el anciano, si sólo desarrolló este tipo de capacidades, quede rezagado respecto de los más jóvenes, mucho más ágiles en capacidades totalmente efímeras. 

Es triste llegar a anciano sin haber comprendido nada de la Vida, lo que le sucede al 99% de los seres humanos.

Saber ver más allá de las cosas, comprender que esta vida es un simulador de la Vida Real, estar a la escucha, para conseguir percibir el sonido de la catedral sumergida, como narra Tony de Melo en su cuento “Las campanas del Templo” . En el umbral de la Puerta podré observar cómo las cosas suceden, unas buenas y otras nos parecerán malas; cómo los vientos soplan a veces a favor, pero muchas veces en contra. Me daré cuenta de que mi meta en la vida no es tratar de que las cosas sucedan a mi favor, y evitar las adversas, sino mantenerme despierto, lúcido, pasa crecer en Sabiduría por la experiencia de Dios, que mi luz brille para iluminar a los demás a través del Amor que procede de lo Alto.

15.- Marta y María

38 Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. 39 Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, 40 mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres.

Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» 41 Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; 42 y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»  

A vivir se aprende contemplando. Y a contemplar, viviendo. La tendencia  natural del hombre occidental es la obsesiva manía de hacer, actuar. Antes de comprender se quiere, se necesita actuar, y además se pretende hacerlo bien. Esto pasa en algo tan cotidiano como cuando se compra un trasto electrónico, que, aún viniendo con su manual de instrucciones, nos lanzamos a tumba abierta a manejarlo sin saber mínimamente cuáles son sus funciones.
Así es como vivimos, sin leernos el manual de instrucciones de la vida.
Con nuestra mejor intención, vivimos en pecado, fruto de los errores que cometemos por nuestra impaciencia, por actuar sin comprender, sin ser conscientes de lo que hacemos ni de para qué lo hacemos. No sabemos hacia dónde dirigirnos, pero inflamos las velas a tope para ir rápido, rápido.
Se trata de ir rápido, no sé a dónde, pero rápido.

Aprender a contemplar se basa en vivir en silencio. Y lo primero de todo supone callar.

Esta necesidad de vivir en silencio es lo que ha generado la vida monástica. Ciertamente, atareados con las labores de la casa, de la vida diaria, inmersos en el mundanal ruido de la acelerada sociedad en la que se desarrolla nuestras vidas, es literalmente imposible vivir en silencio. Es por eso que las personas que sienten la llamada a la vida de oración se recluyen en los monasterios cristianos o no cristianos, para así poder dedicarse a una vida tranquila y centrada en la meditación.

Sin embargo, se puede vivir el silencio en medio del mundo. Es algo más difícil, pero no imposible. Se puede hablar viviendo en silencio. Se puede trabajar viviendo en silencio. Se puede vivir la agitada vida de un agente de bolsa o de un médico de urgencias, viviendo en silencio.

Es el eterno conflicto entre Marta y María. Marta se ve obligada a no parar ni un solo momento. Ve a María y le fastidia que esté embelesada escuchando a Jesús. Pero Jesús, ante sus quejas, le responde con que “verde las han segado, nenita”. Mucho te apuras por las cosas de este mundo.
Es una cuestión de aprendizaje. En los comienzos, callar físicamente. No hablar, supone una gran ayuda, entre otras cosas para no decir sandeces. Envueltos en el silencio, primero físico, pasaremos gradualmente al silencio espiritual para comenzar a descubrir lo que es Real.

Este camino no se puede explicar. Lo que se hace al escribir estos temas, como el presente ensayo, es casi “hablar por no callar”, porque como bien dicen los maestros Zen, “el que habla no sabe, y el que sabe no habla”. Se puede, más o menos, explicar en qué consiste esto de vivir en silencio, pero la respuesta y sobre todo, el aprendizaje es exclusivamente vivencial. O se vive, o por mucho que se lea y se razone… nada. 

Por eso, el que sabe, no habla, simplemente vive y da testimonio con su vida. Y los que no sabemos, no hacemos más que leer, escribir y liarla.
“Brille así vuestra luz, delante de los hombres” . 

El brillo de la luz ilumina una realidad, que en la oscuridad en la que solemos vivir, no nos damos cuenta. Esa realidad se denomina “todos somos uno”. El gran error arranca de creernos separados. Incluso nosotros mismos creemos que mientras estamos atareados en los quehaceres de la vida somos Martas, y en los momentos de paz y relajación somos Marías. No es verdad. María puede hacer labores de Marta, y Marta puede vivir como María. El problema radica en que cuando la Verdad no ilumina nuestra vida, todo resulta conflictivo, equivocado y nos provoca sufrimiento.

Y el primer error es pensar que el objeto de nuestra vida es ser feliz. Buscar la felicidad como felicidad es nuestro principal error. La felicidad fruto del “todo está bien”, es tan puntual, que apenas podemos recordar momentos estelares en los que nos hayamos sentido felices. Como dice Matthieu Ricard, la felicidad no se puede buscar en lo exterior a nosotros, en que las cosas nos salgan de fábula, en marcarnos como objetivo en la vida ser felices.  Lo que en realidad estamos buscando con esta actitud errónea es “sentirnos” como si fuéramos felices, no “ser” felices. 

Hemos insistido mucho en los problemas que surgen del pensamiento, pero otros muchos surgen de nuestros sentimientos. Las actitudes de Marta están salpicadas de sentimientos encontrados, alegría, tristeza, temores, enfados, sorpresas, sustos. Según esté amueblada nuestra personalidad, tendemos a exagerar más o menos las expresiones y las reacciones ante la vida. Los sentimientos, que se generan en zonas bastante primarias y primitivas de nuestro cerebro, muchas veces condicionan nuestro comportamiento y nuestros pensamientos, confinándonos a veces en círculos viciosos erizados de juicios y creencias infundadas, que nos obligan a tener que estar limpiando y ordenando nuestras propias maquinaciones. Las cosas no están en su sitio, tenemos un desorden mental del “copón bendito”. Y encima, no encontramos un momento de relajación para sosegarnos y colocar las cientos de piezas de un puzle cada vez más complicado. 

En todo este maremágnum de sentimientos, lo que creemos desear es “sentirnos” felices. Pero así no hay quien viva . Es lo que tiene la oscuridad.
La oscuridad es ausencia de luz. Por eso, en el Génesis, antes que nada, lo primero que creó Dios fue la Luz, antes que cualquier otra cosa, antes que el Sol y las estrellas, cosa que los científicos jamás han entendido. Ni tienen por qué entender, porque el Génesis no relata la evolución del Universo, sino la Creación de ese simulador de la Vida en el que Dios ha colocado al ser humano para que, surgido del barro, aprenda a vivir.

Para que la Luz penetre, nuestra consciencia ha de tornarse transparente. Mientras pensamos se vuelve opaca, y si los pensamientos están generados y canalizados por los sentimientos, entonces nuestro ser queda fuera de control. Por eso, para dejar pasar la Luz, hemos de hacer silencio.

La inteligencia emocional de la que habla Goleman en su popular libro, radica en conocer el cómo y el por qué surgen los sentimientos, saber expresarlos, compartirlos, y sobre todo saber tenerlos bajo control. 

Si amamos la contemplación, nuestros actos ya no proceden de nuestras intenciones e intereses, y mucho menos, como reacciones primarias o incluso meditadas, consecuencia de nuestros sentimientos, sino de lo que realmente debemos hacer. 

En general, la persona contemplativa gusta de una vida sencilla, silenciosa, de comidas sencillas, paseos por la Naturaleza, sin artificios, sin experiencias adrenalínicas que distraigan la mente.

Podemos estar así, en silencio, en medio de mucha gente, detrás la una ventanilla de atención al público con una cola interminable que atender de gente nerviosa porque se le atienda. Podemos participar de la diversión de los demás, no porque nos haga falta distraernos o divertirnos, sino para acompañarles en su efímera alegría que ellos necesitan, sin que por ello nos sintamos superiores a ellos, entre otras cosas porque nuestro proceder no es nuestro; no somos nosotros quien vive, no es nuestro “yo” el que se relaciona con los demás, sino Él, a través nuestra. 

En este sentido, la natural tendencia a separarnos del mundanal ruido, una vez hemos experimentado las delicias de la contemplación, no deja de encerrar ciertas dosis, no tanto de egoísmo, como de comodidad, de sentir “qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas” , a lo que Jesús nos dice, arriba, bajemos de la montaña, que hay curro.

15 Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. 16 Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?» 17 Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.» 

Lo que aquí nos refiere Jesús es que, tanto más en intimidad con Dios vivamos, cuanto más necesaria es nuestra presencia en la vorágine de este mundo. Tanto más importante y necesario es comer y beber con publicanos y pecadores, para que “brille así nuestra luz”.

Es lo que tiene la contemplación, que no es un esto del alma para nuestro uso y disfrute, sino para que ilumine a los demás…

“Porque nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor”.
Es por eso, que en la actualidad de un Siglo XXI básicamente urbano, los ermitaños, ascetas y contemplativos están en medio de nosotros. No forman ninguna organización, son gente anónima, ignorados por las estructuras eclesiásticas, pero que hacen brillar su luz en medio de nosotros. No hablan porque saben, pero dan continuo testimonio. Su número crece cada día, no temen la pobreza, pasan su vida en oración, y rechazan cualquier jerarquía. 
Es la fusión íntima de Marta y de María, de la que ha de atender a sus responsabilidades en este mundo y de la que se niega a dejar de contemplar el rostro del Altísimo.

16.- Visión directa

La contemplación de la Verdad supone la contemplación de todo nuestro ser. Esto supone que todas nuestras funciones motrices y cognitivas, de alguna forma funcionen con un determinado automatismo, como lo hacen los núcleos cerebrales para las funciones vegetativas o el cerebelo para las habilidades motrices aprendidas, tales como caminar, manipular herramientas o conducir un automóvil. De modo que el alma adquiera una cierta libertad y distanciamiento de las funciones mentales que hasta ahora suponían lo más elevado de nuestra consciencia. De conseguir estos semi - automatismos de la inteligencia, la consciencia puede focalizarse en “contemplar lo que es”.
Esta propuesta no es una imaginación rebuscada de algo que en apariencia carece de sentido. Jesús de Nazareth lo dice muy claro, lo que pasa es que no nos lo terminamos de creer…

“Buscad el Reino de los Cielos, y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura” .

Esto es lo mismo que la respuesta de Jesús a Marta “María ha elegido la mejor parte”.

La lectura inicial y superficial de esta invitación de Jesús supone acusar y criticar a los contemplativos de pasivos y egoístas, respecto de los activos, entregados a los demás y dejándose la piel. Esto supone no entender absolutamente nada.

La persona contemplativa, no tiene por qué ser ningún místico sublime, que entra en éxtasis cada dos por tres. Es un hombre de la calle, como dice Vittorio Messori. La diferencia es que no se limita con escudriñar la realidad con las potencias de la mente. Ve la Verdad directamente, contempla lo que es, ve más allá de lo que la mente le permite.

La mente iluminada, el contemplativo no significa que ella, sea la luz, sino que la Luz de Dios se proyecta a los hombres a través de ella. Es un instrumento creado por la Luz, un pincel en manos del Pintor, para pintar el cuadro de la vida, una pluma en manos del escritor.

La contemplación es un estado espiritual, no es un estado mental. La mente (la que reside en la corteza cerebral) queda para los asuntos de este mundo. En este estado, la postura correcta de la mente es la de María “hágase en mí según tu voluntad” . Esto es un vaciarse de lo conocido, una rendición a lo Real, para que pueda revelarse.

La mente cerebral es un simple procesador y asociador de datos, esto es un hecho muy estudiado. Estas capacidades son imprescindibles para la vida del hombre en la Tierra. Pero como hemos referido anteriormente, el problema está en creer que nuestra mente es lo máximo de que disponemos.
Hay una tendencia torcida a pensar que estamos mal hechos, que somos un dechado de imperfecciones, y que tenemos que suprimir, combatir, eliminar lo que equivocadamente podemos pensar que es la causa de nuestras desdichas. En este caso, ni la mente ni el “ego” han de ser eliminados, aunque sean la causa de nuestras desdichas. Es una idea ridícula, pues nos quedaríamos sin las capacidades y potencias que nos permiten desarrollar nuestra vida en la tierra. A un enfermo de Alhzeimer le pasa eso, y mira en lo que se convierte. No es esa la cuestión. La cuestión está en ser consciente de que hemos de trascender a este mundo, que más allá de lo que consideramos nuestras capacidades, existe una consciencia dormida que nos permite abrir el camino hacia Dios.

17.- Estado de Gracia

A medida que la consciencia se expande y la mente se ilumina, se hace más etérea, más sutil, más transparente; lo hemos visto al referirnos a las densidades del alma. En la medida en que se vuelve más sutil, se acerca a lo que se denomina “estado de Gracia”. Le es revelada la Verdad. Se expresa en nosotros el amor, la belleza.

Los católicos de a pie, hemos siempre identificado el estado de Gracia como el que se nos otorga por obra y gracia de recibir el sacramento de la penitencia. El cura te perdona los pecados confesados, y a partir de ahí, el feligrés se levanta contento del confesionario, creyendo que está en gracia de Dios. Si muriera en ese momento iría al Cielo, pero si minutos después comete una falta, entonces le toca pasar por el purgatorio. Y si comete un pecado mortal, le toca el infierno. Esta lectura simplona de la doctrina, con la que se quedan todos los niños que reciben la primera comunión, es la forma más deplorable de banalizar la Fe. Como estos conceptos no tienen ningún sentido, los creyentes, o bien se ponen unas orejas de burro para no pensar y cumplir ciegamente el precepto, o si se lo cuestionan, entonces lo van a pasar bastante mal. Como nadie explica a los católicos de a pie la vida espiritual, pues la reducen a cientos de preceptos del catecismo, el católico normal no es capaz de “darse cuenta” de lo que supone el camino hacia Dios.

El estado de Gracia es muchísimo más que el resultado de confesar los pecados periódicamente. Es el resultado de la vida ascética. Y esto vale para cualquier credo, esto es, el esfuerzo personal de dejar que Dios sea el dueño de nuestra vida. En esa decisión de amor se encierra la toma de conciencia de que el pecado original no es otra cosa que el “egoísmo”, entendido como tendencia natural a la prevalencia del “yo”, del “ego”, lo que supone no querer ver más allá de la realidad que ven nuestros ojos, oyen nuestros oídos y palpan nuestras manos. Si esto se acepta así, la ascética es el camino que recorre el ser humano para dejar vía libre a que Dios actúe directamente en su espíritu. En este punto, cada religión aporta sus correspondientes métodos de ascesis, unas se basan en la mortificación del cuerpo, otras en ejercicios de control mental o físico, en el yoga, etc. Cada cual la suya, según su cultura y tradición. Todas son respetables. 

El hecho es que la vida ascética es la parte de trabajo que aporta la persona para limpiar su pesebre y hacerlo digno de que Dios reine en su interior. 

Aunque esto es sólo una alegoría, porque como bien dice Santa Teresa, el alma humana es como un castillo con muchas moradas, de las cuales en la más profunda de todas está Dios, en lo más profundo e íntimo de nosotros. Aunque nuestra tendencia al “ego” no nos lo permita ver, Él siempre ha estado y está ahí, en lo más profundo de nosotros, lo que sucede es que la opacidad del alma interferida por el ego y su principal herramienta, el pensamiento, no se lo permite ver. 

Cuando la densidad del alma disminuye hasta dejar pasar la Luz, y somos conscientes realmente de que Dios está en nosotros, lo experimentamos vivamente, logramos verlo, aunque sea un solo instante, es entonces cuando experimentamos el estado de Gracia.

Por tanto, Gracia es palabra que denota la belleza, la bondad, el encanto, el reconocimiento consciente de que Dios vive realmente en nosotros.
Para la fe cristina la Gracia encierra todos estos significados y mucho más: designa el amor que el Señor manifiesta por todos los hombres. Tal amor culmina en el don que Dios hace de sí mismo en Jesús de Nazareth, el cual según la fe católica se hace hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios y herederos de sus bienes, llamados a habitar en su misma casa, el Paraíso.

La Gracia, es por tanto, la vida de Dios en nosotros, es ofrecida por Él generosamente. 

Nosotros tenemos un solo deber: el de acogerla. Este es el trabajo que desarrollamos a través de la ascética. 

Según qué escuelas, el estado contemplativo se asocia a una situación extrema de unión con Dios, denominado “éxtasis”, donde se producen fenómenos sobrenaturales (paranormales) tales como la levitación, los estigmas, etc. Reconociendo que en el extremo estos fenómenos se pueden producir, la vida contemplativa puede estar mucho más próxima a nosotros, en la medida en que las actitudes de abandono al Eterno las materialicemos en esa búsqueda incesante del Reino de Dios.

Recordemos… “si pones a Dios en todo lo que haces, le encontrarás en todo lo que sucede”.

Y lo que sucede es la manifestación de lo Real en la temporalidad. Esto es ni más ni menos que la voluntad de Dios. 

La voluntad de Dios no tiene relación con las normas de conducta o reglas de compromiso. Esto es lo que el pensamiento entiende. Y como primera aproximación está bien para entendernos. Pero esto es tratar de imaginarnos a Dios a nuestra imagen y semejanza, y sobre todo, tiene el tremendo efecto adverso de que cuando Él se manifiesta a través de un hecho desagradable o luctuoso, entonces, la oscuridad de la mente es incapaz de comprender… el clásico “cómo Dios permite el mal en el mundo”.

Hemos de admitir que ninguno de nosotros, con nuestras capacidades personales, somos capaces de entender en muchas ocasiones la voluntad de Dios. Porque fácil es admitir su voluntad cuando la bondad y el amor prevalecen, y los acontecimientos nos hacen felices, pero resulta extraordinariamente difícil reconocerla en el dolor, la enfermedad, la tragedia o la muerte. En esos casos, no nos queda otra que la actitud de María, “guardar todas estas cosas en nuestro corazón ”, hasta que Él tenga a bien hacérnosla comprender, a través de ese estado de Gracia que nos permite la visión directa de la Verdad.

Es por tanto que la contemplación crea vida contemplativa, “Dios actuando en este mundo a través de nosotros”. No puede estar separada la actitud contemplativa de la vida contemplativa.

La vida contemplativa supone “subir al monte a orar”.

La actitud contemplativa supone “bajar de la montaña y convivir”

En repetidas ocasiones, los Evangelios refieren la actitud de Jesús de dejarles y subir al monte a orar. (Mc 6, 46. Lc 6, 12 y Lc 9, 28). En este último, Lc. 9. 28, el evangelista refiere la transfiguración.
Y contemplar la vida supone ver el rostro de Jesús (para los cristianos), de Dios, para toda la Humanidad, en los siete mil millones de habitantes del Planeta. Siete mil millones de sagrarios encendidos.

“Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” 

18.- La llamada a vivir la contemplación

La verdad comienza a surgir cuando quiero, deseo, salir del sueño de mi vida en la Tierra (Consuelo Martín Op Cit 5).

Para que esto se produzca, lo primero que tenemos que hacer es “caer en la cuenta” de que el ser humano no es un ser completo en sí mismo, que está inacabado, que no somos autosuficientes, de modo tal que nuestra proyección hacia los demás y hacia Dios no son un mero accidente promovido por religiones o sectas.  

La segunda condición para iniciar el camino es “darnos cuenta” de que no tenemos la titularidad sobre nuestra vida. No somos dueños de nuestro destino. Los seres humanos, instintivamente somos conscientes de que por una parte nos funciona la razón, el pensamiento, lo que nos permite pensar con objetividad, con frialdad; pero por otra parte algo de nosotros nos transmite “cosas diferentes”, sentimientos, emociones, intuiciones, un no saber por qué pero que nos impulsa, una fuerza interior indefinible que nos empuja, nos enamora a entregarnos a un ideal, a una persona hacia la que nos vemos impulsados a entregar nuestra vida, etc. A esa fuerza interior, un tanto instintiva, incontrolable, que nos abrasa a veces, llamamos “corazón”.

El corazón es fundamento sin fundamento en un sentido del que en el pensamiento antiguo no hay ningún equivalente intelectual ni conceptual. 
Esto que llamamos “corazón”, esa fuerza interior que nos impulsa a acciones irreflexivas de amor y entrega, mucho más allá de lo razonable y de lo que cabe esperar tras un razonamiento lógico, en parte podría tener una base neuroquímica, pero va más allá de todo eso. Por mucho que se quiera atrapar anatómica y fisiológicamente, esa fuerza interior no nace de las capacidades de la corteza cerebral o de nuestro sistema límbico. Le llamamos “corazón” porque ciertamente cuando experimentamos esa fuerza en nuestro interior, todos nuestros sistemas fisiológicos como que se revolucionan y el que más sentimos físicamente es el corazón (la bomba sanguínea situada en el mediastino) que se nos pone a cien. Pero eso es sólo la expresión del sentimiento, de la emoción que nos genera esa fuerza interior.

Pues bien, cuando experimentamos ese deseo de elevarnos por encima de nosotros mismos, de todas las cosas que nos rodean, cuando reconocemos que somos “cero” frente al “infinito” y que humildemente aceptamos nuestra pobreza de espíritu, esto es condición sinequanon para comenzar el proceso, es entonces cuando se nos abre la primera de las puertas del camino de la vida interior.

En ese primer paso, sentimos como una voz interior nos dice…
“Bienvenido a Reino de los Cielos”, porque es en ese momento, cuando “caemos en la cuenta” de que somos pobres de espíritu, cuando el Reino de Dios se nos vislumbra en el horizonte.

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Primera bienaventuranza.

Esto supone salir del sueño de este mundo. No se requiere acudir a ningún profesional, a ningún “ologo”. Supone tener Fe, y estar dispuesto a expandir la consciencia, tanto como Dios quiera en nosotros, y discernir entre nuestro sueño y lo Real. Es lo que Krisnamurty denomina discernimiento, como primer paso para entrar en el sendero .
Se suele decir que esto es “la llamada de Dios”. Es Dios el que nos invita, el que nos elige. 

“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda”.
Cuando decimos que la fuerza del corazón no procede ni del razonamiento, ni de impulsos primarios, es lo mismo que afirmar que procede de lo Alto, o de lo más profundo de nosotros, donde Dios habita, sin saberlo, sin ser conscientes de ello.

Todo comienza pues, con un encuentro con nosotros mismos. Hemos de alejarnos y desprendernos de arquetipos, de estereotipos, de convenciones, de normas de moralidad, de reglas de compromiso, del sueño de la tribu, de la sociedad, del sueño del planeta, como predican los indios toltecas, de creencias, hasta entonces válidas para nuestra vida más o menos razonable; esto no significa negarlas, sino que simplemente no nos son ya necesarias, ahí están para los que las necesiten, por lo que su utilidad para una inmensa mayoría está fuera de toda duda. Esto supone un tremendo esfuerzo de desapego, de desprendernos de todos los modelos mentales que han regido nuestra vida hasta ahora. Este es un proceso en sí mismo de purificación, de penitencia en términos cristianos, de desprendernos de todo lo que hace densa nuestra alma y no deja pasar la luz. Krisnamurty denomina a este proceso, lograr la ausencia de deseo. (Op.Cit.) La ascética cristiana denomina a este proceso, la vía purgativa.
La visión nueva es el punto de arranque del resto de nuestra vida, donde no cabe ya hacer proyectos de futuro, porque se nos dará por añadidura.
Hemos de vivir el presente “bástele cada día su afán”. Danos hoy nuestro pan nuestro de cada día. Vivir intensamente el momento.

Intenso no significa estresante, sino profundo, usando a tope nuestra capacidad de “darnos cuenta”. Es tener visión global, holística, sistémica de lo que sucede. Pero no supone esto ningún proceso mental. Es algo más allá de las cosas.

En la medida en que el discernimiento y el desapego se nos vuelve consustancial a nosotros, es en la medida en que el proceso de depuración de lo que habitualmente se denominan defectos, faltas o pecados, en tradición judeo cristiana transforma nuestra alma y la hace cada vez más sutil, más etérea, hasta que nos permite percibir la luz. 

En la medida en que la Luz de Dios, que procede de nuestra más profunda intimidad traspasa las puertas de nuestras moradas, hasta hacerse consciente en nosotros, es en la medida en que vamos entrando en la vía iluminativa, según la ascética cristiana.

Los griegos ya utilizaban este concepto. Pitágoras (582-507AC) hablaba en estos términos al definir el acto de contemplar. A su vez, Pitágoras lo había aprendido de egipcios y de hindúes. 

19.- La clave de todo es “darse cuenta”

A modo de recapitulación de todo lo abordado hasta ahora, se da siempre una constante, que de no aparecer, no hay nada que hacer. Esa constante se denomina “ser consciente”, “darse cuenta”, “caer en la cuenta”.
Uno puede leer un libro, escuchar una conferencia, recibir un consejo, un mensaje, escuchar el evangelio de la misa, leer una máxima de Gandhi, de Lao-Tse, o de cualquier otro personaje místico de la historia, que siempre existirá una diferencia abismal entre leerlo con la mente y leerlo con el corazón, entre oír y escuchar, entre entender con la mente y comprehenderlo con el corazón. “El que tenga oídos que oiga” . Se puede oír el Evangelio o leerlo, cientos de veces, y no entender nada. Y una vez más y entonces, sin saber por qué “caer en la cuenta”, “darse cuenta”, “ser conscientes” de lo que dice la Palabra. 

El problema es como dice Isaías y luego Jesús, oyendo no oímos, entendiendo, no entendemos, porque nuestro corazón está cerrado. La lucidez no es un problema de desarrollo intelectual, de erudición, de estudio sesudo de los grandes e inservibles tratados de teología. Como dice Mahatma Gandhi, “el conocimiento de Dios no se encuentra en los libros, pertenece al terreno de la experiencia vivida personalmente. Los libros son en su mejor expresión una ayuda, pero a veces son un obstáculo” . 

La lucidez, la iluminación, o lo que es lo mismo, la Sabiduría, viene de Dios, no es un esfuerzo nuestro, no es la titánica lucha por aprender y comprender con el pensamiento. El pensamiento, se ha dicho repetidamente, es un completo estorbo, la loca de la casa de Santa Teresa. Nuestro único esfuerzo consiste en reconocer nuestra pobreza de espíritu y aceptar que todo lo bueno que pueda suceder en nosotros viene de Dios.

Los orientales hablan de tener los chakras abiertos. No deja de ser curioso para los occidentales cómo ellos abordan el problema. En pocas palabras…
El ser humano tiene un sistema de 12 chakras. Los chakras del uno al siete corresponden al cuerpo físico. El octavo chakra representa el cuerpo emocional; el noveno está localizado en el cuerpo mental y el décimo, onceavo y doceavo chakras están todos en el cuerpo espiritual. Estas capas de energía estructurada circundan lo físico y se entienden hacia afuera en un radio de 2 pies (60 cm.) A esto nos referimos comúnmente como el aura. Aquí determinamos cuantos de sus chakras están abiertos. Todos los bebés nacen con los doce chakras abiertos y entran al plano físico a un nivel vibracional muy alto. Pero en el proceso de vivir nuestras vidas, aprendemos y nos enseñan diferentes malas percepciones que conducen a patrones de bloqueo. Estas malas percepciones incluyen cosas como resentimiento, desconfianza, cólera, miedo, etc., y estos patrones de energía de frecuencia baja son distorsionados y alojados en los senderos de nuestra energía. La acumulación de estos patrones de bloqueo agotan nuestra fuerza de vida y los tres chakras espirituales superiores se cierran.

Todos tenemos nueve chakras abiertos, porque funcionamos en este mundo con nuestros cuerpos físico, emocional y mental. Cuando escogemos y estamos determinados a crecer espiritualmente, esos chakras superiores se abrirán naturalmente, a medida que liberamos los patrones de bloqueo.

Tener los chakras superiores cerrados, como refieren los orientales viene de las deformaciones y distorsiones generadas por la educación, que no neutraliza, sino que potencia las debilidades humanas y la tendencia al “ego” autosuficiente. Esto equivale al planteamiento de los toltecas sobre la alienación que genera el sueño del Planeta.

La apertura de esos chakras es, traducido al lenguaje occidental o cristiano, abrir nuestro espíritu a Dios y reconocer nuestra pobreza de espíritu.
Una vez cumplido este requisito, podemos comenzar a caminar. Si no, estaremos dando vueltas en torno a nuestra capa más superficial, a la primera morada del castillo interior de Santa Teresa. Y todo lo que escuchemos, rebotará en la alta densidad de nuestra alma, como una pelota en un frontón.
Estar en actitud de “darnos cuenta de…”, abre la puerta de entrada.

Como inciso. Lo del aura y todo eso, no es una creencia hindú. Las cámaras Kirlian, son capaces de fotografiar el aura (efluviografía o electrofotografía) de cualquier persona.

Cerrando este inciso, concluyamos diciendo que cuando se entra en los terrenos íntimos de la vida interior, desde la apertura de la Puerta conseguida con el reconocimiento auténtico de nuestra naturaleza trascendente, entramos en el sendero de la contemplación de la Verdad, de la unión con Dios.

Contemplación y Vida interior coinciden, es lo mismo. Y no resulta difícil decir “Padre mío, que habitas en el Cielo, es decir, en lo más profundo de mi ser, venga a mi tu Reino, ábreme la consciencia para poder contemplarte, y haz en mi según tu voluntad. Dame hoy lo que necesito para vivir, mañana será lo que tú dispongas. Perdóname mis equivocaciones, como yo también lo hago con los que me hacen daño y me ofenden. No me dejes caer en la tentación de creerme yo mismo autosuficiente, y líbrame del mal”.

En este estado contemplativo, en el que el alma está ya en el camino hacia la unión íntima con Dios, la religión cotidiana, las normas y doctrinas, ya no son necesarias en sentido estricto, pero el amor al hermano te impulsa a compartir con él todo aquello que hasta entonces ha sido el báculo de tu camino hacia Dios. Formas comunidad con aquellos que conviven contigo, que han formado contigo un solo corazón. Participas y participarás de ritos y liturgias, pero te sentirás hermano no solamente de aquellos que comparten una misma fe religiosa, sino de toda la Humanidad, y comprenderás que todos los seres humanos forman la comunidad de los hijos de Dios.

20.- Comenzar a vivir el camino contemplativo

El inicio del camino comporta un segundo requisito, ver las cosas sin prejuzgar, sin valorar según nuestro código de valores.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Segunda bienaventuranza.

Una vez reconocida nuestra incapacidad para caminar en la realización personal, el segundo paso esencial es la limpieza de corazón.
«Tú no me buscarías si no me hubieras ya encontrado antes», escribe de Dios y del hombre Blas Pascal .

Limpieza de corazón significa ser capaces de ver en toda la creación lo que viene de Dios. En cierto sentido, supone ser capaz de descubrir el valor divino, la dimensión divina, la belleza divina de toda la Creación , o como decía Ángel García Dorronsoro, descubrir el valor divino de lo humano .

La limpieza de corazón es la antítesis de lo que la vida en este mundo nos aconseja “piensa mal y acertarás”. Se nos enseña a desconfiar hasta de nuestra sombra, a suponer la mala intención de las personas a no ser que se demuestre lo contrario. Como nos han dado bofetadas hasta en el carné de identidad, nos hemos habituados a levantar todo un sistema de defensa y de alertas ante cualquier indicio, por pequeño que sea, de ataque exterior. Es aquello de vivir con la escopeta cargada. Estar prestos en acusar, en desconfiar, en suponer que la gente se acerca a nosotros con malas intenciones.

Pero he te aquí, que Jesús dice:

1 «No juzguéis, para que no seáis juzgados. 2 Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. 3 ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? 

Este aserto, lejos de ser un elevado concepto místico, se entronca en la base misma de la convivencia humana. Es algo que los seres humanos, si nos quitáramos las armaduras y defensas con las que nos enfundan nuestros educadores, comprenderíamos muy bien. Esto es lo que desde la sabiduría tolteca se comprende: 

Por lo general, empleamos las palabras para propagar nuestro veneno personal: para expresar rabia, celos, envidia y odio. Las palabras son pura magia – el don más poderoso que tenemos como seres humanos – y las utilizamos contra nosotros mismos. Planeamos vengarnos y creamos caos con las palabras. Las usamos para fomentar el odio entre las distintas razas, entre diferentes personas, entre las familias, entre las naciones... Hacemos un mal uso de las palabras con gran frecuencia, y así es como creamos y perpetuamos el sueño del Infierno. Con el uso erróneo de las palabras, nos perjudicamos los unos a los otros y nos mantenemos mutuamente en un estado de miedo y duda. Dado que las palabras son la magia que poseemos los seres humanos y su uso equivocado es magia negra, utilizamos la magia negra constantemente sin tener la menor idea de ello .

La limpieza de corazón supone ver al otro a pecho descubierto. Ver su bondad, su trasfondo de humanidad, aunque se nos presente como un delincuente, como un facineroso, como una mala persona. De otra forma no es posible amar a nuestros enemigos, si no somos limpios de corazón. 

Esta actitud no es asumible por nuestro “yo”, por nuestro “ego”, por el pensamiento. Es una actitud que sólo se alcanza mediante la contemplación. Amar lo que es, aunque eso nos sea adverso.

Ser pobres de espíritu y limpios de corazón significa resumir toda la existencia humana en dos frases, pero el problema está en que una vez aceptadas las condiciones para que se abra la puerta, nos queda un largo camino, porque ciertamente al ser humano le resulta extraordinariamente difícil anularse tan completamente como estas frases representan. 

A estas alturas de curso, creo que ya nos habremos dado cuenta de que el Padre Nuestro, que rezamos maquinalmente es, en el fondo y en la forma, la proclamación de nuestro abandono total al Eterno, la súplica del hijo pródigo que se acerca temeroso a su padre pidiéndole clemencia y reconociendo su incapacidad para regirse con sus propias herramientas terrenales.

Si ahora nos volvemos a la naturaleza humana, y al proceso de aprendizaje que se despliega en todos los recién nacidos hasta que llegan a adultos, no nos será difícil comprender que es tarea harto difícil, si no imposible. 

Un niño, ya en el seno familiar a las pocas semanas de vida aprende a que llorando consigue leche y atención de sus padres, sobre todo para que le quiten la caca y el meado. A los pocos meses, tanto más si tiene hermanitos o va a la guardería, aprende a competir por el juguete, si es necesario peleando físicamente. Si es hijo único, aprende casi a dominar la voluntad de sus padres, bien con rabietas, bien con carantoñas, para conseguir todo lo que ve por la televisión y en las jugueterías y tiendas de chuches. Son el deseo en su más pura expresión. Y cuando entra en el colegio, entonces se cierran ya todos los chakras, y, o bien espabila o será el hazme reír de todo el colegio. Entra en un círculo de competitividad, donde la pobreza de espíritu y la limpieza de corazón es sinónimo de ser un perdedor y un “pringao”. Con este bagaje cultural, una vez aprendida hasta la médula la lección que encierra los sueños de la familia (tienes que ser el mejor), de la tribu (aceptar las reglas del juego social), y en último término, del Planeta (reglas de la economía de mercado), está perfectamente programado, quiera o no, para ser un animal económico dispuesto a comerse el mundo, bordeando la legalidad, sin que importe la moralidad. 

En este contexto, las cosas del amor, vistas desde el ego–ismo, se adulteran de tal forma que a penas queda un resquicio para el romanticismo, siendo en ocasiones esta actitud, vista como una debilidad, que será aprovechada por la primera o primer pelandrusca o pelandrusco que se tercie para sacarle los hígado a la pobre criaturita de Dios. La literatura romántica está plagada de desengaños y sufrimiento, lo que es la consecuencia de una vida planteada sociológicamente sobre la base de la desconfianza, el recelo y la autosuficiencia, hasta en la expresión más sublime del amor, como se dice, de tejas para abajo, que es el amor entre el hombre y la mujer.
Y etc., etc., etc.

Es decir, con esta carga absolutamente insufrible de coraza moral encima, para defendernos, no ya de nuestros enemigos, sino de los que incluso consideramos amigos, aunque piensa mal y acertarás, cómo nos podemos plantear vivir en este mundo reconociendo nuestra pobreza de espíritu y siendo limpios de corazón.

Hay que reconocer que el reto es casi imposible.

Sin embargo “mientras todo cambia y todo muere a mi alrededor, percibo vagamente, bajo esas apariencias cambiantes, una fuerza de vida que permanece inmutable y sostiene a todos los seres. Creados por ella, se disuelven luego en ella para ser creados de nuevo. Dicha fuerza, ese Espíritu que da forma a todas las cosas, no es nada más que Dios.” 

Y Gandhi, en un encendido alegato a favor de la no violencia (ahimsa), afirmaba que “la ley que rige la Humanidad es el amor. Si la violencia nos hubiera regido, nos habríamos extinguido hace muchísimo tiempo”.(Op. Cit)
Es por eso, que la condición imprescindible para iniciar el camino es sencillamente lo que le dijo Jesús al joven rico.

«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme.» Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. 

La tristeza no tiene por qué venir necesariamente de riquezas materiales, que es como una lectura en primera instancia se puede interpretar. La tristeza viene porque tienes que renunciar a tu propia autosuficiencia, al culto al “yo”, al “ego”, para quedarte entre el cielo y la tierra, sin saber dónde reclinar la cabeza. Y para todos los humanos ese es un sacrificio demasiado duro. Dejar de pretender ser más, el rey del mambo, alguien de prestigio, una buena posición social, la fama, el reconocimiento de los demás, ir con la cabeza bien alta, recibiendo la consideración de los demás, atesorar puestos, nombramientos, currículum, en suma. Y tanto más cuanto que vivimos en un mundo que nos obliga, casi para sobrevivir y lograr llegar a fin de mes y poder pagar una hipoteca que nos permita escondernos en un piso de cincuenta metros cuadrados, pelear a cara de perro por un negocio, un contrato, o un empleo, donde rige la ley del más fuerte. “yo tengo”, “yo puedo”, “yo soy”, “yo…”, “yo…”, “yo…”.

Renunciar al “yo”. Es demasiado duro.

Y el joven rico se fue triste, porque tenía muchas riquezas en su espíritu y en su corazón, que le ataban a este mundo. Su reino era de este mundo, igual que es el nuestro en la medida en que no seamos capaces de dar el paso.

21.- El salto de Fe

“No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio afán.” 

En un mundo donde hasta un simple reloj de doce euros está asegurado, donde la aversión al riesgo es uno de los mayores condicionante en la toma de decisiones de los humanos; donde se pretende asegurar absolutamente todo, donde las relaciones humanas están basadas en la desconfianza, aceptar no preocuparnos del mañana es casi un suicidio…, según se mire.

Pero la puerta de entrada exige, tal y como hemos podido ver, un acto de confianza ciega en el Padre, al que no vemos. En el fondo es un círculo vicioso; porque no le vemos, no confiamos, y como no confiamos en Él, no podemos verle, contemplarle. 

Es un salto de fe en el vacío. Es un aceptar caminar sobre las aguas, sabiendo que es físicamente imposible.

Pero ese círculo puede romperse mediante este simple principio.
“Si ponemos a Dios en todo lo que hacemos, le encontraremos en todo lo que suceda a nuestro alrededor”.

Te lo crees o no te lo crees. Es así de simple. Si no te lo crees, pues nada, ha sido un placer dialogar contigo; hasta siempre. Que tengas suerte creyéndote dueño de tu destino.

Si te lo crees, puedes dar el salto de fe y cruzar el umbral.
Nos vemos tras la puerta.

22.- El camino de las lágrimas

Todo el esfuerzo inicial en el Camino se focaliza en conseguir trascender el pensamiento. Él no puede preguntarse por lo que está más allá de lo que es capaz de pensar. Vamos, como dice Consuelo Martín, más allá de un pensamiento, de un conocimiento concreto, de un modelo mental de la realidad. Por eso Jesús de Nazareth explicaba el Reino en parábolas, porque resulta imposible explicarlo de otra manera.

Pero esto no significa que haya que eliminar el pensamiento, ni que haya que eliminar el “ego”. Aquí abajo resultan completamente imprescindible. Además la suprema inteligencia no nos va a dotar unas potencias intelectuales, sobre las que se cimienta la civilización, para que sean una barrera insuperable para llegar a Él. La cuestión, el reto es integrar nuestra mente con los niveles superiores de la consciencia.

Y el esfuerzo que se nos pide no es otro que el de limitarnos a ver cómo las hojas caen de los árboles, frase de Consuelo que con gran carga poética muestra la simplicidad de ver, admirar, contemplar la vida tal y como es, aceptando que “está siendo lo que tiene que ser”, aun cuando vivamos situaciones difíciles, y en el extremo hasta situaciones trágicas. Ver cómo caen de los árboles es contemplar el hecho sin hacer suposiciones. Esta manía nuestra de juzgar a la ligera las cosas que pasan es fuente de numerosos problemas, tanto de convivencia con los demás, como de actitud nuestra ante la vida. Si una cosa crees que es cierta, para ti es cierta, y a partir de ahí, te montas todo un imaginario, tanto más fantasioso, cuanto más alejado está de la realidad. 

La sabiduría de los indios toltecas, lo refleja magistralmente así:

“El gran mitote de la mente humana crea un enorme caos que nos lleva a interpretar y entender mal todas las cosas. Sólo vemos lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír. No percibimos las cosas tal como son. Tenemos la costumbre de soñar sin basarnos en la realidad. Literalmente, inventamos las cosas en nuestra imaginación. Como no entendemos algo, hacemos una suposición sobre su significado, y cuando la verdad aparece, la burbuja de nuestro sueño estalla y descubrimos que no era en absoluto lo que nosotros creíamos” . 

Y el desengaño venido del estallido de nuestra burbuja de fantasía, nos hace sufrir de modo inútil y cruel.

Por eso es muy importante discriminar el sufrimiento que viene de los acontecimientos tal cual son, de aquellos que se originan en un torcido acto de nuestra imaginación. La vida no es fácil, ciertamente. Los humanos nos bastamos unos a otros para hacernos la vida casi imposible. Por eso, la sabiduría que procede de la contemplación nos permite discriminar los acontecimientos dolorosos “per se”, de los que sentimos dolorosos por puro proceso de nuestro pensamiento. Es además la discriminación entre el sufrimiento creativo y el sufrimiento involutivo. El primero es el que se experimenta por el dolor de aquello que sabemos ver, a pesar del propio dolor, con visión creativa, admitiendo que es lo que ha de pasar y de lo que hemos de aprender. El segundo es el que se experimenta por el dolor de aquello que no sabemos ver, y que sólo interpretamos como contratiempo, desgracia o tragedia de la que no sólo no aprendemos, sino que dejamos que se desestructura nuestra propia personalidad generando odio, rencor y deseo de venganza.

En este último caso, donde es el pensamiento el que se imagina las cosas según él, podemos sufrir tremendamente porque las cosas que suceden no satisfacen nuestras expectativas. En el extremo corremos el riesgo de hacer nuestra la genial frase de Bernard Shaw que nos provoca diciendo que “no seamos egoístas guiñapos que no hacemos más que quejarnos porque el mundo no nos hace felices”. Este, aparte de ser un sufrimiento tan intenso como inútil, es soberanamente estúpido, y no merece la más mínima compasión.
Para aquellos que son capaces de aceptar las pruebas que nos envía la vida, tal cual, aceptando “la caída de las hojas de los árboles”, para ellos, Jesús proclama su tercera bienaventuranza:

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. Tercera bienaventuranza.

 Contemplar es ver sin juzgar. Podemos ver, como decía Gandhi las mayores atrocidades. E incluso, podemos ser víctimas de ellas. Y eso nos duele, nos desgarra. Todos hemos vivido en nuestra piel el camino de las lágrimas, ese que hemos de recorrer tras la pérdida de un ser querido, tras la pérdida de un empleo, la ruptura de un matrimonio, el quebranto de nuestra hacienda, ser víctima de un delito, etc. Existe una rebelión interior instintiva que nos induce a no aceptar los hechos, y en el extremo, hasta a pedirle cuentas a Dios de por qué nos envía esta tribulación. Y es lícito, hasta Jesús de Nazareth exclamó al Padre su desesperación. “Si es posible pase de mí este cáliz” , y ya en la cruz, momentos antes de morir… “Dios mío, por qué me has abandonado”
Jorge Bucay asemeja el camino de las lágrimas como el proceso de formación de una herida sangrante, y el de retracción y posterior cicatrización . Es decir, el duelo es un proceso natural e inevitable, que al final termina cicatrizando. El reto, nuevamente es la sobreabundancia de la fe y de la esperanza, entender y aceptar, con los ojos perlados por las lágrimas, que “es lo que ha de ser”, por muy duro que lo vivamos. Si es así, al final, el consuelo llega, y la serenidad venida de lo alto inunda nuestro ser.

No somos súper hombres o súper mujeres, tenemos derecho a llorar, pero también a esperar un “mañana será mejor”. 

El yin y el yang es un concepto surgido de la filosofía oriental fundamentado en la dualidad de todo lo existente en el universo. Describe las dos fuerzas fundamentales, opuestas pero complementarias, que se encuentran en todas las cosas. Una de las cosas más bonitas que tiene este símbolo son los dos puntos, el negro dentro de la mitad blanca y el blanco dentro de la mitad negra. Significan que siempre hay un punto de luz en la oscuridad, y que la luz no es completa, tiene siempre un punto de duda, de oscuridad. En suma no hay absolutos aquí en la Tierra.

Recorrer el camino de las lágrimas con esperanza es la tercera de las pruebas para recorrer el camino que lleva a la contemplación de Dios.
Es el supremo reto de “ver las hojas caer de los árboles”, sin juzgar, sin desesperar, sin preguntarse por qué a mí, simplemente verlas caer, con todo el dolor de nuestro corazón, tanto más cuanto mayor sea la pérdida, pero con ese punto blanco de esperanza y de aceptación de la voluntad del Eterno.

La circunstancia más magistral que el propio Dios nos ha regalado a los hombres para saber ver su Rostro hasta en los más dramáticos momentos fue la pasión y muerte de Jesús de Nazareth, para los cristianos Él mismo hecho hombre. Aquel que sea capaz de ver en ese dramático y supremo momento el rostro de Dios, es capaz de contemplarle en absolutamente todos los escenarios de la vida. Y si además, es capaz de aceptar y perdonar a los que le dañan, porque no saben lo que hacen (porque no lo saben), la salvación ha llegado a su espíritu. Muchas veces me he planteado dónde reside la fuente de salvación en el misterio de la Cruz. Un indicio puede ser este, de conseguir ver el rostro de Dios en la mayor de las ignominias, el Mesías crucificado, para así saber verlo en cualquiera de las ignominias que nos toque padecer y sufrir.
Saber llorar con esperanza, saber sufrir con lucidez es uno de los grandes retos que hemos de superar en nuestro aprendizaje del ser. Es lícito rogarle a Dios “páseme de mí este cáliz”, pero a continuación aceptar “no se haga mi voluntad sino la tuya”.

Estas pruebas no son para la gente sin fe, que se pregunta por qué permite Dios el sufrimiento, y justamente por ello, sufre mucho más y sobre todo desespera, ve cómo se le cierran todas las puertas. Algunos hasta se suicidan.

23.- Más allá de las cosas

De la aceptación de la vida tal cual es, y de saber que está sucediendo lo que ha de ser, aunque no podamos comprenderlo con el pensamiento, viene una actitud serena que nos da la paz, y a su vez, hace que seamos generadores y transmisores de paz para los demás.

Bienaventurados los que mansos, porque ellos heredarán la tierra”. Cuarta bienaventuranza.

La mansedumbre, es decir, la práctica de la no violencia, es otra de las virtudes que cuesta más dificultad vivir, dado que el mundo que nos rodea es tremendamente hostil. Y no hay que irse a situaciones de extrema violencia, sino a las tensiones diarias entre nosotros, nuestras familias, nuestra pareja, nuestro trabajo, nuestra ciudad, etc. Sin embargo la llamada a la paz es una constante en todas las religiones y en todos los sistemas filosóficos.

43 «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo  y odiarás a tu enemigo. 44 Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, 45 para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? 47 Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? 48 Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial. 

Para amar a nuestros enemigos, o en términos generales a aquellos que nos han hecho daño de alguna manera, o hablan mal de nosotros, o simplemente, tenemos una relación tensa y difícil, hay que saber ver más allá de las cosas. Si sólo vemos el escenario físico, lo que sucede tal y como lo perciben nuestros sentidos y procesa nuestro pensamiento, la ley del talión es incluso una ley muy avanzada, porque nos dice que ajustemos nuestra venganza proporcionalmente al daño que nos han infringido, pero no más.

Ver más allá de las cosas. Contemplar a Dios en todo lo que sucede; incluso en los hechos más amargos, más trágicos. Este saber “ver” más allá de las cosas, lo describe muy bien Gandhi en el siguiente párrafo:

“He observado que las peores destrucciones jamás logran que la vida desaparezca por completo. Por consiguiente, debe haber una ley superior a la de la destrucción. Sólo esta ley suprema puede dar sentido a nuestra vida y establecer la armonía indispensable para el funcionamiento del andamiaje social. Y si esa debe ser nuestra ley, debemos esforzarnos cuanto podamos para que sea norma de nuestra vida” . 

Es la ahimsa (no violencia) la norma que rigió su vida entera, y por la que es conocido como el apóstol de la Paz, en un país como la India, que salió del dominio colonial gracias a su perseverancia, aunque no obstante tuvo que padecer la fragmentación del territorio en India y Pakistán. Y supo ver a pesar de todo el rostro de Dios.

¿Utopía, mera ilusión?

“Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica”. 

Estas máximas, estas recomendaciones, consejos, directrices son literalmente imposible de cumplir en nuestro sano juicio. Es decir, jamás, rotundamente jamás, nuestro pensamiento nos va a dar justificación para poner la otra mejilla o para amar a los que nos persiguen y calumnian. Es humanamente imposible. 

Entonces, si es tan imposible seguir a Jesús, o a Gandhi o a Buda, cuál es la alternativa. 

Sólo hay una vía, la contemplación.

Ver lo que Es. Ver a Dios, al Todo, al Eterno, al Ser supremo, a ese que uno sólo es, pero los sabios llaman con diferentes nombres, según unos viejos poemas vedas. En suma, ver a Dios más allá de las cosas.
En una palabra, contemplar su rostro en absolutamente todo lo que sucede.
Vivir auténticamente la paz, la mansedumbre, la ahimsa, es vivir más allá de las cosas. No se puede explicar más; no se puede comprender, sólo se puede experimentar.

Y atención, la recompensa es heredar la tierra. Algo extraño, cuando el desprendimiento de todo es prácticamente una condición sinequenon para atravesar el umbral de la Puerta. No es esta tierra, es la Tierra prometida, aquella donde Dios habita, más allá de las cosas, en nuestra más íntima morada.

No se puede explicar, no se puede comprender. Sólo se puede experimentar, sólo se puede vivir. Los que así lo viven sabrán de qué estoy hablando, de qué hablan los contemplativos, de qué habla Jesús; de qué habla Gandhi.

24.- Misericordia

11 Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?» 12 Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que sanos sino los enfermos. 13 Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.» 

“Señor, perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Eso decimos en la oración que Jesús nos enseñó -la única que nos enseñó en modo recitativo-, tras abandonarnos a su voluntad, y confiando en Él en que recibiremos lo necesario para vivir “hoy”; mañana, Él sabrá.
Perdona nuestras ofensas, como  nosotros así lo hacemos.
Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán la misericordia”. Quinta bienaventuranza.

La justicia, tal y como la entendemos los seres humanos es ciega, juzga, investiga la culpabilidad o inocencia del acusado, y si es inocente, no le perdona, porque se le ha encontrado inocente, sino que lo reconoce, y le deja en libertad sin cargos. Pero si es culpable, lejos de personarle, le impone un castigo, eso sí, lo más proporcionado posible a la magnitud de la fechoría. Es sencillamente el ojo por ojo de Hamurabi y de los judíos; que la venganza o el castigo no sea superior al daño infringido.

Como a lo largo de la Historia, los hombres hemos forjado a Dios a nuestra imagen y semejanza (que no al revés), hasta la llegada de Jesús Yhave Dios era un dios justo, en el sentido humano de la palabra. Pero Jesús a la pregunta de Pedro:

«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» 

Claro, Pedro se quedó flipando en colores, porque eso significaba que debía perdonar siempre, lo que es tanto más duro, cuanto más ganas te dan de partirle la cara al que te ha dado una bofetada.

Pero Jesús dice… lo de presentar la otra mejilla, como acabamos de ver, y en el extremo, “perdónales, porque no saben lo que hacen”  cuando le están clavando en la cruz.

Y uno se queda rascándose la cabeza pensando que, o Jesús estaba como una cabra, o realmente su Reino no tiene nada que ver con el nuestro.
La palabra “misericordia” viene del latín, de “miser”, miserable y “cor”, corazón, que viene a ser la capacidad de sentir en tu ser, la desdicha de los demás.
Y es que la misericordia que Jesús nos propone se basa en considerar al agresor, al que te ofende, al que se hace una pirula, o sencillamente al pecador, como un corazón desdichado, alguien que lejos de merecer un castigo, lo que precisa es tenderle la mano para que pueda salir del peor de los infiernos, su propia vida gobernada por el odio y por el ego-ismo.
Claro, si yo también soy ego-ista (centro mi vida en mi “yo”), no creo que sea capaz ponerme en la piel del otro ego-ista, cuya vida está centrada en su “yo”. Este escenario de ego-istas sin fronteras, hace que sea rigurosamente cierto la frase de un buen amigo y compañero que dice “en esta vida todo el mundo va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío”. Es por eso, que es literalmente imposible ser misericordioso, si antes no nos reconocemos pobres de espíritu y limpios de corazón.

Es decir, una actitud va ligada a la otra. Y todas se basan en reconocer al Todo, al Eterno, al Tao, a Dios, en el centro de nuestra existencia. Y así, reconociendo que todos somos uno en Él,  todo aquel que está encerrado en la jaula de su egoísmo, merece ser aceptado como desdichado en sí mismo. Pero no desde la soberbia de que nosotros estamos curados y sanados, y por tanto, por encima de él, sino desde la humildad de que no pudiendo nada por nosotros mismos, hemos dejado que Dios obre en nosotros, reconociendo que también nosotros de vez en cuando o con mucha frecuencia, también caemos en los mismos errores.


Ponerse en la piel del otro, calzarse su zapato y sentir el sufrimiento que él está experimentando, para entonces, perdonarle y tenderle la mano.
Eso es lo que Jesús hacía al irse de copas con publicanos y pecadores, lo que irritaba sobremanera a los justos fariseos. No sé qué harían sus homólogos católicos en la actualidad, porque si no recuerdo mal, en la obra “El comprador de horas” de Pemán, el cura que se dedicó a frecuentar un prostíbulo, comprando horas, para tratar de liberar a una prostituta del infierno en el que vivía, no lo pasó nada bien con su diócesis.

Así que la misericordia no es una virtud cualquiera, no se puede vivir desde una práctica religiosa convencional, así se desgañiten los curas predicándola en las homilías. Hace falta contemplar, al menos un instante la luz cegadora de Dios, reconocernos nada frente a Él, “caer en la cuenta”, “expandir nuestra consciencia” lo suficiente como para comprender con el corazón que esto no es una excentricidad de un iluminado, sino la forma de que nosotros, los que hemos experimentado a Dios de verdad, seamos luz del mundo, y testimonio del Resucitado, o en cualquier caso, testimonio del Dios que habita en nosotros (lo digo por los que no siendo cristianos, también experimentan la intimidad de Dios desde su contexto religioso y cultural).

Y alcanzaremos misericordia, “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Porque el Amor…

“…es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”. 

Como el Padre esperaba a su hijo pródigo.

Ese es el pacto, sed misericordiosos, como misericordioso es nuestro Padre celestial.

El pasaje de Pedro y Jesús sobre el perdón, termina con la parábola del administrador injusto, que pide clemencia a su señor por su mala gestión, pero no perdona a los que le debían.

“Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?” Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que  pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.»

La actitud de contemplación de Dios, de presencia permanente de Él en todo momento inevitablemente conduce a la vida de virtud, a la mansedumbre, a la no violencia, la ahimsa de Buda, y la misericordia de Jesús, hasta saber perdonar a los que te están crucificando. Porque el agresor es un ser desdichado, que vive en el profundo error que genera el egoísmo. Esa compasión del que te está pidiendo desde lo más profundo de su corazón “sácame del infierno en el que vivo, por favor te lo suplico”, mientras te está descerrajando un tiro o atravesando con un arma blanca, o con una calumnia. Es saber ver a mi Cristo roto, como describe magistralmente Ramón Cué en su monólogo para teatro. 

Es otra cosa, otra dimensión. Y en eso el mundo identifica a los Santos de Dios, primero en que se aman los unos a los otros, y segundo, porque viven la misericordia que necesita este mundo.

Y como no hemos nacido ayer, cuando vemos un bienaventurado que es limpio de corazón, manso y misericordioso, eso…, eso no se puede ocultar bajo el celemín, brilla como un faro entre la niebla, con intensidad, indicando el Camino que conduce a Dios.

Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Para que el mundo crea.

Yo conozco a más de uno. Pero uno brilla especialmente.

25.- Tengo sed

Para los que tenemos fe, es decir, confianza en Dios, para los que estamos convencidos de que está sucediendo lo que tiene que ser, puede ser muy duro defender que lo que es, es la voluntad de Dios, si lo que sucede a nuestro alrededor es un estatus de injusticia y de pecado. Es la clásica pregunta que no tiene respuesta. Por qué Dios consiente el mal.
Tener hambre y sed de justicia es una bienaventuranza. Porque es un contrasentido ver en todo lo que sucede, así nos parezca bueno o malo, la voluntad de Dios.

24«El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. 25 Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. 26 Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. 27 Los siervos del amo se acercaron a decirle: “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” 28 El les contestó: “Algún enemigo ha hecho esto.” Dícenle los siervos: “¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?” 29 Díceles: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. 30 Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.”» 

No vamos a volver a analizar aquí el por qué del mal en el mundo. Eso queda para reflexiones del pensamiento, por cierto con la absoluta certeza de no llegar a ninguna conclusión. Pero en las intimidades de Dios, el pensamiento es un estorbo. Contemplar implica otra perspectiva en la que la lógica de Dios es no arrancar la cizaña antes de la siembra.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Sexta bienaventuranza.

1«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. 2 Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. 3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; 4 así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

Entramos de lleno en la insoldable lógica de Dios, absolutamente diferente a la de los hombres, que nos pide practicar su justicia en silencio, sin gestos grandilocuentes, sin pretender ser alabados por lo que hacemos. Me recuerda esto una frase que escuché que dijo Teresa de Calcuta. “Hijas, vivid así, mas no prediquéis, a no ser que os pregunten”. 

La lógica de Dios hace que sea preferible que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta el momento de la siega, entre otras cosas porque nosotros mismos somos trigo y cizaña a la vez, Yin y Yang. De manera que tener hambre y sed de justicia supone el deseo de simplemente ser. Porque lo que Es, es lo que ha de ser, ha de acontecer. Cuando estamos rodeados de injusticia, de dramas humanos, es tremendamente duro aceptar esto, tanto más cuanto que estamos impulsados a luchar contra esa misma injusticia. El pensamiento se hace un auténtico lio de conceptos y de ideas que no son lógicas, ni siquiera admisibles. Por eso la Fe es un don que no nos viene de nosotros. La fe se consolida al contemplar la verdad, una verdad que no la puede percibir el pensamiento. Una verdad que simplemente es.
Por eso contemplar es simplemente “ser”. 

Los humanos hemos desarrollado la idea, útil en el mundo visible, pero inútil en lo trascendente, que es la dualidad entre ser y conocer. Ser (lo observado), y conocer (el observador). De modo que “yo” soy cosa aparte del mundo que conozco. Es creer que la verdad puede ser objetivada.
Dice Consuelo Martín que la filosofía vedanta se plantea si la realidad está hecha de consciencia. Si al contemplar estamos creando. 

Al contemplar, ver a Dios en lo que es, comienza nuestra propia realización.
Somos una llamada de Dios, pero dependemos de todo lo que hemos atesorado sobre nosotros mismos. Y nos da miedo quedarnos suspendidos entre el Cielo y la Tierra.

Sabemos que nos falta algo, “tenemos hambre y sed de una justicia que no es de este mundo”, y pretendemos alcanzarla con nuestras propias herramientas, con nuestras ilusiones, con nuestros ideales. Pero esto no funciona, no puede funcionar. “No se puede meter vino nuevo en odres viejos ”. Pero si intuyo que soy algo más que mi yo fabricado por mi mente y moldeado por mi tribu, entonces puedo estar a la escucha de la llamada del Ser.

Este es un punto básico, intuir que soy mucho más que simplemente “yo”. Nada menos que hijo de Dios. Lo solemos decir tan a la ligera y tantas veces, que somos incapaces de comprender la trascendencia que esta afirmación posee como motor de nuestra vida. El problema, además es que no nos lo terminamos de creer.

Tener hambre y sed de justicia supone el deseo profundo de ascender en el conocimiento de la lógica de Dios, el que permite ver y comprender, reconocer lo que hemos de transformar y lo que hemos de aceptar. Y aún más, comprender que todo el mal que reina en el mundo, de alguna forma está previsto. Dios es consciente de él, y nos ha puesto en este mundo para que seamos nosotros sus manos y sus ojos para transformarlo en Amor.
Así lo ha querido. No vamos a darle más vueltas.

En este camino de la ascesis, Dios se ha revelado a muchos hombres y mujeres antes, durante y después de Cristo. El manto de Dios ha cubierto la faz de la Tierra. La dialéctica platónica es un camino directo de ascesis contemplativa. Supone no tener en cuenta lo que creemos ser, lo que nos falta, los defectos y cualidades (mis defectos y mis cualidades), porque no son míos ni los unos ni los otros. Hemos de contemplar lo que anhelamos profundamente. Esto nos sitúa en contacto con el Ser a través de sus manifestaciones, tales como la belleza, la bondad, la verdad.
La Realidad nos llama a partir de nuestros deseos de belleza, de paz y de amor. Pero las cosas sólo reflejan la belleza. No lo son. Nuestra luz sólo es reflejo de la luz de Dios. Es decir, la Realidad, Dios, nos llama a través de nuestros deseos de gozar de sus atributos.

Cuando soy consciente de ese deseo, consigo reconocer las cosas tal cuales son, y las sitúo en su verdadero lugar, simple reflejos de Dios que me hablan de Él.

“Encontrarle en todo lo que sucede”.

A contemplar se aprende contemplando, nunca pensando ni razonando.
Cuando la visión es estrecha, surge el caos. Buscamos técnicas para minimizar la incertidumbre, tales como la investigación operativa. Pero hasta las mejores intencionadas no hacen otra cosa que meter la pata en un mundo tan complejo.
De la contemplación de la verdad, surge la acción adecuada, la decisión correcta.

La justicia de Dios es tal que hace salir el sol sobre justos e injustos:
“…sed hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” .

En esa decisión de derramar sus bienes sobre justos e injustos, Dios nos da a todos la posibilidad de redención, entre otras cosas porque el injusto “no sabe lo que hace”, es una víctima de sí mismo. Por eso nos pide amar a nuestros enemigos, a los que son injustos, porque merecen misericordia, ya que en su actitud está su penitencia. No son felices, todo lo contrario; son tremendamente desgraciados. Por eso se suicidan muchos y otros muchos se dan a las drogas y al alcohol. Y se matan entre ellos. Están perdidos, como ovejas sin pastor. 

El bienaventurado que tiene hambre y sed de justicia, queda saciado ante la contemplación de Dios. Ante lo negativo de la vida no debemos fijar la mirada. No hemos de centrarnos en las cosas que aparecen distorsionadas, porque son la falta de algo. El odio es la energía del amor desordenado.

Nada negativo es verdadero. Sólo existen las visiones negativas de las cosas, que refuerzan las imágenes negativas y generan conflictos a perpetuidad.
Toda visión negativa, Sócrates y Jesús de Nazareth nos animan a observarla, a contemplarla desde su lado real y positivo, con su verdadero sentido y significado. Es lo del refrán castellano “no hay mal que por bien no venga”.
Sólo de esta forma tiene sentido poner la otra mejilla, o amar al que nos ofende.

El hambre y la sed de Justicia es el hambre y el deseo de la paz, la libertad, el amor, la entrega, de ese mundo mejor que todos intuimos que tiene que estar en alguna parte, y que desde luego no se construye ojo por ojo, diente por diente. Por eso es imprescindible contemplar a Dios en todo lo que sucede.
Y quedaremos saciados de Él, aún en medio de los más dramáticos y descorazonadores momentos.

26.- Mi Paz os dejo

Todos los sabios que en el mundo han sido han escrito y predicado sobre la Sabiduría interior desde la vivencia de los valores anhelados de paz, alegría y bondad. Como dice San Juan de la Crus, “contemplar es estar amando lo amado”. “Contemplar a Dios es vivir su voluntad”. “Ver a Dios en lo que sucede es ponerle en lo que hacemos”. No hay lo segundo sin lo primero, ni lo primero sin lo segundo.

Contemplar es aprender a Ser. Y aprender a Ser es aprender a Amar. Y amar es vivir la paz. Ser perfecto, como perfecto es nuestro Padre Celestial.
Bienaventurados los que trabajan por la Paz, porque serán llamados hijos de Dios”. Séptima bienaventuranza

¿Qué es mi vida? Cuando vivimos soñando, todo resulta complicado y a menudo incomprensible. Vivimos mirando al futuro sin percatarnos de lo único que existe aquí abajo, el presente. Como decía John Lennon: “la vida es lo que sucede mientras pensamos en el futuro”. Pero en el estado contemplativo, en el que despertamos a los sentidos biológicos y a los pensamientos que interpretan sólo lo que le interesa, la realidad se ve, se comprende y se acepta tal cual, en el instante, en el poder del ahora, como afirma Eckhart Tolle en su libro del mismo título, pero no para sentirnos cómodos con ella, sino todo lo contrario, para transformarla, para seguir participando en la Creación, que de ninguna forma terminó el séptimo día.

“Veo a Dios en cada ser humano. Cuando lavo las heridas de los leprosos, siento que estoy curando al mismo Señor. ¿No es una experiencia hermosa?” -- entrevista en 1974. 

“La más terrible pobreza es la soledad y el sentimiento de no ser amado.”
“Necesitamos encontrar a Dios y Él no se encuentra entre el ruido y la intranquilidad. Dios es el amigo del silencio. Mira cómo la naturaleza –los árboles, las flores, la grama- crecen en silencio; mira las estrellas, la luna y el sol, cómo se mueven en silencio… Necesitamos silencio para poder tocar las almas.” 

…Para poder tocar a Dios.

Y en el silencio de nuestro testimonio callado, Jesús nos da su paz, la que necesitamos nosotros, y la que necesita el mundo.

Y así seremos llamados hijos de Dios.

 “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” .

Yo he contemplado la paz de Dios a través de personas que emanan a raudales su luz y su paz. Personas que son capaces de lavar los pies y cortarle las uñas de los pies a desgraciados sin casa, que vivían en cuevas como animales, y que apenas si podían comportarse como seres humanos, maltratados, rechazados por una sociedad injusta. Personas que son capaces de compartir todo lo que tienen, de arriesgarse al dar refugio a inmigrantes ilegales. Personas que saben crear una comunidad de hijos de Dios, donde el más pobre y desesperado pueda tener una esperanza. 

Personas que han sabido darlo todo, tomar su cruz y seguirle.

Nuestra cruz, nuestros miedos, temores, nuestras inseguridades, nuestras limitaciones, nuestras tribulaciones, muchas de ellas fruto de nuestros fantasmas.

No se turbe vuestro corazón. No tengáis miedo.

Este es el camino de la contemplación de Dios. Un camino que nuestros místicos de Oriente y de Occidente han descrito, cada uno desde sus respectivas culturas. Un camino que como un rio que fluye dentro de nuestro ser, nos conduce al Océano de Dios. Un Océano común a todos, a budistas, a musulmanes, a cristianos, a  judíos, a taoístas, a cualquier persona de buena voluntad que sea capaz de volver a nacer con pobreza de espíritu y limpio corazón; a cualquier persona que pueda sentir que Dios está en lo más profundo de nuestro ser.

Es como describe Teresa de Jesús .

La primera morada refleja la situación del hombre ordinario que vive fuera del castillo del alma, el hombre dormido, encantado y aprisionado por los asuntos del mundo, preso de sus pensamientos, de su “yo”. Explica también la forma para entrar dentro del castillo del alma, el hombre despierto. Este paso fundamental, una vez dado, marca la diferencia entre el hombre ordinario y aquel que ha iniciado el viaje o sendero de regreso a su esencia espiritual.

La segunda morada refleja la batalla o resistencia que ofrece nuestra naturaleza humana inferior o ego (el hombre dormido) una vez que hemos iniciado el viaje de regreso a nuestra esencia espiritual.

La tercera morada muestra que, una vez ganada la batalla contra nuestra naturaleza inferior, el sendero o viaje de regreso a nuestra esencia espiritual queda libre para ser recorrido con relativa facilidad.

La cuarta morada es el estado de una mente en silencio, calma o reposo (“hesychia”, en griego) que se ha alcanzado con grandes esfuerzos. Es también la frontera entre el reino humano y el espiritual. El iniciado sólo puede avanzar hasta aquí por sus propias fuerzas; para pasar a las moradas que siguen es Dios el que “lo toma y lo mete ahí” (estado de éxtasis). 

La quinta morada es ya, técnicamente, un estado de éxtasis más allá del universo fenoménico, más allá del cuerpo y la mente, donde se vive la unicidad con Dios. Santa Teresa llama a este estado “oración de unión”.

La sexta morada es, en esencia, igual a la anterior, con la diferencia que ahora el iniciado empieza a darse cuenta que conforme el proceso avance terminará fusionándose indisolublemente con Dios. Por eso, Santa Teresa llama a este estado “esposorio espiritual”; es decir, promesa de matrimonio que hace Dios al alma. 

La séptima morada es la suprema culminación, en la cual el iniciado se hace indisolublemente uno con Dios. Este es el último peldaño de la escala mística de regreso a Dios: “Yo y el Padre somos uno” (Jn. 10, 30). Santa Teresa lo llama “matrimonio espiritual”.

Este es el Camino de la paz, pero también del esfuerzo, un esfuerzo enfocado específicamente a ceder el mando de nuestra vida a Dios, para que Él haga su voluntad en nosotros.

27.- Entre los lobos

16 «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. 17 Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; 18 y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. 


El problema que tiene vivir de cara a la verdad es que molesta a los que se niegan a aceptar las limitaciones de la condición humana, entre otras cosas porque, como el joven rico, les obligaría a renunciar a todo lo conseguido por la vía de la competencia y de la autosatisfacción de los deseos y apetencias. La teoría del mercado perfecto es útil académicamente, pero no es posible materializarla en la práctica, porque exige actitudes de relación humana bastante próximas a la solidaridad. En tanto aquel que vive de cara a la verdad está evidenciando el egoísmo de los que le rodean, éstos, antes de aceptar su viga en el ojo, critican las actitudes del primero tachándolas de absurdas, de estúpidas, de ilógicas, de insensatas, de idealistas, para no reconocer en el fondo que son actitudes que entrañan un serio peligro para el status quo establecido de una sociedad basada en la competencia y el la desconfianza y en la ley del 80/20 (80% de la riqueza en manos del 20% de la población).



En general los hijos de la luz terminan siendo, una vez que el desprecio y las burlas por su insensatez no sirve de nada, acusados de peligrosos, de constituir una amenaza para la sociedad, para el Estado, porque harían temblar los cimientos de una sociedad basada en la autocomplacencia y en la ley del más poderoso. Así que el vaticinio de Jesús no es ninguna tontería. Se cumple siempre, de una forma o de otra. En Él, se cumplió sobradamente.

 “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Octava bienaventuranza.

Es por eso que dice Consuelo Martín, que la contemplación no es un camino orientado a mejorar nuestra calidad de vida, tal y como la entiende el mundo. No es un proceso de relax y de paz y sosiego. Es el contrasentido del “no he venido a poner paz sino espada”.

34 «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. 35 Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; 36 y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. 37 «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. 38 El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. 

Este aviso, como poco crea inquietud, porque el que busque en la vía de la contemplación poder vivir en un remanso de paz, que se vaya olvidando.
Volvemos a lo mismo. El pensamiento se hace un lío total con estas cosas, porque es incapaz de comprender vivir el sosiego de la paz interior en medio de la tormenta y de los ataques y persecuciones, que empiezan por mofas, descalificaciones y desprecio, para terminar en asesinatos. Entre una simple burla y un tiro en la nuca, hay un sinfín de matices de animadversión que pueden hacer de esta vida un calvario. Y no es por el hecho de enarbolar la cruz de Cristo y de defender la inmaculada concepción de la Virgen María. No, es simplemente por “ver”, contemplar la Vida desde mi yo Real, sentir a Dios en lo más profundo de mí ser, y vivir simplemente en consecuencia con esa realidad. Quien además quiera enarbolar la cruz de Cristo, o la de Buda, que lo haga. Quien quiera defender el rezo del Rosario que lo haga, y quien quiera defender la peregrinación a la Meca, que lo haga. Esto es un tema condicionado a en qué religión te encapsulas.

La cuestión, lo peligroso es vivir amando lo que es, con pobreza de espíritu, con limpieza de corazón, con mansedumbre, con misericordia, con paz interior y con sed de justicia. Esto es universal, patrimonio de la Humanidad, fue Jesús de Nazareth quien lo expuso en el Sermón de la montaña y nos lo demostró con su vida. Pero como hemos podido comprobar, Dios a extendido su mensaje por toda la faz de la Tierra, y aquellos seres humanos que han sabido escuchar desde el silencio de su corazón, la Suave Brisa y ver el lento caer de las hojas de los árboles; han sabido reconocer la voz de Dios, y quedar iluminados por su Luz.

Por eso, a todos aquellos que han sabido escuchar a Jesús de Nazareth, o a Gaitama Sidharta Buda o a Lao-Tse, o a Confucio, o a Sankara o a Mahoma o a Isaías o a tantos otros que han vivido la experiencia de la contemplación de Dios, Dios mismo les dice…

28.- Bienvenidos al Reino de los Cielos

28 «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. 29 Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» 

Bienvenidos al Reino de los Cielos desde vuestros orígenes, desde vuestras culturas, desde vuestras creencias, desde vuestra fe; llamando al Único con vuestros diferentes nombres.

Desde el silencio del Valle de la Muerte en Arizona.
Desde el silencio del Monte Sinaí.
Desde el silencio del plácido fluir del Ganges, o de las cumbres superlativas del Tíbet.
Desde el silencio del desierto de Arabia, o del Sahara.
Desde el silencio de la ermita remota de los Pirineos.
Desde el vuelo del águila.
Desde el susurro de la brisa.
Desde el estruendo del rayo.
Desde el suave balanceo de las hojas mecidas por el viento.
Desde los suaves rayos de sol.
Desde el abrasador día del desierto.
Desde la gélida noche polar.
Desde la inmensidad de la sabana africana.
Desde la selva amazónica.
Desde toda la faz de la Tierra.
Desde la silencio del monasterio.
Desde el ruido del atasco de la gran ciudad.
Desde la ventisca de las cumbres nevadas de los Andes.
Desde la bella estampa de una madre amamantando a su hijo.
Desde el desgarrador en encuentro de una madre y su hijo asesinado.
Desde el silencio de vuestro corazón,
Desde vuestro dolor, de vuestras lágrimas.
Desde el silencio de una vida sin esperanza.
Desde la nada de una vida sin fe.
Desde vuestras heridas.
Desde vuestras ilusiones.
Desde vuestras alegrías.
Desde vuestra enfermedad.
Desde vuestra salud.
Desde lo más íntimo, profundo y oculto de vuestro corazón.
Desde el inmenso espacio entre galaxias.
Desde el inmenso espacio de las partículas subatómicas.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.”
Bienvenidos al Reino de los Cielos.
Bienvenidos a vuestro corazón.
Bienvenidos a vuestra séptima morada.
Donde Dios habita.
Bienaventurados, porque habéis visto la luz de Dios.
Brille así vuestra luz delante de los hombres.
Para que el mundo crea.

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