¿Qué valor tienen mis palabras?
¿Qué valor tienen las palabras de un experto?
¿Qué valor tienen las palabras de un profesional
en una cierta disciplina?
¿Qué valor tienen las palabras del común
hombre o mujer de la calle?
La respuesta se sitúa entre muchísimo o nada.
Según.
Todo es relativo.
Todo lo que he escrito en este blog, y superan
con creces las mil y pico páginas, puede tener un valor alto, altísimo, o
simplemente no valer absolutamente nada.
Depende del espectador; depende del
observador. Depende del lector.
Depende de que la persona que haya podido leer
algunas de estas entradas, coincida conmigo en los argumentos, o no. Y si no
coincide, aún y con todo pueden tener mis argumentos el valor de hacerle
pensar, o de provocarle un rebote descomunal y mandarme literalmente a la
“mierda”; o generar simplemente indiferencia.
Y esto ¿por qué?
Hasta donde yo he podido alcanzar a
comprender, en el campo del conocimiento, podríamos establecer cinco categorías
de verosimilitud, a saber…
1.- Lo que es certeza matemática. Este grado
total, sólo se alcanza con las argumentaciones matemáticas, con los axiomas y
los teoremas. Es el terreno de las ciencias exactas. Aunque dentro de ellas
está la Estadística, que le pone sordina a todo esto, como veremos después.
2.- Lo que es de pura lógica. La lógica, como
disciplina filosófica, emplea mecanismos mentales de razonamiento, como son los
silogismos, el razonamiento inductivo y deductivo, que permite caminar sobre un
terreno razonablemente seguro a la hora de plantear argumentos. Aunque siempre
están los sofismas, para ponerle sordina también a la propia lógica.
3.- Lo que es razonable, de sentido común.
Supongo que como hermana menor de la lógica pura, la razón es la principal
herramienta que todos usamos para hacernos nuestras componendas. Los jueces
emplean mucho los “indicios razonables” para imputar o no a los acusados,
presuntos culpables de faltas o delitos; es decir, por los hechos y evidencias,
parece razonable que el mayordomo (no sé por qué pero siempre se carga con el
mochuelo, el pobre), fue el presunto asesino de la señora marquesa, que diría
Agata Christie en sus novelas de misterio.
4.- Lo opinable. Es el inmenso mundo de
nuestras propias razones, de nuestra propia experiencia, no transportable a un
tercero. Al fin y al cabo, es “mi verdad”, lo que para mí es cierto, pero no
necesariamente lo es para otro.
5.- Lo indiferente. Es lo que no tiene en
principio ninguna trascendencia, ninguna consecuencia. Es casi lo aleatorio, el
puro azar, que no tiene sentido causal; mero valor añadido de orden cero, como
el hecho de poner un florero aquí o allí como adorno. Sin embargo, lo
indiferente tiene la curiosa cualidad de poder pasar casi a ser certeza
matemática, si nos metemos en el terreno de lo protocolario, de lo litúrgico,
del oropel que rodea los actos civiles, militares o religiosos. Los expertos en
protocolo lo saben muy bien. Las prelaciones de los cargos es un tema sumamente
delicado, si no se quiere pisarle el callo a alguna autoridad que se la coja
con papel de fumar.
En general, el campo de conocimiento de las
ciencias se apoya, en el caso de las ciencias positivas, en las tres primeras
categorías, la certeza matemática, la lógica y el sentido común, fruto de la
experimentación y de la investigación. Es lo que hace que el cuerpo de
conocimiento de una ciencia, la Física, la Química, la Biología y todos sus
derivados, sea algo en donde ningún insensato debe meterse si antes no ha
estudiado la correspondiente disciplina en la Universidad, porque saldrá
siempre mal parado. Y si estas ciencias se aplican a la vida humana, como es el
caso de la Ingeniería o de la Medicina, entonces, el intrusismo profesional
puede costar incluso la cárcel. Esto creo que todos lo tenemos bastante claro, supongo.
Sin embargo, el conocimiento científico tiene
una hermana menor, que es la “divulgación”, por la que el común de los mortales
que tenemos sed de aprender podemos adentrarnos en disciplinas científicas que
no hemos estudiado en nuestras carreras universitarias, como en mi caso es la
Astronomía, la Cosmología y la Física en general. Ahora estoy liado con la
Teoría de cuerdas y supercuerdas, que es un follón que alucinas, pero que me
intriga, y por eso, sin pretender entrar en las ecuaciones de campo de
Einstein, o en las de Plank, saber de ello, y sobre todo de sus consecuencias,
pues me intriga, y me induce a leer. Pero no se me ocurre presentarme en
sociedad, ni siquiera referirme a ello en este blog, como un experto. Sería de
necios.
Es por eso que me gustó tanto una frase que
leí de Ortega y Gasset que dice en la introducción de su obra “El espectador”: “de nada hablaré como maestro, pero de todo
hablaré como entusiasta”.
Yo, como experto, sólo puedo hablar de Gestión
hospitalaria, de lo que tengo tres títulos máster, y más concretamente de
Estadística de gestión. De lo demás soy un simple advenedizo en el mejor de los
casos. Ni siquiera puedo hablar como médico, carrera que estudié, y que luego
derivó en mi ejercicio profesional hacia el campo de la Sanidad.
Así que en lo relativo a las ciencias puras y
aplicadas, a lo máximo que alguien con dos dedos de frente puede aspirar es a
hablar de ellas como entusiasta, pero nunca con autoridad, salvo que una de
esas disciplinas se desarrolle como profesión.
Pero luego entramos en un terreno más
resbaladizo, que es el de la filosofía o en los sistemas de pensamiento. Aquí,
yo diría que casi todos somos cazadores furtivos, porque mientras que el
terreno científico, tanto puro como aplicado, se basa en el método científico
con la experimentación como cimiento para confirmar la veracidad de las
afirmaciones, y siempre con un determinado nivel de seguridad estimado por
métodos estadísticos, en lo filosófico la cosa cambia radicalmente. Entramos en
el imperio de los “…ismos” (racionalismo,
modernismo, romanticismo, budismo, conductismo, liberalismo, cristianismo,
nihilismo, marxismo, etc.), y de los “…ólogos”
o presuntos expertos en la materia. Es el universo de las escuelas de
pensamiento filosófico, sociológico, económico y religioso, cada cual con una
forma diferente y muchas veces incompatibles de ver las cosas.
Aquí hay que ser conscientes de que mientras
las leyes físicas son atemporales y universales, pues son aplicables en
cualquier época y en cualquier lugar del Universo, las “leyes” o las teorías
filosóficas son temporales, es decir, válidas para una cultura en un intervalo
de tiempo concreto. Fuera de este escenario dejan de tener valor en otro
contexto distinto.
Pero los sistemas de pensamiento son esenciales
en la vida humana, pues son los que han configurado la Sociedad. Y están en
permanente evolución; son el motor del crecimiento intelectual de las sociedades;
todos, excepto los sistemas religiosos, que por definición son estáticos,
inamovibles. Tal como fueron creados sus cimientos por sus fundadores, estos
permanecen por definición inamovibles, salvo las reflexiones que los teólogos
puedan hacer para tratar de comprender o hacer comprender a terceros, los
principios doctrinales. Pero si la sociedad en general avanza de año en año,
las religiones lo hacen, y tímidamente de mil en mil años.
Por otra parte, los sistemas de pensamiento
plantean una determinada forma de entender la vida y en consecuencia, una
determinada forma de actuar en la vida, lo que constituye un programa concreto
de normas de comportamiento que supone tener seguidores, y como complemento
inevitable, detractores. En política y en religión esto constituye particiones
sociales, los de mi partido versus los otros; los de mi religión versus las
demás. Y en consecuencia, “nosotros estamos en lo cierto” y los demás están
equivocados. Esto agudiza el concepto de dualidad, e inevitablemente, de
enfrentamiento entre posturas opuestas (derechas e izquierdas, republicanos y
demócratas, laboristas y conservadores. Judíos, moros y cristianos y etc.,
etc.)
Dentro de cada sistema de pensamiento, nos
enfrentamos entre dos fuegos. Al ser estos sistemas de pensamiento directamente
aplicables a la vida humana de cada cual, tenemos por un lado los “doctrinólogos”,
palabro que me acabo de inventar y que podría referirse a los súper entendidos
guardianes de la doctrina, como es el caso supremo de Ratzinger en el caso
católico; y por otro lado estamos cada uno de nosotros, que tratamos de aplicar
ese sistema de pensamiento a nuestra propia vida, lo que a veces no es tan
directamente aplicable, porque cada cual elabora también su propia forma de verla.
No se nos puede pedir que vayamos por la vida marcando el paso como soldados en
formación, salvo que renunciemos a poder pensar y cuestionarnos aspectos
básicos o complementarios de la doctrina.
Y aquí se plantea el follón que es el
contenido central de este blog, y por lo que yo podría ser procesado como
hereje. ¿Hasta dónde puede entrar la rigidez doctrinal en mi interior, y hasta
dónde, tengo yo también derecho a expresar qué pienso y qué sucede en mi
interior, que por otro lado es lo único realmente mío, mi seña de identidad?
Esto lo dejó clarísimo el Cardenal John Henry Newman con su ya célebre brindis
en 1875:
Caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis
de sobremesa -desde luego, no parece cosa muy probable-, beberé '¡Por el Papa!'
con mucho gusto. Pero primero '¡Por la Conciencia!', después '¡Por el Papa!'».
NOTA: Newman fue un presbítero anglicano
convertido al catolicismo en 1845, más tarde fue elevado a la dignidad de cardenal
por el papa León XIII y beatificado en 2010 en una ceremonia que presidió el
Papa Benedicto XVI en el Reino Unido.
Esta misma declaración me la enseñaron los
curas de mi cole, al dejarme claro que antes de cualquier mandato doctrinal
está mi propia conciencia, que es la voz de Dios en mi interior.
Pues tras muchos años de reflexión y de
meditación, he llegado a la conclusión de que el checkpoint está en “el
umbral”, aquel en el que situó el joven rico cuando le preguntó a Jesús qué más
debía hacer para alcanzar la vida eterna. Es decir, antes de llegar al umbral,
donde el joven rico entabla la conversación con Jesús, el buen cristiano –
católico es aquel que, en palabras del Cardenal Rouco Varela, “hace buenas obras y practica los
sacramentos”, es decir, va a misa de una los domingos y no putea demasiado
al vecino. Con eso basta para ser un buen creyente, pero… si le preguntamos a
Jesús si con eso basta, o hemos de hacer algo más, Él nos dice.
“Una sola cosa te falta, vende todo lo que
tienes, dáselo a los pobres, y sígueme”.
Pasaje del joven rico Marcos 10,
17-30.
17 Mientras Jesús iba de camino, un joven rico llegó
corriendo, se arrodilló delante de él y le preguntó:
—Maestro bueno, dime, ¿qué debo hacer para tener
vida eterna?
18 Jesús le contestó:
—¿Por qué dices que soy bueno? Sólo Dios es bueno.
19 Tú conoces bien los mandamientos: No mates, no seas infiel en tu matrimonio,
no robes, no mientas para hacerle daño a otra persona, no hagas trampas,
obedece y cuida a tu padre y a tu madre.
20 El hombre le dijo:
—Maestro, todos esos mandamientos los he obedecido
desde que era niño.
21 Jesús lo miró con amor y le dijo:
—Sólo te falta hacer una cosa. Ve y vende todo lo
que tienes, y reparte ese dinero entre los pobres. Así, Dios te dará un gran
premio en el cielo. Después de eso, ven y conviértete en uno de mis seguidores.
22 Al oír esto, el hombre se puso muy triste y se
fue desanimado, porque era muy rico.
23 Jesús miró a su alrededor y dijo a sus
discípulos:
—¡Es muy difícil que una persona rica acepte a Dios
como su rey!
24 Los discípulos se sorprendieron al oír eso, pero
Jesús volvió a decirles:
—Amigos, ¡es muy difícil entrar en el reino de Dios!
25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que una persona
rica entre en el reino de Dios.
26 Los discípulos se sorprendieron mucho al oír lo
que Jesús dijo, y comentaban entre ellos:
—Entonces, ¿quién podrá salvarse?
27 Jesús los miró y les dijo:
—Para los seres humanos eso es imposible, pero todo
es posible para Dios.
Habitualmente se interpreta este pasaje, como
siempre, literalmente; pero con el permiso de los hermeneutas y exégetas, yo
diría que más se refiere Jesús a “todo lo aprendido”, todo el conocimiento que
hemos adquirido durante nuestra vida (con mucho esfuerzo y dedicación y eso es una gran riqueza) para ser
buenas personas y buenos practicantes, como manda la Santa Madre Iglesia. Pero
Jesús le dice “deja todo eso, dáselo a los pobres, a los que no conocen el camino,
porque lo necesitan para comenzar”, y olvídate de todo lo que sabes y tienes
elaborado en tu mente y en tu corazón, porque a partir de aquí, todo eso, ya no
te sirve de nada.
Por eso el ser humano no puede salvarse, es
decir, atravesar las sendas de la vida interior por sí solo. Pero para Dios es
posible.
En conclusión.
Antes de llegar al checkpoint del umbral de
Jesús, lo aprendido nos puede valer y mucho; y también podemos discutirlo, pero
a partir del umbral nos enfrentamos a “la nube del desconocer” por un lado, y a
la “nube del olvido”, por otro.
Antes de ese punto, podemos enzarzarnos en
interminables batallas dialécticas con los exégetas, con los doctrinólogos y en
general, con los expertos en filosofías, que haberlos hailos y muchos.
Pero a partir del checkpoint del umbral, se
acabó. Entramos en la mística, y la mística es por definición, terreno ignoto,
desconocido para cualquier ser humano, que ni los más entendidos (porque tengan
muchos estudios), pueden cruzarlo. Pero un niño que sepa ponerse en manos de su
Padre que está en los cielos, sí puede atravesarlo.
Por tanto, ¿cuál es el valor de nuestras
palabras, de nuestras ideas?
En todos los asuntos humanos, dentro del
confinador, el valor es inversamente proporcional al recorrido que va desde la
certeza matemática al ámbito de lo opinable en el mundo de las escuelas de
pensamiento. Es decir, que en este terreno mis palabras son perfectamente
cuestionables (no me cansaré de decirlo), y tanto más cuanto que no tengo
estudios ni filosóficos ni teológicos.
Por tanto, querido lector, me puedes mandar
perfectamente a freír espárragos, porque mi opinión es igualmente válida que la
tuya, caso de que tengamos criterios diferentes.
Pero en cruzando el checkpoint del umbral (el
de Jesús y el joven rico), aquí la cosa cambia. Yo no hablo por conocimiento
teológico, sino por vivencia personal. Escribo sobre lo que yo he experimentado
en mi caminar más allá del umbral, y lo que a través de la niebla y de la
oscuridad puedo intuir y he podido vivir.
Tampoco con esto pretendo colgarme ninguna
medalla de santidad; me parece pretencioso y necio (hay movimientos católicos
que les obsesiona ser santos. No sé por qué). Soy un ser humano común y
corriente, que mi único mérito es haberme dejado llevar, atraído por la “nube
del desconocer, del no saber”. Creo que eso se produjo definitivamente en marzo
de 2004, cuando sentí cómo las amarras que me tenían anclado a los principios
doctrinales saltaron por los aires y comencé definitivamente mi camino en
solitario. El término “saltar por los aires” no significa que las subestimara o
las despreciara, bajo ningún concepto; simplemente ya no era necesario para el
resto de mi vida. Ahí estaban, para alumbrar a las ovejas perdidas de Dios. Por
eso la doctrina religiosa es absolutamente necesaria para el común de las
gentes.
Pero una vez que cruzas el umbral, ya no son
necesarias, como innecesarias son las normas de compromiso moral, porque como
dice San Agustín…
“Ama y
haz lo que quieras”.
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