Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

viernes, 31 de diciembre de 2010

55.- Una virgen viuda



http://www.encuentra.com/articulos.php?id_sec=27&id_art=3902
http://www.adorador.com/mujeresdelabiblia/nt/ana_la_profetisa.htm
http://multimedios.org/evangelios/lc0236.htm





Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. (Lc 2, 36-38)

Oxímoron

 
El oxímoron es una figura literaria que consiste en armonizar dos conceptos opuestos en una sola expresión, formando así un tercer concepto. Dado que el sentido literal de un oxímoron es ‘absurdo’ (por ejemplo, «un instante eterno»), se fuerza al lector a buscar un sentido metafórico (en este caso: un instante que, por la intensidad de lo vivido durante el mismo, hace perder el sentido del tiempo). (Real Academia de la Lengua Española)

Utilizo a esta figura literaria para referirme a la historia de Ana la profetisa, la hija de Fanuel, a la que hace referencia el evangelista Lucas mientras Simeón circuncidaba al hijo de María y José.

El título de la entrada “una virgen viuda” es sensu stricto un oxímoron, porque es imposible ser viuda y virgen (salvo que no se haya consumado el matrimonio con una primera penetración, lo que no parece ser el caso). Sin embargo, si a eso vamos, María es otra virgen viuda según la tradición cristiana. Es Virgen por definición del Espíritu Santo al concebir sin intervención de varón, pero viuda, porque en algún momento José, su esposo, moriría y a partir de ese momento enviudó.

Sin embargo, el Magisterio no es demasiado amigo de que los cristianos, y sobre todo los católicos pensemos en este oxímoron de María, virgen casada, virgen viuda, porque si lo hiciéramos empezaría a correr la imaginación hacia terrenos poco aconsejables e incompatibles con la doctrina católica. Así que vamos a dejarlo aquí, no sea que nos castigue Dios por tener malos pensamientos.

Centrémonos en nuestro personaje, Ana la profetisa, la hija de Fanuel de la tribu de Aser.

El evangelista hace referencia a esta mujer de pasada; le dedica una frase, sin que en apariencia tuviera demasiada importancia ni siquiera referirla. De hecho, muy pocos cristianos, incluso de los que vamos a misa y leemos de vez en cuando el Evangelio, hemos caído en la cuenta de este personaje. Confieso que yo he me he percatado de ella ahora.

Sin embargo, los evangelios no dan puntada sin hilo. Como siempre, si está puesta ahí, en el episodio de Simeón, por algo será. Y no creo que la utilidad de la referencia sea por saber que allí había una mujer piadosa que, ya puestos, estaba allí y como espectadora, mira tú por dónde y como de casualidad,  se percató de lo que sucedía.

Esta mujer era viuda, luego había estado casada; y si enviudó a los siete años, y se supone casó según la tradición a los quince, se quedó sin marido a los veintidós. O sea, que llevaba un porrón de años con una vida ascética. Es decir, ella también esperaba, como esperaban muchos en Israel.


Sobre la virginidad

Perdió su virginidad cuando se casó. El sentido común y la biología dicen que uno pierde la virginidad cuando copula con su pareja por primera vez. Desde entonces, la virginidad es simplemente un recuerdo de una pureza perdida para siempre.

Si bien, esto es cierto desde la vertiente biológica, resulta que las tradiciones religiosas, y especialmente la cristiana también aceptan este hecho biológico, la primera cópula, como requisito para mantener o perder la virginidad. El ejemplo más claro es María y su Inmaculada Concepción, dogma de fe fundamental en la Iglesia Católica; y que nadie se atreva a ponerla en duda. Se pueden poner otras cosas en tela de juicio, pero la Inmaculada Concepción, jamás.

No obstante esto, una asociación biunívoca entre virginidad espiritual y virginidad sexual reduce la cuestión a un mero terreno material, enalteciendo espiritualmente a las personas vírgenes sexualmente (aunque lleven una vida poco edificante) y en consecuencia, subestimando y casi despreciando espiritualmente las personas no vírgenes desde el punto de vista sexual (aunque sí lleven una vida edificante). Esto supone en cierto modo orillar a la práctica totalidad de la Humanidad, quedándole vedada poder entrar, por ser sexualmente activa, en el selecto grupo de los elegidos, por no ser sexualmente activos; como si este fuera el elemento discriminador entre llamados y elegidos, por antonomasia.

Es decir, una condición sexual resulta condicionar un atributo espiritual de primera magnitud, la pureza. Esto es tan anacrónico como la creencia de que por comer cerdo te vuelves impuro.

Si desde el punto de vista anatómico, sexual y cultural, la virginidad, una vez perdida, jamás se puede recuperar, creo firmemente (y no sé si con esto niego algún punto de la doctrina católica, ni me importa), que si para algo vino Jesús a este mundo fue para demostrarnos que contra toda previsión humana, la virginidad es una condición espiritual que es posible recuperar. Bien es verdad que como la virginidad sexual y cultural es imposible recuperarla, la virginidad espiritual, también es imposible recuperarla por nuestras propias fuerzas. Para eso vino Jesús, para explicarnos cómo.

Volvamos a la frase de Meister Eckhart que referí en la Entrada 44.- María:

Virgen significa estar vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no eras, y mujer significa que puedes concebir y fructificar. “Una mujer virgen, llamada Marta, le recibió en su casa” (Lc 10,38)

Ana, la hija de Fanuel fue a todos los efectos una mujer y virgen, porque sólo una mujer y virgen puede acoger a Jesús, como le acogió ella en su corazón. Llevaba unos sesenta años, desde que enviudó, abandonada a la Oración y a glorificar a Dios con su vida, tiempo más que suficiente para recobrar espiritualmente su virginidad, si es que alguna vez la perdió por el hecho sexual de estar casada.

Este es uno de esos pasajes que según se lean con unas gafas o con otras quedan en la mente y en el espíritu desde, como una pura anécdota en la que nadie se fija, hasta una referencia que puede simplemente cambiarte la vida, al hacerte ver algo que jamás lograste ver, ni de lo que antes fuiste consciente.

La Biblia con su miríada de personajes es un descomunal campo de ensayo para vernos reflejados en todos y cada uno de ellos. Nos podemos ver reflejados en Jesús, en María, en Job, en Isaías, en los macabeos, en Pedro, en el ciego de la piscina, en el endemoniado, en el leproso, en Pilatos, el fariseo, en Nicodemo, en Simón el cirineo, en el maestresala de las bodas de Caná, en el pobre Lázaro o en el rico Epulón, etc. Lo cual significa que no están ahí en los textos por razones históricas o religiosas (aunque puede que también), sino fundamentalmente, porque todos ellos sin excepción, están llamando a nuestra puerta. Cada uno de ellos aporta ese ligerísimo matiz que en nuestra propia vida hace resonar y resplandecer una de las miles de facetas de ese ser poliédrico que es el Ser Humano, cada uno de nosotros.

Y volvemos al hecho de ser mujer y virgen, virgen y viuda, virgen y casada. El alma humana es todo eso y mucho más, pero ser mujer y virgen es condición sinequanon para que Dios pueda vivir en nuestro más profundo Interior. Como puedes ver, está claro que no estamos hablando de un paralelismo sexual, sino espiritual.

Ana, la hija de Fanuel, como mujer y virgen, le reconoció y acogió en su casa.

Simeón, como “mujer y virgen”, le reconoció y acogió en su casa. ¿Lo pillas?

Cada uno de nosotros, como “mujer y virgen”, tenemos la oportunidad de reconocer y acoger al Esposo que nos llama a la puerta, que es presentado en el Templo.

Sólo la fe, la esperanza y el amor de Ana, el deseo de recibir al Enviado de Dios hizo que supiera reconocerle en ese momento, cuando “pasaba por allí”. Ella no dice nada, el Evangelio de Lucas no recoge ninguna expresión, pero tampoco era necesario, porque su simple actitud fue suficiente para comprender que ella supo ver en ese instante eterno (otro oxímoron) de la presentación de Jesús en el Templo, la Luz de Dios que ese Niño y esos padres desprendían e iluminaba a quienes supieron verla. Pero para eso el alma ha de ser virgen y mujer; virgen para acoger y mujer para fructificar.

¿Qué sentimiento te provoca verte como mujer y virgen a estos efectos, tanto más si resulta que eres un hombre?

Te deseo de corazón un feliz año 2011, un año plagado de oportunidades, si sabes darte cuenta que están ahí, frente a ti, frente a tu espejo, donde te miras todas las mañanas para arreglarte, porque lo que ves todas las mañanas en el espejo es Eso, porque Eso eres tú.

* 

jueves, 30 de diciembre de 2010

54.- Sinfonía mística, primeros acordes



De la película Jesús de Nazareth, Sandro Zefirelli, 1979.
http://www.teatino.com/mexico/imagenes/revista_32_16-2.jpg


«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» (Lc 2, 29-32)

Más allá de la lectura “prima facies” de este pasaje de Lucas, por la que el evangelista confirma el cumplimiento de la ley judía de José y María respecto de su hijo, la lectura “secunda facies” es el significado de este conjunto de expresiones del anciano Simeón.

La primera es la conocida “ya puedes dejar a tu siervo irse en paz”. De alguna forma, es la exclamación del Alma cuando realmente tiene experiencia de Dios. Es una expresión que brota de lo más profundo. Es la expresión ante el “fiat lux”, hágase la luz.



Ahora puedo morir en paz

Cuando alguien que siempre ha vivido envuelto en la bruma, por no decir en la niebla o en la tiniebla de una vida basada en medias verdades, donde nada es lo que parece, donde todo es relativo, donde todo es según el cristal con que se mira; donde no existen puntos de referencia fijos, sino que todo depende de las coordenadas que se utilicen, el primer día que ve la luz del sol, ese día queda grabado para toda la vida. Ya pueden venir los aguafiestas diciendo que todo es una alucinación, delirios, creencias sin fundamentos, que no se pueden demostrar científicamente, arrebatos místicos producidos por un exceso de serotonina, etc, que el que a Dios experimenta de verdad, esa imagen, esa sensación, esa experiencia quedará grabada para siempre; y con total y absoluta seguridad podrá expresar, “sí, Dios existe, he estado con Él, me ha visitado, le he acogido”.

Y ya nada volverá a ser como antes. Ya puedes, Señor, dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos, los ojos del alma, te han visto, han percibido sin ningún género de duda tu Presencia, te he tenido en mis brazos, o me he sentido en Tus brazos (que para el caso es lo mismo).

Es esa extraña paz que el alma experimenta, que transforma, que renueva, muda, sana, da esperanza, ilumina la fe, despierta la capacidad de amar y derriba las barreras que nos separan a los unos de los otros.

Es tan sólo el comienzo de la Gran Odisea del Alma, de la Sinfonía Mística; es la Natividad, el renacimiento. Es haber visto la luz, aunque sólo sea por un instante…

Imagínate…
En una noche oscura,
quedando ya tu alma sosegada,
sintiendo la hermosura,
con la mente callada,
de la infinita bóveda estrellada;

bañándote en la luz de las estrellas,
con todo tu ser abierto al infinito;
si percibes un estremecimiento...
ante la inmensidad total que te rodea,

al tomar conciencia de lo poco que tu ser y tu esencia constituyen,
ante el gran Universo que te cubre,
y un escalofrío recorre tu piel,
y las lágrimas brotan de tus ojos extasiados al contemplar tanta belleza,

lo creas o no, estás sintiendo en ese momento,
en ese instante eterno, el abrazo de Dios.


Esta es la proclamación que aparece en la Entrada 19.- Sitúate en el umbral. Es donde el alma se sitúa ante la escena del anciano Simeón. Un alma dormida durante tantos años que ya ha perdido la cuenta; que su interior ha ansiado el momento de poder ver la luz que dé auténtico sentido a su vida, y por fin recibe el consuelo de la revelación, de la iluminación divina. Durante muchos años ha creído, aunque ya con pocas esperanzas de ver sus sueños hechos realidad.

Y un buen día, teniendo su puerta abierta, la noche exterior se ha convertido en Luz. María ha venido con el niño en brazos para presentárselo. Y ha sabido verlo. Le ha sido dada la Luz que procede de lo Alto.

El hecho sucede cuando deba suceder; el único requisito es “estar situado en el umbral”. La puerta no la podemos traspasar nosotros, nos es abierta cuando el dueño del Castillo quiere o cree conveniente. Esto les sucede a los aspirantes a monjes tibetanos. Han de ir al lamasterio, llamar y esperar en la puerta horas, incluso días, que se abrirá cuando el lama crea conveniente en la medida en que considere ha sido suficientemente probada la paciencia del aspirante.

Estar situado en el umbral es equivalente a la actitud que el anciano Simeón mantuvo durante toda su vida en espera de la llegada del Mesías. Lo de “anciano” significa que podemos estar toda una vida esperando, a veces contra toda esperanza. En realidad esta es la primera de las pruebas a las que Dios somete al alma, la paciencia. “Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y hallaréis” (Mt 7, 7; Lc 11, 9); eso sí, no especifica cuándo, y el qué lo deja a sano juicio del espectador, aunque lo da a entender de modo implícito.

Puesto para caída, elevación y contradicción de muchos

Como una profecía, Simeón le dice a María que si hijo será puesto para caída y elevación de muchos en Israel. Será señal de contradicción. (Lc 2, 34)

Ya apunta maneras la criatura. La cosa no va a ser fácil.

Caída, elevación y contradicción.

Sin ánimo de hacer exégesis ni hermenéutica, para lo que honestamente hablando, no tengo estudios teológicos, lo que sí puedo decir por experiencia propia es que seguir los senderos del silencio de Dios supone cambiar las tinieblas de este mundo, por las tinieblas de la fe en Dios. Es como si dijéramos, “salir de Málaga, para entrar en Malagón”, o salir de “Guatemala para entrar en Guatepeor”. Pasas de una noche a otra, casi sin solución de continuidad, salvo un brevísimo destello de luz. En este tránsito, si uno se cree que va a entrar en un paraíso, “va dado”, que se dice; la caída, a poco que comience la aventura puede ser descomunal, y el desengaño, mayúsculo.

Esto es como en las bodas, que los invitados celebran en el fiestorro la unión de la pareja, como si desde entonces todo fuera una historia de amor interminable, con la fuerza que proporciona el subidón emocional del casamiento. La pareja que se crea que tras el “si quiero”, viene toda una vida de vivir felices como perdices, va dado. Como diría Ortega y Gasset, “el enamoramiento es un estado de estupidez transitoria”, que se cura (diríamos ahora), con el matrimonio. El amor no es un sentimiento, sino un acto de la voluntad. De modo que desde el “si quiero”, desde exclamar que “podríamos morir así” de lo flipados que estamos, habiendo sentido a Dios en nuestra alma, lo que queda de nuestra vida, va a ser un caminar también en la oscuridad.

Pero hay un pequeño matiz, si me permites.

La oscuridad del mundo es una situación en la que “tú mismo con tu mecanismo, chaval”. Dependes de ti, y solamente de tus fuerzas. En realidad estás solo ante el peligro, solo ante la oscuridad; no tienes a nada a donde agarrarte, salvo tu autoestima. Es por eso que vivimos una época en la que la propaganda subversiva de tipo espiritual está focalizada fundamentalmente en conseguir subidones de autoestima, para que nos convenzamos de que “yo puedo, yo valgo, yo sé” y así se infle nuestro yo hasta lograr ser un “super yo”, el Rey del mambo”; pasar de “poco yo” a “mucho yo”, y siempre “yo” y “mis” cosas. “Viva la manzana del Paraíso que me comí”.

La oscuridad de Dios podrá ser, si cabe más profunda, la noche más oscura, pero algo es seguro, caminas como un ciego, agarrado de la mano por Aquel que te conducirá hasta la Aurora.

En este planteamiento podrá haber caída (para los ilusos), elevación (para los pobres de espíritu), pero sobre todo contradicción (para los listillos que traten de comprender a Dios).

El desencanto de los judíos que esperaban un Mesías libertador político de Israel, es exactamente el mismo que el desencanto de aquel que se acerca a Dios, creyendo que será el remedio a todas sus cuitas, a todos sus problemas, y que el “pedid y se os dará” es como una carta a los Reyes Magos; quiero esto, y aquello y lo de más allá. Es decir, quiero que Tú, Señor, me concedas lo que yo deseo para mí. Quiero que me salga trabajo, que me toque la lotería, que se cure mi hijo, que me salgan bien los exámenes, que mi novia no me de calabazas, que me asciendan de categoría en la empresa, que gane el Sevilla Club de Futbol y pierda el Barça, que mi marido no me engañe, si me engaña, no me entere, y si me entero, que no me importe… y así, un larguíííísimo etc. de deseos que encomendamos a la misericordia de Dios, o de Jesús de Medinaceli o de la Virgen de mi pueblo.

En el principio, Dios, que sabe de nuestra natural estulticia, puede que hasta nos concedas alguna de estas encomiendas, para animarnos, para ponernos como motos de carreras. Sabe que como recién nacidos, somos tan débiles, que como la porcelana china, podemos quebrarnos en cualquier momento; tenemos la voluntad absolutamente hecha añicos. Así que accede y puede que nos conceda alguna bagatela. Pero esta no es la filosofía del asunto. Son concesiones gratuitas que entran dentro de una lógica, que aprenderemos a comprender sólo  a base de caminar, a base de aguantar el chaparrón, de apretar los dientes ante el daño que la cura cruenta de nuestra egolatría nos va a provocar.

El Médico del Alma sabe que al principio puede aplicar algún paño caliente a nuestras heridas, pero que más tarde o más temprano, la hoja reluciente del bisturí va a tener que brillar, lo que es aviso de oscuros augurios, absolutamente imprescindibles para poder ser sanados de nuestros abscesos.

¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!

Y llegamos a la fase definitiva, por si quedara alguna duda de a qué nos enfrentamos.

Una espada atravesará nuestra alma.

María no entendía nada de lo que le decía Simeón. Sólo callaba y guardaba estas cosas en su corazón.

Nosotros, dos mil años después de aquello, ya podríamos maliciarnos a qué se refiere ese vaticinio. La cuestión es que esa frase que Simeón lanzó a la asustada María, está en toda su literalidad dirigida a nosotros, a todos aquellos que situados ante el umbral, nos decidimos iniciar la ascensión a las cumbres de la Divina Realidad, a la séptima morada  de nuestro Castillo interior.

Una espada atravesará nuestra alma.

Cuando recibes estos mensajes, y los haces tuyos, que además, van en serio, un estremecimiento recorre todo tu ser; Dios jamás juega con nosotros. Uno se pregunta con quién nos estamos jugando los cuartos, que decimos en España. Nuestra idea de Dios, poco a poco se va desmoronando, hasta convertirse en arena de la playa. Es decir, te ves obligado a empezar a reconocer que cualquier idea que te habías forjado sobre Dios es falsa, como afirma Meister Eckhart, porque es un producto de tu imaginación y de las enseñanzas catequéticas recibidas, equivalentes a la veracidad que tiene el infantil  argumento de “los niños vienen de París”.

Nos encontramos como aquel que le dijo a Jesús, “te seguiré donde quieras que vayas”. Y Jesús le responde: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20).

Que sepas, amigo mío, que no tendrás dónde reclinar la cabeza si le sigues.

Más parece este, un argumento disuasorio, que una invitación a seguirle. Es como si alguien nos dijera, si me sigues, tú sabrás lo que haces, porque lo llevas crudo…

Que Simeón le dijera a María, y a nosotros, “prepárate moza, que te va a tocar sufrir”, es un vaticinio que “acojona”, qué quieres que te diga.

Así que ya, desde los primeros compases de la Sinfonía Mística, la divina partitura muestra acordes alternativos entre la dicha del renacer en Navidad a una nueva vida, y la preocupación de lo que nos espera.

Nos espera sencillamente esto: …

“Morir, antes de morir, para comprender que la muerte no existe”.
Eckhart Tolle, El poder del ahora.

Este es el sentido de la mortificación, “mortis facio”, hacer muerte.

Entonces dijo Jesús a sus discípulos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará". (Mt 16, 24-25)

La alternativa a esta opción es volver a las cebollas de Egipto, al exilio de Babilonia, al dominio de las tinieblas de este mundo… Y si se quiere acallar nuestras conciencias, a la práctica religiosa convencional de misa de domingo, a la fe del joven rico.

Así que, nada más comenzar la Sinfonía los acordes nos sitúan en una incómoda encrucijada…

“Sígueme, pero que sepas que no tendrás dónde reclinar la cabeza.”

O, “una espada atravesará tu alma”.

Está claro que el desafío de Jesús de Nazareth es todo menos un juego de niños.

Y sin embargo,

“dejad que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. (Mt 19, 13)

Muy malito está nuestro paciente, nuestra Alma (o sea, nosotros), para que el tratamiento al que ha de ser sometida tenga visos de ser difícil, largo, costoso y sobre todo doloroso.

¿Qué hemos hecho para tener que someternos a semejante terapia purificadora, tanto como para tener que morir para salvar la vida?

Es lo que tiene la Egolatría, el Síndrome de Adán y Eva, también llamado "pecado original" en tradición judeo cristiana.

Un milisegundo después de tomar conciencia, de ser conscientes de nosotros mismos, como seres inteligentes, nos dimos cuenta de que podíamos valérnosla por nuestra cuenta y riesgo, sin necesidad de Dios. O fuimos tentados por el Maligno, o simplemente, se nos ocurrió la genial idea de calzarnos el gorro de mago (como a Mickey mouse en el aprendiz de brujo, Entrada 39), o de comer la manzana puñetera. Sea como fuere, cada cual, según sus creencias, que crea lo que desee, o le digan que ha de creer; el caso es que desde entonces, desde que despertamos a la consciencia como tiernos infantes, la tentación de hacer nuestra voluntad, nuestro capricho, nuestros deseos es tan fuerte, que, como el caballero de la armadura oxidada de Robert Fisher, nos calzamos una máscara que oculta nuestra verdadera identidad, nuestro yo real, hasta olvidarnos de este, para creer que somos aquella.

Quitarnos esta armadura, esta máscara, nos va a costar nuestra propia vida. Y en eso consiste todo el proceso de purificación, largo, costoso, y sobre todo doloroso, porque se nos va a exigir renunciar a nosotros mismos.

Así que a partir de ahora, para el que decida seguir, tonterías, las justas.

*

miércoles, 29 de diciembre de 2010

53.- La Verdad incomoda



Conjunto escultórico de los Santos Inocentes. Basílica de la Sagrada Familia, Barcelona

¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido para expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños.
De los sermones de San Quodvultdeus, obispo

En el título de esta entrada, “La verdad incomoda”, no he cometido una falta de ortografía al no poner el acento en “incomoda”, porque no me refiero a una verdad incómoda, sino que la verdad incomoda, molesta; al final, la verdad resulta incómoda para todo aquel que se parapeta en la mentira, en las medias verdades para manejarse en este mundo.

La lectura convencional, digamos histórica de los acontecimientos que se rememoran en este día de los Santos Inocentes, es el miedo que le entró en el cuerpo a Herodes al verse engañado por los magos y pensar que realmente un rey había nacido con el fin de destronarle. De modo que Jesús es ya desde el momento de su nacimiento objeto de persecución y de odio.
La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. (Jn 1, 9-11)

Pero la Biblia está escrita en clave simbólica, como una gran parábola, con la que Dios trata de explicarnos de qué va esto del Reino de los Cielos, y las circunstancias que rodean el largo caminar hacia la Meta.

En este sentido, nadie como el evangelista San Juan expresa la auténtica realidad del símbolo mismo de la encarnación. “La verdad acampó entre nosotros y nosotros no la recibimos.

Como le dijo Jesús a Pilatos, Él ha venido al mundo para, a través de su palabra y de su vida, ser testigo de la Verdad.

Pero ¿qué es la verdad? Le preguntó Pilatos.

Y es que el político huye de la Verdad como los vampiros de la luz.

En este mundo, y sobre todo si quieres hacer carrera, la verdad resulta bastante incómoda. Como diría Julián Marías, la política es el arte de saber mentir. De Lenin, o de Joseph Goebbels (Ministro de propaganda de Hitler), o de cualquier político que quiera llegar a algo, es la frase “miente, miente, que algo queda”. Con lo cual, la verdad es en este mundo una cualidad poco aconsejable si no quieres que te tachen de ingenuo, de cándido, de incauto.

El lenguaje político se agazapa detrás de los matices, de las medias verdades, de la ambigüedad, o como diría Pio Baroja, “Es que la verdad, si existe, no se puede exagerar. En la verdad no puede haber matices. En las verdades a medias o en la mentira, muchísimos.”

Lo falso tiene infinidad de matices, pero la verdad es sólo de una forma, como refiere Rousseau. Epicteto declara cómo la verdad vence por sí misma, pero la mentira necesita de cómplices para que no se descubra la coartada.

Por otro lado, la condescendencia, al nadar y guardar la ropa, crea amigos, bien es verdad que de compromiso, pero la verdad se arriesga a crear enemistades.

Un político, un General de un ejército, ante el enemigo físico, con sus tropas, sabe calcular el riesgo y lanzarse o no al choque, pero si el que tiene en frente es alguien que revela la verdad, el temor que engendra es ante lo desconocido, ante la posibilidad cierta de que le descubran sus cartas. Por eso, la verdad, pero sobre todo la Verdad, es incómoda, no conviene que se sepa. Por eso Wikileaks ha puesto en estado de alerta a medio mundo y a toda la diplomacia mundial, porque supone una muy seria amenaza.

Las leyes de secretos oficiales intentan proteger a los Estados a base de que no se sepa la verdad sobre muchas cosas. Y vivimos en un mundo en el que resultan ser leyes necesarias, si no queremos poner en riesgo nuestras vidas y haciendas.

Hay que reconocer que vivimos en un mundo de tinieblas, donde se recela de la verdad como una amenaza a un “status quo” basado en la mentira, en las medias verdades, en la ambigüedad, y donde cualquier intento de que la verdad se coloque, como la luz, sobre el candelero, y no debajo del celemín es vista con seria preocupación, como si todos estuviésemos en esta vida haciendo fechorías una tras otra, y como los delincuentes que trabajan en la penumbra o en la oscuridad, no quisiéramos que la claridad nos sorprenda con las manos en la masa.

De Noam Chomsky, conocido lingüista estadounidense, es un decálogo sobre la manipulación mediática, o lo que es lo mismo, las armas que emplea “el Sistema”, para mantener a las masas bajo control, y sobre todo, para que toda ella, y cada ciudadano en particular, sea un dócil borreguito que se deje conducir sabiamente por sus autoridades. Vuelvo a lo del sueño del Planeta (Entrada 24).

Cortinas de humo, generar problemas falsos que preocupen a la gente y la distraigan de los reales, aplicar las medidas como un supositorio, despacito y sin dolor, tratarnos como tiernos infantes, manipular nuestras emociones, tratar de que la educación sea lo peor posible para mantenernos en la ignorancia, estimular lo vulgar, lo estúpido, lo barriobajero (el paradigma es programa televisivo “Gran hermano”), esparcir la culpabilidad entre todos, siendo ellos los realmente culpables y el control de nuestras mentes mediantes refinadas técnicas psicológicas de mass media, son entre otras las “armas silenciosas” que se utilizan para las actuales “guerras tranquilas”.

Recomiendo acceder a estas dos webs, la primera es la de Chomsky, la segunda es el documento en PDF titulado “Silent weapons for quiet wars”. Sin comentarios.

Aunque no lo parezca, esta acaso larga introducción sobre las grandes mentiras sobre las que se sustenta nuestra sociedad es la versión Siglo XXI (y XX, XXI, XVIII, etc… hasta desde que el hombre es hombre), del episodio de los santos inocentes protagonizado por Herodes.

La consigna de este mundo es, “la verdad, nada más se pretenda sacar a la luz, hay que neutralizarla”, porque peligra nada menos que el ser o no ser de muchos estados de cosas basados en la mentira.

Herodes, nada más supo de Jesús (del Niño), no dudó en asegurarse su muerte.

El Alma, nada más pretenda salir de su letargo, tratará de sea neutralizada por nuestra humana naturaleza, porque mi principal enemigo soy yo mismo.

Para comprender esto, hemos de ser conscientes de nuestra dualidad “yo apañao” para los asuntos de este mundo (Ver entrada 42.- Equipaje para este mundo y 18.- Todos somos uno), frente a nuestro Yo real, el que trasciende, el inmortal, el hecho a imagen y semejanza de Dios, el Alma.

En el cristianismo esta diferencia no está clara, y tras una tan simple como sencilla división entre cuerpo y espíritu, entre carne y alma, se explican las cosas. El tema, que procede de la filosofía perenne, y más concretamente de la espiritualidad oriental, entra en ese resbaladizo detalle que discrimina entre el “yo” que veo en el espejo, y “Yo mismo”, el “Yo real”, el alma dormida, que es la única que puede ser iluminada por la Luz de Dios, por la Verdad.

Todos nuestros males se los achacamos en el cristianismo a un tercero ajeno a nosotros, empeñado en putearnos y amargarnos la vida, , el demonio. Pero ¿quién es el demonio? Lo trataremos más adelante.

Mi “yo apañao” vive y se ha acomodado a vivir cómodamente en las tinieblas de un mundo donde él, es un invento virtual del pensamiento (recordemos la frase de Buda, “yo soy lo que mi pensamiento ha elaborado sobre mi”). Supone por tanto un peligro inadmisible la sola posibilidad de que la Verdad ilumine tu vida, para descubrir que el “yo” que ves ante el espejo es simplemente un bluff, nada. Y eso el yo del espejo no lo puede consentir.

Dios es un Ente incómodo, es la Verdad incómoda, porque su sola figura desvanece todas las mentiras sobre las que se asienta la vida humana. Por eso “tenemos miedo y nos escondemos de Él” (Gen 3, 7-10) Tratamos de vivir como si no existiera, porque reconocer su existencia nos plantearía serios problemas en nuestro modo de vivir. Piénsalo un poco.

El principal de los combates que el alma iluminada debe entablar, es por tanto consigo misma, con ese yo cotidiano, el que piensa y reflexiona, esos personajillos interiores que ante lo que experimenta el alma se dicen entre sí “este está imbécil, dice sentir a Dios, si sigue así nos va a hundir el negocio de este mundo; quiere vender todo lo que tiene y dárselo a los pobres. En el fondo ¡¡quiere deshacerse de mi!!”.

Así que yo me convierto en Herodes de mí mismo, y buscaré el modo y la forma de convencerme de que todo lo que he experimentado en ese proceso inicial de conversión, con ese “Sí”, con ese “hágase en mí según tu palabra”, es una soberana gilipollez, que sólo me va a plantear problemas, la gente me va a mirar como un bicho raro, y no voy a poder compartir lo que siento, lo que experimento con nadie, ni siquiera con los curas, que me van a mirar como un alien, como alguien que está sacando los pies del plato.

Sólo me queda huir, sólo me queda ponerme a cubierto de mi Herodes interior. ¿De qué forma? Con un lento y costoso, inicialmente, ejercicio de silencio interior.

Vamos a entrar en el mollar de la Vida Interior (Entrada 19.- Sitúate en el umbral), los senderos del silencio.

La única forma de derrotar a mi “yo apañao”, convertido en un Herodes asustado por la que se le viene encima, es el ejercicio del silencio interior, en el extremo, de la actitud contemplativa.

La clave del silencio interior es esta:
Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará. (Mateo 6,6)

Pregúntate qué te sugiere, que te dice, qué sentimiento experimentas ante esta frase de Jesús de Nazareth, proclamada en el Sermón de la Montaña.

Y una sugerencia más. Tras permanecer unos cuantos minutos en silencio, esperando la respuesta que brote de tu interior (no de tu mente, recuerda que a partir de ahora tu mente es un estorbo), escribe y medita sobre ello.

Es una proposición a la que eres muy libre de seguir, o no. Tú mismo.

Mi experiencia constante me ha llevado al convencimiento de que no hay más Dios que la Verdad. Dios es la Verdad. (Gandhi, Mi Dios)

 

*

domingo, 26 de diciembre de 2010

52.- El retorno a la inocencia


¿Por qué  Jesús, además de nacer en el lugar más humilde que uno se puede imaginar, se revela en primer lugar a las personas más humildes del lugar, a los pastores?

La razón no es otra que esta. La Palabra será revelada a los pobres de espíritus, a los bienaventurados. No hay ningún indicio de que la Palabra vaya a ser algo para lo que haya que estudiar densas carreras teológicas para comprenderla.
No hay ningún indicio de que la “doctrina” deba ser algo que haya de estar custodiado por doctos entendidos en la materia.

Tiene que ser algo extremadamente sencillo de comprender… con el corazón, aunque la mente se haga un lío. Recordad que la mente no está diseñada para comprender a Dios.

Para comprender la Palabra, antes tenemos que iniciar el camino de retorno… a la inocencia.

Por eso hay algunas cosas que no alcanzo a comprender. La primera es la terminología teológica que emplean los curas al hablar de estas cosas. El cura de la iglesia donde vamos los domingos, por cierto, donde unas monjas de clausura cantan como los ángeles cantos gregorianos, termina por fastidiarla, empleando en sus homilías unos términos exegéticos y hermenéuticos tan “pedantemente místicos” que para entenderlos hay que estar como poco en tercero de Teología. Así que un inocente, evidentemente no se cosca ni de coña.

Dice algo así como… “por la intercesión del Paráclito, en unidad del Padre y con el advenimiento del Hijo a través del sí de nuestra Madre la Virgen Santísima, el Verbo se hizo carne para que nuestros pecados fueran purificados en la Persona de Cristo, y así no haya prioridad más grande que esta de abrir de nuevo al hombre el acceso a Dios, pues la Iglesia se fundamenta en el Verbo que nace y vive en ella. Esta es la importancia de la palabra que los estudios bíblicos resaltan de modo especial por la Divina Revelación a través de la tradición viva, y etc, etc, etc…

No me cabe la menor duda que este eminente expositor de la doctrina de la Iglesia ha tenido que sacar un diez en dialéctica, pero primero, a mí, tras intentar seguirle los primeros tres minutos, me rindo y empiezo a meterme en mis propios pensamientos. Lo segundo es que mis hijos, si tuvieran diez años, que ya hace veinte que dejaron de tenerlos, lo único que reciben con esa homilía es una inyección de antígenos anti Iglesia, que más tarde o más temprano les terminarán provocando una reacción alérgica de grandes proporciones.

La segunda cosa que no alcanzo a comprender es cómo si Jesús presentó su mensaje a los pobres y humildes de corazón, y sobre todo a los enfermos; cómo si vino en una actitud de curar las heridas, el mensaje evangélico se nos sigue proyectando bajo un enfoque jurídico. Nosotros culpables frente a un juez que al final (pero sólo al final) nos perdona por misericordia, cuando lo que realmente merecemos es el infierno.

Mira que leo y releo el Evangelio para ver algún atisbo de enfoque fiscal, pero lo único que veo es “venid a mí los que estáis agobiados y atribulados, que yo os aliviaré”. Veo un enfoque médico, de curación, de sanación, de rehabilitación de un alma enferma imposible de sanar por sus propios medios.

Acaso el control de las conciencias es más fácil por la vía incriminatoria y coercitiva que por la vía de la misericordia. Y dejo este mordaz pensamiento para aquel que lo quiera meditar.

Pido perdón por meterme con mis amigos los sacerdotes de este modo, pero creo que están perdiendo una oportunidad de oro de acercarse a las gentes sencillas, a los pastorcillos de Belén, que además creo que en lo más profundos de sus corazones están clamando ayuda y la buscan en lugares, a veces peligrosamente equivocados, lo que no reciben en la Iglesia, la Medicina del Alma herida y narcotizada.

Reconozco que el Papa Benedicto es un genial teólogo, pero si tuviera la amabilidad de escribir en un lenguaje más sencillo, a nivel de calle, la gente le entendería y hasta le interesaría lo que dice, pero el estilo vaticano es tan denso que los párrafos de las encíclicas hay que releerlos varias veces para comprender lo que dice. Es una pena.

Volvamos a los pastores de Belén.

El retorno a la inocencia


Me gustaría empezar por ver este video: "The return to innocence", de Enigma. Pura música New Age, por cierto.


http://www.youtube.com/watch?v=9_ALElMLpRA

Este video expresa de una forma bastante gráfica, tanto musical como visual la añoranza del ser humano por regresar a esa inocencia perdida de la que todos salimos cuando nos inyectaron de tiernos infantes el sueño del Planeta (Ver Entrada 24.- Fiat homo: el sueño del Planeta).

Pero que tengamos que regresar a la inocencia significa que estamos “resabiados”, y quitarnos ese resabie no va a ser fácil.

No basta con desear volver a la inocencia y “ya está”, conseguida. El resabiamiento es una enfermedad denominada “egolatría”, como vimos en la entrada 47.

Si eres una persona sencilla, de humilde condición, casi tienes, amig@ mi@ el Cielo casi ganado, porque eres ese pastorcillo que sin cuestionarse demasiadas cosas puedes adorar al Niño de modo sencillo, sin artefactos intelectuales. Tienes, diría yo, las puertas del Reino abierta de par en par. Conserva esa inocencia, por lo que más quieras, porque tienes el mayor tesoro que un ser humano puede poseer, la pobreza de espíritu, eres bienaventurado, humilde de corazón. Y si estás angustiado y agobiado, no te preocupes, Él te aliviará, pues su yugo es ligero y su carga es suave.

Pero si eres una persona con estudios y tienes la puñetera manía de pensar y te cuestionas todo, entonces necesitas ir al Médico del Alma, necesitas regresar a la inocencia. Este ha sido mi calvario personal.

Desengáñate desde ahora mismo, el camino de perfección del Alma, hacia su unión con Dios no es otro que el regreso a la inocencia, a la más absoluta pobreza, al abandono total de uno en el Padre. Es dejar de ser tú, para convertirte en Tú (con mayúsculas), gracias exclusivamente a dos cosas, la primera tu abandono total a la Providencia y la segunda, la acción directa de Él en ti.

Como esto es difícil de entender, apelo una vez más a la parábola del hijo pródigo (Lucas capítulo 15 completo). El hijo decide volver tras reconocer que la había cagado, se presenta a su padre con más miedo que vergüenza y este en vez de inflarle a collejas y tortas por gilipollas, le abraza a riesgo de pringarse de la mierda que traería su hijo pegada al cuerpo, con una ropa transformada en hediondos harapos.

Es el gesto del perdón, de la misericordia, que Dios tiene que ejercer a raudales para perdonar nuestra estupidez suprema de pretender ser aprendices de dios a nuestro modo, de dilapidar nuestra herencia en una vida absurda en la hoguera de las vanidades

Pero tras este gesto de reconciliación, está claro que el hijo no podría entrar así en el banquete que el padre le había preparado. Cuando nosotros vamos a la fiesta que un amigo nuestro hace y nos invita, no se nos ocurre ir con ropa sucia y oliendo a rayos. Si estamos con esa pinta porque hemos estado trasteando en el corral con los cerdos, nos vamos a casa, nos bañamos y nos vestimos con ropa más o menos elegante o al menos limpia para acudir a la fiesta a tono, suponemos, de los demás comensales.

Imaginaos que le diría el padre a su hijo.

-    Hijo, mira cómo vienes, he preparado una fiesta para ti por tu regreso, pero antes vas a tener que quitarte esos harapos, que están tan pegados a tu piel, que mis criados te van a tener que ayudar, te tendrán que bañas y yo mismo, después, te tendré que curar esas heridas que tienes. Estás fatal. ¿Pero qué te han hecho en ese país de donde vienes?
-    Lo siento pero curarte esas heridas te va a doler.

Amig@, el retorno a la inocencia no es ningún camino de rosas. Cuanto más enrevesada haya sido tu vida, a todos los niveles, más duro será el proceso de desafectación, de desapego.

Si te sientes agobiado, arrepentido bajo el peso de tus culpas, de tus errores, de tu enfermedad, lo primero que has de hacer es tragarte tu orgullo y presentarte ante Dios tal y como eres. Vete a un lugar solitario, a un altozano, a un monte donde puedas ver un amplio paisaje, a un lugar apartado, lejos del mundanal ruido, donde puedas abrir tu corazón a dios y decirle
Perdón Señor, porque he sido un estúpido, un imbécil, aquí me tienes, cúrame de esta enfermedad que me está matando, de esta fiebre que me está quemando en el infierno de mis miserias.
He pretendido valerme por mí mismo, pero aquí me ves, totalmente destrozado por mis errores.
Toma el mando de mi nave, condúceme a Puerto, te prometo ser un obediente grumete de mi propio barco al mando de Ti, Señor


Si esta declaración brota de tus más profundas honduras, como hizo el publicano (Lucas 18, 13) “Señor ten compasión de mí, que soy un pobre pecador”,  de esa tu primera oración sincera saldrás justificado y perdonado; lo dice el propio Jesús en el Evangelio. No obstante, el peso de las miserias hace que sea necesario descargar toda la basura que arrastramos ante un tercero, que nos sepa escuchar y en nombre de Dios expresarte ese perdón de dios que ni te crees. Ese es el sacerdote (para los católicos). Tienes que buscarte uno, y no es fácil, que sea algo más que un administrador de sacramentos y que tras escucharte, se limite a darte la canónica absolución y te infle a padrenuestros y avemarías como penitencia, hasta la próxima vez.

La Gran confesión es un acto absolutamente trascendental en un arrepentido. Si tienes la puñetera mala suerte de dar con un cura convencional de los de toda la vida, que te despacha con tres padrenuestros y dos avemarías, o sea, nada de nada, puedes salir tan rebotado, que el remedio puede ser peor que la enfermedad.

Un hijo pródigo, decidido a volver al Padre, un alma contrita, que por fin ha logrado despertar y reconocer su enfermedad, lo que menos necesita es un sacerdote convencional que en automático le dé la absolución. Necesita a un auténtico maestro en la fe, necesita un místico consagrado que sepa ser consciente de la persona que tiene ante el confesionario. Si esto es lo que sucede, entonces “Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Pero si sucede lo primero, entonces nos hemos caído con todo el equipo.

La Primera Gran confesión, la que marca un antes y un después en tu vida es tan trascendental que es preferible esperar y buscar a aquel sacerdote que sepa comprenderte, que acudir al primer cura disponible. A lo mejor hay suerte, pero si no, puede ser un desastre. Por eso, en esa Gran Primera Oración en el monte solitario entre tú y Dios, ruégale con todas tus fuerzas que te ponga en tu camino a un maestro que sepa conducirte en el difícil ascenso hacia Dios.

Esto que te digo no es una opinión mía. Teresa de Jesús, en sus escritos refiere una y otra vez cómo sufrió lo indecible a lo largo de su vida al tener que tratar con confesores de medio pelo, meros administradores de sacramentos. Cuando encontró a San Pedro de Alcántara, su gran confesor, encontró al mejor de los maestros, y ella así lo reconoce; y no digamos tras sus encuentros con San Juan de la Cruz.

Tanto la Eucaristía como la Reconciliación son dos sacramentos, expresión sublime de la mística cristiana, que como todo, a fuerza de su rutinario uso se han convertido en simple práctica religiosa con un valor postal tan escaso, que al final la gente los deja.

Dichoso tú, si tienes la suerte de encontrar un sacerdote que además sea un maestro en la fe, un hombre de Dios, que sepa hacerte ver el verdadero significado de ambos sacramentos. Porque son los dos grandes legados de Jesús de Nazareth, la Común unión y la reconciliación en el perdón,  para retornar a la inocencia perdida, a la pureza de corazón, a la simplicidad, al vacío interior necesario para que Su Majestad reine en lo más profundo de nuestro ser.

Es preferible esperar a correr el riesgo de tropezarte con sacerdote que no comprenda tus adentros.

Los pastores de Belén no representan en la escena del nacimiento de Jesús a los enfermos y pecadores, sino a los bienaventurados, aquellos a los que Dios mostró en primer lugar su Gloria en aquella bendita noche, porque ellos sí supieron ver el milagro obrado en el pesebre; no tuvieron ninguna dificultad en ver la Gloria del Altísimo en ese Niño recién nacido.

Te propongo una meditación profunda, en silencio.

¿Si estuvieras en la noche de la natividad por la zona, cual habría sido tu papel, a saber: la del posadero, la del rabino asesor del Rey Herodes (el exégeta de las Escrituras) o la de cualquiera de los pastores?

No incluyo el Rey Herodes, porque eso sería para nota. Ni incluyo a los magos de Oriente, porque prefiero dejarles para una próxima entrada.

Medita en tu corazón esto. Trata de no pensar; trata de hacer silencio interior y esperar respuesta. A nadie tienes que dar respuesta. Es sólo para ti y para Él.

Por cierto, y para que lo sepas. La Medicina del Alma, la que aplica el Médico del Alma, ¿sabes cuál es su principio activo?...

El silencio interior, la quietud.

Todo el proceso de transformación del alma se basa en el progresivo apaciguamiento de las potencias, porque sólo el silencio interior es capaz de despejar la Nube del desconocer. Las ideas, el pensamiento, los productos de la mente conforman la bruma, la espesa niebla que nos impide ver el Sol.

El camino de retorno a la inocencia se denomina “silencio interior”.

Dios quiera que encuentres un sacerdote que sepa hablarte de esta forma, porque será señal de que él también lo vive. Esto no lo dan los estudios de teología, sino la propia experiencia. Ya dije que doy gracias a Dios por ser no-teólogo. Pero sí le doy gracias por estár enfermo y por ser consciente de ello.

Que la paz esté contigo, querido amig@.

*

sábado, 25 de diciembre de 2010

51.- La Estrella de Belén



Os presento un relato, lógicamente inventado sobre cómo pudo ser el acontecimiento astronómico de la Estrella de Belén.

Ha habido muchas versiones, las más admitidas han sido las que la relacionan con un cometa. Es más, el pintor italiano Giotto, es, parece ser, el primero que pintó la estrella como un cometa (el Halley), que vio en 1301. Lo que Giotto no tenía forma de saber es que el cometa Halley, con su período de entre 76,5 y 79,3 años, apareció en 11 o 10 a. C., es decir, entre 4 y 7 años antes del nacimiento de Cristo. Luego no pudo ser. 


A falta de otra efemérides astronómica que  pudiera coincidir con la aparición de la misteriosa estrella, salvo que esta fuera una forma alegórica de hablar, como en muchas otras ocasiones sucede en la Biblia, y jamás hubiera existido ese fenómeno del que hablan los Evangelios, existe una hipótesis bastante plausible, que es la de Johannes Kepler, el cual postuló en el Siglo XVII la hipótesis del alineamiento de Júpiter y Saturno, como explicación cósmica de la luz móvil que los tres magos y astrólogos de Oriente vieron e interpretaron como el nacimiento de un rey justo en Israel.

Esta hipótesis obliga a hacer retroceder el nacimiento de Cristo seis años atrás. Lo cual puede encajar en el desfase que Dionisio el Exiguo, autor del sistema de cálculo de años de la era cristiano cometió en el Siglo IV.

En realidad la fecha exacta del nacimiento de Cristo es una incógnita. Pudo ser, según la hipótesis de Kepler, entre Junio y Noviembre del año 6 antes de Cristo.

La fecha del 25 de Diciembre fue una forma de cristianizar una fiesta ancestral y atávica, que festeja en muchas culturas el nacimiento del dios Sol (el solsticio de invierno).

Inclusive, parece que un hallazgo arqueológico que podéis consultar en estas webs, avala esta hipótesis.

http://ceirberea.blogdiario.com/1229965260/
http://lasteologias.wordpress.com/2008/03/08/un-hallazgo-arqueologico-apoya-la-teoria-de-kepler-sobre-la-estrella-de-belen/


A continuación, os presento la narración libre sobre el fenómeno.
Aunque no sea verdad, puede que a alguno le resulte atractiva.

-Majestad, tendría que ver esto.

-Dime, querido amigo Melchor.

-Si ve este esquema del cielo de hace un año, los dos grandes y majestuosos planetas estaban bastante alejados entre sí, Saturno, situado al Este de la casa de  Piscis y Júpiter al Oeste de la casa de Capricornio. Ahora Saturno acaba de entrar en Piscis y Júpiter está en el centro de la casa de Acuario. Si mis cálculos no están equivocados, dentro de ocho meses, día más o día menos, Júpiter y Saturno entrarán en conjunción en plana casa de Piscis, y permanecerán muy cercanos hasta Enero del siguiente año.

-¿Qué me quieres decir con eso?

-Pues según la interpretación de los fenómenos cósmicos que heredamos de nuestros antepasados, algo maravilloso va a suceder el próximo año. Un rey justo nacerá en Israel. Júpiter es el astro rey según los romanos y griegos, y Saturno representa la justicia. Piscis, según la tradición representa al pueblo de Israel, en recuerdo de su líder legendario, Moisés, salvado de las aguas.

-¿Qué un gran y justo rey va a nacer en Israel? Este vaticinio me hace recordar que en aquel pueblo, vienen desde hace muchos siglos presagiando la venida de un gran rey salvador de su pueblo. Mesías le llaman. Nuestro venerado Zoroastro ya hablaba de estas profecías.
Si esas profecías fuesen sólo creencias de aquel pueblo, allá ellos, cada cual con su dios y sus creencias, pero si el movimiento de los astros vaticinan este acontecimiento, eso significa que lo que va a suceder no es cosa de la creencia de un determinado pueblo, sino que Dios mismo, el sabio señor creador del Universo proclamado por nuestro venerado Zoroastro, está detrás de este acontecimiento. Y por ello lo que va a suceder no es algo que afecte solamente al pueblo de Israel, sino que afectará a todos los hombres de la Tierra, desde donde sale el sol hasta el ocaso.

-Melchor, según tus cálculos, ¿cuando se conjugarán Júpiter y Saturno?

-Creo que en torno al Solsticio de verano del próximo año. Y esta es una señal más de que será un acontecimiento extraordinario. Ese rey va a nacer el día de la plenitud del Sol. Son demasiadas coincidencias para ignorarlas.

-Muy bien, creo que sería importante qué de ciertas son estas premoniciones celestes. ¿Estarías dispuesto a emprender un viaje a esas tierras como embajador de mi reino?

-Nada deseo más, mi señor.

-Está bien, reuniré a mis lugartenientes para organizar una expedición hacia Israel para el próximo solsticio de invierno. Tiempo suficiente para llegar en Junio a Israel. Por cierto, Melchor, el mejor de mis astrólogos magos, consígueme los manuscritos de la Torá judía donde se hable de las profecías de nuestro amigo Isaías.

Corría el mes de Octubre del año 7 antes de la era cristiana cuando Melchor, mago y astrólogo de la corte del rey de Persia debatía sobre la evolución de los astros en relación con determinadas profecías que anunciaban el nacimiento de un rey justo en Israel. De un modo parecido llegaron a la misma conclusión otros los astrólogos de otros tantos reyes, Gaspar, miembro de la corte del rey de una recóndita región de la península arábiga y Baltasar, mago y asesor personal  del soberano de Nubia. Sin conocerse entre sí concluyeron que un acontecimiento extraordinario se produciría cuando Saturno y Júpiter entrasen en conjunción a mediados del mes de Junio del año siguiente. Un acontecimiento que sobrepasaría las estrictas fronteras religiosas del pueblo de Israel, dado que los propios cielos lo anunciaban de esta forma, y no sólo por las profecías de los ancianos de aquel pueblo.

Sin el poder y la majestuosidad de los cielos las profecías que conocían de la llegada del Mesías de Israel no les habrían movido como para decidir emprender un largo viaje que les conduciría al corazón de Judea.

Melchor salió con su embajada en el solsticio de invierno y tomó el camino de Persépolis a Bagdad, para luego continuar por la ruta de Damasco, desviándose hacia Jerusalén a la altura de Al Sam, en el desierto de Siria.

Gaspar partió de Hiyaz, un mes después, en los montes próximos al Mar Rojo, dirigiéndose hacia el Norte camino del Mar Muerto.
Baltasar salió de Nubia allá por Noviembre, pues él tenía un camino más largo que recorrer, y entró en la península del Sinaí a comienzos de Febrero.

La caravana de Gaspar y Baltasar se encontraron en alguna parte del desierto de Negueb el 12 de Mayo. La sorpresa de ambos fue suprema al comprobar cómo independientemente el uno del otro habían observado la misma evolución de los astros y tomado la misma decisión bajo el mismo convencimiento de que algo extraordinario iba a suceder el Israel. Baltasar tuvo la intuición siquiera sin el apoyo de las profecías de Isaías, al que ni siquiera conocía. Aunque de la vecina Yemen sabía de los amores de una antigua reina con un antiguo rey de Israel. Pero su mente y su corazón le condujeron a tomar la misma sabia decisión que Gaspar.

Baltasar y Gaspar siguieron camino por la ribera oriental del Mar Muerto para evitar entrar en Israel por la región de Judá, más vigilada que la región oriental, tanto por las patrullas romanas como por las israelitas. Alcanzaron el norte de la ribera del Mar, y justo cuando se disponían a virar hacia el Oeste para encaminarse a Jericó ya camino de Jerusalén, se encontraron con la caravana de Melchor, soberano de alguna de las regiones de Persia. Eso ocurrió al atardecer del día 10 de Junio. Tenían prisa en llegar, pues la conjunción comenzó a producirse el 29 de Abril, momento en el que los dos planetas entraron en contacto. El clímax se produciría el 21 de Junio, pero ambos planetas estarían conjugados con mayor o menor distancia hasta el 10 de Enero del año siguiente, momento en el que Júpiter se retrasaría respecto de Saturno progresivamente. Había una probabilidad de que se equivocaran, pero cuando llegaron a Jerusalén, comprobaron que realmente el gran acontecimiento estaba a punto de producirse.

-No es posible que nuestro triple encuentro sea una coincidencia casual, respetados colegas – exclamó Melchor, al terminar el brindis tras la cena que ofreció a sus otros dos compañeros de viaje-.

-Estamos de acuerdo, respetado Melchor –contestó Gaspar-. Se está produciendo un acontecimiento extraordinario y nosotros vamos a ser testigos de excepción. Pero ahora debemos pensar en cómo presentarnos a las autoridades judías y romanas, pues nuestra visita no deja de ser una embajada de nuestros países a la provincia romana de Israel, y debemos presentarles nuestras credenciales.

Decidieron adentrarse en Judea con una reducida guardia, para no despertar sospechas, y enviaron tres mensajeros con las credenciales, uno por cada uno de ellos, para presentar sus respetos al Rey Herodes y al gobernador romano en aquel momento. Por las profecías de Isaías sabían que el signo de los cielos coincidía con la profecía que indicaba que ese rey iba a nacer en Belén de Judá. Por eso se dirigieron directamente a Jerusalén.

-¿Llegan a mis dominios so pretexto de que quieren visitar a un rey que va a nacer aquí? No me gusta esta broma pesada –exclamó con voz arrastrada Herodes mientras se removía nervioso en su sillón-. Está bien, -le susurró a su secretario-. Decidles a esos forasteros regios que serán bien venidos. Yo también tengo que enterarme de ese rumor. ¡Llama al rabino, tiene que decirme algo sobre esas profecías de que hablan y sobre esos signos celestes!

Llegaron a Jerusalén el 15 de Junio. Ese día los planetas amanecían a 10 minutos después de medianoche. El día 21 el orto se produciría exactamente a medianoche. Según sus predicciones ese sería el día en el que debería producirse el nacimiento del Gran Rey.
Se nubló aquel día, de modo que no fue posible observar el cielo nocturno.

Tras la recepción evidentemente protocolaria que Herodes les brindó a los tres embajadores extranjeros, éstos se retiraron a sus aposentos, cedidos por Herodes, con la solicitud de éste de que le informaran de ese acontecimiento, del que no tenía noticia.
-Es extraño lo que nos dice Herodes. No sabe nada. Es muy extraño –comentó preocupado Gaspar-.

-Sí, esta gente debería estar pendiente de este hecho. No se han percatado de los signos celestes, conociendo como conocen las profecías –continuó Baltasar-.

-Lo único cierto es el jaleo que Augusto ha organizado con la elaboración del censo. Va a ser muy complicado encontrar el lugar donde se producirá el nacimiento. Porque desde luego, si lo que anuncian los astros es el nacimiento de un gran Rey Justo en Israel, y las autoridades de este país no tienen noticia de ello, significa que no estamos buscando a un Rey político, sino como anuncia Isaías, estamos ante el nacimiento del Mesías de Israel. Pero ellos no son conscientes de ello. No están expectantes. Lo único que les preocupa es el alboroto del censo y sus intrigas palaciegas, y su molesta situación con los romanos.

-Qué significado tiene la palabra Mesías –preguntó extrañado Baltasar-.

-El salvador de su pueblo –respondió directamente Gaspar-. Pero por lo que he podido constatar, esta gente espera a un libertador político, que les libere de los romanos. Pero nada de lo que está ocurriendo está en la línea de que tal libertador vaya a nacer por la mano de su dios Yavhé.

-A no ser que los designios del sabio Señor, el rey del universo sean otros –continuó Melchor-.

-Quién es el sabio Señor? –preguntó Baltasar-.

-Es simplemente Dios. Según Zoroastro, no hay múltiples dioses, sino uno solo. Los judíos lo llaman Yavhé, otros pueblos lo llaman de diferente modo, pero sólo hay un creador. Y creo que lo que va a producir es el nacimiento de un enviado del mismo Dios. La ignorancia que tiene el pueblo de Israel de lo que va a acontecer va a romper con su propia historia. Todo será diferente a partir de que ese rey, enviado divino nazca.

El día 21 partieron hacia Belén los tres, en compañía de dos escoltas cada uno, que portaban  unos presentes para aquel que iba a nacer.

Llegaron al ocaso. Buscaron algún signo que les indicara el lugar, pero estaban confundidos, nadie daba razón de ninguna mujer parturienta, o de ningún nacimiento en aquel día o días previos. Hasta que un posadero les indicó que esa misma mañana un matrimonio venía buscando posada urgente, pues ella estaba a punto de parir.

-Lo único que les he podido conseguir es un establo a la salida de la aldea, por aquel camino, a media hora de camino desde aquí. Podrán llegar antes de que anochezca.

Los tres magos embajadores tomaron el camino indicado, pero no pudieron avanzar con rapidez, pues la multitud que iba y venía impedía el avance de la comitiva.

Ya de noche, observaron que el la dirección indicada, en lontananza parecía como si un extraño resplandor envolvía una pequeña choza, a modo de establo. En la misma dirección que ellos se unían varios pastores que parecían comentar una singular noticia.

Se cruzaron con un individuo que parecía ser fariseo, y le preguntaron si sabía qué era aquel resplandor, ¿algún fuego?, pero el fariseo no parecía ver nada.

-Es extraño –comentó Gaspar-, vemos lo que otros no ven.

-Y estamos al encuentro de un recién nacido en un establo. Los reyes nacen de reinas, no de campesinas –continuó-.

Baltasar pudo escuchar con relativa nitidez el susurro de la conversación entre dos pastores.

-¿Has sentido lo que yo? –Preguntó el pastor más mayor-.

-Creo que sí –respondió el joven-.

-¿Y qué opinas?

-No lo sé. Sólo sé que durante un instante he tenido una paz muy grande; y ese resplandor a lo lejos, que no se debe a una fogata.

-Lo mismo me ha pasado a mí.

-Y a mí –se incorporó un tercer pastor-.

-Y a mí también –se incorporó al grupo otro-.

-Perdonad, amigos –preguntó Baltasar-. ¿Podríais decidnos que está pasando?

-No lo sabemos –respondió el más mayor-, pero al parecer todos estamos embargados de una sensación muy agradable que no sabemos a qué se debe, al tiempo que allá a lo lejos todos vemos como un resplandor que sale de ese establo. Estamos todos intrigados por saber de qué se trata, y por eso nos dirigimos para ver qué pasa.

Llegados a unas cincuenta yardas del establo, el resplandor se desvaneció, y pudieron ver con claridad una pareja, hombre y mujer, la cual estaba en pleno expulsivo. La mujer gritaba mientras trataba de empujar con todas sus fuerzas. Parecía que el hombre,
probablemente su marido, estaba azarado, pues no parecía tener experiencia en estas tareas. Se trataría probablemente del primer hijo. Uno de los pastores que se acercaban al establo era una mujer, que compadecida del duro trance corrió hacia ellos y se dispuso a ayudar en la fase final del parto.

-¿Por Dios Santo, cómo es que estáis aquí en este lugar, en este trance? –preguntó la pastora-.

-No hemos encontrado posada –respondió el azarado marido-.

-¡Jacob! Acércame la tinaja de agua y busca una palangana. El niño está a punto de salir. Necesito paños limpios, ¡rápido!

-En un momento los primeros pastores se apresuraron en aprovisionar lo necesario a la pobre pareja, a fin de atender a la madre y al niño que fueras a nacer.

Los tres magos estaban maravillados por lo que estaban viendo. Donaron paños y sedas limpias para envolver al bebé, mientras extasiados contemplaban el inusitado parto en tan incómodas e inapropiadas circunstancias.

-¡Empuje, señora! Vamos mujer, que falta poco –exclamaba la pastora reconvertida en matrona-.

Con un expulsivo breve, el niño coronó y en no más de quince minutos, el bebé salió a este mundo, y rompió a llorar con rabia y gran potencia de llanto.

-Es un niño, señora, ¡es un niño!

-Ha sido un niño precioso, señor. ¡Enhorabuena, señor padre!

Una inmensa paz envolvió aquel lugar. Era algo insólito. Todos estaban maravillados por aquel alumbramiento, al tiempo que Júpiter y Saturno concluían su perfecta alineación, y un resplandor casi cegador iluminaba el cielo nocturno, de repente. Era medianoche.
En ese momento, Melchor, Gaspar y Baltasar llegaron al convencimiento de que lo que los astros habían vaticinado se estaba produciendo en aquel preciso momento.

-“Un rey –Júpiter-, justo –Saturno-, nacerá en Israel –Piscis-” –susurró Melchor, mientras disfrutaban de aquella enternecedora escena, con una joven madre (la madre a penas superaría los quince años)-.

-Sólo hay un problema –apuntó Baltasar-. ¿Como es posible que estemos ante la presencia de un rey, si ha nacido pobre en un establo?
-No es una reina de este mundo la recién parida, porque ese hijo no va a ser rey de este mundo. Pero va a serlo –respondió Gaspar-.

-Entiendo, ahora está todo claro. Todo tiene sentido. Herodes se enfrenta a un poder que no es de este mundo –exclamó estremecido Melchor-.

-Gloria a Dios en las alturas –concluyó Melchor-.

-Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad –respondió Baltasar-.

-Vamos, preparad los presentes y acerquémonos con sumo respeto a la familia –concluyó Gaspar-.

Los magos se acercaron al establo, una vez la madre fue atendida por las pastoras y el niño curado, lavado y limpio, y envuelto en pañales y una toquilla.

-Nuestros respetos más sinceros, agraciado señor –agasajó Melchor al marido-.

El marido, aún aturdido por la tensión y la emoción del parto, no sabía qué decir. Todo para él era extraño e incomprensible. Qué razón había para que pastores de los alrededores llegasen casi en peregrinación al alumbramiento de su mujer, y por si fuera poco, tres embajadores de países lejanos se acercaban al humilde paritorio. José, que así se llamaba, no daba crédito a lo que estaba viviendo.
-Mi ser está turbado, respetables señores, pues no comprendo a qué se debe en nosotros el honor que nos rendís al venir a esta humilde choza –exclamó casi con dificultad, como no sabiendo qué palabras adecuadas encontrar y decir a tan excelsos visitantes-.

-Venimos de tres países lejanos, Persia, Nubia y Arabia, porque hemos visto en los cielos signos evidentes de lo que hoy, aquí está sucediendo –explicó Melchor, abundando en los detalles de los signos que mostraban los astros-.

José acertó a reconocer que los últimos nueve meses habían sido muy extraños para la pareja. Les refirió lo que Isabel, la prima de su esposa comentó sobre su hijo. Sabían que iba a ser niño. Les refirió a cómo la gestación estuvo desde el principio envuelta en un desconcertante misterio. Las extrañas revelaciones que María decía haber tenido, y cómo le resultaban harto difícil comprender todo aquello. Todo parecía extrañamente sobrenatural, más que de una vida de pareja normal. Él reconocía no comprender absolutamente nada,  y cómo admiraba la actitud de su esposa, que aceptaba con asombrosa resignación tantas cosas extrañas. Reconocía ir siempre detrás de ella, lo que era muy duro de admitir en un hombre judío, en una sociedad absolutamente dominada por los varones.

Los tres embajadores se retiraron a sus caballos, con intención de coger obsequios.

-No parecen entender nada –comentó con gesto preocupado Gaspar, que de los tres era al que más le costaba aceptar el hecho de que el escenario del alumbramiento no fuera palaciego-. Es todo tan extraño. Herodes y la corte no sabe nada, vemos un extraño resplandor junto con otros pastores, gente humilde, y sin embargo no percibido por otras personas religiosas y más nobles, y los propios protagonistas del acontecimiento resultan ser un par de campesinos que no entienden nada de lo que está pasando, pero cuentan que les han sucedido prolegómenos casi sobrenaturales.

-Gaspar, amigo mío, convéncete, esto es obra del Sabio Señor. Reconozcamos que estamos ante el principio de un cambio radical en la Historia de la humanidad, y que empieza de la forma más sutil e imperceptible que nos podamos imaginar. Este niño cambiará el mundo. No lo dudes -expuso Melchor-, este es el comienzo de algo maravilloso, que sólo los corazones humildes sabrán percibir, aunque no lo entiendan, como ellos –señalando a José, María y el recién nacido-.

Tomaron los presenten y se acercaron a la familia.

-Señor, tenga a bien recibir estos sencillos presentes, en reconocimiento del extraordinario signo que el nacimiento de vuestro hijo, acaba de producirse. Le ofrecemos un pequeño cofre con oro, como signo real –indicó Gaspar-.

-Y una vasija con incienso, como signo de la acción de Dios –continuó Melchor-.

-Y un jarro de mirra, una resina gomosa procedente de un árbol de la Arabia y Abisinia; roja, la más aromática y también la más amarga, como signo del hombre y su destino –concluyó Baltasar-.

-No sé qué decir, señores. Me abrumáis a mí y a mi esposa. No merecemos tal honor –respondió José-.

-Es su hijo el que merece tal honor, y sus padres como progenitores, como autores de sus días –justificó Melchor-.

María sin mediar palabra les proyectó una sonrisa de aceptación y agradecimiento, como queriendo significar que, como otros muchos acontecimientos y signos, lo aceptaba como procedente de la voluntad de Dios, y los guardaba en su corazón. Es lo único que una niña de quince años podía hacer ante tantos acontecimientos inexplicables.

 Amanecía a eso de las tres de la mañana en el día más largo del año y los gallos no hacían más que cantar, cuando uno de los emisarios de Gaspar llegó a la tienda ligera que habían montado los magos, al galope, como con urgencia de transmitir un mensaje.
A tenor de lo acontecido y de la sombría actitud de Herodes, Gaspar envió un legado a Jerusalén con la misión de sondear el ambiente cercano a su palacio.
Efectivamente, en Jerusalén se mascaba una fuerte inquietud en los ambientes próximos a Palacio. El espía de Gaspar comprobó que Herodes estaba fuertemente indignado con sus asesores religiosos y sus magos y astrólogos, al no haberse ellos percatado de los signos que nada menos que tres extranjeros, sin conocerse entre sí, habían sabido interpretar de la misma forma. Pero había algo más, confirmaron que se avecinaba una fuerte amenaza sobre aquel niño recién nacido. Supo descubrir un malévolo plan para encontrar al niño y, bien secuestrarle o matarle. No había tiempo que perder.

-¿Estás seguro? –preguntó soliviantado Gaspar-.

-Es una amenaza que no conviene ignorar.

-El muy cínico nos pidió que cuando descubriéramos al niño, fuéramos a él para que en persona el rey de Israel fuera a presentarle sus parabienes.

-Creo que no hay tiempo que perder –sugirió Melchor-. Hemos de salir de aquí enseguida, y debemos ofrecer escolta a esta familia, para ponerles a salvo. Si lo que dice tu espía se confirma, Herodes no parará hasta encontrarle y deshacerse de él.

-Tengo la solución –apuntó Baltasar-. Creo que debemos dispersarnos y regresar a nuestras tierras cada uno por nuestro lado, y por distintos caminos. Me ofrezco a escoltar a esta familia hasta, por ejemplo Egipto. Está para mí de camino a Nubia.

-Iré contigo, Baltasar. Si te parece nos dirigiremos a la costa, hacia el Oeste, y de allí por las tierras de Gaza hasta la península y el desierto del Sinaí. No creo que piensen que por sí mismos se adentraran en un terreno yermo como aquel. Llegados a Egipto, y pasando allí una temporada larga, estarán a salvo. Los gastos de su estancia y manutención corren de mi cuenta.

-Y de la mía –se sumó Gaspar-.

-Y de la mía también –Melchor-.

-Pues estamos de acuerdo. Vayamos a hablar con el padre, para proponerles el plan.

José se sentía francamente abrumado por el interés que tenían los tres embajadores hacia su incipiente familia. Amagó declinar el ofrecimiento, pero una mirada imposible de describir de María le tranquilizó y al final aceptó.

La caravana estaba dispuesta a media tarde, salieron de incógnito, disfrazados de campesinos los tres séquitos con una maniobra de dispersión y fragmentación de los componentes de las correspondientes caravanas, para no despertar sospechas. Decidieron emprender el camino ya anochecido y aprovechando que la Luna estaba en cuarto menguante, y la oscuridad protegería a los obligados fugitivos de Herodes.

-Adiós amigos, la paz sea con vosotros y con esa sagrada familia que lleváis escoltada –se despidió Melchor, que decidió volver a través de Galilea-. Todo lo vivido nos demuestra que nuestras predicciones eran correctas. Estamos ante una nueva era, como fue el deseo del padre espiritual de mi pueblo, Zarathustra. Esperemos que los que el Sabio Señor va a comenzar mediante este niño, los hombres, incluyendo sus futuros seguidores, no lo adulteren y corrompan.

 


viernes, 24 de diciembre de 2010

50.- Presencia



¿Vives o has vivido en un país, región o zona geográfica donde el clima sea templado, lluvioso y con una muy abundante cantidad de días nublados, donde se pasan meses sin ver el sol? En cualquier caso, imagínate un país donde jamás despeja, y lo habitual es vivir envuelto en la niebla, bruma, o como mucho con el cielo cubierto completamente de nubes. La cuestión es que los habitantes de ese país, no ven jamás el sol. Saben de su existencia, porque se imaginan que si hay día y noche, será porque alguna luminaria sale y se pone cada doce horas, más o menos.

Uno se acostumbra a vivir así, a la larga, de modo que ya ni se hace cuentas de que el sol sale y se pone. Es lo normal vivir permanentemente en la bruma.

 
Si alguno más o menos lanzado, decide subir los montes colindantes, a riesgo de su vida, porque muchos dicen que con la niebla uno se pierde y jamás encuentra el camino de regreso, y despreciando el riesgo decide subir, a ver si hay suerte y consigue perforar las nubes para encontrar ese sol que las crónicas de los antiguos dicen que existe y da la luz. Si al final consigue subir y alcanzar altura suficiente para ver el cielo azul, verá el sol por primera vez.

Imagínate el estremecimiento que una persona puede sentir ante un espectáculo como ese, si jamás antes ha logrado ver la luz del sol.
El nacimiento de Jesús del seno de María, del seno de nuestra alma es exactamente eso, como descubrir la luz del sol por primera vez en nuestra vida.

Vivimos habitualmente en la bruma, en la Nube del desconocer, un romance de autor desconocido que simboliza esa barrera que separa el alma de la Divina Realidad, esa nube de desconocimiento imposible de perforar, porque nuestra mente no está diseñada para imaginar a Dios.

Con el lastre cultural que arrastramos los cristianos, te propongo el siguiente ejercicio. ¿Cuál es el primer sentimiento que experimentas, al pronunciar la palabra “Dios”?

Este ejercicio nos lo propuso un entrañable amigo nuestro, sacerdote, en un seminario de Encuentro Matrimonial que vivimos hace años mi esposa Paloma y yo, denominado “Presencia”. La respuesta del común de la gente fue como poco de temor, si no de miedo. De verdad, créeme. Luego, dos segundos más tarde, la mente entra en acción y aporta la carga doctrinal correspondiente para matizar ese temor y neutralizarlo, más o menos con el consabido Dios es amor, y etc, etc. Pero lo que vale es el primer sentimiento.

Esto sucede cuando uno vive permanentemente sometido a las inclemencias del tiempo, un tiempo desapacible, lluvioso, con tormentas, y donde jamás despeja para poder ver el sol. Para esa pobre gente, el sol no existe, o si existe, como si no existiera, “para el caso que nos hace…”; acaso le digan los educadores que está ahí y que da calor, pero el hecho cierto es que “no me cuentes milongas”, que lo que yo percibo es la lluvia, la nieve, el frío y demás inclemencias. Como “Dios” es lo que está arriba, y lo que yo recibo de arriba es todo menos luz y calor, para el común de las gentes, el primer sentimiento que experimenta cuando suena la palabra Dios es temor, miedo, recelo, castigo.

La única forma de desterrar ese sentimiento, por no decir “ese resentimiento”, es lograr perforar esa tremenda nube del desconocer que nos atenaza, que nos mantiene esclavos de una situación ciertamente horrenda, donde las invocaciones al Altísimo más van dirigidas a que no se ensañe con nosotros a fuerza de desgracias. Puro cristianismo veterotestamentario, como dijimos en la entrada 48 al hablar de la Medicina del Alma al estilo antiguo testamento.

Pero para eso hay que volver a nacer; somos árboles demasiado retorcidos y esclerosados por el tiempo y las adversidades, como para que de la noche a la mañana el cielo despeje y decidamos que “hoy vamos a ser felices y vamos a contemplar el sol”, que por cierto es el mensaje navideño, “sean ahora felices, reúnanse en familia, gástense la paga en regalos, y tras desearse felices fiestas y próspero año nuevo, el día veintiséis, disuélvanse”.

Y volver a nacer supone una transformación tan profunda, que nadie lo puede realizar por sus propias fuerzas. Así que para empezar, no importa que el pesebre de nuestro corazón esté sucio, digamos que muy sucio. Con un poco de paja fresca y un buey que de calor al Niño, es suficiente. O sea, con un poco de buena voluntad, con el deseo sincero de, reconociéndonos enfermos, digamos al Médico del Alma, Señor, cúrame de mi ceguera, de mi enfermedad, es suficiente. Pero eso sí, no podemos ir con Dios de farol.

Mientras el esfuerzo es exclusivamente personal, control mental, técnicas de auto dominio, etc, mal asunto. Esto es lo que nos vende la New Age, y no conduce a ninguna parte salvo a una mejora moderada de la propia autoestima, y algo de paz interior que se solivianta con el primer contratiempo serio que suframos. No somos nosotros los que buscamos a Dios, es Él el que sale al encuentro, el que llama a nuestra puerta, el que nos visita, como visitó el ángel a María. Nosotros sólo tenemos que decir “Sí”.

No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. (Jn 15, 16)

Presencia

El nacimiento de Jesús en nuestra alma supone experimentar la presencia de Dios en nuestra vida.

¿Por qué hacemos prácticas religiosas? ¿Por qué asistimos a actos de culto, rezamos oraciones y hacemos actos de piedad? Por la sencilla razón de que lo normal en nuestra vida es que estemos ocupados con nuestros asuntos, el trabajo, la familia, el ocio, asuntos varios que acaparan la práctica totalidad del tiempo de vigilia (el que no pasamos dormidos). La norma nos dice que debemos centrar nuestra mente y espíritu en Dios en determinados momentos del día o de la semana. Así se recomienda rezar por la mañana y por la noche, asistir a misa, un rosario de vez en cuando, y así una serie de buenas costumbres que hacen que “de vez en cuando” nos acordemos de Dios o de la Virgen. Practicas todas ellas para intentar que en algún momento Dios se haga presente. Terminada la jaculatoria o el rosario o la misa, volvemos a nuestros asuntos, el ama vuelve a dormirse y hasta la próxima vez.

Los consagrados asumen la obligación de rezar la liturgia de las horas, un devocionario católico que aplica el rezo de laudes a las 6 de la mañana o al amanecer, tercia a las 9, sexta a las 12, nona a las 3 de la tarde, vísperas a las 6 de la tarde o al anochecer, completas al acostarse, y en algunas congregaciones, maitines a media noche, lo que obliga a interrumpir el sueño nocturno.
Con este ritmo de oración, la presencia de Dios en uno, se incrementa notablemente.

En parte el esfuerzo personal, en parte la acción directa del Espíritu Santo en nosotros, el caso es que en un momento determinado, la persona siente y percibe cómo pasa de acordarse de Dios durante los rezos y actos de culto, para experimentar que permanentemente, constantemente, Dios está presente en su vida de todos los días, a lo largo de las horas y de los minutos.

A partir de ese momento, la toma de plena consciencia de Dios, del Eterno, de la Divina Realidad en todo momento hace que el alma experimente esa fusión, esa unidad con Él. Es un estado en el que no hacen ya falta recitar jaculatorias y rezar oraciones predefinidas. Porque simplemente Es, Está en ti, y aunque los trabajos cotidianos te impiden mirar al sol a la cara (además de que es imposible soportar su mirada, como es imposible mirar directamente al sol sin quedarse ciego), sin embargo sientes la cálida envoltura de su luz y su calor. Ese sentir la cálida envoltura del calor, de abrigo de Dios, se traduce en la vida diaria (hablo por mí mismo), en una diría yo que “extraña paz”, una serenidad permanente, a pesar de los avatares de la vida cotidiana. Es un saber que estás en brazos del Padre, que Él te cuida y te ama intensamente. Te sientes protegido, envuelto con sus manos. Y sobre todo, empiezas a comprender qué significa “la voluntad de Dios”, absolutamente nada que ver con cómo la entiende el común de las gentes.

Hoy es Nochebuena. Celebramos los cristianos el nacimiento de Jesús del seno de María.

Supongamos por un solo instante que lo que sucede es nuestro nacimiento en Él.

En realidad no nace Él en ti (siempre ha estado contigo, dentro de ti; otra cosa es que tú no te hayas coscado), sino que tú naces en Él, es decir tomas literalmente consciencia de Su presencia en ti, Dios se hace presente. (Jn 3, 5). Y eso, aunque te quedes asombrado como Nicodemo. ¿Cómo puede ser eso?

En realidad el “Sí, hágase en mí” de María es tu propio renacimiento a una nueva vida, la vida del Reino de Dios. Cuando te das cuenta, eres consciente de lo que ello supone, ya nadie te tiene que decirlo, porque eres tú el que “vendes todo lo que tienes, tomas tu cruz y le sigues” (parábola de la perla o del tesoro escondido).


Mientras esa presencia no se experimenta, decir "presencia de Dios" es simplemente una idea teológica, académica, doctrinal, argumento para las homilías, pero nada más; útil para hacer una tesis doctoral y sacar "cum laude", pero nada más.

Mientras esa presencia no se experimente, no suceda en tu interior, año tras año oirás la misma tan dulce como lejana música celestial (hasta celebrarás la misa del gallo), que asociarás al consabido y comercial “espíritu navideño” tan al gusto de Santa Claus, pero tan ajena a lo que sucedió y sucede en el pesebre de Belén (en tu alma dormida, en ti).  Y así, el 7 de Enero volver a tus asuntos. “Mañana (la próxima Navidad) le abriremos, para lo mismo responder mañana (la próxima Navidad)”.

Pero si tu “Sí” es cierto y veraz, como el de María, si te sientes como el recién nacido en las manos del Padre, a partir de aquí, nadie te puede contar qué es Dios, porque tú le habrás experimentado, y le sentirás contigo permanentemente, continuamente, en todo momento, de día y de noche, reces o no reces, porque esa presencia se llama "oración".

Esa nueva vida se llama “Presencia de Dios”, o “Estado de Oración”.

Feliz Nochebuena, feliz Nueva Vida, feliz Navidad, amig@.




 
*