Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

jueves, 15 de agosto de 2013

175.- La travesía del desierto



Marathon
Recuerdo que durante mis dos últimos años de la carrera de Medicina, años 1978 y 1979, pude participar en las dos primeras ediciones de la Maratón popular de Madrid, organizado por MAPOMA. Por aquel entonces, el trazado del recorrido era bastante diferente al actual. Saliendo del Paseo de Coches del Retiro, nos dirigíamos por la Calle Alcalá hasta Sol, de ahí por Mayor hacia Plaza de España y Príncipe Pio, y bajando por Virgen del Puerto, cruzando el Manzanares, nos metíamos en la Casa de Campo, atravesándola hasta la puerta del Batán, y de ahí, tomábamos el Paseo de Extremadura hasta llegar a la M30 de entonces, que abandonábamos en la salida por la Avenida del Mediterráneo, de allí hasta Atocha, de Atocha por el Paseo del Prado y Castellana hasta Raimundo Fernández Villaverde, que tomábamos hasta Príncipe de Vergara y rectos hasta O´Donnell y el Retiro donde estaba la meta, tras 42.195 metros de calvario.
Para un corredor de fondo aficionado y mal entrenado como yo, los primeros veinte kilómetros se soportaban bastante bien; del veinte al treinta… “ya te vale, colega”, pero del treinta al cuarenta, aquello, al menos para mí resultó ser una auténtica tortura, tanto más cuanto que justamente te tocaba atravesar la M30 antigua, en la ribera del Manzanares, y aquello resultó ser insoportable. Las rodillas, ardiendo, los pies llenos de ampollas, con las uñas a punto de caerse todas; los músculos electrocutados de calambres, las reservas de energía bajo mínimos, y bajo un sol de justicia de un 15 de mayo, aquello para mí resultó ser como la penosa travesía del desierto, donde por mucho que corrieras o caminaras, aquello no parecía tener fin, ni tú sentías que estabas avanzando, era como caminar por una pista estática indefinidamente. No pude correr, así que me limité a andar rápido hasta llegar al kilómetro 40 que estaba nada más tomar Príncipe de Vergara (no sé si entonces aún se llamaba General Mola). Entonces a falta de dos kilómetros, el sólo deseo de terminar de una puñetera vez, me hizo volar de nuevo y bajar “a todo dar” hacia el Retiro y cruzar la meta en el extragaláctico tiempo de 4:30 horas “¡nada menos!”.

Tras cruzar la meta y habiendo sufrido lo sufrido, la sensación que experimenté fue literalmente de Gloria celestial y de victoria. No he vuelto a sentir nada igual desde entonces. Por cierto que perdí las diez uñas de los dedos de los pies.
Este podría ser un símil de lo que supone la larga travesía del desierto de la vida. De igual forma, lo explico en el texto de la página del blog sobre el Camino de Santiago, al referirme a las etapas de las llanuras castellanas, con etapas de 35 a 40 kilómetros absolutamente llanas, sin ningún accidente geográfico a la vista y bajo un sol abrasador.
Y así cada cual podría poner su propio ejemplo de a qué comparar la travesía del desierto. En todos ellos, las tres características esenciales son la de ser larga, monótona y penosa.

Lo que define al desierto
En unas convivencias de Pascua en 2004, que tuvimos en El Centenillo, con el Movimiento Oasis, nos dieron un pequeño papel donde se explicaba sobre el desierto lo siguiente:
“El desierto es un lugar de soledad, de vacío, de infertilidad. Un lugar donde falta lo más elemental para vivir, como es el agua, los frutos de la vegetación, la compañía de otras personas, el calor de un amigo. En el desierto falta todo.
En la historia del pueblo de Israel, encontramos que el desierto es un lugar de prueba, de tentación. En el Éxodo, caminando por el desierto los israelitas alabaron a Dios, pero también dudaron de Él (hicieron ídolos). Es un lugar donde se pone a prueba la fe en Dios; el pueblo de Israel confió en Él y les mandó el maná.
El desierto es un vacío inmenso donde no se encuentra nada, donde todo está detrás, más allá… Por eso es soledad, sin nada ni nadie.
Ese es el desierto, el que vemos en las grandes superficies de nuestra geografía.
Algunos caminan por esos desiertos buscando otra tierra, un hogar, una mano amiga que le espera en la otra orilla.
El desierto, paso a paso, tiene su encanto… y su tragedia. Seduce y angustia. Es un reto ante la vida y ante la muerte.
El desierto pues es una situación desnuda, transitoria, pero extensa, árida y oscura.
El desierto es una situación de paso y de prueba. Porque el desierto no es un lugar, es el alma sola, vacía, en aridez y sequedad. El desierto es una situación del hombre, una vivencia del corazón, un cerco que me rodea y me separa del calor y de la vida. Es tu vida cuando te sientes desgajado del grupo, separado de todos.
Desierto es soledad, frente a frente conmigo mismo, con mi realidad desnuda, sin paliativos, con la cruda realidad de mi persona en su individualidad.
Desierto es coger mi vida en peso, en su destino concreto, en su situación vital.
Mi destino aparece más vivo en el desierto. Es un lugar donde aparece más al descubierto.
Y en mi desierto, en mi soledad sola, vacío, sin hojarasca, sin apariencia, sin falsos apegos ni alicientes… en el desierto me descubro radical, único en mi ser, en mi destino.
No obstante, dentro del desierto debe haber en nosotros una rendija de esperanza, porque a pesar de que no se ve nada, no se oye nada…, en cualquier parte si queremos hay un poco.
Al desierto no debemos ir con la idea de que Dios nos tiene que hablar, de que es necesario encontrarse con Él. No debemos forzar el encuentro, sino que nuestra actitud debe ser de espera, de confianza, de poner todo en sus manos.
El desierto, en suma, es lo que define nuestro más profundo estado de intimidad, eliminadas de nuestro horizonte “todas las cosas de nuestra vida”, absolutamente todas. Es la situación absoluta de vacío, silencio y soledad. Esto como situación. Si a ello añadimos el factor tiempo que puede alcanzar dimensiones cercanas en ocasiones a un número muy significativo de años, décadas inclusive, tendremos el conjunto de factores que hacen del desierto la prueba más dura que un ser humano podría soportar a lo largo de su vida.
El factor tiempo
De todos estos factores el que más afecta a la capacidad de resistencia humana es el tiempo. Podemos atravesar malas rachas, situaciones difíciles, o incluso situaciones de auténtica parálisis, sin que ocurra nada relevante. Esto es soportable, pero lo que no lo es, es la dilatación en el tiempo de estas situaciones. Esto es como la cárcel; el problema no es estar en la cárcel (aunque no sea nada agradable siquiera pisarla y estar privado de libertad), sino estar muchos años o incluso la perpetua. Esta larga duración es la que hace insoportable la situación. Es por eso que cuando nos viene una mala racha, nos consolamos recordando aquel refrán que dice “no hay mal –ni bien-, que cien años dure”. El problema es entonces que cien años dure, es decir, no saber cuándo acabará la tortura, el vacío, el silencio, la soledad, la estasis.

Las tormentas, las fases de oscuridad, la niebla, todo es soportable si el factor tiempo es limitado, si sabemos que en algún momento acabará, pero la indefinición en el tiempo, incluso si vivimos una situación apacible, se convierte en una tortura, un aburrimiento insufrible. Es por ello que si uno lo piensa bien, el “más allá” para toda la eternidad, tanto en lo malo, el infierno, como incluso en lo bueno el Cielo, al ser humano se le antoja ilógico, y casi inaceptable. Si imaginarnos un infierno de fuego “para siempre” resulta aterrador, pero en el otro extremo, imaginarnos un Cielo “para siempre” también, tocando con el arpa cánticos inspirados de alabanza a Dios en los bellos y paradisíacos jardines celestiales, al final impresiona de sumamente aburrido. ¿Por qué? Porque el ser humano es un ser esencialmente dinámico, adorador del tiempo (ver la entrada 29.- El culto a Cronos). En el confinador vital en el que vivimos, imaginarnos cosas eternas es completamente impensable, puesto que nuestra torpe aproximación al problema es algo así como “para siempre”, es decir, cientos, miles, millones, decenas de miles de millones de años, y mucho más. En fin, una locura.
Así que en una escala nanoscópica como nuestra vida, una situación de desierto que dure por ejemplo diez años, veinte años, se nos antoja absolutamente insufrible, como para cortarse las venas.
La aventura del éxodo judío desde Egipto podía haber durado unas pocas semanas, dado que la distancia que requiere atravesar el Sinaí, no supera los quinientos kilómetros. Sin embargo, el pueblo de Israel se tiró cuarenta años dando bandazos, perdidos en un desierto cruel y hostil.
La llevaré al desierto…
Cuando uno lee la Biblia como mensaje místico y no desde la infantil literalidad, no desde la interpretación histórica, sino desde el significado profundo de su mensaje, y sobre todo, en primera persona, se descubren cosas maravillosas.
A continuación, os pongo el Capítulo 2 de Oseas, que aunque algo largo, creo que es importante fijarnos en varios versículos:
8 … «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.»
14.-… Arrasaré su viñedo y su higuera, de los que decía: «Ellos son mi salario, que me han dado mis amantes»; en matorral los convertiré, y la bestia del campo los devorará.
16 Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.
21 Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión,

Oseas 2
1 El número de los hijos de Israel será como la arena del mar, que no se mide ni se cuenta. Y en el lugar mismo donde se les decía «No-mipueblo», se les dirá: «Hijos-de-Dios-vivo.» 2 Se juntarán los hijos de Judá y los hijos de Israel en uno, se pondrán un solo jefe, y desbordarán de la tierra, porque será grande el día de Yizreel.
3 Decid a vuestros hermanos: «Mi pueblo», y a vuestras hermanas: «Compadecida».
4 ¡Pleitead con vuestra madre, pleitead, porque ella ya no es mi mujer, y yo no soy su marido! ¡Que quite de su rostro sus prostituciones y de entre sus pechos sus adulterios; 5 no sea que yo la desnude toda entera, y la deje como el día en que nació, la ponga hecha un desierto, la reduzca a tierra árida, y la haga morir de sed!
6 Ni de sus hijos me compadeceré, porque son hijos de prostitución. 7 Pues su madre se ha prostituido, se ha deshonrado la que los concibió, cuando decía: «Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas.»
8 Por eso, yo cercaré su camino con espinos, la cercaré con seto y no encontrará más sus senderos; 9 perseguirá a sus amantes y no los alcanzará, los buscará y no los hallará. Entonces dirá: «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.»
10 No había conocido ella que era yo quien le daba el trigo, el mosto y el aceite virgen, ¡la plata yo se la multiplicaba, y el oro lo empleaban en Baal!
11 Por eso volveré a tomar mi trigo a su tiempo y mi mosto a su estación, retiraré mi lana y mi lino que habían de cubrir su desnudez.
12 Y ahora descubriré su vergüenza a los ojos de sus amantes, y nadie la librará de mi mano.
13 Haré cesar todo su regocijo, sus fiestas, sus novilunios, sus sábados, y todas sus solemnidades.
14 Arrasaré su viñedo y su higuera, de los que decía: «Ellos son mi salario, que me han dado mis amantes»; en matorral los convertiré, y la bestia del campo los devorará.
15 La visitaré por los días de los Baales, cuando les quemaba incienso, cuando se adornaba con su anillo y su collar y se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí, - oráculo de Yahveh.
16 Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.
17 Allí le daré sus viñas, el valle de Akor lo haré puerta de esperanza; y ella responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. 18 Y sucederá aquel día - oráculo de Yahveh - que ella me llamará: «Marido mío», y no me llamará más: «Baal mío.»
19 Yo quitaré de su boca los nombres de los Baales, y no se mentarán más por su nombre. 20 Haré en su favor un pacto el día aquel con la bestia del campo, con el ave del cielo, con el reptil del suelo; arco, espada y guerra los quebraré lejos de esta tierra, y haré que ellos reposen en seguro.
21 Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión, 22 te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh.
23 Y sucederá aquel día que yo responderé - oráculo de Yahveh - responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra; 24 la tierra responderá al trigo, al mosto y al aceite virgen, y ellos responderán a Yizreel.
25 Yo la sembraré para mí en esta tierra, me compadeceré de «Nocompadecida », y diré a «No-mi-pueblo»: Tú «Mi pueblo», y él dirá: «¡Mi Dios!»

Este capítulo describe sintéticamente el proceso del camino de perfección, y con él, toda la mística, y cómo obra Dios en el alma, hasta transformarla en pureza.
Oseas describe al pueblo de Israel (el alma), que la hace hija suya, pero su deslealtad la lleva a adorar a los Baales, y a entregarse a la prostitución y malos hábitos. Pero incluso en sus peores momentos Dios estaba allí…
10 No había conocido ella que era yo quien le daba el trigo, el mosto y el aceite virgen, ¡la plata yo se la multiplicaba, y el oro lo empleaban en Baal!
Era Dios el que le daba el trigo y el oro que empleaba en sus vicios.
Y le genera todo tipo de dificultades… “yo cercaré su camino con espinos, la cercaré con seto y no encontrará más sus senderos”.
Es decir, Dios no tiene otra opción que chafarle los planes al alma que vive disolutamente, para hacerle entender que “lo tiene súper chungo”.
Y ahora viene eso del libre albedrío, y el alma se lo piensa mejor y dice «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.». Porque tonta no es, y se da cuenta que la ha fastidiado pero a base de bien. Le pasa lo mismo que en la parábola de hijo pródigo, que echa cuentas y se la tiene que envainar y volver a la casa de su padre.
Aquí hay una importante diferencia con el otro conocido personaje, el joven rico. En este caso al colega le iban razonablemente bien sus negocios y evaluando su coste de oportunidad, su libre albedrío le decía que estaban bien las cosas así, de modo que pasa de entrar por la senda estrecha. Es decir, Dios te llama, pero depende de ti aceptar o no.
Pero siguiendo con Oseas, tras la decisión de volver a su anterior marido, con quien le iban mejor las cosas, el asunto no va a ser fácil, y todo tiene un coste.
Haré cesar todo su regocijo, sus fiestas, sus novilunios, sus sábados, y todas sus solemnidades.
Arrasaré su viñedo y su higuera, de los que decía: «Ellos son mi salario,..
Hay que desmontar toda la fábrica construida en torno a la vida pasada. Nada de lo que tenía el alma sirve ahora. Nada de aquello en lo que ponía su interés sirve ya. Nada que pudiera suponer apegos es útil. Por tanto, antes de construir el nuevo edificio, hay que demoler el antiguo, dado que el solar es el mismo, y en él no caben las viejas construcciones y la nueva.
Es decir, “vende todo lo que tienes, toma tu cruz y sígueme”.
Como dice el Maestro Eckhart, “cuanto hay más de mí en mí, menos de Dios hay en mí” (más o menos). En conclusión, que la transformación del alma desde su estado original, recluida en el confinador de este mundo hasta el estado de perfección supone, y esto aparece en todo proceso místico hasta la saciedad, el vacío absoluto de uno mismo y de todo en lo que basa su vida, para dejar el templo vacío (no solo de las mercaderías ilegales del templo, sino también de los puestos de palomas –Juan 2,16).
Pero lo más difícil de todo este proceso no es el conjunto de adversidades que el alma ha de experimentar para ser  limpiada de todo apego material, sino el crucial hecho de “caer en la cuenta”, ser consciente de este proceso, tomar conciencia de él. Por eso no queda otro remedio que experimentar el desierto.
16 Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.
El aspecto fundamental de todo este proceso es situar al alma en un estado de silencio, vacío y soledad, de modo tal que no existan interferencias que impidan el diálogo entre Dios y el alma. Este estado es el de desierto.

En el desierto el alma se encuentra sola, desvalida, vacía, en silencio, sin apoyos externos, ni siquiera le vale sus propias fuerzas, salvo la voluntad de soportar y seguir adelante. Y tanto más intenso y prolongado es el desierto cuanto de más apegos sea necesario que se desprenda el alma hasta quedarse absolutamente desnuda, incluso, desnuda de sí misma.
En principio esto parece un sádico proceso, pero si uno lo piensa un poco, la lógica que Dios emplea en nosotros no dista mucho de la que un médico ha de utilizar para extirpar quirúrgicamente un tumor o un oncólogo aplicando la muy desagradable quimioterapia, o cualquier otra terapia que requiere grandes sacrificios y paciencia.
… Y le hablaré a su corazón
Cuando el alma se encuentra en esa situación de desierto, de silencio, vacío y soledad, está rendida, sin defensas, sin capacidad para articular palabras, ni siquiera una súplica. Todo pierde sentido, suspendida entre el cielo y la tierra, no le satisface ni encuentra gusto en nada, ni de arriba ni de abajo.
Antes, al menos sentía consuelo en sus rezos, en sus celebraciones, en los ritos y liturgias, en sus manifestaciones exotéricas, pero ahora, en el desierto, todo ese barullo, incluso el de las ceremonias y los cánticos queda atrás, para establecerse el más profundo de los silencios, el más desolador de los vacíos y la más aterradora soledad, pero sobre todo, lo que más asusta al alma es no sentir a Dios, no experimentar ese estado “de colores” que creía sentir cuando cantaba con su comunidad cánticos de alabanza en las coloristas celebraciones. Se acuerda en cierto modo de las ollas de cebollas de Egipto, entendiendo por las “ollas de cebolla” tanto las diversiones mundanas como las religiosas. Aquello era divertido, se sentía “de colores”. Pero Dios parece castigarle con la eliminación de todo aquello.
13.- Haré cesar todo su regocijo, sus fiestas, sus novilunios, sus sábados, y todas sus solemnidades.
Incluso, participar de aquellas celebraciones le produce hastío y desconsuelo, porque por no sentir ni siquiera siente a Dios dentro de sí, hasta exclamar el desgarrador grito de San Juan de la Cruz.

A dónde te escondiste
Amado y me dejaste con gemido
Como el ciervo huiste
Dejándome herido
Salí tras ti clamando y eras ido.
Es en esta situación de total y absoluta derrota de uno mismo cuando se dan las condiciones adecuadas para que Dios pueda hablarle al alma al corazón. Cuando todos los intentos de gritar han fracasado, cuando todas las súplicas parece que han sido inútiles, cuando el alma queda en silencio, allí en lo escondido, es entonces cuando todo su ser está capacitado para escuchar lo que Dios tiene que decirle. Antes no, pues las interferencias internas y externas generan un ruido de fondo tan atronador, que resulta imposible escuchar el mensaje de Dios al corazón.

Parábola de las campanas del templo sumergido

Chris había oído hablar en muchas ocasiones a su maestro del misterio del Templo de las Mil Campanas. Hace mucho, mucho tiempo, en las islas orientales, un hermoso templo budista alegraba a sus vecinos con el hermoso sonido de mil campanas. Con el paso de los años, el océano terminó por engullir en sus aguas ese hermoso lugar. Cuentan que, desde lo profundo del mar, las campanas del Templo siguen tañendo todos los días. Para poder ser testigos de tal espectáculo, el silencio tenía que reinar en el corazón.
Ahí estaba ella, de pie en la playa, lejos de su hogar. Había sido una dura decisión; pedir días en su trabajo, renunciar a sus ahorros, despedirse de sus seres queridos… Ahora, después de un viaje cansado, había llegado a su destino. Su corazón latía con fuerza; ¡había soñado tantas veces con este momento! Era el atardecer y el aire se había echado… Se sentó para escuchar con atención… pero sólo oyó olas. Ninguna campana, sólo el ruido del mar. “Será el cansancio del viaje”, pensó. Después de dormir todo lo que su cuerpo le pidió, desayunar con ganas, situarse en el precioso pueblo pescador, hablar con los ancianos del lugar para cerciorarse de que era la playa justa para escuchar las campanas… se sentó de nuevo en la orilla. Fijó su atención y estuvo durante mucho tiempo escuchando olas, gaviotas, viento, algún que otro niño… pero ninguna campana. Intentó, como había aprendido en su escuela de yoga, traspasar los ruidos para hacer silencio, pero estuvo ese día más de siete horas escuchando el ruido del mar. Cansada se fue a su pensión. Un par de ancianos la miraron sonrientes al verla volver con cara triste. Y así transcurrió toda una semana, un día tras otro, sin dejar de estar todo el tiempo que pudo en la playa. ¡Todo en vano! No  escuchó ninguna campana. Estaba agotada y muy triste. Había fracasado. No pudo cumplir su sueño. Primero pensó que era una pretenciosa occidental, que piensa que sabe hacerlo todo muy bien, pero que no es capaz de albergar ningún silencio en su corazón. Acabó por sentir que su maestro la había engañado y que no había ningún templo sumergido. Llegó el último día. Quiso despedirse del pueblo y de la playa.

Saludó amable a las personas que encontró en su camino, disfrutó por primera vez de la hermosura humilde de unas casas de tablones pintados de colores, comprobó que la selva casi se metía en las casas y que desde las calles se veían hermosos pájaros tropicales. Llegó a la playa, la misma playa de siempre y se sentó mirando el mar, queriendo mirar más hondo de lo que veía. Al poco rato se echó en la arena y vio un hermoso cielo azul. Las aves volaban con soltura casi sin mover las alas. Sintió la frescura de la brisa y el calor del sol que acariciaba su piel. Para disfrutar más del momento, cerró los ojos…
Se dejó llevar por primera vez del rumor pausado de las olas y estuvo escuchándolo sin la menor resistencia. Se sentía como suspendida en el mar, pero un mar de arena, viento y olas… No sabe cuánto tiempo pasó, pero, de pronto, escuchó una campana… ¡Sí, desde el fondo del mar! Y luego una esquila más aguda… y dos campanas grandotas y graves… y otra, y otra… Sin abrir los ojos pudo escuchar ese concierto armónico de mil campanas… Y su corazón se llenó de luz y alegría.
Cuando dejamos de exigir con preguntas, llegan las respuestas.
Cuando el deseo se duerme, despierta la realidad.
Ese es el efecto del desierto en el alma, conseguir su rendición total y absoluta a la acción de Dios. Pero so sólo es posible cuando al alma no le queda ni un solo Julio de energía, cuando el “yo” termina totalmente agotado y ya no puede más por sí mismo.
El objetivo de todo este proceso, el para qué de este calvario de silencio, vacío y soledad, no es otro que el duro aprendizaje del alma en cómo permitir su relación con Dios. Y esa relación íntima y rendida a Dios es lo que se denomina “oración”.
Los trabajos del hortelano.
En la entrada “65.- Los trabajos del hortelano”, hago referencia a cómo describe Santa Teresa las fases de la oración, desde la etapa de la oración verbal, pasando por la mental para terminar por la oración contemplativa. Las primeras fases son de fábrica humana, peticiones, súplicas, oraciones estereotipadas, litúrgicas, colectivas, con mucho artificio y mucho esfuerzo personal. Es como el hortelano que para traer agua al huerto tiene que cavar un pozo y sacar de él agua con polea, o bien desde el arroyo montar un conducto de arcaduces para verter el agua en las plantaciones, o montar el riego tendido, hasta que al final dice Dios, para, que el agua te la proporciono yo con la suave lluvia, y el huerto recibe el agua necesaria sin que el hortelano tenga que trabajar.

Y es que todo el proceso de desierto consiste de cómo hacer ver al alma que ella no tiene por qué hacer nada salvo “hágase en mí según tu palabra”. Lo demás corre de cuenta de Él.
«Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.»
Esto es lo único que Dios pedía del alma, que se dé cuenta de que con Él estaba mejor que ahora.

Conclusión
El desierto, una vez el alma se da cuenta de qué va el asunto, no es un estado tan desolador. Es más, al final se convierte en tu propia casa, donde pasas la mayor parte de tu vida. En él, y con el paso del tiempo te acostumbras a sus inclemencias y rigores, como los beduinos se han adaptado al desierto del Sahara. Uno se hace a ello, y renunciando a los “contentos” afectivos que te proporcionan las criaturas, como dice Santa Teresa, disfrutas mucho más de esa “extraña paz”, ese gozo, que finalmente experimentas en el silencio, en el vacío y en la aparente soledad. Casi que te resulta extraño esos regalos de Dios que de vez en cuando te ofrece, esas “consolaciones”, que el alma sedienta recibe con regocijo cuando alguien le ofrece un vaso de agua.
Y no hay más que decir, porque podría seguir escribiendo páginas y páginas de qué se experimenta en esta noche oscura, en este vacío profundo, en este desierto del alma, pero todo lo que pudiera seguir escribiendo supone tan sólo un infinitésimo de lo que el alma experimenta si es capaz de decir “sí, hágase tu voluntad”, y está dispuesta a renunciar tanto a las mundanas como a las religiosas “ollas de Egipto”.
*

No hay comentarios:

Publicar un comentario