Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

domingo, 18 de agosto de 2013

176.- Oasis





27 La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.  Jn 14,27

El oasis es un lugar de paz y con agua y alimento que, situado en medio del desierto, permite al viajero descansar y reponer fuerzas para seguir adelante. No es el final del camino, sino un avituallamiento temporal necesario para poder continuar, pero un espejismo si pretendemos quedarnos en él.
En el camino espiritual, el oasis no es sino un símil de esos cortos episodios en los que la Divina Providencia permite nos tomemos un leve descanso para reponer esas fuerzas necesarias. El en otro extremo, en el símil marinero que también hemos utilizado, esta situación de lugar de descanso y frondosidad en medio del desierto, lo constituye esas etapas donde el viento favorable empuja nuestra nave en empopada, lo que nos permite descansar del cansado esfuerzo de tener que ceñir continuamente al viento.
Pero no son en cualquier caso más que ejemplos, símiles para poder torpemente imaginarnos esos momentos de gozo y consolación con los que Dios le regala al alma para reponer fuerzas.
La subida al Monte Carmelo
Si bien el desierto, las tempestades, la oscuridad y demás avatares son lo normal en la vida de los seres humanos, a veces uno se encuentra con momentos de paz.
La respuesta del común de las gentes ante estas pruebas a las que Dios nos somete a todos, primero de todo es no entender de qué va el asunto, tanto más cuanto que la propaganda religiosa te induce a pensar que Dios nos quiere felices, y si no lo somos es por nuestra culpa, nuestros pecados, lo que nos obliga a pasar por el confesionario con bastante frecuencia, porque, como mencioné en entradas anteriores, todo consiste hacer buenas obras y frecuentar los sacramentos (Eucaristía y confesión) para estar en Gracia de Dios. Así que una persona en Gracia de Dios tiene que ser sí o sí una persona feliz y “de colores”; una persona en pecado, es una persona apesadumbrada, amargada e infeliz, dado que tiene que soportar el peso de sus grandísimas culpas en su conciencia. Pero para eso está el cura, para deshacer el entuerto.
Asociar el estado de ánimo con estar en Gracia o en pecado es algo que muy a pesar de ser una verdad doctrinal, te lo tienes que quitar de la cabeza, dado que te hace relacionar el sufrimiento con el pecado, o como forma de purgar nuestros pecados, a imagen y semejanza de Jesucristo Nuestro Señor.
“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional” dice Buda.
No cabe la menor duda que toda nuestra vida constituye un proceso de maduración espiritual que se puede recorrer de dos formas, consciente o inconscientemente.
Si se recorre de una forma inconsciente, como se dice habitualmente, la vida nos da bofetadas hasta en el carné de identidad, no entendemos nada, y respondemos de un modo directo “estímulo respuesta”, dolor-búsqueda de analgesia como sea y de la forma que sea. La teoría pecado-gracia divina es una forma bastante simple de aliviar las conciencias de las gentes y evitar que piensen en algo que no sea lo que les dice el cura. El sufrimiento dicen ellos, es consustancial a la vida, y así purgamos nuestras atrocidades, y por otra parte, como la Iglesia católica proclama que sólo los curas tienen autoridad para entender de estas cosas, nosotros, pobres discípulos, no nos queda otra que padecer sin entender nada. Si no hay sufrimiento, no hay premio.
Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente: los seglares sólo pueden ser discípulos, dice Escrivá. Lo que nos anula la capacidad y derecho a poder pensar.
La otra alternativa es recorrer este proceso conscientemente. Entonces y sólo entonces, uno se da cuenta de que primero, este proceso es universal y bajo ningún concepto exclusivo de una religión específica, segundo, que el tema no va de purgar nuestras grandísimas culpas, sino de “evolución” hacia estados más avanzados de la propia consciencia y tercero que está estrechamente ligado a una visión holística de la existencia, donde todo está relacionado con todo, donde nuestras individualidades son un mero espejismo promocionado incluso por las propias doctrinas religiosas a las que una visión no dual va en contra de sus intereses como organización.
Estas tres condiciones, proceso universal, la evolución del espíritu y la íntima interconexión de todos con todos suponen la transformación del entendimiento en fe, de la memoria en esperanza y de la voluntad en amor.
En la medida en que nuestra alma va respondiendo de esta manera y permite ser transformada de esta forma, es en la medida en que a los largos periodos de aridez y de desierto, se van intercalando momentos cada vez más prolongados de consuelo, gozo y paz.
Como referencia indiscutible sobre el desarrollo de este proceso de evolución espiritual tenemos dos obras absolutas, las Moradas de Santa Teresa, que podéis consultar en la página “Las moradas del Castillo interior”, y la Subida al Monte Carmelo y Noche Oscura de San Juan de la Cruz, que también podéis consultar un resumen extenso en la página “Noche oscura”.
Para lo que quisiera exponer ahora, S. Juan de la Cruz en el libro “La subida” (con sus tres partes) se centra en el dominio de los apetitos. Habla de sus efectos deletéreos en el alma, y de cómo es absolutamente imprescindible lograr dominarlos. Que traducido al lenguaje actual, diría que es básicamente el proceso de purificación del alma, el desprendimiento de apetitos y de apegos, y el cambio del centro de gravedad de nuestra vida desde el “yo” al “nosotros”, siendo nosotros literalmente toda la Humanidad y en general todo lo creado.
La situación del alma cuando decide decir “sí” a la llamada es lamentable. Es como la pinta que traería el hijo pródigo cuando regresó de aquel país, de aquella manera, maloliente, con harapos, sucio y lleno de llagas; y con unos vicios adquiridos que le imposibilitaban poder vestirse con el traje de fiesta. Así que el padre, tras los abrazos y los besos, le haría ver que debía someterse a una limpieza integra de todo su cuerpo, hasta que no quedara una mota de suciedad, porque una novia o un novio, no se puede poner el traje de la boda con su amado/a si está sucio y hediondo.
Y el proceso de limpieza es doloroso. Primero tiene que decidir quitarse él mismo los harapos que lleva puesto, hasta quedarse desnudo del todo. Pero luego, su cuerpo desnudo está tan sucio que precisa que los mayordomos y sirvientes del padre le restrieguen bien con cepillos de cerdas para quitarle toda la porquería. Por último, el propio padre se encargará de curarles las heridas y pústulas que cubren su cuerpo, con alcohol y desinfectante, lo que escuece bastante y duele. Esto responde a lo explicado en las anteriores entradas en relación a las experiencias de vacío, silencio y soledad.
Este es el efecto de nuestras humanas debilidades como especie biológica en la que emerge la consciencia), y de cómo afea el alma hasta el extremo de dejarla irreconocible.
San Juan repasa todo lo relativo a los apetitos y aprehensiones del alma, como esa suciedad que impiden acceder al banquete. Es absolutamente necesario desnudarse de todos los apetitos, quitarse los harapos. Y este es un esfuerzo personal. Es la noche activa de los sentidos. Y de todo esto trata la Subida en su libro primero.
En los libros segundo y tercero de la Subida San Juan acomete la purgación o purificación de algo mucho más íntimo si cabe a nosotros, que son las potencias: el entendimiento, la memoria y la voluntad. Es la noche oscura de las potencias, esto es, de nuestros talentos, de las capacidades que Dios nos ha dado y que tenemos que negociar con ellas para sacarle rentabilidad y poder ofrecerle beneficios.
Todas las habilidades y recursos de que dispone el ser humano, tanto sirven para hacer el bien, como para hacer el mal. Con el entendimiento podemos levantar una gran empresa que permita mejorar las condiciones de vida de nuestra comunidad, con obras de ingeniería maravillosas, o con implantaciones de sistemas de financiación que hagan llegar la prosperidad a una ciudad o un país, o componer una obra de arte, pintura, música, poesía; o podemos usar ese mismo entendimiento para el enriquecimiento personal, o para atacar militarmente a una población indefensa, o componer y realizar pornografía por poner un ejemplo de creaciones deleznables. Con la memoria, podemos recordar e imaginar los acontecimientos con el fin de mejorar, de concebir otro mundo posible, de perdonar, de amar, o podemos albergar el rencor, el resentimiento y el deseo de venganza y de codiciar lo que no nos corresponde. Y con la voluntad podemos hacer realidad con nuestro esfuerzo tanto lo imaginado y pensado como bueno, como lo imaginado y concebido como malo.
Es por ello que, nuestras potencias, que por sí mismas no son ni buenas ni malas, dependiendo de la intencionalidad, adquieren una moralidad positiva o negativa. El alma que da el paso hacia la cumbre del Monte Carmelo, ha de someter sus potencias a un proceso de transformación total, de modo que sean transformadas en absoluta virtud.
Virtud es una palabra que deriva del latín “vir”, hombre, de donde viene también viril y virilidad, y que expresa los dones  atributos de los hombres libres y poderosos, frente al “homo”, referido al siervo y esclavo. Con el paso de los siglos, se ha ido consolidando como referencia a las cualidades del ser humano.
Pues bien, San Juan de la Cruz despliega en el segundo y tercer libro el proceso de transformación de las tres potencias del alma en su correspondiente virtud. Así transforma el entendimiento en fe, la memoria en esperanza y la voluntad en amor.
El proceso de transformación del entendimiento en fe pasa por aceptar el tránsito entre la luz aparente de la inteligencia, a la oscuridad de la fe, a la nube del no saber. Esto supone una renuncia capital al uso del atributo más importante del ser humano como especie inteligente, que es su capacidad de razonar, a cambio de un progresivo sometimiento a la fe en Alguien que aceptamos nos guíe por cañadas oscuras. En este proceso, el alma pasa de la noche, donde aún se puede ver algo con las pupilas totalmente midriáticas, a la oscuridad, donde es imposible ver absolutamente nada. Y aún así caminar confiando en la mano invisible de nuestro guía.
El proceso de transformación de la memoria en esperanza supone pasar de recordar lo pasado, como lastre en cuanto recuerdos tóxicos y negativos, llenos de juicios y de rencor, o imaginar el futuro como proyección de deseos también negativos, o sentidos como positivos, pero llenos de imperfecciones, en pura esperanza, que es una proyección de la fe en el futuro. Bástele a cada día su afán y confiar en que el Espíritu de Dios nos conducirá por cañadas oscuras hacia verdes praderas y fuentes de agua cristalina.
El proceso de transformación de la voluntad en amor es el paso total de nuestro reino al Reino de los Cielos, de tratar de que se haga nuestra voluntad a dejar que se cumpla Su voluntad. Es materializar la sublime declaración “fiat voluntas tua”. Pero este proceso sigue basándose en el desapego a todo lo nuestro, a los bienes sensibles, a los gozos, a los bienes espirituales y sobrenaturales; en suma, consiste en despegarnos de todo lo que supone adhesión a cualquier cosa que no sea Dios.
Destellos de Verdad
Básicamente estos son los tres ejes de la transformación del ser humano. A medida que el alma se deja someter a él, es en la medida en que poco a poco comienzan a suceder destellos de Verdad. Es decir, momentos en los que la impenetrable oscuridad y niebla de la nube del desconocer, del no saber, parece como si se desvaneciera e intuyes a ver un rayo de una descomunal luz que te muestra un contenido tan increíble, que no aciertas a asimilar. Santa Teresa refiere en el capítulo cuarto de las moradas sextas este destello de Verdad comparándolo a lo que le sucedió cuando fue invitada por la duquesa de Alba a su palacio. Al entrar en una de las cámaras del palacio que contenía un número absolutamente espectacular de joyas y de objetos recubiertos de oro y piedras preciosas, el impacto visual que recibió fue tal, que luego no acertó a describir qué había visto, salvo que su contenido en artículos de un lujo asiático era cualquier cifra imaginable o superior.
Básicamente sucede de esta forma cuando Dios tiene a bien mostrarte un infinitésimo de sí. Te quedas anonadado, o simplemente sin saber qué decir, salvo la absoluta convicción de que has tocado con las yemas de tus dedos “la Verdad”.
En mi experiencia personal no he experimentado nunca ninguno de esos arrebatos ni nada que se salga de una vida rigurosamente normal, pero lo que sí he experimentado es esa convicción de saber que soy dirigido camino de la Verdad.
En la entrada 165 traté el tema de la verdad, siendo la mentira uno de los más importantes problemas al que nos enfrentamos los seres humanos.
La Iglesia católica proclama que el último enemigo que será vencido será la muerte, tras el apocalipsis, pero yo creo que en realidad el gran enemigo del ser humano no es la muerte, ya que no existe como tal, excluyendo el circunstancial fenómeno de la muerte física del cuerpo que realmente a efectos existenciales no deja de ser un simple tránsito de estado, un éxitus o salida. El verdadero enemigo del ser humano, del alma es la mentira.
La falsedad, la mentira ha convertido este mundo en un estercolero, en el auténtico infierno. Y la mentira es la madre de la ignorancia, la mayor lacra de los pueblos de la Tierra, la causa del subdesarrollo y de la pobreza.
Si nos damos cuenta, pasamos nuestras vidas, como referí en la entrada 165, permanentemente bajo la fundada sospecha de que nos están mintiendo; no tenemos casi en nadie en quien confiar. El binomio confianza – escucha, que es el que hace posible el diálogo entre seres humanos, empezando por la pareja hombre-mujer, padres-hijos, amigos, compañeros y demás personas con las que convivimos, para terminar con las autoridades políticas y religiosas, es imprescindible. Si este binomio se rompe porque no te sientes escuchado y por ello no puedes confiar, el recelo se instaura y todo sucede bajo la sospecha de la duda que imaginas oculta la perversa intención de que te hagan daño.
Así no es posible la vida.
De este modo, cuando en tu evolución espiritual, tras una larga travesía en el desierto de tu vida, tras la penosa escalada del Monte Carmelo, atisbas el primer rayo de luz, aunque sea muy fugaz, esto te da una fuerza increíble para seguir adelante; pero sobre todo te enseña a discriminar a los escribas, fariseos y sumos sacerdotes de los auténticos Santos de Dios.
Y te das cuenta de que la fe ya no es un conjunto de normativa doctrinal que te obliga a creer con el entendimiento como ciertas una infinidad de dogmas y articulado canónigo, sino la simple confianza en Aquel que te va sacando poco a poco de la incertidumbre.
Te das cuenta de que la esperanza no consiste en la memoria necesaria para esa memorización retahílica de todas esas cosas, que por incomprensibles son intelectualmente casi inaceptables, sino que de la mano de la fe – confianza, te aporta la paz de espíritu necesaria para que el desasosiego de la mentira que te rodea por todas partes empiece a dejar de hacer mella en tu corazón.
Y por último y no menos importante, tu voluntad, trasformada en amor genera la mayor de las metamorfosis imaginables. Tus proyectos de vida quedan sin validez, sin utilidad, de modo el mañana es el ahora y lo que disponga la Divina Providencia.

Todo lo creado
Esto lo estoy experimentando yo en esta etapa de mi vida, que a poco más de tres años de pasar a la situación de reserva (una especie de prejubilación tres años antes de cumplir la edad de 65 años), considero que todos mis planes en este mundo o bien han sido realizados, y los que no, tampoco los considero demasiado importantes (no debió ser), de modo que no sé que sucederá mañana, ni tampoco me importa lo más mínimo. Lo que sea, será. Pero aún hay algo mucho más importante, que es la toma de conciencia de hasta qué punto yo formo parte de un Todo indivisible, donde todos formamos parte de la misma esencia, de la misma divina entidad. Donde todos estamos tan íntimamente interconexionados que nada de lo que cada uno de nosotros hacemos es baladí, insustancial o intrascendente. Es el tránsito desde la individualidad de  “yo”, un ego separado del resto de las criaturas, a un “yo” absolutamente integrado de una entidad superior que es literalmente el Todo y todo lo creado.
Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, mas no todos los miembros tienen un mismo oficio, [5] así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo, siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros. Romanos 12, 4-5
Esta exposición del Cuerpo Místico es ciertamente de una clarividencia nunca antes manifestada; supone la toma de conciencia de que todas las criaturas están relacionadas entre sí, y todas juntas, integradas, conectadas, constituyen una sola entidad, una sola esencia en torno a la Divina Realidad, encarnada en la figura de Jesús. La Creación es un todo en el Todo que constituye la divina realidad. Es una conexión cósmica total y absoluta.
Luego la Iglesia le puso cotos a esta divina intuición de San Pablo para reducirla a tan sólo los bautizados, dejando fuera al conjunto de la Creación y de la humanidad. Esta es una interpretación tan miope como interesada.
Pero cuando recibes esos destellos de Verdad, que son inefables, te das cuenta de hasta qué puntos estamos afectados por una miopía de tal calibre, que lo único que hacemos es elaborar modelos de realidad en base a nuestros intereses particulares.
Nada de esto tiene ya importancia, una vez descubres la Verdad que hay detrás de esa oscuridad. Porque la Verdad no se basa en un modelo forjado por la mente, sino que es la Realidad misma. Es una Verdad que no puedes alcanzar a comprender, ni falta que hace, pues sólo has de saber que está ahí y que te será dada a conocer según la Divina Providencia lo crea conveniente; pero ya está, sabes que está ahí y esa realidad ya nadie, ni el mismísimo sumo pontífice te puede convencer de lo contrario.
Sin embargo, esta convicción profunda no te convierte en un talibán ultra fundamentalista ni en un legionario de Cristo, ni en un “Neocate” avanzado, sino todo lo contrario. Te abre el corazón a las infinitas manifestaciones de la Realidad y de la Verdad que jamás pueden pretenderse sean encorsetadas en los ridículos confines del ideario mental ni doctrinal de una religión ni de un movimiento religioso; ni siquiera de un sistema filosófico. Y esto va necesariamente asociado a la propia humildad y a la tolerancia con los demás. No tienes que convencer a nadie de lo que has experimentado; la Verdad se manifiesta como quiere y en quien quiere, así que tú no eres el que tiene que imponer ningún criterio, porque el único criterio válido no es el de los discursos, sino el del comportamiento. Por sus obras les reconoceréis. Y lamentablemente, “hay mucho hijo de puta de comunión diaria”, lo que reduce a cero absoluto el valor de sus discursos y de sus creencias.
Contemplación
Así que alejado del barullo mental que constituyen todos estos modelos de realidad tanto del mundo presente como del espiritual, el espíritu empieza a quedar cada vez más en un estado de silencio y quietud, donde sólo tiene relevancia una actitud, “la contemplación”, y un comportamiento, “el amor”..
En la página de este blog sobre la Contemplación hago referencia a un libro genial de la Doctora Consuelo Martín, “El arte de la contemplación”, que explica soberbiamente este estado del alma.

La contemplación es un estado del ser, ni fácil, ni difícil de alcanzar.
Es simplemente sencillo, si se sabe cuál es su fundamento.
Consiste en atravesar la barrera del silencio y escuchar.
Contemplar es vivir el presente eterno, vivir el momento que nos ha sido dado, bastándole cada día su afán1, aceptando humildemente la gracia de disponer del pan de cada día.
Contemplar es no estar encadenado ni a experiencias del pasado, ni a proyectos de futuro.
Contemplar es simplemente ver sin emitir juicios, ni razonamientos, ni elaborar modelos mentales para tratar de comprender.
Contemplar es observar sin emitir criterios de realidad.
Contemplar es ver sin influir en lo observado, sin elaborar fantasías.
Contemplar supone amar lo que es.
Contemplar supone renunciar al uso del pensamiento para acceder a Aquel que da soporte a nuestra existencia.
Como Moisés sacó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y le condujo por el desierto, también nuestro pensamiento tiene que dar el primer paso y ser consciente de sacarnos de la vida cotidiana, conducirnos por el desierto.
Pero ha de saber que con él no podemos entrar en la Tierra prometida, en el centro de nosotros mismos, donde Dios habita, por nosotros mismos.
Existe una Puerta que no podemos abrir nosotros.
Más allá de esa Puerta, está el Océano de Dios.
Ver esta realidad ante la vida es simplemente sobrecogedor, te deja sin habla. Sólo aciertas a ver “cómo caen las hojas de los árboles” sin juzgar, sin tratar de comprender con la mente, que se ha convertido a estas alturas en un insoportable estorbo.
Entras de lleno en “otra lógica”, por llamarla de alguna manera, para lograr afrontar la vida. Pero es desde la contemplación que se te da la capacidad de comprender lo que no cabe en cabeza humana, que ya no eres tú, sino que formas una unidad con el Todo. Las denominaciones de panteísmo, sincretismos y demás “ismos” son sólo conceptos, elaborados mentales que los eminentes “… ologos” diseñan para envasar al vacío o encapsular en un frasco todo el Océano. Pero todas esas disquisiciones ya dejan de tener la más mínima importancia.
De modo que abres los ojos y vuelves a contemplar la vida desde la Verdad. Y lo que menos experimentas es esa sensación de poderío que se siente cuando te ves cargadito de razón frente a los demás necios que no saben de qué están hablando. Primero, tú no tienes ningún mérito en esto, no es logro tuyo, te ha sido otorgado un muy leve fogonazo de luz que, además de dejarte flasheado y cegado (como decía Sta. Teresa en el ejemplo de la duquesa de alba), de modo que no sabrías describir lo que se te ha mostrado, sólo ter permite tomar conciencia de que algo marvilloso has experimentado, dejándote los labios balbucienco con la mandíbula batiente.
En realidad saber, saber, no sabes nada. Pero sí sabes que has experimentado la Verdad, y lo más importante, cómo puedes contribuir a que la Verdad se sepa, cómo puedes ser testigo de la Verdad, que no consiste en elaborar ningún ideario, ninguna doctrina, ninguna norma, ninguna técnica de relajación. Simplemente consiste en ser consciente de que formas una inseparable unidad con todo lo creado, lo que expresarás, como he referido, con dos actitudes, la contemplativa como forma de ver la realidad humana y trascendente, y el amor o la actitud ante la vida de los bienaventurados.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.  
Estas actitudes, tanto la contemplativa como simple oración y la vivencia de las bienaventuranzas como actitud de amor ante la vida, pone en evidencia hasta qué punto has dejado de ser alguien individual, para fusionarte con la Unidad en Dios y por ello, nada de lo que sucede a tu alrededor te es ajeno.
En todo esto ya no dependes ni de tu entendimiento, ni de tu memoria ni de tu voluntad. Todo queda, o comienza a quedar anulado para ser transformado en auténtica fe, auténtica esperanza y autentico amor.
El final de la búsqueda
En la entrada 37 hago referencia a este término, “el final de la búsqueda”, en relación a una convivencia que tuvimos mi esposa y yo con Consuelo Martín en el Monasterio de San Juan de la Cruz en Segovia.
Al referirme a esta situación en la que crees que has encontrado lo que buscabas, esto es un craso error, porque en este negocio nadie es capaz de intuir qué está buscando, porque cualquier cosa que imagine que busca es un elaborado de la mente, y por tanto rigurosamente falso. No eres tú el que determina que has encontrado lo que buscabas, porque simplemente jamás has tenido ni idea de lo que estabas buscando, sino que se te es otorgado el don de tomar conciencia de que simplemente “no hay nada más allá”, porque lo que experimentas es el Todo. Y el Todo excluye la nada, que la constituyen todas las cosas de tu propia vida hasta entonces. Razón por la cual en tu travesía por el desierto te has visto obligado a soltar todo el lastre con el que ibas tirando, si querías llegar con vida al puerto de destino.
Oasis
El oasis en el que Dios te introduce es simplemente un leve rayo de luz, un tan fugaz como súbito resplandor de luz que te muestra dónde está la Verdad.
Santa Teresa refiere que el alma recibe progresivamente ligeros episodios de consuelo y de gozo.
Es un estado este en el que no experimentas en esencia sentimientos exuberantes, ni grandes emociones, salvo el asombro de verte ante la inmensidad del Océano de Dios. Pero es una sensación que Teresa describe como de “dulce dolor y triste alegría”. Esta ambivalencia expresada en tan singular oxímoron, del que yo personalmente puedo dar fe, no está originada por otra cosa que por la alegría de contemplar la Verdad, y la tristeza de saberte aún en este mundo, enredado en los trajines de la vida cotidiana. Sientes ese deseo de “construir tres tiendas” y quedarte por lo bien que se está. Es el “muero porque no muero”.
Porque experimentar el oasis es simplemente un leve  episodio de intimidad con Dios, no necesariamente acompañado de experiencias sobrenaturales como describen los místicos, sino simplemente la extraña paz que se experimenta al sentir en la piel de tu alma la brisa de Dios, suave, silenciosa, refrescante.
Y punto. Nada más hay que decir, salvo que estas experiencias te dejan absolutamente consolado y fortalecido para seguir por el desierto de la vida. Porque llegar, lo que se dice llegar, no has llegado. La vida sigue, hay que seguir que pagando impuestos, soportar las manías del jefe y trayendo el pan a casa.
La vida diaria no cambia en absoluto, tendrás incidentes, accidentes, alegrías y penas, salud y enfermedad, dolor y alegrías. Todo igual.
Pero cambia algo trascendental. Has aprendido una cosa, que ya no eres el tú que creías ser, para quedar transformado en “otra cosa”, en un elemento esencial del Todo, conectado, relacionado con todo, lo que te insta a que en ti convivan Marta y María. Marta es la que se ocupa de las responsabilidades de esta vida consciente de esa estrecha interrelación que se traduce en que “nada sucede, ni se mueve una sola hoja de un árbol, sin que lo permita vuestro Padre Celestial”, y por tanto todo sucede tal y como ha de ser. Encontrarle significado no determinista ni de predestinación, es algo extremadamente difícil de comprender para la mente, pero que el espíritu vacío de sí entiende perfectamente.
Y por otra parte está María, la que contempla al Maestro, la que se extasía ante su Palabra, la que empieza a ser capaz de ver más allá en las profundidades del misterio oceánico de Dios.
Esta transformación de las potencias, entendimiento, memoria y voluntad en fe, esperanza y amor significadas en las actitudes de Marta y de María es una forma de cómo el propio cerebro deja de ser generador de la consciencia, para ser su receptor. Así la actitud de Marta se afinca en el hemisferio derecho y la de María en el izquierdo. El que antes era sede de lo racional es ahora receptor de la fe de Marta. El que antes era la sede de la intuición se convierte ahora en receptor de la contemplación de María.
Pero la vida sigue. Habrá más momentos de oasis intercalados con desierto. Nada es definitivo hasta el tránsito final. Y seguirá habiendo lucha entre yo y yo, de yo conmigo mismo, dado que mis orígenes naturales se resistirán abandonarme mientras yo siga aquí. Algunos asocian esto al pecado.
Pero es totalmente lógico.
*

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