TERCERA PARTE
III. Fíat voluntas tua
34. Lo
atemporal
35. De
lo exterior a lo interior
36. Váyase
de nosotros nuestro reino
37. Mateo
seis
38. Las
añadiduras
39. Silencio
40. Los
grados de la vida mística
41. La
voz silenciosa de Dios
42. Nada
sucede por azar
43. Marta
y María
44. Dichosos los que sufren
45. Todos somos Uno
46. Salí
sin ser notada
47. La
Ley y los profetas
48. De
lo ritual a lo sacramental
49. De lo sacramental a lo espiritual
50. Con
los ojos de un niño
51. El
poder de hacer milagros
52. Bajo
el poder de Poncio Pilatos
53. ¿Por qué me has abandonado?
54. La
lógica de Dios
55. El
silencio y la soledad de María
56. Todo está cumplido
57. En tus manos, Señor, encomiendo mi
espíritu
58. Dejar caer el manto
59. La
tercera y última parte del Camino
60. Sendas
de Vida Interior
Conclusión:
todos los santos de Dios
Epílogo
Notas y referencias
bibliográficas
TERCERA PARTE
III. Fíat voluntas tua
38 Dijo María: «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.
Lc 1, 38
Este pasaje de la anunciación refleja la
respuesta a la llamada, al “Fíat Lux”.
Literalmente supone el comienzo de la gran
odisea de la Redención, con la encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de
María. Pero también en tus propias entrañas.
Para eso, para que la Redención pueda ser una
realidad en ti, has de ser virgen y mujer. Virgen significa estar vacío de toda
imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no eras, y mujer significa que
puedes concebir y fructificar. “Una
mujer, llamada Marta, le recibió en su casa” (Lc 10,38). Eckhart toma el
pasaje de Marta y María en una versión en latín donde Marta es referida como
“mujer y virgen”. Y el hecho es que lo acoge en su casa, como virgen y como
mujer[i].
1. Lo atemporal
Los humanos, todos nosotros, incondicionales
idólatras del dios del tiempo, Cronos (Saturno para los romanos), interpretamos
estos pasajes, y en general, todo el proceso de la Redención, en clave
temporal, como no podía ser de otra forma en seres sujetos al tiempo, a la Historia.
La anunciación, la encarnación, el nacimiento de Jesús, su vida, su palabra, su
pasión y su resurrección, fueron acontecimientos que sucedieron, que pasaron,
que ya han sido, y de lo que queda el recuerdo vivo en nuestros corazones, que
tratamos de mantener presentes a través de las ceremonias religiosas, para que
no se nos olvide, en un calendario litúrgico que comienza todos los años allá a
finales de noviembre con el adviento, termina con Cristo Rey, y repasa
“aquellos sucesos” que cambiaron la Historia de la Humanidad para siempre.
Gracias a aquellos sucesos, nosotros ahora nos
beneficiamos de estar redimidos, nos contaron en la catequesis. ¡Qué bien! Los
bautizados le diríamos a los que no lo están o no quieren estarlo, aquella
cantinela que entonábamos de pequeños para fastidiar al compañero de clase: “chincha
rabiña”…
“Magia potagia”, que dirían algunos, aunque
“ma non tanto”, si tenemos en cuenta que a poco que te despistes en el pecar,
la redención de poco te sirve si te pilla la muerte con el paso cambiado.
Bromas aparte, que con esto no se juega, casi
nadie cae en la cuenta de que en la vida espiritual, el tiempo no existe, es simplemente “Presente”. Dios no es el que
fue o el que será; es “el que Es”, ahora y siempre. Pero siempre no es mañana,
ni el mañana ni el pasado existen. Sólo existe el ahora.
14 Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy.» Y
añadió: «Así dirás a los israelitas: “Yo soy” me ha enviado a vosotros.»
Ex. 3, 14
Así que “el que Es” ahora, no le dijo a María
(que también), voy a encarnarme en ti, sino que nos lo dice a cada uno de
nosotros que, escuchando la llamada y siendo consciente de ella “Fíat Lux”,
aceptamos el “hágase en mí según tu palabra”.
Quiero morar en ti, quiero encarnarme en ti,
quiero habitar en ti. Quiero reproducir la Redención en ti, particularmente en
ti. Esta es la propuesta que Dios nos hace en la llamada, Fíat Lux. Y nuestra
respuesta no puede ser otra que “Fíat voluntas tua”.
Si los cristianos entendiéramos el Evangelio
en clave de Presente, aquí y ahora, comprenderíamos cada uno de los pasajes, no
como algo que sucedió, sino como algo que nos sucede a cada uno de nosotros,
aquí y ahora. Caeríamos en la cuenta de que las palabras de Jesús no son un
código de consejos para portarnos bien, ni sus obras fenómenos asombrosos, ni
su pasión y muerte el gran estropicio que los pérfidos judíos le hicieron,
gracias a lo que curiosamente hemos sido salvados, ni su resurrección otro
fenómeno asombroso, gracias a lo cual Cristo lleva viviendo resucitado dos mil
años. El Evangelio no tendría sentido, si no se reprodujera en cada uno de nosotros.
Sería algo así como la epopeya de Gilgamesh, o la de Jasón y el vellocino de
oro.
Jesús de Nazareth fue el hombre, el Avatar, el
paradigma en el que se materializó la Encarnación de Dios, en María. Ese Jesús
resucitado, es el Cristo que se encarna en todo aquel que acepta y proclama el
“hágase en mí según tu palabra”.
Que todos estos párrafos pasen de ser simples
figuras literarias a algo real, pasa por el hecho trascendental de tomar
conciencia plena de nosotros mismos, de que el alma despierte y nuestro “yo
apañao para esta vida confinada” calle, para ser conscientes de que Dios habita
en nosotros.
Y para ser conscientes de que Él habita en
nosotros, tenemos que dejar de buscar fuera de nosotros, para buscar (es un
decir), dentro de nosotros.
2. De lo exterior a lo interior
Pero nos han enseñado e indicado que hay que
buscarlo fuera. Los cristianos estamos convencidos que para encontrarnos con el
Señor tenemos que ir al templo y ponernos delante del sagrario. Es como ponía un
reclamo en forma de adhesivo de coche que decía: “Jesús está en el sagrario, visítale”. Y es verdad que está en el
sagrario, pero es mucho más cierto que está dentro de nuestro corazón. De
hecho, si no fuera así, si no estuviera en nuestro corazón, que estuviera en el
sagrario, sería pura anécdota sin ningún tipo de interés ni valor.
21 Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la
hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre».
Jn 4, 21
Así le habló Jesús a la samaritana, indicando
que a Dios ya no se le adorará en los templos, sino en espíritu y en verdad,
siendo nuestro corazón el único y auténtico templo de Dios. El sagrario… allí
esta Jesús. Los lugares santos… están bien. Hacer peregrinaciones a Santiago o
a Lourdes, está bien, pero estos esfuerzos físicos serían sólo actos físicos
sin valor postal alguno si en realidad no peregrináramos al interior de nuestro
corazón, que es donde auténticamente habita Dios. Adorar la custodia con el
Santísimo Sacramento y rezar el Pange lingua, está bien, pero de nada servirá
si al acercarnos al primer ser humano que se cruce con nosotros por la calle
después de adorar al Santísimo, no nos arrodilláramos ante él de corazón y
reconociéramos que él, el primer transeúnte, alberga un sagrario vivo (aunque
él no lo sepa, que será lo más seguro).
Pero si lo hacemos, nos daremos cuenta de que
Dios siempre está dentro de nosotros, que no es un espectro que cual fantasma,
entra en nuestro cuerpo astral y se adueña de nuestro ser. Es nuestro ser.
Siempre lo ha sido, porque “somos su misma esencia”. Lo que sucede es
simplemente que nuestro “yo” se ha olvidado de esta realidad, al estar
permanentemente ocupado con las cosas del Confinador, en los arrabales del
Castillo Interior, y mantener el alma dormida.
9
Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» 10 Este
contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por
eso me escondí.»
Gen 3, 9-10
Cuando vivimos imbuidos de nuestro “yo apañao”,
nos asusta la desnudez del alma, tenemos miedo de nuestra propia debilidad, así
que, número uno, tratamos de escondernos de Dios, y número dos, nos vestimos de
todo lo que podemos encontrar (todos nuestros “mis”, todas las cosas de nuestra
vida), para así sentirnos ¿seguros?.., ¿potenciando la autoestima? En esto,
algo en nuestro interior nos genera sentimientos de culpa cada vez que hacemos
un estropicio (pecado lo llaman los judeo cristianos), así que tratamos de
anestesiar nuestra conciencia, acallándola con todas las cosas de este mundo,
hasta olvidarnos de que existe. Organizamos nuestro reino, donde mandamos
nosotros, “yo”, y ejecutamos nuestra voluntad.
“Tuve
miedo y me escondí”. Y desde entonces no me he vuelto
a encontrar a mí mismo.
3. Váyase de nosotros nuestro reino
Fíat voluntas tua, supone rendirnos a Dios,
rendir nuestra nave, dejar que Él tome los mandos y nosotros pasar de creer ser
el capitán de nuestro navío, para ser a lo sumo el contramaestre, siempre a las
órdenes del Capitán.
Esto supone un durísimo golpe a nuestra vanidad y a nuestro orgullo; y no digamos
a la tan enaltecida en tiempos modernos, autoestima.
Hágase tu voluntad supone reconocer que…
“no se haga mi
voluntad, sino la tuya”
Lc 23, 42
Supone pedir que…
“venga a nosotros tu Reino”
Mt 6, 10
Lo que tiene como contrapartida ineludible: “váyase de nosotros nuestro reino”
Dios y el dinero son incompatibles, como lo
son nuestro reino y el suyo.
Dios significa Amor y donación a los demás,
hacer realidad la Unidad que caracteriza a toda la Creación; es la fuerza
centrífuga que permite la expansión y donación de la energía Universal. Dinero
significa mi propio interés, mi deseo de que yo salga beneficiado aunque los
demás queden perjudicados; es el principio de la atracción hacia mí de lo que a
mí me interesa; es la fuerza centrípeta que favorece la atracción de lo demás
hacia uno mismo, que estimula los apegos.
Mientras
te alegres más del bien de tu persona que del bien del hombre a quien no has
visto nunca, verdaderamente algo no anda bien en ti, y todavía no has mirado,
un solo instante, en aquel fondo simple.
Eckhart. Vivir sin por qué
Así que “hágase tu voluntad” frase rancia de
un “Padrenuestro” rancio rezado diez mil veces sin saber qué es lo que estamos
diciendo, se constituye nada menos que en la puerta de entrada al Reino de Dios y a su justicia.
El que valore más su propio reino que el de
Dios, lógicamente se volverá (no sé si triste), a sus asuntos.
La puerta de entrada al Reino de Dios es la
séptima puerta de salida del Confinador, la que indica la dirección de nuestro
interior. Es la puerta estrecha.
23 Uno le dijo:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?» El les dijo: 24 «Luchad por
entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no
podrán. 25 «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la
puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo:
“¡Señor, ábrenos!” Y os responderá: “No sé de dónde sois.” 26
Entonces empezaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en
nuestras plazas”; 27 y os volverá a decir: “No sé de dónde sois. ¡Retiraos
de mí, todos los agentes de injusticia!”
Lc 13, 23-27
Quién diría que la puerta estrecha es
simplemente la puerta que da paso a nuestro propio corazón, al hondón de
nuestro ser. Quién diría que todo consiste en descubrir quiénes somos en
realidad, y nuestra real naturaleza. Quién diría que la clave de nuestra
salvación es simplemente tener el alma despierta cuando “venga el esposo”. “Pero, ¡si hemos
comulgado todos los domingos y fiestas de guardar, y nos hemos tragado todas
las homilías del señor cura!”. Y nos dirá “en verdad que no os conozco”.
El pasaje de Lucas 13, “retiraos de mí todos
los agentes de injusticia” debería hacernos reflexionar, porque la consagración
de nuestros propios cuerpos y almas en los auténticos templos de Dios, como le
manifestó Jesús a la samaritana, nos lleva a otro pasaje, referido en los
cuatro evangelistas, que es el repente de ira que le entra a Jesús al ver cómo
los mercaderes han convertido el Templo de Salomón en un mercadillo.
12 Entró Jesús
en el Templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo;
volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. 13
Y les dijo: «Está escrito: Mi Casa será llamada Casa de Oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella
una cueva de bandidos!»
Mt 21, 12-13
15 Haciendo un
látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes;
desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; 16 y
dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de
mi Padre una casa de mercado.»
Jn 2 15-16
Este pasaje, que también relatan Lucas y Marcos, en los
mismos términos que Mateo, es muy duro, si nos lo atribuimos a nosotros. Lo
sagrado y lo profano no está fuera de nosotros, no es un templo de piedra lo
sagrado, ni lo que está fuera de él lo profano, según el significado
etimológico de la palabra profano. Es nuestro más íntimo interior lo que es
sagrado y lo que se puede profanar utilizándole para mercadear. Los latigazos
de Jesús, además de hacia los mercaderes de Jerusalem, van dirigidos a
nosotros, si hemos convertido nuestro templo sagrado, que es nuestra alma,
nuestro espíritu, y su fachada exterior, que es nuestro cuerpo, en una cueva de
ladrones, donde nuestro único interés es el crecimiento de nuestros negocios de
este mundo. No obstante, Jesús no manda a todos a la calle con sus
mercaderías a base de latigazos, sino
que a los que vendían palomas, les reprende más suavemente invitándoles a
retirar sus jaulas con una recomendación, “quitad
esto de aquí”. En el primer caso, echando a los cambistas a golpes, Jesús
arremete contra los que hacen de su vida el monumento a su avaricia, soberbia y
ambición, a costa de robarles sus bienes y sus derechos a los demás; son los
fabricantes de miseria, los que se asientan en su propio reino, y para ellos su
reino económico es todo lo que existe.
Contra ellos, contra los que convierten tanto sus propios corazones, como
nuestro mundo, nuestro Planeta, en una cueva de ladrones, que sólo se mueven
por su propia ambición, a estos, Jesús les echa sin contemplaciones de Su casa.
“Retiraos de mí todos los agentes de
injusticia”. A los segundos, los que se dedican a vender palomas, que por
otra parte son ofrendas que se utilizan en los sacrificios del Templo, a esos, Jesús
les amonesta sugiriéndoles que “quiten eso de aquí”. En este caso nos
encontramos el común de las gentes, que, aún cumpliendo con nuestras
obligaciones religiosas, nuestro templo interior está todavía ocupado con
muchas cosas de este mundo; muchas preocupaciones, muchos intereses, muchos
apegos afectivos. Queremos hacerle un sitio a Dios en nuestra alma, pero
permanece ocupada con demasiadas cosas de este mundo, incluso de “bona fides”,
con buena fe, sin mala intención, sin interés de hacer daño ni engañar, como
los cambistas. Pero seguimos sin tener nuestro templo vacío. Dios sólo puede
reinar en templos vacíos, vacíos de ambición, de avaricia, de apegos, de
inquietudes, e incluso, vacíos de parafernalias religiosas. Porque, que no se
nos pase por alto una cosa, que Jesús arremetió contra un estado de cosas,
cambistas y mercaderes en el templo, con el consentimiento implícito y
explícito de las autoridades eclesiásticas. Resulta que los sacerdotes no veían
mal el mercadillo que tenían montado. Es más, el evangelista Marcos, que sitúa
el hecho tras la entrada triunfal en Jerusalem, refiere la reacción de los
sumos sacerdotes y escribas, “… y
buscaban como podían matarle”, (Mc 11, 18). Es decir, el clero, ¡los responsables
religiosos! pensaban: “este nos está
hundiendo el negocio”…
Meister Eckhart dedica uno de sus famosos sermones, precisamente a
reflexionar sobre este pasaje, y lo tituló “el templo vacío”[ii].
Nos introduce en una reflexión inquietante, en una verdad incómoda. Porque
expone, sin anestesia, cómo Dios nos pide el vaciado total de nuestro ser… si
queremos seguirle y ser perfectos. Y en cualquier caso, nos lanza una seria
amenaza si nos comportamos como los cambistas. Y a los responsables del culto
parece como si les preguntara… ¿qué estáis haciendo con la Casa de mi Padre? La
exposición de Eckhart se mete en vericuetos de alta metafísica, de la mano del
evangelista Juan y su dialéctica centrada en el Verbo. Pero para entendernos,
con esto, el que tenga oídos que oiga.
Lo que le da
su valor a una taza de barro es el espacio vacío que hay entre sus paredes.
Lao Tse.
Desde hace tres mil años los místicos de todo el mundo vienen dando el
auténtico valor a lo que somos, simples vasijas de barro.
[14] En las
moradas primeras apenas llega la luz del interior donde Dios habita, no por
culpa de la estancia, sino de las culebras y sabandijas que mantienen la atención
del alma y le impiden atender a la luz que procede del interior.
Es necesario
empezar de dar de mano a los negocios innecesarios, cada cual conforme a su
estado y responsabilidades; que es tan importante para llegar a la estancia
principal, que de no comenzar a hacerlo, se torna imposible la empresa pretendida.
[15] Las
barahúndas del mundo serán siempre un obstáculo para avanzar en el viaje al
hondón de nuestro ser. Hemos de guardarnos de cuidados ajenos, pues hay muchas
cosas que interfieren los pasos que en un principio sinceramente se dan. Hay
que soltarse de celos indiscretos que más son vanidad que virtud.
Resumido de las Moradas del Castillo interior
de Teresa de Jesús.
Moradas primeras, capítulo segundo
La verdad es que, más allá de gastar tinta en explicar lo que sólo
Jesús supo hacerlo de una forma insuperablemente clara para el resto de los
mortales, lo mejor es tomar un texto fundamental del Evangelio, y reflexionar
sobre él, porque en él está la clave, la llave, que abre la séptima puerta del Confinador.
Después de leído, y de que se haya hecho la luz (Fíat Lux) en nuestro corazón,
sólo queda hacer algún que otro comentario sobre lo que Jesús nos transmitió, comentarios
que constituyen la esencia de la mística cristiana, expuesta por nuestros maestros
de la espiritualidad.
4. Mateo seis
Señoras y señores, con ustedes, Jesús de
Nazareth y la Puerta del Reino de los Cielos… la clave de nuestra redención,
Mateo seis:
1 «Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de
lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. 2
Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como
hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser
honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. 3
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace
tu derecha; 4 así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve
en lo secreto, te recompensará.
5 «Y cuando oréis, no
seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las
esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad
os digo que ya reciben su paga. 6 Tú, en cambio, cuando vayas a
orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo escondido; y
tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará. 7 Y al orar, no
charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a
ser escuchados. 8 No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo
que necesitáis antes de pedírselo.
9 «Vosotros, pues, orad
así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; 10
venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. 11
Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; 12 y perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; 13 y no nos
dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. 14 «Que si vosotros
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; 15 pero si no perdonáis a los hombres, tampoco
vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.
Mt 6, 1-15
La
clave de la Vida Interior es la Oración.
Consuelo Martín en su libro “lo verdadero y lo
falso de las religiones”[iii]
explica cómo en realidad todos los seres humanos oramos, seamos conscientes de
ello o no, seamos creyentes o no. Y lo hacemos cuando de un modo inconsciente
“algo” nos impulsa a salir de nosotros mismos en busca de una añoranza,
expresada en lo que habitualmente llamamos “ideales”, que se define en el Cursillo de Cristiandad como “el conjunto
de aspiraciones y preferencias que centra nuestra vida, decide nuestra voluntad
y te impulsa a conectarte con la realidad”[iv],
tal como un mundo mejor, la paz, la solidaridad, que desaparezca el hambre, las
guerras, que los hombres lleguen a ser hermanos como proclama el himno a la alegría
de la novena sinfonía de Beethoven, o más centrado en nuestra propia vida, la
metas sinceras y nobles que nos marcamos para darle a nuestro existir un
sentido más allá de ganar el dinero de nuestro sustento. De un modo más concreto,
tenemos ideales personales, tales como sentirnos útiles a la sociedad, contribuir
a que nuestra empresa salga adelante, alcanzar nuestros particulares sueños. Es
la tensión creativa que nos impulsa a marcarnos retos e ir tras ellos. Lo
predican los seguidores de la teoría de la atracción (lo que deseas puedes
conseguirlo. Eres de lo piensas, lo que dices, lo que sientes, lo que vives. “The secret”[v]).
Resulta que en general todos los humanos
tenemos en nuestro interior un impulso que nos genera la añoranza de un estado
que no es este. Y una búsqueda de “algo mejor”. Pero no sabemos qué es. Ni los
ricos y acomodados están a gusto en el Confinador. Algo tiene ese “algo” que a
todos nos impulsa a salir del Confinador. El problema radica en que el Confinador
nos tiene tan ocupados con sus trajines, que apenas si tenemos tiempo para silenciar
nuestras potencias.
Es por eso que la Oración no consiste en
incorporar más ruido en nuestra mente con nuevos discursos, rezos, plegarias,
jaculatorias y cánticos inspirados.
Con Mateo seis, Jesús nos introduce en nuestra
más íntima estancia, y allí, en lo escondido, es donde se producen todas las
transformaciones que irán produciendo en el alma ese vaciado total de lo
nuestro, y ese llenado total de lo divino. A este estado pleno de Dios en
nosotros, el cristianismo lo denomina “Estado
de Gracia”, ese “don sobrenatural, interior y permanente, que
Dios nos concede para santificarnos, divinizarnos y hacernos familiares suyos”[vi].
La Sagrada Escritura
describe un instante eterno en el que Dios, una y otra vez derrama su gracia sobre
la Humanidad, simbolizada en el pueblo de Israel.
Cuando por la vía de la Oración, la Divina
Realidad deja de ser “Aquello”, para convertirse en “mi misma esencia”, en
“alguien en mí mismo”, “yo mismo”. Todo lo demás cobra un significado
absolutamente sorprendente.
Porque ya no soy yo quien vive. Cuando Dios
está permanentemente presente en mi conciencia, desde que me despierto hasta
que me acuesto, incluso cuando a media noche me despierto para volverme a
dormir, ahí está Él; cuando sólo pienso en Él, cuando siento cómo detrás de mí
estuviera su aliento, abrazándome, entonces, yo ya he dejado de existir como
elaborado de mi mente, para convertirme en nada, y así Dios en mí ser el fruto de la nada. Nada existe que no
sea Él, y nada veo que no sea El, porque nada hay fuera de su permanente
presencia en mí. Es entonces cuando yo me transformo en mi más profunda
Realidad.
5. Las añadiduras
29 Así pues,
vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. 30
Que por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro
Padre que tenéis la necesidad de eso. 31 Buscad más bien su Reino, y
esas cosas se os darán por añadidura.
Lc 12, 29-31
¿Me
preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para
tener algo por lo que vivir.
Confucio
No andemos pidiéndole lo que creemos,
necesitamos (lo que en el fondo son las añadiduras), porque ya nuestro Padre
celestial, sabe de qué tenemos necesidad. Porque en general, lo que sale de
nuestra boca suelen ser peticiones de apoyo a nuestros asuntos. “Señor, que me
salga bien el examen, que encuentre trabajo, que se cure mi hijo, que encuentre
la cartera que se me ha perdido, que no bajen demasiado las acciones del banco,
que mi jefe me deje en paz, que gane mi equipo de fútbol, etc.” Es decir, pedimos
las añadiduras, que se nos solucionen nuestras necesidades de aquí, qué comer,
qué beber. Y ni siquiera sabemos lo que estamos pidiendo, amén de que muchas
veces forzamos a Dios para hacer y complacernos en temas que mejor no hablar.
No sabemos lo que estamos pidiendo.
10 Luego llamó a
la gente y les dijo: «Oíd y entended. 11 No es lo que entra en la
boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que
contamina al hombre.»
Mt 15, 10-11
Otras veces pedimos inocentemente (o no tan
inocentemente) cosas como…
20 Entonces se
le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para
pedirle algo. 21 El le dijo: «¿Qué quieres?» Dícele ella: «Manda que
estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu
Reino.» 22 Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la
copa que yo voy a beber?» Dícenle: «Sí, podemos.»
Mt 20, 20-22
A veces las circunstancias que vivimos son
especialmente trágicas, y deseamos fervientemente que el Señor nos aparte del
peligro, de la adversidad.
41 Y se apartó
de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba 42 diciendo:
«Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino
la tuya.»
Lc 22, 41-42
Y no obstante, incluso en esas situaciones,
donde todo nuestro ser reacciona violentamente ante la amenaza, debido a la
natural aversión al riesgo y al dolor, Jesús no dice, a pesar de todo, que no
se haga nuestra voluntad, sino la suya. Porque:
30 Y no puedo
hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque
no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Jn 5, 30
Jesús, nada menos que Jesús “no hace nada por
su cuenta”. Porque no busca su voluntad, sino la del Padre.
38 porque he
bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha
enviado. 39 Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no
pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que lo resucite el último día.
Jn 6, 38-39
Esto es “Fíat
voluntas tua”. Hacer la voluntad del Padre.
La Redención no consiste en adorar a un hombre
que resultó ser el Mesías, de la misma forma y con los mismos medios rituales
(más o menos), ceremonias, sacrificios y celebraciones con los que los maoríes
adoran a sus dioses, a ver si le mantenemos suficientemente tranquilo como para
que no sea demasiado severo con nosotros el día del juicio. Más allá del hecho
histórico, nada tendría sentido si en nuestro interior, Dios mismo no se
encarna y habita en nosotros.
20 y no vivo yo,
sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne,
la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Gal 2, 20
Para que esta transformación se produzca, la
única vía posible tiene un nombre bastante sorprendente: “silencio”
6. Silencio
Oración y silencio interior van tan
íntimamente unidos, que no puede haber la una sin el otro. A la Vida Interior
se accede a través de la Oración, y a la Oración se llega a través del
“silencio”.
El silencio supone hacer callar la mente y los
sentidos. Es un proceso de interiorización, de aislamiento del mundo exterior,
que Jesús lo describe perfectamente al enseñarnos a orar, que hemos leído en
los párrafos de Mateo 6. Cerremos la puerta de nuestra estancia, y allí en lo
escondido, oremos al Padre, sin charlar mucho, como hacen los gentiles y los
santurrones, simplemente unas cuantas exclamaciones que han de brotar de lo más
profundo de nuestra alma.
Padre
mío, que inundas todo mi ser, que tu nombre sea glorificado con mi vida, ven a
mí, hágase en mí y en lo que sucede tu voluntad, ayúdame a vivir honestamente viviendo
el presente, perdóname mis debilidades del mismo modo que yo lo haga con los
que me puedan ofender, líbrame de la tentación de creerme autosuficiente y
líbrame del mal.
Esta sencilla oración (o sea, el Padrenuestro
aplicado a mí mismo) pronunciada muy despacio, saboreando cada frase, puede ser
el umbral del silencio interior, para a continuación cerrar los sentidos, y
dejar la mente quieta, sosegada, tranquila, sin esforzarnos por rechazar cada
tontería que nos venga a la cabeza, sino dejar que venga y se vaya, sin
prestarla atención. Es abandonarnos totalmente, relajarnos totalmente, mostrar
al Padre nuestra total actitud de abandono en sus brazos, en un “he aquí el/la
esclavo/a del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. Y esperar respuesta. Que
sea nuestro “veni Creator”, nuestra silenciosa invocación al Espíritu Creador,
que hace de nosotros, seres imperfectos, procedentes del barro de la Tierra,
auténticas encarnaciones de Dios, reencarnaciones del Avatar Jesucristo. Dios
en la Tierra. Luz del Mundo. “Adveniat Regnun tuum”
Podemos estar así en silencio, quince,
treinta, sesenta minutos, dos, tres horas. Un día y otro y otro, y un mes, y
otro, y un año y otro. Unas veces sentiremos el divino consuelo de percibir con
todo nuestro ser en silencio, cómo Él nos rodea completamente, cómo entra y
sale por cada uno de nuestros poros, como nos fundimos en una sola entidad, en
la misma esencia; cómo El soy yo. Pero no mi “yo apañao”, sino mi real esencia
espiritual, la que trasciende este mundo. En otras ocasiones, vendrán tiempos
de aridez, cuando por mucho que estemos en Oración, nos encontremos fríos, como
si se hubiera ido de nuestro lado; sentiremos el abandono, acompañado de
contratiempos y adversidades… “sin noticias de Dios”.
Hay que ser conscientes que Dios es
imprevisible, que en Él no rige la ley de la proporcionalidad, que no se cumple
que cuanto más oremos, más gustito o viceversa. Recordemos el pago de un denario
tanto a los que trabajaron todo el día como a los que sólo lo hicieron a última
hora de la tarde, con gran enojo de los primeros.
Y es que para que realmente “se haga su
voluntad” en nosotros, nuestra voluntad ha de estar alineada con la suya, no la
suya con la nuestra. Y esto supone un duro proceso de negación de nuestros
apegos. Y acostumbrarnos a que creer que cuanto más oremos, mayor gustito, no
es la mejor forma de aceptar su voluntad en todo momento y circunstancia.
Nuestros místicos han descrito estas épocas
comparándolas de varias formas.
7. Los grados de la vida mística
Ya hemos visto que una forma de comparar este
proceso de abandono de uno mismo y fusión con la voluntad del Padre está
asociada a un camino de perfección con tres grandes etapas, empezando por la
purgativa, que vimos al recorrer la primera parte del Camino de Santiago en el
“fiat homo”, y que es ascética, de fortalecimiento personal de la voluntad a
través de métodos penitenciales. Teresa de Jesús en el Libro de la Vida (Op.Cit), lo asemeja a un primer grado de Oración, donde
el trabajador de la huerta (nuestra alma), tiene que sacar agua de un profundo
pozo con gran esfuerzo. La segunda etapa es la vía iluminativa, que vimos al
recorrer el Camino en su segunda fase, en el “fiat lux”, donde el alma parece
haber alcanzado una estabilidad emocional y siente una gran paz interior.
Teresa lo asemeja al segundo grado de Oración de recogimiento, donde el hortelano
saca el agua con arcaduces, con bastante más facilidad, aunque no está exenta
de largos periodos de aridez. Y la tercera etapa es la gran vía de la unión con
Dios, que Teresa asemeja a los tercer y cuarto grados de Oración de quietud y
de unión, donde el hortelano saca agua tendida del río o simplemente espera que
la lluvia empape la huerta. Son los desposorios espirituales, que se alcanzan mediante
el tránsito de las noches oscuras que canta San Juan de la Cruz. La subida al
Monte Carmelo[vii]
o las moradas del Castillo Interior[viii]
son otras parábolas con las que San Juan de la Cruz y Santa Teresa, explican
este proceso espiritual.
Estas descripciones no son sino un relato vivencial
que han experimentado nuestros grandes místicos, pero en cada alma, en cada
persona, la experiencia puede ser y es en realidad diferente.
La gran
merced que Dios otorga al alma que se somete de este
modo a su voluntad, no es otra que el
estado contemplativo, que no es otra cosa que abrir los ojos, tras ese
silencio interior y exterior en lo escondido de nuestro aposento, salir fuera
y, ¡oh prodigio! ver la vida auténticamente “con otros ojos”, con los ojos del
alma, y comprobar cómo Dios está en absolutamente todo lo que nos rodea, seres
vivos, montañas, ríos, personas, ciudades, trajines, soledades, éxitos y
fracasos, alegrías y penas, la salud y la enfermedad. Todo está en Él y Él está
en todo. Y oh ¡Dios mío! Todo está bien. Está sucediendo lo que ha de suceder,
aunque los acontecimientos que vemos suceden, nos espanten. Todo tiene sentido,
todo tiene explicación, y nada, absolutamente nada, sucede por casualidad. Y lo
que está mal está ahí para que nuestro Amor se derrame en ese entorno y Dios
emerja entre la ciénaga de la injusticia humana.
Alcanzar el estado contemplativo permite al
alma aprender un nuevo idioma, un nuevo lenguaje, el lenguaje de Dios.
8. La voz silenciosa de Dios
¿A
dónde te escondiste,
Amado y me
dejaste con gemido?
Como el ciervo
huiste
habiéndome
herido.
Salí tras ti
clamando y eras ido
S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual
¿Por
qué siempre el alma, cuando ha encontrado a Dios, conserva o vuelve a encontrar
el sentimiento de no haberlo encontrado? ¿Por qué ese peso de ausencia hasta en
la más íntima presencia? ¿Por qué esa invencible oscuridad de Aquel que todo es
Luz? ¿Por qué esa distancia infranqueable frente a Aquel que todo lo penetra?
¿Por qué esa traición de todas las cosas que, no bien nos han dejado ver a
Dios, en seguida se ocultan otra vez?
Henri de Lubac[ix]
Hacíamos referencia al principio, a una frase
del Dr. House, el de la serie de televisión: “el que habla con Dios es un creyente, pero el que oye a Dios es un psicópata”.
Esta frase no es de ninguna forma despectiva; simplemente lo que afirma es que
salvo circunstancias místicas absolutamente excepcionales, Dios no nos habla
con palabras. En la actualidad, si alguien nos viene diciendo que Dios le ha
hablado como en los tiempos bíblicos Yaveh habló a Moisés, lo primero que pensaremos es que está
trastornado y padece algún tipo de neurosis o psicopatología de base orgánica.
Y no es un desprecio a la persona, sino simplemente que las alucinaciones
visuales y auditivas son un signo contrastado de patologías psiquiátricas, a no
ser que se pudiera demostrar lo contrario, lo que resulta ser bastante
complicado. Y en eso sí que las autoridades eclesiásticas suelen ser bastante
prudentes, porque ya tienen experiencia bastante de fiascos y de incluso
grandes imposturas.
Como dice Larrañaga en “Muéstrame tu rostro”,
Dios habla con el silencio. Pero esto es desconcertante. Si cometes una falta,
un delito, un pecado, no recibirás ninguna muestra de reprobación directa de
Dios. Si te esfuerzas en hacer el bien, si te pasas una noche entera velando en
el sagrario, o en meditación, donde sólo hablas tú, no recibirás ningún signo
de aprobación del Altísimo. Esta sensación de soledad ante Dios llega a ser
tremenda y aterradora, hasta llegar a pensar si todo lo que yo he creído ha
sido mi vivencia de Dios, no es sino un espejismo, una imaginación mía, un
simple vapor de agua. Se llega a pensar que Dios es una invención de la mente.
18 ¿Por qué ha
resultado mi penar perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina?
¡Ay! ¿serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas?
Jer. 15, 18
Dios en nosotros siempre es signo de
contradicción, no es lógico, no sigue una pauta, no te deja vivir en paz, pero
siempre te deja su Paz; te arde como la fiebre, pero te refresca como la brisa
del mar; te exige espada, pero te da la paz. A veces dan ganas de decirle “¡¡no
te entiendo!!”, y ponerle de patitas en la calle. Pero no puedo hacer eso con
mi propia sangre, porque Él es más mío
que mi propia sangre. Es aquello de “ni contigo ni sin ti”.
Cuando más lo necesitas, más se esconde. Pero
es precisamente en esa ocultación, en ese eclipse total, donde precisamente Él
se está manifestando. No le ves, lo le oyes, porque quieres, necesitas verle en
cosas concretas, necesitas escuchar palabras concretas. Pero siempre se
manifiesta.
Esposa
1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
2. Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
3. Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
Pregunta a las criaturas
4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
¿A dónde te escondiste, Señor, que te busqué
por todas partes, y siempre que creía encontrarte, ya no estabas? Le pregunté a
unos y a otros, a amigos y conocidos, a viandantes, incluso le pregunté a tus
criaturas, le pregunté a los acontecimientos de mi vida, le pregunté a los
montes, a las estrellas, a las olas del mar. Estuve dispuesto a cruzar
fronteras, a desafiar los fuertes del enemigo. Les pregunté si alguno de ellos
te había visto. Y sí, ellos te vieron, y esto me respondieron:
Respuesta de las criaturas
5. Mil gracias derramando
pasó por estos Sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
pasó por estos Sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
S. Juan de la Cruz (Cántico Espiritual)[x]
¿Acaso no te das cuenta de que Dios está aquí,
bañándolo todo con su hermosura? Me preguntan las criaturas.
¿Pero cómo puedo ver en la ciénaga de la
injusticia la hermosura del espíritu de Dios? Me cuestiono torpemente, al no
saber ver más allá de mis narices.
Por defecto, Dios no habla con palabras, sino
con signos, señales, símbolos, coincidencias e incluso milagros. Como Albert
Gaulden refiere en su libro “el lenguaje de Dios”[xi],
Él se manifiesta en todo lo que sucede, y nos habla al oído mediante
coincidencias, corazonadas, frases que personas nos dicen que resuenan con una
especial intensidad en nuestra mente, efectos eco (repetición no aleatoria de
un acontecimiento varias veces), ensueños, epifanías, fenómenos naturales, una
brisa, una tormenta, impresiones mentales, intuiciones, premoniciones, contratiempos
e incluso dramas, enfermedades, ruinas, accidentes, milagros, tal como salir
indemne de un accidente aéreo. Es decir, cualquier acontecimiento en nuestra
vida puede ser “palabra de Dios”, un mensaje del Cielo. Desde lo más intrascendente
como ver un slogan publicitario hasta lo más desconcertante como puede ser
perder el trabajo o la muerte de un ser querido o una grave enfermedad puede
ser una epifanía para nosotros. Sólo hay que aprender el significado de sus palabras
a través de los acontecimientos. El libro de Neale Donald Walsh, conversaciones
con Dios, es sumamente explicativo de cómo Dios habla a través de lo más bello
pero también de lo más dramático[xii].
Para eso hay que estar simplemente despiertos,
con las velas encendidas, porque no sabemos cuándo “el esposo” se va a
presentar y nos va a hablar al corazón.
3 Las necias, en
efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; 4 las
prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas.
Mt 25, 3-4
Hay que abastecerse de aceite para mantener
nuestras velas encendidas, porque no sabemos cuándo el esposo nos va a hablar
y, por cierto, no repite los mensajes dos veces. Mantener nuestra lámpara
encendida es un saber comprender “¿qué me quiere decir Dios con esto?”. Porque
nada sucede por azar.
7 Hasta los cabellos de
vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos
pajarillos.
Lc 12, 7
Ni se mueve una hoja de árbol sin que
lo consienta nuestro Padre Celestial.
9. Nada sucede por azar
Nada sucede por azar, si se sabe interpretar el
lenguaje de Dios en nuestra vida. Este aserto lo resume un bello proverbio
anónimo:
Si pones a
Dios en todo lo que haces, le encontrarás en todo lo que acontece.
Pero ¡oh maravilla!, cuando uno aprende a ver más allá de las cosas[xiii],
y entiende los mensajes que Dios le está transmitiendo en cada acontecimiento
de su vida, entonces uno comprende que el Amor no es sólo un sentimiento de empatía
y atracción por el otro, que induce a la misericordia y la entrega al ser
amado, sino la manifestación de Dios en este mundo, a través de lo que sucede,
y a través de mis propias obras cuando “vivo
realmente sin vivir en mí”, cuando ya no soy yo quien vive sino Cristo, el
Padre, el Espíritu, la Trinidad, o en resumen, la Divina Realidad la que vive
en mí; cuando Yo me he transformado en Él.
“Amarás
a Dios sobre todas las cosas”. Este es el primer mandamiento. Y nosotros,
fieles a ese mandamiento, lo que solemos hacer, porque así lo manda el Magisterio,
es interpretarlo atávicamente levantando altares y templos donde ofrecer
sacrificios a un Dios que creemos nos pide que le amemos, pero por la vía
coercitiva, de modo que si no le amamos mediante continuos rituales oficiados
por sacerdotes, especializados en mantener aplacada la ira de Dios, caerá sobre
nosotros todo el peso de su justicia. Con esta actitud no nos separamos un
ápice de las arcanas costumbres de los inuit, maoríes o aztecas, adorando a sus
dioses, o de las propias tribus del Israel de los tiempos bíblicos. Esto es
poner el rito delante de la actitud del corazón. Así nos va, perdiendo parroquia.
Amarás a Dios sobre toda las cosas no es otra
cosa que rendir nuestra nave a Él y hacerle dueño absoluto de nuestro ser,
transformarnos en su misma esencia y vivir según su voluntad, como hizo Jesús.
Es decir, “vender todo lo que tenemos, dárselo a los pobres, abrazar nuestra
cruz y seguirle”. En suma cruzar el umbral que el joven rico no se atrevió a
traspasar.
10. Marta y María
El que no sirve para servir, no
sirve para vivir. (Teresa de Calcuta)
Lejos del mundanal ruido, parece ser la única
forma de alcanzar el estado contemplativo.
El estado contemplativo se suele confundir con
una vida retirada, de clausura, alejada de este mundo, en obediencia al consejo
eclesial de alejarnos de nuestros tres mortales enemigos, el mundo, el demonio
y la carne.
Bien es verdad que María eligió la mejor parte,
pero Marta no es para Jesús ninguna proscrita. Todo lo contrario.
16 «Mirad que yo os envío como ovejas en medio
de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las
palomas. 17 Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los
tribunales y os azotarán en sus sinagogas;
Mt. 10 16-17
Y en
otro pasaje, el de la Transfiguración, tras ignorar Jesús el “qué bien se está
aquí”, bajando del monte, les increpó para no contar a nadie lo que habían
visto, y “al tajo, que hay mucho que hacer.” O también:
Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?
Hch 1, 11
No,
Jesús no desea que estemos mirando al cielo como lelos. Quiere momentos de Oración,
largos momentos de Oración, porque es la forma de entrar en íntima comunicación
con Dios mediante el silencio interior y exterior. Él mismo frecuentaba su oración
al Padre pasando noches enteras orando en el monte. “y se fue al monte a orar” (Mc 6, 46. Lc 6, 12, etc). Pero no estuvo
aislado, su misión no era la de un ermitaño, sino la de alguien que debía estar
en el mundo, poner su luz encima del candelero, para que el mundo crea.
Teresa
de Jesús, nuestra gran mística, cuenta como en su interior había permanentemente
una lucha titánica entre una parte de ella que deseaba la soledad y el
silencio, y otra que le empujaba a los caminos para llevar a cabo su obra fundacional.
Marta y María. Dos enemigas que han de convivir juntas y ser uña y carne, para
poder estar en este mundo en medio de lobos, para ser astutos como serpientes y
cándidos como palomas.
Este
es el contrasentido de Jesús, que nos impulsa a ser fuerzas antagónicas que
juntas son capaces de desarrollar una potencia de Amor inimaginable.
El pasaje de Marta y María impresiona de contradictorio.
40 mientras
Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor,
¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me
ayude.» 41 Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te
agitas por muchas cosas; 42 y hay necesidad de pocas, o mejor, de
una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»
Lc 10, 40-42
El
problema de Marta, no era que no atendiese las cosas de la casa. Todo lo contrario,
quién lo iba a hacer si no. El problema es que sólo tenía tiempo para atender
las cosas de la casa. Para ella, sólo importaban los trajines domésticos; sólo
contaba los asuntos del Confinador. Y María, que se había dado cuenta, había
sido consciente de la importancia relativa que tienen los asuntos de aquí abajo,
y comprendió que “cuando pasan rábanos, comprarlos”, que hay que aprovechar las
oportunidades, Y cuando el Señor se presenta… “no hay nada urgente que no pueda
esperar… casi eternamente”.
Nosotros
tendemos a ser Marta, y solamente Marta, y tanto más cuanto más jóvenes somos. ¡La
vida nos deslumbra con tantas cosas! Nuestra formación, nuestras obligaciones
como hijos o como padres, las múltiples fórmulas del ocio, la televisión, el
fútbol, la prensa, los varios trabajos de sol a sol para hacer acopio de un
buen pellizco a fin de mes para hacer frente a nuestros gastos. Y qué sé yo. No
queda tiempo, a lo largo del día y de la noche para sosegar el espíritu, y
todavía nos faltan horas. Con lo mucho que nos queda por vivir, y vamos a estar
embelesados escuchando el silencio. Parece una actitud de lerdos.
María,
no obstante, eligió la mejor parte, porque como dice Santa Teresa, antes fue
Marta al enjugar los pies del Maestro.
[13] No queramos ir por caminos
no andados, que nos perderemos. Marta y
María han de caminar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo ¿Cómo
le daría de comer María a Jesús si Marta no preparara la comida?
[15] Sin embargo, María escogió la mejor parte
porque ya había servido al Señor previamente enjugándole sus pies con sus
cabellos.
[17] Sea vuestro prójimo el que tenéis al lado
y necesita vuestra ayuda.
Resumido de las Moradas del Castillo interior
de Teresa de Jesús.
Moradas séptimas, último capítulo
Al
final, no es ni Marta ni María, sino Marta y María en nuestro mismo ser, dos
fuerzas antagónicas, la primera, María, que se abre al infinito para recibir la
Energía, la Gracia directamente de Dios, y la segunda, Marta, que lo aplica
directamente en este mundo, en el que hemos sido colocados por el mismo Dios
por alguna razón, que de momento, y a falta de encontrar otra respuesta mejor,
no es otra que derramar el Amor de Dios a todas sus criaturas.
María
recibe el Amor de Dios, se deja amar por Él, se abandona. Marta derrama ese
amor de Dios a los demás, y lo hace “como Él amó a María”, “como Él nos ha
amado primero”.
Como
serpientes y como palomas, como Marta y María, nos da la paz y la espada, su
yugo es suave, pero nos exige la propia vida. Jesús parece que era un fiel
partidario del Yin y el Yang, de los opuestos, porque en los opuestos se encuentra
la estabilidad, el equilibrio, la quietud, pero no una quietud estática,
inmóvil, sino dinámica, generadora de vida y de amor.
Todo
esto, filosofía de vida que no es exclusiva del cristianismo, sino que mucho
antes de Cristo, fue también intuida y expuesta por los expositores orientales
de la Filosofía perenne, está calando en determinados sectores de nuestra
sociedad, de la mano del referido mindfulness. Pero cuidado, que existe la
falsa impresión que a este estado “neurobiológico” de beatitud, se puede
acceder por control mental y por nuestras propias fuerzas. Es aquello de que
sólo usamos el 10% del cerebro, imaginémonos si usáramos el 40%, ¡sería asombroso!
No van
por ahí los tiros de la vía directa. Esa apertura que impresiona de mental, no
es un fenómeno neurobiológico, aunque los fisiólogos pudieran demostrar que
durante el silencio interior nuestras ondas cerebrales se enlentecen pasando de
beta a alpha, theta y delta, que es el que el método Silva refiere como estado
de meditación profunda[xiv].
Por supuesto que todo lo que nos sucede tiene una base orgánica y fisiológica,
porque son estados que experimentamos sobre y en nuestra base corporal; hasta
la transverberación de Santa Teresa tuvo un soporte neurofisiológico, supongo.
Pero esto no minora en absoluto la experiencia mística que una persona puede
vivir cuando aprende a contemplar a Dios en todo lo que sucede.
Esto
jamás lo comprenderán los sabios de este mundo. ¡Qué se le va a hacer!
Pero
no se detiene aquí los efectos de vivir intensamente la unión con Dios. Sucede
algo aún más maravilloso. Llegamos a comprender una realidad absolutamente
increíble: “todos somos Uno”. Esto
es lo mismo que conseguir alcanzar a comprender
el significado del sufrimiento.
11. Dichosos los que sufren
La Filosofía
perenne afirma que sufrir viene del latín “suffere”, soportar, cargar. Es
sinónimo de padecer “patere: estar acostado”, paciente, pasión. Sufrir supone
soportar una carga, una cruz, un estado indeseable, alejado de lo deseable, de
lo ideal, de lo que debería ser. Donde hay perfección y unidad no puede haber sufrimiento. Para el individuo que logra la unidad dentro
de sí y con la divina Base, termina el sufrimiento. La meta de la Creación es
el retorno a la Unión. La unión genera paz y felicidad; la separación
sufrimiento. La verdad une, la mentira separa.
El egoísmo tiende a establecer una barrera entre cada cual y el resto, barrera
levantada para “separar” lo mío de lo que no lo es.
Amor y
Sabiduría se basan en “ser consciente de la Unidad”.
Los seres humanos, afirma Consuelo Martín,
vemos el mundo como una realidad ajena a nosotros. La realidad es algo que está
ahí fuera, y lo que hacemos a lo largo de toda nuestra vida es, mediante
nuestros sentidos de percepción, capturar la información necesaria y suficiente
como para construirnos modelos de esa realidad, de modo tal que mediante un
complejo procesado mental de toda esta información, la convertimos en
conocimiento que nos permite comprender más o menos el mundo exterior.
Esta dualidad yo – el mundo exterior,
desorienta y nos llenas de temores, pues somos conscientes en el fondo de que
la comprensión que cada cual tiene de nuestro mundo es en esencia la mínima
necesaria para que la interacción que necesariamente se establece entre cada cual
y el mundo exterior, al menos no le haga demasiado daño.
En una primera aproximación tratamos de
comprender el exterior a nosotros. “Yo versus el Universo”. Y me hago una
imagen comprensible, un “el mundo es como sí…”. Luego, cuando mi ámbito de
influencia está amarrado y creo que domino mis vecindades, entonces soy lo
suficientemente estúpido para creer que “el mundo es según yo”. Es decir,
primero tratamos de elaborar modelos que nos permitan integrarnos en el mundo
al menos cercano a nosotros para sobrevivir. Después, tratamos de que el mundo
sea según nosotros, en la medida en que nos sentimos con capacidad de poder,
mando y control de nuestro medio ambiente.
Pues bien, mientras esa es nuestra percepción
de la realidad, vivimos separados de “lo demás” por una invisible barrera que
nos hace entrar en competencia directa con todo lo que nos rodea, sobre todo
con nuestros semejantes. Sólo hay que ver las bases de la Economía, el vicio
privado de acumular.
Pero cuando por mor de la acción directa de
Dios sobre nosotros, acción consentida por nuestra verdadera identidad que ha
conseguido domeñar nuestro ego, y hacerle dócil a la Providencia descubrimos
cómo sorprendentemente, nosotros somos uno con nosotros mismos. Esto es, que
todo lo que hemos dicho del “yo apañao”, de la mente, del cuerpo y del alma,
como si fueran tres elementos diferentes del ser humano, se comportan “como
si…” fueran diferentes, debido a nuestra división interna.
Es decir, el
Amor de Dios en cada uno de nosotros, lo primero que restablece es nuestra
propia Unidad interior. Dejamos de ser una peleada comunidad de vecinos
donde “aquí no hay quien viva” para descubrir que todo es consecuencia del
desgarro interno provocado por nuestro deseo de independencia de la Creación,
de creernos yo frente a todo lo demás, incluso frente a mí mismo. Este es uno
de los contrasentidos que nos hace sufrir y padecer tremendamente en esta vida,
la lucha interna en nuestro interior que nos arrebata.
Pero cuando Marta y María se han reconciliado
y han conseguido ¡por fin! ser una sola; cuando hemos logrado que nuestro
interior se unifique y que nuestras potencias actúen al unísono de los acordes
de Dios, entonces descubrimos que esa unidad descubierta en nuestro interior,
¡oh, prodigio! se disemina hasta donde alcanza nuestra vista. Comprendemos,
caemos en la cuenta de que todos nosotros, los seres humanos que conviven con
nosotros forman una unidad, unidad que transforma la relación interpersonal en
Amor, no al otro, sino como esencia íntima de la Unidad. Vemos a los otros, no
como seres individuales independientes unos de otros, sino como una sola
entidad, Comunidad, decimos. Así, la idea de Comunidad deja de ser un eufemismo
tan ficticio como manoseado, para convertirse en una auténtica realidad.
21 para que todos sean uno. Como tú, Padre, en
mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea
que tú me has enviado.
Jn 17, 21
12. Todos somos Uno
El Amor de Dios entre nosotros
restablece la Unidad entre los seres humanos.
Cuando somos conscientes de que los seres
humanos todos somos Uno, esta es la tesis central de Eckhart[xv],
la realidad que ven nuestros ojos y nuestra alma sufre un cambio radical. Hasta
tanto, la Unidad es tan sólo un ideal borroso y voluntarioso y además,
contracorriente, porque en la Naturaleza, sometida al Yin y el Yang se da un
delicado equilibrio estable entre el individualismo y la colectividad. Es un
instinto de separación que es escalable. Es decir, puede sentirlo y desearlo un
individuo respecto de su entorno, o una parte del individuo respecto de él. El
primer caso, la Filosofía perenne lo cataloga de impulso, pasión,
pecado. En segundo caso es una enfermedad, un cáncer. En realidad el fenómeno
es similar y las consecuencias igualmente lesivas, es decir, el sufrimiento. Recordemos que en el
proceso de la Evolución biológica, los seres pluricelulares suponen un triunfo
de la Comunidad respecto de la individualidad.
Una extraña sensación se experimenta cuando en
nuestro interior logramos intuir que en el fondo, toda la Humanidad, desde la
aparición del primer ser humano sobre la Tierra hace millones de años hasta el
último bebé nacido hace sólo un milisegundo, pertenecen a una sola entidad,
denominada “Ser Humano”, que ha recorrido un largo camino desde que nació hace
varios millones de años, hasta ahora mismo.
Dios no
ha redimido a los seres humanos, sino al Ser Humano,
donde todos y cada uno de nosotros está integrado como una sola entidad.
Todos somos uno es una afirmación que
tradicionalmente no ha sido bien vista por la Iglesia católica. Al Maestro
Eckhart (Siglo XIV) le costó la condena de la Inquisición, tachado como fue de
monista. El monismo es una doctrina filosófica procedente del Oriente, que
afirma, el Universo
está constituido por un sólo principio o sustancia primaria. Así, según los
monismos materialistas, todo se reduce, en última
instancia, a materia, (el Hidrógeno de las estrellas), mientras que para los
espiritualistas o para el idealismo (especialmente, el idealismo hegeliano), ese
principio único sería el espíritu. La doctrina más alineada en este sentido es
el monismo advaita[xvi],
antigua corriente vedanta que data del Siglo VI AC y predicada por Adi Shankara
(Siglo VIII DC). Filósofos monistas han sido Parménides,
Heráclito,
Anaximandro,
Demócrito,
Spinoza,
Berkeley,
Leibniz,
Hume,
Hegel,
y Aldous Huxley[xvii].
Cuando uno se desprende de los prejuicios
sobre si una doctrina procede de un lugar o de otro, si es de un filósofo
cristiano o indio o chino, y comprende la esencia del mensaje, las posturas
partidarias de unos o de otros dejan de tener sentido. Y si además las
autoridades eclesiásticas ya no tienen el poder, gracias a Dios que antaño
tenía la Inquisición, se puede hacer caso de la voz de la propia conciencia,
que es en último extremo, la voz de Dios. Aunque esto, entre paréntesis, para los católicos no debería aplicar, pues
según el dogma, el Papa prevalece a la propia conciencia.
Así que la afirmación de “todos somos Uno”,
aparte de salir de la boca del mismísimo Jesús de Nazareth, es la apoteosis de
la espiritualidad universal, la única que puede existir, aunque unos y otros la
pretendan envasar en los herméticos recipientes de las doctrinas religiosas,
que hacen que la Humanidad esté separada por un mismo Dios manipulado por
códigos y disciplinas rituales.
La Verdad
une, la mentira separa, frase muy fuerte que afirma
Consuelo Martín. Y la Verdad además de unir, hace libres. La Verdad despoja a
Dios de los apellidos que le hemos adjudicado los seres humanos, tales como el
Dios de los judíos, de los egipcios, de los hindúes, de los cristianos, etc.
13. Salí sin ser notada
Pero para acceder a la Verdad es necesario
morir a muchas cosas que nos atan a tantos y tantos prejuicios (yo frente a los
demás; nosotros frente a los otros). Cuando te aproximas a la límpida verdad
deja de tener sentido la idea de pueblo elegido, de iglesia de hijos de Dios
frente a los que no pertenecen a ella, porque no han sido bautizados y no se
han adherido a la disciplina del Magisterio.
Cuando un destello de Verdad ilumina tu mente
y tu espíritu, cuando tú ya eres “uno”, cuando…
En una noche oscura
Con ansias en amores inflamada
¡Oh dichosa ventura!
Salí sin ser notada
Estando ya mi casa sosegada [xviii]
…y contemplas con lágrimas en los ojos la
imagen de la Tierra desde el Espacio, sólo puedes entender que ahí abajo, la
inmensa obra de Dios se condensa en una sola entidad, la Humanidad, el Ser
Humano, que nació de Sus manos hace millones de años para crecer y aprender en
el largo camino de las eras y las épocas de la Historia, que vivió y murió una
y millones de veces; que fue feliz y sufrió por sus propias debilidades y
maldades, y que ha sido protagonista de los más excelsos episodios y de las más
deleznables tragedias.
Todo en uno. Comunidad de santos y villanos,
de pobres y ricos, de buenos y malos, de trigo y cizaña, de gente que ama y que
odia, que ríe y llora, que pasa hambre y vive feliz, de Yin y Yang.
Y todos somos Hijos de Dios. Amigos y
enemigos, todos somos Uno.
44 Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y
rogad por los que os persigan, Mt 5, 44
Y aún más…
34 Si prestáis a aquellos de quienes esperáis
recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para
recibir lo correspondiente. 35 Más bien, amad a vuestros enemigos;
haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será
grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los
perversos. 36 «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. 37
No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad
y seréis perdonados.
Lc 6, 34-37
En frase de Lao Tse, “El que todo lo juzga fácil encontrará la vida difícil”.
Así que sólo se puede ser hijo del Altísimo si
amamos a los que creemos son nuestros enemigos. Los budistas ni eso consideran,
no admiten tener enemigos.
Este es el único camino. Pero para eso, la
barrera, la frontera que nos separa los unos de los otros han de ser
derribadas. Y hay barreras físicas que separan unos pueblos de otros, unos
países de otros, barreras defendidas con armas, gérmenes y acero. Pero más
duras y difíciles de derribar son las barreras doctrinales. Esas sí que separan
a los hombres y los convierten en enemigos los unos de los otros, capaces de,
por fanatismo ciego, pasar a cuchillo a cualquier infiel que se nos ponga por
delante. Después de una guerra, los países enemigos pueden reconciliarse e
incluso formar, con todas las dificultades del mundo, una Unión Europea, pero
los enemigos religiosos son irreconciliables. Sólo el paso del tiempo ha conseguido
en Occidente al menos, poner un poco de sentido común a este ciego fanatismo
que tanta sangre ha derramado, de modo que ya parece que las cruzadas y las
guerras de religión son una pesadilla cada vez más lejana en el tiempo…
supongo.
Porque lentamente, los cristianos vamos
aprendiendo que amar a Dios no supone desenvainar
la espada para poner en fuga al infiel, sino esto, sentir cómo todo lo que nos
rodea conforma una sola entidad, todo es nuestro, “Todo” forma parte de mí y yo formo parte del Todo. Yo soy una simple rama, un simple sarmiento,
yo soy una simple célula de un todo que me rodea y me da la vida, y por ello,
“yo soy Uno con el Todo”.
5 Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El
que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no
podéis hacer nada.
Jn 15, 5
Durante toda nuestra vida hemos creído que
“yo” me las ventilo solo. Inclusive doctrinalmente estamos concienciados de que
el pecado nos ha separado tanto de Dios que Él está en “otra parte” y tenemos
que buscarle. En qué pocas ocasiones se nos ha dicho que Él está en nosotros,
queramos o no, lo sepamos o no, nos demos cuenta o no. Sí, sí, sabemos lo de la
vid y todo eso. Si lo curioso es que todo está dicho, si los curas no hacen más
que repetirlo, pero algo nos impide darnos cuenta de la Verdad, así leamos y
escuchemos el Evangelio centenares de veces. O ellos se explican mal, o
nosotros no sabemos comprender, o ambas cosas. “Fíat lux”. Esa es la clave de todo, ya lo hemos referido suficientemente.
Esa misma luz que nos bañó y provocó nuestro
despertar en medio de la noche de la mente, es la que nos hace “luz del mundo” y sal de la tierra. Y es que la luz no puede ocultarse,
más tarde o más temprano emerge, así les fastidie a los que traten de apagarla.
13 «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la
sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser
tirada afuera y pisoteada por los hombres. 14 «Vosotros sois la luz
del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. 15
Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el
candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. 16
Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Mt 5, 13-16
Es una potencia incontenible que siempre
termina iluminando, aunque en el camino muchas candelas hayan sido sofocadas.
14. La Ley y los profetas
Lo curioso es que no se trata de abolir ni la Ley ni los profetas, ni de tirar por
tierra siglos de tradición y doctrina. La cuestión es descubrir su verdadero
sentido.
17
«No penséis que he
venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento. 18 Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán
antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda.
Mt 5, 17-18
Efectivamente, cualquier parroquiano y
autoridad eclesiástica obsesionados con el cumplimiento de la Ley y la doctrina
puede considerar este libro casi herético, cuando en realidad lo que trata de
expresar es que el ritualismo y la doctrina sin la vivencia del Amor es como
címbalo que retiñe y campana de bronce que retumba.
1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y
de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que
retiñe.
1Cor 13,1
Incluso el propio Sacramento de la Eucaristía,
donde Jesús se encarna en la Sagrada Forma, puede ser un acto rutinario (lo es
lamentablemente la mayoría de las veces) donde recibimos la comunión como el
que se toma un medicamento, mientras pensamos en la lista de la compra o en lo
que nos va a costar la reparación del coche, y mientras resuena el murmullo de
la gente y el coro de misa canta con voces quebradas y guitarras desafinadas.
No es posible una aproximación a la Verdad sin
antes haber madurado psicológica y humanamente, y sin haber visto la Luz (Fíat
Lux), un regalo que no se consigue con nuestro esfuerzo, sino con nuestro
abandono en Aquel que es el único que nos lo puede dar mientras reducimos al
mínimo los ruidos de nuestra mente. En el camino de aproximación, los símbolos y
ceremonias nos aportan analogías de lo divino y nos crean la atmósfera
necesaria para vivir aquello que sobrepasa nuestros sentidos. Este es el
sentido de la Eucaristía, crear una atmósfera de recogimiento que haga como si
nos eleváramos por encima de las cosas.
El corazón humano es torpe para abrirse a algo
tan abstracto como es el Espíritu Santo, acostumbrado como estamos a comprender
imágenes sensoriales. En la celebración eucarística, estamos ante una ceremonia
envolvente, que crea (o debería crear) esa atmósfera de recogimiento que llega
al clímax cuando el sacerdote muestra a los asistentes la Sagrada Forma y
proclama “este es el sacramento de nuestra Fe”, “esto es Jesucristo en cuerpo y
sangre”, “esto concreto es Dios”.
Y no sólo muestra a Dios representado en una
hostia consagrada, sino que además te lo da a comer, para introducirlo
físicamente en tu cuerpo por tu tubo digestivo, en el acto de la Comunión.
Este
ritual quiere que “te des cuenta” (Fíat Lux) de que
Jesús ha entrado en lo más íntimo de tu ser. Es un símbolo cierto y real, pero
no más cierto y real que el hecho de que, de todas formas, comulgues o no, Dios
está dentro de ti, con toda su realidad, aunque no te des cuenta, porque ese es
el sentido de la Resurrección.
El símbolo eucarístico permite o te facilita
algo muy importante “que te des cuenta”, “que caigas en la cuenta” de que Dios
está dentro de ti, y de todos los demás asistentes con los que celebras la
Eucaristía… “todos somos Uno en Él”.
Lo falso sería creer que sólo cuando comulgas,
Dios entra dentro de ti, pero cuando no comulgas Dios no está dentro de ti. Es
como si fuera un medicamento, que sólo cuando lo tomas tienes a Dios en sangre,
y transcurrido no sé cuánto tiempo, necesitas tomar una nueva dosis de Dios,
porque el efecto terapéutico de la anterior toma se ha disipado. Tómese a Jesús
sacramentado, diría el prospecto, una vez a la semana, porque tiene efecto
retard, o mejor una vez al día. En realidad todo depende de cómo vivas
interiormente tu relación con Él.
Es decir, aunque recibir los sacramentos,
dentro del Magisterio católico tiene una importancia capital para la vida de
fe, no deja de ser una actividad, una práctica vacía de contenido si sólo de
esta forma pretendes relacionarte con Dios, y no te has enterado que tienes una
Vida Interior que es donde realmente Él habita. Porque es la Vida Interior la
que da sentido a la práctica sacramental y no al revés. Si decir esto atenta
contra la doctrina católica, me tendría que pensar seriamente si realmente soy
o no católico.
Es pasar del ritualismo inconsciente y casi
fanático a una ritualidad basada en una Verdad que toma conciencia en lo más
profundo de nuestro ser.
Tomando conciencia real de lo que significan
todos los principios de la Ley y los profetas (para los católicos, la
doctrina), no se trata de subestimar ni dejar como innecesario todo el
componente ritual y litúrgico, pues es la expresión exterior y comunitaria de
la Vida Interior, sino de quitarle el sentido coercitivo, mandatario (so pena),
e integrista de una fe enlatada en ritos, para devolverles el auténtico
significado de expresión de fe. Porque tengo fe la expreso de esta forma, y no
que tengo que hacer esto y aquello, rezar a ciertas horas, ciertos rezos (y no
otros ni a otras horas, no sea que peque), para conseguir tener fe, o para aplacar
la ira de Dios si no le obedezco en estos rituales.
19 Por tanto, el que traspase uno de estos
mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en
el Reino de los Cielos; en cambio, el que los
observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.
Mt 5, 19
Porque bien sabe Jesús que a las gentes
sencillas se las conquista por el estómago. Bien sabía que si quieres congregar
a tu gente, has de hacerlo en torno a una mesa, a un banquete, a una comida,
porque una buena comida es el mejor reclamo, tanto más cuanto más hambrientos
estemos los invitados. Ya sabía Él que una reunión sin un pique es un desaire
para con los invitados. Por tanto, el que traspase estos mandamientos más
pequeños y así se lo enseñe a los hombres será el más pequeño en el Reino de
los Cielos.
Sin embargo, está claro qué es lo importante y
qué lo accesorio. No cabe duda que la práctica ritual sin una vida de Amor es
para Jesús literalmente “nada”.
15. De lo ritual a lo sacramental
Si uno lee cuatro veces seguidas con
detenimiento el versículo Mt 6,5 “Y
cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas
y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres;
en verdad os digo que ya reciben su paga”, ha de preguntarse cómo ha vivido
las prácticas religiosas hasta ahora. Este es un tema que a lo largo del libro
estoy tratando sacar a colación, sin el menor ánimo de subestimar la liturgia,
sino de llamar la atención sobre el espíritu con el que se celebra por parte
del común de las gentes, es decir, de la mayoría de los creyentes
No se me malinterprete lo que voy a decir:
Quizás una de las cosas que llama
poderosamente la atención a los buscadores de una nueva espiritualidad es que
las prácticas de meditación orientales se basan fundamentalmente en el
silenciamiento, en la relajación mental, en el vacío de pensamientos, en el
silencio interior y exterior. Las misas dominicales, por el contrario son, o se
han convertido, en una secuencia de lecturas, rezos que sabemos de memoria y
cánticos con guitarras, que no paran durante toda la celebración, de modo que
si uno quiere un poco de recogimiento interior, ni siquiera tras la Comunión lo
consigue, porque estarán los coros amenizando el momento. Joan Escalés,
sacerdote de un precioso pueblo del Pallars Sobirá leridano, Enviny, en su
libro “La misa contada por un cura”, pone el dedo en la llaga:[xix].
“Lo
he pensado muchas veces durante la Eucaristía. En ningún otro lugar como en la iglesia,
la persona es tan poco ella misma. Basta mirar las caras impersonales, como
ausentes. Les he dicho muchas veces: tan bien como me recibís en vuestra casa…
con aquella naturalidad, aquella alegría, aquella espontaneidad. Solamente en
la iglesia me siento mal con vosotros”.
[…]
Si queréis ver gentes desperdigadas… id a las iglesias.
Joan Escalés.
Existen dos formas de abordar este problema, y
las dos son necesarias. La primera, mediante un proceso de reflexión sobre lo
que sucede en las misas católicas, y cómo los asistentes son gente anónima que
no sabe cómo integrarse en el misterio. La segunda mediante un
redireccionamiento de toda la catequesis católica hacia la Vida Interior de las
gentes. El católico de base no ha aprendido a orar, no le han enseñado. Al
católico de a pie le han formado para que centre su vida de fe en la práctica
sacramental, pero quedándose los sacramentos en los puros huesos, en el
significado ritual y litúrgico de una práctica casi mágica, llena de algo que
parecen conjuros por los que ¡oh prodigio! se nos perdona los pecados,
recibimos a Cristo y nos unimos en matrimonio, o nos bautizan. Los sacramentos
parecen haber perdido su esencia, para quedarse en los signos externos, y muy
importante en alguno de ellos, en las comilonas y fiestorros posteriores.
Está todo tan centrado en lo que hacemos en el
templo, que parece como si nuestra fe sólo se manifestase allí. Sí es cierto
que nos dicen que tenemos que ser buenos
y todo eso, pero lo importante de un católico sucede en el templo. Esto
etimológicamente hablando se denomina “fanatismo”,
obsesionados con el templo (el fanos). Y todo porque se nos inculca que Dios
está en el templo, y no se incide lo suficiente en que lo realmente importante
en un cristiano, no sucede en el templo, aunque sea una catedral gótica
descomunal; sucede en nuestro templo interior, aquí, en lo escondido.
Rezar en las sinagogas, en las iglesias, a
bombo y platillo sin que nada fluya en el interior de los corazones, es en
palabras del propio Jesús, una hipocresía, una impostura, sostenida por un
régimen inercial de comportamiento religioso, basado en “por lo que pueda pasar
cuando la palmemos”.
Misas y
rosarios sin vivir la Divina Realidad en nuestro interior es una práctica
ridícula.
Misas y
rosarios sin una vida de entrega a los demás es una práctica ridícula.
En el cristianismo, hablar de misas y
rosarios, liturgia en general, equivale a hablar de sacramentos y devocionarios.
Prácticamente toda la liturgia cristiana es la
que se aplica para la administración de los sacramentos.
Por definición, los sacramentos —en la
teología de la Iglesia católica— son signos sensibles y eficaces de la gracia
invisible de Dios a través de los cuales se otorga la vida divina; es decir, ofrecen
al creyente el ser hijos adoptivos de Dios. Fueron instituidos por Jesucristo y
confiados a la Iglesia. Permítaseme incluir un resumen de la evolución
histórica sobre la idea de sacramentos que se ha ido forjando a lo largo de los
siglos [xx].
Inicialmente, el término
asignado en las antiguas comunidades cristianas a los ritos litúrgicos era la
palabra griega “mysterion”, que luego, al traducirse el término al latín, se
sustituyó por “sacramentum” (lo que menciona, representa lo sagrado), y se
relaciona con designio de salvación. Desde el punto de vista bíblico,
"mysterion" o sacramento son signos y prodigios que realizan la
voluntad divina de que todos los hombres se salven por medio de la Iglesia,
actualizando el signo y prodigio fundamental: Cristo en su Encarnación, Muerte
y Resurrección.
En los primeros siglos del
cristianismo hubo confusión en todo lo relativo a los ritos; se aplicaba el
término mysterion a los hechos salvíficos de Cristo, a las profecías del
Antiguo Testamento, o incluso se comparaban con rituales de similar significado
en otras religiones; incluso se asociaban a veces con posturas gnósticas, por
lo que San Irineo trató de no usar esta palabra “mysterion”, para evitar
confusiones. Orígenes, en el Siglo III le dio el significado definitivo, “signo
de una realidad sensible que enlaza con otra realidad invisible”.
Dentro de la patrística griega,
una vez casi desaparecido el paganismo (Siglo IV), el término mysterion se
sigue usando, y San Atanasio le da el atributo de “designio salvífico que se
realizó en el pasado y se celebra en la liturgia”. Estos hechos son
fundamentalmente tres, la Encarnación, la Eucaristía y Pentecostés, que según
Cirilo de Jerusalem, se expresan en los ritos del bautismo (Encarnación),
Eucaristía y unción (Pentecostés). Dionisio el aeropagita establece estas tres,
como las “consagraciones”. El Norte de África popularizó el término “sacramentum”.
Es San Agustín de Hipona el que populariza el término al referirse a los ritos
litúrgicos de la Iglesia. Al parecer, dentro de esta sopa primordial de conceptos,
en tiempos de San Agustín S. IV, el número de signos externos considerados
“sacramentum” llegaban a en torno a trescientos. Bien es verdad que muy pocos
eran los que se materializaban en ritos litúrgicos. Pero esto da idea de cómo
en la Iglesia, los conceptos que ahora son asumidos como dogmas, tardaron
muchos siglos en consolidarse, y mientras tanto, estuvieron flotando en la
mente de los expertos como conocimiento teológico en fase de maduración.
Al
tiempo que los sacramentos van tomando forma como ritos, se inicia la reflexión
-de la mano de la influencia progresiva de la filosofía aristotélica- acerca de
lo esencial de la ceremonia o aquello que no puede faltar para que el sacramento
sea válido. La noción de causa y la distinción de materia y forma enriquecieron
de manera notable la reflexión sobre los sacramentos.
Tomás
de Aquino apunta dos cosas muy importantes, lo primero en relación a la
eficacia de los sacramentos, en el sentido de que esta está en función de la fe
y disposición de la persona que lo recibe, lo que denomina “carácter
sacramental” del creyente. Lo segundo, que centra la importancia litúrgica en
los que al final serán los siete sacramentos partiendo de una reflexión
antropológica relacionada con las circunstancias del hombre: nacimiento,
crecimiento, nutrición, enfermedad, vigor primero, propagación y gobierno. Esta
consideración con algunas variantes ha sido adoptada por el Catecismo de Juan
Pablo II (cf. nn.1210-1211). En el Concilio de Lyon se establece una profesión
de fe, sobre los siete sacramentos de la Iglesia. Trento ratificó el número,
contenido y significado.
En
contra de la teología de la Reforma, el Concilio de Trento afirmó la eficacia
de los sacramentos siempre que el receptor no ponga obstáculos a la gracia.
Ahora bien, para evitar conflictos con los ortodoxos, se usó la expresión «contienen
la gracia» y no «causan la gracia» y la contienen «ex opere operato» según
expresión que indica su eficacia sobrenatural propia. Sin embargo, se
condicionó tal eficacia a que el ministro quiera hacer con ellos lo que hace la
Iglesia y realice lo esencial a cada sacramento. Además se indicó que tres eran
los sacramentos que conferían «carácter» (y que, por tanto, sólo podían ser recibidos
una sola vez): el Bautismo, la Confirmación y el Orden.
Lo
que en la esfera católica han quedado como siete sacramentos, en la Iglesia Anglicana
se aceptan dos sólo: Bautismo, Cena; en el luteranismo tres, Bautismo, Cena y Absolución;
pero en general, en la esfera protestante actual, sólo se consideran el
bautismo y la cena. Lo mismo sucede en la esfera ortodoxa griega, que en
esencia acepta los tres sacramentos fundamentales, bautismo, cena y arrepentimiento.
Además el matrimonio es ceremonia religiosa, administrada por el sacerdote.
He
incluido esta explicación, accesible en Internet, algo extensa sobre los sacramentos,
para indicar cómo las ideas teológicas que rigen la vida de las gentes, son
fruto de siglos de evolución, y que no siempre han estado tan clarificadas. Se
tardó quince siglos afirmar que Cristo instauró los siete sacramentos, lo que
no comparten todas las iglesias cristianas. Se les atribuye un significado y
eficacia que está entre su potencia intrínseca y la disposición de las gentes
al recibirlos. Pero lo fundamental, y es por lo que los traigo a colación, es
porque son en esencia el eje central de la vida de fe de la Iglesia. Es decir,
es como si fuera de los actos litúrgicos sobre los que se desarrolla el hecho
de recibir los sacramentos, lo que quedara es un código de buen comportamiento,
que se fortalece con la recepción de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía
y la Penitencia.
Sobre
el papel, todo es correcto, y está perfectamente pensado. Desde el punto de
vista doctrinal, todo tiene sentido. Lo que no está tan claro es que tenga el
mismo sentido desde el punto de vista de la gente, que en general es una perfecta
ignorante de los argumentos teológicos que soportan todo el edificio doctrinal.
En la
práctica me da la sensación de que “esto no mola”, porque las cosas son de tal
forma que se ha establecido un perfecto “cumpli-miento”, un cumplo y miento.
Cumplo, porque sí, asisto a misa y me confieso de vez en cuando, pero miento
porque de nada me sirve cumplir, si mi vida es una mentira, porque para mí
Dios, Cristo y todo lo demás adquiere una tibia realidad, en su caso, mientras
dura la misa, y me atrevo a vaciar mi cubo de basura en el confesionario, sacramento
este de la penitencia, cada vez más olvidado entre los católicos.
Más
allá de la eficacia intrínseca que tengan los sacramentos, sobre todo Eucaristía
y Reconciliación, está la actitud de corazón.
Jesús
lo dice clarísimamente:
23 Si, pues, al
presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo
tiene algo contra ti, 24 deja tu ofrenda allí, delante del altar, y
vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu
ofrenda.
Mt 5, 23-24
Es
decir, olvídate de celebraciones religiosas, si tú y hermano tenéis cuentas de
conciencia pendientes de resolver.
Porque
lo único que importa es el Amor, el Amor con el que hayamos amado a los demás.
38 «Habéis oído
que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente. “ 39 Pues yo os digo:
no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha
ofrécele también la otra: 40 al que quiera pleitear contigo para
quitarte la túnica déjale también el manto; 41 y al que te obligue a
andar una milla vete con él dos. 42 A quien te pida da, y al que
desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda. 43 «Habéis oído
que se dijo: Amarás a tu prójimo y
odiarás a tu enemigo. 44 Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y
rogad por los que os persigan, 45 para que seáis hijos de vuestro
Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre
justos e injustos.
Mt 5, 38-45
Dios
hace salir el sol sobre justos e injustos.
No juzguéis y no seréis juzgados, (Lc 6,37).
Perdónanos en tanto hayamos perdonado, (Mt 6,12) hasta setenta veces siete (Mt
18,22). ¿Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano y no ves la viga
del tuyo? (Mt 6,2).
12 «Por tanto,
todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a
ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas.
Mt 6,12
La
idea, creo yo, consiste en establecer un feed back entre vida y sacramentos.
Los sacramentos fortalecen el espíritu para perfeccionar la vida, y la vida
misma desea ser un signo sagrado que se fortalece con los sacramentos.
De
otra forma, no tiene sentido la práctica religiosa. Yo le hago una faena al vecino,
no me reconcilio con él, no le pido perdón, pero eso sí, me confieso y comulgo.
El valor de estos actos religiosos es igual a cero. Y sin embargo es lo que
solemos hacer y cómo solemos vivir.
El
gran drama que vive la Iglesia católica es la separación entre espiritualidad (Vida
Interior) y práctica religiosa. En los tratados de teología, en el catecismo,
esta ruptura no existe, obviamente, pero en el común de las gentes sí. Y esto
es lo que hace de la práctica religiosa una impostura, una hipocresía,
consentida por parte de todos, de los curas, que no insisten lo suficiente, y
casi ni siquiera mencionan explícitamente en sus sermones, la necesidad de
descubrir la Vida Interior, y aceptada por los feligreses que viven cómodamente
en su hipocresía basada en el cumplir y mentir.
¿Qué
cura en misa de una un domingo se atrevería a decirle a sus parroquianos, “los
que tengáis cuentas pendientes con el prójimo, que no volváis a pisar la
iglesia hasta que os hayáis reconciliado con él, como dice Jesús en Mateo 5,
23”? Lo más probable es que al domingo siguiente, la iglesia estuviera vacía, y
eso fastidiaría la estadística de frecuentación dominical.
Honestamente
hablando, en mi opinión, la causa de la deserción masiva de creyentes católicos
se basa en esto, en que el cristiano, que lo es por la decisión de sus padres de
bautizarle con pocas semanas de vida, y no por decisión propia, descubre lo
absurdo de centrar la vida de fe en la práctica de una serie de ritos que
impresionan de semi mágicos, mediante los cuales, por arte de magia, a uno se
le perdonan los pecados y se le devuelve la Gracia. Es absurdo que tan sólo
ritos casi chamánicos sean el eje central de una fe en un Dios, que eso sí,
como no cumplas con los ritos, lo tienes crudo en el examen final. Tantas cosas
son absurdas en este estado de cosas, consentidas por los curas, con tal de ver
los templos llenos, como consentían in illo tempore los mercaderes en el
templo, que al final, cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que
mientras el papel lo aguantas todo (catecismo, tratados de teología), la realidad
es tozuda y nos demuestra cómo todo esto se ha convertido en una decadente
romería popular.
No es
la doctrina sobre los sacramentos y las prácticas religiosas la que está
equivocada, sino cómo se difunden y se motiva su vivencia entre el común de las
gentes, que es la víctima de la forma actual de vivir la fe, totalmente
centrada en lo que sucede en el interior del templo de piedra. Por eso las
personas inquietas, que saben que “les falta algo”, que “sienten dentro de sí algo que no saben lo que es”, están buscando
ese algo, que no es otra cosa que la intimidad con Dios, en técnicas de
silenciamiento, de espiritualidad, que sí le aportan esa paz y ese encuentro,
que por muchas misas que oigan, no consiguen encontrar.
Siempre
he dicho que la Iglesia, al criticar y condenar estas prácticas llamémosle
“neoeristas”, de la nueva era, están abandonando a las “ovejas perdidas de
Dios”, que buscan un verdadero pastor, al no encontrarlo en el señor obispo ni
en el señor cura.
Perdóneseme
tanta dureza, pero esto me ha torturado toda mi vida, y gracias a haber
conocido a Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, a través de mi madre, hoy no soy
también yo, una oveja perdida.
Señores
eclesiásticos, puede que yo y otros como yo, estemos de psiquiátrico, pero les
ruego no nos condenen antes de haber meditado algo más sobre esto.
16. De lo sacramental a lo espiritual
El
razonamiento lógico del discurso sacramental de la Iglesia católica, lleva
inexorablemente a tener que aceptar que la práctica de los sacramentos es mandato
obligado para obtener la Gracia, conservarla y recuperarla tras las caídas.
Esto supone reconocer y aceptar que sin esta práctica religiosa, la vida del creyente
languidecerá progresivamente hasta extinguirse, lo cual supone un grave riesgo
de condenación. Dentro de la esfera católica, esto no es cuestionable, y así lo
aceptamos los católicos, que somos denominados “practicantes”, porque practicamos
estos ritos litúrgicos.
Existen
otros católicos, que se denominan “no practicantes”, y son un altísimo
porcentaje de bautizados, a los que eso de ir a misa y confesarse… como que no
les convence. No matan, no roban, cuidan de sus hijos, no defraudan a hacienda,
es decir, son gente de buena voluntad, para las que los curas no son gente que
les haga mucha gracia. Son desencantados de una religión basada en ritos y liturgias,
que no les dice nada. Pero tal y como está el código penal católico, es
prácticamente seguro que han de estar en pecado mortal, porque entre otras
cosas, no ir a misa los domingos sin causa justificada, hasta donde yo sé o sabía,
es una falta gravísima, penada con el fuego eterno. Eso al menos ponía mi catecismo.
Si ahora no es así, qué pasa con los que murieron cuando sí era así, ¿dónde
están?
Así
las cosas, está claro, que lo que garantiza la salvación es la práctica sacramental,
en el supuesto de que esta práctica conduce a una vida de Gracia.
De
esta afirmación a la afirmación categórica de que “no hay salvación fuera de la
Iglesia católica” prácticamente no hay nada. Esto es lo mismo que decir que el
ser humano, o es católico practicante, o prácticamente no tiene nada que hacer.
Esto
se traduce en uno de los atributos más identificativos de las grandes religiones
monoteístas, la de ser mutuamente excluyentes, la de que pretenden ser únicas a
efecto de salvación. Y este atributo, en la Iglesia católica y en el
Islam, llega al paroxismo. Por eso, Christopher
Lamb afirma que el estudio comparado de las religiones con la católica o con el
Islam, es un ejercicio desagradable para los católicos o los musulmanes, porque
eso les relativiza, cuando están convencidos del carácter absoluto de su fe.[xxi]
La
importancia de las religiones ha estado y lo está en función de su impronta
cultural y política. Durante siglos, el cristianismo católico ha ocupado un
lugar en la vida cultural y política de las gentes de Europa innegable. Los
papas, auténticos sucesores, además de Cristo, de los emperadores romanos, por
la supuesta Donatio Constantini, han
hecho y deshecho, además de en lo religioso, en lo político y militar. Han
tenido autoridad para nombrar reyes y emperadores. Es un estado de cosas
semejante, ¿quién se atreve a negar que la práctica religiosa es imprescindible
para salvarse? Lo mismo aplica para los musulmanes en tiempo del califato de
Damasco o de Córdoba. Un poder político y social tan descomunal en ambos casos,
ahoga cualquier pretensión de llevar la contraria a los líderes religiosos en
materia de fe. En este estado de cosas, ¿quién dudaba de la autoridad del Papa?
No había que legislar su infalibilidad; era evidente.
Pero
cuando a raíz del Renacimiento, de la reforma protestante, de la Ilustración y
del avance de la filosofía científica y del modernismo, la autoridad de la
Iglesia se tambalea, y se van perdiendo poco a poco sus poderes temporales, los
Estados pontificios en Italia y demás armas de autoridad política, social e
incluso militar del papado, es entonces cuando la autoridad de la Iglesia
decae, hasta el extremo de cuestionarse, no su impronta social, sino religiosa.
En este estado de cosas, sí que procede legislar la infalibilidad del Papa, lo
que se acuerda en el Concilio Vaticano I.
La
debilidad social y política de las religiones tiene su lado bueno y su lado
malo. El lado malo se manifiesta en lo que sucede en la actualidad en Europa,
que los cristianos somos a efecto social, una minoría sociológica, con un
impacto muy relativo en la organización de la vida pública, tremendamente
secularizada, donde en la práctica “Dios ha muerto”, con leyes, como la del
aborto (y las que amenazan en el horizonte: eutanasia, clonación, hibernación,
trasplantes de cerebro, etc), que atentan frontalmente con el espíritu
cristiano de la vida humana. Pero también tiene un lado positivo, que nos
obliga a volver a los orígenes de lo que somos, la comunidad de seres humanos
que afirmamos que existe una relación personal con un salvador único, que es a
la vez Dios y hombre. Además nos obliga a compartir cuota social con religiones
ajenas a la nuestra. En nuestras ciudades ya no hay sólo templos católicos;
también comienzan a proliferar mezquitas, sinagogas y templos budistas. Si no
queremos pecar de racistas religiosos, hemos de aceptar, como dice Lamb, que “nuestra fe no es el único camino para la
salvación; que los católicos, los cristianos tenemos nuestro camino hacia Dios
y ellos tienen el suyo. El nuestro es verdadero y funciona para nosotros, y el
suyo es verdadero y funciona para ellos”. Tras tantos siglos de
imperialismo cristiano, donde la evangelización pasó de ser una predicación del
amor de Dios, a una imposición a la fuerza, con un desprecio total hacia las
culturas autóctonas, es lo menos que el Occidente cristiano puede hacer hacia
el Oriente.
"Ustedes los blancos presumían que
éramos salvajes... Cuando cantábamos nuestras alabanzas al Sol, a la Luna o al
Viento, ustedes nos trataban de idólatras. Sin comprender, ustedes nos han
condenado como almas pérdidas, simplemente porque nuestra religión era
diferente de la vuestra. Nosotros veíamos la Obra del Gran Espíritu en casi todo:
el Sol, la Luna, los Árboles, el Viento y las Montañas; y veces nos
aproximábamos de El a través de ellos: ¿Era eso tan malo?. Yo pienso que nosotros
creemos sinceramente en el Ser Supremo, de una fe más fuerte que muchos blancos
que nos han tratado de paganos. Los Indios viviendo del lado de la Naturaleza y
del Maestro de la Naturaleza, no viven en la oscuridad."
Tatanga Mani o
Búfalo Caminante (1871-1967) Nación Stoney (Canada)
La
convivencia con otras religiones suele traer consigo la tolerancia y el respeto
de las demás, como formas alternativas de explicar el misterio de la existencia
humana. Durante el Medioevo español, esto sucedió entre judíos, moros y cristianos,
y supieron vivir en paz, sin renunciar cada cual a su fe, pero respetando las
demás, salvo cuando políticamente una prevalecía sobre la otra. Los judíos
fueron siempre minoría.
Sin
embargo, siempre subyace un más o menos acentuado “tribalismo religioso” en
nuestras actitudes. Nosotros versus ellos. Para reforzar nuestra importancia,
incidimos en los errores de las demás (y viceversa). Nosotros caricaturizamos
al Islam como fanáticos religiosos que imponen de un modo desfasado la sharía o
ley islámica a las gentes, mientras ellos, también hacen lo propio con los
cristianos. Recordemos el calificativo nada equivocado del poeta musulmán Abul-Ala-al-Maari, de la fe de los cristianos, tan sincera como
ingenua.
En este escenario multicultural y multireligioso, donde
obligadamente se ha de convivir con otras culturas y religiones en la misma
tierra, nos podríamos hacer, con Lamb, la siguiente pregunta. ¿Podemos estar
seguros de que al hacer de Cristo el centro de nuestras vidas, a expensas de
sus rivales, no nos estamos equivocando?, es decir, ¿es nuestra fe cristiana
sólo nuestro particular camino hacia Dios, ni mejor, ni peor que el suyo? La
respuesta es un absoluto dilema. Porque si respondemos afirmativamente,
entonces tenemos que reconocer que la misión evangelizadora no tiene mucho
sentido, ya que tal y como se ha hecho, en el fondo ha sido un arma definitiva
en las estrategias de conquista y colonización de las naciones europeas. Ha
sido puro imperialismo religioso, que ha masacrado culturas autóctonas; pero de
paso, destruimos la base misma de la Iglesia, negando el mandato de Cristo de “Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
(Mt 28, 19). Si respondemos negativamente, entonces afirmamos que sólo es
posible la salvación por medio de la Iglesia, lo que justifica, no sólo la
evangelización tal y como se ha hecho, sino el imperialismo religioso, y de
paso niega la validez salvadora del resto de confesiones, lo que dejaría en
fuera de juego al 90% de la población mundial que no es católica “y
practicante”.
Así pues, la respuesta no es ni sí, ni no, sino
todo lo contrario.
El
problema radica, no en la Iglesia católica, que al fin y al cabo no es sino una
organización humana constituida para difundir el mensaje de Jesús, sino en Jesús
mismo.
Jesús
dice de sí mismo “yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida, nadie va al Padre si no por mí” (Jn 14, 6)
Pedro,
ante las autoridades de Israel afirma, “No
hay salvación en ningún otro, pues no se ha dado a los hombres otro nombre bajo
el cielo por el que podamos ser salvos” (Hch. 4, 11-12) Y lo mismo afirma
en varias ocasiones Pablo en sus cartas.
Christopher
Lamb plantea cómo se puede asegurar semejante afirmación de modo incuestionable
ante los hombres. ¿Qué autoridad puede afirmar que lo que dice Jesús es cierto?
Alguien superior a Él, lo cual no tiene sentido, si se afirma su divinidad.
En
resumen, y para no extendernos en lo que no dejan de ser “disquisiciones
filosóficas” que no tienen ningún valor postal... Nadie puede ni afirmar ni
rebatir la afirmación de Jesús de que Él es el Camino, la Verdad y la Vida,
porque esta afirmación, su vida y su enseñanza, se autentifican solos. Porque
no se puede demostrar lo indemostrable.
Podríamos
estar escribiendo páginas y páginas esgrimiendo argumentos a favor y en contra
de que la fe católica es la única, y lo contrario. Pero todo esto nos conduce a
lo que termina siendo “la insoportable levedad de los dogmas religiosos”.
Un
dogma religioso no deja de ser un acto de sugestión voluntaria de la mente ante
lo divino. Yo me convenzo de algo indemostrable, hasta hacerlo tan veraz en mí,
que no hay forma de que me lo desmonte nadie, porque me niego a renunciar a ello
que creo, para mí es cierto. Pero por mucho razonamiento filosófico y teológico
que se le aplique, al final, es como una nube de humo que termina desvaneciéndose
ante el inmenso aire que nos rodea, por muy salvaje que sea el incendio originado,
siempre vence el aire que disuelve los más voraces incendios. Eso sí, los incendios
dejan la tierra quemada, a veces para siempre.
Si
esto se instituye de modo colectivo, tenemos a toda una comunidad que ha de
aceptar estos convencimientos, si sus miembros quieren pertenecer a ella. Volvemos
al Sueño del Planeta de los toltecas. Alguien pensó por mí en cómo son o han de
ser las cosas, y que ni se me ocurra contradecirle.
Este
camino, que se origina en el mensaje de Jesús, deriva progresivamente hacia lo
sacramental como esencial, para terminar en la triste realidad de que de facto,
lo que importan son sólo los ritos, para mantener al rebaño en el corral.
Esto
es lo que se llama “eclesiastizar la fe”, es decir, convertir el mensaje de Jesús
en un conjunto de códigos canónicos que convierten la fe en una adhesión
incondicional a ese conjunto de códigos, que basados en el mensaje de Jesús, se
convierten en exclusivos, excluyentes y biunívocamente asociados a una organización
religiosa. De ahí la importancia capital de los actos sacramentales, porque son
la base, los cimientos de la Iglesia.
En mi
opinión, la única forma de no volverse loco de remate (como deben estar
bastantes teólogos, que como a Don Quijote, se les debe haber derretido el seso
a fuerza de discursos), con estas reflexiones, auténticamente demoledoras, que
como los incendios, dejan la mente totalmente arrasada, porque es como querer
demostrar científicamente lo absolutamente incomprensible, es volver todo nuestro
ser a lo espiritual, es decir, al puro y simple vacío interior.
Si
algo tiene sentido en todo este avispero intelectual, causante por cierto de
centenares de miles de muertos en guerras de religión, es que lo único importante
es la relación personal del ser humano con su Creador, profese la religión que
profese.
Si nos
centramos en lo auténticamente espiritual, nos daremos de bruces con Jesús de
Nazareth, su vida y su enseñanza. Pero también con Buda, con Lao Tse, con
Patangali, con Shankara o con Mahoma, y con todos los místicos universales, que
supieron ver dónde está la Verdad. Así que, cuando tornamos a la esencia
espiritual de ser humano, vemos cómo se
desvanecen las estructuras religiosas y sus dogmas, para brotar con fuerza
sublime, algo que nace de lo más profundo del alma humana, el anhelo de regresar
al Creador.
Dejar
este discurso en esta situación tiene un efecto fabuloso. Deja la mente inquieta
porque seguirá preguntándose, “pero bueno, en qué quedamos”; pero el alma quedará
sosegada, serena.
La
mente queda inquieta, porque no hay respuesta a si la fe católica es o no la
verdadera y única. Porque la respuesta es ni sí, ni no, sino todo lo contrario.
Lo que no les va a hacer ninguna gracia a ninguna de las autoridades religiosas
que reinan en este mundo.
Pero
el alma se serena, porque vuelve a su ser tranquilo en los brazos del Padre,
que ni de lejos creo que le interesen demasiado las trifurcas doctrinales, ni
las peleas religiosas sobre quién es más importante y quién tiene las llaves
del Cielo.
La
espiritualidad, donde Dios y el ser humano se encuentran de verdad, es lo que
Consuelo Martín denomina “la vía
directa”. Supone descubrir lo que somos realmente, y al descubrirlo,
comprender que “mi vida está en Tus
manos”.
Descubrir lo que somos es si cabe,
insultantemente sencillo. Cualquier momento es oportuno para nuestro personal
descubrimiento. Consiste en observar. Y aquí la mente y el pensamiento además
de sobrar, son un estorbo.
Como dice Consuelo Martín en su libro “El arte
de la contemplación”,
“Observo
una emoción, y al hacerlo la veo como algo separado hasta que se disuelve.
Observo una escena en la que estoy, y si lo normal es captar detalles y atributos
para fabricarme un modelo de mi propia realidad, inevitablemente raquítica, por
mi raquítica capacidad de percepción, la cuestión consiste en simplemente
mirarme sin pretender formarme una opinión, un constructo. Simplemente ver sin
mostrar interés especial por nada. Descansando”.
Cuando
vamos a la montaña y desde un punto elevado logramos contemplar un magnífico
paisaje, decimos que desde allí se puede contemplar un bello panorama.
Utilizamos el término contemplar para referirnos
a ese momento que quisiéramos fuese eterno en el que empaparnos de la increíble
belleza que nos ofrece la Naturaleza. La contemplación nos incita a estar en
silencio, a apaciguar nuestro espíritu que parece como si se esponjara,
llenando nuestra retina de luz y color, y nuestros oídos del sonido tenue de la
brisa, y los pulmones del aire fresco de la montaña.
No nos fijamos en nada concreto, y lo normal
es sentir un profundo sentimiento de paz y relajación. Quisiéramos no irnos de
allí. Maestro, qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas…
Hemos contemplado, nos hemos esponjado, pero
no tardará mucho tiempo antes de que nuestro cerebro se ponga en funcionamiento
y “se fije en algo”, se centre en algún detalle, se sorprenda por algo, así que
comenzará a pensar y a utilizar el reconocimiento de patrones para identificar
cosas. Entonces el paisaje desaparece y lo único que vemos es, por ejemplo si
viésemos el Mont Blanc desde Chamonix, cómo el glaciar que procede de la
montaña está retrocediendo año a año. Esto nos enlaza con el problema del
calentamiento global y de lo triste que es ver cómo los glaciares se están
derritiendo y las consecuencias que esto puede tener en un clima
desequilibrado, y etc. Etc. Total, adiós contemplación del paisaje, y
bienvenidas nuestras personales preocupaciones, que en el extremo nos amargarán
el día, si nos obsesionamos por el fenómeno.
Pero hay gente buena que al verte
desasosegado, puede acompañarte en tu ceguera y enseñarte como relajar el
espíritu y enseñarte a ver y a reconocer en ti, que eses luz del mundo.
Más allá de la retracción del glaciar del Mont
Blanc, contemplar es ver y amar el paisaje tal cual es. Incluso tras haberte
fijado en el problema, o justamente por haberte fijado en él.
Así, la contemplación es el punto donde
convergen todos los caminos, donde desembocan todos los ríos que se dirigen
hacia el Océano de Dios. Y el Amor es la consecuencia, el efecto que produce la
contemplación en nosotros mismos, de un modo además, imparable.
Esto es espiritualidad, esto es relación
directa con Dios, acaso sin práctica sacramental convertida en rituales. Pero
es una íntima relación con el Creador.
Esto no relativiza la importancia que pueda
tener para los católicos sus sacramentos, o para los musulmanes sus actos de
culto o lo mismo para los hindúes o budistas. Simplemente quiere hacer ver que
una práctica sacramental sin la vivencia profunda de la espiritualidad es menos
que nada. Pero la vivencia interior, el descubrimiento de uno mismo y de su
relación íntima con Dios, da todo el sentido del mundo a la práctica
sacramental, a los actos de culto. Y en ese sentido, que cada cual siga y
practique la fe que le infundieron sus padres, o la que descubrió por sí mismo.
Yo, como soy cristiano, me adhiero a la comunidad católica comprometida, pero
me libraré muy mucho de ser excluyente.
Desde la espiritualidad, los propios
sacramentos tienen sentido. El bautismo es la necesaria puerta de entrada, es
la decisión de iniciar el camino de regreso a casa.
18 Me levantaré, iré a mi padre y le diré:
Padre, pequé contra el cielo y ante ti. 19 Ya no merezco ser llamado
hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.”
Lc 15, 18-19
Es la decisión de unirse a la comunidad de fe
que camina hacia Dios. Es la decisión de salir de Roncesvalles y comenzar a
caminar.
La confirmación, aunque en el código católico
es como el bautismo, que imprime carácter, y por ello sólo se recibe una vez,
es en el fondo el continuo acto de afirmación, la voluntad de seguir, y de
aceptar el Espíritu Santo en nuestro interior. De alguna forma, la confirmación
debería ser la actitud del joven rico de, conscientemente, vender todo lo que
tuviera, tomar su cruz y seguir al maestro. Es una decisión muy seria, tan
seria como que supone, o debería suponer, el abandono total y absoluto de
nuestra vida en manos del Padre, optar por querer ser perfecto; pasar de ser un
católico practicante, centrado en los actos de culto, a entrar por la senda estrecha de la Vida
Interior, de la mística, de la vía directa hacia Dios.
La reconciliación es el sacramento del perdón.
“Perdónanos como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Mientras que esta
actitud de arrepentimiento del corazón es suficiente para sentirse perdonados
por Dios, en el rito católico, el perdón exige pasar por el confesionario, en
la medida que para la Iglesia católica, el mandato de perdonar o no los
pecados, queda delegado en los ministros del culto. La confesión tiene un
sentido (aparte del doctrinal), espiritual y hasta psicológico importante, pues
es como descargar nuestras debilidades, nuestras culpas en alguien que hace las
veces de Dios mismo, y del que sabemos nos va a perdonar. Hay pecados y faltas
que necesitamos compartírselos a alguien para quedarnos tranquilos, para
recobrar la paz de espíritu.
La Eucaristía, como sacramento habitual del cristiano,
que se celebra en la misa, supone el alimento reparador, es el acto sublime en
el que mediante la ingesta del pan y vino consagrados, materializamos ese
recibir y acoger en nuestro templo interior a Dios mismo. En él aceptamos a
Cristo como nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra propia Vida. Es el acto de
culto que representa la máxima intimidad del alma con Dios mismo. Es el
sacramento místico por excelencia.
Luego está el matrimonio. Este es un
sacramento, un signo sagrado del amor de Dios a los hombres a través de su
mejor invento, el amor humano expresado en el amor de un hombre y una mujer. La
gente piensa que se recibe o se celebra en el momento de la boda. En realidad
en ese momento comienza a manifestarse. El matrimonio es una auténtica
hierofanía, una manifestación de lo sagrado a los humanos a través del amor de
la pareja. Supone la expresión del amor en un “te doy mi vida entera, y prometo serte fiel en toda circunstancia,
todos los días de mi vida”. Y ese amor se materializará en la concepción de
un nuevo ser, el hijo, un nuevo ser humano que perpetuará la especie y el Amor
de sus padres.
El orden sacerdotal es un sacramento que en
todas las religiones expresa la decisión de determinadas personas de sacrificar
por expreso amor a Dios sus vidas por toda la comunidad al extremo de decir: “os doy mi vida entera y os prometo seros
fiel en toda circunstancia, todos los días de mi vida”. Es como el
matrimonio, pero en vez de ceñido a una persona, a toda la comunidad en unidad
con Dios. Es por tanto, la manifestación del Amor de Dios a los hombres a
través de la entrega total al servicio de la Comunidad. Aunque canónicamente
los frailes y las monjas no reciban este sacramento, en la práctica, es como si
lo recibieran, porque salvo las específicas capacidades sacramentales que se le
otorgan a los sacerdotes, por lo demás, ellos también dan su vida entera a la
Comunidad.
Y por
último queda la unción de los enfermos, que es el sacramento de salida de este
mundo, aquel en el que el alma queda preparada para ser definitivamente acogida
en las manos del Padre.
Si nos
damos cuenta, que tras quince siglos se llegase a la conclusión de que estos
son los siete sacramentos o signos sagrados fundamentales, no es algo exclusivo
y con derecho de propiedad de los cristianos católicos, sino que cualquier
persona, sea de la cultura que sea, podría experimentar y comprender, a poco
que la Divina Realidad sea algo esencial en su vida, y mucho más, si la Divina
Realidad lo es todo en su vida. Según su religión y sus costumbres religiosas,
lo expresará según unos ritos u otros, pero estos siete signos, que en el caso
de los cristianos decimos, los instituyó Jesús de Nazareth, no como el que
elabora la norma doctrinal de la secta, sino como fuente de Vida eterna, son
tan consustancial con la vida humana, que de una forma u otra, cualquier
persona que decida iniciar su camino de regreso hacia Dios, los ha de cultivar,
con o sin ritos, con o sin actos de culto, con o sin representación litúrgica,
pero los ha de vivir, sentir y experimentar, como manifestaciones externas de
su Vida Interior, para ser luz del mundo, y para que el mundo crea.
Por
eso, la vida sacramental, o hinca sus raíces en la espiritualidad de la
relación directa del alma con Dios, o no tiene ningún sentido.
17. Con los ojos de un niño
Todo en la espiritualidad tiene sentido, todo va
enfocado a crear un ambiente de convivencia fraterna, donde buscar el Reino de
Dios y su Justicia significa “aprender a
Ser”.
24 «Así pues, todo el que oiga estas palabras
mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa
sobre roca: 25 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los
vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada
sobre roca. 26 Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga
en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: 27
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron
contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»
Mt 6, 24-27
El
Sermón de la Montaña es la base programática de un
nuevo modelo de vida que Jesús nos propone. Todo lo que en él se relata es lo
necesario y suficiente para “dejar todo lo que tienes, dárselo a los pobres,
tomar tu cruz y seguirle”. En el fondo no es nada complicado. Lo entiende un niño.
3 y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os
hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.
Mt 18, 3
Y sin embargo, cuánto nos cuesta a nosotros
entenderlo; tanto que necesitamos experimentar la “iluminación” (Fíat Lux) para
caer en la cuenta. ¿Por qué?
La
inocencia de la infancia es adulterada con la educación. La mayor parte de lo que nuestro pensamiento elabora está fuertemente
condicionado por el aprendizaje familiar, social y académico; por la educación.
Es lo que los indios toltecas llaman el sueño de la familia, de la sociedad, y
en el extremo, el Sueño del Planeta[xxii].
Lo hemos visto con anterioridad varias veces, los que nos precedieron desde
muchos siglos atrás, han elaborado, generación tras generación, un sueño sobre
cómo es esta vida, y nos la han inculcado en nuestra mente a través de la
educación, de modo que ni siquiera somos lo que pensamos, sino lo que la
Humanidad que nos ha precedido ha destilado en nuestra mente y nos ha inculcado
a través de la enseñanza. Y aún más, nos ha obligado a aceptar compromisos
sobre normas de comportamiento, de creer y de vivir, acorde con “su” sueño, no
con el nuestro que ni siquiera lo hemos elaborado conscientemente, y que a poco
que no caigamos en la cuenta, ni siquiera seremos capaces de concebir. Es así
que cualquiera que se atreva a salirse de los carriles marcados, “delira”, es
decir, se sale de la lira del sembrado, y es tratado como inadaptado al sueño
de la comunidad, como sociópata, como hereje.
El niño nace virgen, con plena capacidad de
aprender, pero sin ninguna idea preconcebida, de modo que para él la Vida es
simplemente lo que ve. No hay dobleces, no hay segundas intenciones. Los
orientales dicen que un niño nace con todos los chakras abiertos, receptivos,
pero a lo largo de su educación se les van cerrando a fuerza de la imposición
educativa. El niño es un contemplativo nato, un maestro zen. No juzga, no
prejuzga. Decimos que es “inocente”, porque no ve malicia en nada, ni tiene
malicia en nada de lo que hace. Pero su increíble capacidad de aprender y el
innato instinto de supervivencia les hace ver que los que le rodean “luchan”
por las cosas, y “si no llora no mama”, así que o espabila o no se come una
rosca. Y aquí empieza el descenso vertiginoso hacia la triste realidad de este
valle de lágrimas, a través de la creación mental y desarrollo de los complejos
arquetipos de comportamiento que al final nos hace ser como somos. Hemos
perdido la inocencia, y encima, a aquel que trata de mantenerse inocente,
limpio de corazón, manso y en resumen, trata de vivir las bienaventuranzas, se
le tacha de débil, casi de imbécil, pues pone la otra mejilla, cuando según la
ley de los hombres debería responder a las ofensas con mayores ofensas, pegar
puñetazos en la mesa, para no dejarse pisar por los demás, y lejos de poner la
otra mejilla, liarse a mandobles, para que sepan quién es el más fuerte y “que
de mí no se ríe nadie”.
Esa adulteración de la inocencia la describe
Jesús mediante la parábola del administrador injusto, reconociendo que los
hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz (Lc 16, 1-8). Por
lo que nos recomienda ser cándidos como palomas pero astutos como serpientes
(Mt 10, 16), porque simplemente nos envía como ovejas en medio de lobos.
Hemos pues de alejarnos y desprendernos de arquetipos, de estereotipos, de convenciones, de
normas de moralidad, de reglas de compromiso, del sueño de la tribu, de la
sociedad, del Sueño del Planeta, como predican los indios toltecas, de
creencias, hasta entonces válidas para nuestra vida más o menos razonable. Esto
no significa negarlas. Es pasar de creer en artículos de fe escritos en doctrinas
particulares de cada tribu, a simplemente experimentar la Divina Realidad
dentro de sí, pasar de “ver para creer” a “creer para ver”. Esto supone un tremendo
esfuerzo de desapego, de desprendernos de todos los modelos mentales que han
regido nuestra vida hasta ahora. Este es un proceso en sí mismo de purificación,
de penitencia en términos cristianos, de desprendernos de todo lo que hace densa
nuestra alma y no deja pasar la luz. Krisnamurty denomina a este proceso,
lograr la ausencia de deseo[xxiii].
La ascética cristiana denomina a este proceso, la vía purgativa[xxiv].
Igual que la primavera es el despertar de la
vida, expresado externamente en una explosión de vida y color, pero que oculta
auténticos dolores de parto, de una vida que quiere vencer a la muerte
invernal, así se experimenta el proceso de desprendernos de todo lo aprendido,
para volver a ser como niños.
Es importante aquí comprender las pautas de la vida. Con todo, como
todo está bien, como se quiera o no se quiera siempre se hace su voluntad, la
vida del ser humano tiene sus etapas. Cuando un niño despierta a la vida,
aprende y poco a poco se integra en la frenética noria de este mundo, la
ilusión por ser más, por aprender, por adquirir habilidades y conocimiento para
abrirse paso en la vida le lleva literalmente el cien por cien de su tiempo. La
vida ofrece tantas posibilidades, y a la vez es tan dura y tan competitiva, que
un joven a penas si parpadea estará perdiendo oportunidades que sólo pasan una
vez. Por tanto, Dios, que sabe de sobra cómo es la naturaleza humana, podrá
comprender las inquietudes de un joven que desea fervientemente abrirse paso como
profesional de cualquier disciplina que ansíe dominar. Y para ello hay que dar el todo por el todo. Y para él,
el todo es coronar el éxito de su carrera, para luego alcanzar un puesto en la
sociedad que le permita escalar peldaños, sobresalir y coronar el éxito
definitivo. ¿Quién no aspira a eso?
Cuando uno vive la efervescencia de la
juventud, divino tesoro, ¿quién puede criticarle que eso que ansía y persigue
son las añadiduras al Reino de Dios? Por eso, lo hemos comentado al comenzar el
Fíat Lux, el joven rico tenía dos problemas, que era joven y además que había
alcanzado el éxito. ¿Cómo iba a dejarlo todo a cambio de ir a un lugar donde no
tendría ni donde reclinar la cabeza?
En medio de esta vorágine ciertamente es
bastante complicado que un joven pueda perder ripia en lo que hace, máxime si
pestañea le pisan el terreno. Y ciertamente tiene necesidad y derecho de
centrarse en sus estudios y en hacerse un hueco en este mundo en el que poder
vivir decentemente. Esto es también “Fíat
voluntas tua”, hágase tu voluntad.
Porque la lectura radical del joven rico es la
actitud de San Francisco de Asís, desnudarse espiritual y físicamente de todo y
retirarse a una iglesia abandonada a convivir con el hermano lobo. Pero frente
a esta decisión, digamos radical y heroica, existe otra actitud, no menos
heroica, que es la de permanecer en el mundo, desarrollar los talentos que Dios
nos ha dado y ponerlos al servicio de los demás, porque no olvidemos que es Su
Voluntad que vivamos en este mundo, ciertamente en medio de lobos, pero no
menos cierto que si aquí hemos sido colocados, aquí debemos ejercer y
desarrollar nuestras capacidades.
20 Llegándose el que había recibido cinco
talentos, presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me entregaste;
aquí tienes otros cinco que he ganado.” 21 Su señor le dijo: “¡Bien,
siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te
pondré; entra en el gozo de tu señor.”
Mt 25, 20-21
No estamos en este mundo por equivocación; no
es un error que se resuelve odiándolo y alejándonos de él. Ni mejora nuestra
situación considerándole uno de nuestros tres grandes enemigos…
Pero… Siempre hay un pero.
Y el “pero” es que el poder de atracción hacia
el lado oscuro (llamémosle así) del mundo es bastante fuerte, y de aspirar a
hacernos un hueco en este mundo para vivir decentemente y practicar las
virtudes del Sermón de la Montaña a caer
en un imparable desenfreno por acumular hay un imperceptible paso que podemos
dar sin darnos cuenta, tanto más si como cuando somos niños, vemos que los
demás luchan y se afanan para tener más, y compiten y se tiran a la yugular por
un puesto de responsabilidad, por un contrato, por un negocio.
El cruce de esta peligrosa frontera se llama “apego”. ¿Se puede ganar una posición
social sin estar apegada a ella? Decididamente sí, pero… como dice el dictum de
Acton, “el poder corrompe, y el poder
absoluto, corrompe absolutamente”. La sensación de poder es muy peligrosa,
pues arrastra de una forma absolutamente imparable hacia comportamientos
totalmente inmorales. Y llegados a esta situación, estamos perdidos.
Hay
muchas personas para quienes la "Carencia de deseos", es una cualidad
difícil de adquirir, porque sienten que sus deseos SON su ser mismo; que si los
deseos que les son peculiares, si sus agrados y desagrados fuesen eliminados,
nada de sí mismos quedaría.
Krisnamurty. A los pies del Maestro
Krisnamurty, en esta reflexión mete los dedos
en la llaga de algo que es bastante consustancial con el hombre, la
identificación de nosotros con lo que queremos ser, y esto nos genera un
poderoso poder de atracción. Si podemos superar la fuerza de gravedad de este
peligrosísimo agujero negro, podremos hacer uso de los bienes de la tierra para
“hacer Su Voluntad”, porque no seremos ricos “afectivos”, que es lo que
importa. Porque incluso siendo ricos efectivos, la cuestión es no serlo de modo
afectivo, porque esto es lo que nos destruye, y a esto Jesús se refiere con “no
acumular tesoros en la tierra”.
19 «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde
hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. 20
Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que
corroan, ni ladrones que socaven y roben. 21 Porque donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón.
Mt 6, 19-21
Esta es la clave del desapego, que nuestro
corazón esté en los tesoros del Cielo, que no son otros que el Amor que Jesús
nos ha indicado como expresarlo en el Sermón de la Montaña.
18. El poder de hacer milagros
Una de las características más sorprendentes
de Jesús fue la de que estaba continuamente haciendo milagros. Curaba enfermos,
sanaba leprosos, echaba a los demonios, resucitaba muertos y multiplicaba panes
y peces.
5 A estos doce envió Jesús, después de darles
estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de
samaritanos; 6 dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de
Israel. 7 Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. 8
Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios.
Gratis lo recibisteis; dadlo gratis.
Mt 10, 5-8
El
Evangelio lo toma al pie de la letra, porque efectivamente sus discípulos se
repartieron por las aldeas curando enfermos, sanando leprosos, resucitando
muertos y expulsando demonios. Todos sabemos que esas cosas hoy día no son algo
que se pueda o sepa hacerse con
facilidad, es más, los milagros milagrosos son algo bastante infrecuente.
Volvemos a las tres posibles interpretaciones de las Sagradas Escrituras,
literalmente, es decir, de un modo irracional; intelectualmente, investigando
restos arqueológicos de lo expuesto, o simbólicamente, que es tomando esas
palabras “milagros, curaciones, expulsión de demonios”, en el sentido figurado,
pero real, que es, la capacidad que el propio Jesús nos da de “sanar los
corazones destrozados”, de “aliviar las conciencias”, de “resucitar muertos
vivientes”, de “multiplicar solidariamente los bienes”. En otras palabras, la
posibilidad de “hacer la voluntad de Dios” con los demás.
En el
fondo de todo, está el Amor. Los milagros surgen por nuestra capacidad de amar
a los demás, de perdonar hasta setenta veces siete, de perdonar incluso en el
mismo instante que nos están crucificando “porque
no saben lo que hacen”.
9 No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla
en vuestras fajas; 10 ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni
sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. 11 «En la
ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos
allí hasta que salgáis. 12 Al entrar en la casa, saludadla. 13
Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz
se vuelva a vosotros. 14 Y si no se os recibe ni se escuchan
vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo
de vuestros pies. 15 Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos
rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad.
Mt 10, 9-15
El Amor se ofrece de balde. No pide
contrapartidas, no exige un pago por los servicios. Se da, sin más. No se apuntan los favores en una libreta para
recordar en un momento dado quién nos debe un favor. No lleva cuentas;
simplemente da. Ahora bien, “informémonos de quién hay digno”, porque no todas
las personas saben apreciar el bien que se les hace, es más muchos lo
desprecian
6
«No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los
puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen.
Mt 7, 6
Esto
es lo lamentable, que la Palabra vino al mundo, y el mundo no la recibió, la
luz brilló en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron. Los suyos no
la acogieron. En cuantas ocasiones se derrama Amor, y el mundo interpreta este
acto como absurdo, sin sentido, estúpido, signo de debilidad. “Hay que ser
duro, hijo.” Los blandengues no tienen ningún futuro. La vida es de los
espabilados, “marica el último”, y cosas así.
Si es
así, entonces no queda más remedio que una digna retirada, la paz vuelva con
nosotros, y sacudámonos el polvo de nuestras sandalias.
16 «Mirad que yo os envío como ovejas en medio
de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las
palomas. 17 Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los
tribunales y os azotarán en sus sinagogas; 18 y por mi causa seréis
llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante
los gentiles. 19 Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o
qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento.
20 Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de
vuestro Padre el que hablará en vosotros.
Mt 10, 16-20
Algo
tiene el amor que irrita, pone nervioso, violenta a los humanos que viven según
sus propias normas. Es como si ante un acto de amor, el otro se viera a sí
mismo reflejando sus malas obras en un espejo, o algo así.
Pero
no seamos maniqueos, porque en lenguaje de la calle, lo que sucede es que el
común de las gentes vivimos enredados en nuestros asuntos, en cómo conseguir
para nosotros mucho más de lo que nos corresponde, lo adornemos con los
envoltorios de celofán que queramos. Cuando vemos a aquellos que pasan por la
vida curando enfermos, sanando corazones y resucitando muertos, en el fondo lo
que sucede es que nos corre en conciencia el escalofrío del contraste, porque
una mancha gris en un fondo gris no resalta demasiado, pero sobre un fondo
blanco destaca tanto, que no puede pasar desapercibida.
El
Amor hace fundamentalmente un milagro, el de remover las conciencias. La
conciencia removida tiene ante sí la oportunidad de que “se haga la luz”, pero
puede que sus ambiciones de joven rico le impidan hacer caso a esa llamada, por
lo que lo mejor es ignorarla, y si incordia demasiado, rechazarla. En este
caso, el Amor será, primero caricaturizado, ridiculizado, segundo, será
orillado, echado fuera y si sigue amenazando, será eliminado. Porque Poncio
Pilatos tiene muchas formas de ahogar el Amor. A fin de cuenta él vive en su
mundo, nosotros no.
19. Bajo el poder de Poncio Pilatos
“Nunca olvidéis, discípulos, que un gobierno
opresor es más cruel que un tigre”.
Confucio
Poncio
Pilatos, además de ser el gobernador de Palestina en tiempos de Jesús de
Nazareth, y tocarle en desgracia hacer el papel de juez en la causa contra Él,
razón por la cual ha sido (Pilatos) condenado como el que se lavó las manos y ordenó
la ejecución de Jesús, representa el poder de este mundo; el que por razones
personales, económicas, políticas o religiosas, toma el tipo de decisiones que
hacen de este mundo un lugar hostil para las gentes de buena voluntad.
En
realidad, todos los seres humanos padecemos bajo el poder de Poncio Pilatos,
porque, más allá de las restricciones legales de la vida cotidiana, que están
diseñadas en principio con el buen fin de hacer posible la convivencia, vivimos
bajo la autoridad de nuestro Poncio Pilatos particular, que es toda la cadena
de autoridades políticas y empresariales que en ocasiones bordeando la
legalidad y en otras traspasándola clarísimamente imponen sus intereses
particulares a los generales de la comunidad. O como diría Salustio:
83 AC-35 AC. Caius
Sallustius Crispus. Historiador latino.
Para identificar a Pilatos, no tenemos que irnos al
presidente del gobierno, o a los ministros o gobernadores regionales. Pilatos es todo aquel que con
su actitud hace realidad la frase de Salustio. Da igual que sea el dueño de un
pequeño comercio o el presidente de un banco o el primer ministro. No es el
cargo, sino la actitud ante los demás la que nos hace Pilatos, ese deseo ladino
de aprovecharnos de nuestra situación social, y en el extremo, el de hacer
cargar en las espaldas de los más débiles el peso de la ambición, porque entre
príncipes la diplomacia hace que no se pisen los callos si no interesa.
Pilatos
es por tanto el estereotipo del poderoso, del que es capaz de decidir sobre ti
y tu vida, y que no reparará en esfuerzos para conseguir lo que desea, aún a
costa del sacrificio de los demás, y si algo sale mal, la culpa siempre será de
otro. Es el que ve en el político del otro partido a su adversario, pero a su
propio compañero de filas, como su auténtico enemigo, al que deberá pisotear
con tal de de conseguir el escaño o el cargo deseado.Hablar de Pilatos es lo
mismo que hablar del poder humano en estado puro.
Probablemente, el mayor enemigo del recto
vivir sea ceder a la tentación del poder. El poder es una de las expresiones más conocidas de la soberbia.
Sentirse superior a los demás por razón de habilidades, conocimientos, cargo,
posición social, capacidad económica, etc., es una de las tentaciones más lesivas
para el ser humano.
Como dice Aldous Huxley en su libro “Sabiduría
perenne”[xxv],
el ansia de poder no es un vicio del cuerpo. El
apetito de poder es un deseo de la mente, tan poderoso como una adicción a las
drogas. Tiene atributos de tolerancia y dependencia. Tolerancia porque cuanto
más poder tienes, más necesitas incrementarlo para sentirte “¿satisfecho?”; y
resulta insoportable perder parcelas de poder.
El apetito de poder crece con cada satisfacción
conseguida y con cada éxito logrado. Por tanto el ansia de poder responde a la
teoría de la acumulación, cuanto más poder, tanto más se desea y se obtiene.
La ascensión en la jerarquía suele ser un
proceso lento y prolongado, de modo que a cargos de poder efectivo se llega en una etapa
relativamente tardía de la vida. Cuanto más viejo se es, tanto más posibilidades
tiene el que ama el poder de complacerse en el pecado que lo acosa, tanto
mayores y más frecuentes son las tentaciones y más posibilidades de caer en ellas.
Esto es diferente que el libertino, que aunque no quiera abandonar sus vicios, con los años, los vicios
le abandonan a él.
El poderoso ni abandona los vicios, ni los
vicios le abandonan. Es por eso que el político o el banquero, o el empresario
multimillonario, es por defecto una persona ambiciosa de poder, embelesado por
su erótica, que le permite mandar sobre vidas y haciendas, con riesgo casi
cierto de caer en prácticas corruptas y por todo ello, un sujeto con clara
sospecha de maldad. En otras palabras, se tiene que demostrar su honestidad,
porque el simple hecho de ejercer el poder a gran escala, lleva consigo
actitudes inmorales, siempre. Como dice Acton, “el poder corrompe y el poder
absoluto, corrompe absolutamente”
El sentimiento de poder se transmite por
delegación de competencias a toda la pirámide de la organización o del Estado.
Hasta el portero del Ministerio siente el poder desde la autoridad que le han
delegado en él de permitir o no el paso de las personas. Incluso, los estilos
de gobiernos de las naciones afectan a sus gentes. En una dictadura, el
ciudadano medio tiende a ejercer el poder que le corresponda de modo
dictatorial, como su jefe supremo, como su caudillo, a imagen y semejanza de su
“amado líder”.
El poder es esencialmente expansivo por
definición. No se detiene ni cuando choca con otro poder, porque si se trata de
medir fuerzas, se monta una guerra y listo, que gane el más fuerte, y el que
gane, todo para él. Así se ha escrito la Historia.
El apetito de poder es puramente mental e
insaciable, y además inmune a enfermedades y al paso de los años. Los grandes
dictadores han alcanzado edades de extrema ancianidad. Es por ello que los
plazos de poder no deben ser largos. Los estatutos de los cartujos, jamás
reformados, porque jamás fueron deformados, obligan a que los abades sólo estén
ejerciendo su cargo un año. La democracia moderna recomienda que un cargo
político no supere los cuatro años, tras los que debe someterse a reelección en
su caso.
Según esto, es muy difícil, ostentando el
poder, conseguir caminar en el estado unitivo con la divinidad. Sin embargo San
Francisco de Sales afirma que sí se puede, si, y solamente si, se cumple lo
siguiente: 1.- Deben negarse todas las ventajas personales del poder, así como
practicar la paciencia y el recogimiento, sin los que no puede haber amor ni a Dios ni a los hombres. Y
2.- El accidente de tener poder temporal no supone autoridad espiritual.
La auctoritas espiritual es lograda por la
gratuidad de lo divino, que permite penetrar en la naturaleza de las cosas, lo
que otorga la cualidad de vidente.
El vidente debe aconsejar al poderoso y este
tomarle en consideración. Es un desastre que el poderoso se crea vidente, esto
genera dictaduras y tiranías intolerables. Hitler, Castro, Chaves, o incluso la
de determinados gobiernos democráticos…
Esto se tenía claro en la India y en Europa,
hasta la reforma; sin embargo la Iglesia católica cayó al final en la trampa de
unir poder temporal y espiritual en una persona, el Papa, que llegó a nombrar
emperadores.
La autoridad espiritual sólo puede ejercerse
por desinteresados libres de toda sospecha.
La Iglesia puede ser el Cuerpo Místico de
Cristo, pero si sus mandos tienen vasallos, gobiernan Estados y administran en
la actualidad grandes imperios económicos, ningún título asignado de misticismo
puede ocultar el hecho de que sus acciones de gobierno se hace como parte
interesada y con segundas intenciones políticas y económicas.
Hay que recordar que el poderoso siempre, siempre
oculta una segunda intención.
El problema del poder es irresoluble en todas
las organizaciones, incluidas las religiosas, como la Historia ha demostrado
una y otra vez. Salvo en el caso de los santos, como Gandhi, las grandes
organizaciones humanas siempre tenderán a la oligarquía cuyos miembros, sí o sí
están contaminados de la ambición.
Por tanto el poder siempre será un problema
para la sociedad. Y esto condena al futuro a repetir los errores del pasado.
Lamentablemente, Lucifer tiene su trono en la
poltrona de los poderosos.
Estos poderosos mataron a Jesús de Nazareth. Y
el siervo no es más que su señor, así que no tenemos que extrañarnos de que el
acoso de los poderosos también nos afecte. Este es un acoso diferente a las
peleas de poder entre ellos, porque todo el que se lanza a la arena de este
mundo sabe que tiene que armarse con trajes y armas de gladiador para matar y
no ser matado. Es decir, los sufrimientos que uno padezca en la lucha a muerte
por un puñado de dólares entran dentro del guión de la película bien conocida
por sus protagonistas, así que como dice el viejo refrán “sarna con gusto no
pica”.
El sufrimiento de Jesús es el que los
poderosos infringen a los justos y a los inocentes. Es el sufrimiento de
aquellos que son pisoteados en sus derechos fundamentales, en sus bienes y en
sus propias vidas en aras de la ambición de los poderosos, es decir, de los que
se creen con poder sobre los demás.
Cuando Pilatos interrogó a Jesús y el Maestro
le dijo lo de haber venido para ser testigo de la verdad, Pilatos le preguntó
¿Y qué es la verdad? Porque en el diccionario de un político la verdad
simplemente no existe, ni en minúscula ni en mayúscula; es un término
desconocido para el que ambiciona tesoros en este mundo.
Este es el punto de colisión entre el Reino de
Dios y el reino de este mundo. En términos relativos, con el tiempo como ídolo
total, gana de sobra la partida el príncipe de este mundo, también llamado
Lucifer. Sólo hace falta echar una ojeada a la Historia de la Humanidad para
comprender que en los asuntos mundanos, los poderosos siempre han ganado las
batallas, y los humildes siempre las han perdido. Los reinos y los imperios han
pasado de unas manos a otras, unos pueblos han conquistado a otros pueblos,
pero siempre los grandes perdedores han sido los humildes, los aldeanos y
siervos de los señores, explotados por sus amos o pasados a cuchillo por los
conquistadores.
Cuando un pobre se encuentra famélico y
coronado de espinas o crucificado en su propia miseria de la que de ningún modo
puede salir, lo de “hágase tu voluntad” como que parece una despiadada burla.
«Padre,
si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya.»
Lc 22, 42
Con
esta súplica Jesús da por hecho que suceda lo que suceda, será la voluntad del
Padre la que se cumpla. Esto, bien pensado, plantea una inquietante pregunta. ¿El
holocausto de los judíos en la II Guerra Mundial (por poner un ejemplo atroz)
fue voluntad de Dios? Es decir, ¿cómo es que Dios permite el mal en el mundo?
Esta es una histórica pregunta que nos hemos hecho todos los seres humanos
desde que el mundo es mundo, y que para la mayoría no tiene respuesta, o la
respuesta es de todo punto incomprensible.
En el
escenario de este mundo, sus príncipes ganan por goleada, porque éste es su
terreno de juego, el que nos hemos labrado los humanos con la semilla de la
soberbia.
Vivimos
en la actualidad en una época en la que la Ley se está amoldando a una
imparable tendencia a la desestructuración ética y moral de la sociedad. Leyes
como la de los matrimonios homosexuales, la liberalización del aborto, y las
que están por llegar, como la de la eutanasia (a pacientes terminales, pero
también, probablemente a niños malformados, viejos con Alzheimer), clonación de
humanos, hibernación para engañar a la propia muerte… de los poderosos, etc.,
están dibujando un futuro en el que la pesadilla nazi puede que sólo sea un
aperitivo de lo que está por venir.
En
este escenario sorprende leer el siguiente pasaje:
16 Y nosotros hemos conocido el Amor que Dios
nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el Amor permanece
en Dios y Dios en él. 17 En esto ha llegado el Amor a su plenitud
con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como Él es,
así somos nosotros en este mundo. 18 No hay temor en el Amor; sino
que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; 19
quien teme no ha llegado a la plenitud en el Amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero. 20 Si alguno
dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama
a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. 21 Y
hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su
hermano.
1Jn 4, 16-21
Salvo
que uno viva en el mundo de la piruleta, este pasaje suena a broma de mal
gusto, si nuestro horizonte temporal es nuestra vida aquí en la tierra. Si tan
sólo nos creemos lo que hay dentro del Confinador, entonces hablar de todas
estas cosas no tiene ningún sentido, y démonos a la denodada lucha de conseguir
nuestro particular nicho ecológico para vivir lo mejor que podamos mientras estemos
vivos física y biológicamente.
20. ¿Por qué me has abandonado?
No
obstante…
Los
sentimientos son lícitos. Tenemos todo el derecho de sentirnos tanto alegres
como tristes, tanto animados como desanimados, tanto exultantes de gozo como en
el más absoluto abandono. Somos de carne y hueso, y nadie, y Dios menos, nos
puede pedir ni exigir que viviendo una situación problemática no experimentemos
sentimientos negativos.
El Evangelio
da cuenta de que Jesús no fue inmune a esta característica tan humana como los
sentimientos. Y en el extremo de su pasión, se sintió realmente abandonado. Él,
Dios y hombre verdadero, decimos y confesamos los cristianos, como hombre tuvo
miedo, ansiedad y angustia en Getsemaní, que sepamos explícitamente, aunque la
procesión le iría corroyéndole en los meses y años previos. Y estos
sentimientos de miedo, ansiedad y abandono llegaron al clímax cuando no pudo
por menos que exclamar en la cruz, “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Esa
imagen de Padre bueno, parece como si se desvaneciese y nos viéramos solos,
absolutamente solos frente a aquel que quiere hacernos daño, o frente a nosotros
mismos impotentes para afrontar una situación límite.
¿Dónde
estuvo Dios en los años del holocausto nazi en Dachau, por ejemplo?
¿Dónde
estuvo Yaveh para esa muchedumbre de judíos que fueron sacrificados?
¿Dónde
estuvo el Espíritu Sagrado de los Indios Navajos o los Dakotas o los Comanches,
o en general las tribus de indígenas americanos, cuando “perdieron el Oeste” y fueron masacrados y confinados en las
ridículas reservas por los cultos y religiosos blancos que enarbolaban el “In God we trust” que luego plasmaron el
los billetes de dollar?
Sin noticias de Dios.
Esta
es una sensación muy frecuente en los humanos. En aquellos que no creen o que
dudan de la acción de Dios en nuestras vidas, esta situación no tiene nada de
especial, porque para sus vidas Dios no existe o no cuenta. Pero en aquellos
que tratan en primera instancia de practicar sus devociones o ante el reto del
joven rico, ciertamente van, venden o tratan de vender lo que tienen, toman su
cruz y le siguen (más o menos), encontrarse en medio de los grandes peligros de
este mundo sin noticias de Dios es como poco desconcertante. Es como si ese
niño pequeño que confía en que su papá le va a sostener frente al abismo con
sus poderosas manos, de repente, como que sus manos le soltaran y generaran en
él una indescriptible sensación de vértigo y pánico al verse sin ningún tipo de
apoyo ni sujeción.
Hemos
visto cómo Robert Fisher, en su libro “El caballero de la armadura oxidada”,
describe magistralmente el sendero de la verdad, el que tuvo que atravesar el
caballero para desprenderse de su armadura. Pasó por los castillos del silencio
(acallar la mente), del conocimiento (aprender a contemplar la vida tal cual
es) y el de la voluntad y la osadía (que amar es una decisión de la voluntad,
es literalmente “libre albedrío”, y no un sentimiento emocional). Pero le
faltaba llegar a la cumbre.
Cuando el caballero superó el castillo de la
voluntad y la osadía trepó hasta la cumbre, pero no pudo llegar, porque le
bloqueaba una gran piedra, y ya estaba tan exhausto que no podía seguir para
adelante ni volver. Sólo le quedaba una opción, dejarse caer al profundo
abismo… y matarse.
“El secreto de la vida es saber morir
antes de morir, para comprender que la muerte no existe”
Eckhart Tolle [xxvi]
Todas las religiones y sistemas filosóficos se
basan en liberarnos de nuestras dos cárceles, nuestro “ego” y el tiempo, lo que
conduce a saber vivir el presente, que es lo único real, lo que es.
Sentirnos abandonados de Dios es un
sentimiento completamente lícito, y que da fe de nuestra naturaleza, que decimos
es débil, pero en realidad resulta ser asombrosa. Porque llegar al extremo de
exclamar, como Jesús en la cruz, “¿Por qué me has abandonado?” no es signo de
debilidad, sino el más entrañable signo de humanidad, una humanidad doliente,
que es consciente de haber llegado al límite de sus fuerzas; una humanidad que
se siente asustada, aterrorizada quizás ante el riesgo inminente de perderlo
todo, incluso la vida; una humanidad muerta de miedo ante el hecho del “fin de
los días”.
Nuestros sufrimientos son
caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a Él, y para
hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas,
sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él.
(Teresa de Calcuta)
Existe un miedo visceral ante la muerte. Es el
miedo que desata nuestra estructura cerebral más primitiva, los núcleos
reticulares del tronco del encéfalo, por la cual, ante el riesgo vital, esta
estructura (diseñada sabiamente para garantizar la supervivencia de los
individuos y de las especies) toma el mando y ya dejamos de ser nosotros para
convertirnos en un reptil asustado que luchará denodadamente por sobrevivir.
Más allá de este nivel, nuestro aprendizaje y nuestro proceso de iluminación,
hace que vayamos superando, como el caballero de la armadura, las diferentes
etapas del sendero de la Verdad, hasta llegar al momento en el que se funden el
sublime miedo y abatimiento de sentirnos abandonados de Dios y la gran luz que
consagra nuestra alma, y nos hace ver y ser conscientes de que la muerte no
existe.
Por este trance pasamos absolutamente todo el
mundo, los creyentes y los no creyentes. Unos lo pasan antes de morir
físicamente y otros, la mayoría, lo experimentan en el momento de la muerte,
demasiado tarde en muchos aspectos.
Sin llegar a este extremo tan sublime como
dramático, nos sentimos abandonados de Dios en muchos momentos en la vida. Es
un sentimiento tanto más frecuente cuanto menor sea nuestra confianza en Él; y
también tanto más frecuente cuanto más cuente en nuestra vida “hágase nuestra
voluntad”.
Los sentimientos de felicidad y sosiego suelen
estar en función de hasta qué punto las cosas suceden según nuestras
expectativas; de hasta qué punto, lo que deseamos suceda, sucede en realidad. Lo
hemos visto al hablar del fracaso en el capítulo 4 “me gusta que los planes
salgan bien”. En el extremo de que lo único que impere sea “nuestra voluntad”,
sucede que se llega a la completa histeria de que, a no ser que todo salga a
nuestro antojo, nos sentimos defraudados, molestos y convertidos en los
egoístas guiñapos de Bernard Shaw a los que hemos aludido también en el capítulo
14, “aquí no hay quien viva”, exigiendo al mundo que nos haga felices. Quizás,
el paradigma del personaje de Bernard Shaw es la rutilante estrella del celuloide
o del mundo de la música o del famoseo, que a pesar de haber alcanzado las más
altas cotas del éxito, no obstante, enfadada con el mundo por que no le hace
“completamente feliz”, trata de escapar dándose al alcohol, las drogas o el
sexo indiscriminado. No es necesario llegar a la cumbre del momento eterno del
caballero de la armadura, para experimentar el mismo sentimiento de pánico ante
la adversidad. Hay algunos que se suicidan porque no pueden soportar que se les
pierda el bolígrafo.
¿Dónde estaba Dios cuando se me perdió el
bolígrafo? O ¿dónde estaba Dios en el holocausto nuclear de Hiroshima? Son
básicamente una misma pregunta separadas exclusivamente por nuestra comprensión
de la exclamación “hágase tu voluntad”.
Es duro aceptar que la Segunda Guerra Mundial sucedió
porque así tenía que ser, porque se cumplió la voluntad de Dios. Y no
precisamente porque lleno de ira, Dios se comportara con el Planeta como en
Sodoma y Gomorra, sino porque el devenir de la Historia, en sí mismo es la
voluntad de Dios, expresada en las obras de sus criaturas, buenas y malas, por
justos e injustos, sobre los que el Padre hace derramar la misma lluvia.
Esta afirmación hecha en público generará seis
mil millones de protestas, una por cada habitante de la Tierra, porque ¿cómo
puede Dios consentir el mal?
Ya estamos con la eterna pregunta, ¿cómo puede
Dios consentir el mal en el mundo? Evidentemente, si planteamos el tema de esta
forma, revisando la Historia de la Humanidad, hay que reconocer que Dios como mucho,
de bueno tiene “lo que yo de cura” que dirían algunos. El calificativo más
suave que se le puede otorgar es el de sádico y sanguinario, pues como poco ha consentido
(y no ha evitado), todas y cada una de las guerras, matanzas indiscriminadas y
demás debacles que ha sufrido la Humanidad. Hasta Él ha enviado conscientemente
castigos como el diluvio o la lluvia de fuego a Sodoma y Gomorra o nos ha
castigado a base de bien con la confusión de lenguas. Yo en un Dios así, no
creo.
Lo que nos trató de demostrar Jesús en la
cruz, es que el mismo Dios que impone yugos suaves y cargas ligeras, crea la
enemistad entre los de la propia casa de cada cual (Mt 10, 36), hace salir el
sol sobre justos e injustos y permite la inmolación en la cruz de su Hijo y de
todos los demás que le han seguido. Luego la voluntad de Dios no está sujeta a
que a nosotros nos beneficie, en el sentido que habitualmente entendemos
“beneficio”.
Nuestra ley no es la suya, ni nuestra lógica
la que procede de Él. Por eso, cuando uno ve cómo la curia cardenalicia ha
legislado hasta el más mínimo detalle el código penal religioso, y cómo la
duración del purgatorio (en el mejor de los casos) es tan directamente
proporcional a la gravedad de los pecados veniales (que los mortales no tienen
redención posible), y así, digamos que morir con 20 pecados veniales suponen 10
años de purgatorio y morir con 40 suponen unos 20 años, etc., (al menos eso me
enseñaron en catequesis allá por 1965), uno no sabe qué hacer.
En lo más profundo de nosotros mismos, y tanto
más cuanto más intensamente vivamos nuestra relación con el Padre Dios, sus
silencios son más intensamente vividos también. El alma que camina por los
senderos de la Vida Interior, en sus diferentes estadios, pasa inexorablemente
por épocas, que a veces resultan ser extremadamente largas, de oscuridad, de
silencio absoluto de Dios. Pasa por sequedades de desiertos interminables,
arideces de espartales sometidos a todo tipo de inclemencias, y oscuridad de
noches sin rastros siquiera de la Luna.
Y el alma gime, tiene derecho a gemir, a
llorar, y a pedirles explicaciones a Dios, como las describe magistralmente San
Juan de la Cruz en su cántico espiritual:
¿A
dónde te escondiste,
Amado y me
dejaste con gemido?
Como el ciervo
huiste
habiéndome
herido.
Salí tras ti
clamando y eras ido
S. Juan de la Cruz
Si los
casos de abandono de Dios son siempre tristes, los hay que llegan a ser
dramáticos. Si un laico se desengaña de Dios, y cree que ha perdido el tiempo
tratando de rezar, de orar, de llevar una vida recta, sin respuesta alguna, al
menos será un abandono de una actitud de vida, que de por sí es trágico, pero
su medio de ganarse la vida aquí abajo, en el Confinador, sigue al tran tran.
Pero el desengaño en el caso de las personas consagradas a Dios, como refiere
Larrañaga en “Muéstrame tu rostro”, es demoledor. Y da un ejemplo desgarrador.
Ya
tengo cerca de cuarenta años; tengo que comenzar a vivir pero no se puede
volver a la infancia o a la juventud para comenzar a proyectar y soñar. Se vive
una sola vez, y en esta sola vez me he equivocado. He despilfarrado los mejores
años de mi vida, y ya no los puedo recuperar.
En I. Larrañaga. “Muéstrame tu rostro”
Cuando
estamos rebotados contra Dios, los palos siempre se los llevan los curas y las
monjas, como si ellos se llevasen comisión en este negocio; pero deberíamos pensar
que ellos, seres humanos como nosotros, de carne y hueso, dieron un paso al
frente que nosotros los seglares, jamás daremos al extremo que ellos lo
hicieron, porque en un momento dado, dejaron todo lo que tenían, se lo dieron a
los pobres, tomaron su cruz y le siguieron y se entregaron con toda su vida y
toda su ilusión a la Causa. Ellos son los primeros que sufren en sus propias carnes
y en su propio corazón, las dudas que nosotros podamos tener respecto de Dios y
sus actitudes impredecibles. Ellos también se cansan y se cuestionan a sí
mismos en muchos momentos de su vida, incluso si Dios existe y no es un espejismo,
aguas no verdaderas, como exclamaba Jeremías. Ellos, con más derecho que nadie,
pueden exclamar a Dios “¿A dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido?”
Ellos también fueron jóvenes y como tales estuvieron enamorados de Dios, como
chiquillos. Quisieran seguir sintiendo ese amor desbocado, ese embalamiento
emocional, que define Ortega y Gasset en su obra “Estudios sobre el Amor”[xxvii],
pero si comparamos el amor de Dios con el amor humano, nos encontramos con que
ambos pasan por las mismas fases, y que además son cíclicas.
21. La lógica de Dios
La lógica de Dios no es otra que la lógica del
amor. Porque Dios es Amor, y además es para los humanos, su mejor invento.
Lo de ser casado, como es mi caso, tiene en
esta ocasión sus ventajas. Aunque los curas saben de todo, y tienen licencia
para escribir sobre todo lo divino y lo humano, sin embargo, no lidiar en casa
con una persona con la que te has comprometido, y con la prole que has
engendrado, pues tiene sus ventajas pero también les impide un conocimiento muy
importante sobre los asuntos del Amor, y en no pocas ocasiones patinan al dar
consejos en el confesionario, porque hablan sin una experiencia personal sobre
lo que no conocen, que son los misterios del amor humano conyugal, que resulta
ser (y reconocido por la Iglesia), sacramento del amor de Dios a los hombres.
Así ama Dios a los humanos, como el amor de los esposos. Por algo Teresa de
Jesús habla de la perfección como el matrimonio espiritual de Dios y el alma.
Porque creías estar inmensamente enamorado/a, te
casas, para luego caer del guindo y ver que él/ella también hace y tiene sus
necesidades como tú, pues resulta un lamentable desengaño. Y este tipo de desengaños,
ello no lo pueden vivir en sus carnes, ni quedan hijos por medio tras una
separación o un divorcio. Pero el sendero que recorremos ambos, casados y
consagrados, en lo relativo al amor, es decir, a la lógica de Dios, es bastante
paralelo.
He referido anteriormente, al hablar de la
quinta puerta de salida del Confinador, cómo Platón definió el amor bajo tres
atributos, el eros, la filias y el agapé. Estos tres atributos y una profunda reflexión lo podemos encontrar en
la primera carta encíclica del Papa Benedicto XVI, “Deus charitas est” (Dios
es amor)[xxviii].
Recordemos una cosa, Desde antiguo, Dios ha asimilado,
ha comparado su amor a los seres humanos con el propio amor humano y carnal. El Cantar de los Cantares es una sorprendente loa al Amor, que Dios
expresa como sí del amor de los esposos se tratara. Y es que, toda la Sagrada
escritura es un símbolo que expresa el amor que Dios nos tiene a cada uno de
nosotros; y qué mejor ejemplo de su amor, como el que dos esposos se tienen el
uno al otro.
1 Cantar de los cantares, de Salomón.
2 ¡Que me bese con los besos de su boca!
Mejores son que el vino tus amores;
3 mejores al olfato tus perfumes; ungüento
derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas.
4 Llévame en pos de ti: ¡Corramos! El Rey me ha
introducido en sus mansiones; por ti exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos
tus amores más que el vino; ¡con qué razón eres amado!
5 Negra soy, pero graciosa, hijas de Jerusalén,
como las tiendas de Quedar, como los pabellones de Salmá.
6 No os fijéis en que estoy morena: es que el
sol me ha quemado. Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a
guardar las viñas, ¡mi propia viña no la había guardado!
Cantar de los cantares 1, 1-6
Otro tanto expresan nuestros místicos
cristianos Teresa y Juan de la Cruz, al expresar sus experiencias con Dios, como
la relación de la esposa (el alma) con el Amado.
Eros o sexualidad
El “eroV” procede, tiene su origen, en la parte más instintiva del cerebro
humano, y corresponde a la sexualidad desde lo más fisiológico y genital. En
nosotros habita el instinto de supervivencia y de conservación de la especie.
Es un pool tan primario, tan arcano, tan profundo, que no lo podemos reprimir
fácilmente. De este modo, cuando se produce el acuerdo entrambos, el deseo
sexual se expresa con una gradación bastante amplia de explosividad. Es lo que
Ortega y Gasset denomina “embalamiento emocional”. Esto,
afectiva y genitalmente lo experimenta la pareja, pero también lo experimenta
afectivamente la persona que se entrega de lleno a Dios.
El embalamiento emocional obsesiona y te domina, y prende la pasión. Ortega
denomina a este estado con un calificativo un poco despectivo, una época de estupidez
transitoria, en el que el pool emocional domina todas nuestras obras, y todos
nuestros pensamientos. Podemos creemos que eso es el amor verdadero, cuando
sólo es la espoleta que desencadena todo el proceso de instauración del amor.
Es un acontecimiento tan inconsciente como efímero. Todos aquellos que basan
sus decisiones sólo en función del arrebato afectivo que produce el enamoramiento, están bajo el riesgo de la
posterior desilusión.
La carga erótica es la que predomina; por
tanto lo que se siente es fundamentalmente los efectos de la revolución
neuroquímica del embalamiento emocional. Esto es
cosa de los neuropéptidos[xxix], en concreto intervienen la
occitocina y la vasopresina, hormonas ambas de crear sensaciones de excitación
y placer, así como elevadas cantidades de endorfinas (que actúan como un fuerte
anestésico natural). Decimos esto porque, un enamorado “colocado” presenta
sobreactivadas las mismas áreas cerebrales que los adictos a drogas
estimulantes como la cocaína o las anfetaminas. Todo esto es la expresión
neuroquímica de los instintos primarios que revolucionan nuestra sexualidad en su faceta más instintiva, la genitalidad.
La pasión sexual eleva las concentraciones en
sangre de testosterona y estrógenos, hormonas que provocan niveles elevados de
excitación, así como de deseo irreprimible de satisfacer el instinto sexual. Si
la pareja se deja llevar de este embalamiento puede que, creyendo que se aman
desesperadamente, cometan las mayores insensateces, en aras de satisfacer lo
que es únicamente puro instinto sexual.
La traducción espiritual de este
comportamiento es el embalamiento espiritual, eso de que parece que vas en
volandas y que estás siendo transportado al séptimo Cielo en brazos de los
ángeles. Esto es la lógica de Dios. Te infunde estos sentimientos exuberantes,
porque de otra forma, la gran decisión de dejarlo todo sería aún más difícil de
tomar, pero todavía más dolorosa aún de continuar. Y es importante que deje en
el corazón esa impronta (que luego nos hará mucha falta recordar) de ese amor
juvenil.
1 Entonces me
fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: 2 Ve y grita a
los oídos de Jerusalén: Así dice Yahveh: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el
amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada.
Jer.
2, 1-2
Dicho así, parece que todo esto es una ilusión
tan falsa como efímera, cuando en realidad es lo más maravilloso que puede
experimentar el ser humano. Es un destello de Iluminación, el resplandor de
Dios por un instante eterno, que vivido en el extremo, la pareja quisiera que
no amaneciera; podrían morir así, y el alma quisiera no bajar del Monte Tabor,
porque también podría morir así. Es toda la vida en un instante. El problema es
que es un instante, o una época demasiado corta como para poder basar toda la
vida en esa pasión. Es la llamada de la Naturaleza y del Espíritu al Amor más
íntimo y entregado. Pero sólo eso, la llamada, absolutamente imprescindible
para lo que vendrá después, el Amor.
Si pasado el despertar del amor, la relación de
la pareja, o la relación con Dios, sólo se mantiene sobre la base del poder del
“eros”, lo que
se ha producido no ha sido amor, sino simple y puro deseo genital, tan efímero
como amargo en la pareja, y un deseo exclusivamente afectivo en la relación
espiritual con Dios. Esto no tiene visos de ir por buen camino.
En este nivel, podríamos encajar el “amor
afectivo” de la pareja. La atracción sexual hace que uno se sienta bien con su
pareja, goce de su presencia, a parte de la excitación sexual que le produce su
presencia. Pasamos buenos ratos juntos, me caes bien, hay química entre
nosotros. Lo mismito siente el alma hacia Dios en los primeros tiempos; hay
química entre Dios y yo, nos caemos bien, me gusta estar a Tu lado. Es un amor
afectivo.
Pero lejos de ser un error o un signo de
inmadurez, es un paso necesario en esa maduración, forma parte del Plan de Dios
en nuestras vidas, forma parte del “Fíat voluntas tua”.
Por cierto, los orientales, los budistas y
demás, que de esto también saben y bastante, llaman a este tipo de amor, “amor
afectivo”, el basado en los sentimientos primarios del ser humano, que es con
lo que comenzamos el gran negocio de la vida, por si no nos hemos enterado.
Philias o amistad
El segundo atributo del amor, la “filiaV” o amistad, suele aparecer simultáneamente al “eros”. La “philias” procede del sistema límbico, del cerebro de los mamíferos, según la
estructura triuna de Paul Mclean que ya vimos. La “philias” se manifiesta en
amistad, o deseo de pertenencia, de formar un núcleo de convivencia, de compartir vida y
descendencia. La amistad forma comunidad, manifestada en el deseo de compartir
experiencias, recuerdos, aficiones, proyectos en común. La amistad propicia la
comunicación, especialmente el diálogo, y canaliza las emociones. Toda la afectividad fluye en este nivel. La
amistad convierte el simple instinto genital en una sexualidad vivida como afectividad corporal. En el caso
de la pareja, no solo se desea la penetración, sino las caricias, las palabras
de afecto, la sonrisa, la cercanía, la expresividad manifiesta de aceptación.
Por otro lado, la philias es el atributo más extendido del
amor entre los seres humanos, porque es el que permite establecer relaciones de
empatía (identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo
de otro) y simpatía (inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea
y mutua). Las relaciones humanas en condición de normalidad discurren desde la
philias, con un mayor o menor grado de proximidad afectiva. Es la philias, la
que hace que este mundo sea habitable. Es una cualidad plenamente humana, que
haciéndose consciente, adorna al ser humano con una de sus más encantadoras
cualidades, dado que le permite establecer una familia, cuidar de los hijos, defender su entorno y organizar la convivencia. En esto se manifiesta
también la lógica de Dios.
Los orientales denominan a este tipo de amor,
“amor estimativo”, donde mi relación contigo ya no es solo porque estoy a gusto
a tu lado, porque me mola, hay química entre nosotros, sino que empiezo a
quererte, “porque me haces feliz”
Yo te
quiero porque me haces feliz. Es decir, te necesito,
te deseo, porque soy feliz a tu lado. Esto es muy humano y razonable, pero
siempre tendrá un componente posesivo, un componente interesado, apego lo
llaman. Y por supuesto que una pareja se ama así. Quién puede negar esto. Pero
este componente posesivo, a la larga generará una fuente tremenda de intransigencia
y de exigencia, que termina en la típica expresión de los esposos que viven un
conflicto. Es que tú, porque tú. Tú nunca, tú siempre. Fuente de reproches
continua es esta actitud de un amor que se base en la exigencia de que el otro
me haga feliz a mí.
Aquí tenemos que reflexionar sobre dos cosas
muy importantes, la primera “gozar”, la segunda “sentir algo parecido a la
felicidad”. Pasamos, tanto en la relación de pareja como en la relación con
Dios de sentir gozo, de disfrutar, casi de divertirnos, a experimentar algo
parecido a la felicidad. Aunque puedan sonar a parecidos, no tienen nada que
ver, porque mientras lo primero es excitante, emociona (mueve, “mociona” hacia
afuera “e”), la felicidad tiene un atributo constante e invariable, que es “la
paz interior”, la serenidad, el sosiego, la quietud. La afectividad del amor
erótico es emocional, es sentimental, y los sentimientos (muy útiles para
muchas cosas), suponen, como el pensamiento, un incómodo estorbo para nuestro
crecimiento en el Amor. Son bastante volubles, se comportan como veletas, que
apuntan según cambie la dirección del viento, y nos zarandean de un lado para
otro. Si nos dejamos llevar por ellos, seremos como un barco sin timón, que navegará
en la dirección que en cada momento sople el viento.
Teresa de Jesús lo explica en sus moradas
cuartas, que voy a tratar de resumir:
[4] Es importante aquí comenzar
a diferenciar las diferentes sensaciones que provoca la Vida Interior. Teresa
es muy clara en este sentido al diferenciar lo que es contento de lo que es
gusto o consolación.
Los contentos se adquieren con
la meditación y ruegos a Dios, que proceden de nuestro deseo natural. Aunque
Dios nos da a entender que no podemos nada sin Él, como quiera que estas
devociones son premio a nuestro esfuerzo, nos da contento habernos empleado de
tal guisa. Este tipo de sentimiento de alegría es similar a lo que nos provocan
otras circunstancias agradables en la vida, tales como ganar hacienda,
encontrarnos con un buen amigo tras mucho tiempo de ausencia, la curación de
una enfermedad, etc. De igual forma, los “contentos” en la oración son
similares a “estotros”, que no son malos, pues comienzan en nosotros y acaban
en el Señor.
[5] Los “gustos” o consolaciones
comienzan en Dios y acaban en el natural, en nosotros. Vienen de Él y provocan
una extraña paz interior, no comparable con nada grato en este mundo. No es
ningún tipo de sentimiento. Es casi una dulce pena o una triste alegría. Nadie
que no lo haya experimentado se lo puede imaginar.
[6] Los contentos no ensanchan
el corazón, antes bien, excitan la propia alegría, hasta el extremo de “llorar
de alegría”. Es una alegría agitada, excitada, pasional. Vivir el contento
termina con el quebranto de la cabeza.
Todo es obra del pensamiento, de
la reflexión y de la meditación. Las almas experimentadas en meditación y
acostumbrados a “contentos”, deben seguir ejercitándose en ella hasta que Dios
diga “basta”.
Resumido de las Moradas del Castillo interior
de Teresa de Jesús.
Moradas cuartas, capítulo primero
Al comenzar a amar a mi pareja, o a amar a
Dios, porque me hace feliz, significa que estoy comenzando a apreciar la auténtica
atmósfera interior, donde Dios habita, en mi alma y entre nosotros, que es en el
sosiego de una vida emocionalmente tranquila, en la quietud, en la paz
absoluta. Y eso me reconforta. Pero…, en el momento que esa sensación de paz
desaparece o se atenúa por algún revés, por alguna discusión entre esposos, por
un no “sentir” a Dios, entonces, reaparecen los sentimientos de cabreo,
indignación, porque nos llegamos a creer en el derecho de que el otro, el Otro,
nos haga feliz. Si no es así, surgen los reproches entre los esposos y los
reproches a Dios. Pasamos del romance que experimentamos cuando “todo va bien”,
a la desilusión.
Aquí es donde surge el principal problema que
Dios con su lógica incomprensible para nosotros, tiene que tratar de
solucionar, problema que es fruto del esplendor de lo que es sólo una ilusión.
Una ilusión es definida por la Real Academia
de la Lengua bajo tres acepciones, y las tres son aplicables al caso.
1.
Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la
imaginación o causados por engaño de los sentidos.
Efectivamente, la ilusión es el sentimiento
que se experimenta al entablar una relación interpersonal con la otra persona,
o con Dios, por la que uno se siente
atraído, y comprueba que es correspondido. Esto hace surgir la complacencia
hacia esa persona, o hacia Dios y genera esperanza de que esa relación pueda ir
a más. Hasta ahí bien. “Pero…” no se puede ignorar la primera de las acepciones
que es la que tiene más y peores consecuencias. En nuestro caso, creer que se
ama a alguien con quien se ha establecido una relación de empatía, y además nos
atrae físicamente por tener ciertos encantos anatómicos que nos estimulan y
despiertan nuestras fantasías sexuales, es correr el riesgo de sufrir un
tremendo desengaño, tanto más desagradable cuanto más ilusión (en el sentido de
“esperanza”) teníamos hacia la persona hacia la que estábamos ilusionados (en
el sentido de “viva complacencia”). Lo mismo pasa en nuestra relación con Dios.
Amor y
egoísmo son extremos antagónicos e incompatibles entre sí.
Esta afirmación, bajo ningún concepto es
negociable. Si se duda de ella, podemos dejar este discurso.
Amor y egoísmo son fuerzas antagónicas que
conviven en este mundo, como el trigo convive con la cizaña. Y así tiene que
ser, aunque parezca un contrasentido, dada la naturaleza humana y su condición.
Pero quede claro sin embargo, como dice Jesús de Nazareth, no es posible servir
a dos señores, a Dios y al dinero; al Amor y al egoísmo. Esta escisión total
entre amor y egoísmo es lo que obliga a los esposos a recorrer el duro desierto
del Diálogo. Esta escisión entre amor y egoísmo es lo que obliga a Dios a
someter al alma al desierto de la Oración basada en el silencio.
En la vida de pareja, y en la relación con
Dios, la clave, según la lógica de Dios, para superar estos problemas que la normal
convivencia provoca, se basan en tres actitudes
fundamentales:
La primera es la sinceridad con uno mismo. La
segunda es desarrollar la capacidad de escucha y la tercera es la actitud de
confiar en el otro. Escucha y confianza son los dos pilares de la comunicación
entre los dos, es decir, es la clave del “Diálogo”. En la relación del
alma con Dios se llama “Oración”,
sobre la que ya hemos apuntado muchas cosas.
Sólo desde el diálogo de pareja, o desde la Oración,
basados ambos en tres pilares, el encuentro con uno mismo, saber reconocer
virtudes y defectos propios; la escucha para saber captar los mensajes que,
tanto la pareja, como Dios mismo nos están emitiendo continuamente; y la
confianza en el otro, de un modo incondicional, es cómo podemos escindir amor y
egoísmo de nuestra vida, y así poder pasar al tercer estadio del Amor, la
donación total.
Pero sepamos que este proceso de desierto en
el diálogo y en la Oración puede empeñar toda nuestra vida. Y en este proceso
puede que lleguemos a creernos abandonados de Dios, abandonados de nuestro ser
amado, y llegar a cometer la tontería, trágica tontería, de tirar la toalla.
El tercero de los atributos del amor es el “agaph” o donación de
uno mismo. Es lo que se denomina “caridad”. Es el
atributo más elevado del amor, lo transforma en plenitud en humano, y hace que
los otros dos atributos, el eros y la philias superen el estadio estrictamente
genital y gregario, para transformarse en sexualidad y amistad profunda, pero sobre todo, abre
el camino hacia el verdadero Amor, con mayúsculas.
El término caridad, que Pablo en 1 Corintios
13 expresa en lo que se podría denominar la Carta Magna del Amor, ha degenerado hacia un componente ciertamente despectivo o de
beneficencia (ser caritativo supone hacer obras de caridad con los menesterosos
que pordiosean un poco de caridad). Es decir, la palabra “caridad”, tanto en
inglés como en español se ha convertido en la acción de aportar limosna. Y se
sabe que esta acción caritativa se basa en el derecho imperfecto, que no obliga
legalmente a hacer obras de caridad o misericordia. Así caridad se ha terminado
asociándola a la acción de atender las necesidades de los pobres de solemnidad.
Así que el concepto “amor” tiene que llenar todos los huecos del espectro,
desde lo más carnal como es realizar el acto sexual (con afectividad o sin él, da lo mismo, al
coito se le llama “hacer el amor”), hasta la entrega total hasta dar la vida
por los demás, o la actitud contemplativa de los místicos. Por eso, vamos a
referirnos aquí, al tercer estadio del Amor, como donación total o “Caridad”.
El agapé, la caridad, es la donación y entrega de uno
mismo al otro, a los demás, que en el fondo es lo mismo que a Dios mismo. Es
una donación gratuita, en la que las barreras que separan el ámbito del “yo” de cada cual, se desvanecen, y te permiten ver el “todos somos Uno”,
la unidad de corazón, sin renunciar a la propia identidad. Es un atributo de
frontera entre lo puramente intelectual, aportado por la corteza cerebral, y la
consciencia expandida del alma humana, aquella
que es capaz de entrar en contacto con lo sutil, lo trascendente; aquello que
es capaz de acceder a la contemplación de Dios.
Agapé supone amar al otro, a los demás “como Él nos ha amado”. Los cristianos
tenemos como referencia del agapé la vida de Jesús de Nazareth o de María. Pero en general, son referentes de agapé todos aquellos seres humanos
que han sabido entregarse a los demás de modo desinteresado. Vuelvo a citar
aquí a mi amigo Nacho Pereda, persona de carne y hueso que supo decir “Sí” a la
llamada que le hacía el Padre de entregarse a los sin techo en Granada. Y en el
extremo, el matrimonio entre un hombre y una mujer,
presidido por la entrega amorosa íntima y responsable del uno en el otro y al
producto de ese amor, sus hijos, es el mejor ejemplo de Amor en su más alta expresión
en el ser humano.
En estas etapas, como dice Santa Teresa, ya no
somos nosotros los que trabajamos, porque aquí, o simplemente te dejas amar por
el otro, o simplemente te dejas amar por Él, o tus esfuerzos ya de poco valen.
Es un amor 100% dirigido al otro, de modo que tú te vacías completamente porque
es el otro el que te llena plenamente, mientras es el otro el que se vacía y se
deja llenar por ti.
Agapé significa en griego “comida fraternal”,
donde la comida es compartida por los comensales, donde se comparte lo que se
tiene entre todos. La expresión máxima que simboliza el agapé cristiano es la
Eucaristía, donde Jesús mismo simboliza en el pan y el
vino la donación total de sí mismo. Realmente si supiéramos
ver en la celebración de la misa este símbolo, con otros ojos, nuestra visión
de la práctica religiosa cambiaría radicalmente, pero como vemos en la misa la
misma, aburrida e invariable letanía de oraciones y moniciones del cura, contestada
cadenciosamente por los aburridos feligreses, mientras piensan en la compra de
mañana o en qué tengo que poner una lavadora, o en que árbitro le tocará al
Madrid – Barcelona este domingo, convertimos algo sagrado en una lastimosa
rutina dominical. En mi caso no pocas misas las he vivido sin pena ni gloria,
pensando en las Batuecas.
Pues bien, el amor de pareja o el amor a Dios
comienza a tener visos de verosimilitud cuando aparece el atributo de agapé. Mientras sólo emerge en la relación interpersonal el eros (lo afectivo) y la philias (lo
estimativo), estamos ante una relación básicamente dominada por el “yo”, por el “ego”, donde mi “yo” es diferente a tu “yo”, donde entrambos
existe una barrera difícil de franquear, por la cual, a lo máximo que se llega
es a un relativo compromiso, en esencia contractual entre la pareja o entre el
creyente y su comunidad de fe, que en el mejor de los casos llega a un acuerdo
en los términos de “yo gano, tu ganas”, o en el fondo en un “cumplo y miento”.
El agapé queda reflejado en el amor oblativo
de los orientales, que es aquel en el que yo te amo para hacerte feliz a ti.
Porque
el sentido de mi vida es tu felicidad.
¡Porque
el sentido de mi vida es santificar Tu nombre, Señor!
Si la pareja es capaz de experimentar el amor
en este grado, ha cruzado el umbral del Amor verdadero, porque este amor ya no
se basa en el apego y en el deseo de poseer al otro, sino en el deseo de
entregarse al otro. Es el nivel de amor que se basa en “vivir en presencia” permanente del uno en el otro. Así, el
auténtico amor a Dios consiste en su equivalente, “vivir en presencia permanente”
de Dios. Esto es simplemente vivir en estado contemplativo.
En ambos casos.
Hay tantas similitudes entre la mística y el
amor humano, que si no se experimenta realmente, nadie diría que es posible.
Ambos en su realidad y en su proceso están impregnado de la lógica de Dios, o
lo que Encuentro Matrimonial denomina en una de las charlas del Fin de Semana,
“El Plan de Dios”.
Esta es la lógica de Dios, la incomprensible,
la impredecible, la que no sabes por dónde te viene el aire, la que te
desespera por sus silencios o la que te aterra por el riesgo de sufrir serios
dramas y tragedias, que te hacen preguntarle ¿por qué me has abandonado?
El amor es la vivencia del ser humano; una
vivencia que con los años le aporta la Sabiduría de la experiencia; una
vivencia que da sentido a la existencia, que te hace sentir vivo, que te
permite realmente descubrir a Dios dentro de ti y proclamar a los cuatro
vientos “Santificado sea tu nombre”, “hágase tu voluntad”.
El amor es la lógica de Dios en tu vida, una
revolución interior que es capaz de sacar del ser humano todo lo bueno que
tiene dentro, que permite a la pareja regresar al paraíso terrenal. Porque ya
no sentimos vergüenza, porque ya estamos totalmente desnudos el uno frente al
otro sin ocultar nada; porque ya estamos los dos junto a Dios en el Paraíso,
aquí en la Tierra.
Lo que desconcierta en Dios es algo parecido
como cuando ves una película llena de flash back, de idas y venidas entre lo
que ocurre, ocurrió y ocurrirá, de modo que te cuesta muchísimo enlazar todas
las escenas para comprender el argumento y la secuencia de la trama, y sólo al
final llegas a comprender de que iba el guión de la película. Con Dios nos pasa
lo mismo, llegar a las cumbres de la espiritualidad es un durísimo camino de
aprendizaje de uno mismo, donde las “bofetadas” pueden venir de cualquier parte
y sin venir a cuento. Pero “todo tiene sentido”, Dios no da puntada sin hilo.
Otra cosa es que lo comprendamos o lo aceptemos, pero Él sabe lo que hace aún
cuando nos veamos en envueltos en situaciones.
Y quisiera, como ejemplo de todo lo dicho, de
una persona que vivió y soportó la lógica de Dios en sus entrañas más
profundas, poner a un personaje bastante singular en la tradición cristiana,
María de Nazareth.
22. El silencio y la soledad de María
María es un personaje bastante célebre entre
los cristianos. Es el centro del fervor popular de las gentes sencillas. No hay
pueblo que no tenga una virgen (o en su defecto un santo) por patrona de la
ciudad, ni fiestas veraniegas que no se celebren en honor de una virgen, aunque
sólo sea como reclamo publicitario para organizar botellones y fiestorros. Las mujeres
del pueblo se pasan horas adornando la túnica de su virgen para que en la
procesión luzca más bella y bonita que la virgen del pueblo de al lado que,
¡dónde va a parar! la virgen de nuestro pueblo con la de ellos. Y a ella
acudimos por razones muy variopintas:
Hoy se trata de la salud de la
abuela, mañana del ingreso en la Universidad del hijo mayor, pasado mañana
buscar un buen futuro esposo para la hija… En el fondo se buscan a ellos
mismos, no buscan amar. Rarísima vez piden los fieles otra clase de valores
como la fe, la humildad o la fortaleza.
Y en el otro extremo…
A lo largo de la vida hemos
asistido a muchas personas en el lecho de la agonía. Aún hoy están vivos en mí
muchos recuerdos. Cuando uno agonizante, a pesar de las vanas palabras de sus
familiares, presiente que se va, arrastrado por la corriente inexorable de la
decadencia, cuántas veces hemos visto iluminarse aquel rostro abatido al rezar
la Salve todos los familiares a coro: “a ti clamamos los desterrados hijos de
Eva”.
Ignacio
Larrañaga. El silencio de María[xxx]
María está entre dos extremos, el del fervor
popular de las gentes sencillas que lloran de sincera emoción al entonar la
Salve, y el mercadeo de amuletos, jaculatorias y rosarios condicionados a los
favores que presuntamente “la milagrosa estatua” (porque lo que en realidad se
adora y se reza es a una estatua, que representa la particular virgen del
pueblo, distinta de la del otro) pueda conceder a aquellos que en el fondo sólo
miran en su propio interés.
Por otra parte, la tradición cristiana ha
otorgado a María el papel fundamental de “abogada nuestra”, de mediadora, de
intercesora ante el Hijo, o ante el Padre; intercesora del intercesor ante un
juez que no tiene nada claro nuestra sentencia absolutoria, y que con un poco
de suerte, ella, que es mujer, con sus artes femeninas sabrá ablandar el
corazón de un Dios bastante indignado con el género humano. “Ruega por nosotros, ahora y en la hora de
nuestra muerte”, rezamos en el Ave María, no sea que el juicio divino no
nos sea propicio, y al final nos caigamos con todo el equipo en el averno; a ver
si tú que tienes mano ante el Altísimo, puedes hacer algo.
Creo que esta creencia refleja el perfil
psicológico del dios de los cristianos, o al menos de los católicos, bastante
alejado del padre misericordioso que nos enseñó Jesús de Nazareth.
Si quitamos toda esta ornamentación popular y
tradicional de la figura de María, y su papel de abogada de los imposibles ante
un dios bastante cabreado con nosotros, y nos centramos en la figura humana de
una mujer a la que le cayó, así, sin venir a cuento, la tremenda carga y
responsabilidad de concebir en su seno, parir, educar (en la medida que Él se
dejó) y acompañar a Jesús hasta su muerte, la cosa cambia de los festejos
populares en honor a la Virgen, y los ruegos desesperados de intercesión, al
asombro de cómo una humilde mujer, una Pobre de Dios, una bienaventurada, vivió
en primera persona la “sin razón de Dios”.
María debería pasar de ser la aliada nuestra
contra un dios enfadado, a la gran maestra de la fe, al ejemplo fundamental de
vida en el que todos nos deberíamos ver reflejados. Eso aparte de que nos eche
una manilla el día del juicio, que nunca viene mal, y que el común de las
gentes fervorosas de su virgen la sigan viendo como abogada nuestra.
María parece que recibió con bastante claridad
el encargo del Ángel Gabriel de acoger en su seno al Salvador del mundo.
Incluso tuvo bastante iniciativa al ponerse de camino para acompañar a su prima
Isabel en su embarazo y parto. Es como cuando uno recibe la llamada de Dios y
dice sí. Va que vuela. Todo sucede de forma fantástica, todo es precioso, todo
es maravilloso y uno no deja de alabar a Dios por ello, a pesar de que los
nubarrones de la incomprensión de sus vecinos amenazaban el horizonte inmediato
de ambos, José y María.
Pero María, lejos de tener plena conciencia de
todo lo que le sucedía, se tuvo que enfrentar con muchos contrasentidos y
situaciones absolutamente incomprensibles para ella, amén de dolorosas. No tuvo
revelaciones infusas, Dios no le hablaba al oído para explicarle el guión de la
película. Lo tuvo que ir descubriendo ella sola a lo largo de su vida. Ella
tuvo que moler el trigo para alimentar a su familia, rodear con sus brazos a su
recién nacido y huir con Él a Egipto, porque nada más nacer, ya le querían
matar. No fue ninguna princesa soberana, sino una pobre mujer y una mujer
pobre. Nada más lejos de una semidiosa como la pintan en las imágenes de las
iglesias.
Y además… no entendía nada.
¿Qué le quiso decir el venerable Simeón?
29 «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz; 30 porque han visto mis ojos tu
salvación, 31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos, 32
luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» 33
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. 34
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y
elevación de muchos en Israel, y para
ser señal de contradicción - 35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
Lc 2, 29-35
¿Estará vivo su hijo?
41 Sus padres iban todos los años a Jerusalén a
la fiesta de la Pascua. 42 Cuando tuvo doce años, subieron ellos
como de costumbre a la fiesta 43 y, al volverse, pasados los días,
el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. 44 Pero
creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban
entre los parientes y conocidos; 45 pero al no encontrarle, se
volvieron a Jerusalén en su busca. 46 Y sucedió que, al cabo de tres
días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros,
escuchándoles y preguntándoles; 47 todos los que le oían, estaban
estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.
Lc 2, 41-47
Y menudo corte de mangas les hace a sus
padres.
48 Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su
madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo,
angustiados, te andábamos buscando.» 49 El les dijo: «Y ¿por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» 50
Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.
Lc 2, 48-50
María (y José con ella) no entendía nada. Angustiados
como estaban tras tres días de búsqueda, a lo máximo que pudieron llegar era,
una vez le encontraron, a preguntarle por qué les había hecho eso. Y ante el
corte de mangas de Jesús, además, no trataron de entender. Algo en lo más
profundo de su ser les decía que más valía no hacerse preguntas ni pedir
explicaciones, porque lo que estaban viviendo no eran acontecimientos normales.
De alguna forma, desde que dijo “Fíat voluntas tua” en mí, según tu palabra, María
sabía que iba a quedar atrapada en un torbellino de sucesos incomprensibles.
Así que aprendió a guardar silencio, no cuestionarse nada y a guardar “todas
esas cosas en su corazón”.
51 Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía
sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su
corazón.
Lc 2, 51
Si Lucas no hubiera descrito este pasaje de
Jesús entre los doctores, a nadie en su sano juicio se le ocurriría que algo
así hubiera sucedido. Un azote en el culo y para casa…
María poco a poco iba muriendo a su amor
propio. Su “ego”, su “yo”, poco a poco fue desvaneciéndose, para, vacía de sí
misma, ser esencialmente pobre y humilde.
Ignacio Larrañaga en su libro “El silencio de
María” (Op.Cit), la denomina “una pobre de Dios”. Alguien que no tiene nada que
perder, porque lo ha perdido todo… para ganarlo Todo.
Además, Larrañaga comenta fantásticamente en
su libro el incidente de Marcos 3, donde el evangelista describe las dudas
sobre la salud mental que tenían los que le acompañaban, y hasta su propia
madre.
20 Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la
muchedumbre de modo que no podían comer. 21 Se enteraron sus
parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.» 22
Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por
Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios.»
Mc 3, 20.22
Es, como refiere Larrañaga, como si María no
tuviera nada claro lo que hacía Jesús, y pensara que se le “había ido la olla”.
Jesús no tenía ni tiempo para comer, y los suyos temían por su salud que
parecía quebrantada. Así que decide llevárselo a casa, (como el bachiller
Sansón Carrasco hizo con Don Quijote al final de la Primera parte de la novela),
pensando que así podría entrar “en razón” y recapacitar, descansar y tomarse
las cosas con un poco de más calma. Son los últimos intentos de María de poner
algo de lógica a su vida, absolutamente ligada a la de su hijo.
30 Es que decían: «Está poseído por un espíritu
inmundo.» 31 Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le
envían a llamar. 32 Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le
dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.» 33
El les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» 34 Y mirando
en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son
mi madre y mis hermanos. 35 Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es
mi hermano, mi hermana y mi madre.»
Mc 3, 30-35
¡La de Dios! ¡Toma ya! Jesús, simplemente la
ignora. “Esa no es mi madre”, se atreve a decir. Decididamente Jesús estaba
como un cencerro.
Todo son sombras para ella; con lágrimas en
los ojos se volvería a su casa. Su hijo la había dejado en ridículo delante de
todos. ¿Qué quedaba de la María que fue a visitar a su prima Isabel, llena de
gozo e ilusión (aunque con el miedo en el cuerpo de cómo sería Aquello)?
Pero María guardaba todas estas cosas en su
corazón. Tuvo que tragarse sin anestesia el camino del desierto, de aceptar sin
comprender lo más mínimo la lógica de Dios, una lógica que permite que todas
estas cosas sucedan.
Pero como con esto se le fue por el desagüe lo
último de sí misma que le quedaba, cuando asistió con Jesús a las bodas de
Caná, al darse cuenta de que no tenían vino, pedirle a Jesús que les echara una
mano, responderle Él otra vez de un modo desabrido, “¿qué tengo yo contigo,
mujer? Todavía no ha llegado mi hora”, María recuperada de los anteriores
golpes bajos que le propició su Hijo le responde magistralmente. “¿Que no ha
llegado tu hora? Te vas a enterar, machote”. Se da media vuelta, se dirige a
los sirvientes y les dice “haced lo que Él os diga”. Y como diríamos ahora, “se
fumó un puro”.
“Vaya,
me la has metido por la escuadra”, pensaría Jesús (o algo así). En fin, qué se
le va a hacer. Y convirtió el agua en vino.
María
se marcó ese órdago porque a esas alturas de curso, ya sabía que para su Hijo
todo era posible.
Y
María bajó después a Cafarnaún (Jn 2, 12). Lo que indica que María cambió con
Jesús su relación, pasando de una relación de madre, para pasar a ser una relación
discípulo - Maestro.
Larrañaga
denomina la situación de María como de penumbra, entre la luz y la oscuridad,
entre el Cielo y la tierra. Esta es la grandeza de María, la que la hace
sublime, la de saber caminar entre la luz y la oscuridad de Dios. La luz de los
fenómenos maravillosos y las simas más profundas de la noche oscura del espíritu.
Porque Dios para nosotros es tanto luz como oscuridad. María, como cualquiera
de nosotros que haya sentido el flechazo de Dios, experimentó el ímpetu
fabuloso de los primeros tiempos, para luego pasar por caídas y contratiempos,
por etapas de duro desierto, de sequedad, de aridez, de humillaciones
infringidas por su propio Hijo.
Pero
el paroxismo de la oscuridad total fue la Pasión.
Aniceto
Marinas, escultor segoviano, tiene en la parroquia de San Millán, en Segovia,
una talla absolutamente asombrosa, “la soledad de María”. Una talla en la que
se ve a María reclinada de pie contra el madero de la cruz vacío, con una
mirada indescriptible de tristeza y vacío.
La Soledad es, al menos para mí, reflejo como
ninguna otra talla, no del sufrimiento de María, que también, no de la
paciencia y resignación que otras tallas similares evidencian. No muestra a una
virgen guapa y enjoyada como la Macarena, ni serena, ni mística. Nada de eso.
La Soledad muestra simple y llanamente a una
mujer desesperada.
La Soledad muestra a una mujer que no entiende
nada, casi le está pidiendo explicaciones a Dios mismo de por qué han matado a
su hijo y de esa forma tan horrible. No puede entenderlo, aunque la mitología
cristiana pretenda hacernos creer que ella pudiera saber o aceptar la misión
redentora de su hijo, y etc., etc. Llegados a este punto en el que han retirado
el cuerpo sin vida de Jesús, ella, totalmente derrotada, siente la más absoluta
soledad, se deja caer en el madero y con una cara de rendición, casi acusa a
Dios de semejante salvajada. Por un momento deja de creer, desespera, se siente
abandonada de Dios, como su Hijo, y maldice la propia obra supuestamente
redentora de su hijo. Por qué le ha tenido que tocar a ella y a su hijo
semejante tortura que tan dramáticamente ha concluido.
Nada tiene ya sentido. Enterrarán a Jesús y
mañana se verá obligada a despertar de la más espantosa de las pesadillas.
Tanto más espantosa y tanto más pesadilla cuanto que ella creyó y aceptó las
extrañas circunstancias que envolvieron la venida al mundo y la vida de su
hijo; y hasta llegó a ilusionarse con la misión que su hijo decía tener que cumplir.
No hay palabras para describir lo que ese rostro transmite. Es difícil recoger
en una foto toda la magnitud que evidencia la tragedia expresada en un rostro,
no desencajado por el dolor, sino vacío, vacío de todo, hasta de lágrimas, casi
sin vida de una mujer abandonada ya a un destino carente de todo sentido.
María a buen seguro fue una mujer inculta, es
bastante posible que incluso fuera analfabeta. Sencilla como los pescadores no
tenía más artillería para enfrentarse a la vida que su humilde sencillez.
Sometida a las leyes judías, permanecería toda su vida hasta que enviudó
sometida a la disciplina de su marido, del buen José, hablando lo justo para no
sobrepasar lo admitido por las varoniles normas, para no molestar; atender a su
marido y a su hijo desde la cárcel en vida que era la condición femenina en una
sociedad absolutamente patriarcal. Desde la cárcel de su cuerpo, María vivía y
sentía sin rechistar (porque no podía, no le estaba permitido), y no le quedaba
otro remedio que “guardar todas esas cosas en su corazón”.
María tomó permanentemente la decisión de
amar, de aceptar el “Fíat”, a pesar de no entender nada. Superó dudas (todas
las del mundo), temores (todos los del mundo), inquietudes (inimaginables),
sobresaltos, angustias, incertidumbres… Y a pesar de todo, amo, aceptó y
confió. Fíat voluntas tua.
Ahora bien, todo era admisible, todo se podía
aceptar, todo podría tener un sentido divino, que no humano, aunque ella no lo
entendiera, hasta que llegamos a la escena que refleja la talla de Aniceto
Marinas. En ese momento parece como si ella hubiera dicho “¡basta!, hasta aquí he llegado, pero ahora, con mi
hijo muerto, asesinado, me explicarás Dios, si es que existes, qué has
pretendido con todo esto. Creo que me lo merezco. He aceptado todo lo que has
querido, pero esto no. No le puedes pedir a una madre que acepte el asesinato
de su hijo, por mucho que trates de decirme lo de la salvación de los hombres y
todas esas cosas que más parecen una fábula que algo real. ¡Vaya forma de
salvar a nadie si te matan salvajemente! Mira, Dios, déjame en paz con mi
dolor, olvídate de mí; deja que lama las heridas que me habéis infringido los
dos en mi corazón. ¡Quiero morirme ahora mismo, quiero que no haya un mañana
para mí! Se lo has arrebatado a mi hijo, toma el mío, te lo tiro a la cara, no
lo quiero. Mi vida ya no tiene sentido. Esto ha sido un desastre, un completo
fracaso, admítelo, como lo admito yo.
O quizás el rostro de la talla sólo refleje el
vacío más absoluto y una total incapacidad para pensar. Ni siquiera para
acriminar a Dios lo sucedido. Me resulta bastante difícil imaginar que en esos
momentos María (que recordemos era de carne y hueso y no una talla
policromada), pudiera mantener “el tipo” beatífico que la Iglesia le otorga en
todo momento.
Se supone que tras permanecer un rato en esta
actitud, María se derrumbaría, caería al suelo y rompería a llorar amargamente
más tarde o más temprano, siendo recogida y acogida por Juan, el discípulo
amado, y por sus familiares.
En algún momento se calmaría, acaso recobraría
la serenidad para pedirle perdón a Dios por las tremendas ideas, pensamientos y
juicios de valor que atravesaron su mente y su corazón en aquellas terribles
horas, y volver a exclamar el himno constante que su corazón emitió durante
toda su vida: “Fíat voluntas tua”.
Si como refleja el rostro de la talla, por
María pudo haber pasado en su mente y corazón toda esta brutal carga de
sentimientos, alguna mente mal pensada diría que si al tercer día resucitó… así
cualquiera recobra la fe. Eso es jugar con ventaja. Esto nos conduce al
misterio de la Resurrección.
Si a uno le da por pensar, y descarta de la
meditación todo atisbo de espectaculares acciones, de efectos especiales
milagrosos y ángeles trompeteros, y se queda con lo que casi con absoluta
seguridad sucedió, que fue algo mucho más sutil y menos evidente para el común
de los mortales -salvo para los que tenían fe y supieron resistir el brutal
zarpazo de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret-, se llega a la conclusión de
que la Resurrección fue un acontecimiento que sólo se vivió en el corazón de
los que amaban a Jesús y de alguna forma creyeron en Él. Él se manifestó a
ellos y sólo a ellos, “con toda su realidad”, pero sin efectos especiales. Y a
Él le supieron ver desde la fe y desde el corazón.
El auténtico valor de María, lo que la
convierte en madre en la fe de todos nosotros es que ella vivió los
acontecimientos de su vida en primera persona y además salvajemente,
generándole toda una catarata de sentimientos encontrados y difíciles de
asimilar. Pero lo hizo. Y lo aceptó: “hágase”. O es que alguien puede pensar
que después del dolor que expresa la escultura, María se iría a su casa, se secaría
las lágrimas y se diría a sí misma, “bueno,
pelillos a la mar, que dentro de tres días a
mi chaval me lo resucitan”.
No sabía nada, no sabía absolutamente nada. A su hijo se lo mataron y punto.
Caso cerrado. La redención o como ella conociera la misión de su hijo (si es
que lo sabía), se fue al traste.
La Soledad de María refleja, al menos para mí,
como ninguna otra representación plástica elaborada por mano humana, el momento
culminante de la vida de María, ese momento donde todo pierde el significado
que para ella pudiera tener; refleja el momento de máximo abandono, de máximo
vacío. Nos dice que ella era humana, totalmente humana, que sintió, que
padeció, que no era una diosa, sino una pobre mujer que le tocó el casi
insoportable papel de ser la madre del Redentor. Y refleja cómo desde su
humanidad atravesó el amargo momento de la muerte de su hijo, como lo
atravesaría cualquier madre que estuviera en la misma situación, sin ninguna
ventaja por razón de haber sido concebida (como reza la doctrina católica) sin
pecado original.
La inmensa Gloria que se mereció María, la
razón de que tras estos acontecimientos fuese respetada y venerada por la
primera comunidad cristiana, a la que consideraban “la Madre” y “la Señora”, es
que ella es el primer ser humano de carne y hueso que supo soportar los envites
de “la lógica redentora de Dios”.
¿A ella le vas a preguntar por qué Dios
consiente el mal en el mundo? ¿A ella?
Su respuesta no puede ser otra que…
“Y yo qué sé, hijo mío, Él es así. Nos da el
consuelo y la hiel simultáneamente, porque esta es la única forma de que los
humanos “aprendamos a ser”. Vivir con Dios, estar llenos de Dios no es un cuento
de hadas, no es una historia fácil de vivir, todo lo contrario. Si quieres te
lo puedo explicar más alto, pero no más claro.”
“A ti misma, te atravesará una espada”, le
dijo Simeón. Y vaya si así fue.
Dios es paz y espada a la vez; yugo suave y
carga ligera, pero exigencia total y absoluta y dolor extremo.
Todo esto escribirlo es fácil, pero se me
ponen los pelos como escarpias y se me abren los dedos de los pies de pensar
que yo, el que esto escribe, tenga que pasar
por estos trances, hasta tener que exclamar de verdad a Dios, ¿por qué me has
abandonado?
Todo viene en el mismo paquete que Dios te
entrega si aceptas seguirle.
Y María supo beber ese amargo cáliz y decir
“sí, hágase según tu palabra”.
Lo tomas o lo dejas. Pero no preguntes por
qué, porque tu mente no hallará respuesta alguna.
La respuesta sólo viene de Él, y se la da,
justamente a los que no se la plantean.
23. Todo está cumplido
“Bimadisiwin”:
vivir la vida.
A
ti he confiado mi alma.
Mi amor ha
anidado en ti
Toco la piedra
que me curó
Siento a mi
madre cerca.
Pongo los
dones que una vez
Me fueron
otorgados
En el seno de
tu dulce abrazo
Siento las
alas del gavilán
Dar vueltas
alrededor de mi vacío.
A ti he
confiado mis sueños
Mis metas, mis
esperanzas y mis miedos.
Siento tu
poder que me llena.
Te bendigo con
mis lágrimas.
A ti he
confiado mi ser.
Mis recuerdos
de los días pasados.
Te doy gracias
por abrirme tus brazos.
Tú me das alas
para volar.
El tambor de
sanación (Op. Cit)
Los humanos
que tomamos la opción de contraer matrimonio y formar una familia, tras muchos
años de verles a nuestros hijos nacer, crecer, educarles y darles un medio de
vida, cuando les vemos ya autónomos, con capacidad para valerse por ellos
mismos, y que a lo sumo para los que podemos serles útil es para malcriar a los
nietos (porque ya se sabe que nietos y abuelos son aliados naturales), podemos
exclamar a Dios una frase similar a la que el anciano Simeón pronunció cuando
María y José presentaron a Jesús en el templo, “Señor ya puedes dejar a estos
padres irse en paz, porque ya todo está
cumplido”. Cuando a ellos les hemos entregado todo lo que teníamos y les
vemos salir de casa, un sentimiento de satisfacción nos embarga, por el deber
cumplido, para, a partir de entonces ponernos en la cola de Caronte, el
barquero de Hades, en espera de que nos llegue la hora de cruzar el Aqueronte,
el río de la muerte.
Aprende
la lección de la bellota.
¿Cómo sabe la
bellota convertirse en un roble?
Porque se
entrega a sí misma, se acepta,
Transformándose
ella misma,
Para poder
vivir su propia experiencia.
El tambor de
sanación (Op. Cit)
Si nos
preguntaran cuándo pensamos que “todo está cumplido para nosotros” en esta
vida, no sabríamos qué decir. Lo más habitual suele ser que, tras el pase a
retiro por edad, a eso de los 65 años -cuando la Sociedad nos define
oficialmente con el certificado de jubilación que entramos en las “clases
pasivas”-, algo nos dice que prácticamente, salvo atender a los nietos, ya
“todo está cumplido”.
Esta
frase que Jesús pronunció en la cruz (Jn 19, 30), marca el final de su misión
en la Tierra. Pero la pronunció apenas unos segundos antes de expirar.
Stricto
sensu, sólo en el instante antes de morir también podremos nosotros decir,
“todo está cumplido”, porque hasta entonces, todavía queda mucho por hacer.
Es lo
que tantas veces nos preguntamos sobre el por qué a alguien que está en plena
vorágine de actividad y buen rendimiento, y a edad temprana, digamos 30, 40 o
50 años, de pronto, le sobreviene un cáncer, o cualquier otra enfermedad aguda,
o sufre un accidente mortal, y su vida queda sesgada con todo medio hacer. ¿Por
qué, nos preguntamos, una madre se muere con todos sus hijos a medio criar, o
un padre en la misma situación? Lo preguntamos porque según nuestras cuentas
todavía no todo está cumplido, queda mucho por hacer. Y sin embargo vemos cómo
las residencias de tercera edad están repletas de ancianos medio demenciados,
para los que “todo está ya cumplido” hace ya muchos años, y sin embargo ahí están,
con incontinencia de esfínteres, y perdida de juicio, llenos de escaras de
declive, suponiendo una importante carga social.
Siempre
es lo mismo; no entendemos por qué se producen muertes prematuras y vidas
extremadamente longevas. Y no entendemos porque según nuestro criterio, nuestra
voluntad, los primeros deberían seguir viviendo y los segundos deberían haber
muerto cuando ya dejaron de servir y habían vendido ya todo su pescado.
En
esto se ve, como quizás en ningún otro acontecimiento de la vida, que nuestros
pensamientos o nuestras decisiones sobre cómo deben ser las cosas, no son Sus
pensamientos ni Sus decisiones. Porque
en realidad, aunque pensemos que en este mundo se está realizando la voluntad
de los seres humanos, en realidad sucede más o menos lo siguiente:
Escena
1: Madre que deja a su hijito metido en su corralito para que juegue con un
juego de meter bolas en una caja. El niño se esmera en meter la estrella en el
agujero con forma de estrella, la bola en el agujero redondo, el cubo en el cuadrado,
etc. Cuando todavía le quedan varias piezas por encajar, la madre le coge, le saca
del corralito, le cambia los pañales y le coloca en el cochecito para salir a
la calle. Nos podremos imaginar la perra que monta el niño, tan ensimismado
como estaba con su juguete.
Escena
2: Comienza como en la escena 1, es decir, madre que deja a su hijito metido en
su corralito para que juegue con un juego de meter bolas en una caja. El niño
se esmera en meter la estrella en el agujero con forma de estrella, la bola en
el agujero redondo, el cubo en el cuadrado, etc. Hasta que lo termina. Entonces
una vez que no tiene nada que hacer, y no sabe abrir la caja para sacar las
piezas y empezar de nuevo, comienza a ponerse nervioso, porque se aburre y
quiere salir, pero su madre todavía no está arreglada para salir a la calle, de
modo que le toca esperar una eternidad. También nos podremos imaginar la perra
que coge el niño y el incordio para su otro hermano recién nacido, que se despierta
y comienza a hacer compañía a su hermano en un llanto a dúo ensordecedor.
Pues
más o menos eso nos pasa a los humanos. No somos conscientes de que el
corralito de nuestros bebés es el Confinador en el que estamos colocados por
nuestro Padre que está en los Cielos. Los que mueren prematuramente les sucede
como al niño de la escena 1. Los que se eternizan en la extrema ancianidad son
como el niño de la escena 2. Nadie está contento.
En las
escenas domésticas que hemos imaginado, los acontecimientos importantes, los
que marcan las pautas de la historia de ese día no son lógicamente los juegos
que nuestros niños realicen en el corralito para entretenerse (esto dicho con sumo
cuidado, porque en realidad sí tienen importancia educativa), sino las cosas
que la madre tiene que hacer. Es decir, lo que marca el devenir de los
acontecimientos son las decisiones de la madre, no la de los niños. Pues en la
vida real, lo mismo; el devenir de nuestras vidas no lo marcan nuestras decisiones,
sino las Suyas. Otra cosa es que estemos tan absortos en nuestros juegos de
corral, que “creamos” que lo importante son los juegos que nos montamos en el
corralito, en el Confinador.
Jesús,
cuando se encarnó en María y estuvo entre nosotros en este mundo, lo que hizo
fue meterse en el corralito para enseñarnos a meter las piezas en la caja, pero
nosotros, que somos muy chulos, nos enfadamos tanto con Él que le dejamos la
cara como un ecce homo, llena de arañazos. ¡A mí me vas a decir tú cómo tengo
que meter las piezas en la caja!
Volvemos
a la teoría del Confinador, que ha subyacido a lo largo de todo este libro. No
sucede lo que nosotros decidimos, aunque lo parezca; siempre acontece su
voluntad. Otra cosa es que queramos ignorarlo, pero realmente “todo está bien”,
sucede lo que ha de suceder.
Gandhi, en un encendido alegato a favor de la
no violencia (ahimsa), afirmaba que:
“La ley que rige la Humanidad es el amor. Si
la violencia nos hubiera regido, nos habríamos extinguido hace muchísimo tiempo”.
Efectivamente,
en este mundo, aunque parezca lo contrario, impera sobre todas las cosas el
amor. Allá donde una pequeña margarita crece en medio de la tempestad, un lirio
sobre la ciénaga, allí está nuestro Padre que está en los Cielos aportando su
luz y su paz.
Allí
donde una madre está amamantando a su hijito, allí está Dios.
Allí
donde un padre le está quitando la caca a su hijita para luego bañarla y dejarla
limpia y perfumada, allí está Dios.
Allí
donde unos esposos se acarician tiernamente y se funden en un solo cuerpo y un
solo corazón, allí está Dios.
Allí
donde un padre va a buscar al colegio a su hijo pequeño para llevarle a casa y
darle de merendar, allí está Dios.
Allí
donde unos abuelos se quedan con su nietecito para que su hija pueda salir con
su marido a distraerse un poco, allí está Dios.
Allí
donde uno al salir del metro ve a un mendigo con el cacillo y le aporta cincuenta
céntimos, allí está Dios.
Allí
donde un empleado va a por tres cafés y se los ofrece a sus compañeros con una
sonrisa, allí está Dios cumpliendo su voluntad.
Cuando
vi la película Crash (Colisión)[xxxi],
me pude dar cuenta cómo los seres humanos no somos ni buenos ni malos,
simplemente en unos momentos podemos comportarnos como auténticos seres
despreciables, y al día siguiente como auténticos héroes; y en general, nos
comportamos, como afirma Gandhi, como personas normales regidos por una ética
que proyecta amor y hace de este mundo algo posible. Porque ese buen padre que
se esmera quitándole la caca a su hijita, puede ser el mismo que sirva los tres
cafés a sus compañeros, para al día siguiente dejarles mangados en un trabajo a
medio hacer, o se pelee como un verdulero por un puñado de dólares con su
cuñado a propósito de la herencia de los padres de su mujer. Esto sucede en
escenas normales de la vida diaria, o como en la película, el policía de Los
Ángeles que intenta abusar sexualmente de una ciudadana de color para a los
pocos días, salvar a esa misma persona de morir abrasada en un accidente de
tráfico, con riesgo de su vida, o cuida
a su padre con cáncer de próstata con una abnegación digna de todos los
elogios.
¿Quiénes
somos realmente? ¿Los que hacemos actos buenos o los que hacemos actos malos?
En esto los militares, son muy conscientes de que en una operación militar, el
soldado que dispara contra ellos desde las líneas enemigas, no es realmente un
enemigo, sino alguien que como él ha recibido la orden de abrir fuego, y en
estas circunstancias, o le mato yo primero o me mata él a mí. Pero en el caso
bastante probable de que alguien caiga prisionero, salvo por la histeria y el
estrés de combate que hace despertar en nosotros todos nuestros más bajos instintos,
en general un prisionero de guerra suele ser tratado (o al menos debe serlo) con
bastante respeto; así lo avala la Convención de Ginebra, al menos, porque en el
fondo todos sabemos, los unos y los otros, que somos peones de los auténticos
enemigos, los políticos, los Poncios Pilatos de la vida.
Así
que en el Confinador en el que estamos metidos, todos estos acontecimientos,
unos buenos la inmensa mayoría, otros malos la minoría, aunque con efecto resonador
bastante escandaloso por sus efectos deletéreos, conforman el devenir de
nuestra historia.
¿Por
qué estamos aquí? Es la gran pregunta. Con lo tranquilo que, suponemos,
estaríamos en el limbo de ninguna parte antes de nacer, ¿por qué el Señor se ha
tomado la molestia de crearnos, sobre todo para esto, para arrastrarnos como
cucarachas en este valle de lágrimas? O como afirmó una vez Stephen Hawking,
¿Por qué se tomó el Universo la molestia de existir?[xxxii]
Para aquellos que recuerden la serie infantil de los años ochenta y noventa, Fraggle
Rock© (que conseguía hipnotizar a nuestros hijos al venir del cole
durante media hora), en ese micromundo coexistían varios personajes, los Fraggles,
los Curris y los Goris y el tío Matt. Los Fraggles eran pequeñas criaturas humanoides, de unos
50 centímetros de alto, de una amplia variedad de colores y poseían colas con
un pequeño penacho de pelo en la punta. Una
segunda especie de pequeñas criaturas humanoides, de color verde y trabajadores
como hormigas, eran los Curris. De pie alcanzaban los 15 cms. de alto, eran
como unos anti-Fraggles, con sus vidas dedicadas al trabajo y la industria. Los
Curris pasaban gran parte de su tiempo construyendo todo tipo de estructuras
inútiles por todo Fraggle Rock, haciendo uso de herramientas de construcción en
miniatura y llevando cascos y botas de obrero. Como la materia prima con la que
los Curris construían era como el caramelo, que volvía locos a los Fraggles,
la vida transcurría con los Curris construyendo esas estructuras inútiles y los
Fraggles comiéndoselas. Pero si los Fraggles no hicieran eso, lo que en cualquier
caso los Curris lo sentían como una agresión permanente de los Fraggles hacia
su trabajo (algo malo), las cuevas de Fraggle Rock terminarían totalmente
ocupadas por esas estructuras aparentemente inútiles, de modo que para que
realmente en esas cueva la vida sea posible, alguien tiene que construir, para
que alguien pueda destruir y de paso alimentarse. Es lo que se llama, alcanzar
el estado estable, algo en esencia bueno que se consigue gracias a actos
considerados malos para unos, pero buenos para otros, y viceversa. Los zorros
se comen a los conejos para sobrevivir, y si no lo hicieran, los conejos
arrasarían como una plaga los campos y se desequilibraría el ecosistema. Lo
mismo ocurre con los leones y las gacelas, aunque al ver nosotros la escena de
cómo un león mata a una gacela, nos pueda impresionar de dramática (que lo es),
y hasta mala. Ya podría haber ideado Dios otra forma de que los animales comieran
y se alimentaran, pensamos.
En nuestro propio cuerpo suceden cosas así,
unas células, por ejemplo los osteoblastos, son como los Curris, que se “curran”
la formación de hueso, mientras otras, los osteoclastos, son como los Fraggles,
que les encanta los osteocitos formados por los osteoblastos, y no hacen más
que devorarlos. En nuestra fase de crecimiento, los osteoblastos van más
deprisa que los osteoclastos, y crean más hueso que el que destruyen los
clastos. Cuando alcanzamos nuestra estatura final, ambos, blastos y clastos se
ponen de acuerdo para crear hueso al mismo ritmo que es destruido. Y en nuestra
vejez, los clastos ganan por goleada, y ya se sabe lo que ocurre. Pregunta.
¿Los blastos son los buenos y los clastos son los malos? No, lógicamente, ambos
hacen su trabajo, para que nuestro cuerpo alcance el clímax de estabilidad y no
nos convirtamos en monstruos inviables llenos de hueso por todas partes, como
le sucedió al pobre Joseph Merrick, el conocido
hombre elefante, que padeció el caso más severo de lo que se conoce como
Síndrome de Proteus, enfermedad congénita que genera un desarrollo anormalmente
excesivo de los huesos, entre otras dolencias.
La vida en este mundo hay que comprenderla.
Con eso vamos ya sobrados, mucho antes de tratar de comprender la lógica de
Dios, como para saber cuándo en nuestra vida “todo está cumplido”.
La vida
es una permanente lucha contra el caos, en términos
expresados por Lluis Miravitlles, divulgador científico español de los años
sesenta[xxxiii].
Esto significa que en realidad, todos nosotros participamos en una permanente
vida cíclica, regida por la Ley de las
fuerzas antagónicas o tercera Ley de Newton (acción reacción), donde a una
fuerza en un sentido se opone siempre otra fuerza en sentido opuesto; lo que
genera al final un comportamiento ondulatorio de la práctica mayoría de las
variables que garantizan la vida en la Tierra y en el Universo. El caos se
produce cuando una de las dos fuerzas de esa gran cantidad de pares que
gobiernan nuestra existencia se desborda y domina el sistema en el que influye,
pues ese predominio, genera lo que los físicos llaman “entropía”, que si no es
compensado por la reacción de la otra fuerza, hará que determinadas variables
crezcan o decrezcan exponencialmente, hasta la destrucción final del sistema en
cuestión. La enfermedad es un fiel exponente de este caos, de esta entropía. Lo
que sucede es que depende del nivel de agregación de las estructuras sistémicas
del organismo, eso se percibirá como bueno o como malo. Es decir, para el
cáncer, el crecimiento de las poblaciones celulares tumorales es bueno. Para el
resto de las estructuras será algo incluso desconocido e indiferente, en la
medida en que no les afecte, hasta que el secuestro de materia y energía
provocado por el cáncer les comience a provocar desnutrición y amenace sus
vidas celulares. Sólo el organismo en su conjunto es el que se preocupa a los
primeros síntomas, y trata de iniciar la reacción inmunitaria para intentar detener
el avance del mal. Esto es así porque a lo largo de nuestra vida, intentos de
sublevación cancerígena las tenemos a patadas, lo que sucede que el “organismo”
las identifica rápidamente, y rápidamente las neutraliza.
Nuestra vida es así. Nosotros somos como una
célula social, donde mientras en nuestro pequeño mundo no nos afecten los
desequilibrios sociales, nos sentimos protegidos. Nos preocupamos cuando los
vemos venir, y tomamos medidas, a veces demasiado tarde, cuando tenemos el
huracán encima (rezamos a Santa Bárbara, sólo cuando truena). Así que con una
perspectiva exclusivamente miope y cortoplacista, el mal del mundo resulta ser
el mal que a mí me afecta. Si no tuviéramos los medios de comunicación social
de que disponemos, mientras nosotros no tuviéramos problemas económicos, ya
podría morirse el otro lado del mundo de hambre y sequía, que para nosotros eso
no nos afectaría. Esta sería como la primera fase del cáncer. Otro ejemplo; en
el pulmón se está empezando a desarrollar un carcinoma, pero no creo que eso le
afecte de momento demasiado a una célula muscular del dedo gordo del pie
derecho. Pasa el tiempo, y llegan noticias del problema de la sequía. Mientras
eso no se refleje en escasez en las estanterías de mi supermercado, tranquilos
podemos estar. El problema empieza cuando suben los precios, o no encontramos
pollos para nuestras paellas. Cuando sucede esto, significa lo mismo que cuando
la despreocupada célula del dedo gordo del pie, comienza a notar que no le
llegan suficientes nutrientes para llevar a cabo su función contráctil, porque
el metastásico carcinoma se zampa todo lo que llega. Sólo los altos
responsables de Agricultura o de Economía o los meteorólogos detectan el
problema tempranamente[xxxiv].
Pues en el conjunto de nuestra vida, de donde
formamos parte como individuos, como células sociales, el único que sabe y
comprende el por qué de todos los cientos o miles de billones de
acontecimientos que suceden diariamente, anualmente y a lo largo de toda la
Historia es Nuestro Padre Celestial que está en los Cielos. Sólo Él sabe
realmente por qué suceden las cosas, de la misma forma que sólo la madre
comprende por qué deja al niño en el corralito con un juguete para que se entretenga
y luego le coge para llevárselo a la calle. El niño sólo sabe que tiene un
juguete para jugar y luego, sin venir a cuento, se lo quita su madre, le saca
del corral, le arregla, le sienta en la sillita, le saca a la calle con el frío
que hace… El niño no comprende nada. Y en realidad, ni tiene por qué
comprender. Sólo le queda tener tanta fe, tanta confianza en su madre, que se
deja llevar sin preguntar por qué, “vivir
sin un por qué”, parafraseando a Eckhart. Al principio, a cada
contradicción a su incipiente voluntad, monta una perra que su madre trata de
calmar con un chupete o con un azote en el culo. Hasta que, aunque sea por la
vía de la costumbre, el niño acepte que casi nunca se hace su voluntad, sino la
de su madre, y así lo acepte, aunque no lo comprenda.
Sólo una visión global y eterna de la
existencia puede llegar a hacernos comprender las cosas.
Esa visión global de la vida se denomina “contemplación”.
Sólo la actitud contemplativa de la vida
permite, si no comprender, al menos aceptar el hecho de que por alguna razón
que sólo Dios sabe, se han producido a lo largo de la Historia tantas guerras
como han acontecido. Sólo la actitud contemplativa permite, si no comprender,
al menos aceptar la Segunda Guerra Mundial. ¿Dónde estaba Dios en los campos de
concentración y exterminio de Alemania? La respuesta es en la soledad de todos
y cada uno de los judíos que fueron confinados y asesinados. Sólo así, con una
actitud contemplativa de la vida, se comprenden las bienaventuranzas.
1 Viendo la
muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. 2
Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
3 Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
4 Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos
serán consolados.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed
de la justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa de
la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y
os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra
recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a
los profetas anteriores a vosotros.
Mt 5, 1-12
La
voluntad del Padre se expresa en esta vida a través de un delicado balance
entre lo que nos parece bueno y lo que nos parece malo, entre lo que entendemos
como “el bien” y lo que entendemos como “el mal”. Y nos parece que si se
cumpliera realmente la voluntad de Dios, todo lo que aconteciera deberíamos
percibirlo como “bueno”. De modo que el hecho de que sucedan tantas cosas que
interpretamos como “malas” hace que pensemos que en realidad Dios está perdiendo
la batalla contra el mal. Sólo la actitud contemplativa de la vida puede
hacernos comprender que todo se debe, primero a nuestra comprensible miopía
respecto de la interpretación de los acontecimientos, y segundo, porque somos
adoradores de Cronos, el tiempo, porque para nosotros todo se basa y se sustenta
en la línea temporal del devenir de las cosas, cuando realmente, ni el pasado
ni el futuro existen, sólo existe el presente, es decir, el momento eterno en
el que Dios es; y además, no tenemos fe, no tenemos confianza.
La
tradición judeocristiana mediante la Biblia nos ha tratado de dar una interpretación
de todo esto a través de la lucha establecida entre el Bien y el Mal desde
aquello de la serpiente y la manzana de Adán descrito en el Génesis. Es todo
una alegoría, una impresionante y sublime parábola como las que empleaba Jesús
para hacernos comprender qué es el Reino de los Cielos. Como decía Kongar en su
libro “el ateísmo contemporáneo”[xxxv],
la Biblia, más que una teología para los humanos, es una antropología para
Dios; es un intento de “a ver cómo les explico a estos, de qué va lo del Reino
de los Cielos”. Entonces, para que nos entendamos y se nos meta en la cabeza,
el Reino de los Cielos es como una película donde hay buenos y malos, los malos
capitaneados por un despreciable líder, tratan de putear a los buenos, y los
buenos, capitaneados por el héroe de la aventura, librando una sin par y
desigual batalla contra el malo, para al final y sólo al final, no sin sufrir
innumerables bajas y casi perder la guerra, conseguir ganarla al son de las
trompetas del Juicio final arrojando a la Bestia definitivamente al Averno, junto
con todos sus secuaces y desgraciados que se dejaron engañar por sus
tentaciones. Porque en el imaginarium de los humanos, el bien siempre tiene que
vencer al mal, y, como en las películas, el bueno debe terminar siempre matando
al malo y casándose con la chica (porque siempre hay una chica, no olvidemos
eso del eterno femenino). Si no, Hollywood no sería lo que es. Porque los
humanos somos así, Dios tiene que bajar a nuestro nivel de entendederas, para
hacernos comprender mínimamente lo que en realidad escapa absolutamente a
nuestra capacidad de asimilación.
Pues
de igual forma pasa con las acechanzas del demonio, que como no deja de referir
Santa Teresa, no deja de enredar y de tentarnos de mil formas para apartarnos
de Nuestro Señor. Es la forma más sencilla de explicarle a un niño, cómo es
esto del bien y el mal, cuando en realidad, la realidad revela un hecho mucho
más profundo que sólo podemos siquiera intuir en actitud contemplativa, contemplando
la vida en su totalidad, abarcando todo el devenir de la Historia en un
instante eterno. Sólo así, desde la mente de Dios todo tiene sentido y realmente
comprenderíamos que en todo momento se está cumpliendo su voluntad. Y nuestra
vida individual no es sino un brevísimo período de aprendizaje donde nuestra
única responsabilidad se reduce a “aprender a ser” a través del desarrollo de
los talentos que nos han sido dado, y de la fe; pero no la de cómo aceptación y
adhesión a creencias dogmáticas, sino a la voluntad de Dios.
Creer
es confiar. Creer es permitir. Creer, sobre todo es adherirse, entregarse. En
una palabra, creer es amar. ¿Qué vale un silogismo intelectual si no alcanza ni
comprende la vida? Es como una partitura sin melodía.
[…]
La fe bíblica es eso: adhesión a Dios mismo. La fe no indica preferencia principalmente
a dogmas y verdades sobre Dios. Es un entregarse a su voluntad. No es, pues, un
proceso intelectual, un saltar de premisas a conclusiones, un hacer combinaciones
lógicas barajando unos cuantos conceptos o presupuestos mentales. Principalmente
es una actitud vital. Concretamente se trata, repetimos, de una adhesión
existencial a la persona de Dios y a su voluntad. Cuando existe esta adhesión
integral al misterio de Dios, las verdades y dogmas referentes a Dios se
aceptan con toda naturalidad y no se producen conflictos intelectuales.
Ignacio Larrañaga, El silencio de María
(Op.Cit)
De ahí
que en realidad lo que une a las religiones del mundo es esto, la adhesión a
Dios en lo más profundo de su esencia, es decir prácticamente digamos el 95% de
los requisitos. Y lo que las separa son los dogmas que cada una ha elaborado
para comprender las obras de Dios, según las propias tradiciones y la propia historia
e idiosincrasia de cada pueblo, defendidas a fuego y bayoneta.
La
doctrina católica, a lo mejor sin pretenderlo explícitamente, ha impresionado a
efectos prácticos de maniquea, con ese enfoque de la lucha del bien representado
por la Santísima Trinidad y sus ángeles buenos, y el mal representado por
Lucifer y sus ángeles caídos. Esto puede ser acaso heredado desde el devenir de
la propia historia de las culturas y de las civilizaciones, como otras muchas cosas,
asumidas como cristianas pero que proceden de ritos y mitos ancestrales, por
ejemplo, el pasaje del diluvio en la Biblia y en Gilgamesh es tan similar, que
para el autor bíblico, con sólo cortar y pegar del pasaje de Gilsamesh, y
cambiarle el nombre a los personajes, habría escrito la historia de Noe. Los
maniqueos -a semejanza de los gnósticos, mandeos
y mazdeístas-
eran dualistas:
creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos e
irreductibles, el Bien y el Mal, que eran asociados a la Luz (Zurván)
y las Tinieblas (Ahrimán) y, por tanto, consideraban que el
espíritu del hombre es de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio[xxxvi].
Si entramos en detalles, la doctrina católica no le ha hecho ascos a este
planteamiento, por cuanto se nos ha educado en el sentido de que nuestra carne,
nuestro cuerpo, junto con el demonio y el mundo son nuestros principales
enemigos. Y de hecho, el planteamiento general de la vida del cristiano, desde
siempre e incluso hoy día, es una permanente súplica a Dios y a la Virgen de
que no seamos arrebatados por el príncipe de las tinieblas, del Reino de los
Cielos.
Sin
entrar más en estos temas, que resultan tremendamente escabrosos y sólo aptos
para las mentes más doctas en materia teológica, el hecho cierto es que al final
estamos frente al planteamiento de Abelardo, con la teoría de la intención, y
el de Bernardo de Claraval, con su “ira de Dios”.
La fe,
según la describe Larrañaga, no es capaz de sobrevivir entre las acechanzas del
demonio por un lado y la ira de Dios por otro. ¡Así no hay quien viva, sobresaltados
a cada paso por las tentaciones demoníacas, mundanas y de ¡nuestro propio
cuerpo! y por el mal carácter de un Dios iracundo que lleva cuentas del mal a
no ser que nos confesemos con el cura a cada paso mal dado (o sea, casi todos
los días). Falsa imagen de Dios, inculcada sin mala intención por los
formadores en la fe, y que obedece a un no saber realmente cómo es Dios, o
acaso por tratar de comprender lo que simplemente contemplando se puede evidenciar.
Napoleón
decía que el gran mérito de Mahoma era haber fundado una religión sin infierno.
Cada cual lo tome como quiera.
¿Todo
está cumplido? Con nuestra fe materializada en amor, sí. Hoy, ahora, todo está
cumplido. Yo puedo morir ya, ahora mismo, si mi fe es amor, y si Mi Señor
considera que ya mi misión ha terminado, aunque según yo (mi ego, mi yo), crea
que me quedan muchas cosas por hacer. Si un anciano decrépito sigue con vida,
si un oligofrénico sigue con vida a sus setenta años, es sin el menor género de
duda, porque su misión en este mundo aún no ha terminado, aunque les consideremos
un estorbo social (siempre desde la perspectiva de nuestro particular egoísmo).
24. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu
Tras
muchas y largas jornadas, meses, años de camino; tras atravesar bosques
umbríos, valles, mesetas áridas, montañas, desfiladeros, ríos, y experimentar
todo tipo de situaciones buenas y malas, caídas y recuperaciones; tras sentirte
que en realidad eres un pobre siervo de la Providencia; pero sobre todo, tras
llegar a la conclusión de que por mucho que reflexiones, no puedes incrementar
un sólo codo a tu estatura, ni un sólo minuto a tu vida, ni entender lo que no
se puede entender, al final, o lo tomas o lo dejas.
Si lo
dejas, pues “tú mismo con tu mecanismo”. Allá tú. Sigue sólo, realmente solo.
Porque los seres humanos, por muy rodeados que estemos de seres queridos, de
personas allegadas, de amigos y confidentes, al final, de verdad, la Vida
Interior, es decir, tu más pura realidad, sólo la puedes compartir con la almohada.
Y la almohada jamás dice una palabra, nunca se manifiesta, porque simplemente
es un objeto inerte, sin vida; es como lanzar botellas con mensaje a un pozo
profundo, que nadie leerá jamás. Sólo tú contigo mismo.
Si se
opta por esto, habiendo experimentado a Dios en algún momento de la vida, la
sensación de soledad puede llegar a ser absolutamente aterradora. Si no es así,
es señal de que lo vivido ha sido un “counterfeit”,
una falsificación de algo supuestamente real. Y doy fe de ello, porque cada vez
que por indolencia, por tibieza, he pasado temporadas “¿alejado?” (más bien atontado
por mis asuntos, “no nos dejes caer en la atontación”), el vacío que he
experimentado ha sido tan abrumador, que no he podido hacer otra cosa que decir
“lo siento, Señor, perdóname”.
Los
que no tienen recuerdo de lo que es vivir a Dios, experimentarle dentro de sí,
acaso estén más ajenos de su propia desgracia, enredados en sus trajines. E incluso
es bastante probable que les vaya mejor que a nosotros, porque “los hijos de este mundo suelen ser más
astutos que los hijos de la Luz” (Lc 16, 8).
Cuando
cruzas el ecuador de la vida, y te vas aproximando lenta pero inexorablemente
hacia las edades de la madurez y te vas convirtiendo en un respetable señor/a
provecto/a y casi sin darte cuenta te ves en la senectud, echas cuenta y te das
cuenta de que de todos tus ideales para este mundo, para tu vida aquí, en el Confinador,
se han quedado en la mitad de la mitad de lo que eran tus aspiraciones
juveniles, cuando saliste de la Facultad o de la escuela dispuesto a comerte el
mundo, y lo que realmente ha pasado es que el mundo te ha comido a ti, y se ha
aprovechado de ti para seguir su inexorable rumbo hacia no sé dónde. Entonces,
o te deprimes o te lo tomas con filosofía, porque en realidad llegas a ser consciente
de que nada de lo que hayas hecho para tu propia hacienda y bienes pecuniarios
tiene realmente valor (el orín los corroe) y tan sólo sirve para que tus descendientes
se peleen a dentelladas por la herencia.
Si has
tenido la gran suerte de haber sido tocado por el Altísimo, y la inteligencia
de haber sabido responder a ese “sentir algo dentro de ti, que no sabes lo que es”, entonces comprendes que tanto los éxitos (pocos) como los fracasos (muchos)
tienen todo el sentido del mundo; que la cotidianeidad de las horas y los días
caminando por las planicies castellanas del Camino, no han sido en vano, como
no lo fue para el pueblo de Israel caminar por el desierto. Caes en la cuenta
de que incluso los largos años de aburrida y rutinaria vida cotidiana, cobran
todo el significado, y que realmente has vivido (aunque en más de una ocasión
lo hayas maldecido) la vida que debías vivir… según Su Voluntad. ¿Por qué? Sólo
Él lo sabe. ¿Has sabido guardar todo esto en tu corazón? Entonces, habrás comprobado
que la Paz de Dios ha inundado tu alma, has amado a manos llenas, y en el fondo
has sido feliz y has contribuido decididamente a hacer este mundo, este Confinador,
habitable. ¿No has sabido guardarlo? Entonces te habrás pasado la vida
quejándote como egoísta guiñapo de que el mundo no te ha hecho feliz (lo que al
mundo le importa un pimiento, porque siempre va a su bola). Peor para ti,
porque no habrás conseguido nada a cambio de tus berrinches, salvo amargura que
habrás repartido en pequeñas dosis a los demás, con lo que habrás contribuido
decididamente a que este mundo, el Confinador, ser un lugar donde no hay quien
pueda vivir en paz.
17 Lo que os
mando es que os améis los unos a los otros.» 18 «Si el mundo os
odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. 19 Su
fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo,
porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. 20
Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a
mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra,
también la vuestra guardarán.
Jn 15, 17-20
Es lo
único que importa. Y de eso, si eres sincero, te darás cuenta, más tarde o más temprano
lo único que importa es el amor que hayas derramado hacia los demás, porque es
lo único que realmente te puede dar la paz de espíritu que todos necesitamos.
Quiero
deciros algo a todos vosotros, que os habéis convertido en parte de mi vida.
El color y la
belleza que habéis puesto dentro de mí, se ha convertido en un canto que quiero
entonar para siempre.
Hay una fuerza
en nosotros que hace que las cosas tengan sentido, cuando el camino de otros se
cruza con nuestro camino.
Nosotros
debemos estar allí para que estas cosas ocurran.
Cuando la hora
de nuestro ocaso llegue, nuestros bienes y actividades tendrán verdaderamente
poco valor.
Pero la
generosidad y el cariño con que hayamos amado a los demás hablarán con fuerza
del gran regalo de vida que nos ha sido dado a cada uno.
Este
es un fragmento de “La Canción de Ruth”, un bello poema donde dos esposos se
entregan en un al otro sin condiciones. Y ambos se confiesan mutuamente el
pasaje de Ruth a Noemí: “donde tú vayas,
iré yo, donde tú vivas, yo viviré, tus amigos serán mis amigos y tu Dios será
mi Dios” etc (Ruth 1, 16-17). Se recita como canción en el Fin de Semana de
Encuentro Matrimonial, movimiento con el que mi esposa Paloma y yo venimos
trabajando durante bastantes años. Y tiene el gran valor de ensalzar lo único
que realmente importa, el Amor.
Es
decir… “FÍAT VOLUNTAS TUA”
Porque
no sé si somos conscientes de que en cualquier caso, en cualquier ocasión y
lugar y circunstancia, amar significa única y exclusivamente “Fíat voluntas
tua”, hágase, hacer, la voluntad de Dios. Por eso, al final Jesús, sólo nos dio
un mandamiento, sólo uno, amarnos los unos a los otros como Él nos enseñó a
amar, porque amarnos es hacer la voluntad del Padre.
Bienaventurado
el que sepa darse cuenta de esto, porque habrá ganado su Vida entera, eso sí a
cambio de perder su vida (esa ilusión llena de ridículas expectativas tales
como llegar a ser el rey del mambo, algo así como ser director general de la
empresa, o ganar un millón de dólares).
Ahora
sí, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han conocido a
tu Salvador, porque me has iluminado con esa luz que viene de lo alto; porque
por fin mi Marta que llevo dentro se conciliará con la María que también soy y
Tú has educado y formado para que aprendan a vivir, como proclama Teresa de
Jesús en la Séptima Morada de su libro, “que Marta y María sean una”.
Ahora
sí, Señor, soy consciente de que “en tus
manos encomiendo mi espíritu”, (Lc 23, 46) porque ya he dejado de
pertenecer a este mundo, la séptima puerta del Confinador está abierta, y puedo
vislumbrar lo que hay más allá de las cosas.
Esta
exclamación la dijo Jesús en el instante mismo de morir.
Y por
fin la muerte. Pero ¿qué es realmente la muerte?
25. Dejar caer el manto
El otoño es una estación del año que invita a
la melancolía al ver como inexorablemente el esplendor de la vida que
explosionó en primavera y alcanzó su clímax en verano, poco a poco va
apagándose, los árboles pierden sus hojas, el frío se adueña del ambiente, las aves
migratorias emprenden su viaje a zonas más cálidas del Planeta, los días
acortan, la oscuridad de la noche va adueñándose de nuestros días, y la
tristeza de lo que fue y ya no es nos embarga el corazón. Tanto más es esto cuanto
sabemos que irremediablemente el frío intenso y las nieves cubrirán con la
llegada del invierno toda la faz de nuestra tierra.
Y la vida parece apagarse, morir.
Si nuestra tristeza no es absoluta es porque
sabemos que tras el invierno, la primavera volverá a adornar nuestra vida y la
naturaleza volverá a brillar con todo su esplendor.
Aprender a ver, a contemplar “cómo caen las hojas de los árboles” (en
palabras que emplea Consuelo Martín para referirse a la actitud contemplativa
de la vida) es una preciosa imagen de lo que debería ser toda nuestra existencia.
Podríamos decir que es una imagen bastante
triste de la existencia regodearnos en cómo se nos va la vida de las manos. A
los veinte años de edad, a los treinta a los cuarenta no se nos puede pedir
tener esta actitud ante la vida, con lo mucho que nos queda por vivir. Que un
anciano se lo vaya pensando, todavía, ¡¡pero un joven!! Es demasiado exigir
esto a alguien que tiene toda la vida por delante.
El infinito, la eternidad, la trascendencia
del ser es algo inconmensurable, que rompe todas las reglas, todas las
doctrinas, todos los sistemas de pensamientos y todas las liturgias.
Cuando el ser humano se enfrenta realmente
ante la eternidad, es en el trance de la muerte. Hasta entonces, podemos
pensar, reflexionar, ver cómo otros seres humanos mueren; unos más allegados,
otros conocidos y otros, simples estadísticas de las tragedias jaleadas por los
medios de comunicación.
Hasta entonces, los humanos podemos llegar a
creer que dominamos nuestro destino, que nuestras prácticas religiosas se
comportan como nuestro seguro de trascendencia. Pero cuando llega el momento,
resulta que puede que todo se derrumbe como un frágil castillo de naipes, por
muy sólida que hayamos considerado que es nuestra fe.
En el momento de la muerte, tonterías las
justas. Si la fe que afirmamos tener está tan sólo sostenida por una más o
menos estructurada práctica religiosa, puede que de repente nos encontremos
ante un abismo con una sensación de vértigo jamás imaginada.
En el mundo de lo tangible, en el Confinador,
solemos tener la creencia de que “esto
está controlado”. La Ciencia casi lo explica todo, y la Medicina, “casi” lo
cura todo. Las ciencias positivas y la filosofía y psicología social nos han
dado la falsa sensación de que nosotros somos los dueños de nuestra vida.
Doctrinas filosóficas como la teoría del superhombre de Nietzsche, nos han
hecho creer capaces de todo lo que nos propongamos. La alimentación exagerada
de la autoestima nos está dando la falsa sensación de totipotencialidad sin
necesidad de un Dios al que acudir. Huelga explicar las consecuencias que ello
está provocando.
Pero, inmersos en esta falsa sensación de
superpoder personal, lo que no ha podido pasar al terreno de las ciencias
positivas ha sido el mundo de lo sutil, de lo trascendente, de lo eterno. Ahí
ha habido teorías para todos los gustos, y ahí ha sido donde las religiones han
forjado todo un sistema dogmático que han ofrecido a sus seguidores explicación
sobre lo que hay después de la vida terrenal.
Pues bien, si algo hay extremadamente cercano
al ser humano y que está rodeado de autentico temor porque nos sitúa en la
frontera entre el mundo material y el “otro”, es la muerte.
La muerte está considerada en Occidente, a
pesar de la fe cristiana, como un suceso horrible, el fin, la aniquilación, la
destrucción de la vida, tanto que la Medicina busca como objetivo final la
propia inmortalidad física. La muerte es uno de los cuatro jinetes de la
Apocalipsis. Aunque bien es verdad que en general, las grandes religiones
monoteístas proclaman la vida eterna, ésta ha estado muy centrada en el riesgo
cierto de, si no obedecemos las reglas y normas de moral dictadas por el
Magisterio, el riesgo de toparnos con el espantoso infierno es bastante
probable. No sé si el temor a la muerte (porque es pánico lo que tenemos) lo es
por el trance doloroso del óbito, por la soledad absoluta en la que acontece, a
pesar de vernos rodeados de familiares y amigos, o por lo que nos espera al
morir en pecado mortal en su caso, por no saber qué será de nosotros, si aprobaremos
o no el Examen Final. Es el dilema entre un Padre bueno o un Juez implacable.
El problema, por tanto es extremadamente
serio, como para tomárselo a broma. Pues la base de todos los sentimientos que
nos genera el hecho de morir es el miedo a, realmente no saber qué hay detrás
del umbral, aunque recitemos el Credo todos los domingos en misa.
La diferencia entre abordar la muerte con
serenidad o con miedo depende de hasta qué punto nos creemos lo que decimos que
creemos.
Se nos despiertan todas las alarmas, y desde
lo más profundo de nosotros, todo nuestro ser se revuelve ante el hecho de la
aniquilación de lo que creemos, hemos sido hasta ahora.
Se muere nuestro yo. Me muero “yo”. Pero
¿quién soy yo?
Ya lo hemos visto. Somos una elaboración
bastante complicada de nuestra propia mente, mientras nuestra alma dormida
parece vivir en el limbo donde nada ocurre. Pero cuando uno se enfrenta a la
muerte, en absoluta soledad, como refiere Larrañaga, se da cuenta de que lo que
se muere es su “yo apañao”, y su alma se reconoce a sí misma, descubre lo que
realmente es, a lo mejor demasiado tarde.
Como explicaba en una de sus magníficas
conferencias Fidel Delgado, si pudiéramos aprender a vivir el morir, la cosa
cambiaría considerablemente. Morir está escrito con “M”; “M” de miedo y “M” de
un camino en forma de montaña rusa con subidas y bajadas, que termina como
empezó, en las profundidades. Mal comienzo, que trata de superarse dos veces (o
más), los picos de la M, y sobre todo mal final, que termina en la nada.
Vivir se escribe con “V” de vida. Buen
comienzo en los brazos de nuestro Padre Celestial, que nos entrega a nuestros
padres, para que seamos sometidos a un severo proceso de aprendizaje. Es un
aprendizaje más salpicado de fracasos personales que éxitos, pero que
justamente, hacen los primeros que seamos forjados como el hierro, a fuerza de
golpes, para en un momento determinado de nuestra vida, saber tomar conciencia
de nuestra auténtica Realidad, de nosotros mismos, y sepamos abandonar nuestros
“mis” para hacer sitio en nuestro ser a la Divina Realidad, y así subir hasta
la llegada de la hora final de abandonar este mundo, el Confinador, este plano
de la realidad, para acceder a otro que nos tiene preparado nuestro Padre
Celestial.
Es una suerte que en Castellano vivir se
escriba con “V” y morir con “M”, porque, por ejemplo, en Inglés, ni la “L” de
“to live”, ni la “D” de “to death”, sirven para esta explicación. Pero salvando
este escollo lingüístico a nuestro favor, lo de la V y la M tiene, como podemos
ver, un tremendo significado. Porque la vida se escribe para millones de
personas con “M” de miedo y de muerte, a pesar de la promesa de una vida
eterna, y de que nadie tiene en el fondo claro que existan garantías de morir
en gracia de Dios, condición sinequanon para entrar en el Reino de los Cielos.
Y esa “M” es como un muñeco de cuerda al que todos los días se la damos para
recibir nuestra dosis de susto diario, que nos mantiene despiertos y
vigilantes, porque no sabemos ni el día ni la hora.
Para saltar de la “M” a la “V”, para saber
vivir la muerte, el alma tiene que estar despierta, ha de tomar conciencia de
sí misma. En este sentido, la vida de fe ofrece algo más que el puro ritualismo
de las prácticas religiosas (no basta con considerarse “católico practicante”
¿qué será eso?). Una vida reducida en ir a misa los domingos y no fastidiar
demasiado al vecino no es suficiente para encaminarnos hacia la senda de Dios.
La muerte nos enfrenta de bruces con el abismo
insoldable del Océano de Dios. Sólo el que haya tenido en vida experiencia
personal de Dios puede enfrentarse a la muerte con la serenidad de alguien que
sabe hacia dónde se encamina, que hay Alguien esperándole “al otro lado” con los brazos abiertos.
Son tantos los pasajes del Evangelio que nos
están diciendo que tenemos que saber morir antes de morir para comprobar que la
muerte no existe, que posiblemente ni nos hemos dado cuenta.
“Saber morir antes de morir, para comprender
que la muerte no existe”
Esta frase de Eckhart Tolle, a la que ya nos
hemos referido, y todo el Evangelio de Jesús nos dan un mensaje clarísimo.
Tenemos que experimentar la muerte de nosotros mismos, antes de morir. Esto
puede parecer un contrasentido, una aberración, una rayada mental, pero no es
ni más ni menos que “la senda estrecha”
que tanto fastidia a los que estamos llenos de nuestras cosas de mi “yo” de
“mis” riquezas. Es la senda de la “morti-ficación”,
de morir a nosotros mismos, de vaciarnos de nosotros, para que Él pueda llenar
todos los rincones de nuestro ser.
Esto, mira que lo explica Teresa de Jesús
veces, y siempre dice lo mismo, que no se puede comprender intelectualmente, o
se vive, o se experimenta, o sirve tan sólo para adornar los libros de
teología, pero nada más.
Meister Eckhart tiene una frase total:
“Cuanto más hay de
mí en mí, menos hay de Dios en mí”
Por todas las partes por donde lo mires, se
llega a la misma conclusión. Si no me abandono a la voluntad de Dios, si no
me rindo a la evidencia de que mi vida no me pertenece, sino que es suya, en el
momento de la muerte me daré cuenta de lo inútil que ha sido mi existencia.
Esto, dicho en terminología católica es la
consabida frase que escuchamos reiteradamente en las misas dominicales:
“Si no renunciamos al pecado, no entraremos en el Reino de
los Cielos.”
Esto
no es que lo digan los curas, lo dice Jesús, pero aquí introducimos una palabra
bastante desagradable para muchos, “pecado”. Porque, vamos a ver, ¿de qué
estamos hablando realmente? Para que los católicos de a pie, para que el común
de las gentes lo entiendan, estamos hablando de la vida de pecado versus la
vida de Gracia. Si al final todo es lo mismo. Si el gran problema que tiene la
religión es que en la mayoría de las personas, lo que se sabe, se queda tan
sólo en eso, en unos cuantos principios aprendidos, que nos conformamos con tan
sólo llevarlos a la práctica ritual, pero no vivencial.
Los
que solemos ir a misa los domingos, ¿cuántas veces entonamos en yo pecador?
Como poco sesenta veces al año, contando las fiestas de guardar. Como uno de
los defectos que tiene el ritual de la misa es que ya nos sabemos de memoria
todas las preces, recitamos el “confiteor”, el “yo pecador” sin enterarnos
prácticamente de nada, pero si lo repasamos lentamente, ¿qué encontramos en el
“confiteor”?
Yo confieso ante Dios Todopoderoso. Porque el primer paso que todo
ser con dos dedos de frente tiene que hacer es reconocer que no ha hecho más
que meter la pata una y otra vez, y no tanto por haber cometido lo que en la
doctrina católica se denominan pecados, que si veniales, que si mortales y todo
eso. La cuestión no es tanto esa, como el hecho de reconocer que “sólo vivo para mí mismo”, que en mi
interior sólo quepo “yo”, mi yo apañao, y que de Él, como que paso
olímpicamente.
Y ante vosotros, hermanos, porque en segundo lugar, mi
actitud egoísta no es baladí hacia los demás; porque con esa actitud que hace
que se cumpla aquel dicho tan cierto de que “en este mundo todo el mundo va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío”
(Catedrático Velázquez), realmente puede tener y tiene efectos deletéreos en la
Comunidad, en la Sociedad. Y si el mundo es como es, tengo que reconocer que yo
aporto mi granito de arena para que sea así.
Que he pecado mucho, porque realmente vuelvo otra
vez, no se trata de contabilizar “actos” y considerarlos pecados, sino
actitudes; y esto es tan sutil, tan imperceptible, que realmente no nos damos
cuenta de hasta qué punto reina, impera en nosotros un status de egoísmo en
todo lo que hacemos, que vivimos inmersos en esas estructuras de pecado en las
que está cimentado el mundo, el Confinador. Lo de vivir en estructuras de pecado lo escuché al vivir mi Cursillo de
Cristiandad, y me pareció una apreciación sorprendente, porque el egoísmo y la
soberbia con la que los humanos nos desenvolvemos en este mundo, hace que
realmente se consolide un “status de pecado” una situación, un estado en el que
pecar es lo normal, lo natural, lo socialmente admitido, hasta el extremo de
creer que es lo suyo, y con ello aceptarlo como rigurosamente normal, y lo
peor, tratar de no pecar es simplemente de imbéciles, de pringaos.
De pensamiento, palabra, obra y omisión.
Tanto más pecado cuanto más consciente somos de lo que
cometemos y tanto más grave cuanto más repercute en la vida de los demás.
Sucede que nuestros actos van condicionando nuestra vida en tanto que generan
como la droga, tolerancia y dependencia. Tolerancia en tanto en que cuanto más
se peca, más se tolera el pecado como
normal y tanto más se infiltra en nuestro código de comportamiento, en los acuerdos
que nos hacemos a nosotros mismos. Y dependencia por cuanto nuestra imagen de
nosotros mismos se transforma y nos identificamos modelados bajo la máscara de
imagen ante los demás deformada de modo tan intenso que se hace consustancial a
nosotros, hasta el punto que somos incapaces de reconocer otro estatus de
nuestra conciencia diferente al conformado por la estructura de pecado generada
tras muchos años de convivencia con él.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran
culpa. Esta es
una de las expresiones que más molesta decir, por lo menos a mí. Porque es
cierto, rigurosamente cierto, que cuanto menos pecador te consideras (porque
mirándolo bien, eres una buena persona, obras de buena fe y no cometes grandes
tropelías), en el fondo más lo eres.
Existe una relación inversamente proporcional entre el nivel de avance
espiritual y la propia humillación. Cuanto más avance experimenta el alma en la
senda de la Vida Interior, más se reconoce imperfecto, y sin tener que llegar
al autodesprecio, porque eso sí, Dios no
puede hacer basura, sí que se necesita limpiar el suelo, la tierra de
rastrojos y abrojos, de malas hierbas, es decir “humillar”, para que la buena
semilla pueda crecer en nosotros y seamos tierra buena para el Sembrador.
Teresa de Jesús no deja de repetir lo importante que es la propia humillación
para mantener limpio de rastrojos y sabandijas nuestro campo de labor. No es
por tanto un considerarnos despreciables, porque hayamos “cometido” faltas y
delitos dignos del mayor desprecio (esta es una pesada carga que nos abruma y
proyecta en nosotros una imagen falsa de maldad que no es cierta), sino un
reconocer humildemente casi, casi, que somos, y perdóneseme la expresión,
“tontos del culo” por vivir focalizados en nuestro egoísmo, en nuestra soberbia
y sólo dedicado a nuestras apetencias; que si somos sinceros, mucho de ello hay
en nuestra forma de vivir.
Por eso ruego a Santa María siempre
Virgen. ¿Por
qué nos fijamos en María? En un principio hasta yo pensaba que era por la
tradición de veneración a la Madre del Señor, como la imagen de esa Señora que
sale en procesión y en las romerías. Pero cuando te sumerges en las
profundidades de su corazón, como hemos tímidamente intentado al reflexionar
sobre la soledad y el silencio de María, y descubres la inmensa santidad de esa
pobre mujer que tuvo el valor de aceptar sin rechistar lo que se le vino
encima, y que por ello merece, no sólo nuestro respeto y veneración, sino
nuestra más sincera admiración y reconocimiento como Madre nuestra en la fe,
entonces, rogarle que nos eche su bendición es un signo de amor por nuestra
parte digno del mayor de los respetos.
A los ángeles, a los santos. La tradición cristiana y sobre
todo católica, fomenta la veneración a los santos. Eso es bueno, en cuanto no
pensemos en ellos como otras imágenes a sacar en romerías, ni reclamo
publicitario para celebrar la fiesta del pueblo, sino en cuanto ejemplo de
vida. Esas devociones a los santos porque son muy milagrosos y si le rezas, te
conceden lo que pides, es uno de los ejemplos más claros de “egoísmo
espiritual”. El que se considera devoto de un santo, debería conocerse su vida
de principio a fin, y debería imitarle en aquellas virtudes con las que más se
siente identificado. Para eso sirve la devoción a los santos, para que por su
ejemplo de vida, nosotros también sepamos imitarles, y entonces sí, rogar que
intercedan por nosotros. Lo de los ángeles es otro tema. Un
ángel es un ser etéreo
presente en las creencias de muchas religiones
cuyos deberes son asistir y servir a Dios. Desde el punto de vista religioso, los ángeles son normalmente
considerados como criaturas de gran pureza destinadas en muchos casos a la
protección de los seres humanos. En este sentido, en el Cristianismo, se habla
del ángel de la guarda o custodio, que sería aquel que Dios tiene señalado a
cada persona para protegerla. La mayoría de nosotros ignoramos este hecho, pero
¿realmente es así? Yo no lo sé, aunque creo que sí.
Y a vosotros, hermanos. También a vosotros, porque
los cristianos creemos en lo que llamamos “la comunión de los santos”, esa
confraternidad de personas que unidos por la misma fe (consciente e
inconsciente), al tratar de vivir las virtudes evangélicas, derramamos nuestra
Energía que recibimos de Dios hacia los demás.
Que intercedáis por mí ante Dios
nuestro Señor. Rogar
por los demás es una de las formas más efectivas de derramar nuestro amor en
aquellos que deseamos amar con todas nuestras fuerzas. Esto supone “vivir en
presencia” los unos en los otros. Es una de las actitudes interiores más
poderosas. Los Orientales han hablado desde hace muchos siglos de
transmitirnos, de darnos la Energía Universal que recibimos de Dios, de
compartirla. Es una forma de significar el poder del que disponemos para
construir este mundo como paraíso de paz. Por eso esa intercesión de los que
amamos ante Dios, digamos que aporta la magia del Amor, derriba barreras de
egoísmo y hace realidad el “todos somos Uno” que Jesús soñaba para los que le
amamos.
Amén. Que así sea, que siempre se cumpla su
voluntad. “Fíat voluntas tua”. Todo termina en ese clamor universal que todos
los humanos de buena voluntad elevamos al Padre, de un modo consciente, pero
también de un modo inconsciente. Consuelo Martín, al hablar de la Oración,
reconoce que todos los humanos oramos, dándonos o sin darnos cuenta. Porque
todo sano, sincero y buen deseo es una Oración elevada a Dios, aún si se trata
de alguien que se considere ateo.
Y tras
este acto de reconocimiento de nuestras debilidades, sin solución de continuidad
elevamos en la misa un canto de Gloria a Dios, por las maravillas que ha hecho
en nosotros. Pasa lo mismo, lo repetimos como papagayos, sin enterarnos de lo
que proclamamos:
Gloria
a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa
gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos
gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo
único, Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;
tú que quitas
el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
tú que quitas
el pecado del mundo, atiende nuestra súplica;
tú que estás
sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros;
porque sólo tú
eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo
en la gloria de Dios Padre.
Amén.
En
este himno de alabanza, glorificamos a Dios porque poco a poco nos hace santos,
impecables, perfectos, aunque no sin antes reconocer nuestra humillación. Es
ese balance entre nuestras meteduras de pata y su acción directa en nuestros
corazones y en nuestras voluntades.
Y
siempre “Amen”, que así sea, que se haga su voluntad.
Así,
entre la súplica de perdón, de redención por haber vivido en un plan tan estúpido
como inútil en lo que realmente cuenta, que es nuestro caminar hacia la
trascendencia, y la alabanza por reconocer que si algo bueno tenemos es por la
acción directa de nuestro Padre en nuestro más profundo interior, podemos, llenos
de paz encomendarle nuestro espíritu y toda nuestra vida, hasta que nos llegue
el momento de tener que “dejar caer el manto”.
Los indios Cherokees refieren el hecho de
morir como el momento de “dejar caer el
manto”. Así explicaba Águila Blanca, el gran jefe de los 17.000 indios Cherokees
deportados desde Carolina del Sur hasta la margen Oeste del Mississippi, a un
niño de once años, “Pequeño dedo”, cómo su madre, “Estrella Silenciosa” dejó
caer suavemente su manto, cuando la neumonía que sufría por el frío polar de
aquel nefasto invierno de 1835 le arrebató la vida, y cómo sus lágrimas, derramadas al
caer en tierra, se desecaban, y la sal, que representa el espíritu era
arrastrada por la lluvia hasta los ríos que van a parar al Océano, donde el
Espíritu Sagrado, que en él habita las acoge en su seno.
Este poético relato de Grian, titulado “El
sendero de las lágrimas”[xxxvii]
es una muestra de cómo una vida profundamente espiritual, como la de las tribus
indígenas americanas, es capaz de verle sentido al sufrimiento, y esperanza al
incuestionable hecho de morir.
Nuestra visceral aversión occidental al riesgo
nos aferra a la obsesión de asegurarlo todo, la casa, el coche, los
electrodomésticos, la salud, la propia vida… por si acaso.
La Eternidad no se puede asegurar, ni con
dinero, ni con rituales religiosos.
La Eternidad es un cara a cara con Dios, un
“yo” ante el abismo que nos asusta como el que se enfrenta ante lo desconocido.
Sólo si aprendemos durante esta vida a morir a nosotros mismos para aceptar
dejarnos amar por Él, soltar los mandos de nuestra nave y “confiar” en Aquel
del que recibimos la vida eterna, la muerte se transformará de miedo a la
noche, a la esperanza de un nuevo amanecer.
La vida humana es un amplio ciclo de
nacimiento, crecimiento, madurez, envejecimiento y muerte. Hay una diferencia
abismal entre aceptarlo y aceptarlo; entre aceptarlo con la mente, a aceptarlo
con el corazón, con el hondón del ser, con nuestro espíritu, con el alma
consciente.
El secreto de la paz interior ante el
principal de nuestros eventos que es el tránsito a la Vida con mayúsculas,
comienza con aprender a aceptar la caída de las hojas de los árboles. Aceptar
que todo pasa, ver a Dios en todo lo que nos suceda y suceda; aprender a que
nada permanece, como afirma Heráclito, sino sólo Él, y nosotros con Él. Aceptar
vender lo que tenemos, aceptar nuestra cruz y seguirle.
En este “saber ver lo que sucede” se incluye
el aprender a no juzgar, a no emitir juicios de valor, a sacarnos primero
nuestra viga del ojo para después y en su caso sugerir que nuestro hermano se
saque la brizna del suyo. Aprender a dejar nuestra ofrenda en el altar para
irnos a reconciliarnos con quienes tenemos cuentas de conciencia. Aprender a no
juzgar, para no ser juzgados.
De esta forma, contemplando la vida tal cual,
aprendiendo a amar “lo que es”, ¿quién dijo miedo a un Padre que nos espera con
los brazos abiertos? Porque así, el Juicio final (auténtico terror de
tantos y tantos cristianos), será simplemente el final de todos los juicios.
Los que hayan optado por el imperio del
egoísmo, Dios obedeciendo su libertad, les dejará viviendo en el mismo infierno
en el que convirtieron sus vidas y las de los demás que tuvieran la desgracia
de conocerles. O algo así.
Y por lo demás…
… Dejarnos llevar, abandonarnos a la
Providencia.
… Aprender a ver la caída de las hojas en
aquellas circunstancias adversas, reveses, incidentes, enfermedades, problemas
laborales, económicos, afectivos, aspiraciones frustradas y tantos momentos
amargos con los que la vida, y nuestro Padre nos prueba para hacer madurar
nuestra fidelidad.
… Y cuando nos toque ser nosotros una de las
hojas que han de caer del árbol, “dejar
caer nuestro manto” con la serenidad de saber que seremos acogidos en la
tierra nueva que el Padre eterno tiene preparada para nosotros.
Mi mirada seguía el sagrado
rastro del humo
Hacia el Padre Cielo.
Observé cuatro águilas que venían volando
Desde cada dirección.
Planeando sobre el primo viento.
Se acercaron unas a las otras.
Encontrándose como hermanas,
Formando un gran anillo sobre nosotros.
Y conectando con el pulso de lo eterno dije:
“Ah ho”.
El
tambor de sanación (Op. Cit)
"En el momento de la
muerte, no se nos juzgará por la cantidad de trabajo que hayamos hecho, sino
por el peso de amor que hayamos puesto en nuestro trabajo. Este amor debe
resultar del sacrificio de sí mismos y ha de sentirse hasta que haga
daño."
Teresa
de Calcuta
26. La tercera y última parte del Camino
Siguiendo con el símil físico que supone el
Camino de Santiago, voy a tratar de asociar, a ver si lo consigo, la tercera
parte del Camino, con lo que los místicos denominan la “Vía Unitiva”. Es la fase
del Camino en la que de modo asintótico se vas aproximando a las intimidades
más profundas de Dios, por una parte te adentras en las umbrías de los bosques
y nieblas de Galicia, donde todo emerge de la nada, que diría Eckhart en su
sermón titulado “el fruto de la nada”[xxxviii]
(Op cit.), porque nada ves sino sólo la luz de Dios, o la oscuridad de Dios, o
la noche más oscura a la que el Señor te pueda someter.
8 Saulo se levantó del
suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada.
Hch. 9, 8
Saulo no veía nada que no fuera Dios, o fuera
de Dios, nada veía. Porque cuando recibes, aunque sólo sea por un instante
fugaz la Luz de Dios, todo lo demás, toda tu vida, todo lo que existe es
simplemente nada. Porque cuando experimentas a Dios, lo demás carece de
importancia. Y si no lo experimenta, lo demás, es decir, nada, da lo mismo. De
modo que Dios en ti emerge como fruto de la nada, de tu absoluto vacío, de tu
templo vacío, de todo lo que dejaste atrás a lo largo de las etapas anteriores
del Camino.
Con el alma robusta, fortalecida por esa Luz
por la que para ti nada más existe; habiendo aprendido a superar las
gazmoñerías de nuestros enclenques cuerpos y vaga voluntad, casi sin darnos
cuentas, un buen día, Dios nos recompensa con la visión de las montañas en el
horizonte.
La cruz de Santo Toribio, a las puertas de
Astorga, es la primera vez que tras las interminables etapas castellanas y
leonesas, nuestros ojos pueden contemplar “la montaña”. Es el anuncio de que se
avecinan cambios en el Camino, y en nuestra vida.
Las montañas no son el Paraíso, pero sí la
entrada a la tercera vía, a la subida del Monte Carmelo. Son las puertas del
Cielo, que anuncian un sendero estrecho, erizado de otras dificultades mucho
mayores que las superadas. Al fin y al cabo hemos recorrido trescientos
kilómetros totalmente llanos. Ahora viene lo bueno, las montañas, las cumbres,
la bruma, el frío húmedo, ese que se te cala hasta los huesos. Va a ser otra
cosa totalmente distinta.
Estamos en la antesala de la tercera vía, la
unitiva, la contemplativa, la noche del espíritu, con unos sentidos ya
entrenados a soportarlo casi todo, al menos la rutina y el desierto. Pero ahora
se avecinan otras pruebas.
Saliendo de Astorga, camino de Rabanal, el
sendero no es todavía muy empinado, pero va tomando poco a poco altura. Es al
salir de Rabanal cuando las pendientes se pronuncian, pasando de los 850 de
Astorga a los 1500 de la Cruz de Ferro.
La Cruz de Ferro, es una pequeña cruz metálica
sobre tronco de roble de aproximadamente unos diez metros, que… ¡simboliza
tantas cosas! En su base están acumuladas en forma de cono a modo de
carambullo, miles, millones de piedras, unas más pequeñas y otras más grandes,
pero que en ningún caso superan el tamaño de una mano humana. Las arrojan los
peregrinos cuando pasan por delante de la Cruz. Simboliza los pecados que hemos
cargado en nuestra vida, y que deberíamos echar al macuto, para liberarnos de
ellos en la Cruz, y así poder entrar en la tercera vía redimidos y libres de
toda atadura terrenal. Es decir, cuando uno prepara el macuto en su casa para
iniciar el camino, ha de hacer examen de conciencia sobre toda su vida,
reconocer cómo ha sido hasta que toma la decisión de iniciar el Camino, y en
función de las culpas o debilidades que se reconozca a sí mismo, simbolizar
esas debilidades y esa vida de pecado en una piedra con un tamaño y peso acorde
con la conciencia de cada cual. La echa al macuto y la llevas consigo hasta
llegar a la Cruz de Ferro. Y allí la arroja al cono de piedras que rodean la
base de la Cruz.
Este sacramento maravilloso, en el que
lamentablemente pocos peregrinos reparan, es de los detalles más impresionantes
del Camino, porque supone muchísimas cosas en nuestra vida; supone un desterrar
definitivamente nuestros apegos a tantas cosas inútiles que han lastrado
nuestro viaje por este mundo; nuestro apego a tantas añadiduras, convertidas en
importantes, y que hemos llevado con nosotros (aspiraciones económicas,
ambiciones políticas, profesionales, humanas, por las que hemos competido a
veces de un modo desleal), y que, siendo sinceros son simplemente como piedras
inútiles, peso muerto que en el fondo han sido una carga inútil. Recuerdo la
película La Misión en la que Don Diego (Robert de Niro), tras reconocer sus
culpas en la muerte de su hermano, carga con sus armaduras, necesitaba hacerlo,
en su peregrinaje hasta la Misión guaraní, cataratas arriba, y cómo el jesuita
(Jeremy Irons), una vez superada la catarata, le corta los cabos para liberarle
del lastre y arrojar las armaduras al vacío. Pues esto mismo supone esa piedra
arrojada al cono de la Cruz de Ferro. Necesitamos “ser conscientes” de llevarla
en el macuto, notar su peso, arrastrarlo, hasta que el Señor nos libere “con su
Cruz”, de ella.
Una Oración de perdón y acción de gracias en
la pequeña ermita de Santiago, al lado de la Cruz, y seguimos el empinado
descenso hasta Molinaseca. Y de ahí a Ponferrada donde cruzamos el Sil gracias
(ahora ya no, pero in illo tempore sí)
al pons ferrato mandado hacer por el obispo de Astorga para ahorrar a los
peregrinos dar un rodeo tremendo aguas arriba para cruzar el río, rumbo a O
Cebreiro, la gran puerta estrecha que guarda la entrada a las intimidades de
Dios.
Cuando desde la cumbre de O Cebreiro echamos
la vista atrás y vemos ya lejanos los horizontes leoneses de lo que una vez fue
nuestra vida, para volver la vista al frente y contemplar el enigmático paisaje
de nuestro futuro en las inmediaciones de Dios, algo nos dice que nuestra vida
ya no volverá a ser la misma a partir de entonces.
O Cebreiro, de alguna forma supone un antes y
un después, un punto de inflexión en nuestro camino hacia Dios. Aprendemos a
ver cómo el largo camino dejado atrás no ha sido sino una preparación,
ciertamente dura para vivir las últimas moradas. Hemos tenido que aguantar todo
tipo de inclemencias hasta finalmente, superar la ascensión más fuerte y
pronunciada de todo el Camino, aquella que todos los peregrinos temen, porque
los rumores se difunden como reguero de pólvora, “O Cebreiro es tremendamente
duro”, nos decimos unos a otros al salir de Villafranca, de modo que cuando
llegamos a Herrerías afrontamos el primer repecho hasta La Faba con más miedo
que vergüenza.
Y sí, ciertamente, las subidas pueden llegar a
ser agotadoras (depende el grado de preparación física). Porque la preparación
es también un símbolo. Hay peregrinos mejor preparados físicamente que otros;
esto es, hay almas más fortalecidas que otras. Algunas, ante O Cebreiro
claudican y abandonan, no pueden, no se atreven. Otras ascienden sin demasiados
problemas, o ningún problema. Todo depende del grado de preparación, de ser o
no fumador, etc. Todo depende de cómo te hayas fortalecido en los primeros
quinientos kilómetros de Camino; todo depende de para qué te ha podido servir
tu vida hasta ahora, cuántas lecciones has aprendido, de si te dedicaste a
hacer lo que te apetecía, o lo que debías haber hecho.
Salir de O Cebreiro, es como el amanecer de un
nuevo día. Tu espíritu inhala profundamente el aire puro de la cumbre y observa
cómo el paisaje hacia el que se dirige impresiona de misterioso. El viento
suena a los acordes de una Sinfonía Mística. Vas a pasar de la ascética a la
mística, de los trabajos y sacrificios personales de los sentidos (la noche del
sentido), a los trabajos del espíritu (la noche del espíritu), tutelados
directamente por el Esposo.
Y lo primero que te muestra Dios es una gran
paradoja, el descomunal descenso a Triacastela, no sin antes ensayar contigo el
traicionero repecho del Puerto de Poio, cincuenta metros de una pendiente jamás
imaginada; para después lanzarte a la gran pendiente, donde los ciclistas bajan
a tumba abierta por la carretera y los pedestres, de tanto frenar por las
corredoiras, al llegar abajo, casi sólo sienten los muñones de lo que en otra
época ya lejana fueron sus pies.
¡Es lo que tiene Dios!, que nunca sabes por dónde
va a salir. Te crees que la cosa va de subir, y no, va de bajar, lo que casi es
peor, al menos eso dicen los pies. Es decir, Dios es imprevisible. Cada mañana,
al levantarte, supones cómo va a ser tu vida, porque lo tienes tú todo
previsto. Hoy haré esto, mañana aquello, la semana que viene tengo una reunión,
o un viaje, etc. Pero lo que no sabes es lo que realmente te aguarda nada más
saltar de la cama. Y a veces ocurre lo inimaginable. Crees que has de seguir
subiendo, pero no, Dios te aguarda con una bajada descomunal, “sin venir a
cuento”. Dios es imprevisible, no se ajusta a la ley de la proporcionalidad,
como dice Larrañaga. Por eso, es de risa pretender imaginar y comprender la
lógica de Dios.
Pero siempre llega el descanso, el alma se
apacigua y recupera fuerzas para entrar en el misterioso paisaje gallego, con
esa casi permanente bruma que imprime un ambiente de misterio, donde los rayos
del Sol entran en dura competencia con la espesura de la niebla.
La niebla de las umbrías gallegas es otro
sacramento maravilloso. Aquí ya ni siquiera vale seguir el camino, que en las
llanuras castellanas le puedes divisar hasta donde alcanza la vista allá en el
vasto horizonte. Aquí no, aquí, el camino, la senda acaba a lo sumo a cinco o
diez metros de tus narices, así que o vas con cuidado o te puedes perder, sí o
sí. Las flechas amarillas son imprescindibles para no desviarte. Esas flechas
amarillas y esos arcenes del camino son absolutamente necesarios para no
perderte. En otras palabras, “toda tu vida está en Sus manos”. Vives la noche
oscura de tu alma. Ya no es suficiente ser consciente de que Dios te ama, sino
que necesariamente “has de dejarte amar por Él”, porque si no lo haces, olvídalo,
estás perdido, porque no sabes dónde está ni el Norte, ni el Sur. Así que la
niebla, esa nube del desconocer de que hemos hablado, te la pone Dios para que
no te creas tan chulo que supongas “que tú puedes”.
Un viejo proverbio oriental popularizado por
Tagore dice que si lloras porque llega la noche, tus lágrimas te impedirán
contemplar las estrellas.
En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
San Juan de la Cruz. (La Noche oscura del
alma)
La niebla es algo así. Te parece
descorazonador no ver a más de diez metros de distancia, temes perderte, pero
si lloras por eso, tus lágrimas no harán otra cosa que aumentar tu ceguera,
para no poder contemplar las maravillas de unas tibias luces que de pronto
consiguen perforar la bruma para regalarte un rayo de esperanza, romper la
espesura y mostrarte la inmensidad del horizonte rendido a la Inmensidad del
Creador y la bruma, como avergonzada agacha la cabeza y se deposita en lo más
bajo para regalarte las verdes colinas de un hermoso panorama. Y sales de ti,
emocionado, casi sin notarlo, quedándote en paz contigo mismo y con el Universo
que se rinde ante tus pies.
Y así, de tal guisa discurre esta parte final
del camino que es básicamente contemplativa. Tus sosegados sentidos y tu
renovado espíritu no dejan de asombrarse a cada recodo del Camino, con esos
túneles vegetales, esas corredoiras por donde si llueve tienes que tener mucho
cuidado de no resbalar, pues por ellos discurren traicioneros canales de agua.
Es bueno llevar los dos bastones.
Y lo que antes eran interminables llanuras
ahora son continuas rampas y pendientes, que sin ascender ni descender
grandemente, ponen a prueba tu paciencia, tus fuerzas y, como siempre tus pies.
¡Los pies!, esas entrañables barquillas sobre
las que nos apoyamos y a las que tanto exigimos a lo largo del Camino. Suelen
aguantar estoicamente los primeros veinte kilómetros de cada etapa, pero a partir
de ahí, más o menos empiezan a decirte, “amo, ten compasión de nosotros, por
favor”. Y tú ni caso. Y a los veinticinco kilómetros de pronto gritan “¡¡amo,
quieres hacer el puñetero favor de parar, que ya no podemos más!!”. Y
lógicamente tienes que parar y con delicadeza acariciarles, refrescar con agua
esas venas prominentes del empeine y darles un poco de ungüento para calmar su
sed y su cansancio.
¡Y los zapatos! Menudos héroes. Esos sí que
son valientes. Se enfrentan a todo tipo de terreno, te salvan de resbalones, de
torceduras, de esguinces, aunque también, son los que te provocan las
inevitables ampollas. Al final se llega con ellos a una especie de armisticio.
Yo os trato bien, os echo talco, cambio de calcetines cada quince kilómetros y
vosotros no me tocáis las narices, ¿Vale?
Vale.
Pues seguimos adelante.
Pies y zapatos; rodillas y caderas; piernas y
columna, espalda y brazos. En general, el cuerpo entero. En el Camino es donde
te das cuenta de que tu cuerpo serrano es la cápsula en la que estás embutido
en esta vida. Es como la máquina en la que te han colocado para dirigirte en
esta peregrinar. Aguanta todo, pero también se cansa; y cuando ves a tus pies
doloridos, y a tus zapatillas de trecking gastadas, y tu espalda dolorida por
el peso, a veces enfermo, y a veces mareado por el bajón de glucosa en sangre
tras quince kilómetros sin parar, es cuando comprendes que tú no eres ese
cuerpo que te transporta, sino que estás dentro de él, mientras estás aquí
abajo, caminando. Te das cuenta de que esa máquina perfecta que Dios te ha
regalado para estar aquí abajo, caminando, has de cuidarla y mantenerla
adecuadamente entrenada, para que pueda responder a todos los sacrificios que
el caminar exige. Y algo aún más importante, que es la cubierta de carne, de
ese Templo del Espíritu Santo que eres tú mismo.
Y así, colina tras colina, vaguada tras
vaguada, bosque tras bosque, el Esposo nos conduce por los tortuosos senderos y
escondidos a través de esa vía contemplativa que paso a paso nos acerca a
Compostela.
No obstante, cuando se acusa el cansancio, y a
pesar de quedar poco, sin embargo la desilusión no se resigna a dejar de hacer
mella en nosotros (al fin y al cabo llevamos ya seiscientos kilómetros), nos
lamentamos de nuestras flaquezas, y cada nueva colina se nos antoja como una
alta y dura montaña. Hombres de poca fe, no sabemos aguantar una colina más.
Se nos oculta Dios tras la niebla, tras la
noche, tras el exasperante cansancio de un nuevo repecho a través de un túnel
de robles y castaños.
¡Oh bosques y espesuras
Plantadas por las manos del Amado!
¡Oh prado de verduras,
De flores esmaltado!
¡Decid si por vosotros ha pasado!
Preguntamos a los robles, castaños y
eucaliptos.
Mil gracias derramando
Pasó por estos sotos con presura.
Y yéndolos mirando
Con sola su figura,
Vestidos los dejó de su hermosura
Nos responden las flores campanillas, que por
ahí hay muchas, de boca de Juan de la Cruz, para tranquilizarnos y animarnos
que ya falta poco.
Un buen día, tras una nueva rampa, tras pasar
la cabecera de pista del aeropuerto de Lavacolla y sus instalaciones de
aproximación, divisamos la antesala del Cielo, el Monte del Gozo.
Nos imaginamos en otros tiempos una visión más
idílica que la actual, pues para nuestra última decepción, nuestro
particular Monte Carmelo está camuflado
entre pistas de aterrizaje, grandes antenas emisoras de televisión, nudos de
autopistas, chalets y demás símbolos de la modernidad.
Es lo que tiene el Siglo XXI. ¡Qué se le va a
hacer!
Pero lo importante está en nuestro interior.
Y alcanzamos el Monte del Gozo.
A cada cual el Monte del Gozo puede
representar una cosa diferente. Para unos el último repecho, para otros casi el
final. Sólo quedan cuatro kilómetros.
Creemos que el monte del Gozo no está ahí por
casualidad; ni está hecho para suponer exclusivamente la última parada antes de
entrar en la Ciudad.
Es la antesala de algo. Un umbral, un pórtico.
Con permiso de la niebla se puede divisar las
agujas de la Catedral, para “gozo” del peregrino que ya atisba el final del
Camino.
Para los que sabemos de nuestra trascendencia,
el Monte del Gozo no puede ser otra cosa que el Sacramento de nuestra propia
muerte; esa muerte tan temida, tan fea, tan odiada y tan evitada en todos los
pensamientos y reflexiones. Pues esa muerte (al menos es nuestra propuesta)
tiene como gran símbolo en el Camino de Santiago, el Monte del Gozo.
En el Monte del Gozo, nuestra alma se sitúa
ante la Eternidad,
Oh noche que guiaste
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
amado con amada
¡amada en el amado transformada!
La tercera vía contemplativa, la noche oscura
del alma, los sotos y espesuras del Camino gallego nos han conducido hasta
aquí, a la antesala.
La muerte ya no es el final de nada, sino el
principio de todo. La muerte es pues el tránsito, un tránsito que vale ser
vivido con todas nuestras fuerzas y
sentidos.
Es la última contemplación de Dios desde este
Planeta, desde esta vida, antes de iniciar el leve y corto descenso hacia la
última morada, hasta el Pórtico de la Gloria.
El Pórtico
de la Gloria
Ya llegaste, alma mía. Este es el final. Aquí
las palabras se vuelven tan vanas, que no procede seguir gastando tinta para
describir lo que sólo el espíritu, en silencio puede contemplar.
Quedeme y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
27. Sendas de Vida Interior
El camino simbólicamente descrito, al hilo de
lo que nuestros místicos castellanos relatan, inicialmente parece hecho para
aquellos católicos avanzados y devotos, que entienden de una fe católica
profunda.
Pero si esto fuera realmente así, si al Monte
Carmelo sólo pudieran acceder los católicos más experimentados, Dios sería muy
injusto.
No. El Camino no está hecho sólo para los
católicos, creyentes, practicantes. Está diseñado para todos los seres humanos,
con independencia de raza, religión, pueblo y nación.
El Camino es el símbolo, el sacramento del
caminar del hombre sobre la tierra, sobre esta existencia terrenal.
Todos los seres humanos al nacer, vaya usted a
saber cuándo, dónde ni en qué siglo, estamos llamados a hacer nuestro Camino de Santiago. El Camino
de Santiago es factor común de todos los seres humanos, sepan o no sepan de la
tumba del Apóstol, sean católicos creyentes o no, tengan fe o se declaren
agnósticos, escépticos o incluso ateos. Eso a Dios le da igual.
El hombre, una vez creado ha de recorrer en
esta vida, en el purgatorio católico o en sucesivas reencarnaciones, según los
orientales, su particular Camino de Santiago. Unos tardarán más que otros, unos
lo harán una vez y ya está. Otros lo tendrán que repetir varias veces hasta
aprender e interiorizar en su alma la ascética y mística de las tres vías. Pero
todos lo hacen.
Los musulmanes prefieren La Meca, pero es lo
mismo. Van, caminan, peregrinan. Otros buscan vías alternativas, más o menos
retorcidas.
Pero buscan, caminan, a veces desorientados,
pero caminan.
Todos caminamos.
Lo bueno que tiene el Camino a Compostela es
que está perfectamente indicado con flechas amarillas y dispone de una
estupenda red de hospitales de peregrinos.
A los que hacemos el Camino desde el principio
en Roncesvalles nos llega a molestar los “listos” que se incorporan en Burgos,
en León, en Ponferrada o en Sarria. No hay derecho que en la Compostela sólo
diga que cumpliste la peregrinación, sin especificar de dónde vienes.
Es como el cabreo que agarran los empleados de
la viña del Señor, cuando ven que a los que llegaron los últimos le pagan el
mismo denario que a los que han aguantado todo el peso del día y del calor. No
hay derecho.
Pero Dios dice que él con su dinero hace lo
que le da la gana. ¿No pactó con los de Roncesvalles la Compostela? A nosotros
qué si se la quiere dar a los que comienzan en Sarria…
Pero ni nosotros, los de Roncesvalles, si
llegamos a Compostela sin habernos coscado de la mística del Camino, ni a los
de Sarria, si lo mismo, nos vale de nada el esfuerzo realizado. Si no tenemos
amor, si no aprendemos a amar, nuestro esfuerzo es de balde,
Si me falta el amor, no soy más
que una campana que repica o unos platillos que hacen ruido. 1 Cor. 13, 1
El Camino en la actualidad se ha convertido en
una atracción turística más. Una vez la gente comienza a estar harta de
achicharrarse en las playas de Levante, está empezando a probar nuevas
experiencias. Y una que más reclamo está generando es, mira tú por dónde, el
Camino de Santiago. Hasta tal punto que
el verdadero peregrino, el que realmente quiere hacer el Camino para madurar
humana y espiritualmente, que ni se le ocurra hacerlo en verano. Y no por huir
del calor, sino de los necios que atestan los albergues y los caminos y no
hacen más que generar ruido. Es lo del trigo y la cizaña, ya se sabe.
Con todo, tampoco maldigamos esta nueva moda,
porque si no lo que haríamos sería indignarnos al ver a Jesús amenizando con
publicanos y prostitutas. Déjales que hagan el Camino, porque salvo que sean
descerebrados o zombis sin alma, todo peregrino al llegar a Santiago, tanto más
cuanto de más lejos venga, en algo su vida ha cambiado.
Y es que Dios emplea vías alternativas como
puede ser el Camino como reclamo de ocio, para colarse en el corazón del
hombre.
E incluso, para los que nos sentimos unos
machotes y machotas por haber logrado hacer el Camino desde Roncesvalles, viene
un peregrino alemán con su esposa, ambos de setenta años, y te dicen que vienen
caminando desde Nurenberg, y te quedas… ¿¡Qué?! ¡¡Dos mil kilómetros!!
Entonces, tus ridículos 736 kilómetros se te
quedan convertidos en ceniza. No digamos los 111 desde Sarria.
Y es que otra virtud que tiene el Camino es la
de hacerte más humilde. Cierto es que puedes estar orgulloso de alcanzar
Compostela, pero nunca te creas “el mejor”, sino uno más de los millones de
almas que han sabido responder a la Llamada del Padre, desde los más lejanos
rincones del Planeta, aunque sólo sea creyendo que se lo van a pasar “de cine”.
El
valor de la convivencia
En la convivencia con otros muchos peregrinos
se crean lazos de amistad increíbles. Incluso esos cachondos que van al Camino
“de coña”, te pueden enseñar no cocas cosas. Porque para los remilgados
católicos, apostólicos y romanos, que nos creemos el pueblo elegido de Dios, y
nos convencen para creer que la Iglesia se acaba tras las puertas de nuestra
diócesis, la convivencia con personas de otras culturas, de otras creencias, de
otra forma de ver y vivir la vida, pero que camina contigo paso a paso, te hace
ver que la Comunidad de todos los santos
de Dios, o sea, la Humanidad, la
formamos todos los hombres de buena voluntad y sincero corazón, católicos y no
católicos, cristianos y no cristianos, creyentes en Dios y no creyentes, en
tanto el amor sea el referente de nuestras vidas. Y caminar codo con codo, y
dormir litera contigua, hace pensar que no todo son platillos que retumban ni
campanas que repican. Nunca más volverás a verlos, pero se han colado en tu
corazón, porque has caminado junto a ellos, has padecido con ellos, has reído
con ellos, has compartido experiencias, ampollas, ideas, anécdotas, dramas a
veces. Y algo te dice que jamás les dirás un adiós definitivo, porque se ha establecido
una auténtica comunión de santos, de los Santos de Dios.
A lo mejor los curas católicos no están de
acuerdo con esta reflexión, pero a Dios, no creo que le importe.
Lo malo de vivir el Camino es el día después.
Tras semanas preocupado por tus ampollas, por el cansancio, por encontrar
aposento y por calcular rutas y kilómetros, de repente te ves compostela en
mano, dispuesto a subir al autobús, o al tren o al avión de regreso a casa.
Y ahora qué. En realidad regresas a tu vida de
siempre. Pero si lo único que recuerdas del Camino son las anécdotas vividas,
de poco te habrá servido el gran palizón. Si lo único que recuerdas son los
buenos y malos momentos, de poco te sirvió el esfuerzo, salvo que lo único que
pretendas sea pasar unas vacaciones diferentes.
Pero en general no suele ser así. El Camino
suele calar en el interior de los peregrinos. Como decía el cura de Nájera, la
pregunta importante no es por qué lo voy a hacer, sino por qué lo he concluido.
Porque realmente, uno no se mete entre pecho y espalda setecientos o más
kilómetros a pie por pura diversión.
Cierto es que al regresar a casa nos parece
haber vivido en el Paraíso, pero lo que yo estoy experimentando desde que
Paloma y yo terminamos el Camino es una permanente meditación. Me vienen
instantáneas, imágenes, recuerdos y reflexiones como las que he tratado de
expresar aquí. En suma, algo se me ha inyectado en el espíritu que estoy
metabolizando lentamente. Es como me comentaba un peregrino en Arzúa, que luego
vimos en Santiago. El Camino es una experiencia que te da para meditar toda tu
vida.
En mi experiencia particular, podría concluir
que para mí el Camino de Santiago vivido ha sido una parábola del Reino de los
Cielos, un como si dijéramos “en aquellos
días, dijo Jesús a sus discípulos; el Reino de los Cielos es como el Camino de
Santiago, donde el peregrino, etc. etc.”
Y aún más, el Camino vivido en pareja “es una parábola de la vida del matrimonio,
que atraviesa las tres fases, romance (Navarra), desilusión y esfuerzo (Castilla)
y júbilo, la subida al Monte del Gozo. O algo así.
En el fondo, que cada cual lo interprete como
quiera, porque lo increíble del Camino es que supone una fuente inagotable de
vivencias personales y en pareja; un extraordinario encuentro contigo mismo y
con tu cónyuge, si tienes la suerte de experimentarlo en pareja; y con los
demás, con personas de multitud de pueblos y naciones. Y además practicas
Inglés.
Esta ha sido mi reflexión personal sobre el
Camino. Una de las muchas que pueden brotar del alma de un peregrino.
Y como reflexión final, compruebas al llegar a
Santiago, que a Compostela ni siquiera se tiene que llegar por el Camino Francés.
Existen otras alternativas, como el Camino Portugués, el Camino de la Ruta de
la Plata, el Camino del Norte, el Camino Primitivo, que fue en realidad la
primera peregrinación que Alfonso II el Casto realizó nada más descubrirse la
tumba, desde Oviedo, etc.
En realidad el Camino de Santiago es la ruta
desde tu casa, donde vives, hasta Santiago. Es decir, es el Camino desde tu
realidad actual, desde tu “yo”, hasta tu Realidad auténtica, tu séptima morada,
donde Dios te está esperando en lo más profundo de ti mismo, con los brazos
abiertos, como el buen padre esperaba al hijo pródigo.
Los diferentes caminos de Santiago no son sino
sendas de Vida Interior, por donde caminar
hacia el Padre. Pero esas sendas son tan variables como la vida de cada cual.
Los místicos de Oriente y de Occidente han descrito sendas que, en términos
generales se basan en lo mismo, una decisión de salir de uno mismo, de nuestro
“yo apañao” para esta vida, el deseo de despertar a la Divina Realidad, ponerse
en marcha hacia su encuentro, y eso sí, usando diferentes métodos, diferentes
conjuntos de ritos, elementos de culto, con diferentes creencias.
Pero la mística del Camino es el punto de
encuentro de todas las sendas descritas por los seres humanos. Todas coinciden
en el final, aunque difieran en las rutas a seguir. Pretender que una ruta es
la verdadera y las demás falsas es una gran impostura, que sólo consigue
mantener al mundo separado y enemistado por un mismo Dios, cuando las
religiones pretenden ser mutuamente excluyentes. La Vía Directa es en realidad
miles de sendas que terminan en un mismo punto. Como diría Fidel Delgado, tras
diez años de vivir el Zen y otros diez años de vivir el Tao, al final te quedas
“zentao”, porque comprendes que lo importante no es el con qué rituales y
procedimientos doctrinales recorras el camino, sino recorrer el camino,
eso sí, lo más adaptado a tu cultura, tu tradición e insertado en la comunidad
en la que desarrollas tu vida. Eso es importante.
Y más allá de cualquier otra condición y
circunstancia, has de seguir la ruta dónde el corazón de lleve, como reza el
título de la deliciosa novela de Susana Tamaro. Porque recuerda que al final
seremos juzgados, no por las liturgias con las que hayamos dado culto a Dios,
ni por cuántas veces hayamos celebrado determinadas ceremonias, sino por el
Amor que hayamos derramado hacia los demás. Porque la clave de la vida es el
Amor, es decir, “Fiat voluntas tua”, hágase tu voluntad.
Yo soy cristiano católico, y para mí el camino
trazado por la Iglesia, es mi camino, porque mi casa, donde vivo, está erigida
en el seno de la Iglesia católica. Es el Camino trazado para mí por Jesús de
Nazareth, mi Maestro. El mismo camino que Dios también reveló a otros hombres
santos de otras culturas.
Otros caminos también son lícitos, y
totalmente válidos.
Tú has de tomar el tuyo desde tu casa temporal
hasta la Casa del Padre.
Conclusión: todos los santos de Dios
Hemos
realizado un recorrido a modo de meditación desde nuestra realidad como seres
humanos colocados por la Divina Realidad dentro de un mundo físico, dotados de
una serie de cualidades y habilidades que nos ha permitido en este Planeta
erigirnos en la especie reina de la Naturaleza, hasta convertir un planeta de
vida salvaje en otro totalmente colonizado, y que apunta hasta otra realidad vivida
en lo más profundo de nuestro ser, en la intimidad de nuestra realidad espiritual.
Hemos
propuesto la teoría del Confinador, como forma, como símil para denominar este
mundo físico, donde se desarrolla nuestra vida doméstica, nuestros trajines y
tratamos de hacer realidad nuestros afanes.
Hemos
visto cómo la mayoría de la gente, lo que hemos denominado “el común de las
gentes”, vive en el Confinador como sí esta fuera la vida real, aunque se le
adoctrina sobre la vida eterna. El común de las gentes vive enredada en sus
asuntos. Unos aceptan los preceptos doctrinales de su religión, la practican escrupulosamente
mediante ritos y ceremonias, y el seguimiento de un código de conducta, un
tercio de acatamiento legal, un tercio ética y un tercio moral religiosa,
mediante los cuales, primero, no pagar multas ni ir a la cárcel, segundo, convivir
con el vecino sin demasiados sobresaltos y tercero hacerse un seguro de Gloria
para la vida eterna. Otros, desengañados abandonan toda esperanza y cifran su
alfa y omega en los pequeños asuntos de su vida cotidiana.
Para
los doctrinos, bastante éxito supone sacar a las familias adelante, pagar los
impuestos, tener un trabajo y mantener en saldo positivo la cuenta corriente.
Y
luego está todo lo que ofrece el Confinador, el mundo con sus luces y sus sombras,
amores y desengaños, las posibilidades de ocio y disfrute, y una vida cotidiana
razonablemente tranquila.
Y
finalmente las crisis. Desde incidentes, contratiempos, dramas personales y
tragedias colectivas, unas provocadas por el hombre (conflictos y guerras), y
otras por la Naturaleza (inundaciones, terremotos, sequías y huracanes).
Todo
está dentro del Confinador. Aunque de vez en cuando recemos a Dios, toda
nuestra vida se desarrolla “como sí…” esto fuera lo que hay, y en esto tuviéramos
que dedicar toda nuestra vida. “Fíat
homo”, hágase el hombre y su mundo.
Esporádicamente
surgen personas que se plantean que debe haber algo más que la realidad
encerrada en el Confinador. Y aquí viene el tema central de este libro, la
paradoja que surge entre el colectivo sacerdotal (da igual la religión oficial
de que se trate), que se desgañita en los púlpitos, mezquitas y sinagogas impartiendo
doctrina, anunciando semana tras semana al común de las gentes este hecho, y
cada uno de nosotros que en la inmensa mayoría de las ocasiones les oímos como
el que oye llover, sin prestar atención, hasta que aburridos de escuchar
siempre lo mismo, abandonamos la práctica religiosa.
Y sin
embargo, en algunos surge una extraña sensación, un…
“sentir algo dentro de ti, que no sabes lo que es”
Y
empiezas a cuestionarte muchas cosas; cómo es tu vida, qué estás haciendo,
hacia dónde caminas, qué sentido tiene lo que haces; si estás alejado del
templo, por qué, si te consideras practicante, qué sentido tiene, y finalmente,
el gran planteamiento, ¿qué estoy experimentando en mi interior?
Y la
vida a veces da un giro copernicano, de 180 grados, cuando descubres que realmente
vives en el Confinador, y que la puerta de salida está en tu interior. Es
decir, haces el mayor descubrimiento de tu vida, que tu auténtica realidad se
desarrolla en un escenario que no tiene nada que ver con el Confinador, tu Vida Interior, tu Yo-mismo.
Fíat lux. Algo o alguien te ha iluminado y te
muestra lo que será, si aceptas el desafío, el resto de tu vida. A partir de
entonces caes en la cuenta de muchas cosas; tus empeños en medrar en un
escenario donde el orín y la polilla y el tiempo corroe todo; que tú eres un
“yo” forjado por tu propio pensamiento, y que tu auténtica realidad está tan
íntimamente ligada al Eterno, que “Eso eres tú”, eres su misma esencia.
En
cuanto caes en la cuenta de que formas parte inseparable de Él, comprendes que los
rezos hacia Alguien fuera de ti es una actividad ridícula, porque Él habita lo
más profundo de tu ser, es la esencia de ti mismo, y tú eres “tu Vida Interior”.
Ahí se desarrolla toda tu auténtica realidad.
Al ser
plenamente consciente de esta realidad empiezan a surgir muchos cuestionamientos.
En mi caso, de los más importantes ha sido mi relación con la Iglesia. En una
primera fase me sentí engañado por haberme mareado el clero con ritos y
liturgias que yo sentía vacías, hasta el extremo de que el sólo olor a incienso
me provocaba rechazo. Me he preguntado muchas veces por qué a Dios, al Único,
al Eterno, nos empeñamos en ponerle apellidos, el Dios de los católicos, el de
los islámicos, el de los hindúes, el de los judíos, el de… Un mundo separado
por un mismo Dios hecho jirones entre unos y otros. Tras muchos años de peregrinaje
en solitario, caí en la cuenta de mi error, al comprender que, la Realidad es
como es, y no como yo quisiera que fuere. Está bien así, porque sea como sea,
se cumple siempre Su voluntad. Y es necesario que haya diversidad de creencias,
porque las manifestaciones culturales y las tradiciones en la Tierra son
igualmente muy diferentes según los lugares y los pueblos. Además, a pesar de
los errores de enfoque que puedan tener las diferentes comunidades de fe a la hora de enseñar a las gentes lo realmente
importante, los secretos de la Vida Interior, eso no me exime de mi responsabilidad
de ser luz para otros.
Otro
de los cuestionamientos es el que plantea Lucas con aquellos que expulsan
demonios en su nombre y no están con el grupo de discípulos; con los que viven
su espiritualidad, su relación directa con Dios, fuera de la Iglesia. Ellos
también han sido bendecidos por Dios y forman parte indudable de la comunidad
de Santos de Dios. Yo, al menos me siento plenamente hermanado con ellos.
Y toda
la vida no es suficiente para vaciarnos de nosotros mismos para permitir que Él
sea Dios dentro de nosotros. “Fíat
voluntas tua” es todo un proceso vital que requiere ir descubriendo poco a
poco las diferentes moradas de nuestra Vida Interior, de nuestro Castillo
Interior, donde realmente Dios habita. Y en ese ir poco a poco permitiendo
recibir su amor, en ese dejarnos amar por Él, puede transcurrir toda nuestra
existencia. Hay personajes en la historia que fueron radicales en esto, y
literalmente y desde todas las formas de entenderlo, vendieron todo y le
siguieron. San Pablo, San Bruno, San Francisco de Asís, y tantos y tantos
otros, que literalmente se quedaron desnudos, en la más absoluta pobreza, para
abrazar la cruz. La mayoría, sin embargo, las responsabilidades que hemos
adquirido en el Confinador, no nos permite este despego integral y total de
todo, no nos permite una pobreza efectiva, pero, y esto es muy importante, sí
que todos, absolutamente todos, estamos llamados, si optamos por caminar hacia
Dios por la vía directa, a vivir una pobreza afectiva, el despego total de
nuestros particulares tesoros, aunque nos veamos obligados a utilizarlos para
sacar nuestras familias adelante, y nuestros negocios con los que vivir. Jesús
reconoce que el empleado tiene derecho a su salario; nunca deseó un mundo lleno
de pobres de solemnidad, sino de “pobres afectivos”, y sobre todo, de pobres de espíritu, aquel que reconoce que
necesita ayuda, que sin Él no puede hacer nada.
La
pobreza afectiva se expresa, ni más ni menos, en una actitud de rendición a la
voluntad de Dios.
Y sólo
existe un camino directo hacia esa pobreza afectiva, hacia ese vaciarse de uno
mismo para dejar que el Amor de Dios se apodere íntegramente de nosotros. Y ese
camino es la Oración, cuyo soporte
básico es el silencio de nuestras potencias.
En el
Espíritu de Oración, cualquier rito, liturgia y ceremonia, adquiere todo el
significado y todo el sentido.
Todo
este proceso, para mí, en mi experiencia personal, que es la que he pretendido
transmitir aquí, se llamaría “aprender a
ser”.
Aprender
a ser es el sentido último de nuestra existencia en este mundo, en el Confinador.
El Confinador no es ninguna broma de mal gusto; está muy bien pensado por el
Creador; de hecho es obra suya, es un escenario de entrenamiento, donde los
alumnos de la Escuela de la Vida, entramos sin tener la menor idea de lo que se
nos viene encima, y tenemos que, a fuerza de experiencias, unas buenas y
agradables y otras desagradables, aprender a ser, es decir, aprender quiénes
somos realmente, porque de fábrica salimos con una natural tendencia a pensar
que sólo esto es lo que hay, que no hay más cera que la que arde, y que nuestra
vida depende de nosotros. Así se nos educa, y en parte es correcto, y nuestras
potencias, nuestros instintos y nuestros recursos naturales, físicos e
intelectuales, son un excelente regalo del Cielo para descubrir las incalculables
maravillas que el Confinador (que es obra del Creador), tiene para nosotros. Lo
que tenemos que descubrir es nuestra verdadera identidad, porque con ello, estaremos
descubriendo la verdadera naturaleza de nuestro ser, y el verdadero significado
de la palabra “Amor”, que no es otra que “Fíat voluntas tua”, hágase Tu voluntad,
así en la Tierra como en el Cielo.
Todo
aquel, sea de la nación, pueblo, etnia o religión que sea, que reconoce que su vida tiene este objetivo
final, y se compromete en ello, joven rico que dice “sí”, oveja perdida que
sigue los pasos del Buen pastor, hijo pródigo que decide regresar de sus miserias,
se transforma el un santo de Dios.
Y
todos juntos con independencia de filiaciones religiosas, de pertenencia a tribus
y sociedades, constituimos para Dios, nuestro Padre, llamémosle como le llamemos,
la gran Comunidad de “todos los santos
de Dios”.
Esta
gran comunidad hace tiempo que presiente cómo la vida en este mundo barrunta
algo; es como si al hilo del cambio de milenio, todas esas voluntades, todos
esos deseos de todos los santos de Dios estuvieran sincronizándose en el
profundo anhelo de lograr descubrir una nueva esperanza a este mundo, que sinceramente
hoy por hoy, parece caminar hacia ninguna parte.
Si uno
repasa las mitologías de prácticamente todas las religiones, existe una
convergencia hacia una idea común: “caminamos
hacia el fin de los tiempos”. No se trata de una catástrofe planetaria de
proporciones bíblicas (aunque algún que otro pedrusco pudiera caer del cosmos),
sino eso mismo, el fin de los tiempos, y con él, el final del Confinador tal y como lo conocemos. Es el fin de
nuestro culto a Cronos, nuestra salida espiritual del Confinador, lo que supone
un dramático giro hacia una nueva visión de la vida, donde la Divina realidad
vuelva a reinar en el corazón de los seres humanos.
¿Qué
es el juicio final?, ¿qué suponen las profecías, las revelaciones que se dan en
todas las culturas? ¿Qué nos transmite el Apocalipsis, o las revelaciones de
los incas, o de los mayas? ¿Qué profetizan los mayas en 2012? ¿Estaba loco, o
se comportaba como un hereje Teilhard de Chardin, al referirse al “Punto Omega”,
al Cristo cósmico o al retomar la Teoría de la complejidad consciencia o de la
Noosfera de Vernadsky?
Es la esperanza
de un nuevo amanecer. Pero ese amanecer es el regreso del Creador al corazón
del hombre no como individualidad, sino como especia donde sea realidad el
anhelo de los grandes místicos de la historia y de todas las culturas y
religiones “todos somos Uno”. O la
iluminación del alma de la especie humana “fiat lux”.
La
nueva era de Acuario, o el fin de la era del hierro de los mayas, y la vida del
mundo futuro de los cristianos. ¿Acaso no es todo lo mismo?
Pero
no pensemos que la llegada del nuevo adviento, el nuevo advenimiento, el nuevo
eleusis nos vendrá así, como si tal cosa. Cada ser humano ha de optar por abrir
la puerta de su corazón al espíritu de Dios, para que todo vuelva a tener
sentido.
Los
que den una respuesta afirmativa formarán parte de la Comunidad de todos los
Santos de Dios.
El fin
de los tiempos:
La
vida no se mide en años, ni en días, sino en lecciones aprendidas
(Viejo proverbio Zen)
Epílogo
Desde
el punto de Luz en la Mente de Dios,
Que afluya luz a las mentes de los hombres;
Que la Luz descienda a la Tierra.
Desde el punto de Amor en el Corazón de Dios,
Que afluya amor a los corazones de los hombres;
Que Cristo retorne a la Tierra.
Desde el centro donde la Voluntad de Dios es conocida,
Que el propósito guíe a las pequeñas voluntades de los hombres;
El propósito que los Maestros conocen y sirven.
Desde el centro que llamamos la raza de los hombres,
Que se realice el Plan de Amor y de Luz
Y selle la puerta donde se halla el mal.
Que la Luz, el Amor y el Poder restablezcan el Plan en la Tierra.
Que afluya luz a las mentes de los hombres;
Que la Luz descienda a la Tierra.
Desde el punto de Amor en el Corazón de Dios,
Que afluya amor a los corazones de los hombres;
Que Cristo retorne a la Tierra.
Desde el centro donde la Voluntad de Dios es conocida,
Que el propósito guíe a las pequeñas voluntades de los hombres;
El propósito que los Maestros conocen y sirven.
Desde el centro que llamamos la raza de los hombres,
Que se realice el Plan de Amor y de Luz
Y selle la puerta donde se halla el mal.
Que la Luz, el Amor y el Poder restablezcan el Plan en la Tierra.
Esta es la Gran Invocación, una plegaria mundial traducida a
más de 75 idiomas y dialectos. Es un instrumento de poder para
ayudar a que tenga plena expresión el Plan de Dios en la Tierra. Emplearla es
un acto de servicio a la Humanidad y al Cristo.
Expresa ciertas
verdades esenciales que todos los hombres aceptan innata y normalmente:
1. Que existe una
inteligencia básica a quien damos el nombre de Dios.
2. Que existe un Plan
Divino evolutivo en el universo cuyo poder motivador es el amor.
3. Que una gran
individualidad llamada el Cristo por los cristianos -el Instructor del Mundo-
vino a la Tierra y personificó ese amor para que pudiéramos comprender que el
amor y la inteligencia son efectos del propósito, la voluntad y el Plan de
Dios. Muchas religiones creen en un Instructor Mundial, conocido con nombres
tales como el Señor Maitreya, el Iman Mahdi y el Mesías.
4. Que únicamente a
través de la humanidad puede llevarse a cabo el Plan Divino.
La
Tierra, un diminuto planeta
de un recóndito sistema planetario, en torno a una estrella de clase media,
girando junto con otras 100.000 millones de estrellas en torno al centro de una
remota galaxia, en un Universo que mide sus distancias en miles de millones de
años luz.
La
especie humana; un susto de
repente en un planeta de 4000 millones de años de antigüedad.
El
alma humana, lo que palpita
dentro de cada ser humano, pequeña mota de polvo, hecho de polvo de estrellas,
donde se despliega un vasto universo interior.
Y la Divina Realidad trascendente, encarnada e inmanente, Padre, Hijo
y Espíritu Santo, manifestándose en todos los órdenes de magnitud de la
Creación.
Sólo queda contemplar
las estrellas en una noche oscura, y ante tanta inmensidad y tanta belleza, agachar
la cabeza humildemente y decir…
“hágase, fíat
voluntas tua”.
[i] Meister Eckhart. La virginidad del alma. En El fruto de la
nada. Ediciones Siruela, Madrid 2008.
[iii] Consuelo
Martín, Lo verdadero y falso de las religiones. Mandala Ediciones. Libro polémico donde Consuelo
expone las dos caras que la religión ofrece al ser humano, por una, un camino
ascendente al encuentro con Dios, pero por otro, el sometimiento a
organizaciones humanas que se interponen ciertamente en ese camino, imponiendo
pesadas cargas que el creyente no logra comprender, pero no tiene más remedio
que aceptar, a riesgo de ser rechazado ahora y en la otra vida, y abandonado a
un destino nada prometedor.
[v] The
Secret. Libro y película que
plantea la siguiente tesis: “atraemos aquello que pensamos o deseamos”. Basado
en la hipótesis de que los hombres más destacados de la Historia la han
aplicado a sus vidas, tanto para crecer personal, espiritual como económica y
alcanzar altas cotas de poder, la teoría del Secreto, parece presentarse como
la piedra filosofal por la que nuestros deseos (cualquiera que sean) pueden
convertirse en realidad. A mí, personalmente me parece una idea peligrosa si se
da rienda suelta a uno de los peores vicios humanos, que han hecho que el mundo
sea como es, la ambición. Bien canalizada puede convertirse en una poderosa
fuerza creadora.
[vii] S.
Juan de la Cruz. La subida al Monte Carmelo. Obras completas. Editorial de espiritualidad. Madrid 1988
[ix] Henri
de Lubac. (1896 - 1991) fue uno de los teólogos
católicos
más eminentes del siglo XX. Su principal aportación fue el modo de entender el
fin sobrenatural del hombre y su relación con la gracia. También influyó
sobremanera en la teología del Concilio Vaticano II.
[x] S. Juan de la Cruz. Cántico Espiritual (B). Obras
completas. Ed. Espiritualidad.
Madrid 1988. Prólogo de S. Juan de la Cruz: Por cuanto estas canciones
parecen ser escritas con algún fervor de amor de Dios, cuya sabiduría y amor es
tan inmenso, que, como se dice en el libro de la Sabiduría,
toca desde un fin hasta otro fin, y el alma que de él es informada y movida en
alguna manera, esa misma abundancia e ímpetu lleva en él su decir, no pienso yo
ahora declarar toda la anchura y copia que el espíritu fecundo del amor en
ellas lleva; antes sería ignorancia pensar que los dichos de amor e
inteligencia mística, cuales son los de las presentes canciones, con alguna
manera de palabras se pueden bien explicar; porque el Espíritu del Señor, que
ayuda a nuestra flaqueza, como dice San Pablo, morando en nosotros, pide por
nosotros con gemidos inefables lo que nosotros no podemos bien entender ni
comprehender para lo manifestar: Porque, ¿quién podrá escribir lo que a las
almas amorosas donde él mora hace entender? ¿Y quién podrá manifestar con
palabras lo que las hace sentir? Y ¿quién, finalmente, lo que las hace desear?
Cierto, nadie lo puede; cierto, ni aun ellas mismas, por quien pasa, lo pueden;
porque ésta es la causa por que con figuras, comparaciones y semejanzas, antes
rebosan algo de lo que sienten, y de la abundancia del espíritu vierten
secretos y misterios que con razones lo declaran. Las cuales semejanzas, no
leídas con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que ellas llevan,
antes parecen dislates que dichos puestos en razón, según es de ver en los
divinos Cantares de Salomón y en otros libros de la
divina Escritura, donde, no pudiéndose dar a entender la abundancia de su
sentido por términos vulgares y usados, habla el Espíritu Santo misterios en extrañas
figuras y semejanzas; de donde se sigue que los santos doctores, aunque mucho
dicen y más digan, nunca pueden acabar de declararlo por palabras, así como
tampoco por palabras se pudo ello decir; y así lo que de ello se declara,
ordinariamente es lo menos que contiene en sí. Por haberse, pues, estas
canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán
declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz en general;
y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dejarlos en su
anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de
espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar; y así,
aunque en alguna manera se declaran, no hay para qué atarse a la declaración;
porque la sabiduría mística, la cual es por amor, de que las presentes
canciones tratan, no ha menester distintamente entenderse para hacer efecto de
amor y afición en el alma, porque es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios
sin entenderle claramente. Por tanto seré bien breve, aunque no podrá ser menos
de alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia y se ofreciere la
ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de Oración, que por
tocarse en las canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos; pero,
dejando los más comunes, trataré brevemente los más extraordinarios que pasan
por los que con el favor de Dios han pasado de principiantes, y esto por dos
cosas: la una, porque para los principiantes hay muchas cosas escritas; la
otra, porque en ello hablo con personas a las cuales nuestro Señor ha hecho
merced de haberlas sacado de esos principios y llevádolas más adentro al seno
de su amor divino; así, espero que aunque se escriban aquí algunos puntos de
teología escolástica acerca del trato interior del alma con su Dios, no será en
vano haber hablado algo a lo puro del espíritu en tal manera; pues, aunque a
algunas las falte el ejercicio de teología escolástica con que se entienden las
verdades divinas, no les falta el de la mística, que se sabe por amor, en que,
no solamente se saben, mas juntamente se gustan.
Y porque lo que dijere (lo cual quiero
sujetar a mejor juicio, y totalmente al de la santa madre Iglesia) haga más fe,
no pienso afirmar cosa fiándome de experiencia que por mí haya pasado, ni de lo
que en otras personas espirituales haya conocido o de ellas haya oído, aunque
de lo uno y de lo otro me pienso aprovechar, sino que con autoridades de la
Escritura divina vaya confirmando, declarando a lo menos lo que fuere más
dificultoso de entender; en las cuales llevaré este estilo, que primero pondré
las sentencias de su latín, y luego las declararé al propósito de lo que se
trajeren. Y pondré primero juntas todas las canciones, y luego por su orden iré
poniendo cada una de por sí para haberlas de declarar; de las cuales declararé
cada verso, poniéndole al principio de su declaración.
[xi] Albert
C Gaulden. El lenguaje de Dios. ¿Alguna
vez no ha hecho caso de una coincidencia, y se ha arrepentido? ¿Ha negado
alguna vez la verdad de un sueño, y deseado no haberlo hecho? ¿Ha despreciado
alguna vez una corazonada sólo para lamentarlo? Entonces ha oído el lenguaje de
Dios, pero no ha sido capaz de escucharlo. El autor cree que Dios sigue
comunicándose con nosotros, pero que debemos comprender su lenguaje para
interpretar sus mensajes. El vehículo de expresión de Dios no son las palabras
–aunque a veces nos llegue de esta forma–; es un lenguaje de señales, símbolos,
milagros y coincidencias. Abrirnos a él nos permite abrazar una vida mejor y
más plena. Cuando aprendemos a ser receptivos a su lenguaje, podemos
familiarizarnos con su gramática y sus reglas únicas, y beneficiarnos de su
gracia.
Ref:
http://libros.mysofa.es/libro/el_lenguaje_de_dios
[xii] Neale Donald Walsh. Conversaciones con Dios. Ed.
Debolsillo 2003 Había llegado
al límite de su resistencia. Se encontraba en ese momento en que el dolor -el
peor dolor, el que produce la soledad de espíritu- amenazaba con desbordarse en
la más insondable desesperación. ¿Qué mejor prueba podía tener de la
inexistencia de Dios que su insensato sufrimiento? Aunque si existiera y fuese
Dios de bondad, ¿no podría, en su soledad, reclamarle como interlocutor? Este
último gesto de esperanza obró el milagro...«No se trata de un libro escrito
por mí, sino que me ha ocurrido a mí.» http://www.agapea.com/libros/Conversaciones-con-Dios-I-isbn-8497596781-i.htm
[xiii]
Carlo Carreto, Más allá de las cosas. Ed. Paulinas. Madrid 1969 Se trata de uno de los es-critores cristianos
más relevantes del siglo veinte. Es autor de libros tan capitales como Mañana
será mejor, Lo que importa es amar, Cartas del desierto, Padre, me pongo en tus
manos, Más allá de las cosas, Yo Francisco y Dichosa Tú que has creído. Carlo
Carreto se revela en sus libros ante todo como un testigo excepcional de la
fuerza y el poder de Dios que asume su vocación en sus vertientes contemplativa
y literaria, como un servicio humilde prestado a la comunidad humana y eclesial
a la manera de los grandes profetas del Antiguo y del Nuevo Testamentos. Había
nacido en Turín, en 1991, en el seno de una familia numerosa de arraigada
religiosidad. Su hermano Piero profesó como Salesiano y llegó a ser Obispo en
tierras de misión, mientras que sus hermanas, Emerenciana y Dulcidia, ingresaron
como Monjas entre las Hijas de María Auxiliadora. Carlo permaneció en el mundo
realizando algunas tareas relacionadas con el negocio familiar y alternando
éstas con una intensa vida de apostolado al servicio de la Acción Católica,
organización ésta de la cual llegó a ser presidente nacional de Italia en
tiempos del Papa Pío XII. él mismo narra en una de sus cartas cómo empezó a
sentir el llamado del Señor hacia una vida más radicalmente entregada a su
santo servicio. ?Conmigo, Dios usó una táctica diferente. Primero, pidió mi
acción, luego me pidió a mí. Viví dos periodos distintos y ambos muy hermosos.
En el primero me encontré trabajando en la Iglesia como un cruzado, sentía que
contaba algo y me lanzaba a la acción con el apasionamiento de un enamorado. Mi
amor era la Iglesia?.
Ref: http://www.comunidadcristiana.agenciacatolica.com/modules/news/article.php?storyid=1533
[xiv]
Método Silva El Método Silva se basa en el aprendizaje, entrenamiento y desarrollo de
la facultad más importante del ser humano: el pensamiento consciente. El Método
Silva reúne un conjunto de técnicas que desarrollan las capacidades innatas que
tiene el ser humano. Esta técnica
se puede encontrar en cualquiera de los libros de José Silva sobre el Método
Silva de Control Mental. El Método Silva es impartido por todo el mundo, y hay
millones de personas que lo practican y que dominan esta técnica de relajación.
Es una de las más completas y fáciles de seguir. Esta técnica se basa en hacer
cuentas regresivas mentalmente, así como en respiraciones profundas. El contar
hacia atrás mentalmente tiene dos ventajas: la primera es que los números no se
asocian a ningún estímulo negativo. Son de los pocos símbolos que poseen un
solo significado. El otro beneficio en que, mediante la cuenta regresiva,
podemos ir bajando mentalmente de nivel, es decir, descender fácilmente hasta
el nivel Alfa. Ref: http://www.metodosilva.com/
[xvi] Vedanta
Advaita El término « Vedânta »
significa literalmente « fin del Veda ». En la tradición filosófica india, se
refiere a las enseñanzas de las Upanishad, de los Brahma Sûtra y de la
Bhagavadgîta, al igual que a los varios sistemas filosóficos elaborados en base
a estos textos 2). El Advaita Vedânta es la doctrina no-dualista del Vedânta,
expuesta originalmente por Samkara (788-820). Fue, y continua siendo, el
sistema de pensamiento más ampliamente aceptado entre las filosofías indias y
constituye, en nuestro criterio, una de las filosofías más desarrolladas que se
puede encontrar tanto en Oriente como en Occidente.3) Pero al mismo tiempo el
Advaita Vedânta representa mucho más que un sistema filosófico en el sentido en
el que lo comprendemos hoy en día en el Occidente. Se trata así mismo de una
guía práctica de experiencia espiritual, intimamente ligada a la experiencia
espiritual individual como tal. El adepto advaitin piensa que «conocer» es la
misma cosa que «ser»; él cree que sólo se adquiere conocimiento verdadero en el
acto de ser conciente, el cual está intimamente ligado con el objeto mismo del
conocimiento y constituye el contenido de la experiencia.
Ref. www.vedantaadvaita.com
[xvii] Aldous
Leonard Huxley (26 de julio
de 1894,
en Godalming,
Surrey,
Inglaterra
– 22 de
noviembre de 1963,
en Los Angeles,
California,
Estados
Unidos) fue un escritor anarquista
inglés
que emigró a los Estados Unidos. Miembro de la reconocida
familia de intelectuales Huxley. Conocido por sus novelas y su
gran abanico de ensayos,
publicó, también, relatos
cortos, poesía,
libros de viaje e historias para películas
y guiones. Mediante sus novelas y ensayos, Huxley ejerció como crítico de los
roles sociales,
las normas y los ideales. Se interesó, asimismo, por los temas espirituales,
como la parapsicología y la filosofía mística,
acerca de las cuales escribió varios libros. Al final de su
vida Huxley era considerado como un líder del pensamiento
moderno. (Wikipedia)
[xviii] San
Juan de la Cruz. La noche oscura. Obras
completas. Editorial de
espiritualidad. Madrid 1988.
La
metáfora de la noche oscura de Juan de la Cruz nos recuerda que la experiencia
del amor de Dios no es siempre una experiencia punta de la unión de toda la
creación. En la noche oscura el amor de Dios se acerca de una manera que parece
negarnos. En la noche parece que Dios está contra nosotros. Pero Juan sostiene
que nada en el amor es oscuro o destructivo, pero por quienes somos y por la
purificación que necesitamos se experimenta el amor como oscuro. Juan nos da
una descripción convincente de los momentos de la vida cuando se desvanecen las
consolaciones y orar es imposible. El deseo está aún presente pero se ha
agotado buscando liberarse de los ídolos. El teólogo Karl Rahner comentó que
todas las sinfonías de la vida permanecen inconclusas. En cada relación, en
cada posesión en algún momento surgirá esa sensación de carencia. Esta
frustración del deseo y la atracción por algo más allá, es la inquietud que
causa la continua invitación de Dios a una unión más profunda. Cuando los
dioses mueren durante la noche, se eclipsa la personalidad. Carl Jung, el
psicólogo, dijo que no podía distinguir los símbolos de dioses de los símbolos
que representan al ser humano. Cuando una persona pierde su Dios-símbolo la
personalidad comienza a desintegrarse. Esta afección oscura permanece hasta que
emerge un nuevo símbolo-Dios o se establece una nueva relación con el
símbolo-Dios antiguo.
Ref:
http://www.palabracubana.org/2007-09/noche-ocsura-4.htm
Ref: http://es.wikipedia.org/wiki/Sacramento_(catolicismo)
[xxi] Christopher Lamb. La pretensión de ser única. En El
mundo de las religiones. Pag.
361 Ediciones paulinas, Madrid, 1985
[xxii] Miguel
Ruíz. Los cuatro acuerdos (Op. Cit)
[xxiii] Krisnamurty. A los pies del
maestro. Respetuosamente el
autor, J. Krishnamurti, expresa que las palabras contenidas en el libro son de
su Maestro, incluso textuales. No empaña su belleza el hecho de que tiempo después
el autor negara la utilidad de maestros en el aprendizaje personal. En los primeros
pasos del camino siempre es valiosa la ayuda de quienes han transitado por
experiencias y realizaciones parecidas, aunque cada persona sea un pequeño
cosmos irrepetible. En esta joya
literaria se dan pautas para seguir un camino de realización interior, una guía
para el desarrollo de conciencias, con consejos aparentemente simples, pero
difíciles de ser vividos. Las cualidades básicas a lograr que propone son: el
discernimiento, la carencia de deseos, la buena conducta y el amor. Ref: http://www.nueva-acropolis.es/FondoCultural/filosofia/Filosofia7.htm
[xxiv]
Tankeray. La vía purgativa (Op. Cit)
[xxv]
Aldous Huxley. Sabiduría perenne. El poder (Op. Cit)
[xxviii] Benedicto
XVI Carta Encíclica Deus Charitas est. Edicep. 2006
[xxix] Los neuropéptidos son hormonas con
estructura química basada en oligo péptidos, con cadenas cortas de aminoácidos,
que son segregados por la hipófisis y el hipotálamo, y participan en los
circuitos feed back más importantes del sistema endocrino humano, como son los
que regulan las hormonas tiroideas, paratiroides, suprarrenales y gonadales.
[xxxi] Crash
(colisión) película
estadounidense, ganadora de tres Oscars, dirigida por Paul Haggis
y estrenada en España en 2006
[xxxiv] José
Alfonso Delgado. Análisis sistémico. Op Cit.
[xxxvi] Mircea
Elíade Historia de las religiones. El maniqueísmo. Ediciones Cristiandad. Madrid 2000
[xxxvii] Grian.
El sendero de las lágrimas. Obelisco Ediciones. Madrid. 2007 El sendero de las lágrimas es
un libro que quiere hacer accesible la realidad de la muerte a los niños,
un tema tabú en la cultura occidental, al mismo tiempo que describe la riqueza
y profundidad de las culturas nativas americanas. “¿Qué es la muerte?
¿Dónde han ido mis padres, mi hermana y mis amigos?” "Está bien que preguntes y llores,
Pequeño Dedo, los guerreros también lloran y pintan su cara para el combate de
la vida con sus propias lágrimas". Éstas son algunas de las preguntas
que Pequeño Dedo, el único niño superviviente a la deportación masiva de la
nación cheroqui, plantea al anciano Águila Blanca. Mientras que el atroz
genocidio perpetrado por el ejército de Estados Unidos aún queda sin respuesta,
las dudas de Pequeño Dedo poco a poco se van disipando en la poesía y
melancolía de este conmovedor relato. Grian, cuyo verdadero nombre es
Antonio Cutanda, es licenciado en psicología por la Universidad de Valencia,
trabajó como psicólogo educativo y como psicoterapeuta de orientación cognitiva-conductual
(educación emocional) durante más de diez años. Locutor de radio entre 1990 y
1996, dirigió programas nocturnos y magazines matinales de gran éxito, siempre
lejos de temas morbosos y de audiencia fácil. Ha pronunciado infinidad de conferencias y
dirigido talleres en España, Gran Bretaña, Estados Unidos, México y Venezuela,
pero sobre todo es una persona que ama la paz, una paz que promueve con sus
libros y que impulsa a través del Proyecto Avalon – Iniciativa para una Cultura
de Paz, fundado en 1984 y del que es el Director General. Músico y actor de la
Ávalon-Troupe desde los orígenes de la compañía, destacó en la interpretación
de Jesús, en Jesucristo Superstar.
Ref:
http://www.eljardindellibro.com/libros/__sendero_de_las_lagrimas_grian.php
[xxxviii] Meister Eckhart. “El fruto de la nada”. en El fruto de la nada. Ediciones Siruela,
Madrid 2008.
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