Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

Sendas de vida interior: 3.- Fiat voluntas tua

 

TERCERA PARTE. 153
III. Fíat voluntas tua. 153
34.        Lo atemporal 153
35.        De lo exterior a lo interior 154
36.        Váyase de nosotros nuestro reino. 155
37.        Mateo seis. 158
38.        Las añadiduras. 160
39.        Silencio. 161
40.        Los grados de la vida mística. 162
41.        La voz silenciosa de Dios. 163
42.        Nada sucede por azar 165
43.        Marta y María. 166
44.        Dichosos los que sufren. 168
45.        Todos somos Uno. 169
46.        Salí sin ser notada. 170
47.        La Ley y los profetas. 172
48.        De lo ritual a lo sacramental 174
49.        De lo sacramental a lo espiritual 179
50.        Con los ojos de un niño. 185
51.        El poder de hacer milagros. 188
52.        Bajo el poder de Poncio Pilatos. 190
53.        ¿Por qué me has abandonado?. 193
54.        La lógica de Dios. 197
55.        El silencio y la soledad de María. 205
56.        Todo está cumplido. 211
57.        En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. 219
58.        Dejar caer el manto. 221
59.        La tercera y última parte del Camino. 229
60.        Sendas de Vida Interior 234
Conclusión: todos los santos de Dios. 239
Epílogo. 243
Notas y referencias bibliográficas. 245

TERCERA PARTE

III. Fíat voluntas tua

38 Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.
Lc 1, 38
Este pasaje de la anunciación refleja la respuesta a la llamada, al “Fíat Lux”.
Literalmente supone el comienzo de la gran odisea de la Redención, con la encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de María. Pero también en tus propias entrañas.
Para eso, para que la Redención pueda ser una realidad en ti, has de ser virgen y mujer. Virgen significa estar vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no eras, y mujer significa que puedes concebir y fructificar. “Una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa” (Lc 10,38). Eckhart toma el pasaje de Marta y María en una versión en latín donde Marta es referida como “mujer y virgen”. Y el hecho es que lo acoge en su casa, como virgen y como mujer[i].

1. Lo atemporal

Los humanos, todos nosotros, incondicionales idólatras del dios del tiempo, Cronos (Saturno para los romanos), interpretamos estos pasajes, y en general, todo el proceso de la Redención, en clave temporal, como no podía ser de otra forma en seres sujetos al tiempo, a la Historia. La anunciación, la encarnación, el nacimiento de Jesús, su vida, su palabra, su pasión y su resurrección, fueron acontecimientos que sucedieron, que pasaron, que ya han sido, y de lo que queda el recuerdo vivo en nuestros corazones, que tratamos de mantener presentes a través de las ceremonias religiosas, para que no se nos olvide, en un calendario litúrgico que comienza todos los años allá a finales de noviembre con el adviento, termina con Cristo Rey, y repasa “aquellos sucesos” que cambiaron la Historia de la Humanidad para siempre.
Gracias a aquellos sucesos, nosotros ahora nos beneficiamos de estar redimidos, nos contaron en la catequesis. ¡Qué bien! Los bautizados le diríamos a los que no lo están o no quieren estarlo, aquella cantinela que entonábamos de pequeños para fastidiar al compañero de clase: “chincha rabiña”…
“Magia potagia”, que dirían algunos, aunque “ma non tanto”, si tenemos en cuenta que a poco que te despistes en el pecar, la redención de poco te sirve si te pilla la muerte con el paso cambiado.
Bromas aparte, que con esto no se juega, casi nadie cae en la cuenta de que en la vida espiritual, el tiempo no existe, es simplemente “Presente”. Dios no es el que fue o el que será; es “el que Es”, ahora y siempre. Pero siempre no es mañana, ni el mañana ni el pasado existen. Sólo existe el ahora.
14 Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy.» Y añadió: «Así dirás a los israelitas: “Yo soy” me ha enviado a vosotros.»
Ex. 3, 14
Así que “el que Es” ahora, no le dijo a María (que también), voy a encarnarme en ti, sino que nos lo dice a cada uno de nosotros que, escuchando la llamada y siendo consciente de ella “Fíat Lux”, aceptamos el “hágase en mí según tu palabra”.
Quiero morar en ti, quiero encarnarme en ti, quiero habitar en ti. Quiero reproducir la Redención en ti, particularmente en ti. Esta es la propuesta que Dios nos hace en la llamada, Fíat Lux. Y nuestra respuesta no puede ser otra que “Fíat voluntas tua”.
Si los cristianos entendiéramos el Evangelio en clave de Presente, aquí y ahora, comprenderíamos cada uno de los pasajes, no como algo que sucedió, sino como algo que nos sucede a cada uno de nosotros, aquí y ahora. Caeríamos en la cuenta de que las palabras de Jesús no son un código de consejos para portarnos bien, ni sus obras fenómenos asombrosos, ni su pasión y muerte el gran estropicio que los pérfidos judíos le hicieron, gracias a lo que curiosamente hemos sido salvados, ni su resurrección otro fenómeno asombroso, gracias a lo cual Cristo lleva viviendo resucitado dos mil años. El Evangelio no tendría sentido, si no se reprodujera en cada uno de nosotros. Sería algo así como la epopeya de Gilgamesh, o la de Jasón y el vellocino de oro.
Jesús de Nazareth fue el hombre, el Avatar, el paradigma en el que se materializó la Encarnación de Dios, en María. Ese Jesús resucitado, es el Cristo que se encarna en todo aquel que acepta y proclama el “hágase en mí según tu palabra”.
Que todos estos párrafos pasen de ser simples figuras literarias a algo real, pasa por el hecho trascendental de tomar conciencia plena de nosotros mismos, de que el alma despierte y nuestro “yo apañao para esta vida confinada” calle, para ser conscientes de que Dios habita en nosotros.
Y para ser conscientes de que Él habita en nosotros, tenemos que dejar de buscar fuera de nosotros, para buscar (es un decir), dentro de nosotros.

2. De lo exterior a lo interior

Pero nos han enseñado e indicado que hay que buscarlo fuera. Los cristianos estamos convencidos que para encontrarnos con el Señor tenemos que ir al templo y ponernos delante del sagrario. Es como ponía un reclamo en forma de adhesivo de coche que decía: “Jesús está en el sagrario, visítale”. Y es verdad que está en el sagrario, pero es mucho más cierto que está dentro de nuestro corazón. De hecho, si no fuera así, si no estuviera en nuestro corazón, que estuviera en el sagrario, sería pura anécdota sin ningún tipo de interés ni valor.
21 Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre».
Jn 4, 21
Así le habló Jesús a la samaritana, indicando que a Dios ya no se le adorará en los templos, sino en espíritu y en verdad, siendo nuestro corazón el único y auténtico templo de Dios. El sagrario… allí esta Jesús. Los lugares santos… están bien. Hacer peregrinaciones a Santiago o a Lourdes, está bien, pero estos esfuerzos físicos serían sólo actos físicos sin valor postal alguno si en realidad no peregrináramos al interior de nuestro corazón, que es donde auténticamente habita Dios. Adorar la custodia con el Santísimo Sacramento y rezar el Pange lingua, está bien, pero de nada servirá si al acercarnos al primer ser humano que se cruce con nosotros por la calle después de adorar al Santísimo, no nos arrodilláramos ante él de corazón y reconociéramos que él, el primer transeúnte, alberga un sagrario vivo (aunque él no lo sepa, que será lo más seguro).
Pero si lo hacemos, nos daremos cuenta de que Dios siempre está dentro de nosotros, que no es un espectro que cual fantasma, entra en nuestro cuerpo astral y se adueña de nuestro ser. Es nuestro ser. Siempre lo ha sido, porque “somos su misma esencia”. Lo que sucede es simplemente que nuestro “yo” se ha olvidado de esta realidad, al estar permanentemente ocupado con las cosas del Confinador, en los arrabales del Castillo Interior, y mantener el alma dormida.
9 Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» 10 Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.»
Gen 3, 9-10
Cuando vivimos imbuidos de nuestro “yo apañao”, nos asusta la desnudez del alma, tenemos miedo de nuestra propia debilidad, así que, número uno, tratamos de escondernos de Dios, y número dos, nos vestimos de todo lo que podemos encontrar (todos nuestros “mis”, todas las cosas de nuestra vida), para así sentirnos ¿seguros?.., ¿potenciando la autoestima? En esto, algo en nuestro interior nos genera sentimientos de culpa cada vez que hacemos un estropicio (pecado lo llaman los judeo cristianos), así que tratamos de anestesiar nuestra conciencia, acallándola con todas las cosas de este mundo, hasta olvidarnos de que existe. Organizamos nuestro reino, donde mandamos nosotros, “yo”, y ejecutamos nuestra voluntad.
“Tuve miedo y me escondí”. Y desde entonces no me he vuelto a encontrar a mí mismo.

3. Váyase de nosotros nuestro reino

Fíat voluntas tua, supone rendirnos a Dios, rendir nuestra nave, dejar que Él tome los mandos y nosotros pasar de creer ser el capitán de nuestro navío, para ser a lo sumo el contramaestre, siempre a las órdenes del Capitán.
Esto supone un durísimo golpe a nuestra vanidad y a nuestro orgullo; y no digamos a la tan enaltecida en tiempos modernos, autoestima.
Hágase tu voluntad supone reconocer que…
“no se haga mi voluntad, sino la tuya”
Lc 23, 42
Supone pedir que…
 “venga a nosotros tu Reino”
Mt 6, 10
Lo que tiene como contrapartida ineludible: “váyase de nosotros nuestro reino
Dios y el dinero son incompatibles, como lo son nuestro reino y el suyo.
Dios significa Amor y donación a los demás, hacer realidad la Unidad que caracteriza a toda la Creación; es la fuerza centrífuga que permite la expansión y donación de la energía Universal. Dinero significa mi propio interés, mi deseo de que yo salga beneficiado aunque los demás queden perjudicados; es el principio de la atracción hacia mí de lo que a mí me interesa; es la fuerza centrípeta que favorece la atracción de lo demás hacia uno mismo, que estimula los apegos.
Mientras te alegres más del bien de tu persona que del bien del hombre a quien no has visto nunca, verdaderamente algo no anda bien en ti, y todavía no has mirado, un solo instante, en aquel fondo simple.
Eckhart. Vivir sin por qué
Así que “hágase tu voluntad” frase rancia de un “Padrenuestro” rancio rezado diez mil veces sin saber qué es lo que estamos diciendo, se constituye nada menos que en la puerta de entrada al Reino de Dios y a su justicia.
El que valore más su propio reino que el de Dios, lógicamente se volverá (no sé si triste), a sus asuntos.
La puerta de entrada al Reino de Dios es la séptima puerta de salida del Confinador, la que indica la dirección de nuestro interior. Es la puerta estrecha.
23 Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» El les dijo: 24 «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. 25 «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: “¡Señor, ábrenos!” Y os responderá: “No sé de dónde sois.” 26 Entonces empezaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas”; 27 y os volverá a decir: “No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!”
Lc 13, 23-27
Quién diría que la puerta estrecha es simplemente la puerta que da paso a nuestro propio corazón, al hondón de nuestro ser. Quién diría que todo consiste en descubrir quiénes somos en realidad, y nuestra real naturaleza. Quién diría que la clave de nuestra salvación es simplemente tener el alma despierta  cuando “venga el esposo”. “Pero, ¡si hemos comulgado todos los domingos y fiestas de guardar, y nos hemos tragado todas las homilías del señor cura!”. Y nos dirá “en verdad que no os conozco”.
El pasaje de Lucas 13, “retiraos de mí todos los agentes de injusticia” debería hacernos reflexionar, porque la consagración de nuestros propios cuerpos y almas en los auténticos templos de Dios, como le manifestó Jesús a la samaritana, nos lleva a otro pasaje, referido en los cuatro evangelistas, que es el repente de ira que le entra a Jesús al ver cómo los mercaderes han convertido el Templo de Salomón en un mercadillo.
12 Entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. 13 Y les dijo: «Está escrito: Mi Casa será llamada Casa de Oración.  ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una  cueva de bandidos!»
Mt 21, 12-13

15 Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; 16 y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.»
Jn 2 15-16

Este pasaje, que también relatan Lucas y Marcos, en los mismos términos que Mateo, es muy duro, si nos lo atribuimos a nosotros. Lo sagrado y lo profano no está fuera de nosotros, no es un templo de piedra lo sagrado, ni lo que está fuera de él lo profano, según el significado etimológico de la palabra profano. Es nuestro más íntimo interior lo que es sagrado y lo que se puede profanar utilizándole para mercadear. Los latigazos de Jesús, además de hacia los mercaderes de Jerusalem, van dirigidos a nosotros, si hemos convertido nuestro templo sagrado, que es nuestra alma, nuestro espíritu, y su fachada exterior, que es nuestro cuerpo, en una cueva de ladrones, donde nuestro único interés es el crecimiento de nuestros negocios de este mundo. No obstante, Jesús no manda a todos a la calle con sus mercaderías  a base de latigazos, sino que a los que vendían palomas, les reprende más suavemente invitándoles a retirar sus jaulas con una recomendación, “quitad esto de aquí”. En el primer caso, echando a los cambistas a golpes, Jesús arremete contra los que hacen de su vida el monumento a su avaricia, soberbia y ambición, a costa de robarles sus bienes y sus derechos a los demás; son los fabricantes de miseria, los que se asientan en su propio reino, y para ellos su reino económico es todo lo que existe. Contra ellos, contra los que convierten tanto sus propios corazones, como nuestro mundo, nuestro Planeta, en una cueva de ladrones, que sólo se mueven por su propia ambición, a estos, Jesús les echa sin contemplaciones de Su casa. “Retiraos de mí todos los agentes de injusticia”. A los segundos, los que se dedican a vender palomas, que por otra parte son ofrendas que se utilizan en los sacrificios del Templo, a esos, Jesús les amonesta sugiriéndoles que “quiten eso de aquí”. En este caso nos encontramos el común de las gentes, que, aún cumpliendo con nuestras obligaciones religiosas, nuestro templo interior está todavía ocupado con muchas cosas de este mundo; muchas preocupaciones, muchos intereses, muchos apegos afectivos. Queremos hacerle un sitio a Dios en nuestra alma, pero permanece ocupada con demasiadas cosas de este mundo, incluso de “bona fides”, con buena fe, sin mala intención, sin interés de hacer daño ni engañar, como los cambistas. Pero seguimos sin tener nuestro templo vacío. Dios sólo puede reinar en templos vacíos, vacíos de ambición, de avaricia, de apegos, de inquietudes, e incluso, vacíos de parafernalias religiosas. Porque, que no se nos pase por alto una cosa, que Jesús arremetió contra un estado de cosas, cambistas y mercaderes en el templo, con el consentimiento implícito y explícito de las autoridades eclesiásticas. Resulta que los sacerdotes no veían mal el mercadillo que tenían montado. Es más, el evangelista Marcos, que sitúa el hecho tras la entrada triunfal en Jerusalem, refiere la reacción de los sumos sacerdotes y escribas, “… y buscaban como podían matarle”, (Mc 11, 18). Es decir, el clero, ¡los responsables religiosos!  pensaban: “este nos está hundiendo el negocio”…
Meister Eckhart dedica uno de sus famosos sermones, precisamente a reflexionar sobre este pasaje, y lo tituló “el templo vacío”[ii]. Nos introduce en una reflexión inquietante, en una verdad incómoda. Porque expone, sin anestesia, cómo Dios nos pide el vaciado total de nuestro ser… si queremos seguirle y ser perfectos. Y en cualquier caso, nos lanza una seria amenaza si nos comportamos como los cambistas. Y a los responsables del culto parece como si les preguntara… ¿qué estáis haciendo con la Casa de mi Padre? La exposición de Eckhart se mete en vericuetos de alta metafísica, de la mano del evangelista Juan y su dialéctica centrada en el Verbo. Pero para entendernos, con esto, el que tenga oídos que oiga.

Lo que le da su valor a una taza de barro es el espacio vacío que hay entre sus paredes.
Lao Tse.
Desde hace tres mil años los místicos de todo el mundo vienen dando el auténtico valor a lo que somos, simples vasijas de barro.

[14] En las moradas primeras apenas llega la luz del interior donde Dios habita, no por culpa de la estancia, sino de las culebras y sabandijas que mantienen la atención del alma y le impiden atender a la luz que procede del interior.
Es necesario empezar de dar de mano a los negocios innecesarios, cada cual conforme a su estado y responsabilidades; que es tan importante para llegar a la estancia principal, que de no comenzar a hacerlo, se torna imposible la empresa pretendida.
[15] Las barahúndas del mundo serán siempre un obstáculo para avanzar en el viaje al hondón de nuestro ser. Hemos de guardarnos de cuidados ajenos, pues hay muchas cosas que interfieren los pasos que en un principio sinceramente se dan. Hay que soltarse de celos indiscretos que más son vanidad que virtud.
Resumido de las Moradas del Castillo interior de Teresa de Jesús.
 Moradas primeras, capítulo segundo
La verdad es que, más allá de gastar tinta en explicar lo que sólo Jesús supo hacerlo de una forma insuperablemente clara para el resto de los mortales, lo mejor es tomar un texto fundamental del Evangelio, y reflexionar sobre él, porque en él está la clave, la llave, que abre la séptima puerta del Confinador. Después de leído, y de que se haya hecho la luz (Fíat Lux) en nuestro corazón, sólo queda hacer algún que otro comentario sobre lo que Jesús nos transmitió, comentarios que constituyen la esencia de la mística cristiana, expuesta por nuestros maestros de la espiritualidad.

4. Mateo seis

Señoras y señores, con ustedes, Jesús de Nazareth y la Puerta del Reino de los Cielos… la clave de nuestra redención, Mateo seis:
1 «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. 2 Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. 3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; 4 así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
5 «Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. 6 Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora  a tu Padre, que está allí, en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará. 7 Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. 8 No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.
9 «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; 10 venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. 11 Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; 12 y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; 13 y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. 14 «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; 15 pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.
Mt 6, 1-15
La clave de la Vida Interior es la Oración.
Consuelo Martín en su libro “lo verdadero y lo falso de las religiones”[iii] explica cómo en realidad todos los seres humanos oramos, seamos conscientes de ello o no, seamos creyentes o no. Y lo hacemos cuando de un modo inconsciente “algo” nos impulsa a salir de nosotros mismos en busca de una añoranza, expresada en lo que habitualmente llamamos “ideales”, que se define en el Cursillo de Cristiandad como “el conjunto de aspiraciones y preferencias que centra nuestra vida, decide nuestra voluntad y te impulsa a conectarte con la realidad”[iv], tal como un mundo mejor, la paz, la solidaridad, que desaparezca el hambre, las guerras, que los hombres lleguen a ser hermanos como proclama el himno a la alegría de la novena sinfonía de Beethoven, o más centrado en nuestra propia vida, la metas sinceras y nobles que nos marcamos para darle a nuestro existir un sentido más allá de ganar el dinero de nuestro sustento. De un modo más concreto, tenemos ideales personales, tales como sentirnos útiles a la sociedad, contribuir a que nuestra empresa salga adelante, alcanzar nuestros particulares sueños. Es la tensión creativa que nos impulsa a marcarnos retos e ir tras ellos. Lo predican los seguidores de la teoría de la atracción (lo que deseas puedes conseguirlo. Eres de lo piensas, lo que dices, lo que sientes, lo que vives. “The secret[v]).
Resulta que en general todos los humanos tenemos en nuestro interior un impulso que nos genera la añoranza de un estado que no es este. Y una búsqueda de “algo mejor”. Pero no sabemos qué es. Ni los ricos y acomodados están a gusto en el Confinador. Algo tiene ese “algo” que a todos nos impulsa a salir del Confinador. El problema radica en que el Confinador nos tiene tan ocupados con sus trajines, que apenas si tenemos tiempo para silenciar nuestras potencias.
Es por eso que la Oración no consiste en incorporar más ruido en nuestra mente con nuevos discursos, rezos, plegarias, jaculatorias y cánticos inspirados.
Con Mateo seis, Jesús nos introduce en nuestra más íntima estancia, y allí, en lo escondido, es donde se producen todas las transformaciones que irán produciendo en el alma ese vaciado total de lo nuestro, y ese llenado total de lo divino. A este estado pleno de Dios en nosotros, el cristianismo lo denomina “Estado de Gracia”, ese “don sobrenatural, interior y permanente, que Dios nos concede para santificarnos, divinizarnos y hacernos familiares suyos”[vi]. La Sagrada Escritura describe un instante eterno en el que Dios, una y otra vez derrama su gracia sobre la Humanidad, simbolizada en el pueblo de Israel.
Cuando por la vía de la Oración, la Divina Realidad deja de ser “Aquello”, para convertirse en “mi misma esencia”, en “alguien en mí mismo”, “yo mismo”. Todo lo demás cobra un significado absolutamente sorprendente.
Porque ya no soy yo quien vive. Cuando Dios está permanentemente presente en mi conciencia, desde que me despierto hasta que me acuesto, incluso cuando a media noche me despierto para volverme a dormir, ahí está Él; cuando sólo pienso en Él, cuando siento cómo detrás de mí estuviera su aliento, abrazándome, entonces, yo ya he dejado de existir como elaborado de mi mente, para convertirme en nada, y así Dios en mí ser el fruto de la nada. Nada existe que no sea Él, y nada veo que no sea El, porque nada hay fuera de su permanente presencia en mí. Es entonces cuando yo me transformo en mi más profunda Realidad.

5. Las añadiduras

29 Así pues, vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. 30 Que por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso. 31 Buscad más bien su Reino, y esas cosas se os darán por añadidura.
Lc 12, 29-31
¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir.
Confucio
No andemos pidiéndole lo que creemos, necesitamos (lo que en el fondo son las añadiduras), porque ya nuestro Padre celestial, sabe de qué tenemos necesidad. Porque en general, lo que sale de nuestra boca suelen ser peticiones de apoyo a nuestros asuntos. “Señor, que me salga bien el examen, que encuentre trabajo, que se cure mi hijo, que encuentre la cartera que se me ha perdido, que no bajen demasiado las acciones del banco, que mi jefe me deje en paz, que gane mi equipo de fútbol, etc.” Es decir, pedimos las añadiduras, que se nos solucionen nuestras necesidades de aquí, qué comer, qué beber. Y ni siquiera sabemos lo que estamos pidiendo, amén de que muchas veces forzamos a Dios para hacer y complacernos en temas que mejor no hablar. No sabemos lo que estamos pidiendo.
10 Luego llamó a la gente y les dijo: «Oíd y entended. 11 No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre.»
Mt 15, 10-11
Otras veces pedimos inocentemente (o no tan inocentemente) cosas como…
20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. 21 El le dijo: «¿Qué quieres?» Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino.» 22 Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?» Dícenle: «Sí, podemos.»
Mt 20, 20-22
A veces las circunstancias que vivimos son especialmente trágicas, y deseamos fervientemente que el Señor nos aparte del peligro, de la adversidad.
41 Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba 42 diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
 Lc 22, 41-42
Y no obstante, incluso en esas situaciones, donde todo nuestro ser reacciona violentamente ante la amenaza, debido a la natural aversión al riesgo y al dolor, Jesús no dice, a pesar de todo, que no se haga nuestra voluntad, sino la suya. Porque:
30 Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Jn 5, 30
Jesús, nada menos que Jesús “no hace nada por su cuenta”. Porque no busca su voluntad, sino la del Padre.
38 porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. 39 Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que lo resucite el último día.
Jn 6, 38-39
Esto es “Fíat voluntas tua”. Hacer la voluntad del Padre.
La Redención no consiste en adorar a un hombre que resultó ser el Mesías, de la misma forma y con los mismos medios rituales (más o menos), ceremonias, sacrificios y celebraciones con los que los maoríes adoran a sus dioses, a ver si le mantenemos suficientemente tranquilo como para que no sea demasiado severo con nosotros el día del juicio. Más allá del hecho histórico, nada tendría sentido si en nuestro interior, Dios mismo no se encarna y habita en nosotros.
20 y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Gal 2, 20
Para que esta transformación se produzca, la única vía posible tiene un nombre bastante sorprendente: “silencio”

6. Silencio

Oración y silencio interior van tan íntimamente unidos, que no puede haber la una sin el otro. A la Vida Interior se accede a través de la Oración, y a la Oración se llega a través del “silencio”.
El silencio supone hacer callar la mente y los sentidos. Es un proceso de interiorización, de aislamiento del mundo exterior, que Jesús lo describe perfectamente al enseñarnos a orar, que hemos leído en los párrafos de Mateo 6. Cerremos la puerta de nuestra estancia, y allí en lo escondido, oremos al Padre, sin charlar mucho, como hacen los gentiles y los santurrones, simplemente unas cuantas exclamaciones que han de brotar de lo más profundo de nuestra alma.
Padre mío, que inundas todo mi ser, que tu nombre sea glorificado con mi vida, ven a mí, hágase en mí y en lo que sucede tu voluntad, ayúdame a vivir honestamente viviendo el presente, perdóname mis debilidades del mismo modo que yo lo haga con los que me puedan ofender, líbrame de la tentación de creerme autosuficiente y líbrame del mal.
Esta sencilla oración (o sea, el Padrenuestro aplicado a mí mismo) pronunciada muy despacio, saboreando cada frase, puede ser el umbral del silencio interior, para a continuación cerrar los sentidos, y dejar la mente quieta, sosegada, tranquila, sin esforzarnos por rechazar cada tontería que nos venga a la cabeza, sino dejar que venga y se vaya, sin prestarla atención. Es abandonarnos totalmente, relajarnos totalmente, mostrar al Padre nuestra total actitud de abandono en sus brazos, en un “he aquí el/la esclavo/a del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. Y esperar respuesta. Que sea nuestro “veni Creator”, nuestra silenciosa invocación al Espíritu Creador, que hace de nosotros, seres imperfectos, procedentes del barro de la Tierra, auténticas encarnaciones de Dios, reencarnaciones del Avatar Jesucristo. Dios en la Tierra. Luz del Mundo. “Adveniat Regnun tuum”
Podemos estar así en silencio, quince, treinta, sesenta minutos, dos, tres horas. Un día y otro y otro, y un mes, y otro, y un año y otro. Unas veces sentiremos el divino consuelo de percibir con todo nuestro ser en silencio, cómo Él nos rodea completamente, cómo entra y sale por cada uno de nuestros poros, como nos fundimos en una sola entidad, en la misma esencia; cómo El soy yo. Pero no mi “yo apañao”, sino mi real esencia espiritual, la que trasciende este mundo. En otras ocasiones, vendrán tiempos de aridez, cuando por mucho que estemos en Oración, nos encontremos fríos, como si se hubiera ido de nuestro lado; sentiremos el abandono, acompañado de contratiempos y adversidades… “sin noticias de Dios”.
Hay que ser conscientes que Dios es imprevisible, que en Él no rige la ley de la proporcionalidad, que no se cumple que cuanto más oremos, más gustito o viceversa. Recordemos el pago de un denario tanto a los que trabajaron todo el día como a los que sólo lo hicieron a última hora de la tarde, con gran enojo de los primeros.
Y es que para que realmente “se haga su voluntad” en nosotros, nuestra voluntad ha de estar alineada con la suya, no la suya con la nuestra. Y esto supone un duro proceso de negación de nuestros apegos. Y acostumbrarnos a que creer que cuanto más oremos, mayor gustito, no es la mejor forma de aceptar su voluntad en todo momento y circunstancia.
Nuestros místicos han descrito estas épocas comparándolas de varias formas.

7. Los grados de la vida mística

Ya hemos visto que una forma de comparar este proceso de abandono de uno mismo y fusión con la voluntad del Padre está asociada a un camino de perfección con tres grandes etapas, empezando por la purgativa, que vimos al recorrer la primera parte del Camino de Santiago en el “fiat homo”, y que es ascética, de fortalecimiento personal de la voluntad a través de métodos penitenciales. Teresa de Jesús en el Libro de la Vida (Op.Cit), lo asemeja a un primer grado de Oración, donde el trabajador de la huerta (nuestra alma), tiene que sacar agua de un profundo pozo con gran esfuerzo. La segunda etapa es la vía iluminativa, que vimos al recorrer el Camino en su segunda fase, en el “fiat lux”, donde el alma parece haber alcanzado una estabilidad emocional y siente una gran paz interior. Teresa lo asemeja al segundo grado de Oración de recogimiento, donde el hortelano saca el agua con arcaduces, con bastante más facilidad, aunque no está exenta de largos periodos de aridez. Y la tercera etapa es la gran vía de la unión con Dios, que Teresa asemeja a los tercer y cuarto grados de Oración de quietud y de unión, donde el hortelano saca agua tendida del río o simplemente espera que la lluvia empape la huerta. Son los desposorios espirituales, que se alcanzan mediante el tránsito de las noches oscuras que canta San Juan de la Cruz. La subida al Monte Carmelo[vii] o las moradas del Castillo Interior[viii] son otras parábolas con las que San Juan de la Cruz y Santa Teresa, explican este proceso espiritual.
Estas descripciones no son sino un relato vivencial que han experimentado nuestros grandes místicos, pero en cada alma, en cada persona, la experiencia puede ser y es en realidad diferente.
La gran merced que Dios otorga al alma que se somete de este modo a su voluntad, no es otra que el estado contemplativo, que no es otra cosa que abrir los ojos, tras ese silencio interior y exterior en lo escondido de nuestro aposento, salir fuera y, ¡oh prodigio! ver la vida auténticamente “con otros ojos”, con los ojos del alma, y comprobar cómo Dios está en absolutamente todo lo que nos rodea, seres vivos, montañas, ríos, personas, ciudades, trajines, soledades, éxitos y fracasos, alegrías y penas, la salud y la enfermedad. Todo está en Él y Él está en todo. Y oh ¡Dios mío! Todo está bien. Está sucediendo lo que ha de suceder, aunque los acontecimientos que vemos suceden, nos espanten. Todo tiene sentido, todo tiene explicación, y nada, absolutamente nada, sucede por casualidad. Y lo que está mal está ahí para que nuestro Amor se derrame en ese entorno y Dios emerja entre la ciénaga de la injusticia humana.
Alcanzar el estado contemplativo permite al alma aprender un nuevo idioma, un nuevo lenguaje, el lenguaje de Dios.

8. La voz silenciosa de Dios

¿A dónde te escondiste,
Amado y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido.
Salí tras ti clamando y eras ido
S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual
¿Por qué siempre el alma, cuando ha encontrado a Dios, conserva o vuelve a encontrar el sentimiento de no haberlo encontrado? ¿Por qué ese peso de ausencia hasta en la más íntima presencia? ¿Por qué esa invencible oscuridad de Aquel que todo es Luz? ¿Por qué esa distancia infranqueable frente a Aquel que todo lo penetra? ¿Por qué esa traición de todas las cosas que, no bien nos han dejado ver a Dios, en seguida se ocultan otra vez?
Henri de Lubac[ix]
Hacíamos referencia al principio, a una frase del Dr. House, el de la serie de televisión: “el que habla con Dios es un creyente, pero el que oye a Dios es un psicópata”. Esta frase no es de ninguna forma despectiva; simplemente lo que afirma es que salvo circunstancias místicas absolutamente excepcionales, Dios no nos habla con palabras. En la actualidad, si alguien nos viene diciendo que Dios le ha hablado como en los tiempos bíblicos Yaveh habló a  Moisés, lo primero que pensaremos es que está trastornado y padece algún tipo de neurosis o psicopatología de base orgánica. Y no es un desprecio a la persona, sino simplemente que las alucinaciones visuales y auditivas son un signo contrastado de patologías psiquiátricas, a no ser que se pudiera demostrar lo contrario, lo que resulta ser bastante complicado. Y en eso sí que las autoridades eclesiásticas suelen ser bastante prudentes, porque ya tienen experiencia bastante de fiascos y de incluso grandes imposturas.
Como dice Larrañaga en “Muéstrame tu rostro”, Dios habla con el silencio. Pero esto es desconcertante. Si cometes una falta, un delito, un pecado, no recibirás ninguna muestra de reprobación directa de Dios. Si te esfuerzas en hacer el bien, si te pasas una noche entera velando en el sagrario, o en meditación, donde sólo hablas tú, no recibirás ningún signo de aprobación del Altísimo. Esta sensación de soledad ante Dios llega a ser tremenda y aterradora, hasta llegar a pensar si todo lo que yo he creído ha sido mi vivencia de Dios, no es sino un espejismo, una imaginación mía, un simple vapor de agua. Se llega a pensar que Dios es una invención de la mente.
18 ¿Por qué ha resultado mi penar perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina? ¡Ay! ¿serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas?
Jer. 15, 18
Dios en nosotros siempre es signo de contradicción, no es lógico, no sigue una pauta, no te deja vivir en paz, pero siempre te deja su Paz; te arde como la fiebre, pero te refresca como la brisa del mar; te exige espada, pero te da la paz. A veces dan ganas de decirle “¡¡no te entiendo!!”, y ponerle de patitas en la calle. Pero no puedo hacer eso con mi propia sangre, porque Él es más mío que mi propia sangre. Es aquello de “ni contigo ni sin ti”.
Cuando más lo necesitas, más se esconde. Pero es precisamente en esa ocultación, en ese eclipse total, donde precisamente Él se está manifestando. No le ves, lo le oyes, porque quieres, necesitas verle en cosas concretas, necesitas escuchar palabras concretas. Pero siempre se manifiesta.
Esposa
1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
2. Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
3. Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
Pregunta a las criaturas
4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
¿A dónde te escondiste, Señor, que te busqué por todas partes, y siempre que creía encontrarte, ya no estabas? Le pregunté a unos y a otros, a amigos y conocidos, a viandantes, incluso le pregunté a tus criaturas, le pregunté a los acontecimientos de mi vida, le pregunté a los montes, a las estrellas, a las olas del mar. Estuve dispuesto a cruzar fronteras, a desafiar los fuertes del enemigo. Les pregunté si alguno de ellos te había visto. Y sí, ellos te vieron, y esto me respondieron:
Respuesta de las criaturas
5. Mil gracias derramando
pasó por estos Sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
S. Juan de la Cruz (Cántico Espiritual)[x]
¿Acaso no te das cuenta de que Dios está aquí, bañándolo todo con su hermosura? Me preguntan las criaturas.
¿Pero cómo puedo ver en la ciénaga de la injusticia la hermosura del espíritu de Dios? Me cuestiono torpemente, al no saber ver más allá de mis narices.
Por defecto, Dios no habla con palabras, sino con signos, señales, símbolos, coincidencias e incluso milagros. Como Albert Gaulden refiere en su libro “el lenguaje de Dios”[xi], Él se manifiesta en todo lo que sucede, y nos habla al oído mediante coincidencias, corazonadas, frases que personas nos dicen que resuenan con una especial intensidad en nuestra mente, efectos eco (repetición no aleatoria de un acontecimiento varias veces), ensueños, epifanías, fenómenos naturales, una brisa, una tormenta, impresiones mentales, intuiciones, premoniciones, contratiempos e incluso dramas, enfermedades, ruinas, accidentes, milagros, tal como salir indemne de un accidente aéreo. Es decir, cualquier acontecimiento en nuestra vida puede ser “palabra de Dios”, un mensaje del Cielo. Desde lo más intrascendente como ver un slogan publicitario hasta lo más desconcertante como puede ser perder el trabajo o la muerte de un ser querido o una grave enfermedad puede ser una epifanía para nosotros. Sólo hay que aprender el significado de sus palabras a través de los acontecimientos. El libro de Neale Donald Walsh, conversaciones con Dios, es sumamente explicativo de cómo Dios habla a través de lo más bello pero también de lo más dramático[xii].
Para eso hay que estar simplemente despiertos, con las velas encendidas, porque no sabemos cuándo “el esposo” se va a presentar y nos va a hablar al corazón.
3 Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; 4 las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas.
Mt 25, 3-4
Hay que abastecerse de aceite para mantener nuestras velas encendidas, porque no sabemos cuándo el esposo nos va a hablar y, por cierto, no repite los mensajes dos veces. Mantener nuestra lámpara encendida es un saber comprender “¿qué me quiere decir Dios con esto?”. Porque nada sucede por azar.
7 Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos.
Lc 12, 7
Ni se mueve una hoja de árbol sin que lo consienta nuestro Padre Celestial.

9. Nada sucede por azar

Nada sucede por azar,  si se sabe interpretar el lenguaje de Dios en nuestra vida. Este aserto lo resume un bello proverbio anónimo:
Si pones a Dios en todo lo que haces, le encontrarás en todo lo que acontece.
Pero ¡oh maravilla!, cuando uno aprende a ver más allá de las cosas[xiii], y entiende los mensajes que Dios le está transmitiendo en cada acontecimiento de su vida, entonces uno comprende que el Amor no es sólo un sentimiento de empatía y atracción por el otro, que induce a la misericordia y la entrega al ser amado, sino la manifestación de Dios en este mundo, a través de lo que sucede, y a través de mis propias obras cuando “vivo realmente sin vivir en mí”, cuando ya no soy yo quien vive sino Cristo, el Padre, el Espíritu, la Trinidad, o en resumen, la Divina Realidad la que vive en mí; cuando Yo me he transformado en Él.
Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Este es el primer mandamiento. Y nosotros, fieles a ese mandamiento, lo que solemos hacer, porque así lo manda el Magisterio, es interpretarlo atávicamente levantando altares y templos donde ofrecer sacrificios a un Dios que creemos nos pide que le amemos, pero por la vía coercitiva, de modo que si no le amamos mediante continuos rituales oficiados por sacerdotes, especializados en mantener aplacada la ira de Dios, caerá sobre nosotros todo el peso de su justicia. Con esta actitud no nos separamos un ápice de las arcanas costumbres de los inuit, maoríes o aztecas, adorando a sus dioses, o de las propias tribus del Israel de los tiempos bíblicos. Esto es poner el rito delante de la actitud del corazón. Así nos va, perdiendo parroquia.
Amarás a Dios sobre toda las cosas no es otra cosa que rendir nuestra nave a Él y hacerle dueño absoluto de nuestro ser, transformarnos en su misma esencia y vivir según su voluntad, como hizo Jesús. Es decir, “vender todo lo que tenemos, dárselo a los pobres, abrazar nuestra cruz y seguirle”. En suma cruzar el umbral que el joven rico no se atrevió a traspasar.

10.  Marta y María

El que no sirve para servir, no sirve para vivir. (Teresa de Calcuta)
Lejos del mundanal ruido, parece ser la única forma de alcanzar el estado contemplativo.
El estado contemplativo se suele confundir con una vida retirada, de clausura, alejada de este mundo, en obediencia al consejo eclesial de alejarnos de nuestros tres mortales enemigos, el mundo, el demonio y la carne.
Bien es verdad que María eligió la mejor parte, pero Marta no es para Jesús ninguna proscrita. Todo lo contrario.
16 «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. 17 Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas;
Mt. 10 16-17
Y en otro pasaje, el de la Transfiguración, tras ignorar Jesús el “qué bien se está aquí”, bajando del monte, les increpó para no contar a nadie lo que habían visto, y “al tajo, que hay mucho que hacer.” O también:
Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?
Hch 1, 11
No, Jesús no desea que estemos mirando al cielo como lelos. Quiere momentos de Oración, largos momentos de Oración, porque es la forma de entrar en íntima comunicación con Dios mediante el silencio interior y exterior. Él mismo frecuentaba su oración al Padre pasando noches enteras orando en el monte. “y se fue al monte a orar” (Mc 6, 46. Lc 6, 12, etc). Pero no estuvo aislado, su misión no era la de un ermitaño, sino la de alguien que debía estar en el mundo, poner su luz encima del candelero, para que el mundo crea.
Teresa de Jesús, nuestra gran mística, cuenta como en su interior había permanentemente una lucha titánica entre una parte de ella que deseaba la soledad y el silencio, y otra que le empujaba a los caminos para llevar a cabo su obra fundacional. Marta y María. Dos enemigas que han de convivir juntas y ser uña y carne, para poder estar en este mundo en medio de lobos, para ser astutos como serpientes y cándidos como palomas.
Este es el contrasentido de Jesús, que nos impulsa a ser fuerzas antagónicas que juntas son capaces de desarrollar una potencia de Amor inimaginable.
El pasaje de Marta y María impresiona de contradictorio.
40 mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» 41 Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; 42 y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»
Lc 10, 40-42
El problema de Marta, no era que no atendiese las cosas de la casa. Todo lo contrario, quién lo iba a hacer si no. El problema es que sólo tenía tiempo para atender las cosas de la casa. Para ella, sólo importaban los trajines domésticos; sólo contaba los asuntos del Confinador. Y María, que se había dado cuenta, había sido consciente de la importancia relativa que tienen los asuntos de aquí abajo, y comprendió que “cuando pasan rábanos, comprarlos”, que hay que aprovechar las oportunidades, Y cuando el Señor se presenta… “no hay nada urgente que no pueda esperar… casi eternamente”.
Nosotros tendemos a ser Marta, y solamente Marta, y tanto más cuanto más jóvenes somos. ¡La vida nos deslumbra con tantas cosas! Nuestra formación, nuestras obligaciones como hijos o como padres, las múltiples fórmulas del ocio, la televisión, el fútbol, la prensa, los varios trabajos de sol a sol para hacer acopio de un buen pellizco a fin de mes para hacer frente a nuestros gastos. Y qué sé yo. No queda tiempo, a lo largo del día y de la noche para sosegar el espíritu, y todavía nos faltan horas. Con lo mucho que nos queda por vivir, y vamos a estar embelesados escuchando el silencio. Parece una actitud de lerdos.
María, no obstante, eligió la mejor parte, porque como dice Santa Teresa, antes fue Marta al enjugar los pies del Maestro.
[13] No queramos ir por caminos no andados, que  nos perderemos. Marta y María han de caminar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo ¿Cómo le daría de comer María a Jesús si Marta no preparara la comida?
[15] Sin embargo, María escogió la mejor parte porque ya había servido al Señor previamente enjugándole sus pies con sus cabellos.
[17] Sea vuestro prójimo el que tenéis al lado y necesita vuestra ayuda.
Resumido de las Moradas del Castillo interior de Teresa de Jesús.
 Moradas séptimas, último capítulo
Al final, no es ni Marta ni María, sino Marta y María en nuestro mismo ser, dos fuerzas antagónicas, la primera, María, que se abre al infinito para recibir la Energía, la Gracia directamente de Dios, y la segunda, Marta, que lo aplica directamente en este mundo, en el que hemos sido colocados por el mismo Dios por alguna razón, que de momento, y a falta de encontrar otra respuesta mejor, no es otra que derramar el Amor de Dios a todas sus criaturas.
María recibe el Amor de Dios, se deja amar por Él, se abandona. Marta derrama ese amor de Dios a los demás, y lo hace “como Él amó a María”, “como Él nos ha amado primero”.
Como serpientes y como palomas, como Marta y María, nos da la paz y la espada, su yugo es suave, pero nos exige la propia vida. Jesús parece que era un fiel partidario del Yin y el Yang, de los opuestos, porque en los opuestos se encuentra la estabilidad, el equilibrio, la quietud, pero no una quietud estática, inmóvil, sino dinámica, generadora de vida y de amor.
Todo esto, filosofía de vida que no es exclusiva del cristianismo, sino que mucho antes de Cristo, fue también intuida y expuesta por los expositores orientales de la Filosofía perenne, está calando en determinados sectores de nuestra sociedad, de la mano del referido mindfulness. Pero cuidado, que existe la falsa impresión que a este estado “neurobiológico” de beatitud, se puede acceder por control mental y por nuestras propias fuerzas. Es aquello de que sólo usamos el 10% del cerebro, imaginémonos si usáramos el 40%, ¡sería asombroso!
No van por ahí los tiros de la vía directa. Esa apertura que impresiona de mental, no es un fenómeno neurobiológico, aunque los fisiólogos pudieran demostrar que durante el silencio interior nuestras ondas cerebrales se enlentecen pasando de beta a alpha, theta y delta, que es el que el método Silva refiere como estado de meditación profunda[xiv]. Por supuesto que todo lo que nos sucede tiene una base orgánica y fisiológica, porque son estados que experimentamos sobre y en nuestra base corporal; hasta la transverberación de Santa Teresa tuvo un soporte neurofisiológico, supongo. Pero esto no minora en absoluto la experiencia mística que una persona puede vivir cuando aprende a contemplar a Dios en todo lo que sucede.
Esto jamás lo comprenderán los sabios de este mundo. ¡Qué se le va a hacer!
Pero no se detiene aquí los efectos de vivir intensamente la unión con Dios. Sucede algo aún más maravilloso. Llegamos a comprender una realidad absolutamente increíble: “todos somos Uno”. Esto es lo mismo que conseguir alcanzar a comprender el significado del sufrimiento.

11.  Dichosos los que sufren

La Filosofía perenne afirma que sufrir viene del latín “suffere”, soportar, cargar. Es sinónimo de padecer “patere: estar acostado”, paciente, pasión. Sufrir supone soportar una carga, una cruz, un estado indeseable, alejado de lo deseable, de lo ideal, de lo que debería ser. Donde hay perfección y unidad no puede haber sufrimiento.  Para el individuo que logra la unidad dentro de sí y con la divina Base, termina el sufrimiento. La meta de la Creación es el retorno a la Unión. La unión genera paz y felicidad; la separación sufrimiento. La verdad une, la mentira separa. El egoísmo tiende a establecer una barrera entre cada cual y el resto, barrera levantada para “separar” lo mío de lo que no lo es.
Amor y Sabiduría se basan en “ser consciente de la Unidad”.
Los seres humanos, afirma Consuelo Martín, vemos el mundo como una realidad ajena a nosotros. La realidad es algo que está ahí fuera, y lo que hacemos a lo largo de toda nuestra vida es, mediante nuestros sentidos de percepción, capturar la información necesaria y suficiente como para construirnos modelos de esa realidad, de modo tal que mediante un complejo procesado mental de toda esta información, la convertimos en conocimiento que nos permite comprender más o menos el mundo exterior.
Esta dualidad yo – el mundo exterior, desorienta y nos llenas de temores, pues somos conscientes en el fondo de que la comprensión que cada cual tiene de nuestro mundo es en esencia la mínima necesaria para que la interacción que necesariamente se establece entre cada cual y el mundo exterior, al menos no le haga demasiado daño.
En una primera aproximación tratamos de comprender el exterior a nosotros. “Yo versus el Universo”. Y me hago una imagen comprensible, un “el mundo es como sí…”. Luego, cuando mi ámbito de influencia está amarrado y creo que domino mis vecindades, entonces soy lo suficientemente estúpido para creer que “el mundo es según yo”. Es decir, primero tratamos de elaborar modelos que nos permitan integrarnos en el mundo al menos cercano a nosotros para sobrevivir. Después, tratamos de que el mundo sea según nosotros, en la medida en que nos sentimos con capacidad de poder, mando y control de nuestro medio ambiente.
Pues bien, mientras esa es nuestra percepción de la realidad, vivimos separados de “lo demás” por una invisible barrera que nos hace entrar en competencia directa con todo lo que nos rodea, sobre todo con nuestros semejantes. Sólo hay que ver las bases de la Economía, el vicio privado de acumular.
Pero cuando por mor de la acción directa de Dios sobre nosotros, acción consentida por nuestra verdadera identidad que ha conseguido domeñar nuestro ego, y hacerle dócil a la Providencia descubrimos cómo sorprendentemente, nosotros somos uno con nosotros mismos. Esto es, que todo lo que hemos dicho del “yo apañao”, de la mente, del cuerpo y del alma, como si fueran tres elementos diferentes del ser humano, se comportan “como si…” fueran diferentes, debido a nuestra división interna.
Es decir, el Amor de Dios en cada uno de nosotros, lo primero que restablece es nuestra propia Unidad interior. Dejamos de ser una peleada comunidad de vecinos donde “aquí no hay quien viva” para descubrir que todo es consecuencia del desgarro interno provocado por nuestro deseo de independencia de la Creación, de creernos yo frente a todo lo demás, incluso frente a mí mismo. Este es uno de los contrasentidos que nos hace sufrir y padecer tremendamente en esta vida, la lucha interna en nuestro interior que nos arrebata.
Pero cuando Marta y María se han reconciliado y han conseguido ¡por fin! ser una sola; cuando hemos logrado que nuestro interior se unifique y que nuestras potencias actúen al unísono de los acordes de Dios, entonces descubrimos que esa unidad descubierta en nuestro interior, ¡oh, prodigio! se disemina hasta donde alcanza nuestra vista. Comprendemos, caemos en la cuenta de que todos nosotros, los seres humanos que conviven con nosotros forman una unidad, unidad que transforma la relación interpersonal en Amor, no al otro, sino como esencia íntima de la Unidad. Vemos a los otros, no como seres individuales independientes unos de otros, sino como una sola entidad, Comunidad, decimos. Así, la idea de Comunidad deja de ser un eufemismo tan ficticio como manoseado, para convertirse en una auténtica realidad.
21 para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Jn 17, 21

12.  Todos somos Uno

El Amor de Dios entre nosotros restablece la Unidad entre los seres humanos.
Cuando somos conscientes de que los seres humanos todos somos Uno, esta es la tesis central de Eckhart[xv], la realidad que ven nuestros ojos y nuestra alma sufre un cambio radical. Hasta tanto, la Unidad es tan sólo un ideal borroso y voluntarioso y además, contracorriente, porque en la Naturaleza, sometida al Yin y el Yang se da un delicado equilibrio estable entre el individualismo y la colectividad. Es un instinto de separación que es escalable. Es decir, puede sentirlo y desearlo un individuo respecto de su entorno, o una parte del individuo respecto de él. El primer caso, la Filosofía perenne lo cataloga de impulso, pasión, pecado. En segundo caso es una enfermedad, un cáncer. En realidad el fenómeno es similar y las consecuencias igualmente lesivas, es decir, el sufrimiento. Recordemos que en el proceso de la Evolución biológica, los seres pluricelulares suponen un triunfo de la Comunidad respecto de la individualidad.
Una extraña sensación se experimenta cuando en nuestro interior logramos intuir que en el fondo, toda la Humanidad, desde la aparición del primer ser humano sobre la Tierra hace millones de años hasta el último bebé nacido hace sólo un milisegundo, pertenecen a una sola entidad, denominada “Ser Humano”, que ha recorrido un largo camino desde que nació hace varios millones de años, hasta ahora mismo.
Dios no ha redimido a los seres humanos, sino al Ser Humano, donde todos y cada uno de nosotros está integrado como una sola entidad.
Todos somos uno es una afirmación que tradicionalmente no ha sido bien vista por la Iglesia católica. Al Maestro Eckhart (Siglo XIV) le costó la condena de la Inquisición, tachado como fue de monista. El monismo es una doctrina filosófica procedente del Oriente, que afirma, el Universo está constituido por un sólo principio o sustancia primaria. Así, según los monismos materialistas, todo se reduce, en última instancia, a materia, (el Hidrógeno de las estrellas), mientras que para los espiritualistas o para el idealismo (especialmente, el idealismo hegeliano), ese principio único sería el espíritu. La doctrina más alineada en este sentido es el monismo advaita[xvi], antigua corriente vedanta que data del Siglo VI AC y predicada por Adi Shankara (Siglo VIII DC). Filósofos monistas han sido Parménides, Heráclito, Anaximandro, Demócrito, Spinoza, Berkeley, Leibniz, Hume, Hegel, y Aldous Huxley[xvii].
Cuando uno se desprende de los prejuicios sobre si una doctrina procede de un lugar o de otro, si es de un filósofo cristiano o indio o chino, y comprende la esencia del mensaje, las posturas partidarias de unos o de otros dejan de tener sentido. Y si además las autoridades eclesiásticas ya no tienen el poder, gracias a Dios que antaño tenía la Inquisición, se puede hacer caso de la voz de la propia conciencia, que es en último extremo, la voz de Dios. Aunque esto, entre paréntesis,  para los católicos no debería aplicar, pues según el dogma, el Papa prevalece a la propia conciencia.
Así que la afirmación de “todos somos Uno”, aparte de salir de la boca del mismísimo Jesús de Nazareth, es la apoteosis de la espiritualidad universal, la única que puede existir, aunque unos y otros la pretendan envasar en los herméticos recipientes de las doctrinas religiosas, que hacen que la Humanidad esté separada por un mismo Dios manipulado por códigos y disciplinas rituales.
La Verdad une, la mentira separa, frase muy fuerte que afirma Consuelo Martín. Y la Verdad además de unir, hace libres. La Verdad despoja a Dios de los apellidos que le hemos adjudicado los seres humanos, tales como el Dios de los judíos, de los egipcios, de los hindúes, de los cristianos, etc.

13.  Salí sin ser notada

Pero para acceder a la Verdad es necesario morir a muchas cosas que nos atan a tantos y tantos prejuicios (yo frente a los demás; nosotros frente a los otros). Cuando te aproximas a la límpida verdad deja de tener sentido la idea de pueblo elegido, de iglesia de hijos de Dios frente a los que no pertenecen a ella, porque no han sido bautizados y no se han adherido a la disciplina del Magisterio.
Cuando un destello de Verdad ilumina tu mente y tu espíritu, cuando tú ya eres “uno”, cuando…
En una noche oscura
Con ansias en amores inflamada
¡Oh dichosa ventura!
Salí sin ser notada
Estando ya mi casa sosegada [xviii]
…y contemplas con lágrimas en los ojos la imagen de la Tierra desde el Espacio, sólo puedes entender que ahí abajo, la inmensa obra de Dios se condensa en una sola entidad, la Humanidad, el Ser Humano, que nació de Sus manos hace millones de años para crecer y aprender en el largo camino de las eras y las épocas de la Historia, que vivió y murió una y millones de veces; que fue feliz y sufrió por sus propias debilidades y maldades, y que ha sido protagonista de los más excelsos episodios y de las más deleznables tragedias.
Todo en uno. Comunidad de santos y villanos, de pobres y ricos, de buenos y malos, de trigo y cizaña, de gente que ama y que odia, que ríe y llora, que pasa hambre y vive feliz, de Yin y Yang.
Y todos somos Hijos de Dios. Amigos y enemigos, todos somos Uno.
44 Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, Mt 5, 44
Y aún más…
34 Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. 35 Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. 36 «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. 37 No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados.
Lc 6, 34-37
En frase de Lao Tse, “El que todo lo juzga fácil encontrará la vida difícil”.
Así que sólo se puede ser hijo del Altísimo si amamos a los que creemos son nuestros enemigos. Los budistas ni eso consideran, no admiten tener enemigos.
Este es el único camino. Pero para eso, la barrera, la frontera que nos separa los unos de los otros han de ser derribadas. Y hay barreras físicas que separan unos pueblos de otros, unos países de otros, barreras defendidas con armas, gérmenes y acero. Pero más duras y difíciles de derribar son las barreras doctrinales. Esas sí que separan a los hombres y los convierten en enemigos los unos de los otros, capaces de, por fanatismo ciego, pasar a cuchillo a cualquier infiel que se nos ponga por delante. Después de una guerra, los países enemigos pueden reconciliarse e incluso formar, con todas las dificultades del mundo, una Unión Europea, pero los enemigos religiosos son irreconciliables. Sólo el paso del tiempo ha conseguido en Occidente al menos, poner un poco de sentido común a este ciego fanatismo que tanta sangre ha derramado, de modo que ya parece que las cruzadas y las guerras de religión son una pesadilla cada vez más lejana en el tiempo… supongo.
Porque lentamente, los cristianos vamos aprendiendo que amar a Dios no supone  desenvainar la espada para poner en fuga al infiel, sino esto, sentir cómo todo lo que nos rodea conforma una sola entidad, todo es nuestro, “Todo” forma parte de mí y yo formo parte del Todo.  Yo soy una simple rama, un simple sarmiento, yo soy una simple célula de un todo que me rodea y me da la vida, y por ello, “yo soy Uno con el Todo”.
5 Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.
Jn 15, 5
Durante toda nuestra vida hemos creído que “yo” me las ventilo solo. Inclusive doctrinalmente estamos concienciados de que el pecado nos ha separado tanto de Dios que Él está en “otra parte” y tenemos que buscarle. En qué pocas ocasiones se nos ha dicho que Él está en nosotros, queramos o no, lo sepamos o no, nos demos cuenta o no. Sí, sí, sabemos lo de la vid y todo eso. Si lo curioso es que todo está dicho, si los curas no hacen más que repetirlo, pero algo nos impide darnos cuenta de la Verdad, así leamos y escuchemos el Evangelio centenares de veces. O ellos se explican mal, o nosotros no sabemos comprender, o ambas cosas. “Fíat lux”. Esa es la clave de todo, ya lo hemos referido suficientemente.
Esa misma luz que nos bañó y provocó nuestro despertar en medio de la noche de la mente, es la que nos hace “luz del mundo” y sal de la tierra. Y es que la luz no puede ocultarse, más tarde o más temprano emerge, así les fastidie a los que traten de apagarla.
13 «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. 14 «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. 15 Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. 16 Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Mt 5, 13-16
Es una potencia incontenible que siempre termina iluminando, aunque en el camino muchas candelas hayan sido sofocadas.

14.  La Ley y los profetas

Lo curioso es que no se trata de abolir ni la Ley ni los profetas, ni de tirar por tierra siglos de tradición y doctrina. La cuestión es descubrir su verdadero sentido.
17 «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. 18 Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda.
Mt 5, 17-18
Efectivamente, cualquier parroquiano y autoridad eclesiástica obsesionados con el cumplimiento de la Ley y la doctrina puede considerar este libro casi herético, cuando en realidad lo que trata de expresar es que el ritualismo y la doctrina sin la vivencia del Amor es como címbalo que retiñe y campana de bronce que retumba.
1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.
1Cor 13,1
Incluso el propio Sacramento de la Eucaristía, donde Jesús se encarna en la Sagrada Forma, puede ser un acto rutinario (lo es lamentablemente la mayoría de las veces) donde recibimos la comunión como el que se toma un medicamento, mientras pensamos en la lista de la compra o en lo que nos va a costar la reparación del coche, y mientras resuena el murmullo de la gente y el coro de misa canta con voces quebradas y guitarras desafinadas.
No es posible una aproximación a la Verdad sin antes haber madurado psicológica y humanamente, y sin haber visto la Luz (Fíat Lux), un regalo que no se consigue con nuestro esfuerzo, sino con nuestro abandono en Aquel que es el único que nos lo puede dar mientras reducimos al mínimo los ruidos de nuestra mente. En el camino de aproximación, los símbolos y ceremonias nos aportan analogías de lo divino y nos crean la atmósfera necesaria para vivir aquello que sobrepasa nuestros sentidos. Este es el sentido de la Eucaristía, crear una atmósfera de recogimiento que haga como si nos eleváramos por encima de las cosas.
El corazón humano es torpe para abrirse a algo tan abstracto como es el Espíritu Santo, acostumbrado como estamos a comprender imágenes sensoriales. En la celebración eucarística, estamos ante una ceremonia envolvente, que crea (o debería crear) esa atmósfera de recogimiento que llega al clímax cuando el sacerdote muestra a los asistentes la Sagrada Forma y proclama “este es el sacramento de nuestra Fe”, “esto es Jesucristo en cuerpo y sangre”, “esto concreto es Dios”.
Y no sólo muestra a Dios representado en una hostia consagrada, sino que además te lo da a comer, para introducirlo físicamente en tu cuerpo por tu tubo digestivo, en el acto de la Comunión.
Este ritual quiere que “te des cuenta” (Fíat Lux) de que Jesús ha entrado en lo más íntimo de tu ser. Es un símbolo cierto y real, pero no más cierto y real que el hecho de que, de todas formas, comulgues o no, Dios está dentro de ti, con toda su realidad, aunque no te des cuenta, porque ese es el sentido de la Resurrección.
El símbolo eucarístico permite o te facilita algo muy importante “que te des cuenta”, “que caigas en la cuenta” de que Dios está dentro de ti, y de todos los demás asistentes con los que celebras la Eucaristía… “todos somos Uno en Él”.
Lo falso sería creer que sólo cuando comulgas, Dios entra dentro de ti, pero cuando no comulgas Dios no está dentro de ti. Es como si fuera un medicamento, que sólo cuando lo tomas tienes a Dios en sangre, y transcurrido no sé cuánto tiempo, necesitas tomar una nueva dosis de Dios, porque el efecto terapéutico de la anterior toma se ha disipado. Tómese a Jesús sacramentado, diría el prospecto, una vez a la semana, porque tiene efecto retard, o mejor una vez al día. En realidad todo depende de cómo vivas interiormente tu relación con Él.
Es decir, aunque recibir los sacramentos, dentro del Magisterio católico tiene una importancia capital para la vida de fe, no deja de ser una actividad, una práctica vacía de contenido si sólo de esta forma pretendes relacionarte con Dios, y no te has enterado que tienes una Vida Interior que es donde realmente Él habita. Porque es la Vida Interior la que da sentido a la práctica sacramental y no al revés. Si decir esto atenta contra la doctrina católica, me tendría que pensar seriamente si realmente soy o no católico.
Es pasar del ritualismo inconsciente y casi fanático a una ritualidad basada en una Verdad que toma conciencia en lo más profundo de nuestro ser.
Tomando conciencia real de lo que significan todos los principios de la Ley y los profetas (para los católicos, la doctrina), no se trata de subestimar ni dejar como innecesario todo el componente ritual y litúrgico, pues es la expresión exterior y comunitaria de la Vida Interior, sino de quitarle el sentido coercitivo, mandatario (so pena), e integrista de una fe enlatada en ritos, para devolverles el auténtico significado de expresión de fe. Porque tengo fe la expreso de esta forma, y no que tengo que hacer esto y aquello, rezar a ciertas horas, ciertos rezos (y no otros ni a otras horas, no sea que peque), para conseguir tener fe, o para aplacar la ira de Dios si no le obedezco en estos rituales.
19 Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los  observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.
Mt 5, 19
Porque bien sabe Jesús que a las gentes sencillas se las conquista por el estómago. Bien sabía que si quieres congregar a tu gente, has de hacerlo en torno a una mesa, a un banquete, a una comida, porque una buena comida es el mejor reclamo, tanto más cuanto más hambrientos estemos los invitados. Ya sabía Él que una reunión sin un pique es un desaire para con los invitados. Por tanto, el que traspase estos mandamientos más pequeños y así se lo enseñe a los hombres será el más pequeño en el Reino de los Cielos.
Sin embargo, está claro qué es lo importante y qué lo accesorio. No cabe duda que la práctica ritual sin una vida de Amor es para Jesús literalmente “nada”.

15.  De lo ritual a lo sacramental

Si uno lee cuatro veces seguidas con detenimiento el versículo Mt 6,5 “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga”, ha de preguntarse cómo ha vivido las prácticas religiosas hasta ahora. Este es un tema que a lo largo del libro estoy tratando sacar a colación, sin el menor ánimo de subestimar la liturgia, sino de llamar la atención sobre el espíritu con el que se celebra por parte del común de las gentes, es decir, de la mayoría de los creyentes
No se me malinterprete lo que voy a decir:
Quizás una de las cosas que llama poderosamente la atención a los buscadores de una nueva espiritualidad es que las prácticas de meditación orientales se basan fundamentalmente en el silenciamiento, en la relajación mental, en el vacío de pensamientos, en el silencio interior y exterior. Las misas dominicales, por el contrario son, o se han convertido, en una secuencia de lecturas, rezos que sabemos de memoria y cánticos con guitarras, que no paran durante toda la celebración, de modo que si uno quiere un poco de recogimiento interior, ni siquiera tras la Comunión lo consigue, porque estarán los coros amenizando el momento. Joan Escalés, sacerdote de un precioso pueblo del Pallars Sobirá leridano, Enviny, en su libro “La misa contada por un cura”, pone el dedo en la llaga:[xix].
“Lo he pensado muchas veces durante la Eucaristía. En ningún otro lugar como en la iglesia, la persona es tan poco ella misma. Basta mirar las caras impersonales, como ausentes. Les he dicho muchas veces: tan bien como me recibís en vuestra casa… con aquella naturalidad, aquella alegría, aquella espontaneidad. Solamente en la iglesia me siento mal con vosotros”.
[…] Si queréis ver gentes desperdigadas… id a las iglesias.
Joan Escalés.
Existen dos formas de abordar este problema, y las dos son necesarias. La primera, mediante un proceso de reflexión sobre lo que sucede en las misas católicas, y cómo los asistentes son gente anónima que no sabe cómo integrarse en el misterio. La segunda mediante un redireccionamiento de toda la catequesis católica hacia la Vida Interior de las gentes. El católico de base no ha aprendido a orar, no le han enseñado. Al católico de a pie le han formado para que centre su vida de fe en la práctica sacramental, pero quedándose los sacramentos en los puros huesos, en el significado ritual y litúrgico de una práctica casi mágica, llena de algo que parecen conjuros por los que ¡oh prodigio! se nos perdona los pecados, recibimos a Cristo y nos unimos en matrimonio, o nos bautizan. Los sacramentos parecen haber perdido su esencia, para quedarse en los signos externos, y muy importante en alguno de ellos, en las comilonas y fiestorros posteriores.
Está todo tan centrado en lo que hacemos en el templo, que parece como si nuestra fe sólo se manifestase allí. Sí es cierto que nos dicen que tenemos que ser buenos  y todo eso, pero lo importante de un católico sucede en el templo. Esto etimológicamente hablando se denomina “fanatismo”, obsesionados con el templo (el fanos). Y todo porque se nos inculca que Dios está en el templo, y no se incide lo suficiente en que lo realmente importante en un cristiano, no sucede en el templo, aunque sea una catedral gótica descomunal; sucede en nuestro templo interior, aquí, en lo escondido.
Rezar en las sinagogas, en las iglesias, a bombo y platillo sin que nada fluya en el interior de los corazones, es en palabras del propio Jesús, una hipocresía, una impostura, sostenida por un régimen inercial de comportamiento religioso, basado en “por lo que pueda pasar cuando la palmemos”.
Misas y rosarios sin vivir la Divina Realidad en nuestro interior es una práctica ridícula.
Misas y rosarios sin una vida de entrega a los demás es una práctica ridícula.
En el cristianismo, hablar de misas y rosarios, liturgia en general, equivale a hablar de sacramentos y devocionarios.
Prácticamente toda la liturgia cristiana es la que se aplica para la administración de los sacramentos.
Por definición, los sacramentos —en la teología de la Iglesia católica— son signos sensibles y eficaces de la gracia invisible de Dios a través de los cuales se otorga la vida divina; es decir, ofrecen al creyente el ser hijos adoptivos de Dios. Fueron instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia. Permítaseme incluir un resumen de la evolución histórica sobre la idea de sacramentos que se ha ido forjando a lo largo de los siglos [xx].
Inicialmente, el término asignado en las antiguas comunidades cristianas a los ritos litúrgicos era la palabra griega “mysterion”, que luego, al traducirse el término al latín, se sustituyó por “sacramentum” (lo que menciona, representa lo sagrado), y se relaciona con designio de salvación. Desde el punto de vista bíblico, "mysterion" o sacramento son signos y prodigios que realizan la voluntad divina de que todos los hombres se salven por medio de la Iglesia, actualizando el signo y prodigio fundamental: Cristo en su Encarnación, Muerte y Resurrección.
En los primeros siglos del cristianismo hubo confusión en todo lo relativo a los ritos; se aplicaba el término mysterion a los hechos salvíficos de Cristo, a las profecías del Antiguo Testamento, o incluso se comparaban con rituales de similar significado en otras religiones; incluso se asociaban a veces con posturas gnósticas, por lo que San Irineo trató de no usar esta palabra “mysterion”, para evitar confusiones. Orígenes, en el Siglo III le dio el significado definitivo, “signo de una realidad sensible que enlaza con otra realidad invisible”.
Dentro de la patrística griega, una vez casi desaparecido el paganismo (Siglo IV), el término mysterion se sigue usando, y San Atanasio le da el atributo de “designio salvífico que se realizó en el pasado y se celebra en la liturgia”. Estos hechos son fundamentalmente tres, la Encarnación, la Eucaristía y Pentecostés, que según Cirilo de Jerusalem, se expresan en los ritos del bautismo (Encarnación), Eucaristía y unción (Pentecostés). Dionisio el aeropagita establece estas tres, como las “consagraciones”. El Norte de África popularizó el término “sacramentum”. Es San Agustín de Hipona el que populariza el término al referirse a los ritos litúrgicos de la Iglesia. Al parecer, dentro de esta sopa primordial de conceptos, en tiempos de San Agustín S. IV, el número de signos externos considerados “sacramentum” llegaban a en torno a trescientos. Bien es verdad que muy pocos eran los que se materializaban en ritos litúrgicos. Pero esto da idea de cómo en la Iglesia, los conceptos que ahora son asumidos como dogmas, tardaron muchos siglos en consolidarse, y mientras tanto, estuvieron flotando en la mente de los expertos como conocimiento teológico en fase de maduración.
Al tiempo que los sacramentos van tomando forma como ritos, se inicia la reflexión -de la mano de la influencia progresiva de la filosofía aristotélica- acerca de lo esencial de la ceremonia o aquello que no puede faltar para que el sacramento sea válido. La noción de causa y la distinción de materia y forma enriquecieron de manera notable la reflexión sobre los sacramentos.
Tomás de Aquino apunta dos cosas muy importantes, lo primero en relación a la eficacia de los sacramentos, en el sentido de que esta está en función de la fe y disposición de la persona que lo recibe, lo que denomina “carácter sacramental” del creyente. Lo segundo, que centra la importancia litúrgica en los que al final serán los siete sacramentos partiendo de una reflexión antropológica relacionada con las circunstancias del hombre: nacimiento, crecimiento, nutrición, enfermedad, vigor primero, propagación y gobierno. Esta consideración con algunas variantes ha sido adoptada por el Catecismo de Juan Pablo II (cf. nn.1210-1211). En el Concilio de Lyon se establece una profesión de fe, sobre los siete sacramentos de la Iglesia. Trento ratificó el número, contenido y significado.
En contra de la teología de la Reforma, el Concilio de Trento afirmó la eficacia de los sacramentos siempre que el receptor no ponga obstáculos a la gracia. Ahora bien, para evitar conflictos con los ortodoxos, se usó la expresión «contienen la gracia» y no «causan la gracia» y la contienen «ex opere operato» según expresión que indica su eficacia sobrenatural propia. Sin embargo, se condicionó tal eficacia a que el ministro quiera hacer con ellos lo que hace la Iglesia y realice lo esencial a cada sacramento. Además se indicó que tres eran los sacramentos que conferían «carácter» (y que, por tanto, sólo podían ser recibidos una sola vez): el Bautismo, la Confirmación y el Orden.
Lo que en la esfera católica han quedado como siete sacramentos, en la Iglesia Anglicana se aceptan dos sólo: Bautismo, Cena; en el luteranismo tres, Bautismo, Cena y Absolución; pero en general, en la esfera protestante actual, sólo se consideran el bautismo y la cena. Lo mismo sucede en la esfera ortodoxa griega, que en esencia acepta los tres sacramentos fundamentales, bautismo, cena y arrepentimiento. Además el matrimonio es ceremonia religiosa, administrada por el sacerdote.
He incluido esta explicación, accesible en Internet, algo extensa sobre los sacramentos, para indicar cómo las ideas teológicas que rigen la vida de las gentes, son fruto de siglos de evolución, y que no siempre han estado tan clarificadas. Se tardó quince siglos afirmar que Cristo instauró los siete sacramentos, lo que no comparten todas las iglesias cristianas. Se les atribuye un significado y eficacia que está entre su potencia intrínseca y la disposición de las gentes al recibirlos. Pero lo fundamental, y es por lo que los traigo a colación, es porque son en esencia el eje central de la vida de fe de la Iglesia. Es decir, es como si fuera de los actos litúrgicos sobre los que se desarrolla el hecho de recibir los sacramentos, lo que quedara es un código de buen comportamiento, que se fortalece con la recepción de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Penitencia.
Sobre el papel, todo es correcto, y está perfectamente pensado. Desde el punto de vista doctrinal, todo tiene sentido. Lo que no está tan claro es que tenga el mismo sentido desde el punto de vista de la gente, que en general es una perfecta ignorante de los argumentos teológicos que soportan todo el edificio doctrinal.
En la práctica me da la sensación de que “esto no mola”, porque las cosas son de tal forma que se ha establecido un perfecto “cumpli-miento”, un cumplo y miento. Cumplo, porque sí, asisto a misa y me confieso de vez en cuando, pero miento porque de nada me sirve cumplir, si mi vida es una mentira, porque para mí Dios, Cristo y todo lo demás adquiere una tibia realidad, en su caso, mientras dura la misa, y me atrevo a vaciar mi cubo de basura en el confesionario, sacramento este de la penitencia, cada vez más olvidado entre los católicos.
Más allá de la eficacia intrínseca que tengan los sacramentos, sobre todo Eucaristía y Reconciliación, está la actitud de corazón.
Jesús lo dice clarísimamente:
23 Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, 24 deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.
Mt 5, 23-24
Es decir, olvídate de celebraciones religiosas, si tú y hermano tenéis cuentas de conciencia pendientes de resolver.
Porque lo único que importa es el Amor, el Amor con el que hayamos amado a los demás.
38 «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente. “ 39 Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: 40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; 41 y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. 42 A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda. 43 «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo  y odiarás a tu enemigo. 44 Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, 45 para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.
Mt 5, 38-45
Dios hace salir el sol sobre justos e injustos.
No juzguéis y no seréis juzgados, (Lc 6,37). Perdónanos en tanto hayamos perdonado, (Mt 6,12) hasta setenta veces siete (Mt 18,22). ¿Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano y no ves la viga del tuyo? (Mt 6,2).
12 «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas.
Mt 6,12
La idea, creo yo, consiste en establecer un feed back entre vida y sacramentos. Los sacramentos fortalecen el espíritu para perfeccionar la vida, y la vida misma desea ser un signo sagrado que se fortalece con los sacramentos.
De otra forma, no tiene sentido la práctica religiosa. Yo le hago una faena al vecino, no me reconcilio con él, no le pido perdón, pero eso sí, me confieso y comulgo. El valor de estos actos religiosos es igual a cero. Y sin embargo es lo que solemos hacer y cómo solemos vivir.
El gran drama que vive la Iglesia católica es la separación entre espiritualidad (Vida Interior) y práctica religiosa. En los tratados de teología, en el catecismo, esta ruptura no existe, obviamente, pero en el común de las gentes sí. Y esto es lo que hace de la práctica religiosa una impostura, una hipocresía, consentida por parte de todos, de los curas, que no insisten lo suficiente, y casi ni siquiera mencionan explícitamente en sus sermones, la necesidad de descubrir la Vida Interior, y aceptada por los feligreses que viven cómodamente en su hipocresía basada en el cumplir y mentir.
¿Qué cura en misa de una un domingo se atrevería a decirle a sus parroquianos, “los que tengáis cuentas pendientes con el prójimo, que no volváis a pisar la iglesia hasta que os hayáis reconciliado con él, como dice Jesús en Mateo 5, 23”? Lo más probable es que al domingo siguiente, la iglesia estuviera vacía, y eso fastidiaría la estadística de frecuentación dominical.
Honestamente hablando, en mi opinión, la causa de la deserción masiva de creyentes católicos se basa en esto, en que el cristiano, que lo es por la decisión de sus padres de bautizarle con pocas semanas de vida, y no por decisión propia, descubre lo absurdo de centrar la vida de fe en la práctica de una serie de ritos que impresionan de semi mágicos, mediante los cuales, por arte de magia, a uno se le perdonan los pecados y se le devuelve la Gracia. Es absurdo que tan sólo ritos casi chamánicos sean el eje central de una fe en un Dios, que eso sí, como no cumplas con los ritos, lo tienes crudo en el examen final. Tantas cosas son absurdas en este estado de cosas, consentidas por los curas, con tal de ver los templos llenos, como consentían in illo tempore los mercaderes en el templo, que al final, cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que mientras el papel lo aguantas todo (catecismo, tratados de teología), la realidad es tozuda y nos demuestra cómo todo esto se ha convertido en una decadente romería popular.
No es la doctrina sobre los sacramentos y las prácticas religiosas la que está equivocada, sino cómo se difunden y se motiva su vivencia entre el común de las gentes, que es la víctima de la forma actual de vivir la fe, totalmente centrada en lo que sucede en el interior del templo de piedra. Por eso las personas inquietas, que saben que “les falta algo”, que “sienten dentro de sí algo que no saben lo que es”, están buscando ese algo, que no es otra cosa que la intimidad con Dios, en técnicas de silenciamiento, de espiritualidad, que sí le aportan esa paz y ese encuentro, que por muchas misas que oigan, no consiguen encontrar.
Siempre he dicho que la Iglesia, al criticar y condenar estas prácticas llamémosle “neoeristas”, de la nueva era, están abandonando a las “ovejas perdidas de Dios”, que buscan un verdadero pastor, al no encontrarlo en el señor obispo ni en el señor cura.
Perdóneseme tanta dureza, pero esto me ha torturado toda mi vida, y gracias a haber conocido a Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, a través de mi madre, hoy no soy también yo, una oveja perdida.
Señores eclesiásticos, puede que yo y otros como yo, estemos de psiquiátrico, pero les ruego no nos condenen antes de haber meditado algo más sobre esto.

16.  De lo sacramental a lo espiritual

El razonamiento lógico del discurso sacramental de la Iglesia católica, lleva inexorablemente a tener que aceptar que la práctica de los sacramentos es mandato obligado para obtener la Gracia, conservarla y recuperarla tras las caídas. Esto supone reconocer y aceptar que sin esta práctica religiosa, la vida del creyente languidecerá progresivamente hasta extinguirse, lo cual supone un grave riesgo de condenación. Dentro de la esfera católica, esto no es cuestionable, y así lo aceptamos los católicos, que somos denominados “practicantes”, porque practicamos estos ritos litúrgicos.
Existen otros católicos, que se denominan “no practicantes”, y son un altísimo porcentaje de bautizados, a los que eso de ir a misa y confesarse… como que no les convence. No matan, no roban, cuidan de sus hijos, no defraudan a hacienda, es decir, son gente de buena voluntad, para las que los curas no son gente que les haga mucha gracia. Son desencantados de una religión basada en ritos y liturgias, que no les dice nada. Pero tal y como está el código penal católico, es prácticamente seguro que han de estar en pecado mortal, porque entre otras cosas, no ir a misa los domingos sin causa justificada, hasta donde yo sé o sabía, es una falta gravísima, penada con el fuego eterno. Eso al menos ponía mi catecismo. Si ahora no es así, qué pasa con los que murieron cuando sí era así, ¿dónde están?
Así las cosas, está claro, que lo que garantiza la salvación es la práctica sacramental, en el supuesto de que esta práctica conduce a una vida de Gracia.
De esta afirmación a la afirmación categórica de que “no hay salvación fuera de la Iglesia católica” prácticamente no hay nada. Esto es lo mismo que decir que el ser humano, o es católico practicante, o prácticamente no tiene nada que hacer.
Esto se traduce en uno de los atributos más identificativos de las grandes religiones monoteístas, la de ser mutuamente excluyentes, la de que pretenden ser únicas a efecto de salvación. Y este atributo, en la Iglesia católica y en el Islam,  llega al paroxismo. Por eso, Christopher Lamb afirma que el estudio comparado de las religiones con la católica o con el Islam, es un ejercicio desagradable para los católicos o los musulmanes, porque eso les relativiza, cuando están convencidos del carácter absoluto de su fe.[xxi]
La importancia de las religiones ha estado y lo está en función de su impronta cultural y política. Durante siglos, el cristianismo católico ha ocupado un lugar en la vida cultural y política de las gentes de Europa innegable. Los papas, auténticos sucesores, además de Cristo, de los emperadores romanos, por la supuesta Donatio Constantini, han hecho y deshecho, además de en lo religioso, en lo político y militar. Han tenido autoridad para nombrar reyes y emperadores. Es un estado de cosas semejante, ¿quién se atreve a negar que la práctica religiosa es imprescindible para salvarse? Lo mismo aplica para los musulmanes en tiempo del califato de Damasco o de Córdoba. Un poder político y social tan descomunal en ambos casos, ahoga cualquier pretensión de llevar la contraria a los líderes religiosos en materia de fe. En este estado de cosas, ¿quién dudaba de la autoridad del Papa? No había que legislar su infalibilidad; era evidente.
Pero cuando a raíz del Renacimiento, de la reforma protestante, de la Ilustración y del avance de la filosofía científica y del modernismo, la autoridad de la Iglesia se tambalea, y se van perdiendo poco a poco sus poderes temporales, los Estados pontificios en Italia y demás armas de autoridad política, social e incluso militar del papado, es entonces cuando la autoridad de la Iglesia decae, hasta el extremo de cuestionarse, no su impronta social, sino religiosa. En este estado de cosas, sí que procede legislar la infalibilidad del Papa, lo que se acuerda en el Concilio Vaticano I.
La debilidad social y política de las religiones tiene su lado bueno y su lado malo. El lado malo se manifiesta en lo que sucede en la actualidad en Europa, que los cristianos somos a efecto social, una minoría sociológica, con un impacto muy relativo en la organización de la vida pública, tremendamente secularizada, donde en la práctica “Dios ha muerto”, con leyes, como la del aborto (y las que amenazan en el horizonte: eutanasia, clonación, hibernación, trasplantes de cerebro, etc), que atentan frontalmente con el espíritu cristiano de la vida humana. Pero también tiene un lado positivo, que nos obliga a volver a los orígenes de lo que somos, la comunidad de seres humanos que afirmamos que existe una relación personal con un salvador único, que es a la vez Dios y hombre. Además nos obliga a compartir cuota social con religiones ajenas a la nuestra. En nuestras ciudades ya no hay sólo templos católicos; también comienzan a proliferar mezquitas, sinagogas y templos budistas. Si no queremos pecar de racistas religiosos, hemos de aceptar, como dice Lamb, que “nuestra fe no es el único camino para la salvación; que los católicos, los cristianos tenemos nuestro camino hacia Dios y ellos tienen el suyo. El nuestro es verdadero y funciona para nosotros, y el suyo es verdadero y funciona para ellos”. Tras tantos siglos de imperialismo cristiano, donde la evangelización pasó de ser una predicación del amor de Dios, a una imposición a la fuerza, con un desprecio total hacia las culturas autóctonas, es lo menos que el Occidente cristiano puede hacer hacia el Oriente.
"Ustedes los blancos presumían que éramos salvajes... Cuando cantábamos nuestras alabanzas al Sol, a la Luna o al Viento, ustedes nos trataban de idólatras. Sin comprender, ustedes nos han condenado como almas pérdidas, simplemente porque nuestra religión era diferente de la vuestra. Nosotros veíamos la Obra del Gran Espíritu en casi todo: el Sol, la Luna, los Árboles, el Viento y las Montañas; y veces nos aproximábamos de El a través de ellos: ¿Era eso tan malo?. Yo pienso que nosotros creemos sinceramente en el Ser Supremo, de una fe más fuerte que muchos blancos que nos han tratado de paganos. Los Indios viviendo del lado de la Naturaleza y del Maestro de la Naturaleza, no viven en la oscuridad."
Tatanga Mani o Búfalo Caminante (1871-1967) Nación Stoney (Canada)
La convivencia con otras religiones suele traer consigo la tolerancia y el respeto de las demás, como formas alternativas de explicar el misterio de la existencia humana. Durante el Medioevo español, esto sucedió entre judíos, moros y cristianos, y supieron vivir en paz, sin renunciar cada cual a su fe, pero respetando las demás, salvo cuando políticamente una prevalecía sobre la otra. Los judíos fueron siempre minoría.
Sin embargo, siempre subyace un más o menos acentuado “tribalismo religioso” en nuestras actitudes. Nosotros versus ellos. Para reforzar nuestra importancia, incidimos en los errores de las demás (y viceversa). Nosotros caricaturizamos al Islam como fanáticos religiosos que imponen de un modo desfasado la sharía o ley islámica a las gentes, mientras ellos, también hacen lo propio con los cristianos. Recordemos el calificativo nada equivocado del poeta musulmán Abul-Ala-al-Maari, de la fe de los cristianos, tan sincera como ingenua.
En este escenario multicultural y multireligioso, donde obligadamente se ha de convivir con otras culturas y religiones en la misma tierra, nos podríamos hacer, con Lamb, la siguiente pregunta. ¿Podemos estar seguros de que al hacer de Cristo el centro de nuestras vidas, a expensas de sus rivales, no nos estamos equivocando?, es decir, ¿es nuestra fe cristiana sólo nuestro particular camino hacia Dios, ni mejor, ni peor que el suyo? La respuesta es un absoluto dilema. Porque si respondemos afirmativamente, entonces tenemos que reconocer que la misión evangelizadora no tiene mucho sentido, ya que tal y como se ha hecho, en el fondo ha sido un arma definitiva en las estrategias de conquista y colonización de las naciones europeas. Ha sido puro imperialismo religioso, que ha masacrado culturas autóctonas; pero de paso, destruimos la base misma de la Iglesia, negando el mandato de Cristo de “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). Si respondemos negativamente, entonces afirmamos que sólo es posible la salvación por medio de la Iglesia, lo que justifica, no sólo la evangelización tal y como se ha hecho, sino el imperialismo religioso, y de paso niega la validez salvadora del resto de confesiones, lo que dejaría en fuera de juego al 90% de la población mundial que no es católica “y practicante”.
Así pues, la respuesta no es ni sí, ni no, sino todo lo contrario.
El problema radica, no en la Iglesia católica, que al fin y al cabo no es sino una organización humana constituida para difundir el mensaje de Jesús, sino en Jesús mismo.
Jesús dice de sí mismo “yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre si no por mí” (Jn 14, 6)
Pedro, ante las autoridades de Israel afirma, “No hay salvación en ningún otro, pues no se ha dado a los hombres otro nombre bajo el cielo por el que podamos ser salvos” (Hch. 4, 11-12) Y lo mismo afirma en varias ocasiones Pablo en sus cartas.
Christopher Lamb plantea cómo se puede asegurar semejante afirmación de modo incuestionable ante los hombres. ¿Qué autoridad puede afirmar que lo que dice Jesús es cierto? Alguien superior a Él, lo cual no tiene sentido, si se afirma su divinidad.
En resumen, y para no extendernos en lo que no dejan de ser “disquisiciones filosóficas” que no tienen ningún valor postal... Nadie puede ni afirmar ni rebatir la afirmación de Jesús de que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, porque esta afirmación, su vida y su enseñanza, se autentifican solos. Porque no se puede demostrar lo indemostrable.
Podríamos estar escribiendo páginas y páginas esgrimiendo argumentos a favor y en contra de que la fe católica es la única, y lo contrario. Pero todo esto nos conduce a lo que termina siendo “la insoportable levedad de los dogmas religiosos”.
Un dogma religioso no deja de ser un acto de sugestión voluntaria de la mente ante lo divino. Yo me convenzo de algo indemostrable, hasta hacerlo tan veraz en mí, que no hay forma de que me lo desmonte nadie, porque me niego a renunciar a ello que creo, para mí es cierto. Pero por mucho razonamiento filosófico y teológico que se le aplique, al final, es como una nube de humo que termina desvaneciéndose ante el inmenso aire que nos rodea, por muy salvaje que sea el incendio originado, siempre vence el aire que disuelve los más voraces incendios. Eso sí, los incendios dejan la tierra quemada, a veces para siempre.
Si esto se instituye de modo colectivo, tenemos a toda una comunidad que ha de aceptar estos convencimientos, si sus miembros quieren pertenecer a ella. Volvemos al Sueño del Planeta de los toltecas. Alguien pensó por mí en cómo son o han de ser las cosas, y que ni se me ocurra contradecirle.
Este camino, que se origina en el mensaje de Jesús, deriva progresivamente hacia lo sacramental como esencial, para terminar en la triste realidad de que de facto, lo que importan son sólo los ritos, para mantener al rebaño en el corral.
Esto es lo que se llama “eclesiastizar la fe”, es decir, convertir el mensaje de Jesús en un conjunto de códigos canónicos que convierten la fe en una adhesión incondicional a ese conjunto de códigos, que basados en el mensaje de Jesús, se convierten en exclusivos, excluyentes y biunívocamente asociados a una organización religiosa. De ahí la importancia capital de los actos sacramentales, porque son la base, los cimientos de la Iglesia.
En mi opinión, la única forma de no volverse loco de remate (como deben estar bastantes teólogos, que como a Don Quijote, se les debe haber derretido el seso a fuerza de discursos), con estas reflexiones, auténticamente demoledoras, que como los incendios, dejan la mente totalmente arrasada, porque es como querer demostrar científicamente lo absolutamente incomprensible, es volver todo nuestro ser a lo espiritual, es decir, al puro y simple vacío interior.
Si algo tiene sentido en todo este avispero intelectual, causante por cierto de centenares de miles de muertos en guerras de religión, es que lo único importante es la relación personal del ser humano con su Creador, profese la religión que profese.
Si nos centramos en lo auténticamente espiritual, nos daremos de bruces con Jesús de Nazareth, su vida y su enseñanza. Pero también con Buda, con Lao Tse, con Patangali, con Shankara o con Mahoma, y con todos los místicos universales, que supieron ver dónde está la Verdad. Así que, cuando tornamos a la esencia espiritual de  ser humano, vemos cómo se desvanecen las estructuras religiosas y sus dogmas, para brotar con fuerza sublime, algo que nace de lo más profundo del alma humana, el anhelo de regresar al Creador.
Dejar este discurso en esta situación tiene un efecto fabuloso. Deja la mente inquieta porque seguirá preguntándose, “pero bueno, en qué quedamos”; pero el alma quedará sosegada, serena.
La mente queda inquieta, porque no hay respuesta a si la fe católica es o no la verdadera y única. Porque la respuesta es ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Lo que no les va a hacer ninguna gracia a ninguna de las autoridades religiosas que reinan en este mundo.
Pero el alma se serena, porque vuelve a su ser tranquilo en los brazos del Padre, que ni de lejos creo que le interesen demasiado las trifurcas doctrinales, ni las peleas religiosas sobre quién es más importante y quién tiene las llaves del Cielo.
La espiritualidad, donde Dios y el ser humano se encuentran de verdad, es lo que Consuelo Martín denomina “la vía directa”. Supone descubrir lo que somos realmente, y al descubrirlo, comprender que “mi vida está en Tus manos”.
Descubrir lo que somos es si cabe, insultantemente sencillo. Cualquier momento es oportuno para nuestro personal descubrimiento. Consiste en observar. Y aquí la mente y el pensamiento además de sobrar, son un estorbo.
Como dice Consuelo Martín en su libro “El arte de la contemplación”,
“Observo una emoción, y al hacerlo la veo como algo separado hasta que se disuelve. Observo una escena en la que estoy, y si lo normal es captar detalles y atributos para fabricarme un modelo de mi propia realidad, inevitablemente raquítica, por mi raquítica capacidad de percepción, la cuestión consiste en simplemente mirarme sin pretender formarme una opinión, un constructo. Simplemente ver sin mostrar interés especial por nada. Descansando”.
Cuando vamos a la montaña y desde un punto elevado logramos contemplar un magnífico paisaje, decimos que desde allí se puede contemplar un bello panorama.
Utilizamos el término contemplar para referirnos a ese momento que quisiéramos fuese eterno en el que empaparnos de la increíble belleza que nos ofrece la Naturaleza. La contemplación nos incita a estar en silencio, a apaciguar nuestro espíritu que parece como si se esponjara, llenando nuestra retina de luz y color, y nuestros oídos del sonido tenue de la brisa, y los pulmones del aire fresco de la montaña.
No nos fijamos en nada concreto, y lo normal es sentir un profundo sentimiento de paz y relajación. Quisiéramos no irnos de allí. Maestro, qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas…
Hemos contemplado, nos hemos esponjado, pero no tardará mucho tiempo antes de que nuestro cerebro se ponga en funcionamiento y “se fije en algo”, se centre en algún detalle, se sorprenda por algo, así que comenzará a pensar y a utilizar el reconocimiento de patrones para identificar cosas. Entonces el paisaje desaparece y lo único que vemos es, por ejemplo si viésemos el Mont Blanc desde Chamonix, cómo el glaciar que procede de la montaña está retrocediendo año a año. Esto nos enlaza con el problema del calentamiento global y de lo triste que es ver cómo los glaciares se están derritiendo y las consecuencias que esto puede tener en un clima desequilibrado, y etc. Etc. Total, adiós contemplación del paisaje, y bienvenidas nuestras personales preocupaciones, que en el extremo nos amargarán el día, si nos obsesionamos por el fenómeno.
Pero hay gente buena que al verte desasosegado, puede acompañarte en tu ceguera y enseñarte como relajar el espíritu y enseñarte a ver y a reconocer en ti, que eses luz del mundo.
Más allá de la retracción del glaciar del Mont Blanc, contemplar es ver y amar el paisaje tal cual es. Incluso tras haberte fijado en el problema, o justamente por haberte fijado en él.
Así, la contemplación es el punto donde convergen todos los caminos, donde desembocan todos los ríos que se dirigen hacia el Océano de Dios. Y el Amor es la consecuencia, el efecto que produce la contemplación en nosotros mismos, de un modo además, imparable.
Esto es espiritualidad, esto es relación directa con Dios, acaso sin práctica sacramental convertida en rituales. Pero es una íntima relación con el Creador.
Esto no relativiza la importancia que pueda tener para los católicos sus sacramentos, o para los musulmanes sus actos de culto o lo mismo para los hindúes o budistas. Simplemente quiere hacer ver que una práctica sacramental sin la vivencia profunda de la espiritualidad es menos que nada. Pero la vivencia interior, el descubrimiento de uno mismo y de su relación íntima con Dios, da todo el sentido del mundo a la práctica sacramental, a los actos de culto. Y en ese sentido, que cada cual siga y practique la fe que le infundieron sus padres, o la que descubrió por sí mismo. Yo, como soy cristiano, me adhiero a la comunidad católica comprometida, pero me libraré muy mucho de ser excluyente.
Desde la espiritualidad, los propios sacramentos tienen sentido. El bautismo es la necesaria puerta de entrada, es la decisión de iniciar el camino de regreso a casa.
18 Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. 19 Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.”
Lc 15, 18-19
Es la decisión de unirse a la comunidad de fe que camina hacia Dios. Es la decisión de salir de Roncesvalles y comenzar a caminar.
La confirmación, aunque en el código católico es como el bautismo, que imprime carácter, y por ello sólo se recibe una vez, es en el fondo el continuo acto de afirmación, la voluntad de seguir, y de aceptar el Espíritu Santo en nuestro interior. De alguna forma, la confirmación debería ser la actitud del joven rico de, conscientemente, vender todo lo que tuviera, tomar su cruz y seguir al maestro. Es una decisión muy seria, tan seria como que supone, o debería suponer, el abandono total y absoluto de nuestra vida en manos del Padre, optar por querer ser perfecto; pasar de ser un católico practicante, centrado en los actos de culto,  a entrar por la senda estrecha de la Vida Interior, de la mística, de la vía directa hacia Dios.
La reconciliación es el sacramento del perdón. “Perdónanos como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Mientras que esta actitud de arrepentimiento del corazón es suficiente para sentirse perdonados por Dios, en el rito católico, el perdón exige pasar por el confesionario, en la medida que para la Iglesia católica, el mandato de perdonar o no los pecados, queda delegado en los ministros del culto. La confesión tiene un sentido (aparte del doctrinal), espiritual y hasta psicológico importante, pues es como descargar nuestras debilidades, nuestras culpas en alguien que hace las veces de Dios mismo, y del que sabemos nos va a perdonar. Hay pecados y faltas que necesitamos compartírselos a alguien para quedarnos tranquilos, para recobrar la paz de espíritu.
La Eucaristía, como sacramento habitual del cristiano, que se celebra en la misa, supone el alimento reparador, es el acto sublime en el que mediante la ingesta del pan y vino consagrados, materializamos ese recibir y acoger en nuestro templo interior a Dios mismo. En él aceptamos a Cristo como nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra propia Vida. Es el acto de culto que representa la máxima intimidad del alma con Dios mismo. Es el sacramento místico por excelencia.
Luego está el matrimonio. Este es un sacramento, un signo sagrado del amor de Dios a los hombres a través de su mejor invento, el amor humano expresado en el amor de un hombre y una mujer. La gente piensa que se recibe o se celebra en el momento de la boda. En realidad en ese momento comienza a manifestarse. El matrimonio es una auténtica hierofanía, una manifestación de lo sagrado a los humanos a través del amor de la pareja. Supone la expresión del amor en un “te doy mi vida entera, y prometo serte fiel en toda circunstancia, todos los días de mi vida”. Y ese amor se materializará en la concepción de un nuevo ser, el hijo, un nuevo ser humano que perpetuará la especie y el Amor de sus padres.
El orden sacerdotal es un sacramento que en todas las religiones expresa la decisión de determinadas personas de sacrificar por expreso amor a Dios sus vidas por toda la comunidad al extremo de decir: “os doy mi vida entera y os prometo seros fiel en toda circunstancia, todos los días de mi vida”. Es como el matrimonio, pero en vez de ceñido a una persona, a toda la comunidad en unidad con Dios. Es por tanto, la manifestación del Amor de Dios a los hombres a través de la entrega total al servicio de la Comunidad. Aunque canónicamente los frailes y las monjas no reciban este sacramento, en la práctica, es como si lo recibieran, porque salvo las específicas capacidades sacramentales que se le otorgan a los sacerdotes, por lo demás, ellos también dan su vida entera a la Comunidad.
Y por último queda la unción de los enfermos, que es el sacramento de salida de este mundo, aquel en el que el alma queda preparada para ser definitivamente acogida en las manos del Padre.
Si nos damos cuenta, que tras quince siglos se llegase a la conclusión de que estos son los siete sacramentos o signos sagrados fundamentales, no es algo exclusivo y con derecho de propiedad de los cristianos católicos, sino que cualquier persona, sea de la cultura que sea, podría experimentar y comprender, a poco que la Divina Realidad sea algo esencial en su vida, y mucho más, si la Divina Realidad lo es todo en su vida. Según su religión y sus costumbres religiosas, lo expresará según unos ritos u otros, pero estos siete signos, que en el caso de los cristianos decimos, los instituyó Jesús de Nazareth, no como el que elabora la norma doctrinal de la secta, sino como fuente de Vida eterna, son tan consustancial con la vida humana, que de una forma u otra, cualquier persona que decida iniciar su camino de regreso hacia Dios, los ha de cultivar, con o sin ritos, con o sin actos de culto, con o sin representación litúrgica, pero los ha de vivir, sentir y experimentar, como manifestaciones externas de su Vida Interior, para ser luz del mundo, y para que el mundo crea.
Por eso, la vida sacramental, o hinca sus raíces en la espiritualidad de la relación directa del alma con Dios, o no tiene ningún sentido.

17.  Con los ojos de un niño

Todo en la espiritualidad tiene sentido, todo va enfocado a crear un ambiente de convivencia fraterna, donde buscar el Reino de Dios y su Justicia significa “aprender a Ser”.
24 «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: 25 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. 26 Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: 27 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»
Mt 6, 24-27
El Sermón de la Montaña es la base programática de un nuevo modelo de vida que Jesús nos propone. Todo lo que en él se relata es lo necesario y suficiente para “dejar todo lo que tienes, dárselo a los pobres, tomar tu cruz y seguirle”. En el fondo no es nada complicado. Lo entiende un niño.
3 y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.
Mt 18, 3
Y sin embargo, cuánto nos cuesta a nosotros entenderlo; tanto que necesitamos experimentar la “iluminación” (Fíat Lux) para caer en la cuenta. ¿Por qué?
La inocencia de la infancia es adulterada con la educación. La mayor parte de lo que nuestro pensamiento elabora está fuertemente condicionado por el aprendizaje familiar, social y académico; por la educación. Es lo que los indios toltecas llaman el sueño de la familia, de la sociedad, y en el extremo, el Sueño del Planeta[xxii]. Lo hemos visto con anterioridad varias veces, los que nos precedieron desde muchos siglos atrás, han elaborado, generación tras generación, un sueño sobre cómo es esta vida, y nos la han inculcado en nuestra mente a través de la educación, de modo que ni siquiera somos lo que pensamos, sino lo que la Humanidad que nos ha precedido ha destilado en nuestra mente y nos ha inculcado a través de la enseñanza. Y aún más, nos ha obligado a aceptar compromisos sobre normas de comportamiento, de creer y de vivir, acorde con “su” sueño, no con el nuestro que ni siquiera lo hemos elaborado conscientemente, y que a poco que no caigamos en la cuenta, ni siquiera seremos capaces de concebir. Es así que cualquiera que se atreva a salirse de los carriles marcados, “delira”, es decir, se sale de la lira del sembrado, y es tratado como inadaptado al sueño de la comunidad, como sociópata, como hereje.
El niño nace virgen, con plena capacidad de aprender, pero sin ninguna idea preconcebida, de modo que para él la Vida es simplemente lo que ve. No hay dobleces, no hay segundas intenciones. Los orientales dicen que un niño nace con todos los chakras abiertos, receptivos, pero a lo largo de su educación se les van cerrando a fuerza de la imposición educativa. El niño es un contemplativo nato, un maestro zen. No juzga, no prejuzga. Decimos que es “inocente”, porque no ve malicia en nada, ni tiene malicia en nada de lo que hace. Pero su increíble capacidad de aprender y el innato instinto de supervivencia les hace ver que los que le rodean “luchan” por las cosas, y “si no llora no mama”, así que o espabila o no se come una rosca. Y aquí empieza el descenso vertiginoso hacia la triste realidad de este valle de lágrimas, a través de la creación mental y desarrollo de los complejos arquetipos de comportamiento que al final nos hace ser como somos. Hemos perdido la inocencia, y encima, a aquel que trata de mantenerse inocente, limpio de corazón, manso y en resumen, trata de vivir las bienaventuranzas, se le tacha de débil, casi de imbécil, pues pone la otra mejilla, cuando según la ley de los hombres debería responder a las ofensas con mayores ofensas, pegar puñetazos en la mesa, para no dejarse pisar por los demás, y lejos de poner la otra mejilla, liarse a mandobles, para que sepan quién es el más fuerte y “que de mí no se ríe nadie”.
Esa adulteración de la inocencia la describe Jesús mediante la parábola del administrador injusto, reconociendo que los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz (Lc 16, 1-8). Por lo que nos recomienda ser cándidos como palomas pero astutos como serpientes (Mt 10, 16), porque simplemente nos envía como ovejas en medio de lobos.
Hemos pues de alejarnos y desprendernos de arquetipos, de estereotipos, de convenciones, de normas de moralidad, de reglas de compromiso, del sueño de la tribu, de la sociedad, del Sueño del Planeta, como predican los indios toltecas, de creencias, hasta entonces válidas para nuestra vida más o menos razonable. Esto no significa negarlas. Es pasar de creer en artículos de fe escritos en doctrinas particulares de cada tribu, a simplemente experimentar la Divina Realidad dentro de sí, pasar de “ver para creer” a “creer para ver”. Esto supone un tremendo esfuerzo de desapego, de desprendernos de todos los modelos mentales que han regido nuestra vida hasta ahora. Este es un proceso en sí mismo de purificación, de penitencia en términos cristianos, de desprendernos de todo lo que hace densa nuestra alma y no deja pasar la luz. Krisnamurty denomina a este proceso, lograr la ausencia de deseo[xxiii]. La ascética cristiana denomina a este proceso, la vía purgativa[xxiv].
Igual que la primavera es el despertar de la vida, expresado externamente en una explosión de vida y color, pero que oculta auténticos dolores de parto, de una vida que quiere vencer a la muerte invernal, así se experimenta el proceso de desprendernos de todo lo aprendido, para volver a ser como niños.
Es importante aquí comprender las pautas de la vida. Con todo, como todo está bien, como se quiera o no se quiera siempre se hace su voluntad, la vida del ser humano tiene sus etapas. Cuando un niño despierta a la vida, aprende y poco a poco se integra en la frenética noria de este mundo, la ilusión por ser más, por aprender, por adquirir habilidades y conocimiento para abrirse paso en la vida le lleva literalmente el cien por cien de su tiempo. La vida ofrece tantas posibilidades, y a la vez es tan dura y tan competitiva, que un joven a penas si parpadea estará perdiendo oportunidades que sólo pasan una vez. Por tanto, Dios, que sabe de sobra cómo es la naturaleza humana, podrá comprender las inquietudes de un joven que desea fervientemente abrirse paso como profesional de cualquier disciplina que ansíe dominar. Y para ello  hay que dar el todo por el todo. Y para él, el todo es coronar el éxito de su carrera, para luego alcanzar un puesto en la sociedad que le permita escalar peldaños, sobresalir y coronar el éxito definitivo. ¿Quién no aspira a eso?
Cuando uno vive la efervescencia de la juventud, divino tesoro, ¿quién puede criticarle que eso que ansía y persigue son las añadiduras al Reino de Dios? Por eso, lo hemos comentado al comenzar el Fíat Lux, el joven rico tenía dos problemas, que era joven y además que había alcanzado el éxito. ¿Cómo iba a dejarlo todo a cambio de ir a un lugar donde no tendría ni donde reclinar la cabeza?
En medio de esta vorágine ciertamente es bastante complicado que un joven pueda perder ripia en lo que hace, máxime si pestañea le pisan el terreno. Y ciertamente tiene necesidad y derecho de centrarse en sus estudios y en hacerse un hueco en este mundo en el que poder vivir decentemente. Esto es también “Fíat voluntas tua”, hágase tu voluntad.
Porque la lectura radical del joven rico es la actitud de San Francisco de Asís, desnudarse espiritual y físicamente de todo y retirarse a una iglesia abandonada a convivir con el hermano lobo. Pero frente a esta decisión, digamos radical y heroica, existe otra actitud, no menos heroica, que es la de permanecer en el mundo, desarrollar los talentos que Dios nos ha dado y ponerlos al servicio de los demás, porque no olvidemos que es Su Voluntad que vivamos en este mundo, ciertamente en medio de lobos, pero no menos cierto que si aquí hemos sido colocados, aquí debemos ejercer y desarrollar nuestras capacidades.
20 Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.” 21 Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.”
Mt 25, 20-21
No estamos en este mundo por equivocación; no es un error que se resuelve odiándolo y alejándonos de él. Ni mejora nuestra situación considerándole uno de nuestros tres grandes enemigos…
Pero… Siempre hay un pero.
Y el “pero” es que el poder de atracción hacia el lado oscuro (llamémosle así) del mundo es bastante fuerte, y de aspirar a hacernos un hueco en este mundo para vivir decentemente y practicar las virtudes del Sermón de la Montaña a  caer en un imparable desenfreno por acumular hay un imperceptible paso que podemos dar sin darnos cuenta, tanto más si como cuando somos niños, vemos que los demás luchan y se afanan para tener más, y compiten y se tiran a la yugular por un puesto de responsabilidad, por un contrato, por un negocio.
El cruce de esta peligrosa frontera se llama “apego”. ¿Se puede ganar una posición social sin estar apegada a ella? Decididamente sí, pero… como dice el dictum de Acton, “el poder corrompe, y el poder absoluto, corrompe absolutamente”. La sensación de poder es muy peligrosa, pues arrastra de una forma absolutamente imparable hacia comportamientos totalmente inmorales. Y llegados a esta situación, estamos perdidos.
Hay muchas personas para quienes la "Carencia de deseos", es una cualidad difícil de adquirir, porque sienten que sus deseos SON su ser mismo; que si los deseos que les son peculiares, si sus agrados y desagrados fuesen eliminados, nada de sí mismos quedaría.
Krisnamurty. A los pies del Maestro
Krisnamurty, en esta reflexión mete los dedos en la llaga de algo que es bastante consustancial con el hombre, la identificación de nosotros con lo que queremos ser, y esto nos genera un poderoso poder de atracción. Si podemos superar la fuerza de gravedad de este peligrosísimo agujero negro, podremos hacer uso de los bienes de la tierra para “hacer Su Voluntad”, porque no seremos ricos “afectivos”, que es lo que importa. Porque incluso siendo ricos efectivos, la cuestión es no serlo de modo afectivo, porque esto es lo que nos destruye, y a esto Jesús se refiere con “no acumular tesoros en la tierra”.
19 «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. 20 Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. 21 Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
Mt 6, 19-21
Esta es la clave del desapego, que nuestro corazón esté en los tesoros del Cielo, que no son otros que el Amor que Jesús nos ha indicado como expresarlo en el Sermón de la Montaña.

18.  El poder de hacer milagros

Una de las características más sorprendentes de Jesús fue la de que estaba continuamente haciendo milagros. Curaba enfermos, sanaba leprosos, echaba a los demonios, resucitaba muertos y multiplicaba panes y peces.
5 A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; 6 dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 7 Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. 8 Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis.
Mt 10, 5-8
El Evangelio lo toma al pie de la letra, porque efectivamente sus discípulos se repartieron por las aldeas curando enfermos, sanando leprosos, resucitando muertos y expulsando demonios. Todos sabemos que esas cosas hoy día no son algo que se pueda  o sepa hacerse con facilidad, es más, los milagros milagrosos son algo bastante infrecuente. Volvemos a las tres posibles interpretaciones de las Sagradas Escrituras, literalmente, es decir, de un modo irracional; intelectualmente, investigando restos arqueológicos de lo expuesto, o simbólicamente, que es tomando esas palabras “milagros, curaciones, expulsión de demonios”, en el sentido figurado, pero real, que es, la capacidad que el propio Jesús nos da de “sanar los corazones destrozados”, de “aliviar las conciencias”, de “resucitar muertos vivientes”, de “multiplicar solidariamente los bienes”. En otras palabras, la posibilidad de “hacer la voluntad de Dios” con los demás.
En el fondo de todo, está el Amor. Los milagros surgen por nuestra capacidad de amar a los demás, de perdonar hasta setenta veces siete, de perdonar incluso en el mismo instante que nos están crucificando “porque no saben lo que hacen”.
9 No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; 10 ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. 11 «En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. 12 Al entrar en la casa, saludadla. 13 Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. 14 Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. 15 Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad.
Mt 10, 9-15
El Amor se ofrece de balde. No pide contrapartidas, no exige un pago por los servicios. Se da, sin más.  No se apuntan los favores en una libreta para recordar en un momento dado quién nos debe un favor. No lleva cuentas; simplemente da. Ahora bien, “informémonos de quién hay digno”, porque no todas las personas saben apreciar el bien que se les hace, es más muchos lo desprecian
6 «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen.
Mt 7, 6
Esto es lo lamentable, que la Palabra vino al mundo, y el mundo no la recibió, la luz brilló en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron. Los suyos no la acogieron. En cuantas ocasiones se derrama Amor, y el mundo interpreta este acto como absurdo, sin sentido, estúpido, signo de debilidad. “Hay que ser duro, hijo.” Los blandengues no tienen ningún futuro. La vida es de los espabilados, “marica el último”, y cosas así.
Si es así, entonces no queda más remedio que una digna retirada, la paz vuelva con nosotros, y sacudámonos el polvo de nuestras sandalias.
16 «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. 17 Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; 18 y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. 19 Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. 20 Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros.
Mt 10, 16-20
Algo tiene el amor que irrita, pone nervioso, violenta a los humanos que viven según sus propias normas. Es como si ante un acto de amor, el otro se viera a sí mismo reflejando sus malas obras en un espejo, o algo así.
Pero no seamos maniqueos, porque en lenguaje de la calle, lo que sucede es que el común de las gentes vivimos enredados en nuestros asuntos, en cómo conseguir para nosotros mucho más de lo que nos corresponde, lo adornemos con los envoltorios de celofán que queramos. Cuando vemos a aquellos que pasan por la vida curando enfermos, sanando corazones y resucitando muertos, en el fondo lo que sucede es que nos corre en conciencia el escalofrío del contraste, porque una mancha gris en un fondo gris no resalta demasiado, pero sobre un fondo blanco destaca tanto, que no puede pasar desapercibida.
El Amor hace fundamentalmente un milagro, el de remover las conciencias. La conciencia removida tiene ante sí la oportunidad de que “se haga la luz”, pero puede que sus ambiciones de joven rico le impidan hacer caso a esa llamada, por lo que lo mejor es ignorarla, y si incordia demasiado, rechazarla. En este caso, el Amor será, primero caricaturizado, ridiculizado, segundo, será orillado, echado fuera y si sigue amenazando, será eliminado. Porque Poncio Pilatos tiene muchas formas de ahogar el Amor. A fin de cuenta él vive en su mundo, nosotros no.

19.  Bajo el poder de Poncio Pilatos

“Nunca olvidéis, discípulos, que un gobierno opresor es más cruel que un tigre”.
Confucio
Poncio Pilatos, además de ser el gobernador de Palestina en tiempos de Jesús de Nazareth, y tocarle en desgracia hacer el papel de juez en la causa contra Él, razón por la cual ha sido (Pilatos) condenado como el que se lavó las manos y ordenó la ejecución de Jesús, representa el poder de este mundo; el que por razones personales, económicas, políticas o religiosas, toma el tipo de decisiones que hacen de este mundo un lugar hostil para las gentes de buena voluntad.
En realidad, todos los seres humanos padecemos bajo el poder de Poncio Pilatos, porque, más allá de las restricciones legales de la vida cotidiana, que están diseñadas en principio con el buen fin de hacer posible la convivencia, vivimos bajo la autoridad de nuestro Poncio Pilatos particular, que es toda la cadena de autoridades políticas y empresariales que en ocasiones bordeando la legalidad y en otras traspasándola clarísimamente imponen sus intereses particulares a los generales de la comunidad. O como diría Salustio:
83 AC-35 AC. Caius Sallustius Crispus. Historiador latino.
Para identificar a Pilatos, no tenemos que irnos al presidente del gobierno, o a los ministros o gobernadores regionales. Pilatos es todo aquel que con su actitud hace realidad la frase de Salustio. Da igual que sea el dueño de un pequeño comercio o el presidente de un banco o el primer ministro. No es el cargo, sino la actitud ante los demás la que nos hace Pilatos, ese deseo ladino de aprovecharnos de nuestra situación social, y en el extremo, el de hacer cargar en las espaldas de los más débiles el peso de la ambición, porque entre príncipes la diplomacia hace que no se pisen los callos si no interesa.
Pilatos es por tanto el estereotipo del poderoso, del que es capaz de decidir sobre ti y tu vida, y que no reparará en esfuerzos para conseguir lo que desea, aún a costa del sacrificio de los demás, y si algo sale mal, la culpa siempre será de otro. Es el que ve en el político del otro partido a su adversario, pero a su propio compañero de filas, como su auténtico enemigo, al que deberá pisotear con tal de de conseguir el escaño o el cargo deseado.Hablar de Pilatos es lo mismo que hablar del poder humano en estado puro.
Probablemente, el mayor enemigo del recto vivir sea ceder a la tentación del poder. El poder es una de las expresiones más conocidas de la soberbia. Sentirse superior a los demás por razón de habilidades, conocimientos, cargo, posición social, capacidad económica, etc., es una de las tentaciones más lesivas para el ser humano.
Como dice Aldous Huxley en su libro “Sabiduría perenne”[xxv], el ansia de poder no es un vicio del cuerpo. El apetito de poder es un deseo de la mente, tan poderoso como una adicción a las drogas. Tiene atributos de tolerancia y dependencia. Tolerancia porque cuanto más poder tienes, más necesitas incrementarlo para sentirte “¿satisfecho?”; y resulta insoportable perder parcelas de poder.
El apetito de poder crece con cada satisfacción conseguida y con cada éxito logrado. Por tanto el ansia de poder responde a la teoría de la acumulación, cuanto más poder, tanto más se desea y se obtiene.
La ascensión en la jerarquía suele ser un proceso lento y prolongado, de modo que a cargos de poder efectivo se llega en una etapa relativamente tardía de la vida. Cuanto más viejo se es, tanto más posibilidades tiene el que ama el poder de complacerse en el pecado que lo acosa, tanto mayores y más frecuentes son las tentaciones y más posibilidades de caer en ellas. Esto es diferente que el libertino, que aunque no quiera abandonar sus vicios, con los años, los vicios le abandonan a él.
El poderoso ni abandona los vicios, ni los vicios le abandonan. Es por eso que el político o el banquero, o el empresario multimillonario, es por defecto una persona ambiciosa de poder, embelesado por su erótica, que le permite mandar sobre vidas y haciendas, con riesgo casi cierto de caer en prácticas corruptas y por todo ello, un sujeto con clara sospecha de maldad. En otras palabras, se tiene que demostrar su honestidad, porque el simple hecho de ejercer el poder a gran escala, lleva consigo actitudes inmorales, siempre. Como dice Acton, “el poder corrompe y el poder absoluto, corrompe absolutamente”
El sentimiento de poder se transmite por delegación de competencias a toda la pirámide de la organización o del Estado. Hasta el portero del Ministerio siente el poder desde la autoridad que le han delegado en él de permitir o no el paso de las personas. Incluso, los estilos de gobiernos de las naciones afectan a sus gentes. En una dictadura, el ciudadano medio tiende a ejercer el poder que le corresponda de modo dictatorial, como su jefe supremo, como su caudillo, a imagen y semejanza de su “amado líder”.
El poder es esencialmente expansivo por definición. No se detiene ni cuando choca con otro poder, porque si se trata de medir fuerzas, se monta una guerra y listo, que gane el más fuerte, y el que gane, todo para él. Así se ha escrito la Historia.
El apetito de poder es puramente mental e insaciable, y además inmune a enfermedades y al paso de los años. Los grandes dictadores han alcanzado edades de extrema ancianidad. Es por ello que los plazos de poder no deben ser largos. Los estatutos de los cartujos, jamás reformados, porque jamás fueron deformados, obligan a que los abades sólo estén ejerciendo su cargo un año. La democracia moderna recomienda que un cargo político no supere los cuatro años, tras los que debe someterse a reelección en su caso.
Según esto, es muy difícil, ostentando el poder, conseguir caminar en el estado unitivo con la divinidad. Sin embargo San Francisco de Sales afirma que sí se puede, si, y solamente si, se cumple lo siguiente: 1.- Deben negarse todas las ventajas personales del poder, así como practicar la paciencia y el recogimiento, sin los que no puede haber amor ni a Dios ni a los hombres. Y 2.- El accidente de tener poder temporal no supone autoridad espiritual.
La auctoritas espiritual es lograda por la gratuidad de lo divino, que permite penetrar en la naturaleza de las cosas, lo que otorga la cualidad de vidente.
El vidente debe aconsejar al poderoso y este tomarle en consideración. Es un desastre que el poderoso se crea vidente, esto genera dictaduras y tiranías intolerables. Hitler, Castro, Chaves, o incluso la de determinados gobiernos democráticos…
Esto se tenía claro en la India y en Europa, hasta la reforma; sin embargo la Iglesia católica cayó al final en la trampa de unir poder temporal y espiritual en una persona, el Papa, que llegó a nombrar emperadores.
La autoridad espiritual sólo puede ejercerse por desinteresados libres de toda sospecha.
La Iglesia puede ser el Cuerpo Místico de Cristo, pero si sus mandos tienen vasallos, gobiernan Estados y administran en la actualidad grandes imperios económicos, ningún título asignado de misticismo puede ocultar el hecho de que sus acciones de gobierno se hace como parte interesada y con segundas intenciones políticas y económicas.
Hay que recordar que el poderoso siempre, siempre oculta una segunda intención.
El problema del poder es irresoluble en todas las organizaciones, incluidas las religiosas, como la Historia ha demostrado una y otra vez. Salvo en el caso de los santos, como Gandhi, las grandes organizaciones humanas siempre tenderán a la oligarquía cuyos miembros, sí o sí están contaminados de la ambición.
Por tanto el poder siempre será un problema para la sociedad. Y esto condena al futuro a repetir los errores del pasado.
Lamentablemente, Lucifer tiene su trono en la poltrona de los poderosos.
Estos poderosos mataron a Jesús de Nazareth. Y el siervo no es más que su señor, así que no tenemos que extrañarnos de que el acoso de los poderosos también nos afecte. Este es un acoso diferente a las peleas de poder entre ellos, porque todo el que se lanza a la arena de este mundo sabe que tiene que armarse con trajes y armas de gladiador para matar y no ser matado. Es decir, los sufrimientos que uno padezca en la lucha a muerte por un puñado de dólares entran dentro del guión de la película bien conocida por sus protagonistas, así que como dice el viejo refrán “sarna con gusto no pica”.
El sufrimiento de Jesús es el que los poderosos infringen a los justos y a los inocentes. Es el sufrimiento de aquellos que son pisoteados en sus derechos fundamentales, en sus bienes y en sus propias vidas en aras de la ambición de los poderosos, es decir, de los que se creen con poder sobre los demás.
Cuando Pilatos interrogó a Jesús y el Maestro le dijo lo de haber venido para ser testigo de la verdad, Pilatos le preguntó ¿Y qué es la verdad? Porque en el diccionario de un político la verdad simplemente no existe, ni en minúscula ni en mayúscula; es un término desconocido para el que ambiciona tesoros en este mundo.
Este es el punto de colisión entre el Reino de Dios y el reino de este mundo. En términos relativos, con el tiempo como ídolo total, gana de sobra la partida el príncipe de este mundo, también llamado Lucifer. Sólo hace falta echar una ojeada a la Historia de la Humanidad para comprender que en los asuntos mundanos, los poderosos siempre han ganado las batallas, y los humildes siempre las han perdido. Los reinos y los imperios han pasado de unas manos a otras, unos pueblos han conquistado a otros pueblos, pero siempre los grandes perdedores han sido los humildes, los aldeanos y siervos de los señores, explotados por sus amos o pasados a cuchillo por los conquistadores.
Cuando un pobre se encuentra famélico y coronado de espinas o crucificado en su propia miseria de la que de ningún modo puede salir, lo de “hágase tu voluntad” como que parece una despiadada burla.
«Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
Lc 22, 42
Con esta súplica Jesús da por hecho que suceda lo que suceda, será la voluntad del Padre la que se cumpla. Esto, bien pensado, plantea una inquietante pregunta. ¿El holocausto de los judíos en la II Guerra Mundial (por poner un ejemplo atroz) fue voluntad de Dios? Es decir, ¿cómo es que Dios permite el mal en el mundo? Esta es una histórica pregunta que nos hemos hecho todos los seres humanos desde que el mundo es mundo, y que para la mayoría no tiene respuesta, o la respuesta es de todo punto incomprensible.
En el escenario de este mundo, sus príncipes ganan por goleada, porque éste es su terreno de juego, el que nos hemos labrado los humanos con la semilla de la soberbia.
Vivimos en la actualidad en una época en la que la Ley se está amoldando a una imparable tendencia a la desestructuración ética y moral de la sociedad. Leyes como la de los matrimonios homosexuales, la liberalización del aborto, y las que están por llegar, como la de la eutanasia (a pacientes terminales, pero también, probablemente a niños malformados, viejos con Alzheimer), clonación de humanos, hibernación para engañar a la propia muerte… de los poderosos, etc., están dibujando un futuro en el que la pesadilla nazi puede que sólo sea un aperitivo de lo que está por venir.
En este escenario sorprende leer el siguiente pasaje:
16 Y nosotros hemos conocido el Amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el Amor permanece en Dios y Dios en él. 17 En esto ha llegado el Amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como Él es, así somos nosotros en este mundo. 18 No hay temor en el Amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; 19 quien teme no ha llegado a la plenitud en el Amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero. 20 Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. 21 Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.
1Jn 4, 16-21
Salvo que uno viva en el mundo de la piruleta, este pasaje suena a broma de mal gusto, si nuestro horizonte temporal es nuestra vida aquí en la tierra. Si tan sólo nos creemos lo que hay dentro del Confinador, entonces hablar de todas estas cosas no tiene ningún sentido, y démonos a la denodada lucha de conseguir nuestro particular nicho ecológico para vivir lo mejor que podamos mientras estemos vivos física y biológicamente.

20.  ¿Por qué me has abandonado?

No obstante…
Los sentimientos son lícitos. Tenemos todo el derecho de sentirnos tanto alegres como tristes, tanto animados como desanimados, tanto exultantes de gozo como en el más absoluto abandono. Somos de carne y hueso, y nadie, y Dios menos, nos puede pedir ni exigir que viviendo una situación problemática no experimentemos sentimientos negativos.
El Evangelio da cuenta de que Jesús no fue inmune a esta característica tan humana como los sentimientos. Y en el extremo de su pasión, se sintió realmente abandonado. Él, Dios y hombre verdadero, decimos y confesamos los cristianos, como hombre tuvo miedo, ansiedad y angustia en Getsemaní, que sepamos explícitamente, aunque la procesión le iría corroyéndole en los meses y años previos. Y estos sentimientos de miedo, ansiedad y abandono llegaron al clímax cuando no pudo por menos que exclamar en la cruz, “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Esa imagen de Padre bueno, parece como si se desvaneciese y nos viéramos solos, absolutamente solos frente a aquel que quiere hacernos daño, o frente a nosotros mismos impotentes para afrontar una situación límite.
¿Dónde estuvo Dios en los años del holocausto nazi en Dachau, por ejemplo?
¿Dónde estuvo Yaveh para esa muchedumbre de judíos que fueron sacrificados?
¿Dónde estuvo el Espíritu Sagrado de los Indios Navajos o los Dakotas o los Comanches, o en general las tribus de indígenas americanos, cuando “perdieron el Oeste” y fueron masacrados y confinados en las ridículas reservas por los cultos y religiosos blancos que enarbolaban el “In God we trust” que luego plasmaron el los billetes de dollar?
Sin noticias de Dios.
Esta es una sensación muy frecuente en los humanos. En aquellos que no creen o que dudan de la acción de Dios en nuestras vidas, esta situación no tiene nada de especial, porque para sus vidas Dios no existe o no cuenta. Pero en aquellos que tratan en primera instancia de practicar sus devociones o ante el reto del joven rico, ciertamente van, venden o tratan de vender lo que tienen, toman su cruz y le siguen (más o menos), encontrarse en medio de los grandes peligros de este mundo sin noticias de Dios es como poco desconcertante. Es como si ese niño pequeño que confía en que su papá le va a sostener frente al abismo con sus poderosas manos, de repente, como que sus manos le soltaran y generaran en él una indescriptible sensación de vértigo y pánico al verse sin ningún tipo de apoyo ni sujeción.
Hemos visto cómo Robert Fisher, en su libro “El caballero de la armadura oxidada”, describe magistralmente el sendero de la verdad, el que tuvo que atravesar el caballero para desprenderse de su armadura. Pasó por los castillos del silencio (acallar la mente), del conocimiento (aprender a contemplar la vida tal cual es) y el de la voluntad y la osadía (que amar es una decisión de la voluntad, es literalmente “libre albedrío”, y no un sentimiento emocional). Pero le faltaba llegar a la cumbre.
Cuando el caballero superó el castillo de la voluntad y la osadía trepó hasta la cumbre, pero no pudo llegar, porque le bloqueaba una gran piedra, y ya estaba tan exhausto que no podía seguir para adelante ni volver. Sólo le quedaba una opción, dejarse caer al profundo abismo… y matarse.
“El secreto de la vida es saber morir antes de morir, para comprender que la muerte no existe”
Eckhart Tolle [xxvi] 
Todas las religiones y sistemas filosóficos se basan en liberarnos de nuestras dos cárceles, nuestro “ego” y el tiempo, lo que conduce a saber vivir el presente, que es lo único real, lo que es.
Sentirnos abandonados de Dios es un sentimiento completamente lícito, y que da fe de nuestra naturaleza, que decimos es débil, pero en realidad resulta ser asombrosa. Porque llegar al extremo de exclamar, como Jesús en la cruz, “¿Por qué me has abandonado?” no es signo de debilidad, sino el más entrañable signo de humanidad, una humanidad doliente, que es consciente de haber llegado al límite de sus fuerzas; una humanidad que se siente asustada, aterrorizada quizás ante el riesgo inminente de perderlo todo, incluso la vida; una humanidad muerta de miedo ante el hecho del “fin de los días”.
Nuestros sufrimientos son caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a Él, y para hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él. (Teresa de Calcuta)
Existe un miedo visceral ante la muerte. Es el miedo que desata nuestra estructura cerebral más primitiva, los núcleos reticulares del tronco del encéfalo, por la cual, ante el riesgo vital, esta estructura (diseñada sabiamente para garantizar la supervivencia de los individuos y de las especies) toma el mando y ya dejamos de ser nosotros para convertirnos en un reptil asustado que luchará denodadamente por sobrevivir. Más allá de este nivel, nuestro aprendizaje y nuestro proceso de iluminación, hace que vayamos superando, como el caballero de la armadura, las diferentes etapas del sendero de la Verdad, hasta llegar al momento en el que se funden el sublime miedo y abatimiento de sentirnos abandonados de Dios y la gran luz que consagra nuestra alma, y nos hace ver y ser conscientes de que la muerte no existe.
Por este trance pasamos absolutamente todo el mundo, los creyentes y los no creyentes. Unos lo pasan antes de morir físicamente y otros, la mayoría, lo experimentan en el momento de la muerte, demasiado tarde en muchos aspectos.
Sin llegar a este extremo tan sublime como dramático, nos sentimos abandonados de Dios en muchos momentos en la vida. Es un sentimiento tanto más frecuente cuanto menor sea nuestra confianza en Él; y también tanto más frecuente cuanto más cuente en nuestra vida “hágase nuestra voluntad”.
Los sentimientos de felicidad y sosiego suelen estar en función de hasta qué punto las cosas suceden según nuestras expectativas; de hasta qué punto, lo que deseamos suceda, sucede en realidad. Lo hemos visto al hablar del fracaso en el capítulo 4 “me gusta que los planes salgan bien”. En el extremo de que lo único que impere sea “nuestra voluntad”, sucede que se llega a la completa histeria de que, a no ser que todo salga a nuestro antojo, nos sentimos defraudados, molestos y convertidos en los egoístas guiñapos de Bernard Shaw a los que hemos aludido también en el capítulo 14, “aquí no hay quien viva”, exigiendo al mundo que nos haga felices. Quizás, el paradigma del personaje de Bernard Shaw es la rutilante estrella del celuloide o del mundo de la música o del famoseo, que a pesar de haber alcanzado las más altas cotas del éxito, no obstante, enfadada con el mundo por que no le hace “completamente feliz”, trata de escapar dándose al alcohol, las drogas o el sexo indiscriminado. No es necesario llegar a la cumbre del momento eterno del caballero de la armadura, para experimentar el mismo sentimiento de pánico ante la adversidad. Hay algunos que se suicidan porque no pueden soportar que se les pierda el bolígrafo.
¿Dónde estaba Dios cuando se me perdió el bolígrafo? O ¿dónde estaba Dios en el holocausto nuclear de Hiroshima? Son básicamente una misma pregunta separadas exclusivamente por nuestra comprensión de la exclamación “hágase tu voluntad”.
Es duro aceptar que la Segunda Guerra Mundial sucedió porque así tenía que ser, porque se cumplió la voluntad de Dios. Y no precisamente porque lleno de ira, Dios se comportara con el Planeta como en Sodoma y Gomorra, sino porque el devenir de la Historia, en sí mismo es la voluntad de Dios, expresada en las obras de sus criaturas, buenas y malas, por justos e injustos, sobre los que el Padre hace derramar la misma lluvia.
Esta afirmación hecha en público generará seis mil millones de protestas, una por cada habitante de la Tierra, porque ¿cómo puede Dios consentir el mal?
Ya estamos con la eterna pregunta, ¿cómo puede Dios consentir el mal en el mundo? Evidentemente, si planteamos el tema de esta forma, revisando la Historia de la Humanidad, hay que reconocer que Dios como mucho, de bueno tiene “lo que yo de cura” que dirían algunos. El calificativo más suave que se le puede otorgar es el de sádico y sanguinario, pues como poco ha consentido (y no ha evitado), todas y cada una de las guerras, matanzas indiscriminadas y demás debacles que ha sufrido la Humanidad. Hasta Él ha enviado conscientemente castigos como el diluvio o la lluvia de fuego a Sodoma y Gomorra o nos ha castigado a base de bien con la confusión de lenguas. Yo en un Dios así, no creo.
Lo que nos trató de demostrar Jesús en la cruz, es que el mismo Dios que impone yugos suaves y cargas ligeras, crea la enemistad entre los de la propia casa de cada cual (Mt 10, 36), hace salir el sol sobre justos e injustos y permite la inmolación en la cruz de su Hijo y de todos los demás que le han seguido. Luego la voluntad de Dios no está sujeta a que a nosotros nos beneficie, en el sentido que habitualmente entendemos “beneficio”.
Nuestra ley no es la suya, ni nuestra lógica la que procede de Él. Por eso, cuando uno ve cómo la curia cardenalicia ha legislado hasta el más mínimo detalle el código penal religioso, y cómo la duración del purgatorio (en el mejor de los casos) es tan directamente proporcional a la gravedad de los pecados veniales (que los mortales no tienen redención posible), y así, digamos que morir con 20 pecados veniales suponen 10 años de purgatorio y morir con 40 suponen unos 20 años, etc., (al menos eso me enseñaron en catequesis allá por 1965), uno no sabe qué hacer.
En lo más profundo de nosotros mismos, y tanto más cuanto más intensamente vivamos nuestra relación con el Padre Dios, sus silencios son más intensamente vividos también. El alma que camina por los senderos de la Vida Interior, en sus diferentes estadios, pasa inexorablemente por épocas, que a veces resultan ser extremadamente largas, de oscuridad, de silencio absoluto de Dios. Pasa por sequedades de desiertos interminables, arideces de espartales sometidos a todo tipo de inclemencias, y oscuridad de noches sin rastros siquiera de la Luna.
Y el alma gime, tiene derecho a gemir, a llorar, y a pedirles explicaciones a Dios, como las describe magistralmente San Juan de la Cruz en su cántico espiritual:
¿A dónde te escondiste,
Amado y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido.
Salí tras ti clamando y eras ido
S. Juan de la Cruz
Si los casos de abandono de Dios son siempre tristes, los hay que llegan a ser dramáticos. Si un laico se desengaña de Dios, y cree que ha perdido el tiempo tratando de rezar, de orar, de llevar una vida recta, sin respuesta alguna, al menos será un abandono de una actitud de vida, que de por sí es trágico, pero su medio de ganarse la vida aquí abajo, en el Confinador, sigue al tran tran. Pero el desengaño en el caso de las personas consagradas a Dios, como refiere Larrañaga en “Muéstrame tu rostro”, es demoledor. Y da un ejemplo desgarrador.

Ya tengo cerca de cuarenta años; tengo que comenzar a vivir pero no se puede volver a la infancia o a la juventud para comenzar a proyectar y soñar. Se vive una sola vez, y en esta sola vez me he equivocado. He despilfarrado los mejores años de mi vida, y ya no los puedo recuperar.
En I. Larrañaga. “Muéstrame tu rostro”
Cuando estamos rebotados contra Dios, los palos siempre se los llevan los curas y las monjas, como si ellos se llevasen comisión en este negocio; pero deberíamos pensar que ellos, seres humanos como nosotros, de carne y hueso, dieron un paso al frente que nosotros los seglares, jamás daremos al extremo que ellos lo hicieron, porque en un momento dado, dejaron todo lo que tenían, se lo dieron a los pobres, tomaron su cruz y le siguieron y se entregaron con toda su vida y toda su ilusión a la Causa. Ellos son los primeros que sufren en sus propias carnes y en su propio corazón, las dudas que nosotros podamos tener respecto de Dios y sus actitudes impredecibles. Ellos también se cansan y se cuestionan a sí mismos en muchos momentos de su vida, incluso si Dios existe y no es un espejismo, aguas no verdaderas, como exclamaba Jeremías. Ellos, con más derecho que nadie, pueden exclamar a Dios “¿A dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido?” Ellos también fueron jóvenes y como tales estuvieron enamorados de Dios, como chiquillos. Quisieran seguir sintiendo ese amor desbocado, ese embalamiento emocional, que define Ortega y Gasset en su obra “Estudios sobre el Amor”[xxvii], pero si comparamos el amor de Dios con el amor humano, nos encontramos con que ambos pasan por las mismas fases, y que además son cíclicas.

21.  La lógica de Dios

La lógica de Dios no es otra que la lógica del amor. Porque Dios es Amor, y además es para los humanos, su mejor invento.
Lo de ser casado, como es mi caso, tiene en esta ocasión sus ventajas. Aunque los curas saben de todo, y tienen licencia para escribir sobre todo lo divino y lo humano, sin embargo, no lidiar en casa con una persona con la que te has comprometido, y con la prole que has engendrado, pues tiene sus ventajas pero también les impide un conocimiento muy importante sobre los asuntos del Amor, y en no pocas ocasiones patinan al dar consejos en el confesionario, porque hablan sin una experiencia personal sobre lo que no conocen, que son los misterios del amor humano conyugal, que resulta ser (y reconocido por la Iglesia), sacramento del amor de Dios a los hombres. Así ama Dios a los humanos, como el amor de los esposos. Por algo Teresa de Jesús habla de la perfección como el matrimonio espiritual de Dios y el alma.
Porque creías estar inmensamente enamorado/a, te casas, para luego caer del guindo y ver que él/ella también hace y tiene sus necesidades como tú, pues resulta un lamentable desengaño. Y este tipo de desengaños, ello no lo pueden vivir en sus carnes, ni quedan hijos por medio tras una separación o un divorcio. Pero el sendero que recorremos ambos, casados y consagrados, en lo relativo al amor, es decir, a la lógica de Dios, es bastante paralelo.
He referido anteriormente, al hablar de la quinta puerta de salida del Confinador, cómo Platón definió el amor bajo tres atributos, el eros, la filias y el agapé. Estos tres atributos y una profunda reflexión lo podemos encontrar en la primera carta encíclica del Papa Benedicto XVI, “Deus charitas est” (Dios es amor)[xxviii].
Recordemos una cosa, Desde antiguo, Dios ha asimilado, ha comparado su amor a los seres humanos con el propio amor humano y carnal. El Cantar de los Cantares es una sorprendente loa al Amor, que Dios expresa como sí del amor de los esposos se tratara. Y es que, toda la Sagrada escritura es un símbolo que expresa el amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros; y qué mejor ejemplo de su amor, como el que dos esposos se tienen el uno al otro.

1 Cantar de los cantares, de Salomón.
2 ¡Que me bese con los besos de su boca! Mejores son que el vino tus amores;
3 mejores al olfato tus perfumes; ungüento derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas.
4 Llévame en pos de ti: ¡Corramos! El Rey me ha introducido en sus mansiones; por ti exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino; ¡con qué razón eres amado!
5 Negra soy, pero graciosa, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Quedar, como los pabellones de Salmá.
6 No os fijéis en que estoy morena: es que el sol me ha quemado. Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas, ¡mi propia viña no la había guardado!
Cantar de los cantares 1, 1-6
Otro tanto expresan nuestros místicos cristianos Teresa y Juan de la Cruz, al expresar sus experiencias con Dios, como la relación de la esposa (el alma) con el Amado.
Eros o sexualidad
El “eroV” procede, tiene su origen, en la parte más instintiva del cerebro humano, y corresponde a la sexualidad desde lo más fisiológico y genital. En nosotros habita el instinto de supervivencia y de conservación de la especie. Es un pool tan primario, tan arcano, tan profundo, que no lo podemos reprimir fácilmente. De este modo, cuando se produce el acuerdo entrambos, el deseo sexual se expresa con una gradación bastante amplia de explosividad. Es lo que Ortega y Gasset denomina “embalamiento emocional”. Esto, afectiva y genitalmente lo experimenta la pareja, pero también lo experimenta afectivamente la persona que se entrega de lleno a Dios.
El embalamiento emocional obsesiona y te domina, y prende la pasión. Ortega denomina a este estado con un calificativo un poco despectivo, una época de estupidez transitoria, en el que el pool emocional domina todas nuestras obras, y todos nuestros pensamientos. Podemos creemos que eso es el amor verdadero, cuando sólo es la espoleta que desencadena todo el proceso de instauración del amor. Es un acontecimiento tan inconsciente como efímero. Todos aquellos que basan sus decisiones sólo en función del arrebato afectivo que produce el enamoramiento, están bajo el riesgo de la posterior desilusión.
La carga erótica es la que predomina; por tanto lo que se siente es fundamentalmente los efectos de la revolución neuroquímica del embalamiento emocional. Esto es cosa de los neuropéptidos[xxix], en concreto intervienen la occitocina y la vasopresina, hormonas ambas de crear sensaciones de excitación y placer, así como elevadas cantidades de endorfinas (que actúan como un fuerte anestésico natural). Decimos esto porque, un enamorado “colocado” presenta sobreactivadas las mismas áreas cerebrales que los adictos a drogas estimulantes como la cocaína o las anfetaminas. Todo esto es la expresión neuroquímica de los instintos primarios que revolucionan nuestra sexualidad en su faceta más instintiva, la genitalidad.
La pasión sexual eleva las concentraciones en sangre de testosterona y estrógenos, hormonas que provocan niveles elevados de excitación, así como de deseo irreprimible de satisfacer el instinto sexual. Si la pareja se deja llevar de este embalamiento puede que, creyendo que se aman desesperadamente, cometan las mayores insensateces, en aras de satisfacer lo que es únicamente puro instinto sexual.
La traducción espiritual de este comportamiento es el embalamiento espiritual, eso de que parece que vas en volandas y que estás siendo transportado al séptimo Cielo en brazos de los ángeles. Esto es la lógica de Dios. Te infunde estos sentimientos exuberantes, porque de otra forma, la gran decisión de dejarlo todo sería aún más difícil de tomar, pero todavía más dolorosa aún de continuar. Y es importante que deje en el corazón esa impronta (que luego nos hará mucha falta recordar) de ese amor juvenil.
1 Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: 2 Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Así dice Yahveh: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada.
Jer. 2, 1-2
Dicho así, parece que todo esto es una ilusión tan falsa como efímera, cuando en realidad es lo más maravilloso que puede experimentar el ser humano. Es un destello de Iluminación, el resplandor de Dios por un instante eterno, que vivido en el extremo, la pareja quisiera que no amaneciera; podrían morir así, y el alma quisiera no bajar del Monte Tabor, porque también podría morir así. Es toda la vida en un instante. El problema es que es un instante, o una época demasiado corta como para poder basar toda la vida en esa pasión. Es la llamada de la Naturaleza y del Espíritu al Amor más íntimo y entregado. Pero sólo eso, la llamada, absolutamente imprescindible para lo que vendrá después, el Amor.
Si pasado el despertar del amor, la relación de la pareja, o la relación con Dios, sólo se mantiene sobre la base del poder del “eros”, lo que se ha producido no ha sido amor, sino simple y puro deseo genital, tan efímero como amargo en la pareja, y un deseo exclusivamente afectivo en la relación espiritual con Dios. Esto no tiene visos de ir por buen camino.
En este nivel, podríamos encajar el “amor afectivo” de la pareja. La atracción sexual hace que uno se sienta bien con su pareja, goce de su presencia, a parte de la excitación sexual que le produce su presencia. Pasamos buenos ratos juntos, me caes bien, hay química entre nosotros. Lo mismito siente el alma hacia Dios en los primeros tiempos; hay química entre Dios y yo, nos caemos bien, me gusta estar a Tu lado. Es un amor afectivo.
Pero lejos de ser un error o un signo de inmadurez, es un paso necesario en esa maduración, forma parte del Plan de Dios en nuestras vidas, forma parte del “Fíat voluntas tua”.
Por cierto, los orientales, los budistas y demás, que de esto también saben y bastante, llaman a este tipo de amor, “amor afectivo”, el basado en los sentimientos primarios del ser humano, que es con lo que comenzamos el gran negocio de la vida, por si no nos hemos enterado.
Philias o amistad
El segundo atributo del amor, la “filiaV” o amistad, suele aparecer simultáneamente al “eros”. La “philias” procede del sistema límbico, del cerebro de los mamíferos, según la estructura triuna de Paul Mclean que ya vimos. La “philias” se manifiesta en amistad, o deseo de pertenencia, de formar un núcleo de convivencia, de compartir vida y descendencia. La amistad forma comunidad, manifestada en el deseo de compartir experiencias, recuerdos, aficiones, proyectos en común. La amistad propicia la comunicación, especialmente el diálogo, y canaliza las emociones. Toda la afectividad fluye en este nivel. La amistad convierte el simple instinto genital en una sexualidad vivida como afectividad corporal. En el caso de la pareja, no solo se desea la penetración, sino las caricias, las palabras de afecto, la sonrisa, la cercanía, la expresividad manifiesta de aceptación.
Por otro lado, la philias es el atributo más extendido del amor entre los seres humanos, porque es el que permite establecer relaciones de empatía (identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro) y simpatía (inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua). Las relaciones humanas en condición de normalidad discurren desde la philias, con un mayor o menor grado de proximidad afectiva. Es la philias, la que hace que este mundo sea habitable. Es una cualidad plenamente humana, que haciéndose consciente, adorna al ser humano con una de sus más encantadoras cualidades, dado que le permite establecer una familia, cuidar de los hijos, defender su entorno y organizar la convivencia. En esto se manifiesta también la lógica de Dios.
Los orientales denominan a este tipo de amor, “amor estimativo”, donde mi relación contigo ya no es solo porque estoy a gusto a tu lado, porque me mola, hay química entre nosotros, sino que empiezo a quererte, “porque me haces feliz”
Yo te quiero porque me haces feliz. Es decir, te necesito, te deseo, porque soy feliz a tu lado. Esto es muy humano y razonable, pero siempre tendrá un componente posesivo, un componente interesado, apego lo llaman. Y por supuesto que una pareja se ama así. Quién puede negar esto. Pero este componente posesivo, a la larga generará una fuente tremenda de intransigencia y de exigencia, que termina en la típica expresión de los esposos que viven un conflicto. Es que tú, porque tú. Tú nunca, tú siempre. Fuente de reproches continua es esta actitud de un amor que se base en la exigencia de que el otro me haga feliz a mí.
Aquí tenemos que reflexionar sobre dos cosas muy importantes, la primera “gozar”, la segunda “sentir algo parecido a la felicidad”. Pasamos, tanto en la relación de pareja como en la relación con Dios de sentir gozo, de disfrutar, casi de divertirnos, a experimentar algo parecido a la felicidad. Aunque puedan sonar a parecidos, no tienen nada que ver, porque mientras lo primero es excitante, emociona (mueve, “mociona” hacia afuera “e”), la felicidad tiene un atributo constante e invariable, que es “la paz interior”, la serenidad, el sosiego, la quietud. La afectividad del amor erótico es emocional, es sentimental, y los sentimientos (muy útiles para muchas cosas), suponen, como el pensamiento, un incómodo estorbo para nuestro crecimiento en el Amor. Son bastante volubles, se comportan como veletas, que apuntan según cambie la dirección del viento, y nos zarandean de un lado para otro. Si nos dejamos llevar por ellos, seremos como un barco sin timón, que navegará en la dirección que en cada momento sople el viento.
Teresa de Jesús lo explica en sus moradas cuartas, que voy a tratar de resumir:
[4] Es importante aquí comenzar a diferenciar las diferentes sensaciones que provoca la Vida Interior. Teresa es muy clara en este sentido al diferenciar lo que es contento de lo que es gusto o consolación.
Los contentos se adquieren con la meditación y ruegos a Dios, que proceden de nuestro deseo natural. Aunque Dios nos da a entender que no podemos nada sin Él, como quiera que estas devociones son premio a nuestro esfuerzo, nos da contento habernos empleado de tal guisa. Este tipo de sentimiento de alegría es similar a lo que nos provocan otras circunstancias agradables en la vida, tales como ganar hacienda, encontrarnos con un buen amigo tras mucho tiempo de ausencia, la curación de una enfermedad, etc. De igual forma, los “contentos” en la oración son similares a “estotros”, que no son malos, pues comienzan en nosotros y acaban en el Señor.
[5] Los “gustos” o consolaciones comienzan en Dios y acaban en el natural, en nosotros. Vienen de Él y provocan una extraña paz interior, no comparable con nada grato en este mundo. No es ningún tipo de sentimiento. Es casi una dulce pena o una triste alegría. Nadie que no lo haya experimentado se lo puede imaginar.
[6] Los contentos no ensanchan el corazón, antes bien, excitan la propia alegría, hasta el extremo de “llorar de alegría”. Es una alegría agitada, excitada, pasional. Vivir el contento termina con el quebranto de la cabeza.
Todo es obra del pensamiento, de la reflexión y de la meditación. Las almas experimentadas en meditación y acostumbrados a “contentos”, deben seguir ejercitándose en ella hasta que Dios diga “basta”.
Resumido de las Moradas del Castillo interior de Teresa de Jesús.
 Moradas cuartas, capítulo primero

Al comenzar a amar a mi pareja, o a amar a Dios, porque me hace feliz, significa que estoy comenzando a apreciar la auténtica atmósfera interior, donde Dios habita, en mi alma y entre nosotros, que es en el sosiego de una vida emocionalmente tranquila, en la quietud, en la paz absoluta. Y eso me reconforta. Pero…, en el momento que esa sensación de paz desaparece o se atenúa por algún revés, por alguna discusión entre esposos, por un no “sentir” a Dios, entonces, reaparecen los sentimientos de cabreo, indignación, porque nos llegamos a creer en el derecho de que el otro, el Otro, nos haga feliz. Si no es así, surgen los reproches entre los esposos y los reproches a Dios. Pasamos del romance que experimentamos cuando “todo va bien”, a la desilusión.
Aquí es donde surge el principal problema que Dios con su lógica incomprensible para nosotros, tiene que tratar de solucionar, problema que es fruto del esplendor de lo que es sólo una ilusión.
Una ilusión es definida por la Real Academia de la Lengua bajo tres acepciones, y las tres son aplicables al caso.
1. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
2. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.
3. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.
Efectivamente, la ilusión es el sentimiento que se experimenta al entablar una relación interpersonal con la otra persona, o con Dios,  por la que uno se siente atraído, y comprueba que es correspondido. Esto hace surgir la complacencia hacia esa persona, o hacia Dios y genera esperanza de que esa relación pueda ir a más. Hasta ahí bien. “Pero…” no se puede ignorar la primera de las acepciones que es la que tiene más y peores consecuencias. En nuestro caso, creer que se ama a alguien con quien se ha establecido una relación de empatía, y además nos atrae físicamente por tener ciertos encantos anatómicos que nos estimulan y despiertan nuestras fantasías sexuales, es correr el riesgo de sufrir un tremendo desengaño, tanto más desagradable cuanto más ilusión (en el sentido de “esperanza”) teníamos hacia la persona hacia la que estábamos ilusionados (en el sentido de “viva complacencia”). Lo mismo pasa en nuestra relación con Dios.
Amor y egoísmo son extremos antagónicos e incompatibles entre sí.
Esta afirmación, bajo ningún concepto es negociable. Si se duda de ella, podemos dejar este discurso.
Amor y egoísmo son fuerzas antagónicas que conviven en este mundo, como el trigo convive con la cizaña. Y así tiene que ser, aunque parezca un contrasentido, dada la naturaleza humana y su condición. Pero quede claro sin embargo, como dice Jesús de Nazareth, no es posible servir a dos señores, a Dios y al dinero; al Amor y al egoísmo. Esta escisión total entre amor y egoísmo es lo que obliga a los esposos a recorrer el duro desierto del Diálogo. Esta escisión entre amor y egoísmo es lo que obliga a Dios a someter al alma al desierto de la Oración basada en el silencio.
En la vida de pareja, y en la relación con Dios, la clave, según la lógica de Dios,  para superar estos problemas que la normal convivencia provoca, se basan en tres actitudes fundamentales:
La primera es la sinceridad con uno mismo. La segunda es desarrollar la capacidad de escucha y la tercera es la actitud de confiar en el otro. Escucha y confianza son los dos pilares de la comunicación entre los dos, es decir, es la clave del “Diálogo”. En la relación del alma con Dios se llama “Oración”, sobre la que ya hemos apuntado muchas cosas.
Sólo desde el diálogo de pareja, o desde la Oración, basados ambos en tres pilares, el encuentro con uno mismo, saber reconocer virtudes y defectos propios; la escucha para saber captar los mensajes que, tanto la pareja, como Dios mismo nos están emitiendo continuamente; y la confianza en el otro, de un modo incondicional, es cómo podemos escindir amor y egoísmo de nuestra vida, y así poder pasar al tercer estadio del Amor, la donación total.
Pero sepamos que este proceso de desierto en el diálogo y en la Oración puede empeñar toda nuestra vida. Y en este proceso puede que lleguemos a creernos abandonados de Dios, abandonados de nuestro ser amado, y llegar a cometer la tontería, trágica tontería, de tirar la toalla.


El tercero de los atributos del amor es el “agaph” o donación de uno mismo. Es lo que se denomina “caridad”. Es el atributo más elevado del amor, lo transforma en plenitud en humano, y hace que los otros dos atributos, el eros y la philias superen el estadio estrictamente genital y gregario, para transformarse en sexualidad y amistad profunda, pero sobre todo, abre el camino hacia el verdadero Amor, con mayúsculas.
El término caridad, que Pablo en 1 Corintios 13 expresa en lo que se podría denominar la Carta Magna del Amor, ha degenerado hacia un componente ciertamente despectivo o de beneficencia (ser caritativo supone hacer obras de caridad con los menesterosos que pordiosean un poco de caridad). Es decir, la palabra “caridad”, tanto en inglés como en español se ha convertido en la acción de aportar limosna. Y se sabe que esta acción caritativa se basa en el derecho imperfecto, que no obliga legalmente a hacer obras de caridad o misericordia. Así caridad se ha terminado asociándola a la acción de atender las necesidades de los pobres de solemnidad. Así que el concepto “amor” tiene que llenar todos los huecos del espectro, desde lo más carnal como es realizar el acto sexual (con afectividad o sin él, da lo mismo, al coito se le llama “hacer el amor”), hasta la entrega total hasta dar la vida por los demás, o la actitud contemplativa de los místicos. Por eso, vamos a referirnos aquí, al tercer estadio del Amor, como donación total o “Caridad”.
El agapé, la caridad, es la donación y entrega de uno mismo al otro, a los demás, que en el fondo es lo mismo que a Dios mismo. Es una donación gratuita, en la que las barreras que separan el ámbito del “yo” de cada cual, se desvanecen, y te permiten ver el “todos somos Uno”, la unidad de corazón, sin renunciar a la propia identidad. Es un atributo de frontera entre lo puramente intelectual, aportado por la corteza cerebral, y la consciencia expandida del alma humana, aquella que es capaz de entrar en contacto con lo sutil, lo trascendente; aquello que es capaz de acceder a la contemplación de Dios.
Agapé supone amar al otro, a los demás “como Él nos ha amado”. Los cristianos tenemos como referencia del agapé la vida de Jesús de Nazareth o de María. Pero en general, son referentes de agapé todos aquellos seres humanos que han sabido entregarse a los demás de modo desinteresado. Vuelvo a citar aquí a mi amigo Nacho Pereda, persona de carne y hueso que supo decir “Sí” a la llamada que le hacía el Padre de entregarse a los sin techo en Granada. Y en el extremo, el matrimonio entre un hombre y una mujer, presidido por la entrega amorosa íntima y responsable del uno en el otro y al producto de ese amor, sus hijos, es el mejor ejemplo de Amor en su más alta expresión en el ser humano.
En estas etapas, como dice Santa Teresa, ya no somos nosotros los que trabajamos, porque aquí, o simplemente te dejas amar por el otro, o simplemente te dejas amar por Él, o tus esfuerzos ya de poco valen. Es un amor 100% dirigido al otro, de modo que tú te vacías completamente porque es el otro el que te llena plenamente, mientras es el otro el que se vacía y se deja llenar por ti.
Agapé significa en griego “comida fraternal”, donde la comida es compartida por los comensales, donde se comparte lo que se tiene entre todos. La expresión máxima que simboliza el agapé cristiano es la Eucaristía, donde Jesús mismo simboliza en el pan y el vino la donación total de sí mismo. Realmente si supiéramos ver en la celebración de la misa este símbolo, con otros ojos, nuestra visión de la práctica religiosa cambiaría radicalmente, pero como vemos en la misa la misma, aburrida e invariable letanía de oraciones y moniciones del cura, contestada cadenciosamente por los aburridos feligreses, mientras piensan en la compra de mañana o en qué tengo que poner una lavadora, o en que árbitro le tocará al Madrid – Barcelona este domingo, convertimos algo sagrado en una lastimosa rutina dominical. En mi caso no pocas misas las he vivido sin pena ni gloria, pensando en las Batuecas.
Pues bien, el amor de pareja o el amor a Dios comienza a tener visos de verosimilitud cuando aparece el atributo de agapé. Mientras sólo emerge en la relación interpersonal el eros (lo afectivo) y la philias (lo estimativo), estamos ante una relación básicamente dominada por el “yo”, por el “ego”, donde mi “yo” es diferente a tu “yo”, donde entrambos existe una barrera difícil de franquear, por la cual, a lo máximo que se llega es a un relativo compromiso, en esencia contractual entre la pareja o entre el creyente y su comunidad de fe, que en el mejor de los casos llega a un acuerdo en los términos de “yo gano, tu ganas”, o en el fondo en un “cumplo y miento”.
El agapé queda reflejado en el amor oblativo de los orientales, que es aquel en el que yo te amo para hacerte feliz a ti.
Porque el sentido de mi vida es tu felicidad.
¡Porque el sentido de mi vida es santificar Tu nombre, Señor!
Si la pareja es capaz de experimentar el amor en este grado, ha cruzado el umbral del Amor verdadero, porque este amor ya no se basa en el apego y en el deseo de poseer al otro, sino en el deseo de entregarse al otro. Es el nivel de amor que se basa en “vivir en presencia” permanente del uno en el otro. Así, el auténtico amor a Dios consiste en su equivalente, “vivir en presencia permanente” de Dios. Esto es simplemente vivir en estado contemplativo.
En ambos casos.
Hay tantas similitudes entre la mística y el amor humano, que si no se experimenta realmente, nadie diría que es posible. Ambos en su realidad y en su proceso están impregnado de la lógica de Dios, o lo que Encuentro Matrimonial denomina en una de las charlas del Fin de Semana, “El Plan de Dios”.
Esta es la lógica de Dios, la incomprensible, la impredecible, la que no sabes por dónde te viene el aire, la que te desespera por sus silencios o la que te aterra por el riesgo de sufrir serios dramas y tragedias, que te hacen preguntarle ¿por qué me has abandonado?
El amor es la vivencia del ser humano; una vivencia que con los años le aporta la Sabiduría de la experiencia; una vivencia que da sentido a la existencia, que te hace sentir vivo, que te permite realmente descubrir a Dios dentro de ti y proclamar a los cuatro vientos “Santificado sea tu nombre”, “hágase tu voluntad”.
El amor es la lógica de Dios en tu vida, una revolución interior que es capaz de sacar del ser humano todo lo bueno que tiene dentro, que permite a la pareja regresar al paraíso terrenal. Porque ya no sentimos vergüenza, porque ya estamos totalmente desnudos el uno frente al otro sin ocultar nada; porque ya estamos los dos junto a Dios en el Paraíso, aquí en la Tierra.
Lo que desconcierta en Dios es algo parecido como cuando ves una película llena de flash back, de idas y venidas entre lo que ocurre, ocurrió y ocurrirá, de modo que te cuesta muchísimo enlazar todas las escenas para comprender el argumento y la secuencia de la trama, y sólo al final llegas a comprender de que iba el guión de la película. Con Dios nos pasa lo mismo, llegar a las cumbres de la espiritualidad es un durísimo camino de aprendizaje de uno mismo, donde las “bofetadas” pueden venir de cualquier parte y sin venir a cuento. Pero “todo tiene sentido”, Dios no da puntada sin hilo. Otra cosa es que lo comprendamos o lo aceptemos, pero Él sabe lo que hace aún cuando nos veamos en envueltos en situaciones.
Y quisiera, como ejemplo de todo lo dicho, de una persona que vivió y soportó la lógica de Dios en sus entrañas más profundas, poner a un personaje bastante singular en la tradición cristiana, María de Nazareth.

22.  El silencio y la soledad de María

María es un personaje bastante célebre entre los cristianos. Es el centro del fervor popular de las gentes sencillas. No hay pueblo que no tenga una virgen (o en su defecto un santo) por patrona de la ciudad, ni fiestas veraniegas que no se celebren en honor de una virgen, aunque sólo sea como reclamo publicitario para organizar botellones y fiestorros. Las mujeres del pueblo se pasan horas adornando la túnica de su virgen para que en la procesión luzca más bella y bonita que la virgen del pueblo de al lado que, ¡dónde va a parar! la virgen de nuestro pueblo con la de ellos. Y a ella acudimos por razones muy variopintas:
Hoy se trata de la salud de la abuela, mañana del ingreso en la Universidad del hijo mayor, pasado mañana buscar un buen futuro esposo para la hija… En el fondo se buscan a ellos mismos, no buscan amar. Rarísima vez piden los fieles otra clase de valores como la fe, la humildad o la fortaleza.
Y en el otro extremo…
A lo largo de la vida hemos asistido a muchas personas en el lecho de la agonía. Aún hoy están vivos en mí muchos recuerdos. Cuando uno agonizante, a pesar de las vanas palabras de sus familiares, presiente que se va, arrastrado por la corriente inexorable de la decadencia, cuántas veces hemos visto iluminarse aquel rostro abatido al rezar la Salve todos los familiares a coro: “a ti clamamos los desterrados hijos de Eva”.
Ignacio Larrañaga. El silencio de María[xxx]
María está entre dos extremos, el del fervor popular de las gentes sencillas que lloran de sincera emoción al entonar la Salve, y el mercadeo de amuletos, jaculatorias y rosarios condicionados a los favores que presuntamente “la milagrosa estatua” (porque lo que en realidad se adora y se reza es a una estatua, que representa la particular virgen del pueblo, distinta de la del otro) pueda conceder a aquellos que en el fondo sólo miran en su propio interés.
Por otra parte, la tradición cristiana ha otorgado a María el papel fundamental de “abogada nuestra”, de mediadora, de intercesora ante el Hijo, o ante el Padre; intercesora del intercesor ante un juez que no tiene nada claro nuestra sentencia absolutoria, y que con un poco de suerte, ella, que es mujer, con sus artes femeninas sabrá ablandar el corazón de un Dios bastante indignado con el género humano. “Ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte”, rezamos en el Ave María, no sea que el juicio divino no nos sea propicio, y al final nos caigamos con todo el equipo en el averno; a ver si tú que tienes mano ante el Altísimo, puedes hacer algo.
Creo que esta creencia refleja el perfil psicológico del dios de los cristianos, o al menos de los católicos, bastante alejado del padre misericordioso que nos enseñó Jesús de Nazareth.
Si quitamos toda esta ornamentación popular y tradicional de la figura de María, y su papel de abogada de los imposibles ante un dios bastante cabreado con nosotros, y nos centramos en la figura humana de una mujer a la que le cayó, así, sin venir a cuento, la tremenda carga y responsabilidad de concebir en su seno, parir, educar (en la medida que Él se dejó) y acompañar a Jesús hasta su muerte, la cosa cambia de los festejos populares en honor a la Virgen, y los ruegos desesperados de intercesión, al asombro de cómo una humilde mujer, una Pobre de Dios, una bienaventurada, vivió en primera persona la “sin razón de Dios”.
María debería pasar de ser la aliada nuestra contra un dios enfadado, a la gran maestra de la fe, al ejemplo fundamental de vida en el que todos nos deberíamos ver reflejados. Eso aparte de que nos eche una manilla el día del juicio, que nunca viene mal, y que el común de las gentes fervorosas de su virgen la sigan viendo como abogada nuestra.
María parece que recibió con bastante claridad el encargo del Ángel Gabriel de acoger en su seno al Salvador del mundo. Incluso tuvo bastante iniciativa al ponerse de camino para acompañar a su prima Isabel en su embarazo y parto. Es como cuando uno recibe la llamada de Dios y dice sí. Va que vuela. Todo sucede de forma fantástica, todo es precioso, todo es maravilloso y uno no deja de alabar a Dios por ello, a pesar de que los nubarrones de la incomprensión de sus vecinos amenazaban el horizonte inmediato de ambos, José y María.
Pero María, lejos de tener plena conciencia de todo lo que le sucedía, se tuvo que enfrentar con muchos contrasentidos y situaciones absolutamente incomprensibles para ella, amén de dolorosas. No tuvo revelaciones infusas, Dios no le hablaba al oído para explicarle el guión de la película. Lo tuvo que ir descubriendo ella sola a lo largo de su vida. Ella tuvo que moler el trigo para alimentar a su familia, rodear con sus brazos a su recién nacido y huir con Él a Egipto, porque nada más nacer, ya le querían matar. No fue ninguna princesa soberana, sino una pobre mujer y una mujer pobre. Nada más lejos de una semidiosa como la pintan en las imágenes de las iglesias.
Y además… no entendía nada.
¿Qué le quiso decir el venerable Simeón?
29 «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; 30 porque han visto mis ojos tu salvación, 31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos, 32 luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» 33 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. 34 Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - 35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
Lc 2, 29-35
¿Estará vivo su hijo?
41 Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. 42 Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta 43 y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. 44 Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; 45 pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. 46 Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; 47 todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.
Lc 2, 41-47
Y menudo corte de mangas les hace a sus padres.
48 Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» 49 El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» 50 Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.
Lc 2, 48-50
María (y José con ella) no entendía nada. Angustiados como estaban tras tres días de búsqueda, a lo máximo que pudieron llegar era, una vez le encontraron, a preguntarle por qué les había hecho eso. Y ante el corte de mangas de Jesús, además, no trataron de entender. Algo en lo más profundo de su ser les decía que más valía no hacerse preguntas ni pedir explicaciones, porque lo que estaban viviendo no eran acontecimientos normales. De alguna forma, desde que dijo “Fíat voluntas tua” en mí, según tu palabra, María sabía que iba a quedar atrapada en un torbellino de sucesos incomprensibles. Así que aprendió a guardar silencio, no cuestionarse nada y a guardar “todas esas cosas en su corazón”.
51 Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
Lc 2, 51
Si Lucas no hubiera descrito este pasaje de Jesús entre los doctores, a nadie en su sano juicio se le ocurriría que algo así hubiera sucedido. Un azote en el culo y para casa…
María poco a poco iba muriendo a su amor propio. Su “ego”, su “yo”, poco a poco fue desvaneciéndose, para, vacía de sí misma, ser esencialmente pobre y humilde.
Ignacio Larrañaga en su libro “El silencio de María” (Op.Cit), la denomina “una pobre de Dios”. Alguien que no tiene nada que perder, porque lo ha perdido todo… para ganarlo Todo.
Además, Larrañaga comenta fantásticamente en su libro el incidente de Marcos 3, donde el evangelista describe las dudas sobre la salud mental que tenían los que le acompañaban, y hasta su propia madre.
20 Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. 21 Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.» 22 Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios.»
Mc 3, 20.22
Es, como refiere Larrañaga, como si María no tuviera nada claro lo que hacía Jesús, y pensara que se le “había ido la olla”. Jesús no tenía ni tiempo para comer, y los suyos temían por su salud que parecía quebrantada. Así que decide llevárselo a casa, (como el bachiller Sansón Carrasco hizo con Don Quijote al final de la Primera parte de la novela), pensando que así podría entrar “en razón” y recapacitar, descansar y tomarse las cosas con un poco de más calma. Son los últimos intentos de María de poner algo de lógica a su vida, absolutamente ligada a la de su hijo.
30 Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo.» 31 Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar. 32 Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.» 33 El les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» 34 Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. 35 Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»
Mc 3, 30-35
¡La de Dios! ¡Toma ya! Jesús, simplemente la ignora. “Esa no es mi madre”, se atreve a decir. Decididamente Jesús estaba como un cencerro.
Todo son sombras para ella; con lágrimas en los ojos se volvería a su casa. Su hijo la había dejado en ridículo delante de todos. ¿Qué quedaba de la María que fue a visitar a su prima Isabel, llena de gozo e ilusión (aunque con el miedo en el cuerpo de cómo sería Aquello)?
Pero María guardaba todas estas cosas en su corazón. Tuvo que tragarse sin anestesia el camino del desierto, de aceptar sin comprender lo más mínimo la lógica de Dios, una lógica que permite que todas estas cosas sucedan.
Pero como con esto se le fue por el desagüe lo último de sí misma que le quedaba, cuando asistió con Jesús a las bodas de Caná, al darse cuenta de que no tenían vino, pedirle a Jesús que les echara una mano, responderle Él otra vez de un modo desabrido, “¿qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”, María recuperada de los anteriores golpes bajos que le propició su Hijo le responde magistralmente. “¿Que no ha llegado tu hora? Te vas a enterar, machote”. Se da media vuelta, se dirige a los sirvientes y les dice “haced lo que Él os diga”. Y como diríamos ahora, “se fumó un puro”.
“Vaya, me la has metido por la escuadra”, pensaría Jesús (o algo así). En fin, qué se le va a hacer. Y convirtió el agua en vino.
María se marcó ese órdago porque a esas alturas de curso, ya sabía que para su Hijo todo era posible.
Y María bajó después a Cafarnaún (Jn 2, 12). Lo que indica que María cambió con Jesús su relación, pasando de una relación de madre, para pasar a ser una relación discípulo - Maestro.
Larrañaga denomina la situación de María como de penumbra, entre la luz y la oscuridad, entre el Cielo y la tierra. Esta es la grandeza de María, la que la hace sublime, la de saber caminar entre la luz y la oscuridad de Dios. La luz de los fenómenos maravillosos y las simas más profundas de la noche oscura del espíritu. Porque Dios para nosotros es tanto luz como oscuridad. María, como cualquiera de nosotros que haya sentido el flechazo de Dios, experimentó el ímpetu fabuloso de los primeros tiempos, para luego pasar por caídas y contratiempos, por etapas de duro desierto, de sequedad, de aridez, de humillaciones infringidas por su propio Hijo.
Pero el paroxismo de la oscuridad total fue la Pasión.
Aniceto Marinas, escultor segoviano, tiene en la parroquia de San Millán, en Segovia, una talla absolutamente asombrosa, “la soledad de María”. Una talla en la que se ve a María reclinada de pie contra el madero de la cruz vacío, con una mirada indescriptible de tristeza y vacío.
La Soledad es, al menos para mí, reflejo como ninguna otra talla, no del sufrimiento de María, que también, no de la paciencia y resignación que otras tallas similares evidencian. No muestra a una virgen guapa y enjoyada como la Macarena, ni serena, ni mística. Nada de eso.
La Soledad muestra simple y llanamente a una mujer desesperada.
La Soledad muestra a una mujer que no entiende nada, casi le está pidiendo explicaciones a Dios mismo de por qué han matado a su hijo y de esa forma tan horrible. No puede entenderlo, aunque la mitología cristiana pretenda hacernos creer que ella pudiera saber o aceptar la misión redentora de su hijo, y etc., etc. Llegados a este punto en el que han retirado el cuerpo sin vida de Jesús, ella, totalmente derrotada, siente la más absoluta soledad, se deja caer en el madero y con una cara de rendición, casi acusa a Dios de semejante salvajada. Por un momento deja de creer, desespera, se siente abandonada de Dios, como su Hijo, y maldice la propia obra supuestamente redentora de su hijo. Por qué le ha tenido que tocar a ella y a su hijo semejante tortura que tan dramáticamente ha concluido.
Nada tiene ya sentido. Enterrarán a Jesús y mañana se verá obligada a despertar de la más espantosa de las pesadillas. Tanto más espantosa y tanto más pesadilla cuanto que ella creyó y aceptó las extrañas circunstancias que envolvieron la venida al mundo y la vida de su hijo; y hasta llegó a ilusionarse con la misión que su hijo decía tener que cumplir. No hay palabras para describir lo que ese rostro transmite. Es difícil recoger en una foto toda la magnitud que evidencia la tragedia expresada en un rostro, no desencajado por el dolor, sino vacío, vacío de todo, hasta de lágrimas, casi sin vida de una mujer abandonada ya a un destino carente de todo sentido.
María a buen seguro fue una mujer inculta, es bastante posible que incluso fuera  analfabeta. Sencilla como los pescadores no tenía más artillería para enfrentarse a la vida que su humilde sencillez. Sometida a las leyes judías, permanecería toda su vida hasta que enviudó sometida a la disciplina de su marido, del buen José, hablando lo justo para no sobrepasar lo admitido por las varoniles normas, para no molestar; atender a su marido y a su hijo desde la cárcel en vida que era la condición femenina en una sociedad absolutamente patriarcal. Desde la cárcel de su cuerpo, María vivía y sentía sin rechistar (porque no podía, no le estaba permitido), y no le quedaba otro remedio que “guardar todas esas cosas en su corazón”.
María tomó permanentemente la decisión de amar, de aceptar el “Fíat”, a pesar de no entender nada. Superó dudas (todas las del mundo), temores (todos los del mundo), inquietudes (inimaginables), sobresaltos, angustias, incertidumbres… Y a pesar de todo, amo, aceptó y confió. Fíat voluntas tua.
Ahora bien, todo era admisible, todo se podía aceptar, todo podría tener un sentido divino, que no humano, aunque ella no lo entendiera, hasta que llegamos a la escena que refleja la talla de Aniceto Marinas. En ese momento parece como si ella hubiera dicho “¡basta!hasta aquí he llegado, pero ahora, con mi hijo muerto, asesinado, me explicarás Dios, si es que existes, qué has pretendido con todo esto. Creo que me lo merezco. He aceptado todo lo que has querido, pero esto no. No le puedes pedir a una madre que acepte el asesinato de su hijo, por mucho que trates de decirme lo de la salvación de los hombres y todas esas cosas que más parecen una fábula que algo real. ¡Vaya forma de salvar a nadie si te matan salvajemente! Mira, Dios, déjame en paz con mi dolor, olvídate de mí; deja que lama las heridas que me habéis infringido los dos en mi corazón. ¡Quiero morirme ahora mismo, quiero que no haya un mañana para mí! Se lo has arrebatado a mi hijo, toma el mío, te lo tiro a la cara, no lo quiero. Mi vida ya no tiene sentido. Esto ha sido un desastre, un completo fracaso, admítelo, como lo admito yo.
O quizás el rostro de la talla sólo refleje el vacío más absoluto y una total incapacidad para pensar. Ni siquiera para acriminar a Dios lo sucedido. Me resulta bastante difícil imaginar que en esos momentos María (que recordemos era de carne y hueso y no una talla policromada), pudiera mantener “el tipo” beatífico que la Iglesia le otorga en todo momento.
Se supone que tras permanecer un rato en esta actitud, María se derrumbaría, caería al suelo y rompería a llorar amargamente más tarde o más temprano, siendo recogida y acogida por Juan, el discípulo amado, y por sus familiares.
En algún momento se calmaría, acaso recobraría la serenidad para pedirle perdón a Dios por las tremendas ideas, pensamientos y juicios de valor que atravesaron su mente y su corazón en aquellas terribles horas, y volver a exclamar el himno constante que su corazón emitió durante toda su vida: “Fíat voluntas tua”.
Si como refleja el rostro de la talla, por María pudo haber pasado en su mente y corazón toda esta brutal carga de sentimientos, alguna mente mal pensada diría que si al tercer día resucitó… así cualquiera recobra la fe. Eso es jugar con ventaja. Esto nos conduce al misterio de la Resurrección.
Si a uno le da por pensar, y descarta de la meditación todo atisbo de espectaculares acciones, de efectos especiales milagrosos y ángeles trompeteros, y se queda con lo que casi con absoluta seguridad sucedió, que fue algo mucho más sutil y menos evidente para el común de los mortales -salvo para los que tenían fe y supieron resistir el brutal zarpazo de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret-, se llega a la conclusión de que la Resurrección fue un acontecimiento que sólo se vivió en el corazón de los que amaban a Jesús y de alguna forma creyeron en Él. Él se manifestó a ellos y sólo a ellos, “con toda su realidad”, pero sin efectos especiales. Y a Él le supieron ver desde la fe y desde el corazón.
El auténtico valor de María, lo que la convierte en madre en la fe de todos nosotros es que ella vivió los acontecimientos de su vida en primera persona y además salvajemente, generándole toda una catarata de sentimientos encontrados y difíciles de asimilar. Pero lo hizo. Y lo aceptó: “hágase”. O es que alguien puede pensar que después del dolor que expresa la escultura, María se iría a su casa, se secaría las lágrimas y se diría a sí misma, “bueno, pelillos a la mar, que dentro de tres días a  mi chaval me lo  resucitan”. No sabía nada, no sabía absolutamente nada. A su hijo se lo mataron y punto. Caso cerrado. La redención o como ella conociera la misión de su hijo (si es que lo sabía), se fue al traste.
La Soledad de María refleja, al menos para mí, como ninguna otra representación plástica elaborada por mano humana, el momento culminante de la vida de María, ese momento donde todo pierde el significado que para ella pudiera tener; refleja el momento de máximo abandono, de máximo vacío. Nos dice que ella era humana, totalmente humana, que sintió, que padeció, que no era una diosa, sino una pobre mujer que le tocó el casi insoportable papel de ser la madre del Redentor. Y refleja cómo desde su humanidad atravesó el amargo momento de la muerte de su hijo, como lo atravesaría cualquier madre que estuviera en la misma situación, sin ninguna ventaja por razón de haber sido concebida (como reza la doctrina católica) sin pecado original.
La inmensa Gloria que se mereció María, la razón de que tras estos acontecimientos fuese respetada y venerada por la primera comunidad cristiana, a la que consideraban “la Madre” y “la Señora”, es que ella es el primer ser humano de carne y hueso que supo soportar los envites de “la lógica redentora de Dios”.
¿A ella le vas a preguntar por qué Dios consiente el mal en el mundo? ¿A ella?
Su respuesta no puede ser otra que…
 “Y yo qué sé, hijo mío, Él es así. Nos da el consuelo y la hiel simultáneamente, porque esta es la única forma de que los humanos “aprendamos a ser”. Vivir con Dios, estar llenos de Dios no es un cuento de hadas, no es una historia fácil de vivir, todo lo contrario. Si quieres te lo puedo explicar más alto, pero no más claro.”
“A ti misma, te atravesará una espada”, le dijo Simeón. Y vaya si así fue.
Dios es paz y espada a la vez; yugo suave y carga ligera, pero exigencia total y absoluta y dolor extremo.
Todo esto escribirlo es fácil, pero se me ponen los pelos como escarpias y se me abren los dedos de los pies de pensar que yo, el que esto escribe, tenga que  pasar por estos trances, hasta tener que exclamar de verdad a Dios, ¿por qué me has abandonado?
Todo viene en el mismo paquete que Dios te entrega si aceptas seguirle.
Y María supo beber ese amargo cáliz y decir “sí, hágase según tu palabra”.
Lo tomas o lo dejas. Pero no preguntes por qué, porque tu mente no hallará respuesta alguna.
La respuesta sólo viene de Él, y se la da, justamente a los que no se la plantean.

23.  Todo está cumplido

“Bimadisiwin”: vivir la vida.
A ti he confiado mi alma.
Mi amor ha anidado en ti
Toco la piedra que me curó
Siento a mi madre cerca.
Pongo los dones que una vez
Me fueron otorgados
En el seno de tu dulce abrazo
Siento las alas del gavilán
Dar vueltas alrededor de mi vacío.
A ti he confiado mis sueños
Mis metas, mis esperanzas y mis miedos.
Siento tu poder que me llena.
Te bendigo con mis lágrimas.
A ti he confiado mi ser.
Mis recuerdos de los días pasados.
Te doy gracias por abrirme tus brazos.
Tú me das alas para volar.
El tambor de sanación (Op. Cit)

Los humanos que tomamos la opción de contraer matrimonio y formar una familia, tras muchos años de verles a nuestros hijos nacer, crecer, educarles y darles un medio de vida, cuando les vemos ya autónomos, con capacidad para valerse por ellos mismos, y que a lo sumo para los que podemos serles útil es para malcriar a los nietos (porque ya se sabe que nietos y abuelos son aliados naturales), podemos exclamar a Dios una frase similar a la que el anciano Simeón pronunció cuando María y José presentaron a Jesús en el templo, “Señor ya puedes dejar a estos padres irse en paz, porque ya todo está cumplido”. Cuando a ellos les hemos entregado todo lo que teníamos y les vemos salir de casa, un sentimiento de satisfacción nos embarga, por el deber cumplido, para, a partir de entonces ponernos en la cola de Caronte, el barquero de Hades, en espera de que nos llegue la hora de cruzar el Aqueronte, el río de la muerte.
Aprende la lección de la bellota.
¿Cómo sabe la bellota convertirse en un roble?
Porque se entrega a sí misma, se acepta,
Transformándose ella misma,
Para poder vivir su propia experiencia.
El tambor de sanación (Op. Cit)
Si nos preguntaran cuándo pensamos que “todo está cumplido para nosotros” en esta vida, no sabríamos qué decir. Lo más habitual suele ser que, tras el pase a retiro por edad, a eso de los 65 años -cuando la Sociedad nos define oficialmente con el certificado de jubilación que entramos en las “clases pasivas”-, algo nos dice que prácticamente, salvo atender a los nietos, ya “todo está cumplido”.
Esta frase que Jesús pronunció en la cruz (Jn 19, 30), marca el final de su misión en la Tierra. Pero la pronunció apenas unos segundos antes de expirar.
Stricto sensu, sólo en el instante antes de morir también podremos nosotros decir, “todo está cumplido”, porque hasta entonces, todavía queda mucho por hacer.
Es lo que tantas veces nos preguntamos sobre el por qué a alguien que está en plena vorágine de actividad y buen rendimiento, y a edad temprana, digamos 30, 40 o 50 años, de pronto, le sobreviene un cáncer, o cualquier otra enfermedad aguda, o sufre un accidente mortal, y su vida queda sesgada con todo medio hacer. ¿Por qué, nos preguntamos, una madre se muere con todos sus hijos a medio criar, o un padre en la misma situación? Lo preguntamos porque según nuestras cuentas todavía no todo está cumplido, queda mucho por hacer. Y sin embargo vemos cómo las residencias de tercera edad están repletas de ancianos medio demenciados, para los que “todo está ya cumplido” hace ya muchos años, y sin embargo ahí están, con incontinencia de esfínteres, y perdida de juicio, llenos de escaras de declive, suponiendo una importante carga social.
Siempre es lo mismo; no entendemos por qué se producen muertes prematuras y vidas extremadamente longevas. Y no entendemos porque según nuestro criterio, nuestra voluntad, los primeros deberían seguir viviendo y los segundos deberían haber muerto cuando ya dejaron de servir y habían vendido ya todo su pescado.
En esto se ve, como quizás en ningún otro acontecimiento de la vida, que nuestros pensamientos o nuestras decisiones sobre cómo deben ser las cosas, no son Sus pensamientos ni Sus decisiones.  Porque en realidad, aunque pensemos que en este mundo se está realizando la voluntad de los seres humanos, en realidad sucede más o menos lo siguiente:
Escena 1: Madre que deja a su hijito metido en su corralito para que juegue con un juego de meter bolas en una caja. El niño se esmera en meter la estrella en el agujero con forma de estrella, la bola en el agujero redondo, el cubo en el cuadrado, etc. Cuando todavía le quedan varias piezas por encajar, la madre le coge, le saca del corralito, le cambia los pañales y le coloca en el cochecito para salir a la calle. Nos podremos imaginar la perra que monta el niño, tan ensimismado como estaba con su juguete.
Escena 2: Comienza como en la escena 1, es decir, madre que deja a su hijito metido en su corralito para que juegue con un juego de meter bolas en una caja. El niño se esmera en meter la estrella en el agujero con forma de estrella, la bola en el agujero redondo, el cubo en el cuadrado, etc. Hasta que lo termina. Entonces una vez que no tiene nada que hacer, y no sabe abrir la caja para sacar las piezas y empezar de nuevo, comienza a ponerse nervioso, porque se aburre y quiere salir, pero su madre todavía no está arreglada para salir a la calle, de modo que le toca esperar una eternidad. También nos podremos imaginar la perra que coge el niño y el incordio para su otro hermano recién nacido, que se despierta y comienza a hacer compañía a su hermano en un llanto a dúo ensordecedor.
Pues más o menos eso nos pasa a los humanos. No somos conscientes de que el corralito de nuestros bebés es el Confinador en el que estamos colocados por nuestro Padre que está en los Cielos. Los que mueren prematuramente les sucede como al niño de la escena 1. Los que se eternizan en la extrema ancianidad son como el niño de la escena 2. Nadie está contento.
En las escenas domésticas que hemos imaginado, los acontecimientos importantes, los que marcan las pautas de la historia de ese día no son lógicamente los juegos que nuestros niños realicen en el corralito para entretenerse (esto dicho con sumo cuidado, porque en realidad sí tienen importancia educativa), sino las cosas que la madre tiene que hacer. Es decir, lo que marca el devenir de los acontecimientos son las decisiones de la madre, no la de los niños. Pues en la vida real, lo mismo; el devenir de nuestras vidas no lo marcan nuestras decisiones, sino las Suyas. Otra cosa es que estemos tan absortos en nuestros juegos de corral, que “creamos” que lo importante son los juegos que nos montamos en el corralito, en el Confinador.
Jesús, cuando se encarnó en María y estuvo entre nosotros en este mundo, lo que hizo fue meterse en el corralito para enseñarnos a meter las piezas en la caja, pero nosotros, que somos muy chulos, nos enfadamos tanto con Él que le dejamos la cara como un ecce homo, llena de arañazos. ¡A mí me vas a decir tú cómo tengo que meter las piezas en la caja!
Volvemos a la teoría del Confinador, que ha subyacido a lo largo de todo este libro. No sucede lo que nosotros decidimos, aunque lo parezca; siempre acontece su voluntad. Otra cosa es que queramos ignorarlo, pero realmente “todo está bien”, sucede lo que ha de suceder.
Gandhi, en un encendido alegato a favor de la no violencia (ahimsa), afirmaba que:
 “La ley que rige la Humanidad es el amor. Si la violencia nos hubiera regido, nos habríamos extinguido hace muchísimo tiempo”.
Efectivamente, en este mundo, aunque parezca lo contrario, impera sobre todas las cosas el amor. Allá donde una pequeña margarita crece en medio de la tempestad, un lirio sobre la ciénaga, allí está nuestro Padre que está en los Cielos aportando su luz y su paz.
Allí donde una madre está amamantando a su hijito, allí está Dios.
Allí donde un padre le está quitando la caca a su hijita para luego bañarla y dejarla limpia y perfumada, allí está Dios.
Allí donde unos esposos se acarician tiernamente y se funden en un solo cuerpo y un solo corazón, allí está Dios.
Allí donde un padre va a buscar al colegio a su hijo pequeño para llevarle a casa y darle de merendar, allí está Dios.
Allí donde unos abuelos se quedan con su nietecito para que su hija pueda salir con su marido a distraerse un poco, allí está Dios.
Allí donde uno al salir del metro ve a un mendigo con el cacillo y le aporta cincuenta céntimos, allí está Dios.
Allí donde un empleado va a por tres cafés y se los ofrece a sus compañeros con una sonrisa, allí está Dios cumpliendo su voluntad.
Cuando vi la película Crash (Colisión)[xxxi], me pude dar cuenta cómo los seres humanos no somos ni buenos ni malos, simplemente en unos momentos podemos comportarnos como auténticos seres despreciables, y al día siguiente como auténticos héroes; y en general, nos comportamos, como afirma Gandhi, como personas normales regidos por una ética que proyecta amor y hace de este mundo algo posible. Porque ese buen padre que se esmera quitándole la caca a su hijita, puede ser el mismo que sirva los tres cafés a sus compañeros, para al día siguiente dejarles mangados en un trabajo a medio hacer, o se pelee como un verdulero por un puñado de dólares con su cuñado a propósito de la herencia de los padres de su mujer. Esto sucede en escenas normales de la vida diaria, o como en la película, el policía de Los Ángeles que intenta abusar sexualmente de una ciudadana de color para a los pocos días, salvar a esa misma persona de morir abrasada en un accidente de tráfico, con riesgo de su vida, o cuida  a su padre con cáncer de próstata con una abnegación digna de todos los elogios.
¿Quiénes somos realmente? ¿Los que hacemos actos buenos o los que hacemos actos malos? En esto los militares, son muy conscientes de que en una operación militar, el soldado que dispara contra ellos desde las líneas enemigas, no es realmente un enemigo, sino alguien que como él ha recibido la orden de abrir fuego, y en estas circunstancias, o le mato yo primero o me mata él a mí. Pero en el caso bastante probable de que alguien caiga prisionero, salvo por la histeria y el estrés de combate que hace despertar en nosotros todos nuestros más bajos instintos, en general un prisionero de guerra suele ser tratado (o al menos debe serlo) con bastante respeto; así lo avala la Convención de Ginebra, al menos, porque en el fondo todos sabemos, los unos y los otros, que somos peones de los auténticos enemigos, los políticos, los Poncios Pilatos de la vida.
Así que en el Confinador en el que estamos metidos, todos estos acontecimientos, unos buenos la inmensa mayoría, otros malos la minoría, aunque con efecto resonador bastante escandaloso por sus efectos deletéreos, conforman el devenir de nuestra historia.
¿Por qué estamos aquí? Es la gran pregunta. Con lo tranquilo que, suponemos, estaríamos en el limbo de ninguna parte antes de nacer, ¿por qué el Señor se ha tomado la molestia de crearnos, sobre todo para esto, para arrastrarnos como cucarachas en este valle de lágrimas? O como afirmó una vez Stephen Hawking, ¿Por qué se tomó el Universo la molestia de existir?[xxxii] Para aquellos que recuerden la serie infantil de los años ochenta y noventa, Fraggle Rock© (que conseguía hipnotizar a nuestros hijos al venir del cole durante media hora), en ese micromundo coexistían varios personajes, los Fraggles, los Curris y los Goris y el tío Matt. Los Fraggles  eran pequeñas criaturas humanoides, de unos 50 centímetros de alto, de una amplia variedad de colores y poseían colas con un pequeño penacho de pelo en la punta. Una segunda especie de pequeñas criaturas humanoides, de color verde y trabajadores como hormigas, eran los Curris. De pie alcanzaban los 15 cms. de alto, eran como unos anti-Fraggles, con sus vidas dedicadas al trabajo y la industria. Los Curris pasaban gran parte de su tiempo construyendo todo tipo de estructuras inútiles por todo Fraggle Rock, haciendo uso de herramientas de construcción en miniatura y llevando cascos y botas de obrero. Como la materia prima con la que los Curris construían era como el caramelo, que volvía locos a los Fraggles, la vida transcurría con los Curris construyendo esas estructuras inútiles y los Fraggles comiéndoselas. Pero si los Fraggles no hicieran eso, lo que en cualquier caso los Curris lo sentían como una agresión permanente de los Fraggles hacia su trabajo (algo malo), las cuevas de Fraggle Rock terminarían totalmente ocupadas por esas estructuras aparentemente inútiles, de modo que para que realmente en esas cueva la vida sea posible, alguien tiene que construir, para que alguien pueda destruir y de paso alimentarse. Es lo que se llama, alcanzar el estado estable, algo en esencia bueno que se consigue gracias a actos considerados malos para unos, pero buenos para otros, y viceversa. Los zorros se comen a los conejos para sobrevivir, y si no lo hicieran, los conejos arrasarían como una plaga los campos y se desequilibraría el ecosistema. Lo mismo ocurre con los leones y las gacelas, aunque al ver nosotros la escena de cómo un león mata a una gacela, nos pueda impresionar de dramática (que lo es), y hasta mala. Ya podría haber ideado Dios otra forma de que los animales comieran y se alimentaran, pensamos.
En nuestro propio cuerpo suceden cosas así, unas células, por ejemplo los osteoblastos, son como los Curris, que se “curran” la formación de hueso, mientras otras, los osteoclastos, son como los Fraggles, que les encanta los osteocitos formados por los osteoblastos, y no hacen más que devorarlos. En nuestra fase de crecimiento, los osteoblastos van más deprisa que los osteoclastos, y crean más hueso que el que destruyen los clastos. Cuando alcanzamos nuestra estatura final, ambos, blastos y clastos se ponen de acuerdo para crear hueso al mismo ritmo que es destruido. Y en nuestra vejez, los clastos ganan por goleada, y ya se sabe lo que ocurre. Pregunta. ¿Los blastos son los buenos y los clastos son los malos? No, lógicamente, ambos hacen su trabajo, para que nuestro cuerpo alcance el clímax de estabilidad y no nos convirtamos en monstruos inviables llenos de hueso por todas partes, como le sucedió al pobre  Joseph Merrick, el conocido hombre elefante, que padeció el caso más severo de lo que se conoce como Síndrome de Proteus, enfermedad congénita que genera un desarrollo anormalmente excesivo de los huesos, entre otras dolencias.
La vida en este mundo hay que comprenderla. Con eso vamos ya sobrados, mucho antes de tratar de comprender la lógica de Dios, como para saber cuándo en nuestra vida “todo está cumplido”.
La vida es una permanente lucha contra el caos, en términos expresados por Lluis Miravitlles, divulgador científico español de los años sesenta[xxxiii]. Esto significa que en realidad, todos nosotros participamos en una permanente vida cíclica, regida por la Ley de las fuerzas antagónicas o tercera Ley de Newton (acción reacción), donde a una fuerza en un sentido se opone siempre otra fuerza en sentido opuesto; lo que genera al final un comportamiento ondulatorio de la práctica mayoría de las variables que garantizan la vida en la Tierra y en el Universo. El caos se produce cuando una de las dos fuerzas de esa gran cantidad de pares que gobiernan nuestra existencia se desborda y domina el sistema en el que influye, pues ese predominio, genera lo que los físicos llaman “entropía”, que si no es compensado por la reacción de la otra fuerza, hará que determinadas variables crezcan o decrezcan exponencialmente, hasta la destrucción final del sistema en cuestión. La enfermedad es un fiel exponente de este caos, de esta entropía. Lo que sucede es que depende del nivel de agregación de las estructuras sistémicas del organismo, eso se percibirá como bueno o como malo. Es decir, para el cáncer, el crecimiento de las poblaciones celulares tumorales es bueno. Para el resto de las estructuras será algo incluso desconocido e indiferente, en la medida en que no les afecte, hasta que el secuestro de materia y energía provocado por el cáncer les comience a provocar desnutrición y amenace sus vidas celulares. Sólo el organismo en su conjunto es el que se preocupa a los primeros síntomas, y trata de iniciar la reacción inmunitaria para intentar detener el avance del mal. Esto es así porque a lo largo de nuestra vida, intentos de sublevación cancerígena las tenemos a patadas, lo que sucede que el “organismo” las identifica rápidamente, y rápidamente las neutraliza.
Nuestra vida es así. Nosotros somos como una célula social, donde mientras en nuestro pequeño mundo no nos afecten los desequilibrios sociales, nos sentimos protegidos. Nos preocupamos cuando los vemos venir, y tomamos medidas, a veces demasiado tarde, cuando tenemos el huracán encima (rezamos a Santa Bárbara, sólo cuando truena). Así que con una perspectiva exclusivamente miope y cortoplacista, el mal del mundo resulta ser el mal que a mí me afecta. Si no tuviéramos los medios de comunicación social de que disponemos, mientras nosotros no tuviéramos problemas económicos, ya podría morirse el otro lado del mundo de hambre y sequía, que para nosotros eso no nos afectaría. Esta sería como la primera fase del cáncer. Otro ejemplo; en el pulmón se está empezando a desarrollar un carcinoma, pero no creo que eso le afecte de momento demasiado a una célula muscular del dedo gordo del pie derecho. Pasa el tiempo, y llegan noticias del problema de la sequía. Mientras eso no se refleje en escasez en las estanterías de mi supermercado, tranquilos podemos estar. El problema empieza cuando suben los precios, o no encontramos pollos para nuestras paellas. Cuando sucede esto, significa lo mismo que cuando la despreocupada célula del dedo gordo del pie, comienza a notar que no le llegan suficientes nutrientes para llevar a cabo su función contráctil, porque el metastásico carcinoma se zampa todo lo que llega. Sólo los altos responsables de Agricultura o de Economía o los meteorólogos detectan el problema tempranamente[xxxiv].
Pues en el conjunto de nuestra vida, de donde formamos parte como individuos, como células sociales, el único que sabe y comprende el por qué de todos los cientos o miles de billones de acontecimientos que suceden diariamente, anualmente y a lo largo de toda la Historia es Nuestro Padre Celestial que está en los Cielos. Sólo Él sabe realmente por qué suceden las cosas, de la misma forma que sólo la madre comprende por qué deja al niño en el corralito con un juguete para que se entretenga y luego le coge para llevárselo a la calle. El niño sólo sabe que tiene un juguete para jugar y luego, sin venir a cuento, se lo quita su madre, le saca del corral, le arregla, le sienta en la sillita, le saca a la calle con el frío que hace… El niño no comprende nada. Y en realidad, ni tiene por qué comprender. Sólo le queda tener tanta fe, tanta confianza en su madre, que se deja llevar sin preguntar por qué, “vivir sin un por qué”, parafraseando a Eckhart. Al principio, a cada contradicción a su incipiente voluntad, monta una perra que su madre trata de calmar con un chupete o con un azote en el culo. Hasta que, aunque sea por la vía de la costumbre, el niño acepte que casi nunca se hace su voluntad, sino la de su madre, y así lo acepte, aunque no lo comprenda.
Sólo una visión global y eterna de la existencia puede llegar a hacernos comprender las cosas.
Esa visión global de la vida se denomina “contemplación”.
Sólo la actitud contemplativa de la vida permite, si no comprender, al menos aceptar el hecho de que por alguna razón que sólo Dios sabe, se han producido a lo largo de la Historia tantas guerras como han acontecido. Sólo la actitud contemplativa permite, si no comprender, al menos aceptar la Segunda Guerra Mundial. ¿Dónde estaba Dios en los campos de concentración y exterminio de Alemania? La respuesta es en la soledad de todos y cada uno de los judíos que fueron confinados y asesinados. Sólo así, con una actitud contemplativa de la vida, se comprenden las bienaventuranzas.
1 Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. 2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
3 Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
4 Bienaventurados  los mansos, porque  ellos poseerán en herencia la tierra.
5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Mt 5, 1-12
La voluntad del Padre se expresa en esta vida a través de un delicado balance entre lo que nos parece bueno y lo que nos parece malo, entre lo que entendemos como “el bien” y lo que entendemos como “el mal”. Y nos parece que si se cumpliera realmente la voluntad de Dios, todo lo que aconteciera deberíamos percibirlo como “bueno”. De modo que el hecho de que sucedan tantas cosas que interpretamos como “malas” hace que pensemos que en realidad Dios está perdiendo la batalla contra el mal. Sólo la actitud contemplativa de la vida puede hacernos comprender que todo se debe, primero a nuestra comprensible miopía respecto de la interpretación de los acontecimientos, y segundo, porque somos adoradores de Cronos, el tiempo, porque para nosotros todo se basa y se sustenta en la línea temporal del devenir de las cosas, cuando realmente, ni el pasado ni el futuro existen, sólo existe el presente, es decir, el momento eterno en el que Dios es; y además, no tenemos fe, no tenemos confianza.
La tradición judeocristiana mediante la Biblia nos ha tratado de dar una interpretación de todo esto a través de la lucha establecida entre el Bien y el Mal desde aquello de la serpiente y la manzana de Adán descrito en el Génesis. Es todo una alegoría, una impresionante y sublime parábola como las que empleaba Jesús para hacernos comprender qué es el Reino de los Cielos. Como decía Kongar en su libro “el ateísmo contemporáneo”[xxxv], la Biblia, más que una teología para los humanos, es una antropología para Dios; es un intento de “a ver cómo les explico a estos, de qué va lo del Reino de los Cielos”. Entonces, para que nos entendamos y se nos meta en la cabeza, el Reino de los Cielos es como una película donde hay buenos y malos, los malos capitaneados por un despreciable líder, tratan de putear a los buenos, y los buenos, capitaneados por el héroe de la aventura, librando una sin par y desigual batalla contra el malo, para al final y sólo al final, no sin sufrir innumerables bajas y casi perder la guerra, conseguir ganarla al son de las trompetas del Juicio final arrojando a la Bestia definitivamente al Averno, junto con todos sus secuaces y desgraciados que se dejaron engañar por sus tentaciones. Porque en el imaginarium de los humanos, el bien siempre tiene que vencer al mal, y, como en las películas, el bueno debe terminar siempre matando al malo y casándose con la chica (porque siempre hay una chica, no olvidemos eso del eterno femenino). Si no, Hollywood no sería lo que es. Porque los humanos somos así, Dios tiene que bajar a nuestro nivel de entendederas, para hacernos comprender mínimamente lo que en realidad escapa absolutamente a nuestra capacidad de asimilación.
Pues de igual forma pasa con las acechanzas del demonio, que como no deja de referir Santa Teresa, no deja de enredar y de tentarnos de mil formas para apartarnos de Nuestro Señor. Es la forma más sencilla de explicarle a un niño, cómo es esto del bien y el mal, cuando en realidad, la realidad revela un hecho mucho más profundo que sólo podemos siquiera intuir en actitud contemplativa, contemplando la vida en su totalidad, abarcando todo el devenir de la Historia en un instante eterno. Sólo así, desde la mente de Dios todo tiene sentido y realmente comprenderíamos que en todo momento se está cumpliendo su voluntad. Y nuestra vida individual no es sino un brevísimo período de aprendizaje donde nuestra única responsabilidad se reduce a “aprender a ser” a través del desarrollo de los talentos que nos han sido dado, y de la fe; pero no la de cómo aceptación y adhesión a creencias dogmáticas, sino a la voluntad de Dios.
Creer es confiar. Creer es permitir. Creer, sobre todo es adherirse, entregarse. En una palabra, creer es amar. ¿Qué vale un silogismo intelectual si no alcanza ni comprende la vida? Es como una partitura sin melodía.
[…] La fe bíblica es eso: adhesión a Dios mismo. La fe no indica preferencia principalmente a dogmas y verdades sobre Dios. Es un entregarse a su voluntad. No es, pues, un proceso intelectual, un saltar de premisas a conclusiones, un hacer combinaciones lógicas barajando unos cuantos conceptos o presupuestos mentales. Principalmente es una actitud vital. Concretamente se trata, repetimos, de una adhesión existencial a la persona de Dios y a su voluntad. Cuando existe esta adhesión integral al misterio de Dios, las verdades y dogmas referentes a Dios se aceptan con toda naturalidad y no se producen conflictos intelectuales.
Ignacio Larrañaga, El silencio de María (Op.Cit)
De ahí que en realidad lo que une a las religiones del mundo es esto, la adhesión a Dios en lo más profundo de su esencia, es decir prácticamente digamos el 95% de los requisitos. Y lo que las separa son los dogmas que cada una ha elaborado para comprender las obras de Dios, según las propias tradiciones y la propia historia e idiosincrasia de cada pueblo, defendidas a fuego y bayoneta.
La doctrina católica, a lo mejor sin pretenderlo explícitamente, ha impresionado a efectos prácticos de maniquea, con ese enfoque de la lucha del bien representado por la Santísima Trinidad y sus ángeles buenos, y el mal representado por Lucifer y sus ángeles caídos. Esto puede ser acaso heredado desde el devenir de la propia historia de las culturas y de las civilizaciones, como otras muchas cosas, asumidas como cristianas pero que proceden de ritos y mitos ancestrales, por ejemplo, el pasaje del diluvio en la Biblia y en Gilgamesh es tan similar, que para el autor bíblico, con sólo cortar y pegar del pasaje de Gilsamesh, y cambiarle el nombre a los personajes, habría escrito la historia de Noe. Los maniqueos -a semejanza de los gnósticos, mandeos y mazdeístas- eran dualistas: creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el Bien y el Mal, que eran asociados a la Luz (Zurván) y las Tinieblas (Ahrimán) y, por tanto, consideraban que el espíritu del hombre es de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio[xxxvi]. Si entramos en detalles, la doctrina católica no le ha hecho ascos a este planteamiento, por cuanto se nos ha educado en el sentido de que nuestra carne, nuestro cuerpo, junto con el demonio y el mundo son nuestros principales enemigos. Y de hecho, el planteamiento general de la vida del cristiano, desde siempre e incluso hoy día, es una permanente súplica a Dios y a la Virgen de que no seamos arrebatados por el príncipe de las tinieblas, del Reino de los Cielos.
Sin entrar más en estos temas, que resultan tremendamente escabrosos y sólo aptos para las mentes más doctas en materia teológica, el hecho cierto es que al final estamos frente al planteamiento de Abelardo, con la teoría de la intención, y el de Bernardo de Claraval, con su “ira de Dios”.
La fe, según la describe Larrañaga, no es capaz de sobrevivir entre las acechanzas del demonio por un lado y la ira de Dios por otro. ¡Así no hay quien viva, sobresaltados a cada paso por las tentaciones demoníacas, mundanas y de ¡nuestro propio cuerpo! y por el mal carácter de un Dios iracundo que lleva cuentas del mal a no ser que nos confesemos con el cura a cada paso mal dado (o sea, casi todos los días). Falsa imagen de Dios, inculcada sin mala intención por los formadores en la fe, y que obedece a un no saber realmente cómo es Dios, o acaso por tratar de comprender lo que simplemente contemplando se puede evidenciar.
Napoleón decía que el gran mérito de Mahoma era haber fundado una religión sin infierno. Cada cual lo tome como quiera.
¿Todo está cumplido? Con nuestra fe materializada en amor, sí. Hoy, ahora, todo está cumplido. Yo puedo morir ya, ahora mismo, si mi fe es amor, y si Mi Señor considera que ya mi misión ha terminado, aunque según yo (mi ego, mi yo), crea que me quedan muchas cosas por hacer. Si un anciano decrépito sigue con vida, si un oligofrénico sigue con vida a sus setenta años, es sin el menor género de duda, porque su misión en este mundo aún no ha terminado, aunque les consideremos un estorbo social (siempre desde la perspectiva de nuestro particular egoísmo).

24.  En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Tras muchas y largas jornadas, meses, años de camino; tras atravesar bosques umbríos, valles, mesetas áridas, montañas, desfiladeros, ríos, y experimentar todo tipo de situaciones buenas y malas, caídas y recuperaciones; tras sentirte que en realidad eres un pobre siervo de la Providencia; pero sobre todo, tras llegar a la conclusión de que por mucho que reflexiones, no puedes incrementar un sólo codo a tu estatura, ni un sólo minuto a tu vida, ni entender lo que no se puede entender, al final, o lo tomas o lo dejas.
Si lo dejas, pues “tú mismo con tu mecanismo”. Allá tú. Sigue sólo, realmente solo. Porque los seres humanos, por muy rodeados que estemos de seres queridos, de personas allegadas, de amigos y confidentes, al final, de verdad, la Vida Interior, es decir, tu más pura realidad, sólo la puedes compartir con la almohada. Y la almohada jamás dice una palabra, nunca se manifiesta, porque simplemente es un objeto inerte, sin vida; es como lanzar botellas con mensaje a un pozo profundo, que nadie leerá jamás. Sólo tú contigo mismo.
Si se opta por esto, habiendo experimentado a Dios en algún momento de la vida, la sensación de soledad puede llegar a ser absolutamente aterradora. Si no es así, es señal de que lo vivido ha sido un “counterfeit”, una falsificación de algo supuestamente real. Y doy fe de ello, porque cada vez que por indolencia, por tibieza, he pasado temporadas “¿alejado?” (más bien atontado por mis asuntos, “no nos dejes caer en la atontación”), el vacío que he experimentado ha sido tan abrumador, que no he podido hacer otra cosa que decir “lo siento, Señor, perdóname”.
Los que no tienen recuerdo de lo que es vivir a Dios, experimentarle dentro de sí, acaso estén más ajenos de su propia desgracia, enredados en sus trajines. E incluso es bastante probable que les vaya mejor que a nosotros, porque “los hijos de este mundo suelen ser más astutos que los hijos de la Luz” (Lc 16, 8).
Cuando cruzas el ecuador de la vida, y te vas aproximando lenta pero inexorablemente hacia las edades de la madurez y te vas convirtiendo en un respetable señor/a provecto/a y casi sin darte cuenta te ves en la senectud, echas cuenta y te das cuenta de que de todos tus ideales para este mundo, para tu vida aquí, en el Confinador, se han quedado en la mitad de la mitad de lo que eran tus aspiraciones juveniles, cuando saliste de la Facultad o de la escuela dispuesto a comerte el mundo, y lo que realmente ha pasado es que el mundo te ha comido a ti, y se ha aprovechado de ti para seguir su inexorable rumbo hacia no sé dónde. Entonces, o te deprimes o te lo tomas con filosofía, porque en realidad llegas a ser consciente de que nada de lo que hayas hecho para tu propia hacienda y bienes pecuniarios tiene realmente valor (el orín los corroe) y tan sólo sirve para que tus descendientes se peleen a dentelladas por la herencia.
Si has tenido la gran suerte de haber sido tocado por el Altísimo, y la inteligencia de haber sabido responder a ese “sentir algo dentro de ti, que no sabes lo que es”, entonces comprendes que tanto los éxitos (pocos) como los fracasos (muchos) tienen todo el sentido del mundo; que la cotidianeidad de las horas y los días caminando por las planicies castellanas del Camino, no han sido en vano, como no lo fue para el pueblo de Israel caminar por el desierto. Caes en la cuenta de que incluso los largos años de aburrida y rutinaria vida cotidiana, cobran todo el significado, y que realmente has vivido (aunque en más de una ocasión lo hayas maldecido) la vida que debías vivir… según Su Voluntad. ¿Por qué? Sólo Él lo sabe. ¿Has sabido guardar todo esto en tu corazón? Entonces, habrás comprobado que la Paz de Dios ha inundado tu alma, has amado a manos llenas, y en el fondo has sido feliz y has contribuido decididamente a hacer este mundo, este Confinador, habitable. ¿No has sabido guardarlo? Entonces te habrás pasado la vida quejándote como egoísta guiñapo de que el mundo no te ha hecho feliz (lo que al mundo le importa un pimiento, porque siempre va a su bola). Peor para ti, porque no habrás conseguido nada a cambio de tus berrinches, salvo amargura que habrás repartido en pequeñas dosis a los demás, con lo que habrás contribuido decididamente a que este mundo, el Confinador, ser un lugar donde no hay quien pueda vivir en paz.
17 Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.» 18 «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. 19 Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. 20 Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán.
Jn 15, 17-20
Es lo único que importa. Y de eso, si eres sincero, te darás cuenta, más tarde o más temprano lo único que importa es el amor que hayas derramado hacia los demás, porque es lo único que realmente te puede dar la paz de espíritu que todos necesitamos.
Quiero deciros algo a todos vosotros, que os habéis convertido en parte de mi vida.
El color y la belleza que habéis puesto dentro de mí, se ha convertido en un canto que quiero entonar para siempre.
Hay una fuerza en nosotros que hace que las cosas tengan sentido, cuando el camino de otros se cruza con nuestro camino.
Nosotros debemos estar allí para que estas cosas ocurran.
Cuando la hora de nuestro ocaso llegue, nuestros bienes y actividades tendrán verdaderamente poco valor.
Pero la generosidad y el cariño con que hayamos amado a los demás hablarán con fuerza del gran regalo de vida que nos ha sido dado a cada uno.
Este es un fragmento de “La Canción de Ruth”, un bello poema donde dos esposos se entregan en un al otro sin condiciones. Y ambos se confiesan mutuamente el pasaje de Ruth a Noemí: “donde tú vayas, iré yo, donde tú vivas, yo viviré, tus amigos serán mis amigos y tu Dios será mi Dios” etc (Ruth 1, 16-17). Se recita como canción en el Fin de Semana de Encuentro Matrimonial, movimiento con el que mi esposa Paloma y yo venimos trabajando durante bastantes años. Y tiene el gran valor de ensalzar lo único que realmente importa, el Amor.
Es decir… “FÍAT VOLUNTAS TUA”
Porque no sé si somos conscientes de que en cualquier caso, en cualquier ocasión y lugar y circunstancia, amar significa única y exclusivamente “Fíat voluntas tua”, hágase, hacer, la voluntad de Dios. Por eso, al final Jesús, sólo nos dio un mandamiento, sólo uno, amarnos los unos a los otros como Él nos enseñó a amar, porque amarnos es hacer la voluntad del Padre.
Bienaventurado el que sepa darse cuenta de esto, porque habrá ganado su Vida entera, eso sí a cambio de perder su vida (esa ilusión llena de ridículas expectativas tales como llegar a ser el rey del mambo, algo así como ser director general de la empresa, o ganar un millón de dólares).
Ahora sí, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han conocido a tu Salvador, porque me has iluminado con esa luz que viene de lo alto; porque por fin mi Marta que llevo dentro se conciliará con la María que también soy y Tú has educado y formado para que aprendan a vivir, como proclama Teresa de Jesús en la Séptima Morada de su libro, “que Marta y María sean una”.
Ahora sí, Señor, soy consciente de que “en tus manos encomiendo mi espíritu”, (Lc 23, 46) porque ya he dejado de pertenecer a este mundo, la séptima puerta del Confinador está abierta, y puedo vislumbrar lo que hay más allá de las cosas.
Esta exclamación la dijo Jesús en el instante mismo de morir.
Y por fin la muerte. Pero ¿qué es realmente la muerte?

25.  Dejar caer el manto

El otoño es una estación del año que invita a la melancolía al ver como inexorablemente el esplendor de la vida que explosionó en primavera y alcanzó su clímax en verano, poco a poco va apagándose, los árboles pierden sus hojas, el frío se adueña del ambiente, las aves migratorias emprenden su viaje a zonas más cálidas del Planeta, los días acortan, la oscuridad de la noche va adueñándose de nuestros días, y la tristeza de lo que fue y ya no es nos embarga el corazón. Tanto más es esto cuanto sabemos que irremediablemente el frío intenso y las nieves cubrirán con la llegada del invierno toda la faz de nuestra tierra.
Y la vida parece apagarse, morir.
Si nuestra tristeza no es absoluta es porque sabemos que tras el invierno, la primavera volverá a adornar nuestra vida y la naturaleza volverá a brillar con todo su esplendor.
Aprender a ver, a contemplar “cómo caen las hojas de los árboles” (en palabras que emplea Consuelo Martín para referirse a la actitud contemplativa de la vida) es una preciosa imagen de lo que debería ser toda nuestra existencia.
Podríamos decir que es una imagen bastante triste de la existencia regodearnos en cómo se nos va la vida de las manos. A los veinte años de edad, a los treinta a los cuarenta no se nos puede pedir tener esta actitud ante la vida, con lo mucho que nos queda por vivir. Que un anciano se lo vaya pensando, todavía, ¡¡pero un joven!! Es demasiado exigir esto a alguien que tiene toda la vida por delante.
El infinito, la eternidad, la trascendencia del ser es algo inconmensurable, que rompe todas las reglas, todas las doctrinas, todos los sistemas de pensamientos y todas las liturgias.
Cuando el ser humano se enfrenta realmente ante la eternidad, es en el trance de la muerte. Hasta entonces, podemos pensar, reflexionar, ver cómo otros seres humanos mueren; unos más allegados, otros conocidos y otros, simples estadísticas de las tragedias jaleadas por los medios de comunicación.
Hasta entonces, los humanos podemos llegar a creer que dominamos nuestro destino, que nuestras prácticas religiosas se comportan como nuestro seguro de trascendencia. Pero cuando llega el momento, resulta que puede que todo se derrumbe como un frágil castillo de naipes, por muy sólida que hayamos considerado que es nuestra fe.
En el momento de la muerte, tonterías las justas. Si la fe que afirmamos tener está tan sólo sostenida por una más o menos estructurada práctica religiosa, puede que de repente nos encontremos ante un abismo con una sensación de vértigo jamás imaginada.
En el mundo de lo tangible, en el Confinador, solemos tener la creencia de que “esto está controlado”. La Ciencia casi lo explica todo, y la Medicina, “casi” lo cura todo. Las ciencias positivas y la filosofía y psicología social nos han dado la falsa sensación de que nosotros somos los dueños de nuestra vida. Doctrinas filosóficas como la teoría del superhombre de Nietzsche, nos han hecho creer capaces de todo lo que nos propongamos. La alimentación exagerada de la autoestima nos está dando la falsa sensación de totipotencialidad sin necesidad de un Dios al que acudir. Huelga explicar las consecuencias que ello está provocando.
Pero, inmersos en esta falsa sensación de superpoder personal, lo que no ha podido pasar al terreno de las ciencias positivas ha sido el mundo de lo sutil, de lo trascendente, de lo eterno. Ahí ha habido teorías para todos los gustos, y ahí ha sido donde las religiones han forjado todo un sistema dogmático que han ofrecido a sus seguidores explicación sobre lo que hay después de la vida terrenal.
Pues bien, si algo hay extremadamente cercano al ser humano y que está rodeado de autentico temor porque nos sitúa en la frontera entre el mundo material y el “otro”, es la muerte.
La muerte está considerada en Occidente, a pesar de la fe cristiana, como un suceso horrible, el fin, la aniquilación, la destrucción de la vida, tanto que la Medicina busca como objetivo final la propia inmortalidad física. La muerte es uno de los cuatro jinetes de la Apocalipsis. Aunque bien es verdad que en general, las grandes religiones monoteístas proclaman la vida eterna, ésta ha estado muy centrada en el riesgo cierto de, si no obedecemos las reglas y normas de moral dictadas por el Magisterio, el riesgo de toparnos con el espantoso infierno es bastante probable. No sé si el temor a la muerte (porque es pánico lo que tenemos) lo es por el trance doloroso del óbito, por la soledad absoluta en la que acontece, a pesar de vernos rodeados de familiares y amigos, o por lo que nos espera al morir en pecado mortal en su caso, por no saber qué será de nosotros, si aprobaremos o no el Examen Final. Es el dilema entre un Padre bueno o un Juez implacable.
El problema, por tanto es extremadamente serio, como para tomárselo a broma. Pues la base de todos los sentimientos que nos genera el hecho de morir es el miedo a, realmente no saber qué hay detrás del umbral, aunque recitemos el Credo todos los domingos en misa.
La diferencia entre abordar la muerte con serenidad o con miedo depende de hasta qué punto nos creemos lo que decimos que creemos.
Se nos despiertan todas las alarmas, y desde lo más profundo de nosotros, todo nuestro ser se revuelve ante el hecho de la aniquilación de lo que creemos, hemos sido hasta ahora.
Se muere nuestro yo. Me muero “yo”. Pero ¿quién soy yo?
Ya lo hemos visto. Somos una elaboración bastante complicada de nuestra propia mente, mientras nuestra alma dormida parece vivir en el limbo donde nada ocurre. Pero cuando uno se enfrenta a la muerte, en absoluta soledad, como refiere Larrañaga, se da cuenta de que lo que se muere es su “yo apañao”, y su alma se reconoce a sí misma, descubre lo que realmente es, a lo mejor demasiado tarde.
Como explicaba en una de sus magníficas conferencias Fidel Delgado, si pudiéramos aprender a vivir el morir, la cosa cambiaría considerablemente. Morir está escrito con “M”; “M” de miedo y “M” de un camino en forma de montaña rusa con subidas y bajadas, que termina como empezó, en las profundidades. Mal comienzo, que trata de superarse dos veces (o más), los picos de la M, y sobre todo mal final, que termina en la nada.
Vivir se escribe con “V” de vida. Buen comienzo en los brazos de nuestro Padre Celestial, que nos entrega a nuestros padres, para que seamos sometidos a un severo proceso de aprendizaje. Es un aprendizaje más salpicado de fracasos personales que éxitos, pero que justamente, hacen los primeros que seamos forjados como el hierro, a fuerza de golpes, para en un momento determinado de nuestra vida, saber tomar conciencia de nuestra auténtica Realidad, de nosotros mismos, y sepamos abandonar nuestros “mis” para hacer sitio en nuestro ser a la Divina Realidad, y así subir hasta la llegada de la hora final de abandonar este mundo, el Confinador, este plano de la realidad, para acceder a otro que nos tiene preparado nuestro Padre Celestial.
Es una suerte que en Castellano vivir se escriba con “V” y morir con “M”, porque, por ejemplo, en Inglés, ni la “L” de “to live”, ni la “D” de “to death”, sirven para esta explicación. Pero salvando este escollo lingüístico a nuestro favor, lo de la V y la M tiene, como podemos ver, un tremendo significado. Porque la vida se escribe para millones de personas con “M” de miedo y de muerte, a pesar de la promesa de una vida eterna, y de que nadie tiene en el fondo claro que existan garantías de morir en gracia de Dios, condición sinequanon para entrar en el Reino de los Cielos. Y esa “M” es como un muñeco de cuerda al que todos los días se la damos para recibir nuestra dosis de susto diario, que nos mantiene despiertos y vigilantes, porque no sabemos ni el día ni la hora.
Para saltar de la “M” a la “V”, para saber vivir la muerte, el alma tiene que estar despierta, ha de tomar conciencia de sí misma. En este sentido, la vida de fe ofrece algo más que el puro ritualismo de las prácticas religiosas (no basta con considerarse “católico practicante” ¿qué será eso?). Una vida reducida en ir a misa los domingos y no fastidiar demasiado al vecino no es suficiente para encaminarnos hacia la senda de Dios.
La muerte nos enfrenta de bruces con el abismo insoldable del Océano de Dios. Sólo el que haya tenido en vida experiencia personal de Dios puede enfrentarse a la muerte con la serenidad de alguien que sabe hacia dónde se encamina, que hay Alguien esperándole “al otro lado” con los brazos abiertos.
Son tantos los pasajes del Evangelio que nos están diciendo que tenemos que saber morir antes de morir para comprobar que la muerte no existe, que posiblemente ni nos hemos dado cuenta.
Saber morir antes de morir, para comprender que la muerte no existe”
Esta frase de Eckhart Tolle, a la que ya nos hemos referido, y todo el Evangelio de Jesús nos dan un mensaje clarísimo. Tenemos que experimentar la muerte de nosotros mismos, antes de morir. Esto puede parecer un contrasentido, una aberración, una rayada mental, pero no es ni más ni menos que “la senda estrecha” que tanto fastidia a los que estamos llenos de nuestras cosas de mi “yo” de “mis” riquezas. Es la senda de la “morti-ficación”, de morir a nosotros mismos, de vaciarnos de nosotros, para que Él pueda llenar todos los rincones de nuestro ser.
Esto, mira que lo explica Teresa de Jesús veces, y siempre dice lo mismo, que no se puede comprender intelectualmente, o se vive, o se experimenta, o sirve tan sólo para adornar los libros de teología, pero nada más.
Meister Eckhart tiene una frase total:
“Cuanto más hay de mí en mí, menos hay de Dios en mí”
Por todas las partes por donde lo mires, se llega a la misma conclusión. Si no me abandono a la voluntad de Dios, si no me rindo a la evidencia de que mi vida no me pertenece, sino que es suya, en el momento de la muerte me daré cuenta de lo inútil que ha sido mi existencia.
Esto, dicho en terminología católica es la consabida frase que escuchamos reiteradamente en las misas dominicales:
“Si no renunciamos al pecado, no entraremos en el Reino de los Cielos.”
Esto no es que lo digan los curas, lo dice Jesús, pero aquí introducimos una palabra bastante desagradable para muchos, “pecado”. Porque, vamos a ver, ¿de qué estamos hablando realmente? Para que los católicos de a pie, para que el común de las gentes lo entiendan, estamos hablando de la vida de pecado versus la vida de Gracia. Si al final todo es lo mismo. Si el gran problema que tiene la religión es que en la mayoría de las personas, lo que se sabe, se queda tan sólo en eso, en unos cuantos principios aprendidos, que nos conformamos con tan sólo llevarlos a la práctica ritual, pero no vivencial.
Los que solemos ir a misa los domingos, ¿cuántas veces entonamos en yo pecador? Como poco sesenta veces al año, contando las fiestas de guardar. Como uno de los defectos que tiene el ritual de la misa es que ya nos sabemos de memoria todas las preces, recitamos el “confiteor”, el “yo pecador” sin enterarnos prácticamente de nada, pero si lo repasamos lentamente, ¿qué encontramos en el “confiteor”?
Yo confieso ante Dios Todopoderoso. Porque el primer paso que todo ser con dos dedos de frente tiene que hacer es reconocer que no ha hecho más que meter la pata una y otra vez, y no tanto por haber cometido lo que en la doctrina católica se denominan pecados, que si veniales, que si mortales y todo eso. La cuestión no es tanto esa, como el hecho de reconocer que “sólo vivo para mí mismo”, que en mi interior sólo quepo “yo”, mi yo apañao, y que de Él, como que paso olímpicamente.
Y ante vosotros, hermanos, porque en segundo lugar, mi actitud egoísta no es baladí hacia los demás; porque con esa actitud que hace que se cumpla aquel dicho tan cierto de que “en este mundo todo el mundo va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío” (Catedrático Velázquez), realmente puede tener y tiene efectos deletéreos en la Comunidad, en la Sociedad. Y si el mundo es como es, tengo que reconocer que yo aporto mi granito de arena para que sea así.
Que he pecado mucho, porque realmente vuelvo otra vez, no se trata de contabilizar “actos” y considerarlos pecados, sino actitudes; y esto es tan sutil, tan imperceptible, que realmente no nos damos cuenta de hasta qué punto reina, impera en nosotros un status de egoísmo en todo lo que hacemos, que vivimos inmersos en esas estructuras de pecado en las que está cimentado el mundo, el Confinador. Lo de vivir en estructuras de pecado lo escuché al vivir mi Cursillo de Cristiandad, y me pareció una apreciación sorprendente, porque el egoísmo y la soberbia con la que los humanos nos desenvolvemos en este mundo, hace que realmente se consolide un “status de pecado” una situación, un estado en el que pecar es lo normal, lo natural, lo socialmente admitido, hasta el extremo de creer que es lo suyo, y con ello aceptarlo como rigurosamente normal, y lo peor, tratar de no pecar es simplemente de imbéciles, de pringaos.
De pensamiento, palabra, obra y omisión. Tanto más pecado cuanto más consciente somos de lo que cometemos y tanto más grave cuanto más repercute en la vida de los demás. Sucede que nuestros actos van condicionando nuestra vida en tanto que generan como la droga, tolerancia y dependencia. Tolerancia en tanto en que cuanto más se  peca, más se tolera el pecado como normal y tanto más se infiltra en nuestro código de comportamiento, en los acuerdos que nos hacemos a nosotros mismos. Y dependencia por cuanto nuestra imagen de nosotros mismos se transforma y nos identificamos modelados bajo la máscara de imagen ante los demás deformada de modo tan intenso que se hace consustancial a nosotros, hasta el punto que somos incapaces de reconocer otro estatus de nuestra conciencia diferente al conformado por la estructura de pecado generada tras muchos años de convivencia con él.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Esta es una de las expresiones que más molesta decir, por lo menos a mí. Porque es cierto, rigurosamente cierto, que cuanto menos pecador te consideras (porque mirándolo bien, eres una buena persona, obras de buena fe y no cometes grandes tropelías),  en el fondo más lo eres. Existe una relación inversamente proporcional entre el nivel de avance espiritual y la propia humillación. Cuanto más avance experimenta el alma en la senda de la Vida Interior, más se reconoce imperfecto, y sin tener que llegar al autodesprecio, porque eso sí, Dios no puede hacer basura, sí que se necesita limpiar el suelo, la tierra de rastrojos y abrojos, de malas hierbas, es decir “humillar”, para que la buena semilla pueda crecer en nosotros y seamos tierra buena para el Sembrador. Teresa de Jesús no deja de repetir lo importante que es la propia humillación para mantener limpio de rastrojos y sabandijas nuestro campo de labor. No es por tanto un considerarnos despreciables, porque hayamos “cometido” faltas y delitos dignos del mayor desprecio (esta es una pesada carga que nos abruma y proyecta en nosotros una imagen falsa de maldad que no es cierta), sino un reconocer humildemente casi, casi, que somos, y perdóneseme la expresión, “tontos del culo” por vivir focalizados en nuestro egoísmo, en nuestra soberbia y sólo dedicado a nuestras apetencias; que si somos sinceros, mucho de ello hay en nuestra forma de vivir.
Por eso ruego a Santa María siempre Virgen. ¿Por qué nos fijamos en María? En un principio hasta yo pensaba que era por la tradición de veneración a la Madre del Señor, como la imagen de esa Señora que sale en procesión y en las romerías. Pero cuando te sumerges en las profundidades de su corazón, como hemos tímidamente intentado al reflexionar sobre la soledad y el silencio de María, y descubres la inmensa santidad de esa pobre mujer que tuvo el valor de aceptar sin rechistar lo que se le vino encima, y que por ello merece, no sólo nuestro respeto y veneración, sino nuestra más sincera admiración y reconocimiento como Madre nuestra en la fe, entonces, rogarle que nos eche su bendición es un signo de amor por nuestra parte digno del mayor de los respetos.
A los ángeles, a los santos. La tradición cristiana y sobre todo católica, fomenta la veneración a los santos. Eso es bueno, en cuanto no pensemos en ellos como otras imágenes a sacar en romerías, ni reclamo publicitario para celebrar la fiesta del pueblo, sino en cuanto ejemplo de vida. Esas devociones a los santos porque son muy milagrosos y si le rezas, te conceden lo que pides, es uno de los ejemplos más claros de “egoísmo espiritual”. El que se considera devoto de un santo, debería conocerse su vida de principio a fin, y debería imitarle en aquellas virtudes con las que más se siente identificado. Para eso sirve la devoción a los santos, para que por su ejemplo de vida, nosotros también sepamos imitarles, y entonces sí, rogar que intercedan por nosotros. Lo de los ángeles es otro tema. Un ángel es un ser etéreo presente en las creencias de muchas religiones cuyos deberes son asistir y servir a Dios. Desde el punto de vista religioso, los ángeles son normalmente considerados como criaturas de gran pureza destinadas en muchos casos a la protección de los seres humanos. En este sentido, en el Cristianismo, se habla del ángel de la guarda o custodio, que sería aquel que Dios tiene señalado a cada persona para protegerla. La mayoría de nosotros ignoramos este hecho, pero ¿realmente es así? Yo no lo sé, aunque creo que sí.
Y a vosotros, hermanos. También a vosotros, porque los cristianos creemos en lo que llamamos “la comunión de los santos”, esa confraternidad de personas que unidos por la misma fe (consciente e inconsciente), al tratar de vivir las virtudes evangélicas, derramamos nuestra Energía que recibimos de Dios hacia los demás.
Que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor. Rogar por los demás es una de las formas más efectivas de derramar nuestro amor en aquellos que deseamos amar con todas nuestras fuerzas. Esto supone “vivir en presencia” los unos en los otros. Es una de las actitudes interiores más poderosas. Los Orientales han hablado desde hace muchos siglos de transmitirnos, de darnos la Energía Universal que recibimos de Dios, de compartirla. Es una forma de significar el poder del que disponemos para construir este mundo como paraíso de paz. Por eso esa intercesión de los que amamos ante Dios, digamos que aporta la magia del Amor, derriba barreras de egoísmo y hace realidad el “todos somos Uno” que Jesús soñaba para los que le amamos.
Amén. Que así sea, que siempre se cumpla su voluntad. “Fíat voluntas tua”. Todo termina en ese clamor universal que todos los humanos de buena voluntad elevamos al Padre, de un modo consciente, pero también de un modo inconsciente. Consuelo Martín, al hablar de la Oración, reconoce que todos los humanos oramos, dándonos o sin darnos cuenta. Porque todo sano, sincero y buen deseo es una Oración elevada a Dios, aún si se trata de alguien que se considere ateo.
Y tras este acto de reconocimiento de nuestras debilidades, sin solución de continuidad elevamos en la misa un canto de Gloria a Dios, por las maravillas que ha hecho en nosotros. Pasa lo mismo, lo repetimos como papagayos, sin enterarnos de lo que proclamamos:
Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo único, Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;
tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros;
porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.
Amén. 
En este himno de alabanza, glorificamos a Dios porque poco a poco nos hace santos, impecables, perfectos, aunque no sin antes reconocer nuestra humillación. Es ese balance entre nuestras meteduras de pata y su acción directa en nuestros corazones y en nuestras voluntades.
Y siempre “Amen”, que así sea, que se haga su voluntad.
Así, entre la súplica de perdón, de redención por haber vivido en un plan tan estúpido como inútil en lo que realmente cuenta, que es nuestro caminar hacia la trascendencia, y la alabanza por reconocer que si algo bueno tenemos es por la acción directa de nuestro Padre en nuestro más profundo interior, podemos, llenos de paz encomendarle nuestro espíritu y toda nuestra vida, hasta que nos llegue el momento de tener que “dejar caer el manto”.
Los indios Cherokees refieren el hecho de morir como el momento de “dejar caer el manto”. Así explicaba Águila Blanca, el gran jefe de los 17.000 indios Cherokees deportados desde Carolina del Sur hasta la margen Oeste del Mississippi, a un niño de once años, “Pequeño dedo”, cómo su madre, “Estrella Silenciosa” dejó caer suavemente su manto, cuando la neumonía que sufría por el frío polar de aquel nefasto invierno de 1835 le arrebató la vida,  y cómo sus lágrimas, derramadas al caer en tierra, se desecaban, y la sal, que representa el espíritu era arrastrada por la lluvia hasta los ríos que van a parar al Océano, donde el Espíritu Sagrado, que en él habita las acoge en su seno.
Este poético relato de Grian, titulado “El sendero de las lágrimas”[xxxvii] es una muestra de cómo una vida profundamente espiritual, como la de las tribus indígenas americanas, es capaz de verle sentido al sufrimiento, y esperanza al incuestionable hecho de morir.
Nuestra visceral aversión occidental al riesgo nos aferra a la obsesión de asegurarlo todo, la casa, el coche, los electrodomésticos, la salud, la propia vida… por si acaso.
La Eternidad no se puede asegurar, ni con dinero, ni con rituales religiosos.
La Eternidad es un cara a cara con Dios, un “yo” ante el abismo que nos asusta como el que se enfrenta ante lo desconocido. Sólo si aprendemos durante esta vida a morir a nosotros mismos para aceptar dejarnos amar por Él, soltar los mandos de nuestra nave y “confiar” en Aquel del que recibimos la vida eterna, la muerte se transformará de miedo a la noche, a la esperanza de un nuevo amanecer.
La vida humana es un amplio ciclo de nacimiento, crecimiento, madurez, envejecimiento y muerte. Hay una diferencia abismal entre aceptarlo y aceptarlo; entre aceptarlo con la mente, a aceptarlo con el corazón, con el hondón del ser, con nuestro espíritu, con el alma consciente.
El secreto de la paz interior ante el principal de nuestros eventos que es el tránsito a la Vida con mayúsculas, comienza con aprender a aceptar la caída de las hojas de los árboles. Aceptar que todo pasa, ver a Dios en todo lo que nos suceda y suceda; aprender a que nada permanece, como afirma Heráclito, sino sólo Él, y nosotros con Él. Aceptar vender lo que tenemos, aceptar nuestra cruz y seguirle.
En este “saber ver lo que sucede” se incluye el aprender a no juzgar, a no emitir juicios de valor, a sacarnos primero nuestra viga del ojo para después y en su caso sugerir que nuestro hermano se saque la brizna del suyo. Aprender a dejar nuestra ofrenda en el altar para irnos a reconciliarnos con quienes tenemos cuentas de conciencia. Aprender a no juzgar, para no ser juzgados.
De esta forma, contemplando la vida tal cual, aprendiendo a amar “lo que es”, ¿quién dijo miedo a un Padre que nos espera con los brazos abiertos? Porque así, el Juicio final (auténtico terror de tantos y tantos cristianos), será simplemente el final de todos los juicios.
Los que hayan optado por el imperio del egoísmo, Dios obedeciendo su libertad, les dejará viviendo en el mismo infierno en el que convirtieron sus vidas y las de los demás que tuvieran la desgracia de conocerles. O algo así.
Y por lo demás…
… Dejarnos llevar, abandonarnos a la Providencia.
… Aprender a ver la caída de las hojas en aquellas circunstancias adversas, reveses, incidentes, enfermedades, problemas laborales, económicos, afectivos, aspiraciones frustradas y tantos momentos amargos con los que la vida, y nuestro Padre nos prueba para hacer madurar nuestra fidelidad.
… Y cuando nos toque ser nosotros una de las hojas que han de caer del árbol, “dejar caer nuestro manto” con la serenidad de saber que seremos acogidos en la tierra nueva que el Padre eterno tiene preparada para nosotros.
Mi mirada seguía el sagrado rastro del humo
Hacia el Padre Cielo.
Observé cuatro águilas que venían volando
Desde cada dirección.
Planeando sobre el primo viento.
Se acercaron unas a las otras.
Encontrándose como hermanas,
Formando un gran anillo sobre nosotros.
Y conectando con el pulso de lo eterno dije: “Ah ho”.
El tambor de sanación (Op. Cit)

"En el momento de la muerte, no se nos juzgará por la cantidad de trabajo que hayamos hecho, sino por el peso de amor que hayamos puesto en nuestro trabajo. Este amor debe resultar del sacrificio de sí mismos y ha de sentirse hasta que haga daño."
Teresa de Calcuta

26.  La tercera y última parte del Camino

Siguiendo con el símil físico que supone el Camino de Santiago, voy a tratar de asociar, a ver si lo consigo, la tercera parte del Camino, con lo que los místicos denominan la “Vía Unitiva”. Es la fase del Camino en la que de modo asintótico se vas aproximando a las intimidades más profundas de Dios, por una parte te adentras en las umbrías de los bosques y nieblas de Galicia, donde todo emerge de la nada, que diría Eckhart en su sermón titulado “el fruto de la nada”[xxxviii] (Op cit.), porque nada ves sino sólo la luz de Dios, o la oscuridad de Dios, o la noche más oscura a la que el Señor te pueda someter.
8 Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada.
Hch. 9, 8
Saulo no veía nada que no fuera Dios, o fuera de Dios, nada veía. Porque cuando recibes, aunque sólo sea por un instante fugaz la Luz de Dios, todo lo demás, toda tu vida, todo lo que existe es simplemente nada. Porque cuando experimentas a Dios, lo demás carece de importancia. Y si no lo experimenta, lo demás, es decir, nada, da lo mismo. De modo que Dios en ti emerge como fruto de la nada, de tu absoluto vacío, de tu templo vacío, de todo lo que dejaste atrás a lo largo de las etapas anteriores del Camino.
Con el alma robusta, fortalecida por esa Luz por la que para ti nada más existe; habiendo aprendido a superar las gazmoñerías de nuestros enclenques cuerpos y vaga voluntad, casi sin darnos cuentas, un buen día, Dios nos recompensa con la visión de las montañas en el horizonte.
La cruz de Santo Toribio, a las puertas de Astorga, es la primera vez que tras las interminables etapas castellanas y leonesas, nuestros ojos pueden contemplar “la montaña”. Es el anuncio de que se avecinan cambios en el Camino, y en nuestra vida.
Las montañas no son el Paraíso, pero sí la entrada a la tercera vía, a la subida del Monte Carmelo. Son las puertas del Cielo, que anuncian un sendero estrecho, erizado de otras dificultades mucho mayores que las superadas. Al fin y al cabo hemos recorrido trescientos kilómetros totalmente llanos. Ahora viene lo bueno, las montañas, las cumbres, la bruma, el frío húmedo, ese que se te cala hasta los huesos. Va a ser otra cosa totalmente distinta.
Estamos en la antesala de la tercera vía, la unitiva, la contemplativa, la noche del espíritu, con unos sentidos ya entrenados a soportarlo casi todo, al menos la rutina y el desierto. Pero ahora se avecinan otras pruebas.
Saliendo de Astorga, camino de Rabanal, el sendero no es todavía muy empinado, pero va tomando poco a poco altura. Es al salir de Rabanal cuando las pendientes se pronuncian, pasando de los 850 de Astorga a los 1500 de la Cruz de Ferro.
La Cruz de Ferro, es una pequeña cruz metálica sobre tronco de roble de aproximadamente unos diez metros, que… ¡simboliza tantas cosas! En su base están acumuladas en forma de cono a modo de carambullo, miles, millones de piedras, unas más pequeñas y otras más grandes, pero que en ningún caso superan el tamaño de una mano humana. Las arrojan los peregrinos cuando pasan por delante de la Cruz. Simboliza los pecados que hemos cargado en nuestra vida, y que deberíamos echar al macuto, para liberarnos de ellos en la Cruz, y así poder entrar en la tercera vía redimidos y libres de toda atadura terrenal. Es decir, cuando uno prepara el macuto en su casa para iniciar el camino, ha de hacer examen de conciencia sobre toda su vida, reconocer cómo ha sido hasta que toma la decisión de iniciar el Camino, y en función de las culpas o debilidades que se reconozca a sí mismo, simbolizar esas debilidades y esa vida de pecado en una piedra con un tamaño y peso acorde con la conciencia de cada cual. La echa al macuto y la llevas consigo hasta llegar a la Cruz de Ferro. Y allí la arroja al cono de piedras que rodean la base de la Cruz.
Este sacramento maravilloso, en el que lamentablemente pocos peregrinos reparan, es de los detalles más impresionantes del Camino, porque supone muchísimas cosas en nuestra vida; supone un desterrar definitivamente nuestros apegos a tantas cosas inútiles que han lastrado nuestro viaje por este mundo; nuestro apego a tantas añadiduras, convertidas en importantes, y que hemos llevado con nosotros (aspiraciones económicas, ambiciones políticas, profesionales, humanas, por las que hemos competido a veces de un modo desleal), y que, siendo sinceros son simplemente como piedras inútiles, peso muerto que en el fondo han sido una carga inútil. Recuerdo la película La Misión en la que Don Diego (Robert de Niro), tras reconocer sus culpas en la muerte de su hermano, carga con sus armaduras, necesitaba hacerlo, en su peregrinaje hasta la Misión guaraní, cataratas arriba, y cómo el jesuita (Jeremy Irons), una vez superada la catarata, le corta los cabos para liberarle del lastre y arrojar las armaduras al vacío. Pues esto mismo supone esa piedra arrojada al cono de la Cruz de Ferro. Necesitamos “ser conscientes” de llevarla en el macuto, notar su peso, arrastrarlo, hasta que el Señor nos libere “con su Cruz”, de ella.
Una Oración de perdón y acción de gracias en la pequeña ermita de Santiago, al lado de la Cruz, y seguimos el empinado descenso hasta Molinaseca. Y de ahí a Ponferrada donde cruzamos el Sil gracias (ahora ya no, pero in illo tempore sí) al pons ferrato mandado hacer por el obispo de Astorga para ahorrar a los peregrinos dar un rodeo tremendo aguas arriba para cruzar el río, rumbo a O Cebreiro, la gran puerta estrecha que guarda la entrada a las intimidades de Dios.
Cuando desde la cumbre de O Cebreiro echamos la vista atrás y vemos ya lejanos los horizontes leoneses de lo que una vez fue nuestra vida, para volver la vista al frente y contemplar el enigmático paisaje de nuestro futuro en las inmediaciones de Dios, algo nos dice que nuestra vida ya no volverá a ser la misma a partir de entonces.
O Cebreiro, de alguna forma supone un antes y un después, un punto de inflexión en nuestro camino hacia Dios. Aprendemos a ver cómo el largo camino dejado atrás no ha sido sino una preparación, ciertamente dura para vivir las últimas moradas. Hemos tenido que aguantar todo tipo de inclemencias hasta finalmente, superar la ascensión más fuerte y pronunciada de todo el Camino, aquella que todos los peregrinos temen, porque los rumores se difunden como reguero de pólvora, “O Cebreiro es tremendamente duro”, nos decimos unos a otros al salir de Villafranca, de modo que cuando llegamos a Herrerías afrontamos el primer repecho hasta La Faba con más miedo que vergüenza.
Y sí, ciertamente, las subidas pueden llegar a ser agotadoras (depende el grado de preparación física). Porque la preparación es también un símbolo. Hay peregrinos mejor preparados físicamente que otros; esto es, hay almas más fortalecidas que otras. Algunas, ante O Cebreiro claudican y abandonan, no pueden, no se atreven. Otras ascienden sin demasiados problemas, o ningún problema. Todo depende del grado de preparación, de ser o no fumador, etc. Todo depende de cómo te hayas fortalecido en los primeros quinientos kilómetros de Camino; todo depende de para qué te ha podido servir tu vida hasta ahora, cuántas lecciones has aprendido, de si te dedicaste a hacer lo que te apetecía, o lo que debías haber hecho.
Salir de O Cebreiro, es como el amanecer de un nuevo día. Tu espíritu inhala profundamente el aire puro de la cumbre y observa cómo el paisaje hacia el que se dirige impresiona de misterioso. El viento suena a los acordes de una Sinfonía Mística. Vas a pasar de la ascética a la mística, de los trabajos y sacrificios personales de los sentidos (la noche del sentido), a los trabajos del espíritu (la noche del espíritu), tutelados directamente por el Esposo.
Y lo primero que te muestra Dios es una gran paradoja, el descomunal descenso a Triacastela, no sin antes ensayar contigo el traicionero repecho del Puerto de Poio, cincuenta metros de una pendiente jamás imaginada; para después lanzarte a la gran pendiente, donde los ciclistas bajan a tumba abierta por la carretera y los pedestres, de tanto frenar por las corredoiras, al llegar abajo, casi sólo sienten los muñones de lo que en otra época ya lejana fueron sus pies.
¡Es lo que tiene Dios!, que nunca sabes por dónde va a salir. Te crees que la cosa va de subir, y no, va de bajar, lo que casi es peor, al menos eso dicen los pies. Es decir, Dios es imprevisible. Cada mañana, al levantarte, supones cómo va a ser tu vida, porque lo tienes tú todo previsto. Hoy haré esto, mañana aquello, la semana que viene tengo una reunión, o un viaje, etc. Pero lo que no sabes es lo que realmente te aguarda nada más saltar de la cama. Y a veces ocurre lo inimaginable. Crees que has de seguir subiendo, pero no, Dios te aguarda con una bajada descomunal, “sin venir a cuento”. Dios es imprevisible, no se ajusta a la ley de la proporcionalidad, como dice Larrañaga. Por eso, es de risa pretender imaginar y comprender la lógica de Dios.
Pero siempre llega el descanso, el alma se apacigua y recupera fuerzas para entrar en el misterioso paisaje gallego, con esa casi permanente bruma que imprime un ambiente de misterio, donde los rayos del Sol entran en dura competencia con la espesura de la niebla.
La niebla de las umbrías gallegas es otro sacramento maravilloso. Aquí ya ni siquiera vale seguir el camino, que en las llanuras castellanas le puedes divisar hasta donde alcanza la vista allá en el vasto horizonte. Aquí no, aquí, el camino, la senda acaba a lo sumo a cinco o diez metros de tus narices, así que o vas con cuidado o te puedes perder, sí o sí. Las flechas amarillas son imprescindibles para no desviarte. Esas flechas amarillas y esos arcenes del camino son absolutamente necesarios para no perderte. En otras palabras, “toda tu vida está en Sus manos”. Vives la noche oscura de tu alma. Ya no es suficiente ser consciente de que Dios te ama, sino que necesariamente “has de dejarte amar por Él”, porque si no lo haces, olvídalo, estás perdido, porque no sabes dónde está ni el Norte, ni el Sur. Así que la niebla, esa nube del desconocer de que hemos hablado, te la pone Dios para que no te creas tan chulo que supongas “que tú puedes”.
Un viejo proverbio oriental popularizado por Tagore dice que si lloras porque llega la noche, tus lágrimas te impedirán contemplar las estrellas.
En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
San Juan de la Cruz. (La Noche oscura del alma)
La niebla es algo así. Te parece descorazonador no ver a más de diez metros de distancia, temes perderte, pero si lloras por eso, tus lágrimas no harán otra cosa que aumentar tu ceguera, para no poder contemplar las maravillas de unas tibias luces que de pronto consiguen perforar la bruma para regalarte un rayo de esperanza, romper la espesura y mostrarte la inmensidad del horizonte rendido a la Inmensidad del Creador y la bruma, como avergonzada agacha la cabeza y se deposita en lo más bajo para regalarte las verdes colinas de un hermoso panorama. Y sales de ti, emocionado, casi sin notarlo, quedándote en paz contigo mismo y con el Universo que se rinde ante tus pies.
Y así, de tal guisa discurre esta parte final del camino que es básicamente contemplativa. Tus sosegados sentidos y tu renovado espíritu no dejan de asombrarse a cada recodo del Camino, con esos túneles vegetales, esas corredoiras por donde si llueve tienes que tener mucho cuidado de no resbalar, pues por ellos discurren traicioneros canales de agua. Es bueno llevar los dos bastones.
Y lo que antes eran interminables llanuras ahora son continuas rampas y pendientes, que sin ascender ni descender grandemente, ponen a prueba tu paciencia, tus fuerzas y, como siempre tus pies.
¡Los pies!, esas entrañables barquillas sobre las que nos apoyamos y a las que tanto exigimos a lo largo del Camino. Suelen aguantar estoicamente los primeros veinte kilómetros de cada etapa, pero a partir de ahí, más o menos empiezan a decirte, “amo, ten compasión de nosotros, por favor”. Y tú ni caso. Y a los veinticinco kilómetros de pronto gritan “¡¡amo, quieres hacer el puñetero favor de parar, que ya no podemos más!!”. Y lógicamente tienes que parar y con delicadeza acariciarles, refrescar con agua esas venas prominentes del empeine y darles un poco de ungüento para calmar su sed y su cansancio.
¡Y los zapatos! Menudos héroes. Esos sí que son valientes. Se enfrentan a todo tipo de terreno, te salvan de resbalones, de torceduras, de esguinces, aunque también, son los que te provocan las inevitables ampollas. Al final se llega con ellos a una especie de armisticio. Yo os trato bien, os echo talco, cambio de calcetines cada quince kilómetros y vosotros no me tocáis las narices, ¿Vale?
Vale.
Pues seguimos adelante.
Pies y zapatos; rodillas y caderas; piernas y columna, espalda y brazos. En general, el cuerpo entero. En el Camino es donde te das cuenta de que tu cuerpo serrano es la cápsula en la que estás embutido en esta vida. Es como la máquina en la que te han colocado para dirigirte en esta peregrinar. Aguanta todo, pero también se cansa; y cuando ves a tus pies doloridos, y a tus zapatillas de trecking gastadas, y tu espalda dolorida por el peso, a veces enfermo, y a veces mareado por el bajón de glucosa en sangre tras quince kilómetros sin parar, es cuando comprendes que tú no eres ese cuerpo que te transporta, sino que estás dentro de él, mientras estás aquí abajo, caminando. Te das cuenta de que esa máquina perfecta que Dios te ha regalado para estar aquí abajo, caminando, has de cuidarla y mantenerla adecuadamente entrenada, para que pueda responder a todos los sacrificios que el caminar exige. Y algo aún más importante, que es la cubierta de carne, de ese Templo del Espíritu Santo que eres tú mismo.
Y así, colina tras colina, vaguada tras vaguada, bosque tras bosque, el Esposo nos conduce por los tortuosos senderos y escondidos a través de esa vía contemplativa que paso a paso nos acerca a Compostela.
No obstante, cuando se acusa el cansancio, y a pesar de quedar poco, sin embargo la desilusión no se resigna a dejar de hacer mella en nosotros (al fin y al cabo llevamos ya seiscientos kilómetros), nos lamentamos de nuestras flaquezas, y cada nueva colina se nos antoja como una alta y dura montaña. Hombres de poca fe, no sabemos aguantar una colina más.
Se nos oculta Dios tras la niebla, tras la noche, tras el exasperante cansancio de un nuevo repecho a través de un túnel de robles y castaños.
¡Oh bosques y espesuras
Plantadas por las manos del Amado!
¡Oh prado de verduras,
De flores esmaltado!
¡Decid si por vosotros ha pasado!
Preguntamos a los robles, castaños y eucaliptos.
Mil gracias derramando
Pasó por estos sotos con presura.
Y yéndolos mirando
Con sola su figura,
Vestidos los dejó de su hermosura
Nos responden las flores campanillas, que por ahí hay muchas, de boca de Juan de la Cruz, para tranquilizarnos y animarnos que ya falta poco.
Un buen día, tras una nueva rampa, tras pasar la cabecera de pista del aeropuerto de Lavacolla y sus instalaciones de aproximación, divisamos la antesala del Cielo, el Monte del Gozo.
Nos imaginamos en otros tiempos una visión más idílica que la actual, pues para nuestra última decepción, nuestro particular  Monte Carmelo está camuflado entre pistas de aterrizaje, grandes antenas emisoras de televisión, nudos de autopistas, chalets y demás símbolos de la modernidad.
Es lo que tiene el Siglo XXI. ¡Qué se le va a hacer!
Pero lo importante está en nuestro interior.
Y alcanzamos el Monte del Gozo.
A cada cual el Monte del Gozo puede representar una cosa diferente. Para unos el último repecho, para otros casi el final. Sólo quedan cuatro kilómetros.
Creemos que el monte del Gozo no está ahí por casualidad; ni está hecho para suponer exclusivamente la última parada antes de entrar en la Ciudad.
Es la antesala de algo. Un  umbral, un pórtico.
Con permiso de la niebla se puede divisar las agujas de la Catedral, para “gozo” del peregrino que ya atisba el final del Camino.
Para los que sabemos de nuestra trascendencia, el Monte del Gozo no puede ser otra cosa que el Sacramento de nuestra propia muerte; esa muerte tan temida, tan fea, tan odiada y tan evitada en todos los pensamientos y reflexiones. Pues esa muerte (al menos es nuestra propuesta) tiene como gran símbolo en el Camino de Santiago, el Monte del Gozo.
En el Monte del Gozo, nuestra alma se sitúa ante la Eternidad,
Oh noche que guiaste
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
amado con amada
¡amada en el amado transformada!
La tercera vía contemplativa, la noche oscura del alma, los sotos y espesuras del Camino gallego nos han conducido hasta aquí, a la antesala.
La muerte ya no es el final de nada, sino el principio de todo. La muerte es pues el tránsito, un tránsito que vale ser vivido  con todas nuestras fuerzas y sentidos.
Es la última contemplación de Dios desde este Planeta, desde esta vida, antes de iniciar el leve y corto descenso hacia la última morada, hasta el Pórtico de la Gloria.
El Pórtico de la Gloria
Ya llegaste, alma mía. Este es el final. Aquí las palabras se vuelven tan vanas, que no procede seguir gastando tinta para describir lo que sólo el espíritu, en silencio puede contemplar.
Quedeme y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

27.   Sendas de Vida Interior

El camino simbólicamente descrito, al hilo de lo que nuestros místicos castellanos relatan, inicialmente parece hecho para aquellos católicos avanzados y devotos, que entienden de una fe católica profunda.
Pero si esto fuera realmente así, si al Monte Carmelo sólo pudieran acceder los católicos más experimentados, Dios sería muy injusto.
No. El Camino no está hecho sólo para los católicos, creyentes, practicantes. Está diseñado para todos los seres humanos, con independencia de raza, religión, pueblo y nación.
El Camino es el símbolo, el sacramento del caminar del hombre sobre la tierra, sobre esta existencia terrenal.
Todos los seres humanos al nacer, vaya usted a saber cuándo, dónde ni en qué siglo, estamos llamados a  hacer nuestro Camino de Santiago. El Camino de Santiago es factor común de todos los seres humanos, sepan o no sepan de la tumba del Apóstol, sean católicos creyentes o no, tengan fe o se declaren agnósticos, escépticos o incluso ateos. Eso a Dios le da igual.
El hombre, una vez creado ha de recorrer en esta vida, en el purgatorio católico o en sucesivas reencarnaciones, según los orientales, su particular Camino de Santiago. Unos tardarán más que otros, unos lo harán una vez y ya está. Otros lo tendrán que repetir varias veces hasta aprender e interiorizar en su alma la ascética y mística de las tres vías. Pero todos lo hacen.
Los musulmanes prefieren La Meca, pero es lo mismo. Van, caminan, peregrinan. Otros buscan vías alternativas, más o menos retorcidas.
Pero buscan, caminan, a veces desorientados, pero caminan.
Todos caminamos.
Lo bueno que tiene el Camino a Compostela es que está perfectamente indicado con flechas amarillas y dispone de una estupenda red de hospitales de peregrinos.
A los que hacemos el Camino desde el principio en Roncesvalles nos llega a molestar los “listos” que se incorporan en Burgos, en León, en Ponferrada o en Sarria. No hay derecho que en la Compostela sólo diga que cumpliste la peregrinación, sin especificar de dónde vienes.
Es como el cabreo que agarran los empleados de la viña del Señor, cuando ven que a los que llegaron los últimos le pagan el mismo denario que a los que han aguantado todo el peso del día y del calor. No hay derecho.
Pero Dios dice que él con su dinero hace lo que le da la gana. ¿No pactó con los de Roncesvalles la Compostela? A nosotros qué si se la quiere dar a los que comienzan en Sarria…
Pero ni nosotros, los de Roncesvalles, si llegamos a Compostela sin habernos coscado de la mística del Camino, ni a los de Sarria, si lo mismo, nos vale de nada el esfuerzo realizado. Si no tenemos amor, si no aprendemos a amar, nuestro esfuerzo es de balde,
Si me falta el amor, no soy más que una campana que repica o unos platillos que hacen ruido. 1 Cor. 13, 1
El Camino en la actualidad se ha convertido en una atracción turística más. Una vez la gente comienza a estar harta de achicharrarse en las playas de Levante, está empezando a probar nuevas experiencias. Y una que más reclamo está generando es, mira tú por dónde, el Camino de Santiago. Hasta  tal punto que el verdadero peregrino, el que realmente quiere hacer el Camino para madurar humana y espiritualmente, que ni se le ocurra hacerlo en verano. Y no por huir del calor, sino de los necios que atestan los albergues y los caminos y no hacen más que generar ruido. Es lo del trigo y la cizaña, ya se sabe.
Con todo, tampoco maldigamos esta nueva moda, porque si no lo que haríamos sería indignarnos al ver a Jesús amenizando con publicanos y prostitutas. Déjales que hagan el Camino, porque salvo que sean descerebrados o zombis sin alma, todo peregrino al llegar a Santiago, tanto más cuanto de más lejos venga, en algo su vida ha cambiado.
Y es que Dios emplea vías alternativas como puede ser el Camino como reclamo de ocio, para colarse en el corazón del hombre.
E incluso, para los que nos sentimos unos machotes y machotas por haber logrado hacer el Camino desde Roncesvalles, viene un peregrino alemán con su esposa, ambos de setenta años, y te dicen que vienen caminando desde Nurenberg, y te quedas… ¿¡Qué?! ¡¡Dos mil kilómetros!!
Entonces, tus ridículos 736 kilómetros se te quedan convertidos en ceniza. No digamos los 111 desde Sarria.
Y es que otra virtud que tiene el Camino es la de hacerte más humilde. Cierto es que puedes estar orgulloso de alcanzar Compostela, pero nunca te creas “el mejor”, sino uno más de los millones de almas que han sabido responder a la Llamada del Padre, desde los más lejanos rincones del Planeta, aunque sólo sea creyendo que se lo van a pasar “de cine”.
El valor de la convivencia
En la convivencia con otros muchos peregrinos se crean lazos de amistad increíbles. Incluso esos cachondos que van al Camino “de coña”, te pueden enseñar no cocas cosas. Porque para los remilgados católicos, apostólicos y romanos, que nos creemos el pueblo elegido de Dios, y nos convencen para creer que la Iglesia se acaba tras las puertas de nuestra diócesis, la convivencia con personas de otras culturas, de otras creencias, de otra forma de ver y vivir la vida, pero que camina contigo paso a paso, te hace ver que la Comunidad de todos los santos de Dios,  o sea, la Humanidad, la formamos todos los hombres de buena voluntad y sincero corazón, católicos y no católicos, cristianos y no cristianos, creyentes en Dios y no creyentes, en tanto el amor sea el referente de nuestras vidas. Y caminar codo con codo, y dormir litera contigua, hace pensar que no todo son platillos que retumban ni campanas que repican. Nunca más volverás a verlos, pero se han colado en tu corazón, porque has caminado junto a ellos, has padecido con ellos, has reído con ellos, has compartido experiencias, ampollas, ideas, anécdotas, dramas a veces. Y algo te dice que jamás les dirás un adiós definitivo, porque se ha establecido una auténtica comunión de santos, de los Santos de Dios.
A lo mejor los curas católicos no están de acuerdo con esta reflexión, pero a Dios, no creo que le importe.
Lo malo de vivir el Camino es el día después. Tras semanas preocupado por tus ampollas, por el cansancio, por encontrar aposento y por calcular rutas y kilómetros, de repente te ves compostela en mano, dispuesto a subir al autobús, o al tren o al avión de regreso a casa.
Y ahora qué. En realidad regresas a tu vida de siempre. Pero si lo único que recuerdas del Camino son las anécdotas vividas, de poco te habrá servido el gran palizón. Si lo único que recuerdas son los buenos y malos momentos, de poco te sirvió el esfuerzo, salvo que lo único que pretendas sea pasar unas vacaciones diferentes.
Pero en general no suele ser así. El Camino suele calar en el interior de los peregrinos. Como decía el cura de Nájera, la pregunta importante no es por qué lo voy a hacer, sino por qué lo he concluido. Porque realmente, uno no se mete entre pecho y espalda setecientos o más kilómetros a pie por pura diversión.
Cierto es que al regresar a casa nos parece haber vivido en el Paraíso, pero lo que yo estoy experimentando desde que Paloma y yo terminamos el Camino es una permanente meditación. Me vienen instantáneas, imágenes, recuerdos y reflexiones como las que he tratado de expresar aquí. En suma, algo se me ha inyectado en el espíritu que estoy metabolizando lentamente. Es como me comentaba un peregrino en Arzúa, que luego vimos en Santiago. El Camino es una experiencia que te da para meditar toda tu vida.
En mi experiencia particular, podría concluir que para mí el Camino de Santiago vivido ha sido una parábola del Reino de los Cielos, un como si dijéramos “en aquellos días, dijo Jesús a sus discípulos; el Reino de los Cielos es como el Camino de Santiago, donde el peregrino, etc. etc.”
Y aún más, el Camino vivido en pareja “es una parábola de la vida del matrimonio, que atraviesa las tres fases, romance (Navarra), desilusión y esfuerzo (Castilla) y júbilo, la subida al Monte del Gozo. O algo así.
En el fondo, que cada cual lo interprete como quiera, porque lo increíble del Camino es que supone una fuente inagotable de vivencias personales y en pareja; un extraordinario encuentro contigo mismo y con tu cónyuge, si tienes la suerte de experimentarlo en pareja; y con los demás, con personas de multitud de pueblos y naciones. Y además practicas Inglés.
Esta ha sido mi reflexión personal sobre el Camino. Una de las muchas que pueden brotar del alma de un peregrino.
Y como reflexión final, compruebas al llegar a Santiago, que a Compostela ni siquiera se tiene que llegar por el Camino Francés. Existen otras alternativas, como el Camino Portugués, el Camino de la Ruta de la Plata, el Camino del Norte, el Camino Primitivo, que fue en realidad la primera peregrinación que Alfonso II el Casto realizó nada más descubrirse la tumba, desde Oviedo, etc.
En realidad el Camino de Santiago es la ruta desde tu casa, donde vives, hasta Santiago. Es decir, es el Camino desde tu realidad actual, desde tu “yo”, hasta tu Realidad auténtica, tu séptima morada, donde Dios te está esperando en lo más profundo de ti mismo, con los brazos abiertos, como el buen padre esperaba al hijo pródigo.
Los diferentes caminos de Santiago no son sino sendas de Vida Interior, por donde caminar hacia el Padre. Pero esas sendas son tan variables como la vida de cada cual. Los místicos de Oriente y de Occidente han descrito sendas que, en términos generales se basan en lo mismo, una decisión de salir de uno mismo, de nuestro “yo apañao” para esta vida, el deseo de despertar a la Divina Realidad, ponerse en marcha hacia su encuentro, y eso sí, usando diferentes métodos, diferentes conjuntos de ritos, elementos de culto, con diferentes creencias.
Pero la mística del Camino es el punto de encuentro de todas las sendas descritas por los seres humanos. Todas coinciden en el final, aunque difieran en las rutas a seguir. Pretender que una ruta es la verdadera y las demás falsas es una gran impostura, que sólo consigue mantener al mundo separado y enemistado por un mismo Dios, cuando las religiones pretenden ser mutuamente excluyentes. La Vía Directa es en realidad miles de sendas que terminan en un mismo punto. Como diría Fidel Delgado, tras diez años de vivir el Zen y otros diez años de vivir el Tao, al final te quedas “zentao”, porque comprendes que lo importante no es el con qué rituales y procedimientos doctrinales recorras el camino, sino recorrer el camino, eso sí, lo más adaptado a tu cultura, tu tradición e insertado en la comunidad en la que desarrollas tu vida. Eso es importante.
Y más allá de cualquier otra condición y circunstancia, has de seguir la ruta dónde el corazón de lleve, como reza el título de la deliciosa novela de Susana Tamaro. Porque recuerda que al final seremos juzgados, no por las liturgias con las que hayamos dado culto a Dios, ni por cuántas veces hayamos celebrado determinadas ceremonias, sino por el Amor que hayamos derramado hacia los demás. Porque la clave de la vida es el Amor, es decir, “Fiat voluntas tua”, hágase tu voluntad.
Yo soy cristiano católico, y para mí el camino trazado por la Iglesia, es mi camino, porque mi casa, donde vivo, está erigida en el seno de la Iglesia católica. Es el Camino trazado para mí por Jesús de Nazareth, mi Maestro. El mismo camino que Dios también reveló a otros hombres santos de otras culturas.
Otros caminos también son lícitos, y totalmente válidos.
Tú has de tomar el tuyo desde tu casa temporal hasta la Casa del Padre.

Conclusión: todos los santos de Dios

Hemos realizado un recorrido a modo de meditación desde nuestra realidad como seres humanos colocados por la Divina Realidad dentro de un mundo físico, dotados de una serie de cualidades y habilidades que nos ha permitido en este Planeta erigirnos en la especie reina de la Naturaleza, hasta convertir un planeta de vida salvaje en otro totalmente colonizado, y que apunta hasta otra realidad vivida en lo más profundo de nuestro ser, en la intimidad de nuestra realidad espiritual.
Hemos propuesto la teoría del Confinador, como forma, como símil para denominar este mundo físico, donde se desarrolla nuestra vida doméstica, nuestros trajines y tratamos de hacer realidad nuestros afanes.
Hemos visto cómo la mayoría de la gente, lo que hemos denominado “el común de las gentes”, vive en el Confinador como sí esta fuera la vida real, aunque se le adoctrina sobre la vida eterna. El común de las gentes vive enredada en sus asuntos. Unos aceptan los preceptos doctrinales de su religión, la practican escrupulosamente mediante ritos y ceremonias, y el seguimiento de un código de conducta, un tercio de acatamiento legal, un tercio ética y un tercio moral religiosa, mediante los cuales, primero, no pagar multas ni ir a la cárcel, segundo, convivir con el vecino sin demasiados sobresaltos y tercero hacerse un seguro de Gloria para la vida eterna. Otros, desengañados abandonan toda esperanza y cifran su alfa y omega en los pequeños asuntos de su vida cotidiana.
Para los doctrinos, bastante éxito supone sacar a las familias adelante, pagar los impuestos, tener un trabajo y mantener en saldo positivo la cuenta corriente.
Y luego está todo lo que ofrece el Confinador, el mundo con sus luces y sus sombras, amores y desengaños, las posibilidades de ocio y disfrute, y una vida cotidiana razonablemente tranquila.
Y finalmente las crisis. Desde incidentes, contratiempos, dramas personales y tragedias colectivas, unas provocadas por el hombre (conflictos y guerras), y otras por la Naturaleza (inundaciones, terremotos, sequías y huracanes).
Todo está dentro del Confinador. Aunque de vez en cuando recemos a Dios, toda nuestra vida se desarrolla “como sí…” esto fuera lo que hay, y en esto tuviéramos que dedicar toda nuestra vida. “Fíat homo”, hágase el hombre y su mundo.
Esporádicamente surgen personas que se plantean que debe haber algo más que la realidad encerrada en el Confinador. Y aquí viene el tema central de este libro, la paradoja que surge entre el colectivo sacerdotal (da igual la religión oficial de que se trate), que se desgañita en los púlpitos, mezquitas y sinagogas impartiendo doctrina, anunciando semana tras semana al común de las gentes este hecho, y cada uno de nosotros que en la inmensa mayoría de las ocasiones les oímos como el que oye llover, sin prestar atención, hasta que aburridos de escuchar siempre lo mismo, abandonamos la práctica religiosa.
Y sin embargo, en algunos surge una extraña sensación, un…
sentir algo dentro de ti, que no sabes lo que es”
Y empiezas a cuestionarte muchas cosas; cómo es tu vida, qué estás haciendo, hacia dónde caminas, qué sentido tiene lo que haces; si estás alejado del templo, por qué, si te consideras practicante, qué sentido tiene, y finalmente, el gran planteamiento, ¿qué estoy experimentando en mi interior?
Y la vida a veces da un giro copernicano, de 180 grados, cuando descubres que realmente vives en el Confinador, y que la puerta de salida está en tu interior. Es decir, haces el mayor descubrimiento de tu vida, que tu auténtica realidad se desarrolla en un escenario que no tiene nada que ver con el Confinador, tu Vida Interior, tu Yo-mismo.
Fíat lux. Algo o alguien te ha iluminado y te muestra lo que será, si aceptas el desafío, el resto de tu vida. A partir de entonces caes en la cuenta de muchas cosas; tus empeños en medrar en un escenario donde el orín y la polilla y el tiempo corroe todo; que tú eres un “yo” forjado por tu propio pensamiento, y que tu auténtica realidad está tan íntimamente ligada al Eterno, que “Eso eres tú”, eres su misma esencia.
En cuanto caes en la cuenta de que formas parte inseparable de Él, comprendes que los rezos hacia Alguien fuera de ti es una actividad ridícula, porque Él habita lo más profundo de tu ser, es la esencia de ti mismo, y tú eres “tu Vida Interior”. Ahí se desarrolla toda tu auténtica realidad.
Al ser plenamente consciente de esta realidad empiezan a surgir muchos cuestionamientos. En mi caso, de los más importantes ha sido mi relación con la Iglesia. En una primera fase me sentí engañado por haberme mareado el clero con ritos y liturgias que yo sentía vacías, hasta el extremo de que el sólo olor a incienso me provocaba rechazo. Me he preguntado muchas veces por qué a Dios, al Único, al Eterno, nos empeñamos en ponerle apellidos, el Dios de los católicos, el de los islámicos, el de los hindúes, el de los judíos, el de… Un mundo separado por un mismo Dios hecho jirones entre unos y otros. Tras muchos años de peregrinaje en solitario, caí en la cuenta de mi error, al comprender que, la Realidad es como es, y no como yo quisiera que fuere. Está bien así, porque sea como sea, se cumple siempre Su voluntad. Y es necesario que haya diversidad de creencias, porque las manifestaciones culturales y las tradiciones en la Tierra son igualmente muy diferentes según los lugares y los pueblos. Además, a pesar de los errores de enfoque que puedan tener las diferentes comunidades de fe  a la hora de enseñar a las gentes lo realmente importante, los secretos de la Vida Interior, eso no me exime de mi responsabilidad de ser luz para otros.
Otro de los cuestionamientos es el que plantea Lucas con aquellos que expulsan demonios en su nombre y no están con el grupo de discípulos; con los que viven su espiritualidad, su relación directa con Dios, fuera de la Iglesia. Ellos también han sido bendecidos por Dios y forman parte indudable de la comunidad de Santos de Dios. Yo, al menos me siento plenamente hermanado con ellos.
Y toda la vida no es suficiente para vaciarnos de nosotros mismos para permitir que Él sea Dios dentro de nosotros. “Fíat voluntas tua” es todo un proceso vital que requiere ir descubriendo poco a poco las diferentes moradas de nuestra Vida Interior, de nuestro Castillo Interior, donde realmente Dios habita. Y en ese ir poco a poco permitiendo recibir su amor, en ese dejarnos amar por Él, puede transcurrir toda nuestra existencia. Hay personajes en la historia que fueron radicales en esto, y literalmente y desde todas las formas de entenderlo, vendieron todo y le siguieron. San Pablo, San Bruno, San Francisco de Asís, y tantos y tantos otros, que literalmente se quedaron desnudos, en la más absoluta pobreza, para abrazar la cruz. La mayoría, sin embargo, las responsabilidades que hemos adquirido en el Confinador, no nos permite este despego integral y total de todo, no nos permite una pobreza efectiva, pero, y esto es muy importante, sí que todos, absolutamente todos, estamos llamados, si optamos por caminar hacia Dios por la vía directa, a vivir una pobreza afectiva, el despego total de nuestros particulares tesoros, aunque nos veamos obligados a utilizarlos para sacar nuestras familias adelante, y nuestros negocios con los que vivir. Jesús reconoce que el empleado tiene derecho a su salario; nunca deseó un mundo lleno de pobres de solemnidad, sino de “pobres afectivos”, y sobre todo, de pobres de espíritu, aquel que reconoce que necesita ayuda, que sin Él no puede hacer nada.
La pobreza afectiva se expresa, ni más ni menos, en una actitud de rendición a la voluntad de Dios.
Y sólo existe un camino directo hacia esa pobreza afectiva, hacia ese vaciarse de uno mismo para dejar que el Amor de Dios se apodere íntegramente de nosotros. Y ese camino es la Oración, cuyo soporte básico es el silencio de nuestras potencias.
En el Espíritu de Oración, cualquier rito, liturgia y ceremonia, adquiere todo el significado y todo el sentido.
Todo este proceso, para mí, en mi experiencia personal, que es la que he pretendido transmitir aquí, se llamaría “aprender a ser”.
Aprender a ser es el sentido último de nuestra existencia en este mundo, en el Confinador. El Confinador no es ninguna broma de mal gusto; está muy bien pensado por el Creador; de hecho es obra suya, es un escenario de entrenamiento, donde los alumnos de la Escuela de la Vida, entramos sin tener la menor idea de lo que se nos viene encima, y tenemos que, a fuerza de experiencias, unas buenas y agradables y otras desagradables, aprender a ser, es decir, aprender quiénes somos realmente, porque de fábrica salimos con una natural tendencia a pensar que sólo esto es lo que hay, que no hay más cera que la que arde, y que nuestra vida depende de nosotros. Así se nos educa, y en parte es correcto, y nuestras potencias, nuestros instintos y nuestros recursos naturales, físicos e intelectuales, son un excelente regalo del Cielo para descubrir las incalculables maravillas que el Confinador (que es obra del Creador), tiene para nosotros. Lo que tenemos que descubrir es nuestra verdadera identidad, porque con ello, estaremos descubriendo la verdadera naturaleza de nuestro ser, y el verdadero significado de la palabra “Amor”, que no es otra que “Fíat voluntas tua”, hágase Tu voluntad, así en la Tierra como en el Cielo.
Todo aquel, sea de la nación, pueblo, etnia o religión que sea,  que reconoce que su vida tiene este objetivo final, y se compromete en ello, joven rico que dice “sí”, oveja perdida que sigue los pasos del Buen pastor, hijo pródigo que decide regresar de sus miserias, se transforma el un santo de Dios.
Y todos juntos con independencia de filiaciones religiosas, de pertenencia a tribus y sociedades, constituimos para Dios, nuestro Padre, llamémosle como le llamemos, la gran Comunidad de “todos los santos de Dios”.
Esta gran comunidad hace tiempo que presiente cómo la vida en este mundo barrunta algo; es como si al hilo del cambio de milenio, todas esas voluntades, todos esos deseos de todos los santos de Dios estuvieran sincronizándose en el profundo anhelo de lograr descubrir una nueva esperanza a este mundo, que sinceramente hoy por hoy, parece caminar hacia ninguna parte.
Si uno repasa las mitologías de prácticamente todas las religiones, existe una convergencia hacia una idea común: “caminamos hacia el fin de los tiempos”. No se trata de una catástrofe planetaria de proporciones bíblicas (aunque algún que otro pedrusco pudiera caer del cosmos), sino eso mismo, el fin de los tiempos, y con él, el final del Confinador tal y como lo conocemos. Es el fin de nuestro culto a Cronos, nuestra salida espiritual del Confinador, lo que supone un dramático giro hacia una nueva visión de la vida, donde la Divina realidad vuelva a reinar en el corazón de los seres humanos.
¿Qué es el juicio final?, ¿qué suponen las profecías, las revelaciones que se dan en todas las culturas? ¿Qué nos transmite el Apocalipsis, o las revelaciones de los incas, o de los mayas? ¿Qué profetizan los mayas en 2012? ¿Estaba loco, o se comportaba como un hereje Teilhard de Chardin, al referirse al “Punto Omega”, al Cristo cósmico o al retomar la Teoría de la complejidad consciencia o de la Noosfera de Vernadsky?
Es la esperanza de un nuevo amanecer. Pero ese amanecer es el regreso del Creador al corazón del hombre no como individualidad, sino como especia donde sea realidad el anhelo de los grandes místicos de la historia y de todas las culturas y religiones “todos somos Uno”. O la iluminación del alma de la especie humana “fiat lux”.
La nueva era de Acuario, o el fin de la era del hierro de los mayas, y la vida del mundo futuro de los cristianos. ¿Acaso no es todo lo mismo?
Pero no pensemos que la llegada del nuevo adviento, el nuevo advenimiento, el nuevo eleusis nos vendrá así, como si tal cosa. Cada ser humano ha de optar por abrir la puerta de su corazón al espíritu de Dios, para que todo vuelva a tener sentido.
Los que den una respuesta afirmativa formarán parte de la Comunidad de todos los Santos de Dios.

El fin de los tiempos:
La vida no se mide en años, ni en días, sino en lecciones aprendidas
(Viejo proverbio Zen)

Epílogo

Desde el punto de Luz en la Mente de Dios,
Que afluya luz a las mentes de los hombres;
Que la Luz descienda a la Tierra.

Desde el punto de Amor en el Corazón de Dios,
Que afluya amor a los corazones de los hombres;
Que Cristo retorne a la Tierra.

Desde el centro donde la Voluntad de Dios es conocida,
Que el propósito guíe a las pequeñas voluntades de los hombres;
El propósito que los Maestros conocen y sirven.

Desde el centro que llamamos la raza de los hombres,
Que se realice el Plan de Amor y de Luz
Y selle la puerta donde se halla el mal.

Que la Luz, el Amor y el Poder restablezcan el Plan en la Tierra.

Esta es  la Gran Invocación, una plegaria mundial traducida a más de 75 idiomas y dialectos. Es un instrumento de poder para ayudar a que tenga plena expresión el Plan de Dios en la Tierra. Emplearla es un acto de servicio a la Humanidad y al Cristo. 
Expresa ciertas verdades esenciales que todos los hombres aceptan innata y normalmente:
1. Que existe una inteligencia básica a quien damos el nombre de Dios.
2. Que existe un Plan Divino evolutivo en el universo cuyo poder motivador es el amor.
3. Que una gran individualidad llamada el Cristo por los cristianos -el Instructor del Mundo- vino a la Tierra y personificó ese amor para que pudiéramos comprender que el amor y la inteligencia son efectos del propósito, la voluntad y el Plan de Dios. Muchas religiones creen en un Instructor Mundial, conocido con nombres tales como el Señor Maitreya, el Iman Mahdi y el Mesías.
4. Que únicamente a través de la humanidad puede llevarse a cabo el Plan Divino.

La Tierra, un diminuto planeta de un recóndito sistema planetario, en torno a una estrella de clase media, girando junto con otras 100.000 millones de estrellas en torno al centro de una remota galaxia, en un Universo que mide sus distancias en miles de millones de años luz.
La especie humana; un susto de repente en un planeta de 4000 millones de años de antigüedad.
El alma humana, lo que palpita dentro de cada ser humano, pequeña mota de polvo, hecho de polvo de estrellas, donde se despliega un vasto universo interior.
Y la Divina Realidad trascendente, encarnada e inmanente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, manifestándose en todos los órdenes de magnitud de la Creación.
Sólo queda contemplar las estrellas en una noche oscura, y ante tanta inmensidad y tanta belleza, agachar la cabeza humildemente y decir…
“hágase, fíat voluntas tua”.


[i] Meister Eckhart. La virginidad del alma. En El fruto de la nada. Ediciones Siruela, Madrid 2008.
[ii] Meister Eckhart. “El templo vacío”, en El fruto de la nada. Ediciones Siruela, Madrid 2008.
[iii] Consuelo Martín, Lo verdadero y falso de las religiones. Mandala Ediciones. Libro polémico donde Consuelo expone las dos caras que la religión ofrece al ser humano, por una, un camino ascendente al encuentro con Dios, pero por otro, el sometimiento a organizaciones humanas que se interponen ciertamente en ese camino, imponiendo pesadas cargas que el creyente no logra comprender, pero no tiene más remedio que aceptar, a riesgo de ser rechazado ahora y en la otra vida, y abandonado a un destino nada prometedor.
[iv] Cursillo de Cristiandad. Charla nº 2 “El Ideal”
[v] The Secret. Libro y película que plantea la siguiente tesis: “atraemos aquello que pensamos o deseamos”. Basado en la hipótesis de que los hombres más destacados de la Historia la han aplicado a sus vidas, tanto para crecer personal, espiritual como económica y alcanzar altas cotas de poder, la teoría del Secreto, parece presentarse como la piedra filosofal por la que nuestros deseos (cualquiera que sean) pueden convertirse en realidad. A mí, personalmente me parece una idea peligrosa si se da rienda suelta a uno de los peores vicios humanos, que han hecho que el mundo sea como es, la ambición. Bien canalizada puede convertirse en una poderosa fuerza creadora.
[vi] Cursillo de Cristiandad. Charla Nº 3 Estado de Gracia
[vii] S. Juan de la Cruz. La subida al Monte Carmelo. Obras completas. Editorial de espiritualidad. Madrid 1988
[viii] S. Teresa de Jesús. Las Moradas Obras completas. BAC. Madrid.
[ix] Henri de Lubac. (1896 - 1991) fue uno de los teólogos católicos más eminentes del siglo XX. Su principal aportación fue el modo de entender el fin sobrenatural del hombre y su relación con la gracia. También influyó sobremanera en la teología del Concilio Vaticano II.
[x] S. Juan de la Cruz. Cántico Espiritual (B). Obras completas. Ed. Espiritualidad. Madrid 1988. Prólogo de S. Juan de la Cruz: Por cuanto estas canciones parecen ser escritas con algún fervor de amor de Dios, cuya sabiduría y amor es tan inmenso, que, como se dice en el libro de la Sabiduría, toca desde un fin hasta otro fin, y el alma que de él es informada y movida en alguna manera, esa misma abundancia e ímpetu lleva en él su decir, no pienso yo ahora declarar toda la anchura y copia que el espíritu fecundo del amor en ellas lleva; antes sería ignorancia pensar que los dichos de amor e inteligencia mística, cuales son los de las presentes canciones, con alguna manera de palabras se pueden bien explicar; porque el Espíritu del Señor, que ayuda a nuestra flaqueza, como dice San Pablo, morando en nosotros, pide por nosotros con gemidos inefables lo que nosotros no podemos bien entender ni comprehender para lo manifestar: Porque, ¿quién podrá escribir lo que a las almas amorosas donde él mora hace entender? ¿Y quién podrá manifestar con palabras lo que las hace sentir? Y ¿quién, finalmente, lo que las hace desear? Cierto, nadie lo puede; cierto, ni aun ellas mismas, por quien pasa, lo pueden; porque ésta es la causa por que con figuras, comparaciones y semejanzas, antes rebosan algo de lo que sienten, y de la abundancia del espíritu vierten secretos y misterios que con razones lo declaran. Las cuales semejanzas, no leídas con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que ellas llevan, antes parecen dislates que dichos puestos en razón, según es de ver en los divinos Cantares de Salomón y en otros libros de la divina Escritura, donde, no pudiéndose dar a entender la abundancia de su sentido por términos vulgares y usados, habla el Espíritu Santo misterios en extrañas figuras y semejanzas; de donde se sigue que los santos doctores, aunque mucho dicen y más digan, nunca pueden acabar de declararlo por palabras, así como tampoco por palabras se pudo ello decir; y así lo que de ello se declara, ordinariamente es lo menos que contiene en sí. Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz en general; y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dejarlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar; y así, aunque en alguna manera se declaran, no hay para qué atarse a la declaración; porque la sabiduría mística, la cual es por amor, de que las presentes canciones tratan, no ha menester distintamente entenderse para hacer efecto de amor y afición en el alma, porque es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios sin entenderle claramente. Por tanto seré bien breve, aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia y se ofreciere la ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de Oración, que por tocarse en las canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos; pero, dejando los más comunes, trataré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que con el favor de Dios han pasado de principiantes, y esto por dos cosas: la una, porque para los principiantes hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con personas a las cuales nuestro Señor ha hecho merced de haberlas sacado de esos principios y llevádolas más adentro al seno de su amor divino; así, espero que aunque se escriban aquí algunos puntos de teología escolástica acerca del trato interior del alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro del espíritu en tal manera; pues, aunque a algunas las falte el ejercicio de teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no les falta el de la mística, que se sabe por amor, en que, no solamente se saben, mas juntamente se gustan.
     Y porque lo que dijere (lo cual quiero sujetar a mejor juicio, y totalmente al de la santa madre Iglesia) haga más fe, no pienso afirmar cosa fiándome de experiencia que por mí haya pasado, ni de lo que en otras personas espirituales haya conocido o de ellas haya oído, aunque de lo uno y de lo otro me pienso aprovechar, sino que con autoridades de la Escritura divina vaya confirmando, declarando a lo menos lo que fuere más dificultoso de entender; en las cuales llevaré este estilo, que primero pondré las sentencias de su latín, y luego las declararé al propósito de lo que se trajeren. Y pondré primero juntas todas las canciones, y luego por su orden iré poniendo cada una de por sí para haberlas de declarar; de las cuales declararé cada verso, poniéndole al principio de su declaración.
[xi] Albert C Gaulden. El lenguaje de Dios. ¿Alguna vez no ha hecho caso de una coincidencia, y se ha arrepentido? ¿Ha negado alguna vez la verdad de un sueño, y deseado no haberlo hecho? ¿Ha despreciado alguna vez una corazonada sólo para lamentarlo? Entonces ha oído el lenguaje de Dios, pero no ha sido capaz de escucharlo. El autor cree que Dios sigue comunicándose con nosotros, pero que debemos comprender su lenguaje para interpretar sus mensajes. El vehículo de expresión de Dios no son las palabras –aunque a veces nos llegue de esta forma–; es un lenguaje de señales, símbolos, milagros y coincidencias. Abrirnos a él nos permite abrazar una vida mejor y más plena. Cuando aprendemos a ser receptivos a su lenguaje, podemos familiarizarnos con su gramática y sus reglas únicas, y beneficiarnos de su gracia.
Ref: http://libros.mysofa.es/libro/el_lenguaje_de_dios
[xii] Neale Donald  Walsh. Conversaciones con Dios. Ed. Debolsillo 2003 Había llegado al límite de su resistencia. Se encontraba en ese momento en que el dolor -el peor dolor, el que produce la soledad de espíritu- amenazaba con desbordarse en la más insondable desesperación. ¿Qué mejor prueba podía tener de la inexistencia de Dios que su insensato sufrimiento? Aunque si existiera y fuese Dios de bondad, ¿no podría, en su soledad, reclamarle como interlocutor? Este último gesto de esperanza obró el milagro...«No se trata de un libro escrito por mí, sino que me ha ocurrido a mí.» http://www.agapea.com/libros/Conversaciones-con-Dios-I-isbn-8497596781-i.htm
[xiii] Carlo Carreto, Más allá de las cosas. Ed. Paulinas. Madrid 1969 Se trata de uno de los es-critores cristianos más relevantes del siglo veinte. Es autor de libros tan capitales como Mañana será mejor, Lo que importa es amar, Cartas del desierto, Padre, me pongo en tus manos, Más allá de las cosas, Yo Francisco y Dichosa Tú que has creído. Carlo Carreto se revela en sus libros ante todo como un testigo excepcional de la fuerza y el poder de Dios que asume su vocación en sus vertientes contemplativa y literaria, como un servicio humilde prestado a la comunidad humana y eclesial a la manera de los grandes profetas del Antiguo y del Nuevo Testamentos. Había nacido en Turín, en 1991, en el seno de una familia numerosa de arraigada religiosidad. Su hermano Piero profesó como Salesiano y llegó a ser Obispo en tierras de misión, mientras que sus hermanas, Emerenciana y Dulcidia, ingresaron como Monjas entre las Hijas de María Auxiliadora. Carlo permaneció en el mundo realizando algunas tareas relacionadas con el negocio familiar y alternando éstas con una intensa vida de apostolado al servicio de la Acción Católica, organización ésta de la cual llegó a ser presidente nacional de Italia en tiempos del Papa Pío XII. él mismo narra en una de sus cartas cómo empezó a sentir el llamado del Señor hacia una vida más radicalmente entregada a su santo servicio. ?Conmigo, Dios usó una táctica diferente. Primero, pidió mi acción, luego me pidió a mí. Viví dos periodos distintos y ambos muy hermosos. En el primero me encontré trabajando en la Iglesia como un cruzado, sentía que contaba algo y me lanzaba a la acción con el apasionamiento de un enamorado. Mi amor era la Iglesia?.
Ref:  http://www.comunidadcristiana.agenciacatolica.com/modules/news/article.php?storyid=1533
[xiv] Método Silva El Método Silva se basa en el aprendizaje, entrenamiento y desarrollo de la facultad más importante del ser humano: el pensamiento consciente. El Método Silva reúne un conjunto de técnicas que desarrollan las capacidades innatas que tiene el ser humano. Esta técnica se puede encontrar en cualquiera de los libros de José Silva sobre el Método Silva de Control Mental. El Método Silva es impartido por todo el mundo, y hay millones de personas que lo practican y que dominan esta técnica de relajación. Es una de las más completas y fáciles de seguir. Esta técnica se basa en hacer cuentas regresivas mentalmente, así como en respiraciones profundas. El contar hacia atrás mentalmente tiene dos ventajas: la primera es que los números no se asocian a ningún estímulo negativo. Son de los pocos símbolos que poseen un solo significado. El otro beneficio en que, mediante la cuenta regresiva, podemos ir bajando mentalmente de nivel, es decir, descender fácilmente hasta el nivel Alfa. Ref: http://www.metodosilva.com/
[xv] Meister Eckhart. “Todos somos Uno”. en El fruto de la nada. Ediciones Siruela, Madrid 2008.
[xvi] Vedanta Advaita El término « Vedânta » significa literalmente « fin del Veda ». En la tradición filosófica india, se refiere a las enseñanzas de las Upanishad, de los Brahma Sûtra y de la Bhagavadgîta, al igual que a los varios sistemas filosóficos elaborados en base a estos textos 2). El Advaita Vedânta es la doctrina no-dualista del Vedânta, expuesta originalmente por Samkara (788-820). Fue, y continua siendo, el sistema de pensamiento más ampliamente aceptado entre las filosofías indias y constituye, en nuestro criterio, una de las filosofías más desarrolladas que se puede encontrar tanto en Oriente como en Occidente.3) Pero al mismo tiempo el Advaita Vedânta representa mucho más que un sistema filosófico en el sentido en el que lo comprendemos hoy en día en el Occidente. Se trata así mismo de una guía práctica de experiencia espiritual, intimamente ligada a la experiencia espiritual individual como tal. El adepto advaitin piensa que «conocer» es la misma cosa que «ser»; él cree que sólo se adquiere conocimiento verdadero en el acto de ser conciente, el cual está intimamente ligado con el objeto mismo del conocimiento y constituye el contenido de la experiencia.
Ref. www.vedantaadvaita.com 
[xvii] Aldous Leonard Huxley (26 de julio de 1894, en Godalming, Surrey, Inglaterra22 de noviembre de 1963, en Los Angeles, California, Estados Unidos) fue un escritor anarquista inglés que emigró a los Estados Unidos. Miembro de la reconocida familia de intelectuales Huxley. Conocido por sus novelas y su gran abanico de ensayos, publicó, también, relatos cortos, poesía, libros de viaje e historias para películas y guiones. Mediante sus novelas y ensayos, Huxley ejerció como crítico de los roles sociales, las normas y los ideales. Se interesó, asimismo, por los temas espirituales, como la parapsicología y la filosofía mística, acerca de las cuales escribió varios libros. Al final de su vida Huxley era considerado como un líder del pensamiento moderno. (Wikipedia)
[xviii] San Juan de la Cruz. La noche oscura.  Obras completas. Editorial de espiritualidad. Madrid 1988.
La metáfora de la noche oscura de Juan de la Cruz nos recuerda que la experiencia del amor de Dios no es siempre una experiencia punta de la unión de toda la creación. En la noche oscura el amor de Dios se acerca de una manera que parece negarnos. En la noche parece que Dios está contra nosotros. Pero Juan sostiene que nada en el amor es oscuro o destructivo, pero por quienes somos y por la purificación que necesitamos se experimenta el amor como oscuro. Juan nos da una descripción convincente de los momentos de la vida cuando se desvanecen las consolaciones y orar es imposible. El deseo está aún presente pero se ha agotado buscando liberarse de los ídolos. El teólogo Karl Rahner comentó que todas las sinfonías de la vida permanecen inconclusas. En cada relación, en cada posesión en algún momento surgirá esa sensación de carencia. Esta frustración del deseo y la atracción por algo más allá, es la inquietud que causa la continua invitación de Dios a una unión más profunda. Cuando los dioses mueren durante la noche, se eclipsa la personalidad. Carl Jung, el psicólogo, dijo que no podía distinguir los símbolos de dioses de los símbolos que representan al ser humano. Cuando una persona pierde su Dios-símbolo la personalidad comienza a desintegrarse. Esta afección oscura permanece hasta que emerge un nuevo símbolo-Dios o se establece una nueva relación con el símbolo-Dios antiguo.
Ref: http://www.palabracubana.org/2007-09/noche-ocsura-4.htm
[xix] Joan Escalés. La misa contada por un cura. Ed. Personal Viladecavalls. Barcelona, 1992
[xx] Los Sacramentos de la Iglesia católica. Wikipedia
Ref: http://es.wikipedia.org/wiki/Sacramento_(catolicismo)
[xxi]  Christopher Lamb. La pretensión de ser única. En El mundo de las religiones. Pag. 361 Ediciones paulinas, Madrid, 1985
[xxii] Miguel Ruíz. Los cuatro acuerdos (Op. Cit)
[xxiii] Krisnamurty. A los pies del maestro. Respetuosamente el autor, J. Krishnamurti, expresa que las palabras contenidas en el libro son de su Maestro, incluso textuales. No empaña su belleza el hecho de que tiempo después el autor negara la utilidad de maestros en el aprendizaje personal. En los primeros pasos del camino siempre es valiosa la ayuda de quienes han transitado por experiencias y realizaciones parecidas, aunque cada persona sea un pequeño cosmos irrepetible.  En esta joya literaria se dan pautas para seguir un camino de realización interior, una guía para el desarrollo de conciencias, con consejos aparentemente simples, pero difíciles de ser vividos. Las cualidades básicas a lograr que propone son: el discernimiento, la carencia de deseos, la buena conducta y el amor. Ref: http://www.nueva-acropolis.es/FondoCultural/filosofia/Filosofia7.htm
[xxiv] Tankeray. La vía purgativa (Op. Cit)
[xxv] Aldous Huxley. Sabiduría perenne. El poder (Op. Cit)
[xxvi] Eckhart Tolle. El poder del ahora. Gaia Ediciones. Madrid 2003
[xxvii] José Ortega y Gasset. Estudios sobre el Amor. Espasa Calpe. Col. Austral. Madrid, 1971
[xxviii] Benedicto XVI Carta Encíclica Deus Charitas est. Edicep. 2006
[xxix] Los neuropéptidos son hormonas con estructura química basada en oligo péptidos, con cadenas cortas de aminoácidos, que son segregados por la hipófisis y el hipotálamo, y participan en los circuitos feed back más importantes del sistema endocrino humano, como son los que regulan las hormonas tiroideas, paratiroides, suprarrenales y gonadales.
[xxx] Ignacio Larrañaga. El Silencio de María. Ed. Paulinas. Madrid 2008
[xxxi] Crash (colisión) película estadounidense, ganadora de tres Oscars, dirigida por Paul Haggis y estrenada en España en 2006
[xxxii] Stephen Hawking. Brevísima historia del tiempo. Ed. Crítica. Madrid 2005 (Op.cit)
[xxxiii] Lluis Miravitlles. Visado para el futuro. Ed. Salvat. Libros RTV. Barcelona 1969
[xxxiv] José Alfonso Delgado. Análisis sistémico. Op Cit.
[xxxv] Y.M. Congar. El ateísmo contemporáneo Escrito por Cristiandad, Ediciones, S.L., G. Girardi
[xxxvi] Mircea Elíade Historia de las religiones. El maniqueísmo. Ediciones Cristiandad. Madrid 2000
[xxxvii] Grian. El sendero de las lágrimas. Obelisco Ediciones. Madrid. 2007 El sendero de las lágrimas es un libro que quiere hacer accesible la realidad de la muerte a los niños, un tema tabú en la cultura occidental, al mismo tiempo que describe la riqueza y profundidad de las culturas nativas americanas. “¿Qué es la muerte? ¿Dónde han ido mis padres, mi hermana y mis amigos?”  "Está bien que preguntes y llores, Pequeño Dedo, los guerreros también lloran y pintan su cara para el combate de la vida con sus propias lágrimas". Éstas son algunas de las preguntas que Pequeño Dedo, el único niño superviviente a la deportación masiva de la nación cheroqui, plantea al anciano Águila Blanca. Mientras que el atroz genocidio perpetrado por el ejército de Estados Unidos aún queda sin respuesta, las dudas de Pequeño Dedo poco a poco se van disipando en la poesía y melancolía de este conmovedor relato. Grian, cuyo verdadero nombre es Antonio Cutanda, es licenciado en psicología por la Universidad de Valencia, trabajó como psicólogo educativo y como psicoterapeuta de orientación cognitiva-conductual (educación emocional) durante más de diez años. Locutor de radio entre 1990 y 1996, dirigió programas nocturnos y magazines matinales de gran éxito, siempre lejos de temas morbosos y de audiencia fácil.  Ha pronunciado infinidad de conferencias y dirigido talleres en España, Gran Bretaña, Estados Unidos, México y Venezuela, pero sobre todo es una persona que ama la paz, una paz que promueve con sus libros y que impulsa a través del Proyecto Avalon – Iniciativa para una Cultura de Paz, fundado en 1984 y del que es el Director General. Músico y actor de la Ávalon-Troupe desde los orígenes de la compañía, destacó en la interpretación de Jesús, en Jesucristo Superstar.
Ref: http://www.eljardindellibro.com/libros/__sendero_de_las_lagrimas_grian.php
[xxxviii] Meister Eckhart. “El fruto de la nada”. en El fruto de la nada. Ediciones Siruela, Madrid 2008.

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