Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

Sendas de vida interior: 2.- Fiat Lux

 

SEGUNDA PARTE. 113
II. Fíat Lux. 113
19.        “Me falta algo”. 114
21.        “Yo soy lo que creo que soy”. 118
22.        Mundos incompatibles. 121
23.        Todo está bien. 122
24.        Oración. 123
25.        Mindfulness. 128
26.        De pronto todo tiene sentido. 130
27.        El sendero de la verdad. 132
28.        Vivir el silencio. 135
29.        La paradoja. 139
30.        Señor, que vea. 141
31.        No me habéis elegido vosotros a mí 142
32.        La segunda parte del Camino. 145
33.        Los caminos del silencio. 148

 

SEGUNDA PARTE

II. Fíat Lux


Los indios suelen decir.
¿Cómo sabe un pez que está dentro del agua?
La única forma de que un pez sepa que está en el agua
es sacándolo fuera de ella.
       El tambor de sanación (Op Cit)
A partir de ahora, la  exposición cambia sustancialmente de tercio. Entramos  en los terrenos del alma, donde Dios, lo sepamos o no, habita. Entramos en los alrededores del Reino, expresado preferentemente en Jesús, el hijo de María, como aparece en el Corán. Para los cristianos, Jesús es el Mesías, la Segunda Persona de la Trinidad; para los seguidores de la Filosofía perenne (lo que englobaría al común de los humanos que reconocen la Divina Realidad en sus vidas), Jesús es un avatar fundamental a través de los que Dios se ha manifestado a los seres humanos. Para los que no reconocen a Dios, Jesús de Nazareth en general es reconocido como un hombre muy importante en la Historia de la Humanidad, cuyas enseñanzas han de ser respetadas, al menos.
Esta preferencia por Jesús en mis apuntes, no minora en absoluto el respeto por otros grandes Santos y hombres de Dios a través de los cuales, Él también se ha manifestado, y a los que también hago referencia.
Pasaje del joven rico.
16 En esto se le acercó uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?» 17 El le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.» 18 «¿Cuáles?» - le dice él. Y Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, 19  honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.» 20 Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?» 21 Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme.» 22 Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. 23 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. 24 Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos.»
Mt 19, 16-24
Entre paréntesis, lo de un camello a través del ojo de una aguja parece ser una confusión en la traducción al latín. San Jerónimo, al traducir el texto, interpretó la palabra 'kamelos' como camello, cuando en realidad su significado (en griego) es una soga gruesa con la que se amarran los barcos a los muelles. En definitiva, el sentido de la frase es el mismo pero, este parece más lógico. Cierra paréntesis.
En su mayoría pasamos en los trajines y trabajos del Confinador toda nuestra vida, cumplimos todos los preceptos que nos manda la Sociedad civil, y los creyentes practicantes (como dicen), tratamos de cumplir con los preceptos impuestos por nuestra comunidad de fe. Con absoluta seguridad que este pasaje del Evangelio nos es archiconocido. Pero puede que un buen día, la respuesta al joven rico nos resuene de otra forma. Y esa resonancia no es sino la respuesta a una evidencia dormida en nuestro interior durante largo tiempo, que “mi vida no me pertenece”. Es algo muy profundo que nos incordia, que nos agita, que no sabemos lo que es, que nos hace sentirnos extraños en este mundo, que nos confunde, que no nos deja en paz. Es algo que inicialmente interpretamos como negativo, y queremos desterrarlo de nuestra mente, creyendo que todo nace y termina en nuestro pensamiento.
Es un “sentir algo dentro de ti, que no sabes lo que es”…
Pero que ahí está y que nos pone en evidencia de que así hayamos obtenido los mayores éxitos y estemos rodeados de todas las comodidades de esta vida…

1. “Me falta algo”.

Esta sensación es una intuición que en más de una ocasión hemos sentido, pero que debido a los trajines de la vida, tan pronto como viene, tan pronto como queda ahogada por esos trajines. Preferimos tener una concepción nihilista de la vida, nada después de la muerte, pero sentirnos dueños de esa misma nada, antes que admitir que realmente necesitamos ayuda, que nos falta algo y no sabemos qué.
El joven rico tenía dos serios problemas, el primero que era rico, y estaba apegado a muchas riquezas; el segundo, que era joven, y en consecuencia, estaba apegado a muchos proyectos de vida por realizar. Estaba apegado a su pasado, por lo conseguido; al presente por lo que tenía y estaba disfrutando, y al futuro por lo planes que ambicionaba realizar para conseguir más. Estaba apegado al tiempo, su vida era un completo culto a Cronos.
Y es que, cuando se es joven, lo que nos entra por los sentidos satura todo nuestro ser. El Confinador donde hemos sido colocados por el Creador, es tan grande, tan misterioso, tan lleno de posibilidades, y a la vez tan difícil de ser dominado para nuestro servicio, que cuando se es joven, prácticamente todo nuestro tiempo y todas nuestras preocupaciones se nos van en, primero hacernos un hueco en la vida, hemos de aprender muchas cosas en el colegio, en el instituto, en la FP o en la Universidad, para adquirir una cultura y unas habilidades con las que ganarnos el pan, y además poder llegar a conocer ¡tanto por descubrir!
En estas circunstancias, plantearnos un “me falta algo” no encaja, pues entre las tareas de aprendizaje y el descomunal torrente de información mediática que la industria del ocio nos ofrece y nos incrusta obligadamente en nuestro cerebro, poco tiempo le queda a un adolescente o joven para pensar que le falta algo, más allá de lo que le falta para alcanzar sus propias metas.
No obstante a veces, en momentos de soledad, al joven rico le puede venir la pregunta “¿me falta algo?”
Alan Watts en su libro, “El camino del Zen”, dice que en concreto en China, la filosofía de Confucio[i], que aporta un excelente código ético de buenas costumbres, es la guía de los jóvenes y de los adultos en su primera madurez. Confucio sirve para moverte honestamente por entre los trajines del mundo. Pero cuando uno va creciendo en edad y se superan los cincuenta o sesenta (según), el “me falta algo” aparece, y hace que el alma comience a preguntarse por el sentido de la trascendencia, y entonces reencamina sus pasos hacia el Tao[ii], que es el compendio de la mística oriental.
Es decir, el “me falta algo” es una pregunta que se vuelve tanto más perentoria de resolver, cuanto más edad se tiene, salvo que habiendo sido tentados por el veneno del poder (se puede llamar demonio), toda nuestra vida esté entregada a la ambición suprema de dominar la vida y la hacienda de los demás. La juventud, divino tesoro, absorbe completamente los sentidos y las potencias del alma y la mente, ya que te obliga a estar concentrado en todos los problemas que la vida te plantea, a veces al límite de la supervivencia si la economía está chunga. Una sana práctica religiosa, en su caso, puede balancear el excesivo peso de los asuntos temporales. Hasta que uno se pregunta, como el joven rico “¿me falta algo?”.
Cuando la respuesta a esta pregunta es profundamente afirmativa, es cuando comienza “la búsqueda real”. Hasta entonces hemos sido dóciles ovejitas de un ordenado rebaño, que al tran tran, hemos pasado nuestras horas y nuestros días, cumpliendo con nuestras obligaciones de solteros, casados o… incluso consagrados, que los curas y monjas no se escapan de este proceso.
El por qué unas personas se hacen esta pregunta y otras no, tiene difícil respuesta. Dicen que la fe es un regalo de Dios. Si fuera así, el libre albedrío quedaría definitivamente en entredicho. Lo digo porque muchas personas que no se plantean estas cosas se escudan en que de ellos se ha olvidado Dios, porque no les ha dado la fe, y por tanto no tienen la culpa de que les haya tocado la china de ser unos olvidados del Altísimo. Sin embargo en lo profundo del joven rico surgía esta cuestión, razón por la cual se acercó a Jesús y le hizo la pregunta “qué más me falta”. Particularmente yo me llevo haciendo esta pregunta toda mi vida. Sin embargo conozco a muchas personas para las que esta vida es lo que hay, y no se cuestionan si les falta algo o no. O acaso sea que es una pregunta tan en lo más íntimo, que nadie es capaz de siquiera intuir lo que fluye por lo más profundo de cada cual. Lo más probable, creo yo es que todo ser humano se plantea esta pregunta, pero la respuesta es siempre la misma, “cumplo religiosamente mis preceptos” (en el caso de los creyentes), “respeto la ley y la ética” (en el caso de los no creyentes), y en todos ellos, “tengo demasiados asuntos que atender aquí abajo”; tengo mi cadena de música a tope, a 150 decibelios, con lo que me es imposible escuchar los 10 decibelios de la brisa de Dios. Son aquellos que llegados a Zubiri, Pamplona o Puente la Reina, ven que el Camino no es lo suyo, que son demasiadas las ampollas y dolor de rodillas para no saben muy bien qué; pero sobre todo, se acuerdan de los asuntos que han dejado atrás, y que les reclaman atención, y deseos de seguir atendiendo. Total, que deciden volver a sus asuntos.
No obstante, hay determinadas personas, para las que esta pregunta, “¿me falta algo?” no les permite conciliar el sueño y vivir tranquilos. Son aquellos que, a pesar de esas ampollas y dolores, se sienten impulsados a seguir adelante, acaso no saben muy bien por qué. Y se disponen a cruzar el Ebro.

2. El final de la búsqueda

Viaja a tu interior
Pues ahí está tu hogar.
Ain-dah-ing.
Escucha el latido de tu corazón.
Pon oído a tu corazón y escucha.
No hay prisa por llegar allí.
Pues no hay un allí.
En realidad sólo hay “aquí”.
Quédate con el ahora.
El tambor de sanación (Op. Cit)
Entonces, la pregunta que se nos plantea es ¿qué buscar? Porque en realidad sólo sabemos que nos falta algo, pero no sabemos qué.
Un “sentir algo dentro de ti, que no sabes lo que es”.
El final de la búsqueda no consiste en encontrar lo buscado, porque no sabemos lo que es. Realmente no sabemos lo que es, aunque en el catecismo lo ponga en letra Arial 20 y en negrita, subrayada y en rojo, y nos lo hayamos aprendido de memoria para superar el examen de religión en el colegio. Así que realmente, estamos a ciegas, porque lo que pretendemos buscar es simplemente un elaborado de nuestra imaginación, de nuestro pensamiento. Decimos que buscamos la paz, el amor, a Dios, la belleza, etc. Decir esto es decir que buscamos lo que nos imaginamos que debe ser la paz, el amor, Dios o la belleza. Y luego ocurren cosas curiosas como el hecho de decir que buscamos a Dios, si comulgamos todos los domingos, o todos los días en misa. El que busca después de comulgar, lo único que da a entender es que ni sabe qué está recibiendo en la comunión, ni sabe que está buscando.
3 Jesús abandonó Judea y volvió a Galilea. 4 Tenía que pasar por Samaria. 5 Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. 6 Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. 7 Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» 8 Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: 9 «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) 10 Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.» 11 Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? 12 ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» 13 Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.» 15 Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.»
(Jn 4, 3-15)
La tradición cristiana afirma que el que bebe agua volverá a tener sed. Jesús se refiere en el pasaje de la samaritana al agua del pozo de Jacob, pero el significado profundo de ese encuentro no es tan literal, porque en el fondo, el agua que siempre nos vuelve a dar sed es “literalmente: todas las cosas de nuestra vida”, todo lo que la persona busca conseguir, tanto material como inmaterial. Es decir, todo elaborado de nuestro cerebro, de nuestro pensamiento, todo eso es el agua del pozo de Jacob, y eso, todo eso, nos vuelve a dar ser[iii]. Ahí se incluye una práctica religiosa inercial, rutinaria y acomodada; tan sincera como ingenua.
Así que, el primer paso para que se haga la luz en nuestro interior, para el “Fíat Lux”, es saber, comprender, ser conscientes de que “nos falta algo”, y que ese algo no lo podemos, ni buscar (porque no sabemos qué es lo que nos falta), ni encontrarlo, porque si así fuera, no sabríamos identificarlo. Así que “alguien” tiene que saber interpretar nuestras añoranzas, nuestras aspiraciones.
Pero para que ese “alguien” pueda provocar el efecto que supuestamente desearíamos, antes hemos de… “vender todo lo que tenemos, dárselo a los pobres y confiar”.
¿Qué es “todo lo que tenemos”?
No son cosas materiales, aunque también en el extremo de la radicalidad. Ese es el gran error de tomar la literalidad de la Palabra. El significado de esa donación que Jesús nos pide no es tanto en términos de riqueza efectiva, como de riqueza afectiva. Este matiz es dramático, pues la riqueza efectiva es ciertamente tener muchos bienes, mientras riqueza afectiva se basa en estar apegados a lo mucho o poco que tengamos, de modo que un rico efectivo puede ser un pobre afectivo, pero un pobre efectivo puede ser un rico afectivo.
1 Alzando la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; 2 vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, 3 y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. 4 Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir.»
Lc 21, 1-4
Este matiz entre afectividad y efectividad es el que demarca la pobreza espiritual (desapego afectivo) de la riqueza material (apego afectivo). Por otro lado, el apego afectivo, suele ir en muchas ocasiones acompañado de una pobreza existencial que es difícil de explicar. Es la pobreza del hombre rico material que tanto ambicionó, que levantó altas murallas para proteger “lo suyo”, tal que ni siquiera permitió que el amor pudiera entrar por ningún resquicio. Los ricos son personas solitarias e infelices (aunque estén rodeados de aduladores deseosos de conseguir tajada); son pobres afectivos, carentes de amor, posiblemente son las personas más infelices de este mundo. Teresa de Calcuta, la gran santa del Siglo XX lo dice abiertamente, en el fondo, los ricos de este mundo son los más pobres de entre los pobres.
Pero más allá del matiz “afectividad” y “efectividad”, en esto de dar todo lo que tienes a los pobres, los hay que tratamos de hacerlo de una forma afectiva, pero otros… se lo toman literalmente en serio, de modo que tú al lado de ellos te ves tan pequeño, que en un instante se te bajan todos los humos y te das cuenta de lo raquítico de tu esfuerzo. Son los que asumen la radicalidad total de la decisión. Un Francisco de Asís, un Ignacio de Loyola, un Francisco Javier, una Teresa de Calcuta. Con todo, estos son personajes históricos, casi de leyenda, aunque como en el caso de la Madre Teresa, la hayamos visto por la televisión. Pero hay otros de carne y hueso que puedes tocar con tus manos, que ¡son de verdad! Es el caso de mis buenos amigos Nacho Pereda y Ana Requesens, matrimonio ejemplar que dejándolo todo, literalmente todo, llevan luchando toda su vida por acoger a personas sin techo y chavales pobres de solemnidad en la fundación que han creado en Granada “Escuela de solidaridad”[iv]. Les cito a ellos, porque les conozco personalmente, pero como Nacho y Ana hay muchos más de lo que nos podemos imaginar. Gandhi tenía razón, la ley que rige realmente el mundo, aunque no nos lo creamos por el ruido que hacen los malos, es el Amor. Personas como ellos hacen posible la vida en este mundo. Cuando ves personas que lo dejan todo y se enrolan en las múltiples misiones que los católicos tenemos por el mundo, y ves como se juegan la vida a cambio de la sonrisa de una madre con su hijo desnutrido que recibe de sus manos un cuenco de leche… es entonces cuando te das realmente cuenta de lo que significa “ve y vende todo lo que tienes…”, y de cómo tratamos los demás de maquillar este desafío para poder dormir tranquilos por las noches.
Todo pasa por abrirnos al interior de nosotros. Abrirnos al abismo de nuestro propio ser y tomar conciencia del castillo interior que albergamos en nuestro interior. Pero esta exploración interior parece que es de las cosas que más asusta al personal. Ellos, los que lo dan todo “efectivamente y afectivamente” ya lo han hecho, aunque no hayan sido demasiado consciente de ello.
Así que el primer paso es provocar un primer encuentro con nosotros mismos. Este término parece un contrasentido, pues encontrarnos con nosotros mismos es algo así como si no fuese consciente de quién soy yo. Pues va a ser que no, que no somos conscientes de nuestra más íntima realidad. Somos conscientes de las murallas y los arrabales de nuestro castillo, pero no tenemos ni noticia de lo que sucede dentro de él, entre otras cosas porque nos empeñamos en cerrar los ojos a su existencia. Preferimos “di-vertirnos” (verternos fuera) que “intro-vertirnos” (entrar dentro de nosotros mismos).
Tener un encuentro con nosotros mismos es aquello de mirarnos al espejo y preguntarnos “¿quién es ese?”.”¿Quién soy yo?”
La respuesta más sincera a esa primera pregunta sobre nosotros en el espejo es un “no sé”. Realmente casi nadie puede afirmar saber quién es en realidad.
Tras ese “no sé quién soy”, viene una segunda respuesta que habitualmente no logramos encontrar nosotros, salvo que “alguien” nos la diga al oído, y es:

3. “Yo soy lo que creo que soy”.

Es decir, yo soy lo que opino sobre mí. Así podemos darnos a nosotros mismos (y a los demás) respuestas de tipo “yo soy una persona que ama la paz, conciliadora, responsable, decidido, un poco venado, con un carácter fuerte o tranquilo, etc”. Es decir, nos vemos en el espejo, y a lo más que llegamos es a reconocer atributos de nosotros mismos. Además, eso cambia a lo largo de la vida, según nos haya ido en la feria, y según el resultado de nuestra interacción con los demás, pues al final, lo que vemos en el espejo es el resultado de una elaborada máscara, una imagen de nosotros mismos que trata de resultar aceptable por los demás. Es una imagen que coincide con nuestra mejor cualidad, la que nos permite ser aceptado por el grupo, para cubrir nuestras necesidades afectivas, como expone Encuentro Matrimonial, para sentirnos amados y válidos por los demás.
En conclusión, si conseguimos comprender la sentencia magistral de Buda que dice: “yo soy lo que mi pensamiento ha elaborado sobre mí[v], habremos dado un paso de gigante hacia el Encuentro conmigo mismo. Mientras creamos que nosotros somos algo tangible dentro del Confinador, creado por y para dominar el medio ambiente del Confinador, estaremos completamente atados a los límites establecidos por y para la vida en el Confinador.
Comprender que “yo” soy una creación virtual de mí mismo para desenvolverme en este mundo, pero que mi Yo Real está oculto, es el primer paso para cruzar esa séptima puerta (o para cruzar el Ebro), única que nos permitirá liberarnos del Confinador, la puerta hacia nuestro interior, donde se oculta un Universo desconocido que es lo que se denomina “la Vida Interior”.
La puerta hacia nuestra Vida Interior nos permite hacer, probablemente, el mayor de los descubrimientos sobre nosotros mismos, que es descubrir realmente quiénes somos. Yo ni nadie lo puede explicar, porque no es algo que se pueda leer por experiencia de un tercero, sino que cada cual lo tiene que descubrir por sí mismo. Lo siento, no encontraremos jamás un texto, un autor que nos diga “yo, tú soy, eres…” Eso o lo descubres tú, o nadie lo hará por ti. Pero hecho este descubrimiento, se produce en nosotros una transformación jamás imaginada, porque descubrimos que todo lo que hasta entonces ha sido tan importante para nosotros, resulta ahora ser cosas accesorias, atributos, habilidades, conocimientos, que están bien (incluso son necesarias para el trajín de nuestro pequeño mundo, para ganarnos el pan de cada día y colaborar al bien social con nuestro trabajo y pagar nuestros impuestos), pero que son elementos secundarios de nuestra verdadera identidad.
Los orientales lo han tenido muy claro desde la más remota antigüedad. Somos un espíritu dormido, oculto dentro de un soma (cuerpo) que dispone de inteligencia y emociones, capaces de fabricar algo que se denomina “yo”, imprescindible para los asuntos domésticos (para la vida dentro del Confinador), pero que resulta ser el principal obstáculo para el descubrimiento de la verdadera identidad del ser humano, la conciencia, el atman (también llamada en Occidente, alma o espíritu).
La Vida Interior es una revelación, un descubrimiento que se produce en el momento en el que experimentamos a Dios dentro de nosotros.
Descubrir tu propia vida interior es descubrir a Dios dentro de ti. Sin esa experiencia de Dios, no han ningún descubrimiento, más allá de las ensoñaciones fruto de la imaginación. Nada más. Tu vida interior seguirá oculta entre las elaboraciones de tu mente.
La Vida Interior es una experiencia que no se consigue a fuerza de ritualidad, sino desde una presencia profunda de Dios dentro de nosotros. Vida Interior es tomar realmente conciencia de Dios en nosotros, en lo más íntimo de nuestro ser. Es sentirlo, notarlo, palparlo en todo momento del día, desde cuando sale el Sol hasta el Ocaso. Pero el término “sentirlo” no es el clásico del sentimiento emocional, sino el de “ser consciente de que está aquí, en lo profundo”, aunque no sintamos emocionalmente nada, aunque nuestras sensaciones emotivas crean que está ausente. Esto significa “vivir lo que somos”, nuestra misma esencia con la divinidad a su Imagen y semejanza.
Saber quiénes somos realmente (conciencia, alma, espíritu), es muy distinto que vivir lo que somos (conciencia, alma, espíritu). Se podría comparar muy torpemente entre saber que existe la ciudad de San Francisco, incluso verla en fotos o video, y otra muy diferente, viajar hasta allí y caminar por sus calles, comer en sus terrazas y vivir el ambiente de la Bahía.
Leyendo libros sobre espiritualidad y asistiendo a cursillos y seminarios sobre el atman, se nos permite llegar a saber que nuestra auténtica realidad es espiritual. Pero así leamos todo lo escrito en este mundo sobre el tema, sólo llegaremos a a lo sumo, a saber que existe.
Ser conscientes de que somos un alma confinada en un soma inteligente ya es algo, porque antes de este descubrimiento, viviremos en el engaño del creernos que somos “yo”, aunque ese yo sea poco, un yo pero poco, “PocoYó”, como el muñequito infantil que está de moda, como nos comentaba en un seminario Fidel Delgado[vi]. Tras él, podremos, si queremos, iniciar la incursión hacia nosotros mismos, hasta descubrir que no somos sino inocentes muñecos de guiñol, tiernos “PocoYó”, que nos creemos los reyes del mambo, sin saber que estamos unidos al Todo que nos da la vida, como la mano está unida al resto del brazo y del cuerpo; que no se mueve por sí sola, sino por los músculos que están en el antebrazo del Creador. Y por las órdenes que proceden de Su Mente.
El descubrimiento de la Vida Interior se describe por los que lo han experimentado, de diferentes formas, unos como un camino hacia la cima de un monte (el Monte Carmelo), o un Castillo Interior con siete moradas, en la alegoría descrita por Teresa de Jesús[vii]. En cualquier caso, se trata de vivir el espíritu, la vida espiritual, cuyos secretos sólo sabemos confiarlos, en su caso y si supiéramos, a nuestra almohada.
El objetivo final de este proceso es la fusión con algo absolutamente inconmensurable e inimaginable, hasta llegar a ser Uno con Él. Es la unión íntima con Dios, con ese Dios que nos ha mostrado en propia carne Jesús de Nazareth, así como los grandes maestros de la espiritualidad universal y que han tratado de “explicar” los religiosos y al que hemos tratado de acercarnos a base de rituales, hasta comprobar que somos su misma esencia, lo que en términos de Filosofía perenne significa caer en la cuenta de que “Eso eres tú”[viii].
Una vaga idea de lo que estamos diciendo, y para los que se fíen de los psicólogos, está descrita en la curiosa y poco conocida “Ventana de Johari”.[ix]
Joseph Luft y Harry Ingham han descrito el escenario expuesto, acudiendo a un esquema que facilita la comprensión sobre nuestras dificultades de conocernos a nosotros mismos y en nuestra relación interpersonal con los demás, y especialmente con nuestra persona amada, en el caso de la pareja. Consiste en una ventana con cuatro cuadrantes donde se representan cuatro posibilidades. 1) – Superior izquierda- Lo que conozco yo sobre mí y también conocen los demás (o el otro) Es el área libre. 2) –Inferior izquierda- Lo que conozco yo de mí, pero el otro desconoce. Es el área oculta. 3) – Superior derecha- Lo que yo desconozco de mí, pero el/los otro/s ha/n descubierto. Es el área ciega. Y 4), - Inferior derecha- Lo que ni yo ni el otro conocemos sobre mí. Es el área desconocida. Si tomamos las cuatro áreas o cuadrantes en sentido vertical (columnas) o en sentido horizontal (franjas), las dos columnas representan el yo, y las dos franjas representan el grupo. Las informaciones contenidas en dichas franjas y columnas no son estáticas, sino que se desplazan de un cuadrante a otro, en la medida en que varían dentro del grupo el grado de confianza recíproca y el intercambio de «feedback». Como resultado de dicho movimiento, el tamaño y el formato de los respectivos cuadrantes experimentarán otras tantas modificaciones en el interior de la ventana.
En la ventana, el área libre se califica como el área conocida por ambos. En realidad, sería mucho más ajustado a la verdad decir que es el área que creemos conocida por ambos. ¿Por qué? Pues porque lo que percibimos tanto del otro, o de los demás como de mí mismo no es sino información que nuestro pensamiento elabora para forjar un modelo, tanto de nosotros mismos como del otro. Es decir, lo que el pensamiento elabora son “patrones de comportamiento”.
La existencia de las otras tres áreas supone un serio impedimento para el conocimiento personal y de los demás. Entre las cuatro se estructura el patrón de comportamiento que constituye la respuesta semiinconsciente de nuestro pensamiento ante la interacción con los demás. En  este concepto basa Encuentro Matrimonial el conocimiento de uno mismo, en descubrir nuestro patrón de comportamiento, expresado por la intencionada exageración de nuestra mejor virtud, con el fin de lograr ser aceptados, valorados y amados por los demás, es decir, la cobertura de nuestras necesidades afectivas.
Hasta tanto no logramos descubrir nuestra área desconocida, nuestro horizonte interior, las prácticas religiosas no dejan de ser ritos casi mágicos con los que nos sugestionamos de asegurarnos la salvación o algo parecido, que no llegamos a saber bien en qué consiste, por mucho que nos lo expliquen en misa y en las catequesis de niños y adultos.
“Fíat lux”. Hágase la luz, lo que supone someterse a un giro absolutamente copernicano en nuestra vida… Y la luz se hace cuando descubrimos a Dios en nosotros. Es el más importante descubrimiento que un ser humano puede experimentar en su vida.

4. Mundos incompatibles

Esto de la incompatibilidad “Dios vs mundo”, “o conmigo o contra mí”, creo que ha dado lugar a un radicalismo religioso francamente demoledor, que se debe a la creencia a pies juntillas y de modo literal en lo de la manzana del Paraíso terrenal. El odio al mundo y a la carne (y al demonio, se entiende), ese aborrecer todo lo que viene de las vanidades mundanas ha hecho de muchas personas auténticos escapistas frente a las responsabilidades de convivencia, al retiro, a la clausura, a abrazar a María y a despreciar a la pobre Marta, que se queda sola frente a las responsabilidades de la casa. Y no olvidemos, como afirma Teresa de Jesús en un sorprendente último capítulo de las Moradas del Castillo Interior, que “Marta y María han de ser una sola y vivir juntas”, que María puede serlo porque antes fue la Marta que lavó los pies del Maestro. Si hemos sido puestos en este mundo, en el Confinador, será por algo.
19 Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo.
Jn 15, 16
La Iglesia católica creo que ha desarrollado una auténtica paranoia respecto del mundo, de modo que para defenderse de él, ha construido desde San Benito, todo un gran edificio eclesial, sacerdotal y monacal, donde refugiarse de las acechanzas del maligno, que reina en este mundo. Es la reacción lógica ante la relajación de la forma de vivir la fe, para aquellos que se resisten a ese lento languidecer de la vida espiritual, fruto de la desaparición de las amenazas externas (la Iglesia perseguida) y de la difusión urbi et orbe de la fe católica, lo que hace que mundo y religión se mezclen hasta formar como resultado una amorfa masa gris de lo que he repetido tantas veces a lo largo del libro, una sociedad de católicos practicantes y no practicantes (o sea, nada), emponzoñados por los atractivos del Confinador, es decir, trigo y cizaña juntos. Así, la Iglesia de siempre se ha dividido en dos, los elegidos, curas, frailes y monjas, y el rebaño de “llamados” pero no elegidos, los seglares (o al menos eso nos parece). Como quiera que el mundo es un desastre, el imperio de las tinieblas, la Iglesia se enroca en sus conventos, templos y monasterios, y así “eclesiastiza” la fe, enfocándola y gravitándola supuestamente en Cristo, pero un Cristo instalado en templos y monasterios. Así, el 99% de los santos católicos, en toda la Historia, son curas, frailes y monjas; y sólo de vez en cuando, sale algún santo despistado de entre la masa de feligreses, demasiado contaminados por los vicios de este mundo. Porque con este modelo, nada que esté fuera de las tapias del convento, nada que sea “profano: fuera del templo”, está bien, pues está manipulado por el maligno.
Pero la incompatibilidad entre Dios y el mundo no es efectiva, sino afectiva. Es decir, afirmar que este mundo es incompatible con Dios, es afirmar que la Creación, donde se desarrolla la vida del mundo (dónde si no), es incompatible con Dios. A mí me parece un dislate, pues la vida en la Tierra deja de tener sentido. Pero si cambiamos efectividad, por afectividad, por apegos a las cosas de este mundo, entonces todo cobra un nuevo significado. Es el apego a los trajines de este mundo lo que nos separa, nos impide volar y despertar nuestra alma dormida. Y así…

5. Todo está bien

Un Navajo dice:
“Lo que es, es”.
Un danzante del sol sioux dice:
“Ho-Hecatu-yelo” (Así es como ha de ser).
El tambor de sanación (Op. Cit)
¿Pero qué pasa si en realidad todo está bien? ¿Qué pasa si lo que sucede, cómo es este mundo, entra completamente dentro de los planes del Creador, aunque nos parezca que tenemos que luchar denodadamente contra todo y contra todos, porque todo está mal, porque esto es una mala noche en una mala posada? Es nuestra percepción intelectual y errónea de la vida lo que ha hecho de este mundo un estercolero. Es nuestra falta de fe lo que nos coloca unas gafas que distorsionan y envuelven en una bruma la acción de Dios, y nos hacen percibir la realidad de este mundo como efectivamente negativa. Vuelvo a lo de la manzana puñetera, que nos ha convencido  como cuento leído a tiernos infantes antes de dormir, de que tras una Creación que le salió “niquelada” al Creador, pues vio que todo era muy bueno, en el último momento va la demoníaca serpiente y logra amargarle la fiesta del séptimo día introduciendo el mal en el mundo, y obligándole a hacer un apaño mesiánico para salvarnos de nuestras desgracias. Más allá de las interpretaciones doctrinales y oficiales de las Escrituras, lo que el hombre de la calle puede entender es que al Creador sus criaturas más perfectas le salieron al final con un defecto de fábrica que no estaba previsto, por culpa de un súbito enemigo que le surgió sin venir a cuento.
A lo que íbamos; en este proceso evolutivo, el alma experimenta un proceso muy curioso. Lo llamaríamos en sentido figurado de levitación, como de disminución de la densidad, hasta el punto de que la luz pueda pasar con más facilidad, y el peso sea tan liviano que pueda literalmente levitar, separarse del suelo. Tanto más leve se vuelve el alma, cuanto menos interviene el pensamiento en un estado que, cada vez más exento de juicios y prejuicios, se asemeja a una contemplación pura de todo lo que sucede en nuestra Vida Interior y también exterior.
En sentido contrario, la involución espiritual es un proceso de “densificación”, de solidificación, de aumento de la densidad, del peso, de la opacidad de la consciencia. Tanto más densa, tanto más espesa se vuelve la consciencia, cuanto más interviene el pensamiento en el estado de contemplación. Y tanto más opaca cuanto menos deja pasar la luz, y más distorsionada se vuelven las formas, hasta que quedan bloqueadas completamente. Es lo que determinadas escuelas de pensamiento cristiano denominan “la nube del desconocer”, la que se genera al pretender utilizar exclusivamente la inteligencia mental para comprender los misterios de la existencia. Porque el conocimiento humano es desconocimiento espiritual.
Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá! (Mt 6. 23)
En oscuridad, Dios está en nosotros, pero la densidad del alma no nos deja contemplarlo, y en su defecto, nos imaginamos cosas, incluso bienintencionadas, escritas en los libros de teología, si cabe. Pero “eso” no es Dios.
Estamos perdidos.
La gran barrera a superar es pues dar un giro copernicano a nuestra percepción de la Realidad, pasar de considerar esta vida como la Real, para aceptarla como nuestro simulador de aprendizaje, el Confinador en el que se nos ha situado para “aprender a ser”, y pasar de considerar la Vida Interior como una ensoñación, para tomar consciencia de que es lo Real de nuestra existencia. Sin traumas, sin decepciones, sin rencor hacia los que no han sabido enseñarnos el Camino. Porque hay que reconocer que es muy complicado explicar todo esto si no se vive, si no se experimenta.
Hay una palabra que define y determina la actitud de la persona cuando se da cuenta, toma conciencia del camino que ha de tomar para liberarse de los confines del Confinador. Se llama “Oración”.

6. Oración


El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.
Teresa del Calcuta
El proceso que conduce hacia la Luz, hacia que la Luz sea, “Fíat Lux”, es el camino de la Oración.
La Oración es la actitud que permite al alma, al espíritu despertar y ponerse en comunicación con Dios. Es la base, la clave de la Vía Directa. Así como es la base, la clave de la Vida Interior. Decir Vida Interior es decir Oración. Y hablar de Oración es hablar de Vida Interior. No existe la una sin la otra. Sin Oración no existe relación alguna con Dios, todos los canales están cerrados. Sin Oración, sólo existe lo que sucede dentro del Confinador. Por eso, el camino que conduce hacia Dios, hacia la Divina Realidad es el camino de la Oración. Aunque en realidad no hay tal camino, sino que lo que se produce no es otra cosa que la apertura de puertas, de telones que nos permiten descubrir lo que existe delante de nuestras narices, y que no hemos tenido conciencia hasta ahora. La alegoría del Castillo Interior de Teresa de Jesús, obedece más fielmente a la realidad del proceso que experimenta la persona, porque no hay que ir a ninguna parte, aunque como símil sea útil, sino que hay que descubrir los secretos de nuestra propia casa, de nuestro propio Palacio, donde Dios habita, y nosotros no teníamos noticia.
Y ahora viene un tema de profunda confusión. La inmensa mayoría de los creyentes, el común de las gentes, confunde lastimosamente rezar con orar, la Oración con los rezos. Según esta penosa confusión, asimilan orar a sólo rezar un rosario, una jaculatoria, una novena o leer laudes o ir a misa. El error, el tremendo error no es que crean que esto es orar (que lo es, eso sí, según y cómo), sino que la Oración comienza y termina (sobre todo “termina”) con estas prácticas religiosas. El error es creer que la Oración es exclusivamente “ritualismo”. El error es creer que con frecuentar los sacramentos hemos cumplido, como si el simple hecho de recibir la sagrada forma o confesar los pecados tuviera un efecto mágico, y las frases absolutorias del cura tuvieran el efecto  similar al de un conjuro. Lo del propósito de la enmienda, como cualquier frase hecha termina siendo eso, una frase hecha, sin valor postal.
Cuidado. Lejos de mí subestimar la religiosidad de las gentes. A lo que me refiero es al hecho de que parece como si los pastores de  la Iglesia actuaran respecto al estímulo de las prácticas religiosas de carácter ritual como sí la vida de fe se centrara casi exclusivamente en estas prácticas y concentraran en los creyentes el interés casi exclusivo en la ritualidad, como si sólo ella tuviera los efectos suficientes y necesarios como para “garantizar la salvación”, que parece que de eso va el empeño.
Según el Bhagavad Gita[x], el culto exotérico (que ven los demás), encierra un oculto deseo de éxito mundano en quien lo practica (para ser visto y admirado por su piedad). Nadie ve al que ora en su estancia a solas (por lo que no puede ser admirado), pero todo el mundo ve el que va al frente de las procesiones y participa en las solemnidades ocupando los primeros puestos (y puede serlo). Sigue diciendo el Bhagavad Gita, que hay cuatro tipos de adoradores de Dios a saber: el cansado del mundo, el que busca conocimiento, el que busca felicidad y el hombre que alcanza el discernimiento espiritual. Este último es el mejor, porque no está embotado por deseos mundanos (que los demás tienen).
La práctica constante de ritos sacramentales con fe y devoción producen en la persona efectos duraderos en algo que no es ni su mente ni su cerebro, como un vórtice que comunica con una realidad inmaterial “allá fuera” (o “allá dentro”), distinto de algo generado por la propia imaginación y por algo que responde a las plegarias. Se puede pensar en los devas[xi], o dioses locales que centran la fe de las gentes sencillas.
También se confunde frecuentemente la Oración con la petición de favores a Dios y a toda la corte celestial. Cierto es que los humanos somos seres muy necesitados de casi todo, pero partiendo de esta realidad, hemos centrado nuestras peticiones a Dios en aquello que son nuestros deseos de que las cosas nos salgan bien, como vimos al tratar el tema de los fracasos.
Es necesario “desaprender” cautelarmente y por un momento, todo lo aprendido en la catequesis, desmitificar los mitos enseñados, para conseguir desplazar el centro de gravedad de nuestra vida religiosa, de los mitos, creencias y prácticas rituales, las católicas incluidas  (herencia ancestral de ritos atávicos que se pierden en la noche de los tiempos), para centrarse en la “espiritualidad”, que es simple y llanamente la vía directa de la relación del ser humano con la Divina Realidad.
Lo primero que uno descubre al comenzar a hacer realmente Oración es que intuye que orar, lejos de ser una práctica religiosa más, tiende a convertirse en una actitud ante Dios y ante la propia vida; que orar, además de suponer un tiempo necesariamente limitado de recogimiento interior, tiende a ser un estado anímico, espiritual de Presencia de Dios, que tiende a ser permanente y constante, hagas lo que hagas. Dios pasa de ser alguien a quien pedir cosas en el contexto de un rito religioso, a una Presencia inexplicable en cada vez más tiempo de la propia vida habitual y cotidiana. Dios pasa a ser Alguien que precisa un momento solemne para ponernos en su presencia, a “Algo” que comienza a inundar todos los rincones de nuestra vida, además de hacerle presente comunitariamente en las solemnidades.
En otras palabras, no tienes que ir a misa para hacer presente a Dios en tu vida, sino que, por tener presente a Dios en tu vida, tienes la necesidad de participar con la comunidad en ese momento sagrado que es la Eucaristía, donde Él se hace presente en medio de todos; lo cual te da fuerzas para seguir cultivando personalmente esa presencia mediante el espíritu de Oración personal, constante. Es lo del huevo y la gallina. Nadie se pone de acuerdo, porque los dos son necesarios. Si pudiera explicar esto en términos sistémicos, la cosa va de la generación de un bucle reforzador donde espiritualidad y ritualidad se refuerzan mutuamente; pero la una sin la otra se agotan en sí mismas.
Uno de los puntos de más confusión respecto de la Oración es su relación o no con la meditación oriental. Para aclarar esto, transcribo literalmente un párrafo del libro de Alice Bailey, “Del intelecto a la intuición”[xii].
Consideradas correctas las teorías delineadas en los capítulos precedentes, será útil establecer con claridad la meta definitiva que persigue el hombre culto cuando empieza a practicar la meditación y diferenciar entre la meditación y lo que el cristiano llama plegaria. Es esencial tener una idea clara de estos puntos, si queremos progresar en forma práctica, pues la tarea del investigador es ardua; necesita algo más que un entusiasmo pasajero y un esfuerzo momentáneo, para dominar esta ciencia y aplicar eficazmente su técnica. Vamos a considerar primeramente el último de los dos puntos mencionados y compararemos los métodos de la plegaria y de la meditación. La Oración puede describirse, quizás, con los versos de J. Montgomery:
Plegaria es el sincero deseo del alma,
expresado o inexpresado,
el movimiento del fuego oculto,
que se estremece en el pecho.
Expone la idea del deseo y del requerimiento; la fuente del deseo es el corazón. Pero debe tenerse en cuenta que el deseo del corazón puede ser la adquisición de algo que la personalidad ambiciona, o las posesiones trascendentales y celestiales que el alma anhela. Sea lo que fuere, la idea básica es demandar lo que se desea, y así entra el factor anticipación, y también algo se adquiere finalmente, si la fe del peticionante es suficientemente intensa.
La meditación difiere de la Oración en que es, ante todo, una orientación de la mente, orientación que produce comprensión y reconocimiento, y se convierten en conocimiento formulado. Existe una gran confusión en la mayoría de las personas sobre esta diferencia. Bianco de Siena hablaba realmente de meditación, cuando dijo: "¿Qué es la Oración, sino la elevación de la mente directamente a Dios?".
Las personas polarizadas en su naturaleza de deseos, siendo predominantemente de tendencia mística, demandan lo que necesitan, se esfuerzan por adquirir en la plegaria virtudes largo tiempo anheladas; ruegan a la Deidad que los escuche y mitigue sus dificultades; interceden por sus seres queridos y quienes los rodean; importunan a los cielos por las posesiones materiales o espirituales, que consideran esenciales para su felicidad. Aspiran y ansían cualidades, circunstancias y factores condicionantes, que simplifiquen sus vidas o los liberen, para alcanzar lo que creen ser la libertad para una mayor utilidad; agonizan orando, para obtener alivio en sus enfermedades y padecimientos, y tratan de que Dios responda a su demanda mediante alguna revelación. Pero este pedir, demandar y esperar, son las principales características de la Oración, predominando el deseo e implicando el corazón. La naturaleza emocional y la parte sensoria del hombre busca lo que necesita, y el campo de las necesidades es grande y real; el acercamiento se hace por medio del corazón.
Lo antedicho contiene cuatro tipos de plegaria:
1. Para beneficios materiales y ayuda.
2. Para virtudes y cualidades del carácter.
3. Para otros, es decir, Oración intercesora.
4. Para iluminación y comprensión divinas.
Se observará en el análisis de estos cuatro tipos de plegaria, que todos tienen su raíz en la naturaleza de deseos, y el cuarto lleva al aspirante a un punto donde puede terminar la Oración y comenzar la meditación. Séneca debió haber comprendido esto cuando dijo: "La Oración no es necesaria, salvo para pedir por un buen estado de la mente y por la salud (plenitud) del alma."
La práctica cristiana de la Oración como rezo, como plegaria, le ha arrebatado el auténtico y profundo sentido que es la simple presencia del alma ante Dios, en silencio. Es por eso, que el auténtico significado de la Oración, como vía directa hacia Dios, no está en la Oración como plegaria, como súplica, destinada a satisfacer nuestros propios deseos, sino en la Oración de silencio, de quietud, de contemplación, destinada a simplemente pedirle a Dios, “hágase tu voluntad”, que es el objetivo final del camino de perfección expuesto magistralmente por nuestros místicos cristianos.
En resumen, orar es una actitud, y no una acción, que manifiesta nuestra propia identidad, íntimamente fusionada con la divinidad, en silencio.
La experiencia dice y confirma que en todo este proceso hay dos fases críticas, que condicionan absolutamente que la persona pueda entrar por la “senda estrecha” del camino interior, o se quede merodeando los arrabales del Castillo Interior.
La primera fase, en realidad es un instante, un momento en el que “caemos en la cuenta”, “somos conscientes”, “tomamos conciencia” de qué va esto. Es ser conscientes de “la situación”, del verdadero sentido de la vida, y el descubrimiento de la Vida Interior, del Camino, de la Vía directa hacia Dios. La tradición cristiana la ha denominado habitualmente “la llamada”. Es lo que afirma Jesús de que “somos llamados”. La segunda parte de la frase es inquietante, porque dice “pero pocos los elegidos”. Según este aserto, Dios nos llama, nos llama en repetidas ocasiones, pero nuestra respuesta es bastante escasa. Es decir, la vida nos está dando permanentes signos de que “hay algo más allá” de lo que ven nuestros ojos, de lo que nos alcanza la vista y comprende o intuye nuestro pensamiento, nuestra mente. Pero resulta que nuestro acomodo en este mundo hace que estemos tan atareados, que nuestra atención -permanentemente ocupada con asuntos “tan importantes” como sacar adelante nuestro trabajo o seguir la evolución de la Bolsa, cómo vamos a pagar la hipoteca del piso, la enfermedad de los abuelos, las noticias siempre preocupantes del periódico, el desarrollo de la liga de fútbol o a dónde iremos de vacaciones este año-, nos impide ver otra cosa que no sean nuestras cuitas.
Es un problema de actitud de escucha. ¿Por qué unas personas sienten esta necesidad de búsqueda más allá de las cosas, aunque no sepan cómo ni por qué, y otras, la mayoría, están tristemente afincadas en su pequeño mundo, con sus alegrías y penas, con sus problemas y conflictos y con sus momentos de disfrute? Es un misterio que en muchas ocasiones la vida resuelve de un modo súbito. Cuántos santos han tenido una vida anterior disoluta, llena de vanidades y en un “momento” dado, “han tomado conciencia” de “la situación”, de lo que es la vida; y esto a causa de un accidente, una enfermedad muy grave, un trauma psicológico, etc. Algunos de ellos, como Santo Tomás de Aquino, parece que así le pasó. Tantos años escribiendo la Summa Teológica, para en un instante, recibir una iluminación que le hizo comprender realmente de qué iba esto de la Vida, y con ello comprender las toneladas de papel que se podría haber ahorrado[xiii].
Es un misterio por qué a unas personas le ocurre este cambio radical y a otras no. Yo creo que sólo Dios lo sabe. Y no creo que Dios nos discrimine a unos de otros. La respuesta a la “elección”, depende de nuestra particular actitud ante la vida. Y por experiencia, se puede afirmar que el cambio no consiste en comenzar a ir a misa, cuando antes se estaba alejado. Muchísima gente está cómodamente afincada en sus prácticas religiosas, acordes con los mandamientos eclesiásticos, sin ser conscientes de qué están haciendo.
Este cambio radical es como el acto de cruzar un umbral, una puerta. No está en nosotros entrar por la Puerta, o iniciar el camino. Pero sí está el desearlo, el está predispuesto. El único esfuerzo que se nos pide es el de predisposición, querer, desear abrirnos al Eterno. Consuelo Martín ilustra esta situación con el ejemplo de los monjes tibetanos, en los que se le obliga a los postulantes a monjes a esperar un indeterminado tiempo delante de la puerta cerrada del lamasterio, hasta que, una vez probada su paciencia, se abre.
Así, comenzamos a profundizar en los senderos de la vida interior, y ciertamente avanzamos, hasta que nos situamos delante de una puerta cerrada, de una barrera. Es el reto de la vida contemplativa, saber esperar y resistir las inclemencias de la espera. Porque todo consiste en un reforzamiento de la voluntad de amar.
No intentemos abrir la puerta. Se abre por dentro, en un momento en el que nuestro espíritu está maduro y fortalecido para la siguiente etapa de nuestro camino.
El paradigma de la paciencia se demuestra al darnos cuenta de que nuestro yo no tiene nada que hacer en el proceso de la Sabiduría.
Lo que nos detiene en la Puerta es la lucha de nuestro “yo” por prevalecer. Estamos perdidos si cedemos. Porque la Puerta no la abre “yo”. La abre mi verdadera identidad, la que trasciende el tiempo y el espacio y está encapsulada en nuestro pequeño ser terrenal. Se abre cuando dejo de creer lo que he creído que soy.
La cerradura de la Puerta se denomina, una vez más, “pensamiento”.
Mientras crea que soy lo que pienso, la Puerta estará cerrada.
El pensamiento no es vencido a la primera, plantea batalla hasta el mismo día de nuestra muerte, aunque nada que ver de la situación al principio que la del final, lógicamente. Es una fábrica de dividir; hace añicos lo que pilla, porque todo lo analiza, lo escudriña mientras soñamos despiertos.
El pensamiento nos mantiene distraídos. Cuando cesa, experimentamos una extraña sensación de vacío, en medio de ninguna parte. Hay que entender que de una forma u otra, mientras estamos en estado de vigilia fisiológica y psicológica, el pensamiento es el rey y señor de nuestra conciencia. Quitarle de en medio para dar paso a simplemente “nada”, supone experimentar una sensación muy extraña, e incluso hasta desagradable. Es un “no tener dónde reclinar la cabeza”, dónde fijar nuestra atención.
Esta sensación es un poco como la que experimentó Pedro al tratar de caminar sobre las aguas:
27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis.» 28 Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» 29 «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. 30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Mt 14, 27-30
Una vez abierta la Puerta, la segunda fase es simplemente toda tu vida. Porque con esa toma de conciencia, lo que haces es descubrir que existe una senda que te conduce a tus más recónditas simas internas, o darte media vuelta y en vez de mirar de murallas para fuera, coge y te das cuenta de que habitas en un imponente castillo con una alta torre del homenaje en el centro, y una vía que conduce a tus moradas interiores. A partir de entonces, todo consiste en empezar a caminar hacia dentro por esa senda estrecha, o en empezar a subir y pasar de una estancia a otra, de una morada a otra, camino de la torre del homenaje. Pon el símil que quieras. Lo único cierto es que la segunda fase supone emplear lo que te queda de vida, en abrir tu alma a la Divina Realidad.
En esta segunda fase, que supone lo que te queda de vida, Larrañaga explica cómo a la actitud de Oración le sucede lo que podríamos llamar respuesta reforzadora, tanto en sentido positivo como negativo. Cuanto más se ora, tanto más se necesita orar, pero cuanto menos se ora, también se le termina por verle sentido y necesidad a la Oración Op. Cit-8. Desplazado Dios de nuestra vida, termina por hacerse realidad la expresión de Nietzsche “Dios ha muerto”. Dios muere, pero nacen monstruos tales como el absurdo, la nausea, la angustia y la soledad.

7. Mindfulness

El término mindfulness (y sus relacionados: awareness y consciuosness) no tiene una traducción exacta al español. Puede definirse como una atención  y conciencia plena del momento presente. Es decir, se trata de centrarse de un modo activo y reflexivo en el aquí y el ahora, en contraposición a la fantasía o el soñar despierto. El mindfulness es una filosofía de vida procedente del budismo Zen. Es el ideal Zen de vivir en el momento presente[xiv]. Este concepto ha sido adoptado por las psicoterapias de última generación, tales como la terapia de aceptación y compromiso, la terapia de conducta dialéctica, o la psicoterapia analítica funcional. Los psicólogos neurobiólogos están que alucinan en colores con este nuevo campo.
Esto de adoptar términos foráneos para lo que en terminología cristiana es “la llamada” y “la respuesta” tiene en la actualidad un calado tremendo y sobre todo, un serio toque de atención a los líderes religiosos cristianos.
La Psicología moderna está virando a estribor, hacia el Este, muy rápidamente, tomándose bastante en serio las técnicas de meditación trascendental procedentes de Oriente, pues está comprobando que como terapia de tantos y tantos males y neuras de nuestra enloquecida sociedad contemporánea, las técnicas budistas, taoístas y Zen son bastante efectivas. Sólo basta con echar una ojeada a la literatura científica para ver la gran cantidad de técnicas de relajación y concentración, importadas de Oriente, que la Psicología y la Medicina moderna está comenzando a adoptar. Acupuntura, Reiki, programación neurolingüística, control mental (método Silva), medicina energética basada en el sistema de chakras, meditación transcendental, Yoga, Tai Chí, etc., y tantas y tantas otras están inundando las consultas de los terapeutas y todo tipo de “–ólogos”.
En general, todas ellas, unas en mayor medida, otras en menos, van orientadas hacia algo fundamental, “el silencio interior”. Es en el silencio interior, en el sosiego, con la mente quieta, callada, cuando el espíritu puede despertar y “tomar conciencia de sí mismo”. Es el silencio interior el que puede lograr el estado de “mindfulness”, de “conciencia plena”, de “meditación vipassana” (insight meditation)[xv]. Es en este estado en el que la persona es capaz de dar el gran salto y optar o no por entrar en la “vía directa” hacia… ¿?
¿Hacia dónde? Este es el segundo gran momento, la segunda fase, saber a dónde te vas a dirigir. Aquí está el problema de las técnicas importadas de Oriente y adaptadas a Occidente. Para un Oriental el tema está claro, porque en los sistemas de pensamiento y religiosos de Oriente, el Zen, el Budismo, el Tao, el Vedanta advaita, etc, lo que en terminología de la Filosofía perenne se denomina la Divina Realidad o la Divina Base está presente en todo este proceso de perfección espiritual. Pero en el Occidente profano, estas técnicas se aplican, no para caminar hacia Dios, sino como terapia mental, para sosegar una psique completamente trastornada por las presiones de la vida diaria. Y prueba de ello es que estas técnicas, estos métodos de relajación mental, están a día de hoy llenando las páginas de las revistas de “salud y belleza”, compartiendo tirada editorial con dietas de adelgazamiento, fitness y mejunjes para mantener el cutis terso y radiante.
Cuando uno lee artículos, tanto científicos como de consumo sobre estas técnicas, todas absolutamente están enfocadas a mejorar el dominio de uno mismo, la autoestima, el autocontrol mental y espiritual, al tratamiento de neuras y del estrés. Más allá no parece haber nada, y desde luego, ni rastro de la Divina Realidad. Dios, en Occidente parece estar encorsetado en los ritos religiosos, es cosa de los curas, que para eso tienen estudios, y de ahí no hay quien le saque, porque no le dejan.
La razón es bien simple. En Occidente, una sociedad desacralizada y completamente secular, la idea de Dios que está fijada en las mentes y en los corazones de las gentes está completamente identificada con los curas y los obispos, un código moral muy restrictivo, a riesgo de penas infernales y con la ritualidad de unas prácticas religiosas que siendo expresión de lo sublime, hemos conseguido convertirlas con nuestra tibieza (la nuestra y la de los curas) en rituales bastante aburridos; es decir, con una religión en palabras del teólogo alemán H. Kaufmann, “eclesiastizada”[xvi]. Meter a Dios en la vida de la gente supone el royo de tener que ir a misa, rezar el rosario y confesar al cura pecados vergonzantes. “Pues va a ser que no”, empieza a decir la gente; es preferible optar por vías alternativas que incluso “molan” y dan un aire exótico a nuestra vida… yoga, Reiki, control mental, chakras, etc.
Y es que por mucho que intentemos, el Budismo, el Zen y el Tao están biunívocamente ligados a una visión de la vida propia de los orientales. Y nosotros, modernos urbanitas occidentales del Siglo XXI, por mucho que lo intentemos, es bastante difícil que cambiemos de mentalidad por el hecho de practicar técnicas de pranayama, pongo por caso. No suele haber conversiones en un occidental al Budismo o al Tao (salvo honrosas excepciones, y alguien diría que se dan más conversiones de lo que parece), sólo hay prácticas de técnicas orientadas a resolver nuestros desatinos mentales. Es pasar de la Fluoxetina o la Paroxetina, al Tai chi o el yoga, a ver si hay suerte, y duermo por las noches sin tener que acudir las benzodiacepinas.
Occidente destroza, con su mentalidad estrictamente material y pragmática, todo lo que toca. Es bastante difícil que la civilización que ha metido al Planeta en dos guerras mundiales, creado el Primer Mundo, y colaborado decididamente en el Tercero, la revolución industrial y la economía neoclásica, basada en la ambición sin tasa, de pronto se vuelva espiritual y transcendente.
Dicho esto, con todas las críticas a Occidente y con todos mis respetos por religiones y filosofías orientales bastante más antiguas que el cristianismo, y que tienen una base de verdad asombrosa en todo lo espiritual, y que junto con la mística cristiana y el sufí islámico constituyen la base de la Filosofía perenne, vamos a volver a adentrarnos en las profundidades de una palabra que resume la esencia de la Vida Interior del ser humano, el espíritu de “Oración”.
La Oración es la actitud de una persona que ha logrado por fin, tomar “plena conciencia de sí mismo. No es un tiempo para rezar, ni un rosario, ni una misa, ni una novena. La Oración es simplemente la actitud contemplativa de la Vida.

8. De pronto todo tiene sentido

Y, ¡oh prodigio! Cuando se vive en actitud de Oración, resulta que la misa, los sacramentos y el rosario, alcanzan pleno sentido y significado, tanto personal como comunitario. Mientras tanto, literalmente, son sólo ritos, una rutina que llega a aburrir hasta a las vacas, al extremo de perder todo su significado. Por eso la gente abandona la práctica religiosa, porque es como tomar sirope de chocolate sin helado, o aceite de oliva, por muy virgen que sea, sin ensalada.
Si un cura lee estas frases, y en general este libro, le rogaría se lo pensara dos veces antes de abrirme un expediente canónico de excomunión, porque como dijo una vez Karl Rahner, “El cristiano del mañana, será un místico, uno que ha “experimentado algo”, o ya no será nada”… Y yo continúo, “por muchas misas que oiga y muchos rosarios que rece”. Le rogaría además por un momento, que se cuestionara, junto con sus compañeros de Orden, por qué mucha gente piensa así de las prácticas religiosas. Sé de sobra que ellos no pueden equivocarse en los planteamientos religiosos, y que los feligreses siempre estaremos equivocados, porque no tenemos estudios eclesiásticos, pero antes de condenar este libro a la hoguera, por favor, que reflexionen sólo por un instante las razones de este malestar social, causante de un abandono masivo de la fe católica durante décadas.
Estas veladas críticas a la religión oficial no son exclusivas de cristianos heterodoxos como yo. A lo largo de la Historia, los místicos cristianos se han tenido que enfrentar con las autoridades eclesiásticas por acusaciones parecidas. Casos como los de Meister Eckhart, Francisco de Asís, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Francisco de Osuna, Juan de Ávila, Françoise Fenelon o William Law (místico anglicano) son ejemplos de místicos que la tuvieron parda con los tribunales eclesiásticos por salirse del tiesto y afirmar estar experimentando “la vía directa hacia Dios”, ante la mirada y oídos perplejos de jueces y confesores.
No creo que a las autoridades anglicanas les gustara esta afirmación de William Law[xvii]:
La mayor parte de la Humanidad –mejor dicho, de los cristianos-, se puede decir que está dormida, pudiendo la forma particular de vida que abarca la mente, los pensamientos y acciones de cada ser humano, ser llamada “sus sueños particulares” Semejante nivel de vanidad es visible por igual en cualquier forma de orden de vida. Todos, el erudito y el ignorante, el rico y el pobre, se encuentran en el mismo estado de somnolencia y sopor, con la única diferencia de que cada cual deja pasar su corta vida en un tipo distinto de sueño. Somos extraños para el Cielo, y estamos sin Dios en el mundo, porque nos hemos vaciado del “Espíritu de Oración” que es lo único que puede abrirnos el Cielo. La religión podrá tener muchos moldes y figuras, pero no servirá de mucho si no es entrega a la Acción de Dios uno-trino y santo, que vive dentro del alma y tiene en ella su morada.
William Law.
La práctica religiosa vivida desde la ensoñación de nuestros sueños particulares, dentro de los límites del Confinador vital, no deja de ser una más de nuestras ensoñaciones, por muy practicantes que seamos, y por muy contentos que tengamos a los curas acudiendo a misa los domingos.
“Fíat lux”. Hágase la luz, supone someterse al proceso de “iluminación”. Es un proceso que tiene bastante de “mindfulness”, pero que va mucho más allá.
El planteamiento de la vida espiritual es diametralmente opuesto a lo que se nos enseña en este mundo. Según nuestras capacidades cognitivas, la vida presente, la de todos los días, con sus problemas y sus alegrías, es la verdadera; y si no, que alguien nos diga que un requerimiento de Hacienda no es verdadero, o un expediente de regulación de empleo que nos deja en la calle no es verdadero, o el accidente de moto de nuestro hijo no es verdadero… Sin embargo, las creencias de la gente, las promesas del Paraíso, y demás temas relacionados con el más allá ¿quién ha estado allí para decir que son ciertas? Pues dicho esto, y siendo evidente lo tangible de la vida material y lo intangible de la vida sutil e inmaterial, como poco impresiona de presuntuoso afirmar, justamente lo contrario, que lo real es lo espiritual, que nadie ve, y lo irreal es lo material, que todo el mundo ve y experimenta. Y sin embargo, la condición sinequanon para abordar la Vida Interior, es justamente negar la mayor de la realidad material, para aceptar la realidad de lo intangible; aceptar, tanto lo transitorio de esta vida, como lo eterno de la otra, que no es “la otra”, sino auténticamente la nuestra.
Así, nuestra vida en este mundo hemos de tomarla como una ensoñación. En ese sueño se elabora una espectacular tragicomedia que es el argumento de nuestros días.
Igual que cuando despertamos del descanso nocturno, permanecemos durante unos instantes en un duermevela que no sabemos dónde estamos, qué día de la semana es, y si lo que pensamos es real o forma parte del sueño que acabamos de imaginar; de igual forma, la persona que trata de abrir los ojos a lo Real, a lo trascendente, comienza por no saber si lo que fluye por su interior sigue formando parte del sueño de este mundo, o pudiera tratarse ya de los primeros rayos de lucidez. Es el estado crepuscular entre el Cielo y la Tierra.
Cuando dejamos que la Luz ilumine nuestros ojos, nos “damos cuenta” que Dios está ahí, delante de nosotros, dando sentido a todo lo que sucede, de modo tal que sólo nos queda rendirnos a la evidencia de que se manifiesta en todo lo que sucede. Ya no hay sucesos buenos o malos, positivos o negativos, sólo existe la manifestación de Dios en nuestra vida, y no nos queda otra que “amar lo que es”[xviii], porque lo que sucede no es ni más ni menos que su voluntad. Pero no en el sentido de que Él diga “ahora voy a hacer esto y luego aquello”; no es un manipulador de marionetas que las mueve a su antojo. Simplemente las cosas, los sucesos que acontecen en el Confinador, forman parte de la Creación.
Pero para llegar a alcanzar este nivel de comprensión, de “mindfulness”, el primer paso para comenzar el proceso de despertar a lo Eterno es “ser conscientes” de que no somos nada de lo que creíamos ser.

9. El sendero de la verdad

Todo lo que creíamos ser, hombre, mujer, marido, esposa, hijo, médico, fontanero, ama de casa, presidente del Gobierno, etc., nos lo hemos forjado a lo largo de nuestra vida, estudiando, aprendiendo y luchando denodadamente.
“Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”
Un niño no es nada de lo que con los años aprende a creerse que es. Es simplemente una promesa. Pues esta es la base de la Vida Interior. No soy nada de lo que creo ser.
Hay que renunciar a todo este bagaje de deseos, por muy honesto y bien intencionado que pueda parecernos, porque suponen una seria interferencia entre nosotros y Él, la Divina realidad.
El estado de Oración, que nos introduce en el sendero de la Vida Interior, desemboca en la simple Contemplación de Dios tanto interior como a través de todo lo que sucede. Es el estado del alma en el que ella ha sabido despojarse de su naturaleza terrenal, aunque siga viviendo en la Tierra, para dejar paso a su Creador, para, unida a Él, vivir por Él y para Él.
Haciendo un símil paisajístico, el camino de la contemplación supone iniciar la ascensión desde nuestro valle hasta la cumbre la una alta montaña, y desde allí contemplar la inmensidad del Océano de Dios.
Bienaventurado el que permite que Él le guíe hasta la cima del monte y Ver el Océano.
Sin pretender salir con el pensamiento a ninguna parte, la Contemplación es un estado que surge por sí solo. Es como una Gracia, una inspiración; simplemente viene, sin hacer nada.
Sin embargo, paradójicamente supone más trabajo dejar de hacer que hacer.
De las muchas formas de ejemplificar el proceso de iluminación, recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Robert Fisher[xix], El caballero de la armadura oxidada. Es la historia de todos nosotros. Y su camino para liberarse de ella es, inexorablemente, nuestro camino. Somos caballeros embutidos en armaduras que no nos quitamos ni para dormir, de modo que al mirarnos al espejo, lo que vemos es la visera del casco, que no podemos ya ni levantar, porque las bisagras están tan oxidadas, que ya no se pueden mover.
El primer paso que el caballero dio, al darse cuenta de que tras pasarse la vida “desfaciendo entuertos” y salvando damiselas, al verse al espejo, lo único que veía era una vieja armadura, y que así la cosa pintaba mal, fue gracias a un humilde bufón, Bolsalegre -que tuvo el acierto de insinuarle lo ridículo que pintaba con su armadura oxidada, cuando cruzaba el puente levadizo para iniciar otra cruzada-, fue acudir a Merlín (el del Rey Arturo). Y Merlín le indicó lo que debía hacer. No había otra opción que recorrer el Sendero de la Verdad.
¿Cuándo fue la última vez que sentiste el calor de un beso, la fragancia de una flor? – Ya ni me acuerdo…
Darnos cuenta de que hemos llevado una pesada máscara, una pesada armadura durante tantos años es la condición sine qua non para iniciar el empinado sendero de la Verdad. Es cada vez más empinado. Y hemos de atravesar tres castillos. El primero es el Castillo del Silencio, el segundo el del Conocimiento y el tercero el de la Voluntad y la Osadía.
El Castillo del Silencio supone pasar la prueba de acallar la mente, de hacer silencio interior. El silencio es una situación aterradora para el que no soporta la soledad. El silencio es la antítesis de la mente. La mente no puede dejar de trabajar, de pensar, de recordar sobre el pasado, de programar el futuro, de juzgar, mientras la vida es lo que acontece al tiempo que pensamos en el pasado o en el futuro. Al no hacer silencio, no podemos escuchar a nada ni a nadie.
¿Habremos escuchado alguna vez a nuestro ser amado? ¿Nos habrá escuchado él/ella a nosotros?
Superar el desafío del silencio supone ser capaz de ver cómo caen las hojas de los árboles y escuchar el sonido de la brisa meciendo las ramas. Superar el desafío del silencio es escuchar tu propia voz interior, la que te dice quién eres en realidad. En suma, hacer silencio interior supone “amar lo que es”. Amar al ser amado “tal como es”, no como quieres que sea. Porque la imagen que te has formado de él o de ella es rigurosamente falsa. Amar la vida tal y como se presenta, porque en eso consiste amar a Dios, porque la vida, tal cual es, es el fiel reflejo de la voluntad de Dios.
El siguiente desafío lo presenta el Castillo del Conocimiento. Este es un desafío no menos importante que el primero, y que además, ha de ser superado una vez conseguido superar el desafío del Castillo del Silencio. Porque el Conocimiento con mayúsculas, es el que se adquiere, no por la vía del pensamiento y de la lógica, sino de saber contemplar la realidad tal cual es, aceptándola como viene, sin juzgar, sin prejuzgar, sin poner barreras ni condiciones. El conocimiento de uno mismo requiere dar un nuevo paso en ese proceso de deshacerse de la armadura.
Todos los sistemas de pensamiento afirman una gran verdad, que el amor al otro, a los demás y en definitiva a Dios comienza con el amor hacia uno mismo. La aceptación de yo mismo, tal cual soy, reconocer mi ensueño, mi fábrica de sueños que es mi yo cotidiano, verme al espejo sin armaduras, es condición imprescindible para aceptar a los demás tal cuales son, y es imprescindible para aceptar a Dios en nuestra vida.
Estamos ante algo tremendamente difícil para el adulto, ver la realidad con ojos transparentes y limpieza de corazón. Es lo que sabe hacer un niño, ver con pureza las cosas. Claro, con la que llevamos encima, con los conflictos a los que nos hemos tenido que enfrentar, no estamos para bajar la guardia. Este es el error. De esta forma, estaremos viendo y percibiendo la realidad a través de las ranuras de la visera de nuestra armadura. La imagen que recibimos es tan distorsionada, que en nada se le parece a la que podemos ver si nos quitamos la visera y el casco.
La única condición es desearlo. La única condición es arriesgarse.
El siguiente desafío lo presenta el Castillo de la voluntad y la osadía. Este es el reto definitivo. Consiste en amar, no impulsados por un sentimiento de entrega, sino como una decisión fuerte de la voluntad.
Pero el triunfo de la voluntad requiere saber dominar el miedo de los falsos dragones, que aunque falsos, pueden quemar, o mejor, hacernos creer que nos queman. Eso le pasó al caballero de la armadura, hasta que supo comprender que el dragón era fruto de sus fantasías, de sus miedos.
El miedo es como el veneno.
Es bueno conocer su potencial,
Pero no nos hará ningún daño, si no bebemos de él.
El guerrero dice.
“Si no nos enfrentamos al miedo, tendremos que vivir con él.”
El Tambor de sanación (Op. Cit)
Y es que superar el Castillo de la voluntad y la osadía supone liberarnos de la otra gran cárcel en la que estamos toda nuestra vida confinados.
Cuando el caballero superó el castillo de la voluntad y la osadía trepó hasta la cumbre, pero no pudo llegar, porque le bloqueaba una gran piedra, y ya estaba tan exhausto que no podía seguir para adelante ni volver. Sólo le quedaba una opción, dejarse caer al profundo abismo… y matarse.
Dejarse caer por el abismo era el último acto de fe en algo o alguien que es capaz de sostenerle; vencer el máximo miedo, el de la muerte.
Si la primera gran cárcel de nuestra vida es nuestro pensamiento, que crea modelos de realidad, incluso crea el modelo de nosotros mismos, crea nuestra propia armadura, la segunda gran cárcel es el tiempo.
“La vida es lo que está sucediendo mientras estamos pensando en el futuro”
A esta frase de John Lennon le podríamos añadir para dejarla redonda, que la vida es lo que sucede mientras añoramos, nos entristecemos o enfadamos por el pasado y nos asustamos y preocupamos por el futuro.
Todas las religiones y sistemas filosóficos se basan en liberarnos de estas dos cárceles, nuestro “ego” y el tiempo, lo que conduce a saber vivir el presente, que es lo único real, lo que es.
A vivir el presente se le denomina “vivir en presencia” (vivir en presente). Sólo viviendo el presente, se puede vivir plenamente las bases del Amor, en todos los sentidos, la sexualidad, la amistad y la entrega.
En la vida cotidiana nos movemos permanentemente en el continuo espacio tiempo. Nuestro pensamiento construye modelos de realidad continuamente, modelos que nos permiten, a partir de nuestra memoria, rememorar y reconstruir los hechos acaecidos. Estos hechos, que conservamos vivamente en nuestro recuerdo, cada vez que pensamos en ellos lo revivimos y vivimos como si estuvieran sucediendo realmente, cuando en realidad ya no existen; ya pasó y nunca volverán (“todo fluye, nada permanece”, dice Heráclito). En el otro extremo, proyectamos nuestras vivencias hacia el futuro, y nos preocupamos por lo que sucederá. El recuerdo de lo sucedido nos genera una gran carga de sentimientos, tanto positivos y agradables, como negativos y desagradables.


10.  Vivir el silencio

¿Has escuchado la canción de la vida,
Sonando entre los nudos,
las hojas y las ramas de un árbol?
Los árboles tienen mucho que contarnos
si estamos dispuestos a escucharles.
Recorrer el sendero de la verdad es una experiencia que inevitablemente hay que hacer en silencio. Todos los grandes maestros que en el mundo han sido coinciden en reconocer que para vivir en estado de Oración, para recorrer ese sendero de la verdad, el pensamiento es la principal fuente de dificultades. El principal esfuerzo que ha de hacer el que decide recorrer el sendero es silenciar su mente. Todas las técnicas de meditación oriental se basan en silenciar la mente para poder dejar que el espíritu se exprese.
A Dios no hay que hablarle, pues ya sabe Él de sobra, de qué tenemos necesidad. Simplemente hay que decirle susurrando, Señor, aquí me tienes, agachar la cabeza y esperar la respuesta.
El estado de silencio interior, yo no sabría explicar bien cómo es. Simplemente sé decir que produce una paz inmensa, como cuando estás en un lago, montado en una barca, el agua está en calma, cierras los ojos, nada se mueve, y sólo escuchas una suave brisa, y un ligero frescor acaricia tu piel. O ni siquiera eso.
El secreto de la Oración no es otro que el silenciamiento, poner tu mente en estado de quietud. No es tanto un esfuerzo por no pensar, sino el de dejar que tu mar de pensamientos vaya calmándose, como las olas se desvanecen en la playa. No se trata de poner un malecón para que las olas no lleguen a la playa, sino dejar que lleguen, y dejar que se vayan. No prestar atención a los elaborados de tu mente. Porque las ideas surgen sin más. Pero los juicios y reflexiones sí son voluntarios. Es como los sentimientos, surgen, y como tales no son ni buenos ni malos, la moralidad está en la actitud al respecto. Igual pasa con las ideas y los pensamientos. Las ideas surgen, los pensamientos suponen un elaborado de la mente. Esto es lo que hay que acallar. Lo expresa muy bien Teresa de Jesús…
[1] Los consuelos del alma envuelta en pasiones traen más desasosiego que serenidad. Hay personas que les aprieta el pecho o sufren temblores o sangrados de nariz.
[2] Los gustos de Dios son de muy otra manera, como podrá comprobar aquel que los haya probado. Son como dos fuentes con dos pilas llenas de agua.
[3] Las dos pilas se hinchan de agua de diferente manera. El agua de una viene de lejos por muchos acueductos y artificios. El otro yace del mismo manantial, y rebosa sin ruido alguno. Al rebosar nace un arroyuelo sin necesidad de artificio. El agua siempre brota de allí.
[4] El agua que procede de los arcaduces es la que se obtiene por la meditación, ya que se traen a base de pensamientos, imágenes y alegorías. El artificio que precisa es ruidoso.
El pilón del manantial recibe el agua de la fuente que es Dios. El efecto de esta agua es la paz interior, el silencio, la quietud, la suavidad de lo muy interior.
El rebosadero resulta en un arroyo que todo lo inunda y lo nutre. Y así el agua baja por todas las moradas de dentro a fuera, hasta llegar al cuerpo. Así que comienza en Dios, acaba en el cuerpo, creado en todo nuestro ser una extraña paz.
[5] Nace esta agua de algo más profundo que el propio corazón, pero lo ensancha.
Resumido de las Moradas del Castillo interior de Teresa de Jesús.
 Moradas cuartas, capítulo segundo.
Alice Bailey en el libro, anteriormente referido “Del intelecto a la intuición”, nos descubre algo sorprendente, el sentido etimológico de la palabra “espíritu”. Hablamos de temas espirituales con toda la naturalidad del mundo, como si supiéramos de qué estamos hablando. Pues bien. Lo espiritual viene del latín “ad” y “aspirare”. Aspirar viene del deseo de alcanzar algo. Inspirar significa incorporar aire a los pulmones. La palabra “espíritu” tiene la misma raíz, lo que aspira a algo que aún no es, o no tiene, lo que añora una realidad diferente a la que vive. Así que el espíritu, el alma, ha de aspirar una vida superior, para realmente poder inspirar y participar realmente de esa vida. Pero ante de inspirar, ha de expirar, exhalar el aire interior nuestro yo inferior, el “yo apañao” para la vida diaria. Nuestro yo, nuestro pequeño reino de este mundo, que hemos construido con el sudor de nuestra frente y con el apego a todo lo conseguido, ha de dejar paso al Reino. “Venga a nosotros tu Reino”, oramos en el Padrenuestro. Es el ruego de que podamos inspirar el Espíritu de Dios y hacerlo nuestro, o mejor, nosotros ser suyos. Para ello, nuestras potencias han de permanecer quietas y en un vigilante silencio, como el que mantienen las vírgenes prudentes.
El silencio es paradójico, tiene dos lados. Como la Fuerza de George Lucas, tiene un lado oscuro y uno luminoso. El lado oscuro es el silencio que reina entre diez mil personas juntas hablando sin parar, pero sin escucharse unos a otros. Es como estar en la sala de máquinas de un portaviones navegando a todo lo que dé el reactor, o en la de un cogenerador; es insoportable, ensordecedor, puedes hablar lo que quieras que nadie te podrá escuchar, ni tú escuchar a los demás. El lado luminoso es el que puedes vivir si logras acallar tu mente y simplemente contemplar la vida, con todas tus potencias sosegadas pero despiertas, en vigilia para poder percibir los auténticos “sonidos del silencio”, como reza la canción de Simon & Garfunkel, aquellos que proceden de más allá de las cosas. Es lo de poder oír los 10 decibelios de la brisa, cosa imposible si vivimos en un ambiente mundano a 140 decibelios.
Tony de Melo lo representa muy bien en su fábula “las campanas del templo sumergido”[xx]. Trata de aquel joven que sabiendo de la existencia de una iglesia sumergida tras la construcción de un embalse, los lugareños afirmaban que de vez en cuando se escuchaban sus campanas. El se esforzó por escucharlas, sin resultado alguno, hasta que al final, ya habiendo desistido en su esfuerzo, esperando el autobús de regreso, se tumbó en la playa del pantano, sin pretender nada; y entonces fue cuando las escuchó, cuando sin esforzarse, hizo silencio interior. No las puedes escuchar hasta tanto no logres acallar tu mente.
La mente es absolutamente inútil para escuchar el silencio, para avanzar en este proceso de despertar del alma, de expansión de la conciencia de sí mismo. No sirven los razonamientos, ni las reflexiones, ni las meditaciones intelectuales. Todo esto genera un ruido ensordecedor, como el del cogenerador. Sólo sirve el silencio de la mente, la quietud del espíritu y el sosiego de las potencias en vigilia, con las lámparas encendidas.
Uno descubre entonces, no sin gran sorpresa que los rituales religiosos dejan de ser lo fundamental para pasar a ocupar un lugar secundario (dicho esto con mucho cuidado y por favor, sin afán de ofender a nadie que no lo considere así). Pasan de ser el motor de la vida religiosa, a ser la consecuencia de vivir la auténtica relación personal con Dios, y sobre todo el factor común, la expresión de la vivencia de la fe en comunidad.
Los senderos de la Vida Interior suponen aventurarnos a un proceso de evolución espiritual de carácter desconocido para nosotros, donde no hay ni guías ni mapas de ruta. Pero sí que comenzamos a ser conscientes de que se produce un proceso evolutivo. Vamos pasando por estadios, que según qué autores, se denominan de diferentes formas. Todo este proceso, Santa Teresa lo asemeja al paso sucesivo por las moradas de nuestro Castillo Interior, o San Juan de la Cruz, a la ascensión al Monte Carmelo, o el maestro Eckhart, a experimentar los frutos de la Nada, del proceso del vacío total del alma de sí misma[xxi]. No es difícil comprender que, enredados en los mil trajines de la vida diaria, la del Confinador, imaginar siquiera este escenario a lo único que puede sonar es a “música celestial”; sencillamente porque en este sentido, Dios y el mundo son incompatibles.
Pero incluso el proceso de silenciamiento tiene sus métodos para que el alma que desee adentrarse en sus umbrías pueda acometer la empresa.
Uno de los procesos que mi esposa y yo hemos experimentado ha sido los talleres de Oración y vida de Ignacio Larrañaga[xxii]. En ellos, en diferentes sesiones se va adentrando en las diferentes formas de Oración, que básicamente son las siguientes:
Primera forma: Lectura rezada.
Se toma una Oración escrita, como un salmo. Se lee despacio, muy despacio. Al leerla, tratar de vivenciar lo que se lee. Asumir aquello, vivirlo con toda el alma. Hacer propias las frases leídas. Si alguna frase “te dice” algo, pararse y meditarla todo el tiempo necesario. Es una modalidad fácil y muy eficaz para dar los primeros pasos.
Segunda forma: Lectura meditada.
Se trata de la lectura de un libro cuidadosamente seleccionado. La Biblia es la mejor elección. No es recomendable el sistema de abrir al azar la Biblia, sino seleccionar el tema a meditar. Siempre se ha de leer despacio. Los libros espirituales no son una novela. Hay que tratar de entender lo leído, el significado directo de la frase, su contexto. La diferencia con la lectura rezada está en que en la lectura rezada se asume y se vive lo leído(es tarea del corazón) y en la lectura meditada se trata de entender lo leído (es un tema de la mente).
Tercera forma: Oración auditiva.
Tomar una expresión fuerte que te llene el alma, como por ejemplo “mi Dios, mi Todo”, o “Señor, ten piedad de mí”. Comienza a pronunciarla, trata de asumir vivencialmente el contenido. Toma conciencia de que tal contenido es el Señor mismo. Comienza así a percibir Su Presencia, encerrada en esa expresión. Y déjate inundar suavemente de Su Ser entero, impregnando todas tus energías mentales. Y ve distanciando poco a poco la repetición, dando lugar cada vez más al silencio.
Cuarta forma: Oración escrita.
Se trata de escribir aquello que quieras decirle al Señor. Es escribirle una carta. Para momentos de angustia, puede ser la mejor forma de expresarle a Dios tus sentimientos de angustia y de temor. En tiempos de suma aridez o de dispersión o en los días en los que uno se siente desgarrado por disgustos y dramas. En estas ocasiones, se está tan ofuscado, que no somos capaces de verbalizar ni la angustia ni la súplica.
Esto de la carta escrita, es el sistema que recomienda Encuentro Matrimonial para expresar al esposo/a nuestros sentimientos, que si son negativos, son difíciles de expresar de palabra.
Quinta forma: Oración visual.
Se trata de tomar una imagen plástica de un paisaje o de la vida de Jesús, que te motive a elevar tu espíritu, que te motive fuertes sensaciones de paz, de plenitud, de sosiego, de fortaleza. Lo importante es que te diga mucho. Sosiégate, haz silencio interior, e imagínatela en tu interior.  
Sexta forma: Oración de abandono.
Es la actitud más genuinamente evangélica, y la que infunde más paz. “No hay mejor calmante que suavice mejor las penas de la vida que un “yo me abandono a ti”. Es necesario hacer silencio interior, sosegar la mente. Es como un lanzarnos al vacío en la confianza de que Él nos acogerá en sus brazos.
Séptima forma: Oración de acogida.
Es una actitud de salir yo de mí, para dejar que Él entre en mí. Se trata de sentir esa inspiración del Espíritu de Dios dentro de mí. Se trata de sentir, no como una emoción, un sentimiento, sino como el de “percibir”. La vida de Oración no consiste en experimentar emociones, sino de experimentar vivencias, cuyos sentimientos no son precisamente los deseados.
Octava forma: Oración de elevación.
Es la actitud digamos que, inversa a la Oración de acogida. El yo sale hacia el Tú. Hay un movimiento de salida de uno mismo hacia el otro, hacia el Esposo.
Novena forma: Oración de contemplación.
Este es el objetivo final de la vida de Oración, entrar en los terrenos de la Oración contemplativa. Si las anteriores modalidades se podían elegir como método de Oración, la contemplación ya no es ningún método, sino un estado del alma, una presencia total y absoluta de Dios en uno mismo. De modo que no somos nosotros los que podemos decir “hoy voy a hacer contemplación, y mañana haré Oración de acogida”.  La contemplación es un don de Dios que llega cuando llega, tras la actitud del alma de vaciado total de sí misma. Es un don que Dios otorga como pagó a los trabajadores un denario por trabajar todo el día o sólo una hora. No hay proporcionalidad entre mi trabajo y el fruto. Pero podemos tener determinadas señales de que podemos estar entrando en estos terrenos de intimidad don Dios. San Juan de la Cruz da las siguientes indicaciones:
-  Cuando el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa y sosegada en Dios.
-  Dejar estar el alma en sosiego y quietud, atenta a Dios, aún pareciéndole estar perdiendo el tiempo., en paz interior, quietud y descanso.
-  Dejar libre el alma sin preocuparse de pensar o meditar. Sólo advertencia sosegada y amorosa en Dios.
-  Vivir el silencio interior. Hacer vacío. Suspender la actividad de los sentidos. Fuera de mí nada, dentro de mí, nada.
-  Presencia de Dios sin figurarse nada. Evitar toda imagen que evoque a Dios. La contemplación es el verdadero fruto de la Nada, porque el Todo lo inunda todo..
Décima forma: Oración comunitaria.
Muestra las siguientes características: es espontánea, en voz alta, ante los demás. Y algo muy importante que recalca Larrañaga, que los orantes comunitarios hayan cultivado previamente la relación personal con Dios. Debe evitarse el “jaculatorismo”, con frases cortas y estereotipadas, formales, dichas de memoria. Ha de orarse de forma verdaderamente espontánea, de dentro a dentro, como si estuviéramos sólo Dios y yo. Saber que el Espíritu se expresa a través de su boca. Debe haber sinceridad y veracidad, y una Oración auténticamente compartida.
Existen otras modalidades. Es importante hacer aquí mención de Lectio Divina (latín: lectura divina, “lectura orante”) es una metodología que está entre la lectura rezada y la meditada, de reflexión y Oración de un texto bíblico utilizado por católicos desde tiempos medievales. En el centro de la práctica de la lectio divina se encuentra una actitud receptiva y reflexiva de lo que Dios dice por medio de la palabra. Contempla cuatro partes: lectio, meditatio, oratio y contemplatio (lectura, meditación, Oración y contemplación). Éstas deben realizarse en silencio y contemplativamente. Durante el medioevo, esta metodología era utilizada principalmente entre el clero monástico. Con el tiempo se extendió a los fieles pero actualmente no es una práctica común entre los católicos. Aún así, quienes la practican dicen encontrar mucho sentido y paz en ella.
Hemos de fijarnos en que ningún método de Oración recomendado por Larrañaga tiene en cuenta los rezos, que él denomina “jaculatorismo”. Esto debería terminar por desmontar las viejas ideas sobre la Oración, para hacernos ver que el sustrato esencial de la auténtica Oración es el silencio interior, que comienza por ser la actitud previa a cualquier modalidad de Oración, para convertirse en una actitud de vida.
Pero sobre todo, que quede claro que la Vida Interior y la Oración no son métodos para solucionar nuestros problemas de aquí abajo, sino la vía directa hacia la intimidad con Dios, lo que no tiene nada que ver.
Solemos decir, apunta el padre Gregorio Rodriguez[xxiii], que orar es hablar con Dios, pero es bastante posible que lo que realmente hagamos sea hablar con nosotros mismos. Orar no es una terapia psicológica, un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío de mente y corazón, sino un proceso de llenado pleno de la Divina realidad, que eso sí, exige el desalojo de “todo lo nuestro” para que el Todo nos llene hasta el último rincón de nuestro ser.
Por último lo expuesto no es un curso, que al terminar, ¡ya está!, hemos llegado a la contemplación. No. Son pautas orientativas para enfocar nuestro particular sendero de Vida Interior, nada más. A unos les puede facilitar las cosas y a otros no. Depende de cada cual.

11.  La paradoja

La paradoja es que el gran esfuerzo consiste en conseguir dejar de trabajar. Nada en nuestra vida alrededor tiene por qué cambiar, simplemente consiste en ser lo que somos, amar lo que es, y dejar de creer que somos lo que pensamos que somos. Parece un trabalenguas, pero tiene todo el sentido.
De la misma forma que para aceptar una nueva idea, un nuevo modelo mental, hemos de abandonar las viejas ideas, los modelos previos, para aceptar mi nueva realidad, ser lo que soy, primero he de deshacerme de lo que siempre he creído ser, incluso de considerarme algo tan raro y extraño como un “católico practicante”.
Por eso, como dice Consuelo Martín en su libro “El arte de la contemplación”[xxiv], la contemplación es escurridiza, no soporta estar encorsetada en ninguna definición, porque como Dios, no es nada en concreto y lo es Todo. Es simplemente un estado expandido de la consciencia.
No es desde luego, hacer un rato de silencio, es el silencio del alma. Es la actitud permanente de vivir en silencio.
Hacer silencio en el alma, no obstante, no es fácil. La imaginación es la loca de la casa, y dominarla y callarla supone un proceso no exento de dificultad. Supone pasar de la Oración vocal (los rezos) a la Oración mental (la meditación cristiana, sobre textos de las Sagradas Escrituras generalmente), para pasar a la Oración de recogimiento (silenciamiento), para finalmente llegar a la quietud. Estos cuatro niveles de Oración los describe bastante bien Teresa de Jesús en el “Libro de la vida”, su autobiografía[xxv].
En este proceso, el alma pasa progresivamente de vivir haciendo su propia voluntad, por su propio esfuerzo, a darse cuenta de que poco a poco su voluntad va uniéndose  a Su Voluntad.
Cuando la voluntad de uno mismo se une con la Voluntad del Padre, cuando lentamente va convirtiéndose en realidad el “Hágase tu voluntad”, es en la medida en que el alma se va uniendo literalmente con Dios, en algo que solemos denominar, sin saber bien lo que decimos, “Amor”.
No obstante ser el proceso de Oración, tarea de toda la vida,  el “Fíat Lux”, la llamada, la iluminación, la toma plena de conciencia, la conversión, suele ser un acontecimiento único e irrepetible en la vida de una persona.
Suele acontecer en el momento más curioso e inesperado, pero también hay acontecimientos que pueden ayudar.
Desde que San Ignacio diseñó los ejercicios espirituales[xxvi], someterse voluntariamente a un proceso intenso y corto de reflexión y de meditación, alejándose durante unos pocos días del mundanal ruido, han sido experiencias que han provocado grandes procesos de conversión. Tras la Segunda Guerra Mundial, con el advenimiento de los movimientos católicos de seglares, hay varios de estos, digamos, tratamientos de choque, que han hecho grandes milagros en muchísima gente. Mi sposa y yo hemos experimentado personalmente Cursillos de Cristiandad[xxvii], el Fin de Semana de Encuentro Matrimonial[xxviii], los Talleres de Oración y Vida[xxix] y Oasis[xxx], además de una gran cantidad de convivencias y seminarios de fin de semana; pero hay otros movimientos muy conocidos, como los focolares, el camino neocatecumenal, etc. de los que no puedo hablar, por no conocerlos personalmente Estos tratamientos de choque suponen un encuentro con uno mismo, con Dios y con nuestro ser más querido, nuestro cónyuge, que provoca un cúmulo de planteamientos orientados a “hacerte ver”, a “hacerte caer en la cuenta”, a provocar el mindfulness, para tomar conciencia de uno mismo y de tu verdadera realidad. Luego los efectos son variables en unos y en otro. La llamada se produce, pero la respuesta depende de cada cual. Lo triste resulta que tras los primeros tiempos de euforia por creer haber visto la luz, como dice Jesús, pocos son los elegidos, porque son pocos los que acceden a ser elegidos, porque siguen teniendo la radio a todo volumen y siguen sin poder percibir el susurro de la brisa,  porque son muchos los apegos a los que están adheridos en el Confinador de la vida, y se vuelven tristes a su vida anterior, o inician una vida de cumplimiento de prácticas religiosas, sin haberse enterado, en el fondo de la misa la media. Esto último se produce en el caso de que todo lo descubierto en estos tratamientos de choque se trate de reducir a la ortodoxia estricta de la ritualidad de práctica religiosa y códigos de conducta.
La diferencia entre reducir tu vida a una práctica religiosa estricta, y lanzarte a las sendas de tu Vida Interior, es como beber el agua de Dios en tetrabrick, periódicamente, con cada rito, con cada ceremonia o quitarte la ropa y lanzarte desnudo a la fuente del manantial, al Océano de Dios y dejarte amar por Él.

12.  Señor, que vea

La frontera obligada para que realmente se produzca en la persona el “Fíat lux” es entrar en el Castillo Interior a través de la Oración como actitud y estado del alma, no como práctica religiosa, y que ésta sea consecuencia de lo primero.
[7] La puerta de entrada al Castillo es la Oración. Pero es una Oración mental, que no vocal, pues si no sabemos con quien hablamos, de poco nos vale menear los labios, que es como quien habla con su criado.
[8] Quien trata de entrar, aún metido en el mundo, de tarde en tarde se encomienda a Dios. Alguna vez, de mes en mes, rezan llenos de mil negocios, en los que centran sus pensamientos, pues en ellos tienen puestos su corazón.
Si alguna vez atinasen a decir algo con sentido, que no fuera pedir por lo que ellos consideran necesario desde el punto de vista sólo material, entrarían en las primeras piezas; pero con tanta sabandija metida en sus asuntos, están tan ocupados en sus propios negocios, que sólo miran al suelo donde están estos, que no aciertan a levantar la cabeza para contemplar aunque de lejos, la hermosura del Castillo que el Señor les tiene reservados, si quisieran atender en algo a su llamada.
Pero el simple hecho de balbucear algún que otro rezo les permiten entrar en la primera morada, y con ello aceptar que tienen Vida Interior y un camino que recorrer hacia Dios.
[9] Hablar de estas cosas no es cosa de estudios y conocimiento, sino de experiencia de vida. No se trata de saber, sino de vivir.
Resumido de las Moradas del Castillo interior de Teresa de Jesús.
 Moradas primeras, capítulo primero.
La Oración hace posible “creer para ver”, en vez de “ver para creer”, como vulgarmente se dice.
35 Sucedió que, al acercarse Él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; 36 al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. 37 Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno 38 y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» 39 Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» 40 Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: 41 «¿Qué quieres que te haga?» El dijo: «¡Señor, que vea!» 42 Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.» 43 Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.
Lc 18, 35-43
Ve. Tu fe te ha salvado, tu fe (creer) ha hecho que puedas ver finalmente. “Fiat lux”.
La actitud del ciego de Jericó era la de un hombre que, primero, se sabía ciego y que por sí mismo era consciente de que su mal no tenía solución; segundo, era consciente de que necesitaba ayuda para salir de la oscuridad en la que estaba inmersa su vida; tercero, conocía que andaba por ahí un tal Jesús, que tenía la solución para su mal.
Por otra parte estaba la gente a quien parecía molestarle la actitud del ciego. Algo así como si algo le dijera que no molestara a Dios con sus cuitas, que él no era importante, y que no incordiara, pues Jesús estaba para asuntos más serios que atender sus neuras.
Y por fin Jesús, que atiende la súplica, y manda que le traigan para atender a su problema.
Los cristianos, desde el Papa hasta el último mono, somos una panda de gente que no hacemos más que cometer tonterías una y otra vez, que somos o deberíamos ser conscientes de que estamos ciegos y de que necesitamos ayuda; que por nosotros mismos, no podemos ver con claridad. Somos, o deberíamos ser ciegos de Jericó, porque de no serlo, ni sabremos pedirle a Jesús que nos recobre la vista, ni lógicamente, seremos sanos por Él, simplemente porque, creyéndonos autosuficientes para ver, jamás le pediremos su ayuda.
Pues bien, esa petición sincera de ayuda no es otra cosa que nuestra actitud interna de Oración, una Oración que ha de exclamar constantemente “hágase tu voluntad”, porque la mía, no hace más que fastidiarla.
Y pequeño detalle. Jesús, cuando obra el milagro de curar al ciego, no le dice, ánimo, que yo te he curado de tu ceguera, sino “tu fe te ha salvado”.
Tu fe te ha salvado. Lo que curó al ciego fue la fe, la confianza que el ciego depositó en Jesús. Así que la cosa fue de este modo. 1.- El ciego es consciente de su ceguera, y de que él no puede hacer nada para curarse. 2.- Sabe que necesita ayuda. 3.- Se entera de que Jesús anda por los alrededores, y le busca. 4.- Le reprenden para que no incordie, pero él insiste, porque ciertamente confía. 5.- Le pide explícitamente a Jesús “Señor, que vea”. Y vio, porque tuvo fe.
Todo consiste en, primero ser conscientes de nuestra ceguera, de nuestra incapacidad total y absoluta para poder ver la Realidad que Dios nos ha puesto ante nuestros ojos, el auténtico sentido de nuestra vida. Reconocer que necesitamos ayuda, esto es, recorrer el duro camino de la humildad, y humillarnos. Porque si no nos humillamos, seguiremos pensando que “yes I can”, “sí, yo puedo”. Por eso es más fácil que un camello pase por el pequeño arco de una aguja, que un rico (un soberbio) pase por la puerta del Cielo, porque no es que Dios no quiera, sino porque él, el rico, no quiere pasar por aceptar que él es incapaz de ver, quizás porque se imagina que no hay nada más que ver, que lo que ven sus ojos.
[11] La Morada primera es la de la humildad. Es la puerta de entrada al interior sabernos “cero” frente al “infinito”. Es la morada de la humillación, para bajarnos los humos. Es una cura de humildad. Y no se trata de un proceso vergonzante y despreciativo. Somos una maravilla creada por Dios, pero el pecado nos ha hecho creernos mucho más de lo que realmente somos por mor de la soberbia. La humildad no quita ni pone sobre lo que somos, sino que nos hace reconocernos en nuestra integridad.
Resumido de las Moradas del Castillo interior de Teresa de Jesús.
 Moradas primeras, capítulo segundo.
Para abrirse al mundo del espíritu, debemos tener una mirada dulce,
como el tacto de la seda.
El tambor de sanación (Op. Cit)

13.  No me habéis elegido vosotros a mí

16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.
Jn 15, 16
Tampoco existen dos copos de nieve ni dos granos de arena que sean exactamente iguales.
Descubre tu naturaleza única.
Comprende que el Universo te ha elegido para existir entre un sinfín de posibilidades.
El tambor de sanación (Op. Cit)
La paradoja es que el gran esfuerzo consiste en conseguir dejar de trabajar, hemos dicho, porque en el fondo, cuando Dios nos da la tabarra no hay forma de zafarse, a no ser que estemos tan apegados a nuestros pensamientos, a nuestra visión de la vida, a nuestros logros, a nuestros títulos, pasiones y deseos, que ni “ataos” logre su Majestad atraernos hacia Él.
Esto es como domesticar a un potro salvaje. Dios llama, nos incordia, pero como estamos tan apegados a nuestras cosas y a nuestra visión del mundo, no hacemos caso y tratamos de zafarnos dando coces, porque desde nuestra condición de Marta, estamos tan atareados con las cosas de la casa, que hasta nos parece injusto e irresponsable quedarnos en éxtasis como María, con tanto como hay que hacer. Pero Él insiste de mil formas, y no precisamente con voces interiores como en los tiempos bíblicos en el que Yaveh hablaba a Abraham, Moisés y los profetas con trompetería. A veces las evidencias de su llamadas son tan fuertes que hay que ser sordo y ciego para no darse cuenta, pero en eso consiste el libre albedrío, en saber responder o no a su llamada. Responder a su llamada, a su oferta, está en función de saber reconocer que “necesitamos ayuda”
Muchas veces pensamos que Dios es muy selectivo y a uno les elige pero a otros no. ¿Por qué eligió a Ignacio de Loyola tras destrozarle la pierna de un pepinazo, con lo pendenciero que era? ¿O a Francisco de Asís con lo busca broncas y guerrero que estaba hecho? ¿O a Pablo de Tarso, que era un fanático perseguidor de los cristianos?
Hay una cualidad que suele adornar a todos los elegidos de Dios, que es el ansia de “ir más allá”, de cambiar el mundo, aunque sea por formas nada ortodoxas y creyendo que hay que purgar responsabilidades, que hay que cargarse a los malos aún matándolos, que hay que empuñar las armas contra el tirano, que hay remover Roma con Santiago, agotar todas las posibilidades, luchar por algo (aunque sea en la dirección equivocada), ser conscientes de que sólo los peces muertos nadan en la dirección de la corriente. Es decir, la cualidad que suelen tener los elegidos de Dios es que ellos son conscientes de sus talentos.
20 Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.” 21 Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.”
Mt 25, 20-22
“Entra en el gozo de tu Señor”. Ven y sígueme, porque has sabido valorar con tu vida en este mundo las virtudes y talentos que te he regalado. Lo mismo hizo con el que le había dado dos.
24 Llegándose también el que había recibido un talento dijo: “Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. 25 Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.” 26 Mas su señor le respondió: “Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; 27 debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. 28 Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos.
Mt 25, 24-28
Sin embargo el que había recibido un sólo talento lo tuvo chungo, no por haber recibido sólo uno, sino porque no hizo nada con él.
Es decir, la elección de Dios se basa en dos razones fundamentales; la primera,  nuestra disponibilidad a trabajar en este mundo por este mundo (que el Confinador está creado por una razón muy importante, como escuela de aprendizaje), con las herramientas que nos ha dado de carácter natural, nuestra inteligencia, nuestras virtudes y habilidades; lo hagamos bien o no, acertemos en los métodos o no. La cuestión es nuestra capacidad de no pensar exclusivamente en nosotros mismos, sino en los que tenemos a nuestro lado y más allá, y que nuestro trabajo, por el que recibimos nuestro salario no tenga como único fin obtener todas las comodidades posibles para nosotros, sino que tenga un valor y utilidad social. Y la segunda razón es nuestra capacidad de escucha interior, tener nuestros oídos atentos a “esa voz” que está vibrando permanentemente en nuestro interior, es decir, ser conscientes de que la vida no se centra en mi pequeño mundo, sino que es trascendente, que hay un Universo infinitamente más ilimitado que en mundo físico que nos rodea.
¿Qué hizo el de un solo talento? “Yo no puedo, no valgo, no sé”. Por tanto, lo entierro y a vivir que son dos días.
¿Qué hicieron los otros dos? “Tengo capacidades” (me crea que son mías o regaladas, ahora eso no es importante, porque lo importante es saber que las tengo, que tengo uno, dos o cinco talentos). Y con estas capacidades voy a trabajar para conseguir más. Es en suma el deseo de luchar por realizarme a mí mismo y por  mi comunidad.
Esto es lo importante, “ser conscientes” de que estamos adornados con muchas virtudes, aunque inicialmente nuestra autoestima esté tan inflada que nos creamos que todo es mérito nuestro. Porque con esto hemos cumplido con el primer requisito, “soy consciente de mis virtudes”. Esto es mucho más importante que el ser conscientes de nuestros defectos. Reconocer nuestras virtudes es una fuerza expansiva, proactiva, capaz de todo. Reconocer nuestros defectos es una fuerza inhibitoria, que nos bloquea, nos paraliza y nos hace vernos despreciables. Si sólo nos fijamos en nuestros defectos y no en nuestras virtudes, estamos perdidos, porque “me dio miedo y escondí tu talento en tierra, y aquí lo tienes”.
Lo segundo importante, “estar a la escucha” se sustancia en “ser conscientes” de que el Señor ha hecho en nosotros maravillas, de que nuestras virtudes no son nuestras, sino prestadas y confiadas para conseguir algo más de lo que habíamos creído hasta ahora. Es ser conscientes de que nuestra vida no nos pertenece, que nos ha sido dada en fideicomiso, prestada para “dar mucho fruto” con nuestras virtudes. Es ser conscientes ahora sí, de que justamente habernos creído hasta ahora “los reyes del mambo” (que no ha sido del todo negativo, porque justamente ha supuesto sacar nuestras fuerzas de flaqueza para explotar nuestros talentos), es la base de nuestros defectos y pecados. Y ahora sí, procede ser conscientes de nuestras debilidades, que son las que hace que nos creamos que nuestra vida es nuestra y para nosotros, pero sobre todo, que no necesitamos ayuda, porque esa supuesta y creída autosuficiencia, es nuestra mayor debilidad, la que nos cierra las puertas del Cielo.
Este tema de las virtudes y los defectos ha generado en la Iglesia un desconcierto bastante importante entre el común de las gentes. En la Edad Media colisionaron dos corrientes contrapuestas. Por una parte la “teoría de la intención”, la ética abelardiana, surgida de la trágica historia de amor entre Pedro Abelardo[xxxi] y Eloísa, su amante, esposa y finalmente abadesa de Argenteuil, allá por 1160, por la que todos los hombres de igual virtud serán tratados del mismo modo delante de Dios, cualquiera que sea su religión; sólo la intención determina el valor moral de los actos, así un acto reprobable en sí mismo, si es ejecutado con buena intención, o sin maldad, no es pecado.
En el otro extremo estaba Bernardo de Claraval[xxxii], (San Bernardo), defensor de “la ira de Dios” y enemigo intelectual de Pedro Abelardo. Bernardo luchó contra las incipientes tendencias laicistas de su tiempo, haciendo condenar el racionalismo de Abelardo y las propuestas de Arnaldo de Brescia de que la Iglesia volviera a la pobreza primitiva. No dudó de la legitimidad de usar la fuerza en apoyo de la Iglesia, incitando a franceses y alemanes a la segunda Cruzada (1146), o haciendo reconocer a la Orden del Temple como realización del ideal del fraile-soldado (1128). Su teología, en cambio, insistía sobre la Virgen y sobre la humanidad de Cristo con una ternura que le valió el sobrenombre de doctor melifluus. Además fue promotor de la orden del Cister, impulsó la arquitectura gótica en Europa, y sentó las bases de la mística cristiana con su “tratado del Amor de Dios”. Todo un personaje lleno de contrastes.
Si la primera teoría, la de la intención, se basa en “la bona fides”, la buena fe innata con la que todos habitualmente obramos, la segunda se basa en la justicia ciega e implacable del Altísimo contra los pecadores, el derecho de la Iglesia a gobernar con barra de hierro en este mundo y a exterminar por la vía de las armas a los infieles. A Bernardo, que trató de condenar a Abelardo por hereje, la Iglesia, le canonizó veinte años después de su muerte. A Abelardo se le relegó al olvido.
Si juzgáramos estos hechos y estos dos personajes, podríamos caer en la tentación de que uno era el bueno (Abelardo) y el otro el malo (Bernardo). Pero no. Los dos fueron elegidos de Dios, uno en un sentido y el otro en otro sentido. El perdón y la espada, entendidos acaso equivocadamente, pero expresando en ambos casos un deseo irrefrenable de cambiar las cosas, de mejorar el mundo, de glorificar el nombre de Dios. Esto es lo que nos pide Dios, estar impacientes por explotar nuestros talentos, para pasar gradualmente de nuestro “Fíat homo”, hágase nuestra voluntad, al “Fíat voluntas tua”, hágase tu voluntad.
En esto se basa la elección de Dios, en las personas que “motu proprio” encaran la vida con decisión, desde su pura condición de ser humano de base, desde su condición de cotidianeidad, de cómo resuelve sus problemas domésticos; de hasta qué punto demuestran decisión de mejorar aquí abajo, o pasar de todo; de si son calientes (o incluso fríos), pero en ningún caso tibios.
La tibieza, actitud del que sólo recibió un talento, no tiene buen futuro. A los tibios los vomita Dios.
15 Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16 Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. 17 Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.
Apocalipsis 3, 15-17

14.  La segunda parte del Camino

Voy a tratar de describir la segunda parte del Camino, la que comienza una vez cruzado el Ebro, en Logroño. Para los supervivientes que han aprendido la lección de la humildad y de auto superación, les queda afrontar la segunda vía, la iluminativa. Ya saben que la cosa no es sólo navegar con el viento de popa, sino saber ceñir y armarse de paciencia para afrontar horizontes abiertos, como el que nos ofrece el Valle del Ebro desde Logroño.
Esta vía es, según se mire más fácil que la primera. No hay cumbres importantes que superar, pero lo que no se gasta en ascensos y descensos, se invierte en etapas extremadamente largas y monótonas, donde el calor extremo y el frío extremo afectan mucho más que las cumbres hasta ahora superadas, que tampoco han sido muchas.
En esta parte del Camino, que los místicos denominan “iluminativa”, (Fíat lux), no sucede “literalmente” nada del otro mundo. Todo consiste en vivir la rutina. Podríamos creer que superadas las primeras pruebas y evidenciando nuestra capacidad de superación del puerto del Perdón, ya somos unos machotes, y nos merecemos una gran recompensa. En realidad no hemos hecho nada; y además, nos la tenemos que jugar con alguien que es esencialmente injusto en el reparto de la soldada (según nosotros), pues da un denario tanto a quien ha trabajado de sol a sol, como al que ha trabajado sólo una hora.
Es la larga época de la vida en la que se instaura algo parecido a la rutina. Todos los días lo mismo, levantarse, desayunar, ir a trabajar, quizás un trabajo más bien monótono, sin aliciente y con muchos problemas sin solución aparente, y en tu Vida Interior, “nada”. No sucede nada. Atrás quedaron esas avalanchas de entusiasmo y de amor que te hacían parecer ir en volandas. A los “divinos impacientes” (primera obra de teatro de José María Pemán basada en S. Francisco Javier), esta época hace que les hierva la sangre y le saque de sus casillas. Pero así ha de ser.
La dificultad de la vida en esta época no radica en tener que superar grandes cimas, todo lo contrario, el terreno es absolutamente llano, tan llano, tan plano, como la insoportable rutina diaria. Pero sobre todo, tan llano, tan plano como la insoportable situación de “sin noticias de Dios”. Simplemente desapareció de tu vida. No existe, se fue. Te ha dejado solo. Cuando el camino discurre al menos entre colinas, el horizonte se te muestra ahí, esperándote. Y a medida que avanzas ves como la colina se acerca más y más, hasta que tras el esfuerzo de la subida, tu “espíritu de la colina” queda recompensado al poder ver en la cima del collado o de alcor, o del otero un nuevo horizonte, una nueva perspectiva de tu vida.
Pero no, aquí entre la dureza extrema del clima y la total monotonía de los mares amarillos de cereal, tu caminar se convierte en algo parecido a una tontería. Total, para qué. Si camine lo que camine, mis ojos ven siempre lo mismo. Una aldea allí, otra allá y un pueblo algo más grande acullá.
[7] No son estas las moradas donde llueve maná. Con mil imperfecciones y débiles virtudes, que aún no saben andar. Porque habituados estamos al relajo, que nos quejamos de las sequedades y quisiéramos disfrutar de los gustos de la Oración.
Resumido de las Moradas del Castillo interior de Teresa de Jesús.
 Moradas segundas, capítulo único.
Te pesa todo, sobre todo el macuto que parece ganar en peso kilo a kilo, kilómetro a kilómetro.
Y los pies no digamos. Aunque curtidos ya por los tres o cuatrocientos kilómetros que llevas ya a las espaldas, y cuando las ampollas de la desilusión ya no deberían ser problema (aunque siempre aparece alguna que otra cuando menos te lo esperas), las eternas etapas de ni se sabe cuántos kilómetros hacen que los pies, de repente, tras veinte o veinticinco kilómetros, chillen y te digan, “basta” ya no podemos más. Nos rendimos. Sigue tú, que nosotros nos quedamos. Es como si tu cuerpo te pidiera seguir, pero tus pies se pusieran en huelga.
Es duro esto. Sólo el delicado cuidado de ti mismo (amar lo propio), de tus pies, te permiten superar ese dolor y ese sufrimiento
Pero en realidad avanzas. En realidad caminas rápido. No te das cuenta porque el exiguo sistema de referencias no te permite triangular y comprobar que estás caminando, pero al final de la jornada consigues alcanzar in extremis el anhelado albergue, donde una litera súper cutre te está aguardando. Y cuando la ves, te parece que acabas de entrar en la habitación de un “cinco estrellas”.
En realidad ¿qué está sucediendo en tu vida durante este largo y monótono periodo?
Es el largo periodo en el que Dios nos somete al duro entrenamiento del fortalecimiento de la voluntad, a soportar inclemencias, y no tanto reveses y tragedias como el desaliento de “la nada”, de la sequedad, del desierto interior.
Los sentimientos que te invaden a lo largo de estas etapas son bastante desagradables, porque habituados como estamos a nuestra increíble capacidad de diversión, de pasarlo bien, de tener nuestra mente ocupada en cientos de cosas, un Burgos – Castrojeriz, o un Carrión – Sahagún, es como caminar por el desierto… Aparentemente.
La cuestión es que en este largo segmento del Camino, tienes dos alternativas, o abandonas por mero aburrimiento y decepción, o logras entender la mente de Dios, y comienzas a admirar la belleza del silencio y de la Paz del Creador.
Se produce una curiosa paradoja. Por un lado, el calor abrasador del mediodía te obliga a caminar en plena noche. Hay momentos en los que no ves, y a riesgo de perderte, una humilde linterna es tu única forma de ver las marcas del camino, esas flechas amarillas que te indican el camino recto. Por otro lado, en pleno día el espléndido sol de Castilla ilumina, invade todo tu ser. Te ciega, te abrasa. Como te ciega y te abrasa la presencia de Dios. Un Dios al que no ves, porque aparentemente “no pasa nada en tu vida”. Le llamas y no contesta, le gritas y se hace el sordo, hasta que te das cuenta de que está ahí. Siempre está ahí, siempre ha estado a tu lado. No te ha dejado ni un solo momento. Es el propio Sol que te envuelve, y a penas permite un poco de sobra en el cobijo de algún árbol. Es cada flecha amarilla que te marca la dirección de tus pasos. Es el mismo Camino por el que andas ya casi sin darte cuenta. Es la verde pradera al borde de un arroyo donde te permite recostar, te conduce hacia fuentes tranquilas, calma tu sed y apacigua tu alma.
¿Dónde está Dios? Está ahí, es el Universo que te envuelve, que te acoge, que te exige el duro esfuerzo de cada etapa, de cada larga, largísima etapa. No es este monte o aquel arroyo, ni este árbol o aquel bosque, es todo lo que te rodea. Es el aire que respiras, es el Sol que te ilumina, es toda tu existencia. Lo es Todo.
Nadie va a caminar por ti. Nadie va a encender la linterna por ti. Pero si tu voluntad se fortalece, si tu consciencia aprende a ver y a entender, entonces, etapa tras etapa, kilómetro tras kilómetro, lo vas viendo todo cada vez más claro.
Esto es “iluminación”, una toma de consciencia sobre “todo lo que existe”, y ver a Dios en “todo lo que existe”, en todo lo que es, porque ¡oh, prodigio! El propio Confinador (que hasta ahora lo hemos tratado como algo poco recomendable, porque nos parece un trampantojo), es el propio Dios mirándote a los ojos. Por eso está ahí, para que te restriegues los ojos y consigas ver de Verdad, con los ojos del alma hasta ahora dormida, porque es la única forma de aprender a ver la auténtica realidad que te rodea. Nada cambia, ves en la cotidianeidad de cada día lo mismo, pero eso mismo no tiene nada que ver según con que mirada lo enfoques. Este es el objetivo de la segunda parte del Camino.
Si no consigues ver nada más que horizontes llanos y tediosos, ya estás tardando en coger el tren o el autobús de regreso a tu casa. Lo triste es que en este caso, lo recorrido, así hayan sido cientos de kilómetros, no te habrá servido de nada.
Pero cuando te sientas a descansar al borde del camino y le dices a tu pareja (si tienes, como tuve yo, la suerte de caminar junto a ella), “calla y escucha el silencio, la paz, la soledad de Dios”; y tus oídos alcanzan a sentir la suave brisa, el canto de alguna cigarra, y nada más. Cuando tus sentidos se calman, se apaciguan, cuando el paisaje es tan simple que apenas hay nada que te pueda distraer, cierras los ojos y te pones a la escucha; entonces, y sólo entonces es cuando descubres dos cosas, la primera que Dios te ha regalado una inconmensurable Vida Interior, que eres inmortal, trascendente, y que lejos de sentirte solo, aunque no haya nada ni nadie en diez o quince kilómetros a la redonda (lo que la vista alcanza en un horizonte totalmente llano), comprendes que estás totalmente inundado de Dios, que Él lo aguanta todo, tus pesares, tus sacrificios, tus decepciones, tus caídas, tus limitaciones, tus ampollas, tus dolores de pies, tus remilgos ante una litera no muy limpia, en suma, tus pecados. Sólo te pide una cosa, constancia para entender que “Amar es una decisión”, que Él no puede decidir por ti. Que amar es seguir el Camino, es exclamar “¡ultreia!
Ultreia es una palabra antigua, que se escucha en varias ocasiones a lo largo del Camino. Viene del latín, y son dos palabras juntas: "ultra" y "eia". Ultra significa más, y eia significa allá. Su significado fue y sigue siendo a la vez saludo entre peregrinos y a modo de dar ánimos. Esta palabra sale del Codex Calixtinus, de una canción en latín del siglo XII. Hay una frase que dice "e Ultreia, e suseia, deus adjuvanos". Otros dicen que antes se decía "ultreia, suseia, Santiago", como diciendo "ánimo, que más allá, más arriba está Santiago".
Ultreia, suseia, notas cómo te dice un anónimo peregrino que te ve en el borde del camino lamiéndote las heridas. Y es que Dios no sólo se manifiesta en tu interior, sino en tu exterior, a través de cada peregrino que te saluda y te desea “¡buen Camino, hermano!”.
La segunda parte del Camino es un canto a la cotidianeidad, a la vida de todos los días. El paso por Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Belorado, los Montes de Oca, Burgos, Castrojeriz, Frómista, Carrión, Saghún, León, Órbigo, son un sacramento total de nuestra vida cotidiana, donde se forja realmente nuestra voluntad, y nuestra capacidad de ver con claridad.

15.  Los caminos del silencio

Solemos tener la creencia de que los caminos de Dios son para gentes dispuestas a vivir grandes acontecimientos, grandes sufrimientos, epopeyas espirituales. Nada de eso. Los caminos de Dios son para gentes dispuestas a seguir viviendo como hasta ahora, ¡qué contrasentido! Son para gente dispuesta a que nada suceda en su vida. Son para gente dispuesta a vivir el Silencio Interior. Porque este es el quid de la cuestión, no se trata de vivir externamente nada excepcional, sino de vivir internamente una auténtica revolución, revolución que pasa por conseguir silenciar todas nuestras potencias, todos nuestros sentidos.
El tramo castellano del Camino es el sacramento de una escuela de Oración,  donde el alma aprende a orar de verdad. Comienza acostumbrada a hablar ella, a decirle muchas cosas a Dios, a pedirle, a quejarse, a rezar largas letanías, a reflexionar, a hacer consideraciones, a fijarse en los detalles del Camino. Pero poco a poco, Dios la sumerge en una insoportable cotidianeidad, a base de etapas siempre iguales, sin aliciente, que ni siquiera son difíciles, pues en general, salvo los Montes de Oca y el repecho de Castrojeriz, son insoportablemente llanas. Poco a poco, Dios somete al alma al silencio, a la nada.
Igual que para el peregrino el cayado y la brújula es el apoyo físico y de orientación que le permite seguir caminando, la Oración constante es el cayado y la brújula del peregrino de la vida, como refiere Sebastián Gaya en etapas de un peregrinar. La Oración, siempre la Oración.
Ciertamente que el proceso de hacer silencio interior no es fácil. El pensamiento siempre está ahí para sentarse en los primeros puestos, y decir “aquí estoy yo”. Cuando todo consiste en que el “yo” se calle, desaparezca, para dejar que Su Majestad entre y reine. Hay que dejar vacío el templo de mercaderes y cambistas. Tiene que quedar todo en silencio.
Hay una preciosa parábola de todo esto, que es la conocida “canción del peregrino ruso”. La cuenta Carlo Carreto en su libro “más allá de las cosas”. Es la historia de un peregrino ruso, que buscaba denodadamente cómo acallar su alma, cómo orar y permanecer en Oración el mayor tiempo posible. Un día, cansado de caminar, llegó a un monasterio ortodoxo y fue acogido por los monjes. Durante la cena, le explicó a staret, o prior del convento, sus dificultades para mantenerse en Oración, a lo que el staret le respondió del siguiente modo. “No te fuerces en recitar largas plegarias, o en no pensar en nada, simplemente di una y otra vez, y otra y otra, esta sencilla frase “Señor ten compasión de mi, que soy un pobre pecador”. Una frase repetida cientos, miles de veces, durante tu camino. Nada más. El peregrino siguió su camino recitando este mantra, y así encontró el camino del Silencio.
Una actitud tan repetitiva y monótona como la meseta castellana por donde discurre el Camino.
Estas frases u otras similares, son utilizadas por muchas culturas como forma de Oración, para aprender a calmar y acallar la mente. Se denominan mantras. Pueden parecer monótonas, pero desde hace milenios son utilizados como forma ideal de lograr el silencio interior.
El propio rosario católico es un mantra, una monótona secuencia de avemarías que están concebidas para fijar la mente en cada misterio, de un modo contemplativo, donde las avemarías son la barrera que evita que ideas ajenas al misterio nos invadan.
Ignacio Larrañaga, en los Talleres de Oración y Vida, va introduciendo a los talleristas en las diferentes modalidades de Oración. Comienza con lo que él denomina “pequeño silenciamiento”, que consiste en unos minutos, entre cinco y diez, de callar la mente, de dejar los trajines fuera de nosotros, de respirar profundo, siendo conscientes de cada respiración (los orientales lo denominan pranayama), relajar los músculos, quedarnos relajados. Y en cada sesión nos introduce en un tipo diferente de Oración, como las que hemos referidos en el capítulo 28, empezando por la Oración mental, tras la lectura de un pasaje de la Biblia, meditar sobre su contenido, leyéndolo en primera persona, y meditar sobre lo que me dice a mí ese pasaje. La meditación cristiana no tiene el mismo significado que la meditación oriental, más similar a lo que es la contemplación y el vacío total.
Se va pasando por la Oración de abandono, de imagen, hasta adentrarnos en el silencio contemplativo.
Todo está orientado a vaciar nuestra mente, a dejar el alma totalmente desnuda, como Adán y Eva antes de creerse los reyes del mambo.
El silencio interior es tanto más intenso cuanto más se despoja el alma de sus vestiduras, hasta quedarse absolutamente desnuda ante Su Majestad. Esa imagen de desnudez es la que expresa el Génesis como estado natural del hombre antes de pecar. Y no sentían vergüenza, porque eran puros de corazón.
Pues esa desnudez es la que se persigue haciendo silencio interior, con cualesquiera técnicas o procedimientos que utilicemos para domeñar la mente.
El objetivo final es aprender a ver la vida “como caen las hojas de los árboles”, que refiere Consuelo Martín; es decir, sin juzgar, sin consideraciones espúreas, sin prejuicios, sin analizar. Esto no supone quedarnos alelaos viendo cómo pasa la vida ante nuestros ojos. Marta tiene que seguir trabajando por el bien de todos los que le rodean. Significa, tener una actitud de ver más allá de las cosas, ver lo trascendente, ver sin más, sin un por qué.
El mundo exterior es una representación del mundo interior. Todo lo que sucede fuera de nosotros es como una película de lo que sucede dentro de nuestra alma.
La realidad auténtica no es la que ven tus ojos y tus oídos del cuerpo, sino la que percibes cuando liberado del pesado macuto de “todo lo que tienes”, ligero ya de equipaje, eres capaz de ver la vida a través de tu conciencia, con los ojos del alma, donde Dios habita. Un proverbio judío dice que “la vida no es como es, sino como eres tú”. Es decir, lo que tú crees que es cierto, para ti es cierto. Porque lo que vemos no es la Realidad, sino nuestro particular modelo de realidad que nos hemos elaborado. La gente no es mala, tú la ves mala… y así influyes para hacerla mala. Y al revés. La gente no es buena, tú la ves buena, y puedes influir para hacerla buena. Todo depende.
Un sabio maestro zen utilizaba para ilustrar esa idea un símil muy gráfico: lo que llamamos "realidad" es análogo a una proyección de cine. La pantalla es Dios, el Ser eterno, y la película el mundo que habitualmente consideramos como real (el de nuestra vida cotidiana): mientras dura la proyección, la pantalla no se ve, pero ella es el soporte sobre el que aparecen las imágenes y sin ella no sería posible ver nada. Del mismo modo, nada de lo que sucede en la película afecta al soporte; las escenas con agua no pueden mojarla y las llamas no pueden quemarla.
Dios es la pantalla, que las imágenes de la vida diaria ocultan.
Si eres capaz de descubrir la pantalla y comprendes que todo lo que sucede es gracia a que Dios sostiene nuestro pequeño mundo (con multas de tráfico y enfermedades de nuestros hijos incluidas), entonces sí puedes decir que estás empezando a vivir en presencia de Dios.
Y empiezas a ser consciente de muchas cosas. Empiezas a experimentar la contemplación, y tu vida es simplemente Oración.
Experimentar todo esto no tiene que suponer que haya grandes cambios en tu vida cotidiana; no son necesarias caídas del caballo como San Pablo, no tiene por qué haber experiencias fuertes, truenos en el cielo o vientos huracanados. Tu vida puede cambiar lentamente, poco a poco, y la noche oscura, el sufrimiento, el miedo, dejar paso un buen día (como tantos otros) a la luz de Dios.
Por eso la pequeña frase que os he presentado dice así: “Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo; esto no debéis entenderlo en referencia al mundo exterior, cuando Cristo comía y bebía con nosotros, sino en relación al mundo interior, a la Vida Interior. De la misma manera verdadera que el Padre engendró al Hijo, igualmente lo engendra en lo más íntimo de nosotros. Así, desde ese fondo interior, debes hacer todas tus obras sin un por qué. Tengo por cierto que mientras obres por el Reino de los Cielos o por alcanzar las bienaventuranzas, es decir, desde el exterior (desde algo que crees está fuera de ti), no es bueno para ti.
Meister Eckhart.[xxxiii].
Eckhart viene a decir lo mismo que el soneto anónimo.
No me mueve mi Dios para quererte
El cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve mi Dios para temerte,
Ese infierno que existe tan temido.
[…]
Pues aunque no hubiera Cielo yo te amara
Y aunque no hubiera infierno te temiera.
Esto es contemplación, saber ver la eternidad, ese presente momento eterno, donde toda la Redención se materializa en ti, donde tú eres la razón por la que hace dos mil años aquellas cosas sucedieron; cosas que no tendrían ningún sentido si tú, ahora, no las estuvieras contemplando en cada acontecimiento de tu propia vida. Porque la Resurrección es la vida de Cristo en ti, entre nosotros, con toda su realidad. Pero de la misma forma que Pablo dice que si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, de la misma forma, si no tenemos fe, vana ha sido la Resurrección.
¿No lo entiendes?
Dale gracias a Dios por ello, porque en estos asuntos la mente no tiene nada que hacer.
La vida de fe, la Vida Interior está formada por caminos de Silencio[xxxiv].
El Silencio interior es el único camino hacia la iluminación, hacia el “Fiat lux”.


[i] Confucionismo. Es la religión formada por el conjunto de enseñanzas y doctrinas predicadas por el filosofo chino Confucio.  Basada en las enseñanzas del filosofo y teniendo como “deidad” al cielo, el cuerpo de la misma tomo forma a lo largo de varios siglos, concretamente entre los siglos VII y III ac.  El Confucionismo predica la unidad del cosmos que regula tanto la vida animal y vegetal como el ser humano y las estaciones. Fue la religión oficial del imperio chino hasta el Siglo VII después de Cristo, teniendo una gran influencia en el pensamiento de varias zonas del Sudeste asiático, concretamente las áreas ocupadas en la actualidad por Corea y Vietnam, asi como en la propia China y Japón. Aun siendo una religión oficial, nunca se conformo ni fundo como tal, evolucionando de manera natural desde las enseñanzas de Confucio. De esta forma, no posee ni clero ni iglesia ni divinidades, ni siendo Confucio venerado como deidad por parte de sus discípulos, ni habiéndose autoproclamado como divino.  Principalmente se basa en los principios de la practica del bien, la sabiduría empírica y las propias relaciones sociales.  El Pensamiento se recoge en nueve libros divididos en dos grandes grupos, los Cinco Clásicos (Wu Ying o Wu King), libros creados antes de la época de Confucio, y los Cuatro Libros (los Sishu) libros compuestos por compilaciones de dichos y proverbios de Confucio y Mencio comentados por sus seguidores. Ref: http://www.confucionismo.com/descripcion.
[ii] Tao. El Taoismo se creó hace unos 2500 años en China. Fue fundada por Lao-Tzu, a quien Confucio describía como el dragón que cabalgaba los vientos y las nubes.  Su texto principal es el Tao te Ching o el “Libro de la razón y la virtud” es uno de los libros más breves de todas las religiones con solo 5000 palabras. También son una referencia importante las escrituras sagradas de Chuang-tsu.  Se estima que el Taoismo es practicado por aproximadamente 50 millones de seguidores, principalmente en China y otros países asiáticos.  Debido a la gran mística inherente a la tradición Taoista existen un alto número de sectas derivadas de sus diversas interpretaciones.  El Tao o “camino” nunca ha sido descrito con palabras, de esta forma, se deja a aquel que “busca” encontrarlo por sí mismo en su interior. Lao-tzu escribió “El Tao que se puede describir no es el Tao eterno”. El Taoismo se centra en el nivel espiritual del ser. El Tao-te-Ching compara al hombre “realizado” con el bambú; recto, simple y útil en el exterior y hueco en el interior. El espíritu del Tao se basa en la vacuidad, pero no existen palabras para describir su espontaneidad y eterna novedad.  Los fieles de esta creencia, son adiestrados para buscar el Tao en todas partes y todos los seres. Los templos Taoístas son el hogar de seres divinos que guían la religión y bendicen y protegen a sus adoradores. Un concepto único al taoísmo es el wu-wei, la inacción. Esto no quiere decir la falta de acción, sino el no exceso de acción espontanea derivada de las necesidades según surgen, ni dejándose llevar por la acción calculada y no actuando de tal forma que se exceda el mínimo requerido para obtener resultados efectivos. Si permanecemos quietos y callados, y escuchamos la llamada interna del Tao, actuaremos sin esfuerzo, de manera eficiente, raramente reflexionando sobre las materias y las cosas. Seremos nosotros mismos tal y como somos. Ref: http://www.eltaoismo.com/taoismo
[iii] Consuelo Martín. Del seminario “el final de la búsqueda”, 16-18 de Mayo de 2008, impartido en el Monasterio de S. Juan de la Cruz, Segovia.
[iv] La fundación "Escuela de Solidaridad", es una organización que tiene como objetivo la acogida e intervención sobre personas que viven el desarraigo, la desventaja social, el maltrato o la exclusión social. Llegan a nuestro hogar madres con hijos en situación de emergencia, jóvenes inmigrantes, adultos en riesgo o cualquier persona que necesite hogar. Pretendemos recuperar el sentido familiar, en aquellas personas que no han podido experimentarlo.
Ref: http://escueladesolidaridad.blogspot.com/2008/10/la-casa-de-la-solidaridad-granada-la.html
[v] Yo soy mi pensamiento (Buda). Trascripción parcial del artículo de la página oficial “budismo.com”: Más de la mitad de la población mundial vive en países que han recibido una gran influencia de las ideas y prácticas budistas. Sin embargo, desde los tiempos de Buda -quinientos años antes de la aparición del cristianismo- hasta mitad del siglo XX en Occidente no se sabía casi nada acerca del budismo. El budismo se extiende a occidente No obstante, a mediados del siglo  XX esta situación empezó a cambiar, y se dice que hoy en día el budismo es una de las religiones que con más rapidez se extiende en Occidente. ¿Qué es el budismo? Normalmente consideramos que la religión es creer en Dios, o mejor dicho, en creer en cualquiera de sus manifestaciones divinas; sin embargo, en el budismo no se habla de Dios alguno. De esta forma la cuestión que se pregunta es si el budismo se trata de una religión o si se trata sencillamente de una filosofía -una visión particular del mundo, con pautas de comportamiento ético-, o si por el otro lado es más bien una especie de psicoterapia, una manera de comprendernos a nosotros mismos y afrontar los dilemas que la vida nos plantea. En cierto modo el budismo abarca todo esto y al mismo tiempo incluye mucho más. Es un sendero de comprensión directa El budismo invita a reconsiderar las ideas preconcebidas sobre la religión. Se ocupa de las verdades que van más allá de lo puramente racional, revelando una visión trascendental de la realidad que en su conjunto sobrepasa todas las categorías usuales de pensamiento. El camino budista es una forma de entrenamiento espiritual que con el tiempo lleva a una comprensión directa y personal de dicha visión trascendental. El sendero empieza desde nuestro propio potencial Todos tenemos la capacidad de ser más despiertos, más sabios, más felices y más libres de lo que normalmente somos. Tenemos la capacidad de penetrar directamente en la esencia de la realidad, de llegar a conocer las cosas tal como son. Las enseñanzas y métodos del budismo tienen eso como un objetivo final: posibilitar la comprensión plena de nuestro propio potencial. La expansión del budismo en el mundo. A lo largo de su larga historia, el budismo se extendió a todos los países de Asia. Allí donde aparecía, la interacción entre la cultura indígena local y las nuevas enseñanzas que provenían del Buda causaban profundos efectos en las dos. En muchos casos el budismo dio lugar a un renacimiento cultural en estas culturas a las que llegaban. En algunas situaciones, como ocurrió en el Tibet, se convirtió incluso en heraldo de la cultura. A medida que el budismo se extendía, experimentaba a su vez cambios y llegaba a  adaptarse a las circunstancias culturales específicas de cada zona, esto para así poder expresar sus principios directamente. Así, actualmente distinguimos los budismos de Sri Lanka, Tailandia, Birmania, Vietnam, Camboya, Laos, Nepal, Tibet, China, Mongolia, Rusia y Japón (incluso algunos historiadores creen, a partir de recientes hallazgos arqueológicos importantes, que países de medio oriente tuvieron también en su historia un periodo budista), y dentro de estos podemos observar una amplia y desconcertante variedad de tradiciones, escuelas y subescuelas. La pregunta que surge es cuál, de entre todo este abanico, es el verdadero budismo y a su vez qué tienen en común todos estos enfoques diferentes.
[vi] Fidel Delgado Mateo. Seminario impartido en Noviembre de 2008, Cienpozuelos, Madrid
[vii] Teresa de Jesús. Las moradas del Castillo interior. Obras completas. Ed. BAC. Madrid. es el último libro que escribió Santa Teresa de Jesús . Según muchos, su mejor obra; y una de las cumbres de la mística cristiana y de la prosa española del Siglo de Oro. Año 1577, España, ciudad de Toledo. Teresa tiene 62 años, muchos achaques de salud y su obra de reformadora y fundadora peligra: la Inquisición la está mirando con malos ojos (han secuestrado su autobiografía) y llueven ataques de los calzados y disgustos sin fin. Es en ese momento que Gracián y otros de su entorno, que conocen lo que esta monja sabe y lo bien que se expresa, la empujan a escribir algo: aunque más no sea para sermonear un poco a sus hijas... A regañadientes -como se ve en el prólogo- Teresa obedece. Empieza en junio y se interrumpe a principios de julio, cuando debe viajar a su tierra natal, Avila. Allí reanuda el libro a fines de octubre y lo termina en noviembre. Apenas dos meses netos de escritura, y en circunstancias adversas. No hay tiempo ni para corregir ni para releer...  Pero el caso es que Teresa está inspirada : sus monjas se asombran al verla escribir rapidísimo, como si le dictaran. Y al final, ella misma se siente satisfecha con el resultado. No es para menos.  Las Moradas son una alegoría de los grados de la vida espiritual, yendo desde la ascética hasta la mística. Una doctrina segura, vivida; y en la pluma salerosa de Teresa.   Para no olvidar que sabiduría, felicidad y santidad van juntas.
Ref: http://hjg.com.ar/teresa_moradas/
[viii] Eso eres tú. La Filosofía perenne afirma que Dios y el ser humano son la misma esencia, que “Eso eres tú”, es decir, que el ser humano y Dios son en esencia el mismo espíritu. Con ello, la relación con Dios a la que estamos acostumbrados, de nosotros frente a un Ser todopoderoso que está allá, en el Cielo, es una alegoría falsa, porque Dios está, reside, queramos o no, lo aceptemos o no, en el hondón del ser, en lo más profundo de nuestra más íntima esencia.
[ix] Ventana de Johari.  Joseph Luft y Harry Ingham http://www.xtec.es/~jcampman/Vjohari.pdf
[x] La Bhagavad Gītā es un antiguo texto escrito en idioma sánscrito, donde se describen las enseñanzas del dios Krishná a su amigo y discípulo Áryuna. Forma parte de la gran obra épico-religiosa Majábharata (vi, 830-1532).
[xi] Los devas son deidades de las religiones hindú y budista. Posteriormente fueron asimilados también a las creencias esotéricas. Son formas imperfectas bajo las cuales, a causa de su voluntaria ignorancia, los hombres adoran a la Base divina.
[xii] Alice Bailey. Del intelecto a la intuición. Ed. Sirio. Buenos Aires 2006. Alice Bailey (Manchester, Lancashire, el 16 de junio de 1880 - 15 de diciembre de 1949) fue una esoterista y escritora inglesa. Perteneció en su juventud al Centro de la Sociedad Teosófica de Los Ángeles de la que luego se separó para actuar con más libertad de acuerdo a sus propios puntos de vista y a las enseñanzas que le impartieron dos Maestros de la Jerarquía Oculta. La "Gran Invocación" (expresada en el epílogo de este libro) es un mantra o rezo que la escritora afirmó haber recibido del maestro Djwhal Khul para ser entregado a la humanidad para acelerar el desarrollo evolutivo humano. Fue entregado en abril de 1945 y desde entonces ha sido traducido a más de setenta y cinco idiomas. Se ha designado al 11 de junio el Día de la Gran Invocación, tras la lunación de Tauro en la que se celebra el Festival de Vesak. Sin embargo, sus adeptos pueden celebrarlo en cualquier ocasión. (Wikipedia)
[xiii] Tony de Melo, en El canto del pájaro. Sal Terrae. Madrid. Anthony de Mello nació en Bombay (India) en 1931. Sintiendo el llamado para el sacerdocio, inició sus estudios al alero de la Compañía de Jesús, en Poona. Transcurrida esta trascendental etapa de su vida, se graduó en psicología, carrera que siguió en América, según la sugerencia y consejo del Provincial de la Orden, el Padre Mann. Comenzó dirigiendo Ejercicios Espirituales para jóvenes novicios; que fueron el punto de partida para su carrera pública como director de almas, labor que continuaría durante toda su vida. Se basó en la metodología, los principios y la fuerza de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola, que había aprendido en España. Pero había agregado los ingredientes propios de su personalidad tan especial; y fueron numerosos sus retiros para la renovación del espíritu. Siguió incursionando en el Movimiento Carismático, con gran intensidad. Ambas experiencias fueron la base de lo que vendría después. Se llamaba a sí mismo: "rolling stone", (canto rodado), siempre listo y dispuesto para lanzarse en el desafío de nuevos derroteros para el desarrollo espiritual. Ref: http://usuarios.lycos.es/dmilocco/textos/biog_mello.htm
[xiv] Jon Kabat Zinn. Mindfulness en la vida cotidiana. Ed. Paidos. El término mindfulness no tiene una traducción exacta al español. Puede definirse como una atención  y conciencia plena del momento presente. Es decir, se trata de centrarse de un modo activo y reflexivo en el aquí y el ahora, en contraposición a la fantasía o el soñar despierto.   Sin embargo, para entender del todo este término, es preciso tener en cuenta que no se trata de una reflexión valorativa, sino tan solo contemplativa. Se trata de observar sin juzgar, sin crítica ni rechazo, sin valOración alguna, sino aceptando la experiencia tal y como está aconteciendo.  El mindfulness es una filosofía de vida procedente del budismo Zen. Es el ideal Zen de vivir en el momento presente. Este concepto ha sido adoptado por las psicoterapias de última generación, como la terapia de aceptación y compromiso, la terapia de conducta dialéctica, o la psicoterapia analítica funcional. Elementos principales del mindfulness  Centrarse en el momento presente Consiste en sentir las cosas tal y como están sucediendo, sin pretender ejercer ningún control sobre ellas. Es decir, la persona que usa esta técnica no se centra en un pensamiento para modificarlo, sino que se centra en un pensamiento, actividad, imagen mental, etc. en sí mismo, sin pretender cambiarlo ni hacerlo desaparecer. Eso ayuda a aceptar las experiencias tal y como son, sintiendo lo que sucede, sin huir, incluso aunque se trate de una emoción desagradable. Eso permite que lo que ha de suceder, suceda de un modo completo, dejando que cada experiencia sea vivida en su momento, en el presente.
[xv] Meditación vipassana Vipassana es una palabra Pali que se traduce por ”visión clara y penetrante” ( en inglés : Insight ) . Es la comprensión directa y espontánea de la ”verdadera naturaleza de las cosas”. Los principales textos en los que el Buda describe las técnicas de meditación que le permitieron alcanzar la iluminación son el Anapanasati Sutta y el Satipatthana Sutta. Ref. http://www.meditacionvipassana.com/meditacion.asp
[xvi] Juan Martín Velasco. El malestar religioso en la cultura.  Ediciones paulinas. Madrid 1993. Profesor de fenomenología religiosa, afirma contundentemente que la religión, para ser humanizadora, ha de ser mística. Su libro es una reflexión sobre la degeneración rutinaria en la que ha caído la fe católica, denominándola una fe “eclesiastizada”.
[xvii] William Law. El Espíritu de Oración. Yatay Ed. Madrid 1999 (16869 de abril de 1761) fue un predicador inglés, nacido en Kings Cliffe, Northamptonshire. Fue ordenado en 1711. Residió en Cambridge, donde enseñó. El ascenso al trono de Jorge I le impidió seguir, dado que no prestó el juramento de adhesión al nuevo gobierno y abjuración de los Estuardo. Durante los años siguientes parece que vivió en Londres. En 1727 era tutor de Edward, hijo de Edward Gibbon (1666-1736) en Putney, a quien acompañó como ayo a Cambridge, donde estuvo durante cuatro años. Cuando su pupilo marcó al extranjero, Law continuó en la casa de Gibbon, en Putney, actuando como consejero espiritual no sólo de la familia, sino de toda una serie de amigos que iban por allí, entre los que estaban los dos hermanos John y Charles Wesley, John Byrom el poeta, George Cheyne el médico y Archibald Hutcheson, miembro del Parlamento. En 1740 Law se retiró a Kings Cliffe, que había heredado de su padre, donde vivió con dos damas: la Sra. Hutcheson, la rica viuda de su viejo amigo, quien la recomendó en su lecho de muerte que se dejara guiar por Law espiritualmente, y la Srta. Hester Gibbon, hermana de su último alumno. Los tres vivieron durante 21 años una vida de recogimiento, devoción, estudio y caridad, hasta que Law murió el 9 de abril de 1761. De sus obras como escritor, es conocido sobre todo por A Serious Call to a Devout and Holy Life (1729). En España se ha publicado El espíritu de Oración (1998).
[xviii] Byron Katie y Stephen Mitchell. Amar lo que es. Ed. Urano. Según cuenta esta mujer, una mañana tras años de estar sumida en una profunda depresión y de pensar obsesivamente en el suicidio, se sintió invadida por un estado de dicha absoluta. Lo que se despertó en Katie fue un proceso silencioso de interrogación personal que la condujo a acabar con su sufrimiento. Amar la vida tal cual es, sin pretender amoldarla a sus criterios. Desde entonces nada cambió a su alrededor, cambió ella y su forma de ver la vida. Saltó a otra dimensión del continuo espacio tiempo.
[xix] Robert Fisher El caballero de la armadura oxidada. Op cit.
[xx] Tony de Melo. Las campanas del templo. En el canto del pájaro. Op Cit.
[xxi] Meister Ekhart. “El fruto de la nada”. en El fruto de la nada. Ediciones Siruela, Madrid 2008. El primer proceso de inquisición contra un teólogo de la Universidad de París durante la Edad Media fue el del Maestro Eckhart (1260-1328), dominico alemán que predicaba la posibilidad de que el hombre alcance aquí en la tierra una vida bienaventurada, asumiendo su origen y filiación divinas. Sus expresiones arriesgadas sobre el nacimiento del Hijo de Dios en el alma, la experiencia nihilista de Dios a quien llama «pura Nada», el vacío interior que el espíritu comprende como una muerte necesaria o el exilio del alma noble, todo ello condujo a sus acusadores a ver en su obra tesis heréticas. Pero la fuerza de su pensamiento filosófico y teológico tuvo, a pesar de la prohibición de su obra, una continuidad inmediata en el siglo XIV, en primer lugar entre los dominicos alemanes Heinrich Suso y Johannes Tauler, y después en san Juan de la Cruz, Angelus Silesius, Jacob Böhme y, ya en el siglo XX, en Martin Heidegger. El interés por Eckhart va más allá de la tradición europea y occidental; han sido los filósofos de la Escuela de Kioto, Keiji Nishitani y Hajime Tanabe, quienes han llamado la atención sobre su figura como un interlocutor privilegiado con las tradiciones asiáticas y muy especialmente con el Budismo Zen. El fruto de la nada recoge algunos de sus más destacados sermones y tratados en lengua alemana, así como un conjunto de textos atribuidos al Maestro Eckhart (proverbios, leyendas y un largo poema) que proporcionan una idea completa del gran místico alemán.
[xxii] Ignacio Larrañaga. Encuentro. Manual de Oración para los Talleres de Oración y Vida. Ignacio Larrañaga, sacerdote franciscano, capuchino originario del País Vasco, ha desarrollado una amplia labor animadora y evangelizadora durante 25 años en América Latina, Norteamérica y Europa.
 Ref: http://www.tovpil.org/gira/index.php
[xxiii] Gregorio Rodríguez. Orar es posible. Ed. Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey. Madrid 2002. La obra CPCR es una asociación laical, fundada por el mismo padre Francisco de P. Vallet Arnau, en Uruguay, Francia y Madrid, hermana de la que fundara antes en Cataluña. En ella tienen los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey la función de promotores y asesores técnico-espirituales
[xxiv] Consuelo Martín, el arte de la contemplación. Gaia Ediciones. 2007
[xxv] Teresa de Jesús El libro de la Vida. Los cuatro niveles de Oración. Obras completas. Ed. BAC Madrid.
[xxvi] San Ignacio de Loyola. Ejercicios espirituales.  Por este nombre, EJERCICIOS ESPIRITUALES, se entiende todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mentalmente y de otras operaciones espirituales... Porque así como pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, de la misma manera todo modo de disponer el alma, para quitarle todas las aficiones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina respecto a la disposición de la vida y salud del alma, se llaman Ejercicios Espirituales". Aunque en el Libro de San Ignacio los Ejercicios se presentan para hacerlos en "cuatro semanas" ello solo refleja el hecho de que el proceso integral que constituyen los Ejercicios comprende cuatro etapas sucesivas: Primera, "la consideración y contemplación de los" propios desordenes. Segunda, la vocación cristiana y "la vida de Jesucristo Nuestro Señor hasta" el domingo "de Ramos". Tercera, la Eucaristía y "la Pasión de Jesucristo Nuestro Señor". Cuarta, "la Resurrección y Ascensión" de Nuestro Señor. Desde luego, el mismo San Ignacio advierte que el termino "semanas" no debe llevar a concluir que cada etapa requiere de una semana necesariamente, y todos los Ejercicios, de treinta días. Así, San Ignacio destaca que aun en el supuesto de Ejercicios de treinta días, como se practican en la Compania de Jesús, la primera "semana" a veces requiere mas de siete días. Esta división de los Ejercicios, altamente flexible, permite hacerlos en una semana y aun en cuatro días.
[xxvii] Cursillos de cristiandad.  Movimiento católico, promovido por Sebastián Gaya en 1947, que iniciándose con una experiencia de tres días, el cursillista es sometido a una profunda revisión de su vida personal y cristiana. El movimiento se mantiene posteriormente a través de las reuniones semanales que se llevan a cabo en las parroquias, denominadas ultreias. Ref: http://www.cursillosdecristiandad.org/
[xxviii] Encuentro Matrimonial. Encuentro Matrimonial es un movimiento católico. Nació en los años 60, impulsado por el espíritu del Concilio Vaticano II, el cual puso su atención en la misión de los laicos como motor para la renovación de la Iglesia. Encuentro Matrimonial ofrece un “Fin de Semana” especial, como una experiencia humana que contribuye a que los esposos se afiancen en su decisión de amarse y encuentren nuevos motivos para hacerlo. No porque la relación esté mal, sino porque aún puede estar mejor. Encuentro Matrimonial es un movimiento de renovación. Propone una espiritualidad matrimonial basada en el diálogo y la comunicación. Acompaña a las parejas en su crecimiento matrimonial en la vida cotidiana.
[xxix] Talleres de Oración y vida son Encuentros de Experiencia de Dios, que se iniciaron en el Brasil en 1974, y los Talleres de Oración y Vida, que datan de 1984, transmiten de manera pedagógica su mensaje y se han convocado a lo largo de los años a decenas de miles de personas.  El Padre Larrañaga es asimismo autor de catorce libros que han alcanzado numerosas ediciones y han sido traducidos a 10 idiomas. Desde hace años, al recorrer numerosos países, había ido yo constatando un hecho: entre nosotros, en general, no se enseña a orar. Hay mucha reflexión en los grupos eclesiales, es verdad, así como un copioso estudio sobre la Palabra en los círculos bíblicos y en las diversas comunidades cristianas. Pero aún en estos casos no se enseña a orar, al menos de una manera metódica, ordenada y progresiva. Y mientras tanto, el pueblo se muere de hambre de Dios. Los cristianos comprometidos se quejan diciendo: nos dan abundante doctrina y técnicas pastorales, pero nos falta pasión y vida. Cuántas veces hemos oído decir: los sacramentos "me dicen poco", no sacian mis "ganas" de Dios. Una cosa es la palabra Dios y otra es Dios mismo. Una cosa es la palabra amor y otra cosa es el amor. En nuestra mente tenemos la idea de que el fuego quema, pero otra cosa es meter la mano en el fuego y tener la experiencia de que el fuego quema. Sabemos que el agua sacia la sed, pero otra cosa es tomar un vaso de agua fresca en una tarde de verano y tener la experiencia de que el agua apaga la sed. Sabemos que tal sinfonía es sublime, pero otra cosa es estremecerse al escucharla. Sabemos que Dios es amor, pero otra cosa es conmoverse hasta las lágrimas ante la proximidad infinitamente amorosa de mi Padre. Dios no es un conjunto de palabras hilvanadas con una lógica interna; no es una abstracción mental o una teoría. Dios es una persona y a una persona se la conoce tratándola; y sólo este trato personal confiere aquel conocimiento experimental "que supera todo conocimiento". Si no nos echamos de cabeza en el mar de Dios, nunca sabremos quién es Dios. Ref: http://www.tovpil.org/gira/index.php
[xxx]  El Movimiento Oasis se constituyó en Roma el 1 de noviembre de 1950, día de la proclamación del dogma de la Asunción de Nuestra Señora. Le dio vida un grupo de estudiantes, chicos y chicas, que apoyaron la propuesta del padre Virginio Rotondi, S.J., de comprometer la propia juventud para lograr el ideal de la santidad. Después del discernimiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (entonces Santo Oficio), obtuvo el reconocimiento en 1952. El mismo año Pío XII dirigió a los miembros recibidos en audiencia especial en Castel Gandolfo, un discurso programático que, todavía hoy, es la magna charta del Movimiento. Después de Pío XII no han faltado, por parte de otros Pontífices, palabras de reconocimiento y de ánimo para su acción pastoral. El Movimiento participa de la vida de la Iglesia a nivel internacional, nacional, diocesano y parroquial. Desde junio de 1992 también lo ha acogido la Iglesia ortodoxa ucraniana. Ref: http://www.conoze.com/doc.php?doc=4288
[xxxi] Pedro Abelardo y la teoría de la intención. Pierre Abélard o Pierre Abailard, Petrus Abelardus en latín, Pedro Abelardo en español, (Le Pallet, cerca de Nantes, Bretaña, 1079Chalons, 21 de abril 1142), filósofo francés. Pedro Abelardo es reconocido por la crítica moderna como uno de los grandes genios de la historia de la Lógica. Famoso por su enorme ingenio para la diatriba dialéctica y un dominio silogístico profundo, Abelardo es también recordado, siglos después, en pleno Romanticismo, por la prohibida relación amorosa mantenida con Eloisa. A la vez que autor de numerosos poemas, dedicó gran parte de su vida a la enseñanza y a la discusión, cautivando a los jóvenes por una novísima elocuencia, aplicando para ello una desconcertante crítica, envuelta con irrebatibles respuestas y nuevos giros de planteamientos que hacían enfurecer a todos con quienes competía sin haber recibido invitación alguna. Es conocida -además de "romántica"- la relación amorosa apuntada con Eloísa, considerada como uno de los primeros ejemplos documentados de confesión amorosa en clave, es decir, confesada por un escritor usando sus obras como medio. (Wikipedia)
[xxxii] Bernardo de Claraval  (Castillo de Fontaine-lès-Dijon, Borgoña, 1090Monasterio de Claraval; 20 de agosto de 1153), monje cisterciense francés y abad del monasterio de Claraval. Con él, la orden del Císter se expandió por toda Europa y ocupó el primer plano de la influencia religiosa. Participó en los principales conflictos doctrinales de su época y se implicó en los asuntos importantes de la Iglesia. En el cisma de Anacleto II se movilizó para defender al que fue declarado verdadero Papa, se opuso al racionalista Abelardo y fue el apasionado predicador de la segunda Cruzada. Es una personalidad esencial en la historia de la Iglesia católica y la más notable de su siglo. Ejerció una gran influencia en la vida política y religiosa de Europa.[ Sus contribuciones han perfilado la religiosidad cristiana, el canto gregoriano, la vida monástica y la expansión de la arquitectura gótica. La Iglesia católica lo canonizó en 1174 y lo declaró Doctor de la Iglesia en 1830. (Wikipedia)
[xxxiii] Meister Ekhart. “Vivir sin por qué”. en El fruto de la nada. Ediciones Siruela, Madrid 2008.
[xxxiv] Edith Stein, Los caminos del silencio interior. Ed. Bonnum. Edith Stein, llamada Santa Teresa Benedicta de la Cruz O.C.D. (Breslavia, Alemania (hoy Polonia) 12 de octubre de 1891 - Auschwitz, 9 de agosto de 1942), filósofa, mística, religiosa carmelita, mártir y santa alemana de origen judío. Es copatrona de Europa. Beatificada en 1990 y canonizada en 1998 por el Papa Juan Pablo II.

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