SEGUNDA PARTE
II. Fíat Lux
19. “Me
falta algo”.
21. “Yo
soy lo que creo que soy”.
22. Mundos
incompatibles
23. Todo
está bien
24. Oración
25. Mindfulness
26. De
pronto todo tiene sentido
27. El
sendero de la verdad
28. Vivir
el silencio
29. La
paradoja
30. Señor,
que vea
31. No
me habéis elegido vosotros a mí
32. La segunda parte del Camino
33. Los
caminos del silencio
SEGUNDA PARTE
II. Fíat Lux
Los indios suelen decir.
¿Cómo sabe un pez que está dentro del agua?
La única forma de que un pez sepa que está en
el agua
es sacándolo fuera de ella.
El tambor de sanación (Op Cit)
A
partir de ahora, la exposición cambia
sustancialmente de tercio. Entramos en
los terrenos del alma, donde Dios, lo sepamos o no, habita. Entramos en los alrededores
del Reino, expresado preferentemente en Jesús, el hijo de María, como aparece
en el Corán. Para los cristianos, Jesús es el Mesías, la Segunda Persona de la
Trinidad; para los seguidores de la Filosofía perenne (lo que englobaría al
común de los humanos que reconocen la Divina Realidad en sus vidas), Jesús es un
avatar fundamental a través de los que Dios se ha manifestado a los seres
humanos. Para los que no reconocen a Dios, Jesús de Nazareth en general es
reconocido como un hombre muy importante en la Historia de la Humanidad, cuyas
enseñanzas han de ser respetadas, al menos.
Esta
preferencia por Jesús en mis apuntes, no minora en absoluto el respeto por
otros grandes Santos y hombres de Dios a través de los cuales, Él también se ha
manifestado, y a los que también hago referencia.
Pasaje del joven rico.
16 En
esto se le acercó uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para
conseguir vida eterna?» 17 El le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca
de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos.» 18 «¿Cuáles?» - le dice él. Y Jesús dijo: «No
matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, 19 honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu
prójimo como a ti mismo.» 20 Dícele el joven: «Todo eso lo he
guardado; ¿qué más me falta?» 21 Jesús le dijo: «Si quieres ser
perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro
en los cielos; luego ven, y sígueme.» 22 Al oír estas palabras, el
joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. 23
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico difícilmente
entrará en el Reino de los Cielos. 24 Os lo repito, es más fácil que
un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino
de los Cielos.»
Mt
19, 16-24
Entre
paréntesis, lo de un camello a través del ojo de una aguja parece ser una
confusión en la traducción al latín. San
Jerónimo, al traducir el texto, interpretó la palabra 'kamelos' como camello,
cuando en realidad su significado (en griego) es una soga gruesa con la que se
amarran los barcos a los muelles. En definitiva, el sentido de la frase es el
mismo pero, este parece más lógico. Cierra paréntesis.
En su mayoría pasamos en los trajines y
trabajos del Confinador toda nuestra vida, cumplimos todos los preceptos que
nos manda la Sociedad civil, y los creyentes practicantes (como dicen),
tratamos de cumplir con los preceptos impuestos por nuestra comunidad de fe.
Con absoluta seguridad que este pasaje del Evangelio nos es archiconocido. Pero
puede que un buen día, la respuesta al joven rico nos resuene de otra forma. Y
esa resonancia no es sino la respuesta a una evidencia dormida en nuestro
interior durante largo tiempo, que “mi
vida no me pertenece”. Es algo muy profundo que nos incordia, que nos
agita, que no sabemos lo que es, que nos hace sentirnos extraños en este mundo,
que nos confunde, que no nos deja en paz. Es algo que inicialmente
interpretamos como negativo, y queremos desterrarlo de nuestra mente, creyendo
que todo nace y termina en nuestro pensamiento.
Es un
“sentir algo dentro de ti, que no sabes lo que es”…
Pero que ahí está y que nos pone en evidencia
de que así hayamos obtenido los mayores éxitos y estemos rodeados de todas las
comodidades de esta vida…
1. “Me falta algo”.
Esta sensación es una intuición que en más de una ocasión hemos sentido, pero que
debido a los trajines de la vida, tan pronto como viene, tan pronto como queda
ahogada por esos trajines. Preferimos tener una concepción nihilista de la
vida, nada después de la muerte, pero sentirnos dueños de esa misma nada, antes
que admitir que realmente necesitamos ayuda, que nos falta algo y no sabemos
qué.
El joven rico tenía dos serios problemas, el
primero que era rico, y estaba apegado a muchas riquezas; el segundo, que era
joven, y en consecuencia, estaba apegado a muchos proyectos de vida por
realizar. Estaba apegado a su pasado, por lo conseguido; al presente por lo que
tenía y estaba disfrutando, y al futuro por lo planes que ambicionaba realizar
para conseguir más. Estaba apegado al tiempo, su vida era un completo culto a
Cronos.
Y es que, cuando se es joven, lo que nos entra
por los sentidos satura todo nuestro ser. El Confinador donde hemos sido
colocados por el Creador, es tan grande, tan misterioso, tan lleno de
posibilidades, y a la vez tan difícil de ser dominado para nuestro servicio,
que cuando se es joven, prácticamente todo nuestro tiempo y todas nuestras
preocupaciones se nos van en, primero hacernos un hueco en la vida, hemos de
aprender muchas cosas en el colegio, en el instituto, en la FP o en la Universidad,
para adquirir una cultura y unas habilidades con las que ganarnos el pan, y
además poder llegar a conocer ¡tanto por descubrir!
En estas circunstancias, plantearnos un “me
falta algo” no encaja, pues entre las tareas de aprendizaje y el descomunal
torrente de información mediática que la industria del ocio nos ofrece y nos incrusta
obligadamente en nuestro cerebro, poco tiempo le queda a un adolescente o joven
para pensar que le falta algo, más allá de lo que le falta para alcanzar sus
propias metas.
No obstante a veces, en momentos de soledad,
al joven rico le puede venir la pregunta “¿me falta algo?”
Alan Watts en su libro, “El camino del Zen”,
dice que en concreto en China, la filosofía de Confucio[i],
que aporta un excelente código ético de buenas costumbres, es la guía de los
jóvenes y de los adultos en su primera madurez. Confucio sirve para moverte
honestamente por entre los trajines del mundo. Pero cuando uno va creciendo en
edad y se superan los cincuenta o sesenta (según), el “me falta algo” aparece,
y hace que el alma comience a preguntarse por el sentido de la trascendencia, y
entonces reencamina sus pasos hacia el Tao[ii],
que es el compendio de la mística oriental.
Es decir, el “me falta algo” es una pregunta
que se vuelve tanto más perentoria de resolver, cuanto más edad se tiene, salvo
que habiendo sido tentados por el veneno del poder (se puede llamar demonio),
toda nuestra vida esté entregada a la ambición suprema de dominar la vida y la
hacienda de los demás. La juventud, divino tesoro, absorbe completamente los
sentidos y las potencias del alma y la mente, ya que te obliga a estar
concentrado en todos los problemas que la vida te plantea, a veces al límite de
la supervivencia si la economía está chunga. Una sana práctica religiosa, en su
caso, puede balancear el excesivo peso de los asuntos temporales. Hasta que uno
se pregunta, como el joven rico “¿me falta algo?”.
Cuando la respuesta a esta pregunta es profundamente
afirmativa, es cuando comienza “la búsqueda real”. Hasta entonces hemos sido
dóciles ovejitas de un ordenado rebaño, que al tran tran, hemos pasado nuestras
horas y nuestros días, cumpliendo con nuestras obligaciones de solteros,
casados o… incluso consagrados, que los curas y monjas no se escapan de este
proceso.
El por qué unas personas se hacen esta
pregunta y otras no, tiene difícil respuesta. Dicen que la fe es un regalo de
Dios. Si fuera así, el libre albedrío quedaría definitivamente en entredicho.
Lo digo porque muchas personas que no se plantean estas cosas se escudan en que
de ellos se ha olvidado Dios, porque no les ha dado la fe, y por tanto no
tienen la culpa de que les haya tocado la china de ser unos olvidados del
Altísimo. Sin embargo en lo profundo del joven rico surgía esta cuestión, razón
por la cual se acercó a Jesús y le hizo la pregunta “qué más me falta”.
Particularmente yo me llevo haciendo esta pregunta toda mi vida. Sin embargo
conozco a muchas personas para las que esta vida es lo que hay, y no se cuestionan
si les falta algo o no. O acaso sea que es una pregunta tan en lo más íntimo,
que nadie es capaz de siquiera intuir lo que fluye por lo más profundo de cada
cual. Lo más probable, creo yo es que todo ser humano se plantea esta pregunta,
pero la respuesta es siempre la misma, “cumplo religiosamente mis preceptos”
(en el caso de los creyentes), “respeto la ley y la ética” (en el caso de los
no creyentes), y en todos ellos, “tengo demasiados asuntos que atender aquí
abajo”; tengo mi cadena de música a tope, a 150 decibelios, con lo que me es
imposible escuchar los 10 decibelios de la brisa de Dios. Son aquellos que llegados
a Zubiri, Pamplona o Puente la Reina, ven que el Camino no es lo suyo, que son demasiadas
las ampollas y dolor de rodillas para no saben muy bien qué; pero sobre todo,
se acuerdan de los asuntos que han dejado atrás, y que les reclaman atención, y
deseos de seguir atendiendo. Total, que deciden volver a sus asuntos.
No obstante, hay determinadas personas, para
las que esta pregunta, “¿me falta algo?” no les permite conciliar el sueño y
vivir tranquilos. Son aquellos que, a pesar de esas ampollas y dolores, se sienten
impulsados a seguir adelante, acaso no saben muy bien por qué. Y se disponen a
cruzar el Ebro.
2. El final de la búsqueda
Viaja a tu interior
Pues ahí está tu hogar.
Ain-dah-ing.
Escucha el latido de tu corazón.
Pon oído a tu corazón y escucha.
No hay prisa por llegar allí.
Pues no hay un allí.
En realidad sólo hay “aquí”.
Quédate con el ahora.
El
tambor de sanación (Op. Cit)
Entonces, la pregunta que se nos plantea es
¿qué buscar? Porque en realidad sólo sabemos que nos falta algo, pero no
sabemos qué.
Un “sentir algo dentro de ti, que
no sabes lo que es”.
El final de la búsqueda no consiste en
encontrar lo buscado, porque no sabemos lo que es. Realmente no sabemos lo que
es, aunque en el catecismo lo ponga en letra Arial 20 y en negrita, subrayada y
en rojo, y nos lo hayamos aprendido de memoria para superar el examen de
religión en el colegio. Así que realmente, estamos a ciegas, porque lo que
pretendemos buscar es simplemente un elaborado de nuestra imaginación, de
nuestro pensamiento. Decimos que buscamos la paz, el amor, a Dios, la belleza,
etc. Decir esto es decir que buscamos lo que nos imaginamos que debe ser la
paz, el amor, Dios o la belleza. Y luego ocurren cosas curiosas como el hecho
de decir que buscamos a Dios, si comulgamos todos los domingos, o todos los
días en misa. El que busca después de comulgar, lo único que da a entender es
que ni sabe qué está recibiendo en la comunión, ni sabe que está buscando.
3
Jesús abandonó Judea y volvió a Galilea. 4 Tenía que pasar por
Samaria. 5 Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca
de la heredad que Jacob dio a su hijo José. 6 Allí estaba el pozo de
Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo.
Era alrededor de la hora sexta. 7 Llega una mujer de Samaria a sacar
agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» 8 Pues sus discípulos se
habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: 9
«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?»
(Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) 10 Jesús le
respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de
beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.» 11
Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de
dónde, pues, tienes esa agua viva? 12 ¿Es que tú eres más que
nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus
ganados?» 13 Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua,
volverá a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le dé, no
tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente
de agua que brota para vida eterna.» 15 Le dice la mujer: «Señor,
dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.»
(Jn
4, 3-15)
La tradición cristiana afirma que el que bebe
agua volverá a tener sed. Jesús se refiere en el pasaje de la samaritana al
agua del pozo de Jacob, pero el significado profundo de ese encuentro no es tan
literal, porque en el fondo, el agua que siempre nos vuelve a dar sed es “literalmente: todas las cosas de nuestra
vida”, todo lo que la persona busca conseguir, tanto material como inmaterial.
Es decir, todo elaborado de nuestro cerebro, de nuestro pensamiento, todo eso
es el agua del pozo de Jacob, y eso, todo eso, nos vuelve a dar ser[iii].
Ahí se incluye una práctica religiosa inercial, rutinaria y acomodada; tan
sincera como ingenua.
Así que, el primer paso para que se haga la
luz en nuestro interior, para el “Fíat Lux”, es saber, comprender, ser conscientes
de que “nos falta algo”, y que ese algo no lo podemos, ni buscar (porque no
sabemos qué es lo que nos falta), ni encontrarlo, porque si así fuera, no
sabríamos identificarlo. Así que “alguien” tiene que saber interpretar nuestras
añoranzas, nuestras aspiraciones.
Pero para que ese “alguien” pueda provocar el
efecto que supuestamente desearíamos, antes hemos de… “vender todo lo que tenemos, dárselo a los pobres y confiar”.
¿Qué es “todo lo que tenemos”?
No son cosas materiales, aunque también en el
extremo de la radicalidad. Ese es el gran error de tomar la literalidad de la
Palabra. El significado de esa donación que Jesús nos pide no es tanto en
términos de riqueza efectiva, como
de riqueza afectiva. Este matiz es
dramático, pues la riqueza efectiva es ciertamente tener muchos bienes,
mientras riqueza afectiva se basa en estar apegados a lo mucho o poco que tengamos,
de modo que un rico efectivo puede ser un pobre afectivo, pero un pobre
efectivo puede ser un rico afectivo.
1 Alzando la mirada, vio a unos ricos que
echaban sus donativos en el arca del Tesoro; 2 vio también a una
viuda pobre que echaba allí dos moneditas, 3 y dijo: «De verdad os
digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. 4 Porque todos
éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado
de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir.»
Lc
21, 1-4
Este matiz entre afectividad y efectividad es
el que demarca la pobreza espiritual (desapego afectivo) de la riqueza material
(apego afectivo). Por otro lado, el apego afectivo, suele ir en muchas
ocasiones acompañado de una pobreza existencial que es difícil de explicar. Es
la pobreza del hombre rico material que tanto ambicionó, que levantó altas
murallas para proteger “lo suyo”, tal que ni siquiera permitió que el amor
pudiera entrar por ningún resquicio. Los ricos son personas solitarias e
infelices (aunque estén rodeados de aduladores deseosos de conseguir tajada);
son pobres afectivos, carentes de amor, posiblemente son las personas más
infelices de este mundo. Teresa de Calcuta, la gran santa del Siglo XX lo dice
abiertamente, en el fondo, los ricos de este mundo son los más pobres de entre
los pobres.
Pero más allá del matiz “afectividad” y
“efectividad”, en esto de dar todo lo que tienes a los pobres, los hay que
tratamos de hacerlo de una forma afectiva, pero otros… se lo toman literalmente
en serio, de modo que tú al lado de ellos te ves tan pequeño, que en un
instante se te bajan todos los humos y te das cuenta de lo raquítico de tu
esfuerzo. Son los que asumen la radicalidad total de la decisión. Un Francisco
de Asís, un Ignacio de Loyola, un Francisco Javier, una Teresa de Calcuta. Con
todo, estos son personajes históricos, casi de leyenda, aunque como en el caso
de la Madre Teresa, la hayamos visto por la televisión. Pero hay otros de carne
y hueso que puedes tocar con tus manos, que ¡son de verdad! Es el caso de mis
buenos amigos Nacho Pereda y Ana Requesens, matrimonio ejemplar que dejándolo
todo, literalmente todo, llevan luchando toda su vida por acoger a personas sin
techo y chavales pobres de solemnidad en la fundación que han creado en Granada
“Escuela de solidaridad”[iv].
Les cito a ellos, porque les conozco personalmente, pero como Nacho y Ana hay
muchos más de lo que nos podemos imaginar. Gandhi tenía razón, la ley que rige
realmente el mundo, aunque no nos lo creamos por el ruido que hacen los malos,
es el Amor. Personas como ellos hacen posible la vida en este mundo. Cuando ves
personas que lo dejan todo y se enrolan en las múltiples misiones que los
católicos tenemos por el mundo, y ves como se juegan la vida a cambio de la
sonrisa de una madre con su hijo desnutrido que recibe de sus manos un cuenco
de leche… es entonces cuando te das realmente cuenta de lo que significa “ve y vende todo lo que tienes…”, y de
cómo tratamos los demás de maquillar este desafío para poder dormir tranquilos por
las noches.
Todo pasa por abrirnos al interior de
nosotros. Abrirnos al abismo de nuestro propio ser y tomar conciencia del
castillo interior que albergamos en nuestro interior. Pero esta exploración
interior parece que es de las cosas que más asusta al personal. Ellos, los que
lo dan todo “efectivamente y afectivamente” ya lo han hecho, aunque no hayan
sido demasiado consciente de ello.
Así que el primer paso es provocar un primer encuentro con nosotros mismos. Este
término parece un contrasentido, pues encontrarnos con nosotros mismos es algo
así como si no fuese consciente de quién soy yo. Pues va a ser que no, que no
somos conscientes de nuestra más íntima realidad. Somos conscientes de las
murallas y los arrabales de nuestro castillo, pero no tenemos ni noticia de lo
que sucede dentro de él, entre otras cosas porque nos empeñamos en cerrar los
ojos a su existencia. Preferimos “di-vertirnos” (verternos fuera) que
“intro-vertirnos” (entrar dentro de nosotros mismos).
Tener un encuentro con nosotros mismos es
aquello de mirarnos al espejo y preguntarnos “¿quién es ese?”.”¿Quién soy yo?”
La respuesta más sincera a esa primera
pregunta sobre nosotros en el espejo es un “no sé”. Realmente casi nadie puede
afirmar saber quién es en realidad.
Tras ese “no sé quién soy”, viene una segunda
respuesta que habitualmente no logramos encontrar nosotros, salvo que “alguien”
nos la diga al oído, y es:
3. “Yo soy lo que creo que soy”.
Es decir, yo soy lo que opino sobre mí. Así
podemos darnos a nosotros mismos (y a los demás) respuestas de tipo “yo soy una
persona que ama la paz, conciliadora, responsable, decidido, un poco venado,
con un carácter fuerte o tranquilo, etc”. Es decir, nos vemos en el espejo, y a
lo más que llegamos es a reconocer atributos de nosotros mismos. Además, eso
cambia a lo largo de la vida, según nos haya ido en la feria, y según el
resultado de nuestra interacción con los demás, pues al final, lo que vemos en
el espejo es el resultado de una elaborada máscara, una imagen de nosotros
mismos que trata de resultar aceptable por los demás. Es una imagen que
coincide con nuestra mejor cualidad, la que nos permite ser aceptado por el
grupo, para cubrir nuestras necesidades afectivas, como expone Encuentro
Matrimonial, para sentirnos amados y válidos por los demás.
En conclusión, si conseguimos comprender la sentencia
magistral de Buda que dice: “yo soy lo que mi pensamiento ha elaborado
sobre mí”[v],
habremos dado un paso de gigante hacia el
Encuentro conmigo mismo. Mientras creamos que nosotros somos algo tangible
dentro del Confinador, creado por y para dominar el medio ambiente del Confinador,
estaremos completamente atados a los límites establecidos por y para la vida en
el Confinador.
Comprender que “yo” soy una creación virtual
de mí mismo para desenvolverme en este mundo, pero que mi Yo Real está oculto,
es el primer paso para cruzar esa séptima puerta (o para cruzar el Ebro), única
que nos permitirá liberarnos del Confinador, la puerta hacia nuestro interior,
donde se oculta un Universo desconocido que es lo que se denomina “la Vida Interior”.
La puerta hacia nuestra Vida Interior nos
permite hacer, probablemente, el mayor de los descubrimientos sobre nosotros
mismos, que es descubrir realmente quiénes somos. Yo ni nadie lo puede explicar,
porque no es algo que se pueda leer por experiencia de un tercero, sino que
cada cual lo tiene que descubrir por sí mismo. Lo siento, no encontraremos
jamás un texto, un autor que nos diga “yo, tú soy, eres…” Eso o lo descubres
tú, o nadie lo hará por ti. Pero hecho este descubrimiento, se produce en
nosotros una transformación jamás imaginada, porque descubrimos que todo lo que
hasta entonces ha sido tan importante para nosotros, resulta ahora ser cosas
accesorias, atributos, habilidades, conocimientos, que están bien (incluso son
necesarias para el trajín de nuestro pequeño mundo, para ganarnos el pan de
cada día y colaborar al bien social con nuestro trabajo y pagar nuestros
impuestos), pero que son elementos secundarios de nuestra verdadera identidad.
Los orientales lo han tenido muy claro desde
la más remota antigüedad. Somos un espíritu dormido, oculto dentro de un soma
(cuerpo) que dispone de inteligencia y emociones, capaces de fabricar algo que
se denomina “yo”, imprescindible para los asuntos domésticos (para la vida
dentro del Confinador), pero que resulta ser el principal obstáculo para el
descubrimiento de la verdadera identidad del ser humano, la conciencia, el atman
(también llamada en Occidente, alma o espíritu).
La Vida
Interior es una revelación, un descubrimiento que se
produce en el momento en el que experimentamos a Dios dentro de nosotros.
Descubrir
tu propia vida interior es descubrir a Dios dentro de ti. Sin esa experiencia de Dios, no han ningún descubrimiento, más allá de
las ensoñaciones fruto de la imaginación. Nada más. Tu vida interior seguirá
oculta entre las elaboraciones de tu mente.
La Vida Interior es una experiencia que no se
consigue a fuerza de ritualidad, sino desde una presencia profunda de Dios
dentro de nosotros. Vida Interior es tomar realmente conciencia de Dios en
nosotros, en lo más íntimo de nuestro ser. Es sentirlo, notarlo, palparlo en
todo momento del día, desde cuando sale el Sol hasta el Ocaso. Pero el término
“sentirlo” no es el clásico del sentimiento emocional, sino el de “ser
consciente de que está aquí, en lo profundo”, aunque no sintamos emocionalmente
nada, aunque nuestras sensaciones emotivas crean que está ausente. Esto significa
“vivir lo que somos”, nuestra misma esencia con la divinidad a su Imagen y semejanza.
Saber quiénes somos realmente (conciencia,
alma, espíritu), es muy distinto que vivir lo que somos (conciencia, alma,
espíritu). Se podría comparar muy torpemente entre saber que existe la ciudad
de San Francisco, incluso verla en fotos o video, y otra muy diferente, viajar
hasta allí y caminar por sus calles, comer en sus terrazas y vivir el ambiente
de la Bahía.
Leyendo libros sobre espiritualidad y
asistiendo a cursillos y seminarios sobre el atman, se nos permite llegar a
saber que nuestra auténtica realidad es espiritual. Pero así leamos todo lo
escrito en este mundo sobre el tema, sólo llegaremos a a lo sumo, a saber que
existe.
Ser conscientes de que somos un alma confinada
en un soma inteligente ya es algo, porque antes de este descubrimiento,
viviremos en el engaño del creernos que somos “yo”, aunque ese yo sea poco, un
yo pero poco, “PocoYó”, como el muñequito infantil que está de moda, como nos
comentaba en un seminario Fidel Delgado[vi].
Tras él, podremos, si queremos, iniciar la incursión hacia nosotros mismos,
hasta descubrir que no somos sino inocentes muñecos de guiñol, tiernos
“PocoYó”, que nos creemos los reyes del mambo, sin saber que estamos unidos al
Todo que nos da la vida, como la mano está unida al resto del brazo y del
cuerpo; que no se mueve por sí sola, sino por los músculos que están en el antebrazo
del Creador. Y por las órdenes que proceden de Su Mente.
El descubrimiento de la Vida Interior se
describe por los que lo han experimentado, de diferentes formas, unos como un
camino hacia la cima de un monte (el Monte Carmelo), o un Castillo Interior con
siete moradas, en la alegoría descrita por Teresa de Jesús[vii].
En cualquier caso, se trata de vivir el espíritu, la vida espiritual, cuyos
secretos sólo sabemos confiarlos, en su caso y si supiéramos, a nuestra almohada.
El objetivo final de este proceso es la fusión
con algo absolutamente inconmensurable e inimaginable, hasta llegar a ser Uno
con Él. Es la unión íntima con Dios, con ese Dios que nos ha mostrado en propia
carne Jesús de Nazareth, así como los grandes maestros de la espiritualidad
universal y que han tratado de “explicar” los religiosos y al que hemos tratado
de acercarnos a base de rituales, hasta comprobar que somos su misma esencia,
lo que en términos de Filosofía perenne significa caer en la cuenta de que “Eso
eres tú”[viii].
Una vaga idea de lo que estamos diciendo, y
para los que se fíen de los psicólogos, está descrita en la curiosa y poco
conocida “Ventana de Johari”.[ix]
Joseph Luft y Harry Ingham han descrito el
escenario expuesto, acudiendo a un esquema que facilita la comprensión sobre
nuestras dificultades de conocernos a nosotros mismos y en nuestra relación
interpersonal con los demás, y especialmente con nuestra persona amada, en el
caso de la pareja. Consiste en una ventana con cuatro cuadrantes donde se
representan cuatro posibilidades. 1) – Superior izquierda- Lo que conozco yo
sobre mí y también conocen los demás (o el otro) Es el área libre. 2) –Inferior
izquierda- Lo que conozco yo de mí, pero el otro desconoce. Es el área oculta.
3) – Superior derecha- Lo que yo desconozco de mí, pero el/los otro/s ha/n
descubierto. Es el área ciega. Y 4), - Inferior derecha- Lo que ni yo ni el
otro conocemos sobre mí. Es el área desconocida. Si tomamos las cuatro áreas o
cuadrantes en sentido vertical (columnas) o en sentido horizontal (franjas),
las dos columnas representan el yo, y las dos franjas representan el grupo. Las
informaciones contenidas en dichas franjas y columnas no son estáticas, sino
que se desplazan de un cuadrante a otro, en la medida en que varían dentro del
grupo el grado de confianza recíproca y el intercambio de «feedback». Como resultado
de dicho movimiento, el tamaño y el formato de los respectivos cuadrantes
experimentarán otras tantas modificaciones en el interior de la ventana.
En la ventana, el área libre se califica como
el área conocida por ambos. En realidad, sería mucho más ajustado a la verdad
decir que es el área que creemos conocida por ambos. ¿Por qué? Pues porque lo
que percibimos tanto del otro, o de los demás como de mí mismo no es sino
información que nuestro pensamiento elabora para forjar un modelo, tanto de
nosotros mismos como del otro. Es decir, lo que el pensamiento elabora son
“patrones de comportamiento”.
La existencia de las otras tres áreas supone
un serio impedimento para el conocimiento personal y de los demás. Entre las
cuatro se estructura el patrón de comportamiento que constituye la respuesta
semiinconsciente de nuestro pensamiento ante la interacción con los demás.
En este concepto basa Encuentro
Matrimonial el conocimiento de uno mismo, en descubrir nuestro patrón de comportamiento,
expresado por la intencionada exageración de nuestra mejor virtud, con el fin
de lograr ser aceptados, valorados y amados por los demás, es decir, la
cobertura de nuestras necesidades afectivas.
Hasta tanto no logramos descubrir nuestra área
desconocida, nuestro horizonte interior, las prácticas religiosas no dejan de
ser ritos casi mágicos con los que nos sugestionamos de asegurarnos la
salvación o algo parecido, que no llegamos a saber bien en qué consiste, por
mucho que nos lo expliquen en misa y en las catequesis de niños y adultos.
“Fíat lux”. Hágase la luz, lo que supone
someterse a un giro absolutamente copernicano en nuestra vida… Y la luz se hace
cuando descubrimos a Dios en nosotros. Es el más importante descubrimiento que
un ser humano puede experimentar en su vida.
4. Mundos incompatibles
Esto de la incompatibilidad “Dios vs mundo”,
“o conmigo o contra mí”, creo que ha dado lugar a un radicalismo religioso
francamente demoledor, que se debe a la creencia a pies juntillas y de modo
literal en lo de la manzana del Paraíso terrenal. El odio al mundo y a la carne
(y al demonio, se entiende), ese aborrecer todo lo que viene de las vanidades
mundanas ha hecho de muchas personas auténticos escapistas frente a las
responsabilidades de convivencia, al retiro, a la clausura, a abrazar a María y
a despreciar a la pobre Marta, que se queda sola frente a las responsabilidades
de la casa. Y no olvidemos, como afirma Teresa de Jesús en un sorprendente
último capítulo de las Moradas del Castillo Interior, que “Marta y María han de
ser una sola y vivir juntas”, que María puede serlo porque antes fue la Marta
que lavó los pies del Maestro. Si hemos sido puestos en este mundo, en el Confinador,
será por algo.
19 Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo
suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo,
por eso os odia el mundo.
Jn
15, 16
La Iglesia católica creo que ha desarrollado
una auténtica paranoia respecto del mundo, de modo que para defenderse de él,
ha construido desde San Benito, todo un gran edificio eclesial, sacerdotal y
monacal, donde refugiarse de las acechanzas del maligno, que reina en este
mundo. Es la reacción lógica ante la relajación de la forma de vivir la fe,
para aquellos que se resisten a ese lento languidecer de la vida espiritual,
fruto de la desaparición de las amenazas externas (la Iglesia perseguida) y de
la difusión urbi et orbe de la fe católica, lo que hace que mundo y religión se
mezclen hasta formar como resultado una amorfa masa gris de lo que he repetido
tantas veces a lo largo del libro, una sociedad de católicos practicantes y no
practicantes (o sea, nada), emponzoñados por los atractivos del Confinador, es
decir, trigo y cizaña juntos. Así, la Iglesia de siempre se ha dividido en dos,
los elegidos, curas, frailes y monjas, y el rebaño de “llamados” pero no elegidos,
los seglares (o al menos eso nos parece). Como quiera que el mundo es un
desastre, el imperio de las tinieblas, la Iglesia se enroca en sus conventos,
templos y monasterios, y así “eclesiastiza” la fe, enfocándola y gravitándola
supuestamente en Cristo, pero un Cristo instalado en templos y monasterios.
Así, el 99% de los santos católicos, en toda la Historia, son curas, frailes y
monjas; y sólo de vez en cuando, sale algún santo despistado de entre la masa
de feligreses, demasiado contaminados por los vicios de este mundo. Porque con
este modelo, nada que esté fuera de las tapias del convento, nada que sea “profano:
fuera del templo”, está bien, pues está manipulado por el maligno.
Pero la incompatibilidad entre Dios y el mundo
no es efectiva, sino afectiva. Es decir, afirmar que este mundo es incompatible
con Dios, es afirmar que la Creación, donde se desarrolla la vida del mundo
(dónde si no), es incompatible con Dios. A mí me parece un dislate, pues la
vida en la Tierra deja de tener sentido. Pero si cambiamos efectividad, por
afectividad, por apegos a las cosas de este mundo, entonces todo cobra un nuevo
significado. Es el apego a los trajines de este mundo lo que nos separa, nos
impide volar y despertar nuestra alma dormida. Y así…
5. Todo está bien
Un Navajo dice:
“Lo que es, es”.
Un danzante del sol sioux dice:
“Ho-Hecatu-yelo” (Así es como ha de
ser).
El tambor de sanación
(Op. Cit)
¿Pero qué pasa si en realidad todo está bien? ¿Qué pasa si lo que
sucede, cómo es este mundo, entra completamente dentro de los planes del
Creador, aunque nos parezca que tenemos que luchar denodadamente contra todo y
contra todos, porque todo está mal, porque esto es una mala noche en una mala
posada? Es nuestra percepción intelectual y errónea de la vida lo que ha hecho
de este mundo un estercolero. Es nuestra falta de fe lo que nos coloca unas
gafas que distorsionan y envuelven en una bruma la acción de Dios, y nos hacen
percibir la realidad de este mundo como efectivamente negativa. Vuelvo a lo de
la manzana puñetera, que nos ha convencido
como cuento leído a tiernos infantes antes de dormir, de que tras una
Creación que le salió “niquelada” al Creador, pues vio que todo era muy bueno,
en el último momento va la demoníaca serpiente y logra amargarle la fiesta del
séptimo día introduciendo el mal en el mundo, y obligándole a hacer un apaño
mesiánico para salvarnos de nuestras desgracias. Más allá de las
interpretaciones doctrinales y oficiales de las Escrituras, lo que el hombre de
la calle puede entender es que al Creador sus criaturas más perfectas le salieron
al final con un defecto de fábrica que no estaba previsto, por culpa de un
súbito enemigo que le surgió sin venir a cuento.
A lo que íbamos; en este proceso evolutivo, el
alma experimenta un proceso muy curioso. Lo llamaríamos en sentido figurado de
levitación, como de disminución de la densidad, hasta el punto de que la luz
pueda pasar con más facilidad, y el peso sea tan liviano que pueda literalmente
levitar, separarse del suelo. Tanto más leve se vuelve el alma, cuanto menos
interviene el pensamiento en un estado que, cada vez más exento de juicios y
prejuicios, se asemeja a una contemplación pura de todo lo que sucede en
nuestra Vida Interior y también exterior.
En sentido contrario, la involución espiritual
es un proceso de “densificación”, de solidificación, de aumento de la densidad,
del peso, de la opacidad de la consciencia. Tanto más densa, tanto más espesa
se vuelve la consciencia, cuanto más interviene el pensamiento en el estado de
contemplación. Y tanto más opaca cuanto menos deja pasar la luz, y más
distorsionada se vuelven las formas, hasta que quedan bloqueadas completamente.
Es lo que determinadas escuelas de pensamiento cristiano denominan “la nube del
desconocer”, la que se genera al pretender utilizar exclusivamente la
inteligencia mental para comprender los misterios de la existencia. Porque el
conocimiento humano es desconocimiento espiritual.
Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué
oscuridad habrá! (Mt 6. 23)
En oscuridad, Dios está en nosotros, pero la
densidad del alma no nos deja contemplarlo, y en su defecto, nos imaginamos
cosas, incluso bienintencionadas, escritas en los libros de teología, si cabe.
Pero “eso” no es Dios.
Estamos perdidos.
La gran barrera a superar es pues dar un giro
copernicano a nuestra percepción de la Realidad, pasar de considerar esta vida
como la Real, para aceptarla como nuestro simulador de aprendizaje, el Confinador
en el que se nos ha situado para “aprender
a ser”, y pasar de considerar la Vida Interior como una ensoñación, para
tomar consciencia de que es lo Real de nuestra existencia. Sin traumas, sin
decepciones, sin rencor hacia los que no han sabido enseñarnos el Camino. Porque
hay que reconocer que es muy complicado explicar todo esto si no se vive, si no
se experimenta.
Hay una palabra que define y determina la
actitud de la persona cuando se da cuenta, toma conciencia del camino que ha de
tomar para liberarse de los confines del Confinador. Se llama “Oración”.
6. Oración
El fruto del silencio es la oración.
El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del
amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.
Teresa
del Calcuta
El proceso que conduce hacia la Luz, hacia que
la Luz sea, “Fíat Lux”, es el camino de la Oración.
La Oración es la actitud que permite al alma,
al espíritu despertar y ponerse en comunicación con Dios. Es la base, la clave
de la Vía Directa. Así como es la base, la clave de la Vida Interior. Decir
Vida Interior es decir Oración. Y hablar de Oración es hablar de Vida Interior.
No existe la una sin la otra. Sin Oración no existe relación alguna con Dios,
todos los canales están cerrados. Sin Oración, sólo existe lo que sucede dentro
del Confinador. Por eso, el camino que conduce hacia Dios, hacia la Divina
Realidad es el camino de la Oración. Aunque en realidad no hay tal camino, sino
que lo que se produce no es otra cosa que la apertura de puertas, de telones
que nos permiten descubrir lo que existe delante de nuestras narices, y que no
hemos tenido conciencia hasta ahora. La alegoría del Castillo Interior de
Teresa de Jesús, obedece más fielmente a la realidad del proceso que
experimenta la persona, porque no hay que ir a ninguna parte, aunque como símil
sea útil, sino que hay que descubrir los secretos de nuestra propia casa, de
nuestro propio Palacio, donde Dios habita, y nosotros no teníamos noticia.
Y ahora viene un tema de profunda confusión. La
inmensa mayoría de los creyentes, el común de las gentes, confunde
lastimosamente rezar con orar, la Oración con los rezos. Según esta penosa
confusión, asimilan orar a sólo rezar un rosario, una jaculatoria, una novena o
leer laudes o ir a misa. El error, el tremendo error no es que crean que esto
es orar (que lo es, eso sí, según y cómo), sino que la Oración comienza y
termina (sobre todo “termina”) con estas prácticas religiosas. El error es
creer que la Oración es exclusivamente “ritualismo”. El error es creer que con
frecuentar los sacramentos hemos cumplido, como si el simple hecho de recibir
la sagrada forma o confesar los pecados tuviera un efecto mágico, y las frases absolutorias
del cura tuvieran el efecto similar al
de un conjuro. Lo del propósito de la enmienda, como cualquier frase hecha
termina siendo eso, una frase hecha, sin valor postal.
Cuidado. Lejos de mí subestimar la
religiosidad de las gentes. A lo que me refiero es al hecho de que parece como
si los pastores de la Iglesia actuaran
respecto al estímulo de las prácticas religiosas de carácter ritual como sí la
vida de fe se centrara casi exclusivamente en estas prácticas y concentraran en
los creyentes el interés casi exclusivo en la ritualidad, como si sólo ella
tuviera los efectos suficientes y necesarios como para “garantizar la
salvación”, que parece que de eso va el empeño.
Según el Bhagavad Gita[x],
el culto exotérico (que ven los demás), encierra un oculto deseo de éxito
mundano en quien lo practica (para ser visto y admirado por su piedad). Nadie
ve al que ora en su estancia a solas (por lo que no puede ser admirado), pero
todo el mundo ve el que va al frente de las procesiones y participa en las
solemnidades ocupando los primeros puestos (y puede serlo). Sigue diciendo el Bhagavad
Gita, que hay cuatro tipos de adoradores de Dios a saber: el cansado del mundo,
el que busca conocimiento, el que busca felicidad y el hombre que alcanza el
discernimiento espiritual. Este último es el mejor, porque no está embotado por
deseos mundanos (que los demás tienen).
La práctica constante de ritos sacramentales
con fe y devoción producen en la persona efectos duraderos en algo que no es ni
su mente ni su cerebro, como un vórtice que comunica con una realidad
inmaterial “allá fuera” (o “allá dentro”), distinto de algo generado por la
propia imaginación y por algo que responde a las plegarias. Se puede pensar en
los devas[xi], o dioses locales que centran la fe de las gentes sencillas.
También se confunde frecuentemente la Oración
con la petición de favores a Dios y a toda la corte celestial. Cierto es que
los humanos somos seres muy necesitados de casi todo, pero partiendo de esta
realidad, hemos centrado nuestras peticiones a Dios en aquello que son nuestros
deseos de que las cosas nos salgan bien, como vimos al tratar el tema de los
fracasos.
Es necesario “desaprender” cautelarmente y por
un momento, todo lo aprendido en la catequesis, desmitificar los mitos
enseñados, para conseguir desplazar el centro de gravedad de nuestra vida
religiosa, de los mitos, creencias y prácticas rituales, las católicas
incluidas (herencia ancestral de ritos
atávicos que se pierden en la noche de los tiempos), para centrarse en la
“espiritualidad”, que es simple y llanamente la vía directa de la relación
del ser humano con la Divina Realidad.
Lo primero que uno descubre al comenzar a
hacer realmente Oración es que intuye que orar,
lejos de ser una práctica religiosa más, tiende a convertirse en una actitud ante Dios y ante la propia vida;
que orar, además de suponer un tiempo necesariamente limitado de recogimiento
interior, tiende a ser un estado anímico, espiritual de Presencia de Dios, que
tiende a ser permanente y constante, hagas lo que hagas. Dios pasa de ser
alguien a quien pedir cosas en el contexto de un rito religioso, a una
Presencia inexplicable en cada vez más tiempo de la propia vida habitual y
cotidiana. Dios pasa a ser Alguien que precisa un momento solemne para ponernos
en su presencia, a “Algo” que comienza a inundar todos los rincones de nuestra
vida, además de hacerle presente comunitariamente en las solemnidades.
En otras palabras, no tienes que ir a misa
para hacer presente a Dios en tu vida, sino que, por tener presente a Dios en
tu vida, tienes la necesidad de participar con la comunidad en ese momento
sagrado que es la Eucaristía, donde Él se hace presente en medio de todos; lo
cual te da fuerzas para seguir cultivando personalmente esa presencia mediante
el espíritu de Oración personal, constante. Es lo del huevo y la gallina. Nadie
se pone de acuerdo, porque los dos son necesarios. Si pudiera explicar esto en
términos sistémicos, la cosa va de la generación de un bucle reforzador donde
espiritualidad y ritualidad se refuerzan mutuamente; pero la una sin la otra se
agotan en sí mismas.
Uno de los puntos de más confusión respecto de
la Oración es su relación o no con la meditación oriental. Para aclarar esto,
transcribo literalmente un párrafo del libro de Alice Bailey, “Del intelecto a
la intuición”[xii].
Consideradas correctas
las teorías delineadas en los capítulos precedentes, será útil establecer con
claridad la meta definitiva que persigue el hombre culto cuando empieza a
practicar la meditación y diferenciar entre la meditación y lo que el cristiano
llama plegaria. Es esencial tener una idea clara de estos puntos, si queremos
progresar en forma práctica, pues la tarea del investigador es ardua; necesita
algo más que un entusiasmo pasajero y un esfuerzo momentáneo, para dominar esta
ciencia y aplicar eficazmente su técnica. Vamos a considerar primeramente el
último de los dos puntos mencionados y compararemos los métodos de la plegaria
y de la meditación. La Oración puede describirse, quizás, con los versos de J.
Montgomery:
Plegaria es el sincero
deseo del alma,
expresado o
inexpresado,
el movimiento del
fuego oculto,
que se estremece en el
pecho.
Expone la idea del
deseo y del requerimiento; la fuente del deseo es el corazón. Pero debe tenerse
en cuenta que el deseo del corazón puede ser la adquisición de algo que la
personalidad ambiciona, o las posesiones trascendentales y celestiales que el
alma anhela. Sea lo que fuere, la idea básica es demandar lo que se desea, y
así entra el factor anticipación, y también algo se adquiere finalmente, si la
fe del peticionante es suficientemente intensa.
La meditación difiere
de la Oración en que es, ante todo, una orientación de la mente, orientación
que produce comprensión y reconocimiento, y se convierten en conocimiento
formulado. Existe una gran confusión en la mayoría de las personas sobre esta
diferencia. Bianco de Siena hablaba realmente de meditación, cuando dijo:
"¿Qué es la Oración, sino la elevación de la mente directamente a
Dios?".
Las personas
polarizadas en su naturaleza de deseos, siendo predominantemente de tendencia
mística, demandan lo que necesitan, se esfuerzan por adquirir en la plegaria
virtudes largo tiempo anheladas; ruegan a la Deidad que los escuche y mitigue
sus dificultades; interceden por sus seres queridos y quienes los rodean;
importunan a los cielos por las posesiones materiales o espirituales, que
consideran esenciales para su felicidad. Aspiran y ansían cualidades, circunstancias
y factores condicionantes, que simplifiquen sus vidas o los liberen, para alcanzar
lo que creen ser la libertad para una mayor utilidad; agonizan orando, para
obtener alivio en sus enfermedades y padecimientos, y tratan de que Dios
responda a su demanda mediante alguna revelación. Pero este pedir, demandar y
esperar, son las principales características de la Oración, predominando el deseo
e implicando el corazón. La naturaleza emocional y la parte sensoria del hombre
busca lo que necesita, y el campo de las necesidades es grande y real; el
acercamiento se hace por medio del corazón.
Lo antedicho contiene
cuatro tipos de plegaria:
1. Para beneficios
materiales y ayuda.
2. Para virtudes y
cualidades del carácter.
3. Para otros, es
decir, Oración intercesora.
4. Para iluminación y
comprensión divinas.
Se observará en el
análisis de estos cuatro tipos de plegaria, que todos tienen su raíz en la
naturaleza de deseos, y el cuarto lleva al aspirante a un punto donde puede
terminar la Oración y comenzar la meditación. Séneca debió haber comprendido
esto cuando dijo: "La Oración no es necesaria, salvo para pedir por un
buen estado de la mente y por la salud (plenitud) del alma."
La práctica cristiana de la Oración como rezo,
como plegaria, le ha arrebatado el auténtico y profundo sentido que es la
simple presencia del alma ante Dios, en silencio. Es por eso, que el auténtico
significado de la Oración, como vía directa hacia Dios, no está en la Oración
como plegaria, como súplica, destinada a satisfacer nuestros propios deseos,
sino en la Oración de silencio, de quietud, de contemplación, destinada a
simplemente pedirle a Dios, “hágase tu voluntad”, que es el objetivo final del
camino de perfección expuesto magistralmente por nuestros místicos cristianos.
En resumen, orar es una actitud, y no una acción, que manifiesta nuestra propia
identidad, íntimamente fusionada con la divinidad, en silencio.
La experiencia dice y confirma que en todo
este proceso hay dos fases críticas, que condicionan absolutamente que la persona
pueda entrar por la “senda estrecha” del camino interior, o se quede merodeando
los arrabales del Castillo Interior.
La primera fase, en realidad es un instante,
un momento en el que “caemos en la cuenta”, “somos conscientes”, “tomamos
conciencia” de qué va esto. Es ser conscientes de “la situación”, del verdadero
sentido de la vida, y el descubrimiento de la Vida Interior, del Camino, de la
Vía directa hacia Dios. La tradición cristiana la ha denominado habitualmente “la llamada”. Es lo que afirma Jesús de
que “somos llamados”. La segunda parte de la frase es inquietante, porque dice
“pero pocos los elegidos”. Según este aserto, Dios nos llama, nos llama en repetidas
ocasiones, pero nuestra respuesta es bastante escasa. Es decir, la vida nos
está dando permanentes signos de que “hay algo más allá” de lo que ven nuestros
ojos, de lo que nos alcanza la vista y comprende o intuye nuestro pensamiento,
nuestra mente. Pero resulta que nuestro acomodo en este mundo hace que estemos
tan atareados, que nuestra atención -permanentemente ocupada con asuntos “tan
importantes” como sacar adelante nuestro trabajo o seguir la evolución de la
Bolsa, cómo vamos a pagar la hipoteca del piso, la enfermedad de los abuelos,
las noticias siempre preocupantes del periódico, el desarrollo de la liga de fútbol
o a dónde iremos de vacaciones este año-, nos impide ver otra cosa que no sean
nuestras cuitas.
Es un problema de actitud de escucha. ¿Por qué
unas personas sienten esta necesidad de búsqueda más allá de las cosas, aunque
no sepan cómo ni por qué, y otras, la mayoría, están tristemente afincadas en
su pequeño mundo, con sus alegrías y penas, con sus problemas y conflictos y
con sus momentos de disfrute? Es un misterio que en muchas ocasiones la vida
resuelve de un modo súbito. Cuántos santos han tenido una vida anterior
disoluta, llena de vanidades y en un “momento” dado, “han tomado conciencia” de
“la situación”, de lo que es la vida; y esto a causa de un accidente, una
enfermedad muy grave, un trauma psicológico, etc. Algunos de ellos, como Santo
Tomás de Aquino, parece que así le pasó. Tantos años escribiendo la Summa
Teológica, para en un instante, recibir una iluminación que le hizo comprender
realmente de qué iba esto de la Vida, y con ello comprender las toneladas de papel
que se podría haber ahorrado[xiii].
Es un misterio por qué a unas personas le
ocurre este cambio radical y a otras no. Yo creo que sólo Dios lo sabe. Y no
creo que Dios nos discrimine a unos de otros. La respuesta a la “elección”,
depende de nuestra particular actitud ante la vida. Y por experiencia, se puede
afirmar que el cambio no consiste en comenzar a ir a misa, cuando antes se
estaba alejado. Muchísima gente está cómodamente afincada en sus prácticas
religiosas, acordes con los mandamientos eclesiásticos, sin ser conscientes de
qué están haciendo.
Este cambio radical es como el acto de cruzar
un umbral, una puerta. No está en nosotros entrar por la Puerta, o iniciar el
camino. Pero sí está el desearlo, el está predispuesto. El único esfuerzo que
se nos pide es el de predisposición, querer, desear abrirnos al Eterno.
Consuelo Martín ilustra esta situación con el ejemplo de los monjes tibetanos,
en los que se le obliga a los postulantes a monjes a esperar un indeterminado
tiempo delante de la puerta cerrada del lamasterio, hasta que, una vez probada
su paciencia, se abre.
Así, comenzamos a profundizar en los senderos
de la vida interior, y ciertamente avanzamos, hasta que nos situamos delante de
una puerta cerrada, de una barrera. Es el reto de la vida contemplativa, saber
esperar y resistir las inclemencias de la espera. Porque todo consiste en un
reforzamiento de la voluntad de amar.
No intentemos abrir la puerta. Se abre por
dentro, en un momento en el que nuestro espíritu está maduro y fortalecido para
la siguiente etapa de nuestro camino.
El paradigma de la paciencia se demuestra al
darnos cuenta de que nuestro yo no tiene nada que hacer en el proceso de la
Sabiduría.
Lo que nos detiene en la Puerta es la lucha de
nuestro “yo” por prevalecer. Estamos perdidos si cedemos. Porque la Puerta no
la abre “yo”. La abre mi verdadera identidad, la que trasciende el tiempo y el
espacio y está encapsulada en nuestro pequeño ser terrenal. Se abre cuando dejo
de creer lo que he creído que soy.
La cerradura de la Puerta se denomina, una vez
más, “pensamiento”.
Mientras crea que soy lo que pienso, la Puerta
estará cerrada.
El pensamiento no es vencido a la primera,
plantea batalla hasta el mismo día de nuestra muerte, aunque nada que ver de la
situación al principio que la del final, lógicamente. Es una fábrica de
dividir; hace añicos lo que pilla, porque todo lo analiza, lo escudriña
mientras soñamos despiertos.
El pensamiento nos mantiene distraídos. Cuando
cesa, experimentamos una extraña sensación de vacío, en medio de ninguna parte.
Hay que entender que de una forma u otra, mientras estamos en estado de vigilia
fisiológica y psicológica, el pensamiento es el rey y señor de nuestra
conciencia. Quitarle de en medio para dar paso a simplemente “nada”, supone
experimentar una sensación muy extraña, e incluso hasta desagradable. Es un “no
tener dónde reclinar la cabeza”, dónde fijar nuestra atención.
Esta sensación es un poco como la que
experimentó Pedro al tratar de caminar sobre las aguas:
27 Pero al instante les habló Jesús diciendo:
«¡Animo!, que soy yo; no temáis.» 28 Pedro le respondió: «Señor, si
eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» 29 «¡Ven!», le dijo.
Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. 30
Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a
hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Mt 14, 27-30
Una vez abierta la Puerta, la segunda fase es
simplemente toda tu vida. Porque con esa toma de conciencia, lo que haces es
descubrir que existe una senda que te conduce a tus más recónditas simas
internas, o darte media vuelta y en vez de mirar de murallas para fuera, coge y
te das cuenta de que habitas en un imponente castillo con una alta torre del
homenaje en el centro, y una vía que conduce a tus moradas interiores. A partir
de entonces, todo consiste en empezar a caminar hacia dentro por esa senda
estrecha, o en empezar a subir y pasar de una estancia a otra, de una morada a
otra, camino de la torre del homenaje. Pon el símil que quieras. Lo único
cierto es que la segunda fase supone emplear lo que te queda de vida, en abrir
tu alma a la Divina Realidad.
En esta segunda fase, que supone lo que te
queda de vida, Larrañaga explica cómo a la actitud de Oración le sucede lo que
podríamos llamar respuesta reforzadora, tanto en sentido positivo como
negativo. Cuanto más se ora, tanto más se necesita orar, pero cuanto menos se
ora, también se le termina por verle sentido y necesidad a la Oración Op. Cit-8. Desplazado Dios de nuestra
vida, termina por hacerse realidad la expresión de Nietzsche “Dios ha muerto”.
Dios muere, pero nacen monstruos tales como el absurdo, la nausea, la angustia
y la soledad.
7. Mindfulness
El término mindfulness (y sus relacionados:
awareness y consciuosness) no tiene una traducción exacta al español. Puede
definirse como una atención y conciencia plena del momento presente. Es
decir, se trata de centrarse de un modo activo y reflexivo en el aquí y el
ahora, en contraposición a la fantasía o el soñar despierto. El mindfulness es
una filosofía de vida procedente del budismo Zen. Es el ideal Zen de vivir en
el momento presente[xiv].
Este concepto ha sido adoptado por las psicoterapias de última generación, tales
como la terapia de aceptación y compromiso, la terapia de conducta dialéctica,
o la psicoterapia analítica funcional. Los psicólogos neurobiólogos están que
alucinan en colores con este nuevo campo.
Esto de adoptar términos foráneos para lo que
en terminología cristiana es “la llamada” y “la respuesta” tiene en la
actualidad un calado tremendo y sobre todo, un serio toque de atención a los
líderes religiosos cristianos.
La Psicología moderna está virando a estribor,
hacia el Este, muy rápidamente, tomándose bastante en serio las técnicas de
meditación trascendental procedentes de Oriente, pues está comprobando que como
terapia de tantos y tantos males y neuras de nuestra enloquecida sociedad
contemporánea, las técnicas budistas, taoístas y Zen son bastante efectivas.
Sólo basta con echar una ojeada a la literatura científica para ver la gran cantidad
de técnicas de relajación y concentración, importadas de Oriente, que la
Psicología y la Medicina moderna está comenzando a adoptar. Acupuntura, Reiki, programación
neurolingüística, control mental (método Silva), medicina energética basada en
el sistema de chakras, meditación transcendental, Yoga, Tai Chí, etc., y tantas
y tantas otras están inundando las consultas de los terapeutas y todo tipo de
“–ólogos”.
En general, todas ellas, unas en mayor medida,
otras en menos, van orientadas hacia algo fundamental, “el silencio interior”. Es en el silencio interior, en el sosiego,
con la mente quieta, callada, cuando el espíritu puede despertar y “tomar
conciencia de sí mismo”. Es el silencio interior el que puede lograr el estado
de “mindfulness”, de “conciencia plena”, de “meditación vipassana” (insight meditation)[xv].
Es en este estado en el que la persona es capaz de dar el gran salto y optar o
no por entrar en la “vía directa” hacia… ¿?
¿Hacia dónde? Este es el segundo gran momento,
la segunda fase, saber a dónde te vas a dirigir. Aquí está el problema de las
técnicas importadas de Oriente y adaptadas a Occidente. Para un Oriental el
tema está claro, porque en los sistemas de pensamiento y religiosos de Oriente,
el Zen, el Budismo, el Tao, el Vedanta advaita, etc, lo que en terminología de
la Filosofía perenne se denomina la Divina Realidad o la Divina Base está
presente en todo este proceso de perfección espiritual. Pero en el Occidente
profano, estas técnicas se aplican, no para caminar hacia Dios, sino como
terapia mental, para sosegar una psique completamente trastornada por las
presiones de la vida diaria. Y prueba de ello es que estas técnicas, estos
métodos de relajación mental, están a día de hoy llenando las páginas de las
revistas de “salud y belleza”, compartiendo tirada editorial con dietas de
adelgazamiento, fitness y mejunjes para mantener el cutis terso y radiante.
Cuando uno lee artículos, tanto científicos
como de consumo sobre estas técnicas, todas absolutamente están enfocadas a
mejorar el dominio de uno mismo, la autoestima, el autocontrol mental y
espiritual, al tratamiento de neuras y del estrés. Más allá no parece haber
nada, y desde luego, ni rastro de la Divina Realidad. Dios, en Occidente parece
estar encorsetado en los ritos religiosos, es cosa de los curas, que para eso
tienen estudios, y de ahí no hay quien le saque, porque no le dejan.
La razón es bien simple. En Occidente, una
sociedad desacralizada y completamente secular, la idea de Dios que está fijada
en las mentes y en los corazones de las gentes está completamente identificada
con los curas y los obispos, un código moral muy restrictivo, a riesgo de penas
infernales y con la ritualidad de unas prácticas religiosas que siendo
expresión de lo sublime, hemos conseguido convertirlas con nuestra tibieza (la
nuestra y la de los curas) en rituales bastante aburridos; es decir, con una
religión en palabras del teólogo alemán H. Kaufmann, “eclesiastizada”[xvi].
Meter a Dios en la vida de la gente supone el royo de tener que ir a misa, rezar
el rosario y confesar al cura pecados vergonzantes. “Pues va a ser que no”,
empieza a decir la gente; es preferible optar por vías alternativas que incluso
“molan” y dan un aire exótico a nuestra vida… yoga, Reiki, control mental, chakras,
etc.
Y es que por mucho que intentemos, el Budismo,
el Zen y el Tao están biunívocamente ligados a una visión de la vida propia de
los orientales. Y nosotros, modernos urbanitas occidentales del Siglo XXI, por
mucho que lo intentemos, es bastante difícil que cambiemos de mentalidad por el
hecho de practicar técnicas de pranayama, pongo por caso. No suele haber
conversiones en un occidental al Budismo o al Tao (salvo honrosas excepciones, y
alguien diría que se dan más conversiones de lo que parece), sólo hay prácticas
de técnicas orientadas a resolver nuestros desatinos mentales. Es pasar de la
Fluoxetina o la Paroxetina, al Tai chi o el yoga, a ver si hay suerte, y duermo
por las noches sin tener que acudir las benzodiacepinas.
Occidente destroza, con su mentalidad estrictamente
material y pragmática, todo lo que toca. Es bastante difícil que la
civilización que ha metido al Planeta en dos guerras mundiales, creado el
Primer Mundo, y colaborado decididamente en el Tercero, la revolución
industrial y la economía neoclásica, basada en la ambición sin tasa, de pronto
se vuelva espiritual y transcendente.
Dicho esto, con todas las críticas a Occidente
y con todos mis respetos por religiones y filosofías orientales bastante más
antiguas que el cristianismo, y que tienen una base de verdad asombrosa en todo
lo espiritual, y que junto con la mística cristiana y el sufí islámico constituyen
la base de la Filosofía perenne, vamos a volver a adentrarnos en las
profundidades de una palabra que resume la esencia de la Vida Interior del ser
humano, el espíritu de “Oración”.
La Oración
es la actitud de una persona que ha logrado por fin, tomar “plena conciencia de sí mismo”. No es un tiempo para rezar, ni un rosario, ni una misa, ni una
novena. La Oración es simplemente la
actitud contemplativa de la Vida.
8. De pronto todo tiene sentido
Y, ¡oh prodigio! Cuando se vive en actitud de Oración,
resulta que la misa, los sacramentos y el rosario, alcanzan pleno sentido y
significado, tanto personal como comunitario. Mientras tanto, literalmente, son
sólo ritos, una rutina que llega a aburrir hasta a las vacas, al extremo de
perder todo su significado. Por eso la gente abandona la práctica religiosa,
porque es como tomar sirope de chocolate sin helado, o aceite de oliva, por muy
virgen que sea, sin ensalada.
Si un cura lee estas frases, y en general este
libro, le rogaría se lo pensara dos veces antes de abrirme un expediente
canónico de excomunión, porque como dijo una vez Karl Rahner, “El cristiano del mañana, será un místico,
uno que ha “experimentado algo”, o ya no será nada”… Y yo continúo, “por
muchas misas que oiga y muchos rosarios que rece”. Le rogaría además por un
momento, que se cuestionara, junto con sus compañeros de Orden, por qué mucha
gente piensa así de las prácticas religiosas. Sé de sobra que ellos no pueden
equivocarse en los planteamientos religiosos, y que los feligreses siempre
estaremos equivocados, porque no tenemos estudios eclesiásticos, pero antes de
condenar este libro a la hoguera, por favor, que reflexionen sólo por un
instante las razones de este malestar social, causante de un abandono masivo de
la fe católica durante décadas.
Estas veladas críticas a la religión oficial
no son exclusivas de cristianos heterodoxos como yo. A lo largo de la Historia,
los místicos cristianos se han tenido que enfrentar con las autoridades
eclesiásticas por acusaciones parecidas. Casos como los de Meister Eckhart, Francisco
de Asís, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Francisco de Osuna, Juan de Ávila,
Françoise Fenelon o William Law (místico anglicano) son ejemplos de místicos
que la tuvieron parda con los tribunales eclesiásticos por salirse del tiesto y
afirmar estar experimentando “la vía directa hacia Dios”, ante la mirada y
oídos perplejos de jueces y confesores.
No creo que a las autoridades anglicanas les
gustara esta afirmación de William Law[xvii]:
La
mayor parte de la Humanidad –mejor dicho, de los cristianos-, se puede decir
que está dormida, pudiendo la forma particular de vida que abarca la mente, los
pensamientos y acciones de cada ser humano, ser llamada “sus sueños
particulares” Semejante nivel de vanidad es visible por igual en cualquier
forma de orden de vida. Todos, el erudito y el ignorante, el rico y el pobre,
se encuentran en el mismo estado de somnolencia y sopor, con la única diferencia
de que cada cual deja pasar su corta vida en un tipo distinto de sueño. Somos extraños
para el Cielo, y estamos sin Dios en el mundo, porque nos hemos vaciado del
“Espíritu de Oración” que es lo único que puede abrirnos el Cielo. La religión podrá tener muchos moldes y
figuras, pero no servirá de mucho si no es entrega a la Acción de Dios
uno-trino y santo, que vive dentro del alma y tiene en ella su morada.
William Law.
La práctica religiosa vivida desde la
ensoñación de nuestros sueños particulares, dentro de los límites del Confinador
vital, no deja de ser una más de nuestras ensoñaciones, por muy practicantes
que seamos, y por muy contentos que tengamos a los curas acudiendo a misa los
domingos.
“Fíat lux”. Hágase la luz, supone someterse al
proceso de “iluminación”. Es un proceso que tiene bastante de “mindfulness”,
pero que va mucho más allá.
El planteamiento de la vida espiritual es
diametralmente opuesto a lo que se nos enseña en este mundo. Según nuestras
capacidades cognitivas, la vida presente, la de todos los días, con sus
problemas y sus alegrías, es la verdadera; y si no, que alguien nos diga que un
requerimiento de Hacienda no es verdadero, o un expediente de regulación de
empleo que nos deja en la calle no es verdadero, o el accidente de moto de
nuestro hijo no es verdadero… Sin embargo, las creencias de la gente, las
promesas del Paraíso, y demás temas relacionados con el más allá ¿quién ha
estado allí para decir que son ciertas? Pues dicho esto, y siendo evidente lo
tangible de la vida material y lo intangible de la vida sutil e inmaterial,
como poco impresiona de presuntuoso afirmar, justamente lo contrario, que lo
real es lo espiritual, que nadie ve, y lo irreal es lo material, que todo el
mundo ve y experimenta. Y sin embargo, la condición sinequanon para abordar la Vida
Interior, es justamente negar la mayor de la realidad material, para aceptar la
realidad de lo intangible; aceptar, tanto lo transitorio de esta vida, como lo
eterno de la otra, que no es “la otra”, sino auténticamente la nuestra.
Así, nuestra vida en este mundo hemos de
tomarla como una ensoñación. En ese sueño se elabora una espectacular
tragicomedia que es el argumento de nuestros días.
Igual que cuando despertamos del descanso
nocturno, permanecemos durante unos instantes en un duermevela que no sabemos
dónde estamos, qué día de la semana es, y si lo que pensamos es real o forma
parte del sueño que acabamos de imaginar; de igual forma, la persona que trata
de abrir los ojos a lo Real, a lo trascendente, comienza por no saber si lo que
fluye por su interior sigue formando parte del sueño de este mundo, o pudiera
tratarse ya de los primeros rayos de lucidez. Es el estado crepuscular entre el
Cielo y la Tierra.
Cuando dejamos que la Luz ilumine nuestros
ojos, nos “damos cuenta” que Dios está ahí, delante de nosotros, dando sentido
a todo lo que sucede, de modo tal que sólo nos queda rendirnos a la evidencia
de que se manifiesta en todo lo que sucede. Ya no hay sucesos buenos o malos,
positivos o negativos, sólo existe la manifestación de Dios en nuestra vida, y
no nos queda otra que “amar lo que es”[xviii],
porque lo que sucede no es ni más ni menos que su voluntad. Pero no en el
sentido de que Él diga “ahora voy a hacer esto y luego aquello”; no es un manipulador
de marionetas que las mueve a su antojo. Simplemente las cosas, los sucesos que
acontecen en el Confinador, forman parte de la Creación.
Pero para llegar a alcanzar este nivel de
comprensión, de “mindfulness”, el primer paso para comenzar el proceso de despertar
a lo Eterno es “ser conscientes” de que no somos nada de lo que creíamos ser.
9. El sendero de la verdad
Todo lo que creíamos ser, hombre, mujer,
marido, esposa, hijo, médico, fontanero, ama de casa, presidente del Gobierno,
etc., nos lo hemos forjado a lo largo de nuestra vida, estudiando, aprendiendo
y luchando denodadamente.
“Si no
os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”
Un niño no es nada de lo que con los años
aprende a creerse que es. Es simplemente una promesa. Pues esta es la base de
la Vida Interior. No soy nada de lo que creo ser.
Hay que renunciar a todo este bagaje de
deseos, por muy honesto y bien intencionado que pueda parecernos, porque
suponen una seria interferencia entre nosotros y Él, la Divina realidad.
El
estado de Oración, que nos introduce en el sendero de la Vida Interior,
desemboca en la simple Contemplación de Dios tanto interior como a través de
todo lo que sucede. Es el estado del alma en el que
ella ha sabido despojarse de su naturaleza terrenal, aunque siga viviendo en la
Tierra, para dejar paso a su Creador, para, unida a Él, vivir por Él y para Él.
Haciendo un símil paisajístico, el camino de
la contemplación supone iniciar la ascensión desde nuestro valle hasta la cumbre
la una alta montaña, y desde allí contemplar la inmensidad del Océano de Dios.
Bienaventurado el que permite que Él le guíe
hasta la cima del monte y Ver el Océano.
Sin pretender salir con el pensamiento a
ninguna parte, la Contemplación es un estado que surge por sí solo. Es como una
Gracia, una inspiración; simplemente viene, sin hacer nada.
Sin embargo, paradójicamente supone más
trabajo dejar de hacer que hacer.
De las muchas formas de ejemplificar el
proceso de iluminación, recomiendo encarecidamente la lectura del libro de
Robert Fisher[xix],
El caballero de la armadura oxidada. Es la historia de todos nosotros. Y su
camino para liberarse de ella es, inexorablemente, nuestro camino. Somos
caballeros embutidos en armaduras que no nos quitamos ni para dormir, de modo
que al mirarnos al espejo, lo que vemos es la visera del casco, que no podemos
ya ni levantar, porque las bisagras están tan oxidadas, que ya no se pueden
mover.
El primer paso que el caballero dio, al darse
cuenta de que tras pasarse la vida “desfaciendo entuertos” y salvando damiselas,
al verse al espejo, lo único que veía era una vieja armadura, y que así la cosa
pintaba mal, fue gracias a un humilde bufón, Bolsalegre -que tuvo el acierto de
insinuarle lo ridículo que pintaba con su armadura oxidada, cuando cruzaba el
puente levadizo para iniciar otra cruzada-, fue acudir a Merlín (el del Rey
Arturo). Y Merlín le indicó lo que debía hacer. No había otra opción que
recorrer el Sendero de la Verdad.
¿Cuándo
fue la última vez que sentiste el calor de un beso, la fragancia de una flor? –
Ya ni me acuerdo…
Darnos cuenta de que hemos llevado una pesada
máscara, una pesada armadura durante tantos años es la condición sine qua non
para iniciar el empinado sendero de la Verdad. Es cada vez más empinado. Y
hemos de atravesar tres castillos. El primero es el Castillo del Silencio, el
segundo el del Conocimiento y el tercero el de la Voluntad y la Osadía.
El Castillo
del Silencio supone pasar la prueba de acallar la mente, de hacer silencio
interior. El silencio es una situación aterradora para el que no soporta la
soledad. El silencio es la antítesis de la mente. La mente no puede dejar de trabajar,
de pensar, de recordar sobre el pasado, de programar el futuro, de juzgar,
mientras la vida es lo que acontece al tiempo que pensamos en el pasado o en el
futuro. Al no hacer silencio, no podemos escuchar a nada ni a nadie.
¿Habremos escuchado alguna vez a nuestro ser
amado? ¿Nos habrá escuchado él/ella a nosotros?
Superar el desafío del silencio supone ser
capaz de ver cómo caen las hojas de los árboles y escuchar el sonido de la
brisa meciendo las ramas. Superar el desafío del silencio es escuchar tu propia
voz interior, la que te dice quién eres en realidad. En suma, hacer silencio
interior supone “amar lo que es”. Amar al ser amado “tal como es”, no como
quieres que sea. Porque la imagen que te has formado de él o de ella es
rigurosamente falsa. Amar la vida tal y como se presenta, porque en eso
consiste amar a Dios, porque la vida, tal cual es, es el fiel reflejo de la
voluntad de Dios.
El siguiente desafío lo presenta el Castillo del Conocimiento. Este es un
desafío no menos importante que el primero, y que además, ha de ser superado
una vez conseguido superar el desafío del Castillo del Silencio. Porque el
Conocimiento con mayúsculas, es el que se adquiere, no por la vía del
pensamiento y de la lógica, sino de saber contemplar la realidad tal cual es,
aceptándola como viene, sin juzgar, sin prejuzgar, sin poner barreras ni
condiciones. El conocimiento de uno mismo requiere dar un nuevo paso en ese
proceso de deshacerse de la armadura.
Todos los sistemas de pensamiento afirman una
gran verdad, que el amor al otro, a los demás y en definitiva a Dios comienza
con el amor hacia uno mismo. La aceptación de yo mismo, tal cual soy, reconocer
mi ensueño, mi fábrica de sueños que es mi yo cotidiano, verme al espejo sin
armaduras, es condición imprescindible para aceptar a los demás tal cuales son,
y es imprescindible para aceptar a Dios en nuestra vida.
Estamos ante algo tremendamente difícil para
el adulto, ver la realidad con ojos transparentes y limpieza de corazón. Es lo
que sabe hacer un niño, ver con pureza las cosas. Claro, con la que llevamos
encima, con los conflictos a los que nos hemos tenido que enfrentar, no estamos
para bajar la guardia. Este es el error. De esta forma, estaremos viendo y
percibiendo la realidad a través de las ranuras de la visera de nuestra
armadura. La imagen que recibimos es tan distorsionada, que en nada se le
parece a la que podemos ver si nos quitamos la visera y el casco.
La única condición es desearlo. La única
condición es arriesgarse.
El siguiente desafío lo presenta el Castillo de la voluntad y la osadía.
Este es el reto definitivo. Consiste en amar, no impulsados por un sentimiento
de entrega, sino como una decisión fuerte de la voluntad.
Pero el triunfo de la voluntad requiere saber
dominar el miedo de los falsos dragones, que aunque falsos, pueden quemar, o
mejor, hacernos creer que nos queman. Eso le pasó al caballero de la armadura,
hasta que supo comprender que el dragón era fruto de sus fantasías, de sus
miedos.
El
miedo es como el veneno.
Es bueno
conocer su potencial,
Pero no nos
hará ningún daño, si no bebemos de él.
El guerrero
dice.
“Si no nos
enfrentamos al miedo, tendremos que vivir con él.”
El Tambor de
sanación (Op. Cit)
Y es que superar el Castillo de la voluntad y
la osadía supone liberarnos de la otra gran cárcel en la que estamos toda
nuestra vida confinados.
Cuando el caballero superó el castillo de la
voluntad y la osadía trepó hasta la cumbre, pero no pudo llegar, porque le
bloqueaba una gran piedra, y ya estaba tan exhausto que no podía seguir para
adelante ni volver. Sólo le quedaba una opción, dejarse caer al profundo
abismo… y matarse.
Dejarse caer por el abismo era el último acto
de fe en algo o alguien que es capaz de sostenerle; vencer el máximo miedo, el
de la muerte.
Si la primera gran cárcel de nuestra vida es
nuestro pensamiento, que crea modelos de realidad, incluso crea el modelo de
nosotros mismos, crea nuestra propia armadura, la segunda gran cárcel es el
tiempo.
“La vida
es lo que está sucediendo mientras estamos pensando en el futuro”
A esta frase de John Lennon le podríamos
añadir para dejarla redonda, que la vida es lo que sucede mientras añoramos, nos
entristecemos o enfadamos por el pasado y nos asustamos y preocupamos por el
futuro.
Todas las religiones y sistemas filosóficos se
basan en liberarnos de estas dos cárceles, nuestro “ego” y el tiempo, lo que
conduce a saber vivir el presente, que es lo único real, lo que es.
A vivir el presente se le denomina “vivir en presencia” (vivir en
presente). Sólo viviendo el presente, se puede vivir plenamente las bases del Amor,
en todos los sentidos, la sexualidad, la amistad y la entrega.
En la vida cotidiana nos movemos
permanentemente en el continuo espacio tiempo. Nuestro pensamiento construye
modelos de realidad continuamente, modelos que nos permiten, a partir de
nuestra memoria, rememorar y reconstruir los hechos acaecidos. Estos hechos,
que conservamos vivamente en nuestro recuerdo, cada vez que pensamos en ellos
lo revivimos y vivimos como si estuvieran sucediendo realmente, cuando en
realidad ya no existen; ya pasó y nunca volverán (“todo fluye, nada permanece”, dice Heráclito). En el otro extremo,
proyectamos nuestras vivencias hacia el futuro, y nos preocupamos por lo que
sucederá. El recuerdo de lo sucedido nos genera una gran carga de sentimientos,
tanto positivos y agradables, como negativos y desagradables.
10. Vivir el silencio
¿Has escuchado
la canción de la vida,
Sonando entre
los nudos,
las hojas y las
ramas de un árbol?
Los árboles
tienen mucho que contarnos
si estamos
dispuestos a escucharles.
Recorrer el sendero de la verdad es una
experiencia que inevitablemente hay que hacer en silencio. Todos los grandes
maestros que en el mundo han sido coinciden en reconocer que para vivir en
estado de Oración, para recorrer ese sendero de la verdad, el pensamiento es la
principal fuente de dificultades. El principal esfuerzo que ha de hacer el que
decide recorrer el sendero es silenciar su mente. Todas las técnicas de
meditación oriental se basan en silenciar la mente para poder dejar que el
espíritu se exprese.
A Dios no hay que hablarle, pues ya sabe Él de
sobra, de qué tenemos necesidad. Simplemente hay que decirle susurrando, Señor,
aquí me tienes, agachar la cabeza y esperar la respuesta.
El estado de silencio interior, yo no sabría
explicar bien cómo es. Simplemente sé decir que produce una paz inmensa, como
cuando estás en un lago, montado en una barca, el agua está en calma, cierras
los ojos, nada se mueve, y sólo escuchas una suave brisa, y un ligero frescor
acaricia tu piel. O ni siquiera eso.
El secreto de la Oración no es otro que el
silenciamiento, poner tu mente en estado de quietud. No es tanto un esfuerzo
por no pensar, sino el de dejar que tu mar de pensamientos vaya calmándose,
como las olas se desvanecen en la playa. No se trata de poner un malecón para
que las olas no lleguen a la playa, sino dejar que lleguen, y dejar que se
vayan. No prestar atención a los elaborados de tu mente. Porque las ideas
surgen sin más. Pero los juicios y reflexiones sí son voluntarios. Es como los
sentimientos, surgen, y como tales no son ni buenos ni malos, la moralidad está
en la actitud al respecto. Igual pasa con las ideas y los pensamientos. Las
ideas surgen, los pensamientos suponen un elaborado de la mente. Esto es lo que
hay que acallar. Lo expresa muy bien Teresa de Jesús…
[1]
Los consuelos del alma envuelta en pasiones traen más desasosiego que serenidad.
Hay personas que les aprieta el pecho o sufren temblores o sangrados de nariz.
[2] Los gustos
de Dios son de muy otra manera, como podrá comprobar aquel que los haya
probado. Son como dos fuentes con dos pilas llenas de agua.
[3] Las dos
pilas se hinchan de agua de diferente manera. El agua de una viene de lejos por
muchos acueductos y artificios. El otro yace del mismo manantial, y rebosa sin
ruido alguno. Al rebosar nace un arroyuelo sin necesidad de artificio. El agua
siempre brota de allí.
[4] El agua que
procede de los arcaduces es la que se obtiene por la meditación, ya que se
traen a base de pensamientos, imágenes y alegorías. El artificio que precisa es
ruidoso.
El pilón del
manantial recibe el agua de la fuente que es Dios. El efecto de esta agua es la
paz interior, el silencio, la quietud, la suavidad de lo muy interior.
El rebosadero
resulta en un arroyo que todo lo inunda y lo nutre. Y así el agua baja por
todas las moradas de dentro a fuera, hasta llegar al cuerpo. Así que comienza
en Dios, acaba en el cuerpo, creado en todo nuestro ser una extraña paz.
[5] Nace esta
agua de algo más profundo que el propio corazón, pero lo ensancha.
Resumido de las Moradas del Castillo interior
de Teresa de Jesús.
Moradas
cuartas, capítulo segundo.
Alice Bailey en el libro, anteriormente
referido “Del intelecto a la intuición”, nos descubre algo sorprendente, el
sentido etimológico de la palabra “espíritu”. Hablamos de temas espirituales
con toda la naturalidad del mundo, como si supiéramos de qué estamos hablando.
Pues bien. Lo espiritual viene del latín “ad” y “aspirare”. Aspirar viene del
deseo de alcanzar algo. Inspirar significa incorporar aire a los pulmones. La
palabra “espíritu” tiene la misma raíz, lo que aspira a algo que aún no es, o
no tiene, lo que añora una realidad diferente a la que vive. Así que el
espíritu, el alma, ha de aspirar una vida superior, para realmente poder
inspirar y participar realmente de esa vida. Pero ante de inspirar, ha de expirar,
exhalar el aire interior nuestro yo inferior, el “yo apañao” para la vida
diaria. Nuestro yo, nuestro pequeño reino de este mundo, que hemos construido
con el sudor de nuestra frente y con el apego a todo lo conseguido, ha de dejar
paso al Reino. “Venga a nosotros tu Reino”, oramos en el Padrenuestro. Es el
ruego de que podamos inspirar el Espíritu de Dios y hacerlo nuestro, o mejor,
nosotros ser suyos. Para ello, nuestras potencias han de permanecer quietas y
en un vigilante silencio, como el que mantienen las vírgenes prudentes.
El silencio es paradójico, tiene dos lados.
Como la Fuerza de George Lucas, tiene un lado oscuro y uno luminoso. El lado
oscuro es el silencio que reina entre diez mil personas juntas hablando sin
parar, pero sin escucharse unos a otros. Es como estar en la sala de máquinas
de un portaviones navegando a todo lo que dé el reactor, o en la de un
cogenerador; es insoportable, ensordecedor, puedes hablar lo que quieras que
nadie te podrá escuchar, ni tú escuchar a los demás. El lado luminoso es el que
puedes vivir si logras acallar tu mente y simplemente contemplar la vida, con
todas tus potencias sosegadas pero despiertas, en vigilia para poder percibir
los auténticos “sonidos del silencio”, como reza la canción de Simon &
Garfunkel, aquellos que proceden de más allá de las cosas. Es lo de poder oír
los 10 decibelios de la brisa, cosa imposible si vivimos en un ambiente mundano
a 140 decibelios.
Tony de Melo lo representa muy bien en su
fábula “las campanas del templo sumergido”[xx].
Trata de aquel joven que sabiendo de la existencia de una iglesia sumergida tras
la construcción de un embalse, los lugareños afirmaban que de vez en cuando se
escuchaban sus campanas. El se esforzó por escucharlas, sin resultado alguno,
hasta que al final, ya habiendo desistido en su esfuerzo, esperando el autobús
de regreso, se tumbó en la playa del pantano, sin pretender nada; y entonces
fue cuando las escuchó, cuando sin esforzarse, hizo silencio interior. No las
puedes escuchar hasta tanto no logres acallar tu mente.
La mente es absolutamente inútil para escuchar
el silencio, para avanzar en este proceso de despertar del alma, de expansión
de la conciencia de sí mismo. No sirven los razonamientos, ni las reflexiones,
ni las meditaciones intelectuales. Todo esto genera un ruido ensordecedor, como
el del cogenerador. Sólo sirve el silencio de la mente, la quietud del espíritu
y el sosiego de las potencias en vigilia, con las lámparas encendidas.
Uno descubre entonces, no sin gran sorpresa
que los rituales religiosos dejan de ser lo fundamental para pasar a ocupar un
lugar secundario (dicho esto con mucho cuidado y por favor, sin afán de ofender
a nadie que no lo considere así). Pasan de ser el motor de la vida religiosa, a
ser la consecuencia de vivir la auténtica relación personal con Dios, y sobre
todo el factor común, la expresión de la vivencia de la fe en comunidad.
Los senderos de la Vida Interior suponen
aventurarnos a un proceso de evolución espiritual de carácter desconocido para
nosotros, donde no hay ni guías ni mapas de ruta. Pero sí que comenzamos a ser
conscientes de que se produce un proceso evolutivo. Vamos pasando por estadios,
que según qué autores, se denominan de diferentes formas. Todo este proceso,
Santa Teresa lo asemeja al paso sucesivo por las moradas de nuestro Castillo
Interior, o San Juan de la Cruz, a la ascensión al Monte Carmelo, o el maestro
Eckhart, a experimentar los frutos de la Nada, del proceso del vacío total del
alma de sí misma[xxi].
No es difícil comprender que, enredados en los mil trajines de la vida diaria,
la del Confinador, imaginar siquiera este escenario a lo único que puede sonar
es a “música celestial”; sencillamente porque en este sentido, Dios y el mundo
son incompatibles.
Pero incluso el proceso de silenciamiento
tiene sus métodos para que el alma que desee adentrarse en sus umbrías pueda
acometer la empresa.
Uno de los procesos que mi esposa y yo hemos
experimentado ha sido los talleres de Oración y vida de Ignacio Larrañaga[xxii].
En ellos, en diferentes sesiones se va adentrando en las diferentes formas de Oración,
que básicamente son las siguientes:
Primera forma: Lectura rezada.
Se toma una Oración escrita, como un salmo. Se
lee despacio, muy despacio. Al leerla, tratar de vivenciar lo que se lee.
Asumir aquello, vivirlo con toda el alma. Hacer propias las frases leídas. Si
alguna frase “te dice” algo, pararse y meditarla todo el tiempo necesario. Es
una modalidad fácil y muy eficaz para dar los primeros pasos.
Segunda forma: Lectura meditada.
Se trata de la lectura de un libro
cuidadosamente seleccionado. La Biblia es la mejor elección. No es recomendable
el sistema de abrir al azar la Biblia, sino seleccionar el tema a meditar.
Siempre se ha de leer despacio. Los libros espirituales no son una novela. Hay
que tratar de entender lo leído, el significado directo de la frase, su
contexto. La diferencia con la lectura rezada está en que en la lectura rezada
se asume y se vive lo leído(es tarea del corazón) y en la lectura meditada se
trata de entender lo leído (es un tema de la mente).
Tercera forma: Oración auditiva.
Tomar una expresión fuerte que te llene el
alma, como por ejemplo “mi Dios, mi Todo”, o “Señor, ten piedad de mí”.
Comienza a pronunciarla, trata de asumir vivencialmente el contenido. Toma
conciencia de que tal contenido es el Señor mismo. Comienza así a percibir Su
Presencia, encerrada en esa expresión. Y déjate inundar suavemente de Su Ser
entero, impregnando todas tus energías mentales. Y ve distanciando poco a poco
la repetición, dando lugar cada vez más al silencio.
Cuarta forma: Oración escrita.
Se trata de escribir aquello que quieras
decirle al Señor. Es escribirle una carta. Para momentos de angustia, puede ser
la mejor forma de expresarle a Dios tus sentimientos de angustia y de temor. En
tiempos de suma aridez o de dispersión o en los días en los que uno se siente
desgarrado por disgustos y dramas. En estas ocasiones, se está tan ofuscado,
que no somos capaces de verbalizar ni la angustia ni la súplica.
Esto de la carta escrita, es el sistema que
recomienda Encuentro Matrimonial para expresar al esposo/a nuestros sentimientos,
que si son negativos, son difíciles de expresar de palabra.
Quinta forma: Oración visual.
Se trata de tomar una imagen plástica de un
paisaje o de la vida de Jesús, que te motive a elevar tu espíritu, que te
motive fuertes sensaciones de paz, de plenitud, de sosiego, de fortaleza. Lo
importante es que te diga mucho. Sosiégate, haz silencio interior, e
imagínatela en tu interior.
Sexta forma: Oración de abandono.
Es la actitud más genuinamente evangélica, y
la que infunde más paz. “No hay mejor calmante que suavice mejor las penas de
la vida que un “yo me abandono a ti”. Es necesario hacer silencio interior,
sosegar la mente. Es como un lanzarnos al vacío en la confianza de que Él nos
acogerá en sus brazos.
Séptima forma: Oración de acogida.
Es una actitud de salir yo de mí, para dejar
que Él entre en mí. Se trata de sentir esa inspiración del Espíritu de Dios
dentro de mí. Se trata de sentir, no como una emoción, un sentimiento, sino
como el de “percibir”. La vida de Oración no consiste en experimentar emociones,
sino de experimentar vivencias, cuyos sentimientos no son precisamente los
deseados.
Octava forma: Oración de elevación.
Es la actitud digamos que, inversa a la Oración
de acogida. El yo sale hacia el Tú. Hay un movimiento de salida de uno mismo
hacia el otro, hacia el Esposo.
Novena forma: Oración de contemplación.
Este es el objetivo final de la vida de Oración,
entrar en los terrenos de la Oración contemplativa. Si las anteriores
modalidades se podían elegir como método de Oración, la contemplación ya no es
ningún método, sino un estado del alma, una presencia total y absoluta de Dios
en uno mismo. De modo que no somos nosotros los que podemos decir “hoy voy a
hacer contemplación, y mañana haré Oración de acogida”. La contemplación es un don de Dios que llega
cuando llega, tras la actitud del alma de vaciado total de sí misma. Es un don
que Dios otorga como pagó a los trabajadores un denario por trabajar todo el
día o sólo una hora. No hay proporcionalidad entre mi trabajo y el fruto. Pero
podemos tener determinadas señales de que podemos estar entrando en estos
terrenos de intimidad don Dios. San Juan de la Cruz da las siguientes indicaciones:
- Cuando el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa y sosegada
en Dios.
- Dejar estar el alma en sosiego y quietud, atenta a Dios, aún
pareciéndole estar perdiendo el tiempo., en paz interior, quietud y descanso.
- Dejar libre el alma sin preocuparse de pensar o meditar. Sólo
advertencia sosegada y amorosa en Dios.
- Vivir el silencio interior. Hacer vacío. Suspender la actividad de los
sentidos. Fuera de mí nada, dentro de mí, nada.
- Presencia de Dios sin figurarse nada. Evitar toda imagen que evoque a
Dios. La contemplación es el verdadero fruto de la Nada, porque el Todo lo
inunda todo..
Décima forma: Oración comunitaria.
Muestra las siguientes características: es
espontánea, en voz alta, ante los demás. Y algo muy importante que recalca
Larrañaga, que los orantes comunitarios hayan cultivado previamente la relación
personal con Dios. Debe evitarse el “jaculatorismo”, con frases cortas y
estereotipadas, formales, dichas de memoria. Ha de orarse de forma
verdaderamente espontánea, de dentro a dentro, como si estuviéramos sólo Dios y
yo. Saber que el Espíritu se expresa a través de su boca. Debe haber sinceridad
y veracidad, y una Oración auténticamente compartida.
Existen otras modalidades. Es importante hacer
aquí mención de Lectio Divina (latín:
lectura divina, “lectura orante”) es una metodología que está entre la lectura
rezada y la meditada, de reflexión y Oración de un texto bíblico utilizado
por católicos
desde tiempos medievales. En el centro de la práctica de la lectio
divina se encuentra una actitud receptiva y reflexiva de lo que Dios dice por medio de la
palabra. Contempla cuatro partes: lectio, meditatio, oratio y contemplatio (lectura,
meditación,
Oración y contemplación).
Éstas deben realizarse en silencio y contemplativamente. Durante el medioevo,
esta metodología era utilizada principalmente entre el clero monástico. Con el
tiempo se extendió a los fieles pero actualmente no es una práctica común entre
los católicos. Aún así, quienes la practican dicen encontrar mucho sentido y
paz en ella.
Hemos de fijarnos en que ningún método de Oración
recomendado por Larrañaga tiene en cuenta los rezos, que él denomina
“jaculatorismo”. Esto debería terminar por desmontar las viejas ideas sobre la Oración,
para hacernos ver que el sustrato esencial de la auténtica Oración es el
silencio interior, que comienza por ser la actitud previa a cualquier modalidad
de Oración, para convertirse en una actitud de vida.
Pero sobre todo, que quede claro que la Vida
Interior y la Oración no son métodos
para solucionar nuestros problemas de aquí abajo, sino la vía directa hacia la intimidad con Dios, lo que no tiene nada
que ver.
Solemos decir, apunta el padre Gregorio
Rodriguez[xxiii],
que orar es hablar con Dios, pero es bastante posible que lo que realmente
hagamos sea hablar con nosotros mismos. Orar
no es una terapia psicológica, un esfuerzo de concentración para llegar a
un vacío de mente y corazón, sino un proceso de llenado pleno de la Divina
realidad, que eso sí, exige el desalojo de “todo lo nuestro” para que el Todo
nos llene hasta el último rincón de nuestro ser.
Por último lo expuesto no es un curso, que al
terminar, ¡ya está!, hemos llegado a la contemplación. No. Son pautas
orientativas para enfocar nuestro particular sendero de Vida Interior, nada
más. A unos les puede facilitar las cosas y a otros no. Depende de cada cual.
11. La paradoja
La paradoja es que el gran esfuerzo consiste
en conseguir dejar de trabajar. Nada en nuestra vida alrededor tiene por qué
cambiar, simplemente consiste en ser lo que somos, amar lo que es, y dejar de
creer que somos lo que pensamos que somos. Parece un trabalenguas, pero tiene
todo el sentido.
De la misma forma que para aceptar una nueva
idea, un nuevo modelo mental, hemos de abandonar las viejas ideas, los modelos
previos, para aceptar mi nueva realidad, ser lo que soy, primero he de
deshacerme de lo que siempre he creído ser, incluso de considerarme algo tan
raro y extraño como un “católico practicante”.
Por eso, como dice Consuelo Martín en su libro
“El arte de la contemplación”[xxiv],
la contemplación es escurridiza, no
soporta estar encorsetada en ninguna definición, porque como Dios, no es nada
en concreto y lo es Todo. Es simplemente
un estado expandido de la consciencia.
No es desde luego, hacer un rato de silencio,
es el silencio del alma. Es la actitud permanente de vivir en silencio.
Hacer silencio en el alma, no obstante, no es
fácil. La imaginación es la loca de la casa, y dominarla y callarla supone un
proceso no exento de dificultad. Supone pasar de la Oración vocal (los rezos) a
la Oración mental (la meditación cristiana, sobre textos de las Sagradas
Escrituras generalmente), para pasar a la Oración de recogimiento
(silenciamiento), para finalmente llegar a la quietud. Estos cuatro niveles de Oración los describe
bastante bien Teresa de Jesús en el “Libro de la vida”, su autobiografía[xxv].
En este proceso, el alma pasa progresivamente
de vivir haciendo su propia voluntad, por su propio esfuerzo, a darse cuenta de
que poco a poco su voluntad va uniéndose
a Su Voluntad.
Cuando la voluntad de uno mismo se une con la
Voluntad del Padre, cuando lentamente va convirtiéndose en realidad el “Hágase tu voluntad”, es en la medida en
que el alma se va uniendo literalmente con Dios, en algo que solemos denominar,
sin saber bien lo que decimos, “Amor”.
No obstante ser el proceso de Oración, tarea de toda la vida, el “Fíat
Lux”, la llamada, la iluminación, la toma plena de conciencia, la
conversión, suele ser un acontecimiento único e irrepetible en la vida de una
persona.
Suele acontecer en el momento más curioso e
inesperado, pero también hay acontecimientos que pueden ayudar.
Desde que San Ignacio diseñó los ejercicios
espirituales[xxvi],
someterse voluntariamente a un proceso intenso y corto de reflexión y de
meditación, alejándose durante unos pocos días del mundanal ruido, han sido
experiencias que han provocado grandes procesos de conversión. Tras la Segunda
Guerra Mundial, con el advenimiento de los movimientos católicos de seglares,
hay varios de estos, digamos, tratamientos de choque, que han hecho grandes
milagros en muchísima gente. Mi sposa y yo hemos experimentado personalmente
Cursillos de Cristiandad[xxvii],
el Fin de Semana de Encuentro Matrimonial[xxviii],
los Talleres de Oración y Vida[xxix]
y Oasis[xxx],
además de una gran cantidad de convivencias y seminarios de fin de semana; pero
hay otros movimientos muy conocidos, como los focolares, el camino
neocatecumenal, etc. de los que no puedo hablar, por no conocerlos
personalmente Estos tratamientos de choque suponen un encuentro con uno mismo,
con Dios y con nuestro ser más querido, nuestro cónyuge, que provoca un cúmulo
de planteamientos orientados a “hacerte ver”, a “hacerte caer en la cuenta”, a
provocar el mindfulness, para tomar conciencia de uno mismo y de tu verdadera
realidad. Luego los efectos son variables en unos y en otro. La llamada se produce,
pero la respuesta depende de cada cual. Lo triste resulta que tras los primeros
tiempos de euforia por creer haber visto la luz, como dice Jesús, pocos son los
elegidos, porque son pocos los que acceden a ser elegidos, porque siguen
teniendo la radio a todo volumen y siguen sin poder percibir el susurro de la
brisa, porque son muchos los apegos a
los que están adheridos en el Confinador de la vida, y se vuelven tristes a su
vida anterior, o inician una vida de cumplimiento de prácticas religiosas, sin haberse
enterado, en el fondo de la misa la media. Esto último se produce en el caso de
que todo lo descubierto en estos tratamientos de choque se trate de reducir a
la ortodoxia estricta de la ritualidad de práctica religiosa y códigos de
conducta.
La diferencia entre reducir tu vida a una
práctica religiosa estricta, y lanzarte a las sendas de tu Vida Interior, es
como beber el agua de Dios en tetrabrick, periódicamente, con cada rito, con
cada ceremonia o quitarte la ropa y lanzarte desnudo a la fuente del manantial,
al Océano de Dios y dejarte amar por Él.
12. Señor, que vea
La frontera obligada para que realmente se
produzca en la persona el “Fíat lux” es entrar en el Castillo Interior a través
de la Oración como actitud y estado del
alma, no como práctica religiosa, y que ésta sea consecuencia de lo primero.
[7]
La puerta de entrada al Castillo es la Oración. Pero es una Oración mental, que
no vocal, pues si no sabemos con quien hablamos, de poco nos vale menear los
labios, que es como quien habla con su criado.
[8] Quien trata
de entrar, aún metido en el mundo, de tarde en tarde se encomienda a Dios.
Alguna vez, de mes en mes, rezan llenos de mil negocios, en los que centran sus
pensamientos, pues en ellos tienen puestos su corazón.
Si alguna vez
atinasen a decir algo con sentido, que no fuera pedir por lo que ellos consideran
necesario desde el punto de vista sólo material, entrarían en las primeras
piezas; pero con tanta sabandija metida en sus asuntos, están tan ocupados en
sus propios negocios, que sólo miran al suelo donde están estos, que no
aciertan a levantar la cabeza para contemplar aunque de lejos, la hermosura del
Castillo que el Señor les tiene reservados, si quisieran atender en algo a su
llamada.
Pero el simple
hecho de balbucear algún que otro rezo les permiten entrar en la primera morada,
y con ello aceptar que tienen Vida Interior y un camino que recorrer hacia
Dios.
[9] Hablar de
estas cosas no es cosa de estudios y conocimiento, sino de experiencia de vida.
No se trata de saber, sino de vivir.
Resumido de las Moradas del Castillo interior
de Teresa de Jesús.
Moradas
primeras, capítulo primero.
La Oración hace posible “creer para ver”, en
vez de “ver para creer”, como vulgarmente se dice.
35 Sucedió que, al acercarse Él a Jericó, estaba
un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; 36 al oír que
pasaba gente, preguntó qué era aquello. 37 Le informaron que pasaba
Jesús el Nazareno 38 y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de
David, ten compasión de mí!» 39 Los que iban delante le increpaban
para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión
de mí!» 40 Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se
hubo acercado, le preguntó: 41 «¿Qué quieres que te haga?» El dijo:
«¡Señor, que vea!» 42 Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.» 43
Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el
pueblo, al verlo, alabó a Dios.
Lc 18, 35-43
Ve. Tu fe te ha salvado, tu fe (creer) ha
hecho que puedas ver finalmente. “Fiat lux”.
La actitud del ciego de Jericó era la de un
hombre que, primero, se sabía ciego y que por sí mismo era consciente de que su
mal no tenía solución; segundo, era consciente de que necesitaba ayuda para
salir de la oscuridad en la que estaba inmersa su vida; tercero, conocía que
andaba por ahí un tal Jesús, que tenía la solución para su mal.
Por otra parte estaba la gente a quien parecía
molestarle la actitud del ciego. Algo así como si algo le dijera que no
molestara a Dios con sus cuitas, que él no era importante, y que no incordiara,
pues Jesús estaba para asuntos más serios que atender sus neuras.
Y por fin Jesús, que atiende la súplica, y manda
que le traigan para atender a su problema.
Los cristianos, desde el Papa hasta el último
mono, somos una panda de gente que no hacemos más que cometer tonterías una y
otra vez, que somos o deberíamos ser conscientes de que estamos ciegos y de que
necesitamos ayuda; que por nosotros mismos, no podemos ver con claridad. Somos,
o deberíamos ser ciegos de Jericó, porque de no serlo, ni sabremos pedirle a
Jesús que nos recobre la vista, ni lógicamente, seremos sanos por Él,
simplemente porque, creyéndonos autosuficientes para ver, jamás le pediremos su
ayuda.
Pues bien, esa petición sincera de ayuda no es
otra cosa que nuestra actitud interna de Oración, una Oración que ha de
exclamar constantemente “hágase tu voluntad”, porque la mía, no hace más que
fastidiarla.
Y pequeño detalle. Jesús, cuando obra el
milagro de curar al ciego, no le dice, ánimo, que yo te he curado de tu
ceguera, sino “tu fe te ha salvado”.
Tu fe te ha salvado. Lo que curó al ciego fue
la fe, la confianza que el ciego depositó en Jesús. Así que la cosa fue de este
modo. 1.- El ciego es consciente de su ceguera, y de que él no puede hacer nada
para curarse. 2.- Sabe que necesita ayuda. 3.- Se entera de que Jesús anda por
los alrededores, y le busca. 4.- Le reprenden para que no incordie, pero él
insiste, porque ciertamente confía. 5.- Le pide explícitamente a Jesús “Señor,
que vea”. Y vio, porque tuvo fe.
Todo consiste en, primero ser conscientes de
nuestra ceguera, de nuestra incapacidad total y absoluta para poder ver la
Realidad que Dios nos ha puesto ante nuestros ojos, el auténtico sentido de
nuestra vida. Reconocer que necesitamos ayuda, esto es, recorrer el duro camino
de la humildad, y humillarnos. Porque si no nos humillamos, seguiremos pensando
que “yes I can”, “sí, yo puedo”. Por eso es más fácil que un camello pase por
el pequeño arco de una aguja, que un rico (un soberbio) pase por la puerta del
Cielo, porque no es que Dios no quiera, sino porque él, el rico, no quiere
pasar por aceptar que él es incapaz de ver, quizás porque se imagina que no hay
nada más que ver, que lo que ven sus ojos.
[11]
La Morada primera es la de la humildad. Es la puerta de entrada al interior
sabernos “cero” frente al “infinito”. Es la morada de la humillación, para
bajarnos los humos. Es una cura de humildad. Y no se trata de un proceso
vergonzante y despreciativo. Somos una maravilla creada por Dios, pero el
pecado nos ha hecho creernos mucho más de lo que realmente somos por mor de la
soberbia. La humildad no quita ni pone sobre lo que somos, sino que nos hace
reconocernos en nuestra integridad.
Resumido de las Moradas del Castillo interior
de Teresa de Jesús.
Moradas
primeras, capítulo segundo.
Para
abrirse al mundo del espíritu, debemos tener una mirada dulce,
como el tacto
de la seda.
El tambor de sanación (Op. Cit)
13. No me habéis elegido vosotros a mí
16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que
yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y
que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi
nombre os lo conceda.
Jn 15, 16
Tampoco
existen dos copos de nieve ni dos granos de arena que sean exactamente iguales.
Descubre tu
naturaleza única.
Comprende que
el Universo te ha elegido para existir entre un sinfín de posibilidades.
El tambor de sanación (Op. Cit)
La paradoja es que el gran esfuerzo consiste
en conseguir dejar de trabajar, hemos dicho, porque en el fondo, cuando Dios
nos da la tabarra no hay forma de zafarse, a no ser que estemos tan apegados a
nuestros pensamientos, a nuestra visión de la vida, a nuestros logros, a
nuestros títulos, pasiones y deseos, que ni “ataos” logre su Majestad atraernos
hacia Él.
Esto es como domesticar a un potro salvaje.
Dios llama, nos incordia, pero como estamos tan apegados a nuestras cosas y a
nuestra visión del mundo, no hacemos caso y tratamos de zafarnos dando coces,
porque desde nuestra condición de Marta, estamos tan atareados con las cosas de
la casa, que hasta nos parece injusto e irresponsable quedarnos en éxtasis como
María, con tanto como hay que hacer. Pero Él insiste de mil formas, y no
precisamente con voces interiores como en los tiempos bíblicos en el que Yaveh
hablaba a Abraham, Moisés y los profetas con trompetería. A veces las
evidencias de su llamadas son tan fuertes que hay que ser sordo y ciego para no
darse cuenta, pero en eso consiste el libre albedrío, en saber responder o no a
su llamada. Responder a su llamada, a su oferta, está en función de saber
reconocer que “necesitamos ayuda”
Muchas veces pensamos que Dios es muy
selectivo y a uno les elige pero a otros no. ¿Por qué eligió a Ignacio de
Loyola tras destrozarle la pierna de un pepinazo, con lo pendenciero que era?
¿O a Francisco de Asís con lo busca broncas y guerrero que estaba hecho? ¿O a
Pablo de Tarso, que era un fanático perseguidor de los cristianos?
Hay una cualidad que suele adornar a todos los
elegidos de Dios, que es el ansia de “ir más allá”, de cambiar el mundo, aunque
sea por formas nada ortodoxas y creyendo que hay que purgar responsabilidades,
que hay que cargarse a los malos aún matándolos, que hay que empuñar las armas
contra el tirano, que hay remover Roma con Santiago, agotar todas las posibilidades,
luchar por algo (aunque sea en la dirección equivocada), ser conscientes de que
sólo los peces muertos nadan en la dirección de la corriente. Es decir,
la cualidad que suelen tener los elegidos de Dios es que ellos son conscientes
de sus talentos.
20 Llegándose el que había recibido cinco
talentos, presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste;
aquí tienes otros cinco que he ganado.” 21 Su señor le dijo: “¡Bien,
siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te
pondré; entra en el gozo de tu señor.”
Mt 25, 20-22
“Entra
en el gozo de tu Señor”. Ven y sígueme, porque has sabido valorar con tu vida
en este mundo las virtudes y talentos que te he regalado. Lo mismo hizo con el
que le había dado dos.
24 Llegándose también el que había recibido un
talento dijo: “Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no
sembraste y recoges donde no esparciste. 25 Por eso me dio miedo, y
fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.” 26
Mas su señor le respondió: “Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde
no sembré y recojo donde no esparcí; 27 debías, pues, haber
entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío
con los intereses. 28 Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al
que tiene los diez talentos.
Mt 25, 24-28
Sin
embargo el que había recibido un sólo talento lo tuvo chungo, no por haber
recibido sólo uno, sino porque no hizo nada con él.
Es
decir, la elección de Dios se basa en dos razones fundamentales; la primera, nuestra disponibilidad a trabajar en este
mundo por este mundo (que el Confinador está creado por una razón muy
importante, como escuela de aprendizaje), con las herramientas que nos ha dado
de carácter natural, nuestra inteligencia, nuestras virtudes y habilidades; lo
hagamos bien o no, acertemos en los métodos o no. La cuestión es nuestra
capacidad de no pensar exclusivamente en nosotros mismos, sino en los que
tenemos a nuestro lado y más allá, y que nuestro trabajo, por el que recibimos
nuestro salario no tenga como único fin obtener todas las comodidades posibles
para nosotros, sino que tenga un valor y utilidad social. Y la segunda razón es
nuestra capacidad de escucha interior, tener nuestros oídos atentos a “esa voz”
que está vibrando permanentemente en nuestro interior, es decir, ser
conscientes de que la vida no se centra en mi pequeño mundo, sino que es
trascendente, que hay un Universo infinitamente más ilimitado que en mundo
físico que nos rodea.
¿Qué hizo
el de un solo talento? “Yo no puedo, no valgo, no sé”. Por tanto, lo entierro y
a vivir que son dos días.
¿Qué
hicieron los otros dos? “Tengo capacidades” (me crea que son mías o regaladas,
ahora eso no es importante, porque lo importante es saber que las tengo, que
tengo uno, dos o cinco talentos). Y con estas capacidades voy a trabajar para
conseguir más. Es en suma el deseo de luchar por realizarme a mí mismo y
por mi comunidad.
Esto
es lo importante, “ser conscientes” de que estamos adornados con muchas
virtudes, aunque inicialmente nuestra autoestima esté tan inflada que nos creamos
que todo es mérito nuestro. Porque con esto hemos cumplido con el primer requisito,
“soy consciente de mis virtudes”. Esto es mucho más importante que el ser
conscientes de nuestros defectos. Reconocer nuestras virtudes es una fuerza
expansiva, proactiva, capaz de todo. Reconocer nuestros defectos es una fuerza
inhibitoria, que nos bloquea, nos paraliza y nos hace vernos despreciables. Si
sólo nos fijamos en nuestros defectos y no en nuestras virtudes, estamos perdidos,
porque “me dio miedo y escondí tu talento
en tierra, y aquí lo tienes”.
Lo
segundo importante, “estar a la escucha” se sustancia en “ser conscientes” de
que el Señor ha hecho en nosotros maravillas, de que nuestras virtudes no son
nuestras, sino prestadas y confiadas para conseguir algo más de lo que habíamos
creído hasta ahora. Es ser conscientes de que nuestra vida no nos pertenece,
que nos ha sido dada en fideicomiso, prestada para “dar mucho fruto” con
nuestras virtudes. Es ser conscientes ahora
sí, de que justamente habernos creído hasta ahora “los reyes del mambo”
(que no ha sido del todo negativo, porque justamente ha supuesto sacar nuestras
fuerzas de flaqueza para explotar nuestros talentos), es la base de nuestros defectos
y pecados. Y ahora sí, procede ser conscientes de nuestras debilidades, que son
las que hace que nos creamos que nuestra vida es nuestra y para nosotros, pero
sobre todo, que no necesitamos ayuda, porque esa supuesta y creída
autosuficiencia, es nuestra mayor debilidad, la que nos cierra las puertas del
Cielo.
Este
tema de las virtudes y los defectos ha generado en la Iglesia un desconcierto
bastante importante entre el común de las gentes. En la Edad Media colisionaron
dos corrientes contrapuestas. Por una parte la “teoría de la intención”, la ética abelardiana, surgida de la
trágica historia de amor entre Pedro Abelardo[xxxi]
y Eloísa, su amante, esposa y finalmente abadesa de Argenteuil, allá por 1160,
por la que todos los hombres de igual virtud serán tratados del mismo modo
delante de Dios, cualquiera que sea su religión; sólo la intención determina el
valor moral de los actos, así un acto reprobable en sí mismo, si es ejecutado
con buena intención, o sin maldad, no es pecado.
En el
otro extremo estaba Bernardo de Claraval[xxxii],
(San Bernardo), defensor de “la ira de
Dios” y enemigo intelectual de Pedro Abelardo. Bernardo
luchó contra las incipientes tendencias laicistas de su tiempo, haciendo
condenar el racionalismo de Abelardo y las propuestas de Arnaldo de Brescia de
que la Iglesia volviera a la pobreza primitiva. No dudó de la legitimidad de
usar la fuerza en apoyo de la Iglesia, incitando a franceses y alemanes a la
segunda Cruzada (1146), o haciendo reconocer a la Orden del Temple como
realización del ideal del fraile-soldado (1128). Su teología, en cambio,
insistía sobre la Virgen y sobre la humanidad de Cristo con una ternura que le
valió el sobrenombre de doctor melifluus. Además fue promotor de la
orden del Cister, impulsó la arquitectura gótica en Europa, y sentó las bases
de la mística cristiana con su “tratado del Amor de Dios”. Todo un personaje
lleno de contrastes.
Si la primera teoría, la de la intención, se
basa en “la bona fides”, la buena fe innata con la que todos habitualmente
obramos, la segunda se basa en la justicia ciega e implacable del Altísimo
contra los pecadores, el derecho de la Iglesia a gobernar con barra de hierro
en este mundo y a exterminar por la vía de las armas a los infieles. A
Bernardo, que trató de condenar a Abelardo por hereje, la Iglesia, le canonizó
veinte años después de su muerte. A Abelardo se le relegó al olvido.
Si juzgáramos estos hechos y estos dos
personajes, podríamos caer en la tentación de que uno era el bueno (Abelardo) y
el otro el malo (Bernardo). Pero no. Los dos fueron elegidos de Dios, uno en un
sentido y el otro en otro sentido. El perdón y la espada, entendidos acaso
equivocadamente, pero expresando en ambos casos un deseo irrefrenable de
cambiar las cosas, de mejorar el mundo, de glorificar el nombre de Dios. Esto
es lo que nos pide Dios, estar impacientes por explotar nuestros talentos, para
pasar gradualmente de nuestro “Fíat homo”, hágase nuestra voluntad, al “Fíat
voluntas tua”, hágase tu voluntad.
En esto se basa la elección de Dios, en las personas
que “motu proprio” encaran la vida con decisión, desde su pura condición de ser
humano de base, desde su condición de cotidianeidad, de cómo resuelve sus
problemas domésticos; de hasta qué punto demuestran decisión de mejorar aquí
abajo, o pasar de todo; de si son calientes (o incluso fríos), pero en ningún
caso tibios.
La tibieza, actitud del que sólo recibió un
talento, no tiene buen futuro. A los tibios los vomita Dios.
15 Conozco tu
conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16
Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi
boca. 17 Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y
no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y
desnudo.
Apocalipsis 3, 15-17
14. La segunda parte del Camino
Voy a tratar de describir la segunda parte del
Camino, la que comienza una vez cruzado el Ebro, en Logroño. Para los
supervivientes que han aprendido la lección de la humildad y de auto
superación, les queda afrontar la segunda vía, la iluminativa. Ya saben que la
cosa no es sólo navegar con el viento de popa, sino saber ceñir y armarse de paciencia
para afrontar horizontes abiertos, como el que nos ofrece el Valle del Ebro
desde Logroño.
Esta vía es, según se mire más fácil que la
primera. No hay cumbres importantes que superar, pero lo que no se gasta en
ascensos y descensos, se invierte en etapas extremadamente largas y monótonas,
donde el calor extremo y el frío extremo afectan mucho más que las cumbres
hasta ahora superadas, que tampoco han sido muchas.
En esta parte del Camino, que los místicos
denominan “iluminativa”, (Fíat lux), no sucede “literalmente” nada del otro
mundo. Todo consiste en vivir la rutina. Podríamos creer que superadas las
primeras pruebas y evidenciando nuestra capacidad de superación del puerto del
Perdón, ya somos unos machotes, y nos merecemos una gran recompensa. En
realidad no hemos hecho nada; y además, nos la tenemos que jugar con alguien
que es esencialmente injusto en el reparto de la soldada (según nosotros), pues
da un denario tanto a quien ha trabajado de sol a sol, como al que ha trabajado
sólo una hora.
Es la larga época de la vida en la que se
instaura algo parecido a la rutina. Todos los días lo mismo, levantarse,
desayunar, ir a trabajar, quizás un trabajo más bien monótono, sin aliciente y
con muchos problemas sin solución aparente, y en tu Vida Interior, “nada”. No
sucede nada. Atrás quedaron esas avalanchas de entusiasmo y de amor que te
hacían parecer ir en volandas. A los “divinos impacientes” (primera obra de
teatro de José María Pemán basada en S. Francisco Javier), esta época hace que
les hierva la sangre y le saque de sus casillas. Pero así ha de ser.
La dificultad de la vida en esta época no
radica en tener que superar grandes cimas, todo lo contrario, el terreno es
absolutamente llano, tan llano, tan plano, como la insoportable rutina diaria.
Pero sobre todo, tan llano, tan plano como la insoportable situación de “sin
noticias de Dios”. Simplemente desapareció de tu vida. No existe, se fue. Te ha
dejado solo. Cuando el camino discurre al menos entre colinas, el horizonte se
te muestra ahí, esperándote. Y a medida que avanzas ves como la colina se
acerca más y más, hasta que tras el esfuerzo de la subida, tu “espíritu de la
colina” queda recompensado al poder ver en la cima del collado o de alcor, o
del otero un nuevo horizonte, una nueva perspectiva de tu vida.
Pero no, aquí entre la dureza extrema del
clima y la total monotonía de los mares amarillos de cereal, tu caminar se
convierte en algo parecido a una tontería. Total, para qué. Si camine lo que camine,
mis ojos ven siempre lo mismo. Una aldea allí, otra allá y un pueblo algo más
grande acullá.
[7]
No son estas las moradas donde llueve maná. Con mil imperfecciones y débiles
virtudes, que aún no saben andar. Porque habituados estamos al relajo, que nos
quejamos de las sequedades y quisiéramos disfrutar de los gustos de la Oración.
Resumido de las Moradas del Castillo interior
de Teresa de Jesús.
Moradas
segundas, capítulo único.
Te pesa todo, sobre todo el macuto que parece
ganar en peso kilo a kilo, kilómetro a kilómetro.
Y los pies no digamos. Aunque curtidos ya por
los tres o cuatrocientos kilómetros que llevas ya a las espaldas, y cuando las
ampollas de la desilusión ya no deberían ser problema (aunque siempre aparece
alguna que otra cuando menos te lo esperas), las eternas etapas de ni se sabe
cuántos kilómetros hacen que los pies, de repente, tras veinte o veinticinco
kilómetros, chillen y te digan, “basta” ya no podemos más. Nos rendimos. Sigue
tú, que nosotros nos quedamos. Es como si tu cuerpo te pidiera seguir, pero tus
pies se pusieran en huelga.
Es duro esto. Sólo el delicado cuidado de ti
mismo (amar lo propio), de tus pies, te permiten superar ese dolor y ese
sufrimiento
Pero en realidad avanzas. En realidad caminas
rápido. No te das cuenta porque el exiguo sistema de referencias no te permite
triangular y comprobar que estás caminando, pero al final de la jornada
consigues alcanzar in extremis el anhelado albergue, donde una litera súper
cutre te está aguardando. Y cuando la ves, te parece que acabas de entrar en la
habitación de un “cinco estrellas”.
En realidad ¿qué está sucediendo en tu vida
durante este largo y monótono periodo?
Es el largo periodo en el que Dios nos somete
al duro entrenamiento del fortalecimiento de la voluntad, a soportar inclemencias,
y no tanto reveses y tragedias como el desaliento de “la nada”, de la sequedad,
del desierto interior.
Los sentimientos que te invaden a lo largo de
estas etapas son bastante desagradables, porque habituados como estamos a
nuestra increíble capacidad de diversión, de pasarlo bien, de tener nuestra
mente ocupada en cientos de cosas, un Burgos – Castrojeriz, o un Carrión –
Sahagún, es como caminar por el desierto… Aparentemente.
La cuestión es que en este largo segmento del
Camino, tienes dos alternativas, o abandonas por mero aburrimiento y decepción,
o logras entender la mente de Dios, y comienzas a admirar la belleza del
silencio y de la Paz del Creador.
Se produce una curiosa paradoja. Por un lado,
el calor abrasador del mediodía te obliga a caminar en plena noche. Hay
momentos en los que no ves, y a riesgo de perderte, una humilde linterna es tu
única forma de ver las marcas del camino, esas flechas amarillas que te indican
el camino recto. Por otro lado, en pleno día el espléndido sol de Castilla
ilumina, invade todo tu ser. Te ciega, te abrasa. Como te ciega y te abrasa la
presencia de Dios. Un Dios al que no ves, porque aparentemente “no pasa nada en
tu vida”. Le llamas y no contesta, le gritas y se hace el sordo, hasta que te
das cuenta de que está ahí. Siempre está ahí, siempre ha estado a tu lado. No
te ha dejado ni un solo momento. Es el propio Sol que te envuelve, y a penas
permite un poco de sobra en el cobijo de algún árbol. Es cada flecha amarilla
que te marca la dirección de tus pasos. Es el mismo Camino por el que andas ya
casi sin darte cuenta. Es la verde pradera al borde de un arroyo donde te
permite recostar, te conduce hacia fuentes tranquilas, calma tu sed y apacigua
tu alma.
¿Dónde está Dios? Está ahí, es el Universo que
te envuelve, que te acoge, que te exige el duro esfuerzo de cada etapa, de cada
larga, largísima etapa. No es este monte o aquel arroyo, ni este árbol o aquel
bosque, es todo lo que te rodea. Es el aire que respiras, es el Sol que te
ilumina, es toda tu existencia. Lo es Todo.
Nadie va a caminar por ti. Nadie va a encender
la linterna por ti. Pero si tu voluntad se fortalece, si tu consciencia aprende
a ver y a entender, entonces, etapa tras etapa, kilómetro tras kilómetro, lo
vas viendo todo cada vez más claro.
Esto es “iluminación”, una toma de consciencia
sobre “todo lo que existe”, y ver a Dios en “todo lo que existe”, en todo lo
que es, porque ¡oh, prodigio! El propio Confinador (que hasta ahora lo hemos
tratado como algo poco recomendable, porque nos parece un trampantojo), es el
propio Dios mirándote a los ojos. Por eso está ahí, para que te restriegues los
ojos y consigas ver de Verdad, con los ojos del alma hasta ahora dormida,
porque es la única forma de aprender a ver la auténtica realidad que te rodea.
Nada cambia, ves en la cotidianeidad de cada día lo mismo, pero eso mismo no
tiene nada que ver según con que mirada lo enfoques. Este es el objetivo de la
segunda parte del Camino.
Si no consigues ver nada más que horizontes
llanos y tediosos, ya estás tardando en coger el tren o el autobús de regreso a
tu casa. Lo triste es que en este caso, lo recorrido, así hayan sido cientos de
kilómetros, no te habrá servido de nada.
Pero cuando te sientas a descansar al borde
del camino y le dices a tu pareja (si tienes, como tuve yo, la suerte de
caminar junto a ella), “calla y escucha
el silencio, la paz, la soledad de Dios”; y tus oídos alcanzan a sentir la
suave brisa, el canto de alguna cigarra, y nada más. Cuando tus sentidos se
calman, se apaciguan, cuando el paisaje es tan simple que apenas hay nada que
te pueda distraer, cierras los ojos y te pones a la escucha; entonces, y sólo
entonces es cuando descubres dos cosas, la primera que Dios te ha regalado una
inconmensurable Vida Interior, que eres inmortal, trascendente, y que lejos de
sentirte solo, aunque no haya nada ni nadie en diez o quince kilómetros a la
redonda (lo que la vista alcanza en un horizonte totalmente llano), comprendes
que estás totalmente inundado de Dios, que Él lo aguanta todo, tus pesares, tus
sacrificios, tus decepciones, tus caídas, tus limitaciones, tus ampollas, tus
dolores de pies, tus remilgos ante una litera no muy limpia, en suma, tus pecados.
Sólo te pide una cosa, constancia para entender que “Amar es una decisión”, que
Él no puede decidir por ti. Que amar es seguir el Camino, es exclamar
“¡ultreia!
Ultreia es una palabra antigua, que se escucha en varias
ocasiones a lo largo del Camino. Viene del latín, y son dos palabras juntas:
"ultra" y "eia". Ultra significa más, y eia significa allá.
Su significado fue y sigue siendo a la vez saludo entre peregrinos y a modo de
dar ánimos. Esta palabra sale del Codex Calixtinus, de una canción en latín del
siglo XII. Hay una frase que dice "e Ultreia, e suseia, deus
adjuvanos". Otros dicen que antes se decía "ultreia, suseia,
Santiago", como diciendo "ánimo, que más allá, más arriba está Santiago".
Ultreia, suseia, notas cómo te dice un anónimo
peregrino que te ve en el borde del camino lamiéndote las heridas. Y es que
Dios no sólo se manifiesta en tu interior, sino en tu exterior, a través de
cada peregrino que te saluda y te desea “¡buen Camino, hermano!”.
La segunda parte del Camino es un canto a la cotidianeidad,
a la vida de todos los días. El paso por Nájera, Santo Domingo de la Calzada,
Belorado, los Montes de Oca, Burgos, Castrojeriz, Frómista, Carrión, Saghún,
León, Órbigo, son un sacramento total de nuestra vida cotidiana, donde se forja
realmente nuestra voluntad, y nuestra capacidad de ver con claridad.
15. Los caminos del silencio
Solemos tener la creencia de que los caminos
de Dios son para gentes dispuestas a vivir grandes acontecimientos, grandes
sufrimientos, epopeyas espirituales. Nada de eso. Los caminos de Dios son para
gentes dispuestas a seguir viviendo como hasta ahora, ¡qué contrasentido! Son
para gente dispuesta a que nada suceda en su vida. Son para gente dispuesta a
vivir el Silencio Interior. Porque este es el quid de la cuestión, no se trata
de vivir externamente nada excepcional, sino de vivir internamente una
auténtica revolución, revolución que pasa por conseguir silenciar todas
nuestras potencias, todos nuestros sentidos.
El
tramo castellano del Camino es el sacramento de una escuela de Oración, donde el alma aprende a orar
de verdad. Comienza acostumbrada a hablar ella, a decirle muchas cosas a Dios,
a pedirle, a quejarse, a rezar largas letanías, a reflexionar, a hacer
consideraciones, a fijarse en los detalles del Camino. Pero poco a poco, Dios
la sumerge en una insoportable cotidianeidad, a base de etapas siempre iguales,
sin aliciente, que ni siquiera son difíciles, pues en general, salvo los Montes
de Oca y el repecho de Castrojeriz, son insoportablemente llanas. Poco a poco,
Dios somete al alma al silencio, a la nada.
Igual que para el peregrino el cayado y la
brújula es el apoyo físico y de orientación que le permite seguir caminando, la
Oración constante es el cayado y la brújula del peregrino de la vida, como
refiere Sebastián Gaya en etapas de un peregrinar. La Oración, siempre la Oración.
Ciertamente que el proceso de hacer silencio
interior no es fácil. El pensamiento siempre está ahí para sentarse en los
primeros puestos, y decir “aquí estoy yo”. Cuando todo consiste en que el “yo”
se calle, desaparezca, para dejar que Su Majestad entre y reine. Hay que dejar
vacío el templo de mercaderes y cambistas. Tiene que quedar todo en silencio.
Hay una preciosa parábola de todo esto, que es
la conocida “canción del peregrino ruso”. La cuenta Carlo Carreto en su libro
“más allá de las cosas”. Es la historia de un peregrino ruso, que buscaba
denodadamente cómo acallar su alma, cómo orar y permanecer en Oración el mayor
tiempo posible. Un día, cansado de caminar, llegó a un monasterio ortodoxo y
fue acogido por los monjes. Durante la cena, le explicó a staret, o prior del
convento, sus dificultades para mantenerse en Oración, a lo que el staret le
respondió del siguiente modo. “No te fuerces en recitar largas plegarias, o en
no pensar en nada, simplemente di una y otra vez, y otra y otra, esta sencilla
frase “Señor ten compasión de mi, que soy
un pobre pecador”. Una frase repetida cientos, miles de veces, durante tu
camino. Nada más. El peregrino siguió su camino recitando este mantra, y así
encontró el camino del Silencio.
Una actitud tan repetitiva y monótona como la
meseta castellana por donde discurre el Camino.
Estas frases u otras similares, son utilizadas
por muchas culturas como forma de Oración, para aprender a calmar y acallar la
mente. Se denominan mantras. Pueden parecer monótonas, pero desde hace milenios
son utilizados como forma ideal de lograr el silencio interior.
El propio rosario católico es un mantra, una
monótona secuencia de avemarías que están concebidas para fijar la mente en
cada misterio, de un modo contemplativo, donde las avemarías son la barrera que
evita que ideas ajenas al misterio nos invadan.
Ignacio Larrañaga, en los Talleres de Oración
y Vida, va introduciendo a los talleristas en las diferentes modalidades de Oración.
Comienza con lo que él denomina “pequeño silenciamiento”, que consiste en unos
minutos, entre cinco y diez, de callar la mente, de dejar los trajines fuera de
nosotros, de respirar profundo, siendo conscientes de cada respiración (los orientales
lo denominan pranayama), relajar los músculos, quedarnos relajados. Y en cada
sesión nos introduce en un tipo diferente de Oración, como las que hemos
referidos en el capítulo 28, empezando por la Oración mental, tras la lectura
de un pasaje de la Biblia, meditar sobre su contenido, leyéndolo en primera
persona, y meditar sobre lo que me dice a mí ese pasaje. La meditación
cristiana no tiene el mismo significado que la meditación oriental, más similar
a lo que es la contemplación y el vacío total.
Se va pasando por la Oración de abandono, de
imagen, hasta adentrarnos en el silencio contemplativo.
Todo está orientado a vaciar nuestra mente, a
dejar el alma totalmente desnuda, como Adán y Eva antes de creerse los reyes
del mambo.
El silencio interior es tanto más intenso
cuanto más se despoja el alma de sus vestiduras, hasta quedarse absolutamente
desnuda ante Su Majestad. Esa imagen de desnudez es la que expresa el Génesis
como estado natural del hombre antes de pecar. Y no sentían vergüenza, porque eran
puros de corazón.
Pues esa desnudez es la que se persigue
haciendo silencio interior, con cualesquiera técnicas o procedimientos que
utilicemos para domeñar la mente.
El objetivo final es aprender a ver la vida
“como caen las hojas de los árboles”, que refiere Consuelo Martín; es decir,
sin juzgar, sin consideraciones espúreas, sin prejuicios, sin analizar. Esto no
supone quedarnos alelaos viendo cómo pasa la vida ante nuestros ojos. Marta
tiene que seguir trabajando por el bien de todos los que le rodean. Significa,
tener una actitud de ver más allá de las cosas, ver lo trascendente, ver sin
más, sin un por qué.
El mundo exterior es una representación del
mundo interior. Todo lo que sucede fuera de nosotros es como una película de lo
que sucede dentro de nuestra alma.
La realidad auténtica no es la que ven tus
ojos y tus oídos del cuerpo, sino la que percibes cuando liberado del pesado
macuto de “todo lo que tienes”, ligero ya de equipaje, eres capaz de ver la
vida a través de tu conciencia, con los ojos del alma, donde Dios habita. Un
proverbio judío dice que “la vida no es
como es, sino como eres tú”. Es decir, lo que tú crees que es cierto, para
ti es cierto. Porque lo que vemos no es la Realidad, sino nuestro particular
modelo de realidad que nos hemos elaborado. La gente no es mala, tú la ves
mala… y así influyes para hacerla mala. Y al revés. La gente no es buena, tú la
ves buena, y puedes influir para hacerla buena. Todo depende.
Un sabio maestro zen utilizaba para ilustrar
esa idea un símil muy gráfico: lo que llamamos "realidad" es análogo
a una proyección de cine. La pantalla es Dios, el Ser eterno, y la película el
mundo que habitualmente consideramos como real (el de nuestra vida cotidiana):
mientras dura la proyección, la pantalla no se ve, pero ella es el soporte
sobre el que aparecen las imágenes y sin ella no sería posible ver nada. Del
mismo modo, nada de lo que sucede en la película afecta al soporte; las escenas
con agua no pueden mojarla y las llamas no pueden quemarla.
Dios es la pantalla, que las imágenes de la
vida diaria ocultan.
Si eres capaz de descubrir la pantalla y
comprendes que todo lo que sucede es gracia a que Dios sostiene nuestro pequeño
mundo (con multas de tráfico y enfermedades de nuestros hijos incluidas),
entonces sí puedes decir que estás empezando a vivir en presencia de Dios.
Y empiezas a ser consciente de muchas cosas.
Empiezas a experimentar la contemplación, y tu vida es simplemente Oración.
Experimentar todo esto no tiene que suponer
que haya grandes cambios en tu vida cotidiana; no son necesarias caídas del
caballo como San Pablo, no tiene por qué haber experiencias fuertes, truenos en
el cielo o vientos huracanados. Tu vida puede cambiar lentamente, poco a poco,
y la noche oscura, el sufrimiento, el miedo, dejar paso un buen día (como
tantos otros) a la luz de Dios.
Por
eso la pequeña frase que os he presentado dice así: “Dios ha enviado a su Hijo
unigénito al mundo; esto no debéis entenderlo en referencia al mundo exterior,
cuando Cristo comía y bebía con nosotros, sino en relación al mundo interior, a
la Vida Interior. De la misma manera verdadera que el Padre engendró al Hijo,
igualmente lo engendra en lo más íntimo de nosotros. Así, desde ese fondo
interior, debes hacer todas tus obras sin un por qué. Tengo por cierto que
mientras obres por el Reino de los Cielos o por alcanzar las bienaventuranzas,
es decir, desde el exterior (desde algo que crees está fuera de ti), no es
bueno para ti.
Meister Eckhart.[xxxiii].
Eckhart viene a decir lo mismo que el soneto
anónimo.
No me mueve mi Dios para quererte
El
cielo que me tienes prometido.
Ni
me mueve mi Dios para temerte,
Ese
infierno que existe tan temido.
[…]
Pues
aunque no hubiera Cielo yo te amara
Y
aunque no hubiera infierno te temiera.
Esto
es contemplación, saber ver la eternidad, ese presente momento eterno, donde
toda la Redención se materializa en ti, donde tú eres la razón por la que hace
dos mil años aquellas cosas sucedieron; cosas que no tendrían ningún sentido si
tú, ahora, no las estuvieras contemplando en cada acontecimiento de tu propia
vida. Porque la Resurrección es la vida de Cristo en ti, entre nosotros, con
toda su realidad. Pero de la misma forma que Pablo dice que si Jesús no hubiera
resucitado, vana sería nuestra fe, de la misma forma, si no tenemos fe, vana ha
sido la Resurrección.
¿No lo
entiendes?
Dale
gracias a Dios por ello, porque en estos asuntos la mente no tiene nada que
hacer.
La
vida de fe, la Vida Interior está formada por caminos de Silencio[xxxiv].
El
Silencio interior es el único camino hacia la iluminación, hacia el “Fiat lux”.
[i] Confucionismo.
Es la religión formada por el
conjunto de enseñanzas y doctrinas predicadas por el filosofo chino Confucio. Basada en las enseñanzas del filosofo y
teniendo como “deidad” al cielo, el cuerpo de la misma tomo forma a lo largo de
varios siglos, concretamente entre los siglos VII y III ac. El Confucionismo predica la unidad del cosmos
que regula tanto la vida animal y vegetal como el ser humano y las estaciones.
Fue la religión oficial del imperio chino hasta el Siglo VII después de Cristo,
teniendo una gran influencia en el pensamiento de varias zonas del Sudeste asiático,
concretamente las áreas ocupadas en la actualidad por Corea y Vietnam, asi como
en la propia China y Japón. Aun siendo una religión oficial, nunca se conformo
ni fundo como tal, evolucionando de manera natural desde las enseñanzas de
Confucio. De esta forma, no posee ni clero ni iglesia ni divinidades, ni siendo
Confucio venerado como deidad por parte de sus discípulos, ni habiéndose autoproclamado
como divino. Principalmente se basa en
los principios de la practica del bien, la sabiduría empírica y las propias
relaciones sociales. El Pensamiento se
recoge en nueve libros divididos en dos grandes grupos, los Cinco Clásicos (Wu
Ying o Wu King), libros creados antes de la época de Confucio, y los Cuatro
Libros (los Sishu) libros compuestos por compilaciones de dichos y proverbios
de Confucio y Mencio comentados por sus seguidores. Ref: http://www.confucionismo.com/descripcion.
[ii] Tao.
El Taoismo se creó hace unos
2500 años en China. Fue fundada por Lao-Tzu, a quien Confucio describía como el
dragón que cabalgaba los vientos y las nubes. Su texto principal es el Tao te Ching o el
“Libro de la razón y la virtud” es uno de los libros más breves de todas las
religiones con solo 5000 palabras. También son una referencia importante las
escrituras sagradas de Chuang-tsu. Se
estima que el Taoismo es practicado por aproximadamente 50 millones de
seguidores, principalmente en China y otros países asiáticos. Debido a la gran mística inherente a la
tradición Taoista existen un alto número de sectas derivadas de sus diversas
interpretaciones. El Tao o “camino”
nunca ha sido descrito con palabras, de esta forma, se deja a aquel que “busca”
encontrarlo por sí mismo en su interior. Lao-tzu escribió “El Tao que se puede
describir no es el Tao eterno”. El Taoismo se centra en el nivel espiritual del
ser. El Tao-te-Ching compara al hombre “realizado” con el bambú; recto, simple
y útil en el exterior y hueco en el interior. El espíritu del Tao se basa en la
vacuidad, pero no existen palabras para describir su espontaneidad y eterna
novedad. Los fieles de esta creencia,
son adiestrados para buscar el Tao en todas partes y todos los seres. Los
templos Taoístas son el hogar de seres divinos que guían la religión y bendicen
y protegen a sus adoradores. Un concepto único al taoísmo es el wu-wei, la inacción.
Esto no quiere decir la falta de acción, sino el no exceso de acción espontanea
derivada de las necesidades según surgen, ni dejándose llevar por la acción
calculada y no actuando de tal forma que se exceda el mínimo requerido para
obtener resultados efectivos. Si permanecemos quietos y callados, y escuchamos
la llamada interna del Tao, actuaremos sin esfuerzo, de manera eficiente,
raramente reflexionando sobre las materias y las cosas. Seremos nosotros mismos
tal y como somos. Ref: http://www.eltaoismo.com/taoismo
[iii] Consuelo
Martín. Del seminario “el final de la búsqueda”, 16-18 de Mayo de 2008,
impartido en el Monasterio de S. Juan de la Cruz, Segovia.
[iv] La fundación
"Escuela de Solidaridad", es una organización que tiene como objetivo
la acogida e intervención sobre personas que viven el desarraigo, la desventaja
social, el maltrato o la exclusión social. Llegan a nuestro hogar madres con
hijos en situación de emergencia, jóvenes inmigrantes, adultos en riesgo o
cualquier persona que necesite hogar. Pretendemos recuperar el sentido
familiar, en aquellas personas que no han podido experimentarlo.
Ref:
http://escueladesolidaridad.blogspot.com/2008/10/la-casa-de-la-solidaridad-granada-la.html
[v] Yo soy mi pensamiento (Buda). Trascripción parcial del artículo de
la página oficial “budismo.com”: Más de la mitad de la población mundial vive
en países que han recibido una gran influencia de las ideas y prácticas budistas.
Sin embargo, desde los tiempos de Buda -quinientos años antes de la aparición
del cristianismo- hasta mitad del siglo XX en Occidente no se sabía casi nada
acerca del budismo. El budismo se extiende a occidente No obstante, a mediados del
siglo XX esta situación empezó a cambiar, y se dice que hoy en día el budismo
es una de las religiones que con más rapidez se extiende en Occidente. ¿Qué es el budismo? Normalmente
consideramos que la religión es creer en Dios, o mejor dicho, en creer en
cualquiera de sus manifestaciones divinas; sin embargo, en el budismo no se habla
de Dios alguno. De esta forma la cuestión que se pregunta es si el budismo se
trata de una religión o si se trata sencillamente de una filosofía -una visión
particular del mundo, con pautas de comportamiento ético-, o si por el otro
lado es más bien una especie de psicoterapia, una manera de comprendernos a
nosotros mismos y afrontar los dilemas que la vida nos plantea. En cierto modo
el budismo abarca todo esto y al mismo tiempo incluye mucho más. Es un sendero de comprensión directa El budismo invita a
reconsiderar las ideas preconcebidas sobre la religión. Se ocupa de las
verdades que van más allá de lo puramente racional, revelando una visión
trascendental de la realidad que en su conjunto sobrepasa todas las categorías
usuales de pensamiento. El camino budista es una forma de entrenamiento
espiritual que con el tiempo lleva a una comprensión directa y personal de
dicha visión trascendental. El sendero empieza desde
nuestro propio potencial Todos tenemos la capacidad de ser más despiertos, más
sabios, más felices y más libres de lo que normalmente somos. Tenemos la
capacidad de penetrar directamente en la esencia de la realidad, de llegar a
conocer las cosas tal como son. Las enseñanzas y métodos del budismo tienen eso
como un objetivo final: posibilitar la comprensión plena de nuestro propio
potencial. La
expansión del budismo en el mundo. A lo largo de su larga
historia, el budismo se extendió a todos los países de Asia. Allí donde aparecía,
la interacción entre la cultura indígena local y las nuevas enseñanzas que
provenían del Buda causaban profundos efectos en las dos. En muchos casos el
budismo dio lugar a un renacimiento cultural en estas culturas a las que
llegaban. En algunas situaciones, como ocurrió en el Tibet, se convirtió
incluso en heraldo de la cultura. A medida que el budismo se extendía,
experimentaba a su vez cambios y llegaba a adaptarse a las circunstancias
culturales específicas de cada zona, esto para así poder expresar sus
principios directamente. Así, actualmente distinguimos los budismos de Sri
Lanka, Tailandia, Birmania, Vietnam, Camboya, Laos, Nepal, Tibet, China,
Mongolia, Rusia y Japón (incluso algunos historiadores creen, a partir de
recientes hallazgos arqueológicos importantes, que países de medio oriente
tuvieron también en su historia un periodo budista), y dentro de estos podemos
observar una amplia y desconcertante variedad de tradiciones, escuelas y
subescuelas. La pregunta que surge es cuál, de entre todo este abanico, es el
verdadero budismo y a su vez qué tienen en común todos estos enfoques
diferentes.
[vii] Teresa de Jesús. Las moradas del Castillo interior. Obras completas. Ed. BAC. Madrid. es el último
libro que escribió Santa Teresa de Jesús . Según muchos, su mejor obra;
y una de las cumbres de la mística cristiana y de la prosa española del Siglo
de Oro. Año 1577, España, ciudad de Toledo. Teresa tiene 62 años,
muchos achaques de salud y su obra de reformadora y fundadora peligra: la
Inquisición la está mirando con malos ojos (han secuestrado su autobiografía) y
llueven ataques de los calzados y disgustos sin fin. Es en ese momento
que Gracián y otros de su entorno, que conocen lo que esta monja sabe y lo bien
que se expresa, la empujan a escribir algo: aunque más no sea para sermonear un
poco a sus hijas... A regañadientes -como se ve en el prólogo- Teresa obedece.
Empieza en junio y se interrumpe a principios de julio, cuando debe viajar a su
tierra natal, Avila. Allí reanuda el libro a fines de octubre y lo termina en
noviembre. Apenas dos meses netos de escritura, y en circunstancias adversas.
No hay tiempo ni para corregir ni para releer... Pero el caso es que Teresa está inspirada :
sus monjas se asombran al verla escribir rapidísimo, como si le dictaran. Y al
final, ella misma se siente satisfecha con el resultado. No es para menos. Las Moradas son una alegoría de los grados de
la vida espiritual, yendo desde la ascética hasta la mística. Una doctrina
segura, vivida; y en la pluma salerosa de Teresa. Para no olvidar que sabiduría, felicidad y
santidad van juntas.
Ref: http://hjg.com.ar/teresa_moradas/
[viii] Eso
eres tú. La Filosofía perenne
afirma que Dios y el ser humano son la misma esencia, que “Eso eres tú”, es
decir, que el ser humano y Dios son en esencia el mismo espíritu. Con ello, la
relación con Dios a la que estamos acostumbrados, de nosotros frente a un Ser
todopoderoso que está allá, en el Cielo, es una alegoría falsa, porque Dios
está, reside, queramos o no, lo aceptemos o no, en el hondón del ser, en lo más
profundo de nuestra más íntima esencia.
[x] La
Bhagavad Gītā es un antiguo
texto escrito en idioma sánscrito, donde se describen las enseñanzas del dios
Krishná a su amigo y discípulo Áryuna. Forma parte de la gran obra
épico-religiosa Majábharata (vi, 830-1532).
[xi] Los
devas son deidades de las religiones hindú
y budista.
Posteriormente fueron asimilados también a las creencias esotéricas.
Son formas imperfectas bajo las cuales, a causa de su voluntaria ignorancia,
los hombres adoran a la Base divina.
[xii] Alice
Bailey. Del intelecto a la intuición. Ed. Sirio. Buenos Aires 2006. Alice
Bailey (Manchester,
Lancashire,
el 16 de junio
de 1880
- 15 de
diciembre de 1949)
fue una esoterista y escritora
inglesa.
Perteneció en su juventud al Centro de la Sociedad
Teosófica de Los Ángeles de la que luego se separó para actuar con
más libertad de acuerdo a sus propios puntos de vista y a las enseñanzas que le
impartieron dos Maestros de
la Jerarquía Oculta. La "Gran Invocación" (expresada en el
epílogo de este libro) es un mantra o rezo que la escritora afirmó haber recibido del
maestro Djwhal Khul
para ser entregado a la humanidad para acelerar el desarrollo evolutivo humano.
Fue entregado en abril de 1945 y desde entonces ha sido traducido a más de setenta y
cinco idiomas. Se ha designado al 11 de junio
el Día de la Gran Invocación, tras la lunación de Tauro en la que se celebra
el Festival de Vesak.
Sin embargo, sus adeptos pueden celebrarlo en cualquier ocasión. (Wikipedia)
[xiii] Tony de Melo, en El canto del pájaro. Sal Terrae. Madrid. Anthony
de Mello nació en Bombay (India) en 1931. Sintiendo el llamado para el
sacerdocio, inició sus estudios al alero de la Compañía de Jesús, en Poona.
Transcurrida esta trascendental etapa de su vida, se graduó en psicología,
carrera que siguió en América, según la sugerencia y consejo del Provincial de
la Orden, el Padre Mann. Comenzó dirigiendo Ejercicios Espirituales para
jóvenes novicios; que fueron el punto de partida para su carrera pública como
director de almas, labor que continuaría durante toda su vida. Se basó en la
metodología, los principios y la fuerza de los Ejercicios de San Ignacio de
Loyola, que había aprendido en España. Pero había agregado los ingredientes
propios de su personalidad tan especial; y fueron numerosos sus retiros para la
renovación del espíritu. Siguió incursionando en el Movimiento Carismático, con
gran intensidad. Ambas experiencias fueron la base de lo que vendría después. Se
llamaba a sí mismo: "rolling stone", (canto rodado), siempre listo y
dispuesto para lanzarse en el desafío de nuevos derroteros para el desarrollo
espiritual. Ref:
http://usuarios.lycos.es/dmilocco/textos/biog_mello.htm
[xiv] Jon Kabat Zinn. Mindfulness en la vida cotidiana.
Ed. Paidos. El término
mindfulness no tiene una traducción exacta al español. Puede definirse como una
atención y conciencia plena del momento presente. Es decir, se trata de
centrarse de un modo activo y reflexivo en el aquí y el ahora, en contraposición
a la fantasía o el soñar despierto. Sin
embargo, para entender del todo este término, es preciso tener en cuenta que no
se trata de una reflexión valorativa, sino tan solo contemplativa. Se trata de
observar sin juzgar, sin crítica ni rechazo, sin valOración alguna, sino
aceptando la experiencia tal y como está aconteciendo. El mindfulness es una filosofía de vida
procedente del budismo Zen. Es el ideal Zen de vivir en el momento presente.
Este concepto ha sido adoptado por las psicoterapias de última generación, como
la terapia de aceptación y compromiso, la terapia de conducta dialéctica, o la
psicoterapia analítica funcional. Elementos principales del mindfulness Centrarse en el momento presente Consiste
en sentir las cosas tal y como están sucediendo, sin pretender ejercer ningún
control sobre ellas. Es decir, la persona que usa esta técnica no se centra en
un pensamiento para modificarlo, sino que se centra en un pensamiento,
actividad, imagen mental, etc. en sí mismo, sin pretender cambiarlo ni hacerlo
desaparecer. Eso ayuda a aceptar las experiencias tal y como son, sintiendo lo
que sucede, sin huir, incluso aunque se trate de una emoción desagradable. Eso
permite que lo que ha de suceder, suceda de un modo completo, dejando que cada experiencia
sea vivida en su momento, en el presente.
[xv] Meditación
vipassana Vipassana es una
palabra Pali que se traduce por ”visión clara y penetrante” ( en inglés :
Insight ) . Es la comprensión directa y espontánea de la ”verdadera naturaleza
de las cosas”. Los principales textos en los que el Buda describe las técnicas
de meditación que le permitieron alcanzar la iluminación son el Anapanasati Sutta
y el Satipatthana Sutta. Ref. http://www.meditacionvipassana.com/meditacion.asp
[xvi] Juan Martín Velasco. El malestar
religioso en la cultura. Ediciones paulinas. Madrid 1993. Profesor de
fenomenología religiosa, afirma contundentemente que la religión, para ser
humanizadora, ha de ser mística. Su libro es una reflexión sobre la
degeneración rutinaria en la que ha caído la fe católica, denominándola una fe
“eclesiastizada”.
[xvii] William
Law. El Espíritu de Oración.
Yatay Ed. Madrid 1999 (1686
– 9 de abril
de 1761)
fue un predicador
inglés,
nacido en Kings Cliffe, Northamptonshire. Fue ordenado en 1711. Residió en Cambridge,
donde enseñó. El ascenso al trono de Jorge I
le impidió seguir, dado que no prestó el juramento de adhesión al nuevo
gobierno y abjuración de los Estuardo. Durante los años siguientes parece que vivió en Londres.
En 1727
era tutor de Edward, hijo de Edward Gibbon
(1666-1736) en Putney, a quien acompañó como ayo a Cambridge, donde estuvo
durante cuatro años. Cuando su pupilo marcó al extranjero, Law continuó en la
casa de Gibbon, en Putney, actuando como consejero espiritual no sólo de la
familia, sino de toda una serie de amigos que iban por allí, entre los que estaban
los dos hermanos John y Charles
Wesley, John Byrom el poeta, George Cheyne el médico y Archibald
Hutcheson, miembro del Parlamento. En 1740 Law se retiró a Kings
Cliffe, que había heredado de su padre, donde vivió con dos damas: la Sra.
Hutcheson, la rica viuda de su viejo amigo, quien la recomendó en su lecho de
muerte que se dejara guiar por Law espiritualmente, y la Srta. Hester Gibbon,
hermana de su último alumno. Los tres vivieron durante 21 años una vida de
recogimiento, devoción, estudio y caridad, hasta que Law murió el 9 de abril de
1761. De sus obras como escritor, es conocido sobre todo por A Serious Call to
a Devout and Holy Life (1729). En España
se ha publicado El espíritu de Oración (1998).
[xviii] Byron Katie y Stephen Mitchell. Amar lo que es. Ed. Urano.
Según cuenta esta mujer, una mañana tras años de estar sumida en una profunda
depresión y de pensar obsesivamente en el suicidio, se sintió invadida por un
estado de dicha absoluta. Lo que se despertó en Katie fue un proceso silencioso
de interrogación personal que la condujo a acabar con su sufrimiento. Amar la
vida tal cual es, sin pretender amoldarla a sus criterios. Desde entonces nada
cambió a su alrededor, cambió ella y su forma de ver la vida. Saltó a otra
dimensión del continuo espacio tiempo.
[xix] Robert
Fisher El caballero de la armadura oxidada. Op cit.
[xxi] Meister
Ekhart. “El fruto de la nada”. en El fruto de la nada. Ediciones Siruela,
Madrid 2008. El
primer proceso de inquisición contra un teólogo de la Universidad de París
durante la Edad Media fue el del Maestro Eckhart (1260-1328), dominico alemán
que predicaba la posibilidad de que el hombre alcance aquí en la tierra una
vida bienaventurada, asumiendo su origen y filiación divinas. Sus expresiones
arriesgadas sobre el nacimiento del Hijo de Dios en el alma, la experiencia
nihilista de Dios a quien llama «pura Nada», el vacío interior que el espíritu
comprende como una muerte necesaria o el exilio del alma noble, todo ello
condujo a sus acusadores a ver en su obra tesis heréticas. Pero la fuerza de su
pensamiento filosófico y teológico tuvo, a pesar de la prohibición de su obra,
una continuidad inmediata en el siglo XIV, en primer lugar entre los dominicos
alemanes Heinrich Suso y Johannes Tauler, y después en san Juan de la Cruz,
Angelus Silesius, Jacob Böhme y, ya en el siglo XX, en Martin Heidegger. El
interés por Eckhart va más allá de la tradición europea y occidental; han sido
los filósofos de la Escuela de Kioto, Keiji Nishitani y Hajime Tanabe, quienes
han llamado la atención sobre su figura como un interlocutor privilegiado con
las tradiciones asiáticas y muy especialmente con el Budismo Zen. El fruto
de la nada recoge algunos de sus más destacados sermones y tratados en
lengua alemana, así como un conjunto de textos atribuidos al Maestro Eckhart
(proverbios, leyendas y un largo poema) que proporcionan una idea completa del
gran místico alemán.
[xxii] Ignacio Larrañaga. Encuentro. Manual de Oración para los Talleres
de Oración y Vida. Ignacio Larrañaga, sacerdote
franciscano, capuchino originario del País Vasco, ha desarrollado una amplia
labor animadora y evangelizadora durante 25 años en América Latina, Norteamérica
y Europa.
Ref: http://www.tovpil.org/gira/index.php
[xxiii] Gregorio
Rodríguez. Orar es posible. Ed. Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey. Madrid 2002. La obra CPCR es una asociación
laical, fundada por el mismo padre Francisco de P. Vallet Arnau, en Uruguay,
Francia y Madrid, hermana de la que fundara antes en Cataluña. En ella tienen
los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey la función de promotores y asesores
técnico-espirituales
[xxiv]
Consuelo Martín, el arte de la contemplación. Gaia Ediciones. 2007
[xxv]
Teresa de Jesús El libro de la Vida. Los cuatro niveles de Oración. Obras completas. Ed. BAC Madrid.
[xxvi] San
Ignacio de Loyola. Ejercicios espirituales.
Por este nombre,
EJERCICIOS ESPIRITUALES, se entiende todo modo de examinar la conciencia, de
meditar, de contemplar, de orar vocal y mentalmente y de otras operaciones
espirituales... Porque así como pasear, caminar y correr son ejercicios
corporales, de la misma manera todo modo de disponer el alma, para quitarle
todas las aficiones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar
la voluntad divina respecto a la disposición de la vida y salud del alma, se
llaman Ejercicios Espirituales". Aunque en el Libro de San Ignacio los
Ejercicios se presentan para hacerlos en "cuatro semanas" ello solo
refleja el hecho de que el proceso integral que constituyen los Ejercicios
comprende cuatro etapas sucesivas: Primera, "la consideración y
contemplación de los" propios desordenes. Segunda, la vocación cristiana y
"la vida de Jesucristo Nuestro Señor hasta" el domingo "de
Ramos". Tercera, la Eucaristía y "la Pasión de Jesucristo Nuestro
Señor". Cuarta, "la Resurrección y Ascensión" de Nuestro Señor.
Desde luego, el mismo San Ignacio advierte que el termino "semanas"
no debe llevar a concluir que cada etapa requiere de una semana necesariamente,
y todos los Ejercicios, de treinta días. Así, San Ignacio destaca que aun en el
supuesto de Ejercicios de treinta días, como se practican en la Compania de
Jesús, la primera "semana" a veces requiere mas de siete días. Esta
división de los Ejercicios, altamente flexible, permite hacerlos en una semana
y aun en cuatro días.
[xxvii] Cursillos
de cristiandad. Movimiento católico, promovido por Sebastián
Gaya en 1947, que iniciándose con una experiencia de tres días, el cursillista
es sometido a una profunda revisión de su vida personal y cristiana. El
movimiento se mantiene posteriormente a través de las reuniones semanales que
se llevan a cabo en las parroquias, denominadas ultreias. Ref: http://www.cursillosdecristiandad.org/
[xxviii] Encuentro Matrimonial. Encuentro Matrimonial es un
movimiento católico. Nació en los años 60, impulsado por el espíritu del
Concilio Vaticano II, el cual puso su atención en la misión de los laicos como
motor para la renovación de la Iglesia. Encuentro Matrimonial ofrece un “Fin de
Semana” especial, como una experiencia humana que contribuye a que los esposos
se afiancen en su decisión de amarse y encuentren nuevos motivos para hacerlo.
No porque la relación esté mal, sino porque aún puede estar mejor. Encuentro
Matrimonial es un movimiento de renovación. Propone una espiritualidad
matrimonial basada en el diálogo y la comunicación. Acompaña a las parejas en
su crecimiento matrimonial en la vida cotidiana.
[xxix] Talleres de Oración
y vida son Encuentros de Experiencia de Dios, que se
iniciaron en el Brasil en 1974, y los Talleres de Oración y Vida, que datan de
1984, transmiten de manera pedagógica su mensaje y se han convocado a lo largo
de los años a decenas de miles de personas.
El Padre Larrañaga es asimismo autor de catorce libros que han alcanzado
numerosas ediciones y han sido traducidos a 10 idiomas. Desde hace años, al recorrer numerosos países, había
ido yo constatando un hecho: entre nosotros, en general, no se enseña a orar. Hay
mucha reflexión en los grupos eclesiales, es verdad, así como un copioso
estudio sobre la Palabra en los círculos bíblicos y en las diversas comunidades
cristianas. Pero aún en estos casos no se enseña a orar, al menos de una manera
metódica, ordenada y progresiva. Y mientras tanto, el pueblo se muere de hambre
de Dios. Los cristianos comprometidos se quejan diciendo: nos dan abundante
doctrina y técnicas pastorales, pero nos falta pasión y vida. Cuántas veces
hemos oído decir: los sacramentos "me dicen poco", no sacian mis
"ganas" de Dios. Una cosa es la palabra Dios y otra es Dios mismo. Una
cosa es la palabra amor y otra cosa es el amor. En nuestra mente tenemos la
idea de que el fuego quema, pero otra cosa es meter la mano en el fuego y tener
la experiencia de que el fuego quema. Sabemos que el agua sacia la sed, pero
otra cosa es tomar un vaso de agua fresca en una tarde de verano y tener la
experiencia de que el agua apaga la sed. Sabemos que tal sinfonía es
sublime, pero otra cosa es estremecerse al escucharla. Sabemos que Dios es
amor, pero otra cosa es conmoverse hasta las lágrimas ante la proximidad
infinitamente amorosa de mi Padre. Dios no es un conjunto de palabras
hilvanadas con una lógica interna; no es una abstracción mental o una teoría.
Dios es una persona y a una persona se la conoce tratándola; y sólo este trato
personal confiere aquel conocimiento experimental "que supera todo
conocimiento". Si no nos echamos de cabeza en el mar de Dios, nunca
sabremos quién es Dios. Ref: http://www.tovpil.org/gira/index.php
[xxx] El Movimiento
Oasis se
constituyó en Roma el 1 de noviembre de 1950, día de la proclamación del dogma
de la Asunción de Nuestra Señora. Le dio vida un grupo de estudiantes, chicos y
chicas, que apoyaron la propuesta del padre Virginio Rotondi, S.J., de
comprometer la propia juventud para lograr el ideal de la santidad. Después del
discernimiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (entonces Santo
Oficio), obtuvo el reconocimiento en 1952. El mismo año Pío XII dirigió a los
miembros recibidos en audiencia especial en Castel Gandolfo, un discurso
programático que, todavía hoy, es la magna charta del Movimiento. Después de Pío XII no han faltado, por parte de otros
Pontífices, palabras de reconocimiento y de ánimo para su acción pastoral. El
Movimiento participa de la vida de la Iglesia a nivel internacional, nacional,
diocesano y parroquial. Desde junio de 1992 también lo ha acogido la Iglesia
ortodoxa ucraniana. Ref: http://www.conoze.com/doc.php?doc=4288
[xxxi] Pedro Abelardo y la teoría de la intención. Pierre Abélard o Pierre
Abailard, Petrus Abelardus en latín, Pedro Abelardo en español,
(Le Pallet,
cerca de Nantes,
Bretaña,
1079 – Chalons,
21 de abril
1142), filósofo
francés.
Pedro Abelardo es reconocido por la crítica moderna como uno de los grandes genios
de la historia de la Lógica. Famoso por su enorme ingenio para la diatriba
dialéctica y un dominio silogístico profundo, Abelardo es también recordado,
siglos después, en pleno Romanticismo, por la prohibida relación amorosa
mantenida con Eloisa. A la vez que autor de numerosos poemas, dedicó gran parte
de su vida a la enseñanza y a la discusión, cautivando a los jóvenes por una
novísima elocuencia, aplicando para ello una desconcertante crítica, envuelta
con irrebatibles respuestas y nuevos giros de planteamientos que hacían
enfurecer a todos con quienes competía sin haber recibido invitación alguna. Es
conocida -además de "romántica"- la relación amorosa apuntada con Eloísa,
considerada como uno de los primeros ejemplos documentados de confesión amorosa
en clave, es decir, confesada por un escritor usando sus obras como medio.
(Wikipedia)
[xxxii] Bernardo de
Claraval (Castillo de Fontaine-lès-Dijon, Borgoña,
1090 – Monasterio de Claraval; 20 de agosto
de 1153),
monje
cisterciense francés
y abad
del monasterio
de Claraval. Con él, la orden del Císter se expandió por toda Europa y
ocupó el primer plano de la influencia religiosa. Participó en los principales
conflictos doctrinales de su época y se implicó en los asuntos importantes de
la Iglesia. En el cisma de Anacleto II se movilizó para defender al que
fue declarado verdadero Papa, se opuso al racionalista Abelardo
y fue el apasionado predicador de la segunda
Cruzada. Es una personalidad esencial en la historia de la Iglesia católica y la más notable de su siglo.
Ejerció una gran influencia en la vida política y religiosa de Europa.[
Sus contribuciones han perfilado la religiosidad cristiana, el canto
gregoriano, la vida monástica y la expansión de la arquitectura gótica. La Iglesia católica lo canonizó en 1174 y lo declaró Doctor de la Iglesia en 1830. (Wikipedia)
[xxxiii] Meister
Ekhart. “Vivir sin por qué”. en El fruto de la nada. Ediciones Siruela,
Madrid 2008.
[xxxiv] Edith Stein, Los caminos del
silencio interior. Ed. Bonnum. Edith
Stein, llamada Santa Teresa Benedicta de la Cruz O.C.D. (Breslavia,
Alemania
(hoy Polonia)
12 de octubre
de 1891
- Auschwitz,
9 de agosto
de 1942),
filósofa, mística, religiosa carmelita, mártir y santa alemana de origen judío.
Es copatrona de Europa. Beatificada en 1990 y canonizada en 1998 por el Papa Juan Pablo II.
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