Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

Os doy mi vida entera


Cuento contigo...


Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,

si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.

Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
 Francisco Luis Fernández

Presentación

Amo a todas las religiones, pero estoy enamorada de la mía.

Esta frase, exclamada por Teresa de Calcuta, expresa perfectamente mi sentimiento respecto de todo el universo religioso.

Proclamando y expresando mi profundo respeto por todos aquellos que desde los cuatro puntos cardinales del Planeta, tratan de vivir la vía directa que conduce a la Divina Realidad, también quiero expresar mi amor por mi Comunidad, por aquellos que vivimos la fe expresa en Jesús como Mesías, como el Hijo de Dios vivo.

Como expresa el soneto del poeta Francisco Fernández, lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado.

Y lo sepultado, las raíces son las confidencias que el alma comparte con su amado. Y lo florido es la expresión de ese amor mutuo, expresado en las buenas acciones, los buenos actos, las "eu" "karistías", la Eucaristía.

Es decir, lo florido se muestra en el amor donado a los demás.
Pero primero hay que alimentarse en la raíz.

Este es el planteamiento: Saber que Él nos amó primero.

Segundo, ser conscientes de que Él cuenta con nosotros para expresar su presencia en este mundo. Somos sus manos y sus pies.

Este es el mensaje que en Cursillos de Cristiandad se les transmite a los que viven esa experiencia: "Cristo cuenta contigo".

Así, planteo esta página en dos parte. La primera, sobre lo sepultado, sobre las raíces. La segunda, sobre lo florido, "Cristo cuenta contigo".



PRIMERA PARTE:
Él nos amó primero


1>    La puerta del umbral


Se cruza el umbral cuando caes en la cuenta de que Él te amó primero, y que lo único que te pide es que te dejes amar por Él, porque sólo así podrás amar como Él te amo.


La puerta se abre sola cuando “te dejas amar por Él”. 


Lo que sucede es que esta decisión tiene serias y fascinantes consecuencias.
Con este título, vivimos Paloma y yo un retiro de ejercicios espirituales al estilo ignaciano. Nos interrogaba el calificativo, así que fuimos a ello.
El resultado ha sido fascinante, y totalmente acorde con la charla “allí, en lo escondido” escrita una semana antes.


Él nos amó primero. Esta es una frase que por conocida puede que no signifique mucho más que su significado a la luz de las enseñanzas del catecismo o de la formación religiosa posterior.


Sin embargo, es mucho más que todo eso.


Las Escrituras se pueden leer en tres niveles de comprensión. El primer nivel es al nivel textual, “al-pie-de-la-letra”. En este nivel, lo más probable es que se llegue al fanatismo de no querer ver más allá del significado textual letra a letra. Estamos perdidos, están perdidos los que se quedan en la literalidad.


El segundo nivel es el de la comprensión intelectual. A este nivel funcionan los teólogos, exégetas y hermeneutas, sabios doctores intelectuales dedicados a impartir desde sus despachos doctrina a través de lo único que aporta el pensamiento, conocimiento científico, intelectual.


El tercer nivel es el de la iluminación. Es el nivel en el que opera Dios en el alma. Es el nivel en el que el alma “se da cuenta”, “es consciente” desde lo profundo de su ser, de lo que realmente significan esas palabras. En este nivel el pensamiento, la reflexión intelectual es un desagradable estorbo. Este nivel sólo se alcanza a través del silencio interior. Es el silencio que conduce a la Sabiduría. 


Y no hay otra alternativa de poder despegar un palmo del suelo. Se siente.
En este sentido, el Padre Gregorio Rodríguez deshojó un rosario de llamémosle “frases primordiales”, que nos fueron introduciendo en el “hondón de nuestro ser”.


El Amor de Dios restaura el alma a través de lo que S. Juan de la Cruz denomina la “soledad sonora”, y establece el estatus espiritual de “Presencia de Dios”.


Es un estado de serenidad, silencio y revitalización del espíritu en la fe, la esperanza y  el amor.


Todo lo hace Él. Parece mentira que al final se llegue a esta conclusión.
Pero para este viaje sobran dos cosas, una es el pensamiento (fuera) y la segunda es la emotividad (fuera también). Aunque la ausencia de estas dos fuerzas del hombre han de ser matizadas.


El Señor utiliza magistralmente en la evolución del alma el caramelo de la consolación y la hiel de la sequedad a fin de que el estar del alma no dependa de los sentimientos positivos que genera la primera o negativos que genera la segunda. No se puede cruzar el umbral al capricho de las emociones.


Hemos de liberarnos de las piedras con las que hemos cargado el Corazón, pues nos hace arrastrarnos por la vida cansinamente. Necesitamos vaciarnos de todo aquello que nos es inútil. Es el desapego que refieren los orientales. En eso estamos de acuerdo unos y otros.


El objetivo de la oración es la comunicación con Dios. Requiere silencio interior, pero en un principio, necesita una antesala reflexiva, que el cristianismo denomina “meditación”. La meditación te proporciona “imágenes interiores” sobre las que poder enfocar el silencio interior. 


Focalizadas estas imágenes, el silencio se apodera del alma, aunque siempre exista la tendencia a la distracción. No hay que preocuparse por ello, porque es natural, y además, lo peor es tratar de concentrarse con esfuerzo. El silencio es relajado, suave, profundo, pero no esforzado. Simplemente consiste en “querer estar contigo, Señor”.








2> La fuente del “yo”


La fuente de “Yo” es Dios. Fui creado para vivir en comunión con Él. Esta es la esencia del Amor. Lo demás son interpretaciones tan peregrinas como falsas.
De 1 Juan 4: 10, 17-21


10 En esto consiste el Amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.


17 En esto ha llegado el Amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como Él es, así somos nosotros en este mundo. 18 No hay temor en el amor; sino que el Amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; 19 quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque Él nos amó primero. 20 Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. 21 Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.


El Amor es una realidad vital de la vida que se expresa en la relación con los demás. Y como dice Juan, el Amor perfecto expulsa el miedo. Si tengo miedo es porque vivo con una imagen falsa de Dios. Quien teme no ha llegado a la plenitud.


No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea tal como pretender cambiar el mundo, “hay que…”, sino por el encuentro con Alguien concreto que da sentido a toda nuestra existencia.


Ya no es el Amor un mandamiento, sino algo consustancial a la persona, la respuesta al don del Amor que nos ha sido dado primero.


“Ser el hombre/la mujer que debo ser”.


Ante el Amor, las prohibiciones están fuera de lugar.


El Amor es la Energía Universal, la que mueve todo el Universo. La “Común – unión” verdadera sólo se produce por el Amor. Lo demás inventado por el hombre son sucedáneos de proximidad, de aproximación más bien burda. Esto lo dice Sta. Teresa en el capítulo 5 del libro de Las fundaciones.
La falta de Amor aleja al hombre de Dios, pero no sólo lo aleja, sino que le hace irreconocible. No se conoce a sí mismo, pues genera una máscara falsa que es lo que en todas las culturas se reconoce como el “yo” (el yo pequeño, el yo cotidiano, el que despierta por las mañanas, el que vive fuera del paraíso que Dios preparó para Él al crearle, y que por vivir escondido en su pequeño mundo, hace mucho tiempo que se perdió y no se puede encontrar a sí mismo.


Es ese “yo” del que Jesús de Nazareth dice que hemos de desprendernos, negarnos a nosotros mismos, dejar padre y madre, desprendernos de todo lo que tenemos, incluida la falsa imagen que nos hemos forjado de nosotros mismos.


El Amor humaniza, santifica y salva.


El Amor es vida verdadera y nos descubre nuestra verdadera identidad, nuestro “Yo Real”, también denominada en la tradición cristiana “alma inmortal”.


3>Somos parte del Corazón de Dios


Lo que importa es la voluntad de estar en Presencia, en comunión con Él. Su imagen es actualizada en nuestra memoria y en nuestra retina interior. Porque somos parte del corazón de Dios.


Somos su misma esencia. No hemos salido de la nada. Tenemos sus mismos atributos.


Soy para Él como si solo existiera yo.


Hay quien no cree que Dios es amor; hay quien no lo soporta ni que se lo digan. Hay muchos que se interrogan sobre cómo Dios permite el mal en el mundo, dónde estaba Dios durante el holocausto nazi.


La respuesta a esta pregunta es un tanto ambidiestra para los que no tienen fe, para ellos ninguna respuesta desde la Sabiduría es válida, porque choca con la lógica humana, pero es la única que existe:


“La culpa del mal es de los que tienen posibilidad de hacer el mal”.


Y Dios está ahí, muriendo en ese judío inocente. Dios desde que se hizo hombre, cosa que ni admiten ni comprenden los escépticos, sufre y muere en cada persona que sufre y muere, porque habita en cada ser humano, es la esencia más profunda del ser humano. Otra cosa es que el ser humano ignore esta realidad.


¿Cuántas personas saben que dentro de su ser existen órganos, vasos, arterias y nervios? ¿Cuántas personas saben que en lo más profundo de su cabeza tienen un núcleo cerebral denominado Núcleo de Edinger-Westphal: un núcleo mesencefálico que contiene las neuronas autonómicas que constituyen la rama eferente del reflejo fotomotor? Esta rayada sirva para explicar lo poco que sabemos de nosotros mismos, excepto los muy especializados en ciencias médicas. Pues la ignorancia por parte del hombre de la calle de la estructura cerebral es infinitamente más sencilla de solucionar que la ignorancia que tenemos respecto de la realidad de Dios en nuestro interior.


Hablamos mucho de Él, sobre todo los curas y teólogos, cuando en realidad es el gran desconocido.


La gran realidad de Dios para el hombre es su silencio. Dios está callado ante la libertad que le ha otorgado al ser humano. Y lo hace para que el hombre sea realmente libre de decir sí o no, o sea, para que el hombre no sea un muñeco.
No obstante, la redención se repite permanentemente en cada persona que sufre.


“Dios es infinitamente más de lo que podamos decir de Él” (S. Juan de la Cruz)
Si uno lee a Job se da cuenta de todo esto.


5 Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos. 6 Por eso me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza. (Job 42. 5-6)


Dios sufre con el que sufre, muere con el que muere, y así la Redención continúa.


Dios no es una conquista, es un don, un regalo de Sí mismo.
Y yo soy una consecuencia de Dios, un regalo de Sí mismo.
Jesús es lo que hay de visible de Dios a los ojos de los hombres.
Y Dios es lo que hay de invisible en Jesús (S. Irineo)
Y he aquí el gran Secreto que Dios sólo revela a sus escogidos, que no son otros sino los que le reconocen dentro de sus corazones. A esos, a los que admiten ser amados por Él, a ellos Dios les revela lo siguiente:
“La razón de la vida humana es Jesucristo”.
“La razón de sufrir es Jesucristo”.
“Sin Él no somos nada”.


-    Amigo, ¿tu Corazón entiende esto?


Si la respuesta es afirmativa desde lo más profundo de ti, estás en posesión del gran Secreto de la Existencia.


Si la respuesta es “lo admito pero no lo comprendo”, no hay problema, sé paciente, guarda, como María, estas cosas en tu corazón.


Si la respuesta es “no lo entiendo ni lo admito”, entonces no hay razón para seguir dialogando.


Jesús de Nazareth nos enseñó a ser hombres hasta el extremo de la Cruz. Dios se puso contra sí mismo en la Cruz. Su misericordia se enfrentó a la propia justicia. Esto lo resumió un autor francés, de cuyo nombre no me acuerdo, en este diálogo entre el Padre y el Hijo.


-    Buena la has hecho al decirle a los hombres que yo soy un padre bondadoso, ¿porque ahora, con qué autoridad voy a juzgar yo sus pecados?


-    Es que un Padre bondadoso no juzga, perdona –responde el Hijo-.
 Jesús pasa de mandamientos prohibitivos a oferta de Amor positivo.


El Amor no es un mandamiento, sino una respuesta al Amor de Dios, porque Él sabe de qué masa estamos hechos.


“Si llevas cuenta de los delitos, Señor, quién podrá resistir…” Salmo 51.


4> El sentido de la vida


23 Te compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan. 24 Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho. 25 Y ¿cómo habría permanecido algo si no hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado? 26 Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida.  (Sabiduría 11. 23-26)


16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. (Jn 3. 16)


Tenemos todo para ser felices o no. Depende de nosotros.


Esto parece idílico, pero no lo es. 


No hay pasado, sino presente. Dios “es”, no ha sido, ni será. Él es un eterno presente.


Esta es una noción como pocas que nos obliga a cambiar de paradigma.
Todos creemos que la historia de la salvación es eso, “historia”, algo que ha sucedido, que ha tenido sus acontecimientos históricos, reconocibles y demostrables mediante escritos y restos arqueológicos.


Yves Marie-Joseph Congar (8 de abril de 1904 - 22 de junio de 1995), teólogo católico, inicialmente cuestionado por el Vaticano, uno de los artífices intelectuales del Concilio Vaticano II, afirma que las Sagradas Escrituras es más una antropología para Dios que una teología para los hombres, porque es la forma en que Dios eterno, fuera del tiempo y del espacio, trata de explicar a los hombres la Eternidad, y a su vez, es la forma de que Dios pueda conectar con sus criaturas.


Y Dios le dice al hombre “tómame como Jesús” soy tuyo, acéptame o no, es cosa tuya. Y especialmente esta petición va dirigida a los pecadores, las personas más frágiles y débiles del mundo.


Porque el pecado es la ausencia del sentido de la vida.

La vida del ser humano es radicalmente diferente antes y después de la Iluminación. Y la Iluminación no es otra cosa que la toma de conciencia de la luz de Dios. Antes de la Iluminación el hombre vive en tinieblas y sólo dispone de la razón para iluminar algo el paisaje. La razón, la inteligencia humana ha sido capaz de “comprender” hasta cierto punto el mundo físico. Le ha costado ocho mil años de civilización hacerse una idea del mundo que le rodea. Pero además, el hombre ha podido imaginar el mundo sutil, la existencia de lo sagrado. Mircea Elíade denomina a este fenómeno de intuición de lo sagrado “hierofanía”.


Hierofanía: Es el acto de manifestación de lo sagrado. Sólo implica que algo sagrado se nos muestra. Para aquellos que tienen una experiencia religiosa, la Naturaleza en su totalidad es susceptible de revelarse como sacralidad cósmica. El Cosmos en su totalidad puede convertirse en una hierofanía. El hombre de las sociedades arcaicas tiene tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado o en la intimidad de los objetos consagrados. La Sociedad Moderna habita un Mundo desacralizado, que no puede siquiera intuir el auténtico sentido de la vida. 


Y así el hombre busca, y en este sentido y sincero camino, de pronto, sin pretenderlo “se da cuenta”, recibe la Iluminación de Dios, y entonces toda su visión de la existencia cambia radicalmente, y el sentido de su vida  experimenta un giro absolutamente copernicano, y ya nada volverá a ser para él como antes. Ha traspasado el umbral que le abre la puerta al Camino de perfección. Y así, su vida adquiere el auténtico sentido, todo cuadra, todo casa, todo encaja en un Plan de Dios absolutamente increíble. Es entonces cuando el ser humano comprende que ha vivido en tinieblas toda su vida. 


¡Pobre de él!

Para un hombre de empresa, triunfador nato, experto en “management”, que domina idiomas y habilidades financieras, autosuficiente y controlador de las más desafiantes crisis, es casi humillante dirigirse al Padre como “papaíto”. Puede tolerarlo si es creyente prácticante (que se dice). Pero tolerarlo por enseñanza catequética no significa “darse cuenta”.


Ese es el drama de la formación religiosa y de las catequesis, es que son unos procesos de aprendizaje tan mecánicos como los que se aplican para el estudio de las ciencias naturales y de la lengua o la historia. Luego, el alumno se somete a un examen de conocimientos, y “ya está”, ya está formado en el dogma católico.


Esto no sirve para nada; tanto más si es una asignatura obligada para hacer la primera comunión o aprobar un curso de enseñanza primaria o secundaria. Es más hay riesgo cierto de generar un rechazo difícil de neutralizar ya de adulto.
Sólo el que se sabe hijo es capaz de llamar a Dios Padre.


Es decir, la primera gran dificultad que un cristiano debe superar es pronunciar la primera frase del Padre nuestro: “Padre nuestro”, “Padre mío”.


15 Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» 16 Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» 17 Replicando Jesús le dijo:

«Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mt 16. 15-17) 

Ser conscientes desde lo más profundo de nosotros que Dios es nuestro Padre, no es algo que se aprenda y memorice, porque eso no lo revela “la carne ni la sangre”, sino el propio Padre que está en los Cielos.


Saber, ser conscientes de que Dios es nuestro Padre supone aceptar nuestra condición de hijos, unos hijos que reconocen la infinita superioridad del Padre “que está en los Cielos”, un Cielo inaccesible por nosotros. Y por eso le decimos “venga a nosotros Tu Reino”, es decir, le permitimos que nos ame, nos dejamos amar por Él. Porque nosotros no podemos ni sabemos amarle, si antes Él no nos hace la merced de amarnos. Como sólo Él sabe hacerlo.


El Amor que Él nos ofrece lo refleja Jesús a través del capítulo 15 de Lucas, donde el evangelista concentra las denominadas “parábolas de la misericordia”. Estas son las que les propuso a los fariseos que le criticaban por comer con los pecadores y publicanos. La parábola de la oveja perdida, o la mujer que tiene diez dracmas y pierde uno, y por fin la sensacional parábola del hijo pródigo. Y así demuestra cómo procede Dios cuando de amar al hombre se trata.


Así, el hombre más necesitado de Dios es aquel que está narcisísticamente encantado de sí mismo. 


Es la enseñanza de la parábola del hijo pródigo, donde el auténticamente infeliz era el hijo bueno, fiel cumplidor de las normas de su padre, pero enrocado en una aburrida rutina de cumplimientos de ritos, normas y liturgias.


“¡Al loro!”, porque esta es la verdadera y triste situación de la casi total mayoría de cristianos, católicos practicantes (que se dice), fieles cumplidores de la doctrina, parroquianos ejemplares con los que los curas están encantados porque hasta les ayudan en las labores parroquiales. Y además, muchos de ellos no ven con buenos ojos el perdón de los pecadores y gente que les ha hecho daño. En realidad, inconscientemente añoran lo que el padre hizo con el hermano perdido, porque viven instalados en una hipócrita rutina.


El encuentro con Dios le precede el deseo profunda de ese encuentro, ese sentir en lo más profundo que habita en nosotros. Y cuando decimos “sentir” no nos referimos a una emoción o un sentimiento, es algo mucho más profundo que una agitación de nuestros neurotrasmisores y hormonas hipotalámicas. Esto viene del hondón de nuestro ser. No se puede explicar mejor.
Juan 1: “Y habitó entre nosotros”.


Jesús no teoriza nunca sobre el Amor.


Nos amó hasta el extremo
(Jn 13. 1)
Y entrega la vida (Jn 15. 3)


No nos salva la Pasión, sino el Amor expresado en el hecho de la pasión. Como dice San Pablo en Corintios 13, “ya podría… si no tengo amor…”


En conclusión, el Evangelio es el profundo sentido de la vida. Y eso no se puede comprender con la razón. No es la carne y la sangre quien revela la Verdad, sino el Padre.


Son los ojos del alma, la Sabiduría de la experiencia de fe la que hace posible “ser conscientes”, “darnos cuenta”.


Esto es la “Iluminación”.


5> Oración


El cristiano que no ora, no es cristiano. Porque el cristianismo se fundamenta en el diálogo entre el hombre y Dios. Si no se dialoga con el Padre, nada de lo demás tiene sentido. La oración es un ejercicio de filiación, de ratificación del hecho de ser, sentirnos hijos de Dios. Orar es dejarnos abrazar por nuestro Padre, al estilo que nos enseña Jesús en Mateo 6, 6


6 Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.


El “yo” suele situarse en los arrabales del Ser; está situado en la primera morada del Castillo Interior, junto a las murallas que lo separan del exterior, un lugar lleno de lagartijas, sabandijas y suciedad.


Pero Jesús nos dice:


Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5. 8)


Porque haremos morada en Él. Esto es, permaneceremos conscientemente en Él.


De esta forma, todos los actos de nuestra vida están orientados a Dios.
Por tanto, la esencia de la oración es, ante todo, tomar conciencia de que Dios habita en nosotros, que es la “compañía” más entrañable que nos podríamos imaginar; que está deseando ayudarnos en nuestro vivir. Pero para que todo esto sea posible, nosotros tenemos que tomar conciencia de esta realidad profunda. Y no es posible tomarla desde la actividad preferencial del pensamiento, desde las ideas que nos surgen constantemente para desenvolvernos en nuestra vida diaria.


Es por eso, que en Mateo 6, Jesús nos recomienda, para adentrarnos en las intimidades del Padre, entrar en nuestro aposento (en nuestro interior), cerrar la puerta (de alguna forma aislarnos del bullicio de todo lo externo, y en ese momento, el propio pensamiento es una fuente muy desagradable de bullicio), y orar al Padre que está allí en lo escondido (mirarle, abrir nuestros brazos de hijo agradecido y pedirle nos de un abrazo), y Él que está allí, en lo escondido, nos abrazará ( y nos dará aquello que necesitamos, pues bien sabe Él de qué tenemos necesidad)


“No charléis mucho,  como los gentiles, que piensan que por su palabrería van a ser escuchados”


Es lo que nos recomienda en Mateo 6. 7. No es necesario hablar, no se debe hablar. Es preceptivo callar, hacer silencio, descansar la mente y escuchar el sonido de la naturaleza interior.


“Olvido de lo creado”
“Memoria del Creador”
“Atención a lo interior”
“Estarse amando al amado”
(San Juan de la Cruz)


Se entiende mejor “dejándose estar por el amado”. Se encuentran dos, se aman y se ven. Se encuentran dos y se funden en un abrazo eterno. Se encuentran dos y forman una unidad indivisible. Ver Addendum 1.

6> El Cielo de Dios, soy Yo.


Si Dios estuviera fuera de mí, dejaría yo de existir, quedaría como un cuerpo vegetal. Él es el hálito de vida que nos inunda.
Esta afirmación no tiene sentido desde un punto de vista fisiológico. El “yo” que deja de existir no es el cuerpo y la mente humana, sino el “alma”. Esto es importante. La gran confusión que enreda el discurso religioso es la que nos impide reconocer quiénes somos nosotros realmente. En la tradición cristiana se habla de cuerpo, mente y alma. En la tradición oriental se habla del cuerpo somático, el “yo” y la consciencia. Son sinónimos que hacen referencia a la persona  y al alma. La persona es una máscara con base corporal de nuestro “Yo Real”, de nuestra consciencia, de nuestra conciencia, de lo que somos realmente, un alma que provisionalmente habita en un cuerpo físico con un conjunto de estructuras y funciones que le permiten participar de la vida biológica.


Por eso, hay que entender en el contexto espiritual “Si Dios se fuera de mí, dejaría de existir”… para convertirme en un zombi sin alma, un errante de este mundo sin rumbo ni destino.


La Salvación es justamente eso, la preservación de Dios en el corazón humano (sinónimo de alma). Y todos estamos predestinados a la salvación.


¿Por qué nos ama Dios? La razón no está en nosotros mismos, sino en Él.


Él es el Amor y no hay razones comprensibles por la inteligencia humana. Esto resuelve la cuestión como una pregunta sin respuesta.


Simplemente nos ama. No hay justificación que proceda de ningún atributo humano. No nos devanemos los sesos tratándolo de comprender. No ha lugar.


Así que toda la vida espiritual se reduce en última instancia a creer, saber, ser consciente de que Dios nos ama, y aceptar con temblorosa libertad el Amor que Dios nos tiene. Porque como diría Julien Green (escritor estadounidense nacido en Francia en 1900), “Dios nos ama y esto sólo bastaría para volvernos locos”. Él mismo dice también que “Dios no habla, pero todo habla de Dios”, si sabemos “ver”, “contemplar”.


El Amor es gratuito, jamás se puede amar para conseguir nada a cambio. Y si uno siente que ama esperando una compensación, eso no es amor, sino deseo de conseguir algo. Los orientales lo llaman “apego”.


El Amor es el propio mérito y premio, y su fruto es la experiencia.


“Ama y haz lo que quieras”, “Dilige, et quod vis fac.”, cita de San Agustín que aparece por primera vez en su séptima homilía en la carta de San Juan. Porque cuando se ama, ya no quedan razones para dejar de amar.


El Amor de Dios sólo se puede responder con “agapé” donación total.


Es así que la única respuesta que podemos dar al Amor de Dios es decir:


“Padre nuestro”, saber que Él nos ama, como un Padre.


“Que estás en el Cielo”, ser conscientes de que Él habita en nosotros.
“Venga a nosotros tu Reino”, dejarnos amar por Él.


”Santificado sea tu nombre”, amar como Él nos ha amado, porque amar es la única forma de santificar su nombre. No valen sacrificios ni ofrendas.


Estamos hablando de lo que se denomina “pedagogía del amor de Dios”
En esta pedagogía existen cuatro pasos que hay que saber atravesar uno a uno, y no se pueden cambiar.


El primero es saber que somos amados por Dios. Razones no existen, simplemente es un hecho que se acepta o no. En eso somos libres de admitirlo o no. Es una idea aprendida y comprendida por el conocimiento. No hay experiencia, simplemente es información aceptada… o no.


El segundo es “ser conscientes” de que somos amados. Parece que no hay diferencias entre estas dos afirmaciones, pero la hay, y además puede ser tan abismal como la diferencia entre la noche y el día. La razón estriba en que la primera afirmación se puede admitir o no, pero todo ello desde el entendimiento, desde la razón. Es decir, saber que Dios nos ama es una verdad teológica, nada más; de ahí no pasa. Y saberlo en principio no tiene por qué tener una trascendencia significativa en nuestras vidas. Es algo más que aprendemos por la catequesis y en nuestra formación religiosa. Digamos que “mola” saber que Dios nos ama, pero nos dejará dudando como el joven rico, si tras esa afirmación se nos plantean otros desafíos. Sin embargo “ser conscientes” de que somos amados por Dios es pasar del conocimiento a la experiencia, a la Sabiduría de la experiencia. Y experimentar a Dios no tiene absolutamente nada que ver con cualquier experiencia anterior que hayamos podido tener en nuestra vida. Y esto no se aprende, se tiene que vivir; y sólo los que lo viven pueden comprender lo que significa esta frase “ser conscientes de que somos amados por Dios”.


El tercer paso es “dejarnos amar por Dios”. En este estadio del amor, el alma tiene que estar liberada del “yo”, de ese fenómeno del pensamiento que nos hace creer que somos lo que pensamos, ese personajillo que se mueve por este mundo creyéndose el rey del mambo. Dejarnos amar por Él supone someternos a un proceso severo de “humillación”. La humillación es una palabra denostada y despreciada porque en la jerga normal se equipara a deshonra, indignidad, ofensa, vergüenza, desprecio, desdén, afrenta, degradación, inclinación, doblegamiento, vejación, burla, baldón, menoscabo, bochorno y cualquier otro sinónimo. Sin embargo humillar procede de “humus” tierra, barro, que es lo mismo que reconocer nuestros orígenes según esa extraña mezcla de las dos versiones de la Creación que aparecen en el Génesis, en el segundo relato de la creación del hombre:


7 Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.
(Gen 2. 7)


Humillarse significa reconocer de dónde procedemos y gracias a quién estamos aquí. No hay nada vejatorio en la humillación, y sin embargo, como dice Santa Teresa, la humillación propia es el requisito previo para que de modo inmerecido, Dios habite en nosotros y haga maravillas.


12 Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.


Esto dice el Señor en Mateo 23. 12, a propósito de quién será el mayor entre nosotros.


Así que “dejarnos amar por Él” supone decirle “Señor, toma el mando de mi vida, y hágase en mí según tu voluntad”. Es decir, ir, vender todo lo que tenemos, compartirlo con los pobres (porque lo que tenemos no es malo, nada más lejos; es fruto de las capacidades que Dios nos ha dado pero no hemos hecho otra cosa que ambicionarlas para nosotros solos), tomar nuestra cruz (aceptar nuestras circunstancias), y seguirle. Como Jesús le dijo al joven rico.


21 Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme.» (Mt.19. 21)


Y aceptando que Dios nos ame de esta forma, abandonándonos a su voluntad y reconociendo que “no tendremos dónde reclinar la cabeza”. 


19 Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.» 20 Dícele Jesús: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» 21 Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.» 22 Dícele Jesús: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.»
 (Mt 8. 19-22)


Con esta advertencia, Jesús nos indica que “dejarnos amar por Él”, “no es moco de pavo”. Supone el desapego total y absoluto de las cosas de este mundo. Ni siquiera podemos enterrar a nuestro padre (como símbolo de las cosas más queridas, a las que podamos estar apegados). Y nos quedaremos suspendidos, como dice Santa Teresa, “entre el cielo y la tierra”.


Y el cuarto paso es “amar como Él nos ha amado”. Pues ya estaremos preparados para comprender lo que significa Amar de verdad. Porque Él nos amó primero y lo hemos experimentado, le hemos dejado que nos ame hasta el extremo.


Jesus experimentó estos cuatro pasos.


Primero, Él es amado por el padre. Segundo, Él es plenamente consciente de que así es. Tercero, se deja amar pues ya no tiene otro alimento que la voluntad del padre. Y cuarto, Jesús ama, y ama hasta el extremo.


Y también en María también se produce. Primero, María es amada “El Señor es contigo”. Segundo, ella es consciente de que es amada, aunque no lo comprende bien “Cómo será eso, si no conozco varón”. Tercero, se deja amar “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra” y cuarto, desarrolla ese amor llevando al Hijo en su seno, cuidándole durante toda su vida y compartiendo con Él la misión redentora.


Cuando el alma humana experimenta todas estas mercedes de Dios, sin merecimiento alguno, ya no le caben dudas de que el Cielo donde Dios habita es su propia alma, la séptima morada del Castillo Interior, soberbiamente descrito por Santa Teresa.


7> Cuando encuentre lo que busco, ahí me quedo


Cuando encuentre lo que busco, llegaré “Al final de la búsqueda”.  ¿De qué búsqueda?


El agua viva que no da más sed, como le dijo Jesús a la samaritana.


15 Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.» (Jn. 4. 15)


Porque el agua que saca la mujer del pozo de Jacob, y que siempre da más sed, representa “absolutamente todas las cosas de nuestra vida” por las que luchamos, y que jamás nos dejan saciados. Todas aquellas necesidades, tanto materiales como afectivas que nos obsesiona cubrir y alimentar, a riesgo de sentirnos unos eternos insatisfechos.
Este es el final de la búsqueda:



1.    Saber que soy amado por Dios

Sabemos que Dios nos ama, de la misma forma que sabemos que creó el mundo y etc. etc. Pero “ser  conscientes del Amor de Dios” es una revelación directa del Padre


17 Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
(Mt 16. 17)


Y la revelación se muestra sólo mediante la oración de recogimiento y quietud, mediante el silencio y la contemplación.


“Soy amado por Dios” Este hecho es la raíz de todo lo demás que pueda acontecer al alma humana.


Bien es verdad que acecha siempre la tentación de creernos protagonistas de nuestra vida de fe y comportarnos como si lo fuéramos. En este caso seguiremos cayendo en el pecado original, la soberbia.


Es la herejía pelagiana , el mundo centrado en mí mismo, en yo, yo y siempre yo. De alguna forma la soberbia de creernos merecedores y artífices de nuestros avances supone el más absoluto freno y bloqueo de cualquier avance de la vida espiritual, dado que por ese camino, la acción de Dios sería tan minorada, que prácticamente llegaría a ser inexistente, que es lo que realmente ha sucedido en la historia de la Humanidad y lo que ha hecho al ser humano abandonar “ese estado de Gracia” que significa el “paraíso terrenal”.
En el camino hacia Dios, “lo nuestro”…


 ¡¡NO ES UNA INICIATIVA, SINO UNA RESPUESTA!!


Por eso, cuando somos consciente de esta realidad, nunca nos consideramos suficientemente preparados para recibir la acción de Dios, ni suficientemente merecedores de sus regalos.


Pero eso a Dios no le importa.


Porque Él siempre da el primer paso, no obstante.


Así, el que se humilla es ensalzado, Mt 23. 12.


Y así, todo lo bueno es Gracia, es regalo.


La Gracia nos capacita para responder en el mismo nivel del Amor.


Sin este Amor transformante, nada podría más hacer. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15. 5). 


De esta forma, como dijo Juan Pablo II, “no nos es lícito dudar del Amor de Dios. Este es nuestro gran pecado”.


El pecado original no es otra cosa, entonces que el hecho de dudar del Amor de Dios, y por ello, creernos que dependemos de nosotros mismos, que estamos solos y sólo vale y es útil lo que sale de nosotros mismos.


10 Luego llamó a la gente y les dijo: «Oíd y entended. 11 No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre.» (Mt 15. 10-11)



2.    Ser consciente de que soy amado

No basta con ser amado, si no somos conscientes de que lo somos.
Dios no juega al escondite y quiere que seamos conscientes de su amor.
Ser conscientes de su Amor supone la experiencia más gozosa de la vida.
Santa Teresa relata cómo en las moradas cuartas y quintas es cuando el alma comienza a experimentar lo que ella denomina “arrobamientos” que producen esa extraña paz (deleites divinos que no contentos humanos), no comparable con sentimientos humanos, un proceso que lo compara con la metamorfosis del gusano de seda, hasta que sale la “mariposica”, pobre de ella, que no sabe donde posarse, ni siente consuelo en nada de lo conocido, que no sea Dios.


La experiencia de sentirse amado por Dios es “personal” y comunitaria a la vez; en ningún caso individualista (exclusivista).


Ser conscientes de que somos amados explica por qué en el Génesis se consagra lo que luego los científicos han denominado “el principio antrópico”. Que el hombre es la razón de la Creación. 


8> La noche más hermosa

 
Mi Señor.


En el silencio interior de mi jardín secreto, tratando de acallar mis sentidos y mi pensamiento, me vino de pronto, la imagen del Edén, esta noche en la capilla.


Tarareando la melodía de “Secret garden” veía mi castillo interior, donde Tú,  mi Dios habitas, como un jardín secreto, donde yo desnudo de cualquier artefacto, contemplaba el rostro de Jesús y hablaba con Él, simplemente mirándole.


De pronto, como un fogonazo de luz, la vi a ella,  junto a mí, los dos desnudos, sin vergüenza alguna, sin máscaras, sin imágenes superpuestas, contemplándonos el uno al otro y ambos contemplando la luz de Dios.
En el principio, hombre y mujer los creó, y estaban desnudos, sin sentir vergüenza (Gen 2. 25).


Pero surgió “yo”, esa fábrica de sueños que se cree el centro de todo, y perdimos la inocencia.


Así que vagamos por este mundo sin rumbo fijo, enredados en múltiples conflictos, porque realmente no sabemos amar.


Pero Dios se apiada de nosotros, y en ese presente eterno que es la vida, se nos manifiesta físicamente enseñándonos el nuevo Paraíso, María, José y Jesús en medio de ellos.. Son el nuevo Paraíso, el Reino aquí y ahora.
Ella yo y Jesús en medio de nosotros.


Ella, María, yo, José  y Jesús, Dios en medio de nuestro jardín secreto.
Nuestro sacramento es imagen real del Reino de Dios, del Edén que una vez perdimos y que volvemos a perder cada vez que creemos ser dueños y señores de nuestra vida.


Nuestra vida de oración materializada en nuestras tres vías de presencia, supone el final de nuestra búsqueda. Hemos llegado a la meta, hemos cruzado la segunda puerta.


Nos ha sido devuelto nuestro Paraíso terrenal. Nos ha sido otorgado el privilegio de estar desnudos sin sentir vergüenza.


Pero queda aún mucha vida por recorrer. 


“No nos dejes caer en la tentación de tratar de recuperar el control de nuestra vida, Señor. Y líbranos del mal.”


Que mi vida, Señor, santifique tu nombre.


9> Vivir el momento presente


Hoy, este momento, es el momento en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. (Sal. 118 (117), 24)


Hoy, este día lo ha estrenado el Señor para mí.


Ayer ya pasó. Mañana, puede o no ser. Hoy sí existe. El ahora sí es, y es cuando Dios actúa.


Porque sentirme no amado es literalmente letal, consume a la persona, la sume en la más profunda tristeza, la tristeza de la soledad, sólo mitigable momentáneamente con días de vino y rosas que se marchitan.


Sufrir es el sentimiento que se experimenta cuando no te sientes amado.



3.    Dejarse amar por Él

Hay quien no se deja amar.
Pero el Amor no se impone.


Dios no impone un sentimiento que no queramos suscitar en nosotros.
El mandamiento del Amor es el ruego de que demos una respuesta al Amor de Dios, “como Él nos ha amado”.


El Amor impuesto es una grave prostitución.


“Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor” (S.J. de la Cruz)
No te quejes, ponlo.


La dignidad del Amor requiere no imponerlo, sino ofrecerlo. El amor impuesto es una dictadura cruel.


El ser humano ha de abrirse libremente al amor, consentirlo, acogerlo, recibirlo.
Con la misma dignidad con la que el Sol nos da luz y calor, y nosotros lo que hacemos es abrir nuestra ventana para que su luz entre a raudales en nuestra estancia, con esa misma actitud, sólo tenemos que abrir nuestro corazón para que su Amor nos inunde. Porque el Amor es la energía más potente que existe en el Universo, y a la vez la más débil y suave.


Un acto de amor vale más que todo el Universo.
El amor no se cansa nunca.


Los grandes pobres de la vida son los que pasan por la vida sin enterarse que Dios les ama.


Nunca se decepciona el Amor, ni se bate en retirada. Espera, es paciente, aguanta las noches oscuras y frías…


Como canta Lope de Vega en su precioso soneto que escribió en un gesto de humildad y reconocimiento de su tibieza ante el Amor de Dios:


¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

El Amor de Dios es siempre fiel. Sin embargo la debilidad del Amor radica en que jamás entra a caso, como un elefante en una cacharrería. No se impone.
El Amor es pura y paciente espera.


Siendo así, todo nuestro quehacer en relación con el Amor de Dios es simplemente…


…dejarnos amar por Él.


Y esta no es una actitud pasiva. No es un “aquí me las den todas”.


No es pasividad, es “pasión”, deseo ardiente de ser arrebatado.


No es espera, es esperanza. Sé que se me va a dar, cuando esté dispuesto a ceder a Dios el lugar que le corresponde en mi vida.


No sé cuanto tiempo. Sus tiempos no son los míos.


Dios está detrás de las nubes, aunque como el Sol, no le veamos.


El primer mandamiento no es ir a misa los domingos, que en eso parece haberse reducido el cumplimiento de un católico. El primer mandamiento es una actitud ante la vida, y es el respeto, un respeto infinito ante la realidad del deseo de Dios de amarnos. Y el rechazo de ese Amor supone el infierno en nuestras vidas.


No te pido sacrificios, no.


No te molestes en cómo te tienes que mortificar.


Simplemente acepta lo que es.


Porque vendrán momentos de gozo, no los revientes con sacrificios inútiles. Goza, disfruta y sé feliz.


Y vendrán momentos de tristeza, de tribulación. No los evites ni los maldigas, ni rechaces la hora en que acaecieron en tu vida. Vívelos, porque así ha de ser. Llora y acéptalos, porque serás feliz en la tristeza; porque serás consolado.
No te pido sacrificios, sino misericordia (Mt 12. 7)


Suelta los remos de tu barca, ríndete a la corriente que te conduce al Océano de Dios.


10> Recordar


Re-cordar significa volver a pasar por el corazón. Lo que Dios nos pide es que creamos en su Amor y nos dejemos amar por Él. Y hemos de hacerlo no sólo cuando todo está bien.


Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. (Fil. 4, 4)
Esta es la recomendación de San Pablo. Incluso cuando algo no va bien, cuando las cosas no salen según nuestros planes, e incluso en estas circunstancias, dee un modo especial.


Cuando los acontecimientos son adversos y las circunstancias contradicen nuestros ideales, entonces la Fe infunde en nosotros la lógica de Dios, que aún en el  dolor, ahí está.


La Fe no alcanza a explicar en primera instancia el dolor, pero le da sentido. La Naturaleza ante el dolor y la adversidad reacciona tratando de neutralizarla, de huir de ella, en ello radica el instinto de supervivencia; pero la Gracia también sabe reaccionar. ¿Acaso no hay que creer en la luz del Sol cuando es de noche cerrada? El mejor homenaje a Dios es dejarse amar por Él en esa noche oscura.


Aunque cuesta aceptarlo.


Nos empeñamos en ofrecerle lo que no nos pide y en darle lo que no le agrada. ¿No será que queremos no tanto agradar a Dios cuanto sentir la satisfacción de haber hecho algo por Él? Esto es muy sutil y rebuscado, porque en el fondo está el deseo de sentir la satisfacción del “ego”. Esto es egoísmo (egotismo) espiritual donde de nuevo lo que intenta prevalecer es el “yo”… “yo”…, “yo”…


Contra esto, la alternativa es amar, sientas o no sientas, porque la cosa no va de sentimiento, de “contento” como afirma Santa Teresa al referirse a los sentimientos y emociones que derivan del éxito o frustración por el error (pecado) personal, sino de consolación “esa extraña paz que no la proporciona nada en la tierra” o sequedad; de iluminación o de noche oscura.


Déjate amar por Él, aunque estés seco como la mojama, como la arena del desierto, o a oscuras como la noche cerrada.


Lo que de verdad le agrada es cuando me fio de Él absolutamente, sin otra garantía que Él mismo.


Cuando se vive así, se produce el milagro… “como un grano de mostaza… mover montañas” (Mt 17. 20)


Esta es la actitud mística. Esto es cruzar el umbral de la vida mística.


Existen fenómenos místicos, pero esa es una merced de Dios. La mística desencadena en nosotros una acción eficaz con Él, de  modo que lo que hacemos es pura expresión suya. Esto no nos permite cruzarnos de brazos, porque nos provoca un volcán interior de lava incontenible. 


“Yo era una montaña seca que albergaba sin saberlo un volcán cuando estalló. La lava corrió impetuosa por mis laderas y al preguntarse, germinó tierra fértil, transformando el desierto en un vergel”.


Me vacío totalmente de mí, y Él se muestra. Y así, hasta el fin del mundo… lo que sea.


Esto es vivir de una manera nueva.


José María Candevilla, en su libro “Orar con las cosas” (BAC 2003) afirma que convendría recordar algo que se suele ignorar. Amar a Dios es simplemente dejarse amar por Él. Dejarse por esa fuerza magnética que sólo Él puede generar.


Entender algo de Dios, es dejarse iluminar por Él.


Alcanzar algo es simplemente “dejarse obsequiar”.


Cuando queremos llevar la voz cantante en la relación con Dios, erramos.
Y llegamos así al cuarto elemento de la pedagogía.


4.- Amar como Él nos ha amado

Sólo desde la certeza de la fe podemos amar de verdad.
El amor propio siempre es limitado. 


Dejándonos amar por Dios, con su amor hecho hombre, como soy yo, es como podemos a su vez amar como Él nos ha amado primero.


Este es el Reino y su Justicia
(Mt 6. 33)


Todo lo demás es valor añadido.


La certeza de ser amado se convierte en certeza de poder amar nosotros sin límites (JP.II)


Cuando experimentamos el peso del amor es porque estamos pensando en nosotros mismos y en nuestras fuerzas.


Al sentir el amor de Dios, sentimos la necesidad urgente de amar a Dios a través del amor a los demás.


Y nosotros amamos porque Él nos ha amado primero. Y su Amor ha sido y sigue siendo derramado.


Así derramamos el amor con la única medida, que es sin medida, expandiéndose constantemente.


Porque no queda nada de egoísmo.

11> Oración

La Oración es el ejercicio vivo de fe de filiación, de querer ser hijo. Jesús iba frecuentemente al monte a orar para estar con el Padre. Como hombre necesitaba orar.

La oración es un ejercicio de fraternidad. Fraternidad es no sólo orar juntos en las celebraciones. Inclusive orando a solas es fraternidad. Y es así porque es una relación de comunión con Dios Padre. Y en esa común unión estamos todos. Porque todos somos uno en Él.

Él nos sostiene a todos. Y Él no es sólo Él. Todos somos en Él.

En el corazón de Dios hay solidaridad con todos. Hay una solidaridad humana en Dios. Hay solidaridad en el Bien.

Cuando un alma se eleva, eleva el mundo.

Lo que el alma orando el soledad realiza influye en el mundo entero decisivamente. Por eso es tan importante la vida contemplativa para el mundo, aunque el mundo no lo crea, como no cree en otras muchas cosas.

Al orar comulgamos con Dios y los hermanos. Si yo trabajo para los pobres pero no cultivo la oración, de donde procede el Amor, no les estoy dando a los pobres absolutamente nada. Porque sólo orando podemos dar amor.

Esto a los agnósticos y escépticos no les va a cuadrar, ni lo van a aceptar, porque se creen que el hombre es capaz de amar por sí mismo. “Yo” amo, “yo” me sacrifico, “yo” hago y deshago. Este es el error, de modo tal que si un ateo muestra y derrama amor a los demás, que puede hacerlo, lo hace porque en el fondo de su corazón sigue viva la llama que Dios ha encendido en él, aunque él diga que no cree en Dios; pero su vida, en este caso, está demostrando lo contrario. Y al amar, su alma escondida está en oración, aunque su yo consciente y burdo de su vida cotidiana quiera ignorar este hecho. Como nunca nos pondremos de acuerdo, salvo que Dios le ilumine, discutirlo con él es inútil.

Oremos hasta dormirnos durante la oración. Dormidos seguimos orando. Así que no nos resistamos en dormirnos.

Yo duermo, pero mi corazón vela. (Cantar de los cantares 5, 2)

Así que al dormirte por las noches, piensa en Él hasta que pierdas la conciencia. Así, al despertar nos daremos cuenta de que toda la noche hemos orado mientras dormíamos, y al abrir los ojos nuestro primer pensamiento será Dios.

Al orar no hay contraprestación económica por medio. Es un acto de gratuidad. Y para vivir la gratuidad hemos de orar. Por tanto, vivir por y para amar, sólo viene del encuentro personal con Dios.

La Oración con mayúsculas, a la que hacen referencia los místicos, la oración de recogimiento, de quietud, no tiene nada que ver con el acto mecánico de rezar. Como quiera que se ha asimilado orar a rezar, y rezar a degenerado en las largas y pesadas retahílas de invocaciones, esto ha llegado a provocar verdaderas antipatías.

Orar es el encuentro personal con Dios.

Rezar es la expresión externa del orar, es vocalizar oraciones, recitar. Los rezos sin poner la consciencia en ellos conducen a una peligrosa y aburrida monotonía.

El rezo debe ser expresión de la oración. Si no es así se torna antipática y propia de feligreses de práctica rutinaria.

Contemplar es por otra parte, orar tan pasivamente que dejas a Dios actuar plenamente en ti.

El ejemplo más claro de rezo monótono es el rosario. Este rezo puede ser lastimosamente aburrido, o bien ser un mantra que aparte la atención de obsesiones cotidianas, o por último una oración contemplativa si nos centramos en el mollar del rezo, que es la meditación de los misterios, con diez o simplemente una Avemaría. Con ello un rezo monótono se puede convertir en una oración preciosa.

Y una cosa más. Aunque yo no quiera estar con Dios, Él está conmigo. Lo único es que yo no le percibiré porque le habré cerrado las puertas. Es mi problema, no el suyo.

12> La persona de Jesús

Jesús es una pasión de Amor, apasionado.

Con la Resurrección, Jesús vive en cualquiera que crea en Él.

Jesús nos ama hasta el extremo, como afirma Juan en su capítulo 13, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Esto significa que les amó, nos amó hasta el último suspiro en la cruz. Es el Amor en calidad sublima. No hay más allá.

En la pasión se muestra, no el voluntarismo humano, sino la tenacidad del Amor de Dios y la ternura y afecto de un hermano.

La primera muestra del amor de Cristo fue lavar los pies a sus discípulos.
¿Cuántas posibilidades de caridad extrema tenemos de obrar así?

El lavatorio de pies es lo que hacían los esclavos en las casas de los paganos, porque los judíos no tenían esclavos desde que fueron liberados de Egipto. Así que este gesto iba más allá del servicio admitido por los propios judíos, pues Jesús se comportó como un esclavo de paganos.

Pero el Amor auténtico da poder y el reconocimiento de una autoridad auténtica. Y Jesús les preguntó:

¿Comprendéis lo que he hecho hoy con vosotros?

Os he dado ejemplo para que os améis como yo lo he hecho, sin aparentar, que el más grande de entre vosotros sea vuestro servidor, que el mayor, sea vuestro esclavo. Porque la marca del cristiano auténtico es el servicio hecho Amor.
 
Makaroi en griego es decir, bienaventurado, dichoso hasta el extremo. Bienaventurados seréis si cumplís entre vosotros, lo que acabo de hacer yo ahora.
Gabriela Mistral expresó todo esto de una forma muy bella: Toda la Naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el viento, sirve la lluvia, sirve el agua.

Donde hay un árbol que plantar, plántalo. Donde un esfuerzo que hacer y otros evitan, acéptalo. Acepta las dificultades y los problemas.

Vive, disfruta la inmensa alegría de servir.


Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho, sin que hubiera un rosal que poder plantar.

El servicio no es una función de inferiores, sino de Dios mismo. Y nos pregunta cada día ¿serviste hoy?

Dejarse amar.

De toda la pedagogía del amor, es lo que más cuesta. Es el amor de Dios que se hace en Jesús, concreto en mí.

Él ha querido que lo sepamos concretamente en la figura de un hombre excepcional, porque es la última encarnación divina, para que tengamos vida eterna, aquí y ahora.

Creer en el amor de una persona es la mejor pedagogía para amar de verdad. Es decir… Creo en que tu amor es la forma suprema de decirle te amo, más incluso que decirle “te amo”.

Ya ni hay normas ni doctrinas forzadas por el hombre, sino que la vida está cimentada en la roca firme del Amor de Dios.

El cristiano no dice, “creo en el amor”, como creo en la paz, en la libertad o en la democracia, sino “creo en el amor que Dios me tiene”.

Todo el cuerpo doctrinal de la Iglesia tiene sentido si esto se cumple y se vive. Y si no, todo será campanas que resuenan y platillos que retumban.

Creer en el Amor de Dios es, primero, creer en el Jesús del Evangelio; y segundo, en el Jesús histórico que continúa en la comunidad que cree en Él, que somos todos nosotros.
Si crees que Dios te ama, en ninguna parte te has de sentir extraño, porque Él está en todos los paisajes, todo Él está en el instante y lugar donde te encuentras, en el límite de todos los horizontes imaginables.
Si crees que Dios te ama, en ninguna parte te sentirás triste, ni tendrás miedo de nada, ni de nadie, porque todo lo tendrás y soportarás en Aquel que vive en ti.

Si crees… y te dejas amar por Él, ya no tendrás necesidad de seguir escudriñando sobre los enigmas del Universo; ya no podrás establecer límites entre la vida y la muerte, porque Él está y estará siempre en ti, vivo y tras la muerte.

Si crees… nunca te sentirás viejo y trasnochado, porque Él hace nueva todas las cosas.

Si crees…

… cree en estas palabras: “si me amas, mi Padre y yo estableceremos morada en ti.” (Jn 14. 23)




Addendum 1

Condiciones para la oración contemplativa
http://www.buenanueva.net/oracion/6condicionesOracContemplat.htm

1. Fe

Creer que Dios está presente. Vivo en la fe, la fe que me dice Dios está aquí. ¿Lo veo? No ... simplemente lo sé.

2. Deseo inicial de oración y perseverancia

A esto llama Santa Teresa "determinada determinación", que se requiere para iniciar el camino de oración y para mantenerse en él. Esta determinación es necesaria para poder enfrentar las resistencias que vamos a tener. Estas vienen de nuestro interior y del exterior.

Los primeros obstáculos que se anteponen a la oración son el temor y la duda. Y el Demonio tienta con la duda para que no comencemos. Y con el temor para que, una vez tomada la decisión y haber comenzado, no continuemos con la oración de silencio.

Otra tentación puede ser pensar que se está muy avanzado en años para la contemplación. Pero nunca es tarde para empezar. Siempre hay obreros de última hora, también en la oración. 

Pero la determinación no es sólo necesaria para el arranque inicial, sino sobre todo para continuar en el camino. Recordemos que el Enemigo no quiere que oremos, mucho menos que lleguemos a la oración contemplativa.

3. Pureza de corazón

Buscar a Dios por lo que es y no por lo que da. "Buscar no los consuelos de Dios, sino el Dios de los consuelos" (Sta. Teresa de Jesús). Se trata de buscar al Señor y no los dones del Señor. Se debe esperar al Señor que es el imprevisible por excelencia y no los dones del Señor.

Esto implica que se debe ir a la oración desapegado. Y esto significa estar dispuesto a aceptar la manera que el Señor elija para encontrarse El con nosotros: puede ser árida, fervorosa, sensible, contemplativa. El orante va a dar su vida, su ser, su "nada". En una palabra: se va a la oración a "dársele" uno a Dios.

4. Humildad

La Contemplación es don "que no se puede merecer" (Santa Teresa). ¡Es un super-privilegio! Reconocerse "nada" ante Dios … pues lo somos … Y reconocernos indignos de ser consentidos por el Señor con dones contemplativos.

Dios es el "Todo". Sus creaturas nada somos, nada podemos, nada tenemos fuera de El. Creer esto de veras es comenzar a ser humilde.

5. Sencillez, pobreza e infancia espiritual

"Yo te alabo, Padre, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, así te pareció bien" (Mt 11, 25). 

Hacernos sencillos, es decir, sabernos incapaces, para poder recibir en la oración la Sabiduría que viene de Dios. 

Hacernos pobres en el espíritu para dejarnos colmar de todos los bienes del Señor, a través de la oración. 

Hacernos pequeños para que Dios pueda crecer en nosotros a través de la oración. 

Hacerse niños para poder creer y confiar en Dios nuestro Padre como los niños confían en sus padres.

6. Entrega de la voluntad

La Oración de Contemplación requiere una entrega total, un "sí" incondicional y constante. Buscar a Dios para dárnosle, sólo porque El es. El orante "ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor" (Santa Teresa).

Entregar la voluntad es ir conformando la voluntad con la de Dios; no imponerle a Dios nuestra propia voluntad.

Entregar la voluntad es ir aceptando los planes de Dios para nuestra vida; no es imponer a Dios nuestros propios planes.

Entregar la voluntad es cooperar con los proyectos que Dios tiene para nuestra existencia; no es exigir a Dios Su cooperación para los proyectos que nosotros nos hemos hecho.

Entregar la voluntad es esperar pacientemente el momento del Señor, pues Dios tiene sus ritmos y sus tiempos. "Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene; no hay para qué aconsejarle lo que ha de dar". 

Entregar nuestra libertad para que El pueda hacer en nosotros según Su Voluntad es condición importante para la Contemplación.


7. Desapego de lo creado:

Memoria del Creador,
olvido de lo creado,
atención al interior
Y estarse amando al Amado.
(San Juan de la Cruz)
Al tener un apego irresistible a Dios, estamos en el desapego.

8. Vivir el presente

Para orar hay que centrarse en el momento presente. No hay que hurgar en el pasado -salvo en los casos en que debemos revisarlo para corregir nuestras tendencias. Tampoco hay que pensar en el futuro, sobre nuestros planes y deseos. 

Hay que estar en el ahora: aquí está Dios. La siguiente experiencia mística puede mostrar cuán importante es esta condición para la oración:

"Estaba lamentándome del pasado
y temiendo el futuro. 
De repente mi Señor estaba hablando: 
MI NOMBRE ES 'YO SOY' ...
Cuando vives en el pasado con sus errores y pesares, es difícil, Yo no estoy allí.
MI NOMBRE NO ES 'YO FUI' ...
Cuando vives en el futuro con sus problemas y temores, es difícil. Yo no estoy allí.
MI NOMBRE NO ES 'YO SERE' ...
Cuando vives en este momento, no es difícil.
Yo estoy aquí.
MI NOMBRE ES 'YO SOY'"
(Poema de Hellen Mallicoat).

9. Se requiere soledad y silencio:

Hay que empezar por crear soledad. "Así lo hacía El siempre que oraba", dice Santa Teresa. Soledad para entender "con Quién estamos".
Silencio del cuerpo y de la mente para buscar a Dios en nuestro interior.
Es en el silencio cuando Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios. 

En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja amar por El.
Las cosas que suceden en el alma son como algo que sucede en las profundidades del mar. Arriba en el mar hay turbulencia, pero mientras más se baja, hay total y absoluto silencio. 

El deseo de buscar silencio y soledad es un síntoma de que estamos llegando a la verdadera oración.

En el caso de los Dominicos, Santo Domingo de Guzmán quería que en las comunidades se generara un ambiente adecuado para la contemplación. Se hablaba de la santísima ley del silencio, que si era quebrantada por algún fraile, éste debía ser corregido con penas graves. Esta ley manifestaba que sin silencio, no había predicación, porque no había contemplación. 

10. Nuestra participación en la oración

La persona debe poner su deseo y su disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e interiores). 

El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que Dios requiere para dársenos y transformarnos.

Hay que ir con un corazón dispuesto. Nuestra alma es como las tinajas de las Bodas de Caná. Hay que llenarlas de agua, bien hasta los bordes, para que el Señor transforme ese agua. 

Nosotros llenamos las tinajas como los sirvientes de las Bodas de Caná, es decir, aportamos nuestra buena voluntad (quiero amar, entregarme a El). 

Pero Jesús es el que puede transformar el agua en vino, es decir, transforma nuestra entrega en su Amor.

11. La participación de Dios

La participación de Dios escapa totalmente nuestro control, porque El -soberanamente- escoge cómo ha de ser su acción en el alma del que ora.
En ese silencio de la oración contemplativa Dios puede revelarse o no, otorgando o no gracias místicas o contemplativas. Esta parte, el don de Dios, no depende del orante, sino de El mismo, que se da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere.

La efectividad de la oración contemplativa no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas. Se mide por la intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento en virtudes, desapego de lo material, entrega a Dios, aumento en los frutos del Espíritu, etc. 

ARIDEZ:

La participación de Dios puede ser en aridez. Cuando ésta venga –que vendrá- hay que tener cuidado, porque puede convertirse en una tentación.
Pudiera suceder que cuando ya hemos avanzado algo en la oración o cuando estamos agobiados de trabajo y se descuide la oración, se comience a creer que la oración de contemplación no es para uno. Ese sería un triunfo del Demonio, pues hace todo lo que puede para que nos quedemos exteriorizados.
Cuando estemos en aridez, más hay que adorar. Puede ser cansado. Es como sacar agua del pozo, en vez de recibirla por irrigación o –mejor aún- de la lluvia (cf. Santa Teresa de Jesús).

La aridez es parte del camino de oración. Porque creer en el Amor de Dios no es sentir el Amor. Es, por el contrario, aceptar no sentir nada y creer que Dios me ama.

Así que no hay que juzgar la vida de oración según ésta sea árida o no. La sequedad es un dolor necesario. No podemos amar a Dios por lo que sentimos, sino por lo que El es.

La aridez es necesaria para ir ascendiendo en el camino de la oración. Así que, viéndolo bien, la aridez es un don del Señor, tan grande o mayor que los consuelos en la oración. 

Con la aridez el Señor nos saca del nivel de las emociones y nos lleva al nivel de la voluntad: oro aunque no sienta porque deseo amar al Señor.

La aridez, entonces, cuando no es porque nos hemos alejado del Señor por el pecado o por no orar, es un signo de progreso en la oración.

CONCLUSION:

La oración contemplativa es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no, estemos en aridez o no.
Y recordemos: orar se aprende orando, "sin desfallecer", como dice el Señor. La única forma de aprender a orar es: orar, orar, orar.