27 La paz os dejo, mi paz os doy; yo no
os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga
miedo. Jn 14,27
El oasis es un lugar de paz y con agua y
alimento que, situado en medio del desierto, permite al viajero descansar y
reponer fuerzas para seguir adelante. No es el final del camino, sino un
avituallamiento temporal necesario para poder continuar, pero un espejismo si
pretendemos quedarnos en él.
En el camino espiritual, el oasis no es sino
un símil de esos cortos episodios en los que la Divina Providencia permite nos
tomemos un leve descanso para reponer esas fuerzas necesarias. El en otro
extremo, en el símil marinero que también hemos utilizado, esta situación de
lugar de descanso y frondosidad en medio del desierto, lo constituye esas
etapas donde el viento favorable empuja nuestra nave en empopada, lo que nos
permite descansar del cansado esfuerzo de tener que ceñir continuamente al
viento.
Pero no son en cualquier caso más que
ejemplos, símiles para poder torpemente imaginarnos esos momentos de gozo y
consolación con los que Dios le regala al alma para reponer fuerzas.
La subida al Monte Carmelo
Si bien el desierto, las tempestades, la
oscuridad y demás avatares son lo normal en la vida de los seres humanos, a
veces uno se encuentra con momentos de paz.
La respuesta del común de las gentes ante
estas pruebas a las que Dios nos somete a todos, primero de todo es no entender
de qué va el asunto, tanto más cuanto que la propaganda religiosa te induce a
pensar que Dios nos quiere felices, y si no lo somos es por nuestra culpa,
nuestros pecados, lo que nos obliga a pasar por el confesionario con bastante
frecuencia, porque, como mencioné en entradas anteriores, todo consiste hacer
buenas obras y frecuentar los sacramentos (Eucaristía y confesión) para estar
en Gracia de Dios. Así que una persona en Gracia de Dios tiene que ser sí o sí
una persona feliz y “de colores”; una persona en pecado, es una persona
apesadumbrada, amargada e infeliz, dado que tiene que soportar el peso de sus
grandísimas culpas en su conciencia. Pero para eso está el cura, para deshacer
el entuerto.
Asociar el estado de ánimo con estar en Gracia
o en pecado es algo que muy a pesar de ser una verdad doctrinal, te lo tienes
que quitar de la cabeza, dado que te hace relacionar el sufrimiento con el
pecado, o como forma de purgar nuestros pecados, a imagen y semejanza de
Jesucristo Nuestro Señor.
“El dolor es inevitable, el sufrimiento es
opcional” dice Buda.
No cabe la menor duda que toda nuestra vida
constituye un proceso de maduración espiritual que se puede recorrer de dos
formas, consciente o inconscientemente.
Si se recorre de una forma inconsciente, como
se dice habitualmente, la vida nos da bofetadas hasta en el carné de identidad,
no entendemos nada, y respondemos de un modo directo “estímulo respuesta”,
dolor-búsqueda de analgesia como sea y de la forma que sea. La teoría pecado-gracia
divina es una forma bastante simple de aliviar las conciencias de las gentes y
evitar que piensen en algo que no sea lo que les dice el cura. El sufrimiento dicen
ellos, es consustancial a la vida, y así purgamos nuestras atrocidades, y por
otra parte, como la Iglesia católica proclama que sólo los curas tienen autoridad
para entender de estas cosas, nosotros, pobres discípulos, no nos queda otra
que padecer sin entender nada. Si no hay sufrimiento, no hay premio.
Cuando
un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente: los seglares
sólo pueden ser discípulos, dice Escrivá. Lo que nos anula la
capacidad y derecho a poder pensar.
La otra alternativa es recorrer este proceso
conscientemente. Entonces y sólo entonces, uno se da cuenta de que primero,
este proceso es universal y bajo ningún concepto exclusivo de una religión
específica, segundo, que el tema no va de purgar nuestras grandísimas culpas,
sino de “evolución” hacia estados más avanzados de la propia consciencia y
tercero que está estrechamente ligado a una visión holística de la existencia,
donde todo está relacionado con todo, donde nuestras individualidades son un
mero espejismo promocionado incluso por las propias doctrinas religiosas a las
que una visión no dual va en contra de sus intereses como organización.
Estas tres condiciones, proceso universal, la
evolución del espíritu y la íntima interconexión de todos con todos suponen la transformación del entendimiento en fe,
de la memoria en esperanza y de la voluntad en amor.
En la medida en que nuestra alma va
respondiendo de esta manera y permite ser transformada de esta forma, es en la
medida en que a los largos periodos de aridez y de desierto, se van
intercalando momentos cada vez más prolongados de consuelo, gozo y paz.
Como referencia indiscutible sobre el
desarrollo de este proceso de evolución espiritual tenemos dos obras absolutas,
las Moradas de Santa Teresa, que podéis consultar en la página “Las moradas del
Castillo interior”, y la Subida al Monte Carmelo y Noche Oscura de San Juan de
la Cruz, que también podéis consultar un resumen extenso en la página “Noche
oscura”.
Para lo que quisiera exponer ahora, S. Juan de
la Cruz en el libro “La subida” (con sus tres partes) se centra en el dominio
de los apetitos. Habla de sus efectos deletéreos en el alma, y de cómo es
absolutamente imprescindible lograr dominarlos. Que traducido al lenguaje
actual, diría que es básicamente el proceso de purificación del alma, el
desprendimiento de apetitos y de apegos, y el cambio del centro de gravedad de
nuestra vida desde el “yo” al “nosotros”, siendo nosotros literalmente toda la
Humanidad y en general todo lo creado.
La situación del alma cuando decide decir “sí”
a la llamada es lamentable. Es como la pinta que traería el hijo pródigo cuando
regresó de aquel país, de aquella manera, maloliente, con harapos, sucio y
lleno de llagas; y con unos vicios adquiridos que le imposibilitaban poder
vestirse con el traje de fiesta. Así que el padre, tras los abrazos y los
besos, le haría ver que debía someterse a una limpieza integra de todo su
cuerpo, hasta que no quedara una mota de suciedad, porque una novia o un novio,
no se puede poner el traje de la boda con su amado/a si está sucio y hediondo.
Y el proceso de limpieza es doloroso. Primero
tiene que decidir quitarse él mismo los harapos que lleva puesto, hasta
quedarse desnudo del todo. Pero luego, su cuerpo desnudo está tan sucio que
precisa que los mayordomos y sirvientes del padre le restrieguen bien con
cepillos de cerdas para quitarle toda la porquería. Por último, el propio padre
se encargará de curarles las heridas y pústulas que cubren su cuerpo, con
alcohol y desinfectante, lo que escuece bastante y duele. Esto responde a lo
explicado en las anteriores entradas en relación a las experiencias de vacío,
silencio y soledad.
Este es el efecto de nuestras humanas
debilidades como especie biológica en la que emerge la consciencia), y de cómo
afea el alma hasta el extremo de dejarla irreconocible.
San Juan repasa todo lo relativo a los apetitos
y aprehensiones del alma, como esa suciedad que impiden acceder al banquete. Es
absolutamente necesario desnudarse de todos los apetitos, quitarse los harapos.
Y este es un esfuerzo personal. Es la noche activa de los sentidos. Y de todo
esto trata la Subida en su libro primero.
En los libros segundo y tercero de la Subida
San Juan acomete la purgación o purificación de algo mucho más íntimo si cabe a
nosotros, que son las potencias: el
entendimiento, la memoria y la voluntad. Es la noche oscura de las
potencias, esto es, de nuestros talentos, de las capacidades que Dios nos ha
dado y que tenemos que negociar con ellas para sacarle rentabilidad y poder
ofrecerle beneficios.
Todas las habilidades y recursos de que
dispone el ser humano, tanto sirven para hacer el bien, como para hacer el mal.
Con el entendimiento podemos levantar una gran empresa que permita mejorar las
condiciones de vida de nuestra comunidad, con obras de ingeniería maravillosas,
o con implantaciones de sistemas de financiación que hagan llegar la
prosperidad a una ciudad o un país, o componer una obra de arte, pintura,
música, poesía; o podemos usar ese mismo entendimiento para el enriquecimiento
personal, o para atacar militarmente a una población indefensa, o componer y
realizar pornografía por poner un ejemplo de creaciones deleznables. Con la
memoria, podemos recordar e imaginar los acontecimientos con el fin de mejorar,
de concebir otro mundo posible, de perdonar, de amar, o podemos albergar el
rencor, el resentimiento y el deseo de venganza y de codiciar lo que no nos
corresponde. Y con la voluntad podemos hacer realidad con nuestro esfuerzo
tanto lo imaginado y pensado como bueno, como lo imaginado y concebido como
malo.
Es por ello que, nuestras potencias, que por
sí mismas no son ni buenas ni malas, dependiendo de la intencionalidad,
adquieren una moralidad positiva o negativa. El alma que da el paso hacia la
cumbre del Monte Carmelo, ha de someter sus potencias a un proceso de
transformación total, de modo que sean transformadas en absoluta virtud.
Virtud es una palabra que deriva del latín
“vir”, hombre, de donde viene también viril y virilidad, y que expresa los
dones atributos de los hombres libres y
poderosos, frente al “homo”, referido al siervo y esclavo. Con el paso de los
siglos, se ha ido consolidando como referencia a las cualidades del ser humano.
Pues bien, San Juan de la Cruz despliega en el
segundo y tercer libro el proceso de transformación de las tres potencias del
alma en su correspondiente virtud. Así transforma el entendimiento en fe, la
memoria en esperanza y la voluntad en amor.
El
proceso de transformación del entendimiento en fe pasa por aceptar el tránsito
entre la luz aparente de la inteligencia, a la oscuridad de la fe, a la nube del
no saber. Esto supone una renuncia capital al uso del
atributo más importante del ser humano como especie inteligente, que es su
capacidad de razonar, a cambio de un progresivo sometimiento a la fe en Alguien
que aceptamos nos guíe por cañadas oscuras. En este proceso, el alma pasa de la
noche, donde aún se puede ver algo con las pupilas totalmente midriáticas, a la
oscuridad, donde es imposible ver absolutamente nada. Y aún así caminar
confiando en la mano invisible de nuestro guía.
El
proceso de transformación de la memoria en esperanza supone pasar de recordar
lo pasado, como lastre en cuanto recuerdos tóxicos y negativos,
llenos de juicios y de rencor, o imaginar el futuro como proyección de deseos
también negativos, o sentidos como positivos, pero llenos de imperfecciones, en pura esperanza, que es una proyección de
la fe en el futuro. Bástele a cada día su afán y confiar en que el Espíritu
de Dios nos conducirá por cañadas oscuras hacia verdes praderas y fuentes de
agua cristalina.
El
proceso de transformación de la voluntad en amor es el paso total de nuestro
reino al Reino de los Cielos, de tratar
de que se haga nuestra voluntad a dejar que se cumpla Su voluntad. Es materializar la sublime declaración “fiat voluntas tua”. Pero este
proceso sigue basándose en el desapego a todo lo nuestro, a los bienes
sensibles, a los gozos, a los bienes espirituales y sobrenaturales; en suma,
consiste en despegarnos de todo lo que supone adhesión a cualquier cosa que no
sea Dios.
Destellos de Verdad
Básicamente estos son los tres ejes de la
transformación del ser humano. A medida que el alma se deja someter a él, es en
la medida en que poco a poco comienzan a suceder destellos de Verdad. Es decir,
momentos en los que la impenetrable oscuridad y niebla de la nube del
desconocer, del no saber, parece como si se desvaneciera e intuyes a ver un
rayo de una descomunal luz que te muestra un contenido tan increíble, que no
aciertas a asimilar. Santa Teresa refiere en el capítulo cuarto de las moradas
sextas este destello de Verdad comparándolo a lo que le sucedió cuando fue
invitada por la duquesa de Alba a su palacio. Al entrar en una de las cámaras
del palacio que contenía un número absolutamente espectacular de joyas y de
objetos recubiertos de oro y piedras preciosas, el impacto visual que recibió
fue tal, que luego no acertó a describir qué había visto, salvo que su
contenido en artículos de un lujo asiático era cualquier cifra imaginable o
superior.
Básicamente sucede de esta forma cuando Dios
tiene a bien mostrarte un infinitésimo de sí. Te quedas anonadado, o
simplemente sin saber qué decir, salvo la absoluta convicción de que has tocado
con las yemas de tus dedos “la Verdad”.
En mi experiencia personal no he experimentado
nunca ninguno de esos arrebatos ni nada que se salga de una vida rigurosamente
normal, pero lo que sí he experimentado es esa convicción de saber que soy
dirigido camino de la Verdad.
En la entrada 165 traté el tema de la verdad,
siendo la mentira uno de los más importantes problemas al que nos enfrentamos
los seres humanos.
La Iglesia católica proclama que el último
enemigo que será vencido será la muerte, tras el apocalipsis, pero yo creo que
en realidad el gran enemigo del ser humano no es la muerte, ya que no existe
como tal, excluyendo el circunstancial fenómeno de la muerte física del cuerpo
que realmente a efectos existenciales no deja de ser un simple tránsito de
estado, un éxitus o salida. El verdadero enemigo del ser humano, del alma es la
mentira.
La
falsedad, la mentira ha convertido este mundo en un estercolero, en el
auténtico infierno. Y la mentira es la madre de la
ignorancia, la mayor lacra de los pueblos de la Tierra, la causa del
subdesarrollo y de la pobreza.
Si nos damos cuenta, pasamos nuestras vidas,
como referí en la entrada 165, permanentemente bajo la fundada sospecha de que
nos están mintiendo; no tenemos casi en nadie en quien confiar. El binomio
confianza – escucha, que es el que hace posible el diálogo entre seres humanos,
empezando por la pareja hombre-mujer, padres-hijos, amigos, compañeros y demás
personas con las que convivimos, para terminar con las autoridades políticas y
religiosas, es imprescindible. Si este binomio se rompe porque no te sientes
escuchado y por ello no puedes confiar, el recelo se instaura y todo sucede
bajo la sospecha de la duda que imaginas oculta la perversa intención de que te
hagan daño.
Así no es posible la vida.
De este modo, cuando en tu evolución
espiritual, tras una larga travesía en el desierto de tu vida, tras la penosa
escalada del Monte Carmelo, atisbas el primer rayo de luz, aunque sea muy
fugaz, esto te da una fuerza increíble para seguir adelante; pero sobre todo te
enseña a discriminar a los escribas, fariseos y sumos sacerdotes de los
auténticos Santos de Dios.
Y te das cuenta de que la fe ya no es un
conjunto de normativa doctrinal que te obliga a creer con el entendimiento como
ciertas una infinidad de dogmas y articulado canónigo, sino la simple confianza
en Aquel que te va sacando poco a poco de la incertidumbre.
Te das cuenta de que la esperanza no consiste
en la memoria necesaria para esa memorización retahílica de todas esas cosas,
que por incomprensibles son intelectualmente casi inaceptables, sino que de la
mano de la fe – confianza, te aporta la paz de espíritu necesaria para que el
desasosiego de la mentira que te rodea por todas partes empiece a dejar de
hacer mella en tu corazón.
Y por último y no menos importante, tu
voluntad, trasformada en amor genera la mayor de las metamorfosis imaginables.
Tus proyectos de vida quedan sin validez, sin utilidad, de modo el mañana es el
ahora y lo que disponga la Divina Providencia.
Todo lo creado
Esto lo estoy experimentando yo en esta etapa
de mi vida, que a poco más de tres años de pasar a la situación de reserva (una
especie de prejubilación tres años antes de cumplir la edad de 65 años),
considero que todos mis planes en este mundo o bien han sido realizados, y los
que no, tampoco los considero demasiado importantes (no debió ser), de modo que
no sé que sucederá mañana, ni tampoco me importa lo más mínimo. Lo que sea,
será. Pero aún hay algo mucho más importante, que es la toma de conciencia de
hasta qué punto yo formo parte de un Todo indivisible, donde todos formamos
parte de la misma esencia, de la misma divina entidad. Donde todos estamos tan
íntimamente interconexionados que nada de lo que cada uno de nosotros hacemos
es baladí, insustancial o intrascendente. Es el tránsito desde la
individualidad de “yo”, un ego separado
del resto de las criaturas, a un “yo” absolutamente integrado de una entidad
superior que es literalmente el Todo y todo lo creado.
Porque así como en un solo cuerpo tenemos
muchos miembros, mas no todos los miembros tienen un mismo oficio, [5] así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo
cuerpo, siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros. Romanos 12,
4-5
Esta
exposición del Cuerpo Místico es ciertamente de una clarividencia nunca antes
manifestada; supone la toma de conciencia de que todas las criaturas están
relacionadas entre sí, y todas juntas, integradas, conectadas, constituyen una
sola entidad, una sola esencia en torno a la Divina Realidad, encarnada en la
figura de Jesús. La Creación es un todo en el Todo que constituye la divina
realidad. Es una conexión cósmica total y absoluta.
Luego la
Iglesia le puso cotos a esta divina intuición de San Pablo para reducirla a tan
sólo los bautizados, dejando fuera al conjunto de la Creación y de la
humanidad. Esta es una interpretación tan miope como interesada.
Pero cuando
recibes esos destellos de Verdad, que son inefables, te das cuenta de hasta qué
puntos estamos afectados por una miopía de tal calibre, que lo único que
hacemos es elaborar modelos de realidad en base a nuestros intereses
particulares.
Nada de
esto tiene ya importancia, una vez descubres la Verdad que hay detrás de esa
oscuridad. Porque la Verdad no se basa en un modelo forjado por la mente, sino
que es la Realidad misma. Es una Verdad que no puedes alcanzar a comprender, ni
falta que hace, pues sólo has de saber que está ahí y que te será dada a
conocer según la Divina Providencia lo crea conveniente; pero ya está, sabes
que está ahí y esa realidad ya nadie, ni el mismísimo sumo pontífice te puede
convencer de lo contrario.
Sin
embargo, esta convicción profunda no te convierte en un talibán ultra
fundamentalista ni en un legionario de Cristo, ni en un “Neocate” avanzado,
sino todo lo contrario. Te abre el corazón a las infinitas manifestaciones de
la Realidad y de la Verdad que jamás pueden pretenderse sean encorsetadas en
los ridículos confines del ideario mental ni doctrinal de una religión ni de un
movimiento religioso; ni siquiera de un sistema filosófico. Y esto va
necesariamente asociado a la propia humildad y a la tolerancia con los demás.
No tienes que convencer a nadie de lo que has experimentado; la Verdad se
manifiesta como quiere y en quien quiere, así que tú no eres el que tiene que
imponer ningún criterio, porque el único criterio válido no es el de los
discursos, sino el del comportamiento. Por sus obras les reconoceréis. Y lamentablemente,
“hay mucho hijo de puta de comunión diaria”, lo que reduce a cero absoluto el
valor de sus discursos y de sus creencias.
Contemplación
Así que
alejado del barullo mental que constituyen todos estos modelos de realidad
tanto del mundo presente como del espiritual, el espíritu empieza a quedar cada
vez más en un estado de silencio y quietud, donde sólo tiene relevancia una
actitud, “la contemplación”, y un comportamiento, “el amor”..
En la
página de este blog sobre la Contemplación hago referencia a un libro genial de
la Doctora Consuelo Martín, “El arte de la contemplación”, que explica
soberbiamente este estado del alma.
La contemplación es un estado del ser, ni fácil, ni difícil de
alcanzar.
Es simplemente sencillo, si se sabe cuál es su fundamento.
Consiste en atravesar la barrera del silencio y escuchar.
Contemplar es vivir el presente eterno, vivir el momento que nos
ha sido dado, bastándole cada día su afán1, aceptando humildemente la gracia de disponer del pan de cada
día.
Contemplar es no estar encadenado ni a experiencias del pasado,
ni a proyectos de futuro.
Contemplar es simplemente ver sin emitir juicios, ni
razonamientos, ni elaborar modelos mentales para tratar de comprender.
Contemplar es observar sin emitir criterios de realidad.
Contemplar es ver sin influir en lo observado, sin elaborar
fantasías.
Contemplar supone amar lo que es.
Contemplar supone renunciar al uso del pensamiento para acceder
a Aquel que da soporte a nuestra existencia.
Como Moisés sacó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y le
condujo por el desierto, también nuestro pensamiento tiene que dar el primer
paso y ser consciente de sacarnos de la vida cotidiana, conducirnos por el
desierto.
Pero ha de saber que con él no podemos entrar en la Tierra
prometida, en el centro de nosotros mismos, donde Dios habita, por nosotros
mismos.
Existe una Puerta que no podemos abrir nosotros.
Más allá de esa Puerta, está el Océano de Dios.
Ver esta
realidad ante la vida es simplemente sobrecogedor, te deja sin habla. Sólo
aciertas a ver “cómo caen las hojas de los árboles” sin juzgar, sin
tratar de comprender con la mente, que se ha convertido a estas alturas en un
insoportable estorbo.
Entras de
lleno en “otra lógica”, por llamarla de alguna manera, para lograr afrontar la
vida. Pero es desde la contemplación que se te da la capacidad de comprender lo
que no cabe en cabeza humana, que ya no eres tú, sino que formas una unidad con
el Todo. Las denominaciones de panteísmo, sincretismos y demás “ismos” son sólo
conceptos, elaborados mentales que los eminentes “… ologos” diseñan para
envasar al vacío o encapsular en un frasco todo el Océano. Pero todas esas
disquisiciones ya dejan de tener la más mínima importancia.
De modo que
abres los ojos y vuelves a contemplar la vida desde la Verdad. Y lo que menos
experimentas es esa sensación de poderío que se siente cuando te ves cargadito
de razón frente a los demás necios que no saben de qué están hablando. Primero,
tú no tienes ningún mérito en esto, no es logro tuyo, te ha sido otorgado un
muy leve fogonazo de luz que, además de dejarte flasheado y cegado (como decía
Sta. Teresa en el ejemplo de la duquesa de alba), de modo que no sabrías
describir lo que se te ha mostrado, sólo ter permite tomar conciencia de que
algo marvilloso has experimentado, dejándote los labios balbucienco con la
mandíbula batiente.
En realidad
saber, saber, no sabes nada. Pero sí sabes que has experimentado la Verdad, y
lo más importante, cómo puedes contribuir a que la Verdad se sepa, cómo puedes
ser testigo de la Verdad, que no consiste en elaborar ningún ideario, ninguna
doctrina, ninguna norma, ninguna técnica de relajación. Simplemente consiste en
ser consciente de que formas una inseparable unidad con todo lo creado, lo que
expresarás, como he referido, con dos actitudes, la contemplativa como forma de
ver la realidad humana y trascendente, y el amor o la actitud ante la vida de
los bienaventurados.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán
llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque
de ellos es el Reino de los Cielos.
Estas
actitudes, tanto la contemplativa como simple oración y la vivencia de las
bienaventuranzas como actitud de amor ante la vida, pone en evidencia hasta qué
punto has dejado de ser alguien individual, para fusionarte con la Unidad en
Dios y por ello, nada de lo que sucede a tu alrededor te es ajeno.
En todo
esto ya no dependes ni de tu entendimiento, ni de tu memoria ni de tu voluntad.
Todo queda, o comienza a quedar anulado para ser transformado en auténtica fe,
auténtica esperanza y autentico amor.
El final de la
búsqueda
En la entrada 37 hago referencia a este
término, “el final de la búsqueda”, en relación a una convivencia que tuvimos
mi esposa y yo con Consuelo Martín en el Monasterio de San Juan de la Cruz en
Segovia.
Al referirme a esta situación en la que crees
que has encontrado lo que buscabas, esto es un craso error, porque en este
negocio nadie es capaz de intuir qué está buscando, porque cualquier cosa que
imagine que busca es un elaborado de la mente, y por tanto rigurosamente falso.
No eres tú el que determina que has encontrado lo que buscabas, porque
simplemente jamás has tenido ni idea de lo que estabas buscando, sino que se te
es otorgado el don de tomar conciencia de que simplemente “no hay nada más
allá”, porque lo que experimentas es el Todo. Y el Todo excluye la nada, que la
constituyen todas las cosas de tu propia vida hasta entonces. Razón por la cual
en tu travesía por el desierto te has visto obligado a soltar todo el lastre
con el que ibas tirando, si querías llegar con vida al puerto de destino.
Oasis
El oasis en el que Dios te introduce es
simplemente un leve rayo de luz, un tan fugaz como súbito resplandor de luz que
te muestra dónde está la Verdad.
Santa Teresa refiere que el alma recibe
progresivamente ligeros episodios de consuelo y de gozo.
Es un estado este en el que no experimentas en
esencia sentimientos exuberantes, ni grandes emociones, salvo el asombro de
verte ante la inmensidad del Océano de Dios. Pero es una sensación que Teresa
describe como de “dulce dolor y triste
alegría”. Esta ambivalencia expresada en tan singular oxímoron, del que yo
personalmente puedo dar fe, no está originada por otra cosa que por la alegría
de contemplar la Verdad, y la tristeza de saberte aún en este mundo, enredado
en los trajines de la vida cotidiana. Sientes ese deseo de “construir tres
tiendas” y quedarte por lo bien que se está. Es el “muero porque no muero”.
Porque experimentar el oasis es simplemente un
leve episodio de intimidad con Dios, no
necesariamente acompañado de experiencias sobrenaturales como describen los
místicos, sino simplemente la extraña
paz que se experimenta al sentir en la piel de tu alma la brisa de Dios,
suave, silenciosa, refrescante.
Y punto. Nada más hay que decir, salvo que
estas experiencias te dejan absolutamente consolado y fortalecido para seguir
por el desierto de la vida. Porque llegar, lo que se dice llegar, no has
llegado. La vida sigue, hay que seguir que pagando impuestos, soportar las
manías del jefe y trayendo el pan a casa.
La vida diaria no cambia en absoluto, tendrás
incidentes, accidentes, alegrías y penas, salud y enfermedad, dolor y alegrías.
Todo igual.
Pero cambia algo trascendental. Has aprendido
una cosa, que ya no eres el tú que creías ser, para quedar transformado en
“otra cosa”, en un elemento esencial del Todo, conectado, relacionado con todo,
lo que te insta a que en ti convivan Marta y María. Marta es la que se ocupa de
las responsabilidades de esta vida consciente de esa estrecha interrelación que
se traduce en que “nada sucede, ni se mueve una sola hoja de un árbol, sin que
lo permita vuestro Padre Celestial”, y por tanto todo sucede tal y como ha de
ser. Encontrarle significado no determinista ni de predestinación, es algo
extremadamente difícil de comprender para la mente, pero que el espíritu vacío
de sí entiende perfectamente.
Y por otra parte está María, la que contempla
al Maestro, la que se extasía ante su Palabra, la que empieza a ser capaz de
ver más allá en las profundidades del misterio oceánico de Dios.
Esta transformación de las potencias,
entendimiento, memoria y voluntad en fe, esperanza y amor significadas en las
actitudes de Marta y de María es una forma de cómo el propio cerebro deja de
ser generador de la consciencia, para ser su receptor. Así la actitud de Marta
se afinca en el hemisferio derecho y la de María en el izquierdo. El que antes
era sede de lo racional es ahora receptor de la fe de Marta. El que antes era
la sede de la intuición se convierte ahora en receptor de la contemplación de
María.
Pero la vida sigue. Habrá más momentos de
oasis intercalados con desierto. Nada es definitivo hasta el tránsito final. Y
seguirá habiendo lucha entre yo y yo, de yo conmigo mismo, dado que mis
orígenes naturales se resistirán abandonarme mientras yo siga aquí. Algunos
asocian esto al pecado.
Pero es totalmente lógico.
*