Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

miércoles, 5 de enero de 2011

60.- Ideas sobre la Divina Realidad


Esta es la Nebulosa Hellix (la Hélice, NGC 7293), situada en Acuario a unos 700 años luz de la tierra. Es una de las nebulosas planetarias más próximas a la Tierra. Tiene casi 6 años luz de diámetro. Descubierta en 1824, se le ha bautizado con el sobre nombre del Ojo de Dios.

18 Entonces dijo Moisés: «Déjame ver, por favor, tu gloria.» 19 El le contestó: «Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahveh; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia.» 20 Y añadió: «Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo.» 21 Luego dijo Yahveh: «Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. 22 Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. 23 Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver.»
                                    Éxodo 33, 18-23
 
Hablar de la Divina Realidad es hablar de Dios, y como vemos, en el supuesto de que pudiéramos establecer con Él una comunicación tan animada como la que describe el Éxodo, estaríamos ante Algo o Alguien, que dice “mi rostro no se puede ver”, porque de ser posible, el hombre moriría.

Como dice Meister Eckhart, cualquier cosa que nos atrevamos a decir de Dios es falsa, porque lo que decimos es fruto de nuestro pensamiento, y como ratifica Krishnamurti, al pensamiento le es imposible siquiera imaginar a Dios. Lo de falso puede sonar a seco y excesivo, pero no refleja otra cosa que nuestra total incapacidad de siquiera imaginar el más mínimo rasgo identificador o definitorio que Algo que nos supera infinitamente.

La mente humana no está diseñada para imaginar a Dios.

Nos enfrentamos por tanto ante una Realidad que supera infinitamente a cualquier ser humano. No obstante, hay ejemplos de sobra que ratifican la necedad de los humanos en su intento de encorsetar a Dios dentro de conceptos intelectuales.

La Divina Realidad está el plano espiritual en sí mismo, fuera del tiempo, fuera del espacio, es “Algo” sin atributos, sin características que nos permitan hacernos una idea siquiera remota sobre lo que estamos hablando.

Pero está ahí, está aquí, nos rodea, nos envuelve y nos invade total y absolutamente.

Los textos sagrados de las religiones utilizan cuentos y fábulas en los que se relatan diálogos muy entretenidos entre el hombre y Dios, donde se expresan emociones y reacciones viscerales de la Divinidad.

Modelos de Dios


La idea de Dios es inherente a la intrínseca añoranza del hombre que, dándose cuenta de que este mundo es un valle de lágrimas, en el que la felicidad es un desiderátum idealizado de paz y placer, que choca contra la violenta realidad agresiva y hostil, no sólo de la Naturaleza hacia el hombre, sino del hombre hacia sí mismo, necesita creer, por pura cuestión de supervivencia emocional que en algún lugar ha de existir un estado de paz donde poder descansar de este trajín que es nuestra vida terrenal. Es por tanto, la idea de Dios un producto del medio en el que vivimos. En este plano de cosas, para darle valor a la idea de Dios, hay que plantearse el concepto de pensar.

Esto es muy importante, porque significa que el hombre, que es “el Universo, la Creación Inteligente”, es capaz de, con sus herramientas intelectuales comprender que Dios tiene que existir. Se lo imagina, piensa sobre Él. Sabe que tiene que existir, aunque en ocasiones, tan mal le van las cosas, que llega a la conclusión de que no existe. Y por otra parte, en la medida que la Ciencia explica los fenómenos naturales, anteriormente no comprendidos, es en la medida en que sospecha que pudiera no existir.

Dentro de este baile de emociones y sentimientos encontrados, el hombre se imagina un Dios con su mismo cortejo de sentimientos; con ira, con paciencia, con misericordia, con actitudes vengativas, de perdón, capitaneando los ejércitos y mandando brutales castigos a los que violan sus leyes, para luego establecer alianzas. En fin, que en primera aproximación, las culturas de la Tierra han elaborado “modelos de Dios” muy variados aunque en el fondo, bastante parecidos.

Si nos pudiésemos abstraer de nuestras convicciones religiosas podríamos ver cómo en todas las religiones Dios es un modelo intelectual elaborado por los hombres, por los autores sagrados. La licencia general está en que cada religión considera que los autores sagrados han recibido para redactar sus escritos, revelación directa del mismo Dios, lo que confiere a sus textos, un valor sagrado en el contexto religioso de cada sistema teológico.

Mircea Elíade, acuñó el término Hierofanía, en su obra Tratado de Historia de las Religiones, del griego hieros = sagrado y faneia = manifestar, para explicar el acto de manifestación de lo sagrado.

La hierofanía, según Mircea Eliade refiere una toma de consciencia de la existencia de lo sagrado cuando éste se manifiesta a través de los objetos de nuestro cosmos habitual como algo completamente opuesto al mundo profano. Para traducir el acto de manifestación de lo sagrado, Eliade propone el término Hierofanía, que es preciso, ya que se refiere únicamente a que aquello que corresponde a lo sagrado que se nos muestra. 


"Para aquellos que tienen una experiencia religiosa, la Naturaleza en su totalidad es susceptible de revelarse como sacralidad cósmica. El Cosmos en su totalidad puede convertirse en una hierofanía. El hombre de las sociedades arcaicas tiene tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado o en la intimidad de los objetos consagrados. La Sociedad Moderna habita un Mundo desacralizado".

Aceptando las hierofanías como hechos explícitos que dan al hombre manifestación de la Divina Realidad, es el hombre (autor sagrado), a continuación, el que estructura un constructo intelectual sobre Dios mediante un sistema de creencias que constituyen el modelo sagrado que da fundamento a un movimiento religioso, con mayor o menor penetración en la Sociedad y en las tradiciones de los diferentes pueblos de la Tierra.

Probablemente, una de las culturas donde la manifestación de Dios en todo lo creado es más evidente, es en la espiritualidad de las tribus indígenas americanas, desde el Cono Sur, hasta Alaska. Existe una sorprendente coincidencia en este tipo de hierofanías en todos ellos.

Aunque estemos repartidos a lo largo y ancho del Norte, Centro y Sud América, reflejamos creencias y manifestaciones espirituales básicamente similares que son el testimonio de nuestras raíces comunes.
Nombres, personificaciones y símbolos de lo Sagrado, varían de una Nación a otra, pero coincidimos en que somos Obra del Creador, nuestro Padre en que vivimos gracias a la Madre Tierra que nos alimenta; en respetar a las Plantas y Animales de quienes somos semejantes; en contemplar y reconocer la importancia que tiene en nuestras vidas el Sol, la Luna, las Montañas, el Viento, el Agua, las Estrellas y toda la Obra del Creador quien nos ha enseñado a vivir en armonía con Ellos.
Nuestras ceremonias en algunos casos parecidas y en otros diferentes también coinciden en expresar nuestro a agradecimiento hacia todo lo que nos rodea y al Maestro que las creó.
Esa es nuestra auténtica espiritualidad, la cual siempre ha sido incomprendido por los colonizadores quienes han puesto la Religión India en la clandestinidad para imponernos, de diferentes maneras, las Religiones "Oficiales" de los Estados que, hipócritamente, proclaman en sus constituciones la "libertad de cultos".
    Tupac-Katari


Tupac-Katari Espiritualidad indígena frente al colonialismo religioso
. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha manifectado de diferentes maneras las creencias y prácticas de su vida espiritual. Manifestarse espiritualmente ha sido siempre una necesidad interior, al igual que el sueño, el hambre, la sed, etc. Hoy en día, también se hace una necesidad para sobrevivir, pues la auténtica espiritualidad de un pueblo constituye el cimiento más sólido para poder resistir a los vientos constantes y furiosos del colonialismo religioso, cultural y económico. Estos vientos colonialistas venidos del "occidente", continúan incansablemente a soplar, queriendonos derrumbar. Pero, a pesar de siglos, los Pueblos Originarios resistimos de pie, gracias a nuestras Sagradas creencias milenarias y a nuestro modelo de vida comunitario. Aunque estemos repartidos a lo largo y ancho del Norte, Centro y Sud América, reflejamos creencias y manifestaciones espirituales básicamente similares que son el testimonio de nuestras raíces comunes.


Hasta donde yo entiendo, probablemente, la visión más humanamente natural de Dios es la de estos pueblos indígenas, en los que Dios se manifiesta en “todo lo que existe”, que es (o era, antes de que los masacraran en masa los colonos cristianos), la propia Naturaleza.

Si no has escuchado nunca una danza de los indígenas norteamericanos, te animo a que escuches la danza denominada “Ly-o-lay-ale loya”, la danza circular del infinito, en la que los indios describen el signo de la cinta de Moebius, al ritmo del eterno tambor de la vida. Se puede ver y escuchar por Internet. Te adjunto un vídeo de Youtube, de los muchos que contienen esta danza. Pone los pelos de punta, pues por un momento, si participas en la danza, parece como si fueras transportado fuera de este mundo.



Sumergí mi pincel en la colorida paleta de Lobo Negro, y la belleza de la antigua sabiduría surgía sin esfuerzo en cada toque de mi pincel.
Gina Jones  


Lobo negro y Gina Jones. El tambor de sanación. Océano ambar. Barcelona 2000. Proverbios de sabiduría de los indígenas americanos. Los poéticos e inspirados pensamientos de ""Lobo Negro"" (Mukaday Waymaengun, de antepasados ojibway) y su esposa Gina (de antepasados mohawk) enseñan el camino de profundo conocimiento de los indios norteamericanos. Sus enseñanzas aportan una nueva luz en la relación que mantenemos con la naturaleza, tan importante hoy en día, e inspiradas reflexiones para el autoconocimiento y la armonía interior. Este libro recoge la gran energía del movimiento ""Listen to the Drum" relacionado con la cultura, ceremonias, costumbres y técnicas de curación y realización personal que ha despertado un inusitado interés en Norteamérica.
Este es un fragmento de los proverbios de Lobo Negro, en el libro “El tambor de sanación”, donde se expresa cómo el piel roja siempre ha sido un ser humano que ha vivido en presencia de la Divina realidad, desde lo más sencillo que es la pura contemplación de la Naturaleza, y la percepción intensa del pulso de la vida expresado cómo ellos sabían expresarlo, mediante el ritmo del tambor de la vida.

Tú eres el hijo de la madre Tierra.
Escucha su vibración y únete a su pulso,
Pues el tambor habla a través de ella,
A aquellos que desean escuchar.
Toca tu tambor propio y distinto
Y únete a la gran pulsación del Todo.
Ningún tambor es demasiado pequeño
Ningún tañido es demasiado tenue.
Todos contribuyen.

Puede que alguien sea tan imbécil de tachar estas creencias de paganismo. Dios se apiade de él.

Según todos estos modelos de Dios, más o menos cercanos a la Naturaleza, el hombre es capaz de alcanzar un estado de beatitud jamás perturbado. Y para lograr este estado, las religiones diseñan caminos y procesos de perfeccionamiento, cada cual el suyo, que consiste en un control constante de las pasiones y una actitud penitencial frente a los defectos y pecados, considerados como el impedimento para acceder a ese estado de Gracia y beatitud.

En todo este proceso, el patrón sacerdotal o chamánico es importantísimo, ya que el sistema ritual que llevan implícito hace de los sacerdotes, intermediarios insustituibles para alcanzar el estado deseado.

De esta forma, los sistemas religiosos han elaborado un conjunto de creencias basadas en ideas sobre Dios que surgen en una supuesta hierofanía revelada explícitamente por el mismo Dios (es el caso de la Biblia judeo cristiana), o implícitamente a través de la transmisión de los mitos y leyendas que proceden de antepasados de las diferentes tribus, cuyos relatos que se pierden en la noche de los tiempos, para a continuación estructurar un sistema ritual y credencial que, cosa muy importante, posiblemente, lo más importante de todo, sea capaz de ser asumido y seguido por el común de las gentes.

Llamados y elegidos


Los temas de fe son abordados de un modo radicalmente diferente por el común de las gentes, ocupadas por sobrevivir materialmente en este mundo competitivo, que por aquellos, que por la razón que sea, sienten el deseo de experimentar profundamente la Divina Realidad.

Para los primeros, el sistema credencial de su religión ha de ser lo suficientemente sencillo y practicable como para que no les plantee demasiados problemas. Basados en un conjunto codificado de creencias, pautas morales  y rituales religiosos, los creyentes de base (llamémosle así) tienen que tener una guía espiritual necesaria y suficiente como para que cumpliendo los rituales, prácticas y reglas de comportamiento mandados por sus líderes religiosos y respetando un código moral de normas de compromiso, más el conocimiento coercitivo de un código penal moral, practiquen las virtudes humanas necesarias para que los bajos instintos que desatan odios, envidias y actitudes pecaminosas, estén razonablemente controlados. Si a esto añadimos un sistema penitencial que permita lavar las culpas y calmar las conciencias, el objetivo fundamental de los sistemas religiosos está más que cubierto. Así, si la gente vive su vida respetando las normas, sin hacer demasiado daño al vecino, se le da la esperanza de un más allá bueno para los buenos y malo para los malos, y literalmente “ahora” (en este mundo) paz y después (en el otro) gloria.

Para los segundos, el sistema credencial de las religiones, como sistema de mínimos, no es suficiente; como no lo es, ni lo ha sido nunca, para los Grandes maestros. Es la respuesta que Jesús de Nazareth  le dice al joven rico al cual, tras aplaudirle porque cumplía “una fe con criterios de mínimos”, continúa diciéndole, “te falta una cosa, vende todo lo que tienes y me sigues”.

Vender lo que se tiene y seguir… De esto se trata la auténtica fe y la búsqueda de Dios.

Qué es Dios


A esta pregunta, Krishnamurty en su libro “sobre Dios”, desmitifica todas las invenciones humanas sobre la Divina Realidad.

Krishnamurty. Sobre Dios. Ed. Kairos Barcelona 1994. Jiddu Krishnamurti (12 de mayo, 1895–17 de febrero, 1986), fue un conocido escritor y orador en materia filosófica y espiritual. Sus principales temas incluían: revolución psicológica, el propósito de la meditación, relaciones humanas, la naturaleza de la mente, y como llevar a cabo un cambio positivo en la sociedad global. Krishnamurti nació en la ciudad de Madanapalle, Andhra Pradesh, en la India colonial, y fue descubierto en 1909, cuando aún era un adolescente, por C.W. Leadbeater en las playas privadas del centro de la Sociedad Teosófica de Adyar en Madrás, India. Posteriormente fue adoptado y criado bajo la tutela de Annie Besant y C.W. Leadbeater dentro de la Sociedad Teosófica Mundial, quienes vieron en él a un posible Líder Espiritual. Subsecuentemente se rehusó a ser el mesías de un nuevo credo, hasta que en 1929 disolvió la orden creada para ese fin. Alegaba no tener nacionalidad, ni pertenecer a ninguna religión, clase social, o pensamiento filosófico. Pasó el resto de su vida como conferencista y profesor viajando por el mundo y enseñando sobre la mente humana, tanto a grandes como a pequeños grupos. Fue autor de varios libros, entre ellos Primera y última libertad, La única revolución y Las notas de Krishnamurti. A la edad de 90 años dio una conferencia en la ONU acerca de la paz y la consciencia, y recibió la Medalla de la Paz de la ONU en 1984. Su última conferencia fue dada un mes antes de su muerte en 1986. (Wikipedia)

La búsqueda de Dios por el instrumento intelectual de primera instancia que todos tenemos, requiere que nos hayamos imaginado previamente una idea más o menos estereotipada de ese Dios al que buscamos. La mente busca lo que se imagina, pues funciona en este sentido sobre la base del “reconocimiento de patrones”, por el que se elaboran las líneas básicas de lo que se quiere encontrar, y se comienza la búsqueda mediante un procedimiento de contraste entre lo que se encuentra y lo que se busca hasta que el patrón preestablecido coincide, más o menos con los hallazgos. Y nos impulsa a lo desconocido el hecho de reconocer que lo conocido no nos hace felices. Es el espíritu de la colina que impulsaba a los hombres primitivos a explorar nuevos territorios, el mismo que nos impulsa ahora a “ir más allá”.

Carl Sagan, en su famoso libro de divulgación científica “Cosmos”, que luego se pasó a la Televisión en una serie de bastante éxito en los años ochenta, decía que la Humanidad estaba situada en los albores del Siglo XXI en el “borde del Océano Cósmico”, dando a entender que nos encontramos a un paso de emprender la gran aventura de la exploración del Universo. Su proclama, expresa perfectamente esa añoranza de “ir más allá” de lo conocido y descubrir nuevos mundos, nuevos horizontes, como el slogan de la serie televisiva y cinematográfica “Star treck”, “ir a donde el hombre no ha llegado jamás”.

Lo que los científicos y divulgadores de la Ciencia nos insinúan con la posibilidad, cada vez más cerca, de que podamos embarcarnos en naves espaciales para ir a nuevos mundos, es un juego de niños al lado de la gran aventura de embarcarnos en las manos de Dios y volar a su encuentro.

En esa búsqueda de Dios nos han precedido los Grandes Maestros de la antigüedad, Buda, Sankara, Jesús de Nazareth, Mahoma, Lao Tse, etc. Sobre ellos sus seguidores han desarrollado los grandes sistemas religiosos conocidos, que en general, “parecen” haber quedado para guiar a las gentes sencillas, para que el joven rico se sienta tranquilo cumpliendo los preceptos ordenados. Pero cuando nos planteamos el desafío “vende lo que tienes y me sigues”, el ser humano se enfrenta realmente a lo desconocido. No sabe qué hay más allá, porque lo que Jesús de Nazareth explica son parábolas del Reino, para entendernos, pero pide un acto total de confianza hacia un lugar y una situación en la que “no tendremos dónde reclinar la cabeza”, y nos tiende la mano mientras nos pregunta ¿CONFÍAS EN MI? Es decir, nos enfrentamos a lo no conocido. Cualquier intento de la mente por conocer es absurdo. “Nadie puede ganar un solo codo a su estatura a fuerza de discursos” (Mt 6, 27). No se puede encontrar a Dios en la oscuridad de la mente.

Por tanto para experimentar a Dios, hay que eliminar las barreras que mantienen nuestra oscuridad. Y esas barreras son lo que constituyen el descomunal volumen de confusión que es nuestra mente a tenor de este implacable desafío. Buscar lo desconocido con tan asombroso peso de confusión es estúpido.

Hay que quitarse la venda de los ojos para poder ver la luz, pero mientras la llevemos puesta, por mucho que busquemos, no conseguiremos ver nada.

“Cuando la estupidez desaparece, queda la inteligencia. El hombre estúpido que trata de ser inteligente sin tomar conciencia de su estupidez, se vuelve todavía más estúpido.” (Krishnamurty)
 “Sólo hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana, y de la primera no estoy tan seguro”. (Albert Einstein)



La primera cuestión sobre qué es Dios, se puede resumir por tanto en el axioma de Eckhart “Cualquier cosa que digas de Dios es falsa”, porque cualquier cosa que digamos de Dios, fruto de un razonamiento, por muy teológico que sea, es fruto de la mente, y por definición, la mente no puede aproximarse ni de lejos a Dios. Es imposible. Esto no es negociable. Queda, no obstante, el resquicio ampliamente empleado por los autores sagrados, de las verdades reveladas, con el que se trata de obviar este imposible.

La segunda cuestión sobre qué es Dios es que sea lo que sea, lo que el ser humano llegue a percibir, no puede venir de terceras personas, ni de textos sagrados o no sagrados. Porque Dios no es un mensaje  para la mente, sino para el espíritu. Porque los mensajes se captan e interpretan, es decir, interviene la mente, luego esto nos conduce a una vía muerta.

La validez de los textos sagrados, o de cualquier escrito que aborde la vida espiritual, radica en saber escuchar sus mensajes con el Corazón. Aquí “el Corazón” con mayúsculas no es el centro de la emotividad, el corazón con minúscula, sino el centro del Ser, la Espiritualidad, el “hondón del Ser”, donde Dios habita. Sólo desde la escucha a este nivel, los textos sagrados “hablan de Dios”. Un estudio intelectual, y mucho menos una lectura “al-pie-de-la-letra”, que es la vía directa al fanatismo, sólo nos conduce, a efectos prácticos, a una vía muerta, que eso sí, es bastante útil sin embargo para escribir tesis doctorales o para iniciar cruzadas o guerras santas, como la Historia nos ha demostrado.

Según Krishnamurty, si nos dejamos influir intelectualmente por libros y maestros, sólo encontraremos lo que ellos quieren que encontremos. Y lo que encuentras, tarde o tempranos se adapta a tus deseos. Es un crear a Dios en tu mente, según lo que tú deseas, necesitas o a lo que aspiras.

Así que el primer condicionante es tal que la mente ha de quedar “libre de todo deseo” para no aceptar superstición alguna. Porque el deseo impide escuchar todo aquello que sea contrario a lo que desea. Todo el horizonte se centra en el objeto de deseo. Así que reducir a Dios a un objeto de deseo es posiblemente la estupidez más descomunal jamás imaginada.

El deseo está profundamente oculto en nosotros. Pero emerge en deseos conscientes, fácilmente identificables, como por ejemplo todas las ilusiones de nuestra vida, es decir, nuestras aspiraciones materiales, nuestros títulos académicos, nuestros bienes tangibles, nuestros logros profesionales, nuestros éxitos afectivos (mis, mis, mis…).

Identificados todos estos deseos, que constituyen todos nuestros apegos conscientes, hay que ir en busca de nuestros apegos inconscientes, que en realidad son los más importantes, aunque son los primeros, los conscientes, los que parecen ocupar casi el 100% de nuestros asuntos e ideales cotidianos.

El ser humano que sea capaz de comprender esto, puede empezar a pensar que es posible una aproximación a Dios.

Este concepto, muy arraigado en la filosofía oriental, es considerado por ella, la condición sinequanon para la iluminación, el desprendimiento de todos los apegos, que no es otra cosa  la propuesta de Jesús al joven rico. Por cierto, estas similitudes han dado pie a pensar que Jesús en su vida oculta pudo viajar al Oriente, o entrar en contacto con maestros de aquellas tierras.

Con esto llegamos a la tercera cuestión:

A Dios sólo se le puede experimentar. Para ello, la mente tiene que alcanzar un estado de total quietud y contemplación.

Ser consciente de esta evidencia es la condición sinequanon para iniciar la vía directa hacia Dios. Es una vía en la que lo único que ha de hacer la persona es alcanzar la quietud de su mente, abandonarse, soltar los mandos del timón de su vida y confiar (es decir, tener literalmente fe), dejarse hacer por Él, pues la mente es el principal obstáculo para experimentar a Dios.

La mente es “la Nube del desconocer”. La mente tiene que callar, quedar en silencio, dejar de incordiar con sus pensamientos erróneos. Esta es la condición imprescindible para nuestro “camino hacia Dios”, que ya podemos advertir, no es un camino hacia fuera de nosotros, sino hacia lo más profundo de nuestro ser.

Como anticipo, la mente elabora pensamientos, y el pensamiento crea nada menos que el “yo”, lo que creemos ser, lo que parece ser nuestra conciencia; una conciencia que vale para los asuntos domésticos de este mundo, pero que es inútil para elevarnos al plano de lo sutil, de lo espiritual.

Entrar en este terreno de lo sutil, de lo espiritual tiene un peligro, que nos advierte Jesús de Nazareth, “no tendremos dónde reclinar la cabeza”, porque entraremos en las intimidades de Dios sin lo que hasta ahora ha sido nuestra principal herramienta, la más preciada, la mente. Sin ella, sólo nos queda dejarnos llevar por Él, a donde Él quiera. Y este es un viaje a lo absolutamente desconocido, donde Él habita, al interior de nosotros mismos.

El eco de Dios

No podemos conocer nada de Dios directamente, pero sí podemos experimentar los efectos de su presencia en la vida, en la existencia. Es como saber que aunque no podemos mirar directamente al sol, porque nuestros ojos se quemarían, sí podemos saber que está ahí, iluminando la naturaleza, por la luz que emite, y las formas y colores que la Naturaleza refleja.

El eco, la luz de Dios, que nos revela su presencia y que podemos experimentar, se denomina “Amor”.

Existe en todas las culturas una fortísima asociación entre Dios, la luz y el amor.

La asociación de Dios con la luz del día tiene un origen, tanto intuitivo como etimológico. El origen de la palabra Dios es muy antiguo. Procede de una raíz indoeuropea del sanscrito antiguo “deiwos”, que evoluciona a “Dyeus”, que significa luz y de la que ha derivado “día”. Esta palabra “Dyeus” tiene otra acepción afín a “p’ter”, de la que parece haber derivado la palabra latina “Pater”, padre. Así que Dyeus y p’ter, han evolucionado, por una parte hacia el “Zeus” griego, cuyo genitivo es Díos. De aquí tenemos el vocablo griego Teos, Dios en genérico, y el latino “Deus”, del que deriva la palabra castellana “Dios”. Por otra parte Dyeus p’ter ha evolucionado a Dyaus Pitar y a Zeus pater, que es el origen de Iu Piter (Júpiter). En lenguas germánicas el origen está en la palabra “gott” (que parece tener como etimología “llamar”, el que llama), de la que ha derivado ghost (espíritu) y God, (dios).

El Amor es otro concepto intangible, que se nos escapa de las manos, pero que sentimos, vivimos y experimentamos en todos los acontecimientos de nuestra vida, como experimentamos la luz del día en nuestro cuerpo y nuestros ojos. Experimentamos Amor en el afecto, en la belleza, en todo lo que nos aporta momentos de felicidad y paz. Pero también podemos percibirlo en los acontecimientos que no son tan agradables. En la adversidad, nuestra tendencia natural es a no ver la acción de Dios. ¿Cómo Dios puede consentir el mal? Pero, en lo profundo de la existencia, Dios se manifiesta en todo lo que acontece. La cuestión es aprender a verle el sentido a las cosas. Este es el gran misterio. Ver los efectos de Dios en todo lo que sucede, en lo bueno y en lo que no nos parece tan bueno.

Todo lo que podemos afirmar de Dios es lo que podemos afirmar del Amor, pero no del amor tal y como lo entendemos por la vía de la afectividad y las relaciones humanas, aunque como símil, como sacramento puede servir. El Amor de Dios es otra cosa, porque es la manifestación de Dios mismo; algo que rompe todos nuestros esquemas.

El Amor como manifestación de Dios, es en sí mismo gratuito, y no se rige por la ley de la proporcionalidad, pero es la mayor y mejor expresión de Dios, dentro y fuera de nosotros mismos. Y lo es, a pesar de que sus efectos a corto plazo no sean todo lo agradable que podamos suponer. Porque es en sí mismo tan necesario, tan imprescindible, como incomprensible en su manifestación.

Dios inmanente y trascendente

Aldous Huxley, en su magnífica obra, Filosofía perenne, (Ver la página sobre el tema en este blog) aporta un tremendo caudal de conocimiento universal sobre la Divina Realidad, que permite ver cómo todas las culturas convergen en lo que es esencialmente lo mismo, la presencia trascendente e inmanente de la Divina Realidad, y en convencimiento vivencial de que Dios inunda toda la existencia. Es toda la existencia.

Dios es un Absoluto que por una parte nos trasciende, trasciende todo lo creado, pero por otra parte es inmanente, es decir, forma parte de nuestra misma esencia. Decir esto, supone que el proceso de experiencia de Dios no es un camino hacia Algo externo a nosotros, sino hacia el hondón de nuestro propio ser. Este es un factor común a las grandes religiones, la Trinidad.

En el ámbito hindú, a Dios se le conoce como Brahm. Es el Dios trascendente, el Creador de todo. Pero también se le conoce como Vishnu, el avatar, y Shiva o dios interior, el inmanente.

En el contexto cristiano, la Trinidad se representa por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es curioso cómo hasta en las creencias, en el fondo todas las religiones se parecen…

La idea es la misma, Dios trascendente creador, Dios encarnado que entrega su esencia a los hombres y Espíritu Santo, inmanente en todos y cada uno de los seres humanos.

Para los budistas, Buda tiene tres cuerpos. Primero el “absoluto” o Dharmajaya (Buda primordial o Mente o Clara Luz en el Vacío). Después está el Sambhogakaya, que es el Isuara o Dios personal de los cristianos, islam y judaísmo. Y después está el Nirmanakaya o cuerpo material en el que el Logos es encarnado, el Buda histórico.

Para los sufíes, Al Haqq es el Real, abismo de la Divinidad en que descansa Alá. Y el profeta Mahoma es la encarnación del Logos. Digamos que para el islam, Cristo y Mahoma son encarnaciones del Logos.

Dios puede ser adorado en cualquiera de sus aspectos, pero no exclusivamente en uno de ellos, porque esto nos arriesga a reducir nuestro acercamiento según una sola idea preconcebida, que conduce sólo a ritos, sacrificios y observaciones legalistas. Dios es “Aquello” inabordable, pero no sólo Aquello, pues nos ceñiría a una religión cósmica. Dios es por otro lado, fuente de moralidad, pero no sólo, porque esto nos reduce a una religión de código de conducta.

Sólo se llega a un culto sincero cuando la idea de Dios es inmanente (es decir, personal) y trascendente a la vez. Un Dios sólo inmanente, lleva a la quietud y abandona el amor a los demás. Un Dios sólo trascendente es inabordable, tan sólo una idea filosófica que tampoco insta al cambio de conciencia. Sólo la dualidad inmanente y trascendente es la que se revela en plenitud.

Según Eckhart, los hombres, para comprender si fuera posible el concepto divino, hemos desgajado de la Divinidad eterna, fuera del espacio y del tiempo, a algo que llamamos Dios, que participa un poco de la temporalidad, evoluciona, tiene planes, cambios de humor, en la batalla va con unos en contra de los otros, muestra ira, misericordia, premia y condena. En una palabra, participa como agente inductor del mundo creado y se relaciona con los hombres, toma partido por unos contra otros, un Dios que tiene unos seres humanos como elegidos, mientras según estos elegidos, no se ocupa (o no tiene por qué ocuparse) del resto de los hombres, etc; utiliza a sus santos para matar a los enemigos, como Santiago matamoros, en los altares cristianos cortando las cabezas de los aterrorizados moros… ¿No es acaso esto una concepción tan infantil como falsa de la fe?

De esta forma, Dios deviene y desdeviene. Este Dios es tan distinto de la Divinidad, como lo es la tierra del Cielo, concluye Eckhart.

Es en suma, el conocimiento inferior de Brahm, de Dios, del Dios personal. Y este conocimiento y devoción, con ser bueno, lo es sólo como paso previo para el auténtico conocimiento de la divinidad eterna, la Unión espiritual con Dios. Este conocimiento es una caricatura de lo auténtico, similar a un cuento de fantasía contado a un niño antes de dormirse, pero que supone la base dogmática de casi todas las religiones cara a sus feligreses.

La Divinidad sin atributos

Aquí se da un Factor Común de la filosofía Advaita Vedanta, la mística cristiana, budismo mahayánico y sufí: la divinidad no tiene atributos.

Esta afirmación nos deja sin posibilidad de reaccionar humanamente ante la realidad de Dios; por eso, aunque metafísicamente sea una licencia imperfecta, el hombre tiene que imaginarse a Dios de alguna forma, porque de lo contrario, sería imposible imaginar siquiera su existencia. Algo tiene que decir, que expresar la mente (que es lo único que tenemos en primera instancia) para imaginar siquiera la existencia de Dios.. Por eso, Jesús nos habla de Dios como “el Padre”, una imagen familiar con la que podremos asociarle. Dios es “como si...” fuera nuestro Padre, aunque esta figura mental y literaria sea una muy burda aproximación a su Realidad totalmente inaccesible para la mente humana.

Sin embargo, la idea de Dios como Padre bueno es un giro absolutamente copernicano en la concepción de Dios que tenían los antiguos, el Dios veterotestamentario de los judíos, justiciero, parcial, clemente y misericordioso sólo con los suyos, pero no con “los otros” (imagen que la Iglesia, no obstante ha conservado como forma coercitiva de hacer cumplir sus normas a los creyentes cristianos). Por eso, la idea de Dios que nos transmite Jesús de Nazareth es absolutamente nueva, y nos abre las puertas del Cielo de par en par.

Dios es la Base de todas las cualidades poseídas por el Dios personal y la encarnación.

Así, la divinidad no es el Absoluto metafísico, sino la perfección absoluta, que ha de ser adorada más que el Dios personal y su encarnación humana, el Cristo. La Divinidad, el Padre, es el Absoluto hacia el que es necesario practicar unas disciplinas arduas, más que las impuestas por cualquier autoridad eclesiástica.
El simple ser de Dios es un Eterno reposo y el de todas las cosas creadas.
Ruysbroeck

Beato Jan Van Ruysbroeck (Llamado el Admirable nació cerca de Bruselas, 1293-abadía de Groenendaal, y murió también cerca de Bruselas, 1381) Teólogo y escritor brabanzón. Es uno de las principales representantes de la mística europea, al que Geert Groote, Tauler y Tomás de Kempis consideraron como su maestro. Fue capellán de Santa Gúdula, en Bruselas (1318). Como reacción frente al iluminismo de su tiempo, se retiró a Groenendaal, donde formó una comunidad (1343) que posteriormente se agregó a los canónigos regulares de San Agustín.

La Santa Luz de Dios es tan pura, que todas nuestras particulares luces son impurezas. La idea que tenemos de Él es un obstáculo para el real conocimiento de la Luz de Dios, según J.J. Olier.   Con todo, estas imágenes imperfectas suponen el inevitable camino para llegar a la visión de Dios. Según Olier, es una locura recomendar el culto al Dios sin forma a personas normales que sólo son accesibles a comprender los aspectos personales encarnados de la Base divina.

Jean-Jacques Olier (París, 1608- id., 1657) Sacerdote francés. Discípulo de san Vicente de Paúl y ordenado sacerdote en 1633, desempeñó un importante papel en la historia de la Iglesia de Francia como organizador de seminarios, párroco, promotor de la compañía de Montreal y autor espiritual. Fundó el célebre seminario de San Sulpicio. Entre sus obras destacan Catecismo cristiano para la Vida Interior (1656), Introducción a la vida y a las virtudes cristianas (1658) y Cartas espirituales (1672).

Es como sí…

Según Dionisio, el Areopagita, “La visión de Dios precisa lo mismo que ha de hacer el escultor que, de un trozo de roca, esculpe una figura. No lo hace añadiendo roca, sino quitando la roca que oculta la forma. Alabar a Dios consiste en quitar, más que en añadir. Alabar a Dios consiste en apartar de Él todas las cosas, subiendo de los particulares a los universales, para conocer lo que se oculta bajo las cosas que pueden conocerse.”

Dionisio Areopagita (es el nombre que se dio a sí mismo) se consideraba el único griego que convirtió Pablo de Tarso cuando llegó a Atenas y predicó en su Areópago, como señaló el mismo apóstol de los gentiles, pero en realidad se trata de un anónimo teólogo bizantino que vivió entre los siglos V y VI después de Cristo. Este teólogo bizantino fue quien escribió las cartas de Dionisio (el discípulo del apostol San Pablo), firmándolas con el mismo nombre de Dionisio Areopagita, seguramente para resaltar la autenticidad de las mismas. "Alrededor del siglo sexto aparecieron una serie de volúmenes neoplatónicos cristianos bajo el nombre de Dionisio Areopagita, que fue el primer discípulo de San Pablo en Atenas. Estos volúmenes fueron considerados casi como de valor apostólico, en tanto que Dionisio fue el primer discípulo de San Pablo. De hecho los libros fueron escritos bien al final de siglo V o principios del VI en Siria. El desconocido autor simplemente firmó en ellos con el nombre de Dionisio Areopagita para darles mayor cobertura entre sus contemporáneos. Él era un neoplatónico que había adoptado el cristianismo y que combinaba la doctrina de la filosofía neoplatónica y prácticas del éxtasis con doctrinas cristianas." Por algunos rasgos de sus obras parece proceder de Siria y haber escrito hacia los 20 ó 30 años de edad, situándolo alrededor del 500 después de Cristo. Sus obras, algunas de las cuales aparecen como dirigidas a Timoteo, Tito, Policarpo y aún al mismo apóstol San Juan, fueron ya reputadas apócrifas por un obispo oriental de la primera mitad del siglo VI; pero hasta el siglo XVI no se volvió a discutir sobre este tema, rebautizándose entonces al autor con el nombre de Pseudo Dionisio, con el que desde entonces se le suele conocer.

El lenguaje humano es la mejor herramienta que tenemos para la comprensión del mundo. Pero cuando el objeto de la reflexión es un continuo, la síntesis y el vocabulario resultan inadecuados. La Matemática ha inventado nuevos símbolos y conceptos para superar este problema. Pero la Base divina está fuera del tiempo y del espacio, con lo cual, ni el lenguaje ni las matemáticas tienen recursos para expresar nada de esta Base de modo comprensible. Es por eso que en Filosofía perenne hay que acudir a la paradoja y al simbolismo, a la metáfora y hasta a la blasfemia, según los códigos eclesiásticos estructurados. Pero no existe ningún sistema de expresión humana capaz de representar ni de lejos la naturaleza de la base divina.

Por eso Jesús explicaba en parábolas, “el Reino de Dios es como si…”. Es como un tesoro escondido, es como un sembrador, es como la vid y los sarmientos, es como un hijo pródigo, es como las vírgenes prudentes, es como si…

Jesús trató de hacernos entender a cómo se podía parecer, que pudiésemos reconocer de un modo familiar, “para entendernos”, cómo era el Padre. Es la propia figura de “Padre”, la mejor de las aproximaciones a la idea de Dios. Lo más parecido a lo más cercano a nosotros es a un padre bueno. Y acaso mejor, a una madre buena. La imagen más próxima al amor que un ser humano puede imaginar es el amor de una madre por un hijo y el de un hijo pequeño por una madre. Como tradicionalmente a Dios se le ha asignado el género masculino, lo que es una licencia que nos hemos apropiado los humanos de un modo absolutamente gratuito, lo de Madre no parece irla muy bien, así que, respetando las costumbres al uso, Jesús nos habló del Padre. También en determinados textos místicos, como el Cantar de los cantares, o las obras de Francisco de Osuna, San Juan de la Cruz o Teresa de Jesús, se nos refiere a Dios como el Esposo, y a la relación del alma con Dios, como la relación del Esposo y la amada. Todas estas imágenes no son sino simples formas de “imaginarnos” lo inimaginable. Porque por mucho esfuerzo en concebir a Dios de la forma más hermosa, bella, grandiosa, espectacular, suave, etc., póngasele es calificativo más sublime jamás imaginado, todo eso no es sino un símil para entendernos, “un como sí…”.

Todas estas figuras literarias, imaginativas o mentales son sin embargo, necesarias, porque de algún modo tenemos que concebir lo inconcebible, imaginar lo inimaginable, admirar lo inabarcable, amar con nuestras fuerzas lo que sobrepasa cualquier tasa en cualquier sentido.

Como decía Carlo Carreto, la diferencia entre el hombre y Dios es la misma que entre el cero y el Infinito. Es si cabe más descomunal que la comparación entre un átomo y la distancia temporal del Universo, un Angstrom y los quince mil millones de años luz de distancia máxima (afirman hoy por hoy los  científicos).

La conclusión es pues la de que a Dios no se le puede ni comprender ni imaginar, pero sí se le puede experimentar. Esta es la razón por la que aquel que accede a la fe por la vía del conocimiento intelectual, como mucho podrá escribir una tesis doctoral en teología, pero si no ha experimentado a Dios en su vida, el valor del “cum laude” otorgado a su encomiable labor investigadora, así tenga la extensión de la mismísima “Summa Theologica”, es igual a cero.

Dios se manifiesta, se experimenta a través de los acontecimientos. Ese saber verle, experimentarle a través de los acontecimientos de nuestra vida, de lo que ven nuestros “sentidos” interiores (no los exteriores), es la clave de la sabiduría.

La sabiduría la define la Real Academia de la Lengua como el más alto grado de conocimiento, la conducta prudente en la vida y el conocimiento profundo de las ciencias, artes o letras.

Sin embargo, hay conceptos más prácticos, como el de Confucio:

Saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe; he aquí el verdadero saber.

En un sentido menos académico y más filosófico, la sabiduría es una habilidad que se desarrolla con la aplicación de la inteligencia en la experiencia, obteniendo conclusiones que nos dan un mayor entendimiento de las cosas, que a su vez nos capacitan para reflexionar, sacando conclusiones que nos dan discernimiento de la verdad, lo bueno y lo malo. La sabiduría y la moral se interrelacionan dando como resultado un individuo que actúa con buen juicio. Algunas veces se toma el concepto de sabiduría como una forma especialmente bien desarrollada de sentido común.

Destaca en el sabio el juicio sano basado en conocimiento y entendimiento; la aptitud de valerse del conocimiento con éxito, y el entendimiento para resolver problemas, evitar o impedir peligros, alcanzar ciertas metas, o aconsejar a otros. Se considera lo opuesto a la estulticia, la necedad, la estupidez y la locura, y a menudo se contrasta con éstas.

Estas son digamos, definiciones, aceptadas en el común de las gentes. Pero para la Filosofía perenne, para la Vida Interior, la sabiduría es un atributo de aquellos que han experimentado y reconocido a la Divina Realidad en sus vidas y en los acontecimientos.

El que tenga oídos…


“El que tenga oídos que oiga” (Mt 11,15) (Mt 13,9) (Mt 13,43) (Lc 8,8) Etc.

Es decir, el que tenga capacidad para escuchar el significado de las cosas, de los acontecimientos, que oiga. El que sepa ver que vea. Y está claro que Jesús no se refiere a una comprensión intelectual o literal. En otras palabras,  según un viejo proverbio oriental, “la vida no se mide en años, sino en lecciones aprendidas” o “la vida no se mide por las veces que respiras, sino por las que te quedas sin aliento”. Es la capacidad de aprender a ver, a ser consciente, a tomar conciencia de algo más que la fenomenología física y social, la que al hombre la hace tomar conciencia de la Divina Realidad.

Hay otra lectura de todo esto, que es la que la gente saca del simple hecho de vivir la realidad tangible, que se basta y se sobra para dejarte muchas veces sin aliento sin lograr aprender el trasfondo de ese aliento contenido. El sufrimiento común y corriente que experimentamos los humanos ante las frustraciones de nuestros proyectos venidos abajo, de nuestros desengaños personales, sentimentales o profesionales; todo aquello que nos conduce a experimentar el sentimiento trágico de la vida, tras muchos años, nos hacen creer y confesar que “hemos vivido”, pero con el regusto amargo de un descorazonador nihilismo hasta casi concluir que nada tiene sentido. Eso no es vivir, por muchos alientos contenidos que hayamos experimentado, sino morir lentamente en vida, estar de vuelta de las cosas.

Otro proverbio anónimo es aquel que dice, más o menos: “serás tan joven como ilusiones tengas y tan viejo como de recuerdos vivas”. Este es el destino de los sabios de este mundo, vivir de recuerdos cifrados en fracasos y desengaños, y de alguna que otra cosa que haya salido bien. Estos sabios no tienen ni vista ni oído, sino solo recelo y rencor porque el mundo no les ha hecho felices.

La sabiduría perenne es aquella que sabe encontrar el sentido último de las cosas y de los acontecimientos; es la que sabe descubrir la Divina Realidad presente en cada instante, bueno o malo, agradable o desagradable. Es aprender a descubrir que en la vida no existen las coincidencias, que todo tiene un sentido y un significado. No hay casualidades. Cuando tomamos conciencia de ello, tenemos la sensación de que son cosas situadas más allá de lo que podría considerarse mera casualidad, como si nuestras vidas estuvieran guiadas por alguna fuerza inexplicable.

Uno de los libros más interesantes del Antiguo Testamento, la Sabiduría, expone cómo a través de los acontecimientos vividos por el pueblo de Israel, se manifestó la voluntad de Dios. Y no fueron precisamente acontecimientos agradables, ni mucho menos.

Esta es la única forma que tenemos de acercarnos a la Divina Realidad, a través de los acontecimientos que vivimos en primera, segunda o tercera persona. Sabiendo ver, sabiendo oír. Estas son las lecciones aprendidas, las que dejan sin aliento no la mente o los sentimientos, sino el alma. Y dejan sin aliento porque sobrecoge cómo Dios está dentro de cada uno de nosotros obrando en silencio en nuestro interior, o de modo imprevisible, manifestándose claramente en acontecimientos violentos y enérgicos. Porque es imprevisible, porque  hace que los últimos sean los primeros y los primeros los últimos; porque nos pide dejar padre y madre, que los muertos entierren a los muertos, porque nos exige un abandono total de nosotros mismos, perder la vida para ganarla.

Comprehender todo esto es lo que eleva al ser humano a la categoría de sabio. Porque sabio es aquel que es consciente de haber experimentado a Dios, el que transforma su fe en Sabiduría por la experiencia de la Divina Realidad en lo más profundo de sí. Lo demás es ignorancia, aunque sea una ignorancia que nos permita escribir tesis doctorales premiadas “cum laude”.

La voz y el silencio de Dios

De todas estas cosas, hay quien queriendo ser más listo que nadie, se presenta como gran conocedor de la voluntad de Dios, y con un excepcional despliegue de labia y dialéctica, engaña, cual encantador de serpientes, a todo aquel que le escucha. Son los que arremeten contra todo aquel que se oponga a la voluntad de Dios.

Y ¿qué es la voluntad de Dios? Porque para algunos que hablan con Dios, la voluntad de Dios es un genial talismán para convertir la propia como la Suya. “Tengo que cumplir lo que Dios manda”. “Dios me ha dicho que…”. Ya se sabe, el que habla con Dios es un creyente, pero el que oye la voz de Dios es un psicópata (Dr. House, el de la serie de televisión).

¿Pero qué es lo que Dios manda?

Se nos ha pintado a Dios como un anciano que con voz grave y potente nos habla y nos dice qué tenemos que hacer; esto o aquello, comprar o vender, ir allí o acá, elegir esta opción o la otra, trazar líneas estratégicas y de detalle. Y como el ojo que ve.



Hágase lo que se haga, ha de estar dentro del paraguas de la Ley de Dios, de los mandamientos de la Ley y de la Iglesia, como no podía ser de otra forma.

Los relatos bíblicos están sembrados de pasajes en los que Yaveh habla a sus elegidos, nos imaginamos con voz grave y estentórea, explicándoles lo que debían hacer con pelos y señales. No me cabe duda que esto puede suceder, pues para Dios no hay nada imposible, pero consideremos lo más frecuente, que es el hecho de que en general, Dios no suele ser demasiado prolijo en mensajes de voz. Y además, a día de hoy, con el avance de la psiquiatría, la persona que oye voces divinas en su interior, así tal cual, suelen ser consideradas en primera instancia como enferma psiquiátrica, casi con seguridad.

San Juan de la Cruz explica en su Noche Oscura, cómo tras Jesucristo, la voz de Dios ha callado para siempre, porque no tiene más que decir, que no haya sido expuesto a los hombres clarísimamente por Jesús de Nazareth, su Hijo amado en quien puso toda su confianza.

Lo más próximo a la voluntad de Dios que a mí me explicaron de pequeño es “la voz de mi conciencia”. Esto tiene sentido, pues esa “voz interior”, que no expresa ningún razonamiento intelectual, sino que sale de un estrato tan profundo de nosotros que hasta nos asusta (los psicólogos lo podrían asemejar al subconsciente), es de donde brota realmente la esencia divina que todos somos, sin ser conscientes de ello. Esa voz de la conciencia, sí que nos habla, y sí que nos recrimina cuando no le hacemos caso. Por ahí van los tiros.

Si aceptáramos nuestra absoluta incapacidad de razonar a Dios, veríamos cómo las doctrinas teológicas que las religiones han desarrollado son menos que nada, y más aún, elementos de confusión. ¿De qué ha valido las diferentes teorías que la Iglesia católica ha desarrollado sobre el Cielo y el infierno, el purgatorio, y el limbo que ha existido este último durante unos siglos y ahora resulta que no, salvo para confundir o atemorizar a las gentes sencillas? Se pueden vender indulgencias para rescatar las almas del purgatorio y ahora resulta que no. De toda la vida el Cielo y el infierno eran lugares; pues ahora resulta que no, han dejado de serlo para ser “estados del alma”. ¿Qué pasa con los que estaban en un lugar que ahora no es? Etc.




Amigo, que tengas un buen día, y que mañana 6 de enero los reyes te traigan... 
... discernimiento, saber ver a Dios en todo lo que sucede y sobre todo Paz interior.

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