Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

martes, 8 de febrero de 2011

78.- El elogio del vacio interior



El ser humano es una multitud de personajes, como hemos visto en anteriores entradas. Y esta multiplicidad oculta el verdadero tesoro del Reino de Dios. En la medida en que el alma puede liberarse de esta multitud, el Reino se manifiesta.

“Venga a nosotros Tu Reino”, supone la necesidad de “váyase de nosotros nuestro Reino”. Los dos reinos no pueden coexistir. Dios y el dinero son incompatibles (entiéndase el dinero como símbolo de nuestro reino temporal).

Cuanto más hay de “yo”, menos hay de Dios en mi.

El proceso de vaciado de mí, de olvido de mí, para que el Todo, la Divina Realidad pueda evidenciarse en mí, manifestarse en el mundo a través de mí, hasta tal punto que mi yo se desvanezca en Él, se denomina “mortificación”, o renuncia de uno mismo, a la individualidad.

Este proceso es contra natura según la mentalidad de los seres humanos. No tiene lógica; es absurdo, pero es el Camino de regreso a Casa. Porque regresar al seno del Padre supone volver al Todo, como el aire de un globo que se pincha se desvanece en la inmensidad del aire que le rodea.

El texto que presento a continuación es un resumen de uno de los capítulos de la Filosofía perenne de Aldous Huxley, cuyo exposición general la puedes repasar en la página “Filosofía perenne” que tengo insertada en el menú horizontal rojo de la cabecera de este blog.

Cada punto y aparte supone una reflexión independiente, o una cita de algún autor al que Huxley hace referencia.

Creo que este enfoque de algo tan consustancial con la actitud de la persona que desea caminar hacia Dios, hacia el Todo, el Tao (o como se le quiera llamar), es importante a efectos de convencernos de que habiendo múltiples caminos que inician la andadura hacia el Eterno, al final todos los caminos, todos los ríos se unen en uno sólo. 

Buda, LaoTse, Jesús y Mahoma son amigos de toda la vida.

Mortificaciones

La eterna plenitud sólo se logra si conseguimos desprendernos de la vida centrada en nosotros mismos, en el egocentrismo, cuando somos sanado de nuestra genética enfermedad, la Egolatría.

Así entendido, la mortificación (mortis – fácere: hacer muerte) es el deliberado morir para uno mismo, para el “yo”.

La mortificación es una práctica recomendada por todas las religiones basadas en la espiritualidad. Y la espiritualidad es uno de los pilares fundamentales de la Filosofía perenne.

La mortificación no es un fin en sí misma, sino un instrumento al servicio de la liberación del “yo”. Sirve para evitar y quitar obstáculos a la santidad y a la entrada del Espíritu de Dios.

Aquellos que basan su vida espiritual en sus mortificaciones la convierten en su finalidad; se vuelven ariscos y un tanto amargados y exigentes. Reprochan a los demás que no les igualen en sacrificios. Así, enfocadas, las mortificaciones, lejos de liberarnos de nuestro “yo”, lo refuerzan aún más y más, generando un efecto diametralmente opuesto al perseguido. Es la actitud del fariseo que se pavonea de su ayuno, como refiere William Law.

La mortificación es el medio para descubrir la sabiduría, que es nuestro objetivo final (Filón).

La vida religiosa, mal enfocada, oculta  un serio peligro, el de generar una despiadada competición a ver quién se modifica más (a ver quién mea más lejos). Lejos de allanar el orgullo y el amor propio, lo pueden estimular en grado superlativo, volviendo los corazones duros como piedras, generando envidias en aquellos/as que se creen más santos/as que los demás porque hacen más mortificaciones, y así terminar más odiando que amando. (Dame Gertrude More)

Muchas veces, estas actitudes son más evocadoras del amor propio que del deseo de pertenencia (Teresa de Jesús)

El mortificado así se convierte en alguien mucho peor, donde emergen obsesiones que pueden rayar en trastornos psicológicos y hasta psiquiátricos, próximos o calificados de lleno de autolisis, como trastorno psiquiátrico que induce al paciente a provocarse lesiones a sí mismo.

El puritano puede paradójicamente practicar todas las virtudes cardinales y seguir  siendo mala persona, en la medida en que se reconoce por ello, porque practica la virtud, superior a los demás, lo que le convierte en una persona soberbia. Pueden llegar a practicar la caridad con ira, envidia e incluso crueldad. El puritano se cree santo porque es estoicamente austero. Es la exaltación consciente  de la mayor virtud del “yo”, de la máscara, para intentar por ello ser admirado por los demás, y de paso, ocultar sus mayores defectos y vergüenzas. De esta forma el puritano se convierte en un fanático de la mortificación, y lo único que consigue es reforzar continuamente el “yo”.

La mortificación, según San Francisco de Sales, hay que hacerla con “santa indiferencia”. Porque lo mejor corrompido, es peor que lo peor.

La diferencia entre el puritano y el hedonista es que éste es en sí mismo débil, incluso se reconoce en el fondo imperfecto, como el publicano del pasaje evangélico, y casi que carece de energía para hacer daño. Mientras tanto, aquel, el primero, el puritano, reforzado su ego hasta el paroxismo por la voluntad que ha desarrollado por las mortificaciones, desprecia a los que no son como él, y puede hacer muchísimo daño, teniendo la conciencia perfectamente tranquila. Puede convertir en santo todos los defectos, “santa soberbia, santa desvergüenza, santa ira, santa cólera, santa ambición”, etc., sin que le corroa ningún tipo de remordimiento. Es una actitud inmoral y una trampa mortal para el alma. Además, acusan a los hedonistas de inmorales que se complacen en la carne. Además, como las iglesias organizadas suelen alabar a los primeros y despreciar a los segundos, a los puritanos les colocan en los primeros puestos y aplauden sus actitudes intransigentes, que en más de una ocasión (con un fuerte aplauso o un abrumador “sí” en un referéndum) han activado  la espoletas de no pocas conflagraciones bélicas, jaleado dictaduras y generado conflictos sociales.

“Hijo, cuídate de ese, que es de comunión diaria”, le dijo una vez mi padre a mi hermano a propósito de un personaje, a la sazón compañero de trabajo,  de este tenor.

Este tipo de personas suponen una lacra y un descrédito para las organizaciones y comunidades religiosas que los padecen, son astutos y mueven multitudes, que son arrastradas hacia oscuros fines, envueltos en papel de regalo, lobos con pieles de oveja. Guías ciegos, sepulcros blanqueados, raza de víboras, incluso ponen su granito de arena para convertir el templo de Dios en cueva de ladrones.
La mortificación no es un tema de privaciones físicas. Las austeridades no dan la liberación, sino en su caso, el logro de ciertas capacidades psíquicas, videncias, por ejemplo, que bien utilizadas son una bendición, pero que tienen su lado oscuro, tal que sagaz y astutamente utilizados por esta calaña de personas, pueden provocar efectos devastadores en la gente.

En realidad estos santones provocan una peligrosa ilusión de virtud, que no es tal. Suponen un obstáculo al crecimiento espiritual, pues pueden hacer creer que la cosa va de tener capacidades paranormales, como condición para el crecimiento.

Las austeridades atentan a la salud, y además, como hemos visto, refuerzan sobremanera la vanidad.

Buda se mortificó sobremanera durante varios años hasta casi morirse de inanición. Hasta que comprendió que esto era ridículo, absurdo y contraproducente, que no conducía a ninguna parte, salvo a la vanagloria.

Dice San Francisco de Sales que el espíritu no puede soportar un cuerpo ahíto, pero un cuerpo endeble no puede soportar el espíritu.

El que no sienta libertad de espíritu en las cosas sensibles, sino que su voluntad se ve atraída por ellas, debe evitarlas, pues hacen daño. Pues aunque con la razón se pueda usar de ellas para ir a Dios, si la voluntad no puede refrenar los impulsos, estas más hacen daño que provecho. (San Juan de la Cruz)

La mayor mortificación es saber vivir la vida cotidiana. No son necesarias penitencias corporales. Fray Agustín Baker, aconsejó a Dame Gertrude una serie de normas de mortificación, a saber: primero cumplir la ley humana y divina. Segundo, abstenerse de aquello que es prohibido por la ley humana y divina, y tercero, asumir con paciencia la cruz de cada día, cargas y contradicciones tales como la sequedad espiritual, las tentaciones, la enfermedad, la pérdida de seres queridos, quebrantos de la hacienda y en general aceptar la voluntad de Dios en todo lo que suceda.

Desprendimiento

La mejor mortificación es la que conduce a la eliminación del egoísmo y la obstinación. La mejor mortificación es la humildad cotidiana. Ser somero en el comer y en el beber, ejercitar el cuerpo para mantenerlo sano y ágil, y en las relaciones humanas, saber dominar los estados de ánimo y la maledicencia. Simplemente con eliminar el 50% del discurso diario, se evitan muchas tentaciones de meter la pata.

Dice Rabi’a, místico sufí: Dios, si te adoro porque te temo, quémame en el infierno. Si te amo por ganar el Cielo, échame de ti, pero si te adoro por Ti mismo, no me prives de tu belleza.

No me mueve, mi Dios, para quererte 

el cielo que me tienes prometido, 

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte. 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 

clavado en una cruz y escarnecido, 

muéveme ver tu cuerpo tan herido, 

muévenme tus afrentas y tu muerte. 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, 

que aunque no hubiera cielo, yo te amara, 

y aunque no hubiera infierno, te temiera. 

No me tienes que dar porque te quiera, 

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

 Este soneto anónimo dice exactamente lo mismo.

La más difícil de las mortificaciones es la santa indiferencia ante el éxito y el fracaso, pues la inquietud, según San Juan de la Cruz, es siempre vanidad.

La quietud es lo opuesto a la inquietud (in-quietud).

La quietud es sumisión al destino, a “lo siempre así”. Y conocer lo siempre así es estar iluminado. No conocerlo es caminar, según Lao Tse, hacia el desastre.

Dice Santa Catalina de Génova: “no debemos desear sino lo que sucede en cada momento, ejercitándonos siempre en la bondad”.

La mortificación camina siempre a lo largo del filo de una navaja, a la derecha, la Escila de la austeridad egocéntrica. A la izquierda, la Caribdis de un descuidado quietismo.

La Filosofía perenne promulga ni el estoicismo ni la pasividad, sino la aceptación activa. No es una ausencia de productividad, sino que esta sea generada por Dios a nuestro través. Sin la renuncia de lo propio, Dios no puede actuar.

Sin vender todo cuanto crees que es tuyo, Dios no se te puede dar a Sí mismo.

Un amor verdaderamente divino, como el sol que luce para justos e injustos, es imposible para un espíritu aprisionado en lo suyo.

Dice San Juan de la Cruz, que el asimiento a alguna cosa impide zarpar hacia lo divino. Da igual estar atado por un hijo o por un grueso cabo al embarcadero. Si un barco está atado por un hilo fino, señal de que no quiere salir a la mar. Luego más allá del trabajo que suponga cortar amarras, lo importante es la voluntad de salir.

Y hay cosas curiosas. Hay amores lícitos y buenos –explica San Francisco de Sales-, que por excesivos y apasionados se tornan en peligrosos, por ejemplo, amores a parientes, amigos, prácticas de virtud, etc. Es el amor con apego, el que necesitamos para sentirnos bien, felices. Y lo vemos como un fin, cuando son un medio.

Los bienes de Dios, fuera de toda medida, sólo pueden ser contenidos en un corazón vacío, así, “cuando el corazón llora por lo perdido, el espíritu llora por lo encontrado” Este es un aforismo sufí, anónimo.

El que pierda su vida, la salvará, dice Jesús de Nazareth.

Liberado de mí mismo, se me concede la eternidad. Así es necesariamente Brahm uno con el Atman.

La experiencia espiritual es a veces oscurecida por el lenguaje con que se describe. Si no os hacéis como niños, significa que un hombre no puede parecer a un niño si no hace un curso acelerado de abnegación, pues tiene que perder su propia vida.

Hay que desaprender los sucios ardides de la humanidad adulta, como refiere la filosofía tolteca, renunciar a los sueños de la familia, del clan, de la sociedad, e incluso, del Planeta.

El ejercicio del amor y la virtud es al principio y severo acto de la voluntad en base a la razón del deber –refiere Walter Hilton-. Y se hace. Mas cuando por la gracia de Dios, la razón se torna luz y la voluntad en amor desde lo más íntimo, superada la sequedad, sobreviene la consolación y la virtud. Antes pesado caminar se torna en verdadero deleite.

Mientras sea y tenga esto o aquello, seré sólo esto o aquello. Cuando me desprenda de esto o aquello, lo seré todo, lo tendré todo. (Eckhart)

Conclusión: todo es nuestro a condición de que no miremos nada como propio. Y además todo es de todos los demás. No hay comunismo completo si los bienes no son poseídas por una comunidad de personas en estado de desprendimiento y abnegación.

El artista, el filósofo y el científico, también han de disciplinarse para ser objetivos y admitir que existe más, mucho más de lo que los métodos al uso y escuelas de pensamiento predican. Lograr la obra artística, filosófica o el descubrimiento científico lleva a un estado comparable a la beatitud. espiritual, sólo que en otras coordenadas.

Sin embargo, el excesivo amor a la cultura puede llevarte a la idolatría. Y el excesivo amor al estudio puede crear monstruos de egoísmo, y terminan amando el estudio más que lo estudiado (Teología germánica).

Cuando la mortificación es completa, su fruto más característico es la simplicidad.

Fenelón dice sobre la simplicidad lo siguiente: en el mundo un simple es un tonto. Pero la simplicidad real, lejos de estulticia, es sublime. Todos los sabios la admiran y saben que pecan contra ella. La simplicidad es aquello que evita la conciencia de uno mismo. Y no es lo mismo que sinceridad. La sinceridad es humilde, no intenta aparentar lo que no es. Pero piensa siempre en sí mismo. La simplicidad es el punto fiel entre dos extremos. Un extremo en dejar absorberse por todas las cosas que nos rodean y no volver nunca el pensamiento a lo interior. Es el extremo de la persona extrovertida. El otro extremo es el ensimismamiento, el extremo del introvertido. Ambos están embriagados, el uno en el exterior, el otro en el interior.

La simplicidad real es el fiel entre la extroversión y la introversión; ni abrumada por lo externo, ni entregada a interminables refinamientos interiores.

Es el alma que mira a donde va, sin perder el tiempo discutiendo cada uno de sus pasos mirando perpetuamente hacia atrás.
La forma de equilibrar ambas fuerzas antagónicas es, primero, mirando al interior para evitar la embriaguez del mundo. Segundo, enfocar la mirada hacia Dios por temor a apartarnos de Él. (por un “yo temo a Dios”). Y tercero, liberándonos del temor, cesar la inquieta mirada de uno mismo, para contemplar a Dios, olvidándonos en Él, sin cegarnos en las propias faltas, pero sin ser indiferente a nuestros errores.

Estas reflexiones de Fenelón ponen en evidencia el desprecio que la psicología postfreudiana ha hecho del componente espiritual del ser humano. Los psicólogos contemporáneos han pasado por alto la naturaleza tripartita del hombre (cuerpo físico-mente-espíritu), y que realmente vive en la frontera de dos mundos, el material y el espiritual.

La mente cree que el material es el mundo real y acaso intuye que pudiera haber un mundo espiritual después de la muerte, pero no está segura. El espíritu, encarcelado en las mazmorras de inconsciente, a penas es capaz de expresarse, aunque un anhelo inexplicable retumba en lo más profundo de nosotros.

La simplicidad cristiana de Fenelón es idéntica a la de Lao Tse, que afirma como origen del gran pecado del hombre, el desvío del Gran Camino del Tao. La iluminación aparece cuando abandonamos nuestro propio camino y nos hacemos dóciles al Tao. Los taoístas escriben como si conocieran el noble salvaje de Rousseau.

Según el taoísmo, para preservar a la civilización de la corrupción, debe reducirse su complejidad, protegerla de las corrupciones del pensamiento y acción diseñadas por el hombre, de modo que eclipsan al Tao. Para ello, los gobernantes han de ser sabios, y para ello, han de desembarazarse de todas las rigideces de la no regenerada edad adulta y volverse como niños.

La simplicidad del sabio perfecto es fruto de la mortificación; mortificación de la voluntad por el recogimiento y meditación de la mente.

En la existencia negativa del alma reside el Tao. Esto es en el ayuno del corazón, la ausencia del “yo”. Son palabras de Confucio.

La mortificación no es otra cosa que un procedimiento de estudio, un conjunto de prácticas que permitan la manifestación del espíritu en este mundo. Y esto es a costa de someter el “yo” a la mínima expresión, y así entronizar el espíritu, que es el canal de manifestación de Dios en el mundo.

La mortificación lleva a “Dios en mí”, a la Presencia continua.

El efecto es como el ebrio que se cae de la carreta. Sus huesos sufrirán pero él no. Si esto lo consigue el vino –dice Chuang Tse-, qué no podrá conseguir Dios en nosotros.

Vivir es un arte. Igual que el artista sabe que la creación de su obra no es nunca fruto de una reflexión personal, sino de una inspiración misteriosa que le llega de fuera (musas, lo llaman), de igual forma el hombre que desee la perfección en esta vida sabe o ha de saber que jamás la conseguirá por la vía del autocrecimiento y de la reflexión personal, sino abandonándose a la inspiración divina. Es la parábola del cocinero del príncipe Hui, narrada por Chuang Tse, que tras años de experiencia, su  mano con el cuchillo no era dirigida por su mente, sino por una extraña fuerza intuitiva que le permitía cortar sin mellar el filo, de modo que tras 19 años el cuchillo estaba tan afilado como el primer día, cuando otros cocineros tenían que cambiar de cuchillo cada año o cada mes.

Buda presenta un sendero de ocho pasos, basado en las cuatro nobles verdades donde describe las condiciones para llegar a la recta contemplación, que lo abordan los primeros siete pasos. Los siete pasos son un método para la total mortificación del intelecto y la voluntad, anhelo y emoción, pensamiento, habla y acción y de los medios de vida.

Vida recta

Hay profesiones y medios de vida que son incompatibles con el camino del Tao, de la iluminación, con el camino hacia Dios. Son en primer lugar, como no podría ser de otro modo, las actividades criminales, que atentan contra la vida, los bienes y las personas en cualesquiera aspectos.

Pero hay otras profesiones, que según las culturas son admisibles o no en este camino de perfección. Así, en las sociedades budistas, los fabricantes de armas, de bebidas alcohólicas o productores de carnes, son deplorables porque atentan poniendo en peligro la vida o la salud de las personas.

En la Europa medieval estaba condenada la práctica de la usura, lo que aprovecharon los judíos (que sí han admitido desde siempre esta práctica) para desarrollar la Banca y hacerse prácticamente con el control mundial de las finanzas hasta el día de hoy. Sólo después de la Reforma, la Iglesia católica aceptó esta práctica (pero ya era tarde, los judíos ya tenían el control).

Para los cuáqueros, la milicia es inmoral porque provoca las guerras.

Vemos que es peligroso establecer reglas detalladas de recto vivir, pues es muy variable según las culturas y tradiciones. Ante un código rígido, se corre el riesgo de que la gente responda con hipocresía y si puede con la rebelión o la apostasía.

En la tradición cristiana se establece una diferencia entre los preceptos para todos los fieles y los consejos de perfección, opcionales para aquellos que aspiren a la unión íntima con Dios.

Los preceptos comunes son el código moral ordinario con obligatoriedad de amar a Dios y al prójimo, y las prácticas religiosas. Para muchos, cumplir el amor a Dios y al prójimo obliga romper lazos con el mundo. Esto se resuelve aceptando los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, es decir, entrando en vida religiosa. Esta posición hace que los matrimonios y en general los laicos, queden excluidos de la posibilidad de aspirar a la santidad. Esta actitud sale de la interpretación “al-pi-de-la-letra” de la máxima de Jesús “deja y vende cuanto tienes, dáselo a los pobres, toma tu cruz y sígueme”, si se entiende vender por vender y quedarse físicamente sin nada. Es decir, al pie de la letra, Jesús parece referirse a la “pobreza efectiva”.

Este planteamiento de o todo o nada, o vivir en el mundo o fuera del mundo, es acorde con el planteamiento aristotélico del “tercero excluido”, postura dicotómica y maniquea que sólo admite un enunciado verdadero frente al resto de enunciados falsos, no cabe una tercera opción. Por eso San pablo dice que estando bien casarse, es mejor no casarse, si se quiere alcanzar de verdad la Gloria.

Pobreza efectiva es no tener dinero. Pero no es lo mismo que la “pobreza afectiva”, que es el desapego al dinero.

Se puede ser pobre afectivo, sin serlo efectivo. Y se puede ser pobre efectivo, pero afecto a las riquezas en tanto la persona esté obsesionada por conseguir dinero, no tanto para vivir, sino para enriquecerse, aunque suponga una utopía para él.

Así pues, el recto vivir, más allá del código moral ordinario, entra por entero en lo estrictamente personal.

Notas sobre el budismo

Ocho pasos del budismo: 

El paso 1 es el de las Perspectivas Correctas. Uno debe aceptar las cuatro nobles verdades. 
El paso 2 es la Determinación Correcta. Uno debe renunciar a todos los deseos y a todo pensamiento que se asemeje a la lujuria, amargura y crueldad. No debe dañar a ninguna criatura viviente. 
El paso 3 es la Palabra Correcta. Uno debe hablar sólo verdad. No puede haber ninguna mentira, calumnia o conversación vana. 
El paso 4 es el Comportamiento Correcto. Uno debe abstenerse de la inmoralidad sexual, de robar y de matar. 
El paso 5 es la Ocupación Correcta. Uno debe trabajar en una ocupación que beneficie a otros y que no dañe a nadie. 
El paso 6 es el Esfuerzo Correcto. Uno debe buscar eliminar toda cualidad malvada de adentro y evitar que surjan nuevas. Uno debería buscar conseguir cualidades buenas y morales y desarrollar las que ya posee. Buscar crecer en madurez y perfección hasta lograr el amor universal. 
El paso 7 es la Contemplación Correcta. Uno debe ser observador, contemplativo y debe estar libre del deseo y de la aflicción. 
El paso 8, es la Meditación Correcta.

Cuatro nobles verdades del budismo: 

La Primera Noble Verdad es que hay dolor y sufrimiento en el mundo. El nacimiento es doloroso, y también lo es la muerte. La enfermedad y la vejez son dolorosas. A lo largo de la vida, todas las cosas vivas encuentran sufrimiento.  
La Segunda Noble Verdad se relaciona con la causa del sufrimiento. Es la avidez por la riqueza, la felicidad y otras formas de disfrute egoísta la que causa el sufrimiento. Esta avidez nunca puede ser satisfecha porque está arraigada en la ignorancia. 
La Tercera Noble Verdad es el final de todo sufrimiento. El sufrimiento cesará cuando una persona puede liberarse de todo deseo. 
La Cuarta Noble Verdad es la extinción de todo deseo siguiendo el camino de ocho pasos.

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