Hemisferios
Para desenvolvernos
en este mundo, la Naturaleza nos ha dotado de un cerebro que básicamente funciona
bajo dos principios, el racional que reside en el hemisferio izquierdo, y el
intuitivo, que reside en el hemisferio derecho. La decusación de los haces
cerebroespinales a nivel de las pirámides del bulbo raquídeo hace que cada
hemisferio cerebral controle realmente el lado contralateral del cuerpo. El
derecho controla el lado izquierdo y viceversa.
Pero más allá de
esta explicación de neuroanatomía, el hecho que viene al caso, es que el buen
funcionamiento de nuestra mente, de nuestra conciencia se basa en un estado
estable entre la actividad de cada hemisferio, de modo que empleemos lo
racional para lo que debe emplearse, con la lógica como bandera, y lo intuitivo
y afectivo para desarrollar lo que podríamos calificar, al hilo de Daniel
Goleman, nuestra “inteligencia emocional”. Bien es cierto que nuestra condición
sexuada, masculina (hemisferio izquierdo predominante) o femenina (al revés,
aunque no necesariamente), nos hace escorarnos hacia el predominio de un
hemisferio o de otro.
Pero esta es nuestra
naturaleza, y con estas dotes se nos ha colocado aquí. Y con estas capacidades
es con las que juzgamos e interpretamos la vida y sus acontecimientos.
Si el hemisferio
izquierdo controlara toda nuestra vida, sería como el predominio absoluto del
negro sobre el blanco; pero si predominase el hemisferio derecho totalmente,
sería como el predominio del blanco sobre el negro. Como realmente ambos
intervienen y se mezclan en una permanente lucha de fuerzas antagónicas, o de
pacífica convivencia complementaria, según lo queramos ver, la vida al final no
nos parece ni blanca ni negra, sino compuesta de infinitas tonalidades de
grises.
Pero en el detalle
microscópico la realidad sí es binaria, sí es blanca y sí es negra, es una
trama pixelada de puntos blancos puros y negros puros, mezclados como un
tablero de ajedrez, que visto desde una suficiente distancia y en perspectiva,
sí impresiona de ser gris.
Esta visión de la
vida es la que siempre ha tratado de expresar la Filosofía oriental con el Yin
y el Yang, con ese círculo donde la mitad es blanca y la otra mitad es negra,
pero no absolutamente blanca la primera o absolutamente negra la segunda, sino
que ambos tienen un punto opuesto, negro sobre blanco y blanco sobre negro,
para indicar que nada hay absoluto, que en esta vida, ni la luz es perfecta,
siempre hay un punto de duda, de incertidumbre, ni la oscuridad es total, pues
siempre queda un punto de esperanza.
Es la convivencia
del Sol y de la Luna, cada uno iluminando, bien el día, aunque nublado o bien
la noche.
Es la convivencia
de los amantes, opuestos entre sí, pero necesitados el uno del otro
desesperadamente.
En la mística, uno
de los estados, por no decir, el estado que más se valora es el de la quietud,
el sosiego, el éxtasis; en general todo aquello que significa equilibrio, sin
movimiento, perfección.
Ley de fuerzas antagónicas
Peso sabemos que
existen dos formas de que un objeto permanezca quieto, parado. La primera es
sin que ninguna fuerza actúe sobre el. A este estado se le denomina
“equilibrio” o muerto. Pero también el objeto puede permaneces quieto, sin
moverse, si las fuerzas que actúan sobre él se neutralizan entre sí, de modo
que el vector resultante es cero. A este estado se le denomina “estabilidad”,
estado estable, “steady state” en Inglés. En realidad, tal y como está
concebido el Universo, nada hay quieto, en equilibrio, sino que todo lo que
permanece en apariencia quieto, realmente está en estado estable. Y así ha de
ser, porque este estado es al que aspira la vida como tal, a la estabilidad,
dentro de un moderado grado de fluctuación periódica. Nada permanece sin
presentar ningún grado de variabilidad.
Esta es la ley de
las fuerzas antagónicas o tercera ley de Newton, que hace posible la existencia
del Universo y de la Vida.
Esta reflexión
inicial viene al caso de que, al tener los seres humanos nuestros muebles
intelectuales colocados de esta forma, nuestros modelos de realidad se
construyen con estas herramientas intelectuales, donde algo que resulta
completamente rechazable es la contradicción. Por eso afirmo que las cosas, en
el detalle son o blancas o negras, pero no pueden ser grises, aunque en perspectiva
así lo parezcan. Un pájaro o está vivo o está muerto. Puede estar enfermo, pero
sigue vivo, aún estándolo. O se es hombre o se es mujer, los intermedios son
fruto de la sociología. O respiras o no respiras. Una máquina o funciona
(aunque pueda tener fallos) o no funciona, pero no puede funcionar y no
funcionar a la vez. En un camino, o vas o vuelves, aunque luego te encuentres
cruce de caminos. Una línea o es recta o no lo es, pero no puede ser recta y no
recta a la vez; un renglón de escritura o es recto o es torcido, pero no
existen los renglones a la vez rectos y torcidos. Y así todos los ejemplos que
nos podamos imaginar.
Sólo la visión en
perspectiva desdibuja la dicotomía hasta convertirla en un comportamiento
estocástico, para entrar en los escenarios de las gradaciones, de las
probabilidades, de las variables cualitativas y cuantitativas del “nada, poco,
regular, mucho y muchísimo”, que es donde nos vemos obligados a desenvolvernos.
Por eso el hombre inventó los números, para cuantificar los gradientes y
abandonar la subjetividad estimativa, sobre todo tratándose de dinero y de
bienes materiales, “cuanto me debes y cuánto te debo”.
Y luego están los
caprichos de la Naturaleza, los caprichos de la Creación, donde en muchas
ocasiones, nada es lo que parece, donde una mariposa puede hacer que lleva al
otro lado del mundo, con lo que entramos en el mundo de lo caótico, de lo
impredecible.
La respuesta con la
que el ser humano reacciona ante estos escenarios es el desasosiego, la
incertidumbre, la ansiedad de no tener certeza ante las cosas, de no poder
conocer la verdad, o la Verdad, ni de lo que sucedió, ni de lo que sucede, ni
de lo que sucederá. Para minimizar esta ansiedad, desarrollamos los técnicos,
herramientas científicas que nos permitan analizar lo sucedido mediante métodos
analíticos y estadísticos; desarrollamos sistemas de recogidas de información
cada vez más complejos y sofisticados, y técnicas de investigación operativa y
de prospectiva para intentar conocer qué sucederá.
Pero todo esto es
una batalla perdida. La Realidad ha ido, va e irá siempre muy por delante de
nosotros y de nuestra capacidad de conocerla y sobre todo, de dominarla, a
pesar de que pensemos que disponemos de un arsenal metodológico altamente
avanzado.
El resultado, desde
lo más profundo de nuestro interior es que nos quedamos ante la frustración de
seguir inmerso en esa impenetrable “nube del desconocimiento”, con desagradable
regusto de amargura.
Codificar la vida
Por eso, en la
medida de lo posible tratamos de “normalizar” nuestras actividades, y de
“modelizar” la realidad, al menos la que nos afecta directamente, mediante
modelos, esquemas mentales que nos permita comprender, o al menos establecer un
sistema de coordenadas para saber dónde estamos, de dónde venimos y hacia dónde
vamos. Nos marcamos objetivos y hojas de rutas con fases, etapas e hitos para
lograr las metas deseadas en nuestra vida. Y un sistema de mando y control,
para ser conscientes de dónde estamos en cada momento; pues no hay nada más
desagradable en un viaje, una navegación o un vuelo, que no tener ni idea de
dónde nos encontramos o en qué dirección vamos.
Y eso lo aplicamos
a todas las facetas de nuestra vida. Y una de ellas, curiosamente donde más
inútil resulta este intento, es en nuestro trato con la Divina Providencia.
Todas las culturas, desde tiempos inmemoriales, han desarrollado los cuerpos
doctrinales, rituales y de comportamiento para más o menos, lograr “entender”,
de que va eso de la divinidad, y para mantenerla razonablemente apaciguada con
ceremoniales y sacrificios, y con normas de buena convivencia, no sea que tras
la muerte nos encontremos con un severo juez que nos vaya a joder vivos.
Sin embargo, ni las
doctrinas, ni los ritos, ni las liturgias, ni las prácticas religiosas, ni el
buen comportamiento sirven, cuando la Realidad se nos pone de frente y nos
muestra la esencia de la contradicción, la ambigüedad, representada en sucesos
fortuitos, unos agradables, y otros muchos, en realidad la mayoría, adversos,
desagradables y que nos obligan a tener que luchar denodadamente para
mantenernos a flote, cuando lo más querido se nos escapa, cuanto nuestra
hacienda se arruina, cuando nuestro amor nos abandona, cuando nada parece tener
sentido. Cuando desde nuestra lógica las cosas pierden su evidencia, el
sentido, y todo se vuelve errático, sin relación causa efecto alguna.
Y cuando alguien
nos dice, sobre todo si lleva sotana, “hijo hay que resignarse a la voluntad de
Dios”, como que te dan ganas de mandarle a la mierda.
¿Resignarse o aceptar?
La resignación es una actitud propia de
alguien que se da por vencido, derrotado, machacado ante la adversidad, vivida
como un desastre, como una maldición.
La aceptación de esa misma adversidad es la
actitud de alguien que sabe ver más allá de los acontecimientos, hasta
encontrarle el significado profundo de todo lo vivido bajo tales
circunstancias.
Pero para la mente hay hechos inaceptables. Y
para los que tenemos trato con el Altísimo, solo nos queda, a veces, escupirle
a la cara, como hicieron los judíos, recriminándole por permitir las putadas
que nos pasan.
Oxímoron
Este palabro griego significa contradicción.
Es una figura literaria que trata de que converjan dos atributos antagónicos.
El recurso a esta figura retórica es muy frecuente en poesía mística y amorosa,
por considerarse que la experiencia de Dios o del amor trasciende todas las antinomias
mundanas. Por ejemplo, silencio atronador, vacío lleno, brillante oscuridad,
etc.
Si la experiencia en este mundo está también
llena de oxímoros, la experiencia de Dios lleva estas contradicciones hasta el
paroxismo, de modo que el alma se siente totalmente derrotada ante el intento
de comprender, de aceptar, de soportar todo ese cúmulo de contradicciones, de
veleidades, de caprichos a los que la Divina Providencia le somete
continuamente.
Efectivamente,
nuestra vida va en continuos cambios del viento de Dios. Y a veces las
cizalladuras en ráfagas, te hacen perder toda la sustentación. De modo que
resulta muy difícil acostumbrarse a las "veleidades de la Divina
Providencia", pero la verdad es que no te queda otra.
Hasta qué terminas
por aceptar que Dios es el perfecto paradigma del oxímoron. De la
contradicción.
Dulce pena.
Triste alegría.
Yugo suave.
Carga ligera.
Fe oscura.
Mueres porque no
mueres.
Serena tempestad.
Paz y espada.
Adversidad
tranquila.
Noche crepuscular.
Brillante quietud.
Y un infinito más
de contradicciones, de recta escritura sobre renglones torcidos.
Creo que así es
Dios.
Perfecta poesía.
Para el alma
humana, sólo hay una escapatoria ante este estado, ante estas vivencias, la
poesía.
La poesía es el
gemido del alma ante lo que es incapaz de comprender con la lógica. El amor
humano está lleno de poesía, porque está lleno de contradicción.
El amor de Dios
resulta ser esto, pero en grado sumo. Por eso, el planteamiento cartesiano de
una doctrina elaborada como una legislación humana, carece de todo sentido.
La poesía que
arranca de lo más profundo del ser te hace gemir envuelto en una extraña paz...
A dónde te escondiste
Amado y me dejaste con gemido
Como el ciervo huiste
Habiéndome herido
Salí tras ti clamando y eras ido.
En mi experiencia
personal, al final me he dado cuenta que detrás de la nube del desconocer, que
me separa de Dios, y de la nube del olvido, que me separa del mundo, la vida,
es decir, Dios, es poesía en estado puro.
Pero esa convicción
te impide tener dónde reclinar la cabeza.
Pero sobre todo, te
impide hablar de estas cosas con el común de las gentes.
Una barrera de
silencio te envuelve y te separa.
Todo esto no es fruto ni del estudio, ni de la lectura. A esta
convicción, por cierto bastante dura de aceptar, se llega por la vía de la
experiencia; una experiencia que te tira por tierra la base de tu propia
inteligencia, la que te permite comprender lo que existe, las cosas, la que te
permite aplicar la lógica para entender y conseguir hacerte un modelo aceptable
de tu pequeño mundo y vivir tu vida de todos los días.
Pues todo eso, Dios te lo tira por tierra, lo desparrama por el
suelo del templo que te forjaste con los años, como desparramó las baratijas de
los mercaderes y cambistas del templo. A veces violentamente, y a veces con la
amabilidad con la que les sugirió a los vendedores de palomas, que las quitaran
de allí.
Pero en cualquier caso, te tira por tierra “todo lo aprendido”.
Porque no sirve absolutamente de nada, ya.
A mí me explicaron de pequeño en el colegio, que hay cinco tipos
de teologías, la dogmática, la litúrgica, la moral, la ascética y la mística.
Qué lástima!
Al común de los católicos, la Iglesia nos ha conducido en el
proceso de catequesis por los caminos de las tres primeras, que se centra en
aprenderte y rezar el credo (doctrina), hacer buenas obras (moral) y frecuentar
los sacramentos (litúrgica), como recomendaba Monseñor Rouco a los fieles en
adviento. La ascética y la mística han quedado reservadas para los monjes y
monjas de vida conventual. De hecho he podido comprobar que hay una barrera
infranqueable entre las tres primeras y las dos segundas. La misma barrera que
el joven rico fue incapaz de cruzar, porque tenía muchas riquezas, tenía mucho
aprendido, el modelo religioso era simplemente perfecto, y si cruzaba el
umbral, todo eso ya no le servía. Es más, se lo tenía que dar (explicar) a los
pobres, a los que no sabían nada, a los que vivían en tinieblas. Y prefirió
seguir al tran tran, aferrado a sus prácticas y creencias.
Para mí es cada día más evidente que la fe que practicamos los
católicos, y que la Iglesia fomenta es esa, la fe del joven rico, la de
frecuentar los sacramentos y hacer buenas obras; porque no he visto en mis
cincuenta y siete años de vida, apenas indicios de mostrar lo que pudiera haber
detrás del umbral, más allá, salvo que la persona desee entrar en vida
monástica, supongo.
Pues es una pena, porque los católicos, la Iglesia que formamos
todos, no hacemos otra cosa que ocultar el Gran Tesoro Escondido que es la vida
interior en directa intimidad del alma con Dios. Y la gente, que lo que
necesita es justamente eso, se ve obligada a buscar esa quietud, esa serenidad
espiritual en el yoga, el budismo, el tantra y demás prácticas orientales.
El gran tesoro del Cristianismo es la mística, que no lo afirmo
por haber leído mucho, sino por experiencia personal. No lo digo por absoluto
convencimiento, pues como dice Nietczhe, el convencimiento absoluto es más
peligroso para la verdad que la propia mentira, sino simplemente por vivirlo en
mi día a día, y sin ánimo de convencer a nadie, pues como también dice Kierkegaard,
han habido seres
humanos que han conectado con la Verdad, pero pasan desapercibidos: “Al místico
se le oye como se perciben ciertos gritos de pájaros, sólo en el silencio de la
noche; por eso, con suma frecuencia un místico no adquiere importancia en medio del bullicio de su ambiente, sino mucho
tiempo después, en el silencio de la Historia, para las almas afines a la suya,
y que le escuchan.”
Conectar con la Verdad.
Más bien la Verdad conecta contigo, porque
quedas a la escucha mediante una actitud de silencio, vacío, quietud y
abandono. Inicialmente la ascética te induce a trabajar, como lo hace el
hortelano para llevar agua al huerto, con pozos o construyendo canales y
arcaduces, para al final, comprender que con la lluvia basta. Así pasas de la ascética
a la mística.
Así que, cuando aceptas la evidencia de que Dios es así, no terminas
por no tener otra pretensión que el puro abandono, porque entonces aceptas (que
no significa resignarte) que todo lo que sucede viene de Él, y por tanto es
bueno, muy bueno.
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