Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

domingo, 29 de septiembre de 2013

180.- El final de todos los juicios





- Buena la has hecho al decirle a los hombres que soy un Padre bondadoso. Ahora, ¿con qué autoridad les voy a juzgar?

- Es que un padre bueno, no juzga, perdona.

Juan Carlos ya había superado los sesenta y cinco años, y contento como estaba en estrenar su bien merecida jubilación, llegó un día a su casa, donde le esperaba como siempre su mujer, Adela, con la comida preparada.

-        ¿Qué tal, papi? – le preguntó Adela-.

-        Bien, cariño –respondió él sin demasiado entusiasmo-.

-        Te noto cansado. ¿Estás bien?

-        Sí, cielo, sólo que hace calor y vengo un poco fatigado. Llevo toda la mañana haciendo cola en la oficina de Clases pasivas, y al parecer el aire acondicionado, o lo tenían al mínimo, o estaba averiado; el caso es que hacía mucho calor dentro, y estábamos todos chorreando de sudor. ¿Tienes algo fresco en la nevera?

-        ¿Te apetece una cervecita?

-        Si gracias.

Juan Carlos y Adela eran de esas parejas rigurosamente normales, españolitos medios, de clase media, con una familia media de dos hijos, con un trabajo de dependiente de unos grandes almacenes él y de auxiliar de clínica ella, que en nada sobresalían ni por arriba ni por abajo del estándar de una familia española normal y corriente.

Sus vidas habían discurrido por derroteros normales de trabajo, crianza y educación de los hijos. Tradicionales vacaciones de verano en Guardamar del Segura, de playa, paella y siesta en un bungalow de dos habitaciones, comprado tras un golpe de suerte en la Lotería y una hipoteca no demasiado gravosa a pagar en quince años, y de vez en cuando, cuando el presupuesto familiar lo permitía, una escapada de fin de semana a alguna ciudad española que no conocieran. No salieron nunca al extranjero.

Por no salirse del estereotipo, practicaban una tibieza religiosa estándar de cumplo y miento sin demasiados excesos, por no decir, con una indolencia también ajustada a los estándares al uso.

Total, una familia que pasa por esta vida, como se dice, sin pena ni gloria. Sus hijos gente de bien, con trabajos decentes, con hijos normales de uniones de hecho. Nada especial, y nada que objetar. Ni siquiera que fueran gente anodina. Hasta tenían su gracia y su carácter suficientemente fuerte como para tener trifurcas familiares, también rigurosamente estándar.

Creían en el más allá, por aquello que decía Pascal de apuéstalo. Mira que si al final es verdad… De modo que más vale creer en Dios, no sea que al final se lo encuentren de bruces al irse al otro barrio.

Aquella tarde de comienzos de septiembre, la pasaron viendo la telenovela de la Uno y después el cafelito de media tarde, para finalmente sacar a pasear a Trinquete, el buldog francés tan viejete  como ellos empezaban a ser.

Al volver del paseo canino, Juan Carlos se tuvo que parar porque sintió un leve pinchazo en el pecho, seguido de un sudor frío. A duras penas pudo llegar al ascensor para subir al tercero donde vivían.

-        Cariño, ¿te sientes bien? –le preguntó algo asustada ella-.

-        Pues no sé, de pronto me ha empezado a palpitar el corazón, estoy sudando a chorros, y siento que me flaquean las piernas.

-        Siéntate aquí. ¿Quieres que llame al médico?

Juan Carlos, ya sin decir nada, asintió con la cabeza, y se desvaneció.

Asustada Adela, marcó el ciento doce, mientras veía como la tez de su marido tornaba pálida, y la frente perlada, dejaba caer las gotas de sudor por sus mejillas.

Al menos respiraba.

La actuación de los efectivos del servicio de urgencias fue rápida; le trasladaron al hospital, mientras en la ambulancia, consiguieron sacarle del síncope que había sufrido.

Ya en el hospital, en el box de observación, sintió un fortísimo dolor precordial, que esta vez sí, detuvo todos sus sistemas vitales, y murió. Serían las 23:30 horas, más o menos. Causa de la muerte, infarto agudo de miocardio, masivo de cara anterior.

Efectivamente era cierto aquello que decían de las experiencias cercanas a la muerte. Él vio como salía de su cuerpo, vio cómo trababan de reanimarle, pero sin éxito. Pasó toda su vida en un instante y envuelto en una extraña paz, vio cómo encima de su cabeza se abría entre la oscuridad que le iba rodeando un punto de luz cada vez más grande, hasta convertirse en el túnel que tantos testigos de estas experiencias  han relatado.

Empezó a ascender por ese túnel sin ningún tipo de esfuerzo, hasta que se encontró en algo parecido a un idílico jardín con extraños colores y tonalidades.

Se encontró con sus padres y con sus tíos, y también con algunos amigos, y con una novia de juventud que ya hacía años había muerto, sin él saberlo.

Sin solución de continuidad en este viaje astral llegó ante la presencia de Jesús. Allí estaba Él, esperándole.

Jesús vestía con un traje actual, pantalón y camisa blanca. Tenía una barba muy rala y no tenía el cabello demasiado largo. No era como lo recordaba en este mundo, como lo habían pintado los artistas. De hecho nadie le dijo que era Jesús, ni de su aspecto podía deducirse su alto linaje celestial, pero Juan Carlos, al verle supo sin el más mínimo atisbo de duda que era Él.

Por cierto que no vio a San Pedro, como le habían dicho, el guardián de las puertas del Cielo. Le pareció extraño. Sería que todavía no estaba en el Cielo, si es que fuera merecedor de él. Aquello no parecía ni el cielo ni el purgatorio, y por supuesto nada que ver con la imagen que él había supuesto del infierno. Era un alivio. En realidad parecía un lugar en la Tierra, con una luminosidad algo diferente, eso sí, a los escenarios habituales de este mundo. Sería el Alto y celestial tribunal de cuentas pendientes, pensó.

Lo sorprendente fue que Jesús no se dedicó a preguntarle sobre los desaguisados, resbalones o inconfesables culpas, o por cuántos talentos había ganado negociando los que le fueron dados, o que expusiera un alegato en su defensa para demostrar sus merecimientos para ganar la gloria. Jesús le hizo una simple pregunta: “¿qué tal te fue allí abajo, mi hermano? O algo así. Dime un par de acontecimientos que hayas vivido intensamente. O ¿a cuántas personas has hecho felices? ¿Qué te gustaría mejorar? ¿Qué te gustaría, te concediera para tu nueva vida? Etc.

-        ¿Cómo te ha ido, amigo Juan Carlos? –le preguntó Jesús, mientras se sentaba junto a él en un banco de lo que parecía ser un parque con una fresca y agradable arboleda-.

Juan Carlos no sabía qué decir. Había tenido siempre un pobre concepto de sí mismo. Su vida neutra siempre le había parecido insulsa, sin méritos para aspirar al cielo ni tampoco culpas y delitos para ser merecedor del fuego eterno.

-        Pues no sé qué decirte, Señor –le contestó Juan Carlos-.

-        No te asustes, Juan Carlos. No tienes nada qué temer –le tranquilizó Jesús-. Simplemente dime, cómo te ha ido en tu vida.

Esta frase de Jesús, “no tienes nada qué temer”, dejó a Juan Carlos envuelto en una suave paz y sosiego, como abandonado de sí mismo, porque en ese momento se desvanecieron súbitamente todos los terrores y temores que su estándar educación recibida le había inyectado en su conciencia. Él siempre se había considerado un buen padre, buen esposo y buen ciudadano, aunque en ocasiones se saltara algún “disco en rojo”, alguna trifurca familiar, y demás menudencias que en su sano juicio no pensaba le merecieran infernales castigos.

La frase “No tienes nada que temer” le desvaneció sus pesares, y pudo ver de repente, cómo la niebla educativa quedaba despejada plenamente. Tomó la cuenta de que la niebla en la que vivimos los seres humanos es simplemente el miedo.

Ya no tenía miedo, pero conservaba aún un pobre concepto de sí mismo.

-        ¿Qué podrías decir en tu favor? –le preguntó Jesús-.

Juan Carlos se mostró ante Jesús, tratando de ser lo más objetivo posible consigo mismo, mostrando tanto sus defectos como sus virtudes. Reconocía que, por su forma de ser, creía que había tratado de hacer la vida agradable a los que le rodeaban; reconocía sus errores, sus faltas y demás, pero que básicamente tenía un gran deseo de aprender y de seguir caminando. A esto Jesús le hizo ver que ni  suyos eran los méritos de sus buenas obras, ni suyas las culpas de sus errores.

Así que si suyos no eran los méritos, porque el amor que él hubiera podido dar, es en realidad el que recibía de Él y daba a los demás (como yo os he amado), las culpas tampoco eran suyas.

Porque su vida había sido la que tenía que ser.

“Te voy a enseñar una cosa, Juan Carlos” – le propuso Jesús-. Y frente a ellos éste pudo visualizar una pantalla que surgió de la nada frente a la arboleda y setos del jardín, situada enfrente de los dos.

“¿Te acuerdas de esta escena?”; y Jesús le mostró cuando Juan Carlos, siendo un niño con diez años, veraneando en un pueblo de Huelva con sus padres, Punta umbría, un niño de su edad, del pueblo la tomó con él, y no hacía más que molestarle. Un día en la playa le empezó a tirar bolas de arena…

-        Y tú no le respondiste, hasta que finalmente Juanjo se rindió y te pidió perdón. ¿Te acuerdas?

-        Sí, me acuerdo.

-        Gracias a este gesto tuyo, Juanjo comenzó a valorar algo que no había hecho hasta entonces, el valor de la amistad. Y así conseguí que se diese cuenta lo mucho que se consigue con el perdón. Juanjo, terminó siendo médico y dedicó su vida a Médicos del Mundo. Murió hace diez años en un ataque de la guerrilla en Costa de Marfil, mientras protegía a una familia en su choza. Le podrás ver más tarde.

-        No lo sabía.

-        ¿Te acuerdas de esta otra escena?...

Jesús le mostró cuando una vez, consoló a una compañera de colegio, que estaba destrozada porque le había dejado su chico, y estaba tramando cómo vengarse de él, acusándole de copiar en un examen final, lo que le iba a suponer perder el curso entero.

-        Tú hablaste con ella, y le aconsejaste que no merecía la pena sufrir, más allá de lo comprensible; que la vida le daría nuevas oportunidades, y que acaso era mejor así, y que encontraría al hombre de sus sueños.

-        Sí me acuerdo.

-        Pues conseguiste, sin tú saberlo que descartara esa idea de acusarle de copiar, con lo que ella empezó a valorar el sentido de la aceptación. Su ex, al no perder el curso, consiguió renovar la beca con la que estudiaba; terminó sus estudios, ingresó en el Ejército, conoció a una teniente de intendencia, se casaron y tuvieron tres hijos. Nada de eso habría sucedido si tú no te hubieras sentado a su lado en los escalones de la salida del colegio, te lo aseguro. Aún más, te podría decir que el segundo hijo de esta pareja se hizo bombero, y he contabilizado que salvó la friolera de unas setenta vidas de morir abrasadas, por intervención directa suya.

En otro pase de proyección Jesús le mostró un encuentro fortuito de un viejo amigo del barrio que fue a los grandes almacenes donde Juan Carlos trabajaba, para descambiar una radio casete que no funcionaba.

-        Tú le dijiste que esperara en un mostrador de atención al cliente, pero como no encontraste los documentos de devolución, le pediste que te acompañada a la oficina y que esperara un momento. Te costó encontrar los papeles, (yo hice que tardaras en encontrarlos)tiempo en el que una dependienta de tu sección, Maika, le preguntó si necesitaba algo. El le dijo que ya estaba atendido, pero ya de paso le preguntó a ella si teníais esos nuevos artilugios que se llamaban MP3. Y surgió el amor entre ellos. Tú no fuiste consciente de la casualidad, pero mírales, forman una pareja y una familia feliz, aunque estén casados por lo civil.

-        No lo sabía.

Y una vez más le mostró una escena donde Juan Carlos evitó que un niño que buscaba su balón, fuera atropellado por una furgoneta.

Y otra cuando hablando con su hijo Andrés, a los veinte años, logró quitarle de la cabeza que se asociase con un temible compañero de trabajo para ganar un dinero fraudulento.

Y otra cuando en muchas ocasiones fue comprensivo con Adela, su querida esposa, y antes de echar más leña al fuego en una trifurca familiar y de esposos, supo encontrar las formas de reencauzar el diálogo que conducía a la recuperación de la armonía.

Y otra cuando denunció a la Oficina del Consumidor una partida de anchoas comprada en una tienda, que resultó ocultar un ilegal tráfico de alimentos provenientes de China.

Y otra cuando…

Y así cientos y cientos de situaciones en las que sin Juan Carlos saberlo fue instrumento de la Providencia para hacer de este mundo un lugar más habitable. Y su mérito no fue otro que en decir conscientemente “hágase”, sentirse motivado a ayudar a los demás, sin imaginar las a veces trascendentales consecuencias de sus acciones. Pero sobre todo, la actitud de no emitir habitualmente juicios de valor (aunque a veces, las injusticias le enervaban hasta llegar a lanzar desaforadas críticas contra la gente depravada y contra los corruptos).

-        Eso también lo hice yo – respondió Jesús-. Porque hay situaciones en las que no queda otra que denunciar lo inaceptable.

-        ¿Qué te ha parecido tu vida, querido amigo?

-        No sé que decir –respondió Juan Carlos-.

Por un momento quedó en silencio, meditando esa proyección de su vida, y de cómo hasta qué punto él había influido en la vida de muchísimas personas, sin saberlo, pues sólo se preocupó de ayudar en lo que pudo a los que se cruzaban en su vida; incluso cuando se sentía un fracasado, y pensaba que él en este mundo no pintaba nada.

-        No hace falta que digas nada, Juan Carlos, porque tu vida ha sido la que debía ser, porque cuando tuve hambre tu me alimentaste, cuando tuve sed, tu me la aliviaste, cuando tuve necesidad, tú me atendiste. Porque cuando lo hiciste con todos estos que has visto en la película que te he mostrado de tu vida, conmigo lo hiciste.

-        No has sido ni famoso –continuó Jesús-, ni con grandes estudios, ni siquiera un héroe o un hombre conocido por sus hazañas. Has pasado por esta vida de puntillas, de la forma más humilde que puedas haber imaginado, pero es que yo te necesitaba en la vida que has vivido, donde y de la manera que lo has hecho. Porque de no haber estado ahí en todos esos momentos, y han sido miles, la vida en este Planeta no habría sido la misma. Te lo garantizo.

En ese momento Juan Carlos comprendió con el corazón. Él por no ser, no fue ni siquiera un católico demasiado practicante; muchas dominicales misas dejó pasar por estar de conversación con sus amigos, animadas tertulias que al igual que en otros momentos, tuvieron una trascendencia inimaginable en muchos de ellos. Acaso se le podía tachar de tibio hacia las prácticas religiosas. Y algo de temor tenía en el cuerpo por ello, según le habían adoctrinado sus mayores. Se había juzgado a sí mismo como un cubo de basura, pequeño, inútil, despreciable a veces, por sus culpas, sus grandísimas culpas.

Pero no. Nada tuvo que temer. Porque aquella conversación con Jesús resultó no ser un juicio, sino el final de todos los juicios que él mismo, Juan Carlos, se había hecho sobre él mismo. Fue como beber un jarro de agua fresca cuando estás con una sed extrema.

Tras este diálogo íntimo con Jesús, a Juan Carlos le entraron varias dudas.

-        No me ha referido mis faltas y pecados. ¿Por qué? – pensó para sí-.

-        ¿Y ahora, Señor, qué va a suceder? –le preguntó-.

-        No te preocupes, bendito de mi Padre, porque ya estás en el Gozo de Tu Señor. Y tus debilidades, que sé también las has tenido y sufrido, simplemente no son tenidas en cuenta porque has amado mucho.

-        ¿Es esto el Cielo Señor?

-        Lo es Juan Carlos. El gozo de Tu Señor.

-        ¿Y ahora?

-        No te preocupes, porque ahora me vas ayudar a completar la misión que he de realizar en el Universo.

Juan Carlos serenamente, comprendió que el tiempo y el espacio eran algo absolutamente distinto a lo que los humanos nos imaginábamos. Ya estaba en paz, en plena presencia, y dispuesto a lo que fuera necesario.

-        Una cosa más, Señor.

-        Dime.

-        ¿Y los que han muerto en pecado? ¿Qué es de ellos?

-        Qué torpes seguís siendo, hijos míos. Todavía no habéis comprendido lo que os quise decir en la parábola de la oveja perdida. No consentiré que ni uno solo de mis hijos se pierda, ni uno solo, ni los que me clavaron en la cruz por los que intercedí ante mi Padre, porque no sabían lo que hacían.

-        ¿Entonces? –preguntó extrañado Juan Carlos, que aún conservaba lo aprendido sobre estos temas en la Tierra-.

-        ¿Para qué te crees que estás aquí y ahora conmigo, Juan Carlos?

Y Juan Carlos cayó en la cuenta…

-        No vamos a montar las tres tiendas ¿verdad?

-        Al fin te has dado cuenta de lo que significa “nacer de nuevo”.

Y Jesús le sonrió.

Dentro de los planes de Dios, cada cual cumple una misión, igual de importante que la de los demás. Una simple ama de casa cumple en esta vida una misión tan importante como la de un eminente científico, o filósofo, o la de un héroe nacional. Porque para Dios todos formamos una misma esencia; somos nosotros los que nos empeñamos en diferenciarnos unos de otros, en dualizarnos e individualizarnos. Todos estamos conectados por una tenue red como si fueran hilos, que de modo imperceptible relacionan nuestras acciones con las de los demás. Hilos tenues, pero que jamás se rompen, de modo que la vida de un humilde campesino en Bolivia, de alguna forma influye y es influida por la de un abogado de Oslo, aunque sus vidas jamás se crucen.

Porque no se mueve una sola hoja de árbol, sin que lo consienta mi Padre Celestial.


jueves, 5 de septiembre de 2013

179.- El valor de las palabras



¿Qué valor tienen mis palabras?
¿Qué valor tienen las palabras de un experto?
¿Qué valor tienen las palabras de un profesional en una cierta disciplina?
¿Qué valor tienen las palabras del común hombre o mujer de la calle?

La respuesta se sitúa entre muchísimo o nada. Según.
Todo es relativo.
Todo lo que he escrito en este blog, y superan con creces las mil y pico páginas, puede tener un valor alto, altísimo, o simplemente no valer absolutamente nada.
Depende del espectador; depende del observador. Depende del lector.
Depende de que la persona que haya podido leer algunas de estas entradas, coincida conmigo en los argumentos, o no. Y si no coincide, aún y con todo pueden tener mis argumentos el valor de hacerle pensar, o de provocarle un rebote descomunal y mandarme literalmente a la “mierda”; o generar simplemente indiferencia.
Y esto ¿por qué?
Hasta donde yo he podido alcanzar a comprender, en el campo del conocimiento, podríamos establecer cinco categorías de verosimilitud, a saber…

1.- Lo que es certeza matemática. Este grado total, sólo se alcanza con las argumentaciones matemáticas, con los axiomas y los teoremas. Es el terreno de las ciencias exactas. Aunque dentro de ellas está la Estadística, que le pone sordina a todo esto, como veremos después.
2.- Lo que es de pura lógica. La lógica, como disciplina filosófica, emplea mecanismos mentales de razonamiento, como son los silogismos, el razonamiento inductivo y deductivo, que permite caminar sobre un terreno razonablemente seguro a la hora de plantear argumentos. Aunque siempre están los sofismas, para ponerle sordina también a la propia lógica.
3.- Lo que es razonable, de sentido común. Supongo que como hermana menor de la lógica pura, la razón es la principal herramienta que todos usamos para hacernos nuestras componendas. Los jueces emplean mucho los “indicios razonables” para imputar o no a los acusados, presuntos culpables de faltas o delitos; es decir, por los hechos y evidencias, parece razonable que el mayordomo (no sé por qué pero siempre se carga con el mochuelo, el pobre), fue el presunto asesino de la señora marquesa, que diría Agata Christie en sus novelas de misterio.
4.- Lo opinable. Es el inmenso mundo de nuestras propias razones, de nuestra propia experiencia, no transportable a un tercero. Al fin y al cabo, es “mi verdad”, lo que para mí es cierto, pero no necesariamente lo es para otro.
5.- Lo indiferente. Es lo que no tiene en principio ninguna trascendencia, ninguna consecuencia. Es casi lo aleatorio, el puro azar, que no tiene sentido causal; mero valor añadido de orden cero, como el hecho de poner un florero aquí o allí como adorno. Sin embargo, lo indiferente tiene la curiosa cualidad de poder pasar casi a ser certeza matemática, si nos metemos en el terreno de lo protocolario, de lo litúrgico, del oropel que rodea los actos civiles, militares o religiosos. Los expertos en protocolo lo saben muy bien. Las prelaciones de los cargos es un tema sumamente delicado, si no se quiere pisarle el callo a alguna autoridad que se la coja con papel de fumar.

En general, el campo de conocimiento de las ciencias se apoya, en el caso de las ciencias positivas, en las tres primeras categorías, la certeza matemática, la lógica y el sentido común, fruto de la experimentación y de la investigación. Es lo que hace que el cuerpo de conocimiento de una ciencia, la Física, la Química, la Biología y todos sus derivados, sea algo en donde ningún insensato debe meterse si antes no ha estudiado la correspondiente disciplina en la Universidad, porque saldrá siempre mal parado. Y si estas ciencias se aplican a la vida humana, como es el caso de la Ingeniería o de la Medicina, entonces, el intrusismo profesional puede costar incluso la cárcel. Esto creo que todos lo tenemos bastante claro, supongo.
Sin embargo, el conocimiento científico tiene una hermana menor, que es la “divulgación”, por la que el común de los mortales que tenemos sed de aprender podemos adentrarnos en disciplinas científicas que no hemos estudiado en nuestras carreras universitarias, como en mi caso es la Astronomía, la Cosmología y la Física en general. Ahora estoy liado con la Teoría de cuerdas y supercuerdas, que es un follón que alucinas, pero que me intriga, y por eso, sin pretender entrar en las ecuaciones de campo de Einstein, o en las de Plank, saber de ello, y sobre todo de sus consecuencias, pues me intriga, y me induce a leer. Pero no se me ocurre presentarme en sociedad, ni siquiera referirme a ello en este blog, como un experto. Sería de necios.

Es por eso que me gustó tanto una frase que leí de Ortega y Gasset que dice en la introducción de su obra “El espectador”: “de nada hablaré como maestro, pero de todo hablaré como entusiasta”.
Yo, como experto, sólo puedo hablar de Gestión hospitalaria, de lo que tengo tres títulos máster, y más concretamente de Estadística de gestión. De lo demás soy un simple advenedizo en el mejor de los casos. Ni siquiera puedo hablar como médico, carrera que estudié, y que luego derivó en mi ejercicio profesional hacia el campo de la Sanidad.

Así que en lo relativo a las ciencias puras y aplicadas, a lo máximo que alguien con dos dedos de frente puede aspirar es a hablar de ellas como entusiasta, pero nunca con autoridad, salvo que una de esas disciplinas se desarrolle como profesión.

Pero luego entramos en un terreno más resbaladizo, que es el de la filosofía o en los sistemas de pensamiento. Aquí, yo diría que casi todos somos cazadores furtivos, porque mientras que el terreno científico, tanto puro como aplicado, se basa en el método científico con la experimentación como cimiento para confirmar la veracidad de las afirmaciones, y siempre con un determinado nivel de seguridad estimado por métodos estadísticos, en lo filosófico la cosa cambia radicalmente. Entramos en el imperio de los “…ismos” (racionalismo, modernismo, romanticismo, budismo, conductismo, liberalismo, cristianismo, nihilismo, marxismo, etc.), y de los “…ólogos” o presuntos expertos en la materia. Es el universo de las escuelas de pensamiento filosófico, sociológico, económico y religioso, cada cual con una forma diferente y muchas veces incompatibles de ver las cosas.

Aquí hay que ser conscientes de que mientras las leyes físicas son atemporales y universales, pues son aplicables en cualquier época y en cualquier lugar del Universo, las “leyes” o las teorías filosóficas son temporales, es decir, válidas para una cultura en un intervalo de tiempo concreto. Fuera de este escenario dejan de tener valor en otro contexto distinto.

Pero los sistemas de pensamiento son esenciales en la vida humana, pues son los que han configurado la Sociedad. Y están en permanente evolución; son el motor del crecimiento intelectual de las sociedades; todos, excepto los sistemas religiosos, que por definición son estáticos, inamovibles. Tal como fueron creados sus cimientos por sus fundadores, estos permanecen por definición inamovibles, salvo las reflexiones que los teólogos puedan hacer para tratar de comprender o hacer comprender a terceros, los principios doctrinales. Pero si la sociedad en general avanza de año en año, las religiones lo hacen, y tímidamente de mil en mil años.

Por otra parte, los sistemas de pensamiento plantean una determinada forma de entender la vida y en consecuencia, una determinada forma de actuar en la vida, lo que constituye un programa concreto de normas de comportamiento que supone tener seguidores, y como complemento inevitable, detractores. En política y en religión esto constituye particiones sociales, los de mi partido versus los otros; los de mi religión versus las demás. Y en consecuencia, “nosotros estamos en lo cierto” y los demás están equivocados. Esto agudiza el concepto de dualidad, e inevitablemente, de enfrentamiento entre posturas opuestas (derechas e izquierdas, republicanos y demócratas, laboristas y conservadores. Judíos, moros y cristianos y etc., etc.)

Dentro de cada sistema de pensamiento, nos enfrentamos entre dos fuegos. Al ser estos sistemas de pensamiento directamente aplicables a la vida humana de cada cual, tenemos por un lado los “doctrinólogos”, palabro que me acabo de inventar y que podría referirse a los súper entendidos guardianes de la doctrina, como es el caso supremo de Ratzinger en el caso católico; y por otro lado estamos cada uno de nosotros, que tratamos de aplicar ese sistema de pensamiento a nuestra propia vida, lo que a veces no es tan directamente aplicable, porque cada cual elabora también su propia forma de verla. No se nos puede pedir que vayamos por la vida marcando el paso como soldados en formación, salvo que renunciemos a poder pensar y cuestionarnos aspectos básicos o complementarios de la doctrina.

Y aquí se plantea el follón que es el contenido central de este blog, y por lo que yo podría ser procesado como hereje. ¿Hasta dónde puede entrar la rigidez doctrinal en mi interior, y hasta dónde, tengo yo también derecho a expresar qué pienso y qué sucede en mi interior, que por otro lado es lo único realmente mío, mi seña de identidad?

Esto lo dejó clarísimo el Cardenal  John Henry Newman con su ya célebre brindis en 1875:
Caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa -desde luego, no parece cosa muy probable-, beberé '¡Por el Papa!' con mucho gusto. Pero primero '¡Por la Conciencia!', después '¡Por el Papa!'».

NOTA: Newman fue un presbítero anglicano convertido al catolicismo en 1845, más tarde fue elevado a la dignidad de cardenal por el papa León XIII y beatificado en 2010 en una ceremonia que presidió el Papa Benedicto XVI en el Reino Unido.

Esta misma declaración me la enseñaron los curas de mi cole, al dejarme claro que antes de cualquier mandato doctrinal está mi propia conciencia, que es la voz de Dios en mi interior.
Pues tras muchos años de reflexión y de meditación, he llegado a la conclusión de que el checkpoint está en “el umbral”, aquel en el que situó el joven rico cuando le preguntó a Jesús qué más debía hacer para alcanzar la vida eterna. Es decir, antes de llegar al umbral, donde el joven rico entabla la conversación con Jesús, el buen cristiano – católico es aquel que, en palabras del Cardenal Rouco Varela, “hace buenas obras y practica los sacramentos”, es decir, va a misa de una los domingos y no putea demasiado al vecino. Con eso basta para ser un buen creyente, pero… si le preguntamos a Jesús si con eso basta, o hemos de hacer algo más, Él nos dice.
“Una sola cosa te falta, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y sígueme”.

Pasaje del joven rico Marcos 10, 17-30.  
17 Mientras Jesús iba de camino, un joven rico llegó corriendo, se arrodilló delante de él y le preguntó:
—Maestro bueno, dime, ¿qué debo hacer para tener vida eterna?
18 Jesús le contestó:
—¿Por qué dices que soy bueno? Sólo Dios es bueno. 19 Tú conoces bien los mandamientos: No mates, no seas infiel en tu matrimonio, no robes, no mientas para hacerle daño a otra persona, no hagas trampas, obedece y cuida a tu padre y a tu madre.
20 El hombre le dijo:
—Maestro, todos esos mandamientos los he obedecido desde que era niño.
21 Jesús lo miró con amor y le dijo:
—Sólo te falta hacer una cosa. Ve y vende todo lo que tienes, y reparte ese dinero entre los pobres. Así, Dios te dará un gran premio en el cielo. Después de eso, ven y conviértete en uno de mis seguidores.
22 Al oír esto, el hombre se puso muy triste y se fue desanimado, porque era muy rico.
23 Jesús miró a su alrededor y dijo a sus discípulos:
—¡Es muy difícil que una persona rica acepte a Dios como su rey!
24 Los discípulos se sorprendieron al oír eso, pero Jesús volvió a decirles:
—Amigos, ¡es muy difícil entrar en el reino de Dios! 25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que una persona rica entre en el reino de Dios.
26 Los discípulos se sorprendieron mucho al oír lo que Jesús dijo, y comentaban entre ellos:
—Entonces, ¿quién podrá salvarse?
27 Jesús los miró y les dijo:
—Para los seres humanos eso es imposible, pero todo es posible para Dios.

Habitualmente se interpreta este pasaje, como siempre, literalmente; pero con el permiso de los hermeneutas y exégetas, yo diría que más se refiere Jesús a “todo lo aprendido”, todo el conocimiento que hemos adquirido durante nuestra vida (con mucho esfuerzo y dedicación y eso es una gran riqueza) para ser buenas personas y buenos practicantes, como manda la Santa Madre Iglesia. Pero Jesús le dice “deja todo eso, dáselo a los pobres, a los que no conocen el camino, porque lo necesitan para comenzar”, y olvídate de todo lo que sabes y tienes elaborado en tu mente y en tu corazón, porque a partir de aquí, todo eso, ya no te sirve de nada.
Por eso el ser humano no puede salvarse, es decir, atravesar las sendas de la vida interior por sí solo. Pero para Dios es posible.

En conclusión.

Antes de llegar al checkpoint del umbral de Jesús, lo aprendido nos puede valer y mucho; y también podemos discutirlo, pero a partir del umbral nos enfrentamos a “la nube del desconocer” por un lado, y a la “nube del olvido”, por otro.
Antes de ese punto, podemos enzarzarnos en interminables batallas dialécticas con los exégetas, con los doctrinólogos y en general, con los expertos en filosofías, que haberlos hailos y muchos.
Pero a partir del checkpoint del umbral, se acabó. Entramos en la mística, y la mística es por definición, terreno ignoto, desconocido para cualquier ser humano, que ni los más entendidos (porque tengan muchos estudios), pueden cruzarlo. Pero un niño que sepa ponerse en manos de su Padre que está en los cielos, sí puede atravesarlo.
Por tanto, ¿cuál es el valor de nuestras palabras, de nuestras ideas?
En todos los asuntos humanos, dentro del confinador, el valor es inversamente proporcional al recorrido que va desde la certeza matemática al ámbito de lo opinable en el mundo de las escuelas de pensamiento. Es decir, que en este terreno mis palabras son perfectamente cuestionables (no me cansaré de decirlo), y tanto más cuanto que no tengo estudios ni filosóficos ni teológicos.
Por tanto, querido lector, me puedes mandar perfectamente a freír espárragos, porque mi opinión es igualmente válida que la tuya, caso de que tengamos criterios diferentes.
Pero en cruzando el checkpoint del umbral (el de Jesús y el joven rico), aquí la cosa cambia. Yo no hablo por conocimiento teológico, sino por vivencia personal. Escribo sobre lo que yo he experimentado en mi caminar más allá del umbral, y lo que a través de la niebla y de la oscuridad puedo intuir y he podido vivir.
Tampoco con esto pretendo colgarme ninguna medalla de santidad; me parece pretencioso y necio (hay movimientos católicos que les obsesiona ser santos. No sé por qué). Soy un ser humano común y corriente, que mi único mérito es haberme dejado llevar, atraído por la “nube del desconocer, del no saber”. Creo que eso se produjo definitivamente en marzo de 2004, cuando sentí cómo las amarras que me tenían anclado a los principios doctrinales saltaron por los aires y comencé definitivamente mi camino en solitario. El término “saltar por los aires” no significa que las subestimara o las despreciara, bajo ningún concepto; simplemente ya no era necesario para el resto de mi vida. Ahí estaban, para alumbrar a las ovejas perdidas de Dios. Por eso la doctrina religiosa es absolutamente necesaria para el común de las gentes.
Pero una vez que cruzas el umbral, ya no son necesarias, como innecesarias son las normas de compromiso moral, porque como dice San Agustín… 

“Ama y haz lo que quieras”.

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martes, 3 de septiembre de 2013

178.- Eleusis




Eleusis era una pequeña ciudad agrícola productora de trigo y cebada, localizada a unos 30 km al noroeste de Atenas, donde se celebraban los misterios eleusinos.

Los misterios estaban basados en un mito protagonizado por Deméter. Su hija, Perséfone, fue secuestrada por Hades, el dios de la muerte y el inframundo. Deméter era la diosa de la vida, la agricultura y la fertilidad. Descuidó sus deberes mientras buscaba a su hija, por lo que la Tierra se heló y la gente pasó hambre: el primer invierno. Durante este tiempo Deméter enseñó los secretos de la agricultura a Triptólemo. Finalmente Deméter se reunió con su hija y la tierra volvió a la vida: la primera primavera. Desafortunadamente, Perséfone no podía permanecer indefinidamente en la tierra de los vivos, pues había comido unas pocas semillas de una granada que Hades le había dado, y aquellos que prueban la comida de los muertos ya no pueden regresar. Se llegó a un acuerdo por el que Perséfone permanecería con Hades durante un tercio del año (el invierno, puesto que los griegos sólo tenían tres estaciones, omitiendo el otoño) y con su madre los restantes ocho meses.

Los misterios eleusinos celebraban el regreso de Perséfone, pues éste era también el regreso de las plantas y la vida a la tierra. Perséfone había comido semillas (símbolos de la vida) mientras estuvo en el inframundo (el subsuelo, como las semillas en invierno) y su renacimiento es, por tanto, un símbolo del renacimiento de toda la vida vegetal durante la primavera y, por extensión, de toda la vida sobre la tierra.

(De “Eleusis” en Wikipedia)

Eleusis, como tal palabra griega significa algo parecido a “advenimiento”, algo que llega, que está próximo a manifestarse, como un crepúsculo del amanecer, el antelucano, algo similar etimológicamente al adviento cristiano.



Cuando comienzo a escribir una entrada, casi nunca, por no decir nunca, tengo prefijada la idea sobre la que voy a escribir. Simplemente comienzo con una semilla que planto en el papel (o en el procesador de texto, para ser más exacto), que unas veces es el título y otras ni siquiera, y a partir de ella empiezo a escribir, sin saber muy bien a dónde me llevará la sucesión de palabras que empiezan a fluir en mi mente y que transcribo en el procesador.

Luego, cuando termino de escribir, y nunca sé en que momento he de concluir, hasta que algo me dice que ya está, vuelvo a leer lo escrito y salvo errores mecanográficos (y siempre me dejo algún gazapo), casi nunca modifico lo ya escrito; ni siquiera en aras de un refinamiento literario. Aquel que ya me haya leído, verá que no suelo ser demasiado remilgado en el estilo, a riesgo a veces de, incluso, parecer algo soez. Pero creo que para remilgados ya están los expertos. Yo, como no lo soy, expreso lo primero que me viene a la mente, casi de forma que dejo que ella sea, no la que elabora las ideas, sino la que las recibe de no sé muy bien dónde, y a través de las neuronas motoras que mueven mis dedos, pulsar las teclas del teclado.

Así que, en esta ocasión, la semilla de la entrada es el título, que denomino “Eleusis”, que como he reflejado en esta cita de Santa Wikipedia, la sabia, es una ciudad pequeña, en los arrabales de Atenas, donde en tiempos se celebraban los misterios eleusinos.

Por lo que uno puede leer sobre ellos, parece ser que eran ritos iniciáticos, de tipo místico (místico significa misterio), en memoria del regreso de Perséfone, y con ella el advenimiento de la primavera, el despertar de la vida, y con su retorno al Hades, por haber comido la semillas mientras estuvo en el inframundo, un nuevo ciclo invernal, y vuelta a empezar.

Yo no soy un entendido en estas cosas, pero desde que leí la novela Creación, de Gore Vidal (en “Armas, gérmenes y acero”, de Jared Daimond, también se refiere), me di cuenta de que la Humanidad sobre todo en Eurasia, ha estado bastante bien conectada, de forma que las ideas entre el Oeste mediterráneo y el Extremo Oriente asiático, las migraciones de personas, mercancías e ideas, han sido bastante fluidas, al menos en la Antigüedad.  Saber que en el Siglo VI-AC, personajes como Zoroastro, Buda, Lao Tse, Confucio y Sócrates casi fueron contemporáneos y llegaron bien a conocerse o al menos a saber los unos de los otros, me hace pensar que en realidad, las cuatro ideas fundamentales que esgrimen cada religión como suyas propias, en el fondo constituyen el factor común de todas ellas. Así, por ejemplo, al leer en qué consistían los misterios eleusinos, “mutatis mutandi”, puedo extrapolarlo en la base de su significado más profundo, con la historia de Adán y Eva. Ya sé que alguien bramará ¡¡herejía!! Y otro experto “…ólogo” dirá que no tengo la menor idea de lo que digo. Pero da igual. La hija de Démeter es raptada al Hades, come una semilla (manzana) de la vida, renace, pero luego vuelve a morir, y etc., etc. Dos incautos, caen en las redes de la serpiente (el Hades), comen una manzana (semilla de la ciencia, de la vida del bien y del mal, y etc., etc.) y la fastidian, pero Démeter (Jesucristo) va en busca de Perséfone (los hijos de Eva), y los salva (la primavera)… Más o menos, con el debido respeto de los exégetas, hermeneutas y demás sabios con estudios.

Ya sé que esto es coger las comparaciones de un modo muy forzado, casi con pinzas, y que desde un análisis exegético y hermenéutico, de esos que sólo los sabios saben hacer, lo que acabo de referir es una gilipollez. Pero ¿a que suena bien?

La cosa va de que, en el fondo el mundo, la Humanidad ha desarrollado grandes líneas de pensamiento, que lentamente, y esta es una hipótesis, parece como si fueran convergiendo, en muy pocas ideas centrales. Las divergencias han venido de la gran separación física, de la diversidad de lenguas, del desarrollo de diferentes culturas, y el proceso de convergencia ha sido y está siendo facilitado por las vías de comunicación y de intercambio de información entre los grandes pueblos de la Tierra.

Megatendencias

Y así se han ido creando “megatendencias” de fondo, para luego, y con el tiempo, convertirse en reales megatendencias desde todos los puntos de vista.

No obstante, siempre aparecen trampantojos (falsas apariencias) que hacen impresionar de lo contrario. Sucede que en el mundo actual hay tanta gente, aparentemente tantas tendencias y todo va tan deprisa, que nadie puede decir en qué dirección concreta camina la Humanidad. Por muy marcada que sea una tendencia porque millones de personas la siguen, alguien siempre podrá negar la mayor, justificando a su vez que otros muchos millones de personas siguen la tendencia contraria. Total, tenemos un Planeta que ha evolucionado sociológicamente de tal modo que cada cual, si quiere, puede encontrar su nicho ecológico, y hasta sentirse cómodo. Pero todo es aparente. Aunque esto se puede ver amplificado por el efecto que los medios de comunicación provocan. Si en los informativos vemos una noticia en la que, digamos, dos mil personas se manifestaron en contra del decreto de eliminación de los rabos para las boinas (pongo por caso), porque queda muy feo, unos buenos ángulos de cámara y técnicos que sepan manejar el efecto “película de indios” (por la que diez indios pasando continuamente por la cámara convencen al espectador que son una ingente multitud) pueden hacernos creer que eran veinte mil o doscientos, según interese.

Pero si sabemos neutralizar este espejismo de diversidad, veremos que progresivamente las grandes ideas van convergiendo, incluso a pesar de los grandes lobbies filosóficos y sobre todo religiosos que insisten en desmarcarse afirmando que lo suyo es diferente y verdadero, frente a todo lo demás que además es falso.

Lo de la globalización en las grandes tendencias de pensamiento, creo que es un fenómeno sin precedentes, creo yo (aunque siempre los hay, que lo niegan). Se están generando megatendencias.

Una megatendencia se puede definir como un movimiento de variables del entorno social, económico, político o tecnológico, que puede hacer cambiar radicalmente el futuro y puede describirse en escenarios probables; es decir, todo indica que si no se producen cambios súbitos y radicales, el escenario se presentará. Es el efecto bola de nieve, basado en bucles reforzadores.

Por ejemplo, como megatendencias están calificadas las siguientes: 

• Crecimiento rápido de la población mundial en el sur y el envejecimiento en el norte.
• Creciente diferencia entre países ricos y países pobres.
• Creciente diferencia entre clases sociales.
• Incremento gradual en el agotamiento de los recursos naturales.
• Tendencia a la urbanización.
• Grandes flujos de mano de obra de las “economías calientes” del sur a las “economías frías” del norte.
• Creciente globalización de la economía y transnacionalización de los capitales.

Etc. Lo importante es que todas estas megatendencias, sí o sí, van a cambiar, están cambiando el escenario humano de un modo apenas predecible por los más cualificados expertos en prospectiva, y con consecuencias que tampoco se pueden evaluar, ya no con exactitud, ni tan siquiera de un modo grosero. Sólo se sabe que, como otras muchas veces se dice “nada volverá a ser como antes”. Así de severas pueden ser sus consecuencias, tanto en lo positivo como en lo negativo. La crisis planetaria  actual da fe de ello.

Pues bien, por ahí suena, se oye, se comenta, que hay una tendencia que parece estar  encaminando lenta pero inexorablemente nuestra sociedad occidental, hacia un nuevo misticismo, una nueva espiritualidad, cuya principal característica es la de que no quiere afiliarse a ninguna de las religiones oficiales. Digamos que se está produciendo una especie de “reforma” religiosa, de revolución espiritual, no liderada por nadie en concreto, y además que tampoco desea que nadie la lidere. Aunque el fenómeno sectario siempre estará ahí, porque son como los hongos, crecen en cuanto hay humedad. Una especie de anarquismo religioso en un mundo cansado de normas y de imposiciones morales, pero que ha descubierto, o desea descubrir, porque lo barrunta, su sentido de la trascendencia.

El Profesor de Sociología de la Universidad Complutense, Millán Arroyo Menéndez, así lo expone en su interesante artículo “Religiosidad centrífuga, ¿Un catolicismo sin Iglesia?”. Refiere cómo se está produciendo un extraño fenómeno, que la denomina “con Dios, pero sin Iglesia”, lo que se traduce en un constante e inexorable alejamiento de la población respecto de la Iglesia católica, o para ser más exactos, de la organización religiosa que la gestiona. Este distanciamiento, digamos del Vaticano y lo que de poder político y religioso representa, no implica la renuncia de los ciudadanos a una religiosidad menos encorsetada o mejor aún, liberada del corsé doctrinal y normativo impuesto por la casta sacerdotal.

La gente sigue creyendo en Dios, sigue creyendo en la vida eterna, en Algo que dé sentido a todo esto; pero ya hace tiempo que está dejando de creer en los cuentos de Caperucita roja. Incluso, como afirma Arroyo, sigue rezando a su manera.

 
Es más, pone en evidencia algo que todos los que vivimos de una forma u otra la religiosidad-espiritualidad, nos venimos dando cuenta, que decir católico o cristiano no supone referirse a un arquetipo estándar y bien definido de persona. Desde los ultracatólicos más ortodoxos y radicales (ámbito del Opus dei y sus movimientos satélites como los Kikos o los legionarios de Cristo) hasta los cristianos que yo llamo de frontera (entre los que me encuentro), aquellos con un espíritu abierto y capaces de comulgar con el conjunto de la Humanidad, existe un amplísimo espectro, todo un arcoíris de posturas frente al fenómeno religioso, tan grande que entre ambos extremos está terminando por generarse un abismo casi insalvable.  Arroyo los clasifica en cuatro grupos, los eclesiales, los laxos, los centrífugos y los arreligiosos. Los eclesiales conforman un 22%; son católicos que confían en la Iglesia y asisten a misa semanalmente. (Confiar no significa necesariamente estar de acuerdo en todo, ni mucho menos, pero son el colectivo más próximo a la institución vaticana). Los laxos (23%), son católicos que confían en la Iglesia y asisten a misa sólo ocasionalmente o nunca (20,5%) o católicos que asisten a misa pero no confían en la Iglesia (2,5%). Los centrífugos (19%); católicos (en su inmensa mayoría, aunque no todos) que se sienten personas religiosas, pero que no confían en la Iglesia y que no asisten regularmente a misa. Y los arreligiosos (35%); son ciudadanos que no confían en la Iglesia y que no se consideran  personas religiosas.

Como siempre estos grupos no son químicamente puros. Yo no me siento integrante de ninguno de esos grupos, aunque de situarme obligadamente en uno o entre ellos, me situaría entre los laxos y los centrífugos. Pero ni eso. Me considero fuera de esos grupos. O me incluyo en el grupo de los contemplativos (que no son lo que la imaginería popular representa levitando en éxtasis y rodeados de angelotes), sino personas normales y corrientes que hemos elegido la vía directa sin ataduras a normas impuestas.

La evolución que muestran los datos en las últimas tres décadas es hacia una inexorable migración desde el grupo de los eclesiales a los centrífugos, y siendo el más mayoritario en la actualidad, el arreligioso.

El factor repelente en este proceso es la institución católica vaticana, los curas y los obispos para entendernos (o al menos la parte más radical, que también en la curia hay tendencias a veces opuestas). Es de ellos de los que se aleja la gente. Es una auténtica fuga espiritual. No es el avance del materialismo o de la modernidad o la falta de fe. Es un conflicto abierto entre los valores sociales emergentes (calificados de anticristos) y la ortodoxia tradicional.

Para botón de muestra, el papel de la igualdad de género, el papel de la mujer en la Sociedad.  Frente a una sociedad en la que de iure (aunque no de facto), la mujer está alcanzando o se pretende que alcance, los mismos derechos y posición social que el varón, la Iglesia católica es una institución que mantiene a ultranza la prohibición ¿divina? de que la mujer sea algo más que las señoras de la limpieza. Como dije Juan José Tamayo, en la Iglesia, la mujer no puede aspirar a nada más que ser las sirvientas de los hombres, o a lo sumo gobernanta de las sirvientas. El penoso espectáculo que presencié por televisión en la JMJ en Madrid cuando el Papa Benedicto celebró un encuentro con siete mil sacerdotes y seminaristas en la catedral de la Almudena, donde no había una sola mujer, salvo las señoras de la limpieza dispuestas a limpiar la basílica cuando los hombres abandonasen el templo, da fe de hasta qué punto la Iglesia está anclada en un anacronismo socialmente intolerable. Puede que los talibanes sean aún más estrictos que los eclesiásticos católicos, por lo del burka, pero recordemos que hasta finales de los sesenta, las mujeres estaban obligadas a llevar velo en misa.

Si uno consulta el santoral, podrá comprobar lo siguiente. De diez mil santos nueve mil son hombres y mil mujeres. Y por supuesto, 9990 son curas y monjas y un exiguo uno por mil, laicos. Más o menos y en cifras redondas.

Todo esto chirria más que las ruedas de un tres descarrilándose. Y lógicamente, la sociedad ya no está dispuesta a semejante actitud.

Y otro de los grandes problemas es la sexualidad. Es cada vez más inadmisible socialmente que el cura se meta en asuntos de alcoba, que se dice. No se entiende, por mucho que traten de explicarlo los curas, la razón moral de no poder usar el preservativo, ni tan siquiera como prevención del SIDA. La libertad sexual es un valor tan importante, que ya la gente hace oídos sordos a las recomendaciones sacerdotales. El divorcio, la planificación familiar, incluso el aborto bajo determinadas circunstancias… todo esto son conquistas sociales, sí o sí. Y la gente ya no va a dar marcha atrás por recomendación del un obispo o de una autoridad eclesiástica con cada vez menos impronta social, y mucho menos bajo la amenaza de castigos infernales. La postura de la Iglesia, me da la sensación de que es “Lucifer ha caído sobre un mundo sin solución.

Pero la gente (excluyendo los arreligiosos) no desea apartarse de la espiritualidad; es más la está buscando más que nunca, pero parece como si en la institución católica encuentra tan sólo una actitud esclerótica y anacrónica, incompatible con el modo de ver la vida en la actualidad.

Yo diría, a riesgo de equivocarme, que en este sentido el mundo está revuelto en un no saber qué hacer.

El grupo de los eclesiales se agarran a bote salvavidas de la fe católica, no sea verdad que la Iglesia tenga al final razón. Los demás le echamos un pulso a la vida, a ver qué pasa.

Esto parece un peligroso juego de “bet and win” or “bet and lose” (ganar o perder).

Y es justamente lo que le quita el sentido a la vida. Hagan apuestas, señores, a ver quién tiene razón…

¿Se estará Dios partiéndose de risa con todo esto?

O como se intuye, algo se está transformando en este mundo y estamos en los albores de una nueva era, que surgirá con dolores de parto.

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