Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

domingo, 27 de febrero de 2011

84.- El elogio de la Esperanza



15 Sirven ellos para que la gente haga fuego. Echan mano de ellos para calentarse. O encienden lumbre para cocer pan. O hacen un dios, al que se adora, un ídolo para inclinarse ante él. 16 Quema uno la mitad y sobre las brasas asa carne y come el asado hasta hartarse. También se calienta y dice: «¡ Ah! ¡me caliento mientras contemplo el resplandor!» 17 Y con el resto hace un dios, su ídolo, ante el que se inclina, le adora y le suplica, diciendo: «¡Sálvame, pues tú eres mi dios!» 18 No saben ni entienden, sus ojos están pegados y no ven; su corazón no comprende. 19 No reflexionan, no tienen ciencia ni entendimiento para decirse: «He quemado una mitad, he cocido pan sobre las brasas; he asado carne y la he comido; y ¡voy a hacer con lo restante algo abominable! ¡voy a inclinarme ante un trozo de madera!
 Is 44, 15-19

Sálvame

¿De qué hemos de ser salvados?
Las respuestas son de muy diferente tipo. Deseamos ser salvados de este valle de lágrimas, del demonio que me quiere arrebatar de la vida eterna, de este perro mundo, de la muerte eterna, y así, de un largo etc.

La religión nos infunde un pequeño rayo de esperanza, de que, si nos portamos bien, cumplimos con las prácticas religiosas, con todos los preceptos y no puteamos demasiado al vecino, puede que en el juicio final, el Todopoderoso, oídas todas las partes, el fiscal, la acusación particular y la defensa, puede que tenga a bien perdonarnos nuestras fechorías y pecados y en un gesto supremo de magnanimidad y misericordia dejarnos entrar en su súper paraíso por toda la eternidad. Y si el juez está dubitativo sobre si sí o si no, unos rezos a la virgen de nuestra devoción, puede que ablande con sus femeninas artes, el duro corazón del juez supremo.

Pero para que este perdón pueda ser posible, el buen Jesús tuvo que ser crucificado, muerto y sepultado. Si no llega a ser por aquel desaguisado que hicieron con Él, eso de la salvación estaría bastante chungo para el género humano.

Jamás comprendí tal relación causa efecto. Pero como dicen que los misterios no hay por qué comprenderlos, se aceptan y listo.

Sálvame (II)

Ahora, hablando en serio, lo que esta expresión de auxilio parece indicar es que, de alguna forma el alma humana vive en un sin vivir, en constante peligro de algo. Hasta los que mejor se lo pasan en este mundo, cuando tras la multiplicidad de fiestas y diversiones se le congela la risa a propósito de una adversidad o de una tragedia, o un simple revés por algo que no les ha salido a su gusto, puede que lleguen a reconocer que este no es el estado ideal del ser humano, que debe existir otra forma de vida, otro mundo donde la cosa debiera pintar mucho mejor.

Los hay necios que piensan que ese mundo mejor debe ser aquel en el que todos nademos en la abundancia. Pero ni siquiera eso convence, porque incluso aquí abajo, cuando todo sale a pedir de boca, y no hay nada por lo que luchar, por lo que esforzarse, un serio peligro se cierne sobre nosotros, el aburrimiento. Necesitamos vidilla, retos, metas que lograr, algo por lo que justificar que nos levantemos por la mañana. La prueba está en el mundo del famoseo, de los que lo tienen todo. Necesitan tralla, aunque sea a base de sexo, alcohol o drogas, hasta terminar por destruir sus idilios, matrimonios y hasta sus propias vidas y haciendas.

Nadie puede imaginar un mundo mejor. Lo único que saben es que este mundo “no mola”.

El largo caminar de los buscadores

Los más inconformistas con este mundo, un buen día se lían la manta a la cabeza, cogen su macuto, y deciden iniciar el largo camino hacia “el dorado” (llamemos así al mundo ideal donde reine la felicidad, la paz y el amor).

Esta búsqueda es de lo más curioso. Como para buscar algo, antes hay que imaginárselo, cada cual se monta su propia idea sobre lo que buscar. Unos lo cifran en una persona ideal, y buscan el “amor de su vida”, y se dedican a catar de todos los pastelitos que se les ponen al paso en una actitud de razonable promiscuidad, en busca de aquel (aquella) con el / la que conseguir el orgasmo perfecto. Otros centran su búsqueda en un lugar, pero un lugar físico. Los hay que se van a las remotas islas del Pacífico y se asientan en una de ellas y allí creen haber encontrado la felicidad. Luego viene un ciclón y les lamina la casa, pero esto entra dentro del guión de la “peli”. Otros centran su búsqueda en las técnicas de relajación y de bienestar físico y se pegan largas panzadas de ejercicio y de prácticas antiestress a medias entre entrenadores fitness y profesores de yoga. Otros centran su búsqueda en lo religioso, y se afanan en ritos y liturgias, buscando la comunidad que le sea afín a sus ideas, donde sentirse a gusto, dentro de un espectro que va desde el radicalismo y dogmatismo más salvaje, hasta comunidades de fe light “lite”, ligera.

Por otra parte están los buscadores de la transpersonalización, los que, deslumbrados por las megatendencias orientales se ponen manos a la obra con eso de la meditación trascendental jaleada por la Nueva Era, a ver si consiguen un viaje astral a módico precio pagado a sus instructores en estos menesteres, y así, abandonan su “yo” y logran un nirvana apañao, y así dejar de sufrir este sin vivir, al ritmo del “om”, mientras de paso adelgazan unos kilitos para lucir figurín este verano en las playas de moda.

Un selecto grupo de estos entusiastas de la transpersonalización se lo toman más en serio y van directo a las fuentes del saber perenne, y acuden a los grandes maestros que han existidos, leyendo sus obras, cosa que hemos hecho todos los que estamos en este negocio del Camino de perfección. Son aquellos para los que Buda, Lao Tse, Sankara, Isaías, Jesús de Nazareth o Rumi son los grandes avatares del Eterno, iluminados que han sabido indicar el camino de la Verdad. Algunos más, tienen la suerte de recibir enseñanzas directas de los grandes maestros actuales, tales como Ramana Maharshi, Huxley, Krisnamurti, Wuei Wu Wuei, Nissargadatta Maharaj, Roger de Taize, Larrañaga o Ghandi.

Estos últimos tienen alguna posibilidad de “dar en el clavo”. Pero acertarán si logran convencerse de una cosa, de dejar de buscar. Porque no hay nada que buscar. Es absurdo. Porque no hay nada en ninguna parte que no esté en el interior de nosotros mismos.

Si nos damos cuenta, el relato de buscadores coincide con lo que expuse en varias de las entradas a este blog que curiosamente han sido de las más visitadas, a saber, la 27.- Teoría del Confinador, la 29.- Fiat homo: el culto a Cronos, 31.- Fiat homo: puertas de emergencia y la 32.- La séptima puerta.

El factor común de todos los buscadores de todas las culturas, de todas las religiones es que lo que se supone que buscan es algo que hemos denominado “Dios”, y que las religiones han institucionalizado como objeto de culto. El gran problema es que tanto Dios, como Cristo, como el Tao, como Alá y todo lo que rodea a esto de lo trascendente son ideas, conceptos, elaborados de la mente, de algo que surge de nuestra Unidad de Carbono (mente-cuerpo). Lo que significa que es rigurosamente falso, o al menos, no es cierto.

Os recomiendo que leáis un libro asombroso, que yo estoy terminando de leer, que se titula “Perfecta Brillante quietud”. Después del Evangelio de Jesús,  la Noche Oscura de San Juan de la Cruz, del Tao Te King de Lao Tse y de la Filosofía perenne de Aldous Huxley, es lo mejor que he leído respecto de la Iluminación. Está escrito por un desconocido David Carse, un hombre corriente que digamos, experimentó lo que se suele denominar “el despertar”. No se puede explicar lo que dice, porque lo que expresa en el libro no es de este mundo, no es razonable. Es más, es un escándalo para las mentes consideradas inteligentes o que emplean la inteligencia para comprender. Sólo sé que dice la Verdad con mayúsculas. Porque su gran mensaje que él mismo ha experimentado es “¡para de buscar! No sirve de nada buscar, porque no hay nada que buscar, porque jamás encontrarás algo que no tienes ni idea de lo que es.

Porque lo que estás buscando eres Tú mismo, si pudieras deshacerte de ti mismo.
Para, por favor, para.
Para de hablar, para de objetar. Deja que haya silencio, aunque sólo sea por un momento.
Date cuenta de que tú no puedes hacerlo, de que no puedes lograr que eso ocurra. Date cuenta de que las objeciones y los juicios y las resistencias seguirán brotando en tanto que sigan brotando.
Déjalo estar. Deja ser al silencio, a la quietud.
Date cuenta de que casi cada pensamiento que tienes es un pensamiento “yo” o un pensamiento “mi”. Casi todos tus pensamientos tienen que ver con “yo” o se refieren a “mi” o a lo “mío”. Lo que yo siento… lo que me parece… lo que es para mí, según mi experiencia…, de donde yo vengo…, y así sucesivamente. Y aún en ocasiones en que no empleas tales palabras, pensar sigue siendo importante para ti, porque tú piensas que es tu pensamiento, tu opinión. Lo que tú sientes sobre ti mismo, sobre tu realidad. Abandónalo ya.
David Carse. Perfecta, brillante quietud. Gaia Ediciones 2009.

David Carse son de esas personas que muy de tarde en tarde son capaces de “caer en la cuenta”, de comprehender que esto que ven nuestros ojos en el espejo y todo lo que nos rodea, es una ensoñación, y que nosotros mismos formamos parte de ese sueño. Han experimentado “el despertar”, aunque como él mismo dice, en el fondo nadie despierta de nada, porque no hay nadie aquí. Solo existe la Consciencia, Lo Que Es, manifestada en un Universo del que nos hemos dedicado a escudriñar sus secretos, para darnos cuenta de que incluso el mismo Universo, que forma parte del sueño, es tan descomunalmente grande, que es una estupidez, tratar de abarcarlo con algo tan limitado como es la mente humana.

Os aconsejo leer este libro (que una vez más, agradezco a Fidel Delgado que me lo mostrara), aunque advierto que os chocaréis con el sin sentido de tratar de comprender por medio del lenguaje y del razonamiento, lo que es incomprensible. Nadie va a añadir un codo a su estatura a base de discursos, de pensamientos, como ya advertía Jesús de Nazareth, así que como él (David Carse, o la cosa David, como se hace llamar), lo único que se puede hacer con el libro de David Carse es leer sin emitir juicios de valor, y tratar de parar máquinas, aquietarse.

Aquietarse no significa dejar de mover el cuerpo. Aquietarse no significa tratar de impedir que aparezcan pensamientos o sentimientos. Siempre seguirán apareciendo pensamientos y sentimientos. Aquietarse significa soltar el nivel secundario del pensamiento: las opiniones, los juicios, los comentarios. Eso es lo que significa pararse.
Ningún pensamiento que hayas tenido jamás, es verdad. Ninguna opinión que hayas mantenido nunca es correcta. Suéltala…
Si te paras, sucede algo asombroso. El individuo deja de estar involucrado, deja de actuar; y para el mayor de los asombros, todo sigue sucediendo. Sin que tú lo hagas. Porque ¡oh sorpresa!, tú jamás hiciste nada.

¿Dónde he escuchado esto mismo antes?

¡Ah, sí!, ya me acuerdo…

25 «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26 Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? 27 Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? 28 Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. 29 Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. 30 Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? 31 No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? 32 Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. 33 Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Mt 6, 23-33

¡Para!, deja de buscar, porque lo que estás buscando es lo que tienes delante de tus ojos, ¿lo ves? No, no puedes verlo, porque entre la Realidad que tienes delante de ti y Tú mismo está tu “yo” que razona, piensa, interpreta, conforma modelos de realidad según captan tus sentidos, todo lo que constituye la gran nube del desconocer que te mantiene en tinieblas, en las tinieblas de un profundo sueño en el que quedaste sumido desde que naciste, y lo peor, tus mayores te enseñaron algo tremendo, que tus modelos de realidad es lo único que existe, “todo lo que existe” (consulta la entrada 20.- Fiat homo: todo lo que existe).

Y cuando Alguien te invita a que dejes todo lo que tienes, todo lo que eres, tomes tu cruz y le sigas, lo piensas una vez más y “no te fías”, así que prefieres volver a tu sueño, porque en tu sueño, al menos tienes dónde reclinar la cabeza. Recordando la película Matrix, tomas la cápsula azul, que Morpheo ofrece a Neo, en vez de arriesgarte, confiar y tomar la roja.

El incómodo estadio intermedio

¿Quién puede afirmar que ha recibido la iluminación? En este punto, David Carse advierte que adquirir el estado de aniquilación del “yo” individual no es algo que pueda alcanzarse con esfuerzo personal. Ya puedes tirarte toda tu vida haciendo oración contemplativa, yoga o meditación trascendental, que no por eso lograrás alcanzar ese estado de lucidez. No es algo que esté a nuestro alcance.

La Lucidez nos es dada gratuitamente.

Mientras tanto, los humanos que deseamos abrirnos al infinito, vivimos en una tensa espera.
7 «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. 8 Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al llama, se le abrirá. Mt 7, 7-8

Esperanza viene de “esperar” que algo bueno suceda.
Esperanza es ese estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. Desde la religión, hablamos de la virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido.

A los doctrinos se nos educa en el valor de la esperanza, de modo que debemos rogar a Dios nos ayude para lograr llevar una vida santa y recta. Pero todo está dentro de los límites del sueño, del Confinador. En ningún caso se nos indica que el único camino es el abandono de nosotros, la rendición de uno mismo, la negación de nuestra “aparente identidad”, que es la que creemos es la verdadera, nuestro “yo individual”. Todo en este mundo, tanto desde la perspectiva profana, como religiosa se basa en el “yo individual”, el que nos hace individuos, separados del resto. Así que la esperanza que se nos infunde es la que corresponde a “la otra vida”, una vez hayamos muerto físicamente y si superamos el examen final, entonces la cosa será de fábula.

No creo que esto fuera lo que Jesús vino a decir.

Jesús proclamó bienaventurados los pobres de espíritu, los que se han abandonado a sí mismos. Bienaventurados los que sufren, es decir, los que son conscientes de que el sufrimiento es fruto de esta actitud egoica ante la vida, y por eso mismo no ambicionan aquello que provoca sufrimiento. Y continua…
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Mt 5, 9-11

La paz es quietud del alma, silencio interior; la justicia es la “no dualidad”, la que derriba las barreras del individualismo. Y por todo ello, nos injuriarán y perseguirán. Empezando por nuestro propio “yo individual”, que se negará a admitir esta sarta de gilipolleces.

Así que lo tenemos crudo los que estamos en ese estadio intermedio entre el cielo ansiado y la tierra que nos ata a una vida  de la que quisiéramos librarnos.

Renunciar a Cronos

Sabernos en un estadio intermedio, es ser conscientes de que estamos en proceso, en evolución entre un estado inferior con un “yo individual” que nos putea y uno superior donde somos Uno con el Eterno.
Todo el mundo comprende que una simple gota se funde con el Océano.
Pero sólo uno entre un millón comprende que el Océano se funde con una simple gota.
Rumi.

Lo que sucede, si es que sucediera algo, no es que yo me fundo con el Eterno hasta ser Uno con Él, sino que Él se funde conmigo. Y eso sucede fuera del tiempo y del espacio.

La espera es una incómoda actitud sujeta al paso del tiempo. La espera hace uso de la memoria que recuerda el tiempo transcurrido desde que empezó todo, y se imagina lo que puede quedar. Y eso provoca desasosiego, in-quietud, juicios de valor, molestia, impaciencia si vemos que lo esperado tarda o no llega. No sabemos ni el día ni la hora.
40 Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; 41 dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. 42 «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. 43 Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. 44 Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre. Mt 24, 40-44

La espera está sujeta al tiempo, a la memoria. La esperanza transforma la in-quietud en quietud, en paz, en confianza. Ya llegará el momento, cuando sea conveniente.

La esperanza nos libera del tiempo, nos introduce suavemente en los dominios de la Eternidad, donde nada sucede, para que nada quede sin hacer.

Olvido de mi

San Juan de la Cruz, en su obra “Subida al Monte Carmelo”, tras referirse a la transformación del entendimiento en fe, continua abordando la transformación de la memoria en esperanza.
Así, expone los grandes impedimentos que en todo este proceso supone la memoria.

El Capítulo 3 del libro tercero, señala tres inconvenientes que se producen cuando el alma utiliza los conocimientos que ha memorizado. Primero, hay el de caer en muchos errores, juicios inadecuados y pérdidas de tiempo. Luego, los conocimientos de la memoria engendran apetitos, temores, esperanzas, gozos vanos... de todos los cuales daños no habrá quien bien se libre, si no es cegando y oscureciendo la memoria acerca de todas las cosas... y mejor se vence todo de una vez negando la memoria en todo. 

El tercer inconveniente es que el uso de la memoria impide la unión divina. Total, mejor es aprender a poner las potencias en silencio y callando para que hable Dios... Aquí a todas las cosas cerramos la memoria, haciendo que quede callada y muda, y sólo el oído del espíritu en silencio a Dios, diciendo con el profeta : "Habla, Senor, que tu siervo oye" (1R 3,10) .
Estése, pues, cerrado sin cuidado y pena... No pierda el alma cuidado de orar y espere en desnudez y vacío, que no tardará su bien.

El siguiente Capítulo (4) trata del daño que puede causar el demonio por la vuelta de los conocimientos memorizados. Esta referencia al demonio, frecuente en la época de Juan de la Cruz, tiene de hecho el fin de mostrar cuantas tristezas, aflicciones y vanos gozos pueden nacer para los espirituales de un uso inmoderado de los recuerdos, y la disipación que puede entonces producirse, haciéndolos también grandemente distraer del sumo recogimiento, que consiste en poner toda el alma, según sus potencias, en sólo el bien incomprehensible.

El siguiente Capítulo (5) trata del daño privativo que constituye el uso de la memoria en cuanto al bien moral y al bien espiritual. El bien moral consiste a controlar las pasiones y los apetitos. Ahora bien, si se dejan los recuerdos, nunca le nacen al alma turbaciones de la memoria, porque, olvidadas todas las cosas, no hay cosa que perturbe la paz ni que muevan los apetitos, pues, como dicen, lo que el ojo no ve, el corazón no lo desea. Por otra parte, si este bien moral, esta moderación de las pasiones falta, el alma es incapaz del bien espiritual, que no se imprime sino en el alma moderada y pacificada. 

Fuera de eso, si el alma retiene y hace caso de las aprehensiones de la memoria,  visto que no puede ser atentiva sino a una cosa a la vez, no es posible que sea libre por el incomprehensible que es Dios.

Así, la virtud de la esperanza no es otra cosa que el olvido de mí y la carencia de todo deseo, lo que contrasta con lo que habitualmente atribuimos como esperanza, y repito lo que es académica e incluso religiosamente aceptado:

Esperanza es ese estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos (RAE). Desde la religión, hablamos de la virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido.

La Esperanza es simplemente contemplar pacientemente el paso de los días y de las horas sin desear que nada suceda, porque nada tiene que suceder fuera de lo que sucede. Esperanza es contemplación; es ver cómo caen las hojas de los árboles, el paso de las estaciones, el paso de la vida, una vida cada vez más extraña, como extraño es un sueño cuando vivimos en vigilia. Esperanza es no esperar que suceda nada extraordinario, ni siquiera que se produzca el fenómeno del despertar, porque en ese estado de esperanza, ya se está produciendo en nuestro interior lo que ha de ser, la aniquilación, la rendición de nuestra individualidad.

Esperanza es dejar que el Océano se fusione con mi gota de agua.

*

sábado, 26 de febrero de 2011

83.- El elogio de la confianza



"Yo y el Padre somos Uno", Jn 10, 30


Pompas de jabón

¿Qué es una pompa de jabón?
Casi nada.
Tiene una consistencia tan liviana, tan etérea, que cualquier roce, cualquier contacto con una superficie provocaría su ruptura y su total desaparición. Lo que hoy es, o parece que es, en un instante se esfuma como por encanto. Se acabó. Todas las ilusiones sobre su belleza, porque eso sí, una pompa de jabón es increíblemente bella, simplemente se desvanecen.

Posiblemente, mi camino (es un decir) hacia la Lucidez comenzó de una forma consciente, cuando estudié por mi cuenta, Astronomía. La lectura de mi primer libro de Isaac Asimov, “El Universo”, me hizo descubrir una realidad pasmosa, un Universo de proporciones absolutamente inconmensurable, donde nosotros, La Tierra, somos literalmente nada respecto de del Universo que nos rodea. Para hacernos una idea de lo que estoy diciendo, si la Tierra fuese del tamaño de un grano de mijo, Júpiter sería como un balón de futbol, y en relación a la distancia que nos separa, si el grano de mijo estuviera en la Puerta del Sol de Madrid, el balón de futbol, estaría en la entrada al edificio del Empire State de Nueva York. El diámetro de la Vía Láctea es algo así como treinta mil años luz… ¡treinta mil años luz! Nos separa de una de las galaxias más cercanas a la nuestra Andrómeda, dos millones de años luz. Y así podríamos seguir, hasta llegar a lo que se consideran los confines del Universo a unos quince o veinte mil años luz.

 



El Universo que vemos en una noche estrellada ¡¡no existe!! Porque lo que vemos es la luz que salió de las estrellas hace como poco 4,3 años luz (Alpha centauro), 7,7 (Wolf), o 8,7 (Sirio), 11,4 (Procion), y así hasta distancias desde las que la luz salió bastante antes de que el hombre caminase erguido sobre la superficie del Planeta. Es decir, lo que vemos del Universo es una vista del pasado profundo. En un radio de 5000 años luz hay 600 millones de estrellas. Una estrella que esté a 5000 años luz de nosotros, su luz, la que vemos, salió de ella cuando se estaban levantando las pirámides de Egipto.

De este modo, nuestra visión del Universo es una distorsión temporo-espacial que hace que nuestra percepción sea una vista tan sólo al pasado. No sabemos si esas estrellas, esas galaxias están “ahora” ahí, o han desaparecido, o están en otra parte, etc.

Nos comportamos como si siguieran ahí, fijas, inmóviles, pero en realidad no sabemos nada y jamás podremos saber cómo es el Universo en un instante dado.

Y si nos vamos de lo infinitamente grande a lo infinitamente pequeño, resulta que lo que entendemos como un átomo es literalmente “nada”, una capa de electrones que no sabemos donde están (principio de incertidumbre de Heisenberg), que rodean a un núcleo, que es lo que se puede jactar de tener “algo de masa” (si supiéramos lo que es la masa), en una proporción relativa de tamaño como una mosca (el núcleo) respecto de una esfera del tamaño de la catedral de Colonia. O sea, casi “nada”. Y entre medias, “nada”, vacío total.

Así que, si nos centramos en el reino de lo visible, los humanos estamos situados entre dos abismos literalmente descomunales. Si nosotros, nuestro tamaño ronda el metro de longitud (más o menos), es decir, 10 elevado a cero, por encima de nosotros, está un Universo de 26 potencias de 10 de tamaño. Es decir 1 seguido de 26 ceros. Pero por debajo de nosotros, existe un Universo de 10 elevado a menos 16 ceros, es decir 1 partido entre 1 seguido de 16 ceros. Y teniendo en cuenta que entre el núcleo que es casi “nada”, y la corteza electrónica hay una distancia de unos cien metros (en la comparación de la mosca y la catedral), si alguien se cree que lo que ven sus ojos es real, que levante la mano.

Cuando nos movíamos en un Universo de cinco potencias de diez, la dimensión del mundo conocido, podríamos creernos los reyes de la Creación y a los Papas se les podía perdonar su infantil atrevimiento de creer que podían pontificar sobre lo divino y lo humano; pero con este escenario literalmente demoledor, no sé a dónde puede haberse ido a parar lo poco que, honestamente, nos puede (y les debería) quedar de esa vanidad.

Cuando uno toma conciencia de esta apabullante realidad, se cuestiona muchas cosas. La primera de todas es la pequeñez casi infinita de uno mismo, la debilidad, la nulidad. Uno despierta como de un sueño donde se creía algo, para reconocer que es menos que una pompa de jabón. Este ejercicio de nulidad, de nihilismo, para el común de los mortales es tremendamente costoso, porque uno no puede llegarse a creer que lo que está viendo con sus ojos casi es “nada”, literalmente “nada”. Y él mismo, formar parte de esa “nada”.

Por otra parte lo que ven mis ojos, ni siquiera es real en sí mismo, sino que es la construcción mental que mi cerebro elabora, a partir de las señales visuales que nuestros sentidos “creen captar” del mundo exterior. Es decir, dependemos de nuestra capacidad de percepción.



¿Qué ves en esta imagen? ¿Una anciana o una joven? Porque ambas están dibujadas. Depende de lo que tu quieras ver, o creas que estás viendo.

Nada es lo que parece. Todo es un elaborado mental. El mundo es como lo quieres ver. No es consistente en sí mismo, de verdad. No lo es.

Y tú, formas parte de esa inconsistencia, tan frágil como una pompa de jabón. Así que no hace falta adherirse a ninguna creencia religiosa para empezar a vislumbrar que este mundo es menos real de lo que parece. Porque no lo es.

Los pilares de la Física clásica, la que nos permite desarrollar el tecnológico mundo que conocemos, y colocar un satélite artificial en órbita alrededor de Marte, se está desmoronando a pasos agigantados tras los avances de la mecánica cuántica. ¿Qué nos queda? Una descomunal masa oscura, que parece ser es la que rellena el Universo, pero que es indetectable por los instrumentos de los astrónomos.


Cuando uno llega a este tipo de evidencias, se da cuenta de que comienza a removerse la tierra que tiene bajo sus pies, y sinceramente, el miedo empieza a apoderarse de nosotros. Porque la sensación de ser literalmente “una pompa de jabón” se adueña de nosotros y nos surge una pregunta que jamás quisiéramos plantearnos. ¿Quién soy yo? O peor aún ¿qué soy yo?


No dualidad

La filosofía advaita vedanta, la rama más evolucionada del hinduismo, que afirma la naturaleza “no dual” de la existencia, nos dice que este mundo que vemos, es simplemente un sueño elaborado por nuestro cerebro, una unidad de Carbono, que imagina cosas tan etéreas como pompas de jabón, y que realmente lo único que es, es la existencia de un ser unido a la totalidad de seres existentes, hasta tal punto que no puede hablarse de relación entre los distintos seres, sino de unidad total. Es la unión entre el sujeto que percibe y lo percibido. Es la falsa apariencia de ser múltiples individualidades, lo que nos hace conformar la existencia tal y como la vemos. Ya lo he referido en anteriores entradas. El mundo en el que nos movemos es algo parecido a “Matrix”. Todos creemos que esto es real, cuando realmente no lo es. Sólo muy contadas personas como Neo, en la película, que reciben la merced de “despertar” del sueño, son capaces de tomar conciencia de esta insufrible levedad, al borde de la nada, que es lo que denominamos “la Creación”.

Lo que realmente existe es la Consciencia, a la que solemos ponerle el nombre consensuado de “Dios” (en el caso de los occidentales), o Alá, o Yavhé, o Aura Mazda, o Brahma, etc. “Uno solo existe, que los sabios llaman con diferentes nombres”, afirma un viejo proverbio veda. Nosotros somos las creaturas (criaturas), resultado de ese constructo divino, de ese Matrix, que es “lo manifestado”.

El pecado original de la tradición judeo cristiana viene a ser la tendencia a aferrarse al concepto de individualidad frente al de no dualidad. El primero, la individualidad, te sumerge en el sueño irreal en el que “tú crees que eres alguien separado del resto de lo manifestado”. Y en este virtual sueño de individualidades, “cada cual va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío”. Y así nos va en Matrix, dándonos de tortas por un puñado de dólares, los unos con los otros.

La ley de la Gravedad

A día de hoy, uno de los grandes problemas no resueltos en Física está relacionado con la fuerza de la Gravedad, y de cómo incorporarla en la teoría de la gran unificación, que buscan desesperadamente los físicos. La Gravedad sabemos cómo se comporta, pero realmente no sabemos “lo que es”. Que los planetas giran alrededor del Sol, de una forma estable y periódica, y aportan al Sistema Solar rasgos de entidad por sí misma, es un hecho, pero qué es lo que les mantiene unidos respecto del Sol, es algo que ya quisiéramos saber.

El Amor es el otro gran problema no resuelto por el ser humano. Sabemos (más o menos, cómo se comporta), pero realmente no sabemos “lo que es”. Esto se debe a una cosa muy simple. El Amor es “Lo Que Es”. Simplemente eso, “Lo Que Es”. Pura Consciencia. Se manifiesta en todo lo que percibimos como cohesión, solidaridad, cercanía, comprensión, esperanza, en todo lo que nos acerca los seres humanos, lo que derriba barreras, lo que se expresa en la belleza, en la paz, en la felicidad, en la luz. Pero no sabemos “Lo Que Es”.

En resumen, lo que imaginamos como Dios, es “Lo Que Es”. No sabemos lo que es, pero se expresa, se manifiesta en algo que nos hemos puesto de acuerdo en denominar “Amor”.

El Amor, ilumina lo manifestado y percibido por nuestras correspondientes unidades de Carbono (mente/cuerpo), como algo que aporta armonía, cohesión, un proceso asintótico hacia la “no dualidad”, que es lo Real.

Los astrofísicos de la escuela de Fred Hoyle, partidarios del Universo pulsante, afirman que tras el Big Bang, el Universo llegará un momento en el que se equilibrarán las fuerzas de repulsión (que en la actualidad hacen que las galaxias se alejen unas de otras, “corrimiento al rojo” del espectro), y la de atracción (la Gravedad). Si la masa total del Universo supera un cierto límite, la Gravedad terminará ganando la batalla, y el Universo comenzará un proceso de contracción (corrimiento hacia el azul del espectro), finalizando la vida del actual Universo en un Big Crunch, que dará nacimiento a un nuevo Big Bang. Y vuelta a empezar.

Como teoría es atrayente. Pero la traigo a colación, para indicar, cómo sería un bello símil de ese proceso de retorno a nuestros orígenes (nuestro Universo unitario) al lado, unido, hecho Uno con “Lo Que Es”, que estalló en millones de pedazos (Big Bang) por aquel pecado original, que nos aleja los unos de los otros, que nos hace duales.

La nada y el infinito

Para terminar el, llamémosle, razonamiento de este sin sentido que es nuestro pequeño mundo, pensemos por un momento en el concepto de infinito.
¿Qué es el infinito? ¿Algo muy grande, descomunalmente grande, interminablemente grande? Cualquier calificativo grandioso que apliquemos al concepto “infinito” es literalmente “nada” respecto del “infinito”. En número podríamos decir que es algo así como 10 elevado a 1000. ¿Un uno seguido de mil ceros? O ¿Un uno seguido de 10.000 ceros, o de 100.000 ceros?
¿Y lo infinitamente pequeño? ¿Se aproximaría a lo infinitamente pequeño uno partido entre 1 elevado a 100.000 ceros? ¿Por qué no 1 partido entre uno elevado a un millón de ceros?

Cuántos números existen entre 3,1416 (número Pi) y 3,1417? La respuesta es “infinitos”.

Dicen que Georg Cantor, matemático ruso que investigó (o trató de investigar) matemáticamente el concepto de infinito, tras declarar la existencia de los números transfinitos, al final, se volvió como un cencerro, enloqueció. Porque no hay mente humana que pueda trascender y comprender el “infinito”, ni siquiera matemáticamente.

Así que cualquier objeto, concepto, idea generada en este mundo natural es literalmente “nada” respecto de la “inmensidad” (sin-medida). Una Galaxia de 30.000 años luz de diámetro es “nada” en relación al infinito.

Si a la in-mensidad, si al In-finito (sin-fin) le denominamos Consciencia, y a la Consciencia, le damos el nombre de Dios, Alá, Brahma, etc, tenemos al menos un “algo” al que referirnos cuando hablamos de Lo Que Es.

“Lo Que Es” se manifiesta

Todos los grandes maestros espirituales de la Historia coinciden más o menos en este planteamiento.

Luego, sus seguidores, se lo montan a su modo, configurando sistemas religiosos para darle visos de realidad (en este mundo) a los mensajes universales de los maestros. Y de resultas, tenemos las religiones, con su mayor o menor carga de ritualismo, útil tan sólo para las personas (el común de las gentes), que viven toda su vida inmersos en el sueño de Matrix, y que les aporta una cierta esperanza de que “mañana será mejor”, y cuidado con sacar los pies del plato. Y además, se pelean unos santones con otros, unos líderes con otros de otras religiones, empeñados en “a ver quién mea más lejos”, y quién está en lo cierto, respecto de los conceptos religiosos (dogmas) que ellos han elaborado sobre la dudosa base captada de los grandes Maestros.

Unos de los grandes Maestros de todos los tiempos, Jesús de Nazareth, aportó una idea bastante útil para el caminar de las gentes sencillas hacia “Lo Que Es”. Fue la idea de “Padre”, lo que aportó una cercanía, y un nivel asombroso de algo absolutamente imprescindible para que el ser humano se decida a abandonar Matrix, y la idea de su “yo individual”. Ese algo se llama “Confianza”, o también “Fe”.

“Lo Que Es”, la pura Consciencia, se manifiesta a sus hijos que ha colocado en el Confinador, como “Padre”, expresión más cercana y más doméstica del Amor. Se manifiesta en Alguien en quien confiar, como un hijo pequeño confía en su padre o en su madre.

Supongo que la idea de Dios Padre es una forma de que los humanos podamos aproximarnos a “Lo Infinito” sin el pavor que supone asomarse a un abismo absolutamente inconmensurable. Dios, “Lo Que Es”, apiadándose de sus creaturas virtuales de este mundo, ofrece la imagen de Padre amoroso en el que confiar, como un niño se abandona a dormir en brazos de su padre o de su madre.
La fe es sólo eso, y nada menos que eso. Confiar en un Padre que sabemos nos va a guiar hacia la Lucidez de comprehender que esto es sólo un sueño, un simulador de la vida, una escuela de aprendizaje.

25 Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. 26 Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. 27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis.» 28 Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» 29 «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. 30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» 31 Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le  dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Mt 14, 25-31

Por tanto, la fe no es la creencia en la existencia o no de Dios. Esto no es negociable. La fe es la plena confianza en que Dios está en mí, que “yo”, literalmente no existo, no soy nada, como nada es cualquier cosa que imaginemos respecto del Infinito.

Nuestros problemas de esta vida pueden ser pequeños o grandes, si las coordenadas de referencia se sitúan entre cero y +100 y -100 (porcentajes, que decimos). Mostrando las cifras en un gráfico, veremos que fluctúan, como los valores de la bolsa. Pero si las referencias de las coordenadas se sitúan entre, pongamos +100.000 y -100.000, ¿qué valor puede ofrecer una variación de 0,5 arriba o abajo?

Todo es cuestión de perspectiva.

Confiar

San Juan de la Cruz dice que el proceso de perfección consiste en transformar las potencias del alma en pura virtud.

Las potencias del alma son clásicamente tres, la memoria, el entendimiento y la voluntad.

El proceso de transformación del entendimiento en fe pasa por aceptar el tránsito entre la luz aparente de la inteligencia, a la oscuridad de la fe. Esto supone una renuncia capital al uso del atributo más importante del ser humano como especie inteligente, que es su capacidad de razonar, a cambio de un progresivo sometimiento a la fe en Alguien que aceptamos nos guíe por cañadas oscuras. En este proceso, el alma pasa de la noche, donde aún se puede ver algo con las pupilas totalmente midriáticas, a la oscuridad, donde es imposible ver absolutamente nada. Y aún así caminar confiando en la mano invisible de nuestro guía.

En la subida al Monte Carmelo (que podéis consultar en la página de este blog), San Juan de la Cruz describe en los capítulos 1 a 5 del Libro segundo, el proceso de transformación del entendimiento en fe (confianza) de esta manera:

A oscuras y segura

por la secreta escala, disfrazada,

¡ oh dichosa ventura !,

a oscuras y en celada,

estando ya mi casa sosegada ;

Comienza la descripción de esta segunda canción. Comienza así:

En esta segunda canción canta el alma la dichosa ventura que tuvo en desnudar el espíritu de todas las imperfecciones espirituales y apetitos de propiedad en lo espiritual... sólo estribando en pura fe y subiendo por ella a Dios. Que por eso la llama aquí escala y secreta... porque escala y penetra hasta lo profundo de Dios.
El alma va disfrazada, porque ya ni el mundo, ni el demonio ni la carne la pueden reconocer. Y va segura, porque sale  vestida con la armadura de la fe, una fe ciega en aquel en quien confía plenamente y sabe que la conducirá por el largo camino de subida.

Pero va a oscuras, porque si en la noche, por muy profunda que sea, aún se pudiera ver algo, en la oscuridad no puede verse absolutamente nada. En la noche del sentido, aún el alma puede ver por sí misma algo. En la del espíritu, no puede ver nada, porque sólo la fe puede guiarla, como un ciego es guiado por su lazarillo. Y como el lazarillo es tal Señor, el alma se siente segura, a pesar de no saber ni qué le ocurre, ni qué le ocurrirá, porque su excelso guía sabe a dónde ha de conducirla.

Es por ello que es evidente el aserto de que Dios no es un mensaje para la mente sino para el corazón.

Tras los ímpetus de los primeros tiempos, “con ansias en amores inflamada”, el alma se sosiega, “quedando ya su casa sosegada”, porque para entrar en la noche del espíritu, todas las potencias han de quedar en calma, negando el gusto y el apetito, incluso por lo espiritual.

El alma ha de quedar desnuda, totalmente, en pura fe, sencillez y humildad, con el suelo totalmente humillado, para que la nueva simiente pueda fructificar sin riesgo de que ningún abrojo dificulte su crecimiento.

A oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

Por venir a gustarlo todo, saberlo todo, serlo todo, no quieras tener gusto en nada, saber algo en nada, ser algo en nada (I,13) . 

Eso se acerca al mensaje que Margarita Porete nos ha dejado en su principal obra: "El Espejo de las almas sencillas y aniquiladas".

Este es el valor de la fe, de la confianza. “Nada”, se entrega a Lo Que Es, para literalmente desaparecer, extinguirse y renacer como El Todo.

La mística es lo que tiene, que al final, el mensaje de Jesús y el Vedanta es exactamente lo mismo. Otra cosa son las interpretaciones de los sabios y pontífices de este mundo, que se lo montan a su manera.

Por eso, amigo mío, da igual la religión que profeses, si es que profesas alguna. Lo importante es esto. Tú, yo, no existimos, sólo somos una ensoñación de nuestra unidad de Carbono denominada (mente cuerpo). La cuestión es ser consciente de esta Realidad, caer en la cuenta de que Todo es Consciencia, de que el Padre y yo, somos Uno. Lo que decía Jesús, lo dice San Pablo. “Yo no soy el que vive, sino Cristo quien vive en mí”.





El Padre y yo, somos Uno. Jn 10, 30

Dios está en ti. Es algo que tu yo individual puede resistirse a creerlo, puede negarlo, pero no lo puede evitar. Puedes vivir de espalda a esta Realidad, pero simplemente te estarás aferrando a un sueño. Es algo superior a ti.

Sin embargo, confía, estás en buenas manos, para poder salir de este sueño, que la tradición judeocristiana ha dado en denominar "pecado original", o egolatría.


Esta es la "no dualidad" predicada por la filosofía perenne.

miércoles, 16 de febrero de 2011

82.- El elogio del silencio



¿Has escuchado la canción de la vida,
Sonando entre los nudos,
las hojas y las ramas de un árbol?
Los árboles tienen mucho que contarnos
si estamos dispuestos a escucharles.
El tambor de sanación

Según Friedrich Nietzsche, “una conversación entre dos personas son dos monólogos con interrupciones más o menos pacientes”. Recordemos esto.

En la entrada anterior, al referirme sobre el amor de la pareja, expuse cómo el diálogo se basa en dos actitudes fundamentales, la primera es la escucha, la segunda, la confianza. El que emite el mensaje ha de saber confiar en el otro, tanto más cuanto que lo que ha de compartirle es algo que afecta a su propia identidad, a su más profunda intimidad. El que lo recibe, ha de saber escuchar. Pero escuchar no es simplemente recibir la información con el objetivo de comprenderla, para buscar una solución al problema planteado, en su caso. No se trata de registrar un mensaje, almacenarlo en la memoria (oído cocina), para posteriormente analizarlo y comprender su contenido a fin de emitir una respuesta. Escuchar no es un proceso cibernético. No es percibir por el oído un registro sonoro capaz de ser comprendido.

Escuchar supone básicamente hacer silencio, callar, sosegar el alma, quietarla, para ser capaz de “comprehender”,, con hache intercalada, comprender con hondura, en lo profundo. Vivir la pobreza, la misericordia supone saber “ponerse” en la situación del otro, tanto como si fuéramos ese otro que confía en nosotros al compartirnos el mensaje que nos transmite. Supone saber con-padecer, es decir, “padecer con” en los momentos difíciles; con-partir, es decir, “partir-con” nuestros bienes; con-gratularse, es decir “gratularse, alegrarse-con” en las alegrías. Y así, un largo etcétera de actitudes que reflejan hasta qué punto, las barreras que nos separan logran ser derribadas para que emerja esa “no-dualidad” que caracteriza a aquellos que han alcanzado esa Comprensión de que todo lo que existe es “Lo que Es”, y que nosotros somos simples ensoñaciones, artificialmente separadas en individualidades por ese sueño que es esta vida terrenal en la que estamos inmersos.

Pero para alcanzar este estado de comprehensión del otro, tal que el concepto “otro” deja de existir, para interiorizar lo que Realmente Es, “Uno”, necesitamos hacer silencio, acallar la mente, apagar los sentidos interiores, para que el torrente del otro que deposita su confianza en mí, me inunde, y en esa inundación, yo pueda experimentarle, ser “él”, al menos por un momento, el de la escucha.

Esto suena a rallada mental, lo sé. Pero no importa. No tengo intención de rallar a nadie.

Lo que importa es que la Escucha es un requisito imprescindible para recorrer el sendero de la verdad. Porque la verdad sólo se percibe con la mente callada, en silencio; con el alma despierta, que es lo que realmente escucha.

Si esto es importante para escuchar las necesidades de los demás, sucede exactamente igual en el caso de Dios, porque en el fondo, Dios y los demás, son una misma cosa. Escuchar a Dios es lo mismo que escuchar al que pasa por nuestro lado; y viceversa, escuchar a un paisano, es lo mismo que escuchar a Dios. Cuando se llega a esta comprehensión las plegarias y jaculatorias, y los rezos mántricos, dejan ya de tener sentido, porque el alma sabe que Lo que Es, sabe de qué tenemos necesidad; así que no tiene sentido hablar, sino escuchar. Y esto requiere “silencio”.

Todos los grandes maestros que en el mundo han sido coinciden en reconocer que para vivir en estado de meditación, de Oración, para recorrer ese sendero de la verdad, el pensamiento es la principal fuente de dificultades. El principal esfuerzo que ha de hacer el que decide recorrer el sendero es silenciar su mente. Todas las técnicas de meditación oriental se basan en silenciar la mente para poder dejar que el espíritu se exprese.

A Dios no hay que hablarle, pues ya sabe Él de sobra, de qué tenemos necesidad. Simplemente hay que decirle susurrando, Señor, aquí me tienes, agachar la cabeza y esperar la respuesta.

El estado de silencio interior, yo no sabría explicar bien cómo es. Simplemente sé decir que produce una paz inmensa, como cuando estás en un lago, montado en una barca, el agua está en calma, cierras los ojos, nada se mueve, y sólo escuchas una suave brisa, y un ligero frescor acaricia tu piel. O ni siquiera eso. En realidad no sucede nada.

El secreto de la Oración no es otro que el silenciamiento; poner tu mente en estado de quietud. No es tanto un esfuerzo por no pensar, sino el de dejar que tu mar de pensamientos vaya calmándose, como las olas se desvanecen en la playa. No se trata de poner un malecón para que las olas no lleguen a la playa, sino dejar que lleguen, y dejar que se vayan. No prestar atención a los elaborados de tu mente. Porque las ideas surgen sin más. Pero los juicios y reflexiones sí son voluntarios. Es como los sentimientos, surgen, y como tales no son ni buenos ni malos, la moralidad está en la actitud al respecto. Igual pasa con las ideas y los pensamientos. Las ideas surgen, los pensamientos suponen un elaborado de la mente. Esto es lo que hay que acallar. Lo expresa muy bien Teresa de Jesús…

[1] Los consuelos del alma envuelta en pasiones traen más desasosiego que serenidad. Hay personas que les aprieta el pecho o sufren temblores o sangrados de nariz.
[2] Los gustos de Dios son de muy otra manera, como podrá comprobar aquel que los haya probado. Son como dos fuentes con dos pilas llenas de agua.
[3] Las dos pilas se hinchan de agua de diferente manera. El agua de una viene de lejos por muchos acueductos y artificios. El otro yace del mismo manantial, y rebosa sin ruido alguno. Al rebosar nace un arroyuelo sin necesidad de artificio. El agua siempre brota de allí.
[4] El agua que procede de los arcaduces es la que se obtiene por la meditación, ya que se traen a base de pensamientos, imágenes y alegorías. El artificio que precisa es ruidoso.
El pilón del manantial recibe el agua de la fuente que es Dios. El efecto de esta agua es la paz interior, el silencio, la quietud, la suavidad de lo muy interior.
El rebosadero resulta en un arroyo que todo lo inunda y lo nutre. Y así el agua baja por todas las moradas de dentro a fuera, hasta llegar al cuerpo. Así que comienza en Dios, acaba en el cuerpo, creado en todo nuestro ser una extraña paz.
[5] Nace esta agua de algo más profundo que el propio corazón, pero lo ensancha.

Resumido de las Moradas del Castillo interior de Teresa de Jesús.
 Moradas cuartas, capítulo segundo.

Alice Bailey en el libro “Del intelecto a la intuición”, nos descubre algo sorprendente, el sentido etimológico de la palabra “espíritu”. Hablamos de temas espirituales con toda la naturalidad del mundo, como si supiéramos de qué estamos hablando. Pues bien. Lo espiritual viene del latín “ad” y “aspirare”. Aspirar viene del deseo de alcanzar algo. Inspirar significa incorporar aire a los pulmones. La palabra “espíritu” tiene la misma raíz, lo que aspira a algo que aún no es, o no tiene; lo que añora una realidad diferente a la que vive. Así que el espíritu, el alma, ha de aspirar una vida superior, para realmente poder inspirar y participar realmente de esa vida. Pero ante de inspirar, ha de expirar, exhalar el aire interior nuestro yo inferior, el “yo apañao” para la vida diaria. Nuestro yo, nuestro pequeño reino de este mundo, que hemos construido con el sudor de nuestra frente y con el apego a todo lo conseguido, ha de dejar paso al Reino. “Venga a nosotros tu Reino”, oramos en el Padrenuestro. Es el ruego de que podamos inspirar el Espíritu de Dios y hacerlo nuestro, o mejor, nosotros ser suyos. Para ello, nuestras potencias han de permanecer quietas y en un vigilante silencio, como el que mantienen las vírgenes prudentes.

El silencio es paradójico, tiene dos lados. Como la Fuerza de George Lucas, tiene un lado oscuro y uno luminoso. El lado oscuro es el silencio que reina entre diez mil personas juntas hablando sin parar, pero sin escucharse unos a otros. Es como estar en la sala de máquinas de un portaviones navegando a todo lo que dé el reactor, o en la de un cogenerador; es insoportable, ensordecedor, puedes hablar lo que quieras que nadie te podrá escuchar, ni tú escuchar a los demás. El lado luminoso es el que puedes vivir si logras acallar tu mente y simplemente contemplar la vida, con todas tus potencias sosegadas pero despiertas, en vigilia para poder percibir los auténticos “sonidos del silencio”, como reza la canción de Simon & Garfunkel, aquellos que proceden de más allá de las cosas. Es lo de poder oír los 10 decibelios de la brisa, cosa imposible si vivimos en un ambiente mundano a 140 decibelios.

Tony de Melo lo representa muy bien en su fábula “las campanas del templo sumergido”, que ya referimos en la entrada 71, “Hágase tu voluntad”. Trata de aquel joven que sabiendo de la existencia de una iglesia sumergida tras la construcción de un embalse, los lugareños afirmaban que de vez en cuando se escuchaban sus campanas. El se esforzó por escucharlas, sin resultado alguno, hasta que al final, ya habiendo desistido en su esfuerzo, esperando el autobús de regreso, se tumbó en la playa del pantano, sin pretender nada; y entonces fue cuando las escuchó, cuando sin esforzarse, hizo silencio interior. No las puedes escuchar hasta tanto no logres acallar tu mente.

La mente es absolutamente inútil para escuchar el silencio, para avanzar en este proceso de despertar del alma, de expansión de la conciencia de sí mismo. No sirven los razonamientos, ni las reflexiones, ni las meditaciones intelectuales. Todo esto genera un ruido ensordecedor, como el del cogenerador. Sólo sirve el silencio de la mente, la quietud del espíritu y el sosiego de las potencias en vigilia, con las lámparas encendidas.

Uno descubre entonces, no sin gran sorpresa que los rituales religiosos dejan de ser lo fundamental para pasar a ocupar un lugar secundario (dicho esto con mucho cuidado y por favor, sin afán de ofender a nadie que no lo considere así). Pasan de ser el motor de la vida religiosa, a ser la consecuencia de vivir la auténtica relación personal con Dios, y sobre todo el factor común, la expresión de la vivencia de la fe en comunidad.

Los senderos de la Vida Interior suponen aventurarnos a un proceso de evolución espiritual de carácter desconocido para nosotros, donde no hay ni guías ni mapas de ruta. Pero sí que comenzamos a ser conscientes de que se produce un proceso evolutivo. Vamos pasando por estadios, que según qué autores, se denominan de diferentes formas. Todo este proceso, Santa Teresa lo asemeja al paso sucesivo por las moradas de nuestro Castillo Interior, o San Juan de la Cruz, a la ascensión al Monte Carmelo, o el maestro Eckhart, a experimentar los frutos de la Nada, del proceso del vacío total del alma de sí misma. No es difícil comprender que, enredados en los mil trajines de la vida diaria, la del Confinador, imaginar siquiera este escenario a lo único que puede sonar es a “música celestial”; sencillamente porque en este sentido, Dios y el mundo son incompatibles.

Pero incluso el proceso de silenciamiento tiene sus métodos para que el alma que desee adentrarse en sus umbrías pueda acometer la empresa.

En este sentido, es importante recordar cómo Jesús de Nazareth periódicamente necesitaba irse al monte a orar, y allí pasar noches enteras en diálogo permanente con el Padre. Ese “ir al monte a orar” es una necesidad que se hace tanto más evidente cuanto más intensa es la Presencia. Al principio, orar en silencio supone una disciplina algo aburrida; permanecer diez a quince minutos tratando de no pensar, casi es un suplicio. Uno se pone el despertador para tratar de centrarse los reglamentarios diez minutos de silencio, que se hacen eternos. Hasta que se da cuenta de que no es tanto el esfuerzo de no pensar, como el descanso de relajarse, primero centrando la mente en una escena tranquila, en la respiración consciente, y dejando que las ideas vengan y se vayan por donde vinieron. Pero sobre todo, manteniendo la mente fija en el Padre (llámesele como se quiera: Dios, Brahma, Alá, Todo, Aquello, Lo que Es etc…)

Progresivamente la mente va silenciándose, aunque casi nunca está totalmente parada. Siempre vienen ideas, que cada vez con más facilidad vuelven a irse. Y pasado el tiempo, uno se sorprende (a mí me ha pasado), que puedes estar media hora, una hora o más, básicamente sin pensar en nada, o en casi nada. Cierto es que no hay habitualmente una recompensa agradable desde el punto de vista sensorial. Habitualmente, en estos ratos, largos ratos de Oración, no pasa nada, absolutamente nada. Casi se experimenta un cierto vacío, que a veces suele resultar árido o muy árido, como la soledad del desierto. No hay consuelo, aunque a veces sí (pero pocas). Lo más importante no se produce en esos ratos de Oración, sino en la vida diaria.

Sin darte cuenta, te ves sorprendido por esa extraña paz que se produce al sentir que realmente estás, vives en Presencia. En medio del fragor del trajín diario, se sorprendes sintiendo esa Presencia del Espíritu Sagrado, sin necesidad de jaculatoria alguna. Le percibes, le experimentas, y de alguna forma eso se traduce en el incremento de esa cercanía hacia los demás, de modo que cada vez les percibes como menos extraños y más formando parte de ti.

La consecuencia de esta actitud del alma es que el Amor que recibes directamente de Él, va derramándose sin solución de continuidad hacia el que tienes al lado, sea cercano o no a ti, sea amigo o no. Da igual, es alguien con el que te sientes cada vez más en común unión. De esta forma, tomas cada vez más conciencia de tus faltas de amor (los católicos lo llaman pecados). Eres más consciente de tus debilidades, porque al final, todos nosotros, educados y viviendo desde pequeños, desde una perspectiva individualista, ególatra, cometemos actos individualistas sin darnos perfecta cuenta de ello.

Descubrimos entonces, hasta qué punto fallamos más que una escopeta de feria, con pequeños y no tan pequeños actos de desamor hacia los demás. De esta forma tomas perfecta conciencia de que “no amas lo suficiente”, que siempre se puede amar más, tanto al conocido, como al desconocido. Descubres en los otros, necesidades que tú puedes cubrir, que antes ni te habías dado cuenta. Y te duele en el alma no poder hacer más, debido a las restricciones impuestas por la vida diaria, por las exigencias económicas de un mundo que te obliga a adquirir mucho más de lo que realmente necesitas, tanto más cuanto que seas una persona casada que ha de satisfacer las necesidades de unos hijos, de una familia que no tiene por qué comulgar en tu nueva forma de ver la vida.

Todo esto es fruto del silencio, de un silencio que te permite simplemente “escuchar”, aquietar la mente para poder percibir el lejano trino de los pajarillos en la noche.

Sobre el silencio hay multitud de citas bibliográficas. Todos los místicos hablan de las maravillas de vivir en silencio, de experimentarlo, de mecerte en él, dejándote llevar por la suave brisa del Eterno. Sólo en silencio, el alma es capaz de escuchar a Dios, un Dios, un Todo, un Lo que Es, que no se expresa con palabras, sino en los acontecimientos. Es el descubrimiento de Dios en las cosas que pasan. Como me decía mi madre, que cuando experimentas a Dios en tu vida, eres consciente de que nada sucede por casualidad, que todo tiene sentido. Es el lenguaje de Dios, los propios acontecimientos de la vida misma. Es entonces cuando comprendes que el hágase tu voluntad, realmente es así, porque “su voluntad” siempre se cumple, tanto en el Cielo, en los acontecimientos agradables, buenos, como en la Tierra, en los episodios de adversidad o de contrariedad. Todo es Él. Todo lo que sucede es manifestación de “Lo que Es”. Por eso, todo está bien. Sucede lo que ha de suceder.

Pero esto sólo se percibe en el silencio de la noche. Silencio para poder escuchar, y noche, oscuridad, para poder confiar, como veremos en la siguiente entrada.

Que la paz esté contigo.

*

lunes, 14 de febrero de 2011

81.- El elogio de la pareja humana




“No tienen vino…”, le dijo María a su hijo, Jesús, en las bodas de Caná. Y convirtió Jesús, el agua en vino.


Sea esta manifestación primera de Jesús, reflejo del especial cuidado que muestra Dios por su mejor invento, el amor entre un hombre y una mujer. Cuando el vino del amor se acaba, los posos, el agua simple, puede ser transformada en vino nuevo de gran aroma y sabor.


Esta es la maravilla, el milagro que Dios obra en el ser humano, mostrando su manifestación en el amor recuperado de un hombre y una mujer que saben superar sus desilusiones.

Escribo esta entrada como una carta dirigida a una pareja, no a una persona individualmente. Porque la aventura del amor, es algo de dos, que grtacias a su amor, consiguen derribar esa barrera de dualidad, para transformarse en un solo corazón.

Todo lo dicho hasta ahora, la humildad, la pobreza, la entereza, la misericordia, etc... tiene en la relación de pareja el mejor exponente de la Divinidad. Por eso, si entre los esposos, entre los amantes, no existe un amor real, ¿qué se nos puede pedir en nuestra relación con los demás, si no sabemos expresar las virtudes del amor en la persona que más amamos en este mundo?

Es en la relación de pareja, donde primero ha de experimentar el ser humano su donación hacoia el otro, la "no dualidad", la fusión de dos almas en un solo corazón. (Ver la página de este blog, "te doy mi vida entera")


La pareja, una aventura desde la afectividad.


La relación de pareja, es una aventura de dos personas desde la afectividad. Aunque los psicólogos y entendidos en la materia traten de explicar qué es lo que detona la atracción entre dos personas, y en último extremo, qué despierta lo que suponemos entender como “amor” entre ellas, el hecho cierto es que ninguno de nosotros sabríamos decir, a ciencia cierta, por qué nos hemos enamorado el uno del otro. Surge, sin más.


Es cierto que cuando lo piensas un poco, la respuesta más o menos común es aquella de que nos enamora su persona, reflejada en su cuerpo, en los atractivos sexuales, que nos provoca lo que Ortega y Gasset denomina un incontrolado “embalamiento emocional”, y además, detalles, tales como su sonrisa, su trato afable, su sencillez, su espontaneidad, y así un largo etcétera que tan sólo son atributos que conseguimos ingenuamente identificar como ¿responsables? de una atracción, que en realidad surge sin saber realmente por qué.


La cosa realmente va de sentimientos. Experimentamos al encontrarnos con la persona amada “algo dentro de nosotros que no sabemos lo que es”, y que nos cautiva, nos rinde a sus pies, hasta el punto de desear entregar la vida entera a esa persona. Por eso estáis aquí, y por eso habéis decidido unir vuestras vidas.
Es por eso, que lo primero de lo que debemos ser conscientes es que el amor, a primera vista, es una reacción emocional que nos genera una pasión incontrolable hacia el otro. En realidad el amor en una catarata de sentimientos. 

Y los hay de todo tipo, aunque los podríamos agrupar en cuatro categorías, la alegría, la tristeza, el temor y el enfado. El primero, la alegría, agrupa a todos los sentimientos positivos. Los tres siguientes, agrupan a los sentimientos negativos. En la relación de pareja surgen todos. Y no significa que un sentimiento negativo sea eso, negativo, ya que los sentimientos son la consecuencia lógica de la normal convivencia de las personas, donde no todo resulta como a nosotros nos gustaría.


El realidad los sentimientos no son ni buenos ni malos. Sentir ante una situación determinada un sentimiento de enfado o de tristeza ante nuestra persona amada no significa que nuestro amor haya disminuido lo más mínimo. Este es un tremendo error que a todos nos ha hecho caer en actitudes que han precipitado las, por otra parte, normales crisis de pareja; aunque algunas, dejándose llevar de la visceralidad que los sentimientos provocan, dan al traste con su relación.
Ser conscientes de que nuestra relación está fuertemente condicionada por los sentimientos, de lo primero que una pareja debería tomar conciencia es que no puede dejarse arrastrar por el impulso que ellos nos provocan. Y la única forma de poder evitar estas situaciones que nos ponen fuera de control, es aprender a identificarlos, a eliminar los escrúpulos que nos hacen sentirnos culpables por experimentarlos (hablamos de los sentimientos negativos), pero sobre todo, a saber compartirlos con nuestra pareja. Es a esto lo que denominamos “diálogo de pareja”. Esta es la clave de la relación matrimonial.


El conocimiento de uno mismo


La relación de pareja está basada en un profundo conocimiento del otro. Pero este es un proceso lento, y que requiere una tremenda dosis de sinceridad. La vida nos obliga a recubrirnos de sucesivas capas de defensa contra un mundo que nuestros mayores nos advierten que es hostil, de modo que nos vemos obligados a basar las relaciones humanas en la desconfianza, en el supuesto de que el otro nos va a tratar de engañar, porque como diría aquel, “en este mundo todo el mundo va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío”.


Desde la experiencia que todas las parejas tenemos de cómo hemos evolucionado en este sentido, hemos de reconocer, que desde nuestro primer flechazo hasta la situación en la que nos vemos al decidir unir nuestras vidas  de un modo indefinido, en principio, para toda la vida, pasamos, a fuerza de vernos y de convivir, por un lento proceso de conocimiento. Y llegamos a creer o considerar que, tras haber compartido todo tipo de temas de conversación, y de explorar y compartir nuestros cuerpos a todos los niveles, hemos alcanzado un conocimiento del otro, lo suficiente como para creer que hemos logrado eliminar todas las barreras de la desconfianza.


Esto sería cierto, si se cumpliera una premisa, desconocida para casi todos, y es que apenas nos conocemos a nosotros mismos. Somos el fruto por un lado de nuestro carácter genético, que nos viene dado por herencia de nuestros padres, y por la aleatoriedad de la recombinación genética de ambos, pero por otra, somos fruto de la educación. Y es la educación que recibimos, la que genera algo que mucha gente desconoce, y es lo que Buda expresa de la siguiente forma: “yo soy lo que mi pensamiento ha elaborado sobre mí”. Es decir, yo creo ser la idea que me he forjado de mí mismo. Es una idea forjada a lo largo de muchos años de infancia y adolescencia en la que nos hemos visto forzados a tratar de ser aquello que nos permita ser aceptado por los demás. Habitualmente esto lo logamos identificando nuestra mejor cualidad, aquella que los demás nos reconocen como la mejor, por la que nuestros padres nos premian con un regalo, o con un beso, y nuestros familiares con un bonito regalo de reyes o de cumpleaños. Esa cualidad, a fuerza de exagerarla, se convierte en prácticamente en una caricatura de nosotros mismos, en una imagen que siendo verdadera en origen, termina convirtiéndose en una falsedad, en una máscara, en una armadura por la que todos nos admiran, hasta que nos convierte en un ridículo recuerdo de lo que fuimos cuando éramos inocentes. El delicioso librito de Robert Fisher, “el caballero de la armadura oxidada”, es un precioso relato de lo que todos somos, y de cómo liberarnos de esa grotesca imagen de nosotros mismos en lo que la vida nos convierte, a fuerza de exagerar lo que creemos son nuestras mejores cualidades, para ocultar en el fondo nuestra verdadera identidad. Os animamos a que lo leáis con atención, porque pocos autores han sabido describir tan magistralmente el alma humana como en este pequeño libro.


Las consecuencias de nuestra propia ignorancia


Desconocer quiénes somos realmente está en la raíz de todas nuestras desgracias. La imagen que damos a los demás es en el fondo esa armadura que trata de protegernos de ese mundo que nos parece hostil, de modo que incluso con la persona amada, ese recelo no desaparece completamente. Tanto es así, que el mundo nos inunda con una riada de mensajes de tinte sombría en relación con la relación de pareja, reduciendo el amor humano a un sentimiento que en sí mismo es tan voluble como una veleta. Un sentimiento que en el mejor de los casos, los psicólogos reconocen que no dura más allá de los cuatro años de convivencia, y que termina ineludiblemente con una trágica desilusión, a la que muchas veces no sabemos encontrarle salida, y que provoca el cien por cien de las rupturas de las parejas y de los matrimonios. Y si no rompe la relación, la confina a un lánguido estado de entente cordial y de rutinaria convivencia, tanto más cuanto haya hijos por media, a la que ni los deseos más apasionados de revitalizarla por la vía más directa que es la sexualidad consiguen lograrlo.


Esta situación de armisticio afectivo nos lleva a pactar una tibia actitud de vivir como casados, pero con las actitudes de solteros. Es decir, yo hago mi vida y tú la tuya, porque cuando tratamos de profundizar un poco, saltan chispas que nos crispan y volvemos a las peleas y discusiones que tanto daño los hacen. Y esto el mundo lo acepta como rigurosamente normal. Es la vida, decimos, y lo que es una tragedia emocional, la Sociedad nos insta a verlo como algo natural, que el amor surge y se apaga, que no es para siempre, que no es para toda la vida; y si un matrimonio llega a viejo, es porque han sabido amoldarse a una diplomática convivencia, como los erizos, ni contigo ni sin ti, a medio camino entre no tener frío y no pincharnos con nuestras púas.


La única forma de salir de este callejón sin salida es la de tomar conciencia de algo fundamental, que el amor no es un sentimiento, sino una decisión. Esto es sorprendente lo miréis como lo miréis, porque este no es el mensaje de la Sociedad, sino el contrario, El que basa el amor, no en un impulso visceral, sino en una decisión tomada voluntariamente. Es una respuesta consciente, no un impulso inconsciente.


La única forma de hacer sólida y perdurable una relación es tomando conciencia de que el verdadero amor se manifiesta ante las crisis. De hecho, las crisis (de todo tipo), son en el fondo una bendición, porque es la única forma de es estimular nuestra voluntad y nuestra valentía. De las crisis nace la iniciativa de superarlas, o de dejarnos arrastrar por la derrota (sólo los peces muertos nadan a favor de la corriente, dice un viejo refrán veda). Pero quien supera una crisis, se supera a sí mismo, sin quedar superado, afirma Albert Einstein.


Quien atribuye a las crisis sus fracasos y sus penurias, violenta su propia capacidad como ser humano y respeta más a los problemas que a su propia capacidad de superación. La crisis pone a la pareja frente a frente de su propia capacidad para superarse a sí misma. Sin crisis no hay desafíos, y la vida se convierte en una lánguida rutina. La única crisis de las personas y de las parejas es la tragedia de no querer luchar por superarlas.


El amor es por tanto la muestra más evidente de la capacidad de superación del ser humano, y se demuestra realmente ante la adversidad. Lo demás, la fase de romance de una pareja de enamorados, no deja de ser un “estado de estupidez transitoria”, que afortunadamente desaparece con el brutal encontronazo que es la primera crisis matrimonial o de pareja.


Es esto así, de forma que cuando una pareja consigue cerrar un ciclo completo de convivencia, puede enorgullecerse a sí misma de que realmente “se ama”. Y el ciclo consiste en atravesar tres fases muy concretas, el romance (con el viento a favor de los sentimientos positivos de felicidad), la desilusión (con la aparición de los sentimientos negativos que provocan las crisis de relación), y el júbilo (el resultado de haber sabido superar la crisis para volver a disfrutar de un merecido romance).


La superación de las crisis radica en aceptar el duro camino del conocimiento de uno mismo, para ofrecer ese sorprendente descubrimiento al otro, para lograr saber quiénes somos realmente y aceptarnos plenamente. Lo contrario genera desconfianza, rechazo, o como mucho un estado de una tibia tolerancia mutua. “Te soporto”.


La clave de esta superación se denomina “diálogo”.


Nuestra capacidad de escucha


El diálogo entre las personas se basa en dos elementos fundamentales, la capacidad de escucha y la capacidad de confiar en el otro.


Para que exista una conversación, no hace falta ninguna de estos dos requisitos. Para transmitirnos información sobre cómo ha ido el día, o qué pienso sobre la paz mundial, no hace falta nada más que hablemos en mismo idioma para entendernos; Inglés, Español o Francés. Pero esas conversaciones no requieren nada más que no tener timidez de expresar nuestras opiniones, y tener una opinión razonablemente formada sobre los temas de charla.


Pero cuando se trata de compartir al otro nuestro interior, la cosa cambia. El que se lanza a compartirlo, realmente necesita una fuerte dosis de confianza, pero el que la recibe necesita otra no menos fuerte dosis de capacidad de escucha. 

Empecemos por la escucha.


Escuchar no es tan sólo enterarnos de lo que el otro nos dice, sino de interiorizarlo, de saber ponernos en su piel, hasta alcanzar una profunda comprensión de cómo se está sintiendo la otra persona al tratar de expresarnos algo tan duro de compartir como una debilidad, un sentimiento negativo del que muchas veces nos sentimos culpables, y que en ocasiones nos salpica esa misma culpabilidad. No es fácil saber escuchar. Lo que sucede habitualmente es que mientras el otro nos habla, nuestro cerebro está simultáneamente elaborando la respuesta, tanto más cuanto lo que nos comparta nos huela a acusación velada de nuestra actitud. Es por eso, que cuando una pareja dialoga, realmente no ha de intercambiar ni opiniones ni juicios de valor, porque eso lo único que precipita es la discusión y al final el conflicto y la crisis, que es en lo que todos terminamos si nos centramos solamente en exponer nuestra particular visión de la situación.
Saber escuchar los sentimientos del otro, sin juzgar, comprendiendo lo difícil que es lanzarse a compartir algo así, es la clave de que al final pueda llegar la reconciliación y el perdón. Y eso exige una dosis, a veces muy alta de voluntad de amar. Pero no queda otra. Todos lo sabemos por propia experiencia.


El riesgo de confiar


Si escuchar supone una actitud valiente y serena, confiar es todavía más valiente. Supone tener fe en el otro; supone arriesgar nuestra propia autoestima y dejársela en bandeja al otro, en la confianza de que me va a aceptar tal cual, en mi desnudez total y en mi debilidad.


Pero confiar supone algo totalmente imprescindible, ser muy consciente de la naturaleza de nuestro mensaje. No podemos confiar que el otro nos acoja, si lo que lanzamos es una acusación, una imputación incriminatoria, tal que al otro le ponga contra las cuerdas y a la defensiva. Es por ello que la condición fundamental para que el diálogo pueda surgir es que los dos de la pareja sean conscientes de que lo que se confía y se ha de acoger con espíritu de escucha es una serie de sentimientos que una determinada situación nos general.


Compartir los sentimientos a nivel consciente tiene el fabuloso beneficio de que los dos saben que están compartiendo algo donde los juicios y las imputaciones aún no han envenenado el diálogo, por lo que el diálogo es sincero, porque compartimos lo más profundo que surge en nosotros. Si esto se consigue, y nuestra mente no nos juega una mala pasada incordiando el compartir con interpretaciones de valor, entonces la vía para solucionar el problema quedará expedita. Si no, si nos deslizamos en el resbaladizo terreno de los juicios “porque tú”, “porque yo”, más vale dejarlo, porque no habremos resuelto nada. El que debía haber confiado habrá salido herido y desengañado, y el que debía haber escuchado sólo se habrá limitado a rechazar con contra argumentos lo que debería haber sido una sincera manifestación de sentimientos.


Si el compartir de sentimientos tiene éxito, entonces ambos sabrán lo que fluye realmente por el interior más íntimo del otro, y estará abonado en terreno para resolver con amor la situación.


El plan de Dios para la pareja

Lo que hemos tratado de expresar hasta ahora es la lógica del amor. Es una lógica que a juzgar por los lamentables resultados que obtenemos en nuestras relaciones humanas, lo único que ello nos demuestra es que vivimos encerrados en nosotros mismos, y nuestra capacidad de amar no rebasa las situaciones en las que el amor es una expresión de un sentimiento positivo de alegría y placer, pero que se desvanece cuando las lógicas dificultades que encierra la convivencia salen a la luz.


Los seres humanos en relación a todo esto del amor, nos hemos dividido en dos grandes grupos, los que sentimos la presencia de la divina realidad en nuestras vidas y los que no. Es la diferencia entre los que consideramos la vida como un don sagrado y los que la consideramos un azar del devenir de una naturaleza caprichosa, que nos ha situado en este mundo sin saber muy bien por qué.
No obstante consideremos o veamos la vida de una forma o de otra, fruto muchas veces de la educación recibida o de las experiencias que cada cual haya vivido, el hecho cierto es que todos consideramos el amor como uno de los motores fundamentales de la vida humana, por no decir, el fundamental, pues como diría Gandhi, ““la ley que rige la Humanidad es el amor. Si la violencia nos hubiera regido, nos habríamos extinguido hace muchísimo tiempo”. Esta sentencia, que a alguno nos puede sorprender, tal y como están las cosas, es un hecho innegable, con independencia de los avatares que la vida nos depara.
Pues bien, los que vivimos la vida como algo sagrado, sentimos que el amor es la expresión de Dios en nuestra vida. Los que viven la vida como una serie de acontecimientos al azar, y al amor como fruto de la actividad neuronal y de los neuropéptidos de nuestro sistema endocrino, pues lógicamente no ven a Dios por ninguna parte, y con esa perspectiva viven su vida.


Para los segundos, a la vida hay que descubrirle su gracia, y en eso la capacidad de inventiva del ser humano no tiene límites, pero más tarde o más temprano, hay un concepto que se planta frente a nosotros, para el que no hay respuesta, la Eternidad. De modo que en lo profundo, la vida no deja de ser una broma de mal gusto.
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Para los primeros, Dios da el sentido total y completo de nuestra vida que es disfrutada  como experiencia de la presencia de Dios en nosotros. Esta vivencia supone encontrarle un sentido auténticamente sagrado. Es ver cómo Dios, manifestado en nosotros como el amor que experimentamos en nosotros y derramamos a los demás, realmente tiene un plan para nosotros; plan que lo podemos aceptar o no. En esto consiste el libre albedrío.


Dios tiene un plan para cada uno de nosotros como persona. Pero en la pareja, ese plan es conjunto para los dos. Ver nuestra vida de pareja como el plan que Dios tiene para nosotros dos, nos abre un horizonte ilimitado, donde lo que hemos explicado anteriormente, pasa de una simple lógica humana, para convertirse en la expresión del amor de Dios en nuestra vida juntos. Esto se traduce en una toma de conciencia definitiva: Dios sueña para nosotros una vida íntima y responsable, donde el amor no es la consecuencia que sentir cómo tú me haces feliz, sino el deseo, la donación de mi ser, porque mi sueño es hacerte feliz a ti. Eso es amor, donación total del uno para el otro. Es ser consciente de mi deseo de darte mi vida entera, sin paliativo.


Desde esta perspectiva adquiere todo el sentido lo que de denomina “la Carta Magna del Amor”, escrita por San Pablo en la primera carta a los corintios, capítulo 13. Si no tengo amor nada soy, aunque pudiera entregar mi vida, aunque hablara todas las lenguas. Porque el amor lo perdona todo, es paciente, es servicial, es humilde, es misericordioso.  Porque el amor que recibimos de Dios va más allá de la capacidad natural del ser humano para amar. Es algo que sobrepasa y que nos convierte en seres eternos, en la misma esencia que nuestro Padre celestial.


Y ese es el ideal del amor humano, visto desde la perspectiva de los que creemos en Dios, en un Dios que es Padre, y se hace presente en nuestras vidas en cada momento, en cada acontecimiento, en cada instante.


Nuestro matrimonio como sacramento.


Cuando vivimos nuestro matrimonio siendo conscientes de que nuestro amor es la manifestación de Dios en nuestras vidas, y a su vez nosotros, como matrimonio, somos conscientes de que somos la manifestación de Dios ante los demás, es cuando nuestra relación de pareja, e incluso, nuestros hijos somos la donación que hacemos de nuestro amor al mundo, adquiere una dimensión sagrada, se convierte en un signo sagrado, en una manifestación del Dios al mundo.


Esto convierte nuestro matrimonio en un “sacramento”, un signo sagrado, una manifestación del amor de Dios al mundo.


Es así de sencillo de comprender con el corazón, con el alma, aunque la mente se quede rascándose la cabeza, tratando de encajar los ritos católicos con esta verdad espiritual.


Esta meditación nos introduce en un lenguaje que está más allá de las cosas, más allá de los trajines de este mundo, incluida la ceremonia de la boda, que la mayoría de la gente asocia con eso de casarse por la Iglesia.


Aquí es donde se produce la gran ceremonia de la confusión.


Si una pareja lee esta carta y admite la ilación de la meditación de cada uno de los epígrafes anteriores al referido al plan de Dios para la pareja, pero en esta se encasquilla y no comprende lo que significa que Dios esté presente en sus vidas, entonces, no merece la pena seguir leyendo, y por supuesto, la ceremonia de una boda católica será una gran impostura. En este caso, es mucho más honesto casarse por lo civil; es legal y totalmente admisible en la sociedad.


Pero si la presencia de Dios en nuestras vidas tiene sentido, entonces eso de casarse por la Iglesia adquiere todo el sentido también. Pero tenemos que hacer el esfuerzo de comprender qué pinta la Iglesia, católica en nuestro caso, en todo esto.


La práctica es que a fuerza de banalizar la fe, los propios católicos nos hemos dividido en dos conjuntos que sólo refleja la inconsistencia de una fe popular basada tan sólo en rituales. Somos los católicos practicantes (los que vamos a misa los domingos), y los no practicantes, a los que les caen mal los curas y los obispos.


Los católicos no practicantes en realidad no son nada salvo personas que tiene una partida de bautismo en una iglesia de la que ni se acuerdan. Los católicos practicantes son los que practican una religión como la del joven rico, que se presentó a Jesús para preguntarle que tenía que hacer además de cumplir los preceptos de la Torá (de la Iglesia en nuestro caso).


El las bodas católicas, el riesgo de que todo quede en un costosísimo acto social es extremadamente alto, tanto si se es un católico practicante como no practicante. Porque lo que da sentido al matrimonio católico como sacramento, no es la pomposa ceremonia religiosa, sino la toma total y absoluta de conciencia de que la pareja vive un amor sagrado, capaz de aportar todos los valores que hemos referido sobre todo en los momentos difíciles, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, en la riqueza y en la pobreza.


Que una pareja reconozca profundamente el amor de Dios en sus vidas, tanto personal como conyugal, de modo que sienta, perciba cómo ambos son expresión de Dios a los hombres, es lo que les convierte en sacramento del amor de Dios. Porque el sacramento comienza para los católicos con la ceremonia, ciertamente, pero se convierte en un continuo presente vivido en cada momento de nuestras vidas. Nos convierte en páginas vivas del Evangelio ante los demás, ante mucha gente para los que nuestra pareja será la única página que puedan leer del Evangelio de Jesús.


Esta evidencia, esta realidad es la que nos convierte en cristianos auténticos, aquellos que aceptan ese pequeño matiz que Jesús le propuso al joven rico, y que éste, temeroso de las riquezas a las que tenía que renunciar, se volvió triste a sus asuntos y negocios.


Si esta reflexión tiene sentido para una pareja, entonces todo lo demás relacionado con las expresiones de tipo litúrgico tienen sentido, y todo lo que la Iglesia católica expresa en la doctrina y en la predicación de los sacerdotes tiene también todo el sentido. Pero si no, plantearse casarse por el rito católico no procede.



Conclusión


Este es nuestro modo de vivir como personas y como pareja, así como padres de familia.


Así lo hemos recibido, lo hemos experimentado en nuestra vida, y así os lo trasmitimos, en un intento de que, algo quede en vuestro corazón que os permita, si queréis, hacerle un sitio de honor a Dios en vuestras vidas, de modo lo que os queda por vivir, sea un gran acontecimiento de una nueva realidad donde la Divinidad inunda todos los poros de vuestro corazón.
Que así sea.
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