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Se suele confundir arquetipo con estereotipo.
Parecen dos términos sinónimos pero no lo son ni de lejos.
La Real Academia de la Lengua presenta las
siguientes definiciones:
ARQUETIPO:
. m. Modelo original y primario en un arte u
otra cosa.
4. m. Psicol. Imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forma
parte del inconsciente colectivo.
5. m. Rel. Tipo soberano y eterno que sirve de ejemplar y modelo al
entendimiento y a la voluntad humanos.
ESTEREOTIPO
2. m. Impr. Plancha utilizada en estereotipia.
Para la definición de arquetipo, las
definiciones de la RAE utilizan el término “modelo”. Para el estereotipo
utiliza los términos imagen o idea.
Para una persona como yo, que si en algo me he
especializado ha sido en la teoría de sistemas, la mención de la palabra
“modelo”, plantea un concepto objetivo, pero sobre todo sistémico. Un modelo es
la representación formal de un sistema, siendo un sistema simplemente un
“conjunto de elementos relacionados entre sí, que contribuyen a un fin
concreto”. El modelo extrae del sistema un subconjunto de elemento, establece
las relaciones, de modo que el modelo permite reproducir, con todas las
limitaciones del necesario reduccionismo, el comportamiento del sistema, por
principio inabarcable en su totalidad para la mente humana. Cuando un modelo se
constituye por su robustez en una referencia, en una norma, hablamos de
paradigma, en un ejemplo que sirve de norma, en algo ejemplar, en un sólido
referente.
El estereotipo es una idea que se asienta en
el común de las gentes por tradición, por comunicación verbal, por cultura
popular, hasta convertirse en un pseudo referente que la gente adopta “porque
siempre ha sido así”.
Yo diría, a riesgo de equivocarme, pero así lo
planteo, que un estereotipo es un arquetipo deformado, degradado por el paso
del tiempo; contaminado con adiciones de elementos ajenos a él, pero aceptados
socialmente. Así, por tanto, en el extremo, mientras los arquetipos son
razonablemente estables, aunque no inmutables (están también sometidos a las leyes
de la Evolución), los estereotipos son una adulteración de estos, que
sobreviven tan sólo por una dinámica social inercial, semejante al famoso
“banco pintado”, que nadie cuestiona, porque siempre ha sido así, o porque nos
han educado así, con conceptos tan distorsionados trasnochados y desfasados
como intencionadamente mantenidos por estructuras de poder social esclerosadas
y ancladas en un pasado que jamás volverá.
Dicho esto, pongamos algunos ejemplos para
entendernos.
Empezando por cosas cotidianas como la moda.
Nadie duda que una persona debe ir vestida, y que la cosa va de ponerse una
prenda de cintura para abajo (falda o pantalón), y de cintura para arriba
(camisa, chaqueta, blusa, camiseta), etc. Este sería el arquetipo, que por
cierto ha evolucionado con el paso de los siglos. Sin embargo la moda de cada
año conforma estereotipos que es seguido por un determinado porcentaje de
gente, que bailan al son que dictan los modistos o las tiendas de moda. Sin
embargo, la vestimenta convencional es un arquetipo que evoluciona muy
lentamente, aunque también. Por ejemplo sea cual sea la moda, incluso en lo
convencional es fácil identificar una persona vestida a los años cincuenta o a
los setenta o actual.
Pasando a modelos más sustanciales, tenemos la
familia. Está la familia tradicional, papá, mamá y los hijos. Este modelo
parece universal y en principio no debería tener grandes variaciones, salvo por
el número de hijos, que según las épocas y situación económica, ha variado
desde familias con cuatro y más hijos, a familias con uno o dos a lo sumo. Sin
embargo este arquetipo ha dado diversos estereotipos. Está o estaba, mejor
dicho, la familia extensa, la que bajo el mismo techo casi amparaba tres
generaciones, abuelos, padres y nietos. Está la familia nuclear que alberga
sólo padres e hijos. Está la familia intermedia entre ambos extremos, la de
padres, hijos y la abuela o el abuelo. Y así podemos referirnos a cualquier
combinación posible.
Con la llegada del divorcio, o de las
relaciones prematrimoniales, surge la familia monoparental. Y con la llegada
del matrimonio homosexual la familia con sólo padres o sólo madres. Y las
parejas de hecho, y las parejas sin hijos. Las de hijos en casa hasta que hacen
la mili. Y en la que permanecen en casa hasta los 35 años de media, porque no
tienen medios económicos para independizarse. Y en la que los abuelos mantienen
con su pensión a padres e hijos. Y etc., etc.
Todos estos son estereotipos del arquetipo
familiar.
Se puede hacer extensible este planteamiento a
cualquier ámbito de la vida humana. Nos comportamos según los patrones
socialmente aceptados por nuestra tribu. Nos educan a ello, y los que sacamos
los pies del plato somos vistos con malos ojos.
¿Cómo debemos ser los hombres y cómo ser las
mujeres? También nos tienen fijados los correspondientes estereotipos, como los
que se representan en los simpáticos dibujos al principio. Los niños no lloran,
las mujeres si se besan es signo de afecto, pero si se besan los hombres hay indicios
razonables de que sean gays, u homosexuales. Y así un largo etc.
En las costumbres religiosas, en España en los
años cincuenta y sesenta no ir a misa los domingos estaba mal visto, de modo
que la gente iba a misa “por el qué dirán”. Tras la transición política, la
movida y el destape, la cosa da un giro copernicano, de modo que en la
actualidad lo que está socialmente mal visto es ir a misa, de modo que la gente
no va a misa “por el qué dirán”, no sea que sea tachada como poco de facha,
retrógrada o beatucona.
Son estereotipos configurados sobre la base de
arquetipos estables, pero que la sociedad se ha dedicado a deformar, tratando
de convertir lo que es una moda pasajera en algo estable.
Los estereotipos, por tanto al ser una
deformación de los arquetipos, distorsionan y ocultan la verdad que encierran
los arquetipos. Algunos estereotipos son inofensivos, modas que van y vienen
sin mayores consecuencias, pero otros son tóxicos y ciertamente dañinos porque
desvían a la gente del auténtico contenido y significado de los arquetipos.
Como ejemplo, y a riesgo de ser políticamente incorrecto, y lo siento por el
colectivo gay, albergo serias dudas de que el matrimonio homosexual se pueda
convertir en un arquetipo estable. Y digo esto, líbreme Dios, sin ánimo de ir
en contra del derecho de que dos personas del mismo sexo puedan vivir y
desarrollar su vida y convivencia juntas. No me opongo a este tipo de
matrimonios, sobre todo por las repercusiones a nivel de Registro Civil que
tiene, pero dudo de su viabilidad social a muy largo plazo. De momento es un
estereotipo fruto de una megatendencia social.
Tras esta reflexión, quisiera derivar el tema
a lo que pretendo explicar. El cómo, a nivel de vida espiritual y de relación
con Dios, se ha mantenido a lo largo de los siglos unos estereotipos por cierto
muy estables, en lo referente a la relación del ser humano con Dios, basado en
los tradicionales enemigos del alma, el mundo, el demonio y la carne, y de cómo
por la degradación de las estructuras eclesiásticas, los auténticos
espirituales se vieron obligados a recluirse en conventos y monasterios, para
huir de un mundanal ruido (incluido el generado por la propia Iglesia), y poder
encontrar a paz de Dios.
La cosa está girando hacia un escenario ya vaticinado
cinco siglos atrás por Teresa de Jesús al proclamar en la séptima morada de su
genial obra “El Castillo interior”, que Marta y María han de convivir juntas.
“Porque nadie
enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre
el candelero, para que los que entren vean el resplandor”.[1]
Es por eso, que en la actualidad de un Siglo
XXI básicamente urbano, los ermitaños, ascetas y contemplativos están en medio
de nosotros. No forman ninguna organización, son gente anónima, ignorados por
las estructuras eclesiásticas, pero que hacen brillar su luz en medio de
nosotros. No hablan porque saben, pero dan continuo testimonio. Su número crece
cada día, no temen la pobreza, pasan su vida en oración, y rechazan cualquier
jerarquía.[2]
Rechazamos cualquier jerarquía.
El estereotipo de la persona espiritual que se
ha consolidado en la Iglesia ha sido aquella que es piadosa, reza el rosario
todos los días, es de comunión diaria, y en su mayoría vive recluida en un
convento de clausura, rezando el diurnal de las horas y elaborando almendras
garrapiñadas que vende su comunidad para
sobrevivir.
Según este estereotipo, su aportación al mundo
consiste en rezar a Dios y a María Santísima por la salvación de las almas.
El resto de las cosas de este mundo les es
ajeno, salvo excepciones que se encuentran en congregaciones misioneras que se
desplazan a misiones del Tercer Mundo para atender a los más pobres de entre
los pobres, “the poorest of the poors”, como decía Teresa de Calcuta.
En la actualidad la exclusiva de la mística en
los conventos, está dejando paso a un nuevo despertar de la relación del ser
humano con Dios, en medio de todo el fregado de este mundo.
Como diría Karl Ranner, “el cristiano del
Siglo XXI será un místico, o no será nada”.
En el momento que despojemos a la Mística del
estereotipo de seres beatíficos en levitación (magnética) mientras entran en
éxtasis mirando al Cielo (al típico estilo de los cuadros barrocos), la
habremos liberado de un atributo que no le corresponde; el de ser un don de
seres con un gen que les predestina a ello.
Si eso ocurre, si la Iglesia accede a que el
mero hombre y mujer de la calle pueda experimentar a Dios, con independencia de
que no esté en un convento ni rece todas las horas ni comulgue diariamente, ni
rece el rosario todos los días, habrá dado un paso de gigante en su responsabilidad para con la Humanidad. Lástima, pero no las tengo todas conmigo, salvo que el nuevo Papa Francisco decida por fin "sacar los pies del plato" (a riesgo de su vida) que constituye la estereotipada Iglesia católica actual.
Por cierto, mujer de la calle no significa
“puta” como dice Mafalda quejándose del machismo en el lenguaje. Aunque las
prostitutas también tienen derecho, como afirmaba Jesús de Nazareth, a las que
les demostró una sincera amistad, advirtiendo que antes entrará una prostituta
en el Reino de los Cielos que un orondo cardenal inflado de grasa y de ego.
A dónde quiero ir a parar.
Al hecho de que, como ha ocurrido a lo largo
de la Historia, desde que Dios se ha manifestado a los hombres a través de sus
hierofanías, y de sus encarnaciones; lo que ha dado lugar a las grandes
religiones de la Humanidad, lo establecido en esas manifestaciones han
constituido y constituyen auténticos arquetipos, paradigmas, modelos de
referencia para la vida y para el encuentro del ser humano con Dios.
¿Qué han elaborado sus seguidores?
Estereotipos, cada vez más complicados y grotescos de religiosidad y de
espiritualidad, que si bien han servido para pastorear ovejas (el común de la
gente sencilla), o para mantener a las bestias bajo control (el común de la
gente agresiva bajo amenaza de un
infernal y eterno castigo), en el momento que los primeros dejan de ser
ovejas, por el simple hecho de que asumen el desafío de pensar por sí mismos, y
los segundos, como que se la “trae floja” el hecho del infierno y demás
chanfainas, los estereotipos, que han funcionado como excelentes encantamientos
de serpientes, dejan de tener soporte colectivo, y por sí mismos se vienen
abajo, porque no hay nada real detrás de ellos. Es más, al venirse abajo,
permiten ver (quien quiera verlo), el auténtico arquetipo en el que se basaron,
para terminar siendo meras caricaturas de él.
En resumen, para los cristianos, el arquetipo
es Cristo, Jesús de Nazareth, y los estereotipos son las diferentes imágenes
que nos ha mostrado la Iglesia de sí misma y de Él. Y no todo es malo, quede
esto claro; es más, las cosas han sucedido en la historia de la única forma
posible para que se lleve a cabo el Plan de Dios para el ser humano. La Iglesia,
con todas las toneladas de errores y salvajadas cometidas a lo largo de su
historia, ha hecho lo que tenía que hacer. Le queda ahora dar el último gran
paso, deshacerse de todos los estereotipos que se ha montado a lo largo de 2000
años. Si no es así, será paulatinamente abandonada por el común de las gentes
incluso.
Para los musulmanes, Mahoma y su revelación es
el arquetipo, pero el desatino, la desesperación, o una extraña forma de
concebir la paz (que significa islam), les ha convertido en un estereotipo de
gente extremadamente violenta. Por cierto como eran in illo tempore los
cruzados cristianos y la inquisición.
Así que, en conclusión, la dirección hacia la
que los seres humanos que queramos ver más allá de nuestras narices, debemos
dirigirnos es el tránsito desde la religiosidad, que nos ancla en un conjunto
estereotipado de ritos, liturgias y preceptos, que descomponen la Ley divina en
cientos de epígrafes de los catecismos, hacia la mística o espiritualidad real.
Es lo que dice Emilio Carrillo al hablar del tránsito desde una vida vibrando
en tres dimensiones hacia la vida vibrando en cuatro dimensiones; desde el mi
hasta el fa.
Un nuevo escenario
En este tránsito, el ser humano tiene que
romper la barrera entre el mundo y Dios, porque todo es lo mismo. El mundo, por
terrible que nos parezca, no es enemigo de Dios, porque la Humanidad no puede
ser enemiga de Dios. La huida a los conventos resulta pues, o puede resultar un
acto de cobardía.
Los denominados gente mundana, en realidad son
míseros prisioneros (eso sí, muchos de ellos forrados de pasta) y esclavos de
la mayor y más descomunal mentira de toda la Historia, hacernos creer que “esto
es lo que hay”, que no hay más allá ni de lo que ven nuestros ojos, y que la
muerte es el final de todo.
Los místicos han (hemos) de vivir en la
ciudad, los ermitaños tienen que vivir en medio de nosotros. Los ermitaños
vivimos en medio del mundo. No puede ser de otra manera. Somos gente soltera o
casada, viudos o divorciados, laicos y consagrados, que vivimos en Presencia de
la Divina Realidad permanentemente.
Necesitamos no obstante momentos, días,
temporadas de retiro para serenar el alma de tanto trajín, hasta que aprendamos
a serenarnos en medio del caos cotidiano, a vivir en el ojo del huracán (ver la
entrada 161).
Necesitamos orar continuamente, vivir la
presencia de Dios en todo momento. Pero esto es cuestión de una ascesis inicial
que prueba la voluntad, hasta que Dios tome el mando de nuestras vidas y en
nosotros se haga simplemente Su voluntad, y el amor en nosotros brille.
Y necesitamos ser conscientes de que la
realidad, lo que existe no es sólo lo que ven nuestros ojos desnudos, y lo que
nos han enseñado los organismos oficiales (Iglesia incluida). Entre Dios y el
Universo se encuentra la realidad absoluta. Así que más allá de lo tangible,
hemos de aceptar que existe un mundo sutil, extrasensorial, al que todos
indefectiblemente estamos abocados tras el hecho de morir físicamente. Hemos de
aceptar igualmente que tras lo tangible, existe un Universo, que apenas
acabamos de empezar a explorar; y que con toda probabilidad, no estamos solos
en este Universo, y que el Cosmos está habitado por otras civilizaciones
extraterrestres que con seguridad nos han visitado y siguen visitándonos,
aunque esto suene a sci fi, o a frikis de la pseudociencia, o a chalados del
fenómeno OVNI.
Y necesitamos finalmente aplicar la duda como
método a todo tipo de información institucional u oficial. La hipótesis nula es
que mienten sistemáticamente (la política como arte de saber mentir), salvo que
se demuestre lo contrario, lo que sucede muy pocas veces.
En resumen, el desmoronamiento de los
estereotipos, nos permite romper las cadenas que nos atenazan al cúmulo
descomunal de mentiras que constituyen el confinador en el que se desarrolla
nuestra vida, y poder emprender con entera libertad la búsqueda de la verdad,
cuya puerta de entrada es la séptima puerta de salida del Confinador, que somos
nosotros mismos, nuestro interior, donde Dios, es decir, la Verdad, habita.
[1] Lc 11. 33 La lámpara
sobre el candelero
[2] Vittorio Messori. Los eremitas de hoy viven en
la ciudad. http://usuarios.lycos.es/contemplatio/con-eremitas.htm
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