El término “entre el cielo y la tierra” es una
expresión que ha dado pie a varias obras de la literatura, de la pintura, y
hasta del cine.
Entre el Cielo y la Tierra es el título de un libro de Antonio Ruiz Alabarce
Es el título de un cuadro pintado por Diego
Campos
Y es el título de la última película de la
trilogía de Oliver Stone, Basada en los libros autobiográficos “When Heaven and
Earth Changed Places” (1989) y “Child of War, Woman of Peace” (1993) de Le Ly
Hayslip.
Creo que es la mejor expresión de la eterna
añoranza que padece el ser humano, de no saber dónde está, de dónde procede,
por qué está aquí y a dónde irá la consciencia, que es lo único que nos
identifica como personas, como seres humanos, tras el tránsito de la muerte.
Los seres humanos vivimos en este eterno
dilema, debate, desgarro no sé hasta qué punto esquizoide, que nos hace
anclarnos a lo que vemos, como un bote salvavidas, y sin embargo, con el
irrefrenable impulso de lanzarnos al mar y abandonarnos al destino, sea el que
sea.
La paradoja de Fermi
¿Dónde están todos? Preguntaba Fermi en un
debate abierto sobre la vida extraterrestre. Si el Universo es tan descomunal,
casi infinito, y el sentido común nos induce a pensar que tiene que haber más civilizaciones
entre los trillones de estrellas y planetas que pueblan el Universo, ¿Dónde
están que jamás hemos tenido noticia de ellos? Es el dilema entre la vida como
monstruosidad excepcional, o como imperativo cósmico.
A pesar de los avistamientos de OVNIS, a pesar
de los indicios de que hemos sido y estamos siendo visitados por seres
alienígenas, no existe evidencia indiscutible de su presencia ni en el pasado
ni en el presente.
¿Dónde está Dios? A pesar de todos los
indicios razonables de su existencia, el ser humano sigue albergando la duda de
que sea verdad.
Y así, la Humanidad se ha montado unos
arquetipos referenciales para salir de este atolladero, denominados religiones,
que más o menos han servido para conducir con relativa docilidad al común de
las gentes en el espinoso y doloroso tránsito “entre la Tierra real y el Cielo
presunto”.
Zarathustra, el personaje de la obra de
Nietzsche, desmonta todo esto, anunciando tras años de meditación en el
desierto, que Dios ha muerto, requisito necesario para el advenimiento de la Übermensch. Todos los dioses han muerto, ahora
queremos que viva el superhombre.
La muerte de Dios es la condición sinequanon
para que el hombre alcance la madurez necesaria para prescindir de un dios que
establezca las pautas y los límites a la naturaleza humana. La moral va
íntimamente ligada a todo lo que es irracional, a las creencias infundadas, a
todo lo dogmático es decir, a Dios surgido del fundamentalismo y de la
ortodoxia religiosa, de la fe axiomática, de la pérdida colectiva de juicio
crítico en pos del interés de los poderosos y el fanatismo del común de las
gentes.
Para Nietzsche la moral ha de ser sustituida
por la verdad, es decir, el hombre al servicio de sí mismo, su naturaleza:
entregado a la consumación de su propia existencia.
Y como decía Jesús, “la verdad os hará libres”
(Jn 8,32), y “la mentira, creyentes”,
dice Pepe Rodríguez en el prólogo de su libro “Mentiras fundamentales de la
Iglesia Católica”.
Y como afirma Consuelo Martín, “la Verdad,
une, pero la mentira separa”.
Ved este enlace:
Son escenas de la profanación por los mismos
que derrocaron a Gadafi en la primavera árabe, de un cementerio británico de
caídos en la Segunda Guerra Mundial, en Libia. Si el seguimiento ciego de la
religión conduce a esto, … pues prefiero no hacer comentarios.
Así las cosas, parece como si todo nos
condujera al anclaje en la Tierra, a esto es lo que hay, Dios ha muerto, la
religión es un camelo que ha devastado este mundo en aras de promesas absurdas,
basadas en creencias también absurdas creíbles sólo para los rebaños de ovejas
conducidos por pastores de ovejas.
Y Nietzsche en su Zarathustra afirma que la
religión es una enfermedad que tiene cura en el despertar del superhombre.
De la banalidad del mal a la radicalidad del bien
Ayer (25 de junio) fui a ver una película que
me pareció soberbia. La vida de Hannah Arendt, la filósofa judío-alemana, que
presenció el juicio de Adolf Eichmann, y que plasmó en el libro Eichmann en
Jerusalen.
La frase que despertó todo tipo de polémicas
fue esta:
Eichmann
no era el «monstruo», el «pozo de maldad» que era considerado por la mayor
parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente,
pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una
inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario
dentro de un sistema basado en los actos de exterminio.
Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» para expresar que
algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen
sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus
actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de
seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son considerados a partir de
sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos
provengan de estamentos superiores.
Es decir, no significa que Eichmann fuera
inocente, simplemente era un imbécil, un ser programado para cumplir la ley
ciegamente, con independencia de las consecuencias de sus actos.
Es importantísimo estar siempre atento a la
“banalidad del mal”, para evitar que este ocurra, porque el mal se produce al
dejar que los acontecimientos se produzcan inconscientemente.
Por eso, la creencia ciega y sin rechistar de
cualquier tipo de ley, puede conducir al fanatismo, al fundamentalismo, a la
ortodoxia más estricta, y finalmente a dejar que sucedan todo tipo de
catástrofes humanas, como la Historia a sido permanentemente testigo.
Por eso, el nunca bien comprendido Jesús de
Nazareth insistía en que el no venía a derogar la Ley, sino a superarla, porque
la ley sirve para aquellos que no entienden su fundamento, y al no entenderlo,
sólo se limitan a cumplirla, atomizada en cientos y cientos de preceptos, que
sólo se pueden aceptar si uno se niega a aceptar el por qué de cada uno de
ellos. Porque cada uno de ellos, por separado, puede conducir a un total
desastre.
Un solo
mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
Eso no es ninguna ley, simplemente es la
Verdad, el bien, vivido con radicalidad, la mejor defensa contra la banalidad
del mal, el mejor antídoto para que terminemos siendo simples Eichmann de la
vida, que tratando de cumplir la ley, lo único que hacemos es contribuir a que
el rebaño se despeñe por los abismos de lo irracional, y lo que es peor, del
absurdo, del nihilismo existencial.
La gran contradicción
Esta situación de suspenso en terreno de
nadie, entre una Tierra hostil, desgarradora y un presunto cielo dibujado
mediante unos estereotipos definidos por las diferentes tribus en las que cada
cual haya nacido y haya sido educado, con doctrinas mutuamente excluyentes, que
bajo el parapeto de la bondad, el amor y la alabanza al Altísimo, están
diseñadas para pastorear a un rebaño no capacitado para pensar, donde el
cumplimiento ciego de la ley, no tanto basada en la recompensa por las buenas
obras , sino en el miedo al castigo.
Y esto no afecta sólo a gente común, de las
que no piensan, sino a personas con muy alta formación académica. Recuerdo un
buen compañero de trabajo, ingeniero naval, del Opus Dei, que ante la pregunta
de por qué era tan fundamentalista de la fe (lo era en magnitud superlativa
como buen miembro del Opus), decía que él se ponía las orejeras de burro, y no
se cuestionaba nada, simplemente cumplía, porque así le garantizaban la
salvación. Y no quería saber más.
Eso no es tener fe, sino pánico y terror a la
simple idea de atreverse a pensar.
Como todas las religiones han surgido en la
era precientífica, cuando el hombre afirmaba que la tierra era plana y el cielo
una bóveda fija de unos veinte kilómetros de altura, toda la evolución del
pensamiento ha sido un choque mortal a las bases falsas en las que se soportan
las creencias.
La conclusión de todo esto es una soberana
empanada mental, sólo apta a gente que se atreva a poner en cuestión todo lo
aprendido, a saber ver más allá de la ley.
Al escribir y pensar estas cosas, siento un
desgarro interior tremendo, porque habiendo sido educado en la fe de mis
padres, que algo dentro de mí me induzca a concluir la banalidad de ideas y
dogmas considerados fundamentales me deja “entre el Cielo y la Tierra”. Me
conduce a la tremenda oscuridad de la nube del desconocer, a la noche oscura
del espíritu, donde parafraseando a Fermi, me encuentro ante la paradoja de
¿dónde está Él? Porque desde luego no está en la letra de los dogmas y de las
doctrinas, ni de unos preceptos que llevados al extremo del cumplimiento
estricto de la Ley puede llegar a convertirnos en auténticos criminales, porque
ese cumplimiento estricto nos puede alejar tanto de la realidad, que tal
irreflexión pueden hacer que causemos más daños que todos los instintos
inherentes a la naturaleza humana. En palabras de Arendt, el mal no lo cometen
seres diabólicos, sino que lo cometemos personas terriblemente normales,
normalidad que resulta tanto más terrorífica cuanto implica que las fechorías
que llevamos a cabo las realizamos en circunstancias que nos impiden ser
conscientes de que estamos cometiendo actos de maldad.
Y lo peor, el sometimiento a leyes religiosas
concebidas para realizar buenas obras, termina enredándonos en justamente todo
lo contrario.
Esta desgarradora contradicción sólo puede ser
resuelta inicialmente de dos formas, o fanatizándonos definitivamente para
terminar engrosando las listas de sectas religiosas al más extremado
fundamentalismo e integrismo religioso, o abandonar definitivamente la
religión, como el fruto de una de las mayores farsas de la Historia.
¿Pero qué pasa si uno se niega a tomar ninguna
de las dos alternativas? ¿Existe una tercera vía?
La Tercera vía o la radicalidad del bien
Existe una tercera vía, la radicalidad del
bien, la que Jesús de Nazareth nos mostró y nos ofreció seguir, el Amor.
El Amor es la esencia del Ser. Y al Amor sólo
se llega por el camino de la mística. La vía directa de unión del alma humana
con Dios.
Esta declaración deja muy atrás, casi a años
luz, toda la fábrica de la religiosidad. Deja atrás dogmas, deja atrás
creencias, deja atrás liturgias, preceptos, leyes, mandamientos, ritos,
solemnidades, oropel, estructuras jerárquicas.
A todo esto vino Jesús a este mundo, a
manifestarnos que hay que dejar a tras todas estas cosas, propias de hombres
viejos, de seres primitivos, incapaces de caminar bajo la oscuridad de la fe,
razón por la que necesitan dogmas, ritos, creencias y reglamentos morales.
La mística está concebida para seres humanos
capaces de trascender la realidad de este mundo. Personas para las que el
consejo de Rouco Varela de que la vida religiosa consiste en frecuentar los
sacramentos y hacer buenas obras resulta casi cómico, o mejor, tiernamente
infantil, el Evangelio contado a las ovejas.
Pero la mística es tremendamente radical,
porque el final del camino es la negación de nuestro ser, único camino para
fundirnos íntimamente con la Verdad, con Dios.
En resumen, la paradoja de Fermi aplicada al
misterio de la existencia tiene dos caminos naturales, el fanatismo religioso o
el ateísmo, pero una única solución, la Mística, perfectamente explicada por
nuestros místicos y expuesta desde la universalidad por la filosofía perenne.
Bueno, en realidad queda siempre la vía de la indiferencia ante todo esto, pero
esto sólo retrasa el problema, no lo soluciona.
Problema. Hay muy pocos místicos capaces de
ayudar a otros, ya que la mayoría de los que caminamos por esta dificilísima e
incomprendida senda bastante tenemos con caminar a tientas en medio de una
noche profundamente oscura, que fácilmente es confundida con una severa
depresión, lo que complica aún más el escenario.
Pliego de descargo
Y dicho todo esto, algo muy importante; siempre defenderé a las Iglesias porque a pesar de todo lo expuesto, han cumplido la misión de pastorear a las masas (con un relativo y menguante éxito), a la ingente masa del común de las gentes, incapaces de pensar, sumisas y obedientes ante las indicaciones de sus líderes. La alternativa habría sido probablemente un caos mucho mayor que el que realmente hemos vivido hasta ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario