26 Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.» 27 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, 28 porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. (Mt 26, 26-28) (Mc 14, 22-24) (Lc 22, 19-20)
3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. (Jn 13, 4-5)
Estas palabras pronunciadas por Jesús en la última cena, suponen las frases claves en el rito de la consagración, por el que los cristianos, y más concretamente los católicos, creemos que el pan se transforma en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. Y todo ello constituye en misterio central de nuestra fe, el “sacramento de nuestra fe” como proclama el sacerdote tras la consagración.
Tal y como nos manda el Magisterio, nos centramos en ese momento mágico y sublime de la transformación del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesús.
Sin embargo, Juan, el evangelista Juan, que estuvo con Jesús en la última cena, y presenció tan sublime momento, no hace referencia alguna a él, y sin embargo se centra en un aspecto más doméstico, más servil, el lavatorio de los pies. Es como si no hubiera concedido al momento de la fracción del pan la importancia trascendental que le dieron los otros tres evangelistas; como si dijera: no nos vamos a repetir en contar lo mismo en lo que serán los cuatro evangelios (cosa que supongo Juan desconocía que fueran al final cuatro, de todos los evangelios que se escribieron). Juan, que se caracteriza por ser de escritura más mística que los otros tres, no refiere nada de la fracción del pan, y se centra en el hecho de lavar los pies Jesús a los discípulos.
Líbreme Dios de entrar en un análisis teológico, doctrinal, hermenéutico y exegético de este hecho, que para eso hay sabios y entendidos con estudios. Yo me quiero central aquí en tal y como yo lo siento, con independencia de que esté en línea con la doctrina o no, a propósito del título de la entrada, continuación de la anterior “porque tuve hambre”. A mí, este pasaje del Evangelio me dice…
“Lo que tengo, es decir, mis bienes (mi pan y mi vino), y hasta mí mismo (mi cuerpo y mi sangre), he de compartirlo con los demás, porque en ese acto de compartir “partir – con”, me he de ofrecer a mí mismo, como Él ofreció su vida a mí y a todos nosotros, todos los seres humanos que en el mundo han sido, incluso, hasta dar la vida entera, hasta entregarla en redención de nuestros pecados. Haz esto en memoria mía, me dice, porque así seré redimido de mis pecados, que no son otros que mi falta de amor, mi egoísmo de reservar para mí mis bienes y hasta mi propia vida.
Y en el pasaje de Juan, Jesús me añade, “como sé que eres cortito de mente, para que me entiendas, ¿ves que me arrodillé para lavar los pies a mis discípulos?”, ve y haz tú lo mismo.
Y concluye advirtiendo, “que sepas que te va la vida en ello, incluso con el riesgo de perderla, porque los príncipes de este mundo (que lo son a costa del sudor, las lágrimas y la sangre de los pobres), no va a ver con buenos ojos que por el amor desaparezcan los pobres de la Tierra, así que te perseguirán y tratarán incluso de matarte… como hicieron conmigo”.
En estos gestos que se produjeron secuencialmente en el mismo acto de la Cena, y que los cristianos hemos convertido en sacramento el primero de ellos, pero no el segundo. Para mí tiene tanto valor el primero como el segundo, porque con ellos, Jesús transforma totalmente la Ley, le da un giro copernicano porque hace lo siguiente: Pasa de un “Ama al prójimo como a ti mismo”, a un… “Amate a ti mismo como amas a tu prójimo”.
Es pasar de “primero yo y después tú”, a un “primero tú y después yo”. De ahí que cuando te piden una túnica, le des el manto, si te piden caminar una milla, camina dos, si te abofetean en una mejilla, ponles también la otra… (Mt, 5 38-48, fragmento del Sermón de la Montaña).
A continuación adjunto las referencias que la Ley antigua hace al mandato que hasta que Jesús puso todo patas arriba, era considerado sagrado: “ama al prójimo como a ti mismo”.
18 No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh. (Lev 19,18)
34 Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo, Yahveh, vuestro Dios. (Lev 19,34)
15 Juzga al prójimo como a ti mismo, y en todo asunto actúa con reflexión. (Eclo 31,15)
19 = honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.» = 20 Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?» (Mt 19,19)
36 «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» 37 El le dijo: = «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. = 38 Este es el mayor y el primer mandamiento. 39 El segundo es semejante a éste: = Amarás a tu prójimo como a ti mismo. = (Mt 22, 36-39) (Mc 12, 29-31) (Lc 10, 27 “el buen samaritano”)
Es decir, Jesús pone la ley del revés sintetizándolo todo en un amaos los unos a los otros como yo os he amado.
Jesús siempre criticaba la actitud de aquellos que aportaban a los pobres de lo que les sobraba.
1 Alzando la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; 2 vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, 3 y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. 4 Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir.» (Lc 21, 1-4)
El problema que tiene el mensaje de Jesús, es que es ilógico, no tiene sentido, supera la capacidad de comprensión del ser humano. La ética se basa en una ley como la del Antiguo Testamento, primero yo, después tú; ojo por ojo; no hagas a los demás lo que no quieres que a ti te hagan; no hagas mal a nadie, haz el bien, sé ecuánime, respeta la libertad del otro.
El ser humano es capaz de comprender esto, y todas las culturas y sistemas filosóficos de Oriente y Occidente aceptan estos sagrados principios, esta Ley de Dios, que constituyen el punto de encuentro de todas las culturas, con independencia de tradiciones y de creencias, aunque con matices, pues cada cultura tiene aspectos diferenciadores que hacen que lo que es inadmisible en el código ético de unas, sea admisible en el de otras, como por ejemplo, las castas hindúes, o el sometimiento total de la mujer al hombre en el islam.
Pero lo que dice y manda Jesús, “ama a tu enemigo”, “bendice al que te persigue”, “vende todo lo que tienes, toma tu cruz y me sigues”, sólo los contadísimos iluminados por la Luz de Dios que en el mundo han sido, han podido intuir estos principios evangélicos.
Esta es la razón que yo veo a aquello de muchos llamados, pero pocos elegidos, porque aceptar el desafío de vida que supone seguir a Jesús es una opción de locos de atar, de gente que no está en sus cabales… o de personas que han sabido o han querido ver la Divina realidad ante sus ojos.
Aceptar el desafío de vida de Jesús supone un salto tan descomunal en nuestros planteamientos, en nuestra visión de la vida, como ha supuesto el salto de la Física convencional a la Física cuántica. Y digo esto como un burdo símil, que comentaré en próximas entradas.
3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. (Jn 13, 4-5)
Estas palabras pronunciadas por Jesús en la última cena, suponen las frases claves en el rito de la consagración, por el que los cristianos, y más concretamente los católicos, creemos que el pan se transforma en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. Y todo ello constituye en misterio central de nuestra fe, el “sacramento de nuestra fe” como proclama el sacerdote tras la consagración.
Tal y como nos manda el Magisterio, nos centramos en ese momento mágico y sublime de la transformación del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesús.
Sin embargo, Juan, el evangelista Juan, que estuvo con Jesús en la última cena, y presenció tan sublime momento, no hace referencia alguna a él, y sin embargo se centra en un aspecto más doméstico, más servil, el lavatorio de los pies. Es como si no hubiera concedido al momento de la fracción del pan la importancia trascendental que le dieron los otros tres evangelistas; como si dijera: no nos vamos a repetir en contar lo mismo en lo que serán los cuatro evangelios (cosa que supongo Juan desconocía que fueran al final cuatro, de todos los evangelios que se escribieron). Juan, que se caracteriza por ser de escritura más mística que los otros tres, no refiere nada de la fracción del pan, y se centra en el hecho de lavar los pies Jesús a los discípulos.
Líbreme Dios de entrar en un análisis teológico, doctrinal, hermenéutico y exegético de este hecho, que para eso hay sabios y entendidos con estudios. Yo me quiero central aquí en tal y como yo lo siento, con independencia de que esté en línea con la doctrina o no, a propósito del título de la entrada, continuación de la anterior “porque tuve hambre”. A mí, este pasaje del Evangelio me dice…
“Lo que tengo, es decir, mis bienes (mi pan y mi vino), y hasta mí mismo (mi cuerpo y mi sangre), he de compartirlo con los demás, porque en ese acto de compartir “partir – con”, me he de ofrecer a mí mismo, como Él ofreció su vida a mí y a todos nosotros, todos los seres humanos que en el mundo han sido, incluso, hasta dar la vida entera, hasta entregarla en redención de nuestros pecados. Haz esto en memoria mía, me dice, porque así seré redimido de mis pecados, que no son otros que mi falta de amor, mi egoísmo de reservar para mí mis bienes y hasta mi propia vida.
Y en el pasaje de Juan, Jesús me añade, “como sé que eres cortito de mente, para que me entiendas, ¿ves que me arrodillé para lavar los pies a mis discípulos?”, ve y haz tú lo mismo.
Y concluye advirtiendo, “que sepas que te va la vida en ello, incluso con el riesgo de perderla, porque los príncipes de este mundo (que lo son a costa del sudor, las lágrimas y la sangre de los pobres), no va a ver con buenos ojos que por el amor desaparezcan los pobres de la Tierra, así que te perseguirán y tratarán incluso de matarte… como hicieron conmigo”.
En estos gestos que se produjeron secuencialmente en el mismo acto de la Cena, y que los cristianos hemos convertido en sacramento el primero de ellos, pero no el segundo. Para mí tiene tanto valor el primero como el segundo, porque con ellos, Jesús transforma totalmente la Ley, le da un giro copernicano porque hace lo siguiente: Pasa de un “Ama al prójimo como a ti mismo”, a un… “Amate a ti mismo como amas a tu prójimo”.
Es pasar de “primero yo y después tú”, a un “primero tú y después yo”. De ahí que cuando te piden una túnica, le des el manto, si te piden caminar una milla, camina dos, si te abofetean en una mejilla, ponles también la otra… (Mt, 5 38-48, fragmento del Sermón de la Montaña).
A continuación adjunto las referencias que la Ley antigua hace al mandato que hasta que Jesús puso todo patas arriba, era considerado sagrado: “ama al prójimo como a ti mismo”.
18 No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh. (Lev 19,18)
34 Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo, Yahveh, vuestro Dios. (Lev 19,34)
15 Juzga al prójimo como a ti mismo, y en todo asunto actúa con reflexión. (Eclo 31,15)
19 = honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.» = 20 Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?» (Mt 19,19)
36 «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» 37 El le dijo: = «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. = 38 Este es el mayor y el primer mandamiento. 39 El segundo es semejante a éste: = Amarás a tu prójimo como a ti mismo. = (Mt 22, 36-39) (Mc 12, 29-31) (Lc 10, 27 “el buen samaritano”)
Es decir, Jesús pone la ley del revés sintetizándolo todo en un amaos los unos a los otros como yo os he amado.
Jesús siempre criticaba la actitud de aquellos que aportaban a los pobres de lo que les sobraba.
1 Alzando la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; 2 vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, 3 y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. 4 Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir.» (Lc 21, 1-4)
El problema que tiene el mensaje de Jesús, es que es ilógico, no tiene sentido, supera la capacidad de comprensión del ser humano. La ética se basa en una ley como la del Antiguo Testamento, primero yo, después tú; ojo por ojo; no hagas a los demás lo que no quieres que a ti te hagan; no hagas mal a nadie, haz el bien, sé ecuánime, respeta la libertad del otro.
El ser humano es capaz de comprender esto, y todas las culturas y sistemas filosóficos de Oriente y Occidente aceptan estos sagrados principios, esta Ley de Dios, que constituyen el punto de encuentro de todas las culturas, con independencia de tradiciones y de creencias, aunque con matices, pues cada cultura tiene aspectos diferenciadores que hacen que lo que es inadmisible en el código ético de unas, sea admisible en el de otras, como por ejemplo, las castas hindúes, o el sometimiento total de la mujer al hombre en el islam.
Pero lo que dice y manda Jesús, “ama a tu enemigo”, “bendice al que te persigue”, “vende todo lo que tienes, toma tu cruz y me sigues”, sólo los contadísimos iluminados por la Luz de Dios que en el mundo han sido, han podido intuir estos principios evangélicos.
Esta es la razón que yo veo a aquello de muchos llamados, pero pocos elegidos, porque aceptar el desafío de vida que supone seguir a Jesús es una opción de locos de atar, de gente que no está en sus cabales… o de personas que han sabido o han querido ver la Divina realidad ante sus ojos.
Aceptar el desafío de vida de Jesús supone un salto tan descomunal en nuestros planteamientos, en nuestra visión de la vida, como ha supuesto el salto de la Física convencional a la Física cuántica. Y digo esto como un burdo símil, que comentaré en próximas entradas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario