A partir de esta entrada, voy a dirigir el contenido de este blog, hacia lo que denomino "El Camino de regreso a casa".
Este título no es, que digamos, demasiado original, pues de ello consiste el contenido de todas las religiones que en el mundo han sido, y todos los intentos del ser humano por descubrir que hay más allá de lo que ven nuestros ojos en la cumbre de nuestra vida, de nuestro particular Lion's mound en nuestro personal Waterloo que es nuestra propia vida.
Uno decide regresar a casa, cuando siente que donde está no es su sitio, que si se fue de casa pegando un portazo, como que reconoce "haberla cagado" y con más miedo que vergüenza, decide regresar, a ver si su padre no le infla a tortas.
Te voy acontar una historia para que me entiendas.
El otro día me encontré con un amigo mío. Llevaba mucho tiempo fastidiado por problemas con los hijos; ya se sabe… Pero el otro día sorprendentemente le vi muy animado. ¡Paco!, le dije, ¿Qué te pasa, que te veo tan alegre? Mi sorpresa no era para menos, porque, como digo, llevaba, que recuerde, un par de años pero bien jodido. Resulta que el pequeño de sus hijos -tiene tres, chico, chica y chico-, llevaba ya dos años que se había ido de casa con tan sólo dieciocho años. No quiso estudiar, y cuando cumplió la mayoría de edad le sorprende con que se va de casa, arrampla con la cartilla que año tras año habían ido ahorrando, metiéndole dinerillo –tenía un pico-, y simplemente se fue con sus amigos. Durante dos años; creo se fue allá por el verano de 2004, Paco no tuvo ni noticia del chaval. Como se había ido por su cuenta y riesgo, no cabía llamar a la policía. Pero tanto él como Amalia, su mujer, estaban desolados. Hasta que, como digo, el otro día, viene y me dice loco de contento que Tomás ha vuelto. Y ¿cómo ha sido?, cuenta, le dije. Y me contó. Pues verás, el viernes pasado (hará unas dos semanas), recibo una llamada de teléfono suya. Papá, soy Tomás. Al principio me quedé extrañado. Pero al instante reconocí su voz. ¡Hijo! ¿Cómo estás? Bien, estoy bien, papá. ¿Pero, cuéntame, dónde estás, estás bien? Mis palabras se atropellaban. Él se mantuvo callado mientras yo no hacía más que preguntar por él. Hasta que me dijo. Papá, sé que te he hecho mucho daño al irme de casa, y me arrepiento por ello. Las he pasado putas, muchas veces he pensado en llamaros pero temía que me colgarais el teléfono. No merezco que me mires a la cara, ni que me recibas en casa, ni que me trates como a un hijo, porque os he hecho sufrir mucho, pero he pensado que si me contratas como jardinero o en tu taller como mecánico, yo no te molestaría, dormiría en el cobertizo…
Calla, idiota. Cómo dices esas cosas. Ven en seguida, o mejor, dime donde estás que salgo ahora mismo a buscarte. Total, que al final quedamos en un punto neutral, pues no quería que viese dónde había pasado todo este tiempo. Luego me enteré que vivió como un puerco en una comuna, se drogó, pordioseó y vivió como un desgraciado. Pero mira, chico, cuando le ví, a pesar de que estaba irreconocible, me di cuenta de la gran tristeza que cubría su cara sucia y oculta tras una barba de cien años de soledad. Salí del coche en la estación del Pinar de las Rozas y me tiré a su cuello. Jamás me he sentido más feliz. No sé cuanto tiempo pasamos abrazados. Cuando llegamos a casa, Amalia tenida preparada una cena acojonante. Reímos, charlamos, gastamos toneladas de gel y champú para asearle, y cuando estábamos en lo más feliz de la cena, viene Alfredo, el mayor, nos ve, y qué te crees que hizo. Nos miró con desprecio, se dio media vuelta y se fue. ¡Alfredo! Grité, qué haces. Salí del comedor y le agarré por el brazo, y me dice. No te entiendo papá, siempre a tu lado y nunca te has dignado a dejarme la casa para que vengan mis amigos, simplemente a cenar o a ver la tele. Y viene ese cabrón de tu hijo después de lo que os ha hecho sufrir y en vez de partirle la cara, coges y montas una fiesta por todo lo alto. No sabes lo que dices, Alfredo. Ni te imaginas la alegría de tus padres al ver que nuestro hijo, tu hermano ha vuelto. Sabes que te quiero, eres un chaval excelente, y nunca he dudado de ti, pero ni te imaginas las calamidades que Tomás ha pasado, quizás por su inexperiencia, porque siempre ha sido un rebelde, pero creo que el calvario que ha pasado le ha hecho madurar y darse cuenta del error. Anda ven y pasa, y dale un abrazo. Con lo que os queríais cuando erais pequeños. Anda, pasa. Y ¡mira!, me dijo Paco. Se vieron, se miraron, nos miramos, hasta que tímidamente se acercaron… Y ¡final feliz!.
Amigo, si eres cristianos, o ha oído hablar de Jesús de Nazareth, te recordará esta historia a una de las parábolas más representativas del mensaje de Jesús, la parábola del hijo pródigo. Está en el Evangelio de Lucas, capítulo 15, 11-32. Échale un vistazo, está bastante bien.
Pero claro, después de que el hijo regresa a su casa, que ya le costó tomar la decisión, no todo fue para él tan bonito. De tanto tiempo que pasó pordioseando por ahí, venía hecho una mierda.
La parábola de San Lucas dice lo siguiente:
El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.”
Pero el padre dijo a sus siervos: “Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies”.
Pero el padre dijo a sus siervos: “Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies”.
Lc 15, 21-22
Estamos ante la situación similar en la que Jesús describe a los invitados a la boda, a la fiesta.
Han de vestir el traje de ceremonias. Peeero….
Resulta que el hijo pródigo venía de aquella manera. De modo que, su padre, una vez concluido los besos y los abrazos, le diría….
Hijo, ¿tú te has visto como estás?
-Mírate al espejo.
-Mírate al espejo.
El chaval, viéndose en el espejo y reconociendo no llevar las mejores galas precisamente, exclamaría algo así como…
-¡Joooder!, menuda pinta.
Y el Padre, a continuación le explicaría el plan de ataque…
-Chaval, estás hecho un desastre. Reconocerás que hueles que tiras de espalda, estás lleno de harapos, tienes heridas infectadas por todo el cuerpo, y más mierda que un jamón.
-Antes de ponerte el traje de fiesta, te va a tocar quitarte esa ropa vieja y asquerosa que llevas, quemarla, quedarte desnudo y que mis criados te ayuden a bañarte, restregarte con cepillo de cerdas para quitarte toda la mugre que llevas encima, y te aseguro que duele; y si conseguimos que no mueras en el intento de arrancarte la porquería acumulada de no lavarte en cinco años, trataremos de curarte esas heridas, pero aviso que el alcohol escuece…
-Porque no creerás que te vas a vestir de gala con esa pinta. Antes del vestido de fiesta, te vamos a tener que purificar.
-Así que, marchando…
-Antes de ponerte el traje de fiesta, te va a tocar quitarte esa ropa vieja y asquerosa que llevas, quemarla, quedarte desnudo y que mis criados te ayuden a bañarte, restregarte con cepillo de cerdas para quitarte toda la mugre que llevas encima, y te aseguro que duele; y si conseguimos que no mueras en el intento de arrancarte la porquería acumulada de no lavarte en cinco años, trataremos de curarte esas heridas, pero aviso que el alcohol escuece…
-Porque no creerás que te vas a vestir de gala con esa pinta. Antes del vestido de fiesta, te vamos a tener que purificar.
-Así que, marchando…
Todo esto, dicho con un lenguaje ciertamente desenfadado, pero que encierra una realidad tremenda.
Cuando uno reconoce haberla cagado con su vida, y descubre que ha desperdiciado tantos años de su vida en intentar lograr pequeñas parcelas de éxito y de riqueza material, y que nunca antes había caído en la cuenta de que el auténtico sentido de la vida es "amar a los demás como Alguien nos dijo una vez, que nos había amado", que la vida no tiene más sentido que la de entregarla al servicio de aquellos que se cruzan en nuestro camino, lo que nos queda por vivir, no va a ser un camino de rosas precisamente, porque a poco que uno sea algo sagaz, podrá comprender, qué significa la descripción del harapiento hijo.
Es la descripción del pecado, y cómo afea el aspecto del alma.
Y la preparación para ponerse el traje de fiesta, es el duro proceso de purificación del alma. San Juan de la Cruz lo denomina “la subida al Monte Carmelo y la noche oscura”.
Así que el resto de nuestra vida, una vez que caemos del guindo, no es ni más ni menos que eso. Aunque cada uno lo viva de un modo diferente.
Jesús en varias ocasiones habla de los invitados a la boda, y de cómo el que osa entrar sin el vestido de ceremonias, lo tiene chungo, porque no puede vestirse de gala estando hecho un adefesio maloliente.
El proceso de unión del alma con Dios es precisamente este, así que respiremos hondo, y al tajo, que queda mucho que currar….
Esto es lo que te quisiera mostrar a partir de ahora.
Aviso: no quiero ir por la vida de listillo. No soy ningún experto teólogo ni tengo estudios de exégesis ni de hermenéutica. Hablo de mi experiencia personal, eso sí, de más de cuarenta años, tratando de caminar por cañadas oscuras. Y todo esto, con debido respeto a los doctores de todas las teologías y doctrinas con los que, lógicamente,no pretendo competir en sabiduría.
Lo que pretendo compartir es mucho más sencillo.
Te dejo con el Salmo 23, que expresa claramente mi sentir.
1 El Señor es mi pastor, nada me falta.
2 Por verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas,
2 Por verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas,
3 y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre.
4 Aunque camine por cañadas oscuras, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, me sosiegan.
5 Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, y mi copa rebosa.
6 Su, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa de mi Señor por todos los días de mi vida.
4 Aunque camine por cañadas oscuras, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, me sosiegan.
5 Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, y mi copa rebosa.
6 Su, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa de mi Señor por todos los días de mi vida.
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