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Jesús les
habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en
tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Jn 8, 12
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Lista de dogmas de la Iglesia católica: 199, desplegados en los
siguientes…
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Dios uno y trino 32
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Dios trino en personas 10
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Dios creador 30
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Dios redentor –la Persona- 12
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Dios redentor –la obra- 10
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Dios redentor -la Madre- 4
-
Dios santificador –la Gracia- 28
-
Dios santificador –la Iglesia- 25
-
Dios santificador – Los
sacramentos- 11
-
Dios santificador – La Eucaristía-
15
-
Dios santificador – La Penitencia-
22
-
Dios santificador – Los otros
sacramentos- 18
-
Dios consumador 12
Zona de niebla
Llevo prácticamente toda mi vida en una lucha interior entre el
planteamiento triunfal que me hace la Iglesia católica en relación a una fe
luminosa que nos hace felices y dichosos, y la experiencia personal de una fe
que me hace caminar por cañadas oscuras.
El planteamiento teológico y doctrinal de la
Iglesia mantiene desde sus orígenes una dialéctica o discurso basado en un
modelo estándar, con un estilo estándar y una jerga y terminología estándar,
que no puede salirse ni un solo ápice del guión expuesto sobre la base de los
199 dogmas de la Iglesia católica, y que constituye la totalidad de los discursos,
homilías, escritos, encíclicas y demás documentos escritos y manifestados
verbalmente por la clase sacerdotal. Lo que obliga a recelar de todo aquello
que sobre la fe podamos decir y manifestar los parroquianos. Una vigilancia
extremadamente estrecha, que en épocas cuando la curia tenía el poder que
ahora, afortunadamente, no tiene, permitía condenar de herejía a todo aquel que
se salía del guión de la película, con riesgo cierto de ser condenado a la
hoguera, y por supuesto, al puto infierno.
Acabo de leer la última encíclica, denominada
Lumen fidei (la luz de la Fe), del Papa Francisco, que me da la sensación de
que tiene tantos admiradores como detractores. Y como siempre, me voy a
manifestar sin la autoridad que sólo poseen en estos asuntos los que se les ha
dado desde lo Alto. No obstante, lo hago, entre otras cosas porque este blog
tiene sentido invocando el derecho a la libre expresión (lo que no creo que
acepten en estos asuntos las autoridades eclesiásticas).
Para no extenderme demasiado, esta es una
encíclica que ya desde la primera frase, no hay que ser muy listo para saber de
qué trata, y cuál va a ser, más o menos su contenido, dado que está redactada
en un riguroso estilo estándar, de todos conocidos; lo que supone que no dice
nada nuevo que los católicos no sepamos ya. Efectivamente, una vez leída, dice
lo único que puede decir según el discurso estándar de la Iglesia católica.
Nada nuevo.
Además, a mí, por lo menos me impresiona de
que está escrita en un tono algo desganado, como a la fuerza, de carácter muy
catequético al estilo estándar, sin demasiada expresividad, como por obligación.
El que la haya escrito, no ha tenido demasiada inventiva; y si ha sido el
propio Papa, lo ha hecho sin aplicarse demasiado.
Por lo demás, manifiesta una fe brillante,
luminosa, que ilumina permanentemente nuestro caminar hacia Dios. De esto se
deduce que digamos todo exultantes de gozo aquello de “por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan
sin cesar el himno de tu Gloria”.
Puede que esto le resulte a alguien una
crítica, pero es que, mutatis mutandi, es el discurso que mantienen el 99,99%
de los sacerdotes en las homilías, razón por la que las mujeres aprovechan ese
ratito de tranquilidad, mientras el cura dice lo mismo de siempre, para pensar
qué van a hacer de comida, y los hombres cómo van a rellenar la próxima
quiniela.
Existe además una tendencia generalizada en
este modelo estándar, de hablar siempre en plural mayestático (nosotros),
quedando cada cual reducido a un elemento de una multitud que aclama con
vítores y palmas a Jesucristo nuestro Señor, amén. Bien es verdad que Jesús nos
enseña el Padrenuestro en clave de nosotros, y “donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos”.
Pero también en Mateo 6 proclama la intimidad
profunda con el Padre…
6:5 Y cuando
ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las
sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de
cierto os digo que ya tienen su recompensa.
6:6 Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
6:6 Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
Luego hay, como en otras muchas ocasiones dos
versiones complementarias (que a veces impresionan de opuestas), de vivir la
fe, en Comunidad y en relación directa del alma con Dios.
A riesgo de estar equivocado, que posiblemente
lo estaré, todo lo comunitario me evoca himnos y cánticos inspirados entonados
por una multitud extasiada ante Dios. Lo personal me evoca silencio, vacío y en
muchas ocasiones noche, oscuridad y soledad, como poco me evoca navegar bajo la
niebla.
Catarsis
La palabra catarsis, del griego purificación,
tiene en el Diccionario de la Real Academia dos acepciones que nos interesan.
2. f. Efecto que causa la tragedia en el espectador al
suscitar y purificar la compasión, el temor u horror y otras emociones.
3. f. Purificación, liberación o transformación
interior suscitados por una experiencia vital profunda.
A parte de la purificación ritual de los
griegos, las acepciones 2 y 3 aplican, la primera al efecto comunitario y la
segunda al efecto personal de transformación.
En la primera, a juzgar por las expresiones
rituales, todo se describe en relación a la fe y sus manifestaciones como
clímax de gozo y de tragedia, de éxtasis o trance comunitario y de
flagelamiento colectivo por nuestras grandísimas culpas, tal como “el mundo
entero se desborda de alegría”, o como diversas comunidades católicas se
manifiestan ¡¡estar de colores!! O abrumadas por el peso de las ignominiosas
culpas.
Recuerdo cómo un párroco de la iglesia a la
que solía y a veces sigo asistiendo, nos obligaba a los parroquianos a sentirnos
míseros gusanos hediondos llenos de podredumbre y merecedores del puto infierno
al empezar la misa (poco más y teníamos que darnos de latigazos) y delirantemente exultantes de gozo, cantando
aleluyas con el órgano sonando a toda trompetería al terminar. La gente le
miraba con cara neutra preguntándose el por qué de los dos extremos (salvo las
viejitas que le bailaban el cante), que yo personalmente nunca entendí.
Así que luego compruebas que evidentemente no
es así, que salvo en muy contadas ocasiones vividas por determinados grupos ultra
católicos dados a este tipo de prácticas extremas, el común de las gentes salen
de misa de domingo igual que han entrado, pensando el sus asuntos, la jornada
de fútbol del domingo, o qué van a comer cuando lleguen a casa.
Pero el guión estándar de las enseñanzas
doctrinales te describen un panorama en el que si no sientes y experimentas la
catarsis comunitaria de la fe, casi que lo tienes chungo, y lo llevas claro...
porque algo falla.
En mi experiencia personal, este contrapunto
entre las manifestaciones doctrinales públicas, comunitarias y llena de signos
y ritualidad extrema de la fe y lo que el alma experimenta en la soledad, vacío
y niebla de su rincón secreto (donde realmente Dios habita), prima facie me ha hecho pensar durante
algunos años que yo tenía un problema y que si yo no experimentaba esas
exaltaciones de gozo y de agonía que parecía ser una norma obligada de todo
buen católico, era porque vivía sin la Gracia de Dios. Me confesaba una y otra
vez, pero nada. Hasta que comprendí en carne propia que los místicos tienen
razón, y que el camino hacia Dios no es precisamente un triunfal paseo militar,
sino una experiencia de silencio, vacío y soledad, toda ella envuelta en un
escenario de niebla, únicamente atenuado justamente por esa fe en Aquel que
sabes te tiene tomado de la mano y te conduce, si y solamente si, tú cedes los
mandos de tu nave y te dejas guiar suavemente por Él. Porque el camino hacia
Dios es un proceso de catarsis, de purificación.
Y entonces todo cobra sentido, y lo mejor de
todo, todas las exigencias doctrinales dejan de ser un peso insoportable, para
ser valor añadido (los 199 dogmas) de un discurso que se tendría que resumir
exclusivamente y como mucho en el Credo y en el Padrenuestro, y ni un requisito
más.
El regreso
Continúo aquí con la historia del hijo
pródigo, que ya referí en la entrada anterior y en la 37.-Fiat lux, el final de
la búsqueda.
Llega el hijo todo receloso, no sea que el
viejo le mande a freír espárragos, pero no, es acogido y abrazado.
Peeero…
Ojito, que aquí viene lo bueno. Llegar, lo que
se dice llegar, habrá llegado, pero queda lo peor, quitarle los harapos, dejarle
desnudo totalmente y ser sometido a un nada agradable proceso de limpieza.
Es algo así como si al ver el Padre al hijo,
le dijera.
- ¿Pero
hijo, tú te has visto cómo vienes? Tienes más mierda que un jamón. Anda, ve con
mis criados, que te van a quitar esos harapos, y te van a lavar. Te tendrán que
restregar con cepillos de cerdas, y yo te tendré que curar con alcohol esas
heridas que tienes. Y te aseguro que te va a doler…
Y sí que duele, sí.
Después de una vida disoluta y haciendo lo que
me viene en gana, o sin llegar a esos extremos, viviendo en la creencia de que
“yo” soy “yo” y mi circunstancia, deshacerme de esa armadura oxidada va a
costar un proceso muy severo, ¿de qué? De HUMILDAD.
El proceso de purificación, al que es sometido
el alma en las primeras moradas es denominado por Teresa de Jesús, de
humillación, que significa limpiar de humus viejo, lo que cubre el suelo, para
pode sembrar la nueva semilla en humus nuevo.
Es por eso que si el camino en el que se entra
al optar por seguir los pasos de Jesús fuese luminoso, pues seguiríamos
bastándonos a nosotros mismos; “yo mismo con mi mecanismo”. Es necesario
aceptar que vamos a entrar en zona de niebla, donde nuestra capacidad de ver va
a estar muy limitada, razón por la que o te fías de Él o vas dado, porque el
territorio en el que aceptas entrar es completamente desconocido, tu Vida
Interior, algo tan íntimamente nuestro como nuestro rostro, pero tan
desconocido por nosotros mismos como si viviéramos en un mundo sin espejos.
¿Quién puede ver su rostro sin ayuda de un espejo (o de una foto que le hagan)?
Y el problema viene en el hecho ya referido en
bastantes ocasiones, de que los curas se arrugan y se hacen un ovillo ante
alguien que le manifiesta este tipo de experiencias, porque como no saben
salirse del guión de la peli, de ese discurso estándar de sobra conocido, no
son capaces de decir cosa distinta a recitar las verdades doctrinales, también
de sobra conocidas y que no son de aplicación a las experiencias íntimas del
alma con Dios. O al menos esta ha sido mi experiencia con ellos salvo muy
contadas y honrosas excepciones de uno, a lo sumo dos sacerdotes en toda mi
vida que sí empatizaban conmigo respecto de lo que yo les compartía, me estaba
sucediendo. Es como cuando vas a un médico que no sabe que puedes tener ni a
qué se puede deber tus dolencias.
Te pongas como te pongas, en el largo proceso
de regreso a casa, no queda otra que aceptar este proceso de purificación que
te obliga a reconocer sencillamente que tú no puedes ir por tu cuenta, porque
has de atravesar zonas de niebla, de oscuridad, de turbulencias y de desierto,
y sólo en contadas ocasiones sale realmente el sol, gozo que te dura toda la
vida…
Es un feroz ataque por parte de Dios a ese yo
artificial que nos hemos elaborado, y que por vía genética nos viene de esos
dos idiotas que fueron Adán y Eva (por hacer referencia al mito), que viene a
decir que somos fruto de una evolución biológica, psicológica, social y
espiritual que está inconclusa.
Durante 650 millones de años los seres pluricelulares
han evolucionado sin que la consciencia se hubiera manifestado. Al emerger el
ser humano de esos “filos” de la Evolución y adquirir consciencia (o mejor
dicho creer que la tenemos), hemos de
aplicarla al camino que nos queda por recorrer, que no es precisamente ni “de
colores”, ni desbordante de alegría.
Quizás la Iglesia gusta de describir el futuro
celestial triunfante desbordante de alegría para los 143.000 elegidos del
Apocalipsis (acaso olvidándose de los 143.000 millones de desterrados por no
estar bautizados católicamente), y desatiende el detalle de cómo han de
atravesar ese camino de subida al Monte Carmelo, todo aquel que realmente desee
el encuentro pleno y final con Dios. Porque tantas veces como leo la doctrina,
lo que me dice es la relación de las 199 cosas en las que estoy obligado a
creer, pero no, en cómo resolver los atolladeros en los que Dios me somete para
purificar mi alma.
O debo ser tan tonto, tan estúpido, tan
ignorante, que viéndolo no me doy cuenta de lo diáfanamente claro que está.
Probablemente el problema lo tenga yo. Pero
conmigo todo aquel que se lamenta diciendo.
A dónde
te escondiste
Amado y me dejaste con gemido.
Como el ciervo huiste
Habiéndome herido
Salí tras ti clamando y eras ido.
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