Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
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Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

lunes, 22 de julio de 2013

172.- Zona de oscuridad





Crepúsculo

Los seres humanos vivimos en una permanente ansia por despejar las múltiples incertidumbres que nos plantea la vida en todo momento. A penas tenemos certeza de los que nos sucede en el momento presente. Tanto lo pasado como lo futuro está envuelto en una espesa nube dentro de una densa oscuridad. No estamos seguros ni de qué pasó, ni de qué sucederá, y ni tan siquiera qué está sucediendo en estos momentos.

La Ciencia, incluso, ha entrado en el resbaladizo mundo de la mecánica cuántica donde nada empieza a ser lo que parece.

Einstein en su metáfora del reloj, explica cómo la realidad es como un reloj, del que vemos la esfera con sus manecillas, separada de nosotros por el cristal. Al ver cómo se comportan las manecillas, marcando el paso de las horas y de los minutos, el físico trata de imaginar cómo será el mecanismo que, detrás de la esfera, hace posible que las manecillas se comporte de esa determinada manera. La física de Newton al menos nos permitía establecer este tipo de modelos “deterministas” que nos aportaron la relativa seguridad de que la realidad es lo que ven y demuestran nuestros ojos y nuestra mente, y de paso colocar un la sonda Curiosity en la superficie de Marte. Pero con la mecánica cuántica, rama de la Física a la que la comunidad científica se vio abocada a entrar tras las demostraciones de Plank, pasamos de un mundo determinable a la de un mundo donde las cosas no existen, sino que “tienden a existir”, dentro de una razonable probabilidad, donde las partículas subatómicas existen en la medida en que nosotros pensemos que pueden existir como ha sido el caso del famoso Bosón de Higgs. Ecuaciones matemáticas que predecían su existencia y fiándonos de ellas, cuarenta años y la construcción del CERN de Ginebra, que ha costado demostrar que Higgs tenía razón.

Vivimos por tanto en un mundo en el que para que algo exista, y se pueda determinar sus propiedades, el observador ha de entrar en escena de un modo decisivo. La formulación de Copenhague elaborada entre los físicos más relevante de los años veinte, los que se reunían en Bruselas en las conferencias de Solvay (Einstein, Plank, Bohr, Pauli, Heisenberg, Schrödinger, Marie Curie, etc) dice más o menos lo siguiente: “No importa a qué se refiere la mecánica cuántica; lo importante es que funciona”. Es decir, hasta lo real, lo tangible, lo perfectamente determinado, se desvanece y está entrando de la mano del modelo estándar de la Física de partículas y la resbaladiza teoría de cuerdas y supercuerdas en mundos de más de cuatro dimensiones, hasta once. Hasta hay voces que proclaman que en realidad la Física no es otra cosa que un estudio lo más objetivo posible de estados de la consciencia que “imagina” cosas que se comportan “como si…”, y en la medida en que los modelos “parece que funcionan”, se aceptan al menos cautelarmente,  aunque esos modelos nos describan universos inimaginables para nuestra mente.

Siguiendo la tesis de Fritjof Capra, autor del maravilloso libro “El Tao de la Física”, el desarrollo actual del Conocimiento está obligando a derribar la muralla existente entre el mundo sutil y el mundo físico, dado que cuando se introduce en ambos escenarios, al final se encuentra ante algo tan inimaginable como la consciencia en estado puro. Quizás el mundo determinista de Newton, en el que todos creemos que desarrollamos nuestra vida diaria, supone un muy estrecho margen de visibilidad, como el rango de luz visible supone respecto de todo el espectro electromagnético. Filosofía, física, biología, religión, espiritualidad, arte, al final todo es simplemente manifestaciones de la consciencia, y de cómo esa consciencia crea el mundo en el que cree que vive. Nada es completamente real ni completamente falso, todo es una cuestión de probabilidad. Y acaso, todo lo creado no es otra cosa que un entramado matricial de “-branas” y cuerdas vibrando en un espacio de once dimensiones donde la consciencia de cada cual no es sino una ilusión perfectamente diseñada para ser interpretada “como si…” fuese real. Pero ¿qué es lo real? Nadie lo sabe.

Quizás para el común de las gentes este tipo de planteamientos no aplica en sus vidas. Ven lo que ven, creen en lo que creen, o no, pero realmente son simples “no pensadores”, y por ello, estas incertidumbres no plantean un serio problema, porque los planteamientos filosóficos, existenciales y científicos preocupan a los humanos que Paul Radin, antropólogo estadounidense de comienzos de Siglo XX denomina “hombres pensadores”. Porque por otra parte están los “no pensadores”, que en realidad constituyen la mayoría de la Humanidad.

Cuentan que Knud Rasmussen, célebre explorador groenlandés de finales del XIX y comienzos del XX, en una de sus exploraciones árticas, conoció a una tribu de  inuits (esquimales) en Alaska. De una conversación con el anciano de la tribu, llamado Aua, reproducimos el siguiente fragmento:

“-A los hombres no les gusta pensar –explicaba Aua-. Les molesta ocuparse de lo que resulta difícil de comprender. Quizás sea este el motivo de que separamos tan poco sobre el cielo y la tierra, el origen del hombre y los animales. Porque cuesta trabajo entender por qué nos formamos y a dónde iremos a parar cuando ya no vivamos. El principio y el fin están envueltos en la oscuridad ¿Cómo podríamos averiguar más sobre todo esto tan importante que nos rodea y sobre ese ser que definimos como “hombre” y sobre los animales, pájaros y peces de todos los países y ríos y mares?

-Nadie sabe con certeza el principio de la vida. Sin embargo quien tiene los ojos y los oídos abiertos y recuerda los relatos de nuestros antepasados, siempre se entera de algo con que llenar el vacío de nuestros pensamientos. Por eso, a todos nos gusta escuchar a nuestros sabios ancianos, que nos hablan de lo que dijeron nuestros antepasados ya muertos. Porque nuestras creencias y nuestros mitos son las palabras de los muertos.

-Ves, el hielo se extiende hasta donde se pierde la vista, no hay hierba ni matorral. La fuerza del viento ha arreciado. Nieve y tempestad. Mal tiempo para la caza. Sin embargo, tenemos que salir a buscar comida a diario.

-¿Por qué ha de haber tormentas que nos impiden encontrar la carne para alimentar a nuestros hijos? Los cazadores llegaron hace una hora sin encontrar nada. ¿Por qué?

-Mis niños permanecen acurrucados ateridos de frío, protegidos tan sólo con esta manta. ¿Por qué?

-Mi hermana está en ese catre enferma, sin posibilidad de que la vea un curandero o uno de vuestros médicos. Se morirá entes de una semana ¿por qué? ¿Por qué ha de padecer dolores y sufrir esa pobre mujer que no ha hecho mal a nadie?

- Tampoco tú puedes responder a la pregunta de por qué es así la vida. Y así debe ser. Nuestras costumbres proceden de la vida, y están encauzadas cara a la vida. No hallamos explicación ni creemos en esto o en aquello. La respuesta está en lo que acabo de mostrarte. Tenemos miedo… mucho miedo. Por eso nuestros antepasados aprendieron a defenderse con todas aquellas armas y medidas que encontraron, y desarrollaron habilidades y costumbres que se han transmitido a través de generaciones enteras, hasta nosotros. No comprendemos muy bien el por qué de muchas de ellas, pero  las observamos para poder vivir en paz.

- Sin embargo, y a pesar de nuestros angacoqs (chamanes), nuestro saber es tan escaso, que tenemos miedo de todo.

Kurt Seeberger

Mil dioses y un Cielo



Tenemos miedo de todo

Esta frase del esquimal Aua lo encierra todo. “tenemos miedo de todo”. Y para exorcizar el miedo, nada mejor que aferrarse a unas creencias concretas, dictadas por las autoridades, que jamás deben ser cuestionadas.

Hay una parábola muy conocida, que explica bastante bien todo esto. Es la vieja y conocida parábola del elefante, que dice más o menos así. En un país de ciegos, donde todos eran ciegos, y todos estaban perfectamente organizados en medio de su ceguera, llega a las inmediaciones de la ciudad reino, amurallada con una empalizada, un mercader que viajaba con un elefante. Como quiera que estuviera cansado, decidió descansar durante un rato. El elefante al caer y tumbarse provocó un espantoso estruendo que hizo templar toda la ciudad. Los ciegos se asustaron tanto que decidieron enviar una patrulla de reconocimiento para ver qué era lo que había provocado el temblor de tierra. Un comando de ciegos llegó a las cercanías del animal, y con mucho temor, uno tocó la pezuña. Se retiró en seguida e informó que lo que había causado en temblor era un ser duro como una piedra, que impresionaba de muy poderoso, por lo que la ciudad corría un gran peligro. No seguros del dictamen de la primera patrulla, mandan a una segunda, y el explorador se topa con una oreja, que impresionaba de peluda y blanda. El diagnóstico era justamente el contrario. No parecía que lo que fuera pudiera ser peligroso. Una tercera patrulla se topó con la trompa y recibió el consabido trompazo. Salieron huyendo despavoridos y se enrocaron en la ciudad. Se organizó entonces un gran batallón para salir a combatir el monstruoso ser. Pero cuando salieron, el mercader ya se había ido con su elefante, no sin antes dejar los obligados excrementos y emunciones, de proporciones jamás imaginadas por aquellos habitantes. El comando de exploración no podía encontrar una explicación racional a todo aquello, por lo que se convocaron múltiples concursos de ideas para embarcar a las mentes más preclaras en investigar las posibles causas, efectos y consecuencias a largo plazo de aquel fenómeno provocado por tan quimérica criatura, y convertido en descomunal cantidad de excrementos. A raíz de aquello se crearon una serie de mitos y leyendas, todas, por supuesto falsas, que atemorizaron a toda la ciudad, de generación en generación, lo que por cierto, la casta de chamanes, siempre solícita en eso de proteger a los indefensos fieles de los malos espíritus, aprovechó para convertir aquello en infundado temor que sólo ellos, podían exorcizar, y en ningún caso desmontar, a través de lo que podríamos denominar “un modelo doctrinal estándar” para conjurar la oscuridad y el miedo, a lo que los fieles estaban totalmente volcados en apoyar con numerosos y generosos donativos. 

Diseñando un modelo doctrinal estándar

El modelo estándar de la doctrina católica, sin entrar en temas filosóficos espesos como los que te planea la teología tomista, escolástica, que es cosas de entendidos; para gente soez, sin estudios y de baja ralea como somos todos los parroquianos de a pie la cuestión religiosa se reduce a algo muy sencillo, esto es creer, es decir a aceptar toda la dogmática católica, frecuentar los sacramentos y no putear al vecino, y si lo haces, pues te confiesas y listo, eso sí, con propósito de la enmienda. Si mueres en Gracia de Dios, vas al Cielo, aunque el perdón no exime de cumplir una condena de aburrimiento prolongado en algo que se ha dado en llamar purgatorio, que nadie sabe lo que es, pero que al parecer sirve para purgar las faltas cometidas, es decir, que aunque el cura te dé la absolución, no obstante el Eterno te la tiene jurada, y condenarte al infierno no te condenará, pero te va a fastidiar unos cuantos cientos o miles de años hasta que purgues todos tus desaguisados. Pero si no mueres en Gracia de Dios, porque algún pecado mortal se te ha pasado por alto, entonces lo llevas claro, colega.

Esto es como tener una cuenta abierta, con el debe (pecados y cuentas que saldar), y un haber (o Gracia que obtienes con la confesión). Un pecado mortal tiene que ser la repera, una deuda infinita, que merece un castigo infinito;  y la cosa va desde acostarte con tu novia sin pasar por la vicaría hasta cometer un genocidio como el del holocausto nazi, el castigo es igual de demoledor y eterno. Mientras no sea así, el balance entre el debe (saldo de cuenta con efectos retroactivo) y el haber (cantidad de Gracia acumulada por las confesiones) determinará si al morir te queda que pasar una buena temporada en el purgatorio o entras en el paraíso con permiso de San Pedro, el guardián de las llaves.

De esta forma, al menos como a mí me lo explicaron en el colegio, se establece la vida del buen católico, teniendo pleno conocimiento del balance entre el debe y el haber. Si detrás de esto hay una teología así de grande que explica el detalle, la verdad es que a mí ni lo sé ni me importa, porque seguro que las consideraciones filosóficas para gente ignorante como yo, me producirían continuos dolores de cabeza, y paso.

Os juro que si esta visión te la tomas en serio, como yo he hecho desde que era un tierno infante, te pasas toda la vida temiendo lo peor, y preguntándote si no estarás en el corredor de la muerte por vaya usted a saber qué pecados veniales o mortales sin confesar que hayas cometido y de los que no te hayas confesado. Y lo peor es que no tienes forma de ver y comprobar tu estado de cuentas con Dios, como hacemos con nuestras cuentas bancarias por Internet. Esto es un sin vivir, lo que parece que no preocupa a la clerecía.

Sea como sea, uno vive, salvo que esté literalmente obsesionado por su cuenta de pecados inconfesos sumergido en una película de terror. Y si por un casual pones en duda alguno de los 199 dogmas, entonces, como esto impresiona de herejía, y supongo que es condenable al infierno, pues apaga y vámonos.

Tienes tres opciones, la primera que esto te importe; entonces te ves impulsado a un comportamiento totalmente obsesivo y fanático, vigilando cualquiera de tus actos no sea que la vayas a fastidiar, te disminuya tu haber de Gracia y aumente tu debe de culpas y deudas, y hagas como me contó una vez un buen amigo, que creyendo había cometido un pecado mortal, estaba tan desesperado, que vio en la otra acera de la calle un sacerdote con sotana por supuesto, así que cruzó sin mirar, se acercó al cura y le rogó que allí mismo le confesara inmediatamente porque no podía vivir con esa culpa a sus espaldas, no fuera que se muriera allí mismo, y a pesar de que Jesús había muerto y resucitado por él, y había llevado siempre una vida digna de elogio y moralmente intachable, por un solo pecado supuestamente mortal, se fuera derechito al infierno.

La segunda supone considerar este planteamiento absurdo e insostenible, y como la Iglesia no muestra a la feligresía otra alternativa que esta, pues simplemente abandonar la práctica religiosa y confiar (que no creer), que Dios no puede haber planteado la vida de fe de esta forma tan angustiosa, y convertirte en un escéptico, agnóstico, o incluso en un ateo si llegas a la conclusión de que un Dios así no puede existir.

La tercera es haber tenido la suerte de haberte encontrado con Dios “de otra forma”, de haberte encontrado con Jesús en “modo nativo”, es decir, abrazando lo que Él nos comunica con su vida y su mensaje, o haber leído alguna obra sobre mística o hablado con algún santo de Dios sobre la vía directa del camino del alma hacia Dios. Si tienes semejante grado de suerte, puedes darte por bienaventurado, porque Jesús te ofrece la alternativa que le dio al joven rico.

Vivir el cristianismo “en modo nativo” es abrazar a Jesús tal cual, no prestando demasiada atención al edificio doctrinal que por la vía jerárquica la Iglesia católica ha desarrollado a lo largo de dos mil años. Ahora bien, esto tiene un precio, el de ser simplemente cristiano, sin segundo apellido, lo que te excluye de todas las confesiones cristianas que de un modo u otro se basan en facciones religiosas basadas en Jesús, pero con interpretaciones significativamente diferentes del Misterio de la Redención, siendo la católica, la confesión principal y de más larga tradición y de dogmática más elaborada y más barroca.

Es decir, te conviertes en un cristiano sin mayores atributos, y sin filiación con ninguna iglesia, es decir, simplemente eres cristiano, es decir, literalmente “nada”. Y por ello todas las confesiones cristianas te relegan a una profunda soledad y a un profundo vacío. Renuncias a la religiosidad de las iglesias para abrazar la espiritualidad del Evangelio. En ese ámbito no sé si hay alguien en este planeta. Te introduce en una profunda noche, en una profunda oscuridad. Eres un pájaro que trina en lo más profundo de la noche, y cuyo canto nadie escucha, porque unos están inmersos en el bullicio de este mundo y otros obsesionados con salvarse.

Este atrevimiento de ser coherente con uno mismo y tomar la decisión de adentrarse en las profundidades de una oscuridad impenetrable, la oscuridad de Dios, lo ilustra el sufismo (rama mística del Islam) con una bella alegoría, escrita por Niffari  el egipcio.

Hay naves en el mar que transportan viajeros; son las sectas y religiones, los dogmas y las organizaciones religiosas. Las naves naufragan y sus restos (las tablas) se hunden; es decir, incluso las buenas obras que no llegan a la abnegación total y toda fe que no es el conocimiento unitivo de Dios. La liberación hacia la eternidad es el acto de lanzarse al mar, a riesgo, de poner en peligro la propia vida. Porque “el mar” es el Océano de Dios.

Esta decisión de lanzarse al Mar es exactamente la de aceptar entrar por la puerta estrecha que menciona Jesús de Nazareth.

Pero este riesgo sólo es posible asumirlo, y el pavor que puede provocar “lanzarse al mar desde la supuesta seguridad” del barco doctrinal, sólo es posible, si se adquiere conciencia de la “no dualidad”, de aprehender, de comprender, de experimentar, que Dios y el alma humana es una sola cosa.

Este concepto de no dualidad no entra en el modelo doctrinal estándar de la Iglesia católica, porque todo se basa en una relación entre “yo” y otro distinto de mi, que me ama, pero que finalmente no le temblará el pulso para condenarme si no he sabido cumplir todas las normas de compromiso impuestas para entrar en el Cielo. 

Entrando en la zona de oscuridad.



San Juan de la Cruz calificaba la fe como oscura. No en el sentido literal de la palabra, sino en el hecho de que la luz de la razón no sirve para nada a efectos de discernir los pasos que hemos de dar para seguir la senda. En este mismo sentido, es en el que el anónimo autor inglés del Siglo XIV se refería en su conocido libro “la nube del desconocer” también llamado la nube del no saber. Básicamente afirman los dos el hecho de que entre el ser humano y Dios está establecida una densa nube que el razonamiento no puede penetrar. Y en los mismos términos establece Meister Eckhart al afirmar que cualquier idea que nos forjemos de Dios es rigurosamente falsa, dado que al Dios no se le puede alcanzar por la vía del raciocinio.

Es a la conclusión que llegó Tomás de Aquino, que tras haber escrito la Summa theológica, se dio cuenta tras recibir la iluminación, de la estupidez que había hecho con tantas tomos de palabrería teológica y de tantas disquisiciones sobre Dios; y el problema es que la cristiandad las había tomado en serio. Tras convencerse de lo inútil de su esfuerzo, parece ser que no volvió a escribir una sola línea más.

A Dios se le alcanza por la vía del “no saber”, es decir, del reconocimiento de que es absolutamente necesario anular todas nuestras potencias, y tal y como afirma San Juan de la Cruz, transformar nuestro entendimiento en “fe”, nuestra memoria en “esperanza” y nuestra voluntad en “amor”.

Y aún dice una cosa más el anónimo autor de la nube del desconocer. El alma debe situarse en medio de dos nubes, la primera, la del desconocer, entre ella y Dios, pero la segunda es la “nube del olvido”, entre ella y las cosas creadas.

El buen Jesús, no obstante ya explicaba estas cosas con otras palabras. Respecto de la nube del desconocer y el inútil esfuerzo de acceder a Dios mediante el intelecto, con aquello de que “nadie puede ganar un solo codo a su estatura a base de discursos”, y la segunda, la del desapego de las cosas creadas, con aquello de “vende todo cuanto tienes y dáselo a los pobres”.

Del cero al Infinito

En el fondo, todo este proceso de renuncia a poseer lo de abajo, y a poseer con nuestras entendederas lo de Arriba, es el proceso de no dualidad al que hemos de ser sometidos, para ser Uno con el Todo. Pero para ello debemos terminar siendo el cero frente al Infinito.

En la actualidad de nuestra vida somos un infinitésimo (todo lo grande que nos creamos ser), frente al Infinito. Ese infinitésimo es nuestro “yo”, el elaborado de nuestro pensamiento, que nos hace creer que somos lo que creemos ser y lo que valemos, podemos y sabemos por nuestro propio esfuerzo.

Efectivamente Dios nos da talentos, pero no son cualidades propias ni para uso y disfrute en lo que nosotros queramos. Los talentos recibidos son capacidades que Él nos da justamente para que ahondemos en ese proceso de renuncia a nosotros mismos, para quedar reducidos a cero, a la nada. Porque sólo así, ese Pocoyo (yo pero poco, del famoso muñeco de la tele), puede darse cuenta de que es pura invención, lo que creyeron ser Adán y Eva, y que jamás han sido salvo muñecos de trapo (según el catolicismo manejado por el maligno y todo eso del pecado).

Dios nos necesita vacíos de nosotros mismos para que Él pueda ser Uno con cada uno de nosotros, para que cada uno de nosotros dejemos de serlo, para, siendo literalmente cero, nada, realmente seamos la misma Unidad y Consciencia, esa no dualidad, ese uno sin segundo, base de la mística, que supone la unión total y absoluta del alma con Dios, objetivo final del Camino de Perfección de Teresa de Jesús, o de la Subida al Monte Carmelo o del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz.

Más allá del sentido teológico de la muerte de Jesús en la Cruz, en mi vida personal, su pasión y muerte es reflejo de mi pasión y muerte. Pasión que supone anularme completamente, anular ese infinitésimo que soy hasta hacerme cero, hasta morir… antes de morir para comprobar que realmente la muerte no existe.

Preparar el buque a son de mar

Todo lo dicho aquí, en realidad no es sino pura reflexión.

Porque frente a la incompetencia de la mente para imaginar a Dios, la alternativa única de que dispone el ser humano para perforar la nube del desconocer se denomina “contemplación”.

La contemplación es el grado sumo de oración universal, aquella en la que la mente ha de estar completamente en vacío, silencio y soledad con el Eterno, con el Infinito.

El vacío, el silencio y la soledad, lejos de ser una situación de paz y quietud, supone el descomunal desafío de afrontar una fabulosa tormenta, un desatado huracán, que es el que se establece entre yo y yo mismo, entre lo que creo que soy y me domina, mente, cuerpo y afectividad, y lo que soy en realidad, la misma esencia con Dios. Entre lo que nunca debí dejar de ser (de no ser por la torpeza de Adán y Eva de creerse los reyes del mambo, o por una Evolución biológica inconclusa), y lo que aspiro a ser, “espíritu” Uno con el Todo.

La vía directa hacia Dios es un sendero que nada tiene que ver con las bucólicas imágenes de los poster y maravillosas presentaciones que nos envían por Internet con reflexiones maravillosas donde todo es paz y felicidad.

Los místicos hablan de zonas de niebla, oscuridad, noche oscura del alma, turbulencias y desiertos. Y muy de vez en cuando un oasis donde aplacar la sed. Porque Dios conoce nuestra flaqueza y sabe que, aun siendo la tempestad y la aridez, el silencio el vacío y la soledad, la única forma de humillarnos totalmente hasta dejarnos a “cero”, en el más perfecto vacío, también sabe que nuestras fuerzas son muy limitadas, y necesitamos descansar y reponer fuerzas. Fuego y espada frente a paz y consuelo. Delicado balance este que sólo Él sabe administrar.

En toda esta aventura, ¿quién sería capaz de mantener su nave a fil de roda? ¿quién sabría mantener la caña de su timón firme sin perder la virada? Es por eso que sólo si cedemos los mando de nuestra nave en sus manos, esta aventura tiene algunos visos de llegar a buen puerto.

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