Crepúsculo
Los seres humanos vivimos en una permanente
ansia por despejar las múltiples incertidumbres que nos plantea la vida en todo
momento. A penas tenemos certeza de los que nos sucede en el momento presente.
Tanto lo pasado como lo futuro está envuelto en una espesa nube dentro de una
densa oscuridad. No estamos seguros ni de qué pasó, ni de qué sucederá, y ni
tan siquiera qué está sucediendo en estos momentos.
La Ciencia, incluso, ha entrado en el
resbaladizo mundo de la mecánica cuántica donde nada empieza a ser lo que
parece.
Einstein en su metáfora del reloj, explica
cómo la realidad es como un reloj, del que vemos la esfera con sus manecillas,
separada de nosotros por el cristal. Al ver cómo se comportan las manecillas,
marcando el paso de las horas y de los minutos, el físico trata de imaginar
cómo será el mecanismo que, detrás de la esfera, hace posible que las
manecillas se comporte de esa determinada manera. La física de Newton al menos
nos permitía establecer este tipo de modelos “deterministas” que nos aportaron
la relativa seguridad de que la realidad es lo que ven y demuestran nuestros ojos
y nuestra mente, y de paso colocar un la sonda Curiosity en la superficie de
Marte. Pero con la mecánica cuántica, rama de la Física a la que la comunidad
científica se vio abocada a entrar tras las demostraciones de Plank, pasamos de
un mundo determinable a la de un mundo donde las cosas no existen, sino que “tienden a existir”, dentro de una
razonable probabilidad, donde las partículas subatómicas existen en la medida
en que nosotros pensemos que pueden existir como ha sido el caso del famoso
Bosón de Higgs. Ecuaciones matemáticas que predecían su existencia y fiándonos
de ellas, cuarenta años y la construcción del CERN de Ginebra, que ha costado
demostrar que Higgs tenía razón.
Vivimos por tanto en un mundo en el que para
que algo exista, y se pueda determinar sus propiedades, el observador ha de
entrar en escena de un modo decisivo. La formulación de Copenhague elaborada
entre los físicos más relevante de los años veinte, los que se reunían en
Bruselas en las conferencias de Solvay (Einstein, Plank, Bohr, Pauli, Heisenberg, Schrödinger, Marie Curie, etc) dice más o menos lo siguiente: “No importa a qué se refiere la mecánica
cuántica; lo importante es que funciona”. Es decir, hasta lo real, lo
tangible, lo perfectamente determinado, se desvanece y está entrando de la mano
del modelo estándar de la Física de partículas y la resbaladiza teoría de
cuerdas y supercuerdas en mundos de más de cuatro dimensiones, hasta once.
Hasta hay voces que proclaman que en realidad la Física no es otra cosa que un
estudio lo más objetivo posible de estados de la consciencia que “imagina”
cosas que se comportan “como si…”, y en la medida en que los modelos “parece
que funcionan”, se aceptan al menos cautelarmente, aunque esos modelos nos describan universos
inimaginables para nuestra mente.
Siguiendo la tesis de Fritjof Capra, autor del maravilloso libro “El Tao de la Física”, el
desarrollo actual del Conocimiento está obligando a derribar la muralla
existente entre el mundo sutil y el mundo físico, dado que cuando se introduce
en ambos escenarios, al final se encuentra ante algo tan inimaginable como la
consciencia en estado puro. Quizás el mundo determinista de Newton, en el que
todos creemos que desarrollamos nuestra vida diaria, supone un muy estrecho
margen de visibilidad, como el rango de luz visible supone respecto de todo el
espectro electromagnético. Filosofía, física, biología, religión,
espiritualidad, arte, al final todo es simplemente manifestaciones de la
consciencia, y de cómo esa consciencia crea el mundo en el que cree que
vive. Nada es completamente real ni completamente falso, todo es una cuestión
de probabilidad. Y acaso, todo lo creado no es otra cosa que un entramado
matricial de “-branas” y cuerdas vibrando en un espacio de once dimensiones
donde la consciencia de cada cual no es sino una ilusión perfectamente diseñada
para ser interpretada “como si…” fuese real. Pero ¿qué es lo real? Nadie lo
sabe.
Quizás para
el común de las gentes este tipo de planteamientos no aplica en sus vidas. Ven
lo que ven, creen en lo que creen, o no, pero realmente son simples “no
pensadores”, y por ello, estas incertidumbres no plantean un serio problema,
porque los planteamientos filosóficos, existenciales y
científicos preocupan a los humanos que Paul Radin, antropólogo estadounidense
de comienzos de Siglo XX denomina “hombres pensadores”. Porque por otra parte
están los “no pensadores”, que en realidad constituyen la mayoría de la
Humanidad.
Cuentan que Knud Rasmussen, célebre explorador
groenlandés de finales del XIX y comienzos del XX, en una de sus exploraciones
árticas, conoció a una tribu de inuits
(esquimales) en Alaska. De una conversación con el anciano de la tribu, llamado
Aua, reproducimos el siguiente fragmento:
“-A los hombres no les gusta pensar
–explicaba Aua-. Les molesta ocuparse de lo que resulta difícil de comprender.
Quizás sea este el motivo de que separamos tan poco sobre el cielo y la tierra,
el origen del hombre y los animales. Porque cuesta trabajo entender por qué nos
formamos y a dónde iremos a parar cuando ya no vivamos. El principio y el fin
están envueltos en la oscuridad ¿Cómo podríamos averiguar más sobre todo esto
tan importante que nos rodea y sobre ese ser que definimos como “hombre” y
sobre los animales, pájaros y peces de todos los países y ríos y mares?
-Nadie sabe con certeza el principio de
la vida. Sin embargo quien tiene los ojos y los oídos abiertos y recuerda los
relatos de nuestros antepasados, siempre se entera de algo con que llenar el
vacío de nuestros pensamientos. Por eso, a todos nos gusta escuchar a nuestros
sabios ancianos, que nos hablan de lo que dijeron nuestros antepasados ya
muertos. Porque nuestras creencias y nuestros mitos son las palabras de los
muertos.
-Ves, el hielo se extiende hasta donde
se pierde la vista, no hay hierba ni matorral. La fuerza del viento ha
arreciado. Nieve y tempestad. Mal tiempo para la caza. Sin embargo, tenemos que
salir a buscar comida a diario.
-¿Por qué ha de haber tormentas que nos
impiden encontrar la carne para alimentar a nuestros hijos? Los cazadores
llegaron hace una hora sin encontrar nada. ¿Por qué?
-Mis niños permanecen acurrucados
ateridos de frío, protegidos tan sólo con esta manta. ¿Por qué?
-Mi hermana está en ese catre enferma,
sin posibilidad de que la vea un curandero o uno de vuestros médicos. Se morirá
entes de una semana ¿por qué? ¿Por qué ha de padecer dolores y sufrir esa pobre
mujer que no ha hecho mal a nadie?
- Tampoco tú puedes responder a la
pregunta de por qué es así la vida. Y así debe ser. Nuestras costumbres proceden
de la vida, y están encauzadas cara a la vida. No hallamos explicación ni
creemos en esto o en aquello. La respuesta está en lo que acabo de mostrarte.
Tenemos miedo… mucho miedo. Por eso nuestros antepasados aprendieron a
defenderse con todas aquellas armas y medidas que encontraron, y desarrollaron
habilidades y costumbres que se han transmitido a través de generaciones
enteras, hasta nosotros. No comprendemos muy bien el por qué de muchas de
ellas, pero las observamos para poder
vivir en paz.
- Sin embargo, y a pesar de nuestros
angacoqs (chamanes), nuestro saber es tan escaso, que tenemos miedo de todo.
Kurt Seeberger
Mil dioses y un Cielo
Tenemos
miedo de todo
Esta frase del esquimal Aua lo encierra todo.
“tenemos miedo de todo”. Y para exorcizar el miedo, nada mejor que aferrarse a
unas creencias concretas, dictadas por las autoridades, que jamás deben ser
cuestionadas.
Hay una parábola muy conocida, que explica
bastante bien todo esto. Es la vieja y conocida parábola del elefante, que dice
más o menos así. En un país de ciegos, donde todos eran ciegos, y todos estaban
perfectamente organizados en medio de su ceguera, llega a las inmediaciones de
la ciudad reino, amurallada con una empalizada, un mercader que viajaba con un
elefante. Como quiera que estuviera cansado, decidió descansar durante un rato.
El elefante al caer y tumbarse provocó un espantoso estruendo que hizo templar
toda la ciudad. Los ciegos se asustaron tanto que decidieron enviar una
patrulla de reconocimiento para ver qué era lo que había provocado el temblor
de tierra. Un comando de ciegos llegó a las cercanías del animal, y con mucho
temor, uno tocó la pezuña. Se retiró en seguida e informó que lo que había
causado en temblor era un ser duro como una piedra, que impresionaba de muy
poderoso, por lo que la ciudad corría un gran peligro. No seguros del dictamen
de la primera patrulla, mandan a una segunda, y el explorador se topa con una
oreja, que impresionaba de peluda y blanda. El diagnóstico era justamente el
contrario. No parecía que lo que fuera pudiera ser peligroso. Una tercera
patrulla se topó con la trompa y recibió el consabido trompazo. Salieron
huyendo despavoridos y se enrocaron en la ciudad. Se organizó entonces un gran
batallón para salir a combatir el monstruoso ser. Pero cuando salieron, el
mercader ya se había ido con su elefante, no sin antes dejar los obligados
excrementos y emunciones, de proporciones jamás imaginadas por aquellos
habitantes. El comando de exploración no podía encontrar una explicación
racional a todo aquello, por lo que se convocaron múltiples concursos de ideas
para embarcar a las mentes más preclaras en investigar las posibles causas,
efectos y consecuencias a largo plazo de aquel fenómeno provocado por tan
quimérica criatura, y convertido en descomunal cantidad de excrementos. A raíz
de aquello se crearon una serie de mitos y leyendas, todas, por supuesto
falsas, que atemorizaron a toda la ciudad, de generación en generación, lo que
por cierto, la casta de chamanes, siempre solícita en eso de proteger a los
indefensos fieles de los malos espíritus, aprovechó para convertir aquello en
infundado temor que sólo ellos, podían exorcizar, y en ningún caso desmontar, a
través de lo que podríamos denominar “un
modelo doctrinal estándar” para conjurar la oscuridad y el miedo, a lo que
los fieles estaban totalmente volcados en apoyar con numerosos y generosos
donativos.
Diseñando un modelo doctrinal estándar
El modelo estándar de la doctrina católica,
sin entrar en temas filosóficos espesos como los que te planea la teología
tomista, escolástica, que es cosas de entendidos; para gente soez, sin estudios
y de baja ralea como somos todos los parroquianos de a pie la cuestión
religiosa se reduce a algo muy sencillo, esto es creer, es decir a aceptar toda
la dogmática católica, frecuentar los sacramentos y no putear al vecino, y si
lo haces, pues te confiesas y listo, eso sí, con propósito de la enmienda. Si
mueres en Gracia de Dios, vas al Cielo, aunque el perdón no exime de cumplir
una condena de aburrimiento prolongado en algo que se ha dado en llamar
purgatorio, que nadie sabe lo que es, pero que al parecer sirve para purgar las
faltas cometidas, es decir, que aunque el cura te dé la absolución, no obstante
el Eterno te la tiene jurada, y condenarte al infierno no te condenará, pero te
va a fastidiar unos cuantos cientos o miles de años hasta que purgues todos tus
desaguisados. Pero si no mueres en Gracia de Dios, porque algún pecado mortal
se te ha pasado por alto, entonces lo llevas claro, colega.
Esto es como tener una cuenta abierta, con el
debe (pecados y cuentas que saldar), y un haber (o Gracia que obtienes con la
confesión). Un pecado mortal tiene que ser la repera, una deuda infinita, que
merece un castigo infinito; y la cosa va
desde acostarte con tu novia sin pasar por la vicaría hasta cometer un
genocidio como el del holocausto nazi, el castigo es igual de demoledor y
eterno. Mientras no sea así, el balance entre el debe (saldo de cuenta con
efectos retroactivo) y el haber (cantidad de Gracia acumulada por las
confesiones) determinará si al morir te queda que pasar una buena temporada en
el purgatorio o entras en el paraíso con permiso de San Pedro, el guardián de
las llaves.
De esta forma, al menos como a mí me lo
explicaron en el colegio, se establece la vida del buen católico, teniendo
pleno conocimiento del balance entre el debe y el haber. Si detrás de esto hay
una teología así de grande que explica el detalle, la verdad es que a mí ni lo
sé ni me importa, porque seguro que las consideraciones filosóficas para gente
ignorante como yo, me producirían continuos dolores de cabeza, y paso.
Os juro que si esta visión te la tomas en
serio, como yo he hecho desde que era un tierno infante, te pasas toda la vida
temiendo lo peor, y preguntándote si no estarás en el corredor de la muerte por
vaya usted a saber qué pecados veniales o mortales sin confesar que hayas
cometido y de los que no te hayas confesado. Y lo peor es que no tienes forma
de ver y comprobar tu estado de cuentas con Dios, como hacemos con nuestras
cuentas bancarias por Internet. Esto es un sin vivir, lo que parece que no
preocupa a la clerecía.
Sea como sea, uno vive, salvo que esté
literalmente obsesionado por su cuenta de pecados inconfesos sumergido en una
película de terror. Y si por un casual pones en duda alguno de los 199 dogmas,
entonces, como esto impresiona de herejía, y supongo que es condenable al
infierno, pues apaga y vámonos.
Tienes tres opciones, la primera que esto te
importe; entonces te ves impulsado a un comportamiento totalmente obsesivo y
fanático, vigilando cualquiera de tus actos no sea que la vayas a fastidiar, te
disminuya tu haber de Gracia y aumente tu debe de culpas y deudas, y hagas como
me contó una vez un buen amigo, que creyendo había cometido un pecado mortal,
estaba tan desesperado, que vio en la otra acera de la calle un sacerdote con
sotana por supuesto, así que cruzó sin mirar, se acercó al cura y le rogó que
allí mismo le confesara inmediatamente porque no podía vivir con esa culpa a
sus espaldas, no fuera que se muriera allí mismo, y a pesar de que Jesús había
muerto y resucitado por él, y había llevado siempre una vida digna de elogio y
moralmente intachable, por un solo pecado supuestamente mortal, se fuera
derechito al infierno.
La segunda supone considerar este
planteamiento absurdo e insostenible, y como la Iglesia no muestra a la
feligresía otra alternativa que esta, pues simplemente abandonar la práctica
religiosa y confiar (que no creer), que Dios no puede haber planteado la vida
de fe de esta forma tan angustiosa, y convertirte en un escéptico, agnóstico, o
incluso en un ateo si llegas a la conclusión de que un Dios así no puede
existir.
La tercera es haber tenido la suerte de
haberte encontrado con Dios “de otra forma”, de haberte encontrado con Jesús en
“modo nativo”, es decir, abrazando lo que Él nos comunica con su vida y su
mensaje, o haber leído alguna obra sobre mística o hablado con algún santo de
Dios sobre la vía directa del camino del alma hacia Dios. Si tienes semejante
grado de suerte, puedes darte por bienaventurado, porque Jesús te ofrece la
alternativa que le dio al joven rico.
Vivir el cristianismo “en modo nativo” es
abrazar a Jesús tal cual, no prestando demasiada atención al edificio doctrinal
que por la vía jerárquica la Iglesia católica ha desarrollado a lo largo de dos
mil años. Ahora bien, esto tiene un precio, el de ser simplemente cristiano,
sin segundo apellido, lo que te excluye de todas las confesiones cristianas que
de un modo u otro se basan en facciones religiosas basadas en Jesús, pero con
interpretaciones significativamente diferentes del Misterio de la Redención,
siendo la católica, la confesión principal y de más larga tradición y de
dogmática más elaborada y más barroca.
Es decir, te conviertes en un cristiano sin
mayores atributos, y sin filiación con ninguna iglesia, es decir, simplemente
eres cristiano, es decir, literalmente “nada”. Y por ello todas las confesiones
cristianas te relegan a una profunda soledad y a un profundo vacío. Renuncias a
la religiosidad de las iglesias para abrazar la espiritualidad del Evangelio.
En ese ámbito no sé si hay alguien en este planeta. Te introduce en una
profunda noche, en una profunda oscuridad. Eres un pájaro que trina en lo más
profundo de la noche, y cuyo canto nadie escucha, porque unos están inmersos en
el bullicio de este mundo y otros obsesionados con salvarse.
Este atrevimiento de ser coherente con uno
mismo y tomar la decisión de adentrarse en las profundidades de una oscuridad impenetrable,
la oscuridad de Dios, lo ilustra el sufismo (rama mística del Islam) con una
bella alegoría, escrita por Niffari el
egipcio.
Hay
naves en el mar que transportan viajeros; son las sectas y religiones, los
dogmas y las organizaciones religiosas. Las naves naufragan y sus restos (las
tablas) se hunden; es decir, incluso las buenas obras que no llegan a la
abnegación total y toda fe que no es el conocimiento unitivo de Dios. La
liberación hacia la eternidad es el acto de lanzarse al mar, a riesgo, de poner
en peligro la propia vida. Porque “el mar” es el Océano de Dios.
Esta decisión de lanzarse al Mar es
exactamente la de aceptar entrar por la puerta estrecha que menciona Jesús de
Nazareth.
Pero este riesgo sólo es posible asumirlo, y
el pavor que puede provocar “lanzarse al mar desde la supuesta seguridad” del
barco doctrinal, sólo es posible, si se adquiere conciencia de la “no
dualidad”, de aprehender, de comprender, de experimentar, que Dios y el alma
humana es una sola cosa.
Este concepto de no dualidad no entra en el
modelo doctrinal estándar de la Iglesia católica, porque todo se basa en una
relación entre “yo” y otro distinto de mi, que me ama, pero que finalmente no
le temblará el pulso para condenarme si no he sabido cumplir todas las normas
de compromiso impuestas para entrar en el Cielo.
Entrando en la zona de oscuridad.
San Juan de la Cruz calificaba la fe como oscura. No en el sentido
literal de la palabra, sino en el hecho de que la luz de la razón no sirve para
nada a efectos de discernir los pasos que hemos de dar para seguir la senda. En
este mismo sentido, es en el que el anónimo autor inglés del Siglo XIV se
refería en su conocido libro “la nube del desconocer” también llamado la nube
del no saber. Básicamente afirman los dos el hecho de que entre el ser humano y
Dios está establecida una densa nube que el razonamiento no puede penetrar. Y
en los mismos términos establece Meister Eckhart al afirmar que cualquier idea
que nos forjemos de Dios es rigurosamente falsa, dado que al Dios no se le
puede alcanzar por la vía del raciocinio.
Es a la conclusión que llegó Tomás de Aquino,
que tras haber escrito la Summa theológica, se dio cuenta tras recibir la
iluminación, de la estupidez que había hecho con tantas tomos de palabrería
teológica y de tantas disquisiciones sobre Dios; y el problema es que la
cristiandad las había tomado en serio. Tras convencerse de lo inútil de su
esfuerzo, parece ser que no volvió a escribir una sola línea más.
A Dios se le alcanza por la vía del “no
saber”, es decir, del reconocimiento de que es absolutamente necesario anular
todas nuestras potencias, y tal y como afirma San Juan de la Cruz, transformar
nuestro entendimiento en “fe”, nuestra memoria en “esperanza” y nuestra
voluntad en “amor”.
Y aún dice una cosa más el anónimo autor de la
nube del desconocer. El alma debe situarse en medio de dos nubes, la primera,
la del desconocer, entre ella y Dios, pero la segunda es la “nube del olvido”,
entre ella y las cosas creadas.
El buen Jesús, no obstante ya explicaba estas
cosas con otras palabras. Respecto de la nube del desconocer y el inútil
esfuerzo de acceder a Dios mediante el intelecto, con aquello de que “nadie
puede ganar un solo codo a su estatura a base de discursos”, y la segunda, la
del desapego de las cosas creadas, con aquello de “vende todo cuanto tienes y
dáselo a los pobres”.
Del cero al Infinito
En el fondo, todo este proceso de renuncia a
poseer lo de abajo, y a poseer con nuestras entendederas lo de Arriba, es el
proceso de no dualidad al que hemos de ser sometidos, para ser Uno con el Todo.
Pero para ello debemos terminar siendo el cero frente al Infinito.
En la actualidad de nuestra vida somos un
infinitésimo (todo lo grande que nos creamos ser), frente al Infinito. Ese
infinitésimo es nuestro “yo”, el elaborado de nuestro pensamiento, que nos hace
creer que somos lo que creemos ser y lo que valemos, podemos y sabemos por
nuestro propio esfuerzo.
Efectivamente Dios nos da talentos, pero no
son cualidades propias ni para uso y disfrute en lo que nosotros queramos. Los
talentos recibidos son capacidades que Él nos da justamente para que ahondemos
en ese proceso de renuncia a nosotros mismos, para quedar reducidos a cero, a
la nada. Porque sólo así, ese Pocoyo (yo pero poco, del famoso muñeco de la
tele), puede darse cuenta de que es pura invención, lo que creyeron ser Adán y
Eva, y que jamás han sido salvo muñecos de trapo (según el catolicismo manejado
por el maligno y todo eso del pecado).
Dios nos necesita vacíos de nosotros mismos
para que Él pueda ser Uno con cada uno de nosotros, para que cada uno de
nosotros dejemos de serlo, para, siendo literalmente cero, nada, realmente
seamos la misma Unidad y Consciencia, esa no dualidad, ese uno sin segundo,
base de la mística, que supone la unión total y absoluta del alma con Dios,
objetivo final del Camino de Perfección de Teresa de Jesús, o de la Subida al
Monte Carmelo o del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz.
Más allá del sentido teológico de la muerte de
Jesús en la Cruz, en mi vida personal, su pasión y muerte es reflejo de mi pasión
y muerte. Pasión que supone anularme completamente, anular ese infinitésimo que
soy hasta hacerme cero, hasta morir… antes de morir para comprobar que
realmente la muerte no existe.
Preparar el buque a son de mar
Todo lo dicho aquí, en realidad no es sino
pura reflexión.
Porque frente a la incompetencia de la mente
para imaginar a Dios, la alternativa única de que dispone el ser humano para
perforar la nube del desconocer se denomina “contemplación”.
La contemplación es el grado sumo de oración
universal, aquella en la que la mente ha de estar completamente en vacío,
silencio y soledad con el Eterno, con el Infinito.
El vacío, el silencio y la soledad, lejos de
ser una situación de paz y quietud, supone el descomunal desafío de afrontar
una fabulosa tormenta, un desatado huracán, que es el que se establece entre yo
y yo mismo, entre lo que creo que soy y me domina, mente, cuerpo y afectividad,
y lo que soy en realidad, la misma esencia con Dios. Entre lo que nunca debí
dejar de ser (de no ser por la torpeza de Adán y Eva de creerse los reyes del
mambo, o por una Evolución biológica inconclusa), y lo que aspiro a ser,
“espíritu” Uno con el Todo.
La vía directa hacia Dios es un sendero que
nada tiene que ver con las bucólicas imágenes de los poster y maravillosas
presentaciones que nos envían por Internet con reflexiones maravillosas donde
todo es paz y felicidad.
Los místicos hablan de zonas de niebla,
oscuridad, noche oscura del alma, turbulencias y desiertos. Y muy de vez en
cuando un oasis donde aplacar la sed. Porque Dios conoce nuestra flaqueza y
sabe que, aun siendo la tempestad y la aridez, el silencio el vacío y la
soledad, la única forma de humillarnos totalmente hasta dejarnos a “cero”, en
el más perfecto vacío, también sabe que nuestras fuerzas son muy limitadas, y
necesitamos descansar y reponer fuerzas. Fuego y espada frente a paz y
consuelo. Delicado balance este que sólo Él sabe administrar.
En toda esta aventura, ¿quién sería capaz de
mantener su nave a fil de roda? ¿quién sabría mantener la caña de su timón
firme sin perder la virada? Es por eso que sólo si cedemos los mando de nuestra
nave en sus manos, esta aventura tiene algunos visos de llegar a buen puerto.
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