A los que vivimos
nuestra vida dejándonos llevar por la Providencia, o al menos intentándolo,
pero nuestra formación, tanto científica como religiosa,
nos dificulta grandemente salirnos de la racionalidad científica como de la
ortodoxia doctrinal, lo que voy a comentar a continuación cuesta bastante
trabajo creerlo, tanto desde la racionalidad científica como desde el
adoctrinamiento.
El hecho es el
siguiente. Lo que expresé en la anterior entrada “algo maravilloso está a punto
de ocurrir”, es lo que ahora expreso como “algo maravilloso está sucediendo ya”.
Voy a tratar de
explicarme.
Problemas y misterios
La vida plantea
continuamente problemas y misterios. Los problemas los hemos de resolver cada
uno de nosotros con los recursos intelectuales que Dios nos ha dado. Los misterios hay que vivirlos, hay que experimentarlos (o
experienciarlos), porque el ser humano no es capaz ni de entenderlos ni de
poderlos resolver.
Según nos haya ido
en la vida, según el éxito que podamos haber tenido, podemos llegar a creer que
somos capaces de resolver todos los acertijos de nuestra existencia. Y aunque
ante los demás nos las demos de tipos listos, nuestra almohada, nuestra mejor
amiga y confidente, sabe que de eso nada; que a medida que pasan los años, nos
vemos con más experiencia vital y por eso mismo, con cada vez menos capacidad
para comprender la razón de toda la sinrazón que nos envuelve. Así que, a menos
que nos empeñemos en secarnos el seso a fuerza de discursos, como hacía Don
Quijote, y así terminó nuestro caballero, luchando contra molinos, la realidad
nos obliga a empezar a reconocer, con nuestras sienes ya nevadas, que los
problemas, todos los problemas que nos empeñamos en resolver, no son sino las
puntas de un inmenso iceberg que constituye el misterio de la Vida con
mayúsculas.
Y es que con los
años, uno se empieza a dar cuenta de que todo lo claro que se tenían las cosas
a los veinte, todo lo confuso que terminan estando a los sesenta. Y el problema
radica en que si pretendemos comportando “como sí” pudiéramos o supiéramos
resolver los acertijos de la vida (como por ejemplo, el por qué de la actual
crisis económica, o si Dios existe o pudiera no existir, que para el caso es un
empeño igualmente estúpido), lo único que conseguimos es montarnos una película
de ficción que lo único que persigue en el fondo es que nos lleguemos a creer
que “comprendemos” las cosas, de la misma forma que un niño “comprende” su
infantil universo, a modo de comic. Pero eso a la realidad le resbala
absolutamente, aunque nosotros nos quedemos
cargaditos de razón, creyéndonos que el mundo es tal y como le vemos y
comprendemos nosotros. Eso al menos tranquiliza nuestro ego, nuestro pequeño
“yo” y nos sentimos valiosos y con un fuerte subidón de autoestima, que sirve
sólo de puertas para fuera, porque ante nuestra almohada, esa fábrica realmente
carece de valor. Porque realmente sólo los necios, los idiotas tienen la osadía
de creer saber de qué va esto de la vida. Porque sólo los necios, los idiotas,
como diría Bernard Shaw, son capaces de quejarse continuamente porque el mundo
no les hace felices.
La nube del
desconocer es una constante en la vida humana, como lo es la constante de gravitación
universal. Cuando creemos dominar un tema, siempre surge una nueva cuestión que
nubla la claridad de ideas que creíamos haber logrado. Cuando la física
clásica de Newton creía haber alcanzado el máximo conocimiento de los fenómenos
naturales, y hasta nos ha permitido llegar a la Luna y más allá, viene Max
Planck y plantea el problemas de los cuantos de energía. Y cuando esto se creía
comprender, viene la nueva física teórica con cosas similares como la teoría de
cuerdas, la Teoría “M” y demás, y nos vuelve a poner en tela de juicio los
fundamentos más firmes de lo que creíamos era la Física, para sugerirnos que la
Ciencia y el Tao no distan mucho la una del otro, como por otra parte, no puede
ser de otra forma.
Y así con todo, en
realidad, en la vida hay más misterios que problemas, o dicho de otra forma,
los problemas es lo que podríamos denominar como la superficialidad de los
misterios.
El que sólo acepta
la existencia de los problemas, pero rechaza el misterio, termina viviendo en
una desazón continua, porque para conseguir la ansiada paz necesita
desesperadamente tener todo bajo su control, entenderlo todo, aunque no pueda
corregir los errores; pero al menos comprender. El ser humano necesita
desesperadamente comprender. Cuando en un alarde de sinceridad consigo mismo,
acepta que eso es un imposible, se ve enfrentado directamente ante el Misterio,
un misterio que le produce pavor, porque es cuando realmente toma conciencia de
quién es, y de la exigua capacidad de comprensión que la mente humana posee
ante el Misterio con mayúscula. Pero como le sucedió a Job, sólo cuando aceptó el Misterio
que subyacía tras sus desgracias, supo encontrar la paz de espíritu al aceptar
la Divina Providencia.
Los humanos somos
muy dados a estructurarnos, a formular modelos de realidad que nos permitan
comprender. Es esencial para nuestra supervivencia. Si no nos metemos en
demasiadas profundidades, nuestro pequeño mundo se puede definir y configurar
en torno a los problemas de la vida diaria. Esto lo podemos abordar desde las
capacidades de nuestro yo pequeño, de los recursos mentales, y sí que es verdad
que si somos personas razonablemente sensatas, podemos ir saliendo del paso de
la vida con relativa dignidad. Pero esto sólo vale en lo relativo al desempeño
de nuestro trabajo, de nuestra vida conyugal y familiar (lo que en no pocas
ocasiones se podría considerar un éxito), de nuestra declaración de la renta y de qué
haremos las próximas vacaciones. Pero poco más. Porque si ampliamos el espectro
de problemas a, por ejemplo, lo social, lo que podamos pensar, no pasa de ser
una mera opinión, que se puede traducir en decisiones con cierta capacidad de
influencia dependiendo de nuestro rol en el juego. Si no, es sólo toreo de
salón.
Si nos colocan, las
menos veces por méritos propios y las más por intrigas de palacio, el bastón de
mando de todo buen político, entonces nuestro superego se pone manos a la obra en hacer y deshacer,
atar y desatar (algunos hasta están convencidos de que tienen capacidad de atar y desatar así en la tierra como en el cielo)
y en gestionar o manipular vidas, haciendas y conciencias, para tratar de
conseguir doblegar la realidad a nuestros deseos. Esto a veces se consigue, y
salvo honrosas excepciones, el resultado de esta manipulación, por no llamarla "mamoneo", se llama “corrupción”, en la medida en
que el interés personal prima sobre el colectivo, que es, justamente, cuando el
buen trigo se convierte en cizaña.
Pero con todo, al
final, igual que todos tenemos que mear y tenemos que comer, también todos
tenemos que enfrentarnos a nuestra almohada, que como el algodón nunca engaña,
y nos termina cantando las cuarenta sobre todos nuestros autoengaños; eso sí,
sin que nadie se entere, que nadie puede saber que no sabemos a penas nada ni
sobre la vida ni sobre nosotros mismos.
Normas, leyes, teorías,
estatutos, modelos de realidad, dogmas, creencias, reglamentos, estrategias y
demás inventos para reducir la vida a problemas que resolver, sólo consiguen
encorsetar nuestra mente y nuestro espíritu en un corpiño que apenas nos
permite respirar. Es lo más que da de sí nuestro estado de vigilia, en el que
creemos ser capaces de todo lo que se nos ponga por delante. Hay hasta algunos
que se creen capaces de alcanzar por sí mismos la santidad, la iluminación o la
transpersonalización y demás quimeras para la mente, aunque no para el corazón.
Estados de conciencia
En principio existen
tres estados de la conciencia (lo más parecido a nosotros mismos), el sueño, la
vigilia y la contemplación. En el sueño, nuestro yo nos deja en paz durante
algunas horas, de modo que hasta podemos descansar de nosotros mismos; gran
éxito este. En la vigilia, nuestro yo toma el mando y nos zarandea por donde a
él le da la gana, nos hace creer que somos él, y nos da una soberana paliza de
reflexiones, pensamientos y demás artilugios intelectuales, que nos deja
agotados al ponerse el sol, después de todo un día de trajín. A nuestro yo en
su estado natural de vigilia, los misterios son un incordio de tal calibre que
trata por todo los medios de negar su existencia, o de dejarlos reducidos a
fantasías, a chorradas, a cosas sin fundamento y por tanto sin ningún interés.
En relación al
sueño, el Vedanta Advaita diferencia el sueño profundo –sin ensoñaciones sushupti-, del sueño normal –con
ensoñaciones svapna-. A la vigilia la
llaman jagrat. Según el texto de la mandukya upanishad, mientras dormimos y soñamos (svapna)
la conciencia muestra un estado que comporta un universo perfectamente válido
dentro de su propio marco de espacio y tiempo. Mientras dormimos y no soñamos (sushupti) se pone de manifiesto un estado
de conciencia muy distinto; las experiencias sensoriales y las imágenes
mentales carecen de contenido específico, se detiene la actividad
de representación de la conciencia cognoscitiva (chitta) y se impone una especie de paz de las profundidades que caracteriza
la conciencia pura (Chit) sin conocimiento de lo particular, pero plenamente consciente en Sí Misma.
La contemplación es
otra cosa. Si se considera el sueño un solo estado, sería la contemplación, el
tercero; si no, sería un cuarto estado de la conciencia (turiya según el Vedanta). En cualquier caso, la contemplación es un
estado de la conciencia en el que nuestro yo pasa a un segundo plano, pero sin
caer en el sueño, sino en un estado de plena consciencia, de lucidez, donde los
misterios rechazados y despreciados por la vigilia, pasan a ser la
manifestación de la Realidad con mayúscula. Es un estado más profundo que el
sueño profundo, y más despierto a la vez que la vigilia.
Se trata de un
estado de conciencia pura; de conocimiento sin conciencia de nada particular,
pero plenamente consciente en Sí. Es conocimiento que no particulariza. La
contemplación es la condición natural del alma humana (el âtman de los orientales), que en él se hace evidente a Sí Mismo
como conciencia pura sin la participación de la conciencia cognoscitiva, de la
mente.
Parece ser, que
este estado contemplativo, o de cuarto nivel, sería como vibrar en una cuarta
dimensión, siendo lo normal de cualquier ser humano, vivir vibrando en tres
dimensiones (no sé si esto lo refieren los entendidos a las tres dimensiones
del espacio, o a los tres estados normales de conciencia, sueños ligero,
profundo y vigilia, porque últimamente se leen muchas cosas al respecto; los
psicólogos deben saber bastante más que yo de esto).
Sea como fuere, lo
que queda fuera de toda duda es que el estado contemplativo, descrito por los
místicos de todas las épocas, es un estado espiritual de percepción de la
Realidad, más allá de las cosas, más allá del holograma que resulta ser el
mundo en que vivimos, donde todo es verdad, pero nada es Real, porque la
Realidad está en otro plano de la consciencia, que supera la mente humana, tal
y como la conocemos y empleamos en la vida diaria, en nuestro confinador.
Todo esto se los
estados de la conciencia se puede estudiar desde lo psicológico, incluso con
instrumental neurofisiológico para captar las ondas alfa, beta, delta y zeta
del cerebro, pero esto nos volvería a encorsetar la Realidad como problema a
investigar y resolver. En este sentido, hay mogollón de estudios sesudísimos, y
me imagino que las revistas científicas se deben haber puestos las botas de
artículos de muy alto nivel intelectual. Pero es como buscar a Dios entre las
neuronas de la mente, y la lucidez entre las descargas de Acetilcolina de las
sinapsis neuronales. Dejemos esto para quien quiera entretenerse en estas
menudencias.
El Misterio
Volvamos al Misterio. El Misterio sólo es capaz de ser vivido y experimentado desde la
contemplación o cuarto nivel de la conciencia. La mente no sirve, sino sólo para
liarla parda y tratar de reducirlo a disquisiciones teológicas como las que se
montaba el bueno de Santo Tomás de Aquino, que escribió la Summa Theológica de
siete mil páginas (o más), hasta que alcanzó el estado de lucidez, de
contemplación; y a partir de ese momento dejó de escribir, porque le resultaría
una soberana gilipollez seguir gastando tinta y papel en algo que sólo se puede
experimentar, pero nunca explicar.
Esta contradicción
de tratar de explicar con teologías la fe, ha dado de comer a muchos eruditos y espabilatis,
tantos como a pobres incautos ha confundido.
Pongamos un
ejemplo. “Cristo vino a este mundo (en estas fechas de Navidad), y padeció por
nosotros, para redimirnos de nuestros pecados”. Pero ¿qué necesidad -se preguntará una mente normal- tendría el
pobre de padecer una muerte de cruz para que tú y yo seamos redimidos de
nuestros pecados, que además, de poco nos va a servir si morimos en estado de
presunto pecado mortal por haberle visto con ojos libidinosos el canalillo a
una chavala, o el paquete a un chaval de buen ver? Y a Él, caro e inútil le ha
salido el esfuerzo si a pesar de habernos redimido, nosotros insistimos en
pecar. Total, un lio gigantesco que no hay quien lo entienda. Pero es lo que
sostiene y repite una y otra vez la Iglesia para explicar este asunto del Credo
católico. Un misterio para el alma (o galimatías de aseveraciones doctrinales
incomprensible para la mente).
Y como este
misterio, las religiones (en especial la católica) están llenitas de estos
galimatías intelectuales, que es en lo que convertimos los misterios cuando
tratamos de entenderlos.
Resulta un
dramático error insistir en la intelectualización teológica y catequética de la
Fe, cuando lo único que se nos pide desde la Divinidad es que seamos capaces de
amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.
El Misterio nos
enfrenta directamente con la Realidad de Dios, sin argumentos racionales, ni
psicológicos, ni filosóficos ni teológicos. El Misterio no se basa en dogmas,
en principios, en fundamentos. El Misterio simplemente “es”. No hay que pensar nada.
No hay que razonar nada, sólo contemplar, sólo proclamar como María “hágase en
mí”, y basta.
Si el alma es capaz
de balbucear sin comprender, estas palabras, habrá despertado a la Mística, la
Realidad donde el Misterio es y se manifiesta. Y es desde ahí,
donde el alma puede comenzar el camino de la Fe, negándole a la mente la
facultad de comprender lo que no puede, ni de explicar lo que tampoco puede. Mientras tanto, a uno sólo le queda conformarse con las
prácticas religiosas (las correspondientes a su credo), a ver si le cae
alguna migaja de lucidez.
Algo maravilloso está sucediendo
Vibrando en tercera
dimensión, lo que ha sucedido es que Jesús ha nacido en Belén, razón y origen
de la Navidad (aunque ahora sólo quede como reclamo publicitario para incitar a
las gentes el espíritu navideño, que es aquel que nos tienta a ir a los grandes
almacenes para gastarnos la paga extra…, los que la hayan cobrado, y así lograr
cubrir los objetivos de la campaña comercial).
Luego los curas nos
lo recuerdan comentando el Evangelio de San Lucas, y demás. Recordamos lo que
sucedió hace dos mil años, comemos con la familia, y tras el obligado (y en no
pocas ocasiones incómodo encuentro), el día 26, nos disolvemos para volver a
nuestros asuntos.
Y sin embargo, algo
maravilloso ha empezado a suceder, algo que sólo puede percibirse si se vive, o se está dispuesto a vivir en estado contemplativo.
Que acaba de
empezar a suceder es cierto, que sólo unos pocos se están dando cuenta, mientras la
inmensa mayoría vive la Navidad como siempre, también es cierto. Pero esto no
resta importancia al acontecimiento.
A los pastores se
les aparecieron los ángeles. Eran gente sencilla, sin apegos, sin estudios, sin
criterios predefinidos, que fliparon en colores al ver aquella aparición. Si a
nosotros se nos aparecieran los ángeles, nos restregaríamos los ojos, y
diríamos, es imposible, y no haríamos caso al hecho. Porque nuestra forma de
neutralizar los misterios es transformarlos en problemas; y si un problema
impresiona de irresoluble, lo convertimos en mitología, es decir, en algo
falso, y a otra cosa.
Lo maravilloso que
ha sucedido, que ha comenzado a suceder, no es que Jesús haya nacido en un
pesebre. Eso ya sucedió hace muchos años. Lo auténticamente maravilloso es que
ese nacimiento, ya no es el de Jesús de Nazareth (aunque siga en nuestro
recuerdo y lo celebremos), sino nuestro re-nacimiento, el de cada uno de
nosotros, es decir, Jesús en nosotros.
Al hilo del 21 de
diciembre, personajes como Emilio Carrillo, cuyo blog ya he mencionado en la
entrada 161, nos explica cómo algo maravilloso está sucediendo, más allá de
nuestros sentidos, en las profundidades de la materia y del espíritu. Vuelvo a
recomendar ver estos dos videos “Yo soy y nueva humanidad”:
Parte 1 http://www.youtube.com/watch?v=TrnKviSj71E&feature=relmfu
(2:26:51)
Parte 2 http://www.youtube.com/watch?v=VsCJ0BY3jsA&feature=relmfu (1:49:21)
Son largos,
pero me parece una lección magistral sobre lo que está sucediendo. El único
problema es que el proceso de metamorfosis de la Tierra, de nuestra madre
Tierra, junto con el resto del Universo, el comienzo de un nuevo ciclo (según
los mayas) y demás cosas que se cuentan estos videos, resulta cuando menos
difícil de comprender para mentes racionales, porque no son problemas para comprender, sino un misterio que hemos de vivir. Lo digo por experiencia propia. A
mi mentalidad científica le repele muchas de las cosas que Emilio Carrillo
expresa en estas conferencias, pero algo dentro de mí me dice, me recomienda
que no me lo tome a guasa; entre otras cosas, porque quitando lo del
alineamiento de los astros (en un sentido no literal físico), lo demás está ya
perfectamente explicado por Sta. Teresa de Jesús en las Moradas y por San Juan
de la Cruz en la Noche Oscura, o por Rumi, o por Lao Tse, o por Sankara; es
decir, es el camino de perfección descrito por la mística de todos los tiempos,
por la filosofía perenne.
Es decir, lo
maravilloso que está sucediendo es que las Puertas del Paraíso están abiertas ,
que se nos ofrece como nunca antes se nos ha ofrecido, las Puertas del Cielo,
que una Nueva Humanidad está empezando a nacer, que con ello, la sangre de
Cristo derramada tiene sentido, que su sangre es el precio de nuestra
felicidad. En realidad las Puertas del Cielo han estado abiertas siempre, pero ahora lo están de un modo más evidente, para quien quiera aceptar el desafío.
Y lo fundamental,
que hay ya mucha, muchísima gente que desea salir de la cárcel de este mundo,
del confinador en que se nos ha obligado a vivir para ser manipulados, para
hacernos creer que esto es lo que hay, y que a lo máximo que podemos aspirar es
a clamar porque mejoren nuestras condiciones carcelarias, como diría Tony de
Melo.
La marcha de Todos los Santos de Dios ha comenzado.
Y para unirnos a
esa marcha, sólo tenemos que hacer una cosa, dar todo lo que tenemos a los pobres, tomar nuestra cruz, entrar por la
puerta estrecha y seguirle, dejándole que nos guíe por cañadas oscuras; que
para eso vino al mundo hace veinte siglos, y para eso vuelve a nacer hoy en
cada uno de nosotros.
Feliz Navidad.
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