Bienvenida

Hola, amig@.
Este es un blog dedicado a los caminos del ser humano hacia Dios. Soy cristiano, pero no pretendo dar una visión exclusivamente cristiana de estos temas.
Tampoco, y esto es muy importante, deseo que nadie tome lo que escribo como temas doctrinales. No imparto cátedra, líbreme Dios de algo que sólo está adjudicado a los sabios doctores con autoridad para impartir doctrina.
Lo mío es mi experiencia de vida y pensamiento, y lógicamente, puedo estar equivocado.
Dicho esto, y sin intención de cambiarle los esquemas a nadie, la pregunta que debes hacerte si quieres encontrar algo interesante en este blog es la siguiente:
"Si tengo y siento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
"Si no tengo o no experimento a Dios en mi vida, lo demás carece de importancia"
Si esta declaración va contigo, entonces, bienvenido seas.
Si no te dice nada, échale no obstante un vistazo; mal no creo que te haga, aunque sí puede que te haga rascarte la cabeza y plantearte cuestiones acaso "religiosamente incorrectas". Sobre todo ve a la entrada 19.- sitúate en el umbral
En cualquier caso, que la Paz esté contigo.
El título de blog "Todos los santos de Dios", afirma un convencimiento personal de que "todos los santos de Dios son todas aquellas personas de buena voluntad y sincero corazón, para los que Dios tiene sentido en su vida, aunque sean pecadores, aunque caigan una y otra vez, aunque incluso sean "ovejas perdidas de Dios", pero sienten algo dentro de sí que no saben lo que es, pero buscan el Camino de Regreso a Casa, con independencia de raza, nación y religión que pudieran profesar. Incluso aunque digan no creer. Si aman, y creen en la verdad, con todos sus defectos, forman la gran comunidad de Todos los Santos de Dios. Una Comunidad para los que Jesús de Nazareth vivió, murió y resucitó, aunque ni lo sepan, e incluso, ni lo crean.
Ya empezamos mal, desde el punto de vista doctrinal católico, pero no creo que esto a Dios le importe demasiado.

Si es la primera vez que entras, abre primero de todo la página "¿Quienes somos?, creo que te sorprenderás.
Luego consulta la página "Presentación del blog"
Y para navegar por las entradas de la página principal, vete mejos a la página "Índice", porque así encontrarás las entradas por orden de incorporación al blog.

Si, por otro lado, te interesa el pensamiento sistémico, te invito a que pases también a ver mi nuevo blog "HORIZONTE TEMPORAL", una visión sistémica del mundo para imaginar algo más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos.
Va de temas de aquí abajo, y de cómo plantearnos una forma holística de comprender los problemas que nos abruman en este mundo.

Correspondencia: alfonsoypaloma@gmail.com

sábado, 23 de abril de 2011

97.- Todo está cumplido



“Bimadisiwin”: vivir la vida.

A ti he confiado mi alma.
Mi amor ha anidado en ti
Toco la piedra que me curó
Siento a mi madre cerca.
Pongo los dones que una vez
Me fueron otorgados
En el seno de tu dulce abrazo
Siento las alas del gavilán
Dar vueltas alrededor de mi vacío.
A ti he confiado mis sueños
Mis metas, mis esperanzas y mis miedos.
Siento tu poder que me llena.
Te bendigo con mis lágrimas.
A ti he confiado mi ser.
Mis recuerdos de los días pasados.
Te doy gracias por abrirme tus brazos.
Tú me das alas para volar.
El tambor de sanación


Ref: Lobo negro y Gina Jones. El tambor de sanación. Océano ambar. Barcelona 2000. Proverbios de sabiduría de los indígenas americanos. Los poéticos e inspirados pensamientos de ""Lobo Negro"" (Mukaday Waymaengun, de antepasados ojibway) y su esposa Gina (de antepasados mohawk) enseñan el camino de profundo conocimiento de los indios norteamericanos. Sus enseñanzas aportan una nueva luz en la relación que mantenemos con la naturaleza, tan importante hoy en día, e inspiradas reflexiones para el autoconocimiento y la armonía interior. Este libro recoge la gran energía del movimiento ""Listen to the Drum" relacionado con la cultura, ceremonias, costumbres y técnicas de curación y realización personal que ha despertado un inusitado interés en Norteamérica.

Los humanos que tomamos la opción de contraer matrimonio y formar una familia, tras muchos años de verles a nuestros hijos nacer, crecer, educarles y darles un medio de vida, cuando les vemos ya autónomos, con capacidad para valerse por ellos mismos, y que a lo sumo para los que podemos serles útil es para mal-criar a los nietos (porque ya se sabe que nietos y abuelos son aliados naturales), podemos exclamar a Dios una frase similar a la que el anciano Simeón pronunció cuando María y José presentaron a Jesús en el templo, “Señor ya puedes dejar a estos padres irse en paz, porque ya todo está cumplido”. Cuando a ellos les hemos entregado todo lo que teníamos y les vemos salir de casa, un sentimiento de satisfacción nos embarga, por el deber cumplido, para, a partir de entonces ponernos en la cola de Caronte, el barquero de Hades, en espera de que nos lle-gue la hora de cruzar el Aqueronte, el río de la muerte.

Aprende la lección de la bellota.
¿Cómo sabe la bellota convertirse en un roble?
Porque se entrega a sí misma, se acepta,
Transformándose ella misma,
Para poder vivir su propia experiencia.


El tambor de sanación

Si nos preguntaran cuándo pensamos que “todo está cumplido para nosotros” en esta vida, no sabríamos qué decir. Lo más habitual suele ser que, tras el pase a retiro por edad, a eso de los 65 años -cuando la Sociedad nos define oficialmente con el certificado de jubilación que entramos en las “clases pasivas”-, algo nos dice que prácticamente, salvo atender a los nietos, ya “todo está cumplido”.

Esta frase que Jesús pronunció en la cruz (Jn 19, 30), marca el final de su misión en la Tierra. Pero la pronunció apenas unos segundos antes de expirar.
Stricto sensu, sólo en el instante antes de morir también podremos nosotros decir, “todo está cumplido”, porque hasta entonces, todavía queda mucho por hacer.

Es lo que tantas veces nos preguntamos sobre el por qué a alguien que está en plena vorágine de actividad y buen rendimiento, y a edad temprana, digamos 30, 40 o 50 años, de pronto, le sobreviene un cáncer, o cualquier otra enfermedad aguda, o sufre un accidente mortal, y su vida queda sesgada con todo medio hacer. ¿Por qué, nos preguntamos, una madre se muere con todos sus hijos a medio criar, o un padre en la misma situación? Lo preguntamos porque según nuestras cuentas todavía no todo está cumplido, queda mucho por hacer. Y sin embargo vemos cómo las residencias de tercera edad están repletas de ancianos medio demenciados, para los que “todo está ya cumplido” hace ya muchos años, y sin embargo ahí están, con incontinencia de esfínteres, y perdida de juicio, llenos de escaras de declive, suponiendo una importante carga social.

Siempre es lo mismo; no entendemos por qué se producen muertes prematuras y vidas extremadamente longevas. Y no entendemos porque según nuestro criterio, nuestra voluntad, los primeros deberían seguir viviendo y los segundos debe-rían haber muerto cuando ya dejaron de servir y habían vendido ya todo su pescado.

En esto se ve, como quizás en ningún otro acontecimiento de la vida, que nuestros pensamientos o nuestras decisiones sobre cómo deben ser las cosas, no son Sus pensamientos ni Sus decisiones.  Porque en realidad, aunque pensemos que en este mundo se está realizando la voluntad de los seres humanos, en realidad sucede más o menos lo siguiente:

Escenas domésticas

Escena 1: Madre que deja a su hijito metido en su corralito para que juegue con un juego de meter bolas en una caja. El niño se esmera en meter la estrella en el agujero con forma de estrella, la bola en el agujero redondo, el cubo en el cuadrado, etc. Cuando todavía le quedan varias piezas por encajar, la madre le agarra, le saca del corralito, le cambia los pañales y le coloca en el cochecito para salir a la calle. Nos podremos imaginar la perra que monta el niño, tan ensimis-mado como estaba con su juguete.

Escena 2: Comienza como en la escena 1, es decir, madre que deja a su hijito metido en su corralito para que juegue con un juego de meter bolas en una caja. El niño se esmera en meter la estrella en el agujero con forma de estrella, la bola en el agujero redondo, el cubo en el cuadrado, etc. Hasta que lo termina. Entonces una vez que no tiene nada que hacer, y no sabe abrir la caja para sacar las piezas y empezar de nuevo, comienza a ponerse nervioso, porque se aburre y quiere salir, pero su madre todavía no está arreglada para salir a la calle, de modo que le toca esperar una eternidad. También nos podremos imaginar la perra que coge el niño y el incordio para su otro hermano recién nacido, que se despierta y comienza a hacer compañía a su hermano en un llanto a dúo ensordecedor.

Pues más o menos eso nos pasa a los humanos. No somos conscientes de que el corralito de nuestros bebés es el Confinador en el que estamos colocados por nuestro Padre que está en los Cielos. Los que mueren prematuramente les sucede como al niño de la escena 1. Los que se eternizan en la extrema ancianidad son como el niño de la escena 2. Nadie está contento.

En las escenas domésticas que hemos imaginado, los acontecimientos importantes, los que marcan las pautas de la historia de ese día no son lógicamente los juegos que nuestros niños realicen en el corralito para entretenerse (esto dicho con sumo cuidado, porque en realidad sí tienen importancia educativa), sino las cosas que la madre tiene que hacer. Es decir, lo que marca el devenir de los acontecimientos son las decisiones de la madre, no la de los niños. Pues en la vida real, lo mismo; el devenir de nuestras vidas no lo marcan nuestras decisiones, sino las Suyas. Otra cosa es que estemos tan absortos en nuestros juegos de corral, que “creamos” que lo importante son los juegos que nos montamos en el corralito, en el Confinador.
Jesús, cuando se encarnó en María y estuvo entre nosotros en este mundo, lo que hizo fue meterse en el corralito para enseñarnos a meter las piezas en la caja, pero nosotros, que somos muy chulos, nos enfadamos tanto con Él que le dejamos la cara como un ecce homo, llena de arañazos. ¡A mí me vas a decir tú cómo tengo que meter las piezas en la caja!

Todo está bien

Volvemos a la teoría del Confinador, que ha subyacido a lo largo de todo este libro. No sucede lo que nosotros decidimos, aunque lo parezca; siempre acontece su voluntad. Otra cosa es que queramos ignorarlo, pero realmente “todo está bien”, sucede lo que ha de suceder.

Gandhi, en un encendido alegato a favor de la no violencia (ahimsa), afirmaba que:


 “La ley que rige la Humanidad es el amor. Si la violencia nos hubiera regido, nos habríamos extinguido hace muchísimo tiempo”.

Efectivamente, en este mundo, aunque parezca lo contrario, impera sobre todas las cosas el amor. Allá donde una pequeña margarita crece en medio de la tem-pestad, un lirio sobre la ciénaga, allí está nuestro Padre que está en los Cielos aportando su luz y su paz.

Allí donde una madre está amamantando a su hijito, allí está Dios.

Allí donde un padre le está quitando la caca a su hijita para luego bañarla y dejarla limpia y perfumada, allí está Dios.

Allí donde unos esposos se acarician tiernamente y se funden en un solo cuerpo y un solo corazón, allí está Dios.

Allí donde un padre va a buscar al colegio a su hijo pequeño para llevarle a casa y darle de merendar, allí está Dios.

Allí donde unos abuelos se quedan con su nietecito para que su hija pueda salir con su marido a distraerse un poco, allí está Dios.

Allí donde uno al salir del metro ve a un mendigo con el cacillo y le aporta cin-cuenta céntimos, allí está Dios.

Allí donde un empleado va a por tres cafés y se los ofrece a sus compañeros con una sonrisa, allí está Dios cumpliendo su voluntad.

Cuando vi la película Crash (Colisión) , me pude dar cuenta cómo los seres humanos no somos ni buenos ni malos, simplemente en unos momentos podemos comportarnos como auténticos seres despreciables, y al día siguiente como auténticos héroes; y en general, nos comportamos, como afirma Gandhi, como personas normales regidos por una ética que proyecta amor y hace de este mundo algo posible. Porque ese buen padre que se esmera quitándole la caca a su hijita, puede ser el mismo que sirva los tres cafés a sus compañeros, para al día siguiente dejarles mangados en un trabajo a medio hacer, o se pelee como un verdulero por un puñado de dólares con su cuñado a propósito de la herencia de los padres de su mujer. Esto sucede en escenas normales de la vida diaria, o como en la película, el policía de Los Ángeles que intenta abusar sexualmente de una ciudadana de color para a los pocos días, salvar a esa misma persona de morir abrasada en un accidente de tráfico, con riesgo de su vida, o cuida  a su padre con cáncer de próstata con una abnegación digna de todos los elogios.

Quiénes somos realmente?

¿Quiénes somos realmente? ¿Los que hacemos actos buenos o los que hacemos actos malos? En esto los militares, son muy conscientes de que en una operación militar, el soldado que dispara contra ellos desde las líneas enemigas, no es realmente un enemigo, sino alguien que como él ha recibido la orden de abrir fuego, y en estas circunstancias, o le mato yo primero o me mata él a mí. Pero en el caso bastante probable de que alguien caiga prisionero, salvo por la histeria y el estrés de combate que hace despertar en nosotros todos nuestros más bajos instintos, en general un prisionero de guerra suele ser tratado (o al menos debe serlo) con bastante respeto; así lo avala la Convención de Ginebra, al menos, porque en el fondo todos sabemos, los unos y los otros, que somos peones de los auténticos enemigos, los políticos, los Poncios Pilatos de la vida.

Así que en el Confinador en el que estamos metidos, todos estos acontecimientos, unos buenos la inmensa mayoría, otros malos la minoría, aunque con efecto resonador bastante escandaloso por sus efectos deletéreos, conforman el devenir de nuestra historia.

¿Por qué estamos aquí? Es la gran pregunta. Con lo tranquilo que, suponemos, estaríamos en el limbo de ninguna parte antes de nacer, ¿por qué el Señor se ha tomado la molestia de crearnos, sobre todo para esto, para arrastrarnos como cucarachas en este valle de lágrimas? O como afirmó una vez Stephen Hawking, ¿Por qué se tomó el Universo la molestia de existir?  Para aquellos que recuer-den la serie infantil de los años ochenta y noventa, Fraggle Rock© (que conseguía hipnotizar a nuestros hijos al venir del cole durante media hora), en ese micro-mundo coexistían varios personajes, los Fraggles, los Curris y los Goris y el tío Matt. Los Fraggles  eran pequeñas criaturas humanoides, de unos 50 centímetros de alto, de una amplia variedad de colores y poseían colas con un pequeño penacho de pelo en la punta. Una segunda especie de pequeñas criaturas humanoides, de color verde y trabajadores como hormigas, eran los Curris. De pie alcan-zaban los 15 cms. de alto, eran como unos anti-Fraggles, con sus vidas dedicadas al trabajo y la industria. Los Curris pasaban gran parte de su tiempo construyendo todo tipo de estructuras inútiles por todo Fraggle Rock, haciendo uso de herramientas de construcción en miniatura y llevando cascos y botas de obrero. Como la materia prima con la que los Curris construían era como el caramelo, que volvía locos a los Fraggles, la vida transcurría con los Curris construyendo esas estructuras inútiles y los Fraggles comiéndoselas. Pero si los Fraggles no hicieran eso, lo que en cualquier caso los Curris lo sentían como una agresión permanente de los Fraggles hacia su trabajo (algo malo), las cuevas de Fraggle Rock terminarían totalmente ocupadas por esas estructuras aparentemente inútiles, de modo que para que realmente en esas cueva la vida sea posible, alguien tiene que construir, para que alguien pueda destruir y de paso alimentarse. Es lo que se llama, alcanzar el estado estable, algo en esencia bueno que se consigue gracias a actos considerados malos para unos, pero buenos para otros, y vice-versa. Los zorros se comen a los conejos para sobrevivir, y si no lo hicieran, los conejos arrasarían como una plaga los campos y se desequilibraría el ecosistema. Lo mismo ocurre con los leones y las gacelas, aunque al ver nosotros la escena de cómo un león mata a una gacela, nos pueda impresionar de dramática (que lo es), y hasta mala. Ya podría haber ideado Dios otra forma de que los animales comieran y se alimentaran, pensamos.

En nuestro propio cuerpo suceden cosas así, unas células, por ejemplo los osteoblastos, son como los Curris, que se “curran” la formación de hueso, mientras otras, los osteoclastos, son como los Fraggles, que les encanta los osteocitos formados por los osteoblastos, y no hacen más que devorarlos. En nuestra fase de crecimiento, los osteoblastos van más deprisa que los osteoclastos, y crean más hueso que el que destruyen los clastos. Cuando alcanzamos nuestra estatura final, ambos, blastos y clastos se ponen de acuerdo para crear hueso al mismo ritmo que es destruido. Y en nuestra vejez, los clastos ganan por goleada, y ya se sabe lo que ocurre. Pregunta. ¿Los blastos son los buenos y los clastos son los malos? No, lógicamente, ambos hacen su trabajo, para que nuestro cuerpo al-cance el clímax de estabilidad y no nos convirtamos en monstruos inviables llenos de hueso por todas partes, como le sucedió al pobre  Joseph Merrick, el co-nocido hombre elefante, que padeció el caso más severo de lo que se conoce como Síndrome de Proteus, enfermedad congénita que genera un desarrollo anormalmente excesivo de los huesos, entre otras dolencias.

La vida en este mundo hay que comprenderla. Con eso vamos ya sobrados, mucho antes de tratar de comprender la lógica de Dios, como para saber cuándo en nuestra vida “todo está cumplido”.

La vida, una lucha contra el caos

La vida es una permanente lucha contra el caos, en términos expresados por Lluis Miravitlles, divulgador científico español de los años sesenta . Esto significa que en realidad, todos nosotros participamos en una permanente vida cíclica, regida por la Ley de las fuerzas antagónicas o tercera Ley de Newton (acción reacción), donde a una fuerza en un sentido se opone siempre otra fuerza en sentido opuesto; lo que genera al final un comportamiento ondulatorio de la práctica mayoría de las variables que garantizan la vida en la Tierra y en el Universo. El caos se produce cuando una de las dos fuerzas de esa gran cantidad de pares que gobiernan nuestra existencia se desborda y domina el sistema en el que influye, pues ese predominio, genera lo que los físicos llaman “entropía”, que si no es compensado por la reacción de la otra fuerza, hará que determinadas variables crezcan o decrezcan exponencialmente, hasta la destrucción final del sistema en cuestión. La enfermedad es un fiel exponente de este caos, de esta entropía. Lo que sucede es que depende del nivel de agregación de las estructuras sistémicas del organismo, eso se percibirá como bueno o como malo. Es decir, para el cáncer, el crecimiento de las poblaciones celulares tumorales es bueno. Para el resto de las estructuras será algo incluso desconocido e indiferente, en la medida en que no les afecte, hasta que el secuestro de materia y energía provocado por el cáncer les comience a provocar desnutrición y amenace sus vidas celulares. Sólo el organismo en su conjunto es el que se preocupa a los primeros síntomas, y trata de iniciar la reacción inmunitaria para intentar detener el avance del mal. Esto es así porque a lo largo de nuestra vida, intentos de sublevación cancerígena las tenemos a patadas, lo que sucede que el “organismo” las identifica rápidamente, y rápidamente las neutraliza.
Nuestra vida es así. Nosotros somos como una célula social, donde mientras en nuestro pequeño mundo no nos afecten los desequilibrios sociales, nos sentimos protegidos. Nos preocupamos cuando los vemos venir, y tomamos medidas, a veces demasiado tarde, cuando tenemos el huracán encima (rezamos a Santa Bárbara, sólo cuando truena). Así que con una perspectiva exclusivamente miope y cortoplacista, el mal del mundo resulta ser el mal que a mí me afecta. Si no tuviéramos los medios de comunicación social de que disponemos, mientras no-sotros no tuviéramos problemas económicos, ya podría morirse el otro lado del mundo de hambre y sequía, que para nosotros eso no nos afectaría.


Esta sería como la primera fase del cáncer. Otro ejemplo; en el pulmón se está empezando a desarrollar un carcinoma, pero no creo que eso le afecte de momento demasiado a una célula muscular del dedo gordo del pie derecho. Pasa el tiempo, y llegan noticias del problema de la sequía. Mientras eso no se refleje en escasez en las estanterías de mi supermercado, tranquilos podemos estar. El problema empieza cuando suben los precios, o no encontramos pollos para nuestras pae-llas. Cuando sucede esto, significa lo mismo que cuando la despreocupada célula del dedo gordo del pie, comienza a notar que no le llegan suficientes nutrientes para llevar a cabo su función contráctil, porque el metastásico carcinoma se zampa todo lo que llega. Sólo los altos responsables de Agricultura o de Economía o los meteorólogos detectan el problema tempranamente .

Pues en el conjunto de nuestra vida, de donde formamos parte como individuos, como células sociales, el único que sabe y comprende el por qué de todos los cientos o miles de billones de acontecimientos que suceden diariamente, anualmente y a lo largo de toda la Historia es Nuestro Padre Celestial que está en los Cielos. Sólo Él sabe realmente por qué suceden las cosas, de la misma forma que sólo la madre comprende por qué deja al niño en el corralito con un juguete para que se entretenga y luego le coge para llevárselo a la calle. El niño sólo sabe que tiene un juguete para jugar y luego, sin venir a cuento, se lo quita su madre, le saca del corral, le arregla, le sienta en la sillita, le saca a la calle con el frío que hace… El niño no comprende nada. Y en realidad, ni tiene por qué comprender. Sólo le queda tener tanta fe, tanta confianza en su madre, que se deja llevar sin preguntar por qué, “vivir sin un por qué”, parafraseando a Eckhart. Al principio, a cada contradicción a su incipiente voluntad, monta una perra que su madre trata de calmar con un chupete o con un azote en el culo. Hasta que, aunque sea por la vía de la costumbre, el niño acepte que casi nunca se hace su voluntad, sino la de su madre, y así lo acepte, aunque no lo comprenda.
Sólo una visión global y eterna de la existencia puede llegar a hacernos com-prender las cosas.


Esa visión global de la vida se denomina “contemplación”.

Sólo la actitud contemplativa de la vida permite, si no comprender, al menos aceptar el hecho de que por alguna razón que sólo Dios sabe, se han producido a lo largo de la Historia tantas guerras como han acontecido. Sólo la actitud contemplativa permite, si no comprender, al menos aceptar la Segunda Guerra Mundial. ¿Dónde estaba Dios en los campos de concentración y exterminio de Alemania? La respuesta es en la soledad de todos y cada uno de los judíos que fueron confinados y asesinados. Sólo así, con una actitud contemplativa de la vida, se comprenden las bienaventuranzas.

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acerca-ron. 2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque  ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira to-da clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Mt 5, 1-12


La voluntad del Padre se expresa en esta vida a través de un delicado balance entre lo que nos parece bueno y lo que nos parece malo, entre lo que entendemos como “el bien” y lo que entendemos como “el mal”. Y nos parece que si se cumpliera realmente la voluntad de Dios, todo lo que aconteciera deberíamos percibirlo como “bueno”. De modo que el hecho de que sucedan tantas cosas que interpretamos como “malas” hace que pensemos que en realidad Dios está perdiendo la batalla contra el mal. Sólo la actitud contemplativa de la vida puede hacernos comprender que todo se debe, primero a nuestra comprensible miopía respecto de la interpretación de los acontecimientos, y segundo, porque somos adoradores de Cronos, el tiempo, porque para nosotros todo se basa y se sustenta en la línea temporal del devenir de las cosas, cuando realmente, ni el pasado ni el futuro existen, sólo existe el presente, es decir, el momento eterno en el que Dios es; y además, no tenemos fe, no tenemos confianza.

La tradición judeocristiana mediante la Biblia nos ha tratado de dar una interpretación de todo esto a través de la lucha establecida entre el Bien y el Mal desde aquello de la serpiente y la manzana de Adán descrito en el Génesis. Es todo una alegoría, una impresionante y sublime parábola como las que empleaba Jesús para hacernos comprender qué es el Reino de los Cielos. Como decía Kongar en su libro “el ateísmo contemporáneo” , la Biblia, más que una teología para los humanos, es una antropología para Dios; es un intento de “a ver cómo les explico a estos, de qué va lo del Reino de los Cielos”. Entonces, para que nos entendamos y se nos meta en la cabeza, el Reino de los Cielos es como una película donde hay buenos y malos, los malos capitaneados por un despreciable líder, tratan de putear a los buenos, y los buenos, capitaneados por el héroe de la aventura, librando una sin par y desigual batalla contra el malo, para al final y sólo al final, no sin sufrir innumerables bajas y casi perder la guerra, conseguir ganarla al son de las trompetas del Juicio final arrojando a la Bestia definitivamente al Averno, junto con todos sus secuaces y desgraciados que se dejaron engañar por sus tentaciones. Porque en el imaginarium de los humanos, el bien siempre tiene que vencer al mal, y, como en las películas, el bueno debe termi-nar siempre matando al malo y casándose con la chica (porque siempre hay una chica, no olvidemos eso del eterno femenino). Si no, Hollywood no sería lo que es. Porque los humanos somos así, Dios tiene que bajar a nuestro nivel de en-tendederas, para hacernos comprender mínimamente lo que en realidad escapa absolutamente a nuestra capacidad de asimilación.


Pues de igual forma pasa con las acechanzas del demonio, que como no deja de referir Santa Teresa, no deja de enredar y de tentarnos de mil formas para apartarnos de Nuestro Señor. Es la forma más sencilla de explicarle a un niño, cómo es esto del bien y el mal, cuando en realidad, la realidad revela un hecho mucho más profundo que sólo podemos siquiera intuir en actitud contemplativa, con-templando la vida en su totalidad, abarcando todo el devenir de la Historia en un instante eterno. Sólo así, desde la mente de Dios todo tiene sentido y realmente comprenderíamos que en todo momento se está cumpliendo su voluntad. Y nuestra vida individual no es sino un brevísimo período de aprendizaje donde nuestra única responsabilidad se reduce a “aprender a ser” a través del desarro-llo de los talentos que nos han sido dado, y de la fe; pero no la de cómo acepta-ción y adhesión a creencias dogmáticas, sino a la voluntad de Dios.

Creer es confiar. Creer es permitir. Creer, sobre todo es adherirse, entregarse. En una palabra, creer es amar. ¿Qué vale un silogismo intelectual si no alcanza ni comprende la vida? Es como una partitura sin melodía.

[…] La fe bíblica es eso: adhesión a Dios mismo. La fe no indica preferencia princi-palmente a dogmas y verdades sobre Dios. Es un entregarse a su voluntad. No es, pues, un proceso intelectual, un saltar de premisas a conclusiones, un hacer combi-naciones lógicas barajando unos cuantos conceptos o presupuestos mentales. Prin-cipalmente es una actitud vital. Concretamente se trata, repetimos, de una ad-hesión existencial a la persona de Dios y a su voluntad. Cuando existe esta ad-hesión integral al misterio de Dios, las verdades y dogmas referentes a Dios se aceptan con toda naturalidad y no se producen conflictos intelectuales.
Ignacio Larrañaga, El silencio de María de I. Larrañaga


De ahí que en realidad lo que une a las religiones del mundo es esto, la adhesión a Dios en lo más profundo de su esencia, es decir prácticamente digamos el 95% de los requisitos. Y lo que las separa son los dogmas que cada una ha elaborado para comprender las obras de Dios, según las propias tradiciones y la propia historia e idiosincrasia de cada pueblo, defendidas a fuego y bayoneta.

La doctrina católica, a lo mejor sin pretenderlo explícitamente, ha impresionado a efectos prácticos de maniquea, con ese enfoque de la lucha del bien representado por la Santísima Trinidad y sus ángeles buenos, y el mal representado por Lucifer y sus ángeles caídos. Esto puede ser acaso heredado desde el devenir de la propia historia de las culturas y de las civilizaciones, como otras muchas cosas, asumidas como cristianas pero que proceden de ritos y mitos ancestrales, por ejemplo, el pasaje del diluvio en la Biblia y en Gilgamesh es tan similar, que para el autor bíblico, con sólo cortar y pegar del pasaje de Gilsamesh, y cambiarle el nombre a los personajes, habría escrito la historia de Noe. Los maniqueos -a semejanza de los gnósticos, mandeos y mazdeístas- eran dualistas: creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el Bien y el Mal, que eran asociados a la Luz (Zurván) y las Tinieblas (Ahrimán) y, por tanto, consideraban que el espíritu del hombre es de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio . Si entramos en detalles, la doctrina católica no le ha hecho ascos a este planteamiento, por cuanto se nos ha educado en el sentido de que nuestra carne, nuestro cuerpo, junto con el demonio y el mundo son nuestros principales enemigos. Y de hecho, el planteamiento general de la vida del cristiano, desde siempre e incluso hoy día, es una permanente súplica a Dios y a la Virgen de que no seamos arrebatados por el príncipe de las tinieblas, del Reino de los Cielos.

Sin entrar más en estos temas, que resultan tremendamente escabrosos y sólo aptos para las mentes más doctas en materia teológica, el hecho cierto es que al final estamos frente al planteamiento de Abelardo, con la teoría de la intención, y el de Bernardo de Claraval, con su “ira de Dios”.

La fe, según la describe Larrañaga, no es capaz de sobrevivir entre las acechanzas del demonio por un lado y la ira de Dios por otro. ¡Así no hay quien viva, sobresaltados a cada paso por las tentaciones demoníacas, mundanas y de ¡nuestro propio cuerpo! y por el mal carácter de un Dios iracundo que lleva cuentas del mal a no ser que nos confesemos con el cura a cada paso mal dado (o sea, casi todos los días). Falsa imagen de Dios, inculcada sin mala intención por los formadores en la fe, y que obedece a un no saber realmente cómo es Dios, o acaso por tratar de comprender lo que simplemente contemplando se puede evidenciar.

Napoleón decía que el gran mérito de Mahoma era haber fundado una religión sin infierno. Aunque no se yo, los musulmanes no hacen otra cosa que hablar del "mármol del infierno". Cada cual lo tome como quiera.


¿Todo está cumplido?

Con nuestra fe materializada en amor, sí. Hoy, ahora, todo está cumplido. Yo puedo morir ya, ahora mismo, si mi fe es amor, y si Mi Señor considera que ya mi misión ha terminado, aunque según yo (mi ego, mi yo), crea que me quedan muchas cosas por hacer. Si un anciano decrépito sigue con vida, si un oligofrénico sigue con vida a sus setenta años, es sin el menor género de duda, porque su misión en este mundo aún no ha terminado, aunque les consideremos un estorbo social (siempre desde la perspectiva de nuestro particular egoísmo).

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