Érase una vez una rana metida en un puchero, que tan cómoda se sentía, que no se dio cuenta de que el agua comenzaba a calentarse lentamente...
La capacidad de respuesta un sistema biológico al entorno en general está en función, entre otros factores, de su edad. Todos los sistemas vivos (y los humanos lo son) están sometidos a un inexorable ciclo de la vida, nacen, crecen, maduran, generan descendientes, envejecen y mueren. Y este ciclo va directamente ligado a la entropía, con la acción dinámico específica inductora del crecimiento que hacen generar orden y potencia (workforce empowerment) con capacidad de 1.- liberar la entropía que genera el trabajo y 2.- tolerar los fallos de los componentes del sistema.
El científico Ilya Prigogine pudo demostrar con sus investigaciones cómo determinados sistemas se reorganizaban a sí mismos dentro de un orden en el sistema entorno. Para los sistemas concebidos desde la filosofía determinista, cambio es igual a problema, puesto que perturba el orden establecido, el steady state. Prigogine logró demostrar que cualquier sistema abierto que posea en sí mismo, en su interior, la capacidad de responder al cambio provocado por las perturbaciones del entorno, reorganizándose a sí mismo, logra un más alto nivel de organización, mayor fortaleza y mayor capacidad de supervivencia por la vía de la evolución adaptativa.
Esta es la tercera vía de respuesta a las perturbaciones que genera un mundo caótico, impredecible. La esclerosis de las organizaciones que se resisten a desarrollar mecanismos adaptativos provoca más tarde o más temprano la muerte de estos sistemas, por fallo total e irrecuperable.
Estos destinos fatales no sólo se refieren a empresas, sino también a gobiernos, sociedades, imperios y civilizaciones. Aunque a veces se producen situaciones aparentemente paradójicas, tales como la supervivencia a lo largo de siglos y milenios de determinadas organizaciones como las grandes religiones. Sobreviven a pesar de grandes convulsiones, persecuciones, crisis, conflictos y cismas. Pero en este caso estamos ante sistemas bastante especiales, donde influyen grandemente factores tales como el subconsciente colectivo, la fe, la creencia en Dios o en varios dioses.
Que las grandes soluciones surgen de grandes problemas que no hay más remedio que resolver, es un hecho desde los orígenes de la vida. Como decía Prigogine, la fuerza de las organizaciones surge de su capacidad de renovarse ante un mundo caótico. Es la gran paradoja de la vida. Por una parte tiende al estado estable, pero una vez conseguido, parece como si fuera necesaria una profunda convulsión que cuestione todos los sistemas para que sólo los mas fuertes puedan superar la prueba, y así eliminar por pura selección natural los organismos, especies y organizaciones acomodadas.
En el origen de los grandes cambios, de las grandes ideas, de los nuevos paradigmas, está siempre “un grupo” de personas motivadas, ilusionada, comprometida, inconformista, arriesgada, con clara visión de oportunidad.
Este planteamiento, ha quedado fuertemente reflejado en una reflexión, atribuida a Albert Einstein, a propósito de la crisis vivida en Europa en los años treinta, aunque hay voces que dudan de su autoría, sobre las crisis humanas, que dice así:
"No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar 'superado'.
Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla."
Tanto si es de Einstein como si no (yo preferiría que sí fuera, por la admiración y simpatía que le profeso), la base de esta meditación, sólo puede provenir de un ser humano profundamente sensato, lleno de esperanza y con una visión holística de la vida, como la expuesta por Prigogine.
Si siempre se hace lo mismo, las cosas no cambian.
Somos animales de costumbre. Es más se nos ha enseñado a comportarnos así. La educación nos coloca en un entorno cultural, dentro del cual nos sentimos a salvo. Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. Los fines de semana alguna licencia de ocio, pero por lo demás, deseamos la vida siempre igual, con referencias fijas, para no perdernos. Cada perturbación, cada innovación nos suele provocar desasosiego. A veces nos aburrimos de esta rutina, pero es cosa pasajera. Un buen partido de futbol, y nuestras angustias se fijarán en el desarrollo del choque deportivo, y caso cerrado. Las armas de distracción masiva están perfectamente diseñadas para esto.
La Humanidad ha evolucionado a golpe de sobresalto, de cambio climático, de guerras, de conflictos, en definitiva de crisis. Las comunidades primitivas que aún no han salido de la etapa ancestral del nomadismo cazador y recolector, han vivido desde siempre en ambientes básicamente estables.
Tendemos a hacer siempre lo mismo, porque nuestro ser busca la estabilidad. Es el entorno el que muy a nuestro pesar se transforma, y nos obliga a nosotros también a transformarnos.
La crisis es la mejor de las bendiciones
Consuelo Martín dice que cuando reconozcamos que una adversidad es lo mejor que nos puede pasar, es cuando podemos afirmar que tenemos algo de fe. Los problemas, las perturbaciones, las amenazas, aunque prima facies nos sobresaltan, si sabemos afrontarlas, desarrollan en nosotros capacidades adaptativas a los nuevos escenarios. Los problemas de hoy, siempre surgen de las soluciones que se encontraron ayer. Mientras la rutina innata en nosotros tiende a una inercia pasiva, el entorno sigue evolucionando, hasta convertir aquellas soluciones en nuevos problemas por el simple hecho de la inadaptación a las nuevas condiciones. La crisis no es el problema, sino la toma de conciencia de que tenemos un problema que hemos de solucionar. La toma de conciencia, a asunción de la realidad, saber verla, es el comienzo de la solución. Es a esto a lo que podemos denominar “crisis”.
Los humanos solemos pasar por alto que no vivimos en sistemas cerrados, sino abiertos, que cualquier cosa que hacemos, que todas nuestras actividades influyen y a su vez son influidas por "un tercero", que es el entorno. Y es ese entorno que consideramos ajenos a nosotros y a nuestros intereses, el que al verse afectado por un modo nuestro de vivir, no orgánico, no armónico, no estable con él, reacciona, mandándonos alertas tempranas, avisos de que algo va mal, de que estamos haciendo algo mal, de que nuestro comportamiento no es sostenible. Hasta que los avisos se convierten en reacciones cada vez más violentas, más alarmantes, hasta que sucede la adversidad, algo que nos asusta, que nos angustia, y que afortunadamente nos hace reaccionar y replantearnos nuestro modo de vivir. Esto es lo que llamamos crisis, caer en la cuenta de una situación de emergencia.
La crisis trae progreso.
Ser conscientes del problema, nos obliga a buscar soluciones, porque como organismos vivos, es cierto que nos resulta incómodo, vemos como un riesgo a nuestra integridad física, humana y social. Tenemos una fuerte aversión al riesgo, al cambio. Y esto es por una razón de inercia. Somos seres inerciales, que tendemos a permanecer en la situación en la que habitualmente nos encontramos, y cuando nos hemos acomodado a una determinada forma de vivir, tanto más cuanto nos va relativamente bien, o no excesivamente mal, cualquier cambio lo vemos como una amenaza. Si este comportamiento es acorde con un entorno no cambiante, la cosa puede funcionar, como funcionó en siglos pasados en los que la dinámica de transformación social era suficientemente lenta como para que a lo largo de la vida de las personas este proceso fuera, si no imperceptible, al menos algo que sucedía muy de vez en cuando. Pero algo que no cambia, que no se transforma, que permanece estable, es así en la medida en que nada cambia, es inmóvil, no progresa. Pero el inmovilismo es igual a equilibrio, no a estado estable. Y el equilibrio es algo que sucede cuando un sistema ha dejado de funcionar, y como esto es incompatible con la vida, es la propia vida la que de una forma u otra necesita evolucionar. Aún en los casos de clímax eclógico, esta situación no es muy duradera, siempre hay factores que obligan a una nueva adaptación. Y esa necesidad de adaptación a nuevos escenarios es lo que, elevado al nivel consciente, plantea la crisis, no como un problema, sino como una necesidad.
La creatividad nace de la angustia
Esta situación de inestabilidad, ciertamente es vista como una amenaza, lo que genera niveles de angustia que pueden llegar a ser muy elevados. Y esto fuerza a la creatividad, a buscar soluciones donde antes eran inimaginables. En la vida de los seres humanos, la Ley es la que regula las relaciones entre los individuos, y entre estos y las organizaciones, y de ellos, organizaciones e individuos, con el Estado, y viceversa. Pues bien, cuando las leyes nos sitúan en un callejón sin salida, o se buscan agujeros por donde escapar, o esas mismas leyes con la mera expresión del problema. Lo que se pensó para una época anterior, es la causa de la adversidad, de las tensiones sociales, de los conflictos. Porque las leyes humanas, al contrario que las leyes de la naturaleza son leyes temporales, variables, cambiantes, que sirven para una época y unas circunstancias sociales y económicas, pero no son eternas. No pueden serlo
En la crisis nace la inventiva
La crisis nos pone en el filo de la navaja, al borde del abismo, en una situación de a cara o cruz, de vida o muerte. Ya no hay prorroga para nuestra indolencia. Se acabó el tiempo de juego. O dentro o fuera. Es en estas situaciones en las que la mente humana es capaz de reaccionar y sacar todo lo mejor que lleva dentro. De esta forma surgen los cambios de paradigmas, los cambios de modelos que hasta ahora sirvieron de norma de comportamiento, de modo de funcionar, de modo de vivir.
A lo largo de la Historia esto ha sucedido en repetidas ocasiones, y es lo que ha sustentado el motor de los grandes avances de la Humanidad. Sin embargo es también muy cierto que el hombre es bastante torpe en prevenir las crisis, o como diría Paul Elrich, "el ser humano suele saber reaccionar bastante bien ante las emergencias, pero es incapaz de prever las causas que terminan provocándolas". Es decir, que somos bastante estúpidos e incapaces de tomar medidas para prevenir la crisis. Los más incapaces de todos son los políticos que en un alarde de negar siempre la mayor, tienen como norma básica insistir en el error, cueste lo que cueste, porque reconocerlo supone perder votos en las próximas elecciones; cosa que no se dan cuenta, sucederá de cualquier forma, cuando la gente reacciones ante la crisis, retirándoles la confianza, como ha sucedido en el pasado 20 de Noviembre en España. Con lo cual, no queda otra que sumergirnos en crisis severas y profundas, para que de ellas surja la inventiva necesaria para resurgir de las cenizas. Y metidos en la mierda hasta las cejas, no nos queda otra que salir..., si es que nos queda alguna posibilidad.
Quien supera la crisis, se supera a sí mismo.
Superar la crisis supone una gran dosis de suerte, en el sentido de habernos podido salvar de la quema. Porque las crisis no son juegos de niños. Las crisis humanas son sencillamente mortales. La gente sufre lo indecible con las crisis, y termina muriendo a miles, decenas de miles o millones, a consecuencia de las crisis sociales. ¿Qué supone la guerra si no?
La gracia de declarar una crisis, es hacerlo con margen suficiente de tiempo como para evitar la catástrofe. Lo contrario es ser arrastrados al abismo de situaciones inimaginables de terror, de angustia y de sufrimiento. Esto ha sucedido, y está sucediendo en la vida de los seres humanos. Sucede continuamente de un modo localizado, en los países que viven conflictos sociales, que suelen terminar en conflictos armados. O sucede de un modo generalizado con el colapso de los imperios. O ha sucedido y sucede actualmente con las grandes extinciones de la vida en este Planeta. Es decir, las crisis no resueltas terminan simplemente con la viabilidad del sistema. Sólo la capacidad de supervivencia del sistema a través de los herederos que hayan sobrevivido al desastre, garantiza que un nuevo paradigma de sociedad surja de entre las cenizas. Podemos abrir los libros de historia por cualquier página para comprobar la veracidad de esta afirmación.
En el fondo, la indolencia humana para afrontar las crisis provoca la catástrofe, que es el grado extremo de manifestación de las crisis. Y sí, siempre queda gente, siempre quedan individuos que, aún malheridos, aún habiéndolo perdido todo, no les queda otra que recomenzar.
Pero esta es la forma "in extremis", no de superar la crisis, sino de recomenzar desde cero, tras haber sucumbido a su peso. Esto no es superarse a sí mismo, sino recomenzar de cero... tras la suerte de haber sobrevivido.
Superar la crisis, superarse a sí mismo es la capacidad de evolucionar, de saber adaptarse a las nuevas circunstancias, a los nuevos escenarios.
Este doble comportamiento, de superación y de sucumbir ante las crisis, es lo que en Economía se refleja en los ciclos económicos de onda corta y larga. Los ciclos cortos se superan con importantes cambios de paradigmas, dentro de un escenario más o menos similar, dañado por nuestros excesos, pero recuperable. Son las crisis bursátiles que periódicamente se producen en el planeta. Otra cosa son los ciclos de onda larga de Kondratiev, que suelen terminar con un daño mortal al sistema humano.
La verdadera crisis es la de la incompetencia.
Que vivamos ciclos adaptativos o ciclos de extinción depende por una parte de nuestra capacidad de reacción, de verlas venir, que se dice, por una parte; y de la capacidad del entorno de recuperarse del daño causado, por otra. Si el daño causado es recuperable, la crisis se puede superar, no sin esfuerzo, pero podemos remontar el vuelo. Si el daño causado es irrecuperable, no hay opción, y la catástrofe es inevitable. Es por ello, que la verdadera crisis, lo único que refleja es la estupidez del ser humano, su incompetencia, y su infinita capacidad de avaricia, de egoísmo.
Da pereza encontrar salidas
Cuando uno vive, o cree vivir bien, es consustancial con su naturaleza inercial, la pereza por reaccionar. Es la creencia de "esto no me puede suceder a mi", o incluso, "esto no me puede estar sucediendo", lo que nos hace inmovilistas.
No es posible que me esté quemando. Es lo de la parábola de la rana hervida. Si a una rana se la introduce en un recipiente de agua muy caliente, es seguro, que de un salta saldrá disparada, para evitar morir achicharrada. Pero si la introducimos en un recipiente con agua tibia, y una vez dentro calentamos el agua muy lentamente, su capacidad de acomodación al incremento de temperatura es tal, que no será capaz de detectar el peligro del calentamiento del agua, y simplemente morirá achicharrada, o cuando quiera escapar, estará tan dañada su musculatura, que ya no podrá escapar.
La pereza, que es sinónimo de desesperanza, de pesimismo existencial, de "esto no tiene solución, y para qué luchar, si no sirve de nada", es lo que nos hace comportarnos como la rana. Cuando queramos darnos cuenta, ya será imposible escapar.
La vida rutinaria es una lenta agonía
Y así, la vida diaria, nuestra rutina de todos los días se convierte en una lenta agonía, en un adaptarnos y conformarnos con cada vez peores situaciones. Es el conformismo que esclaviza, que nos somete a la tiranía de unos poderosos que nos engañan una y otra, y otra vez, mientras tengamos por un lado un plato de lentejas, aunque sea a base de subsidios, y por otro lado una semana plagada de espectáculos deportivos por televisión. "Panem et circenses", pan y circo, que ya proclamaban los romanos.
En la crisis aflora lo mejor de cada uno.
Las crisis son la manifestación del imperio de la egolatría, de la actitudes codiciosas de los humanos que generan fuertes flujos de acumulación de riqueza, y de agotamiento de recursos. Las desigualdades alcanzan niveles astronómicos y la vida, si es que se le puede denominar "vida" no es más que la expresión de los más bajos instintos del ser humano. Ante esto no queda otra que neutralizar al mal con el bien. Al egoísmo, solo cabe enfrentarse con solidaridad, al odio con amor, a la codicia con la equidad.
Es lo que nos contaban de pequeños en el catecismo, contra soberbia, humildad; contra avaricia, generosidad; contra lujuria, castidad; contra ira, paciencia; contra gula, templanza; contra envidia, caridad y contra pereza, diligencia.
A siete pecados, siete virtudes. Y esto, a nivel ahora, planetario. Ya no vale que esto se practique individualmente. Se nos acabó el tiempo.
La crisis no es el problema, sino la solución.
La gran virtud de las crisis, a todos los niveles, es que nos hacen reaccionar, nos obligan a preguntarnos qué estamos haciendo con nuestra vida, con nuestro mundo, con nuestro negocio, con nosotros mismos.
Dios, que está en todos estos asuntos de las crisis, las personales y las sociales, aunque no nos percatemos de ello, nos obliga a vivir experiencias de choque (ver entrada 43.- Fiat lux: experiencias de choque), para que admitamos que tenemos que despertar, darnos cuenta, ser conscientes de nuestro desatino, de nuestro dislate, de cómo hemos malgastado la herencia de nuestro Padre.
Visto así, como una oportunidad para corregir el rumbo torcido de nuestra vida, de nuestra comunidad, de nuestro país o de nuestro planeta, las crisis son simplemente una bendición, dado que por la vía de su prevención, de la respuesta a alertas tempranas, no nos apetece responder. Así que a la Providencia no le queda otra que darnos un guantazo y volvernos la cara del revés.
Y eso duele. ¡Vaya que si duele!
Y encima nos enfadamos con Dios, y le pedimos cuenta de por qué nos envía estos males a la Humanidad.
Pero a veces a Dios no le queda otra que dejarnos que nosotros solitos nos posicionemos delante del abismo, o incluso dejarnos caer en él, a ver si tras la caída, tomamos conciencia de quiénes somos realmente, y de que necesitamos ayuda.
La única amenaza es la tragedia de no querer luchar
La única tragedia es sepultar nuestro talento en la tierra..., "total para qué". Así que de perdidos al río, "from lost to the river", dicho en Inglés macarrónico, "a morir por Dios, o que sea lo que Dios quiera". Y claro, lo que Dios parece que quiere es todo tipo de males y tribulaciones para la Humanidad, pobrecita ella.
Pero vuelvo a lo de los pecados y virtudes capitales que nos contaban los curas y las monjitas de las madres ursulinas. Luchar no es lo que están haciendo a la desesperada los líderes mundiales, tomando medidas in extremis de un modo absolutamente caótico, de efectos impredecibles, igual que los palmetazos que uno que se está ahogando trata de dar para mantenerse a flote de un modo imposible.
Da igual que suban o bajen los tipos de interés; da igual el sí o el no a los eurobonos, subir o bajar las primas de riesgo, recortar gastos y aumentar impuestos, tratar de bajar los índices de volatilidad con vaya usted a saber qué maniobra financiera; o redactar un nuevo tratado de la Unión con diecisiete países de la zona Euro.
Da igual. La soluciones no están ya en sus manos, en las manos de aquellos que nos han metido en el abismo. Es como pedirle la solución del incendio al pirómano que lo ha provocado. Porque el corazón, la ética de aquellos que nos quieren solucionar nuestra vida (o que dicen querer hacerlo, cuando nada más lejos de sus intenciones semejante idea), es del mismo tenor que tenían cuando han contribuido decididamente a originar o permitir, mirando para otro lado, lo que se ha dado en llamar, "el mayor expolio cometido a nivel planetario en la Historia de la Humanidad".
¿Alguien, en su sano juicio, puede creer que la solución la va a proponer, la va a encontrar y la va a aplicar cualquiera de los presidentes de los grandes bancos, o los presidentes de los gobiernos, o los magnates de las finanzas?
Todos esos ya están condenados a seguir viviendo por el resto de sus días "afuera", donde sólo hay y habrá llanto y rechinar de dientes.
Son los hijos del Imperio, de la Gran ramera del Apocalipsis, los inductores del Armagedón, de la ruina, de la Gran Tribulación.
Del trigo y de la cizaña.
Ya lo dijo el Maestro, el trigo y la cizaña han de convivir juntos hasta el final de los tiempo. Y luego, en el final de la cosecha, serán separados.
Y así ha sido. En todos los estamentos en donde nuestra vida se ha desarrollado, el trigo y la cizaña han convivido juntos.
En la familia, en la ciudad, en la comarca, en la empresa, en la Iglesia (también en la Iglesia católica, el trigo "los santos de Dios", y la cizaña "sin comentarios", han convivido juntos, aunque malamente), en la sociedad, en cualquier ámbito de la vida humana, los santos de Dios se las han tenido que ver con los hijos de las tinieblas.
Y, como no podía ser de otra forma, en nosotros mismos, en nuestro interior, el trigo y la cizaña conviven (Ver entrada 70.- Venga a nosotros Tu Reino, la 40, 41 y 42 sobre nuestro particular zoológico mental).
Las cosas son así. Esto no es negociable. Así que no podemos imaginar un mundo feliz de amor y de paz, como el que todos nos deseamos por estas fechas navideñas, mediante "medidas económicas coyunturales que alivien la presión de los mercados", o cosas así.
Este es el sentido de Mateo 24, que todos nos lo tomamos por la tremenda en relación al fin del mundo, sino de cómo el final del tiempo supone la definitiva separación del trigo, a todos los niveles, personal, familiar, social, religioso y mundial, de la cizaña, también a todos los niveles, personal, familiar, social, religioso y mundial.
¿Con ángeles trompeteros anunciando por la CNN el fin del mundo?
Probablemente no.
¿Con grandes tribulaciones?
Qué remedio... Ya quisiéramos que no.
¿Con un niño naciendo en un pesebre... otra vez, por segunda vez, y ahora no precisamente de paja?
Probablemente... sí.
*
Por cierto, Feliz Navidad, en cualquier caso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario