"Moon-watcher... De pronto, y como en un sueño
comenzó a buscar en el suelo... no sabía qué, aún cuando hubiese tenido
facultad de palabra. Lo reconoció al verlo. Era una piedra pesada y puntiaguda
de varios centímetros de longitud, y aunque no encajaba perfectamente en su
mano, serviría. Al blandirla, aturullado por el repentino aumento de peso,
sintió una agradable sensación de poder y autoridad. Y seguidamente comenzó a
moverse en dirección al cerdo más próximo. [...] El cerdo siguió hozando la
hierba hasta que el martillo de piedra de Moon-Watcher le privó de su vaga
conciencia. El resto de la piara continuó pastando sin alarmarse, pues el
asesinato había sido rápido y silencioso.
A.Clacke.
2001, Una Odisea en el Espacio.
Capítulo 3, Academia.
La noticia del hallazgo del salvaje no tardó en dar
la vuelta. De San Francisco -120 Km al Sudoeste- llegaron los primeros
periodistas. El San Francisco Call publicó una fotografía del indio y otro
diario de la misma ciudad reprodujo una presunta entrevista entre el honorable
mister Conway, un indio maidú y el desconocido. Pero todo eso fue pura
invención. Hasta el momento no había nadie que entendiera sus palabras. Los
periódicos le dieron el nombre de “Ishi, el hombre salvaje de Oroville”.
Oroville CA., 29 de Agosto de 1911
Kurt Seeberger. Mil dioses y un cielo. 1968
En este ensayo, pretendo
abordar el origen del pensamiento trascendente del ser humano, partiendo desde
los orígenes de la Humanidad.
Para ello, he recuperado del baúl de los libros olvidados, un librito
que editó Bruguera en 1972, “Mil dioses y un Cielo”, de Kurt Seeberger[1].
Es un libro descatalogado ya, pero para mí es muy completo y permite comprender
cómo se instauró en el ser humano el pensamiento religioso.
El hilo conductor de la obra es el hallazgo casual en Oroville, California,
a 120 Km al Noreste de San Francisco, en 1911 de un hombre indio, procedente de
las montañas de California, que ni él, ni ninguno de los miembros de su tribu
ni de sus antepasados había tenido contacto con la civilización. A todos los
efectos, por la forma de comportarse y por los utensilios que usaba, era un ser
humano que había vivido en la Edad de Piedra. La fotografía de 1914 es de Ishi,
perteneciente a la tribu de los Yana. Los antropólogos le han definido como el
último nativo americano el cual, jamás antes ni él ni su tribu había entrado en
contacto con la civilización occidental. Estrictamente se podría decir que
realizó un viaje en el tiempo desde la Edad de Piedra hasta el momento actual
(más o menos, comienzos del Siglo XX).
El comportamiento de ese fósil viviente (nacido en 1860 y fallecido en
1916), demostró a los científicos cómo fue el despertar de la Humanidad, y en
definitiva, por qué es así nuestra visión del mundo y el comportamiento humano.
Pero fundamentalmente nos permitió comprender por qué creemos en Dios.
Hace 600.000 años que la Tierra entró en su
última (hasta el momento) Era geológica, la Era Cuaternaria. Fue una era glacial, entre los 600.000 y
-10.000 años AC. En cuatro ocasiones el
Planeta desplegó inmensas masas de nieve y hielos que cubrieron prácticamente
la mitad del globo. Fueron las épocas glaciares de “Günz” (600.000 – 550.000),
“Mindel” (480.000 – 420.000), “Riss” (230.000 – 180.000) y “Würn” (120.000 –
10.000). Los nombres proceden de cuatro arroyos alpinos, dados por los geólogos
Penck y Bruckner a principios del Siglo XX.
Que este haya sido el comportamiento del clima
en el albor de la Humanidad, tiene un interés fundamental, pues es el clima el
agente más decisivo en la dinámica de la historia mundial. Los antiguos movimientos
de poblaciones sólo se comprenden por los efectos de los cambios climáticos.
En las épocas glaciares, con -22ºC en Enero y
5ºC en Julio, no permitían la formación de grandes masas de bosques. El paisaje
europeo sería similar al de las estepas rusas actuales. Ese sería,
probablemente el mundo que vio nacer al ser humano.
Desde luego, nada más lejos de un Paraíso
Terrenal, como primer hogar del ser humano. Tundras heladas, escasez absoluta
de alimentos vegetales y una lucha denodada con los animales para, primero, no
ser devorados por ellos y segundo, cazarlos para poder sobrevivir. El hombre, fisiológicamente un herbívoro,
tuvo que convertirse en omnívoro y cazar, para no morir de hambre.
Para ello, para tanto defenderse de las fieras
y de las inclemencias del tiempo, como para poder comer y sobrevivir, comenzó a
aprender a fabricar útiles con lo más duro y elemental que pudo encontrar, la
piedra y la madera. Así entró en lo que hoy denominamos la Edad de Piedra.
La Edad de Piedra, subdividida en tres
periodos, Paleolítico (600.000 – 10.000), Mesolítico (10.000 – 5.000 AC) y
Neolítico (5000 – 1.700 AC), constituye la aurora de la Humanidad, el sexto día
de la Creación.
El Paleolítico concluye, más o menos, con el
final de la última glaciación. Es en este periodo cuando habitó Moonwatcher, el
homínido de la novela de Arthur Clark, obligado a desarrollar su capacidad de
pensar entre la crudeza de las nieves y los hielos, y el infierno de los
tórridos periodos interglaciares.
La vida de Moonwatcher dependía en exclusiva
casi, de los animales, si conseguía no ser devorado por ellos, y además,
matarlos para poder comer. Y los animales no se entregaban por propia voluntad,
pues al olfatear su presencia, huían para ponerse a salvo de este nuevo y
despiadado depredador.
La rapidez era su éxito, y también la fuerza,
pero sobre todo, la astucia. De tal forma que es prácticamente seguro que la
aparición de la inteligencia humana surgió como forma de sobrevivir a un mundo
situado en las antípodas del mítico paraíso terrenal.
Moonwatcher y los suyos se las tuvo que ver
con animales mucho mayores que ellos, con imponentes armas de defensa y de
ataque, tales como los tigres dientes de sable, los mamuts, los lobos, las
panteras, osos cavernarios, bisontes, rinocerontes velludos, etc. El oso
cavernario era la imponente figura del Rey de la Tierra, con el que ninguna
otra criatura podía medir sus fuerzas. De no haber desarrollado Moonwatcher su
capacidad de pensar, el ser humano se habría extinguido sin remisión. Es por
tanto que sería un tremendo error imaginarse la Edad de Piedra como un idílico
paraíso de total armonía del hombre con la Naturaleza. Fue un larguísimo y
cruel escenario de lucha por la supervivencia, de extremada dureza, donde
“vivir” significaba “querer sobrevivir”.
Cómo fue posible que el hombre sobreviviera a
esos arcanos y despiadados milenios, sólo se explica por el desarrollo del arma
más poderosa jamás conocida por la Naturaleza, la inteligencia. Sólo con los
puños no se puede matar a un oso, pero sí con la cabeza, con el cerebro.
El cerebro se convierte en herramienta y arma.
Esta herramienta y arma le ha permitido superar todos los desafíos, hasta
erigirse en el campeón de la Creación, en este Planeta.
Moonwatcher al blandir los fémures de los
animales muertos y ver que en su mano tenía el poder de golpear con fuerza, se
acordó del monolito que surgió de repente a la entrada de su cueva, y pensó por
primera vez.
Pensar significa en etimología alemana, “hacer
que algo aparezca”.
Percibir significa “captar mediante los
órganos sensoriales”. Moonwatcher percibía por sus sentidos, y ese cúmulo de
estímulos sensoriales comenzaron a ir, no al protoencéfalo reptiliano que
dispara reacciones instintivas, o al mesencéfalo que despliega el conjunto de
reacciones, también instintivas, aunque más elaboradas, de protección del
grupo, sino a una nueva e incipiente capa externa, el telencéfalo, donde a
velocidad vertiginosa comenzaron a establecerse millones de asociaciones
dendríticas interneuronales, una compleja red, un telar mágico que permitió el
desarrollo de la capacidad asociativa, entre los recuerdos almacenados en la
primitiva memoria, y los nuevos estímulos. Las posibles alternativas en la toma
de decisiones crecieron a velocidad logarítmica. De este modo el Moonwatcher
comenzó a “saber” y “evaluar” amenazas y oportunidades, aprendió a averiguar a
qué se enfrentaba en cada momento.
La percepción, asociada al pensamiento permite
reconocer, proporciona la noción de la realidad. Konrad Lorenz definió así a
esta nueva herramienta del ser humano, que le permitió salir del reino de los
instintos, “aparato de visión mundial”.
Lo dado a conocer mediante la percepción y el
proceso asociativo permite destacar el objeto percibido, como “reconocido”, y
así “aparece ante nuestros ojos y nuestra mente”. Sale a la luz.
El pensamiento, por tanto, permite sacar las
cosas de la oscuridad del desconocimiento. Así, Moonwatcher pudo avanzar en la
oscuridad, sacando poco a poco las cosas a la luz de su emergente inteligencia,
y así luchar contra el caos, es decir, aprendió a “predecir”, a saber qué iba a
ocurrir si un determinado acontecimiento seguía un proceso concreto, y cuáles
podían ser las rutas alternativas y evaluar los riesgos y oportunidades.
De repente se dio cuenta de que “podía dominar
el horizonte”. Al erguirse sobre sus patas traseras y subir a una colina, su
vista era capaz de ver y comprender el escenario ante sus ojos, hasta donde
permitía el horizonte. Aprendió a ver de lejos, a otear, ver allí una manada de corzos, allá un lobo y
a cuyá un riachuelo donde aprovisionarse de agua. En un instante fue capaz de
comprender dónde estaba, la situación de riesgo y oportunidad, y a establecer
un “plan de acción”, un método o “camino hacia la meta”.
Se produjeron, además en Moonwatcher, dos
cambios anatómicos más, que le permitieron abandonar el reino de los instintos
para entrar en el de la inteligencia. Por una parte, la evolución de la mano
prensil, al liberar sus extremidades superiores de la función de marcha. Por
otra, el desarrollo de la visión frontal estereoscópica, lo que le permitía
(como ya hacían sus congéneres arbóreos y prehomínidos, el chimpancé, por
ejemplo), medir distancias con gran exactitud, aunque perdía ángulo de visión.
Todo esto hizo, según Lorenz que el homo
pasara a ser sapiens:
1.- Idea central del espacio, procedente de la
facultad de trepar con mano prensil, y así calcular distancias y establecer
situación.
2.- Pasar de ser un animal especializado en
una sola función, por razón de sus habilidades físicas, a ser un animal no
especializado físicamente pero con capacidad multipropósito ilimitada, en base
a su capacidad de pensar y asociar.
3.- Liberación de los instintos. Control de
las emociones mediante el razonamiento de la situación y cálculo de posibles
alternativas.
Con estos tres elementos fundamentales,
llegamos al momento culmen en el que Monwatcher toma conciencia de sí mismo.
Descubre a “yo” frente al entorno que le rodea. Y se pregunta “¿qué hago “yo”
aquí?”.
Es el nacimiento de la conciencia del “yo”.
Así Moonwatcher se convirtió en Ishi, un ser
inteligente orientado a “objetivo final” y con conciencia de sí mismo.
Ishi (sus antepasados) desarrollaron los
métodos de supervivencia. Tuvo que desarrollar métodos para hallar, descubrir,
reconocer y planificar estrategias y tácticas de caza.
Ishi, el hombre salvaje de Oroville, enseñó a
los científicos sus técnicas aprendidas desde tiempos inmemoriales, y desde
luego que no actuaba al azar. Actuaba con premeditación y con extremada
astucia. Su método era de “objetivo final”, matar al animal. Sabía lo que
quería y cómo lograrlo. De otra forma habría muerto de hambre. Y es que el
pensamiento es la herramienta del ser humano, la única que tiene, para
mantenerse con vida, él y su familia.
Cuando piensa, oye y percibe con la vista y el
olfato, y el gusto, el hombre se da cuenta de que en su cabeza residen sus
principales capacidades, tanto a nivel de percepción como de pensamiento. Si
además sube a una colina para otear al horizonte, se da cuenta de que “arriba”
se domina más que en el llano o en el valle. Así surge un concepto básico,
“arriba y abajo”. Cuanto más arriba, más claridad, más perspectiva y más
amplitud, aunque se pierden los detalles. Cuanto más abajo, más oscuridad,
menos perspectiva, menos capacidad de dominar el entorno, pero más capacidad de
ver el detalle. De hecho, la civilización no surgirá en las profundidades de la
selva, sino en los amplios horizontes de las praderas y sabanas, y en las
orillas del mar. No es casualidad que los pueblos dominados por los mitos, vean
en las profundidades de la selva, las más peligrosas amenazas.
Arriba, Ishi ve el cielo y la luz del sol.
Abajo ve las cuevas, y la oscuridad del mundo en tinieblas.
Si Ishi aprendió a diseñar estrategias
tácticas de objetivo final, pero necesitaba aprender a analizar y comprender
cómo y por qué sucedían las cosas, para poder aprovecharse de unas cosas y
neutralizar los peligros de otras. Necesitaba aprender a explicar los
fenómenos. Lorenz afirma que el pensamiento intencionado, de objetivo final, de
poco sirve sin el pensamiento causal. Y viceversa, de nada serviría comprender,
si no buscáramos nada, si no tuviéramos una finalidad.
Es en este ámbito del pensamiento donde a Ishi
le costaba más trabajo llegar. El detalle al que podía llegar mediante la
observación era demasiado primario. Por qué crecían las plantas era comprendido
en la medida en que veía que hacía falta agua, luego en algo el agua era
necesario para el crecimiento de las plantas, y un determinado tipo de tierra.
Y hasta ahí llega, pero no puede comprender el mecanismo íntimo del
crecimiento. Y así con todo.
Como esto le ocurría con casi todo lo que
quería comprender, el más allá de la explicación lo tenía que resolver de
alguna forma, todo antes de concluir con un frustrante “no sé”.
Como no era capaz de descubrir las causas
últimas, empezó a reconocer las causas últimas como fuerzas ocultas que
actuaban a voluntad, estableciendo un mundo cíclico, estacional. A estas
fuerzas les puso voluntad y nombre. De modo que las “causas” en la Edad de
Piedra no son cosas o fuerzas, sino seres causantes o responsables de algo.
El final del paleolítico coincide con la
retirada de los hielos. El Mesolítico duró desde el año 10.000 hasta el 5000.
Sigue el Neolítico entre 5000 y 1700 AC, y con su finalización, el hombre
aprende el uso de los metales. Nace así la Edad del Bronce, y con ella, el
hombre tiene dominio suficiente del entorno como para inaugurar la
civilización, es decir, la vida en un nuevo entorno, la ciudad. Para eso hizo
falta una cosa, el desarrollo de la agricultura, que permitió al hombre pasar
de nómada a estable.
El deshielo permite el crecimiento de las
plantas, y el hombre aprende a plantar y recolectar. El granero se convierte en
garantía y seguridad.
Al cultivar plantas, nace la “cultura”. Al
crear la ciudad (civitas), nace la “civilización”.
La necesidad de garantizar el suministro
permanente de agua, hace que los humanos se asienten en las riberas de los
grandes ríos. Así, las riberas de los ríos Nilo, Tigris, Jordán, Éufrates y el
Indo son las protagonistas de las civilizaciones primeras de la Humanidad.
Se tiene noticia de los primeros asentamientos
en el Nilo, en el 14.000 AC, con una temperatura media 10ºC menor que la
actual.
Se reconocen a Tchatal, (9000 años de
antigüedad) en Anatolia, y Jericó (8.000 años) las dos ciudades más antiguas
que se conocen.
A parte de otros muchos utensilios y objetos,
en estas ciudades se hallaron toscas y gruesas figuras femeninas de barro, con
grandes pechos y en actitud de dar a luz, prueba de que los ciudadanos rendían
veneración a la “Magna Mater”, como fuente de fecundidad y de amor.
También aparece el toro como símbolo de la
potencia viril.
Mientras el ser humano fue nómada, y tenía de
desplazarse de asentamiento en asentamiento provisional, en función de las
posibilidades de comida la estructura de organización humana rara vez pasaba
del ámbito del grupo humano totipotencial, es decir, no especializado. Todos
los miembros sabían los métodos esenciales, aunque especialmente por razón de
sexo, los hombres se dedicaban a la caza y la defensa, y las mujeres al cuidado
de la casa y de los hijos.
Las ciudades hacen posible la gestación de una
estructura mucho más compleja, “la Organización”. Este nivel de sistema
comienza a generar la especialización de sus miembros.
Las primeras ciudades también tenían
originalmente torres de vigilancia (es el caso de Tchatal). Jericó, ya aparece
con murallas. Y tras ellas, todas las ciudades de la antigüedad estaban
amuralladas. ¿De quiénes se defendían? De sus enemigos, y no eran precisamente
los animales.
La ciudad inventa otro elemento fundamental
para la civilización, la escritura. Nace en Sumer, territorio entre el curso
inferior del Éufrates y Tigris, con sus dos principales ciudades, Ur y Uruk. La
escritura es cuneiforme, en la que está escrita la epopeya del héroe Gilgamesh[2], mil
años antes de los primeros libros de la Biblia. Con la escritura, la memoria
del hombre no se trasmitirá solamente de modo verbal, sino que se conservará
para siempre en las bibliotecas y archivos documentales.
Gilgamesh relata la lucha de los dos dióscoros
asirios, Gilgamesh y Ekidu contra el demonio del bosque de los cedros. Los
dióscoros son parejas de amigos míticos, gemelos de los dioses, o dioses
gemelos, como Cástor y Pólux, los Géminis. En estos últimos, cuando Cástor es
herido mortalmente con una lanza, Pólux implora a su divino padre, Zeus, que no
le separe de su compañero. Zeus permitió a Pólux vivir eternamente con Cástor
alternando un día en el Olimpo y otro día, bajo tierra. Este relato nos muestra
el eterno ciclo del día y la noche, de luz y oscuridad, de felicidad y de
dolor, de muerte y resurrección.
Se suele asociar mito con los griegos y los
romanos, y su mitología mundialmente famosa. Pero en realidad, cada pueblo de
la Tierra, cada tribu, cada nación, cada religión, incluidas las grandes
religiones monoteístas, tiene su propio imaginario mitológico.
Con los mitos se consigue dar respuesta al por
qué de todo.
El profesor Pierre Grimal[3] ha
clasificado los mitos de las diferentes culturas en tres grandes grupos.
Grupo I. Corresponde a la mitología de los
egipcios, sumerios, babilonios, hititas, griegos y romanos. Digamos que es el
grupo de la mitología occidental.
Grupo II. Incluye a los pueblos persa, indio,
japonés y chino. Es la mitología oriental.
Grupo III. Incluye al resto de pueblos del
mundo. Es un grupo muy heterogéneo, entre los que se incluyen a los celtas,
germanos, eslavos y finés (pueblos bárbaros de Europa nórdica), nativos
americanos y pueblos de Polinesia y Oceanía, así como a los siberianos y los
esquimales.
Los mitos de los grupos I y II nos hablan de
los mitos clásicos de las grandes civilizaciones. Los del grupo III no han sido
muy conocidos por el público.
Los mitos expresan lo que los pueblos
pensaron, sintieron y creyeron en sus días o aún siguen creyendo.
Fundamentalmente tratan de explicar la Creación del mundo. Suponen un conjunto
de relatos en la que intervienen numerosos seres sobrenaturales y muy
poderosos. Los relatos suelen ser bastante dramáticos.
Mitos significa “palabra”, “discurso”,
“narración”, “leyenda”. Y se deriva de ello, la tradición de un pueblo en
cuanto a sus imaginaciones sobre la creación del mundo, dioses y demonios. Abordan las preguntas últimas o básicas del
ser humano. ¿Por qué existe todo esto?, ¿Qué o quién lo ha creado?, ¿de dónde?
¿A dónde se dirige todo esto?
Los mitos proporcionan una concepción del
mundo. Todas las civilizaciones se basan en mitos primordiales, que abren la
puerta al mundo de la Religión, porque, reconociendo que todo esto existe por
acción directa de Dios o de los dioses, la segunda derivada es cómo se
relaciona el hombre con la divinidad, para mantenerla contenta y que no se
enfade demasiado enviándoles catástrofes y desgracias, de todos conocidas.
Los mitos se describen habitualmente en forma
de historias, cuentos o leyendas. Las diferencias semánticas entre estos tres
estilos son demasiado sutiles como para establecer una diferencia nítida.
El antropólogo Rudolph Jockel establece seis
clases de mitos:
-
Teogonías. Mitos sobre el origen
de los dioses.
-
Cosmogonías. Mitos sobre la
creación del mundo.
-
Cosmologías. Sobre cómo se
desarrolló el mundo y sus componentes, animal y vegetal.
-
Soteriologías. Mitos sobre la
salvación del hombre de un mundo lleno de calamidades y penurias.
-
Escatologías. Mitos sobre las
últimas cosas, sobre el fin del mundo. De la muerte y la resurrección.
-
Etiologías. Sobre la razón de los
fenómenos naturales, como por qué estallan los volcanes, cómo se forman los
huracanes y por qué tiembla la tierra, etc.
Los mitos se han transmitido principalmente
por transmisión oral, hasta que la escritura apareció en cada cultura. Son
sagrados porque fueron transmitidos por sus antepasados desde tiempo
inmemorial. Los inuit denominan a los mitos “las palabras de los muertos”.
Nadie sabe cuándo surgieron, el hecho fue que surgieron y se transmitieron de
generación en generación. Siempre ha sido así y siempre lo será.
Existe unanimidad en todos los pueblos y
culturas, cuyos mitos reconocen que en el principio, todo era oscuridad y caos.
Parece ser el más antiguo recuerdo de los seres humanos. El caos y la oscuridad se pueden
interpretar literalmente, lo cual es bastante fantástico, puesto que el Sol
ilumina la Tierra, virtualmente, desde siempre, a no ser que el periodo glacial
se haya caracterizado por un porcentaje muy elevado de días plomizos y grandes
ventiscas. Pero también pueden ser un símbolo de la confusión (caos) e
ignorancia (oscuridad) que los primeros humanos sufrían al no entender qué era
todo aquello que se desplegaba ante sus ojos, y que además era francamente
peligroso. Si recordamos que pensar significa “hacer que algo aparezca”, que algo
quede iluminado, la luz como comprensión y oscuridad como desconocimiento son
símbolos del sentir humano ante la comprensión del mundo que les rodea.
Caos y oscuridad suelen ir parejas en todos
los mitos sobre la creación.
Caos significa en griego “vacío abismal”. En
todos los mitos, se afirma que en el principio “todo era oscuridad”.
“En el
principio se hizo el caos, la nada abismal. Y luego apareció la tierra, Gea. Y
del caos se formaron como hijos de Geo,
Nyx y Erebo, noche el primero y oscuridad el segundo.” (Según Hesiodoro)
De la unión de la noche y la oscuridad nacen
el día (Hemera) y la luz (Eter). Eros surge de la nada (no el angelote
casamentero), como principio del que nace la vida. Con Eros, Gea comienza a
sufrir dolores de parto hasta nacer Urano de sus entrañas, el cielo.
Igual que el mito griego, una secuencia
similar se observa en los mitos de los indios de Norteamérica:“En el principio todo era oscuridad, de modo
que todos los hombres caminaban a oscuras”
Y en Centroamérica: “Gran número de humanos habían sido ya creados. Se multiplicaban en la
oscuridad, antes de que nacieran el sol y la luz.”
Y en Sudamérica, y el Polinesia: “El cielo, encima y la tierra debajo son los creadores de los
hombres y de todas las cosas. Pero antes el cielo yacía sobre la tierra y todo
era oscuridad.”
La oscuridad de vence con la luz del día, que
nace de la noche, para morir en el crepúsculo y volver a nacer por la mañana.
Es lo primero que comprenden los humanos, el ritmo día y noche. Esta es la más
precoz muestra de pensamiento humano, que se explica no mediante ningún tipo de
fuerza física, sino mediante la actuación de unos seres creadores.
Todos los agentes creadores son
individualidades. No hay conceptos abstractos, los fenómenos son provocados por
seres superiores con comportamiento humano, de enfadan, se calman, se alegran,
etc. El hombre y el mundo que habita conforman una unidad.
Sólo después de vencer la negrura de la
oscuridad, donde no existía defensa contra los peligros, pudo el hombre ver la
luz, pudo comprender y con ello sentirse libre.
Merece la pena destacar el mito de los inuit
(esquimales) sobre la creación del mundo y de la vida, basado en el padre
cuervo primigenio, el primer ser viviente del que se tiene noticia
(Tulungersaq). Fue el origen de todo. El hombre y el animal vivían en mundos
separados. Tenía inicialmente figura de hombre y avanzaba a oscuras. El hombre
en un momento determinado es consciente de quién es. Es cuando el cuervo toma
conciencia de sí mismo. En medio de la oscuridad, el hombre palpa un objeto
duro que resulta ser un gorrión. Del lodo surge una planta, de la que salieron
los arbustos y la hierba. El hombre estaba solo, y del barro formó una figura
igual a él. Pero este tenía un carácter violento. Enfadado por el fracaso,
arrastró a su compañero hasta el abismo
y lo arrojó a las profundidades. Y así esta criatura se convirtió en Tornaq, un
mal espíritu del que proceden todos los espíritus del mal. El hombre explora junto
con el gorrión y descubre que está en una isla. Quiere averiguar qué hay detrás
del horizonte. Envía al gorrión que vuelve y le dice que más allá hay tierra
dura. Entonces coge un par de ramas con las que construye unas alas y comprueba
que puede volar. Entonces él mismo se da cuenta de que es el Cuervo. Y el
espacio por el que volaba lo denominó cielo. Y el lugar donde aterrizó más allá
del horizonte, lo denominó Tierra. Después el Cuervo creó a los hombres, no se
sabe si de barro o de plantas. El Cuervo les daba de comer. Los hombres no
veían, caminaban a gatas, todo era oscuridad y sonido, el de los renos, los
lobos y los osos. El Cuervo pidió ayuda al gorrión para solucionar el problema
de la oscuridad. El gorrión se fue, tardó bastante tiempo, pero al final trajo
en su pico un trozo de mica, que lo lanzó al aire e inmediatamente se hizo la
luz. Así nació el día y la noche. Una vez terminada la creación de las cosas,
el Cuervo reunió a los hombres y les dijo “yo soy vuestro padre, a mí me debéis
la tierra y la vida. No debéis olvidarme”. Subió al cielo y esparció la mica.
No se habla en este mito del sol.
Los maoríes de Nueva Zelanda, hablan de cómo
cielo y tierra estaban pegados, y cómo se separaron, por la lucha entre el
“señor de la selva” y el “hijo de la tierra”, con muchos personajes con nombre
propio, deidades que luchan cada una por sus intereses. Señor del mar, de la
tierra, del viento, etc. En el principio el cielo yacía sobre la tierra, todo
era la misma cosa, e imperaban las tinieblas. Y los hombres ya existían. L luz
surge de un acto violento de separación de los padres. Rangi, el cielo, subió a
las alturas donde flota todavía y Papa, la madre tierra se quedó abajo. Luego
los diferentes hijos, los señores del mar, el hijo de la tormenta, etc. Se
enzarzan a grandes peleas, que pillan a los hombres en medio. Es la forma de comprender
el poder de las fuerzas de la Naturaleza, que se expresan en el extremo como
volcanes, terremotos, huracanes e inundaciones. En muchas culturas se habla de
grandes inundaciones, tales como la epopeya de Gilgamesh o en la Biblia.
Es importante que en este mito aparece la
dualidad femenina – masculina (tierra y cielo). En este mito, una vez el cielo
sube a las alturas, ya no se vuelve a mencionar. El cielo tan descomunal, se
desvanece para el ser humano como inabarcable. La historia continua con
episodios entre deidades mucho más próximas, tormentas, mar, tierra, viento…
En los mitos de la creación, el Cielo es la
máxima deidad, nadie se acuerda de él, salvo cuando van mal las cosas. Sucede
con significativa frecuencia. Sin ir más lejos, en el imaginario cristiano,
Dios no tiene una festividad, ni un templo dedicado a Él. Se festeja a las
diferentes advocaciones de Jesucristo, la Virgen bajo miles de advocaciones y a
los santos. Es la tendencia a dirigirse a las deidades más cercanas, que más
inciden en la vida diaria. Dios aparece siempre demasiado lejos. Se venera a
las deidades del viento, la tormenta, la lluvia, no porque causen los fenómenos
meteorológicos, sino por ser los hijos del Cielo y descender, según el mito de
la creación, de él.
Esta visión cosmogónica no tiene discusión.
Todo lo que pasa está dispuesto por los dioses. Por esa razón el mundo es
sagrado. Hasta el rayo que hiere la encina, la transforma en sagrada. Árboles
sagrados marcados por el rayo son bastante comunes en las culturas. Los hay en
Grecia, en Italia, en Germania…
La novela “Creación” de Gore Vidal aborda a
través de la vida novelada de Ciro Espitama, sobrino de Zoroastro, la búsqueda
del verdadero mito de la Creación a través de los pueblos de la antigüedad,
Persia, India, China, donde Ciro conoce a Gaitama Sidharta buda, Lao Tse y
Confucio, para finalmente conocer a Sócrates, y comprender que la Creación es y
será la eterna incógnita para el ser humano.
El sentido de los mitos es en todas las
culturas responder a la eterna pregunta, ¿qué sentido tiene la vida? Como se
preguntaba Stephen Hodking, ¿por qué el Universo se tomó la molestia de
existir?
Se trata de hacer visibles a los causantes de
los días y las cosas, y sobre todo comprender por qué, tanto más cuanto la vida
en los orígenes de las comunidades humanas fue lo más alejado de un paraíso.
Fue violenta, peligrosa, complicada. El objetivo de cada mañana de aquellos
hombres era sobrevivir y poder llegar a la noche para contarlo. Cuando surgió
la conciencia, verdadera prueba fehaciente de humanidad, el hombre necesitaba
comprender por qué estaba allí, y sobre todo, qué sentido tenía la vida,
escondido deseo de saber a dónde nos conduce.
Al surgir en el mundo, el hombre se encuentra
con varios ejes de coordenadas. El primero y más comprensible es el compuesto
por los cuatro puntos cardinales, el plano horizontal. El segundo es la flecha
del tiempo, pasado, presente y futuro, y el tercero es el vertical, arriba y abajo.
Arriba lo excelso, la luz, abajo lo impuro, la oscuridad. Coronar la montaña es
un éxito que la naturaleza recompensa con un espléndido panorama, te sientes el
rey del mundo. Caer en una sima es sinónimo de fracaso, de accidente, de
tragedia, donde reina la oscuridad y el miedo. Luego en el hombre desde que
tiene conciencia de sí mismo, siente una tendencia innata a elevarse. Aquí
abajo no se encuentra bien, necesita liberarse de miedos, de ataduras. Así las
soteriologías trazan un vector liberador, que va elevando al ser humano sobre
las cosas, hasta conducirle a una nueva realidad eternamente estable en un
escenario estable, firme, duradero, infinito, el firmamento. Conocer,
comprender, seguir ese vector, supone elevarse, “oriri” en latín, de donde viene el término Oriente (por donde el
Sol se eleva sobre la Tierra), y orientarse “guiarse por la salida del Sol”,
gracias a la luz que nos llega de las alturas.
Mil dioses y un Cielo
El panorama parece claro, los mitos de las
culturas primitivas muestran cómo existe una coincidencia casi total en
reconocer que existe un Cielo eterno, inaccesible para el hombre, hacia donde
el espíritu humano desea elevarse, y multitud de dioses, de deidades que
interviene el lo cotidiano de la vida de los hombres, fundamentalmente como
manipuladores de los fenómenos meteorológicos que tanto pueden alimentar con
buenas cosechas a las comunidades humanas, como arrasarlas del modo más
violento imaginable con terremotos, volcanes, huracanes e inundaciones.
Una educación tendenciosa por parte de los
educadores religiosos nos han hecho despreciar todas estas culturas y sus
mitos, catalogándolos de dioses falsos y a sus seguidores de idólatras. A estas
culturas con un Cielo y mil dioses se las califica de “politeístas”, donde el
Sol era considerado el dios principal. En Egipto y en América Central, el sol
es sinónimo del ojo de Dios, el “ojo de Ra”.
Por el contrario, las grandes religiones del
Padre Abram se denominan “monoteístas”, porque reconocen a un único dios.
Pero si uno lo piensa bien, el escenario es el
mismo. Dios único (Cielo único), y debajo de Él multitud de seres espirituales
que hacen la vida propicia o la estropean, ángeles y demonios, vírgenes y
santos maestros. La evangelización cristiana del Imperio romano cambió Júpiter
por Jesucristo, pero no tuvo más remedio que cambiar los diosecillos
domésticos, lares y penates (que eran a los que los habitantes de las aldeas
acudían para protegerse de las inclemencias del tiempo, Jesucristo, como
Júpiter era el dios de los emperadores, ahora los papas), por vírgenes, ángeles
y santos de su devoción. Ellos sí estaban cercanos e intercedían ante
Jesucristo y en ocasiones ante el mismísimo Dios.
Y entre el hombre y Dios (el Cielo), un camino
lleno de avatares, que se origina en una tierra donde la oscuridad y el día
conviven, donde se sufre y se padece, y donde la luz es el punto de destino.
Una luz que está alta, muy alta. Y a falta de poder volar, la única forma de
acercarse siquiera simbólicamente a las alturas, es subir la Montaña sagrada.
La deidad siempre ha estado situada en lugares
inaccesibles. Las altas montañas son las moradas de los dioses. En Grecia el
monte Olimpo es la morada de los dioses, para los judíos, es el monte Sinaí,
donde Iahveh entregó las Tablas. Para los babilonios los zigurats representan
la montaña sagrada. El Aconcagua, el Everest, y cualquier singular montaña
puede ser y es morada de Dios o de los dioses.
Una vez separados cielo y tierra, la tierra
(femenino) es morada de los hombres. En ella la oscuridad y la luz se alternan,
como se alternan las alegrías y las penas, la salud y la enfermedad, lo bueno y
lo malo.
El hombre procede del abismo, del barro, y
siente la necesidad de elevarse, y necesita meditar para comprender cuál es el
propósito que los dioses tienen con él.
Los pueblos cazadores ven el mundo de modo
diferente a los agricultores. Los inuit piensan diferentes que los habitantes
de los mares del Sur, como los maoríes.
Los inuit reconocen que el hombre vivía en la
oscuridad, jamás se hacía de día. Sólo se iluminaban con agua en las casas,
porque por aquel entonces, el agua ardía. La oscuridad obligaba a encerrarse en
las casas, salvo para cazar. Así que hombres y mujeres se multiplicaron hasta
ser demasiados. Entonces hubo una gran inundación y muchos hombres murieron.
Cuando todo estaba arrasado, dos viejas se dicen que es preferible no tener
día, porque así no llegará la oscuridad, la muerte tras conocer la luz. La otra
dijo que era preferible conocer la luz, aunque tras el día llegara la noche, la
muerte. Y así fue, y hubo noche y día, y muerte. Es el precio de vivir entre la
tierra madre y el Cielo eterno.
Para el ser humano la muerte es
incomprensible, siempre se preguntará por qué morir. Porque los mitos no
consideran lógico nada de lo que existe, así que necesitan introducir en el
discurso una fuerza superior (incomprensible), por cuya voluntad fue creado el
mundo y las cosas son como son. Y todas reconocen el cielo como el Reino de la
Luz.
Todo lo que viene del Cielo es sagrado, porque
viene del eterno, de Dios 8se le llame con múltiples nombres).
Pero entre el Cielo y la Tierra parece haber
un abismo insalvable para el hombre. Cómo llegar a Él, es el gran misterio, la
gran añoranza.
Así nace la Religión, como método (camino) que
conecta la Tierra de los hombres con el Cielo de Dios. Religión procede de “diligere” respetar o tener gran estima,
y de ahí, “religare”, ligar o atar,
establecer vínculo, porque el Cielo, para el hombre es inaccesible, no puede
volar hacia las nubes. Sólo puede escalar montañas, pero cuando llega a la
cumbre, o alguien le da la mano y le ayuda a ascender al Cielo, o no hay nada
que hacer. La religión establece la ligadura con el Cielo, para que el hombre
pueda salir de la tierra y llegar al Cielo.
El nombre de los dioses no es casual, tiene un
profundo significado para cada cultura.
Para los iroqueses, indios canadienses de la
provincia de Quebec, el nombre de Dios es Oke, el que está en las alturas.
Para los sioux el nombre de Dios es Wakan,
derivado de una palabra Dakota que significa “arriba, en lo alto”. El Sol, la
Luna son wakan para los sioux. La máxima fuerza de Wakan es el rayo.
Para los maoríes, Dios es Iho, “el que está en
las alturas”.
Y así podríamos citar a Uvolavu para los
akposos, Bayame para las tribus del oeste australiano y Daramulum, para los de
la costa oriental. En todos los casos la
traducción es más o menos la misma, “el que vive en las alturas”.
Tengri para los mongoles, Num-Terem para las
tribus del Obi siberiano.
Los persas – iraníes de origen zoroastriano,
denominan a si ser supremo Ahura Mazda, el sabio señor que todo lo ve, lo sabe
todo, es imposible engañarle. Y Mazda engendra a Mitra, para cuidar del detalle
de la sociedad humana.
Los dioses celestiales aparecen en todas las
religiones politeístas como los más elevados. Se denominan uránides (Urano es
el dios del Cielo para los griegos). Todos son deidades universales, señores
del mundo, de todo lo que existe.
Para los pueblos indo-europeos, existe un
nombre ancestral, original que denomina a la máxima deidad mítica, que como un
tronco de árbol, esparce sus ramas para engendrar diferentes dioses que
pertenece al mismo grupo mitológico. La palabra en cuestión es “dieu” que
significa “día, luz”. De dieus aparece “Daus” (indio), “Zeus” (Z por D, en
griego) y “theos” (derivación de d – z – th). Y de “theos” Zeos, en latín surge
Deus, y en español “Dios”.
Un antiguo proverbio veda concluye este repaso
de una forma muy bella: “uno sólo existe,
que los sabios llaman con diferentes nombres”. Pero todos los nombres
apuntan hacia lo Alto, y la luz del día. Al fin y al cabo, día y Dios tienen el
mismo origen etimológico.
Este factor común respecto de la denominación
del máximo ser supremo hace pensar que en el fondo, todos los seres humanos
intuyen la existencia de un ser supremo que gobierna el Universo y la vida de
los hombres, al que estos no pueden acceder por sus propios medios, así que
necesitan algún tipo de ayuda, de hecho salvador, que les libere de la Tierra,
donde viven entre la alegría y la tragedia, para gozar en el Cielo del paraíso
añorado desde que el hombre tiene conciencia de sí mismo.
El ser supremo es creador, omnisciente, mora
en lo alto, es la luz, como la del día, y además se ocupa de los hombres
enviando deidades que apoyan a los hombres para salvar el abismo insuperable
entre la Tierra y el Cielo.
Resumiendo. Los hombres, una vez son
conscientes de sí mismos, y reconocen que todo lo que existe ha de deberse a
fuerzas superiores a él, que crearon todo el mundo visible, incluido él mismo,
reconocen de alguna forma que además de los dos planos de su realidad material,
el horizontal por el que se mueven en el sentido de los cuatro puntos cardinales,
y el temporal, por el que son conscientes de su pasado, su presente y su
destino futuro, también son conscientes del tercero de los planos, el vertical
por el que sienten la intuición de que su vida aquí abajo no es satisfactoria,
y que allí arriba en lo alto, en el firmamento, en el Cielo habita el Altísimo
que además es fuente de luz. Así surge la noción de Dios.
Pero además ocurren otras muchas cosas
importantes. Una de las más fundamentales es la percepción de la vida cíclica,
manifestada cada día en el ciclo luz oscuridad del día y la noche; manifestada
también cada vez que la Luna se muestra llena; y manifestada cada año por el
ciclo de las estaciones, que además influye tremendamente en sus vidas.
Tras los rigores y el hambre del invierno, de
repente surge el milagro del despertar de la vida con la consagración de la
primavera una vez el sol hace que el día comience a ser más larga que la noche,
comienza el deshielo, y la naturaleza emerge del letargo invernal con todo su
esplendor. Así vivía la tribu de Ishi, los yana, el surgir de la primavera,
milagro que les salvaba año a año de la hambruna a la que el invierno les
sometía.
Del reconocimiento de ese milagro, obrado por
el Gran Espíritu divino, surge una actitud de agradecimiento que bien merece
una gran celebración, una fiesta, donde ofrecer sacrificios en acción de
gracias.
La acción de gracias requiere el recuerdo de
una gran merced y tener conciencia de ello. La celebración es una afirmación de
la vida y el recuerdo de que fuerzas celestiales gobiernan todo lo creado.
El hombre fue haciéndose consciente de que las
cosas, los fenómenos, tanto los buenos como las adversidades no suceden por
casualidad, sino que siempre están las deidades detrás de todos ellos. La
necesidad de comprender que no estamos sujetos al azar ciego supone llevar la
vida de la oscuridad de la ignorancia, de la incertidumbre a la luz de la
claridad, del conocimiento. Así, a la sensación de saberse en peligro se llega
a la necesidad de buscar ayuda y protección. Esto se traduce en súplica, en
oración. La oración es así el reconocimiento de la pequeñez que ruega al
Altísimo le proteja y le ayude, así como la alabanza por las grandes obras y
mercedes que Él obra en los hombres.
La fiesta tiene origen en la gratitud, que se traduce
habitualmente en un sacrificio, como
forma de devolver en parte el regalo y la merced recibida, aunque sólo sea
simbólicamente.
El progresivo conocimiento de los fenómenos
naturales por la vía de la investigación científica ha hecho que cada vez se
prescinda más de las fuerzas y voluntades celestiales en los fenómenos
naturales. Así es como cada vez hay menos que agradecer, también hay menos que
celebrar y de devolver el favor. En contraste, el hombre de la antigüedad
siempre amenazado y en peligro, entre el temor y la esperanza buscó en las
fuerzas celestiales la explicación y la protección.
En la mitología de los nativos americanos, los
hombres están fuertemente relacionados con los animales a los que dan caza para
sobrevivir. Los hombres fueron antes animales. Cuando cazan, su cuerpo y su
espíritu se funden con el del animal que se entrega como alimento. Para estos
pueblos, en el fondo de este sentimiento subyace la intuición de que todos los
seres vivos son en esencia la misma cosa. Existe en ellos un sentimiento de
unidad con todo lo creado. Por eso para ellos la caza es un ritual sagrado, y
el animal cazado es un hermano que sólo por extrema necesidad necesitan
dar muerte.
El acto de la caza es un ritual sagrado. Saben
que han de matar a la presa, para hacerse una con ella al transformarla en
alimento, en carne de su carne, espíritu de su espíritu. Esta fórmula sagrada
encierra una, al parecer, conocida ley de las religiones, que “una parte
representa y es el todo”. Una pluma de águila representa al ave entera, de modo
que el chamán que se adorna la cabellera con una pluma, “puede volar”. Vuela
“por arte de magia”.
Como quiera que en la actualidad el animal y
los humanos vivimos en mundos separados, no podemos comprender esta fusión,
pero cuando existe, una pequeña cosa representa la totalidad. Aunque bien es
verdad que “mutatis mutandi”, una reliquia representa al santo, una foto
representa la persona que la muestra, una imagen a la santidad representada,
etc. “Pars pro toto” (la parte por el
todo). Bof lo denomina “sacramentos de la vida”, objetos que representan la
totalidad de lo que significan. Así, lo mágico es el poder de la
representación, del sacramento. La pluma es el águila, la voz del conejo, s el
conejo, y cuidado, en nuestro mundo, la palabra es lo que significa. El que
menciona una cosa, la evoca en su mente.
Hablar, leer, escribir son actos mágicos.
Nuestra única conexión con el exterior son
nuestros sentidos; por lo demás, toda nuestra vida se desarrolla en el interior
de nuestra mente, de nuestro pensamiento. Cuando leemos una novela sobre la
Inglaterra del Rey Arturo, todo nuestro ser se transporta a la antigüedad, y
vive en primera persona las peripecias de los caballeros de la mesa redonda;
realizamos un auténtico viaje a través del tiempo y del espacio. Esto es magia.
Porque las palabras no definen las cosas o
describen los acontecimientos, son en sí mismas esas cosas y esos
acontecimientos.
Posiblemente, el momento de tránsito a la
humanidad fue al desarrollar la capacidad de hablar, de representar toda la
realidad dentro de la mente, del pensamiento, esto es, la capacidad de hacer
magia.
La magia se consideraba un arte supremo, que
sólo los no iniciados podían hacer. No es casualidad que sea en esas personas,
capaces de “hacer magia”, las primeras que se establecieran entre el pueblo y
los dioses, al ser capaces de hacer la mayor de las magias, la comunicación
directa con los dioses. Por eso, a los primeros sacerdotes de la historia, se
les denominaba “magos”. Eran astrólogos, interpretaban los sueños, eran
encantadores e ilusionistas. Eran los “magos encantadores” de Don Quijote, que
hacían la magia de hacer creer a Dulcinea que era una aldeana de baja ralea.
Eran los magos Merlín de la historia artúrica. Eran y son la casta sacerdotal
que ha brotado allí donde ha habido una cultura religiosa.
Ishi, nuestro hombre de la Edad de Piedra, era
muy respetuoso con todos y cada uno de los instrumentos de caza, porque no eran
simples armas, eran casi objetos de culto, porque para él, la caza era un rito
sagrado. Era un acto mágico, por el que el animal se fusionaba con el cazador,
hasta convertirse en una sola cosa.
Otro de los aspectos más esenciales de las
antiguas culturas, por los que nos podemos dar cuenta de su evolución
psicológica y sobre todo espiritual, es respecto de su actitud hacia los
muertos.
Parece ser que antes de ese tránsito hacia la
humanización, los grupos de homínidos con alta socialización, anteriores a los neardenthales, cuando
alguien del grupo moría, la tribu dejaba el cadáver a la intemperie, y seguía
su camino. En un determinado momento, cuando toda la fenomenología religiosa
empezó a surgir, empieza la cultura funeraria, los enterramientos. La primera
vez que ya un ser humano enterró a un muerto, sería cuando fue consciente, por
primera vez, de que los humanos son algo más que el cuerpo visible, y que
“algo” de ese ser permanece, trasciende, y ha de ser tratado con profundo
respeto.
Cuando la muerte comienza a considerarse no el
fin, sino un tránsito, aparece el arte y la cultura funeraria.
El hombre es la única criatura que entierra a
sus difuntos, y en todas las sociedades han existido creencias sobre almas,
espíritus y vida después de la muerte, por lo que los ritos de despedida
presentan formas muy diversas en todo el mundo y a través de todas las épocas.
Los ritos funerarios pueden agruparse en dos clases, según el sentido que cada comunidad le dé a la muerte. Por un lado, están las sociedades que creen que con el cuerpo se pierde una parte esencial de la persona; por otro, las convencidas de que el alma es anterior a nuestra vida en este mundo y sobrevive a la muerte corporal.
En las primeras, se momificaban a los
cadáveres y se llenaban las tumbas de objetos personales, alimentos y ofrendas
para prever la resurrección en el futuro y ayudar al alma en su viaje hacia
otra vida: hebreos, vikingos, judíos, árabes, cristianos y sobre todo, egipcios
lo hicieron. Los que creen en la reencarnación del alma, como hindúes y
budistas, prefieren otras fórmulas, como la cremación.
Las primeras tumbas conocidas datan de la Edad
de Piedra, hacia el año 3000 AC. En ellas, los cadáveres aparecen acostados
hacia un lado y encogidos, y junto a ellos hay comida, herramientas y ornamentos.
Ya en la antigua Mesopotamia se creía que quienes eran mal enterrados podían
provocar desgracias. Los cretenses inscribían direcciones para la otra vida en
las sepulturas de sus difuntos, y griegos y romanos les proveían con dinero
para los dioses e incluso pasteles para el cancerbero, el perro guardián de las
puertas del más allá.
Herbert Kühn afirma que el paso a la humanidad
se produce cuando aparecen las sepulturas, porque esto delata que el homínido,
ya humanizado era consciente de que tenía un espíritu que trascendía a la
muerte. Allí donde hay una sepultura, debe haber habido un hombre que pensaba
acerca de lo que habrá más allá de la muerte. Y allí donde hay restos de
sacrificios, es prueba de que los humanos que lo ofrecieron, lo hicieron a
“alguien”, que no es otro que una deidad.
Pero quienes llevaron más lejos el culto
funerario fueron los egipcios. En la época de los faraones, conservar el cuerpo
se creía indispensable para acceder a otra vida, y con este fin, nobles y reyes
hacían preservar sus restos y equipaban lujosamente sus tumbas esperando el día
de su resurrección. Una vez muertos, se guardaban sus vísceras en los llamados
“vasos canopos” (un equivalente a las reliquias de santos entre cristianos y
árabes), embalsamaban el resto con compuestos especiales, se celebran unos
funerales que podían incluir danzas mortuorias y competiciones atléticas, se
depositaban los cadáveres en elaborados nichos y sarcófagos de madera y piedra,
y se construían pirámides lujosamente ornadas e inaccesibles a los vivos para
acogerlos.[4]
De esta cultura funeraria han surgido muchos
mitos y tradiciones sobre la interacción entre vivos y muertos. Por ejemplo,
hasta nuestros días se ha mantenido la creencia de que no se puede silbar en
los cementerios, porque se atrae a los muertos. Es un resto de la época mítica.
Lo mismo que la ouija, tablero con el que se puede entablar un diálogo con un
fallecido. Y es que hay cosas que hacerlas es peligroso, y se crea una
tradición de “peligro”, no lo hagas o habrá consecuencias”.
Este es el título de una famosa obra de
Sigmund Freud[5]
donde realiza un estudio comparado entre la psicología totémica de las tribus
salvajes australianas y la psicología del neurótico, que no sólo lo sufren los
así diagnosticados clínicamente, a propósito de un ensayo sobre el incesto.
Veremos por qué.
Tabú es una palabra originaria de las tribus de la Polinesia que significa
“lo fuertemente señalado”. Es la antítesis de lo “profano” del latín “pro”
delante, y “fanum”, templo. Lo que está delante del templo. Es decir, lo que no
es sagrado, lo cotidiano. Así que profanar es colocar lo sagrado en un lugar no
sagrado, delante del templo, o lo que es lo mismo, tratarlo de modo
irrespetuoso, incluso obsceno.
No significa que el “tabú” sea algo sagrado,
sino que tenía especial relevancia su tratamiento, no tanto por sagrado, como
por arriesgado. Es decir, “tabú” significa “no lo toques”, a riesgo de
desencadenar una desgracia.
Con la palabra “tabú” se
designan todas las prohibiciones mágico-religiosas, los objetos que no se pueden
tocar o nombrar, los lugares que no pueden ser visitados, las cosas que son
sagradas o que no pueden hacerse: el incesto, de esto trata la obra de Freud, es
decir, la prohibición de tener relaciones sexuales con un familiar consanguíneo
cercano, es uno de los “tabúes” más generalizados en la llamada cultura
occidental, porque se considera que es contra natura y, en algunas culturas,
contraviene las normas éticas y religiosas.
Los “tabúes” responden a diferentes causas. Hay algunos fuertemente incorporados
a las tradiciones de ciertas culturas, otros responden a intereses políticos y
el resto son simplemente sagrados, pero lo prohibido puede serlo también porque
es peligroso o de mal augurio, y muchas veces se ocultan bajo lo esotérico, lo
mágico y lo misterioso. Romper un tabú es considerado como una falta
imperdonable por la sociedad que lo impone. Algunos, incluso son castigados por
la ley ya que el objetivo de los tabúes es separar a esas “personas impuras” para
evitar que esto alcance a los demás. El mito de la manzana prohibida en el
centro del paraíso Terrenal descrito en el Génesis, es el paradigma más
conocido de un tabú.
Otro concepto relacionado, y que
también procede de las culturas polinésicas es “mana”.
Mana significa “eficaz”, y es la fuerza mágica que reside en piedras,
plantas, animales, seres humanos y objetos fabricados, y cuyas fuerzas pueden
despertarse mediante determinados comportamientos, ceremonias, ritos y
liturgias. Estas fuerzas desatadas generan temor y respeto. En la cultura
occidental, el principal “mana” es la Ira de Dios.
Este tipo de efectos se denominan “numinosos”,
término acuñado por Rudolph Otto, teólogo alemán de mediados de XIX, que basaba
la esencia de la religión en el estremecimiento que el hombre experimenta ante
la deidad. Este estremecimiento justifica el componente irracional de la
religión, que fascina, aterra y genera una profunda conmoción en el ser humano,
que no puede sustraerse a lo misterioso, oculto e inalcanzable, pero que a su
vez es dueño de su vida y de su futuro. Numenon
en griego significa “percibir en el espíritu, interiormente”. Cuando lo que
percibe el espíritu se “manifiesta” visiblemente, físicamente se produce el phenomenon”, un fenómeno, que equivale a
un suceso extraordinario, poco común, una aparición, un milagro.
También “mana” lo utiliza la moderna
psicología para definir una “fuerte personalidad” que produce un especial
magnetismo de autoridad ante los demás, por lo que una persona es respetada o
incluso temida por los demás.
La conclusión es que todo aquello o aquel que
tiene un determinado poder, que si se desata.. “vaya usted a saber lo que puede
pasar”, es psicológicamente un tabú, percibido por el individuo y también por
la sociedad o tribu al que pertenece.
Hay que acercarse con precaución para no
ofenderle o provocarle.
Este tipo de actitudes, que se suele
considerar propia de los tiempos primitivos, son plenamente en vigor en la
actualidad, porque con todo, seguimos viviendo en tiempos míticos. Y muchas
cosas, muchos comportamientos, muchos objetos que están mitificados.
Posiblemente el universo sexual sea de lo que está más fuertemente mitificado.
No sólo el incesto, sino todo lo relacionado con el sexo se nos presenta desde
la educación como cargado de prohibiciones, de rituales, de magia, entre el
gozo y placer por un lado, y la ira de Dios y el castigo tremendo por otro. Los
órganos sexuales están tratados en muchas culturas como auténticos objetos
tabús.
Si el objeto tabú es un producto fabricado por
el hombre, al que se le atribuye un determinado poder, un “mana”, entonces
estamos hablando de un “fetiche”,
que procede del latín “factitius” (hecho artificialmente), y que en el
portugués tiene un significado mágico “faetico”. Pueden ser fabricados, o
encontrados en la naturaleza y atribuidos a antepasados ya desaparecidos. Los
fetiches se veneran, y los utilizamos todos. ¿Quién no lleva un colgante, unos
pendientes especiales, una reliquia de alguien, quién no tiene una estatuilla
en su casa con un especial significado, afectivo, familiar, religioso,
personal?
Totem es el segundo de los términos relacionados con la idea de tabú.
Este término procede del gaélico “clan” o
niño. Un hijo que procede de un padre. Los miembros de un clan, proceden del
mismo antecesor. Por ello los apellidos escoceses en muchos casos son Mac, hijo
de… para conservar la línea originaria de la estirpe.
Se denomina “tótem” a una clase de figuras
originarias de los indios algonquines, establecidas en los grandes lagos
Superior y Hurón, entre Manitoba en Canadá y Dakota del Norte en EEUU.
En el tótem están representados todos los
miembros de un grupo procedentes de un mismo antepasado. Y este puede ser un
dios, un hombre, un animal, una planta, o un fenómeno extraordinario de la
naturaleza.
De esta creencia de proceder de un ancestro,
surgen tabúes y prohibiciones. Por esto suele estar prohibido matar o cazar al
animal que representa el tótem. Por ejemplo, para los norteamericanos el águila
calva es un auténtico tótem, y como tal no se puede cazar, lo que por cierto
está provocando una superpoblación de esta especie y el consiguiente
desequilibrio ecológico al tratarse de aves rapaces y carroñeras.
Pero la más significativa de estas
prohibiciones es el incesto, o prohibición de que los miembros de un mismo clan
se apareen entre ellos.
En general, las tribus que poseen tótems en su
cultura, suelen ser exógamos, es decir que no se casan entre ellos. Para garantizar
la reproducción de la tribu, esta se divide en varios grupos exógamos, de modo
que un miembro de un grupo puede aparearse y tener descendencia con otro
miembro de otro grupo exógamo. Es decir, se constituyen en “familias”. Los
miembros de una familia no pueden aparearse, pues caerían en incesto, pero sí
se pueden enlazar con los de otra familia. “Mutatis mutandi”, esta tradición se
conserva en las sociedades avanzadas del Planeta, en concreto en la sociedad
cristiana occidental.
El tótem es, además del símbolo del clan y del
antepasado del que procede, la manifestación del espíritu benefactor que
transmite su poder, fuerza, habilidad y virtud a sus descendientes, ayudándoles
en las dificultades de la vida.
Aquellos clanes cuyo tótem es un cocodrilo,
están convencidos de que este animal
no les causará ningún daño, todo lo contrario, les protegerá y ayudará.
A esta forma de vivir el tótem, al pie de la
letra, se denomina “totemismo”, o “la teoría de la procedencia”.
Todo esto conduce a la confirmación de un
sentir general de las culturas primitivas, que todo lo existente en el mundo
constituye una sola unidad, en la que no hay diferencia entre lo vivo y lo
inanimado. Y no hay diferencia entre lo material y lo espiritual. Todo es Uno.
Por ello todo es eficaz. Todo tiene sentido y significado. Nada es aleatorio.
Dioses y demonios viven juntos.
Desde la antigüedad de la Edad de Piedra, los
humanos han admitido que en el mundo de los espíritus, los hay buenos y los hay
menos buenos. Siempre han tenido claro que el Creador es una deidad única, y
que un único Gran Espíritu, el Manidú de los algonquinos, domina el mundo.
No obstante a ningún ser humano le ha pasado
jamás desapercibido que en esta vida, las cosas nunca salen completamente bien.
Hay hambre, tragedias, duelos e incidentes, catástrofes que en una mentalidad
causal como es la del hombre primitivo no es debida a cosas, a fenómenos
naturales, sino a “alguien”.
Así, en un poblado de Nueva Guinea, cuenta el
antropólogo Paul Writz, que en las
cercanías del poblado, el rio hace un recodo donde se forma con frecuencia un remolino,
que en alguna ocasión ha provocado sustos muy serios a sus habitantes. A falta
de entender la física de fluidos, los de la tribu atribuyen el remolino a un
“dema” (demonio), que según el mito fue introducido cabeza abajo por haber
maltratado y violado a una muchacha tras una ceremonia. Sin embargo, parece que
le han quedado fuerzas para patalear y así ocasionar el peligroso remolino. Es
decir, los efectos no son producidos por causas físicas, sino por alguien con
intencionalidad.
Este comportamiento intencional de la
Naturaleza es lo que se denomina “animismo” o la creencia de que existen unos
seres inmateriales no ligados a un cuerpo en concreto, basado en los misterios
que envuelven el sueño y la muerte. Está difundido entre los pueblos
primitivos, y además, se encuentra en la base de todas las religiones, pues es
la base de la creencia en el mundo espiritual, que interacciona continuamente
con el mundo material.
El animismo es pues la creencia en el mundo de
los espíritus.
Pero para el hombre primitivo (y para
nosotros), el problema no se resuelve con saber qué o quién causa el problema,
la tragedia, el desastre, sino por qué el espíritu causal es un demonio y hace
eso. ¿Por qué está el dema en el agua? Y la respuesta es “por castigo”; fue
condenado por violar a una muchacha. El dema, al estar metido cabeza abajo,
está molesto y patalea. ¿Tiene intención de hacer daño? Acaso no, o sí,
depende.
Así pues, los mitos consiguen saber quién está
detrás de los problemas de la vida y además por qué.
En latín hay dos palabras básicas para
comprender el animismo. Son auctor y autor.
Auctor significa promotor. Multiplicador, y
también maestro, director, creador. De auctor nace “auctoritas”, autoridad,
poder.
Auctor, con el paso del tiempo perdió la “c” y
se convirtió en nuestro “autor” o responsable de una obra de una acción, de un
producto.
Auctóritas también pierde la “c” y se
convierte en “autoridad”.
Con esto, queda claro que el autor de algo
necesita autoridad para hacerlo, es decir, poder, habilidad.
Todo poder es expresión de voluntad, como la
magia.
Moonwatcher y su grupo de prehomínidos vivían
en la sabana africana guarecidos en el interior de una somera cueva, entre la
necesidad de salir a cazar algo para comer y no morir de hambre, y la de
protegerse como fuera de los ataques de los depredadores, como el tigre dientes
de sable. En la película, Stanley Kubrick consigue un plano de los pobres
primates muertos de miedo ante la cercanía de un tigre, que merodeaba la cueva,
sabiendo, como sabían que si la fiera conseguía descubrirle, alguno sería presa
de sus afilados colmillos.
Si la hipótesis de Clarck es la de que el
miedo y la necesidad de defenderse y sobrevivir fue la espoleta que disparó el
proceso del pensamiento, de alguna forma este factor también desencadenó la
necesidad de crear un sistema de creencias capaz de dar respuesta al endémico
miedo al medio ambiente hostil en el que el hombre despertó a este mundo.
Es en la sabana o en la tundra “montaña sin
bosque” en ruso, donde se reproducen aquel ambiente hostil en el que el hombre
surgió de entre toda la Creación.
Cuentan que Knud Rasmussen, célebre explorador
groenlandés de finales del XIX y comienzos del XX, en una de sus exploraciones
árticas, conoció a una tribu inuit en Alaska, de las que se reproducen los
siguientes comentarios de un anciano de la tribu llamado Aua:
“-A los hombres no les gusta
pensar. Les molesta ocuparse de lo que resulta difícil de comprender. Quizás
sea este el motivo de que separamos tan poco sobre el cielo y la tierra el
origen del hombre y los animales. Porque cuesta trabajo entender por qué nos
formamos y a dónde iremos a parar cuando ya no vivamos. El principio y el fin
están envueltos en la oscuridad ¿Cómo podríamos averiguar más sobre todo esto
tan importante que nos rodea y sobre ese ser que definimos como “hombre” y
sobre los animales, pájaros y peces de todos los países y ríos y mares?
-Nadie sabe con certeza
el principio de la vida. Sin embargo quien tiene los ojos y los oídos abiertos
y recuerda los relatos de nuestros antepasados, siempre se entera de algo con
que llenar el vacío de nuestros pensamientos. Por eso, a todos nos gusta
escuchar a nuestros sabios ancianos, que nos hablan de lo que dijeron nuestros
antepasados ya muertos. Porque nuestras creencias y nuestros mitos son las
palabras de los muertos.
-Ves, el hielo se
extiende hasta donde se pierde la vista, no hay hierba ni matorral. La fuerza
del viento ha arreciado. Nieve y tempestad. Mal tiempo para la caza. Sin
embargo, tenemos que salir a buscar comida a diario.
-¿Por qué ha de haber
tormentas que nos impiden encontrar la carne para alimentar a nuestros hijos?
Los cazadores llegaron hace una hora sin encontrar nada. ¿Por qué?
-Mis niños permanecen
acurrucados ateridos de frío, protegidos tan solo con esta manta. ¿Por qué?
-Mi hermana está en ese
catre enferma, sin posibilidad de que la vez un curandero o uno de vuestros
médicos. Se morirá entes de una semana ¿por qué? ¿Por qué ha de padecer dolores
y sufrir esa pobre mujer que no ha hecho mal a nadie?
- Tampoco tú puedes
responder a la pregunta de por qué es así la vida. Y así debe ser. Nuestras
costumbres proceden de la vida y están encauzadas cara a la vida. No hallamos
explicación ni creemos en esto o en aquello. La respuesta está en lo que acabo
de mostrarte. Tenemos miedo… mucho miedo. Por eso nuestros antepasados
aprendieron a defenderse con todas aquellas armas y medidas que encontraron, y
desarrollaron habilidades y costumbres que se han transmitido a través de
generaciones enteras, hasta nosotros. No comprendemos muy bien el por qué de
muchas de ellas, pero las observamos para
poder vivir en paz.
- Sin embargo, y a pesar
de nuestros angacoqs (chamanes), nuestro saber es tan escaso, que tenemos miedo
de todo.
Según el antropólogo norteamericano Paul Radín
de la primera mitad del XX, estas son palabras de un “no-pensador”. Afirma
según sus investigaciones de las culturas americanas, que en estos pueblos (en
general en las sociedades de todos los tiempos, incluida la nuestra actual),
frente a algún que otro “pensador”, la mayoría de los hombres son
“no-pensadores” o también “hombres de acción”. A los pensadores de las
sociedades primitivas, Padin los denomina también “pensadores sacerdotes”,
incluyendo en este término a los prohombres espirituales cuya misión era
contestar a las preguntas “de dónde, a dónde, por qué”, de modo que la gran
masa de “no-pensadores” pudiera dormir tranquila y dedicarse a sus asuntos.
Si bien dar respuesta al miedo pudo ser la espoleta
que desencadenó la inteligencia y el planteamiento de las grandes preguntas,
los sistemas de creencias desarrollados tras ello, van más allá a la sola
satisfacción del miedo.
En el fondo, el fenómeno religioso es la
fusión de las respuestas al miedo y una serie de actitudes y sentimientos
respecto de la conciencia de uno mismo en este mundo y de su relación con sus
coetáneos. Existe una necesidad de tener respuestas a de dónde, a dónde y por
qué, junto con la necesidad de organizar la vida según unos principios éticos
conocidos como ley natural, que posteriormente las religiones han llevado a la
elaboración de códigos morales más o menos elaborados. Aunque desde los tiempos
prehistóricos de los inuit y los Diez Mandamientos queda todavía un abismo temporal.
En otras palabras, el fenómeno religioso,
según Radin, da respuesta a dos necesidades, a la de conocer las respuestas a
las preguntas últimas dónde, cómo, por qué, así como una función social cual es
la confirmación de los valores de la vida humana.
El hombre procede de la oscuridad. Lo
completamente opaco provoca un temor atávico, porque no puedes huir de él, has
de afrontarlo. Así que para luchar contra la oscuridad hay que poner luz, para
hacer que las cosas aparezcan ante nuestros ojos. Pensar es etimológicamente
“hacer que algo aparezca”.
Todos los mitos comienzan con un principio de
caos y oscuridad, para por acción del Creador, regalar la luz al mundo y a los
hombres.
El hombre se engendra en la oscuridad de útero
materno, y cuando nace, sale a la luz (la madre ha dado a luz).
Cicerón afirmó que “Timor fecit deos” (el temor dio origen a los dioses). Pero este
factor es sólo el primer detonante, pero no ha sido el único.
La oscuridad primordial es aterradora. Pero
también lo es los peligros que acechan la vida cotidiana, como refiere el inuit
Aua. Catástrofes, enfermedades, amenazas fantasmas. Todo contribuye al miedo y
a la necesidad de neutralizarlo.
De todos los miedos, la muerte y lo que
acontece después, es lo que más pavor genera en el ser humano. Y sólo hay dos
formas de neutralizarlo, olvidarse de ello, siempre que se pueda, aunque
siempre estará allí esperándonos (lo que hacen los agnósticos y ateos), o
hacerle frente, elaborando un sistema de pensamiento que dé respuesta al
tremendo problema de la trascendencia del ser humano.
Ya hemos visto cómo los ritos funerarios son
la prueba de la conciencia del ser humano sobre su naturaleza espiritual o al
menos trascendente a este mundo. De hecho varias culturas primitivas creen que
la otra vida es igual que esta, pero en otro plano, en otro lugar; razón por la
que ha de llevarse sus utensilios de caza y supervivencia a la tumba.
Por último, otro aspecto importante que
demuestra la aparición de la espiritualidad en el hombre son los sacrificios.
Se han encontrado cuevas neardenthales donde aparece cráneos de osos en fila y
perfectamente orientados. El investigador suizo E. Blascher afirma que esta
disposición obedece solamente a sacrificios y ofrendas. Es una forma de
compensar la pérdida del animal cazado, al dios que lo creo, ofreciéndole la
cabeza en sacrificio.
En este tipo de pueblos primitivos, las
deidades suelen ser una sola, la suprema, Manidú, el supremo creador, dueño y
señor de los animales que permiten vivir al hombre. Son por tanto monoteístas.
Creen en un solo dios al que hay que atraerse la benevolencia mediante el
sacrificio para que siga creando animales y los hombres puedan vivir. En todos
la idea de dios es la misma, un varón, señor de los animales y del tiempo
meteorológico, creador, ser supremo. Luego hay espíritus, de orden inferior que
manejan diferentes elementos, el viento, el agua, la tierra, el fuego, etc.
Pero dios es sólo el Gran Señor Creador de Todo.
Los pueblos cazadores primitivos se debatían
entre la necesidad de sobrevivir cazando animales, y la “mala conciencia” de
que estaban matando a un ser vivo que era un regalo de su dios. No pretendían
dominar la naturaleza que les fue dada para poder vivir, pero tratan de
minimizar su remordimiento con toda una serie de sacrificios, como los que se
descubrieron en las cuevas de los neandertales anteriormente referidos.
Pretendían librarse de la carga del remordimiento de un acto que en su fuero
interno estaba mal. Así, mediante el sacrificio de los osos al dios, eliminan
la muerte, convirtiéndola en un tránsito, en el que sólo matan del animal su
cuerpo, pero su “alma”, la del animal abatido, su espíritu permanece en otra
dimensión, aunque en contacto y relación con el mundo de los vivos.
Este concepto de disculpa conduce a la idea de
un más allá donde van los animales muertos y los humanos tras la muerte.
Aún hay más. Las ceremonias rituales, de
alguna forma tratan de mantener aplacado el espíritu del animal muerto, o del
dios creador, de modo que la vida sea propicia, y no regrese del más allá
profundamente enfadado.
Para todas estas operaciones rituales, se ideó
la figura del chamán, para que con su sabiduría y su “mana”, pudiera su
espíritu comunicarse con el “más allá”, tanto con los animales muertos, como
con los seres difuntos y con los espíritus.
Esa idea de otro mundo espiritual que surgió
de la pura necesidad de sobrevivir, ha evolucionado a lo largo de la Humanidad
hasta nuestros días, bajo diferentes formas, pero el principio, si vemos es
básicamente el mismo, y las actitudes humanas hacia el otro mundo es en esencia
la misma.
En lo básico y esencial, tanto las religiones primitivas como las grandes religiones se
fundamentan en estos principios, a saber, respuesta a las grandes preguntas “de
dónde, a dónde, cómo y por qué”, la existencia de la deidad, la trascendencia
del ser humano hacia un mundo espiritual plagado de almas y espíritus, y la
conciencia humana, principal juez de nuestros propios actos.
Conciencia viene de “conscire”. Scire
significa saber. Así que conciencia significa “saber” uno mismo sobre sí mismo,
y en el extremo, reconocer la moral de los propios actos.
El primer atributo, no obstante de la
conciencia y “ser consciente de uno mismo”, del “yo”, del “ego”. Moonwatcher se
palpa, se ve reflejado en la charca, y se reconoce como “sí mismo” indivisible,
único, “individuo”, respecto del entorno. Es consciente de que existe, de que
es uno mismo, frente los otros miembros
del grupo, de la tribu con quien comparte vida y experiencias. Esta es la razón
de la máxima de Descartes “pienso luego
existo”[6]
Es la conciencia la que convierte a
Moonwatcher en hombre, en humano. Y tras esa consciencia de uno mismo, lo que
desencadena toda la catarata de preguntas, sentimientos de añoranza y temores
atávicos, el hombre necesita un “consabedor”. Porque de la conciencia surge
algo absolutamente humano, “los juicios de valor”. Y el primer juicio de valor
casi instintivo es el valor de la vida humana. Si “yo” no quiero morir, si “yo”
no quiero sufrir, dar muerte a otro ser humano o animal, o hacerle sufrir es
“malo”. En el otro extremo ayudarle, curarle las heridas, darle de comer, como
a mí también me gusta que hagan conmigo, es “bueno”.
El temor de sufrir despierta la voz de nuestro
temor. El deseo de no sufrir, de paz, de tranquilidad, despierta la voz de
nuestra añoranza de felicidad.
Es por tanto que el despertar del hombre
supuso la confluencia de tres eventos: 1, pensar para despejar la oscuridad y
neutralizar los peligros y amenazas del un entorno tan hostil como la sabana
africana o los heleros glaciales de Europa. 2, intuir la existencia de un mundo
espiritual gobernado por un Ser Supremo, lo que le abrió la puerta a la
trascendencia de la muerte. Y 3, el despertar de la conciencia del “yo” y la conciencia moral, aquella que le habla
al hombre en su interior de qué consecuencias tendrá lo que ha hecho o ha
dejado de hacer.
Con la aparición de la conciencia, un nuevo
temor se añade al temor atávico a la oscuridad, a las tinieblas de la
ignorancia, y es el temor a la culpabilidad. El sentimiento de culpabilidad
está asociado al hecho de infringir daño a un tercero, bien sea un animal o una
persona. Porque un día, la víctima puede ser él, y lo peor, si es descubierto y
acusado, la pena y castigo que puede recibir puede ser incluso superior al daño
infringido, incluyendo la muerte.
El temor de perder la propia vida, la propia
existencia por hacer lo mismo con otro ser vivo, animal o persona al ser
castigado por ello, es lo que hace nacer el sentimiento de responsabilidad,
este es el temor a la venganza. No es por tanto, en el principio, hacer el bien
un acto de amor, este concepto no surgió entonces, sino una medida preventiva
para evitar o aplacar una respuesta igual o peor por parte de la víctima o de
sus valedores, en último extremo de los dioses. En suma, el hombre primitivo
era todo menos sentimental. Era realista, pragmático. Tonterías filosóficas y
morales las justas en una era en la que la preocupación fundamental era llegar
vivo a la noche y dormir con unas mínimas garantías de poder despertar al día
siguiente. Así que en esa época arcana eso de la bondad y el amor sobraban del
código de valor de los humanos.
Esta evolución del comportamiento humano tiene
todo el sentido. En el fondo lo que está ocurriendo es el desarrollo del
telencéfalo y el control de un “yo” recién nacido, de los instintos primarios
surgidos en el protoencéfalo y mesencéfalo (los cerebros reptilianos y gregario
de los animales inferiores) que dan respuesta al instinto de supervivencia y de
conservación de la especie, pero con los atributos incipientes que aporta la
conciencia del “yo”.
En este contexto neuronal, racional e
incipientemente espiritual, la muerte no se describe por estos primitivos
pobladores de la Tierra como un hecho físico consecuencia de la enfermedad, un
traumatismo incompatible con la vida o el simple envejecimiento, sino por un
error de un bienhechor, o incluso por un súbito subidón de egoísmo o venganza
de este ser que, en principio, eran considerados estos seres espirituales como
aquellos seres superiores que dotan a los hombres de las facultades o dones
imprescindibles para defenderse en la
vida. Un poco como el ángel de la guarda.
Así que la muerte tiene la causa en el pago de
una culpa, o en un deseo del bienhechor.
Por otro lado, el concepto de trascendencia,
tal y como lo entendemos según las grandes religiones, no era el que tenían los
primitivos habitantes de la Tierra. Era más bien el deseo de, tras la muerte,
seguir viviendo en la Tierra, en otro lugar, pero en la Tierra. Es por tanto
este concepto más cercano al de la reencarnación, que a la entrada en el Cielo
de la “Otra vida”, de un paraíso fuera de este mundo. Este concepto vendría
después, con el paso de los milenios.
Para merecer un retorno a nuestro mundo hay
que haber vivido correctamente la vida presente. Según el mito de los
winnebagos (tribu india asentada desde hace miles de años en el actual estado
de Wisconsin), el que se enfrenta a su muerte ha de estar dispuesto a emprender
el camino, sin abrigar preocupaciones respecto a él. El espíritu del muerto
llegará a un abismo que se extiende de un extremo a otro del mundo hasta las
aguas que rodean la tierra. Tiene que descender y sumergirse. Al otro lado del
abismo encontrará unas pisadas que debe seguir. Puede que le asalten
pensamientos de muerte y temor. Pero se demuestra temor, estará perdido. Pero
si tiene valor, encontrará una espesa selva impenetrable. Ha de meterse en ella
sin temor. Verá numerosos animales, un tremendo griterío de fieras y pájaros, y
las emunciones repugnantes de los pájaros caerán sobre su cuerpo. Son las
calumnias que los demás han derramado sobre él en vida. Después un gran fuego
al que ha de arrojarse aunque se queme. Luego unas imponentes peñas hacia las
que ha de lanzarse en completa soledad. Los dioses después le darán un manjar
que terminará con su vida física, pero conservará sus recuerdos de esta vida.
Después una larga escalera que ha de ascender hasta llegar al más hermoso de
los paisajes, y se verá cara cara con el Creador, con el Ser Supremo
(Earthmaker), que le proporcionará lo necesario para regresar a este mundo en
un nuevo renacer, una nueva reencarnación.
Frente a una inmensa mayoría de personas
“no-pensdores”, como Aua, con quien se entrevistó Rassmussen, en toda tribu, o
comunidad humana surge la figura del “pensador”, del que se atreve con la
oscuridad e investiga. Pierde el miedo a las tinieblas y se plantea preguntas.
Y de su esfuerzo surge el aprendizaje y la adquisición de habilidades muy
especializadas.
Es el chamán.
Rassmussen conversó con el chamán de la tribu,
y sus planteamientos eran completamente diferentes a los de Aua, el
“no-pensador”.
El chamán es consciente de los elementos que
integran su persona, el cuerpo físico, el nombre heredado de sus antepasados y
una fuerza misteriosa que los inuit llaman “yutir”, algo así como el alma que
da la vida.
El chamán reconoce que la vida de los hombres
es frágil y que estos se comportan de forma indolente; no son capaces de llevar
nada a cabo sin anteponer sus propios intereses. Reconoce que la virtud exige
celibato. Los animales son impredecibles.
El chamán ha aprendido todo esto porque ha
investigado la oscuridad, que oculta la sabiduría. Ya que es el estudio de la
oscuridad lo que hace que esta se ilumine y aporte el conocimiento. Pero para
eso hay que permanecer en silencio en medio de las tinieblas, para poder
penetrar en sus más íntimas entrañas a través de los sueños y del trance, y así
poderse comunicar con los espíritus que ya han visto la claridad, la luz. Y así
se alcanza el estado de angacoq, de chamán.
El chamán reconoce que hasta en su casta ha
penetrado el utilitarismo, y se lamenta que se hayan convertido muchos de ellos
en comerciantes que utilizan sus dotes para la competencia desleal con otros
comerciantes, incapaces de competir con él en sabiduría. Los chamanes antiguos
eran personas de gran virtud, dedicados a mantener el equilibrio del mundo.
El chamán cree en el Gran Poder Sila,
imposible de explicar con palabras. Es un Gran Espíritu que sostiene el mundo y
cuida de él. Se expresa en los acontecimientos de la vida, en los tremendos
como la nieve, las tormentas y los
terremotos, pero también en la agradable brisa, los rayos cálidos del sol, la
paz de la quietud y la sonrisa y alegría de los niños, que son los que mejor
perciben su fuerza. A ellos, los niños, Sila no les causa temor. Los niños
viven su presencia.
El chamán cree que las fuerzas de la
naturaleza, expresión del poder de Sila actúan con suavidad si los hombres
respetan el código moral de la tribu, pero con vehemencia y fiereza cuando
violan sus mandatos.
El chamán no es un curandero. Entra en trance
y abandona su cuerpo (como en un viaje astral, si es que no son la misma cosa),
para volar hacia el cielo o bajar al infierno.
El chamán sabe que es un elegido (un pali samana, elegido en lengua tungusi,
de donde se cree procede el término chamán). Y tiene el poder de entrar en
éxtasis o trance. Esta técnica, denominada “chamanismo”, se encuentra en
pueblos del Norte de Asia, Norte de América, Indonesia y Oceanía. A diferencia
del curandero, el chamán actúa en trance, estado al que accede a voluntad.
El chamán utiliza el tambor para entrar en
trance, mediante golpes rítmicos y monótonos de un tambor construido con un
árbol cósmico, aquel que ha sido marcado por los dioses mediante un rayo, o es
considerado una especie sagrada por la tribu.
El chamán sabe que el tambor es un instrumento
mágico, utilizado por todas las tribus primitivas. Marca el ritmo de la vida,
como los latidos del corazón. Su cadencia es la puerta de entrada al mundo de
los espíritus, al que accede el chamán en estado de trance.
El chamán sabe que los espíritus son imágenes
interiores, ideas que han adquirido forma e imágenes consolidadas en el
imaginario mitológico de la tribu. Todas ellas antiquísimas, perdidas en la
noche de los tiempos. En suma, los espíritus suponen todo el contenido
religioso de la tribu. Pero no son seres humanos muertos, sino imágenes propias
del interior del hombre, productos de su propio “yo”. Sin embargo, en el
trance, para el chamán los espíritus son como seres de otro mundo que se
apoderan de su persona.
El chamán es el mediador entre los
“no-pensadores” y el mundo de los espíritus. Es el mediador entre el aquí y el
allá. Tiene poder para ordenar que los animales se dejen cazar para mitigar el
hambre de la tribu. Es el benefactor, el que se preocupa por la estabilidad de
la comunidad. Es el hombre de confianza, de altísima autoridad y respeto. La
tribu sabe que mientras el chamán actúe, la tribu vive. Cuando muere el chamán
han de encontrar un sucesor, y si no lo encuentran, han de unirse a otro grupo
que tenga chaman, porque de lo contrario, saben que degenerarán hasta
desaparecer como tribu.
Como quiera que el común de los miembros de la
tribu vive el presente, y sólo los recuerdos muy recientes, el chamán es el
responsable de mantener viva la memoria de los antepasados. Es el símbolo de la
vida primitiva, y conserva la fuerza creadora del origen. Repite hoy todo lo
que los antepasados hicieron en la creación del mundo.
Es así que el chamán es el ancestro de los
hombres espirituales, de los maestros en la fe y en la religión, un fenómeno
tan antiguo como el hombre.
Al chamán se le atribuyen las pinturas
rupestres, que encierran toda la fuerza espiritual de los seres vivos. Nadie
sino él sería capaz de reflejar en la piedra este poder y esta fuerza.
Seeberger cita en su libro a Wilhelm Schmidt,
famoso teólogo alemán que escribió una importante obra titulada “El origen de
la idea de Dios” en 1883. Sin ningún tipo de duda, Schmidt afirma que en el
origen el hombre fue monoteísta. En todas sus investigaciones de las religiones
primitivas halló siempre la misma respuesta. Un solo Dios, creador de lo que
existe.
Denominamos Ishi al primer hombre, hijo de
Moonwatcher, fruto de la Evolución, y no Adán, porque este es el personaje
mitológico del mito de la creación en la civilización judía.
Pues bien, Ishi sería sin duda tímido,
asustadizo e indeciso ante una naturaleza totalmente desconocida para él, y
además imposible de dominar. Para él, la primigenia idea de un Ser creador de
todo aquello que diariamente le amenaza de muerte, pero también le da los
medios para sobrevivir sería imponente, cuya voz, el trueno le retumbaba los
oídos, y su ira expresada con el rayo le sumergía en un pavoroso temor.
De sólo apreciar en ese Ser supremo los
atributos de una Naturaleza salvaje y permanentemente amenazadora, Ishi se
habría sumido en la más terrorífica angustia.
Pero ese ser también se expresaba de modo
bondadoso con los primeros frutos de la primavera, con la bonanza de las
praderas pletóricas de hierba, con la abundancia de pescado en los ríos y en el
mar y la suave brisa y bellos colores tornasolados de los crepúsculos apacibles.
En la medida en que el hombre aprendió a
defenderse de las amenazas, bien protegiéndose de ellas, bien haciéndoles
frente y aprendió a disfrutar de la Naturaleza generadora de vida es en la
medida en que aprendió a reconocer que ese Ser, aunque eventualmente se
enfadaba comprensible o incomprensiblemente, en general era bueno con él y su
familia y con su tribu. El sentimiento de agradecimiento prendió y nacieron los
actos de culto y ceremonias de acción de gracias y de petición de auxilio.
Algunos pueblos primitivos definen a Ser
Supremo como el Padre, el cabeza de familia del mundo y de la sociedad donde
viven. Esta sociedad se fue formando por la distribución de funciones, para
pasar de ser paulatinamente grupos totipotenciales a pequeñas comunidades con
subgrupos especializados. Desde el seno de la familia el varón era responsable
de procurar el alimento, ir a cazar. La mujer se ocupaba de recolectar todo lo
que de comestible ofrecía el terreno donde estaban acampados, amen del cuidado
de la casa y de las crías. Así que el varón conoce el mundo de los animales y
la mujer el de las plantas.
De la caza nació la cría de ganado. Los
cazadores se familiarizaron con las costumbres trashumantes de las manadas que
periódicamente cazaban. Aprendieron a proteger a las hembras de la manada y
ahuyentar a los rivales y organizar la manada. Nace la ganadería. Esta
actividad requería un importante número de miembros bien organizados, y por
supuesto la figura del “jefe”, capaz de dirigir las operaciones de caza y de gestión
de los recursos, a quien todos siguieran a ciegas.
Surge así la idea de “patriarca”, el jefe de los jefes, que gobernaba a la tribu nómada
bajo su régimen dictatorial que nadie discutía.
El caudillaje del patriarca no exigía fuerza
física, sino sensatez, prudencia, decisión y sobre todo experiencia. La
posibilidad de enfrentarse a situaciones peligrosas con la experiencia de
haberlas vivido antes y haber sabido solucionarlas era proporcional a la edad,
por lo que el anciano era una persona con autoridad reconocida, lo que hacía
que el patriarca fuera siempre un hombre de edad avanzada, lo que es lo mismo
que decir con autoridad, experiencia y sabiduría.
La vida nómada era lo suficientemente dura
como para que estos pueblos no se entretuviesen en actividades y conocimientos
superficiales. Para sobrevivir era imperativo tener pocas ideas muy concretas y
clarísimas.
El primer principio era el de serenidad, la
que aportaba el patriarca ante las amenazas que podían poner en riesgo a la
tribu.
El segundo era el respeto a los muertos en su
viaje al más allá. Como nómadas, tenían que abandonar a sus muertos, pero no
los arrojaban a la estepa (los mongoles sí tenían esta práctica). En general,
se apartaban de ellos materialmente porque su idea del más allá era fría y
distante, noción que recoge el Hades griego. Los muertos eran sobras cada vez
más débiles que desaparecen en el recuerdo. No había prendido la idea de la
resurrección, que sería muy posterior y propia de civilizaciones bastante más
desarrolladas y establecidas.
El tercero era lo mudable de la tierra y la
estabilidad del Cielo. Para los nómadas la tierra cambiaba constantemente, el
paisaje variaba en cada migración. Pero el Cielo era siempre el mismo, firme y
estable; el “firmamento”. La tierra obligaba tomar decisiones rápidas sobre a
dónde ir y dónde montar el campamento. Esto forjó en el nómada la noción de
geógrafo y estratega, palabra que viene del griego Strategikes, de Stratos =
Ejército y Agein = conductor, guía.
El cuarto era la economía de vínculos. No
había forma de “encariñarse” con nada al paso, y mucho menos imaginar historias
y leyendas ligadas a un paisaje que hoy nos acoge y acaso nunca más volverán a
ver.
Esto se resume en un atributo nómada que
es “la claridad de la estepa”, sensatez y
racionalidad, y sobre todo, economía de medios. Los tabúes suponían una carga
inútil, así que no había a penas entre ellos.
Fue en las riberas de los grandes ríos, donde
los nómadas pudieron comenzar a montar campamentos moderadamente estables, ya
que la humedad de las aguas del rio permitía
el cultivo en huertos de determinadas plantas confirmadas como
comestibles y fácilmente cultivables.
De igual forma que la mujer recolectaba
plantas, ahora era la que se dedicaba al cultivo. Esta habilidad, fundamental
para hacer posible asentamientos estables, dio origen al matriarcado.
La mujer confió a la tierra la semilla. Un día
se le ocurriría comunicar dos hoyos y nació el surco.
Y surgió la primera revolución mundial de
manos de la agricultura.
A la autoridad del patriarca de los nómadas
sucedió la autoridad del matriarcado, y con él nace el culto a la fertilidad de
la Tierra.
Del Ser Supremo habitante y creador del Cielo
y tierra, se le añade la diosa Tierra, origen de la fertilidad que permite al
ser humano asentarse, fundar ciudades, reinos e imperios.
Se desarrollan complicados cultos dedicados a
la fecundidad, a la “Magna Mater” (Cibeles), conocida desde la Edad de Piedra.
Surge un concepto que será constante en todas
las culturas, la luz del Cielo, del Sol, del Dios Creador y la oscuridad de la
Tierra, de la noche y de la Luna. El patriarcado se asocia al primero, el
matriarcado se asocia a la segunda. El matriarcado procede de la Tierra, de
abajo, de las raíces, de lo subterráneo. El patriarcado procede de lo alto, de
lo celestial y constituye la ley de la claridad. El matriarcado es terrenal, el
patriarcado es espiritual.
Con ello se invoca el poder de lo irracional,
de lo no comprensible por la mente, que es el fundamento de toda religión.
Johann Jakob Bachofen (Basilea, 22 de diciembre de 1815 – 25 de noviembre de 1887) fue un jurista,
antropólogo, sociólogo y filólogo suizo, teórico del matriarcado.
Bachofen propuso cuatro fases de la evolución
cultural supuestamente superadas:
·
Hetairismo. Una fase «telúrica»,
nómada y salvaje, caracterizada según él por el comunismo
y la promiscuidad sexual. La deidad predominante habría sido, una proto-Afrodita
terrena.
·
Das Mutterecht. Una fase «lunar»
matriarcal basada en la agricultura, caracterizada por la aparición de los cultos mistéricos ctónicos
y de la ley. La deidad predominante habría sido un temprano Deméter,
según Bachofen.
·
La dionisiaca. Una fase
transitoria en la que las tradiciones habrían sido masculinizadas, en la medida
en que el patriarcado empezaba a emerger. La deidad predominante, el Dionisos
original.
·
La apolínea. La fase «solar»
patriarcal, en la cual todo rastro de matriarcado y de pasado dionisiaco fue
suprimido y surgió la civilización moderna.
De esta forma, en un proceso de convivencia
entre los dos extremos opuestos, Tierra y Cielo, Madre y Padre, Luna y Sol,
oscuridad y luz, evolucionó la primitiva idea de Dios en todas las culturas
primitivas.
El asentamiento en ciudades y en sociedades
organizadas permitió el crecimiento de la complejidad de la idea de Dios, hasta
el advenimiento de la religión organizada.
Al incorporar la Tierra al imaginario
mitológico, se desarrollaron mitos directamente relacionados con el ciclo de la
fertilidad, donde la semilla tiene que ser enterrada y “morir” para dar origen
a una nueva planta y proporcionar el fruto deseado.
La asociación de la Madre Tierra con la Luna
presenta mitologías muy similares en diversos pueblos. Adolph Jensen estudió
esta conincidencia en ocho escenarios distintos: Isla de Ceram, Nueva Guinea,
Eleusis, Rhodesia, India, Sur de California, México y Perú.
En todas estas civilizaciones se da el mismo
mito relacionado con la luna, donde la muerte y la procreación, desintegración
y resurgimiento de hombres, animales y plantas. El mito de estas gentes se basa
en la creencia de que la primera muerte sobre la Tierra fue un asesinato, y el
ser divino que tuvo que sufrir por primera vez este destino, y que en todos los
pueblos citados se relaciona con la Luna, regaló al hombre las plantas y la
procreación.
En concreto, el mito de Ceram habla de tres
figuras femeninas divinas, Mulua, Satene, Hainuwele y Rabie, que
representan muchachas en edad de contraer matrimonio. Los primeros hombres
nacieron de un plátano. Un racimo quedó sin madurar, era Satene, que se
convirtió en la señora de los hombres primitivos. Había nueve familias de
hombres. Uno de estos primeros hombres era Ameta
(que significa “oscuridad”). Un
día al salir de caza persiguió a un cerdo que al final murió ahogado, y tenía
en sus colmillos, clavado un coco. Ameta recibió una revelación en sueños,
impulsándole a plantar un coco. A los tres días el coco se convirtió en un
árbol y floreció. Al tratar Ameta de cortar la flor del coco para preparar una
bebida, se cortó y su sangre cayó al suelo y se convirtió en una doncella.
Ameta buscó a la doncella y la condujo a su casa y le puso el nombre de
Hainuwele (rama de cocotero). Hainuwele era una persona extraña pues al hacer
sus necesidades expulsaba platos chinos, lo que al venderlos hizo que Ameta y
ella se hicieran muy ricos.
Las nueve familias de hombres celebraron un
gran baile, y Hainuwele repartió muchos obsequios, pues era muy rica. Su poder
comenzó a atemorizar a los hombres por lo que decidieron matarla. Cavaron una
fosa y la arrojaron dentro, echando luego tierra sobre ella. Ameta comprendió
lo sucedido como asesinato; desenterró el cadáver, lo descuartizó y volvió a
enterrar las partes en el lugar de la danza, y se guardó los dos brazos. De los
trozos enterrados brotaron plantas hasta entonces desconocidas, tubérculos
sobre todo, de los que se alimentan los seres humanos.
Satene, al conocer los hechos exclamó que no
quería seguir viviendo en ese lugar; se alejaría de los hombres y les obligaría
a pasar por entre las rocas para llegar a ella. El que no lo consiguiera se
convertiría en animal. Así la muerte llegó al mundo.
Este mito relaciona la muerte y la fertilidad,
el crecimiento de las plantas y el nacimiento de la Luna. Posiblemente en el
origen del asesinato de Hainuwele estaría la envidia por el poder y riqueza que
había alcanzado. El hecho cierto es que en lo más profundo de las culturas
humanas, se produce repetidamente una asociación entre la muerte y la vida, y
que es preciso morir para renacer; así que dar muerte es inevitable y además
necesario. Es casi comparable al alumbramiento femenino, aunque es una tarea
varonil.
Es así que los cultos de sangre comenzaron a
ser una constante en muchas culturas.
Del latín sacrificĭum, un sacrificio humano es
la ofrenda de un ser humano a una deidad en señal de homenaje o
expiación. En sentido amplio, es toda muerte ritual de una o muchas personas a
manos de un tercero o de una institución.
Los sacrificios humanos fueron practicados en
muchas culturas antiguas. Se mataba a las víctimas ritualmente de una forma que
pretendía apaciguar a los dioses. Los sacrificios humanos fueron practicados en las
religiones celtas de la edad de bronce y en los rituales relacionados
con la adoración de los dioses en Escandinavia.
Para los habitantes de la antigua Cartago, enemiga sempiterna de Roma, el sacrificio de
infantes recién nacidos era también una manera de aplacar a sus dioses. La Biblia contiene
también un relato sobre el sacrificio de su hijo Isaac que Dios le pide a Abraham,
lo que demuestra que en tiempos del patriarca, estas prácticas eran normales, y
justamente la orden “detente Abram” supone el fin de esta práctica,
sustituyendo el sacrificio físico por el sacrificio de corazón, de amor. También,
obras artísticas, como La consagración de la primavera
del compositor Ígor Stravinski, hacen referencia a los
antiguos sacrificios de doncellas en la actual Rusia.
Existe evidencia de que el sacrifico humano
fue practicado por diferentes culturas del Antiguo Medio Oriente y Norte de
África. Durante algunas épocas del Antiguo Egipto, se sacrificaron sirvientes y
oficiales para que fueran sepultados junto con el faraón recién fallecido, de
modo que pudieran servirle en el más allá. Por otro lado, la Biblia, además de
diversas fuentes grecorromanas se refieren a los sacrificios de infantes
realizados por ciertos pueblos, como tribus de cananeos, fenicios y algunos israelitas.
Estos sacrificios habrían sido realizados mediante fuego, quemando a las
víctimas para obtener el favor y la protección de los dioses. El mismo tipo de
sacrificio ha sido adjudicado a los cartagineses, quienes eran descenientes de
los fenicios. El Corán también menciona que el sacrifico humano habría sido
practicado por algunos pueblos semitas preislámicos de la Antigüedad.
El sacrificio humano en las diversas
teocracias del mundo Mesoamericano está documentado tanto por los códices como
la iconografía precolombina en general, especialmente la azteca y las
inscripciones mayas. Además, existen los relatos de los conquistadores españoles,
los misioneros y los hallazgos recientes en arqueología. Los hallazgos
arqueológicos dan cuenta de la historicidad de los sacrificios. En concreto, en
las fiestas de Ochpanitzli, que celebraban los aztecas, la ceremonia principal
consistía en la muerte de Teteoinnan, la gran madre de los dioses, nombrada por
ellos como Tlazolteotl. En el transcurso del culto, Tlazolteotl daba a luz al dios del
maíz. Esta fecunda madre estaba representada por una doncella que ha de sufrir
la muerte en el lugar de la diosa madre, no presente en la ceremonia. La joven
es decapitada, un sacerdote le arranca la piel y se envuelve en ella para
interpretar el papel de diosa fértil durante el resto de las funciones. Junto a
la diosa, también eran sacrificados los dioses del maíz.
Los aztecas también mataban durante la fiesta
de la siembra. Todos los prisioneros eran sacrificados en honor de la Primavera;
se les abría el pecho y se les arrancaba el corazón. Todo ello y mucho más,
para ejecutar rituales de fertilidad.
Se calcula que en este culto a la muerte y la
fertilidad, en el mundo azteca se sacrificaban anualmente entre 20.000 y 50.000
personas. En una sola fosa se descubrieron 130.000 cráneos humanos. La película
“Apocalypto”, de mel Gibson, aborda esta costumbre, en la que, en este caso los
mayas, secuestraban a tribus vecinas como víctimas propiciatorias. Es bastante
probable que los hombres de Hernán Cortés, tan sólo 500, derrotaran a Moztezuma
y su imperio, con la ayuda de todas las tribus vecinas que vivían atemorizadas
por estas prácticas.
La evolución de las culturas del Planeta han
ido arrinconando estas prácticas, aunque el concepto sigue estando presente en
las conciencias de millones de creyentes de todas las religiones en el mundo.
El concepto de sacrificio (acto sagrado), de entregar la vida para salvación de
muchos, está tan arraigado que es la base de la religión cristiana, en el
sacrificio de Cristo en la cruz, en el bien entendido que en este caso, por el
sacrificio de Uno, viene la salvación de todos.
Gilgamesh
es un personaje legendario de la mitología sumeria. Según el documento llamado lista Real Sumeria, fue el quinto rey de Uruk hacia el año 2650 a. C. y protagonista del Poema de Gilgamesh, también llamada La Epopeya
de Gilgamesh en la que se cuentan sus aventuras y búsqueda de la inmortalidad
junto a su amigo Enkidu (Enkidu fue creado por Aruru
por petición de Anu
que oía las quejas de la gente sobre Gilgamesh y ésta le dijo a Aruru que creara
un ser tan fuerte como Gilgamesh, hijo de la diosa Ninsun y un
sacerdote llamado Lillah. Gilgamesh, al enterarse de la
existencia de Enkidu, envió a una prostituta sagrada llamada Shamhat,
que pasó seis dias y siete noches haciendo el amor con Enkidu para convencerle
de que era mejor una vida sabia y social que una vida de soledad y brutalidad
en el bosque)[7].
La mitología cuenta que Gilgamesh fue un rey
déspota que reinó en Babilonia en la ciudad de Uruk (actual Warka, en Iraq). En la Biblia se hace
referencia a esta ciudad con el nombre de Erech. Fonéticamente, su evolución
puede haber dado el nombre a Iraq.
Según la lista de reyes de sumeria, el padre
de Gilgamesh y predecesor en el trono fue Lugalbanda.
La leyenda decía, además, que su madre era la diosa Ninsun. A
Gilgamesh le sucedió en el trono su hijo Ur-Nungal, que gobernó durante 30 años.
La leyenda sobre este rey cuenta que los
ciudadanos de Uruk,
viéndose oprimidos, pidieron ayuda a los dioses, quienes enviaron a un
personaje llamado Enkidu
para que luchara contra Gilgamesh y le venciera. Pero la lucha se hace muy
igualada, sin que se destaque un vencedor y, a continuación, los dos luchadores
se hacen amigos. Juntos deciden hacer un largo viaje en busca de aventuras, en
el que aparecen toda clase de animales fantásticos y peligrosos.
En su ausencia, la diosa Inanna
(conocida por los babilonios como Ishtar y más tarde como Astarté)
había cuidado y protegido la ciudad. Astarté declara su amor al héroe Gilgamesh
pero éste lo rechaza, provocando la ira de la diosa que en venganza envía el Toro
de las tempestades para destruir a los dos personajes y a la ciudad entera.
Gilgamesh y Enkidu matan al toro, pero los
dioses se enfurecen por este hecho y castigan a Enkidu con la muerte. Gilgamesh
muy apenado por la muerte de su amigo recurre a un sabio llamado Utnapishtim
(Ziusudra
en sumerio que puede significar «el de los Días Remotos») el único humano junto
con su esposa que por la gracia de los dioses son inmortales. Gilgamesh recurre
a él para que le otorgue la vida eterna, pero Utnapishtim le dice que el
otorgamiento de la inmortalidad a un humano es un evento único y
que no volverá a repetirse como ocurrió con el Diluvio
Universal.
Finalmente la esposa de Utnapishtim le pide a
su esposo que como consuelo a su viaje le diga a Gilgamesh donde localizar la
planta que devuelve la juventud (más no la vida o juventud eterna), éste le
dice que la planta está en lo más profundo del mar. Gilgamesh se decide a ir en
su busca y efectivamente la encuentra, pero de regreso a Uruk decide tomar un
baño, y al dejar la planta a un lado, una serpiente se la roba (basándose en
que las serpientes cambian de piel, por ello vuelven a la juventud). El héroe
llega a la ciudad de Uruk donde finalmente muere.
Este mito, como todos los que
pertenecen a las tradiciones de las sociedades humanas en general, tiene
implícita una enseñanza que muestra la importancia de la mitología en la vida
diaria de las personas, y en la configuración de la sociedad misma. Así, la
figura del héroe representa la figura de un personaje que ha emprendido un
camino, y a través de su recorrido, va a aprender que el verdadero sentido de
la vida no es alcanzar la inmortalidad, don exclusivo de los dioses, sino
entender que no estamos solos en el mundo, que para crecer y superarnos a
nosotros mismos debemos caminar junto a otros en los que nos podemos ver complementados,
reflejados y contrariados.
Franzis Jordan, filóloga a la que se debe la
traducción del Gilgamesh, está convencida de que esta epopeya representa tanto
el miedo a la muerte como la lucha de sexos, el principio masculino / femenino.
En este relato el matriarcado se enfrenta al patriarcado, venciendo este y
gestando así un nuevo orden mundial.
Gilgamesh está escrito en tablillas de barro
que datan del 2267 – 2231 AC. Cita un gran diluvio, allá por 2800 AC.
La epopeya de Gilgamesh fue fuente de
inspiración para determinados relatos de la Biblia.
Gilgamesh es un mito en el que se basan otros
muchos. Se repite insistentemente el mito del rey que para evitar la profecía
que señala a un futuro nieto suyo como la persona que le destronará, encierra a
su hija virgen en una torre, para separarla del contacto de los hombres; pero
en todos los casos Dios acaba interviniendo
directamente, fecondando por vía no genital a la madre virgen. Gilgamesh
es nacido de la hija virgen del rey Sakharos, encerrada por éste en una torre
para evitar el oráculo amenazador, pero es fecundada por el dios supremo
Shamash, que llegó a ella en forma de rayo de sol.
Esta misma narración se emplea para describir
en la mitología griega el nacimiento de Perseo, nacido de Dafnae.
La concepción virginal resulta ser una
constante en la mitología de los pueblos primitivos. En China, el autor
Hiu-Tching explica el carácter Sing-Niu (Sing: dar a luz y Niu: virgen), por la
que los antiguos santos y hombres divinos eran llamados hijos del cielo, porque
las madres concebían por el poder de Tien (Cielo), y con sólo es podían tener
hijos.
Gilgamesh se escribió en 2250 AC. Moisés, el
supuesto autor del Génesis y demás libros del Pentateuco, vivió en 1300 – 1200, mil años después, cuando los
principales mitos sobre la creación estaban ya firmemente desarrollados en la
antigüedad.
1 En el principio creó Dios los cielos y la
tierra.
2 La tierra era caos y confusión y oscuridad
por encima del abismo, y
un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.
3 Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz.
4 Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó
Dios la luz de la oscuridad;
5 y llamó Dios a la luz «día», y a la
oscuridad la llamó «noche». Y
atardeció y amaneció: día primero.
Genesis,
1. 1-5
El camino de la vida espiritual estaba
abierto, pero no iniciado, partiendo de un lejano y oscuro tronco común,
inherente a la naturaleza humana que tuvo que y supo evolucionar desde los
homínidos hasta el homo sapiens, tomar conciencia de sí mismo y comprender que
un Ser Superior dominaba todo lo creado.
Y tuvo que aprender a amar, concepto este, el
del amor, que no fraguaría, tal y como lo conocemos en la actualidad, sino
muchos siglos después, pues cuando de lo que se trataba es de simplemente
sobrevivir, las florituras filosóficas estaban de más. Por otra parte, la genética
instintiva de nuestros ancestros tuvo que ser lentamente domada bajo el lento
aprendizaje de la lógica y la ética, bases sobre la que se fue desarrollando lo
que Leibniz denominó como filosofía perenne. Quizás el primer paso fue el
surgir de la idea de ley, siendo
Hamurabbi en 1692 AC, el que en su código estableció la antiquísima Ley del
talión, ojo por ojo, donde la venganza es obligada a que sea proporcional al
daño sufrido.
Después vendrían los primeros sistemas
religiosos nacidos en el seno de las grandes culturas originadas en las riberas
de los grandes ríos; Tigris y Eufrates, Jordán, Indo y Nilo. Después la primera
revolución espiritual mundial, de la mano de Isaías, Zoroastro, Buda, Confucio,
Lao-tse, Sankara y Sócrates. Y en la culminación de los tiempos, Jesús de
Nazareth que dejó definitivamente abierto el camino del hombre a Dios, a través
del Amor como donación total.
Luego, la Historia se ha escrito a golpe de
batallas, armas, gérmenes, acero, dominaciones, principados y potestades. Pero eso son asuntos
domésticos.
Pero como reza un verso veda, “Uno sólo existe, que los sabios llaman con
diferentes nombres”.
Y "ese" que sólo existe, se manifestó al mundo al cumplirse el tiempo...
Pero los suyos no le recibieron.
*
[1] Kurt Seeberger. Mil dioses y un cielo. Ed.
Bruguera, Libro estudio. Barcelona 1972
[2] La Epopeya de Gilgamesh
o Poema de Gilgamesh es una narración de origen sumerio, considerada
como la narración escrita más antigua de la historia. Se emplearon tablillas de
arcilla y escritura cuneiforme, lo cual favoreció su preservación. La versión
más completa preservada hasta la actualidad consta de doce tablillas. La obra
es muy leída en traducciones a diversos idiomas y el héroe, Gilgamesh, ha pasado a ser un icono
de la cultura popular. Trata sobre las aventuras del rey Gilgamesh y su amigo Enkidu. Una de las tablillas
relata un episodio exactamente igual al de la Biblia sobre el diluvio. Las
aventuras para matar al gigante Khumbaba, el descenso a los infiernos y la relación entre
dioses, semidioses (como el propio Gilgamesh) y mortales le dan un claro origen
prehelenístico. El núcleo sentimental se
encuentra en el duelo tras la muerte de Enkidu. Los críticos consideran que es
la primera obra literaria que hace énfasis en la mortalidad e inmortalidad.[ Wikipedia
[3] Pierre Grimal (n. 21 de noviembre de
1912, París - † 11 de octubre de 1996, París), fue un historiador y latinista
apasionado por la civilización romana, que promovió la herencia cultural de la
Antigua Roma, tanto a los especialistas como al gran público.
[4] Wikipedia
[5] Sigmund Freud. Totem y Tabú. Alianza Ed.
Madrid 1999
[6] La locución latina Cogito
ergo sum, que en español se traduce como Pienso, luego existo (o pienso,
por lo tanto, existo) o más tradicionalmente, pienso, luego, yo soy,
es un planteamiento filosófico de René Descartes, el cual se convirtió en el
elemento fundamental del racionalismo occidental. "Cogito ergo sum"
es una traducción del planteamiento original de Descartes en francés: "Je
pense, donc je suis", encontrado en su famoso Discurso del método
(1637). Aunque la idea expresada en "cogito ergo sum" se atribuye a
Descartes, muchos predecesores ofrecieron argumentos similares, particularmente
Agustín de Hipona en De Civitate Dei (libros XI, 26), el cual se
anticipa a modernos contrapuntos sobre el concepto. (véase Principios de
filosofía 1, §7: "Ac proinde haec cognitio, ego cogito, ergo sum, est
omnium prima & certissima, quae cuilibet ordine philosophanti occurrat.").
También se puede notar en Avicena, en su argumento del Hombre Volante para
demostrar la substancialidad del alma, un paso previo al cogito cartesiano.
(Wikipedia)
[7] Wikipedia “Gilgamesh
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