Hay tres clases de personas, aquellas que ven, las que
sólo ven lo que se les muestra, y las que no ven.
Leonardo da Vinci, aforismos.
Como se enunciaba en la "entrada 2.-
Teoría de la decisión" de este blog, Aristóteles denomina “salto de fe” a ese momento en el que el
protagonista debe tomar la decisión de elegir entre lo que quiere y lo que
realmente quiere. Parece lo mismo, pero la propia frase indica que no tiene
nada que ver lo uno con lo otro.
Lo que se quiere supone una decisión mediatizada. Está mediatizada por el entorno, por
un racional análisis coste beneficio y coste de oportunidad, por una estimación
de la incertidumbre y de los riesgos. Lo que se quiere está condicionado por la
natural y humana aversión al riesgo excesivo. Todos sabemos que en ocasiones
hay que arriesgar, pero siempre tratamos de que ese riesgo sea lo más
calculado, previsible y reducido posible. Lo que se quiere está basado en la
seguridad y control de la situación, más que en la confianza en terceros.
Lo que realmente se
quiere supone un acto de fe, de confianza, al menos en
el azar. Es un salto en el vacío. Es optar por seguir los latidos del corazón,
lo que se desea profundamente, aún a riesgo de comprender que es un imposible,
o un ideal tan difícil como arriesgado. Existe riesgo, mucho riesgo a veces, en
esta decisión. No dependemos de nuestras habilidades o del control que podamos
tener sobre la situación, sino que dependemos de terceros elementos que vaya
usted a saber si nos favorecerán o se volverán en nuestra contra. En último
extremo, dependemos de Dios. Por eso esta decisión se denomina “salto de fe”,
porque se basa en la confianza que tengamos, bien en la suerte, bien en otras
personas o circunstancias, bien en el mismísimo Dios.
Me gustaría, antes de continuar, aclarar una
cosa que creo que es importante. A lo largo del desarrollo de este blog, en
repetidas ocasiones puedo haber dado la sensación de criticar a la Iglesia
católica. Cierto que no soy un católico ortodoxo, que soy poco amigo de
prácticas religiosas más allá de la fundamental, que es la Eucaristía, pero
esto no implica que critique las tradiciones de la Iglesia. Siempre he afirmado
tener una fe muy básica. Me habré cabreado muchas veces con los curas, pero por
otra parte, creo, la Historia de la Iglesia ha sido la que tenía que ser; que
es inútil lamentarse de los errores del pasado y pensar que las cosas podrían
haber sido de otro modo, porque el escenario del desarrollo de los
acontecimientos desde que Jesús pasó por este mundo ha sido uno, y no ha
habido alternativas. Y como siempre, lo que sucede es la manifestación de la
voluntad de Dios, dejémoslo ahí.
Dicho esto, y entrando en el contenido de esta
entrada, creo que el devenir de la Historia ha puesto sobradamente de
manifiesto que ante la idea de Dios, ante el hecho de la Divina Realidad,
básicamente las actitudes del ser humano han sido esencialmente dos, la primera
negar la evidencia, la segunda aceptarla, más o menos.
Dos
paradigmas vitales
Dentro de la aceptación de la idea de Dios, a
Dios se le ha aceptado bajo dos planteamientos.
El primero como algo ajeno a nosotros que está
ahí, con el que nos relacionamos a través de ritos y ceremonias dirigidas por
terceros que tienen la autoridad para semejantes eventos. Cuando la gente reza,
invoca oraciones prescritas, o eleva plegarias o súplicas, lo hace
"como sí" estuviese hablando con un tercero por medio de telepatía,
suponiendo que Él está al otro lado de la línea. Esto ha dado lugar al desarrollo de la religiosidad.
El segundo planteamiento es Dios como Algo o
Alguien, inherente a nosotros, que forma parte de nuestra esencia. No está
fuera, está en nosotros, somos Eso. No hay comunicación con un tercero, pues es
más mío que yo mismo. Este planteamiento ha dado lugar al desarrollo de la espiritualidad.
La religiosidad o relación con un Tercero
todopoderoso es un desarrollo de la cultura humana que data, como hemos visto
en la entrada 129 casi del origen de hombre como especie inteligente. Se ha
desarrollado para lidiar con los grandes enigmas de la vida. En ellas el ser
humano pretende encontrar la luz que necesita para desvelar el misterio
que envuelve su origen y su destino, para interpretar el sentido y el propósito
de la existencia, para descubrir las causas del dolor que lo aqueja; y, en fin,
para encontrar un poco de alivio a sus incontables males.
Pero si estos planteamientos son
filosóficamente lícitos, la característica que diferencia en esencia lo que
podría ser "la metafísica", del fenómeno religioso, es la
institucionalización de este. Todas las religiones, en un grado mayor o menor,
terminan por institucionalizarse. Y al hacerlo, se convierten en organismos
trasnacionales que, por momentos, aparecen ante nuestros ojos como grandes
estructuras de poder de modo que los objetivos originales que propiciaron
su aparición y que estaban revestidos de profunda espiritualidad, han quedado
sepultados por esa avalancha de intereses que ahora ahoga a los cultos
religiosos.
Supongo que es a esto a lo que Jesús se
refería con la parábola del trigo y la cizaña. O no; la verdad es que no
lo sé, porque tampoco es justo tachar de cizaña a las instituciones religiosas,
porque han jugado, juegan y jugarán un papel fundamental en el
adoctrinamiento de lo que en ocasiones he dado en llamar, "el común de las
gentes".
Realmente, si Jesús ha sido la manifestación,
la hierofanía de Dios a los hombres, si ha sido Dios mismo hecho hombre, no
creo que viniera a fundar la "n+1" religión, añadiéndo otra a las
muchas que había (que en realidad no eran tantas), sino a darnos a los seres
humanos un mensaje de esperanza, a mostrarnos "la vía directa a Dios".
Luego, sus seguidores se han organizado y formalizado todo lo recibido en un
corpus doctrinal, sentenciado a golpe de concilio, por real decreto, creando
así las bases de una nueva religión, basada, eso sí, sobre lo que recordaban
que Jesús, "in illo tempore" se supone que dijo. En realidad los
cristianos tardaron tres siglos en ponerse de acuerdo sobre lo que debían creer
y sobre lo que no. Como hemos visto en la entrada anterior, las ideas, las
creencias tardaron "una eternidad" para lo que es la vida biológica de
los sers humanos, en ponerse de acuerdo. Hasta que en el Concilio de Nicea
(325DC), bajo la supervisión de Constantino, el emperador romano, que obligó a
los obispos a ponerse de una puñetera vez de acuerdo, se formaliza lo que hoy
conocemos como Iglesia católica, como respuesta a esa necesidad de organizar la
fe en Jesús sobre principios muy básicos, capaces de ser asumidos, aceptados, y
en lo posible, comprendidos, por el común de las gentes sencillas (y de paso,
conseguir cohesionar un Imperio que estaba comenzando a desmoronarse, que creo,
fue la clarísima "segunda intención" de Constantino, de carácter
mucho más politicamente estratégico que religioso). Pero objetivamente no fue
Jesús quien fundó la Iglesia católica, como Mohamed (vulgarmente conocido como
Mahoma) fundó expresamente el Islam. El mandato de Jesús a Pedro (tu eres Pedro
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia), que sólo aparece expresamente en Mt
16.18, se interpreta por la propia Iglesia católica de un modo tan
estrictamente literal, que la conclusión es que Dios pensó y dijo, voy a fundar
mi verdadera religión, versus las demás que son falsas...).
Cuando la Iglesia triunfó y se posicionó
políticamente en el centro del poder imperial, las ideas místicas tuvieron que
dejar paso a las convencionales, entendibles por el común de las gentes, de
talante obediente para con el clero. Esto chocaba con las ideas espirituales,
que en aquellos colectivos claramente enfrentados a la autoridad religiosa,
como los albigenses, no se dudó en el exterminio total. En el otro extremo,
dado el rumbo que experimentó la Iglesia, dentro de la esfera católica, la
espiritualidad original evangélica, quedó confinada en los muros de los monasterios
y conventos, lugares donde sólamente se podía vivir algo parecido a los principios
evangélicos, dado que en el entorno secular, la el cristianismo pasó a ser,
además de un fabuloso instrumento de dominación política, un conjunto devaluado
de prácticas religiosas a lo "joven rico".
La denominación "común de las
gentes" de la que hago referencia en la entrada 23, es básicamente la
inmensa mayoría de la feligresía religiosa, personas de buena voluntad y
sincero corazón, que aprenden la doctrina que les enseñan y la practican. Es la
que ve sólo aquello que se le muestra, y no se plantea nada más. Todo
está claro, lo que se entiende, se entiende, y lo que no, se acepta como
misterio, y ya está. Y a partir de ahí, la vida de fe se convierte en un
conjunto de prácticas religiosas expresadas bajo diversa formas litúrgicas de
obligado cumplimiento. Todo está planificado por aquellos que saben de esto,
porque tienen estudios que les acreditan como pastores, conductores de almas,
al encuentro de un Dios que está allí, en el templo. Hay que ir al templo para
relacionarnos con Dios, fuera del templo está lo profano (pro-fano, delante del
templo), los asuntos del mundo, en el que estamos todos metidos salvo cuando
vamos al templo.
La persona que practica los preceptos
religiosos es considerada una persona "piadosa". Con un poco de mala
leche, la podríamos denominar "joven rico". Cumple todos los
mandamientos de religión y se comporta como buen practicante o "fanático"
(dedicado a los asuntos del templo). Lástima que el término fanático se haya
devaluado como expresión de personas que practican un integrismo y una radicalidad
religiosa que raya en el "fanatismo" donde la religión traspasa la
delicada frontera de lo irracional convirtiendo a las personas en a veces
obsesas de una intransigencia enfermiza... y peligrosa, presta a desenvainar la
espada, a lo guerrillero de Cristo Rey, legionario de Cristo o a lo talibán,
que para el caso es lo mismo.
En el otro extremo del espectro se encuentra
la espiritualidad. Esta es una actitud completamente diferente. Dios no está
allí, en el sagrario, en el templo (que también), sino sobre todo Dios está
dentro de mí, forma parte de mí, es mi ser. Aunque no soy "yo".
Porque "yo" es una elaboración de mi pensamiento, un espejismo, una
armadura colocada para relacionarme con lo que existe, con los demás. La
persona espiritual es consciente de esto, y es consciente de que el objetivo de
su vida es desprenderse de ese "yo" inventado por su mente, que le
impide tomar conciencia de su verdadera identidad, de su esencia divina, de
Dios tan dentro de si, que es su auténtica Realidad.
Las personas que viven a Dios dentro de sí,
que le experimentan, que le ven en cualquier parte (y eso no es panteísmo), y
que viven en una continua presencia, de las denomina "místicas". No
les hace falta ni templos ni terceros interpuestos para vivir la Divinidad. Lo
que sucede es que, casi la totalidad de estas personas emergen en el seno de
una comunidad religiosa, y todo menos "escandalizar a uno de estos
pequeños", como advierte Jesús.
La solución a este problema de cómo vivir esto
de la mística, se ha encontrado en el seno de la Iglesia a través de la vida
consagrada, especialmente en las congregaciones de vida religiosa de tipo
conventual, y sobre todo, de clausura. Hasta la actualidad era impensable
encontrar a una persona que pretendiera vivir la espiritualidad, que no fuera
acompañada de la vocación de vida consagrada. Pero lo que se plantea en la
actualidad es la posibilidad de vivir este llamémosle "carisma" fuera
de los conventos, y en personas acostumbradas a pensar por su cuenta. Aquí está
el problema, porque la cara rebelde de la espiritualidad, la que molesta a las
estructuras católicas, es que nos descubre la "via directa hacia
Dios", sin necesidad de intermediarios.
El hecho de que la religiosidad basada en
preceptos de obligado cumplimiento al alma ya no le seanecesaria, no resta
valor a la religión. No es una cuestión de quién está en lo cierto y quién está
equivocado. Son dos etapas secuenciales, no son dos alternativas. La vida de fe
suele empezar con el abrazo de la doctrina, pero cuando uno es consciente de
que la cosa ya no da para más, es cuando el alma te pide cambiar de paradigma,
dar un salto de fe, y lanzarse al vacío total, a la fe ciega en Aquello que
siempre ha vivido en tu interior, porque forma parte íntimamente de ti, como lo
es cada uno de tus órganos vitales.
La proporción de personas religiosas frente a
las espirituales es de casi 100 a casi cero, o pera entendernos, de 99 a 1.
Esta es la razón por la que las religiones institucionalizadas son realmente
necesarias, es más, imprescindibles, sobre todo por el incuestionable valor de
la vida en Comunidad. Nadie puede vivir solo. Los eremitas solitarios son de
otra época muy primitiva de la Iglesia. La gente ha de vivir en comunidad
La espiritualidad no niega la religiosidad,
pero en ocasiones, la religiosidad estándar se centra tanto en los ritos, en
las creencias, en los dogmas, que termina ocultando la espiritualidad.
Precisamente, esa ausencia de espiritualidad que se manifiesta en las grandes
religiones del mundo, es la que mueve a pensar que religión y espiritualidad no
son lo mismo.
Esta afirmación es demasiado extrema. Porque
no es exactamente así. No es que no sean lo mismo (que ciertamente no lo son),
sino que son dos vivencias secuenciales de una misma Realidad. La primera
prepara para la segunda. Pero si se queda en la esencia de la vida de fe,
convierte a los fieles seguidores en autómatas religiosos, abonados al cumplo y
miento, que es la triste realidad de una religión, como la católica, que
constituye el paradigma de todo lo que estamos diciendo en relación a la
religiosidad. Si la religiosidad se queda sólo en eso, y los medios litúrgicos
que emplea, terminan por ser asumidos como un fin en sí mismo, termina siendo
un callejón sin salida, que a lo sumo sirve para "amansar a las
bestias" que llevamos dentro, siempre bajo la amenaza del castigo eterno,
que viene muy bien como elemento coercitivo.
20 Dícele el joven: «Todo eso lo
he guardado; ¿qué más me falta?»
21 Jesús le dijo: «Si quieres ser
perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro
en los cielos; luego ven, y sígueme.»
22 Al oír estas palabras, el joven
se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.
Mt, 19,
20-22
La práctica religiosa estándar no da para más
que para lo que hacía el joven rico. "Todo eso lo he guardado".
Para ser perfecto, hace falta cruzar el umbral
de la espiritualidad, donde realmente Dios habita, dentro del ser humano, en lo
más íntimo de su corazón.
Jesús lo dijo decenas de veces, pero los
cristianos hemos dado mucha más importancia al templo de piedra y al sagrario,
que al templo del alma, y al sagrario del corazón.
En la esfera católica, cruzar el umbral ha
significado entrar en la vida consagrada conventual, que es donde se han refugiado
los místicos hasta ahora.
Si a todo esto lo multiplicamos por todas las
religiones que en el mundo son y han sido, nos encontramos con algo asombroso.
Religiones
hay muchas; espiritualidad, sólo una.
No todas las religiones tienen un sistema de
pensamiento y de creencias similar, sino que difieren ostensiblemente unas de
otras.
De entrada las grandes religiones tienen
distintos dioses. Tienen múltiples divinidades secundarias o menores. Tienen
historias diferentes, tradicions y costumbres diferentes. Tienen dogmas
diferentes. Tienen ritos, liturgias, doctrinas diferentes. Es más cada religión
trata de mostrar más sus diferencias que sus similitudes con las demás. Y sobre
todo, en general, tienen la tendencia de proclamarse cada una de ellas, la verdadera,
versus las demás que o bien son consideradas falsas o desviadas de la verdad.
De modo que se comportan como entidades mutuamente excluyentes.
Yo creo, sinceramente que mirando a los ojos
de los santones de cada religión, no soportarían afirmar que su dios es
distinto que el de la religión de al lado, es decir, yo creo que no hay
narices para afirmar, sobre todo ahora en pleno Siglo XXI que exista más de un
Dios verdadero, con independencia de que cada cual se construya una
constelación de deidades locales. La Iglesia católica no escapa a esto, dada la
abrumadora cantidad de vírgenes, santos, ángeles, arcángeles y demás deidades
judeocristianas.
Así, cada religión se monta el universo
religioso a su manera para contentar a unos y a otros.
Esto nos obliga, como personas religiosas a
ser ateos de todas las religiones excepto de una, la nuestra. Porque como
católico, yo no puedo creer ni en Alá, ni en Tao, ni en Brahma, ni en Buda, ni
en Krishna, ni en Jehová, ni en Mazda, etc. Porque esos, para mi tribu religiosa
son dioses falsos.
Sólo cuando uno madura, y a pesar de lo que
aseguran los doctos maestros de la fe, esta postura se ve como una soberana
gilipollez; y es cuando en cascada, se precipitan una multitud de preguntas que
simplemente no tienen respuestas.
Esto es como ver en un cesto "n" caramelos
(siendo "n" cualquier cifra imaginable o superior) de aparentemente
el mismo tamaño y forma, pero envueltos cada uno con un envoltorio diferente,
de modo que aparentemente todos los caramelos son distintos.
Ante esta tesitura, sólo caben dos posturas.
La primera, sospechar que dentro de los
envoltorios no hay caramelo alguno. Todo es una farsa inventada para amansar a
las masas. La religión, opio del pueblo, como diría Karl Marx.
La segunda es creer que dentro hay caramelos
diferentes, es decir, cada uno de un sabor y textura diferentes; unos más
buenos que otros. Es la postura de los que les gusta el caramelo de Coca cola,
pero no los demás, o sospecha que los demás están malos, porque sólo conoce el
sabor del caramelo de Coca cola. Así que se queda sólo con el caramelo que ha comido
siempre, el de Coca cola, dado que, además, sus profesores le han advertido que
los demás caramelos están muy malos, sientan mal al estómago y algunos hasta
son venenosos.
La tercera es suponer que en realidad todos
los caramelos son iguales, sólo que envueltos en diferentes celofanes. Esto
supone todo un desafío, dado que desde pequeñito te han advertido de lo
indigestos y peligrosos que son los otros caramelos.
Así que haciendo alarde de un asombroso valor,
si uno se adentra en las claves del pensamiento de las otras religiones, y
sobre todo, es capaz de desenvolver el envoltorio que oculta el caramelo, al
final termina dándose cuenta de que en el fondo (el caramelo), "todo es lo
mismo" (todos los caramelos son iguales), que todos los seres humanos
creen en los mismos principios, sólo que envueltos en multitud de artefactos
diseñados para adaptar esos principios a su cultura, tradiciones y a la propia
historia de cada tribu, de cada pueblo.
De todas las grandes religiones, hay unas que
están más ancladas a las tradiciones locales que otras. Por ejemplo, y a pesar
del tirón que tienen en la actualidad las corrientes orientales en Occidente,
estas no dejan de estar fuertemente arraigadas a la mentalidad india, china o
japonesa. El Islam, está fuertemente arraigado en los países árabes o
magrebíes, y a su lengua. Esto no quita que no haya musulmanes occidentales,
pero no dejan de ser minoría, y casi siempre, descendientes de padres árabes, o
de ese entorno cultural; y en cualquier caso, no dejan de ser "ectópicos"
en una sociedad significativamente distinta a la de procedencia de esas
creencias.
Sin embargo, el cristianismo es ciertamente
universal; está fuertemente (o ha estado hasta ahora) arraigado en Occidente, y
en menor medida en el resto de países, pero sí que es cierto que se encuentra
difundido por todo el orbe. Con todo, la cultura Occidental es la propia del
cristianismo; para el resto de culturas es una religión ectópica, implantada
con más o menos éxito y difusión.
Esta característica cultural de las religiones
se debe, creo yo, al alto componente tradicional. La tradición, lo afirma la
Iglesia, es uno de los pilares de la doctrina católica, y lo es del resto. Es
inherente al propio concepto de religión. Jesús es el cordero de Dios, en
países donde el cordero es el ganado de consumo habitual. Eso no lo entenderían
los lapones, que jamás han visto un cordero. Así que a Jesús no le queda otra
que ser la foca de Dios, que quita los pecados del mundo, y cosas así.
Por tanto, cuando uno es capaz de abstraerse
de todos estos localismos, y de los elementos dogmáticos impuestos por los
doctores de la Ley, empieza a comprobar que todos los caramelos saben más o
menos a lo mismo.
Esto es lo que sostiene la Filosofía perenne.
Y en esto convergen prácticamente todos los
sistemas religiosos, una vez desprendidos del envoltorio del caramelo, en el
hecho de que la vía directa hacia el único Dios, se llame como se llame, es a
la que conducen las sendas de la Vida Interior.
A las sendas de Vida Interior, es a lo que
podemos denominar "espiritualidad"
La espiritualidad es el lugar de encuentro
verdadero de todos los seres humanos, donde Mohamed, Jesús de Nazareth,
Zaratustra, Buda, Lao-Tse o Confucio, se dan la mano.
Diferencias entre religiosidad y
espiritualidad
Visto todo esto, uno se comienza a dar cuenta
de que religiosidad y espiritualidad no es lo mismo, o si forman parte del
mismo camino hacia Dios, el escenario en el que cada una se desarrolla es
completamente diferente.
Adjunto aquí, el resumen de una presentación
en Power Point, de esas que nos enviamos unos a otros con bastante frecuencia,
que me remitió hace unos días, mi buena amiga Cristina, y que expone con
bastante acierto las diferencias entre religiosidad y espiritualidad.
1. La religión se apega a
rituales; la espiritualidad, los trasciende
2. La religión adormece; la
espiritualidad, despierta.
3. La religión es para los que necesitan
que alguien les diga qué es lo que tienen que hacer; la espiritualidad es para
los que prestan oído a su voz interior.
4. La religión se organiza con
base en dogmas incuestionables; la espiritualidad invita a razonarlo todo, a
cuestionarlo todo; impulsa a que sea el practicante quien tome las decisiones y
a que asuma las consecuencias de sus actos.
5. La religión amenaza y amedrenta;
la espiritualidad da paz interior.
6. La religión habla de pecado y de
culpa; la espiritualidad ayuda a aprender
de los errores
cometidos.
7. La religión reprime; la
espiritualidad libera.
8. La religión se inculca
desde la infancia; la espiritualidad es algo que se tiene que buscar.
9. La religión inventa; la
espiritualidad descubre.
10.La religión es estricta; la espiritualidad
carece de reglas.
11.La religión alienta la separación entre
pueblos y culturas; la espiritualidad promueve la unión.
12.La religión anda en pos de las personas, es
proselitista; la espiritualidad espera que sean ellas las que la
encuentren.
13.La religión se apega a un libro sagrado; la
espiritualidad busca lo que de sagrado hay en todos los libros
14.La religión se alimenta del miedo; la
espiritualidad da confianza.
15.La religión quiere estar en el pensamiento
de la gente; la espiritualidad aspira a la conciencia.
16.La religión se ocupa del hacer; la
espiritualidad, del ser.
17.La religión es lógica; la espiritualidad,
dialéctica.
18.La religión alimenta el ego, el
"yo"; la espiritualidad lo supera y lo trasciende.
19.La religión quiere que se renuncie al
mundo; la espiritualidad ayuda a vivir en paz en él.
20.La religión promueve la adoración; la
espiritualidad, la meditación.
21.La religión es parte de la psicología de
las masas; la espiritualidad es individual.
22.La religión quiere que el ser humano sueñe
con la gloria y el paraíso; la espiritualidad ayuda a encontrarlos aquí y
ahora.
23.La religión atrapa la mente; la
espiritualidad libera la conciencia.
24.La religión hace creer en la vida eterna;
la espiritualidad hace que se tome conciencia de ella.
25.La religión promete bienestar en el más
allá; la espiritualidad da bienestar en esta vida.
A mí, personalmente me parece un excelente
resumen de las diferencias. Algunas encierran bastante "mala baba", o
están planteadas con retintín, incluso con ironía, pero no dejan de ser
diferencias que todos aquellos que nos hayamos atrevido a adentrarnos en los
campos de la espiritualidad, de alguna forma nos hemos percatado de ellos. La
referencia conduce a Juan Vega, que lo publicó en la web el pasado Octubre de
2011.
El problema estriba en que, cuando uno se da
cuenta de estos 25 atributos de las religiones, si no conoce los atributos de
la espiritualidad, el asunto pinta mal, pues terminará desencantado, agnóstico,
ateo o incluso con rencor hacia todo lo religioso.
¿Pero
qué me estáis contando?
Es lo que termina exclamando una persona que
con un poco de entendederas, se cuestiona los 25 atributos de las religiones;
atributos que con bastante probabilidad le han marcado para el resto de su
vida, le han imbuido de un enfermizo sentimiento de culpa por, por ejemplo,
tocarnos los niños la colita sin venir a cuento, lo que era "in illo
tempore" un pecado abominable merecedor del castigo eterno.
La historia termina de este modo, en una caída
vertiginosa de vocaciones sacerdotales y religiosas, desalojo importantísimo de
feligreses de misa de una, salvo el colectivo de jubiladas y viudas, fuga de
feligreses a otras confesiones cristianas de corte protestante o hacia
movimientos de tipo orientalista (Budismo, Zen, etc) y radicalización de los
incondicionales, que añorando aquel gran "nacional catolicismo" de los
años cincuenta y sesenta (al menos en España), tratan de sacar pecho y mostrar
su católica identidad en multitudinarias manifestaciones en torno del papa o
del obispo.
La Iglesia católica en España tuvo una
intervención fabulosa en los años de la Transición en la figura del nunca bien
reconocido Cardenal Vicente Enrique y Tarancón, que logró, desde la esfera
católica, calmar a la feligresía, hacerla entrar en razón y así contribuir de
una forma incuestionable a conseguir una transición democrática en paz. Eran
años del postconcilio, y de una Iglesia que mostraba francas muestras de
apertura mental.
Luego la cosa se ha desinflado, y durante el
papado de Juan Pablo II (por lo demás un Papa entrañable y merecedor de la
santidad), y todavía más con Ratzinger, la Iglesia se ha radicalizado y
enrocado en sus posturas más tradicionales, lo que, a mi limitado entender, no
está haciendo otra cosa que dificultar el retorno de las ovejas perdidas, entre
otras cosas porque ya no son tan ovejas como antes, sino que empiezan a tener
dos dedos de frente, y a reconocer los 25 atributos de la religiosidad.
Salto de
fe
Cuando uno comprueba que la estricta
religiosidad se convierte en algo parecido a una jaula de la que no se atreve a
salir, porque le auguran todas las calamidades y peligros imaginables, entre
otros, el de la condenación eterna, se encuentra ante la gran encrucijada.
Elegir entre lo que quiere y lo que realmente
quiere.
Lo que quiere es lo que le han dicho que debe
querer, seguir por el camino por donde va todo buen feligrés, como el Común de
las gentes, (entrada 23), dejándose guiar por los únicos que conocen realmente
el camino, los curas (ver fíat homo: el sueño del Planeta, entrada 24).
Lo que realmente quiere es "algo"
que no sabe lo que es, pero que se imagina que debe conducir a un estado
espiritual bastante más sosegado, pleno, libre de ataduras.
Y aquí comienza el calvario de la búsqueda más
allá de los límites de la diócesis, que es lo que se describe en la Teoría del
Confinador (Entrada 27) y puertas de emergencia (Entrada 31).
... Hasta que se descubre la séptima puerta
(Entrada 32), la que conduce al interior, a lo más íntimo de uno mismo, donde
Dios habita.
Es un salto en el vacío, un salto hacia una
tierra donde Jesús avisa "no tendrás dónde reclinar la cabeza". Un
escenario que no tiene nada que ver con un día luminoso, sino con una noche
oscura.
Esto acojona a cualquiera, porque vas a saltar
sin red, sin garantías, y además, vas a ser bastante mal visto por los de tu
propia casa, por los de tu religión.
Por eso muchos son los llamados y muy pocos
los elegidos. Y los que pudieran serlo, hasta ahora no tenían otra salida que
el convento.
La cuestión resulta ahora complicarse, porque
cada vez hay más gente que cuestionándose los principios religiosos, deciden
iniciar un camino hacia lo desconocido erizado de dificultades. Por ubn lado,
el magisterio eclesiástico se ve clomo una barrera; por otra, uno se encuentra
en un mercadillo o supermercado espiritual de lo más variopinto, que para las
gentes sin formación puede constituir un laberinto donde uno se puede perder
sin posibilidad de poder encontrar la salida.
Epílogo.
No obstante, en todo este proceso de crítica,
se suele pasar por alto un elemento fundamental que hace de la religiosidad un
factor fundamental de la vida humana, el sentido de comunidad, una comunidad
que da seguridad en un mar tan misterioso como el que rodea a la idea de Dios.
Esto lo ilustra el sufismo (rama mística del
Islam) con una bella alegoría, escrita por
al-Niffari el egipcio, sufí del Siglo X.
Hay naves en el mar que transportan viajeros;
son las sectas y religiones, los dogmas y las organizaciones religiosas. Las
naves naufragan y sus restos (las tablas) se hunden; es decir, incluso las
buenas obras que no llegan a la abnegación total y toda fe que no es el
conocimiento unitivo de Dios. La liberación hacia la eternidad es el acto de
lanzarse al mar, a riesgo, de poner en peligro la propia vida. Porque “el mar”
es el Océano de Dios.
La síntesis "espiritualidad
comunitaria" sería la expresión del escenario ideal.
Sin embargo, esto es sólo un desideratum,
aunque hay movimientos que lo intentan.
Existen problemas, barreras muy serias que
impiden que el común de las gentes alcancen esa toma profunda de conciencia por
la cual lograr evidenciar que Dios está en nosotros, forma parte de nuestra
esencia. Esta es una vivencia extremadamente rara. Es por ello que todo parece
girar institucionalmente, religiosamente, doctrinalmente a ofrecer cauces de
vivencia de una fé a lo "joven rico", para el común de las gentes,
mientras los místicos resultan ser gente extraña, en su caso recluidas en
conventos, y que más recelo generan que simpatía o admiración.
Esto demuestra lo extremadamente poliédrico y
sensible que es el tema religioso.
Feliz 2012, amig@; en la medida de lo posible.
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario