Prepárate para escuchar un relato un poco largo pero estremecedor…
En un momento determinado, yo le hice una pregunta a una de nuestras religiosas: ¿cómo puede ser que si Honduras como el común de Latinoamérica, ha sido de siempre católica, de unos años para acá ha proliferado tanto la iglesia protestante, con tantísimas confesiones como vemos implantadas acá?
La respuesta que recibimos, tira de espaldas; es el resultado del plan más maquiavélico que mente humana haya podido urdir.
Al concluir el Concilio Vaticano Segundo, los obispos y cardenales, de regreso a sus países, tenían el mandato de comenzar a diseñar la estrategia de aplicación de las consignas emanadas de aquel. Los obispos de América Latina, comenzaron a estudiar la situación en sus países, de cómo podía la Iglesia ser “lumen gentium”, para dar “gaudium et spes” a las gentes.
Estudiando el terreno social, comenzaron a ver la situación de pobreza, y a veces de miseria extrema en la que vivían millones y millones de personas. Se les caía la cara de vergüenza de sostener una pastoral tradicional, con el cura como mero administrador de sacramentos. Las directrices del Concilio, proponiendo una pastoral renovada, con la participación del pueblo, tampoco era coherente con la situación de esas gentes, que se tenía que quitar el hambre a guantazos. No se podía predicar una doctrina supuestamente salvadora de almas, mientras no se diesen pasos decididos para sacar a esa gente de la miseria corporal.
De estos planteamientos surgió en 1968 el Documentos de Medellín, base ideológica de lo que sería posteriormente la pastoral liberadora, en la que el pueblo, unido como fuerza social, primero de todo fuera consciente de su situación, y viese a los católicos como personas realmente comprometidas en la lucha contra la miseria.
Eso de que el pueblo “despierte de su letargo” no es algo que siente demasiado bien a los poderosos.
El documento de Medellín se siguió estudiando, como plan estratégico que debería materializarse en proyectos de desarrollo, lo que dio lugar al Documentos de Puebla, allá por 1972-73 (Bélgica no se acordaba bien de la fecha). Para ese momento, Leonardo Bof, inicialmente un teólogo clásico, academicista y escolástico (por así decir), fue dándose cuenta gracias a la situación que veía entre las favelas de Rio de Janeiro, de cómo la teología convencional de la Iglesia Católica era para esa gente un ejercicio perfecto de fariseísmo, orientado a decirle al pobre, “no te preocupes, hijo mío, ten paciencia con tu miseria, que el Señor te recompensará en la otra vida”.
Al tratar de explicar en Roma su planteamiento, primero pan, después rezos, los del Vaticano parece haberle dicho algo así como el equivalente más o menos de…, “anda chaval, no te calientes la cabeza con esas cosas, que ya nos encargamos en Roma de atar y desatar”.
Y nace, no obstante la incomprensión del Vaticano, la Teología de la Liberación, verdadera amenaza de insurgencia popular para los poderes fácticos de Latinoamérica, y un grano bastante incómodo para la curia, que nunca ha querido enfrentarse a los políticos y poderosos.
La cosa empezaba a tomar un cariz nada deseable, de modo que algo había que hacer. Y uno de los que empezaba a ponerse nervioso por el problema de dejar que el pueblo se empezara a articular en su lucha al lado de la Iglesia católica, fue nada menos que el Tío Sam, al que le importaba muchísimo mantener a todo ese continente, así como a África y a Asia, sumido en la pobreza, porque sus recursos les harían falta a ellos en el Siglo XXI (así reza textualmente en un documentos increíble de la Administración Reagan, el National Security Study Memorandum 200, de 1974, redactado tras los primeros estudios del Club de Roma sobre la superpoblación y los límites al crecimiento).
La respuesta fue el “Plan Rockefeller”, según lo llaman aquí, (no creo que Rockefeller tenga algo que ver, pero su nombre representa el imperio norteamericano), financiado por varias multinacionales norteamericanas, entre ellas.
Divide y vencerás, por un lado, y por otro; démosles armas a los campesinos para justificar un “casus beli”.
Divide y vencerás; es decir, por cada templo de la Iglesia Católica, plantemos un templo protestante (evangélico, baptista, menonita, cuáquero, da igual), una alternativa a los católicos, con todo el dinero necesario para construir, y para promocionar a los nuevos seguidores, y un mensaje: el fin de los tiempos es inminente, y lo que importa es salvar el alma. De veinte años a acá, el desembarco de los protestantes en Latinoamérica, ha sido como el de Normandía, hasta tener la situación que estamos viendo en Honduras, con cientos de templos de cientos de sectas protestantes, que dan la impresión de que este es un país que adora a Jesucristo.
Y démosles armas a los campesinos, empujémosles hacia el precipicio de la violencia, lo que nos proporcionará un perfecto “casus beli”, para tacharles de guerrilleros comunistas, al calor de la revolución cubana.
La Iglesia oficial, no sé si engañada, o dejándose engañar, tachó a los de la Teología de la Liberación de comunistas, con lo que el Vaticano rechazó esta tendencia, con las consecuencias que todos conocemos.
¡Pues ya está, caso resuelto! Mejor no ha podido salir. Se ha conseguido el objetivo del Plan Rockefeller; número uno, se ha conseguido fragmentar la solidez de un mensaje auténticamente evangélico, con el beneplácito implícito o explícito del Vaticano, arrancando a millones de católicos americanos hacia centenares de confesiones protestantes, que lo único que realmente no tengo claro qué es lo que persiguen, a tenor de los resultados. Acaso pensar en el más allá, para que el más acá siga como al Tío Sam y a sus gobiernos amigos puestos en las diferentes repúblicas, les interesa. Y número dos, se ha podido justificar la respuesta armada de las diferentes “contras”, con lo que se ha podido justificar el asesinato de los principales líderes católicos de la Teología de la Liberación, entre ellos, a monseñor Oscar Romero, auténtico mártir de la causa para los latinoamericanos.
Y encima, se da la impresión ante el mundo de que Latinoamérica es “profundamente cristiana”, con un Jesucristo convertido en artículo masivo de consumo, como la Pepsi, y de paso, desprestigiar a la Iglesia oficial, al Vaticano, como amiga de los poderosos, que mira para otro lado ante las injusticias, por lo que está perdiendo parroquia, que se va desencantada a otras confesiones.
A Lucifer, la jugada le ha salido absolutamente perfecta. ¡Es abracadabrante! Me gustaría que este relato no fuera cierto. Me gustaría que sólo fuera una interpretación maliciosa. Pero creo que es rigurosamente veraz.
Esta es la versión de una religiosa de convento, hasta que al preguntarse, pero ¿dónde está Dios, en el interior de mi convento, o fuera, sufriendo con los pobres? Se respondió a sí misma, como otras muchas, comprendiendo que la fe no puede ser sólo contemplativa, sino contemplativa de acción.
Muchas veces me he preguntado el misterioso significado de la frase que rezamos en el Credo “descendió a los infiernos”.
¿Qué fue a hacer allí Jesús?
¿Qué hemos de hacer allí nosotros también?
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