Imagen tomada de: http://addictedgreentinted.blogspot.com/2007/10/double-trouble.html
Vamos a pasar ahora de la visión científica de “todo lo que existe”, a la visión filosófica.
El ser humano se ha de incardinar en esta tela de araña espacio temporal que es el Universo, un Universo cada vez más extraño, donde cada vez nos sentimos más pequeños, y donde el único consuelo que nos queda es el principio antrópico, aquel que dice más o menos que para que nosotros, los humanos, estemos aquí y nos interroguemos sobre el Universo, la Creación se ha tenido que desarrollar exactamente como lo ha hecho. Una fuerza nuclear fuerte (la que mantiene unido el núcleo de los átomos), una millonésima más débil, y el Cosmos no sería lo que es; ni nosotros tampoco. Hemos de tomar, además, conciencia de “individuos”, seres supuestamente indivisibles, que nos relacionamos con el mundo exterior con el que tenemos que, por una parte integrarnos y por otra competir por unos recursos escasos.
El acerbo cultural de la Humanidad ha estructurado el conocimiento que podemos tener de “todo lo que existe” (aparentemente) en las diferentes materias y disciplinas académicas que todos estudiamos en el colegio y en las que luego nos especializamos en el ambiente universitario y profesional. Para lo que nos ocupa, el conjunto de disciplinas se suelen dividir en dos grandes grupos, las ciencias y las letras. Las ciencias se ocupan de la investigación y el conocimiento de todo lo positivo, de todo lo tangible y que se puede observar, medir y experimentar. Fundamentan todo en el método científico y en la duda metódica de Descartes. Las letras constituyen un conjunto de áreas de conocimiento más cercano a la intuición, a la apreciación subjetiva, y aunque tiene o trata de tener métodos de razonamiento lo más aproximados a la lógica, emerge de entre sus cuerpos de conocimiento, algo parecido a ideas y percepciones fruto de la reflexión heurística, de la meditación. Las artes, el Derecho y la Filosofía forman parte de este conjunto de saber humano. Y luego están las teologías, que se basan en percepciones sobre lo sobrenatural, supuestamente basadas en especulaciones sobre temas a los que los conocimientos exactos no han podido llegar, y que apela más a las tradiciones en muchos casos ancestrales, y a lo que se denomina revelación, más que a la razón. Se podría decir, con Bertrand Russell, que entre Ciencia y Teología está la Filosofía como entidad de sabiduría humana, que se cuestiona lo intangible sin acudir a la revelación divina, dado que la veracidad de esas revelaciones está reconocida o no, según se profese una fe u otra.
En cualquiera de los casos, ante los ojos sorprendidos del ser humano que contempla este mundo, éste trata de encontrarle descripción y explicación a las cosas. Con la Ciencia ha conseguido sorprendentes avances, pero hay otros temas a los que la demostración científica no ha podido llegar. Bertrand Russell plantea una serie de preguntas que desde la antigüedad han preocupado al hombre pensador:
¿Está dividido el mundo en espíritu y materia? Y suponiendo que así sea, ¿qué es espíritu y qué es materia? ¿Está el espíritu sometido a la materia o se encuentra poseído por fuerzas independientes? ¿Tiene el Universo unidad o finalidad? ¿Está evolucionando hacia una meta? ¿Existen realmente leyes de la Naturaleza, o creemos solamente en ellas por nuestra innata tendencia al orden? ¿Es el hombre lo que le parece al astrónomo, a saber: un minúsculo conjunto de carbono y agua, moviéndose impotente en un planeta diminuto dentro de una descomunal galaxia, diminuta a su vez dentro del descomunal Universo? ¿O es lo que le parece a Hamlet? ¿Acaso las dos cosas a la vez? ¿Existe una noble manera de vivir y otra baja? ¿O son igualmente todos los modos de vida igualmente fútiles? Si hubiera un modo noble de vida ¿en qué consiste y cómo lo realizaremos? ¿Debe ser eterno lo bueno para merecer una valoración, o vale la pena buscarlo, incluso en el caso de que el Universo se moviera inexorablemente hacia la muerte? ¿Existe la Sabiduría o lo que parece tal es solamente un último refinamiento de la locura?
Bertrand Russell, Historia de la Filosofía, Introducción
La Filosofía ha tratado de dar, no digo respuesta, pero sí al menos un enfoque razonablemente sensato como para aliviar en cierto modo la angustia vital que produce en el corazón humano tener estas y otras muchas preguntas de similar calado, sin respuesta. En este sentido, quiero hacer aquí una puntualización que creo es sumamente importante para evitar el confusionismo sobre las referencias que a lo largo de este libro se hacen tanto a la teología y filosofía occidental, y especialmente cristiana, como a las filosofías orientales.
Al referirnos al pensamiento oriental, especialmente al budismo y sus derivados chino y japonés, el Taoísmo y el Zen, y al monismo advaita, no debemos confundirlos con una religión más. El budismo es un sistema de pensamiento metafísico, que ha estado 2500 años escindido del hinduismo, que sí es una religión, hasta que parece que ahora el hinduismo lo ha aceptado en su seno. Y el vedanta advaita, además de un sistema metafísico, sí que es una rama del hinduismo. Consuelo Martín, en sus libros dedicados a la metafísica vedanta advaita, explica cómo esencialmente son sistemas de pensamiento metafísico, con un mismo método de observación y búsqueda de la verdad, asociado biunívocamente con lo incondicionado, lo atemporal. La idea de divinidad no es tan concreta como en el pensamiento cristiano definido en la Biblia, pues se hace referencia, en el caso de la tradición vedanta a “lo Absoluto” (Brahman), a lo “no-dual”, lo inmanifestado, allí donde coinciden el conocer con el ser, el final de la búsqueda, el final del camino del ser humano hacia la Verdad con la fusión del alma “atman” con la divinidad “Brahman”. Sin embargo, el budismo no entiende la divinidad como una entidad, sino como un estado y no como una realidad objetivable; la negación de “todo lo que no es”, la negación de lo cambiante. El nirvana se define de forma negativa porque es lo no manifestado. En realidad las diferencias entre advaita y budismo son de cómo referirse a lo mismo. En ambos casos, el ser humano, cuando busca lo eterno, está buscando su propia naturaleza real.
El centro de gravedad de la Filosofía perenne, uno de los pilares de todo mi discurso, está localizado en el proceso metafísico de encuentro con el Eterno, se llame como se llame. En la metafísica occidental se investiga también sobre la verdad absoluta y las verdades relativas, sobre la base de lo que cambia y permanece. No se pueden mezclar con las categorías cambiantes de Heráclito, con la evocación “de lo que es”, de lo que Parménides se refiere cuando habla del Ser como “ni lo que era” ni “lo que será”, sino lo que es ahora, inmóvil, infinito, eterno.
Estas ideas, las orientales y las occidentales, han calado en la metafísica cristiana, como veremos, de manos sobre todo de Meister Eckhart, Tauler o Giordano Bruno, y tras ellos, de una forma u otra, en el pensamiento místico, tanto cristiano como islámico, en el sufismo, y de alguna forma también en la cabala judía. Esto es muy importante a fin de que no se confunda la metafísica oriental con el fenómeno New Age. Lo primero supone un conjunto de sistemas milenarios de pensamiento, y lo segundo es una megatendencia de la sociedad actual, donde se mezcla un totum revolutum de cosas, unas buenas y honestas, pero otras objeto de suculentos negocios orientados para gente sencilla, que están en riesgo de perderse en un sincretismo filosófico religioso que puede desembocar en situaciones desagradables.
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